Pizarro Vs Almagro. Amigos/Socios/ Enemigos

Pizarro Vs Almagro. Amigos/Socios/ Enemigos

PIZARRO VS ALMAGRO. AMIGOS/SOCIOS/ ENEMIGOS Cuando Francisco Pizarro y Diego de Almagro des­ embarcaron en el Perú y conocieron la discordia entre Huáscar y Atahuallpa, ellos también llevaban los gérme­ nes de su enfrentamiento fatal. La disputa por el poder los separaría, los arrebataría, los llevaría al aniquilamiento recíproco. Los socios de la conquista se transformaron en enemigos. Los llevaría al desconocimiento de contratos y a la ruptura de los juramentos de ayuda mutua solemni­ zados con la comunión de una misma hostia. La historia peruana tradicional, que a menudo des­ barranca en la hagiografía, ha prefabricado un Francisco Pizarro bueno y un Diego de Almagro malo. Un Pizarro leal, honesto, fraterno. Un Almagro resentido, torvo, envi­ dioso de la gloria ajena. Tiempo es que caigan las estatuas apócrifas. Sin con­ vertir la historia en un tribunal manipulado por el pen­ samiento maniqueo; sin incurrir en la subjetividad de los hispanófilos y de los adversarios de la España de la conquista, examinemos los hechos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Los hechos, sólo los hechos; no las pasiones desbordadas de los bandos. "Es justo escribir sus costumbres y calidades comparándolos entre sí, como hace Plutarco cuando escribe los hechos de dos capitanes que tienen alguna semejanza" sentencia Agustín de Zara­ te que les conoció. Pasemos por alto los detalles del origen familiar de estos españoles porque la humildad del entorno social de ambos, y su movilidad social, más bien los enaltece. La conquista del Perú y el Nuevo Mundo fue, en general, ha­ zaña de expósitos, bastardos, judíos conversos, y margi- 82 — MARIO CASTRO ARENAS nales de condición diversa; incorporados con honores al sistema de poder del siglo XVI, que instituyó una noblesse de epée. Francisco Pizarro llegó a América, específicamente a la isla Española, con el Comendador Nicolás de Ovando; luego se alistó en la expedición al mando de Alonso de Oje­ da. Con Juan de la Cosa y Américo Vespucio. Ojeda arribó en 1499 a las islas Trinidad y Curacao y la costa de Suri­ nam, observando, a lo lejos, las casas indígenas de palafitos de la región bautizada como Venezuela. En 1502 continuó viajando con Juan de Vergara y García de Ocampo, reco­ rriendo el golfo de Paria y las costas de la Boca del Dragón, donde se fundó el pueblo de Santa Cruz. Alvarez Rubiano Pablo, Contribución al estudio de la personalidad de Pedrarias Dávila. Posteriormente, Ojeda recibió la merced de la con­ quista del territorio comprendido entre el Cabo de Vela y el Golfo de Urabá. Real Cédula de 15 de junio de 1510. Archivo de Indias. Indiferente general Registros 139-1-3, fol.34. La estada en la Española (Santo Domingo) fue la pri­ mera experiencia americana de Francisco Pizarro. La ex­ periencia lo vinculó al sistema de explotación colonial de la Española que oprimió cruelmente la población indíge­ na hasta llevarla a su desaparición. Antes de embarcarse a Tierra Firme, la rivalidad de Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa le enfrentó a la infraternidad rampante de estos capitanes españoles, que se enredaron en rencillas intras­ cendentes, antes de hacerse a la mar. Sin embargo, Pizarro advirtió que las desavenencias personales podían superarse cuando se presentaban si­ tuaciones de riesgo para la integridad física del rival y me­ diaba la solidaridad en la desdicha. Fue testigo de cómo Diego de Nicuesa, posponiendo rencores, prestó auxilio a Ojeda en el Golfo de Urabá donde este infortunado capi­ tán afrontó duras guazábaras con los feroces yurbacos que untaban la punta de sus flechas con hierbas ponzoñosas. Víctima de las flechas de los yurbacos fue el reputado eos- Anterior Inicio Siguiente PANAMÁ V PERÚ EN EL SIGLO XVI — 83 mógraf o Juan de la Cosa, miembro principal de la expedi­ ción de Ojeda. Cercado por los yurbacos, Ojeda abandonó la villa de San Sebastián arrastrándose en la noche, pro­ metiendo regresar con ayuda. Dejó a Pizarro como tenien­ te —su primera experiencia de mando—, con la consigna de permanecer cincuenta días allí mientras buscaba a su socio, el bachiller Martín Fernández de Enciso, que zarpó después de la salida del primer grupo de expedicionarios avecindados en la Española. El nombre del mártir cristiano de la villa ilustra la condición crítica de Pizarro y sus compañeros. Se agota­ ron las provisiones en la villa y las flechas les impedían salir en busca de alimentos. Pizarro conoció desde niño las cornadas del hambre. Pero en la condición en que es^ tuvo en San Sebastián, debía quedarse al mando hasta el retorno de Ojeda. Fernández de Oviedo relata historias de canibalismo de cadáveres insepultos de españoles y de indios. Muchos de los que comieron carne humana en­ venenada perecieron. Como Ojeda nunca regresó, en los primeros días de setiembre de 1510, Pizarro y su famélica tropa abandonaron San Sebastián entre gallos y mediano­ che. Después de soportar recias penalidades, consiguie­ ron embarcarse en los navios que anclaron a la entrada del golfo. En una nave iba como capitán un tal Valenzuela, que naufragó y pereció con todos sus hombres, a conse­ cuencias de los coletazos de una descomunal ballena, se­ gún la fantástica versión de Gomara. Pizarro remontó el naufragio y siguió viaje a Cartagena, donde se reunió con el Bachiller Enciso. Estas primeras experiencias en tierra americana mostraron podríamos decir la vertiente noble y heroica de la personalidad de Pizarro. Empero, la experiencia en el Darién y, sobre todo, la conquista del imperio incaico re­ velaron el predominante lado oscuro de su personalidad. En verdad, su alma escondió deslealtad, engaño, codi­ cia, carencia de escrúpulos para incumplir compromisos 84 — MARIO CASTRO ARENAS y deshacerse a la mala de sus compañeros. Estos rasgos perversos fueron las claves de la conducta de Pizafro en el Darién y en el Perú durante su apogeo y su muerte. Inicialmente Pizarro formó parte de la expedición de Alonso de Ojeda. Su capitán fue Ojeda; por consecuencia, debió estar a su lado en los vuelcos de fortuna de Ojeda. Sin embargo no siguió a su lado, después del episodio de San Sebastián, y buscó otros derroteros según soplara el viento a favor o en contra de sus ambiciones. En Santa Ma­ ría la Antigua, no desplegó un esfuerzo convincente para defender a Diego de Nicuesa, otro capitán que conoció en la Española, cuando Balboa y los vecinos, de acuerdo a versiones que el jerezano desmintió repetidamente, deses­ timaron sus títulos de autoridad de la ciudad, impidieron que se quedara en ella y lo embarcaron en una frágil em­ barcación en las aguas del Caribe rumbo a la muerte. Rodrigo de Colmenares sorprendió a Francisco Piza­ rro, cuando regresaba a la Española. Colmenares enderezó el rumbo del bergantín a la isla Fuerte, donde los caribes impidieron el desembarco, por lo que partió a Cartage­ na para allegar agua y provisiones. Cerca de Coquivacoa descubrió el bergantín del bachiller Enciso. El malicioso abogado no creyó ni aceptó las razones de la desafiliación de Pizarro de la expedición de Ojeda y le obligó a que re­ gresaran a San Sebastián. En Santo Domingo, en realidad, Pizarro no tenía horizonte claro. Se habría empantanado en la rutina de los conquistadores, siempre a la espera de una nueva expedición. Ante esa perspectiva, después del choque con Enciso, Pizarro prefirió tentar suerte en la aventura del Dañen. En Santa María la Antigua anudó amistad con Vasco Núñez, hombre del pueblo llano como él, al que quizás conoció en Santo Domingo antes que em­ barcara como pasajero clandestino, en uno de los navios fletados por Enciso. Muchas cosas concurrían al anuda­ miento de una amistad fraterna entre Pizarro y Balboa. Así lo entendió el jerezano, enrolando a Pizarro en la hueste PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 85 expedicionaria que descubrió la mar del Sur. Figuró el ex­ tremeño, según el acta levantada por el Escribano Andrés de Valderrábano, entre los principales miembros de la ex­ pedición: "...formó Vasco Núñez tres grupos de 12 hom­ bres cada uno mandados por Francisco Pizarra, Juan de Ezcaray y Alonso Martín para que reconociesen la tierra a fin de averiguar el camino más corto para ir al mar, al que Alonso Martín llegó el primero". Fernández de Oviedo, His­ toria General de las Indias, libro XXIX, capítulo III. En el viaje a la Mar del Sur Pizarra oyó a uno de los hijos del cacique Comadre, amigo de Balboa, relatando la existencia en la lejanía del Levante de una tierra pródiga en oro. Fue una conversación abierta al conocimiento de los miembros de la hueste, regañados por el joven indígena al verlos riñen- do por unos objetos de oro de aquella región, magra en los metales preciosos que buscaban los españoles. Pizarro guardó en la memoria el relato del hijo de Comagre. Pizarro analizó las evoluciones del auge y decaden­ cia de la posición de Balboa. Primero vio los forcejeos de Balboa con Enciso, con Nicuesa, y con otros pobladores de Santa María la Antigua, valorando la jerarquía ganada por el jerezano por sus acciones, no por mercedes de cédulas reales. El liderazgo de Balboa en el Darién fue, cabalmen­ te, la expresión natural de su personalidad, más allá de capitulaciones y cédulas reales. Se impuso, por gravita­ ción de su temperamento, a los que llegaron a Santa Ma­ ría la Antigua, premunidos de autorizaciones reales para gobernar sin tener cualidades elementales de liderazgo. Pizarro tenía que sentirse, por su origen y cualidades, más próximo a Balboa que a Ojeda, Nicuesa o Enciso. Balboa modeló el arquetipo de lo que pudieron ser los ideales de Pizarro, en el lapso transcurrido entre su asentamiento como gobernador de Santa María la Antigua y el descu­ brimiento de la mar del Sur.

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