Revista De Cultura Contemporánea Núm. 20, 1962

Revista De Cultura Contemporánea Núm. 20, 1962

cttCctntico REVISTA DE CULTURA CONTEMPORÁNEA Las opiniones expresadas en los artículos publicados en Atlántico no representan necesariamente las del Gobierno de los Estados Unidos de América. Se ofrecen como ejemplos representativos de las opiniones y puntos de vista acerca de asuntos diversos de la vida contemporánea norteamericana. ATLÁNTICO Revista cultural Número 20 Año 1962 CONTENIDO DE ESTE NUMERO Págs. POR QUÉ MARX FRACASÓ EN'LOS ESTADOS UNI­ DOS, por Clinton Rossiter 5 CHANDLER RATIIFON POST, IN MEMORIAM, por Enrique Lafuente Ferrari 26 LA CRÍTICA EN UNA SOCIEDAD LIBRE, por John Kenneth Galbraith 68 FINES V VALORES DE LAS CIENCIAS, por Joseph S. Fruton 86 LA POLÍTICA EXTRANJERA DE ESTADOS UNIDOS Y LAS BENDICIONES DE LA LIBERTAD, por Sa­ muel Flagg Bemis 113 LA NUEVA MÚSICA, por Itussell Smith 145 NOTAS CULTURALES 167 LIBROS 189 COLABORADORES 199 Por qué Marx fracasó en los Estados Unidos Por Clinton Rossitrr AS enseñanzas de Karl Marx son escrituras sa­ gradas en la tercera parte del mundo. En los Estados Unidos son maldecidos. En tanto que el Lmarxismo se ha apuntado éxitos asombrosos en los lugares más inesperados, su historial en el sitio que el mismo Marx juzgaba como uno de los más proba­ bles de todos es un historial de fracaso abrumador. Intelectualmente, así como política y militarmente, Es­ tados Unidos presenta un frente casi monolítico contra el hombre, contra sus ideas y contra sus continuadores. En contra del vaticinio de Marx de que los países más avanzados industrialmente serían los primeros en pa­ sar del capitalismo al socialismo para continuar hasta el comunismo, éste, el más industrializado de todos los países del mundo, nunca se ha mostrado tan incólume a las llamadas del marxismo ni se ha conducido de manera tan profundamente ajena a los principios marxistas. Incluso entre los intelectuales, de quienes esperaba 5 que fueran portaestandartes y batidores de los cami­ nos conducentes al régimen por venir, Marx ha en­ contrado pocos discípulos norteamericanos y no mu­ chos más admiradores. Como pensador, Marx es muy citado por los sociólogos, pero como consejero, senci­ llamente, no se le hace caso. El número de marxistas conscientes que se han hecho oír en los debates intelec­ tuales y políticos norteamericanos es asombrosamente pequeño, y su contribución a la filosofía marxista ha sido despreciable. No quiero decir que la mentalidad norteamericana no haya sido afectada por Marx. Un penetrante influjo marxista se ha extendido en-la comunidad intelectual norteamericana durante el siglo xx, y muchos que ne­ garían en absoluto deberle algo a Marx han ajustado su pensamiento a nociones abstractas "marxistas" y han empleado un lenguaje "marxista". Mas en este caso empleo el término —como hacen la mayor parte de los historiadores del pensamiento norteamericano- para describir una estructura mental general objetiva, contraria a la tradición, colectivista más que una fuen­ te particular de inspiración. Incluso si Marx no hu­ biera existido jamás, esta estructura existiría y ten­ dría fuerte influencia en Estados Unidos, y casi no vale la pena añadir que también la tendrían el im­ puesto sobre la renta y los seguros sociales. El fracaso del marxismo como doctrina es, natural­ mente, tan sólo un aspecto del fracaso del radicalismo 6 como fuerza política en Estados Unidos. Favorito de los radicales de todo el mundo durante los primeros años de su existencia, este país hoy se ha trocado en causa de su desesperación. Los autores norteamerica­ nos se muestran acordes casi unánimemente acerca de las causas sociales, políticas y particulares del fracaso del radicalismo. La primera es lo que los historiadores de los pri­ meros tiempos de la República llamaron "la historia y estado actual de los Estados Unidos de América". Aunque fuera accidentada esa historia —crisis, con­ mociones, insurrecciones, guerras, explotación reitera­ da de los hombres y de la naturaleza—, el hecho es que nos ha correspondido menos desgracia y frustra­ ción y más felicidad y éxitos de lo que cupiera esperar. Y por muchos que sean los puntos débiles del mo­ mento presente —racismo, venalidad, ordinariez, oscu­ rantismo— somos evidentemente la nación más afor­ tunada y la que se encuentra en la mejor situación de todas las de la Tierra. Los clamores del radicalismo han sido desoidos en Estados Unidos porque sus pro­ mesas eran ya un hecho. Los "ismos" europeos han naufragado aquí, como dijo una vez el marxista alemán Werner Sombart, "en los arrecifes de carne asada y empanada de manzana". Friedrich Engels, el buen "sherpa" que acompañó a Marx en su ascensión montañera de las cumbres ca­ pitalistas, señaló a disgusto una causa de las dificul- 7 tades con las que el radicalismo se ha encontrado en los Estados Unidos, que está relacionada con la an­ terior. En carta escrita en 1892 a Friedrich Sorge, un revolucionario alemán que se retiró a Hoboken para enseñar música y hacer propaganda socialista, Engels se quejaba del vigor de los "prejuicios burgueses" de Norteamérica, los cuales encontraba "tan arraigados en las clases obreras" como en los hombres de nego­ cios. Engels vio claramente, y Marx, al parecer, no lo advirtió, que la vastedad, la singularidad, el éxito y la lozanía del experimento norteamericano habian creado un estado mental popular singularmente hostil contra un radicalismo comprehensivo. Si viviese hoy, adver­ tiría que esta hostilidad ha aumentado hasta adquirir proporciones temerosas, temerosas para las esperanzas del radicalismo marxista. Parte al menos de esta hostilidad es sencillamente una reacción muy comprensible contra la furia de las opiniones de Marx acerca de nuestra manera de vivir. Es menester recordar que fue contra nosotros contra quienes lanzó su principal ofensiva y que el ataque continúa con violencia no descaecida, hasta el punto que casi parece que Marx esté hoy tan lleno de vida vibrante y de censuras como hace cien años. No hay nada en nuestro ordenamiento social •—nuestro capi­ talismo de seguridad social, la ascendencia de nuestra clase media, la variedad de nuestros grupos e intere­ ses— acerca de lo que sea capaz de decir una palabra 8 buena o comprensiva. No tenemos ninguna institución —la Iglesia, la familia, la propiedad, las escuelas, las sociedades anónimas, los sindicatos y todos los orga­ nismos de una democracia constitucional— que no de­ see o destruir o transmutar hasta dejarla imposible de reconocer. No tenemos ni ideales ni ideas —desde la ética cristiana al individualismo, pasando por el amor patrio—• que Marx no condene sin vacilar. La esencia del mensaje de Marx es el vaticinio de la muerte fatal del sistema liberal y democrático de vivir. Y anuncia esa suerte, no con pesar, sino con alegría; no tími­ damente, sino con encono; no de manera contingente, sino dogmática y, naturalmente, eso es lo que siguen haciendo sus seguidores. Khrushchev se condujo como fiel descendiente de Marx cuando acabó con cuales­ quiera dudas acerca de nuestro porvenir, prometiendo con gozo que "nos enterraría". No es este el mejor método de persuadir a los norteamericanos. Es cierto que nuestro antagonismo contra el radi­ calismo no ha sido obstáculo para que tomásemos al­ gunas ideas útiles de los radicales que tenemos en casa. La mayor causa de la decadencia del Partido Socia­ lista y de otra docena de partidos extremistas que giraron locamente a su alrededor, fue la voracidad caníbal de demócratas y republicanos. Evidentemente, todo lo referente a la política americana, la gran atracción que ejercen los dos mayores partidos, el cos­ te de las campañas políticas, la negativa muy genera- 9 lizada a adoptar la representación proporcionada, las dificultades legales en muchos estados para ser nom­ brado candidato, parecen haber sido una traba contra la aparición y prosperidad de un tercer partido. No todas las dificultades del izquierdismo americano han provenido de fuera del movimiento. Por lo menos, dos de las razones del fracaso del radicalismo, y con­ cretamente del marxista, son de origen interno: la primera, el intenso, y para ellos mismos pernicioso, sectarismo de los marxistas y de sus compañeros de viaje disidentes, que hizo que el propio Marx se que­ jara de los "socialistas yanquis" "caprichosos y sec­ tarios", y, segunda, la vitola extranjera que durante tres generaciones por lo menos se aplicó a los propó­ sitos y personalidades extremistas de este país. Pocos de entre nuestros dirigentes extremistas han sido ame­ ricanos de nacimiento, por sus intereses, sus inspira­ ciones o incluso por su lenguaje, y este hecho innega­ ble ha fomentado los prejuicios xenófobos que pueda haber en el pensamiento americano. La fácil identi­ ficación del radicalismo con el socialismo, de éste con el comunismo, del comunismo con la tiranía so­ viética, y la de todos estos ismos con la subversión y ateísmo, han destruido casi todas las esperanzas de cualquier manifestación de radicalismo político en los Estados Unidos. Creo que hay otro clavo en el féretro de las aspi­ raciones marxistas en América, la razón última de 10 nuestra negativa a dar a Marx y sus seguidores una digna bienvenida ora vengan a nosotros como maes­ tros u hombres de acción. El hecho es que la ideología marxista, ya sea en la versión clásica de Marx y En­ gels, ya en la bolchevique que predomina en la U. R. S. S., contradice de plano casi todos los princi­ pios por medio de los cuales los americanos han in­ tentado explicar, justificar o purificar su manera de vivir. Aunque el marxismo no se hubiera tenido que enfrentar con las dificultades citadas, hubiese tenido poco atractivo para aquellas mentes formadas, aunque sea deficientemente, dentro de la tradición americana. Nada hay en esa tradición que prepare al norteame­ ricano a compartir la cólera de Marx, a aceptar sus consejos o a responder a sus llamadas, y ni siquiera a entender —aunque ello vaya en contra nuestra— por qué puede atraer a los pueblos más desafortunados de la tierra.

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