MATANZA DE LA ESCUELA DE SANTA MARÍA DE IQUIQUE EN 1907 (Artículos disponibles en http://www.archivonacional.cl/Vistas_Publicas/publicContenido/contenidoPu blicDetalle.aspx?folio=17862&idioma=0 ) Una selección de 83 documentos sobre la Matanza de Santa María de Iquique tiene a disposición del público el Archivo Nacional de la Administración. Se trata de un hecho cuyo proceso y consecuencias forman parte de la historia y de la identidad del movimiento popular chileno. El material da cuenta de la versión de autoridades sobre una etapa de desarrollo superior del movimiento obrero y sindical en Chile y de los acontecimientos del 21 de diciembre de 1907, cuando los huelguistas fueron asesinados por orden del gobierno. Obreros y trabajadores de los centros mineros y portuarios de todo Chile se organizaron a partir de mediados del siglo XIX para enfrentar las duras condiciones en que vivían, a través de mutuales, mancomunales o sociedades de resistencia, partidos políticos, líderes sindicatos y prensa. Con la parálisis de Tarapacá en 1890 se inició una etapa caracterizada por un mayor contenido ideológico que radicalizó los postulados del movimiento. Como consecuencia de esta efervescencia, se realizó la interrupción portuaria de 1903 en Valparaíso, la de la carne o “semana roja” de 1905 en Santiago y la masacre de la plaza Colón en Antofagasta en 1906. En la zona Norte destacó la Huelga Grande en 1907 en las salitreras de Tarapacá y la matanza de la Escuela Santa María de Iquique, en donde sobresalieron estrategias y mecanismos represivos que desplegó el Estado chileno caracterizadas por el uso de la fuerza policial y militar contra los obreros. Antecedentes: En diciembre de 1907 los trabajadores del salitre se declararon en huelga, exigiendo diversas reivindicaciones tendientes a mejorar sus condiciones de trabajo y de vida. En las oficinas salitreras se reunían las dependencias de administración, viviendas de trabajadores o campamentos, centros de venta conocidos como pulperías, iglesias, escuelas y centros de esparcimiento y entretención. En ellas las familias crearon una vida cotidiana que conformó la cultura del salitre. La rutina era ardua, pues el obrero estuvo desamparado jurídicamente frente al arbitrio de las empresas hasta 1920. Para conseguir mejoras laborales el minero debió luchar y organizarse. Las paralizaciones más grandes en las salitreras se realizaron a comienzos del siglo XX y procuraron obtener mejoras salariales, pues la elevada inflación había devaluado la moneda. Esto redundó en un menor precio de las fichas-salario utilizadas por las oficinas como medio de pago. El resultado fue una disminución en la capacidad adquisitiva de los obreros y un monopolio en beneficio de las empresas. El 4 de diciembre se declararon en huelga los trabajadores del ferrocarril salitrero, quienes obtuvieron un aumento real de salarios para todo el personal. Con este primer logro, los trabajadores regresaron a sus puestos de trabajo. Este hitomarcó el inicio de una espiral de reivindicaciones salariales en toda la región. El 10 de diciembre los trabajadores de la oficina San Lorenzo resolvieron detener sus faenas y la agitación pronto se extendió a la oficina Santa Lucía. En el cantón de San Antonio grupos de operarios recorrieron las oficinas el 12 y 13 de diciembre para llamar al paro e instar a descender a Iquique a reunirse con otros trabajadores. En el amanecer del 15 de diciembre, 2 mil trabajadores bajaron desde la pampa a las cercanías de la ciudad, donde fueron interceptados por tropas de caballería después de argumentar la alarma que podrían provocar en la población. Este día es conocido como la Huelga Grande. A las 8:00 de la mañana del día siguiente, los trabajadores se dirigieron al Hipódromo escoltados por el regimiento, para presentar su pliego de peticiones al intendente Carlos Eastman y al general Roberto Silva Renard, quien comandó las unidades militares bajo instrucciones del ministro del interior Rafael Sotomayor Gaete. Ellos prometieron interceder para que los patrones de las salitreras acogieran sus demandas. Las negociaciones se repitieron sin resultados. La paralización se extendió a otras oficinas salitreras de la provincia como Lagunas, Granja, Buenaventura y Alianza, desde las cuales nuevos contingentes de trabajadores bajaron a Iquique para sumarse a la movilización. El pliego de peticiones de los trabajadores demandaba el pago de los salarios a razón de 18 peniques por peso, el pago en dinero y no en fichas, el fin de los abusos en las pulperías y la prohibición de arrojar caliche de baja ley a la rampla para ser elaborado sin el correspondiente pago a los trabajadores. La urgencia se produjo en diciembre de 1907, cuando la devaluación de la moneda chilena ante la inglesa generó una baja del tipo de cambio y el alza de los precios en todas las mercancías. Un primer intento de negociación se llevó a cabo el 15 de diciembre durante la Gran Huelga. La autoridad les solicitó volver a sus faenas y designar un mediador en el conflicto. El Intendente propuso a Abdón Díaz, quien no tuvo el respaldo de los trabajadores debido a que ya se había declarado portavoz de la autoridad. Intentó luego el nombramiento de una comisión negociadora, a condición de que los obreros volvieran a las oficinas, pero éstos se negaron porque estaban decididos a no retornar al trabajo hasta obtener una mejora sustancial en sus condiciones de vida. Cerca de las dos de la tarde del mismo 15 de diciembre, los más de 2000 trabajadores reunidos en el Hipódromo recibieron una segunda propuesta. Después de ocho días de convenios, los agentes de las compañías salitreras se comprometieron a obtener una contestación desde sus casas matrices en Londres y Alemania. A cambio, ellos debían regresar inmediatamente a sus faenas. Si la respuesta de los empresarios fuese negativa, quedaban en libertad de volver a paralizar. Los huelguistas rechazaron esta nueva propuesta y dieron un plazo de 24 horas para que sus demandas fueran acogidas. Avanzada la tarde, el Intendente Guzmán García gestionó la aceptación de las peticiones de los asalariados, solicitó a éstos su respaldo y el plazo de ocho días propuesto por los empresarios salitreros para dar una respuesta. Finalmente, acomodó el transporte en trenes para que regresaran a sus labores. Los trabajadores accedieron a esta propuesta, pero al constatar que el viaje se realizaría de noche y los trenes eran sólo plataformas abiertas sin seguridad ni abrigo decidieron esperar en Iquique la resolución de sus peticiones. El martes 17 de diciembre, alrededor de 1200 trabajadores de Lagunas llegaron hasta Iquique para sumarse al movimiento que continuaba creciendo en toda la región. El 19 de diciembre había en la ciudad entre 10 mil y 12 mil obreros mientras otros grupos bajaban desde el interior de la pampa para plegarse al movimiento. Ese mismo día arribó a la ciudad el intendente titular Carlos Eastman, con la misión de resolver el conflicto. Junto con él llegó el general Silva Renard, el coronel Enrique Ledesma y otros jefes militares. Estas señales demostraban que la autoridad central estaba decidida a finalizar el conflicto, fuera por la vía del dialogo o mediante acciones represivas. El viernes 20 de diciembre a las 22:00 horas, el intendente Eastman declaró Estado de Sitio en la Provincia de Iquique. El decretó prohibió reuniones a cualquier hora del día en grupos de más de seis personas y la circulación después de las 20:00 horas. Ordenó además que los trabajadores venidos de la pampa fueran concentrados en la Escuela Santa María y en la Plaza Montt, se prohibió la venta de bebidas alcohólicas y se asignó la responsabilidad del cumplimiento estricto de estas disposiciones a la fuerza pública. Las negociaciones fracasaron y las autoridades optaron por el empleo de la fuerza el 21 de diciembre. Durante la mañana del 21 de diciembre, el intendente de Tarapacá Carlos Eastman se reunió con los representantes de los empresarios salitreros para poner fin a la Huelga Grande. Eastman señaló que contaba con la autorización del Presidente Pedro Montt para pagar la mitad de los aumentos de salarios que se acordaran con los obreros. Los empresarios manifestaron que su preocupación principal no era el dinero sino un “asunto moral”, ya que a su juicio negociar bajo presión de los huelguistas ponía en jaque la mantención del orden en las oficinas salitreras. El Intendente propuso entonces resolver el conflicto mediante tres árbitros, uno nombrado por los trabajadores, otro por los empleadores y el tercero designado de común acuerdo. Los empresarios aceptaron esta propuesta, pero exigieron como condición el retorno a las faenas. El Intendente Eastman solicitó a Abdon Díaz su intermediación para comunicar a su grupo la aceptación parcial de los empresarios a sus reivindicaciones, a excepción del establecimiento de los jornales a un tipo de cambio fijo de 18 peniques. Los trabajadores decidieron mantener el movimiento hasta que la totalidad de sus peticiones fueran acogidas y reafirmaron su voluntad de evitar toda clase de actos violentos. Pasadas las 14:00 horas, el Intendente informó al Presidente de la República que utilizaría medidas de fuerza, pues había agotado todos los otros medios para controlar a los mineros y tal concentración de personas en la ciudad ponía en peligro la seguridad pública. Él movilizó a sus tropas y ordenó a sus oficiales desalojar la Escuela Santa María, donde estaban concentrados los trabajadores y sus familias. Ellos se negaron y el general Silva Renard amenazó con disparar contra quienes no se retiraran. Sólo 200 trabajadores salieron del edificio entre pifias y gritos de sus compañeros. A las 15:45 de la tarde, el oficial ordenó la primera descarga del piquete O’Higgins hacia la azotea del edificio, donde se encontraba el Comité Directivo del grupo según consignó el informe posterior de Silva Renard.
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