Una Traición

Una Traición

Una traición 0 1. Cuando avanzo veo otros cuerpos, brazos que entran y salen rítmicamente, piernas que se estiran y se contraen, o que se mueven de arriba abajo, generando movimiento, conjuntos de burbujas por las que yo atravieso avanzando en cuña y luego abriendo los brazos, pegándolos al cuerpo después. Entro y salgo, y cuando estoy fuera no observo, sólo centro mi atención en lo que veo después, cuando sumerjo la cabeza y con ella todo el cuerpo, cuando no respiro, y prolongo en lo que puedo mi estancia bajo el agua, mirando a un lado y a otro, observando los cuerpos que, como el mío, avanzan en la piscina moviendo brazos y piernas, levemente sumergidos. Cuando descanso me cuelgo del borde, me doy un pequeño impulso y, apoyado en los brazos cruzados, saco una buena parte del cuerpo del agua: entonces vuelven los pensamientos y con ellos el malestar. Así que me dejo caer, me dejo hundir, bajo el agua, como si me desmayara, como si perdiera ese conocimiento que deseo perder, y vuelvo a encontrarme con ese paisaje familiar, paisaje tranquilizador de cuerpos bajo el agua, piernas masculinas y femeninas cortadas por el bañador que se agitan a fin de mantener el cuerpo a flote. Había una niebla intensa en la calle, intensa y extraordinariamente baja. Aún así, cuando crucé la puerta de salida de la piscina me aturdió la luz y tuve que cerrar los ojos brevemente y luego acostumbrarlos. Busqué un banco y me senté: no tenía interés en ver nada, es como si, una vez fuera, en el mundo sin agua, no pudiera ver y respirar a la vez, conseguía distraerme, si veía, con las cosas de fuera, los árboles que estaban podando, el humo de las calefacciones, también las cigüeñas que, cada día más, podían verse cruzando el cielo de un lado a otro, en muchas ocasiones llevando pequeñas ramas en el pico, conseguía distraerme con estas cosas y olvidarme de observar el estado del magma que hervía dentro. La traición del cerebro es dolorosa, hay que evitarla: mejor sentarse dentro de la niebla y mantenerse informado. Otros salen adelante, me decía, 1 hacía frío pero estaba mejor allí sentado, diciéndome esas cosas, se sale adelante, se acaba saliendo. Hacía así un poco de tiempo, sentado en un banco en la niebla, frente a la Facultad, quieto, intentando no pensar, con la sensación, acuciante, de que cualquier ruido del cerebro podría desencadenar un alud, comiendo un poco, un sándwich que en la máquina decían que era de pollo. Después de un rato, en el que no hice nada salvo juguetear con el envoltorio de plástico del sándwich, tomé aire, me sumergí en la niebla y caminé, apenas distraído por las carreras de un setter y el vuelo de una cigüeña. Pasado el tiempo, se puede decir que se veía venir, pero de pocas cosas no se puede decir lo mismo, que se veían venir, una vez pasado el tiempo. Observas las orillas del río, tan pegadas al cauce, y su suciedad, la del río, que forma presas aquí y allá, lo observas y sigues con tus cosas. Trabajas y vives allí, ¿qué otra cosa vas a hacer? Verlo y ya está, e ignorarlo acto seguido. Cuando nunca ha pasado nada, es difícil pensar que algo va a suceder. Somos perezosos, algunos más que otros, claro está, pero en general es raro que pensemos con claridad y nos anticipemos al futuro. Los hábitos y las asociaciones simples nos hacen la vida fácil, aunque nos lleven a conclusiones falsas y expectativas erróneas. Luego, cuando llega la crecida y el río revienta por las costuras con la que la suciedad ha salpicado el cauce, haciéndose amo y señor de lo que antes era tuyo, te sorprendes y te desesperas. La segunda que vez que sucede no, seguro, pero ya la primera vez tienes todos los datos a mano, y sin embargo no puedes dar crédito a lo que ves, que eres impotente ante la crecida del río, y que en poco tiempo has menguado tanto como el río ha crecido. Tenía el hábito de ir todos los días a la Universidad, desayunar, vestirme, caminar, dar una clase, ir a la piscina, tomar un café con los compañeros, trabajar en el despacho, 2 dar otra clase, y regresar a casa para comer. Lo había hecho durante ya muchos años, unos quince, quince años en los que había dado mis clases de literatura alemana y de literatura de entreguerras, quince años, también, en los que, sin hacer prácticamente nada más que estar allí, había ido pasando de un contrato al siguiente hasta lograr uno indefinido. En mi caso, cabe decir que ni siquiera era consciente de vivir en las cercanías de un río. Stefan Zweig, pero no sólo él, sino muchos de sus contemporáneos, dicen haber tenido la sensación, en los primeros años del XX, de que la Historia había llegado a su final: se había alcanzado un grado desconocido de bienestar y equilibrio, y, de alguna forma, todo estaba por fin en orden. Ni él ni nadie de su tiempo pudieron siquiera vislumbrar lo que se les venía encima. El cuerpo de Zweig terminó en Brasil, suicidado, pero todos sin excepción fueron arrastrados, dispersados y golpeados. Tendemos a pensar que el presente es mejor que el pasado y que el futuro no va ser muy diferente del presente. Miramos atrás y nos vemos como personas improbables con gustos y actitudes extraños que, afortunadamente, hemos superado para parecernos más a nosotros mismos. Lo que nos gusta, nos motiva y nos parece bueno, así como lo que creemos ser hoy en día se nos parece más a lo correcto que lo que nos gustó, nos motivó, nos pareció bueno y fuimos, o recordamos haber sido. Por eso dudamos de que en el futuro seamos muy diferentes a lo que somos. Si estamos en la senda correcta, ¿por qué íbamos a cambiar? Es una ilusión, una de esas que nos ayudan a vivir. A poco que podamos mantenerla, lo hacemos. No había nada en mi vida que conspirara en contra de esa ilusión, ni en mi vida ni en la de los demás. Súbitamente, sin embargo, llegó la crecida del río y todo se torció. Uno cuelga de un hilo muy fino, y no se da cuenta hasta que cae al suelo. 3 Nos convocaron a una reunión. El decano era un catedrático de Filosofía, un tipo grande que en su juventud había sido medio melé en el equipo de rugby. Tenía la cabeza cuadrada, la nariz rota, y una confianza en su propio cuerpo que hacía que cualquiera sospechara del suyo. Estaba sentado en la cabecera de la mesa más cercana a la puerta, de espaldas a la entrada, apoyado sobre sus propios brazos cruzados. Rodeé sus hombros con la mirada mientras se rascaba la sien con cierta pesadez. Fuimos sentándonos poco a poco mientras seguía entrando gente que iba acumulándose de pie en el extremo opuesto de la sala. En unos minutos se hizo el silencio sin que nadie tuviera que pedirlo. El decano alzó el rostro y despegó un labio del otro sin llegar a hablar. Después asintió un par de veces, y dijo “nada”. Desanudó los brazos, echó el cuerpo hacia atrás, tomó aire, lo expulsó, se llevó la mano izquierda al mentón, y mientras hacía tenaza en él, volvió a decir “nada”. Una compañera joven que estaba de pie sofocó un hipido, y el decano empezó a hablar. “He hecho lo que podido”, dijo. “Les he ofrecido todas las opciones de las que habíamos hablado. Les he dado los argumentos. No ha valido de nada. La decisión ya estaba tomada. Francesa y Alemana se cierran. Inglesa sigue. Las demás se convierten en un grado común de Humanidades con itinerarios en Filosofía, Geografía e Historia. Dicen que no da para más”. “Creo que lo sabíamos”, concluyó, pasando la mirada por los compañeros mientras daba un par de palmadas sobre la mesa con ambas manos. La chica rompió a llorar, y el compañero que tenía a su lado posó la mano sobre su hombro y la movió ligeramente dos o tres veces. Acababa de suceder. El agua que habíamos visto correr desbocada por otros lugares durante ya tres o cuatro años había llegado hasta nuestro valle y, con idéntica fuerza, se había llevado todo por delante. 4 Cuando salimos de la reunión el paisaje hería. En las orillas quedaban, tirados por el suelo, hipotecas, guarderías y colegios de los niños, artículos y libros a medias, artículos y libros completos en los que se habían invertido años, proyectos de investigación, apuntes para las clases, cocinas y baños por arreglar, títulos de todo tipo, tazas de café, ordenadores, pensiones de jubilación; todo por el suelo, desordenado y súbitamente envejecido y raído, cuando no roto. El decano se quedó en la puerta ayudándonos a salir sin pisar todo aquello y no hacernos más daño. Si había alguien que había luchado por nosotros, era aquel hombre. Pero un hombre grande no puede hacer nada en estos casos. Aun así, buena parte de mis compañeros interpretó que, como decían, “se había bajado los pantalones”. Por eso, finalmente, fuimos a hablar con el rector. Si confiamos en nuestro presente tendemos a proyectarlo en el futuro, como si hubiéramos alcanzado por fin la meseta y estuviéramos ya a salvo; si el presente quiebra el futuro nos espanta. Todo lo que era sólido se vuelve frágil y no vemos más que cristales rotos en el horizonte. Envuelto en la niebla de finales de noviembre me agarraba de las solapas del abrigo y temblaba de una mezcla de frío, debilidad, y miedo.

View Full Text

Details

  • File Type
    pdf
  • Upload Time
    -
  • Content Languages
    English
  • Upload User
    Anonymous/Not logged-in
  • File Pages
    188 Page
  • File Size
    -

Download

Channel Download Status
Express Download Enable

Copyright

We respect the copyrights and intellectual property rights of all users. All uploaded documents are either original works of the uploader or authorized works of the rightful owners.

  • Not to be reproduced or distributed without explicit permission.
  • Not used for commercial purposes outside of approved use cases.
  • Not used to infringe on the rights of the original creators.
  • If you believe any content infringes your copyright, please contact us immediately.

Support

For help with questions, suggestions, or problems, please contact us