SEGUNDA PARTE Organización sociopolítica CAPÍTULO V La historia conjetural EX CUANTO LA CONQUISTA SE EXFRENTó a sociedades mejor organizadas, como en México o Perú, sus acciones militares se convirtieron en guerra justa que apa­ ciguaría la ambición imperial y la tiranía de sus reyes cimentadas sobre invete­ radas guerras intestinas por el control del poder. Este argumento, repetido en el norte de los Andes, fue respaldado con cierta imagen de la organización sociopolítica y la cultura de los muiscas que justificaba su reducción a vivir en policía y la aceptación de las costumbres cristianas. Aseveraron que su religión era resultado del barbarismo y la gentilidad y que su mitología era producto de la ignorancia y la superchería que promovían el culto a la naturaleza, a los ídolos y el sacrificio de niños. Divulgaron que sus relaciones sociales descansa­ ban en el incesto, el adulterio, el estupro y la sodomía, lo que redundaba en la desenfrenada poligamia de sus caciques. Éstos abusaban tiránicamente del poder alcanzado a través de cruentas guerras de sometimiento de las gentes por la fuerza de las armas, sólo interrumpidas por la llegada de los hispanos. Describieron su organización política según una estructura jerárquica en la que las gentes estaban sometidas a autoridades locales, a su turno bajo el do­ minio de grandes caciques regionales que repartían el territorio altiplánico entre el norte, dominado por el zaque, y el sur, por el zipa. Los cacicazgos progresaban desde los comuneros hasta el pináculo de la pirámide ocupado por aquellas autoridades panregionales que fungían como reyes de un impe­ rio. Conquistadores y cronistas argumentaron que su razón de ser se apoyaba en la utilización de la fuerza de trabajo y la extracción de costosos tributos que periódicamente debían entregar a los grandes caciques regionales. Tal sujeción al tributo habría resultado de la ambiciosa expansión imperial del Bacatá y el Tunja, que daban continuidad a prolongadas guerras que sus antepasados ha­ brían emprendido contra los cacicazgos vecinos. Estos argumentos fueron magnificados progresivamente por los cronis­ tas, quienes transferían a los americanos el modelo de la Conquista que hacía de la guerra el fin de la política. En la Nueva Granada, tal interpretación fue proyectada en la historia. Hay quien pretende que las gentes de Colombia par- 162 LA HISTORIA CONIETURAL ticiparían de una presunta "cultura de la violencia", arraigada desde tradicio­ nes prehispánicas, indígenas, como un fardo que señala el destino ineluctable de las gentes y la cultura de los colombianos. A pesar de que la historia de Colombia aún depende de la concertación de investigaciones antropológicas, arqueológicas y, por supuesto, históricas, este resumen de las argumentacio­ nes hispánicas que han sido fundamento de la historia patria pretende eviden­ ciar sus intereses, sospechosamente semejantes a la idílica construcción de los Estados Imperiales europeos. Luego retomaré el análisis de la organización sociopolítica de los muiscas, cuyo orden social evidenciará nuestra aprehen­ sión sobre la interpretación colonial. Es por ello por lo que el nombre del capí­ tulo apela al epíteto que el antropólogo británico Radcliffe-Brown empleó para la hipotética reconstrucción evolutiva que sus colegas pretendían de la socie­ dad a mediados del siglo pasado. La guerra No obstante que los soldados Sanct Martín y Lebrija argumentaron que las gentes de la Nueva Granada eran: ...gente que quiere paz y no guerra, porque aunque son muchos, son de pocas armas y no ofensivas1 y, en repetidas ocasiones pretendieron diferenciarlos de feroces vecinos, la guerra siempre se dijo an­ cestral. Los primeros informes dicen que los muiscas guarnecían sus fronteras con gente de guerra, y aunque estaban los unos en la tierra de los otros1, eran hostigados por naciones "bárbaras", de lengua y costumbres distintas, como los panches, muzos, laches y colimas3. Cronistas tempranos, como Castellanos y Aguado, y aquellos que la supieron por terceros, como Cieza y Oviedo, re­ construyeron la historia de los muiscas como un proceso de conquista. Las tácticas y estrategias de milicia mejor documentadas se refieren al combate con los panches, sus vecinos de las inmediatas tierras cálidas occiden­ tales, con quienes se afirma que los muiscas mantenían un imperecedero con­ flicto. De las descripciones de los prolegómenos y postrimerías de la batalla, el Epítome relata que los caciques convocaban en la puerta de los templos a la gente de la guerra y, alimentados con magras comidas y poco sueño, durante un mes entero permanecían, noche y día, rogando con cantos que justificaban 1 Sanct Martín y Lebrija, en Oviedo, 1852, III: 91. 2 Oviedo, 1852, III: 113. 3 Aguado, 1956,11,206. [163] ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA sus razones: al sol y a la luna, y a los otros ydolos a quien adoran. Oviedo afirma que la ceremonia era perentoria y se repetía al retorno de la guerra aún si el resultado era el fracaso4. Estos panches y los indios de Bogotá se hacen cruel guerra, y si los panches toman indios de los de Bogotá, o los matan o los comen luego, y si los de Bogotá matan o toman algunos de los panches traen las cabezas dellos a su tierra, e pénenlas en sus oratorios. Y los muchachos que traen vivos, súbenlos a los ce­ rros altos, e allí hacen dellos ciertas cerimonias y sacrificios, y cantan muchos dias con ellos al sol; porque dicen que la sangre de aquellos muchachos come el sol y la quiere mucho, y se huelga más del sacrificio que le hacen de muchachos que de hombres (Sanct Martín y Lebrija, en Oviedo, 1852, III: 91). Mientras que para los panches la guerra conducía al canibalismo, los muiscas mataban a todos aunque se rindan y colocaban sus cabezas en oratorios, y sacaban los ojos a sus capitanes hasta que morían luego que hacénle mil ultrajes en cada una de sus fiestas, hasta quel tiempo lo mata3. Pero rapta­ ban sus hijos al territorio de los muiscas, les encerraban en ciertas casas y, luego de someterles a rigurosos ritos iniciáticos y una vez adolescentes pero aún vírgenes, se les sacrificaba con grandes clamores y bozes, para guardar en los santuarios sus cabezas decapitadas; de sus mujeres decían: sírvense dellas captivas6. Oviedo agrega la quema de los pueblos7 y describe el orden de la batalla; Las armas que ejercitan son macanas, lanzas de diez e ocho palmos, y de más y de menos, que son de palmas negras, buena madera; varas puntiagudas, que sirven en lugar de dardos, e otras que tiran con una manera de asientos que en otras partes llaman estóricas. Llevan en la guerra muchos atabales chicos y me­ dianos y mayores. Pelean en escuadrones, pero no en hileras, ni bien ordenados como infantería de cristianos, sino más esparcidos. Del miedo que habían a los caballos, hacían muchos hoyos, e cubríanlos de manera, con la hierba, que parescía que no había hoyo; y en esta causa se perdieron algunos caballos, porque estan- 4 Epítome, en Ramos, 1972: 299-300; Oviedo, 1852, III: 126. 5 Epííome, en Ramos, 1972: 292-293; Oviedo, 1852, III: 126. 6 Epítome, en Ramos, 1972: 298-299. 'Oviedo, 1852,111: 118. [164] LA HISTORIA CONJETURAL do peleando, caían en el hoyo, y el caballo y el caballero algunas veces se perdían (Oviedo, 1852,111: 126). El Epítome aclara que el peso de las macanas demandaba la fuerza de ambos brazos y las estólicas propulsaban flechas sin venenos, pues no tienen yerba. Los cuerpos se pintaban con bija y, además de los tambores, el combate se acompañaba con grand grita y bozes. En los brazos pendían los ídolos fami­ liares mientras avanzaban llevando en andas las momias de sus antepasados caciques para exhortar la valentía de los guerreros8. Pero las tácticas militares nunca fueron descritas y aún sobre los enfrentamientos de conquista las pri­ meras Relaciones las redujeron a guazabaras, que eran rápidamente desbarata­ das por los hispanos obligando la huida de los muiscas. Al referirse a las batallas contra los hispanos, Aguado dirá que los cacicazgos se apoyaban en ligas o confederaciones militares, como la de Duitama y Sogamoso9, o la que pidieron los muzos a los muiscas10. El sometimiento del otro fue la razón que argumentaron los conquista­ dores, más tarde magnificado por los cronistas, como justificación de la guerra con sus propias gentes o, por lo menos, con gentes que participaban de carac­ terísticas culturales del todo similares y, según los mismos cronistas, distingui­ dos por el epónimo de muisca. La más detallada descripción de una de estas guerras internas fue contada por Rodríguez Freyle en el siglo XVII, de la me­ moria del entonces cacique de Guatavita. Según le fue referido a Rodríguez, antes de la llegada de los españoles el Guatavita era el rey y el Bogotá su teniente y capitán general. Fue por ello que rebeladas las gentes que habitaban detrás de la cadena montañosa de Santa Fé (Ubaque, Chipaque, Pascas, Foscas, Guachetaes, Unes, Fusagasugaes), el Guatavita envió al Bogotá a castigarles. Con 30.000 hombres cruzó la cor­ dillera para retornar victorioso con las muchas riquezas de sus tributos y parte de los despojos. En las grandes borracheras que la celebraron los capitanes y soldados, incitaron al Bogotá a convertirse en el señor de todo, pues el Guatavita la pasaba solazándose con sus teguyes. Pero un hombre se escabulló para avisar al Guatavita, quien inmediatamente despachó al Bogotá dos mensaje- 8 Epítome, en Ramos, 1972: 292. 'Aguado, 1956,1:297-298. 10 Aguado, 1956,1: 277. [l65] ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA ros con un gran tesoro por medio del cual a tres días citaba la batalla. Halaga­ dos con chicha, mantas, oro y otras dádivas, los quemes contaron cómo el Guatavita juntaba su gente para la guerra y, con los mismos, el Bogotá devol­ vió al Guatavita un presente de mantas.
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