Una Efímera Autonomía (Santander-Palencia-Burgos)

Una Efímera Autonomía (Santander-Palencia-Burgos)

tonomía de " itander. Palenci- v Bui - S) b i tro )S UNA EF~MERAAUTONOMÍA (EL CONSEJO INTERPROVINCIAL DE SANTANDER, PALENCIA Y BURGOS ) Edita: Centro de Estudios Montañeses C/ Gómez Oreña 5,3", 39003, Santander cesmontaneses~ono.com Impresión: Sociedad de Artes Gráficas J. Martínez S .L. Polígono de Guarnizo, parcela 4, naves 1 y 2 396 11, Guarnizo, Cantabria. ISBN: 978-84-938671-3-3 Depósito Legal: SA-852-2011 MIGUEL ÁNGEL SOLLA GUTIÉRREZ UNA EFIMERA AUTONONIHA (EL CONSEJO INTERPROVINCIAL DE SANTANDER, PALENCIA Y BURGOS) SANTANDER, AÑO 20 1 1 Aquel 8 de febrero no era un día cualquiera en la vida del joven líder socia- lista Juan Ruiz Olazarán. En esa fecha culminaba el trabajo desarrollado durante más de seis meses, justo desde que en la noche del 17 de julio de 1936, el perio- dista de El Cantábrico Julio Valín le llamara urgentemente para informarle de que algo grave estaba sucediendo en Marruecos. Olazarán tenía el convencimiento desde hacia algún tiempo de que miembros de las fuerzas armadas españolas esta- ban tejiendo una conspiración contra el régimen republicano legalmente estableci- do. La conversación con Valín no hizo más que confirmar las sospechas. Había Ile- gado la hora de tomar una decisión: o aceptar pasivamente los hechos o dar un paso al frente e intentar con todas las fuerzas disponibles oponerse a la intentona. Ante la manifiesta incapacidad del entonces gobernador civil, Enrique Balmaseda Vélez, Juan Ruiz Olazarán no dudó ni un momento. Se hizo con el mando de la situación y con las dispersas fuerzas de la izquierda montañesa se embarcó en una lucha que parecía imposible: la de descabezar la sublevación en la conservadora provincia de Santander. Y ocurrió lo que nadie esperaba; tras una larga y tensa semana se consiguió lo impensable: frustrar la intentona militar en la Montaña, tenida por los conspiradores como una de sus bazas más seguras. Pero Olazarán era consciente en esos momentos de que con ello no se ponía punto final a la intentona golpista. El fracaso de la misma en media España y la incapacidad de los gobernantes republicanos para sofocarla en la otra media dieron origen a una cruenta guerra civil, que durante treinta y tres meses ensangrentó el suelo patrio. En esa contienda Santander estuvo desde el principio al lado de quienes luchaban por la supervivencia de la República nacida el 14 de abril de 193 1. Y gran parte del mérito de que ello ocurriera así le tuvo el propio Olazarán. Se abría, en definitiva, una nueva y difícil etapa en la que los retos a salvar eran muchos. Por de pronto, y al igual que en el resto de la España republicana, también en Cantabria la situación era muy distinta de la del comienzo de la guerra. Ante la pasividad de órganos de la administración republicana, Olazarán tuvo que 8 Miguel Ángel Solla Gutiérrez echar mano de partidos y sindicatos obreros, que fueron creando nuevas modalida- des organizativas de poder, que la historiografía ha reunido bajo la denominación de Comités. Al tiempo, la provincia santanderina se encontró aislada del resto del área que permaneció bajo la bandera republicana, con la única salvedad de Asturias y Vizcaya. En consecuencia, poca ayuda podía esperar del lejano gobierno central y por el momento Santander debería valerse de sus propios recursos. Con la inestimable ayuda de sus compañeros socialistas, de los comunistas y de los republicanos de izquierda, Olazarán se puso rápidamente manos a la obra. Sabía que los obstáculos a salvar eran muchos: el aislamiento de la región, las ten- sas relaciones con vascos y asturianos, la imposibilidad de alimentar a todos los habitantes con los productos que ofrecía la Montaña, la dificultad de crear unas fuerzas armadas capaces de enfrentarse a los rebeldes, la urgente necesidad de rees- tructurar la economía para adaptar a la nueva situación de guerra, etc. Pero por encima de todas ellas creía que lo prioritario, la premisa ineludible, era reconducir la coyuntura política hacia parámetros similares a los que regían antes del inicio del conflicto. Era de la opinión de que la época de los Comités había pasado y de que éstos, con el fracaso de la sublevación, ya habían cumplido su papel. Ahora tocaba a otros ejercer el poder. En consecuencia, había que despojarlos del rol dominante de que disfrutaban desde el 18 de julio. El objetivo que se perseguía no era otro que el de dotar a Santander de un gobierno de ámbito provincial que centralizara, coordinara y dirigiera, sin menos- cabo alguno por parte de otros organismos, la vida de la región. Esa fue la directriz que guió la actitud de los dirigentes cántabros desde finales de julio; y que se desa- rrolló en varias etapas. En una primera, se formó un Comité de Guerra, al que siguió, a mediados de septiembre, la Junta de Defensa de la provincia de Santander, nacida con la manifiesta intención de ser el único órgano de gobierno a nivel pro- vincial. Pero faltaba un pequeño pero importante detalle para dar por concluido el trabajo; y ese no era otro que el plácet del gabinete central republicano. Y ese visto bueno llegó a finales de diciembre de 1936, cuando promulgó un decreto por el que se creaban los llamados Consejos Provinciales y, en atención a su peculiar situa- ción, tres Interprovinciales: el de Aragón, el de Asturias y León y el de Santander, Palencia y Burgos. Cuando el 8 de febrero de 1937 se dirigía al selecto auditorio presente en el Salón de Actos del Palacio de la Diputación Provincial de Santander -desde ese momento, Palacio Interprovincial-, con motivo de la constitución formal del Una efimera autonomía (el Consejo Znterprovincial de Santander, 9 Palencia y Burgos) Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos, Olazarán no podía, por más que lo intentara, ocultar la gran satisfacción que le embargaba al ver corona- dos por el éxito los objetivos perseguidos desde el inicio de la guerra civil. Esa alegría se hubiera visto empañada si hubiera llegado a sospechar que el nuevo organismo que ahora veía la luz tendría una vida muy corta -poco más de medio año-; y que a partir de entonces el Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos y los hombres que lo dirigieron permanecerían olvidados duran- te muchísimo tiempo. Sabemos que el Consejo Interprovincial desapareció, de facto, a finales de agosto de 1937 como consecuencia directa de la conquista, a finales de agosto de ese año, por las tropas franquistas de la región. Durante bastante tiempo casi no vol- vió a hablarse del mismo, ni de Olazarán y el resto de los hombres que ocuparon cargos directivos. Y cuando se hacía mención a los gobernantes de Santander de la época eran para descalificarlos, enumerando sus supuestos numerosos defectos y poniéndolos como ejemplo significativo de la perversidad y mal hacer de la República; además, se les acusaba explícitamente de ser los responsables y/o con- sentidores de los asesinatos cometidos durante su mandato. Tuvieron que transcurrir cuatro décadas, concretamente hasta la muerte del general Franco, para que las cosas comenzaran a modificarse. En España se volvía a hablar nuevamente de democracia, de los derechos de los ciudadanos y de la posi- bilidad de que las regiones que así lo solicitaran se pudieran dotar de un régimen autonómico. Se echaba la vista para atrás, buscando antecedentes para fundamen- tar esas reivindicaciones de descentralización política. Pero en la entonces provincia de Santander, la situación no transcurría ente- ramente por esos cauces. Pocos, muy pocos, levantaban públicamente su voz para recordar que durante la guerra civil hubo un gobierno, legitimado por el poder cen- tral, que ejerció sus atribuciones durante trece meses y que, mediante distintas fór- mulas organizativas -Comité de Defensa, Junta de Defensa de la provincia de Santander y Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos-, disfrutó de un elevado grado de autogestión en el desarrollo de sus tareas. Y es que, a diferencia de lo que acaecía en gran parte del país, en Cantabria no se prestaba atención alguna al estudio de la guerra civil. Parecía como si ese periodo fuera tabú y que la mejor de las opciones posibles era correr un tupido velo sobre el mismo. Aparte de la labor desarrollada por algunos pioneros, como José Ramón Saiz Viadero o David Solar, nadie se atrevía con tan espinoso tema. Miguel Ángel Solla Gutiérrez Afortunadamente las cosas han ido cambiando sustancialmente en los últi- mos años gracias a la labor emprendida por una serie de investigadores como Jesús Gutiérrez Flores, Consuelo Soldevilla Oria, Julián Sanz Hoya, Cecilia Gutiérrez Lázaro, Antonio Ontañón o Fernando Obregón, quienes han ido poco a poco, paso a paso, y con gran paciencia, desbrozando el camino para dar a conocer al gran público aspectos diversos de tan interesante fase histórica. Llegados a este punto del camino, parece fácil deducir la escasa atención, y, por tanto, el poco conocimiento que sobre el Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos se tiene en la actualidad, lo que ha provocado que quienes hayan querido acercarse al mismo, a pesar de su buena voluntad, no hayan podido sustra- erse del todo a las visiones deformadas imperantes y, en consecuencia, hayan trans- mitido una imagen distorsionada que poco o nada tiene que ver con la realidad de los hechos históricos en cuestión. Porque si algo caracteriza a la historiografía de tan singular organismo son los errores, más o menos intencionados, en que se cae continuamente cuando se habla del mismo, llegando, en ocasiones, incluso a negar su propia existencia, como sucede en la historia de la guerra civil promovida por el Partido Comunista. En ella se apunta que Bruno Alonso era el presidente de la Junta de Santander, que "se había constituido al principio de la guerra bajo la presidencia del Gobernador Civil; en ella participaban los republicanos, los socialistas, los cenetistas y los comunistas.

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