
1 HIJOS DE LUCIFER (Sectas luciferinas actuales) Autor: Jean-Paul Bourre «También yo recorro las naciones a la búsqueda del conocimiento, aquel que está ligado a una piedra caída de la corona de Lucifer... Si estuviera ante la piedra del diablo, si la tocara, si viera cómo la iluminan dulcemente los astros que persiguen inexorablemente en el cielo el camino que Dios les ha trazado, entonces, evocaría el Grial, esta piedra caída también de la corona de Lucifer y que Parsifal conquistó. No dejaría de evocar, igualmente, el recuerdo de Lohengrin, men- sajero del Grial, que algunos llaman Elías, el "portador de la luz",» OTTO RAHN 2 A modo de manifiesto El luciferismo no es la magia diabólica contra la cual las iglesias oponen sin cesar el principio del Bien. Es una ciencia auténtica para la reconquista de los poderes perdidos, un verdadero saber que permite al hombre transgredir las leyes del tiempo para llegar a ser él «igual de los dioses». Según la enseñanza luciferina, toda forma es divinidad. Algunos han caído, esto explica la naturaleza dividida del hombre que ya no recuerda sus orígenes. Existe, por tanto, una enseñanza destinada a despertar la memoria humana para recordarle su naturaleza gloriosa. Esta ciencia fue llamada «luciferina» porque sus propagadores se encarnaron, según la tradición cabalística, para aportar el fuego del Saber a los hombres. Ellos fueron los «portadores de la luz» (en conformidad con la etimología latina de la palabra «Lucifer», formada de lux: luz, y ferré: llevar). A finales del siglo xv, el reverendo Kirk, adepto de las ciencias «diabólicas», hizo suya esta concepción de retorno a la divinidad. Sus encuentros con los «portadores del rayo» tenían lugar en la «Colina de las Hadas», cerca de Aberfovie, junto a la lauda escocesa. Su muerte enigmática presenta las características de todos los destinos luciferinos, corresponde al instante. El rayo es portador de ácido nítrico, fertilizante, lo que explica científicamente el aspecto benéfico con que es ensoñado en muchas de las creencias. Para los indios, fue la primera voz que habló al mundo, la manifestación del espíritu. particular en que el adepto se enfrenta a su última prueba terrestre: debe cambiar de dimensión y esto por el ritual que permitirá su nueva mutación. Lo mismo ocurrió con Isabel Gowdie, discípula de Lucifer, quemada viva tras denunciarse a sí misma. También para ella la muerte voluntaria, escogida y querida, le permitía participar en el último ritual del fuego. Subió a la pira, indiferente a los gritos enloquecidos que llenaban la plaza, el espíritu entregado al terrible rito que debía permitir su transformación. El destino trágico de los adeptos de Lucifer hace de esta ciencia mágica un instrumento terrible, donde la muerte envuelve el corazón de los rituales, donde las leyes humanas son abatidas sin cesar, donde el hombre no es más que un objeto experimental en manos de aquellos que poseen los poderes. En apariencia al menos, pues no hay que confundir la brujería y su séquito de encantamientos y curaciones, con esta ciencia fabulosa que prevé la rehabilitación del hombre sobre un plano divino. 3 Así Lucifer es visto como un dios civilizador, incluso, como en el Zaratustra de Nietzsche, su bondad resulta terrible a los ojos de los hombres que explican el mundo a partir de valores diferentes. La ciencia luciferina se remonta a la noche de los tiempos; existía incluso antes de que apareciesen las nociones del Bien y del Mal; es, pues, a veces, difícil descubrirla a través de sus acciones, porque ellas no corresponden a las normas morales de nuestra civilización construida sobre dos milenios de filosofía cristiana. Para Eliphas Levi, «el Lucifer de la cábala no es un ángel maldito y tenebroso, es el ángel que ilumina y regenera abrasando; él es a los ángeles de la paz lo que el cometa a las apacibles estrellas de las constelaciones de la primavera» (2). Esta nueva concepción de Lucifer, ángel de luz, fue puesta en vigor por los románticos del siglo XIX, seducidos por la maldición que pesaba sobre el «antiguo aniquilador». No era muy seria esta rehabilitación literaria, cuyo único propósito fue el efecto estético, la búsqueda de una emoción inhabitual. No ocurrió lo mismo con algunos cenáculos de alta magia, donde la práctica secreta nunca fue rota por las antiguas de la magia roja, basadas sobre una estructura ritual inmutable: el rito de las tres S: el sexo, la sangre y el soplo (hálito). Ya el Antiguo Testamento afirmaba: «El alma de la carne está en la sangre» (Levítico). Eliphas Levi: Dogmas y Rituales de la alta magia. Esta creencia es la base de la ciencia luciferina, que entra en el alma por los «cuerpos» intermediarios que son: la sangre, la energía sexual enteramente cerebralizada (en esto se aproxima al tantrismo) y el soplo que permite la acción justa del Verbo, la palabra, el encantamiento, el sonido bajo sus aspectos más diversos. Eliphas Levi, incluso hablando de Lucifer como de un ángel de luz, no lo considera menos un «mago blanco», fuertemente influido por los dogmas judeocristianos. Rehusa participar en las últimas experiencias, que cuestionan las bases mismas de la civilización. Su prudencia da a su enseñanza un carácter ambiguo, un «color moral» que distingue, todavía hoy, lo Oculto. En el siglo XX, Lucifer es, pues, un mago negro, habiendo hecho un pacto de alianza con las fuerzas de las tinieblas, o bien un paranoico cuya personalidad se explica clínicamente. 4 He aquí el doble aspecto de la nueva Inquisición. Desde entonces, ninguna obra ha intentado una verdadera rehabilitación de esta ciencia, pues el hombre, deseando transgredir los valores que le son impuestos, tiene miedo de encontrarse inevitablemente frente a sus jueces... Así se conserva el sentimiento de culpabilidad, este viejo demonio creado por todas las religiones humanistas. Aún existe una subversión oculta que procura por todos los medios rebajar el luciferismo al rango de una desviación satánica. Es suficiente, por tanto, estudiar los textos de las civilizaciones tradicionales para comprender que la caída de los ángeles rebeldes, génesis del luciferismo, representa en verdad la venida de los instructores, aportando al hombre el saber iniciático, que Lucifer no es el dios del mal, opuesto al dios de la Biblia, sino un príncipe divino que se encuentra en todas las tradiciones. Que esto sea a través del culto de la serpiente El Hayyat, de los adoradores de Iblis, el Lucifer del Islam o en el combate mitológico de Mahasoura —el Lucifer hindú luchando por penetrar en el tiempo humano— es siempre la misma visión del fuego instructor caído del cielo para que el hombre pueda despertar a su propia divinidad. La mitología no asusta, porque los combates de dioses que pone en escena no son para nosotros más que una sucesión de alegorías a descifrar. El terror llega cuando el hombre reproduce estos combates divinos en el corazón del ritual, cuando hace descender al círculo consagrado todo el poder arrancado a los mundos superiores. El mago luciferino es el mediador entre los altos principios ocultos y el plano terrestre. Se mantiene en pie en el centro del rito, a modo de pararrayos. Se transforma a sí mismo, en el transcurso de sus experiencias que no son, en verdad, más que una: hacer del simple practicante un «portador del rayo». Por esto, es a veces difícil distinguir entre el número de los adeptos luciferinos la parte de ascensión auténtica, tan terrible, y la parte de las motivaciones personales, de las desviaciones simplemente humanas. ¿Gilles de Rais, por ejemplo, esperaba el día de su ejecución la graduación prometida a todos los mártires luciferinos? ¿Su extraña alquimia del sexo y de la sangre fue condenada a otra cosa que a la anatematización de su alma?... ¿Y, más cerca de nosotros. Charles Manson, el Rasputín californiano, no es más que un «disfrutador psíquico», o bien su acción depende de principios superiores? Se puede encontrar en los rituales de la «familia» Manson toda la gama mal comprendida y mal interpretada de las prácticas luciferinas: psicodramas del espíritu, ritos de la horca, poderes de la sangre... 3 Otras sectas continúan hoy la experiencia de la magia roja y sus rituales, a veces complejos, se aproximan a los antiguos ritos de Babilonia. Como en el Egipto de Mendes, el macho 5 cabrío reencuentra su función privilegiada, y la blasfemia y el encantamiento participan del mismo cambio de la personalidad, de la misma transformación del hombre en divinidad. Cuando todos los textos judeocristianos anuncian, en el fin de los tiempos, el encadenamiento de Satán por milenios, los profetas egipcios predicen que cuando llegue el último día de la tierra, Lucifer no será arrastrado por el caos: «Regresará esta larga serpiente que sobrevivirá cuando toda la humanidad haya retornado al fango.» Visión luminosa del dios civilizador Lucifer, el redentor surgiendo vencedor sobre las ruinas del Bien y del Mal. Adeptos y mártires 3 La función de la sangre es como un vehículo de la energía vital. Kirk, el pastor luciferino Existe en Escocia, en el viejo cementerio de Aberfoyie, una tumba distinta a las otras: es la del reverendo Kirk, cuya muerte enigmática, sobrevenida en 1692, demuestra quizá la proximidad de un mundo terrorífico que nos es difícil de concebir. Para los habitantes de Aberfoyie, el Diablo existe, y, generación tras generación, han aprendido a protegerse de los maleficios de la noche, a combatir los seres que merodean en la landa, los «puks» y los «leprechauns», de los que los cuentos de hadas presentan solamente el aspecto malicioso e inofensivo. El reverendo Kirk estuvo muy familiarizado con la magia diabólica y las pruebas que obtuvo en el curso de sus prácticas refuerzan su idea de un mundo sumido en unas leyes que no comprendemos.
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