![El Castigo De Los Ángeles(C.1)](https://data.docslib.org/img/3a60ab92a6e30910dab9bd827208bcff-1.webp)
MARÍA VALLEJO-NÁGERA El castigo de los Ángeles ARGUMENTO: Clara vive a cien por hora. La impulsan tanto el éxito en su vida profesional, rodeada del glamour del mundo de la moda, como la facilidad para establecer nuevas relaciones sentimentales. Lleva siete años en Londres y todos los que la conocen creen que es una mujer afortunada… Todos menos ella misma, que sabe que su brillante carrera es, en el fondo, una huida. Pero ahora acaba de conocer a alguien a quien abrir su corazón, a quien contar su secreto. A su lado, Clara emprende el viaje más arriesgado pero también el más esperanzador de su vida. La autora inventa un personaje ficticio para meter en su piel la espantosa odisea que vivió durante un viaje a la antigua Yugoslavia, justo después de finalizar la guerra en dicho país. Los horrores de la guerra y los testimonios de los protagonistas impactaron profundamente a la autora, quien nunca anteriormente se había planteado lo que significaba un acto político de tan grandes dimensiones como lo es una guerra. El descubrimiento de la Fe católica a lo largo de este espinoso camino, es una constante entre las líneas de esta tremenda novela. SOBRE LA AUTORA María Vallejo-Nágera, (Madrid 1.964). Licenciada en Pedagogía por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su ascendente trayectoria en el mundo de las letras tras ser publicada su primera novela "El patio de los silencios", que quedó quinta entre las cuatrocientas novelas presentadas en el año 1999 al Premio Planeta. Con su octavo libro, la autora cambia su rumbo hacia el género infantil. Nuevamente esta escritora madrileña sorprende a la crítica literaria de este país y se encumbra como una de las mejores y más leídas autoras de España. Actualmente la autora trabaja en dos nuevas novelas que saldrán pronto a la luz. Reside en Madrid, está casada y es madre de tres hijos. PROLOGO El aviso. Nada parecía extraño. Los viñedos descansaban bajo el látigo castigador del verano, dejando que sus hojas verdes comenzaran a tornarse hacia el esperado color chocolate que tanto ansiaban los agricultores de Medjugorje. El silencio cargado del calor de la hora de la siesta se posaba sobre cada uno de los árboles rebosantes de fruta, acariciados de colores y aromas propios de la temporada, mientras que pegajosos insectos zumbones, ajenos al descanso de los habitantes del pequeño pueblo, molestaban a todos aquellos que se habían rendido al sueño de la tarde. Algunos viejos se reunieron según su costumbre en el bar de la pensión de Kata para contarse las mismas historias de siempre, ricas en chismes y calumnias de todo tipo, de los que no escapaba ningún jugador de bolos. En la parte oeste del pueblo, a unos metros de la iglesia, grupos de mujeres se refugiaban de los rayos bajo las sombras de parra de sus humildes porches para hacer calceta, labor con la que conseguían entretener las lánguidas horas azotadas por el espeso furor del sol de Herzegovina, en ese junio de 1981. Kata, la dueña de la pensión en la que se reunían los hombres, echaba de menos a sus amigas. - Hoy tampoco podré ir a charlar con Jadranka y Milka -se lamentaba-. Esta tarde tengo el bar de la pensión a rebosar con la panda de siempre, y Marco sigue durmiendo como un tronco. Vaya gandul está hecho desde que es abuelo… ¡Ay, cuando me harte de atender yo sola a tanto borrachín! Tras un rato de escuchar los mismos cuentos de siempre, decidió salir al porche de la entrada y olvidar sus penas hasta que los de dentro se cansaran de reír a carcajada limpia. - ¡Eh, Franjo! -dijo, alzando la voz al chico de catorce años que desde hacía unos meses le echaba una mano con los quehaceres del bar por un mísero sueldo-. Sigue tú atendiendo a los señores, que yo voy a tomar un poco el aire. Aquí hace demasiado calor. - Sí, patrona -contestó Franjo con una voz llena de gallos-. Tranquila, que ya están servidos… Kata salió arrastrando los pies de forma cansina y notando pinchazos en un juanete de su pie izquierdo, lo cual le recordó que debía descansar más, pues los años comenzaban a notarse y no era plan que Marco la dejara cada vez más tiempo atendiendo sola el negocio. - A mí también me gusta dormir -refunfuñaba mientras se sentaba en la silla de enea de su fresco porche tapizado de hiedra y parra-. Pero es un egoísta… Kata, haz esto, corre a limpiar lo otro, mira que yo estoy muy cansado… ¡Uf…, hombres!, no sirven para nada. Todo es comer y dormir. ¡Con las ganas que tengo de ir a ver un rato a Jadranka! Parece que hoy tampoco lo conseguiré. Cogió la calceta que había abandonado el día anterior sobre la mesa del porche, y comenzó a jugar con las afiladas agujas plateadas. Pronto las moscas comenzaron a hacerle compañía, posándose sobre el sudor de su frente. Kata dejó las agujas sobre la mesa y suspiró utilizando su propio aliento para secarse el sudor, que le resbalaba por el cuello y acababa colándose por sus abundantes pechos. Soñaba con la promesa de su esposo Marco -sin duda repetida demasiadas veces en los últimos meses- de colocarle unas aspas coloniales como esas que salían en las películas americanas de la televisión con las que Kata mataba el tiempo durante las noches de insomnio, cuando notó cierto movimiento a su izquierda. - ¡Buenas tardes, Kata! -oyó decir a sus espaldas. - ¡Oh!, ¡es usted, padre Jozo! -dijo al descubrir que el apuesto párroco del pueblo se detenía a los pies de la parra para saludarla de camino a la iglesia. - Buenas tardes tenga usted también. Aunque en vez de buenas, más bien tendríamos que deseárnoslas malas, porque una buena lluvia no sobraría para refrescar un poco este ambiente plagado de moscas. Kata se arrepintió casi de inmediato de lo que acababa de decir. Ahí estaba ella, con un suave y fino traje de algodón floreado hasta la rodilla, cuando frente a sus ojos había un pobre fraile achicharrado que soportaba el calor que le proporcionaba su grueso hábito marrón de franciscano. Grandes gotas de sudor le brillaban en la frente mientras inútilmente intentaba espantar un par de pegajosas moscas empeñadas en bañarse en él, con un pañuelo que, a la vista estaba, había vivido mejores tiempos. Sin embargo, Jozo Zovko -hombre querido y respetado por todo el pueblo por su alegre humildad- no se quejaba sino que, como era propio de él, ante la adversidad, rompió a reír llenando de carcajadas el porche de la pensión de la vieja Kata, hasta que pareció que sus risotadas iban a acabar por hacer temblar y hasta caer las uvas maduras de los colgantes tallos del techo. - No hay que pensar en el calor, Kata. Hay que concentrarse en soñar con el Polo Norte y rogar al cielo que no tarde demasiado en hacernos llegar su brisa. - ¡Ay, padre!, no recuerdo un verano tan pegajoso como éste desde que era niña. ¡Y de eso hace ya demasiado tiempo! Kata rió dejando al descubierto un único diente, y el padre sintió lástima por ella. Pobre Kata, siempre soñando con sus aspas coloniales, mientras Marco no hacía otra cosa que dormir como un tronco a todas horas, por no poder soportar con facilidad la ola de calor que durante los últimos veinte días ya había secado un par de pantanos en Herzegovina. - Además -prosiguió la sabia viejecilla-, con este calor no ocurre nada. Todo es aburrido y cotidiano, padre. Ya ve, a estas alturas debería tener todas las habitaciones llenas, pero sin embargo la pensión está medio vacía. Y es que, ¿quién va a querer venir a un pueblo tan pequeño y perdido por los montes de Herzegovina con este terrible azote de calor? "Me cuenta mi primo Davor que tiene su hostal hasta los topes en su pueblo, cerca de las cascadas de Jajce. - Bueno, Kata -comentó el padre Jozo con el único deseo de animarla-, también es muy agradable pasar un verano tranquilo. A mí me encanta Medjugorje en esta época del año. Hay paz y se respira tranquilidad por todos los rincones del pueblo. Los jóvenes se divierten sin grandes esfuerzos y nosotros, los adultos, podemos dormir tranquilos mientras no den guerra a todas horas. - ¡Cómo van a dar guerra, si están achicharrados! -rió Kata-. Fíjese, hasta mi sobrino, que es un loco del fútbol y todos los veranos organiza una liguilla entre los chavales del pueblo, no ha querido molestarse… Su madre anda preocupada, pues dice que no hace más que beber agua del pozo y dormir. - Mejor del pozo que de la botella, Kata -dijo el fraile, sonriendo. - Mejor, padre, mejor… No había terminado de decir la frase cuando Jaka, una mujer de Bijakovici, un pequeño conjunto de casas a los pies del monte Podbrdo, a cinco minutos de Medjugorje, dobló la esquina de la calle y a gran velocidad se abalanzó sobre los hombros del fraile, quien, aturdido por su actitud, estuvo a punto de caer sobre la vieja Kata. - ¡Pero, por el amor de Dios, criatura! -gritó ésta, levantándose de un salto y tirando su calceta al suelo-, ¡vaya susto que nos has dado! ¿Pero qué mosca te ha picado, mujer? Jaka Colo tenía una expresión angustiada y los ojos suplicantes, y era obvio que había llorado por los churretones que, aún frescos, se veían en sus mejillas. Se retiró unos pasos del franciscano para explicarle lo mejor que pudo lo que había hecho que abandonara sus quehaceres domésticos para salir en su desesperada búsqueda.
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