Hectór-Béjar-Retorno-A-La-Guerrilla

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Retorno a la guerrilla Héctor Béjar Retorno a la guerrilla Retorno a la guerrilla © AcHeBe Ediciones Edificio Los Olmos 1403 Residencial San Felipe. Jesús María. www.hectorbejar.com / [email protected] Primera edición, Lima, agosto de 2015. Tiraje: 500 ejemplares Autor: Héctor Béjar Rivera Editor: Alejandro Salazar Rodríguez Ilustracion de Carátula: Heber El derecho de Héctor Béjar a ser identificado como autor de este tra- bajo ha sido inscrito de acuerdo con las leyes peruanas de derechos de autor. Está autorizada la transcripción parcial siempre que se haga referencia al autor y a esta edición. Hecho el Deposito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú No 2015-11946 ISBN: 978-612-46290-1-3 Impreso en Visual Press S.A.C Bartolomé Herrera 667. Lima 17, Perú En agradecimiento a Ana María Miranda Carlos Zegarra González Alfredo Battilana Zuño Burnstein Ricardo Tello Pedro Calenzani Beatriz Calenzani Gustavo Valcárcel Violeta Carnero Hoke Desirée Lieven Guillermo Carnero Hoke A la memoria de Javier Heraud Edgardo Tello Gonzalo Manrique Manuel Gurrionero Jorge Toque Apaza José Pareja Fortunato Silva Sánchez Lucio Galván Juan Pablo Chang Navarro Guillermo Mercado León Pedro Alluque Moisés Valiente Luis Zapata Bodero Juan Morales Nemesio Junco Edwin García Constantino Valencia Celestino Valencia Gualberto Berrocal Abel Ccayanchira Alejandro Gómez Condori Víctor Livio Valencia Pedro Jaway Junco Alejandro Acuña Julio Oscco Víctor Serrano Hilario Jaicuri Gregorio Palomino Máximo Jaicuri Morales Guillermo Lobatón Milla Hugo Ricra José Cabrera Flores A los cubanos que dieron sus vidas por la libertad de América A las mujeres que los amaron A las niñas y niños que los esperan A los padres, madres, hijos, hermanas y hermanos que los vieron partir y se niegan a aceptar que desaparecieron. A todos quienes los acompañan en todas partes del mundo. I Las Fuerzas Armadas han asumido el gobierno para poner orden en el país, para impedir que caiga en manos de la secta aprista. Aprismo es comunismo, comunismo es robo. Clamaba el editorial de El Comercio el 28 de octubre de 1948 al día siguiente del golpe militar del 27 de octubre. Era la tradición que venía desde los años treinta. El comunismo y el aprismo son iguales en principios y en doctrina, no tienen Patria, religión, Dios ni ley, pretenden destruir la nacionalidad y la civilización actual ha- ciendo regresar al mundo a la barbarie… el soldado peruano debe com- batir resuelta y enérgicamente al comunismo y al aprismo que son herma- nos gemelos, quienes pretenden destruir la Patria, el Estado, la Nación, el Ejército, la Religión, la Propiedad, establecer el trabajo compulsorio y la lucha de clases y finalmente negar a Dios1. ¡Soldado! El comunismo es la maldición del siglo sobre la vida de la Humanidad2. En El Comercio a dos columnas: relación de subversivos profesores apristas subrogados. Ni un solo maestro aprista debe quedar en las uni- versidades, en los colegios, en las escuelas, pues hay que evitar que sigan pervirtiendo a nuestra niñez y a nuestra juventud. Hay el deber de sepa- rarlos en el día de los cargos que desempeñan3. En la lista nombre del padre. Eso significaba el hambre de la casa. Pero sobre todo el silencio, la monotonía, la obediencia de nuevo, el gris de los días. La obediencia, Bernardo, la desesperanza, el aburrimiento. Esa mañana Zoila Rosa se levantó temprano, encendió la pesada plancha de hierro plomizo que llenó de carbón desde la noche anterior, agitó las brasas con el soplador de pajas entrecruzadas, limpió la ceniza esparcida y se dispuso a planchar el traje recién comprado de Bernardo, igual como, durante años, había limpiado con bencina, había planchado y acomodado el único terno gris del papá, Mariano, con mucho cuidado para que no ponga el grito en el cielo como acostumbraba hacer en sus 1 Instrucciones para el soldado del Ejército Nacional, 30 de abril de 1932. 2 Ministerio de Gobierno y Policía. Campaña contra el comunismo. 3 La Prensa, 30 de octubre de 1948. 11 arrebatos de ira cuando no encontraba las cosas como debían ser en el lugar en que debían estar. Antes había sido el marido, ahora era el hijo el objeto de esos cuidados, de ese amor por los detalles. Bernardo. Primer día de la Universidad. Culminación de años de tra- bajo, desde la escuela primaria que ella dirigía en el pueblito campesino de Ricardo Palma en las estribaciones de los Andes junto al Rímac de aguas claras y tumultuosas, con riberas pobladas de claveles y manza- nas, al borde de la carretera que empezaba a empinarse hacia las cum- bres, allí donde murieron por cientos, víctimas de paludismo y verruga, los indios y chinos que abrieron la azul serpiente de asfalto que subía y subía hacia la helada Oroya a 4,000 metros sobre el nivel del mar. Desde el departamentito de El Porvenir cerca de La Parada, donde Lima se abría a las primeras golondrinas de la invasión provinciana, (un día los indios bajarán de los Andes, profetizó Luis E. Valcárcel), Bernar- do tomó su ómnibus azul con carrocería de madera y en diez minutos de recorrido por un par de anchas y nuevas avenidas de asfalto reluciente, la Bolívar y la Abancay, estaba en el Parque Universitario. Cuerpito flaco, andar tímido, encerrado en esa tela planchada por la mamá para la ocasión, boina azul para que los otros chicos no lo asalten y le corten el pelo a la fuerza como se les hacía a todos los que ingresaban a la Universidad por ser recién llegados, encaminó sus pasos dudosos por los patios rodeados de arcos, sombreados de árboles, donde tartamudea- ban, más que murmuraban, unas cuantas fuentes de agua que funciona- ban a veces. Dio vueltas desorientadas bajo esas arquerías. Nadie, nadie. —Estás buscando lo mismo que yo, dijo Li Chong, no lo vas a encontrar porque eres un recién venido como yo, un extraño, no hay clases todavía, ¿no ves? allí están las vitrinas descoloridas con avisos del año pasado, míralas bien bisoño, ahí está lo que debes saber por el momento. Con el tiempo, tú serás también una página amarillenta, secada por el tiempo, como somos nosotros ahora. Se encontró con quien iba a ser su primer amigo, el chinito re- cién llegado de Ica. —Já, já. Ni siquiera tienes quince años compadre, este no es tu lugar ¿qué haces aquí? No naciste todavía. Demasiado ingenuo, prematuro, para este mundo de malicia. No era Li Chong, el chico iqueño de su primera amistad en ese mundo nuevo, era el fantasma de Li Chong. No era él, Bernardo, era la sombra de Bernardo, aquella que recorría los espacios ahora fantas- males de la casona. El retorno de quienes no pueden irse porque algo los sujeta todavía a este mundo, al mundo de aquí. Una tragedia para ellos porque están en el mundo de aquí pero lo ven desde el mundo de allá, el mundo de los fantasmas. 12 ¿Cuántos años pasaron? Li Chong veía todo con actitud pacífica y filosófica. Su espíritu sobrevivió al tiempo tempestuoso que pasó a su lado. Huelgas, bombas, prisiones, debates. Mira bien las cosas Bernardo, acéptalas como son, deja pasar, nada podrás hacer. Sesenta años después, el fantasma de Li Chong seguía pensando igual que su dueño de otrora. Y el fantasma de Bernardo seguía tratando de comprender, de formular preguntas que no tenían respuesta. —¿A qué preocuparse, tonto? ¡No tienen respuesta! ¿Por qué con- viertes la vida en pregunta y demandas respuestas para todo? La vida es la vida, nada más, no busques explicaciones. Vive la vida, valora cada minuto, cada segundo. Es la vida lo que vale, no la razón. La ra- zón es el peor invento humano. No era Li Chong, era el fantasma de Li Chong. No era Bernardo, era el fantasma de Bernardo. Y allí estaban, de nuevo, como en los viejos tiempos. —¿No te decía? Nada cambió. Los de arriba siguen estando arriba y los de abajo siguen estando abajo. El gran rebaño sigue aceptando sin chistar. Y además hay gente afuera, que no está ni arriba ni abajo. Dijo Li Chong. Tú y yo somos dos páginas amarillas y resecadas por los años. Ya no preguntes por qué. —¿Tú crees? Pero hicimos algo. La acción tiene valor en sí misma, no te guíes por los resultados inmediatos. Además, una buena parte de lo que postulamos lo conseguimos. Y en la otra parte logramos co- sas que no nos propusimos. —Eso es pura justificación, dijo Li Chong. —Ese es un argumento cristiano, dijo Samuel, apareciendo con una armónica. Es el argumento de la gradualidad y la paciencia. ¿Tú eres cristiano ahora? Ustedes decían que son los resultados revolucionarios lo que importa, no los medios. Y ahora nos vienes con el valor intrínseco de la acción. Ustedes querían resultados, cambios profundos. Acepta, fracasaron desde el punto de vista que ustedes mismos planteaban, como tenía que ser. Lo que lograron, lo consiguieron como una conse- cuencia inesperada, no planeada. Y ni siquiera eso tiene importancia. Pero fueron buenos en un mundo de maldad y pagaron el precio. —Nunca fuimos cartesianos. No estuvimos con la lógica aristoté- lica. Estuvimos con Nietzsche, con Rosa Luxemburgo, con lo espontá- neo de la vida y de la muerte. —Pero la vida está llena de resultados no planeados. Solo la ra- cionalidad cartesiana exige el éxito inmediato, la coherencia entre lo que te propones y lo que logras. La lógica cartesiana solo existió en la cabeza de Descartes. Es la espontaneidad, el fluir de las cosas lo que forma la vida. Y tú no vas a controlar ese fluir. 13 Empezar de nuevo, pasados los años, discusión sin término, sin so- lución.

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