El Bafici nació a fines del siglo pasado cuando la revolución OTOÑOS PORTEÑOS tecnológica de lo digital y de la internet apenas se insinuaba, y una generación de cineastas argentinos estaba surgiendo, Historias del Bafici en sus primeros 20 años al tiempo que la crisis socioeconómica del país amenazaba con destruirlo todo. Los textos de este libro –de periodistas, cineastas, programadores y espectadores que hicieron el Bafici– forman un mosaico heterogéneo que intenta contar las historias de estas primeras veinte ediciones, sin eludir las 20 años del Bafici en sus primeros Historias críticas y las polémicas: los comienzos casi artesanales, la influencia decisiva en películas independientes argentinas, el canon cinematográfico que cristalizó y que quizás todavía no ha cambiado y las leyendas y anécdotas que le dan color a un festival de cine que ya es un clásico (y moderno) de los otoños porteños, y todos sentimos como propio. OTOÑOS PORTEÑOS PORTEÑOS OTOÑOS OTOÑOS PORTEÑOS Historias del Bafici en sus primeros 20 años Una edición del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el marco del (20) Buenos Aires Festival de Cine Independiente (Bafici). Edición: Diego Papic Diseño: Verónica Roca Diagramación: Cecilia Loidi, con la colaboración de Kevin Lakner Corrección: Eugenia Saúl Se terminó de imprimir en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en el mes de marzo de 2018. Los derechos de los textos pertenecen a los autores. Las imágenes son propiedad de Festivales de Buenos Aires, excepto donde se indica. Índice 5 Impriman la leyenda 9 Javier Porta Fouz Uno de nosotros 11 Sebastián Rotstein Una familia grande 13 Carolina Konstantinovsky Refugio permanente y promesa eterna 16 Pablo Udenio El primer Festival, que no fue el último 18 Andrés Di Tella La efervescencia de los primeros años 21 Diego Lerman El sueño de la espectadora ideal 24 Rosario Bléfari Un ágora que nos encuentra 27 Sebastián De Caro Acá tengo un público 30 Raúl Perrone De imposible a imprescindible 32 Bebe Kamín Matrimonios y algo más 35 6 Quintín Hinchas que quieren a su equipo 49 Ezequiel Acuña Felices juntos 51 Hernán Rosselli Memorias de otoño 57 Roger Koza El Bafici, o lo que me acuerdo 60 James Benning Un lugar donde pudimos crecer 62 Celina Murga La tortuga y el ratón 65 Diego Brodersen Los buenos tiempos 68 Hugo Salas Esa adrenalina hermosa 70 Juan Villegas La mitad de mi vida 73 Gabriel Medina La gente correcta 76 Alberto Fuguet Un laboratorio, una trinchera, una tribuna, un aula 95 Sergio Wolf El contagio 100 Albertina Carri Encuentros 103 Diego Lerer Confesiones de un dealer 105 Jorge Bernárdez Los pasadizos secretos 107 7 Diego Trerotola Los más chulos del barrio 112 José Luis Cienfuegos Bafici Mixtape 114 Marcelo Panozzo Lovestreams 118 Leonardo M. D’Espósito El amor es mutuo 121 Che Sandoval Anuario personal 124 Rodrigo Moreno Lo dudo 146 Horacio Bernades Errante en las sombras 149 Nicolás Prividera El canon cinéfilo 152 Luciano Monteagudo Los próximos veinte años 154 Mariano Llinás El esplendor digno de las causas perdidas 156 Gustavo Noriega Todas las ediciones 159 Los premios y los jurados Agradecimientos 198 Impriman la leyenda 9 Javier Porta Fouz mpriman la leyenda” es una contraseña de la cinefilia, y proviene de la “Ipelícula de John Ford Un tiro en la noche: cuando la leyenda se convierte en verdad, hay que imprimir la leyenda. Y cuando la leyenda se convierte en memoria compartida, hay que seguir el camino de la leyenda, alimentarla, a veces convertirla en gremlin. Una leyenda cinéfila de Buenos Aires dice que “acá se descubrió a Bergman”. Me pondría a discutir lo de descubrir, el año en que ocurrió, la participación de Punta del Este en todo esto…, pero alimentemos la leyenda, que tiene algunas bases muy fuertes, como que el cine de Bergman supo ser muy exitoso en Buenos Aires. Por ejemplo, El silencio se estrenó en el extinto cine Luxor y en una semana sumó 31.050 espectadores. Y siempre están los relatos de los cines de Corrientes: el Lorraine y los otros que empezaban con la sílaba “Lo”. Si bien la ciudad de Buenos Aires manejaba una cinefilia tal que en el reinado del cine clásico estadounidense –o sea, antes de los 60– resistió, según contaba Borges, a los intentos de imposición del doblaje, esos añorados 60 podrían constituir la leyenda de la Primera Fundación Cinéfila de Buenos Aires. A principios de los 90, las salas de cine del país se habían reducido a su mínima expresión, y también la cantidad de estrenos y el consumo cinema- tográfico. A mediados de la década empezó a crecer el número de salas de la mano de los exhibidores multipantalla, con cines agrupados generalmente en centros comerciales. Y poco después, en 1998 y 1999, ocurrieron algunos hitos que marcaron algo así como la Segunda Fundación Cinéfila de Buenos Aires (de la que también fueron parte fundamental la renovación de la crítica y del cine argentino, en diversas interacciones causales). En 1998, El sabor de la cereza, de Abbas Kiarostami, convocó a ciento treinta mil espectadores, (20) BAFICI casi todos en el cine Lorca. Y a los pocos meses llegó el primer Bafici, que nadie llamaba “Bafici” en ese entonces. Y ahora llegamos a las veinte edicio- nes, con más de siete mil películas proyectadas en unas veinte mil funciones. 10 Sobre el Festival se cuentan, en este libro, diversas historias, muchas de las cuales quizás sean leyendas que ahora se imprimen. La llegada de Francis Ford Coppola en 1999, las máquinas de fax con vida propia, los llamados fuera de horario a extremo oriente, la solidaridad del mundo del cine en 2002, el mínimo rollo final de una película rusa que viajó colgado del cuello de una voluntaria que vino de urgencia de Madrid con el celuloide en uno de esos tubos que se colgaban del cuello que en los 80 supimos llamar “toco” (algo así como un monedero plás- tico para llevar monedas), los fans de los Ramones que desbordaron todas las fun- ciones de un año con varios documentales sobre la banda, la increíble realidad de Nanni Moretti en Buenos Aires, las corridas para confirmar a Peter Bogdanovich, el campeonato de metegol del staff, programadores presentando diez películas en diez minutos en diez salas distintas y mucho, mucho más. Hay otras historias que se hacen leyendas que todavía no se pueden contar, y así se volverán más legenda- rias, y seguramente queden para el libro de los cuarenta años. Se dice siempre que el Bafici es en el mes de abril, pero no es tan así. En veinte ediciones, este Festival se ha movido literalmente por todos los días del cuarto mes del año: la primera edición empezó el 1 de abril de 1999, y la edi- ción del año pasado terminó el 30, al borde de mayo. Sin embargo, en 2009 el Bafici comenzó un 25 de marzo y terminó un 5 de abril. Es decir, fue más en marzo (seis días) que en abril (cinco días). Por supuesto, hizo un calor horrible. Un director tailandés se había comprando ropa de abrigo especialmente para venir al hemisferio sur en otoño y no entendía nada. A la vez, claro, estaba fascinado con la cantidad de espectadores que había en el Atlas Santa Fe para ver su película y se sacaba selfies –cuando quizás no existía el término– con la multitud. Una multitud mayor –por la capacidad de la sala, esto es indudable– pero obviamente menor –según la leyenda– que la cantidad de gente que vio Sátántangó en su primera función en una sala del Hoyts Abasto en 2001. A esta altura, esa increíble multitud es solamente comparable a la siempre creciente muchedumbre que estuvo en la popular en el debut en primera de Maradona en Argentinos Juniors. Impriman nomás todas las leyendas. ◆ 11 Uno de nosotros Sebastián Rotstein ntonces estaban las máquinas de fax. Pero al principio era solo una. Y Enosotros éramos cuatro. Y había que esperar el turno. Y cada envío de fax tenía, por lo menos, dos páginas: la portada, que incluía el remitente y los datos del destinatario, y luego la invitación oficial. Mi primera reunión como parte del Bafici fue en 1999. Ricardo Manetti, entonces Director General de Promoción Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, me convocó a su despacho sobre la Avenida de Mayo para armar una sección erótica de medianoche dedicada a Russ Meyer. La idea era que esas proyecciones se llevaran a cabo en los cines triple X de la ciudad. Esa fue mi primera misión, pero técnicamente fue imposible. De ese primer Festival recuerdo a Russ Meyer que confirmaba y cancelaba y terminaba teniendo un colapso al teléfono, a José Mojica Marins (suge- rencia del programador Esteban Sapir) que confirmaba con sus uñas largas y su biógrafo, a Paul Morrissey almorzando en Babilonia y a Todd Haynes tirándome los galgos después de presentar Velvet Goldmine. Toda la experiencia adquirida me estaba preparando para algo que jamás me hubiera imaginado soñar y que fue producto, tal vez, de la inconscien- cia y la ignorancia: una retrospectiva completa del maestro John Cassavetes. Cuando se empezó a planificar el segundo Bafici, su nombre picó en punta y la propuesta tuvo el visto bueno de Andrés Di Tella, el director artístico. ¿Por dónde empezar? Tenía el número de fax de Gena Rowlands, que había declinado una invitación para ser jurado en el primer Festival. Su res- puesta al teléfono de mi hogar abrió la puerta para que la retrospectiva pu- diera empezar a hacerse realidad. De Gena Rowlands a Al Ruban, productor, (20) BAFICI ocasional actor, ocasional director de fotografía de Cassavetes, y de Al Ruban al resto de la troupe: Ben Gazzara (que no viajó por problemas de salud), Seymour Cassel (que sí viajó) y Peter Falk (que tampoco pudo viajar porque 12 estaba en pleno rodaje de otro especial de Columbo).
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