En Francia hay un mundial Abelardo Sánchez León El Perú estará en Francia, durante el Mundial de Fútbol, a través de algunos de los ciudadanos ilustres de la pantalla de televisión: Micky Rospigliosi, Alberto Beingolea, Efraín Trelles, Umberto Jara, todos ellos competitivamente colegas, comiendo fútbol, soñando fútbol, inventando fútbol, como reza compulsivamente un comercial de la Coca Cola, aunque no necesariamente haya fútbol en la cancha de juego. El único ausente, por lo menos vestido de coach, será Juan Carlos Oblitas. Una pena... Una verdadera pena, porque si bien eran pocos los aficionados que consideraban que el Perú podía asistir al magno torneo, éste ha sido uno de los procesos clasificatorios menos difíciles de los últimos tiempos. Por primera vez en su historia el Mundial tendrá 32 países participantes. En un principio eran 16 (el Perú, uno de ellos, en los Mundiales de 1970, 74 y 82), luego fueron 24 y ahora 32. De América del Sur irán nada menos que 5 selecciones, si contamos al campeón vigente, Brasil. ¿Pudo estar el Perú? ¿Debió estar el Perú? La suerte existe en el fútbol, pero sobre todo si ella va acompañada de la eficiencia. Incluso Alemania, un país en absoluto con mentalidad cabalística, tiene suerte en la medida en que reduce las posibilidades de error. El Perú, durante la etapa clasificatoria, no tuvo mucha suerte que digamos, en parte porque no la mereció y sobre todo porque no la buscó. Como reconoce el propio Oblitas, «regalamos» demasiados puntos durante los primeros compromisos, y la recuperación fue lenta e incapaz de revertir los primeros momentos llenos de dudas, inseguridades e impaciencias. Como no hubo una preparación previa al torneo, la selección del Perú, tal como ocurre en el teatro nacional, hizo de sus primeras funciones su ensayo general. Eso se paga. Pero aún así podemos pensar si su ausencia está justificada. Después de un tiempo y con la serenidad que da la perspectiva, debemos reconocer que el Perú está por debajo de los 5 países que han clasificado. Quizá Chile era con quien debíamos dirimir la posibilidad de asistir al Mundial, y así fue, pero fuimos derrotados. Chile fue inmensamente superior a nuestro elenco en todos los terrenos: en la planificación, en el cálculo, en la psicología de sus integrantes y, sobre todo, en calidad profesional: solamente Marcelo Salas e Iván Zamorano valen mil veces más que Flavio Maestri y Germán Carty... y eso que en el partido efectuado en Santiago no estuvo Zamorano. Si una selección desea estar en un Mundial no puede cometer errores graves y, por supuesto, está obligada a reducir al mínimo los errores intrascendentes. Marcelo Ríos no cometió errores cuando enfrentó a André Agassi en los Estados Unidos... por ejemplo. No los podía cometer. El error es humano, pero delata la preparación del deportista. Cuando enfrentamos a Chile en el compromiso decisivo, hubo jugadores que no estuvieron a la altura de las circunstancias: ni Juan Reynoso, ni Roberto Palacios, ni Jorge Soto por mencionar a tres que tenían la obligación de jugar muy bien. Si consideramos que ese partido decidía si iba Perú o Chile, definitivamente la clasificación de Chile es justa. Juan Carlos Oblitas se mantiene como responsable del fútbol peruano, porque bajo su mando se encuentran todas las categorías y la selección de mayores. Oblitas es el encargado de asumir el reto de clasificarnos al Mundial del 2002. Ojalá... El reciente partido amistoso frente a México ha despertado ilusiones en algún sector de la prensa deportiva (a pesar de haber perdido y errado numerosas posiblidades, mal endémico, como le dicen), sobre todo porque ya es hora de renovar ciertas piezas, ciertas actitudes y ciertas psicologías, siempre y cuando ellas no se reproduzcan en los jóvenes de hoy. Ha tenido que venir Oswaldo Piazza, por ejemplo, para decirnos que en todas partes del mundo existen jugadores en primera división de 18, 19 y 20 años, menos en el Perú, por supuesto, debido al gran negocio que consiste importar jugadores de bajísima calidad o que se encuentran en los últimos tramos de su carrera; los famsosos «parrilleros» o «paquetazos», que impedían que surgieran figuras como Baylón, Araujo, Gómez, Villanueva o Mattelini, por ejemplo... Si nuestro destino es estar bajo el mando técnico de Juan Carlos Oblitas, debemos reconocer que él está en la obligación de reducir los errores al mínimo, planificar con tiempo (tiempo hay de sobra ahora) y vislumbrar variantes; es decir, evitar ese único estilo de juego, ese único planteamiento, ese único modo de encarar los compromisos, a tal punto que todos los rivales saben de memoria cómo es que juega el Perú. Oblitas tiene que ser, con tiempo y prudencia, más creativo. Si Solano brilla en el Boca como volante, por qué mantenerlo de marcador de punta; si Jorge Soto desconcierta como volante, por qué mantenerlo en su puesto original de marcador; si Roberto Palacios no tiene energías suficientes, por qué no cambiarlo en varios pasajes. En fin, pensar que el futuro está en Rebosio, en Baylón, en Salazar y en tantas figuras que deben progresar en un futuro mediato. Si Oblitas va a ser el mismo entrenador de siempre, sin ideas, sin riesgos, sin alternativas, sin novedad y sin buscar nombres que inyecten sangre a un desmoronado fútbol peruano, la inversión habrá sido en vano. En el 2002 no deben ir al mundial solamente los comentaristas deportivos, porque aparte de soñar y comer fútbol, reinventándolo, siempre es bueno jugarlo, y para ello están los profesionales del fútbol. .
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