La Vida Desnuda

La Vida Desnuda

ROSA MONTERO La vida desnuda Una mirada apasionada sobre nuestro mundo © 1994, Rosa Montero Fotografía de portada: © Violeta de Lama Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la la autora. Índice El más acá Infalible Madres Diablos Sueños Los señores de la muerte El alma de las fotos Suerte Ayer Vidas propias y ajenas El lenguaje del cuerpo El más acá Cosas de la vida El horror Truculencias Tratamiento de choque Oposiciones Mendigos McDonald’s Coba San Teleco Formas Fiesta Gitanos 7.000 La fuerza del deseo El corazón del Norte Éxito Tarjetas Corrupción Violencia Nosotras Un cadáver secundario Selenita María Rosa y las sardinas La libertad en la barriga Porla Erotismo Violaciones Parricida Para ellos Espejo roto La viuda errante Desirée Nombres propios Estragos Pinochet Bokassa Memoria Dragones San Mario Amor y desamor Nomenclaturas Corazón El gran amor Malentendidos Parejas Ellos El desamor Los otros mundos «Vis-à-vis» Gitanos Maña «Lucy» Odio Eclipse Pobres El poder de los viajes Negritud La felicidad Mi perra no me habla Invisibles Impostores Madrid Vencer a la Invencible Nutrir y matar Mentiras y máscaras Los otros mundos En el fin del milenio Cuando la Renfe se cree lo que dicen sus anuncios La calle del Jazmín La calle Hijos Turba Marginado Milagro Calambre Europa El «topo» Papeles Basuras La luz de la memoria Indios Gaia Padres 500 Tn Nada Dolor de corazón Encuestas indecentes Consternación Los cuarenta Seducción Mujeres guerreras «Zapping» La gloria del sexo Nosotras y ellos El más acá Infalible Ni siquiera oveja, sino cabra, cabra descarriada es lo que soy, y, en mi extravío entre las jaras terrenales, hay un enigma de fe que, últimamente, me tiene preocupada hasta la médula: el Papa, dice el dogma, es infalible. Una curiosidad sin duda atea me llena la cabeza de preguntas: ¿cuánto abarca esta infalibilidad papal, esta precisión hija de la ciencia angélica? ¿Es infalible el Sumo Pontífice desde que se levanta hasta el momento de dormirse o, por el contrario, se trata de un fenómeno con alzas y con bajas, un don que viene y que se va, al pálpito secreto de la fe? ¿Es infalible el Papa en todos los juicios que formula, desde un banal pronóstico de lluvias, por ejemplo, hasta un delicado y finísimo anatema? La pura lógica (que es por otra parte fuente de fatales errores, como bien nos explica la Santa Madre Iglesia) me hace pensar que no, que la infalibilidad no es un continuo, que se aplica sólo en cuestiones doctrinales. Ahora bien, en este caso, ¿quién decide dónde empieza y dónde acaba la doctrina? Algunos temas están claros, como, es un decir, la Trinidad. Discutir si hay tres divinidades o una es sin duda el campo idóneo para la aplicación de lo infalible, aunque haya sido éste, el trinitario, un problema que le ha costado muchos cismas y muchos años de debate a la Iglesia (o sea, que tampoco lo tenían claro). Pero cuando el Papa aborda un tema de política terrenal perecedera ¿está divinamente protegido del error? Cuando dice que la guerrilla salvadoreña provocó la muerte del arzobispo Óscar Romero, ¿quién se confundió, el Pontífice o el traductor de su discurso? Doscientos intelectuales cristianos italianos criticaron la actitud del Papa en Nicaragua. ¿Pudo equivocarse Juan Pablo II en el enjuiciamiento que ha hecho con sus gestos, con sus actitudes, de la situación política concreta, o la infalibilidad se manifiesta siempre que el Pontífice lo quiere y necesita, sea o no un tema doctrinario? ¿Es infalible la infalibilidad? Fue en el Concilio Vaticano I, en 1870, cuando se estableció el dogma de la infalibilidad. Los papas anteriores ¿se equivocaban, eran un poco más humanos? Pregunto y pregunto y seguramente abundo en el error y en el pecado: es natural, yo no dispongo de un dogma que me ampare. (20-3-83) Madres Detrás de los niños desnutridos y desdeñados siempre hay una madre. Los casos aparecen en la prensa con progresión geométrica, cada vez más frecuentes, más horribles. Bebés rotos a golpes y abandonos, criaturas espectrales que lo único que conocen del vivir es la tortura. Víctimas mudas incapaces de explicar lo sucedido y cuyo sufrimiento sólo se adivina, como un vértigo, a través de las huellas del tormento o del vago testimonio de un vecino: meses de llantos desolados, gemidos que horadan las paredes, ruidos de golpes. Y niños descarnados, de cabezas inmensas, devorados por la soledad y los piojos, con la piel roída por metódicas llagas, por la brasa de un cigarro y por la infamia. Esa piel que hubiera debido ser de nata y oler a polvos de talco y caramelo. Resulta aterrador que en cuerpos tan breves pueda caber tamaño infierno. Pues bien, detrás de todo esto está siempre una madre. Es de las madres de quienes hablan acusadoramente los periódicos; es a las madres a quienes la policía busca y detiene; son las madres quienes se han hecho cargo de la vida y suplicio de sus niños. Es a ellas, en fin, a quienes pedimos cuentas del espanto. La sociedad sufre un espasmo de conciencia ante estos casos: nos brincan las entrañas brevemente. Pero después condenamos a la madre y olvidamos. Olvidamos que la atrocidad y la miseria empiezan en ellas. Que todas arrastran tras de sí múltiples hijos que los diversos padres se sacudido de encima sin problemas. Y que muchas de ellas, al ser descubiertas, han llorado y clamado por sus críos: así de hondo es el imperativo social que les obliga a ser por siempre madres, así de patológico y terrible es su destino. NO intento justificar sus actos: intento comprender lo que sucede. Desentrañar en qué podrida raíz de lo que somos se alimenta esta trastienda infanticida. Aquí estamos, castigando el aborto y hablando de la anticoncepción entre susurros, instalados en una sociedad paridora e hipócritamente ultracatólica, en un mundo sexista y cruel que hace de la maternidad un desatino. Aquí estamos, en fin, crucificando niños: (24-5-86) Diablos El demonio está de moda. Lucifer está de nuevo entre nosotros con sus posaderas de cabrito. La cosa comenzó en los setenta, con el auge de El exorcista y otras películas. Aquellos filmes eran como malas novelas del Averno, una avanzadilla populista. Pero ahora el tema ha alcanzado ya las cotas de la gran literatura, esto es, de la narrativa eclesiástica oficial, y el mismísimo Wojtyla se ha explayado hablando del diablo. Y no es eso todo: al parecer, cada día aumenta la demanda de exorcismos. Satán asoma su hocico carmesí por todas partes. Ahí está, por ejemplo, una escritora de la talla y sensibilidad social de Doris Lessing, que en Sikhasta, su última novela, habla de la presencia real del Innombrable. Hace unos días, Juan Arias le hizo una fascinante entrevista a monseñor Balducci, la máxima autoridad católica en leviatanes. En ella, monseñor contaba que cuando Belcebú abandona el cuerpo de un poseído, éste vomita «clavos de hierro o bien pequeños animales muy feos», y que es fácil advertir si un caballo está endemoniado porque de la noche a la mañana aparece con toda la crin hecha trencitas. Informaciones todas ellas muy pertinentes y útiles, dado el cariz que la cosa está tomando, con el Maligno trotando a nuestros flancos. Se veía venir, porque estamos viviendo en un infierno. Las guerras, las matanzas, las torturas, las hambrunas, la explotación bestial del ser humano. Parece que la humanidad no resistía por más tiempo la horrorosa responsabilidad de asumir el mal como algo propio, nuestro agujero negro, nuestra culpa. Por eso hemos desempolvado a Satanás y encerrado al Mal en una carnadura color guinda, con sus cuernos, su rabo puntiagudo y sus pezuñitas apestosas. Qué colosal alivio: no hay seres perversos, sino talantes tibios en quienes se ha instalado algún demonio como el soplo frío que se cuela por la rendija de una puerta. Aire mefítico. Ahora todo es cuestión de estar al tanto y ver si Reagan escupe escarpias o si a Gaddafi se le trenzan las guedejas, pongo por caso. Gracias, Diablo. (25-10-86) Sueños Anoche soñé que visitaba a una hermana a la que no había visto durante varios años. Recorría su casa y advertía los cambios que el tiempo había traído: el nuevo suelo de la cocina, la sala pintada en un color distinto... Sería un sueño de lo más vulgar, torpemente doméstico, si no fuera por un par de detalles: uno, carezco de hermanas; dos, aquella mujer a quien anoche visité la conocía de antes. La recordaba de otros sueños, de otras madrugadas. Era mi hermana en el mundo dormido. Cada día me parece advertir más claramente que hay un nexo que une las fantasías nocturnas, un hilván de memoria y de causalidad enhebrado entre los distintos sueños que nos van ocupando. Como si por las noches fuéramos otros y viviéramos, sin saberlo, una doble existencia. Y así, cuando el mundo se apaga quizá tengas otra profesión, otra edad, otra cara; quizá gastes un ojo de cristal o seas karateka. Puede que al otro lado de tus noches haya un gran amor, o una inmensa derrota. Y esa otra realidad también tiene su tiempo, se va desarrollando año tras año. Por eso anoche reconocí a mi hermana; y por eso cuando vi a su viejo gato ronroneando sobre el nuevo suelo de la cocina, recordé que el animal me había arañado años atrás, y que aún conservaba huellas de la herida.

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