En Torno a «María» De Jorge Isaacs1

En Torno a «María» De Jorge Isaacs1

En torno a «María» de Jorge Isaacs1 Carmen de Mora Jorge Isaacs: La política, las letras y la educación Jorge Isaacs, junto con Rafael Pombo y Tomás Carrasquilla, es el iniciador de una etapa fundacional en la literatura colombiana, entre 1820 y 1900, marcada por la tensión entre la imitación y asimilación de modelos europeos, de un lado, y por el propósito de crear una tradición literaria propia mediante la incorporación de elementos autóctonos, de otro. Eduardo Camacho Guizado ha distinguido en dicha etapa tres períodos. El primero (1820-1840) constituye una época de transición de un neoclasicismo tardío a un romanticismo incipiente. El segundo (1840-1880) es una época revolucionaria de liberalismo, federalismo, desamortización de los bienes eclesiásticos y reacción conservadora, presidida por el caudillaje de Mosquera, en la que e manifiesta la insurgencia de los poetas románticos, la consolidación del costumbrismo en novelas de cierto valor, la aparición de la novela romántica y el «virgilianismo americano». La tercera (1880-1890), dominada prácticamente por la contrarrevolución conservadora, por la acción de Núñez y la Regeneración, produce en literatura diversas y valiosas manifestaciones que van desde el romanticismo tardío hasta la incubación y afirmación del modernismo y la obra narrativa de Carrasquilla. La biografía de Isaacs interesa al lector de María por la existencia de algunos datos reveladores que ilustran la realidad novelesca. Por tratarse de una evocación del mundo de la adolescencia es la primera etapa la que aporta mayor número de materiales a la realidad ficticia, tales como la ascendencia de Isaacs, formación, posesiones y problemas económicos de la familia. Nace Jorge Ricardo Isaacs en 1837, en Cali (Colombia). Su padre, Jorge Enrique Isaacs, era un judío inglés que se estableció en Colombia para trabajar en las minas de oro del Chocó, y en 1833 se trasladó a Cali, donde compró dos haciendas, «La Rita» y «La Manuelita». A los once años Isaacs fue enviado a estudiar a Bogotá, donde permanece cinco años. A su regreso a Cali se alista en las fuerzas del general Tejada para luchar contra la dictadura del general Meló. Su padre compra «El Paraíso» -«la casa de la sierra» de la novela- que conservarán hasta 1858. Desde entonces la actividad política del escritor se verá sometida a diversas vicisitudes. Es nombrado subinspector de trabajos en la apertura de la carretera del Dagua de 1864 a 1865. En 1869, como secretario de la Cámara de Representantes, firma la ley que declaraba ciudadanos colombianos a todos los paraguayos antes de finalizar la Guerra de la Triple Alianza. En ese mismo año abandona el partido conservador y se une al ala radical del partido liberal. Tras dos años en Chile como cónsul de Colombia, regresa a Cali, donde sufre un serio revés económico por la compra de unos terrenos. Este fracaso desvía sus inquietudes hacia la educación. En 1855 le nombran superintendente de Instrucción Pública del Cauca y se traslada con su familia a Popayán. Redactó el periódico El Escolar, fundó las primeras escuelas nocturnas para obreros y trabajó en la redacción del mejor Código de instrucción pública que hubo entonces en Colombia. Reedita con César Contó, presidente del Estado Soberano del Cauca, El Programa Liberal, y participa en una de las batallas más sangrientas de la guerra civil entre conservadores y liberales, la de los Chancos, que concluyó con la victoria radical. En 1977 se ocupa intensamente de la educación primaria y secundaria del Cauca. Lo nombran secretario del gobierno de este departamento, defiende a los indígenas y ataca a los conservadores y al clero reaccionario; renuncia a la secretaría de gobierno y pasa a la Cámara de Representantes como diputado radical. En Bogotá, Isaacs extrema su postura y pronuncia violentos discursos contra el presidente Trujillo por su propuesta de indultar a los sacerdotes expulsados en la guerra civil del 76. Más tarde se dirige a Medellín para encabezar la revolución radical que había de derrocar al gobierno legítimo de Pedro Restrepo y se proclama jefe civil y militar; tras ser obligado a replegar sus tropas se retira a Ibagué. Resultado de aquella acción irreflexiva fue La Revolución liberal de Antioquia, publicado en la imprenta de Gaitán. En 1885 acomete la última empresa de importancia al ser nombrado secretario de la misión científica al Magdalena; el gobierno le otorga derechos exclusivos para la explotación de los depósitos minerales que encontró en ella, pero no podrá llevarla a cabo por falta de capital. Entretanto publica un Estudio sobre las tribus indígenas del Magdalena, de gran utilidad por sus aportaciones lingüísticas, etnográficas y arqueológicas, labor que continuará en Ibagué. Hacia 1889 atraviesa otra grave crisis económica que le induce a pedir ayuda a su amigo Justo Sierra, en México. En sus últimos años trabaja en dos novelas que hacía algún tiempo venía elaborando. En ellas abandonaba la línea sentimental de María para adentrarse en la historia de su pueblo desde la República en adelante; son Fania, cuya acción empieza en 1822 y Alma negra o Camilo que completaría a la anterior. Isaacs muere en 1895, enfermo de paludismo, cuando la guerra estallaba de nuevo. Antes de escribir María, Isaacs había leído sus primeros poemas en la tertulia de El Mosaico, pero el éxito editorial de la novela eclipsó durante largo tiempo el valor de sus producciones poéticas hasta el punto de que muchas permanecieron inéditas. Sin alcanzar nunca la altura de su obra maestra, algunos de los poemas están íntimamente relacionados con ella en aspectos como los motivos y la emoción del paisaje. La evolución poética de Isaacs se divide en dos etapas correspondientes a dos momentos distintos en el tratamiento temático y métrico de las composiciones. La primera transcurre desde 1860 a 1870 y la segunda desde 1874 a 1894. Abundan en la primera los motivos referentes a la vida militar y campesina, el idilio amatorio y la poesía familiar. Después de un paréntesis de esterilidad creadora emprende un viraje desde la poesía sentimental e individualista hacia una poesía política y anticlerical más acorde con los acontecimientos históricos de la vida colombiana. En esta segunda parte quedaría incluido el primer canto de «Saulo», una de sus mejores composiciones, que Romero Lozano vincula a la estética prerrafaelita y Gómez Restrepo considera un preludio de algunas producciones simbolistas. Otros críticos -entre ellos Gómez Restrepo- distinguen, más que dos etapas, dos líneas poéticas: la poesía del ensueño («Río Moro») y la poesía de la realidad con escenas de «vivac», de sabor popular y costumbrista («Amores de soledad» o «La reina del campamento»). ¿Acaso no son las mismas que atraviesan su novela? La poesía de Isaacs nos interesa especialmente por las conexiones que presenta con la novela, no en balde María es una novela poemática. E. Pupo Walker refiriéndose a la poesía joven del escritor colombiano afirma que es «la antesala lírica de la novela» y en ella aprendió el autor a «poetizar la tristeza y la muerte» («Relaciones entre poesía y novela de Isaacs», Thesaurus, Boletín del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, tomo XXII, enero-abril, 1967, n.° 1). Observa, también, en los poemas los mismos conceptos antitéticos que tanto utilizará en la novela: la antinomia vida/muerte y beatitud/erótica. Tal vez el aspecto más revelador sea la concepción de María como ideal poético. Dos datos parecen confirmar esta última hipótesis: la ausencia de pruebas sobre la existencia real de la heroína tal como figura en la novela y la abundancia de nombres femeninos que pululan por las poesías de Isaacs. La amada de Efraín sería, en palabras de E. Anderson Imbert, «una síntesis lírica de las experiencias de amor de Isaacs, la cifra ideal de sus primeros años, el foco imaginativo a donde fue a concentrarse esa gran luz difusa de recuerdos y ansias verdaderamente vividos» (Crítica interna, Madrid, Taurus, 1960, pág. 82). Ella es la criatura soñada en «La visión del castillo» y todas y cada una de las musas de Isaacs. A veces, algunos cuadros de la novela parecen calcados de sus propios poemas; por ejemplo, el poema «Soñé...» guarda un curioso paralelismo con la escena descrita en el capítulo LXIV. El poema dice así: He soñado feliz que a tu morada llevóme en alta noche amor vehemente, creí aspirar el delicioso ambiente de moribunda lámpara velada. Sobre muelles cojines reclinada dormir fingías voluptuosamente, la cabellera de ébano luciente sobre el níveo ropaje destrenzada. Trémulo de emoción tus labios rojos oprimí con mis labios abrasados... Pudorosa y amante sonreíste. ¡No bajes, por piedad, los dulces ojos; brillen por el placer iluminados, haciendo alegre mi existencia triste! En la novela es Efraín quien sueña dormido en el sofá, a la luz de una lámpara moribunda, que María, vestida de blanco, entra en su cuarto y lo besa cuidadosamente en la frente temiendo que su sueño fuera fingido. No ya el motivo, sino la propia textura poética del lenguaje se mantiene en la prosa. Los ríos, dueños legítimos del paisaje, que con sus rumores acompasan en la novela los sentimientos de los personajes, no están menos representados en la poesía, algunos con nombre propio: el turbio, perezoso y solitario Cauca («Al Cauca») o «Río Moro», de rudo y fatigoso movimiento. El amor patrio que siente Efraín al regresar al «nativo valle», tras seis años de ausencia, está siempre presente en los paisajes de sus versos, y las dos primeras estrofas de «A la noche callada» evocan las horas felices de la infancia con la misma nostalgia que las páginas de María. Resultaría fácil atribuir tales correspondencias a una simple cuestión de estética o escuela, pero, en ese caso, estaríamos dejando de lado otros factores que merecen ser tenidos en cuenta, como los que ha distinguido Ignacio Rodríguez Guerra: antecedentes raciales (latino-inglés-judío), la educación estética y el predominio del ambiente patrio, además del romanticismo imperante (Estudios literarios, Pasto, 1947, pág.

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