FERNANDO DIEZ DE MEDINA FERNANDO DIEZ DE MEDINA DEL FUGITIVO PENSAR Escrito el año 1974 DEL FUGITIVO PENSAR Primera edición electrónica 2007 * * * EDITOR Rolando Diez de Medina , 2007 * © Rolando Diez de Medina, 2007 La Paz - Bolivia INDICE Nacionalismo y futuro político de Bolivia América del Sur: compacta y sola Hacia un entendimiento político de largo alcance García Venturini, filósofo y pensador Relieve del hombre que Piensa y Escribe Un gótico del siglo XX Retrato de mi Madre La Heroína de Chuquisaca Murillo: el hombre de Julio Paz Campero – Gosálvez, Baldivieso Críticos, criticastros y envidiosos Augusto Guzmán Moisés Alcázar Porfirio Díaz Machicao Revelación de la Patria que asciende por el Este Manuel Frontaura Argandoña “Sumaj-Orcko”: destino insigne Potosí. Grandeza en abandono, corazón de Bolivia Tristán Marof Adolfo Costa du Rels Ofrenda Kolla El grupo aimara y el Hombre nuevo de Bolivia El Secreto de los Andes Primer mensaje de Phanty-Aru a los bolivianos Segundo mensaje de Phanty-Aru a los bolivianos Tercero mensaje de Phanty-Aru a los bolivianos Cuarto mensaje de Phanty-Aru a los bolivianos Quinto mensaje de Phanty-Aru a los bolivianos 1 NACIONALISMO Y FUTURO POLITICO DE BOLIVIA El nacionalismo popular y revolucionario — dos vocablos que se explicitan por si mismos— resume la filosofía política de los bolivianos, y se eslabona por los gobiernos de Toro, Busch, Villarroel, Paz Estenssoro, Siles Zuazo, la Junta Militar de noviembre de 1964 al mes de agosto de 1966, Barrientos Ortuño y Banzer Suárez. Apesar de los desmanes y abusos de poder inevitables en un ciclo de grandes transformaciones sociales y económicas, se percibe una línea subyacente de inspiración cristiana y tendencia democrática en los últimos veinticinco años. O sea que la política no ha vulnerado el fondo ético del pueblo, por mucho que no hubiesen faltado los excesos de algunos mandones y sus turbas aleccionadas. La norma cristiana y la orientación democrática son inseparables del nacionalismo boliviano, si bien cabe reconocer que en los periodos críticos de mudanza y alteración ambas son desnaturalizadas transitoriamente, lo que ocurre en las fases agudas de la voluntad de poder desorbitada. Pero existen dos clases de nacionalismo: el europeo y el sudamericano y se hace preciso distinguir entre ambos. El nacionalismo europeo es de orden cerrado: racista, ávido de grandeza, agresivo, de raíz totalitaria, de impulso despótico, no vacila en llegar a la crueldad. Persigue y excluye todo lo que no se le subordina incondicionalmente. Encuentra su mejor expresión en el nazismo alemán, el facismo italiano y el comunismo ruso. Es la hipertrofia del mando y el abuso del poder. En el siglo XIX, el nacionalismo europeo se presenta democrático y revolucionario, satisface las ideas de libertad e independencia de los pueblos, pero en el siglo XX, influído por el voluntarismo de Schopenhauer, de Nietzsche, y de Spengler, se despoja de la cáscara nacional y se transforma en obsesión imperial. Se impone la primacía de la fuerza sobre la ética. Alguno de estos filósofos sostiene que la paz mundial no es lo más importante, sino el poder de una nación como esfuerzo de su voluntad, cosa más decisiva — afirma — que los ideales abstractos de verdad y justicia. Esa prédica de soberbia nacional condujo a las dos Hecatombes Mundiales de 1914 y de 1939, convirtiendo la idea nacionalista en imperialismo expansivo y despiadado. Muy otra cosa es el nacionalismo de tipo sudamericano, de orden abierto, generoso que recién lo estamos construyendo. Es defensivo, no agresivo. De esencia cristiana y humanista busca la defensa propia, un crecimiento acelerado, democrático de tendencia, revolucionario no por la violencia sino por el avance gradual a mejoras sociales y económicas. Es cuando cada pueblo aspira a bastarse a sí mismo sin renunciar por ello a la convivencia internacional. No busca la expansión territorial ni apoderarse de riquezas ajenas. Le bastan su contorno geográfico, satisfacer las necesidades de su población, defender sus riquezas naturales. Tolera las ideologías y admite la pluralidad de las formas políticas mientras no atentan contra la unidad del Estado Nacional. No se funda en los impulsos agresivos sino en los impulsos cooperadores del ser humano. Si el nacionalismo europeo es de tendencia vertical — cada nación quiere imponerse sobre las demás — el nacionalismo sudamericano tiene proyección horizontal: que todos respeten a todos y cada cual crezca sin temor y sin envidia. Parecería anacrónico que en nuestra época de vinculaciones políticas, integraciones económicas, y aproximaciones de orden social, el nacionalismo pueda mantener vigencia por mucho tiempo más. Pero no se olvide que si exceptuamos la vida de las urbes cosmopolitas, el transcurrir sudamericano en la mayor parte de su geografía habitada se mueve todavía bajo cánones del siglo XIX, se halla en considerable retraso en relación al ritmo vertiginoso de las sociedades nacionales avanzadas. En ese estado de indefensión, de retraso colectivo, de extrema dependencia de los mercados exteriores, se justifica que la filosofía nacionalista, que opone el espíritu nacional al ideal cosmopolita, constituya el instrumento salvador para afianzar el vigor político, atenuar la dependencia económica — si bien hoy todas las naciones y economías son interdependientes — y promover un desarrollo social equilibrado. Por el estado de atraso y dependencia en, que aun se halla sumida la América del Sur — y Bolivia dentro de ella — se valdrán por mucho tiempo todavía de la instrumentación nacionalista. Para avanzar más tarde a la Gran Patria Sudamericana, es preciso previamente, que cada Estado se desenvuelva y conforme en plenitud de soberanía y libertad para unificar sus grupos étnicos y articular sus fuerzas económicas. Debemos conquistar la personería nacional, vigorosa y definida, antes de pensar en lograr la integración continental. 2 El ritmo de crecimiento dentro del cual nos hallamos incluídos, exige pues el afianzamiento interior, es decir la idea nacional, como etapa previa al Estado homogéneo de estructura y coherente en sus actos que pueda gravitar con personalidad propia en el concierto internacional. La filosofía del nacionalismo supone el derecho de cada pueblo a darse y controlar su propio gobierno, a defender su territorio y sus riquezas naturales, a conducir su política externa e interna por su sola decisión, con arreglo al interés de su colectividad, a promover prioritariamente el bienestar y el progreso de sus hombres y mujeres. Combina — dice el tratadista Gettell — la soberanía con la revolución. O en otros términos: seamos, primero, nosotros mismos para alternar después con otros pueblos y naciones. * * * Desarrollar una personalidad nacional respaldada por un sistema orgánico de instituciones y mecanismos que afirmen al Estado sin menoscabo de la libertad y dignidad de sus ciudadanos. Esta es la suprema virtud del nacionalismo que no coerciona ni aplasta al individuo bajo el peso de la maquinaria estatal, como acontece en los totalitarismos de izquierda o de derecha. El nacionalismo sudamericano, en suma, es un impulso concertado y coordinado de la comunidad nacional, que conjunciona la conducción pública y la actividad privada para constituir un todo político y económico homogéneo en sus metas y en sus cursos de acción. Si la democracia es el gobierno por consentimiento, el nacionalismo es la disciplina espontánea con mira al bien común. Pero en esto de explicar las doctrinas políticas, conviene advertir que los textos no lo dicen todo, ni las ajenas experiencias se adaptan siempre al propio interés. Por mucho que la letra enseñe, siempre el espíritu va más lejos. He aquí por qué debemos mirar en nuestra propia realidad más que en la teorética de los sistemas en boga, y tratar de adecuar nuestro pensamiento político a las necesidades reales del pueblo y del medio geográfico en que vivimos. El Estado, sostiene otro tratadista moderno, es eterno, pero las formas de gobierno son variables y transitorias. Y es que sólo avanzan los pueblos capaces de soñarse a sí mismos, de pensar y de inventar, de buscar nuevos caminos para ordenar el sistema social que regule sus acciones. Es lógico que debemos tener en cuenta la experiencia milenaria de la humanidad, las enseñanzas de los textos clásicos, las teorías políticas vigentes, mas no está en ellas toda la clave del presente. Tenemos que mirar en torno, analizar cómo evolucionan Estado, Pueblo y Sociedad. Y de acuerdo a esas fuerzas en tensión, a esas realidades circundantes, a los modos peculiares que imponen la geografía y la etnia del país, buscar nuevos sistemas de ordenamiento político y social. Atrevámonos a plantear nuevos lineamientos prácticos que faciliten el natural desarrollo y la armoniosa integración de los bolivianos. Daré sólo dos ejemplos. El nacionalismo boliviano podría avanzar hacia un nuevo Estado político donde los sectores civiles y castrenses se integren y alternen en una sola unidad funcional y constructiva. El civil seguiría siendo civil y el militar, militar; pero ambos ya no se verían separados por la discriminación entre esos dos grandes estamentos sociales, como sucede actualmente, sino que tenderían a conformarse dentro de un sistema nacional que coordine la disciplina militar con la flexibilidad civil, y dentro del cual el nuevo ciudadano tenga algo de espartano y algo de ateniense pudiendo, servir a la Patria lo mismo con el brazo que con la mente. O sea que el militar pueda desempeñarse como político o administrador,
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