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Image not found or type unknown www.juventudrebelde.cu ¿Qué se hizo de...? (II) Presidentes cubanos en la neocolonia: historias tras el adiós (I) Publicado: Domingo 19 julio 2009 | 12:51:56 am. Publicado por: Juventud Rebelde Continuamos hoy la historia a la que se dio comienzo la semana anterior. ¿Qué hicieron los presidentes cubanos, cómo fue su vida, luego de que abandonaron el poder? En la página pasada hablamos sobre Estrada Palma, José Miguel Gómez y Mario García Menocal. Toca ahora el turno a los restantes. El licenciado Alfredo Zayas y Alfonso sustituyó a Menocal en 1921. Su llegada al poder fue fruto de una larga paciencia. Su gobierno transcurrió en una crisis permanente que él supo superar con inteligencia y astucia. Debió hacer malabares para no ser arrollado por la ola cada vez más alta de la inconformidad popular. Sofocó la insurrección del Movimiento de Veteranos y Patriotas sin disparar un tiro. Le bastó la libreta de cheques que llevaba en el bolsillo cuando visitó el campo enemigo. Tuvo la precaución de hacerse erigir una estatua en vida y la develó antes de salir de Palacio. Se retiró entonces a la vida privada. Murió en su casa del Vedado, el 11 de abril de 1934. No llegó a escribir la historia de Cuba por la que la República le pagó 500 pesos mensuales desde 1913. Su viuda, María Jaén, donó al Archivo Nacional la valiosa papelería que el ex presidente había ido acumulando como historiador oficial. Ni un minuto menos El 11 de agosto de 1933, el general Gerardo Machado solicitó licencia al Congreso de la República y al día siguiente salió del país en avión con destino a Nassau. Llevaba un extraño equipaje: ocho saquitos de lona, pesaditos. En ellos iba su platurria, en oro. La que pudo llevar consigo. Era mucho lo que había tenido que dejar en Cuba. La caja de seguridad que su esposa Elvira tenía en un banco habanero fue sellada y confiscada por orden del presidente Grau: contenía joyas y un millón de pesos en efectivo. Eso es un robo, declaró el ex presidente al conocer la noticia, y sobornando a una comisión de insobornables, a los que untó con 150 000 pesos, pudo salvar el medio millón que, a su nombre, guardaba en otro banco. Mientras la prensa cubana hablaba sobre su fabulosa fortuna, Machado, al igual que después haría Batista, no se cansaba de proclamar su pobreza. Así recibió en una ocasión un sobre lacrado. Ordenó que lo abrieran. Contenía una nota: Como hemos sabido que está usted tan pobre, sírvase aceptarnos esta modesta ayuda. La ayuda era de un centavo. Machado pasó poco tiempo en Nassau. A comienzos de septiembre estaba en Toronto, Canadá, y viajó después a los EE.UU., donde ya habían encontrado refugio muchos de sus seguidores. El Gobierno cubano solicitó la extradición de todos ellos y aunque Washington en definitiva no los devolvió, pareció en un primer momento que daría una respuesta favorable al pedido y dispuso la tramitación de los expedientes de extradición de Machado y del ex general Alberto Herrera, jefe del Ejército desde 1922 a 1933, que lo sustituyó en la presidencia. Un grupo de policías apareció en la casa de Machado en Nueva York para llevarlo detenido. Pero el ex dictador, después de recibirlos y asegurarles que la persona que buscaban no estaba en casa, se les escurrió delante de las narices, como un vulgar ratero. No paró hasta el puerto. Allí alquiló un barquito que lo condujo a la República Dominicana, al amparo de Trujillo. Orestes Ferrara, que había sido su embajador en Washington y su secretario de Estado y tenía vinculaciones estrechas con grandes monopolios norteamericanos, como el de los teléfonos y el telégrafo (ITT), insistió en que Machado se presentara a juicio migratorio. En un rapto repentino de antiimperialismo, Ferrara quería aprovechar el proceso para denunciar la injerencia de los EE.UU. en los asuntos internos de Cuba. Machado no accedió. Le dijo: «Yo no hablo inglés, no sé de leyes, no soy orador ni conozco bien estos asuntos internacionales». Mientras estuvo en Cuba el tirano repetía que no abandonaría la presidencia hasta el 20 de mayo de 1935, a las 12, y añadía: Ni un minuto menos. Ese día casualmente lo sorprendió en París. Temprano en la mañana hizo declaraciones a la prensa. Quisieron conocer los periodistas sus opiniones sobre la situación cubana. Rehuyó Machado las respuestas. Llevaba ya casi dos años en el exilio, pero aún no eran las 12 del día y seguía considerándose el presidente de la República de Cuba. Murió en Miami el 29 de marzo de 1939, durante la intervención quirúrgica a la que lo sometía su médico de cabecera, el doctor Ricardo Núñez Portuondo. Tránsito fugaz El general Herrera, sustituto de Machado, no pudo cogerle el gusto a la presidencia. Era un producto de la mediación, pero los militares no lo quisieron. Estuvo en el cargo menos de 24 horas, tiempo suficiente para nombrar a Carlos Manuel de Céspedes como secretario de Estado y por tanto su sustituto, en virtud de la reforma constitucional de 1928, que abolió el puesto de vicepresidente. Ya fuera del poder, se escondió en el Hotel Nacional y, amparado por el embajador norteamericano, logró salir en barco del país, en compañía de su familia. En los EE.UU. se sometió a juicio migratorio y ganó la pelea. Regresó a la Isla pocos años más tarde. Murió en La Habana, en 1954. Veintitrés días estuvo en la presidencia Carlos Manuel de Céspedes. Lo derrocó el golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933 y salió de Palacio sin renunciar. A su casa de la esquina de M y 23 fue a buscarlo un emisario de los oficiales amotinados en el Hotel Nacional contra el gobierno de Grau. Le pedían que reasumiera la presidencia en ese establecimiento hotelero y emitiera sus decretos a través de la radio. Era una jugada del oculista Horacio Ferrer para hacer ver que existían dos gobiernos en Cuba y presionar a Washington para que interviniera militarmente en la Isla. Carlos Manuel no se prestó a esos propósitos. Dijo: Por mí no se derramará sangre cubana ni habrá intervención extranjera. En enero del 34, el presidente Carlos Mendieta lo nombró embajador en Madrid y en ese mismo año asumió la representación de Cuba en la Asamblea Extraordinaria de la Sociedad de Naciones, reunida en Ginebra. En 1935 regresó a La Habana a fin de preparar su candidatura a la presidencia por un raquítico Partido Centrista. Falto de calor popular, desistió de sus propósitos y volvió a la vida diplomática. En mayo del 37 renunció a su embajada, pero, siempre con rango de embajador, se le designó asesor técnico de la Secretaría de Estado y, poco después, juez del Tribunal de Arbitraje. Perteneció a la Academia de la Historia y dio a conocer algunos libros interesantes, como las biografías de su padre y su tío, el mayor general Manuel de Quesada. Dejó inédita una obra sobre su tránsito fugaz por la presidencia. Murió en La Habana el 27 de marzo de 1939. Nos vamos, pero volveremos Debiera ahora referirme a Ramón Grau San Martín, que ocupó la presidencia, en un primer período, entre septiembre de 1933 y enero de 1934. Nos vamos ahora, pero ya volveremos, dijo Grau entonces y en efecto volvió al poder en 1944. Lo dejaremos para después. Al gobierno de Grau siguió el breve mandato del ingeniero Carlos Hevia, entre el 14 y el 17 de enero de 1934. El coronel Batista, que obligó a Grau a renunciar, tampoco quería a Hevia. El graduado de Anápolis también renunció y abandonó la mansión del ejecutivo sin esperar a su sustituto. Dejó acéfala a la República. Hubo que sacar de la cama a Manuel Márquez Sterling, que a esa hora dormía a pierna suelta en el Hotel Nacional, para que, en su carácter de secretario de Estado, asumiera la primera magistratura. La Habana estaba a oscuras y en la habitación 412 del mismo hotel, don Manuel, que es uno de los grandes periodistas cubanos de todos los tiempos, prestó juramento a la luz de una vela y volvió a acostarse a dormir. Es el mandatario más breve que tuvo Cuba. Solo seis horas, entre las seis de la mañana y el mediodía del 18 de enero, el tiempo necesario para traspasar el cargo a Carlos Mendieta, que gozaba del apoyo de Batista. Márquez Sterling murió de un ataque de asma, en Washington, donde era embajador, pocos meses después de su paso por la presidencia. Hevia estuvo entre los fundadores del Partido Auténtico y la persecución policial lo obligó a salir de Cuba. En los días de la II Guerra Mundial, su antiguo persecutor, el ya presidente Batista, lo designó para que organizara y dirigiera la Oficina de Regulación de Precios y Abastecimientos. Salió de la ORPA cuando comprendió que sus honestos esfuerzos no bastaban para impedir la bolsa negra y la especulación, con los que no transigía. Volvió a la vida privada. Fue presidente de la cervecería Modelo (Hatuey) hasta que Carlos Prío lo designó ministro de Estado en 1948. Más tarde, como presidente de la Comisión de Fomento y ministro de Obras Públicas, su honestidad volvió a ponerse a prueba y salió airoso. Hevia debió concurrir a las elecciones del 1ro. de junio de 1952 como candidato a la presidencia por una coalición conformada por los auténticos, los republicanos, los liberales y los demócratas, además del Partido de la Cubanidad del ex presidente Grau. Impidió Batista, con el golpe de Estado, la celebración de esos comicios y Hevia volvió a partir al extranjero.

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