Roman Rolland

Roman Rolland

CCoollaass BBrreeuuggnnoonn RRoommaann RRoollllaanndd Digitalizado por http://www.librodot.com Librodot Colas Breugnon Romain Roland 2 ADVERTENCIA AL LECTOR Los lectores de Juan Cristóbal no esperaban seguramente este nuevo libro. No les sorprenderá más que a mí. Preparaba otras obras: un drama y una novela sobre temas contemporáneos y dentro de la atmósfera un poco trágica de Juan Cristóbal. Tuve que dejar abruptamente todas las notas que había tomado, las escenas preparadas para esta obra despreocupada en la que no pensaba el día antes... Es una reacción contra la opresión de diez años dentro de la armadura de Juan Cristóbal que, hecha en principio a mi medida, terminó por resultarme demasiado estrecha. Sentí una necesidad invencible de libre alegría gala, sí, hasta la irreverencia. Y al mismo tiempo, un regreso al suelo natal, que no había vuelto a ver desde mi juventud, me hizo retomar el contacto con mi tierra de la Borgoña nivernesa y despertó en mí un pasado que creía dormido para siempre, a todos los Colas Breugnon que llevo en mí. Tuve la necesidad de hablar por ellos. ¡Como si esos benditos charlatanes no hubieran hablado lo suficiente en vida! Aprovecharon que uno de sus nietos tenía el feliz privilegio de escribir (¡tan a menudo lo han envidiado!) para hacerme secretario. Fue inútil que me defendiera. -¡Bueno, abuelos, habéis tenido vuestro tiempo!, dejadme ahora hablar a mí. ¡A cada uno su turno! Contestaban: -Pequeño, hablarás cuando yo haya hablado. En primer lugar, no tienes nada interesante que contar. Siéntate, escucha y no pierdas palabra... ¡Vamos muchacho, haz esto por tus mayores! Ya lo verás más tarde, cuando estés donde estamos... Lo más penoso que tiene la muerte es el silencio... ¿Qué hacer? Debí ceder y escribí al dictado. Ahora está terminado y vuelvo a ser libre (al menos, así lo supongo). Voy a retomar el hilo de mis propios pensamientos, si a ninguno de mis viejos charlatanes se le ocurre volver a salir de su tumba para dictarme sus cartas a la posteridad. No me atrevo a pensar que la compañía de mi Colas Breugnon divertirá tanto a los lectores como al autor. Al menos, que acepten este libro como es, totalmente franco, rotundo, sin pretensión de transformar el mundo, ni de explicarlo, sin política, sin metafísica, un libro a la «buena francesa» que ríe de la vida porque la encuentra buena y se porta bien. En una palabra, como dice La Pucelle (era inevitable invocar su nombre encabezando un relato galo), amigos, «tomadlo de buen grado»... Mayo de 1914. 2 Librodot Librodot Colas Breugnon Romain Roland 3 I LA ALONDRA DE LA CANDELARIA 2 de febrero. ¡Bendito sea San Martín! Los negocios ya no marchan. Inútil deslomarse. He trabajado demasiado en mi vida. Tomemos un poco de respiro. Estoy frente a la mesa, con un jarro de vino a la derecha y el tintero a mi izquierda; un hermoso cuaderno nuevo abre los brazos delante de mí. ¡A tu salud, hijo, y hablemos! Abajo, mi mujer vocifera. Afuera sopla el cierzo y amenaza la guerra. Dejémoslo correr. ¡Qué alegría volver a encontrarse, pequeña mía, tripa mía, a solas los dos...! (porque a ti te hablo, coloradota, coloradota curiosa, riente, de larga nariz borgoñona ladeada, como un sombrero sobre la oreja...). Pero dime, te lo ruego, ¿qué placer especial siento de volver a verte, al inclinarme a solas sobre mi viejo rostro, al pasearme alegremente a través de sus surcos, y como del fondo de un pozo (¡maldito pozo!) de mi bodega, beber en mi corazón un trago de viejos recuerdos? Bueno es soñar, ¡pero, escribir lo que se sueña...! ¿Digo soñar? Tengo los ojos bien abiertos, grandes, con arrugas en las sienes, plácidos y burlones; ¡para otros los sueños vanos! Cuento lo que he visto, lo que he dicho y hecho... ¿No es una gran locura? ¿Para quién escribo? No, por cierto, para la gloria; no soy tonto, ¡sé cuánto valgo, gracias a Dios!... ¿Para mis nietos? ¿Qué quedará dentro de diez años de todos mis papeluchos? Mi mujer está celosa de ellos y quema todos los que encuentra... ¿Para quién, pues? ¡Pues para mí! Para nuestro placer. Si no escribo, reviento. No en vano soy el nieto del abuelo que no podía dormirse antes de anotar en el borde de la almohada el número de jarras bebidas y devueltas. Necesito conversar; y en Clamecy, en las justas de la lengua, no logro saciarme. Necesito desahogarme, como el que cortaba el pelo al rey Midas. Tengo la lengua demasiado larga; si me escuchan, me huele a chamusquina. ¡Demonios, tanto peor! Si no arriesgáramos algo, moriríamos de aburrimiento. Me gusta, como a nuestros grandes bueyes blancos, rumiar por la noche las cosas del día. Está bien tantear, palpar y sobar todo lo pensado, observado, cosechado; paladear, degustar, saborear, dejar que se deshaga en la lengua, deglutir lentamente deleitándose con lo que no se tuvo tiempo de degustar en paz por el apresuramiento de atraparlo al vuelo. Está bien dar la vuelta a nuestro pequeño universo, decirse: «Es mío. Aquí soy dueño y señor. Ni la frialdad ni las heladas pesan sobre él. Ni rey, ni papa, ni guerras. Ni mi vieja gruñona...». Hora es de que recuente un poco este universo. En primer lugar, me tengo a mí -es lo mejor de este negocio-, me tengo a mí, Colas Breugnon, buen hombre, borgoñón, redondo de tipo y de tripa, pasada la primera juventud: cincuenta años bien cumplidos, pero fornido, con los dientes sanos, la mirada fresca como una lechuga, y el pelo bien agarrado al cuero, aunque canoso. No os diré que no me gustaría más rubio ni que si me ofrecierais retroceder, volver a los veinte años o a los treinta, haría ascos. Pero, después de todo, ¡diez lustros es una buena cosa! Burlaos, jovenzuelos. No llega el que quiere. Creedme que no es una tontería, en estos tiempos, haber paseado la piel por los caminos de Francia durante cincuenta años... ¡Por Dios! Cuánto sol y lluvia han caído sobre nuestros hombros, amiga mía. ¡Nos han cocido, recocido y vuelto a lavar! En este viejo saco curtido hemos hecho entrar placeres y penas, malicias, gracias, experiencias y locuras, la paja y el trigo, higos y uvas, frutos verdes, frutos dulces, rosas y escaramujos, cosas vistas y leídas, y sabidas, y habidas, vividas. Todo esto, amontonado desordenadamente en nuestro morral. ¡Qué divertido hurgar en 3 Librodot Librodot Colas Breugnon Romain Roland 4 él...! ¡Alto, Colas! Hurgaremos mañana. Si empiezo hoy, no terminaría... Por el momento, hagamos un inventario breve de todas las mercancías de las que soy propietario. Tengo una casa, una mujer, cuatro hijos, una hija casada (¡alabado sea Dios!), un yerno (¡bien se lo gana!), dieciocho nietos, un asno gris, un perro, seis pollos y un cerdo. ¡O sea que soy rico! Ajustémonos las antiparras con el fin de mirar más de cerca nuestros tesoros. De los últimos, a decir verdad, sólo hablo de memoria. Han pasado las guerras, los soldados, los enemigos y también los amigos. El cerdo está en salazón, el asno está extenuado, la bodega bebida, el gallinero desplumado. ¡Pero la mujer, por Cristo, la mujer sí la tengo! Escuchadla berrear. Imposible olvidar mi felicidad: ¡es mío, es mío el hermoso pájaro, soy su poseedor! ¡Gran pillo de Breugnon! Todo el mundo te envidia... Señores, no tenéis nada que decir. ¡Si alguno quiere llevársela...! Una mujer ahorradora, activa, sobria, honesta; en fin, llena de virtudes (esto apenas la alimenta y, yo, pecador, lo confieso, más que siete virtudes magras prefiero un pecado rollizo... Vamos, seamos virtuosos a falta de algo mejor; así lo quiere Dios)... ¡Ay!, cómo se afana nuestra María falta de gracia col,- mando la casa con su cuerpo enflaquecido, huroneando, trepando, rechinando, refunfuñando, gruñendo, regañando, del sótano al granero, quitando el polvo y la tranquilidad. Hace casi treinta años que nos casamos. ¡El diablo sabe por qué! Yo amaba a otra, que se burlaba de mí; y ella me amaba a mí, que no la amaba en absoluto. En esa época era una morena pequeña y pálida, cuyas duras pupilas me habrían comido vivo y ardían como dos gotas de agua que roen el acero. Ella me amaba, me amaba, hasta morir de amor. A fuerza de perseguirme (¡qué tontos son los hombres!), un poco por piedad, un poco por vanidad, bastante por cansancio, para (¡lindo medio!) liberarme de esa obsesión, me convertí (¡de perdidos, al río!), me convertí en su marido. Y ella, la dulce criatura, se venga. ¿De qué? De haberme amado. Me hace rabiar o, al menos, lo querría; pero no hay peligro: me gusta demasiado mi descanso y no soy tan tonto como para prepararme un lecho de melancolía por unas palabras. Cuando llueve, dejo llover. Cuando truena, canto. Cuando grita, río. ¿Por qué no iba a gritar? ¿Tendría yo la pretensión de impedírselo a esta mujer? No quiero su muerte. Donde hay mujer no hay silencio. Que ella cante su canción; yo canto la mía. Con tal de que se preocupe de no cerrarme el pico (y se cuida muy bien de hacerlo, ya sabe qué le costaría), el suyo puede gorjear: cada uno tiene su música. Por lo demás, estén o no afinados nuestros instrumentos, no por eso hemos dejado de ejecutar algunos pasajes muy hermosos: una hija y cuatro muchachos. Todos fuertes, bien formados: no ahorré tela ni oficio. Sin embargo, de la nidada, a la única que le reconozco totalmente mi fibra es a mi bribonzuela de Martine, mi hija, la pícara. Trabajo me dio para llegar sin naufragio al puerto del matrimonio..

View Full Text

Details

  • File Type
    pdf
  • Upload Time
    -
  • Content Languages
    English
  • Upload User
    Anonymous/Not logged-in
  • File Pages
    110 Page
  • File Size
    -

Download

Channel Download Status
Express Download Enable

Copyright

We respect the copyrights and intellectual property rights of all users. All uploaded documents are either original works of the uploader or authorized works of the rightful owners.

  • Not to be reproduced or distributed without explicit permission.
  • Not used for commercial purposes outside of approved use cases.
  • Not used to infringe on the rights of the original creators.
  • If you believe any content infringes your copyright, please contact us immediately.

Support

For help with questions, suggestions, or problems, please contact us