ERMESÈN, VIDA Y OBRA DE LA CONDESA Estudio histórico de la documentación c. 977- + 1 marzo de 1058 1 OBJETIVOS Mi interés por la Historia de las Mujeres en general y por la vida de Ermesèn de Carcasona en particular, condesa de Barcelona, Girona y Osona, hija, mujer, madre y abuela de condes, se despertó a lo largo de los cursos de doctorado del departamento de Ciències de l´Antiguitat i de l´Edat Mitjana, en los que me matriculé tras finalizar mi licenciatura en junio de 1995. Entre las asignaturas que formaban parte de ese tercer ciclo me llamó la atención la impartida por el Dr. José Enrique Ruiz Doménec titulada Dona i cultura a la Catalunya medieval. Mi curiosidad fue creciendo a medida que iba descubriendo el protagonismo que tuvo la mujer en ese apasionante período de nuestra memoria colectiva: Ermengarda de Narbona, Llúcia de la Marca, Oria de Pallars fueron algunas de las figuras allí tratadas. Sin embargo fue la condesa Ermesèn, su personalidad y protagonismo quien me cautivó desde un principio. Decidí entonces intentar convertir su vida en el tema de mi tesis doctoral. La suerte no me abandonó, en mi camino se cruzó el Dr. Jesús Alturo i Perucho quien me ofreció la oportunidad de poder acceder a una beca FPI de la Generalitat de Catalunya. Esto me permitió incorporarme, en enero de 1998, al área de Ciències i Tècniques Historiogràfiques y con ello poder dar inicio a la investigación y elaboración de lo que hoy es ya la tesis doctoral en sí. Ha sido un trabajo lento y costoso pero a la vez enriquecedor. No creo haber realizado nada extraordinario, más bien todo lo contrario, me he limitado a hacer aquello que otros ya habían llevado a cabo. A lo largo de todos estos años de investigación y estudio en los que he recopilado una serie de materiales que han dado lugar al corpus documental de la tesis, el diplomatario de la condesa Ermesèn, he podido comprobar cómo la historiografía había tratado al personaje, constatando con ello las palabras del profesor David Lowenthal en las que sostenía que, aunque la investigación histórica no deja de arrojar luz sobre muchos ámbitos, el pasado de verdad nos elude para siempre: cuanto tenemos son explicaciones parciales y fragmentos de residuos materiales muy alterados procedentes de épocas anteriores. Además, el pasado que reconstruimos como sustituto de ese reino perdido dista mucho de ser algo fijo y sólido: varía de observador en observador y de década en década. Quizá la única lección válida que enseña ya el pasado es que no hay lecciones que pueda enseñar.1 A pesar de todo he intentado superar el temor inicial que en un principio me atenazaba y escapar, como he podido, de la amenaza que supone convertirse en víctima de la Historia, de confundirla a través de sus enormes gestos de interpretación dado que precisamente la Historia nunca es benévola con los que esperan algo de ella.2 Aún hoy no dejo de inquietarme cada vez que pretendo acercarme a algún personaje de nuestro pasado. Así se me mostró Ermesèn al comenzar a buscar sus tenues huellas impresas en la documentación. Como una sombra que iba y venía, oculta tras las paredes de numerosos archivos. Así se me sigue apareciendo, como una mera insinuación de lo que ella había representado en ese pasado; la figura más importante, junto al abad Oliba, de la primera mitad de nuestro siglo XI. Las preguntas se disparaban a medida que su nombre deambulaba entre los pergaminos al lado de otros insignes personajes; ¿dónde había nacido en realidad?, ¿cuáles deberían haber sido las formas de su cuerpo, su altura, el color de sus ojos, la textura 1 LOWENTHAL, D. El pasado es un país extraño. Ed. Akal. Madrid , 1998, Introducción. 2 DURRELL, Lawrence. La celda de Próspero. Ediciones B. Biblioteca Grandes Viajeros. Barcelona, 2003, p. 85. 2 de sus cabellos, el ir y venir de sus manos?, ¿en qué año, lugar y circunstancias debió parirla su madre Adelaida?, ¿cuál fue la expresión fijada en la cara de su padre al conocer la noticia de que su primer hijo no era varón sino hembra?, ¿qué relación guardó con sus hermanos y hermanas? Y por encima de todas las incógnitas posibles, ¿ que motivó la decisión de convertirla en esposa de Ramon [Borrell], conde de Barcelona? Esas son algunas de las múltiples incógnitas que me habría gustado poder despejar y que por desgracia nunca tendrán respuesta. Ermesèn es un personaje inmenso, tema central no ya de una tesis doctoral, sino de muchos años de investigación. El espacio tiempo en el que tuvo que vivir primero y sobrevivir después. Los cambios vertiginosos impuestos por la transformación feudal que ella no tuvo más remedio que afrontar. Las amenazas de sus parientes más cercanos, algo que aún hoy día no deja de sorprender. La soledad que seguro la rodeaba cuando se retiraba a sus aposentos sabiendo que ya no podía recurrir a los consejos de su marido. A lo largo de estas páginas creo haber podido cumplir los objetivos marcados a la hora de intentar reconstruir la vida de esta dama occitana: poder demostrar su fortaleza, que le sirvió para no dejarse amedrentar por nada ni por nadie. Ella era la condesa y así se lo haría hacer saber y respetar a todos. Con el transcurrir del tiempo, las heridas abiertas por los actos de sus hijos y nietos cicatrizaron endureciendo su carácter. Ermesèn fue ante todo una mujer que afrontó con entereza su destino, que no rehuyó de él. Una mujer a la altura de su tiempo. La tesis ha sido desglosada en dos bloques: el primero corresponde a la reconstrucción biográfica del personaje gracias al estudio histórico de la documentación. El segundo el apéndice documental o Diplomatario de la condesa Ermesèn con su índice onomástico. El lector podrá comprobar como ha sido respetada tanto la antroponimia como la toponimia catalana no traduciendo los respectivos nombres al castellano. La decisión de adoptar la forma Ermesèn frente a las de Ermessenda o Ermesenda radica en la observación apuntada en su día por el Dr. Mundó en la obra Catalunya Carolíngia: “ El record del nom de certs personatges antics que porten algun d´aquests noms, que la tradició historiogràfica ha conservat en forma antiga, sense tenir en compte l´evolució catalana posterior, aconsella deixar-los en la forma coneguda pels historiadors generals. Aquest és el cas de noms masculins i femenins, com per exemple, Emmo-Emmone got.fem., que s´haurà d´escriure > Emmó cat.; però que també apareixen en una forma femenina llatinitzada, com Emma, usada posteriorment en textos literaris, o bé que han estat assumits per historiadors moderns; aleshores s´han deixat en la forma més coneguda. Així, el de la primera abadessa de Sant Joan que continuarà escrit Emma. Igualment, Oliba-Olibane got.masc., que s´escriurà > Olibà cat. per al gran nombre de persones que el duien en aquells segles; malgrat tot s´ha preferit deixar escrit Oliba el nom del cèlebre abat i bisbe, així com el del seu pare, de sobrenom <<Cabreta>>, com es fa tradicionalment. El mateix s´haurà d´admetre per Ermesindis-sinda-ssenda > Ermesèn cat. (encara viu al segle XV); però es deixa Ermesenda, el de la comtessa, admès modernament”.3 3 ABADAL I VINYALS, Ramon d´. Catalunya Carolíngia. Vol. IV; Els comtats d´Osona i Manresa. Tres parts. Obra dirigida por Josep M. FONT I RIUS i Anscari M. MUNDÓ. Institut d´Estudis Catalans. Barcelona, 1999, Primera Part, pp. 53-56. 3 INTRODUCCIÓN Desde la tradición oral, hasta llegar a nuestros días, al ser humano siempre le ha atraído la idea de poder dar respuestas a su pasado. La aparición de la escritura, por un lado, y el arte de poder medir el tiempo, por otro, lanzó al hombre de bruces contra su propia realidad. Se vio forzado a asumir que la vida es frágil y que sus días están contados. Arqueó lo corto de su existencia y dividió el tiempo en fracciones lo que le supuso tener que recordar. A partir de aquí, entendió que era prisionero de su propia memoria y que ésta, precisamente, era aún más quebradiza que su vida y que sólo el que recuerda puede decir, en verdad, que ha vivido4. Así nació la Historia. La Edad Media, para algunos, en lo que a producción historiográfica se refiere, quedó reducida a una mera transcripción de las narraciones bíblicas entregadas al esfuerzo de cristianizar todos los mitos paganos. Semejante empresa terminaría dando lugar a una amalgama de nuevas ficciones, no por ello menos fabulosas, decididas a ofrecer una interpretación totalmente desfigurada, y muy alejada, de esa supuesta realidad. Sin caer en el error de pensar que el proceso histórico pueda ser dividido en compartimentos estancos, como consideró Cristopher Cellarius5 , el tránsito de la Edad Media al Renacimiento, los siglos XIV-XV, la época de Leonardo Bruni, de Maquiavelo, Guicciardini y de otros, vio nacer la Era que trajo consigo nuevas concepciones histórico-políticas que condujeron, por fin, a un análisis secular que logró liberar el estudio del pasado de las garras del providencialismo. Surgieron las disputas religiosas en el XVI y con ellas, las ventanas del conocimiento se abrieron de par en par dejando entrar el aire fresco de la crítica. Los mitos que acaparaban para sí el monopolio de los viejos relatos históricos se vieron, por primera vez, seriamente amenazados. Todo aquello que pudiese dar lugar a fundadas sospechas fue cuestionado y denunciado. Los ataques se acentuaron con la llegada de los protestantes quienes no dudaron en hurgar, sin piedad, en las heridas más sangrantes del catolicismo tradicional.
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