El Paraíso de América Domingo Pontigo © Ediciones Biblioteca Nacional, 2016 © Domingo Pontigo Meléndez, 2016 Segunda edición, corregida y aumentada por el autor: noviembre de 2016 ISBN: 978-956-244-361-6 Derechos exclusivos reservados para todos los países Biblioteca Nacional de Chile Av. Libertador Bernardo O’Higgins 651 Santiago de Chile Teléfono: +562 2360 5232 www.bibliotecanacional.cl Director de Bibliotecas, Archivos y Museos y Representante Legal Ángel Cabeza Monteira Subdirector Biblioteca Nacional de Chile Pedro Pablo Zegers Blachet Subdirectora Nacional de Gestión Patrimonial Mónica Bahamondez Prieto Editor Humberto Olea M. Glosario y frases Karen Plath Müller Turina María Carvajal Montenegro Coordinación editorial Ana María Berthelon I., Departamento de Cultura y Comunicaciones, Biblioteca Nacional de Chile Rodrigo Aravena A., Centro Nacional de Patrimonio Inmaterial, dIBam. Diseño editorial Felipe Leal T. Impreso en Chile por A Impresores Portada: imagen compuesta con los murales realizados en Argentina por el artista chileno Alejandro "Mono" González en la Escuela Básica nº9 de Ensenada y en el Hotel Cooperativo de Pipinas. ÍNDICE Presentación 10 Prólogo 14 El paraíso de América 25 La copia del Edén 95 Notas 231 Glosario de vocablos y frases 237 De puño y letra 253 Presentación Domingo Pontigo en tránsito hacia el canon Es claro que los llamados “poetas cultos” necesitaron siempre a los poetas populares. Deslumbrados por la profundidad de sus creaciones individualizaban en ee, en Abraham Jesús Brito, por ejemplo, o en aquel a la poesía popular en su conjunto y así la veían permanentemente frágil. De ea necesidad que tienen aquellos de los poetas populares proviene buena parte de la mejor poesía culta del siglo chileno. Ea edición de El paraíso de América de Domingo Pontigo es una invitación a sopesar a través de la le ura de ee gran poeta chileno, la vitalidad de la poesía popular en su conjunto. Pasa, sin embargo, con la poesía popular en relación a la poesía denominada culta, algo análogo a lo que sucede con la artesanía en cuanto al arte: solo muy excepcionalmente la academia abre sus puertas al trabajo de los artesanos. Con la literatura de los poetas populares sucede algo similar, con la excepción de la Biblioteca Nacional de Chile que, en el Archivo de Literatura Oral, desde mediados de los ochenta supo abrir y conservar un eacio para los poetas populares chilenos, junto a las otras obras de los “grandes” literatos y escritores chilenos. Allí eán los nombres y las voces de Lázaro Salgado y Ponciano Meléndez; la de Santos Rubio y Manuel Gallardo; la de los Aorgas; la de Patricia Chavarría, Rosa Hernández Vega y la de Irene Belmar. Cada uno canta un territorio y una memoria, y al mismo tiempo, no son ecos de una tradición, sino auténticas voces inscritas en ella. Los tiempos cambian, aunque muy lentamente. Entre los primeros poemas que formaron Alma chilena de Carlos Pezoa Véliz y los Antipoemas de Nicanor Parra hay medio siglo de diancia. Hoy parece claro para muchos poetas, músicos, y otros artias, el valor que tiene la poesía popular chilena, dentro y fuera del país. De ea valoración da cuenta el reconocimiento que obtuvo, ee año, la paya chilena en la ciudad de Colonia del Sacramento, Uruguay, al ser incluida en la categoría de Patrimonio Cultural del ¡¢, junto a la payada uruguaya y argentina. Uno de los puntos que ¡¢ Cultural deacó en su resolución fue la vitalidad de la paya chilena para adaptarse a diversos contextos sociales, rurales, urbanos y para proye ar en el escenario su arte sin perder su autenticidad. Ellos, los poetas y cantores populares, no son simples repetidores de un cancionero; son portadores de las formas tradicionales de su cultura, eecialmente de la décima. Su conciencia eá alerta a la hioria, su vocación eá señalada por el deino de su pueblo, y dialogan conantemente en sus creaciones con los poetas "cultos" o "letrados". Ellos, hay que repetirlo, en cambio, muy excepcionalmente han devuelto el cumplido: no son payadores. El antecedente clave en ea emergencia de la voz individual entre los poetas populares, de que no podamos hablar de buenas a primeras de "poetas tradicionales", considerada la cultura tradicional como el eacio de la voz deersonalizada, es la aparición de la "Lira popular" y el hecho, a mediados del siglo ¤, que poetas como Rosa Araneda, José Hipólito Casas Cordero y Juan Rafael Allende, "El Pequén", según la inveigadora Verónica Jiménez, decidieran publicar sus trabajos firmados con su propio nombre. Si bien tuvieron éxito de circulación, no fueron recibidos con mucho entusiasmo por los poetas letrados. Eo se relacionaba con la proyección en la literatura del modelo político que buscaba implantarse basado en una supuea unidad racial, cultural y política del país. El profesor de literatura de la Universidad Aural, Iván Carrasco Muñoz, que se ha eecializado en el eudio de los procesos interculturales al interior de la literatura chilena, lleva tiempo inveigando la exiencia de un canon literario nacional que omite la exiencia de la literatura popular, de la de los exiliados, los inmigrantes y los indígenas, y que busca relevar obras que adscriben a valores eéticos europeizantes primero y luego a los valores eéticos elaborados por la globalización. ¿Cómo apreciar la síntesis en una poesía que es políticamente invisibilizada, junto a la creación de un autor individual, que se presenta a sí mismo como un agonia que viene a diutar un eacio, ya no solo como exponente de una tradición sino que como creador afiliado a formas tradicionales? ¿Es tan cierto que el libro que presentamos aquí tenga airaciones siquiera de convertirse en parte de nuero canon literario? A nuero juicio, sí, y es notable el hecho que mirarlo desde ea pere iva permite incluso ver mejor algunos ae os inherentes a su oficio de poeta popular. En primer lugar, es el propio Domingo Pontigo el que confiesa haber concebido El Paraíso de América al enterarse por radio que Neruda había publicado su Canto General. Y, es por ello, que en ea edición le tomamos la palabra desde la portada, a cargo del muralia chileno Alejandro “Mono” González, que evoca las iluraciones que realizaron en ª«¬« David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera para la obra del poeta de Isla Negra. Por tratarse además de una edición nueva, muy diinta a la realizada por don Domingo junto al padre Miguel Jordá a principios de los «®, es necesario mencionar que, mientras la edición de ª««® se presentó como libro no obante “no nació para ser publicado”, ea versión sí es una obra que el poeta pensó en publicar para enmendar el exceso de celo criiano que introdujo Jordá en su valiosa primera versión. ¦ Se reetaron aquí, como variables creativas propias del genio del poeta Pontigo y de su arraigo en la tradición, su forma propiamente chilena de concebir la métrica y su escritura afincada en el habla cotidiana de Chile, en su dicción. Cada vez que fue necesario se brindó en ea edición, la escritura corre a de los términos que Pontigo modifica en su peculiar escritura. Sus tópicos son los recurrentes en muchos poetas populares chilenos: su patriotismo; su posición un tanto conservadora frente a determinados temas, tan propia de nuero mundo campesino; su fervor por los temas marciales y las hazañas de los héroes nacionales, que aprendió en los libros escolares de sus hijos; la conante recurrencia a imágenes criianas; su exaltación del paisaje y de la mujer chilena, entre otros. Todo ello puede leerse como un esfuerzo literario por parte de Pontigo para encontrar el mayor rendimiento expresivo a su peculiar lenguaje a fuerza de agotar un sinnúmero de temas recurrentes. Quisiéramos, por lo tanto, presentar ea obra como un reconocimiento a la individualidad creadora de los payadores chilenos en su conjunto, gracias a la eatura de maero de la tradición que el propio poeta Pontigo ha logrado entre sus pares. Eeramos que al promover la publicación de ea obra, se concrete un aporte significativo a la ampliación de los límites del canon al que hemos aludido, a través de la inclusión en su catálogo de ea particular mirada de nuera hioria realizada por quien es un gran poeta chileno. Ángel Cabeza Monteira Dire or Nacional de Bibliotecas, Archivos y Museos Rodrigo Aravena Alvarado Jefe del Centro Nacional del Patrimonio Inmaterial, ²¤³´ ¯ Prólogo Domingo Pontigo, poeta popular Domingo Pontigo Meléndez nació el ¶· de noviembre de ª«¸« en la zona de San Pedro de Melipilla. Hijo de Juan Antonio y Valentina, es el sexto de ocho hermanos. Breve en sus eudios, comenzó temprano a trabajar en el campo, en labores eecíficas para niños, para apoyar a su familia que vivía en la pobreza. Creció en un ambiente en que el canto era normal y frecuente: “A los seis años ya me sabía algunos versos que me enseñaba mi hermano mayor. Cuando ya se oscurecía, mi hermano Moisés tomaba la guitarra de mi mamá y nos poníamos a cantar”. A los nueve ya participaba en novenas. En ee ambiente fue desarrollando su amor por el canto a lo poeta. Sin participar de la educación oficial, aprendió de la cultura que lo rodeaba, leyendo ávidamente todo lo que llegaba a sus manos. Aprendió el arte con su madre, Valentina Meléndez, y en las reuniones con otros cantores. Fue guiado por sus dos maeros: Juan Araya Pinto y Abel Fuenzalida Abarca, ambos reetados poetas populares melipillanos. De esa época, Pontigo aún recuerda algunas cuecas que tocaba junto a su madre. Don Domingo es viudo de doña Haydée Cardosa. Con ella tuvo cuatro hijos: Domingo Adrián, Marianela Guadalupe, Ariel Bernardino y Flor María. Los hombres lo acompañaron en el canto haa la adolescencia. A ualmente ya no lo pra ican.
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