LLAA FFEE PPRREECCEEDDEE AALL MMIILLAAGGRROO Basado en discursos de Spencer W. Kimball http://Los-Atalayas.4shared.com/ 0 Comprender el evangelio, preocupación por la gente, amor por el Señor Jesucristo; esto forma el tema fundamental de La Fe Precede al Milagro. En tres décadas como Autoridad General, el presidente Kimball, duodécimo Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ha hablado decididamente a los miembros de la Iglesia, aconsejándoles acerca de los engaños de Satanás y señalando el viaje de regreso para aquellos que han cometido errores y anhelan reconciliarse con el Señor. Este libro está basado en algunos de sus sermones y mensajes, pero han sido editados y revisados en un estilo de lectura aunque conservando su básica expresión personal. Las temas reflejan una sincera preocupación en cuanto a cómo los miembros de la Iglesia pueden encontrar gozo y felicidad por medio de vivir los principos del Evangelio—incluyendo testimonio, revelación, matrimonio y la familia, la vida mortal, el arrepentimiento, la rectitud y la Iglesia restaurada. Cada mensaje es una importante y directa declaración de los principios del Evangelio. 1 CONTENIDO. Prefacio. 4 SECCIÓN UNO—EL TESTIMONIO Y LA REVELACIÓN. 1. La fe. - La fe precede al milagro. 11 2. El testimonio. - "Y no recibís nuestro testimonio" 17 3. La revelación. - la comunicación continua con Dios 21 4. Otros mundos. - Voces del espacio 37 5. El conocimiento de Dios. - Las cosas débiles del mundo 44 6. Un testimonio de Cristo. - Mi Redentor vive eternamente 50 7. La manifestación de Dios. - Se ve a Dios con los ojos espirituales 58 8. La muerte. - ¿Tragedia o destino? 65 SECCIÓN DOS—EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA. 9. La responsabilidad de los padres. - Represas de rectitud 74 10. El cuidado de la madre. - "¿Estás allí, madre?" 78 11. El matrimonio. - Juan antonio y Mana Isabel comienzan una nueva vida 84 12. La lealtad. - Líneas de comunicación 90 13. La fidelidad. - "Vuestros cónyuges ... y nadie más" 94 SECCIÓN TRES—LA MORALIDAD Y EL ARREPENTIMIENTO. 14. La castidad. - El amor en oposición a la lujuria 100 15. La modestia. - Nuestras propias normas 105 16. El arrepentimiento. - "Sed limpios" 111 17. El perdón. - "A menos que os arrepintáis ..." 121 SECCIÓN CUATRO—LA RECTITUD. 18. La oración. - "Elevad vuestras voces a los cielos" 128 19. La resistencia contra el mal. - "Vestios de toda la armadura de Dios" 135 20. Las bendiciones de la rectitud. - No en vano servimos al Señor 139 21. El autodominio. - El muérdago 142 22. La integridad. - "Tentación lazo" 146 23. La preparación. - Las diez vírgenes 155 24. La dedicación. - Vislumbres del cielo 161 25. La observancia del Día de Reposo. - Honrad el Día de Reposo 165 26. La Palabra de Sabiduría. - Tesoros de conocimiento escondidos 168 27. Los Diezmos. - "Dad ... a Dios" 173 2 SECCIÓN CINCO—LA IGLESIA RESTAURADA. 28. La tolerancia. - "Lo que Dios limpio" 180 29. La sumisión. - "Dar coces contra el aguijón" 185 30. La sucesión de la Presidencia de la Iglesia. - La necesidad de un profeta 189 31. Lo Restauración. - Y lo llamaron José 194 32. El Libro de Mormón. - Un libro de mensajes vitales 198 33. La promesa lamanita. - Los lamanitas y el evangelio 203 34. El futuro del lamanita. - Un mundo de transformación para Barry Begay 209 3 PREFACIO. A través de los años que mi memoria alcanza a recordar, no hay otra pregunta que se me haya hecho con más frecuencia que la de " ¿Cómo sigue tu padre? ", a la cual generalmente he respondido con los informes más recientes sobre su salud, agregando que "siempre continúa trabajando más arduamente que ninguna otra persona que yo haya conocido jamás". En este constante intercambio de impresiones, hay tres características de mi padre que suelen resaltar en mi mente. La primera es que es un hombre ampliamente conocido y amado por todos. A dondequiera que voy, las personas siempre me hablan de sus encuentros con él —su retención de nombres aún después de pasados muchos años de no tener contacto con ellas; su inmediata disposición de ponerse su ropa de trabajo para ir a ayudar a algún anfitrión a ordeñar vacas, por ejemplo; su fineza en escribir cartas personales a los padres de misioneros conocidos durante sus giras misionales; su generosidad de quitarse el abrigo para dárselo al más necesitado, y así muchas otras cosas similares. El cariño que le tienen y el hecho de que todos lo recuerden obedecen, pues, a la devoción de mi padre hacia la obra del Señor y al interés personal que muestra en cada individuo que conoce. La segunda característica es que, a pesar de que de hipocondríaco no tiene nada y de que sufre con invulnerable resistencia toda vicisitud, a través de su admirable y dinámica vida, ha padecido de tantas enfermedades, que el sólo enumerarlas causa que uno se conmueva —fiebre tifoidea, viruela, parálisis facial (de Bell), años de padecer de enfermedades de la piel, tales como furúnculos y ántrax, un grave ataque al corazón, cáncer en la garganta y consecuente pérdida de la mayoría de sus cuerdas vocales, recidiva del cáncer y correspondiente tratamiento a base de radiación, enfermedad cardíaca y consiguiente cirugía de corazón abierto para efectuar una corrección cardiovascular, y, más recientemente, repetición de la parálisis de Bell. No es de extrañarse, entonces, el porqué cuando las personas preguntan por mi padre, lo hagan generalmente para saber sobre su estado de salud. Sin embargo, a pesar de su historia médica y de su edad —77 años—, su estado físico es extraordinario. Ha sido durante un período de varios meses, desde abril de 1972, que ha recobrado sus fuerzas grandemente, después de tan delicada operación del corazón, cuya tasa de mortalidad es significativa entre los hombres de su edad. La tercera de sus características es su fenomenal capacidad de trabajo. Es un hombre que trabaja dura y eficazmente, y lo hace con una dedicación única. Desde que aceptó el llamamiento de Autoridad General, no ha escatimado esfuerzos para cumplir con sus asignaciones. Trabaja hasta extenuarse, pero así también se recupera con notable rapidez. Se puede decir con toda honestidad que mi padre posee manantiales de fuerza escondidos, de los cuales extrae ésta con tal regularidad y de una manera tan sustancial, que uno empieza a pensar, erróneamente, que son inagotables. A aquellos que no conocen su vida, tal vez les será de interés saber algunos datos básicos de su historia personal. Spencer W. Kimball nació en Salt Lake City, el 28 de marzo de 1895. Sus padres fueron Andrew y Olive Woolley Kimball. Siendo Spencer aún pequeño, su padre fue llamado como presidente de una estaca en Arizona, por lo que la familia se trasladó a vivir a Thatcher, Arizona. Mi padre trabajaba en la granja de la familia y también en una lechería de Globe, Arizona, durante todos los veranos, pues con ello ganaba el dinero para pagar sus estudios, habiéndose distinguido notablemente tanto en el área académica como en atletismo en la escuela secundaria. Sirvió una misión regular en los Estados Centrales (EUA). Interrumpió sus estudios universitarios a causa de un llamado al servicio militar durante la Primera Guerra Mundial, mas ésta terminó mientras él todavía esperaba ser reclutado. 4 En 1917, contrajo matrimonio con Camilla Eyring, cuya familia había sido desterrada de las colonias mormonas de México durante la Revolución Mexicana de 1912. Los Eyring vivían en Pima, Arizona, a pocos kilómetros de Thatcher. Mi padre trabajó primero como empleado de un banco y luego ayudó en la formación de una sociedad de seguros y bienes raíces. En la Iglesia lo llamaron como secretario de la estaca que presidía su padre. Cuando éste murió, lo llamaron a servir como consejero del nuevo presidente. En 1938, dividieron la estaca original y él se convirtió en el primer presidente de la nueva Estaca de Mount Graham, con sede en Safford y cuyos límites se extendían hasta El Paso, Texas, a 463 kilómetros de aquel lugar. Durante todos estos años de ardua labor invertidos en la formación de un negocio, en el cumplimiento de sus responsabilidades de dirección de aquella estaca de límites bastante desperdigados, y en la administración de una pequeña área de cultivo propiedad de la familia, mi padre todavía encontró tiempo y energía para dedicarse a los deportes (balónmano norteamericano especialmente) y para involucrarse en algunos asuntos de la comunidad. Aportó sus esfuerzos al programa de escultismo, sirvió en comités educacionales, trabajó en la Cámara de Comercio y presidió como gobernador de distrito del Club Rotario Internacional del lugar. A pesar de que nuestra familia no lo veía tan a menudo como otras familias probablemente veían a sus padres, jamás tuve un sentimiento de abandono, pues guardábamos una relación muy estrecha con él. Su llamamiento como miembro del Consejo de los Doce Apóstoles en 1943 fue una experiencia de sumo impacto para él, como lo debe ser también para todos los otros llamados a cumplir con tan seria responsabilidad. En su primer discurso de conferencia general, describió este evento culminante de su vida de la siguiente manera: El haber sido llamado a esta posición me llena de profunda humildad. Cuando se me ha preguntado si fue motivo de sorpresa para mí el recibir tal llamamiento, pienso que esa palabra se queda corta, pues fue verdaderamente motivo de perplejidad y, a la vez, un gran impacto. Es cierto que sí tuve un presentimiento de que algo así iba a suceder, pero fue mínimo. Cuando el presidente J. Reuben Clark me llamó por teléfono el 8 de julio, inmediatamente me asaltó un fuerte presentimiento de que esta vez algo así se acercaba. Sucedió que al llegar a casa ese mediodía, mi hijo acaba de contestar el teléfono, y al verme entrar me dijo: "Papi, te llaman de Salt Lake".
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