“D” de José Balza o el extravío del rock venezolano Luis Barragán Centro de Investigaciones y Estudios Latinoamericanos (CIELA) [email protected] “Un momento separado de todos los momentos, tiene años esperándote fuera de los años” Rafael Cadenas (“Memorial”) a V? V? B? I.- Radio y literatura II.- Periplo personal III.- Avalúo musical IV.- Rock venezolano V.- Conclusiones Notas Referencias esenciales Destacado novelista venezolano, José Balza (Delta del Orinoco, 1939) es autor, entre otras obras, de “Marzo anterior”, “Largo”, “Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar”, “Medianoche en video: 1/5”, “Percusión”, “Después Caracas” y - objeto específico de nuestro interés- “D”. Esta última, editada en 1977, nos permitirá explorar el campo radial y musical en el obligado contexto épocal, personal y profesional de sus actores. I.- Radio y literatura La radio conoce de la calidad de una escritura, por tal, sonora y susceptible del reconocimiento de la crítica. Y, también, nos permite indagar sobre el fenómeno del rock -específicamente, el rock hecho en Venezuela- al tratar la historia de un medio y, propiamente, de la exitosa logia de los locutores comerciales que masificaron y guiaron los gustos musicales. Un texto sonoro Escrita entre 1974 y 1976, “D” de José Balza versa sobre la trayectoria vital de Guillermo Agustín Olivares (A: 130), permitiéndonos reconstruir la de la industria radial misma, en Venezuela. El protagonista desarrolla exitosamente la locución radial hasta experimentar una fuerte crisis personal que lo lleva de la ciudad capital a otra población lejana e incontaminada del interior del país, para volver y - sorprendido- reseñar el desarrollo conquistado por el medio. Balza emplea a fondo la ambientación y el lenguaje publicitarios, alcanzando un discurso narrativo eficaz al retratar el inmisericorde bombardeo de cuñas, lemas o “slogans” al que fue sometido el oyente de décadas anteriores, mientras disfrutaba o intentaba disfrutar de las emisiones radiales, pues, en Italia la publicidad radial representó el 3,5%, equivalente a media hora del total de las transmisiones diarias, o Estados Unidos promedió 1.500 cuñas por día, y en Venezuela apenas 18 emisoras caraqueñas treparon el 30% lanzando 8.586 mensajes cada 24 horas, considerados como empíricos y pueriles, al principiar la década de los sesenta [1]. Habida cuenta de los menores recursos y efectos sonoros disponibles por entonces y de la lectura inmediata y paciente que hacía el profesional de la radio de los libretos de promoción, semejante a los espacios cubiertos por diarios y revistas, reputada como rudimentaria y esencialmente impresa, la evocación publicitaria luce decididamente iconográfica. Igualmente, la novela contribuye a la recuperación de la memoria colectiva, orientada por un hombre público que gozó de gran credibilidad, partiendo del campo de la musicalización radial. La organizará significativamente en “cassettes” y lados “1” y “2”, como si el testimonio estuviese destinado a un programa especial e, incluso, susceptible de una complementación musical y de las modificaciones apropiadas para la producción, horario y promociones. Quizá, por primera vez, la literatura muestra una espléndida voluntad de ocupación de la radio comercial, fenómeno cotidiano y de una inmensa influencia. Así, los musicales adquieren una prestancia que los competidos espacios de noticias y radionovelas exhiben, acaso de mayor trascendencia, hasta hacerse acreedora -en el último renglón- de célebres esfuerzos como “La tía Julia y el escribidor” de Mario Vargas Llosa [2]. Sonoridad de un texto Observó Denzil Romero, al publicarse “D”, el “alarde de magnífica organización textual y virtuosismo técnico: despliegue intrincado de planos, alusiones, procedimientos y perspectivas contrapuntísticas [...] deltana en la trama y profundamente caraqueña”, en la que Olivares funge como narrador-personaje, en la primera parte, devenido autor-protagonista-corregidor, en la segunda [3]. Semejante criterio técnico expondrá Aponte Zacklyn, concebida la “literatura como reflejo de sí misma”, confundida la historia y la ficción en una sola realidad gracias a la “brillantez de una prosa poética [ y ] de una rigurosa organización estructural” [4]. Oropeza la consideró como el cierre de un ciclo novelístico creado alrededor de la noción de multiplicidad, destacando -de un lado- el “Delta de historias”, como eje conceptual del texto; y - del otro- distinguiendo tres partes en “D”, bajo el supuesto de la entrevista hecha por otro “discjockey” (sic): “decidido [ a ] explicarse lo que ha sido su vida” (C: 421). Convendríamos en una parte adicional, paradójicamente silente y ágrafa, como es la de los jóvenes oyentes que recibieron la noticia de la novela, probablemente a la espera - ya viejos - de otra conmoción del medio que les permita acceder a Balza e, incluso, a un merecido estudio y valoración de toda su obra, similar al riguroso esfuerzo que ha hecho el autor sobre Proust, Borges, Meneses o Guillermo Sucre [5]. Se ha dicho que la aparición de “D” coincide con el momento en que más se creía en la revolución, comportando una revisión de la propia acción política, como - estimamos- incorrectamente lo asume Saldes Báez [6]. Bien la creemos un tejido de la cara oculta de los acontecimientos, necesariamente emotivo cuando de vida personal y de música se trata, que supera los “envases narrativos” (D:66) utilizados frecuentemente en el intento de atrapar las realidades épocales. Ejercicio de precisión Nota personal, supimos de “D” de José Balza cuando la publicitaba una emisora de corte “juvenil”, por 1977, a la vez que -curiosamente- nos enterábamos en casa del lanzamiento de “Gómez, el amo del poder” de Domingo Alberto Rangel, gracias a una emisora de corte “popular”. A la diaria programación radial, también fue incorporada la promoción expresa o tácita de un novelista que se atrevió a hurgar en la intimidad de la cabina, aunque le fuese extraña, como se cuela inevitablemente en la obra. Ejercicio de precisión, tratándose de un amplio catálogo musical, está ausente el nacimiento y el desarrollo del rock hecho en Venezuela. En tal sentido, distinguimos entre el fenómeno de dependencia de la subcultura de masa anglosajona, “ciega y sumisa, particularmente evidente y fácilmente estudiable en los sectores juveniles”, y el de transculturación, intercambio y sincretismo cultural, de acuerdo con Juan Liscano (F: 20-22); suponemos la imposición de la discografía extranjera en el mercado local, en detrimento de los éxitos alcanzados por la música “tradicional”; e intentamos una prudente consideración sociológica y musical en relación a la década de los sesenta, tratándose de la hipotética fuga, deserción o exilio de Guillermo Agustín Olivares. II.- Periplo personal Admirados gúrues de la música y de la publicidad, hastiados del negocio que los catapultó, también padecen de los naturales sismos existenciales. Intensamente padecido por el protagonista, decide emigrar en búsqueda de la libertad y serenidad perdida, para volver y percatarse de la asombrosa evolución del medio radial, aceptándose en la versión que es -en última instancia- la del narrador mismo. Liderazgo sobrevenido Olivares nace en la Venezuela petrolera, anodina y aparentemente conforme, conociendo muy poco de los padres, criado por la tía materna en una pequeña casa del muy caraqueño sector de La Pastora, transitada “esa solitaria adolescencia mía, desasistida e incógnita” (A: 93 s.). Contabilista en el treintenio, llegó a la radio para hacerse libretista, secretario, administrador, cumplidas otras facetas como reportero y narrador deportivo. Pudo ocuparse en otro empleo, pero el azar lo condujo al oficio que, involuntaria y sorpresivamente, le permitió liderizar los gustos músicales de un extenso público: “Jamás mostré iniciativa para algo; aun no he olvidado que en la ciudad yo llegaba -imbécilmente- a dirigir la opinión de la gente” (16 s.). El azar se hizo intuición y atrevimiento, aprendiendo por sí mismo las destrezas necesarias, perfeccionándose técnicamente y trayendo las novedades musicales de Estados Unidos. Domesticó su talento y, rompiendo con el canón en boga, mejorada su dicción, acertó con una nueva forma de hacer radio, aunque -al pasar los años- adquiere consciencia del sobrevenido poder de manipulación: “Yo -ese otro que yo fui- hubiese exaltado con torpes adjetivos la sonoridad instrumental de Chon. ¿Cuántos programas, qué obtuso escándalo hubiera armado yo con un hallazgo como él?” (A: 19), confesó a propósito de una espontánea y rudimentaria interpretación. Y es que Balza asume, referido al pueblo, que “su gusto está dirigido por políticos y locutores” (B). Triunfa constantemente en el oficio, ocupa el espacio matutino y coloca canciones nunca antes escuchadas en el país por la “!bendita provisión de Ara!”, quien lo acompañó en su precursor viaje a Los Angeles (A: 65 s.). La primera masa subyugada fue la de los liceístas, 6 emisoras de Caracas encadenaban con su programa “El disco desordenado” ; para 1959, lo hacían 23 estaciones del interior y, por añadidura, 150 del mundo lo reproducían mediante los “tapes” (67). Empero, al contrastarse con las posteriores generaciones de locutores, impreciso e inseguro, no sentía el ímpetu ni creía ser estrella (A:130 s.). Inevitable consecuencia fue la de enriquecerse, tanto que “mi vertiginosa fortuna sostenía cualquier capricho” (A: 16), aunque habitó el apartamento de un sector caraqueño de clase media, como El Marqués (128). Emulación a la del espectáculo, personalmente
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