V VVEERRIITTASAS Bienaventurados los que tienen el corazón puro Carta Pastoral sobre la dignidad de la persona human y los peligros de la pornografía Obispo Robert W. Finn La Serie Veritas está dedicada a Padre Michael J. McGivney (1852-1890), sacerdote de Jesucristo y fundador de los Caballeros de Colón. Caballeros de Colón presenta La Serie Veritas “Proclamando la fe en el Tercer Milenio” Bienaventurados los que tienen el corazón puro Carta Pastoral sobre la dignidad de la persona humana y los peligros de la pornografía Obispo Robert W. Finn Diócesis d Kansas City, St. Joseph Kansas City, Missouri 21 de febrero de 2007 Editor Damian Lenshek Editor General Padre Juan-Diego Brunetta, OP Servicio de Información Católica Consejo Supremo de los Caballeros de Colón © Copyright Diócesis de Kansas City – St. Joseph, 2007. Todos los derechos reservados. Impresa con autorización. Este folleto no puede ser reproducido o transmitido ni total ni parcialmente en ninguna forma ni en ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones ni registrado por ningún sistema de recuperación de información sin la autorización escrita del editor. Escriba a: Catholic Information Service Knights of Columbus Supreme Council PO Box 1971 New Haven, CT 06521-1971 www.kofc.org/sic [email protected] 203-752-4267 800-735-4605 fax Impreso en Estados Unidos de América ÍNDICE INTRODUCCIÓN .......................................................................5 CAPÍTULO I. LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA...............7 CAPÍTULO II. EL PROBLEMA DE LA PORNOGRAFÍA ..................13 CAPÍTULO III. LA RESPUESTA ANTE EL PROBLEMA ..................23 CONCLUSIÓN .........................................................................40 APÉNDICE I: ORACIONES........................................................42 APÉNDICE II. ALGUNOS RECURSOS..........................................45 LECTURAS .............................................................................47 ACERCA DEL AUTOR ..............................................................48 INTRODUCCIÓN Al clero, a los religiosos y a los laicos creyentes de la Diócesis de Kansas City – St. Joseph y a todas las personas de buena voluntad: Bienaventurados los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios (Mateo 5,8): una forma de discipulado. En las bienaventuranzas Jesús nos ofrece un modelo perfecto para vivir como auténticos cristianos. Incluso más que los Diez Mandamientos, constituyen los estatutos del llamado de moral elevada que Cristo impone a sus discípulos. Bienaventurados los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Tan solo este verso de las Bienaventuranzas nos ofrece el más sublime punto de partida para nuestra reflexión. Nos habla acerca de Dios, de nosotros y de nuestro fin último. Un corazón puro es “bienaventurado” o “feliz”. El plan de Dios para nuestro bienestar eterno consiste en que podamos verlo y estar por siempre con Él en el cielo. El Antiguo Testamento enseña que para acercarse a Dios se requiere esta pureza. “¿Quién podría subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y el corazón puro; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente” (Salmos 24, 3-4). Ser puro de corazón implica que nuestro amor se dirija totalmente al bien del otro. Tenemos “un solo corazón” y nuestro amor no puede dividirse. El primer y más importante mandamiento de Israel es amar a Dios con todo el corazón, toda el alma, todo el espíritu, con toda la fuerza (Deuteronomio 6, 4-5). Y de manera definitiva Jesús agregó que también debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12, 29-31). Este amor puro – por exigente que sea – es el elevado destino al que somos llamados como hijos de nuestro Padre. ¿Es posible satisfacer un amor así? Sí, es posible porque Dios nos amó primero (1 Juan 4,10). Como discípulos de -5- Jesucristo, estamos llamados a la felicidad proveniente de un corazón limpio y entero. La pornografía: una epidemia que ataca la dignidad humana. Para este amor cristiano, diariamente existen retos. Durante algunos meses, representantes de nuestra diócesis han trabajado con líderes de otras tradiciones de fe para enfrentar el serio peligro que representa el continuo aumento de la pornografía en nuestra cultura. La pornografía no es nueva, pero se ha convertido en una especie de plaga en nuestra sociedad que alcanza proporciones de epidemia. Se ha propagado más que nunca. Más allá de las revistas, se está propagando mediante Internet y la televisión, películas y videos y ahora, mediante teléfonos celulares y aparatos portátiles, muchos de los cuales están al alcance de niños y jóvenes. La pornografía se ha convertido en el entretenimiento secreto de mucha gente de todas las edades, de diferentes medios de vida y situaciones económicas. La pornografía en Internet es quizás la adicción de mayor crecimiento en el mundo. La pornografía corrompe la belleza del amor íntimo propio del matrimonio, presenta imágenes del cuerpo y actos sexuales para un placer perverso, considera a las demás personas como objetos para ser usadas, manipuladas y vendidas. Se trata de una industria multimillonaria que eclipsa la cantidad de dinero que producen los deportes profesionales (cf. Capítulo II más adelante). De este modo la pornografía distorsiona el debido significado y propósito de nuestra sexualidad y causa graves daños a la dignidad de sus participantes (actores, vendedores, consumidores).1 La pornografía es un pecado grave contra la castidad y la dignidad de la persona humana. Nos despoja de la gracia santificadora, nos aleja de la visión de Dios y de la bondad de los demás y nos deja espiritualmente vacíos. La atracción por la pornografía y sus placeres 1 Catecismo de la Iglesia Católica, 2354 (en adelante Catecismo) -6- es un falso “amor” que nos lleva a una soledad y un aislamiento emocionales cada vez mayores y al ulterior acto sexual consigo mismo y con otros. Depende de la explotación de las personas: frecuentemente el desesperado o el pobre, o el joven inocente. La pornografía ha llevado a algunos a perder su trabajo, su matrimonio y su familia. Los traficantes de pornografía infantil pueden terminar en prisión. Con frecuencia ha estado asociada con los actos de violencia y abuso sexual y ha contribuidos a ellos. En esta carta pastoral, deseo hacer un llamado a todos ustedes, como miembros del Cuerpo de Cristo redimidos por su amor, para que reflexionen sobre los peligros de la pornografía en nuestra sociedad. Veremos cómo la pornografía es una seria afrenta a nuestra dignidad humana. Compartiré con ustedes algunas estrategias para enfrentar este problema. Los exhorto a unirse conmigo al esfuerzo diocesano para combatir esta plaga comprometiéndonos a nosotros mismos y a nuestras familias a la pureza y la castidad. De este modo viviremos más plenamente como discípulos de Cristo, creciendo día con día en la libertad de los hijos de Dios. Bienaventurados los que tengan el corazón puro, porque verán a Dios. CAPÍTULO I: LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. (Génesis 1,26): El respeto que se debe a la persona humana tiene su origen en Dios. Como seres humanos estamos creados a la imagen y semejanza de Dios. La dignidad y el respeto que se deben a toda persona humana no provienen de ningún grupo de personas y tampoco los otorga un gobierno. Nuestra dignidad no depende de lo que poseemos o incluso de lo que hacemos. No podemos comprarla o venderla. La dignidad y el valor provienen de Dios como un don total e invaluable. ¿Cómo somos semejantes a Dios? Tenemos un alma inmortal y nuestro destino es vivir eternamente con Dios en el cielo. Somos -7- llamados a ser tan santos como lo es Dios y, a través de Jesucristo y su Iglesia, podemos recibir los medios para lograr la santidad. Al igual que Dios, poseemos una naturaleza racional, la capacidad de razonar. Sin embargo, no solo en razón encontramos en nuestro interior la imagen divina. Somos como Dios porque somos capaces de amar. Podemos hacer el don de nosotros mismos a otra persona. Han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos. (1 Corintios 6,20): Nueva vida en Cristo. Incluso cuando a través del pecado el hombre había caído y había herido seriamente el don de nuestra dignidad, Dios siguió amándonos y nos envió a un Redentor. Fuimos comprados, ¡y a un gran precio! La vida humana fue recibida y elevada en la Encarnación. Con la llegada de Cristo, “en la carne”, Dios se unió de algún modo a toda persona humana.2 En la Pascua o el Misterio Pascual, el paso de Jesús por la muerte hasta la Resurrección y la nueva vida obtuvo una victoria definitiva en nuestro beneficio y estableció para nosotros la esperanza de la vida eterna en el cielo. A través del Bautismo, compartimos la vida de Dios mediante una divina adopción. En este primer sacramento, nuestra purificación se lleva a cabo en el eficaz signo del agua que fluye y da vida. Dios ha reestablecido nuestro valor eterno. Cada uno de nosotros enfrenta el desafío: “¡Hijo de Dios, conviértete plenamente en quien eres!”. ¿Somos dignos de que muera por nosotros? ¿Somos dignos de que lo crucifiquen por nosotros? La respuesta de Dios es sí. Nosotros debemos preguntarnos: “¿Dios es digno de que vivamos por Él? Pero desde el principio de la creación, “Dios los hizo hombre y mujer”. (Marcos 10,6): La dignidad de la sexualidad humana. La dignidad de la persona humana incluye nuestra sexualidad. Nuestra sexualidad es más que nuestro género. Es parte de nuestra 2 Gaudium et Spes, no. 22. Documentos del Concilio Vaticano Segundo. -8- persona. Nos da la capacidad de conectarnos y entregarnos en amor a otra persona. Nuestra sexualidad humana es un medio importante por el que podemos compartir en el amor y la creatividad de Dios. En el matrimonio, un hombre y una mujer son invitados a establecer de manera completa, exclusiva y para toda la vida una unión de dos individuos como uno solo.
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