1/432 Desde que Harry Angstrom, en «Corre, Conejo », se largara de casa sin previo aviso, abandonando a Janice y a Nelson, han pasado veinte años, y diez desde los febriles acontecimientos descritos en «El regreso de Conejo ». Harry ha conseguido por fn disfrutar de una considerable prosperidad como jefe de ventas de Springer Motors, un concesionario de Toyota en Pennsylvania. En 1979, el Skylab describe su órbita triunfal, el precio de la gasolina sube vertiginosamente, el presidente de Estados Unidos sufre un colapso mientras corre una maratón, y una infación en alza coincide con un momento de desaliento nacional. Sin embargo, Harry se encuentra en buena forma, dispuesto a disfrutar por fin de la vida… hasta que su hijo regresa del Oeste y reaparece un antiguo amor. Pese a todo, el incombustible Conejo seguirá buscando, a su excéntrica manera, el arco iris de la felicidad. 2/432 John Updike Conejo es rico Harry «Conejo» Angstrom - 3 ePub r1.0 Titivillus 09.06.15 3/432 Título original: Rabbit is Rich John Updike, 1981 Traducción: Jaime Zulaika Editor digital: Titivillus ePub base r1.2 4/432 De noche enciende un buen habano, sube a su camioneta, tal vez maldice el carburador y sale disparado hacia su casa. Siega la hierba o practica a escondidas un poco de putting[1] , y ya está listo para la cena. George Babbitt, sobre el ciudadano ideal . Lo difícil que es pensar al fnal del día, cuando la sombra informe cubre el sol y sólo queda luz sobre tu piel… «A Rabbit as King of the Ghosts », Wallace Stevens. 5/432 1 «Se está quedando sin gasolina», piensa Conejo Angstrom mientras desde el ventanal, lleno de polvo veraniego, de la exposición de Springer Motors observa desflar el tráfco por la Nacional 111, un tráfco fuido y escaso en comparación con el que solía haber. «El puto mundo se está quedando sin gasolina». Pero a él no van a pillarle, no mientras sus Toyotas sigan teniendo el consumo por kilómetro más bajo, y un precio de mantenimiento más barato que cualquier pedazo de chatarra que circula por las carreteras. Lea la Guía del consumidor , el número de abril. Basta con decir eso a la gente que viene. Y vaya si viene gente; se está poniendo frenética, sabe que el gran viaje americano está terminando. La gasolina se ha puesto a treinta centavos el litro, y el noventa y nueve por ciento de las gasolineras cierra los fnes de semana. El gobernador de la Commonwealth de Pennsylvania anda exigiendo una compra mínima de cinco dólares para evitar que cunda el pánico. Y los camioneros que no consiguen diésel disparan contra sus propios camiones; hubo un incidente en el mismo Diamond County, en la autopista de peaje de Pottsville. La gente está perdiendo la cabeza, sus dólares no valen un centavo, se retrae como si ya no existiese un mañana. Cuando adquieren un Toyota, él les dice que están convirtiendo sus dólares en yenes. Y se lo creen. Vendidos en los primeros cinco meses de 1979 ciento doce vehículos nuevos y usados, además de ocho Corollas, cinco Coronas, incluyendo una camioneta del modelo de lujo y aquel Celica que Charlie dijo que se parecía a un Pimpmobile descargado, en estas tres primeras semanas de junio, a un promedio de benefcio bruto de ochocientos dólares por venta, Conejo es rico. Es propietario de Springer Motors, uno de los dos concesionarios Toyota de la zona de Brewer. Aunque, más bien, es copropietario de la mitad del negocio con su mujer Janice; la madre de ésta, Bessie, posee la otra mitad, heredada a la muerte del viejo Springer, cinco años atrás. Pero Conejo se siente como si fuera el único dueño, se deja ver en la exposición día tras día, controla el papeleo y las nóminas de los empleados, entra y sale con su traje limpio de las secciones de Taller y Recambios, donde los hombres trabajan manchados de aceite y alzan la mirada blanqueada por la luz que ilumina los motores, como si habitasen un mundo subterráneo mientras él se relaciona con el público, la comunidad, de la que es la estrella, el adalid de esas dos docenas de subordinados y treinta mil metros cuadrados de superfcie de trabajo que parece una amplia sombra a su espalda, cuando él está allí delante. La pared de madera de imitación, en realidad láminas de masonita acanalada, en torno a la puerta que da acceso a su despacho, está llena de viejos recortes y retratos de equipos enmarcados, entre ellos, dos de los diez mejores del condado; datan de sus días de héroe del baloncesto, veinte años atrás… no, hace ya más de veinte años. A pesar del cristal que los protege, los recortes van amarilleando, debido a algo en la composición química del papel cuando no está en contacto con el aire, 6/432 algo parecido a la mancha crecientemente honda del pecado con que la gente trataba de asustarte. ANGSTROM EN CABEZA CON 42 PUNTOS. «Conejo » lleva a Mount Judge a las semifnales . Rescatadas del desván donde sus difuntos padres las habían guardado durante mucho tiempo, en álbumes de recortes cuyo pegamento se ha secado y desprendido como piel de serpiente, esas reseñas de prensa exhibidas allí fueron idea de Fred Springer, así como la frase que dice que la reputación de un concesionario es la proyección del hombre que lo regenta. Consciente de que era un moribundo desde mucho antes de morir, Fred estaba preparando a Harry para dirigir el negocio. Cuando uno piensa en los muertos, se vuelve agradecido. Diez años antes, cuando Conejo perdió su empleo como linotipista y se reconcilió con Janice, el padre de ésta le dio un trabajo de vendedor, y cinco años después, cuando llegó el momento oportuno, tuvo la gentileza de morirse. ¿Quién hubiera pensado que aquel hombrecillo atareado e inquieto iba a caer fulminado por una brutal trombosis coronaria? Hipertenso: su ritmo diastólico llevaba años rondando los ciento veinte latidos. Adoraba la sal. Le encantaba asimismo defender a los republicanos y, cuando Nixon le dejó sin nada que decir, sufrió algo parecido a un ataque. En realidad, había durado un año bajo el mandato de Ford, pero la piel de la cara se le iba estirando y los puntos rojos, allí donde los pómulos y la mandíbula presionaban desde abajo, se le enrojecieron más. Cuando Harry le vio desgreñado en el ataúd se dio cuenta de que aquello se veía venir, Fred no había cambiado mucho. A juzgar por la forma en que se comportaron Janice y su madre, se hubiera podido pensar que había mordido el polvo una mezcla de Moisés y Príncipe Valiente. Tras enterrar a sus dos progenitores, Harry se había vuelto más insensible. Miró el cadáver, advirtió que se habían equivocado en la forma de peinar a Fred, y no sintió nada. Lo bueno de los muertos es que dejan más sitio a los vivos. Mientras el viejo Springer anduvo revoloteando por allí, la vida en el concesionario era ardua. El viejo trabajaba muchas horas, mantenía abierta la exposición las noches de invierno, cuando ni siquiera la máquina quitanieves transitaba por la Nacional 111, y andaba siempre incordiando con aquella vocecita aguda de molinillo: que si las consignas de rendimiento, la merma de ganancias, la atención al cliente, y que si un mecánico había dejado o no huellas de su pulgar en un volante o una colilla en el cenicero de un coche. Cuando él dirigía el negocio, era como si todos los demás estuvieran tratando de acomodarse a un molde que Springer se pasaba la vida imaginando: Springer Motors ideal. Cuando murió, Harry heredó el molde para moverse a sus anchas por él. Ahora que es el rey de la empresa, le gusta que esté allí el olor acre del asfalto, le agrada el olor a coche nuevo presente incluso en los folletos y parrafadas que Toyota envía por correo desde California, la moqueta lavada de pared a pared, las proezas de baloncesto amarillentas en sus marcos, así como las placas que rezan KIWANIS, ROTARY y C DE C , los trofeos dispuestos en una alta estantería y ganados en la liguilla por los equipos que patrocina la compañía, el amplio orden que reina en este ambiente masculino salpimentado por la presencia de chicas en la recepción y el 7/432 departamento de contabilidad, que van y vienen al mando de la anciana Mildred Kroust, y las tarjetas impresas con el nombre de HAROLD G. ANGSTROM y la inscripción JEFE DE VENTAS. El hombre al mando. Una especie de central, mientras que él había sido un delantero. Harry experimenta una sensación de holgura en ese ámbito, metido dentro de su propio molde, proyectando una sombra. Su flosofía es que los coches se venden solos. Los anuncios publicitarios de Toyota se emiten por televisión constantemente, machacando la mente del espectador. Le gusta formar parte de todo este proceso; le encanta la aprobación que recibe de la comunidad, que le había mirado por encima del hombro desde su época de estudiante en el instituto. Los otros miembros del club Rotary y Chamber resultaron ser los tipos con los que jugaba a la pelota en aquellos tiempos, o sus feos hermanos pequeños. Le gusta tener dinero para gastar, se ve a sí mismo como un buen chico grande y afable, uno noventa de estatura y unos noventa y cinco kilos de peso en la actualidad, con una cintura del cuarenta y dos que el dependiente de los almacenes Kroll trataba de endosarle hasta que él encogió la barriga y el pulgar del otro, a regañadientes, apretó un poco más la cinta métrica.
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