FAMILIA Y TECNOLOGÍA JOSÉ MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDERON FAMILIA Y TECNOLOGÍA MADRID, 1996 PRINTED IN SPAIN SERVICIO DE PUBLICACIONES - FACULTAD DE DERECHO Ciudad Universitaria - 28040 Madrid Depósito Legal: M. 16.955-S996 I.S.B.N.: 84-86926-92-0 AG1SA (Artes Gráficas Iberoamericanas, S.A.) Tomás bretón, 51 - 28045 MADRID ÍNDICE Páginas INTRODUCCIÓN ............................................................................ 9 Capítulo I. El modelo de familia dominante............................... 37 Capítulo II. El contramodelo ........................................................ 57 Capitulo III. Incidencia tecnológica en el ámbito familiar .... 95 Capítulo IV. El aborto y la destrucción del sentido de la familia 123 INTRODUCCIÓN Nuestra época ha sido caracterizada como la civilización de los derechos humanos, es decir, como el tiempo en el que los derechos de la persona han sido formulados y, en consecuen- cia, no siempre necesaria, habrían sido protegidos como nunca antes. En este sentido, dice Eusebio Fernández: «Toda celebración de los hechos históricos importantes para la humanidad es oportuna, principalmente cuando, como en este caso, se trata de conmemorar los cuarenta años de la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea Ge- neral de las Naciones Unidas y aprobada en París el 10 de diciem- bre de 1948. Sin embargo, ante acontecimientos como el presente, la celebración debe servir para algo más que para organizar actos, exposiciones, etc.; debe servir también para analizar críticamente los resultados, insuficiencias y lagunas de esos cuarenta años am- parados en textos tan nobles como la declaración» '. 1 Estudios de Ética Jurídica, Cap. III, p. 59, Debate, Madrid, 1990. Es evi- dente que buena parte de los problemas proceden de la dificultad de encontrar una fundamentación común. Así con ESTANISLAO CANTERO: «Pese a que la de- En una visión progresista habríamos alcanzado el punto en el que la marcha de la liberación del hombre, iluminado por la luz de la razón, podría considerarse, al menos en el aspecto teórico, definitiva. Sin embargo, esta descripción parece sonar a algo pasado, se trata de una música vieja que no encuentra un lugar en nuestro momento, a pesar de que reconocemos en ella la alegría de una ilusión pasada. Añoramos la certeza del pasado considerándola ya inalcanzable. La desilusión es el elemento definidor de nuestros tiempos, aunque, en buena parte de nuestros contemporáneos, esta desilusión se ha traducido en el olvido de la propia condición, en la droga, no necesariamente en forma de sustancia, que nos lanza a un permanente sueño, al hedonismo más desaforado, del que una sociedad de consumo que se consume en síntoma y naturaleza. Que este proceso nos introduzca en un nuevo barroco es más que dudoso, toda vez que falta, debido a la tre- menda presión propagandística, la conciencia del desengaño y, por tanto, el esfuerzo ingenioso. Recuérdese el aforismo núme- ro cien del oráculo manual, culminación de la primera parte de tan espléndido libro: «Varón desengañado: Christiano sabio, cortesano filósofo. Mas no parecería, menos afectarlo. Está desacreditado el filosofar, aun- que el ejercicio mayor de los sabios. Vive desautorizada la ciencia de los cuerdos. Introduxola Séneca en Roma, conservóse algún tiempo cortesana, ya es tenida por impertinencia. Pero siempre el desengaño fue pasto de la prudencia, delicias de la entereza» 2. claración de 1948 parece que fundamenta los derechos humanos en el recono- cimiento de la dignidad intrínseca de todos los miembros de la familia humana, en la dignidad y el valor de la persona humana, más claramente expresado en el Pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales de 1966, es lo cierto que existe un vacío completo entorno a la fundamentación de los de- rechos humanos. Es más en modo alguno se trató, ante su evidente imposibili- dad, por las diferencias que separaban a los diversos Estados, de llegar a una fundamentación común». La concepción de los derechos humanos en Juan Pa- blo II, Speiro, Madrid, 1990. pp. 30-31. z Cito la edición de Cátedra de EMILIO BLANCO, p. 156. Madrid, 1995. En la introducción se pone en relación este aforismo de Baltasar Gracián con el 10 Si el reconocimiento del valor de la persona es emergente a lo largo de los siglos, desde el desconocimiento hasta la formalización, es indispensable localizar en qué elementos se sustenta la aparición de ese valor, qué tradición da cuenta de él, toda vez que por causa de los hombres débiles, y muchas veces perversos, el mismo mantiene una situación inestable, siempre pendiente de que el ser humano se manifieste con su cara más amarga, atemorizado ante esa naturaleza que sólo en parte lo es. Creo conveniente resaltar cómo, en buena medida, la erró- nea percepción de las ideologías que rompen, por un lado, el concepto de tradición y que, por otro, no explican el funda- mento de este valor al que supuestamente todos remitimos, hace que el hombre contemporáneo se muestre desconcertado Capitulo final de «El Discreto». «Es destinada la madura edad para la contem- plación, que entonces cobra más fuerza el alma cuando las pierde el cuerpo, realzase la balanza de la parte superior lo que descaece la inferior. Hácese muy diferente concepto de las cosas, y con la madurez de la edad se sazonan los discursos y los efectos. Importa mucho la prudente reflexión sobre las cosas, porque lo que de primera instancia se pasó de vuelo después se alcanza a la re- vista. Hace noticioso en ver, pero el contemplar hace sabios. Peregrinaron todos aquellos antiguos filósofos discurriendo primero con los pies y con la vista, para discurrir después con la inteligencia, con la cual fueron tan raros. Es corona de la discreción saber filosofar, sacando de todo, como solícita abeja, o la miel del gustoso provecho o la cera para la luz del desengaño.» BALTASAR GRACIÁN, El Discreto, Tomo II de la Edición de las obras completas por EMILIO BLANCO, en la Biblioteca Castro, Tumer, Madrid, p. 183. No olvidemos a efectos del desengaño, y sin intentar absolutizar lo biográfico, que El Discreto se publica tras el paso por la Corte y los posteriores incidentes valencianos. Véase a estos a efectos a E. CORREA CALDERÓN, Baltasar Gradan. Su vida y su obra, 2. ed., Gredos, Madrid, 1970. El desengaño toma la prudencia en sapiencia: «La prudencia, virtud operativa, consistía en el sentido de lo que se ha de hacer en las situaciones inmediatas. La sabiduría, que está sobre ella, que implica una superior experiencia de la vida, no es ya fuente de operaciones porque con una sola mirada, abarca la realidad entera y advierte su inanidad. La prudencia gra- cianesca era pesimista, pero activa, heroica. La sabiduría gracianesca es quietis- ta, desengañada. El pesimismo es común a ambas. Pero la actitud, que de prác- tica ha pasado a critica o, si se prefiere, de prudencial a sapiencial, ha cambia- do.» JOSÉ LUIS ARANGUREN, «La moral de Gracián», en Revista de la Universi- dad de Madrid VII, 27, p. 344. 11 Ante el hecho de que, en los momentos en que se afirma el final de la historia, ésta, resurgiendo, nos trae la zozobra de una rea- lidad que nos supera. Si nuestro siglo ha presumido al menos en tres ocasiones de inaugurar la paz perpetua, en otras tantas ha sido despertado por el estruendo de la guerra o el lamento de los mártires. Si hemos presumido de aceptar la igualdad entre los hombres y la fraternidad universal, hemos visto practicar de forma científica la desigualdad, hasta el extremo del exterminio del desigual. En este sentido recordemos con Buttiglione cómo Auschwitz fue un lugar construido para la destrucción del hombre a través de la alienación de su dignidad. El poder no pudo matar a todos los hombres; de hecho tuvo necesidad de ellos como colaboradores e instrumentos. Pero también esos instrumentos debían estar privados de toda dignidad 3. Si hemos creado el Estado autolimitado y regulado, servido por los funcionarios sujetos a la ley, hemos visto la muerte industrializada servida por funcionarios que habían adquirido la posición de meros instrumentos tras abdicar de su conciencia. Si creímos haber limitado la guerra hemos conocido la guerra sin límites. Es conveniente detenerse a observar cómo la proscripción total de la guerra, a la que prácticamente se ha recurrido en nuestros tiempos, tiene mucho que ver con el efecto de desapa- rición de los límites. Con Juan Antonio Martínez Muñoz «Tampoco se puede eludir una teoría de la guerra justa me- diante el recurso a la prohibición genérica de la guerra, porque ello supone prescindir de la regulación de los conflictos arma- dos». Efectivamente, la total proscripción de la guerra hace superflua una regulación de la misma, pues su uso sería siem- pre ilícito. La juridicidad de la guerra implica y exige la regla- mentación de ésta con la consiguiente posibilidad de que sea justa y la posibilidad también que se pueda determinar cuándo lo es. Por lo demás, la simple prohibición del empleo 1 Rocco BUTTIGLIONE, II pensiero di Karol Wojtyla, Jaca Book, Milán, 1982, p. 5. 12 de la violencia en las relaciones interestatales nunca puede ex- cluir totalmente una confrontación armada, porque la teoría de la guerra justa constituye el sustituto persuasivo de la pura vo- luntad disuasoria del «si vis pacem para bellum». Esta radicalización de los efectos de la guerra se observa es- pecialmente en la peculiar justificación de la guerra revolucio- naria. Con José de la Torre Martínez: «Actúa la ideologización del conflicto bélico revolucionario como un factor multiplicador de la violencia, moviendo a inspirar 'soluciones extremas, en hacer más difícil el acuerdo y en alentar a perseguir metas temibles con la conciencia ligera'», al decir de Norman Hampson. La ideología en el proceso de la guerra revolucionaria contribuye a potenciar el maniqueísmo dentro del conflicto, pues según indica este autor, los revolucionarios «Estaban no sólo autorizados, sino también obligados a reprimir la disensión en nombre de un interés general trascendental del que ellos eran los custodios.
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