: aproximaciones a su obra

Ben Ami Fihman Matilde Daviú Marisol Marrero, Laura M. Febres y Frida Galindo David De los Reyes Miguel Ángel Campos Oscar Rodríguez Ortiz Fernando Egaña Víctor Bravo Alicia Torres Joaquín Marta Sosa Roberto Lovera De Sola Napoléon Franceschi Beatriz Rodríguez Perazzo Ivanova Decán Gambús Alfredo Rodríguez Iranzo María Antonieta Flores María Eugenia Perfetti Carmen Verde Arocha

Compilación y prólogo Rafael Arráiz Lucca JUAN LISCANO: APROXIMACIONES A SU OBRA

Compilación y prólogo Rafael Arráiz Lucca

Universidad Metropolitana, , , 2015

Hecho el depósito de Ley Depósito Legal: I f 65320159002601 ISBN: 978-980-247-236-9

Formato: 15,5 x 21,5 cms. Nº de páginas: 394

Diseño y diagramación: Jesús Salazar / [email protected] Autoridades

Hernán Anzola Presidente del Consejo Superior

Benjamín Scharifker Rector

María del Carmen Lombao Vicerrector aAcadémica

María Elena Cedeño Vicerrectora Administrativa

Mirian Rodríguez de Mezoa Secretario General

Comité editorial de publicaciones de apoyo a la educación

Prof. Roberto Réquiz Prof. Natalia Castañón Prof. Mario Eugui Prof. Humberto Njaim Prof. Rosana París Prof. Alfredo Rodríguez Iranzo (Editor)

ÍNDICE

Prólogo Rafael Arráiz Lucca 9

El hombre 13 El mal amado Ben Ami Fihman 15 Juan Liscano: la pasión bajo palabra Matilde Daviú 35 Una de las últimas entrevistas con Juan Liscano Marisol Marrero, Laura M. Febres y Frida Galindo 41

El pensador 53 Juan Liscano, el pensar y los días David De los Reyes 55 La pasión observada Miguel Ángel Campos 109 Humanismo agónico Oscar Rodríguez Ortiz 131

La Política 143 Juan Liscano: nacionalismo y política en la Venezuela del siglo XX Fernando Luis Egaña 145 El espíritu 167 Cultura y espiritualidad. La conciencia reflexiva en Juan Liscano Víctor Bravo 169 Mi amigo Juan Alicia Torres 187

La poesía 191 Un poeta en busca de sí mismo y de nosotros Joaquín Marta Sosa 193

El crítico literario 231 Juan Liscano: crítico literario Roberto Lovera De-Sola 233

El folklore y la sociología cultURAL 271 Cultura, folklore e identidad nacional en la obra de Juan Liscano Napoléon Franceschi 273 Liscano y la antropología poética de lo venezolano Beatriz Rodríguez Perazzo 295

Artes Visuales, periodismo y promoción cultural 313 La mirada crítica de Juan Liscano Ivanova Decán Gambús 315 Juan Liscano: el periodismo y la promoción cultural Alfredo Rodríguez Iranzo 323

Obras paradigmáticas 333 Cármenes de Juan Liscano María Antonieta Flores 335 Reflexiones sobre narrativa venezolana en la obra Panorama de la Literatura venezolana actual (1973) de Juan Liscano María Eugenia Perfetti 343 En torno a Espiritualidad y Literatura Carmen Verde Arocha 379 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

PRÓLOGO

Rafael Arráiz Lucca Universidad Metropolitana Academia Venezolana de la Lengua

Los aportes de Juan Liscano a la nación venezolana son varios y de honda significación, en algunos casos. En el ámbito más pre- ciado para él, la poesía, es consideración unánime de la crítica la importancia central de su poemario Cármenes; acaso el punto más complejo y alto alcanzado por la poesía erótica en su momento en el país y en Hispanoamérica. También son poemarios de singular valía poética Edad Oscura, Los nuevos días y Vencimientos. En el campo exigente del ensayo Espiritualidad y literatura: una rela- ción tormentosa es un libro que goza de un aprecio generalizado y se mantiene vivo en su latir interpelante. En el universo de las historias literarias panorámicas, tan escaso como necesario entre nosotros, su Panorama de la literatura venezolana actual sigue siendo un hito, un punto de inflexión. En el campo de la crítica literaria son valorados varios trabajos suyos de señalada utilidad por su capacidad esclarecedora: Rómulo Gallegos y su tiempo, De la poesía y los poetas y Descripciones.

9 En el área de los estudios del folklore, la antropología, la so- ciología cultural y la etnomusicología, el trabajo de recopilación y estudio de Liscano es considerado pionero. Además, el legenda- rio Festival en el Nuevo Circo organizado por él para la toma de posesión de la Presidencia de la República por parte de Rómulo Gallegos, en 1948, es tenido como un hecho histórico cultural de gran importancia. Para el ámbito político nacional Liscano fue un defensor comprometido de la democracia, al punto tal que pro- tagonizó virulentas polémicas con los intelectuales de izquierda cuando éstos respaldaron la lucha armada contra el gobierno de Betancourt, cuando comenzaba por segunda vez el ensayo demo- crático. Sus luchas clandestinas y editoriales contra la dictadura militar de Pérez Jiménez le valieron el extrañamiento del país por varios años.

Por otra parte, Liscano ha sido Rara Avis en el universo creador e intelectual nacional ya que ha sido de los pocos que han penetra- do en la selva de las religiones, la mitología, el orientalismo y las culturas esotéricas, mientras la mayoría de sus contemporáneos estuvo absorta con los hechos de la realidad más inmediata. En el espacio de la fundación de instituciones culturales fueron obras suyas el Servicio de investigaciones folklóricas y el Consejo Nacio- nal de la Cultura (CONAC), mientras para el periodismo cultural fue, nada menos, fundador de El Papel Literario de , por pedido de su Director-Fundador Antonio Arráiz y, también, creador y propietario de la revista Zona Franca, mantenida durante dos décadas como una ventana abierta al mundo de habla hispana.

Es proverbial su generosidad con varias generaciones de jóvenes que se iniciaban en la escritura, abriéndoles las puertas de Zona Franca, atendiendo sus solicitudes de lecturas de manuscritos o

10 Juan Liscano: aproximaciones a su obra sosteniendo una relación epistolar recurrente y abundante. De modo que sobran los motivos para celebrar los cien años del nacimiento de Liscano, en Caracas, el 7 de julio de 1915. Por tal motivo en la Universidad Metropolitana, en nuestro Departamento de Humanidades, tomamos la decisión de convocar a éste selecto grupo de autores para que abordaran el análisis de su obra y su personalidad. Dieciocho trabajos auscultan nueve facetas de su obra. El Hombre, el Pensador, su relación con la Política, el Espíritu, la Poesía; sus contribuciones como Crítico Literario, sus notables aportes en las áreas de el Folklore y la Sociología Cultural, sus incursiones en el análisis crítico de las Artes Visuales, sus labores fundacionales en el Periodismo y la Promoción Cultural, así como sus Obras Paradigmáticas.

Agradecemos sinceramente a los autores que atendieron nues- tra invitación con diligencia en todos los casos y en muchos con verdadero fervor. No sólo le rendimos homenaje a un venezolano excepcional sino que revisamos su obra y la releemos para enrique- cerla con nuevos hallazgos. Desde la Universidad Metropolitana agradecemos el concurso de Los Libros de El Nacional quienes desde el mismo momento en que les presentamos el proyecto lo acogieron como propio, con el entusiasmo debido por quien no sólo fue el fundador de El Papel Literario sino un columnista presente durante décadas en las páginas editoriales del periódico. Recordemos que este volumen sigue las pautas valorativas de los dos anteriores, también coordinados por la Universidad Metropo- litana y coeditados con El Nacional, nos referimos a : una visión plural (2009). Compilación y prólogo Rafael Arráiz Lucca y : valoración múltiple (2012). Compila- ción Rafael Arráiz Lucca y Edgardo Mondolfi Gudat.

11 Queda en manos de los lectores Juan Liscano: aproximaciones a su obra, edición concebida y encargada a sus autores (todos los textos son inéditos) con motivo del primer centenario del poeta y ensayista caraqueño, un hombre ejemplar en muchos sentidos, autor de una obra con libros de notable vigencia y, especialmente, un autor comprometido con su tiempo, sus ideas y sus creencias. De estas últimas es evidente que supo defenderlas con denuedo, llevando hasta sus últimas consecuencias la polémica del pensa- miento, sin que ello interfiriera en los equilibrios de la amistad. En este sentido, conviene recordar que Liscano fue un demócra- ta, un hombre que distinguía entre las diferencias de ideas y los acercamientos del afecto que aproxima, procurando siempre la convivencia pacífica entre los diversos. Por último, a catorce años de su muerte y cien de su nacimiento, Juan Liscano se acerca de nuevo a sus lectores por obra de quienes lo evocan y revisan sus aportes esenciales. Gracias para todos los que hicieron esta obra colectiva, una realidad.

12 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

EL HOMBRE

13

Juan Liscano: aproximaciones a su obra

EL MAL AMADO

Ben Amí Fihman

“Y la imprecisión de ver aguza la mirada” Gnosis

“Las canciones baratas de mi gusto” Rostro

“Salió de todas las bailarinas con su rostro de muerta enmascarada fantasmal en la crudeza con que abría al destino su vulva.” Suceso del otro nacimiento

“Confieso que a mí me interesa sobre todo la manera como un artista de nuestro tiempo reconstruye o reencuentra, en función de su obra y de su vida, el valor en sí mismo de los ritos de iniciación, de los Misterios de la antigüedad, de lo sagrado.” Espiritualidad y literatura

15 “Juan Liscano, de quien se esperaba tanto…”, suspiraba en una reunión amistosa de compatriotas, a finales de 2014, con sus no- venta y dos años a cuestas, un venezolano ilustre que, vejado en un discurso de Chávez, se naturalizó francés hace alrededor de un lustro, aunque desde 1960 hubiera elegido París como residencia. El lugar donde el autor de Nuevo Mundo Orinoco se exiló durante la dictadura de Pérez Jiménez, por una aterciopelada insinuación de Pedro Estrada. Sus rutas se cruzaron entonces, cavilo mientras empiezo a escribir. Alguien, el que suscribe, acababa de mencionar el centenario del poeta a celebrarse en julio de 2015 y varias voces se elevaron para corregir la descalificación implícita en el suspiro. Energía, lucidez, valentía, visión, constancia y hasta unas dotes de bailarín nunca desmentidas lo distinguieron, se adujo, casi en coro, a mí alrededor.

Juan, recuerdo por lecturas y comentarios, decidió regresar a Venezuela cuando despuntaba el más largo período democrático en la historia del país, a consecuencia de una decisión tomada tras un serio, intenso y desgarrador trabajo de introspección que, por pura casualidad, coincidiría con el afianzamiento en Cuba del agresivo e impredecible régimen de Fidel Castro, gran instigador de la discordia nacional, que tanto lo afectaría y enturbiaría, y hasta opacaría una vida pública retomada con entusiasmo en la Caracas natal: literaria, política y personal. Y cuando reanudara e inaugura- ra viejas y nuevas relaciones y escogiera domicilio, movido por “el desarraigo que producen, sin saberlo, /esos violentos movimientos de vivir”, según versificaría en un lejano futuro poema.

El reclamo provenía de Carlos Cruz-Diez, cuya exposición de fotografías en blanco y negro, realizadas entre los años cuarenta, cincuenta y sesenta, se acababa de inaugurar en la Maison de l’Amé-

16 Juan Liscano: aproximaciones a su obra rique Latine con buena acogida en la prensa gala. Extraño reparo, porque en ellas se respira el espíritu vernáculo recogido por Liscano en las fructíferas expediciones por la Venezuela de entreguerras, que tronó y estalló en el Nuevo Circo, en la toma de posesión de la presidencia por Rómulo Gallegos, en 1948, en el primer festival de folklore organizado a partir de las investigaciones de las que éste dejó testimonio en numerosas grabaciones de campo y que incluso marcó luego ciertos poemas comprometidos con esas regiones equinocciales en Nuevo Mundo Orinoco, una obra programática y polifónica —el eslabón perdido de la gran poesía latinoamericana del medio siglo, se ha dicho—, escritos en el destierro. Los foto- gramas de Cruz-Diez recogen las viejas calles de la Pastora pero también el cerro de Galipán, familias campesinas del interior, los diablos de San Francisco de Yare y paisajes áridos, pertenecientes a una “tierra muerta de sed”, como la bautizó Liscano desde París. Cabe preguntarse por qué a las puertas del centenario del etnógrafo, poeta y ensayista, un contemporáneo celebrado a estas alturas en el mundo entero expresaría un sentimiento de póstuma decepción.

Suertes trocadas: cuando Cruz-Diez, agobiado por el anoni- mato, llegaba a medirse en la plaza de París, me permito hilvanar, Liscano, que la dejaba atrás, terminado el exilio político al que Pedro Estrada lo impeliera, movido por Vallenilla Lanz —en pa- labras de Isabel, su hija preferida— era una figura solicitada entre los latinoamericanos del Sena —permite suponerlo la presencia de Carpentier, Asturias o el mismísimo Mario Moreno en los clichés domésticos que ella trae consigo una tarde, de regreso en la ac- tualidad a la Ciudad Luz, al Café de la Mairie en Saint-Sulpice— y entre los intelectuales europeos eternizados en las instantáneas de marras —José Bergamín, Louis Aragon, Elsa Triolet, Robert Sabatier, Pierre Seghers, el joven traductor Claude Couffon o Alain

17 Bosquet, que varios lustros después evocaba con una admiración aún viva, en las páginas del Magazine littéraire, la fulgurante inte- ligencia del venezolano. Regio conversador bilingüe, añadiría yo. ¿Querría decir el cinético que se esperaba que alcanzara a la larga los favores de la Academia de Suecia, para seguir en esas ligas, junto a Paz, Asturias y Neruda?

¿Cuándo se apagó la estrella del escritor? ¿Al regreso? Exuberan- te pero arcaizante, en el propósito y en la expresión, Nuevo Mundo Orinoco pasó por debajo de la mesa en una Venezuela donde los jóvenes apostaban a Rimbaud, Lautréamont, el surrealismo, los beatniks, el nadaísmo, la anti poesía y el lenguaje coloquial. Por otra parte, la Guerra Fría, fomentada desde La Habana, haría mella en la centellante trayectoria de Liscano. Hasta entonces, la condición de desterrado se había añadido al carisma innegable que usaba y del que abusaba para deslumbrar en los ámbitos literarios de París y labrarse una reputación cosmopolita en el terruño. Pero el respaldo que ofreció a la denuncia del totalitarismo y a la lucha anti guerrillera, bajo la conducción de Rómulo Betancourt, asu- mido desde varias tribunas locales y algo más tarde como editor de la revista literaria Zona Franca —gran y elocuente título en una encrucijada histórica de compromisos forzosos, sin matices e inapelables, y de bifurcaciones sin garantías— , lo fueron colocando en desventaja, en la retaguardia, frente a las nuevas generaciones que asumían las consignas proclamadas desde Cuba. El resultado para Liscano es que, pese a unas cualidades y a una modernidad evidentes, tampoco estarían el tenso arco y la tumultuosa corriente erótica de los versos de Cármenes en capacidad de catapultarlo al lugar que le predestinara el colombiano Jorge Gaitán Durán, justo antes de morir en un accidente de aviación en las Antillas en 1962.

18 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

No obstante, en esa sociedad sacudida por las violentas acciones de una izquierda revolucionaria deslumbrada por el guevarismo, que ilusionaba a poetas, filósofos, narradores, actores y composi- tores emergentes, la voz de Liscano seguiría siendo escuchada, y casi inevitable, en el mundo cultural venezolano y, por supuesto, más allá. Mantuvo sobre la opinión pública cierta autoridad ganada en los dos decenios anteriores. ¿No era acaso el fundador del Papel Literario de El Nacional, no había sido perseguido por la dictadura que también combatieron adecos, comunistas e independientes de variada estirpe y a brazo partido? Fue una presencia importante en la prensa y, por un corto período, en la televisión, si no me traiciona la memoria, aunque fuera demasiado joven para darme cuenta del papel que jugaba en el deslinde radical que se operaba y menos aún, tomar partido o siquiera simpatizar con uno u otro bando.

Pronto, al entrar en la Universidad Central de Venezuela, me percataría de que la actitud de Liscano, lanza en ristre y sin inhi- biciones, enfrentado a la izquierda marxista y, en concreto, a la insurgencia guerrillera, amén, en lo sucesivo, de sus devociones variables, no siempre respetadas o siquiera entendidas —por la filo- sofía oriental, por poetas del Sur y Centro América como Alejandra Pizarnik y Eunice Odio, por los teóricos heterodoxos Murena, Jung, Guénon, Ouspensky o Krishnamurti y por la disidencia en la Unión Soviética—, provocaban suspicacias aldeanas —¡Juan es un loco, chico!, seguía a exclamando en su defensa, a la vuelta de los años, cariñosa y condescendiente, María Teresa Castillo—, y terminaron por restarle admiradores potenciales y granjearle de manera automática numerosos detractores entre artistas, bohe- mios y estudiantes. Puesto en cuarentena por razones políticas, fue blanco de ataques injustos y de una soterrada, inorgánica y contagiosa campaña de desprestigio.

19 Para un hombre con madera de líder y que, excepción entre los escritores mayores del entorno, deseaba mantener lazos con quienes se asomaban en el oficio, debe haber sido un aislamiento doloroso, por momentos insoportable. Lo que explicaría su acerca- miento inesperado, del que fui testigo indirecto, a una publicación efímera, Ahoma, signada por el orientalismo y fundada por una oveja descarriada del clan Boulton en sintonía con las corrientes de la contracultura en boga en Estados Unidos. La deserción de , uno de sus mejores acólitos en la redacción de la anti dogmática Zona Franca —publicación fundada en 1964 y en la que algunos descubrimos, por lo demás, a Borges y a Paz — debió causarle una herida profunda y sin duda duradera. Pero intuyo que para entonces Liscano empezó a resignarse con altivez a defraudar. Contaba con una obstinación y una energía incom- bustibles, además de importantes medios de fortuna, conexiones útiles en varias esferas y con la entrega a un derrotero espiritual en cuya dirección se empeñaba en profundizar, más o menos a solas, a través de la lectura de los mejores maestros.

Pienso que, de las figuras consagradas pero activas de las letras venezolanas de esos años —Arturo Úslar Pietri, Miguel Otero Silva, Mariano Picón Salas, Ramón Díaz Sánchez, , por nombrar algunos de los más conspicuos—, ninguno sufrió más en carne propia de la grieta cavada por la nueva ola que irrumpía en las filas de los grupos Sardio, Techo de la Ballena, en HAA, y hasta en las balas perdidas encarnadas pronto, por ejemplo, en “estali- nistas” de la catadura del chino Valera Mora. Úslar Pietri, desde siempre colocado en un pedestal, marmóreo —que no inmutó ni siquiera el suicidio de un hijo, le oiría pronunciar a Juan décadas más tarde—, permanecía por encima de la mélée, inmune a críticas e invectivas —en la Universidad Central lo abuchearon—, confor-

20 Juan Liscano: aproximaciones a su obra me con su posición de patricio emérito; Picón Salas, estimado y reconocido fuera, editado por el prestigioso Fondo de Cultura de México, guardaba una distancia monástica con el siglo y no tuvo oportunidad de llegar al final de la década; Gerbasi se mantenía en las nubes, lejos, en Dinamarca o Jerusalén, cubierto por un pasaporte diplomático; y Miguel Otero Silva, cuya solidaridad con Cuba lo empujara a eclipsarse en la Toscana, conservaba por eso mismo un aura de santidad revolucionaria que lo volvía intoca- ble. Liscano, en cambio, amarrado al mástil de la idea trágica de Venezuela que se hacía, dio la pelea, cuerpo a cuerpo, y ante los bárbaros se resistió a dar su brazo a torcer. De todo lo cual conservo una imagen indeleble pero brumosa.

Una angustia nacionalista acentuaba algunos de sus gestos en esa tumultuosa década. Visible en la operación de rescate del escritor novato Argenis Rodríguez, que dejara testimonio de la desventura guerrillera en los relatos de Entre las breñas. Liscano, sin duda, movido por el “complejo de culpa” que lo mortificaba desde su paso juvenil e inconcluso por la Facultad de Derecho, le tendió una mano. Salvarlo fue una misión simbólica y a tal punto ventilada a los cuatro vientos que uno, fuera del ambiente y apenas adolescente, la conoció por los medios. Nada, más adelante, en mi condición de modesto estudiante de la Central, ni luego, cuando salí a New York a continuar con los estudios, a finales de 1967, me colocaría en la ruta del poderoso director de Zona Franca. Sin embargo, sin razón aparente, Matilde Daviú, una condiscípula de la escuela de Letras, activa en la redacción de Ahoma e improbable vaso comunicante, me permitió conocer, a mi llegada a Manhattan, en la librería Rizzoli, al inolvidable librero enciclopédico y poeta surrealista cubano José Antonio Arcocha, un contacto de Liscano. Y sería aquel quien me presentara al fotógrafo Jesse Fernández, el

21 compositor Natalio Galán y el cineasta Orlando Jiménez y, en 1968, a Juan Sánchez Peláez, que llegó a la librería de la Quinta Avenida con una carta de recomendación del mismo Liscano. Gracias a los primeros, se me esclarecería en vivo la verdadera naturaleza del castrismo, y por obra del último, que le entregó La venganza a Or- lando Araujo en Caracas, publicaría mi primer cuento en Imagen.

Sin duda, tanto Arcocha como Sánchez Peláez, que me brinda- ron el calor de la amistad, tan necesario en la despiadada Ciudad Desnuda y pese a nuestras diferencias de edad, lo mencionaron, sin que por ello pasara a leerlo. Por entonces, aunque prestara atención a la poesía venezolana, ésta pasaba para mí por Gerbasi, Cadenas, Palomares y, antes que ningún otro, por el propio Juan Sánchez Peláez, a quien ni siquiera tenía que hacer el esfuerzo de leer, después de atacar el breve volumen Filiación oscura, dedica- do de puño y letra, porque me bastaba oírlo de pronto recitar en plena calle versos todavía inéditos, o casi, antes de que salieran en Mundo nuevo.

Fue apenas en 1974, creo, cuando, ya con un librito de cuentos publicado en mi haber, el narrador argentino Baica Dávalos me presentó a Liscano en su pent-house de la Castellana. Mero espec- tador, me topé con un anfitrión impaciente, esbelto y nervioso, que nos despachaba con frases sincopadas, moviendo lápices y libros sobre el escritorio, agitando los pies bajo el escritorio, cambiando de posición en la silla y tratándonos prácticamente en calidad de in- trusos a la hora de la siesta. Es de imaginar que, por aquellas fechas, hubiera decidido poner distancia con Dávalos, que había ejercido de diagramador gráfico en Zona Franca, pero cuyo alcoholismo se agravaba a ojos vistas en una Venezuela en la que todos sucumbían a la seducción del Johnny Walker Black Label a precios de saldo.

22 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Sólo me volvería a tropezar con él en conversación con el profesor Claude Couffon, en la Sorbona, quien me dijo haberlo traducido de joven, y en boca de Elvira Mendoza, cerrando el quinquenio de Carlos Andrés Pérez en Bogotá, donde fungía yo de consejero cultural en nuestra embajada. Directora de la importante revista Diner’s, la periodista me desarzonó sentenciando en un almuerzo de trabajo que Juan era con mucho el intelectual más respetado y reconocido fuera de la Gran Venezuela.

Entre quienes lo quisimos rehabilitar frente al continuo desfile de los bateaux-mouches fosforescentes que surcaban el Sena, visible a través de las ventanas del lugar, ninguno mencionó un ensayo o un poema del autor de Cármenes, sacando a relucir, en cambio, al folklorista, el columnista combativo y alerta —que identificó precozmente el destino portentoso de Gorbachov o se atrevió a incursionar en el arte en ocasiones infernal de los videos de mú- sica pop o rock—, y hasta al bailarín que conservara intactas sus dotes en la tercera edad. Tampoco a mí se me ocurrió hacerlo y pasamos a otros temas. Pero en los días subsiguientes me propuse localizar, reprochándomelo, algunos de sus libros, dispersos entre los restos de una biblioteca que trasladé conmigo desde Caracas cuando vendí Exceso. Conservaba en la memoria ciertos títulos de una producción que, sin ser monumental, en verso y en prosa, es de considerable extensión, pero poco citada o siquiera leída, dentro o fuera de Venezuela, salvo en las universidades.

Me topé con la colección de artículos reunidos en Reflexiones para jóvenes capaces de leer, aunque, distraído, volví a extraviarla después del hallazgo desordenado de Vencimientos, Miésys, Nuevo Mundo Orinoco, Espiritualidad y literatura, y unos pocos más. Para mi sorpresa, antes de entrar a leerlos, con urgencia y concentración

23 deliberada, descubrí en algunas páginas de guarda, dedicatorias elocuentes —“A Ben Amí Fihman y a María Sol, estos poemas de 1966, jóvenes mientras uno envejece, con el testimonio de mi apre- cio y afecto”, rezaba una de ellas—, cuya resonancia y calidez hacían más imperdonable hasta la más mínima infidelidad. Todavía peor, emprendida la lectura de Domicilios, tropecé con una cita mía en forma de epígrafe de un poema, sin duda gesto desproporcionado a la sazón, y muy generoso. Me había expresado afecto, habíamos sido amigos, más de lo que calculaba. ¿Cómo, cuándo, empezamos a conocernos? ¿Por qué mi ingrata omisión del poeta y ensayista importante que fue cuando lo traje a colación?

Sería la publicación de un libro de relatos en Monte Ávila, cuando la presidía, lo que me llevó a codearme, poco a poco y salvando una desconfianza mutua, con él. De vuelta de Barcelona, París, Bogotá y New York, donde había estado entre 1979 y 1980 en tratamiento médico, la inminente aparición de Los recursos del limbo en la editorial del estado —que había publicado en 1973 Mi nombre, Rufo Galo— dio pie a que reparara en mi existencia. Nos volvieron a presentar durante una recepción a John Updike, y al vuelo, con el nerviosismo que lo caracterizaba y que había notado la primera vez con Baica Dávalos, me comentó La bifurcación de las faldas, el capítulo inicial de una novela inconclusa aparecido en la revista neoyorkina Escandalar. “Ya leí tu relato. Está dentro de la vena de Argenis Rodríguez. Ah, y me extraña ver vampiresa escrita con zeta”, me asestó, alzando así un escudo de protección y procediendo a rematar. Insinuaba a las claras que yo era alguien de cuidado. Me dio la impresión de que, lejos de entender el texto, en el cual algunos personajes reales aparecían bajo nombre propio pero sin voluntad de ofender, éste se le escapaba. Mi relato, irónico y picaresco, evocaba la fragilidad de los amores juveniles y de las

24 Juan Liscano: aproximaciones a su obra ilusiones del alcohol, sin la maledicencia o el revanchismo social que se le endilgaba a La fiesta del embajador. Ese segundo conato se tradujo, luego, en decepción.

Raudo, el tiempo transcurrió adosándome una reputación de cronista gastronómico en El Nacional, Liscano editó Los recursos del limbo y los comentó con benevolencia en ese mismo diario, nació el cabaret La Guacharaca, que fundé con Cayito Aponte, y Gabriel García Márquez recibió el Nobel de literatura. A propósito, a contracorriente y, el término no circulaba aún, en un alarde de “incorrección política”, se lució por poner una nota discordante en el coro de los articulistas de opinión, señalando la iniquidad de que el otorgamiento hubiera recaído sobre colombiano porque, sostenía, antes que Cien años de soledad se lo merecía Jorge Luis Borges. Comentando la cosa en privado con José Ignacio Cabrujas, el dramaturgo acotó en voz baja, ronca y grave: “¡Qué mezquino!”, con una antipatía que de seguro remontaba a los peligrosos años sesenta y a la más reciente exclusión del género teatral en su Pa- norama de la literatura venezolana actual. Pero era una muestra de la habilidad que tenía para incordiar, aun sin proponérselo, y perder votos en un país bañado, en aquellos años de prosperidad, por una fraternidad superficial más o menos generalizada. Una corriente de simpatía nos acercaba y, de mi parte, la admiración por su autonomía y la inteligencia eruptiva que sacaba al ruedo a menudo, terminaron por conquistarme. Hasta La Guacharaca nos unió. Juan se asomaba, en efecto, con intermitencia, por aquellos predios del humor criollo y hasta se prestó a animar una tertulia en torno a Michael Jackson en el popular local nocturno donde, surgido de las tinieblas de la sala, lo increpó su hijo varón con algún reclamo, más crematístico que afectivo, para abochornarlo.

25 Mezquino era un calificativo que le calaba mal. Era manirroto y tampoco le faltó generosidad moral. Creo saber que asumió, en mayor o menor grado, la protección del poeta Rafael José Muñoz, aquejado de varias dolencias mentales y pobre de solemnidad, y que financió o buscó patrocinio para la edición de El círculo de los tres soles y, según corrió en los corrillos de Sabana Grande, lo aupó hasta el corazón mismo del poder en Miraflores. La extensa correspondencia mantenida con la poetisa maldita costarricense Eunice Odio, a la que tachaba de genial, es la mejor demostración de que estaba dispuesto a comprometerse y a sacrificar tiempo y energías en quienes se lo solicitaban. Era capaz de humillarse para salvar el honor. Quedó registrada en los anales de la República del Este la tarde en que bajó al Chicken Bar a intentar ganarse la comprensión del novel crítico que lo sacrificara en las páginas de opinión de El Nacional una cáustica y canicular mañana de 1969.

Huérfano de padre desde la niñez, le pesaba una considerable fortuna de la que vendría a tomar posesión, dada la severidad y longevidad de la madre, Clementina Velutini, de cuya tiranía se lamentaba en público, a las puertas de la vejez. Sufrió en carne pro- pia los rigores de un matriarcado a la antigua que magnificaba. Por algo, si el tema de la fémina aparecía en la conversación, ilustraba la fuerza del sexo débil imitando las piruetas en las que un macho, de tal o cual especie ornitológica, se extenuaba para conquistar a la pareja que, consumado el acoplamiento, dejaba a sus espaldas al pájaro rendido. En un mismo monólogo torrencial en el que abominaba de los desodorantes farmacéuticos que tamizaban con asepsia indeseable, a la hora salvaje amor, las axilas de las mujeres del Nuevo Mundo, se elevaba contra el importe de las tarifas de correos que lastraban la distribución de Zona Franca. Si llegaba a quejarse de estrechez de fondos ante Miguel Otero Silva, este le

26 Juan Liscano: aproximaciones a su obra tomaba el pelo —leal y afectuoso con él—, replicándole que con la recua de mulas cargadas de morocotas del general Velutini, cose- chadas en alguna de las rapaces revoluciones en las que participó su abuelo, no tenía por qué preocuparse.

Milagros Maldonado, la semana anterior a la reunión evocada más arriba y en el mismo lugar, quiso describir a la nieta del poeta, Victoria Tudela, que lo idolatra, al hombre de carne y hueso que conoció. “No es para destruirte la imagen que tienes, sino para enriquecerla y humanizarla”, le aclaró. “¡No sabes cuántas veces lo vi bebiendo en El Golpe, entre ficheras y bailarinas, llenándole las zapatillas de champagne! Al fin y al cabo, las ficheras están ahí para eso, para que corra el champagne”, concluyó. Sin duda, dio- nisíaco y tropical, Juan buscaba refugio en la noche, la celebración y la fiesta individual, tentado, de esa manera sui generis, por la vía de la gnosis. Lo cierto es que nunca ofendería a una cabaretera. Salvo en una ocasión, que yo sepa. En efecto, en mis ambulaciones nocturnas en busca de talento, di con una cantante de boleros, la intérprete Concha Valdez, en un piano-bar del CCCT, sobre la que hablé en mi columna. La invité a una fiesta en casa. La gente entraba y salía, y la música sonaba en el tocadiscos, cuando, en el apogeo del sarao, se produjo un arremolinamiento. “Cabaretera yo, hijo de puta, más cabaretera será tu madre, viejo maricón”, le gritaba la cubana a Juan que, sin intenciones de vejarla, la apostrofara con el epíteto para halagarla.

Las fotografías que me mostró Isabel Liscano en su iPad en el Café de la Mairie de Saint Sulpice la otra tarde y con alguna pre- vención, están en las antípodas de esa escena de desencuentro. En ellas luce de perfecto anfitrión recibiendo, en corbata, al tout-Paris cultural, en la casa de la avenida Georges Mandel: a los compin-

27 ches latinoamericanos —pienso en la sintonía con Carpentier en el culto a la música folklórica y en Asturias por las prosopopeyas prehispánicas de Nuevo Mundo Orinoco— y entre los políticos, a Juan Bosch, por lo que escribe Claude Couffon, y a los venezolanos Miguel Otero Silva y Rómulo Gallegos. Allí pasó el exilio casado con Fifa Soto y junto a sus tres hijos. Pero es por Carmen Cárdenas, la dedicatoria de Cármenes, por quien le inquiero a Isabel. Vivieron entre Lausanne, escenario frecuente de esos incandescentes poemas escritos en la lava del deseo, y Hendaya, donde ella, descendiente de Gómez, tenía una villa, que Isabel describe amplia y señorial. Era una mujer hermosa, que entonces bebía desde la mañana, se subía a las mesas, y lo acaparaba. Me cuenta que un día, al salir del internado, los fue a visitar a Lausanne con una compañera, futura Ira von Furstenberg. La impresión recibida marcaría a la diseñadora neoyorkina. “Eran una pareja increíblemente apuesta. Ella parecía una femme fatale de Hollywood, quimera de María Félix y Ava Gardner y él, un doble de William Holden”, subraya. Ira von Furstenberg sigue asegurando el día de hoy que en ellos descubrió la encarnación de la suprema elegancia física de dos cuerpos enamorados, un modelo de inspiración estética.

Liscano nos sorprendía, entusiasmaba, divertía. También nos deslumbraba ametrallando a los más jóvenes con los brotes de una inteligencia irrestañable. Gustaba confesarse sin pudor. Un cubano exilado de visita en Caracas lo juzgó con severidad por el hecho de que, en una cena, clamara que deseaba a diario la muerte de su madre y que se quejara de que la anciana transformara la gripe española en un resfriado y de que la familia no le celebrara cum- pleaños sino jubileos. Vasco Szinetar, en cambio, le reía las gracias: que al cruzarse con alguien en los salones de la casona del Country Club no reconociera a una ex mujer o que, con desapego pero con

28 Juan Liscano: aproximaciones a su obra ira, como si no tuviera parte en el asunto, le expusiera los males que arrastraba Monte Ávila. Supimos que viajaba en barco a Buenos Aires a visitar a Elvira Orphée, con quien mantenía una liaison, y a Emira Rodríguez, tercera esposa, tratada por un famoso psiquiatra porteño de los trastornos ocasionados por una cura de sueño a la que la sometiera Edmundo Chirinos, por pánico a subirse en un avión. De pronto, en el periódico, le declaraba la guerra a Michael Jackson dejando a todos boquiabiertos. Por lo demás podíamos terminar un almuerzo bien regado en algún restaurante de Cara- cas recalando en sus aposentos, a escuchar un disco con el tema Madrigal del baladista dominicano Dani Rivera, cuyas metáforas baratas lo embelesaban en la embriaguez del ocaso, puesto a sonar diez o quince veces. Pasado el tiempo, después que, junto a María Sol Pérez Schael, lanzáramos Exceso, lo veríamos bailar con frenesí y sin cansarse, rodeado por el asombro de la redacción, convidada en pleno, para celebrar el cierre del año 1989 con broche festivo.

Que nos abriera las puertas, que nos considerara interlocutores pertinentes y hasta nos prefiriera a sus contemporáneos, además de halagarnos, dio nacimiento a una empatía irreversible que, tam- bién, nos veló la obra que, simultáneamente, gestaba, pergeñaba y divulgaba en ediciones locales. Poníamos mayor atención al dis- curso oral o a la intervención inmediata en el debate periodístico que a la construcción de esa obra que iba creciendo poemario a poemario y nos pasaba frente a las narices, parecidos a los jóvenes cubanos que se reían de la pronunciación de Lezama Lima al citar a Rimbaud en el original francés, sobre quienes ironizaba Julio Cor- tázar en La vuelta al día en ochenta mundos. Sospechábamos que la perfección y transparencia de Vencimientos salía de la casa de empeños del imperial Octavio Paz. Veíamos la verruga del galicis- mo en un verso de Myésis o de Domicilios —un cambio de género

29 en “aroma” o “diadema”—, incapaces que éramos de penetrar en el sentido de una poesía anacrónica —pues él fue anti moderno a la manera de Baudelaire, no obstante inventor del concepto de modernidad, dixit Antoine Compagnon—, y conceptual y hermé- tica, en el sentido esotérico de la palabra, lejos de los epígonos y descendientes de Mallarmé. Cuando hubiera bastado que apelara a un editor, en el sentido anglosajón, de uso en las editoriales de Estados Unidos y Europa, para barrer torpezas y parásitos de prosa y versos de gestación huracanada que las palabras, endebles palmeras del trópico, apenas alcanzaban a atajar. Lo leímos mal porque, la conclusión sobre dos grandes escritores del siglo XX a la que llegó en Espiritualidad y literatura, a saber, que “Lawrence y Hesse forman parte de una generación de escritores europeos menos interesados en hacer literatura que en servirse de ella, para el bien de sus almas”, es el espejo en el que se contempló. Y éramos unos nouveaux riches encandilados con la orfebrería metafísica y fantástica de Borges, los dijes y diamantes partidos de Rayuela y los trompos verbales de Tres tristes tigres.

Ahora que lo he leído con la distancia que ponen la muerte y la geografía, entiendo cuánto me sedujo y por qué. No comparto la devoción por la Isla de Gracia de Colón que cantó en su poesía, la manera mecánica de superponer el sino de Cubagua a la epopeya industrial que arrojó a la poco preparada Venezuela al cauce trepi- dante del desarrollo con el descubrimiento del petróleo, o la pasión por el folklore nacional que lo devoró, cuando de joven recorriera el país para dejar testimonio grabado de las tradiciones populares en peligro de extinción, y sólo en parte la nostalgia por la ciudad de los techos rojos. En cambio aprecio su espíritu anti moderno, de una proyección extraordinaria e insospechada actualidad, que lo mantuvo alejado de la moda del estructuralismo literario y en

30 Juan Liscano: aproximaciones a su obra posición de combate frente a los progresismos dominantes, tota- litarios y ultra liberales, comunistas y capitalistas, que lo empujó a una búsqueda iniciática, de la que dejó constancia en la doble ver- tiente del conjunto literario al que le dedicó una larga y productiva existencia —hasta el punto que pienso que, cuando se sumergía en el tifón de los sentidos, creía ceñirse a las prácticas heréticas de gnósticos y cátaros. Anti moderno porque fue partidario de la naturaleza virgen; porque despreciaba la desdicha que pesa sobre el hombre de las megalópolis; porque criticó la metástasis tecno- lógica, de la cual rechazaba la omnipotencia despótica; porque, adversó de la cultura de masas que invadía el planeta desde Estados Unidos —véase Reflexiones para jóvenes capaces de leer—; porque le atraía la sabiduría del hombre primitivo y creía a pies juntillas, con la cabeza, a diferencia de las huestes de la contracultura, en la verdad de los ritos de los misterios iniciáticos de las antiguas civilizaciones. De todo ello dejó constancia en una serie de libros, sobresalientes, necesarios y premonitorios, que hacen señas desde el pasado al país por el que se desveló y que hoy está sumido en el caos y la tragedia.

Lo recuerdo hiperquinético, eléctrico, sordo de humor. Igual en persona que en la escritura, tan acelerada por momentos que empuja las palabras en desorden, en un alud que acarrea, al des- peñarse, pepitas de oro y sobras verbales que malogran la oración, el párrafo que, por el contrario, en la siguiente página culmina en una sucesión de proposiciones ricas de información y significado, perfectas, yuxtapuestas y concatenadas, en un complejo andamio argumental. Repasando la velada con Carlos Cruz-Diez, cuya bon- homía casi centenaria excluye el agravio o la maledicencia, caigo en cuenta de que, si bien compartieron puntos de vista sobre el drama venezolano en los años cincuenta o antes, Liscano nunca expresó

31 entusiasmo por el cinetismo en la década posterior. Él prefería la estética de William Blake. Y, como los artistas Rubén Núñez y Alirio Oramas y, por supuesto, el poeta Rafael José Muñoz, se internó en los arcanos de la alquimia. La escatología lo guiaba al interpretar los meandros del alma humana. Así le oí explicar que Miguel Otero Silva escribió La piedra que era Cristo para ponerse al día con el cristianismo antes de morir y agradecer de ese modo el providencial milagro que lo salvó mientras anduvo solo, perdido y desesperado, sin agua ni comida, y por varios días, en el desierto de Coro, durante una fallida invasión revolucionaria. Lúcido, podía analizar al escalpelo y explicar en una suerte de complicada y clara ecuación de tercer grado, pero con perfiles de silogismo, el suicidio de Carlos Rangel. Asimismo, era capaz de desentonar en público con especial talento, y caer en el ditirambo vacuo. En un inoportuno homenaje oficial a Borges en un Buenos Aires asolado por la dictadura, invitado a hablar junto a Mujica Láinez, Silvina Ocampo —que se abstuvo de asistir por motivos políticos— y Alicia Jurado, se lanzó a ensalzar “la cosmovisión del autor del Aleph fundada sobre el conocimiento y sobre la imagi- nación que es poesía”, en un discurso que el aludido tachó más tarde, según versión del francés Jean-Pierre Bernès, de “aburrida pompa”. A esas alturas manejaba a la perfección el arte de decep- cionar. “Detrás de la máscara de la persona que somos en el teatro de la vida social, está el verdadero rostro desconocido de nuestra esencialidad, el rostro de todos nuestros rostros”, escribió. ¿Cuál era el suyo? ¿El articulista reactivo, el bardo enamorado, el lector de Madame Blavatsky, el colaborador de Ahoma, el anti héroe denos- tado por Guillermo Sucre en un poema, el womanizer que evoca Luis García Martínez, el importador de vino argentino, el diablo danzante, el patriota doliente, el muchacho rico, el cosmopolita inveterado? Inolvidable Liscano, a estas alturas es imperdonable y

32 Juan Liscano: aproximaciones a su obra mezquino que no se reconozca “que Cármenes es el más hermoso poemario de amor escrito en el país”, como protesta en un e-mail . Eso, al menos, tocará hacerlo a los cien años del na- cimiento de su autor y, junto a otros libros suyos, leerlo o releerlo.

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Juan Liscano: aproximaciones a su obra

JUAN LISCANO: LA PASION BAJO PALABRA

Matilde Daviú

Había que entender su lucha. Había que reconocer su pasión por las letras, la poesía, el arte, la danza, la mujer y su aura repartida ya fuese en un tablao flamenco o a pleno sol en los bailes folklóricos de Naiguatá con todas las manifestaciones tribales, mediúmnicas o dionisiacas que se le adjuntan. Nunca lo vi tranquilo. Era un hombre intenso por la ebullición intelectual que padecía como si la vida y el tiempo no fuesen suficientes para su inagotable sed de permanencia y de saber. Para Juan Liscano, el hoy ya era tarde. Muy lejos estaba de ser un hombre contemplativo. Pudiera decirse que era hiperquinético pero, sobre todo, había que leerlo, debatién- dose entre la literatura y el espíritu de su época. Entre el decir y el querer decir desde su mundo interior, de su espíritu en constante lucha, sin darle treguas a las palabras lúcidas que pugnan por salir, desvirtuadas, confesando su existencia hasta sacarlas castigadas de vacío pero envueltas en su caparazón de mitos.

Era un hombre culto y apasionado. Volcaba todo su ser sobre el ideario de su contemporaneidad al reconocer las variables cultura- les y las respuestas humanistas de su tiempo. Se interesó, siempre,

35 por la Filosofía, la Literatura, las Artes, el Folklore, la Política, sin dejarse arrastrar por ella, y le hizo concesiones al esoterismo en sus momentos de responder ante las exigencias del devenir de la juventud de postguerra. Nunca adoptó poses intelectuales ni per- teneció fervorosamente a ningún movimiento político o religioso. Si se acercaba a ellos no era para convertirse en un fanático sino para indagar, en alma propia, los efectos que dichos movimientos pudieran tener sobre su espíritu inquieto. Si pensáramos en un poeta, editor, ensayista y humanista cien por ciento dedicado a proyectar su sed de permanencia en el centro del claro oscuro del mapa intelectual del venezolano, tendríamos que elegirlo a él. Se rodeó siempre de gente muy inteligente, únicos, aventureros, escritores, cineastas, músicos, antropólogos, de todos aquellos que pudieran proporcionarle ese placer de la conversación fina alejándose de la polémica. Liscano prefería el lado esclarecedor de la conversación con arte y se emocionaba al extremo cuando sus invitados le relataban búsquedas, hallazgos, aventuras y posibles juegos literarios que él solía conducir muy bien. La primera vez que lo vi fue en una reunión en casa de Andrés Boulton para hablar de la necesidad de crear una revista de vanguardia, que le respondiera a la juventud venezolana de finales de la década de los sesenta y con- trarrestara, por sus mensajes de amor y paz al estilo de las comunas californianas, a la violencia de las guerrillas urbanas. Y así nació Ahoma con la primera editorial escrita por el disidente profesor del Pedagógíco de Caracas, Jesús R. Guillent-Pérez y a quien Juan Liscano le guardaba un profundo respeto por ser un hombre de avanzada, de clara tendencia hacia el budismo y en especial a las enseñanzas de Krishnamurti. Aunque Liscano era el propietario editor y Director de la reconocida Revista Zona Franca, Andrés le había pedido su apoyo y valiosos consejos acerca del mundo editorial. Los demás, esperábamos en fila e impacientes pues esas

36 Juan Liscano: aproximaciones a su obra páginas se abrirían para nosotros muy pronto y comenzaríamos la difícil pero venturosa tarea de la creación literaria.

La idea de la creación en cuanto al mito de un hombre nuevo, es saboreada con placer por el poeta que se abruma, se somete y se auto castiga con un rendimiento atrófico del espíritu no-crea- tivo ante las exigencias literarias. Para Liscano, las palabras deben correr paralelamente acompañando el espíritu de la creación sin abandonar su esencialísimo rol dentro del juego de los espejos míticos compartidos. Así se crean las metáforas, se le da poder a la vida por encima de la literatura y se experimenta la espiritualidad. Para él no existen soluciones de continuidad entre la literatura y la espiritualidad, pues sus metas son distintas así cumplan con los requisitos de proponer los ascesis por la gracia, la rebelión y la mitificación que el poeta intuye tan bien y se entrega.

El poeta abre una brecha en una proposición de la nueva forma de aceptar y acatar el quehacer literario. Esa necesidad de llegar, por ejemplo, a lo Absoluto a través de la Literatura a pesar de considerar que no es posible por el ascesis de rebelión ni el de la gracia, constituye su mayor motivación: la necesidad de crear un nuevo orden literario donde no se haga presente el condiciona- miento hasta ahora utilizado por los escritores contemporáneos de la literatura caótica y de la náusea. Liscano nos propone, así, la búsqueda de una salida. ¿Pero quién sino el poeta puede re-crear esa posibilidad abandonándose no a la aventura por el azar de lo desconocido sino por la humildad del desconocido de sí mismo? ¿Pero, quién sino el poeta como Rimbaud que “desistió de escri- bir cuando se produjo la gran frustración, la recaída brutal en la realidad del intento de asesinato de Verlaine, las investigaciones policiales y el tener que regresar como hijo pródigo al hogar?”

37 Releyendo su extraordinario libro Espiritualidad y Literatura: una relación tormentosa (Editorial Seix Barral, Barcelona, Espa- ña,1976) me doy cuenta de la profundidad de sus pensamientos, de la lucidez de sus conclusiones y en especial de la claridad emanada por sus maravillosos ensayos que a pesar de la carga tormentosa por la dificultad de conjugar los opuestos entre la espiritualidad como consigna para la creación literaria y su proceso en la rebelión, salvación y sanación del hombre a través de la Literatura, nos hace ver que un artista como Joseph Beuys nos entregue y nos proponga, al igual que Liscano, una salida, una nueva teoría antropológica y poética de la creatividad.

Ese libro, considerado por mí como el mejor de sus libros de ensayos, ha permanecido y viajado conmigo desde que el mismo Liscano me lo entregara personalmente con una dedicatoria de su puño y letra honrándome de manera extrema y que aquí transcribo: “Para Matilde, una de las pocas personas que pueden entender esta lucha y este libro, en su belleza.” Juan Liscano, 24 de Mayo 1977.

Liscano tuvo que ver con momentos decisivos de mi vida. Él, no sólo era el amable anfitrión de tertulias y reuniones en su casa, sino también, el solidario amigo, el consejero y el promotor. Así como Liscano fue mi padrino literario, muchos talentosos artistas e intelectuales venezolanos se beneficiaron de su generosa influencia para realizar proyectos de investigación en las áreas del arte, y las humanidades. Su poderosa influencia en instituciones culturales venezolanas como el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA) convertido posteriormente en el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) lo llevó a favorecer a mi esposo con los recursos necesarios para trasladarnos a la India, realizar excavaciones ar- queológicas y fundamentar la tesis sobre el paleolítico al encontrar

38 Juan Liscano: aproximaciones a su obra el lugar de fabricación de las primeras herramientas hechas por el hombre hace más de mil años. Reconocer la vasta labor creadora, intelectual y cultural de un venezolano como Juan Liscano sería un buen comienzo para la reconstrucción de un país que está culturalmente destruido, deprimido y enfermo desde sus raíces.

Sus extraordinarias apreciaciones hacia el poeta Rimbaud como vocación del malentendido, conmueven las más hondas fibras del alma incluso para quien no está familiarizado con ese coloso del simbolismo. En este capítulo sobre Rimbaud, Liscano se acerca a la espiritualidad bordeando la rugosa realidad literaria para arrancar- le las verdades sobre el origen de su extremada sensibilidad. Una vez más Juan Liscano se restea y se lanza al abismo donde lo literario se entreteje con las visiones de las profundidades y el ocultismo. Difícil juego para un poeta como Liscano que participaba de los aciertos intelectuales durante sus breves encuentros con la extre- mada sensibilidad y sensualidad del poeta niño en un fulgurante arranque para conjugar los contrarios. Pero aquí, se enciende la alarma y nos alerta advirtiéndonos que “Lo que otorga a la escri- tura esotérica su perennidad es la naturaleza misma del secreto, el cual no resulta de orden verbal y lógico, sino de la iniciación. Por lo tanto, en última instancia, es incomunicable.” Y más adelante, afirma: “!Sí, la poesía de Rimbaud se salva como expresión logra- dísima de literatura poética, de escritura, pero no como reveladora de un conocimiento espiritual supraconsciente, situado más allá del lenguaje! Precisamente porque Rimbaud buscaba ese estado trascendente de conocimiento, el cual creía alcanzar por una vía luciferina de rebelión y de conjunción de los contrarios, vagamente intuida en libracos esotéricos mal digeridos…”

La conjugación de los contrarios, a mi entender, no es la vía de

39 rebelión sino ante un sistema o forma de pensamiento expuesto por una cultura determinada. En los pueblos primitivos, la con- jugación de los contrarios viene de una explicación más simple casi siempre de corte mágico. La mayoría de los intelectuales y creadores latinoamericanos como Octavio Paz y el mismo Juan Liscano, empeñados en un acercamiento y proyección interior hacia el lejano Oriente con la intención de responderse a las inda- gaciones existenciales dentro de la literatura, los condujo al punto crítico de proponer las conjugaciones en las disyunciones del ser y el ente, el sí y el no, la vida y la muerte como el drama humano y adelantarse al anunciar el nacimiento de un nuevo mito: el hombre nuevo o el hombre planetario.

40 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

DE LAS ÚLTIMAS ENTREVISTAS CON JUAN LISCANO

Marisol Marrero Laura M. Febres Universidad Metropolitana Frida Galindo

Se publica por primera vez este fragmento de una entrevista a Juan Liscano, sostenida el 18 de junio de 1999, por la novelista y poeta venezolana Marisol Marrero. La Dra. Laura M. Febres y Frida Galindo ayudaron en la transcripción y organización para que esta información llegara en este homenaje a su memoria. Habla Liscano, monologando.

La trayectoria mía, vista por la perspectiva de los años es una cuestión anecdótica que arranca fundamentalmente en mi infancia. Eso es un valor, ese conocimiento y esa concientización de todo lo que me costó en la infancia, es muy determinante para el desa- rrollo interior mío y eso funcionó de esta manera: cuando murió mi padre, yo tenía dos años, mi madre era una mujer realmente joven pero ya viuda. Ella estuvo 11 años viuda, se volvió a casar

41 a los 12 años, pero durante ese larguísimo tiempo no solamente fue quien me formó sino que se la pasaba leyéndonos las cartas de amor de mi papá, leyendo los artículos líricos de mi papá. Él era escritor, cómo no; él tiene una pequeña obra valiosa consistente, en una primera etapa lírica y en una segunda etapa aplicó sus conocimientos científicos y escribió un libro que tuvo una gran resonancia cuando la guerra europea, pero de la historia de la doctrina guerrera y del derecho, tomando partido por los aliados contra los alemanes, contra la agresión alemana.

Mis padres se conocieron en Caracas. A él lo mandó su padre (mi abuelo) a estudiar a Caracas, y siendo abogado en Caracas, conoció a mi mamá, y entonces, pues se enamoraron uno de otro; y mi mamá que era una lírica, bueno, lo adoraba y le escribía cartas de amor y todo era amor.

Mi mamá era de la familia Couturier. Clementina Velutini Couturier se llamaba mi mamá, que era de Liscano y después fue de Chacín. Aquí vino hacia la época de la Guerra Federal un corso llamado Velutini, Vicente Velutini, que lo llamábamos papa viejo. Mi madre vivía en el Country, pero antes vivíamos de Cuartel Viejo a Pineda, en Caracas, en la Parroquia de Alta Gracia. Cuando murió mi padre, la casa la tumbaron.

En la casa de Cuartel Viejo a Pineda, que fue donde yo crecí y donde murió mi padre, recuerdo una biblioteca que era de mi abuelo, del papá de mi mamá, que yo consultaba mucho, pero él murió poco después de que se casara mi mamá. Él murió hacia 1912. El matrimonio de mi mamá había sido en 1910 con mi papá, con Juan Liscano. Mi papá era hijo natural del general Carlos Lis- cano. Carlos Liscano era un caudillo nacionalista muy conocido

42 Juan Liscano: aproximaciones a su obra que fue presidente del Estado Lara, que dio mucha batalla, un guerrero en el nombre de la política. Era el jefe del partido nacio- nalista con el Mocho Hernández. Era un viejo de barba blanca y tenía una familia muy honorable, pero él no se casó y tuvo a mi padre de una hija de uno de sus oficiales. Yo no la conocí ni a él tampoco, se murió antes.

Volviendo a Cuartel Viejo, que fue el punto de formación mía, en esa época tenía yo 6-7 años y mis primos, hijos del hermano de mi madre, vivían en esa misma cuadra, y luego había uno que habían traído de España, que era hijo del hijo mayor de mi abuelo, que murió en España, lo mismo que su esposa. Mi abuela lo adoptó como hijo, y mi mamá, que estaba viuda, vivía con mi abuela. Esa es la gente que vivía en Cuartel Viejo. Luego, nos veíamos cons- tantemente con los primos, los hijos de Andrés Velutini, mi tío, que vivían en la misma cuadra, en la casa de en frente. Entonces nosotros los muchachos, mi primo José Antonio, que le llamába- mos “el español” y los hijos de Andrés, eran tres: José Antonio, que está vivo, el único que queda, Andrés Velutini, que fue presidente del Banco Caracas y Luis Alberto. (En 2015 todos han fallecido ya. Nota del editor)

Ahora, mi tío Andrés era un apasionado de las haciendas, él no iba a ser banquero, él iba a ser hacendado; entonces, a mí se me formó un mito, que era el “mito de la hacienda”: el “mito de la hacienda” era Venezuela, es lo que iba a ser el hombre, como hoy en día piensan ser tecnólogos, aviadores, en aquel entonces, era ser hacendado. Yo estaba en las haciendas de mi tío Andrés, que quedaban en las faldas del Ávila, era una sensación formidable ir por el camino a caballo. Mire, si yo le enseño las fotos de la ha- cienda donde yo estuve, que se llamaba Colosal porque tenía tres

43 haciendas: Río Grande, Colosal y Santa Rita. Era una maravilla de casa colonial, y eso se iba a perder. Porque cuando la época de las haciendas se acabó por el petróleo, el vendió las haciendas, se las vendió al gobierno, porque el gobierno las quería, para conservar el medio ambiente. Se quedaron con las haciendas, y él se metió, entonces, en el banco que había fundado su padre: el General Velu- tini, y él fue presidente, pero ya no era hacendado. Yo lo conocí como un hacendado, yo lo recuerdo de muchachito llegando en las mulas de las montañas con la cobija azul, el sombrero marrón que usaba de pelusa, y en su mula. Eso estaba hacia el lado boscoso del Ávila, y de ahí se veía el mar, por el viejo camino de Los Españoles. Hay un libro sobre el camino de los españoles de Manolo Rivero (Manuel Rivero Perrimond), donde está retratada la hacienda y ahí figura Colosal, donde estuve con José Antonio, el hijo de mi tío Andrés, un tiempo. Estuve cerca yo y poco a poco se iban cayendo los muros. Aquí no se conserva nada sino el poder. (El libro de Manolo Rivero que aparece citado en el Diccionario digital de la Fundación Polar se llama Camino a la mar. Nota del editor)

Yo tuve una experiencia de niño en Cuartel Viejo, que digo yo que es mi parte favorita: nosotros jugábamos a “las haciendas”, es decir, en el suelo cavábamos, por ejemplo, un cuadrado y ese era el espacio. Entonces uno viajaba de aquí a la otra hacienda, y en el camino uno se inventaba su propio cuento y visitaba cualquier cosa. Ese juego era nuestro juego habitual, es decir, que en lugar de jugar metras en las plazas públicas o jugar gárgaro, que lo jugábamos también, el juego fundamental era el de las haciendas. Cada uno tenía una hacienda y esas haciendas tenían los nombres de las ha- ciendas de mi tío Andrés; y sus hijos, “el español” y yo, viajábamos de una hacienda a otra, y el jardinero se llamaba Miguel Machado y era un personaje que había sido ayudante de mi abuelo que era

44 Juan Liscano: aproximaciones a su obra político y militar, pero este era un hombre completamente del campo, pero tenía cosas raras, unas que se introducía, una especie de sebo; entonces, se rascaba el cerebro y decía que le comían el cerebro; luego se paseaba desnudo hasta la cintura con su pajilla por el jardín. Una noche tocó la puerta y todo el mundo se asomó a la puerta porque quedaba en el jardín, un patio con unas trini- tarias y la biblioteca, que era donde terminaba la casa; entonces, nosotros generalmente comíamos y nos íbamos a la biblioteca a jugar. Tocó la puerta, nos asomamos y él nos dijo:

- “Vengan pa’ que vean, vengan pa’ que vean. - ¿Pero, qué vamos a ver? - Vengan, vengan.”

Nos llevó hasta el fondo del jardín, atravesando el patio, donde había una mata de lechosa, y en la mata de lechosa había una cosa que era una aparición: era una figura humana envuelta totalmente en una malla, tapados los ojos, con unos cuernos que le salían también, pero que no eran unos cuernos, sino picos, tapado claro totalmente. El jardinero se reía y decía:

- “Ven, muchachito, ven.”

Entonces, yo me acerqué un poquito más y lo vi, yo estaba ate- rrado. Eso fue una aparición sobrenatural: no sé si era un demonio o la mente de él.

Uno empieza su vida dentro de un marco, que era el de Cuartel Viejo, de las haciendas, de los misterios de las haciendas, de ser uno mismo hacendado y tener un caballo, una serie de cosas, y luego, entonces, me llevan a Europa a estudiar otra cosa. Yo fui

45 tres veces a Europa, la primera vez me llevaron cuando murió mi padre y me metieron en un kindergarten. Los Velutini éramos muy acomodados, estaban casados tres de los Velutini con las Couturier, y la familia Couturier tenía la mejor tienda de Barcelona. Luego, los Velutini, en el orden de los Velutini, mi abuelo hizo política, fue un político muy hábil. Él empezó con Monagas, después, poco a poco hacia el liberalismo con Guzmán, inició una carrera muy importante hasta el punto que fue él el que entregó el poder a Gó- mez como vicepresidente de la cámara de diputados. Mi abuela, casada con él tenía más, porque ella era una Couturier, los Velutini se casaron con tres Couturier adineradas.

Mi familia, los Liscano, venían del estado Lara y eran hacen- dados; los Velutini, el fundador de la familia es Vicente Velutini que se embarca en Livorno y viene a Venezuela más o menos en la época de la Guerra Federal, y aquí en Venezuela, trabaja y se asocia. Ellos no vivían en Barcelona, las Couturier vivían en Barcelona.

Mi abuelo era José Antonio Velutini, que fue una fuente de for- tuna. Él por unos años mantuvo a sus hermanos, sus dos hermanos que no tenían las posiciones de él que era de una familia burguesa, la que llamaban burguesa, no la godarría, sino la burguesía. En aquella época, y esto es muy importante, las familias que tenían medios, sean oligarcas y multimillonarias, o sean, acomodadas, mandaban al hijo a Europa - como hoy en día lo hacen también, mandan al hijo a los Estados Unidos-, para que estudiara en Eu- ropa. Es decir que la gente de mi generación, más bien teníamos una formación europea; yo hablo el francés como el español. Mi madre me llevó a Europa como a los 3-4 años, desde kindergarten vivía allí, en ese kinder aprendí francés. Nosotros nos quedamos dos años en París y me trajeron a Venezuela. Estuve en el colegio

46 Juan Liscano: aproximaciones a su obra de los jesuitas hasta que, por razones que ignoro, mi mamá decidió volver a Europa y meterme en otro colegio de París, un liceo; ya estaba grande, ya debería tener más o menos, 11 años y después, ella se volvió a casar en el año 28 con Luis Gregorio Chacín Itriago, que fue mi padrastro. Él fue el fundador de la Sanidad, porque él había estudiado eso en Inglaterra, entonces Gómez lo nombró secretario del nuevo Ministerio de la sanidad y él fundó la sanidad con su apoyo. Él iba con la policía de Gómez a obligar a los mismos amigos de Gómez a abrir el fondo de la casa para poner un excusado de agua y que se acabara el excusado de hoyo; hizo una labor que le reconocen independientemente de su vinculación con Gómez, que le reconoce absolutamente todo el sector médico venezolano, yo tengo artículos sobre eso. Él se llamaba Luis Gregorio Chacín Itriago, él era de Clarines, y estaba casado con una prima también de Clarines y tenían una hija grande y un par de morochas.

Cuando se casó con mi mamá, resolvieron los dos llevarse a los hijos pequeños, no a la grande, pero a mí que era apenas ma- yorcito que las morochas, a estudiar a Europa, así que yo estudié mi bachillerato en Europa, en Francia y en Suiza, y allí obtuve mi certificado de estudios. Él murió, de dolor, porque él idolatraba a sus morochas Luisa Mercedes y Mercedes Luisa. Una de ellas que se llamaba Luisa Mercedes, siendo una muchachita tuvo que ser operada y parece que de una glándula y eso no se resolvió y murió, él murió también. Entonces mi mamá quedó conmigo y con Mercedes Luisa, quien tuvo un final trágico: a ella la mató el marido, por culpa de ella, porque ella era muy malcriada, quedó totalmente desequilibrada con la muerte de la hermana y cometió disparates; yo se lo dije, yo lo anuncié: “tú estás cometiendo muchos disparates, tú te has casado con un hombre que tú has sacado de una condición económica muy mala y le has puesto dientes, lo

47 has arreglado y hoy en día es un médico de primer orden , y ahora tú quieres cambiarlo, así no se puede.” Y se empeñó en eso y él la mató. Me llamaron, llegué a la casa, subí las escaleras y ella ya estaba muerta hace tres días y la sangre corría. Yo la vi, corría la sangre desde el primer piso, por las escaleras hasta abajo, ahí estaba yo. Yo ya era un hombre, yo regresé de Europa a los 18 años, imagino que yo para esa época tendría pasados los 20 años... Chacín murió del dolor. Regresamos con el cadáver.

Yo revalidé mi estudio de bachillerato, obtuve el título de bachi- llerato aquí y entré a estudiar en la universidad. Aquí en la univer- sidad es donde empecé a ver otro mundo, la gente de izquierda, los antigomecistas, entré en contacto con todo ese mundo y pasé unos dos años aclimatándome a todo eso, pero me llamaba por dentro esa necesidad de ver la tierra, de ver la tierra libre. Luego me pasó que renuncié a todo: rompí con mi mamá, rompí con los estudios, con una novia, con la sociedad, me fui al campo y fui muy feliz durante un tiempo, lo pasé divinamente. Me llevó al rompimiento la persistencia del repudio del progreso, me tenía loco y ese deseo de regreso a la raíz. La raíz era la hacienda.

Donde yo viví en La Colonia Tovar, hoy en día está una bomba de gasolina, pero en ese entonces era un depósito de hortalizas de la pulpería que quedaba en frente, la pulpería queda, pero no el depósito; en ese depósito había un catre, una mesa buena. Yo pase allí una época muy feliz, aprendí el nombre de la matas, y me visitaba todas las tardes Domingo Álvarez, que era como el manda- dero del pueblo, pero al mismo tiempo era un coplero. Tenía una cara de Cristo melenudo, en ese entonces él se sentaba a decirme versos, a decirme corridos, coplas pero como estaba un poquito trastornado, estaban siempre incorrectas pero claro para mí fue

48 Juan Liscano: aproximaciones a su obra un material de primera y, por eso, cuando yo regreso ya tengo una decisión de conocer más esas cosas de las que me hablo él, aparte de que yo en la Colonia solía llevar ahí a los campesinos, porque los sábados teníamos gran joropo venezolano y bueno, una vida como ellos. No me enamoré de ninguna alemana, era muy serio.

Yo me fui a escribir un ensayo en la Colonia Tovar y terminé escribiendo 8 poemas vociferantes contra la ciudad, eso se los voy a dar a ahora, Marisol. Allí me convertí en poeta. Entonces mi vida ha estado divida entre ese mito interno y la realidad de mi vida social, de mis medios, de vinculaciones con la gente de la sociedad y de la política. Entonces, hay como dos personajes, eso me ha perjudicado a mí porque por ejemplo yo he estado metido en política mucho. Yo estuve exiliado 5 años por estar con Ruiz Pi- neda en el equipo clandestino. Me he comprometido, pues. Yo hoy en día he estado decepcionado de esta revolución, hasta de mirar a esta especie de animal tarado, allí jugando al beisbol, creyendo en un equipo de beisbol de tribus, cosas increíbles.

Es una cosa increíble ahora como hay un revoltillo en el mundo; también hoy ni los americanos son los mismos que antes cuando imponían su ley. Hoy ellos compran, y pueden comprarlo a él. Eso es lo que está haciendo, él habla y pide libertad de terroristas, pero vive yendo a los EE UU; hasta no lo recibieron la última vez, eso es una tragedia.

Entonces, finalmente me fui de la Colonia ya con el libro escrito, lo publiqué en Caracas a través de la misma familia. Me reconcilié con mi mamá porque mi mamá no me perdonaba el no ser abo- gado como mi padre, eso era lo que ella quería pero yo no quise ser abogado, entonces ella abdicó. Me compró una camioneta y

49 un aparato de grabación. Comprendió pues, yo se lo expliqué muy bien y entonces me eché por los caminos de Venezuela a recorrer y a grabar la música popular venezolana. Cuando regresé tenía una colección que ha dado pie al festival de Rómulo Gallegos, que los americanos han publicado dos veces la música esa que yo grabé.

Era un muchacho rebelde totalmente, pero no una rebeldía marxista sino una rebeldía ontológica del ser, lo que estaba en rebelión era mí ser y eso no deja de estar en rebelión, Yo estoy en una rebelión perenne con todos los individuos, no solamente con Chávez sino también con la tecnología, la locura, ese aparato infernal que funciona las 24 horas del día diciendo estupideces. No informa a nadie la televisión, entonces, yo estoy en rebelión y claro es lo que más me mata al llegar a esta edad. Esta experiencia siempre dentro de una norma de deseo de regreso al contrario, hacia lo primigenio, lo fundamental, lo arcaico inclusive, y estar condenado a vivir dentro de una circunstancia completamente infernal.

Bueno yo viajé mucho, viajé mucho, estuve en Europa. Preva- lece al fin de cuentas el hombre urbano. Pero son los valores que produce la naturaleza lo que me interesa a mí, ver el hombre que está trabajando la tierra y se mueve en la tierra. Ver, ver eso. For- mar parte del hábitat, pero claro que yo soy un producto urbano.

Estamos acabando con el mundo, en nombre de la ciencia y también la contaminación, usted cree que es posible que el Orinoco esté contaminado. Ese poder de destrucción es equivalente al po- der de creación y allí está el dilema, se debe optar por la creación, pero eso es lo difícil: cómo convence uno a la humanidad para ser creadora. A mí no me interesa ya como intelectual o como poeta

50 Juan Liscano: aproximaciones a su obra contar mi vida, ni aludir sino meterme y estudiar este problema y cada vez lo voy estudiando desde el ángulo un poco etnológico, antropológico y desde el ángulo poético, porque la poesía también lo lleva a uno a manifestar una cosa, esa cosa adquiere una realidad sea mala o sea buena.

Por supuesto, el poder de la palabra es fundamental, la palabra es la que distingue al homo sapiens del mono aquel que se bajó. Somos hijos de la palabra, entonces el poeta bueno escribe lo que le sale, hoy en día la poesía ha perdido muchísima altura porque está muy ocupada de lo circunstancial, pero la poesía puede elevarse a momentos de iluminación completa. Yo he tenido momentos de iluminación mediante la poesía que no he alcanzado mediante la meditación.

En la actualidad, cuento con Carmen Teresa, que es una mujer que me inspira afecto, tengo a mis hijos, ninguno sacó mi pasión por la escritura, y mis nietos; mi nietecita me quiere mucho, pero es una mujer ya grande. Sin embargo, hay muchos miembros en la familia que no me ofrecen ninguna satisfacción. Yo, a veces, en mis oraciones nocturnas dirijo una petición por mí y mi familia a La Providencia y en cuatro casos ha sucedido exactamente lo que le pedí, que me ha beneficiado, eso es un hecho.

( 1) Este personaje se convirtió luego en el médico de la cárcel y era muy generoso con los presos. Profesionalmente era sumamente preparado. Mi abuelo Pedro del Corral me decía que su mujer lo había llevado a un estado de locura porque lo humillaba en público y lo llamaba “negro” despectivamente. Recuerdo a mi abuelo regresando del entierro de este personaje al cual consideraba su amigo y le tenía gran estima. Siendo aún

51 una niña no me podía explicar cómo podía tener aprecio por un asesino. Más de cincuenta años después me he encontrado sin buscarlo con este médico que me hizo reflexionar sobre algo parecido a la dualidad humana en la infancia. Laura M. Febres.

52 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

EL PENSADOR

53

Juan Liscano: aproximaciones a su obra

JUAN LISCANO, EL PENSAR Y LOS DÍAS

David De los Reyes Universidad Central de Venezuela Universidad Metropolitana

“No se debe escribir la primavera sino después de haberla mirado sin memoria” Juan Liscano

“La verdadera metafísica consiste en volver sensible aquello que es abstracto” Josep Pla

I

Hesíodo, el antiguo bardo griego (circa 700 A.C.), escribió un largo poema (820 estrofas), El Los Trabajos y los Días, donde recogió una serie de consejos, instrucciones, proverbios, fábulas, símiles y mitos del mundo griego en crisis que le tocó vivir. La actividad humana del trabajo la entendió como el destino del hombre, pero sólo quien esté dispuesto a trabajar podrá con él. Esta prédica griega se entona en torno a una gran crisis agraria en

55 todo el continente griego, lo cual inspirará una búsqueda de nue- vas tierras para ser colonizadas. Juan Liscano (1915 – 2001), cual Hesíodo venezolano, será el poeta de la zona tórrida, del canto al erotismo amoroso y a las preocupaciones del desfogue civilizatorio contra la naturaleza y la pérdida del ser auténtico en el hombre, y de su preocupación patriótica por su país. Su pensamiento poético no queda detenido entre el metro y la metáfora, sino que se expande su pensar la realidad a partir del ensayo personal en todas sus variantes temáticas posibles, tocando la crisis que siente y sufre, vive y explora, describe y prescribe, ataca y esclarece en torno a la vorágine desenfrenada de la civilización moderna universal y al fracaso continuo que exhibe la historia de su país: Venezuela. Asimismo trasciende a la pérdida del rastro mítico arquetipal en la psique del hombre del presente, a la vorágine del hombre por el hombre, al horror permanente que hace la historia contra los incautos, a la guerra y sistemas genocidas y ecocidas del entorno ambiental, al abandono de la búsqueda y crecimiento del ser individual en el presente, al lavado de cerebro y masifica- ción de gustos y vida a través de los medios de comunicación, la realidad virtual del internet y sus usos por Estados y sociedades multinacionales con el espigón totalitario a cuestas, sin abandonar nunca la relación tormentosa de la espiritualidad y la literatura.

En sus ensayos encontramos, como en Hesíodo, consejos, ob- servaciones sobre, la cotidianidad histórica, los mitos del eterno humano; pero en el bardo venezolano además de todo eso, nos lleva agarrados de la mano sobre los mitos y crueldades de la moderni- dad, sus prescripciones ante el destemplado y voraz desbarajuste político nacional e hispanoamericano, y sus lúcidas reflexiones contra la corriente de las opiniones oficiales de la historia, sus análisis introspectivos de la espiritualidad y el vacío humano en la

56 Juan Liscano: aproximaciones a su obra alienación y la mediocridad, la literatura y de la común sociedad, entre otros temas. Este espacio reflexivo liscaniano es la nave que abordaremos en las siguientes páginas, adentrarnos en las aguas profundas de lo mítico, apocalíptico y lúcido que emerge de su pensamiento en los días tormentosos unos, felices otros pocos, que le tocó vivir entre su pensar y sus días, cuando se cumplen en este año el centenario de su nacimiento.

Reiteremos la pregunta: ¿Cuáles son los temas a los que presta atención su pensamiento? Múltiples. Van de la literatura, a la poesía, espiritualidad, mitología, religión, la religiosidad y su sim- bología mítica, atravesando la historia nacional, regional y global, junto a sus teorías y posiciones, la política y sus vínculos con los modelos de producción: capitalista y socialista, la revolución y sus aberraciones contra el individuo, la utopía y sus espejismos, los vínculos y diferencias espirituales, eróticas y sexuales entre Oriente y Occidente, sin ser indiferente a la ciencia, la tecnología, la ecología y, sobre todo, al individuo y la masa, advirtiendo su condición psicológico-emocional y el vacío de ser. Son algunos de los temas que podemos notar rápidamente al abordar sus textos ensayísticos. Su acontecer, como hombre moderno, está en el des- tino que determina la actualidad del proceder social y global del hombre, la cual la ve como una edad oscura y frustrante. Época a la que su palabra busca mostrar la causa de nuestros errores por ignorar la mayoría de los humanos la dirección de la civilización y el mundo. Más que ver al mundo y la civilización bajo el manto positivista del progreso continuo, cosa que niega, se preocupa en presentarnos nuestro tiempo y su devenir como un intervalo de retroceso, descenso, alienación, vacío, genocidio humano y ecoló- gico perpetuo por el abandono de la formación y búsqueda, olvido y experiencia del ser individual y colectivo auténtico, al albergar

57 una conciencia adormecida, abocada solamente a la realidad de la experiencia exterior inmediata. Sintió y vivió la edad moder- na como una verdadera edad negra. ¿La civilización y el mundo prospera? ¡Retrocede!

Entre los filósofos que encontramos preferencias y referencias en sus personales atenciones conceptuales están Platón, Aristóteles, Plotino, San Agustín, Pascal, Rousseau, Hegel, Fuerbach, Marx, Spengler, Heidegger, Camus, Sartre, Marcuse, Teilhard de Chardin, Popper, junto a una serie de filósofos rusos anticomunistas. Sin dejar de lado a los guías espirituales G. Gurdjieff, Madame Bla- vatski, D. Ouspenski, y sin olvidar, por supuesto, a Krishnamurti. Unos y otros serán cuestionados y retomados para subrayar ideas pertinentes en su reflexión ensayística. Personalmente tengo la intención de presentar cómo y en qué contexto emergen algunos de ellos en la obra ensayística del poeta. Comprender que su genera- ción estaba llamada a examinar con lucidez el pasado, arrancando sobre todo el lastre de las máscaras en que se oculta, tras las que los artificios internos e irracionales de la historia permanecen ocultos (son los casos de los carniceros humanos, por ejemplo, de Bolívar, Boves en nuestro país; o Hitler, Stalin, Guevara, dentro de las rea- lidades totalitarias o tanáticas, que constituyeron con su destino alcanzar el poder y la gloria: realidades monstruosas y atroces). Para Liscano la senda del devenir sólo es progresiva rechazando lo histórico como destino, y dirigir el devenir humano hacia lo que él comprendió como espiritualidad; en cómo las sociedades inteligentes contribuyen en conjunto al desarrollo individual de esa espiritualidad, a desprenderse del peso exterior y adentrarse en su interioridad; se trata, como dicen los filósofos hindúes, en ayudar al hombre en convertirse en lo que es.

58 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Nuestro ensayo está estructurado en distintos temas y filósofos que llevó, en su obra, a detener nuestra mirada personal. Entre los temas tocaremos su estética, lo religioso, lo espiritual, su posición ante la vida. Y entre sus preocupaciones de orden filosófico, traere- mos su percepción y apreciación de distintos filósofos: Nietzsche, Sartre, Camus, Heidegger, Theilard de Chardin, y guías espirituales como Krishnamurti. Otros temas son su permanente interés por la concepción gnóstica, la sexualidad, el suicidio. Con ello no hemos intentado agotar los temas posibles que vendrán a estar presentes en su ensayística y en su poesía. Son algunos elegidos, y como ya dije, que detuve mi mirada en el pensar y los días de la vida de Juan Liscano. Veamos.

II

Estética. Liscano no se aferra a una concepción estética par- ticular o certificada por la academia. Afirma, por ejemplo, que encontrar una estética en su obra poética puede darse de forma involuntaria. La estética que practicó es de carácter involuntario, sin obedecer a una escuela o a una particular posición teórica. Lo que sí determinó su sensibilidad creadora estuvo referido al tema a abordar, entendiendo por tema como una inclinación del alma que lo lleva a expresarse. Ante una pseudo-espontaneidad poética, que convierte al poeta en un ente incapaz de pensar, de plantearse un problema, Liscano aborda su actitud poética y creativa en función de objetivos que lo motivan a canalizar su sensibilidad y dirigir su intuición hacia la construcción de imágenes que denoten no sólo emoción sino comprensión de lo tratado: postura de una poética conceptualista. No se alista en la poesía de inspiración espontánea, circunstancial. Fija su mirada en los temas que los días dirigen a su pensar y emoción. ¿Algunos de ellos? La ciudad,

59 lo erótico, lo telúrico, lo femenino, la naturaleza, la destrucción ecológica, la desintegración del mundo, la sobrepoblación, la deshumanización, etc (1).

Su estética poética lleva a despertar más un sentir, a un senti- miento que no implica sentimentalidad; su concepción de poeta conceptual lo lleva también a estar presente en sus ensayos. Sabe que perderse en las sensaciones lleva a negarse a sí mismo, impidiendo el poder de dirigir sus acciones y sus previsiones. La poesía no es un instrumento de desahogo sentimental para él. La poesía vista y construida a partir de expresar experiencias. Acumular sensaciones en vez de expresar experiencia conduce a los paraísos artificiales, a la falsificación de la verdadera intensidad. El sentimiento, como la intuición son formas mayores de conocimiento (2). Donde la intuición es un pensamiento que sume el riesgo, un pensamiento que se aventura; un pensamiento en acción. Es contrario a toda postura formalista del pensar, por ejemplo, cien- tífica, rodeado de instrumentos de precisión, al uso de términos abstractos, que pretenden siempre cuantificar al mundo. Hay un pensamiento aventurero que siempre se arriesga. Vuelve lo abstracto en imagen sensible. La intuición comprendida como una forma de instinto, lo cual involucra un hallazgo, una penetración en el misterio del universo y del ser humano a través del concepto, de la palabra, de un logos poético.

Si bien la poesía contiene metáforas, emoción, sugerencias, sensorialidad, musicalidad no deja de ser pertinente y necesario el concepto, el pensamiento aventurero, la reflexión, sin llegar a normar ello en una estética definitiva. La creación estética abierta al misterio de lo no hallado aún, recobrando significado de cara al futuro. Su ritmo poético, de buen poeta bailarín como lo fue,

60 Juan Liscano: aproximaciones a su obra establece que todo es una ida y vuelta, un flujo y reflujo, un eter- no retorno, oscilación pendular, en el sentido del hermetismo de Hermes Trismegisto presentes en el Kybalión (3).

Su ataque a la época presente tiene siempre un talante pesimis- ta. Observa que se vive en un constante estado lavado de cerebro general, donde cada vez se piensa menos como individuo y se acepta más las formas colectivas de sentir y pensar programados por el Estado, la industria cultural, las empresas globales, el partido único, etc. Afirmó que lo narrado en la novela 1984 de Orwell, ya no es ficción, está sucediendo o ya sucedió (y está superada en los controles de todo tipo en la angosta vida privada individual…); y respecto al planeta nos advierte que se vive un ecocidio permanen- te gracias al germen de la ganancia inmediata, que piensa sólo en su sucio provecho egoísta, pero no en la destrucción que impulsa en todo, sin preservar el planeta para las generaciones futuras: piensa, -y nosotros también junto a él-, que se está violando todos los órdenes de la naturaleza para no poderse recuperar nunca más. No vislumbró un resurgimiento espiritual auténtico y lo que se da con ese nombre son modas pasajeras de individuos desesperados, confundidos, atados al dictamen mediático o político del momento. Buscó un resurgimiento espiritual como actitud de insurgencia contra el continium masificante, lo cual siempre quedará reducida a verborrea textualista, esa expansión cancerosa del lenguaje. Para él estuvo claro que todo acto creador es solitario; todo creador está sólo, aunque piense en la humanidad.

Juan Liscano, que se considera un escritor para minorías pen- santes, fue adquiriendo un modo de pensar cada vez más preciso y nervioso por su percepción espiritual y personal del mundo que captó su mirada y sensibilidad, conduciéndolo al desencanto

61 general de la realidad, aunque siempre con una postura crítica, combatiente y anunciadora ante el descalabro de la prospectiva de la especie humana. Es hijo de una generación que conoció, vivió y reaccionó contra las guerras, el totalitarismo soviético, el castro-comunismo, y el nacional-socialismo, todas ellas formas de estado que persiguen la total inversión de cualquier posibilidad de humanismo: convierten al hombre en cazador del hombre; vuelven, de manera absoluta, pero fragmentándolo, al hombre en cosa.

Vivió la violencia de la guerra, las matanzas de un bando con- tra otro; con ello comprendió y aceptó que toda acción humana termina revirtiéndose contra sí mismo. A esto se sumaban otras realidades que niegan a la vida, como lo era (y es), la guerra nu- clear, la tremenda destrucción ecológica en desarrollo intenso y permanente, el desproporcionado crecimiento demográfico (se prevé que para el 2050 seremos unos 9 mil millones de habitantes en este pingüe planeta civilizadamente destartalado); tales hechos, no ilusorios sino tangibles, sembraron en él un sentido de constante pesimismo al notar, con gran desesperanza, un desencanto en el destino del hombre por su hacer en el presente y sobrevivir en un futuro cercano. Sin embargo, no por ello duda de poder construirse la convicción de cierta solidaridad que no se puede encontrar sino en ese mismo hombre disminuido y extrañado.

Vislumbra una difícil rendija pasajera de luz para el desaliento universal; a este ahogo permanente, se asienta en el reducto carnal de la fusión erótica (tema que será retomado más adelante). La cópula es un horizonte de posibilidades para la unión trascen- dente y no de guerra o violencia cerril; al aislarse la pareja en su intimidad, del contexto histórico, político y social haya una vivida liberación individual. Eros y sexualidad son condiciones humanas

62 Juan Liscano: aproximaciones a su obra de libertad individual; todo régimen autoritario y totalitario nunca mira con buenas intenciones la sexualidad y el amor pasión, pues individualiza a los protagonistas, los mueve a romper las normas, a ser subversivos (4). La novela 1984 de Orwell, referencia de Lis- cano, es una historia de amor y su ahogo dentro de un régimen totalitario. Su trama está resumida en estas palabras que se agrega lo erótico-amoroso humano como espacio libertario humano: Por eso el nacional socialismo, el comunismo, en su etapa más sectaria, el fascismo, persiguen a los grandes amantes, cuando la realización erótica adquiere un valor subversivo. Porque el ideal del Estado todopoderoso es la uniformización de los seres humanos. Es decir: conceder una importancia mayor a la proyección y a la adoración del Estado, del poder. Y la sexualidad, la cópula aísla a la pareja. En ese momento de la cópula cesa la historia, cesa el compromiso, cesa la relación con los demás. Es una acción de inmenso valor subversivo e introyectivo (5).

III

“Para hacer el viaje juntos tiene usted que ir ligero de equipaje y eso solo puede hacerlo si no va cargado de opiniones y conclusiones.” Krishnamurti

Krishnamurti (1895 – 1986). Este pensador hindú ha sido de gran influencia, importancia y descubrimiento personal a lo largo de la vida de Juan Liscano, a quien considera como uno de los expositores místicos más exigentes de nuestra era (6). Lo honra, y admite sus posturas espirituales y prácticas que construyen una vida auténtica y cercana al ser, creando toda una teoría de espiri-

63 tualidad propia para Occidente. Tuvo una intensa influencia en una etapa de su vida (7). Fue al intentar una aventura o viaje de carácter mental y espiritual que terminó en un fracaso, ya que no llega a alcanzar lo que había imaginado como otros niveles de libe- ración personal. El fracaso lo sintió en trastornos psicosomáticos que lo llevaron posteriormente a una creatividad más depurada. Pasó la crisis de esa búsqueda personal sin abdicar a un impulso de renovación íntima y espiritual.

Krishnamurti fue un pensador que iba en una línea contraria con Liscano. El hindú rechaza la historia, no la toma en cuenta para su transitar espiritual; como rechaza además toda la mito- logía hindú, y todo el universo de meditación mandálica. Liscano posee un sentido demasiado racional y terrenal del curso de la historia y de la memoria. Sin embargo reconoce la importancia que tuvo el mensaje transformador de ese guía universal, al cual considera como uno de los fenómenos más importantes de su épo- ca; haciendo tabula rasa con toda referencia cultural posible. Es, como siempre lo manifestó, asumir las posturas de Krishnamurti es aceptar buscar el salto al vacío.

Al vacío alude como estado de consciencia y ser, al hablarnos del sentido del pasado en su vida. El pasado es un lastre del cual hay que desprenderse para alcanzar la plenitud vital, obtener algún grado de liberación en el presente. Romper con la carga personal del pasado y renacer cada día como si entráramos a un tiempo original, prístino con cada amanecer; empezar el día la existencia entera, ello implica una actitud deslastrante del ayer, involucra una voluntad de ruptura, de abolición de toda pesadez que frene la vitalidad continua; lo cual no ofrece más que acondicionamientos, repeticiones, limitaciones inconscientes. El pasado es fundamen-

64 Juan Liscano: aproximaciones a su obra talmente tiempo de sufrimiento, de acondicionamientos para este escritor. Su detención a reubicar los acontecimientos del pasado es llegar a mostrar cómo las acciones tienen un grado de azar, que en su momento no pueden conocerse sus resultados, observando que no hay una lógica en el pasado; mostrar el absurdo histórico constante. Por ello exige deslastrarse del pasado, sabiendo cuál ha sido la experiencia interior, lo vivido, lo cual requiere de una negación y un mantener en el recuerdo, para así recuperar el pre- sente que promueva la originalidad, la vitalidad, la autenticidad del encuentro con el sí mismo y el horizonte de un hacer creador renovado, proteico. Una especie de nihilismo afirmativo del ser ante el permanente genio fáustico occidental.

Krishnamurti siempre consideró al sentido del tiempo como el germen de la condición del miedo humano por el devenir; la experiencia del tiempo retrotrae siempre nuestra consciencia a un saber previo, hacia la memoria prácticamente perenne, deteniendo todo avance al separarse del pensamiento, frenando la libertad del movimiento interior del ser.

Liscano reconoce que Krishnamurti posee un lenguaje abrup- to, implacable, que se expresa para ser oído y comprendido por el estado de crisis de occidente. Es un místico sin dios; y logra descondicionarse; desaprender lo dado como inamovible dentro de una tradición y unas creencias y valores. Por su experiencia en ese largo andar de búsqueda y reconocimiento de sí, solicita al individuo (él, en este caso), abolir el tiempo, la memoria, la historia. Y con ello al deseo (en tanto memoria de un placer que se quiere repetir); se persigue ser un liberado en vida, propio de lo que se llama jivan-mukta. Según Liscano para un occidental es imposible lograr tal estado; considera que hay un determinismo

65 genético, reafirmado por nuestra educación desde la lactancia y nuestra existencia, que nos lleva a una serie de condicionamientos innumerables e interminables (8).

No deja de reconocer en Krishnamurti una enseñanza impor- tante respecto a la memoria, la cual es un factor determinante en su proceso de creación poética. Intentó defenderse del peso de la memoria, llevando a realizar un descondicionamiento memorioso; se trata, igualmente, de una explosión total en lo interior del indi- viduo, en las capas inexploradas de la conciencia individual, una destrucción del sentido de duración: se trata de morir a la duración, a la concepción total del tiempo: al pasado, presente y futuro; una muerte a los símbolos, a las palabras, las cuales son para el hindú factores de descomposición; se trata de una acción en el centro de la mente que se libere de la estructura sociológica y psicológica de la sociedad para convertirse en una mente religiosa (9); y con ello la muerte del psiquismo por ser la fábrica del Tiempo psico- lógico, el cual carece de toda realidad: invención en la nada de la mente. No deja otra condición que la vida situada más allá de las palabras; lugar del ser, donde la acción desemboca en el éxtasis místico del presente.

Liscano, semejante a Krishnamurti, se consideró como una per- sona que no tiende a volver la página, a no recordar lo innecesario, lo contingente, a perpetuar el resentimiento. Critica aquellos escri- tores que tienen la imposibilidad de ver hacia adelante, que siempre vuelven atrás, a su pasado, a sus vivencias como el material de sus obras. Liscano en su trabajo literario rechazó una memorización de tipo personal; pero sí memoriza un tiempo, una historia, sin la necesidad de memorizarse a sí mismo (10): la palabra no es la cosa. La más profunda realización espiritual pareciera descansar

66 Juan Liscano: aproximaciones a su obra en el silencio y la soledad: el salto al vacío exigido por el hindú.

IV

“…el lenguaje es una dulce locura: hablando, el hombre baila sobre todas las cosas.” F. Nietzsche

Nietzsche (1844 – 1900) y el Eterno Retorno. La concepción del Eterno Retorno de este autor se hace presente en Liscano en su texto Espiritualidad y literatura, al entablar la pugna del hombre ante el tiempo y su sucesión y cambio. La rueda infinita del eterno retorno la encontramos en la figura del Convalesciente del poema filosófico Así habló Zaratustra. Es la idea de repetición presente en la rueda de la fortuna que, como la rueda de Ixión, siempre presenta un movimiento circular. Es la idea de que todo lo que fue volverá a aparecer en un futuro próximo; dejará de acontecer por un momento, pero se repetirá en cualquier otro ubicado en el futuro. En ese intervalo de movimiento giratorio se presenta todas las posibilidades de la vida: desgracias y dichas, caídas y triunfos. Este sabor fatalista y determinista de esta imagen de lo temporal circular se relaciona con un saber metafísico tradicional. Cantidad de recreaciones míticas ancestrales lo tienen presente: la cuenta de los kutunes de los mayas, la teoría de los yugas hindúes, el anillo del dios asirio Nirsroch, adoptado por los griegos con el nombre de Cronos y transformado en Saturno por los romanos. El Eterno Retorno arrastra una larga tradición mítica y filosófica en la hu- manidad pero no presente en la filosofía occidental hasta alcanzar la atención nietzscheana dicha concepción giratoria temporal de la sucesión de los eventos y experiencias: semejante concepción

67 perturba la racionalidad cartesiana y la idea de un tiempo lineal, histórico (11).

Nietzsche redescubre esta noción, y en rebelión contra el mono- teísmo occidental, lo absorbe en su postura nihilista trascendental, restándole todo vestigio soteriológico en su corpus filosófico. Igual- mente no acepta la búsqueda utópica de una conciencia edénica en el pasado ni su resurrección en un futuro. Liscano advierte que este autor despoja su pensamiento de toda ascensión depurativa que pretenda reabsorberse en el Gran Todo, y no muestra esperanzas de regeneración mediante la reconversión a un pasado mítico y su puesta en escena en el presente o en el porvenir. El Eterno Retorno es visto aquí como el infierno incandescente circular, donde gestos, actos, dichas y desgracias, están sometidos y serán repetidos hasta el infinito eternamente. En su girar temporal se repiten las mismas imágenes dadas en un pasado prístino. Todo va, todo vuelve; todo muere, todo vuelve a florecer; todo se destruye, todo se reconstruye de nuevo; el centro está en todas partes: tortuoso es el camino de la eternidad. Esta concepción que surge del diálogo entre los ani- males emblemáticos y Zaratustra en su gruta vienen a exclamar la doctrina del eterno retorno: Ahora muero y desaparezco…las almas son mortales como los cuerpos…¡Yo mismo formo parte del eterno retorno!...Regresaré…no para una vida nueva, ni para una vida mejor o semejante: Volveré eternamente para esta misma vida, idénticamente igual, en lo grande como en lo pequeño, a fin de enseñar el eterno retorno de todas las cosas (12). La aventura humana no tiene novedad, se cierra en este movimiento cinético determinista desde la eternidad, se repetirán las mismas cosas, las mismas situaciones, los mismos seres, los mismos hombres, las mismas desdichas, las mismas dichas, las mismas muertes, las mismas vidas. No hay entrada para ningún tipo de salvación; el

68 Juan Liscano: aproximaciones a su obra tiempo circular es visto míticamente (como lo es cualquier otra postura religiosa de salvación), indetenible, repetible; se reduce todo proceso histórico, junto a su psiquismo y sus valores, a una inexorable predeterminación, a una continuidad humana siempre igual a sí misma.

Liscano, ante tal desbordamiento delirante de reiterados giros plantea una salida: la locura, sin duda, constituye una salida para ese universo de cadena perpetua, porque libera de la consciencia del mismo (13). Ante esta aventura espiritual nietzscheana, que termina en el derrumbamiento y fracaso del pensamiento al des- cubrir el mítico infierno giratorio en el parque de atracciones de la vida, su creador mismo, Nietzsche, termina esbozando su vida, perdiéndose para la realidad de su vida personal y su realización espiritual: Nietzsche-Zaratustra, figuración mítico literaria de ex- cepcional proyección dentro de ese campo, triunfa para “siempre” del arte, relativo a la duración de la presencia humana sobre el planeta (14). El hombre no puede ser otro, en esto termina esta perspectiva ascética. ¿Cómo pudiera haber algo fuera de mí?¡No hay no-yo! Se es el que se es. O estoicamente: sé el que eres (Epícteto). Para Lis- cano el filósofo alemán quedó desgarrado ante su propia creación mítica, sobreviviendo al final de su vida con un alma desgarrada, ida, ¿previa condición para el eterno retorno? Lo que queda claro en Nietzsche es que la experiencia subjetiva de querer encarnar un mito espiritual lleva, inexorablemente, más allá del lenguaje, del logos, pues: el lenguaje es una dulce locura: hablando, el hombre baila sobre todas las cosas, nos dice el eterno retorno del discurso nietzscheano. En su nihilismo positivo plantea deshacerse de toda ilusión, de los mitos y entrar en la realidad incontestable del ser, en lo que es en sí, que da calidad de ser a lo que existe, lo cual en el fondo devengará en sustrato que sostiene toda ilusión, mito, razón,

69 logos, arte, filosofía, literatura. Una realidad sustancial que para este nihilista estará más allá de todo subjetivismo: la realidad no necesita del hombre para existir, ¡qué magnifico hallazgo! Se trata de aceptar la contingencia humana en toda su intensidad y sentido, y ¡aprender a bailarla!; la existencia en general no necesita del hombre para mover sus mecanismos internos pero en su contem- plación ese mismo individuo puede acceder por la vía espiritual, a una ascesis prolongada, que constituye un desligamiento de las palabras y sus imágenes occidentales.

Sin embargo Nietzsche, al comienzo de su Zaratustra no deja de lado la importancia de lo humano: ¿Qué sería de tu felicidad, gran astro, si no tuvieras a los que alumbras? El hombre dará cuenta del universo nombrándolo, y con ello obtendrá su conciencia de sí y del mundo a la vez.

Finalmente las palabras del mismo Liscano para terminar esta aproximación de Nietzsche en su obra:

Si la idea del Eterno Retorno de Nietzsche convierte a la eternidad en una reiteración, en una rueda que gira en el vacío, sin adelan- tar ni retroceder por lo tanto, y torna acto inútil aunque heroico el propósito humano de sobrepasarse a sí mismo, volviéndose sobre- humano, la espiritualidad tradicional con sus teorías de períodos cíclicos desgraciados o felices, de edades oscuras o apocalípticas y otras de creatividad generosa y renacimiento, enriquecidas por las doctrinas de salvación (reencarnación, metempsicosis, transmigra- ción de las almas), ofrecen una liberación del concepto historicista que, en nuestro tiempo, constituye servidumbre y alienación mayor, y la posibilidad de purificaciones sucesivas en las vidas terrestres, gracias a las cuales el alma desencarnada, hecha esencia accede al

70 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Conocimiento, al Absoluto, se reabsorbe en el principio supremo creador (15).

Liscano nos muestra la permanente necesidad humana de vencer al tiempo como un constante impulso metafísico secular, presente en todo momento. Desarrollar el llamado espíritu por medio de una ascesis y meditación disciplinada, preparación para todo conocimiento metafísico prescrito por el gnosticismo, lo cual expande la conciencia mítica de una espiritualidad depurada, sin necesidad de la palabra, del mito, de la literatura, de la filosofía racional. Se trata de entrar en el camino del ver sin distorsión propuesto por Krishnamurti. El hombre nuevo es aquel que está liberado del pasado y de la sed del porvenir (16).

V

Sobre Sartre (1905 – 1980) y otros existencialismos. Esta figura intelectual está en las antípodas respecto a su posición inte- lectual, a su obra y a su vida; uno de los intelectuales más lejanos a él, pero que, sin embargo, lo seduce; encontramos reacciones críticas a lo largo de su obra ensayística contra el pensador francés. Lo desconcertante para Liscano del filósofo existencialista es que está integrado a la sociedad que ataca con sus escritos, además de ser un agnóstico radical. Es un hombre que está como pez en el agua en esta hora que está viviendo la humanidad. Un hombre que está en la línea de fuego de lo actual, advierte (17). No dejó de hablar sobre los temas que ocuparon su tiempo: la guerra de Vietnam, la sexualidad, la minifalda, la política, etc. Lo que observa del devenir del mundo pareciera, más que asombrarlo, contentarlo. En el fon- do es un optimista iluso, pues cree en la historia y en el progreso revolucionario. Y no sólo en su senectud sino desde su juventud.

71 Al comparar a Sartre, por ejemplo, con el escritor francés ico- noclasta Ferdinand Celine (1894 – 1961) (18), encuentra que este último es un apocalíptico y el primero un integrado. Liscano refiere que el marginado Celine se dio cuenta de ello cuando Sartre pidió represalias contra él por haber sido colaboracionista en la gran úl- tima guerra. Con lo cual Sartre mostró que sus posaderas estaban cómodamente integradas al común redil social. Esto le dio, con toda su postura crítica de cercanías o lejanías ante el comunismo marxista, una comodidad permanente. Su comodidad se instaló dentro de la ficción del contra:

propia del mandarinato de la inteligencia francesa. Sartre y la Beauvoir eran el centro, el país vivía pendiente de sus reacciones, establecían normas que luego desobedecían, sus libros se vendieron a montones y eran la comidilla cotidiana, los comentarios abunda- ban, el éxito los perseguía, estaban siempre in como se dice ahora, y sus opiniones las amplificaban los medios, así como los pleitos, amistades, enfermedades y copulaciones (19).

El referir el calificativo de “integrador” no quiere decir que son intelectuales que estén de acuerdo con todo. Bien sabemos que Sartre cuestionó todo, pero al estar ausente de un elán poético y sumado su agnosticismo, sólo le quedó el camino del cuestionado materialismo historicista y antropológico sin mayor resonancia metafísica alguna, que termina en la iluminación momentánea y su permanente claroscuro de la encajonada y delirante revolución marxista. Sartre termina siendo un romántico, un producto de la burguesía progre, del racionalismo y del mandarinato intelectual francés: su odio hacia su clase era tan enfermizo como su ceguera final. Detesta la sociedad creada por la burguesía, detesta su tole-

72 Juan Liscano: aproximaciones a su obra rancia, sus miras utilitarias y su capacidad de alienación. Ante la alienación, Sartre no concibe sino la locura, el suicidio o la tradición. Lo otro sería la Revolución con mayúscula (20). Practicó un odio antiburgués junto a una fe fetichista ante amarga cosquilla de la revolución; al final se refugió en el estoicismo senil, lo cual le da cierto aire de respeto.

Como bien sabemos, hay una gran diferencia entre Camus (1913 – 1960) y Sartre que no escapa a Liscano. Y es la soledad y la honestidad del pensador argelino-francés. Su libro El Horror en la Historia está inspirado en las propuestas del argelino en su texto El hombre Rebelde. En cambio Sartre, como ya se dijo, tuvo siempre todo un contexto que lo apoyó: revistas, admiradores sumisos, movimientos de apoyo, publicidad en pro o en contra, pero nunca indiferente ante él. Si bien advierte que no es nadie para criticar a Sartre considera que es uno de las personalidades intelectuales que menos le interesa, sin encontrar ninguna afinidad con él, ni por ser pro o contra comunista o pro o contra castrista. Sin embargo podemos decir, como ya advertimos antes, que encon- tramos un enfrentamiento intelectual al existencialista-marxista en varias ocasiones en sus ensayos; visto así, tal indiferencia no fue total; negar también tiene el complemento, sino de afirmarlo, no dejarlo pasar indiferente entre las honduras de su pensamiento. Entre ambos se presentan grandes diferencias, manifestándose en aspectos cualitativos, hermenéuticos, escatológicos y políticos en sus respectivas obras; se diferencian por el temple y la tónica espirituales de cada uno. La experiencia espiritual determina en la dimensión final de la obra cumplida, el valor y el sentido de la misma (21). Pero la espiritualidad no puede ser sustituida por la literatura, así sea filosófica, como es en este caso.

73 Ante la náusea –y el miedo- de la existencia fenomenológica de la naturaleza que expresa el personaje sartreano de Roquentin (su yo también estaba de más), en su obra La Náusea, el escritor venezolano acepta, en contrapartida, la necesidad de la humanidad de aprender lo que es la existencia en sí, la naturaleza y la espiri- tualidad que somos y nos envuelve, el medio ambiente del planeta; y poder reducir el orgullo y la soberbia antropocéntrica que nos ahoga. El egocéntrico Roquentin siente náuseas al sentir que está excluido de esa cruda existencia de la naturaleza. El camino lisca- niano es otro, la de enfrentar y descubrir, por medio de la ascesis, cómo vencer ese estado de negación personal que es la náusea; descubrir que somos una partícula ínfima frente al cosmos; y no menos ante la naturaleza que perseguimos sin descanso destruir y no comprenderla para convivir con ella. En cambio, Roquentin se desespera porque la naturaleza demuestra su ingente existencia y él no tiene cabida en ella (22). El punto en cuestión es que el perso- naje sartreano no se siente parte de la naturaleza, se siente ajeno a ella, desgajado, no llega a tomar conciencia de ella dentro de sí; se aísla y no se integra al cosmos. Nuestro escritor prefiere más bien hablar de una profunda tristeza e indignación cósmica al observar el resultado terrible de la acción humana que no termina de ser siempre destructora del planeta en conjunto: pareciendo esta ser la ley del destino ontológico del hombre. La grandeza que puede expresar en relación a su propia especie es que tiene la capacidad de pensar en dios, de pensar el universo; al cambio de su propia destrucción; mostrándole, a la vez, su pequeñez, al depender to- talmente de lo que destruye: aire, agua, fauna, vegetación, energía.

Liscano se sirve de la obra del filósofo venezolano J.R. Gui- llent Pérez (1923 – 1989), Dios, el ser, el misterio para desarmar la mirada sartreana de la náusea ante la insignificancia de la vida

74 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

(23). Pérez establece una diferencia ontológica entre el ser y el ente, refiriéndose a la pura presencia de las cosas en relación al episodio entre Antonine Roquentin y la revulsión que siente frente al mundo que lo rodea: la plazoleta, lo árboles, las cosas que son ellas mismas, que le espetan su independencia indiferente ante los ojos del personaje. Guillent Pérez, suscribe Liscano, advierte que el hundimiento del mundo no tiene que arrastrarnos a la náusea y la angustia, sino al reverso de la moneda de la existencia sartreana: el descubrimiento de lo único que pueda hacer feliz al mortal. Una postura que no es optimista sólo, sino vivencial y que aspira al esfuerzo individual del descubrimiento del ser, sin necesidad de ser pensado y traducido de inmediato a los mecanis- mos complejos del yo (24). Guillent Pérez suplanta la razón por la condición de intuir e instalarse en el ser. Pienso que ni Sartre ni Guillent pueden absorber mi espíritu personal respecto al estar en el mundo. Somos logos y el desarrollo del mismo nos lleva a poder contemplar al mundo desde una perspectiva particular; si bien no en una absoluta indiferencia, si en una condición producida por nuestras proyecciones personales frente al entorno, y rescatarnos del mundo exterior para la hondura interna de la experiencia del ser y del mismo logos. Los estados de felicidad son instantes de la vida; el ser es lo permanente y la permanencia ante lo cambiante de lo externo que rodea a esa misma vida.

Otra de las imágenes que impuso la imaginación sartreana y retoma Liscano es la idea del infierno, del cual nos dice que el infierno son los otros. El escritor venezolano, de manera similar, pero sentido desde otro ángulo; nunca desmintió estar obsedido por el infierno que le representaba el mundo contemporáneo que vio venir en el transcurso de su larga vida. Un infierno que el peor de los males catalogaba a la alienación del ser humano, en tanto

75 imposibilidad de escapar y solucionar los tremendos conflictos que había contraído la especie por el aluvión y espejismo de la tecnología apocalíptica (o ciencia aplicada para la destrucción del hombre y del habitad). El origen de ese infierno lo está en el ger- men que introdujo el judeocristianismo y su imagen de dios, como podemos notar en carta dirigida al escritor merideño Jiménez Ure: El judeocristianismo con su Dios Personal, iracundo y entrometido en la vida de los humanos, preparó la protesta: el pacto con el Diablo. Cuando podamos pensar en algo divino que no tenga que ver con nosotros, el mundo, el Bien y el Mal, estaremos en disposición de aprender algo sobre el Universo y sus energías (25).

Su infierno no es el de Sartre que presenta en su obra de teatro A puerta cerrada, donde tres personajes tienen que convivir por la eternidad encerrados en un cuarto, reducido espacio en que se devoran uno a otro en permanente conflicto y maltrato psicológico. El infierno liscaniano surge de un orden absurdo real, humano y deshumano, en la continua presencia que arroja el conflicto de la guerra fría y la opción de la guerra atómica, que hasta los años 90 del siglo XX no dejó de ser una sombra permanente sobre la nebulosa claridad fría de la cotidianidad mundial. Ello le parecía estar viviendo en una precariedad muy grande. Nunca se sintió del todo seguro ante el hecho de una hecatombe total. Apostaba a la posibilidad que pudiese desencadenarse por los azares de los actos humanos: una equivocación de los sistemas de control, un azar inesperado del descuido o falla humana. Todas suposiciones personales, obsesivas pero muy posibles, pues había una declara- ción de eliminación mutua en caso de un conflicto internacional entre las potencias hegemónicas del momento, EU y la URSS. El hombre del zaguán se colocó siempre del lado del desarme nuclear. Apoyó la postura del marxista humanista Mijaíl Gorbachov ante

76 Juan Liscano: aproximaciones a su obra el presidente Ronald Reagan en llegar a una negociación, cosa que pasó y que Liscano apoyó, costándole que lo tomaran como pro-soviético por parte de cierta intelectualidad nacional. Encontramos que Liscano estuvo más cercano del filósofo ale- mán Heiddegger, por sus propuestas poéticas, que de Sartre. En- cuentra en el alemán la exigencia de un salto mágico que transfigure la existencia al situarla en la dimensión de lo inefable, lo irracional, lo poético, que conduce a un sentido y valor que trascienda la realidad ante un mundo habitado en lo residual terrestre, que no hace sino proliferar las cosas (o la imagen de las cosas en presencia asfixiante y casi hasta el infinito: J. L. Borges), sin otra perspectiva que la identidad física y material, que hoy incluiría a todo ello, seguramente, la llamada realidad virtual. Se trata de aceptar el misterio, el salto mágico, la fundación del ser. A Sartre lo describe como un pensador que encarna la insuficiencia del humanismo racionalista e intelectualista, carente de fines últimos, de dirección escatológica, de un pensador agobiado por la fenomenología, que convierte a la idea de la revolución en una divinidad terrestre y que sustituye a la diosa Razón de sus antepasados ilustrados del siglo XVIII.

Sartre, hombre de mucho conocimiento y casi ninguna sabidu- ría (26), en el umbral de su muerte, que para Liscano debía ser la muerte de un endemoniado, se le presentó de forma muy integrada, apacible, como viejo chocho, como un buen burgués francés.

VI

Yo es otro Rimbaud

77 Teilhard de Chardin (1881 – 1955). De este pensador católico Liscano hace atención a ciertos principios que están en su extensa obra. Es importante para la evolución del cristianismo de Occi- dente; afirma que su pensamiento mantiene una vigencia por la gran síntesis del catolicismo, sin pasar por el poder que le dio el edicto del emperador romano Constantino. Representa de Chardin una fuerte tradición católica por la investigación que se propone penetrar en todos los fenómenos de la filosofía, de la cultura y de la ciencia contemporánea, con énfasis en la biología. En este cam- po descolló, sin olvidar el peso de la teología, de la astronomía, mostrando, en su momento, ser un hombre al día con los avances de la civilización a la que perteneció, dando una visión global es- peranzadora. Sosteniendo la condición intrínseca al catolicismo, el principio esperanza, en tanto proposición fraternal de amor al prójimo. Una visión de mundo que incluye al colectivismo, una conciencia que habla al orden comunitario ante la dispersión y fragmentación de la conciencia general; buscó un futuro en que albergue una reintegración hacia una forma de unidad, en la que al final el hombre se encontraría con dios. Un dios que vendría ser el Gran Conector, que es como se refiere Chardin a ese sustantivo. Nos muestra una concepción de la vida no lineal, sino más bien circular: principio y fin están siempre tocándose. Celebra el op- timismo de este pensador; pero Liscano está consciente que él no posee tal convicción, pues no fue, ni quiso ser, un católico creyente.

Será afín con el pensador católico por proponer que ya ha co- menzado una mutación de la especie humana: el alma nueva estaba naciendo. Mutación que se opera en las regiones profundas de la inteligencia, otorgando esta alteración renovadora la capacidad de obtener una visión total y complejamente distinta del universo. Tal mutación implica pasar de un estado de vigilia onírica de cons-

78 Juan Liscano: aproximaciones a su obra ciencia a un estado superior, que lleva a un verdadero despertar. Proponiendo una revolución psicológica espiritual.

Igualmente reconoce la importancia de su concepto de planeta- rización de la cultura humana, que implica un desarrollo interior superior, adelantándose a la globalización total, visión liscaniana de los años de la década de los ’70 que llamó hombre planetario, el cual desplaza hoy tanto a la cerrada consciencia regional y nacional, abriéndose a lo llamado por glocal (la consciencia de lo global y lo regional simultáneamente), un efecto universal de interconexión planetaria, más presente que nunca por los cambios operados por la transformación permanente de la tecnología de las comunicaciones y el flujo indetenible de la información, sus influjos y cambios globales y planetarios en la condición de la vida y en la evolución de la mente. Aportando así una aparición de cierta co-consciencia colectiva, superadora del individualismo romántico y nihilista, donde se reabsorbe el proceso de individuación dentro de la totalidad planetaria; un proceso de interiorización y “cere- bralización”. Una complejidad mayor constante del ser humano que puede conducir a la percepción de Omega, punto último de la evolución, donde la consciencia se convierte (muta) en ello: Motor, Colector, Consolidador de una superior evolución intelectual y espiritual de conjunto; momento en que se alcanza el sentido últi- mo de la vida de la Tierra; destino cósmico del espíritu completo; trascendencia que reside más allá del fin de los tiempos de nuestro planeta. Para desarrollar este tipo de conocimiento se requiere mutar hacia otra forma de inteligencia, una especie de estado de alerta, contemplación absoluta, ¿iluminación mística planetaria? Se nos propone que el fenómeno humano sea medido igualmente por la escala de lo cósmico. El yo es otro…

79 VII

Me gustaría tener la facultad de irme a otro mundo. Cristo murió al tratar de transmitir un mensaje de amorque luego la Iglesia lo convirtió en mensaje político. El amor consiste en nosotros mismos. Los gnósticos tenían razón: este mundo está regido por el Mal y tenemos que prepararnos para irnos. Juan Liscano

Gnosticismo. Si bien su educación formal fue realizada en recintos de enseñanza católica, de joven rechazó la normativa cató- lica que rodea a su conservadora familia caraqueña. El encuentro con las concepciones filosóficas-espirituales del gnosticismo, el catarismo y el maniqueísmo, el esoterismo místico, las posturas del orientalismo hindú, entre las muchas en que se interesó, son producto de ese rechazo y una búsqueda individual permanente de nuevas visiones míticas y religiosas ante a lo sagrado en el hombre.

El gnosticismo tiene muchas fuentes emparentadas con el cristianismo, pero las interpretaciones resultantes son diferentes. Sus inicios están emparentados con los misterios de la antigüedad, surgidos en Egipto, Siria, Persia, Frigia, Tracia y Grecia; tradición que recogerán las primeras colectividades primitivas cristianas. Gnosticismo y cristianismo tienen en común la creencia en la inmortalidad del alma, entidad que pre-existe a la vida humana. Pero se diferencian respecto a la moral del creador, de la creación del mundo: ella se debe para el gnosticismo a un demiurgo; y es el

80 Juan Liscano: aproximaciones a su obra reflejo invertido de un mundo superior; en la creación terrestre (y universal), lo que perdura y se expande es la ignorancia y el mal. Ello implica la caída del alma, cuyo rescate consiste en lograr, mediante ciertos rituales y disciplinas, que implican muerte y re- nacimiento, se reintegre al mundo superior, el cual no es otro que el mundo de lo inteligible, de la eterna Inteligencia, espacio que nos hace recordar la teoría platónica de las formas y al Uno de Plotino.

El mundo en que vivimos está relacionado con el barro, las tinieblas, el sufrimiento. Los gnósticos se trasladaron a un in- tersticio mundano más lejano que el de las teorías de salvación monoteístas; como se ha referido antes, establecen que la creación de este mundo no se debe a un ser bondadoso y con barbas, sino a un demiurgo o Demonio que tiene como finalidad expandir el mal: en él encontramos de forma sorprendente, y en todo momento, ser una guarida de vicios, absurdos, recinto de guerras, destrucción, lascivia, injusticia y violencia, por decir algunos; la tierra vista bajo la mirada de lo tenebroso y horrible: guarida de lo monstruoso. La puesta en escena de la salvación gnóstica, o su terapia de superar los males del alma y de la existencia, se centra en una mutación interior, en una renovación del yo separado de toda conducta exterior, lo cual propiciaba la salida del mundo en el momento de la muerte. Algo parecido a la rueda de las encarnaciones exigidas por el budismo, hasta alcanzar la pureza del individuo y detener todo tipo de reencarnación; esta no hace sino regresarnos a su- perar la mortificación de la carne por medio del dolor físico y el sufrimiento del alma en la reencarnación mítica.

A Liscano le interesó de esta doctrina esotérica el elemento femenino que comprende la visión cosmogónica y mitológica del gnosticismo, el cual se representa concentrándose en un Eón

81 andrógino llamado Barbelos (o Berbelon); tal condición de ser es fecundada por el pensamiento de un dios invisible que lo engendra en la meditación de sí, cuya característica se concreta en la forma del Espíritu Santo. Aquí Dios-Barbelo-Cristo son uno y el mismo, como la trinidad católica pero con otros atributos en su existencia.

El gnosticismo parte de una noción dualista, el maniqueísmo, que está presente en el inconsciente e imaginario del ser humano en forma permanente. Sus fuentes son el judaísmo, la biblia, la filosofía platónica, los filósofos presocráticos.

Los gnósticos nunca crearon una iglesia, pero mantuvieron una enseñanza esotérica. Tal formación constituía la elite de los perfectos: practicantes de un riguroso ascetismo. El resto de sus seguidores tenían normas menos estrictas. Su aversión contra el mundo no sólo perseguía poner en tela de juicio a toda la ideo- logía de salvación de la Iglesia institucional del catolicismo sino a la misma procreación del hombre pues significa aquí perpetuar la existencia de un mundo demoníaco. Ello derivó a una diversi- dad de prácticas gnósticas que asumieron conductas licenciosas y promiscuidad sexual desenfrenadas. Prácticas que tenían la intención de humillar la carne con su propia avidez y rescatar así la luz cautiva en ella (27).

Entre las otras figuras míticas que están presentes en el ima- ginario gnóstico se encuentran: a Cristo, surgido de una chispa de energía o luz del Dios padre que se introducirá en Jesús (hijo); Sofía, la sabiduría, que cargará con la caída; Ialdabaoth (o Sa- mael), que es un monstruo con cuerpo de sierpe y fauces de león, engendrado por Sofía al reflejarse en sí misma, convertido en Rey de este mundo; ella engendra al demiurgo creador de este

82 Juan Liscano: aproximaciones a su obra mundo. Sofía está adscrita con el principio del eterno femenino de la maternidad, presente en Egipto y en Grecia en las diosas Isis y Deméter respectivamente, y Perséfone, proveedoras de fecundidad terrenal. Los gnósticos asimilan la madre al Espíritu Santo, tercera hipóstasis de lo Absoluto.

La salvación o rescate solo se obtiene renunciando al mundo (carne, riqueza, poder) y seguir las prédicas y enseñanzas de Cristo. En relación a la religión cristiana, católica, se diferencian porque esta secta inventa el perdón y la redención en la tierra; la religión institucional del cristianismo esgrime al sacrificio y la pasión de Jesús como condición de salvación post mortem. Y del paraíso cristiano nos dice:

El Jardín del Edén dista mucho de ser el Paraíso o Reino Terre- nal ofrecido por Jesús. Yahvé quería procreación, superpoblación, dominio implacable del Hombre sobre los peces, las aves y todo lo que se mueve sobre la Tierra. Para el visionario Blake, Yahvé y Jehová eran demonios. En todo caso, quien invoca el Diablo debería amar a Yahvé: El Creador, a quien califica –con razón- de arbitrario. Pero, su mejor aliado, desde el punto de vista el Mal, es Lucifer. Lucifer y en el mundo fétido, es un aire celeste y perfumando (28).

El gnosticismo se introdujo profundamente en diversas pos- turas místicas occidentales, como la fue la Alquimia, la Francma- sonería, el Iluminismo y de forma subrepticia en el inconsciente colectivo occidental y no menos en la literatura y en la filosofía (William Blake, Novalis, Nerval, Goethe, Schopenhauer, Schelling, etc.).

Liscano tomo de ellos para su creación en tanto modelos,

83 significados y metáforas poéticas y hermenéuticas respecto al devenir del mundo. Su interés es cultural, simbólico, intelectual. Para nada cree en sus especulaciones; no las practica. Le seduce el contenido de la doctrina en tanto metáfora, imagen. El se declara un racionalista (29) y se siente imposibilitado de aceptar el pro- ceso cosmogónico, platónico, pitagórico, orientalista, etc. que está implícito en tal creencia y práctica; el gnosticismo sólo se puede experimentar si se cree y se vivencia profundamente. Requiere una actitud donde interviene la razón; es una operación mental y contemplativa; posición vetada para quien tiene una formación racionalista declarada. Su seducción del gnosticismo está presen- tar el mundo como un infierno; tal visión la encuentra dentro de toda la literatura y pensamiento contemporáneo, la cual plantea la vida y la realidad como un absurdo, una demencia colectiva e individual, además de apoyarse en una tecnología apocalíptica la no tan pacífica normalidad militaresca del mundo; expresiones nihilistas absolutas pero institucionalizadas. De esta forma halla una similitud con la actitud de cierta tendencia en el arte moderno y contemporáneo en general, la cual no es otra que aquella que refiere al nigredo (descenso al Hades) alquímico, que nos repre- senta constantemente la descomposición del mundo, la negación total, la inmersión en la nada y que tiene olvidados los momentos rituales de la purificación de la carne y del alma, hundiéndose en la materia prima propia del cuerpo deseante, del ego atormentado, de la angustia irresuelta. Es la inmersión en un mundo que pareciera no conducir a ninguna parte, sin salida, que tiene como resultado final la fatalidad, la catástrofe, horizonte sin esperanza, horizonte de arena y ceniza (que Liscano adjunta a la condición de vida propia de Estados Totalitarios, previsto por Oswald Spengler en su obra La Decadencia de Occidente). Ante esta perspectiva desértica del ser nos da como afirmativa a la perspectiva del arte cinético y el

84 Juan Liscano: aproximaciones a su obra objetivismo en la plástica, al textualismo, los ensayos de poesía concreta, que encuentra como una reacción salutífera contra el subjetivismo, el existencialismo atormentador, lo confesional y toda creación que nos presenta una expresión de negatividad sistemática. Se trata de separarse de los arenales movedizos de lo absurdo, de los laberintos sin sentido, de los desiertos planetarios de la nada, de la nada y de los infiernos.

Advierte que la única manera de vencer al racionalismo sería integrarse a una meditación constante (contemplativa y vivencial), sobre esas visiones cosmológicas gnósticas u otras parecidas, como son la práctica del silencio, el budismo ch’an, el zen o el descondi- cionamiento drástico de Krishnamurti. Pero en todo este periplo de ascesis para Liscano sobra la literatura y pudiera suscribir las palabras de Artaud al respecto: Toda escritura es una cochinada. Las gentes que salen de lo vago para tratar de precisar cualquiera de las cosas que pasan en su pensamiento, son unos cochinos. Toda la gente literaria es cochina, y especialmente la de estos tiempos…y se lo dije: ninguna obra, ninguna lengua, ninguna palabra, ningún espíritu, nada, nos dice el nihilista del teatro de la crueldad francés.

Todo esto no muestra que la búsqueda de las formas y experien- cia espiritual están prohibidas a quienes pretenden entrar en ellas por la estrecha puerta intelectual, conceptual. Toda experiencia de tipo interior requiere meditación, un irse desprendiendo para tener una revelación (30). Consideró que tal retirada sería para él, en sus últimos años de su existencia, el mejor de los destinos. Sin embargo es un poeta conceptualista y un racionalista intelectual (31), que lo hace impenetrable a este desprendimiento y desapego espiritual exigido; su ego no se lo permite: está enfermo de lo mismo que despotrica.

85 Su reiterada declaración de que la especie humana está conde- nada a la extinción hizo que su interés estuviera concentrado en los pensamientos, las especulaciones, los mitos, todo lo que para él llama metafísica en su sentido amplio y no aristotélico. Su interés está en colocar estas grandes iniciaciones de cara a sus lectores. Se sintió un intermediario, un inspirador para que el hombre co- mún entrara por la puerta que pudiera sacudirse el materialismo mediocre imperante, y asomarse a un mundo superior, espiritual, que integre una dimensión liberadora que él con sus palabras, particularmente, no pudo entrar. Stefan Zwieg lo comprendió así: el hombre maduro no va hacia la rebelión, va hacia la armonía.

Su encuentro con lo esotérico no es una búsqueda de la expe- riencia mística sino, sobre todo, cultural, en tanto necesidad de conocimiento e inspiración; un deseo de orden, pues se identifica, como dijimos antes, con el uso de la razón, del intelecto, de la intui- ción; ante el mundo desorganizado y desintegrador, el esoterismo le da un cierto orden e imagen cósmica e individual. Dicho así, el interés que mostró por las doctrinas espiritualistas y esotéricas, junto a los grandes movimientos del pensamiento y del desarrollo interior, fueron elementos que nutrieron su creación poética, como fue el caso de su poemario Myesis. Para él representaban estas in- dagaciones y acercamientos la opción de ahondar en expresiones superiores de la realidad exterior. La realidad inmediata, cotidiana, contingente era desgarrante: miseria, ghettos, guerra, crímenes, hambre, terrorismo, guerrilla, lucha de voluntades hegemónicas de las grandes potencias, lobos con rostro humano, mierda brotando de todo rincón mundano. Ingredientes que componen la sustancia de la historia y de la política. Representan, en conjunto, la presen- cia de la pulsión casi ontológica del afán infinito del hombre por el poder, lo cual lo caracteriza como propio de una manifestación

86 Juan Liscano: aproximaciones a su obra demoníaca. En una referencia al maniqueísmo y la idea del mal presente en el mundo en su perenne descenso nos dice:

Empiezo a comprender que la visión más completa de la condición humana la tuvo Manés, creador del maniqueísmo. El Hombre es un compuesto del Mal y del Bien, en lucha desigual. El Mal dispone de mayores recursos para dominar al mundo. Pero hay impulsos y fuerzas del espíritu, como el amor, que por más limitados que sean cuantitativamente alcanzan cuando se manifiestan en la verdad del sí mismo, el poder de una bomba atómica y envenenan al Mal, por mucho tiempo. Hay la búsqueda de Dios o lo que es más importante, la necesidad de él. El Bien es minoritario pero indestructible en esta batalla que empezó antes de la aparición del Hombre, y que continuará después de su extinción. El espíritu es lo único que el Hombre puede oponer a la agresión continua del Mal. Pero en el Cosmos la batalla es menos dudosa que aquí, en la Tierra (32).

Ante esa orilla de la pesadilla cotidiana y el mal permanente en la acción y el cosmos, está la posibilidad de cruzar a la del frente, la aventura interior del espíritu, la cual no es otra que la búsqueda de inspiración espiritual individual que intente liberarnos de una miserable realidad, descondicionarnos de la insidiosa exterioridad superficial e intentar un camino personal de autenticidad. Su actitud fue la del hombre pensante que se nutre de las ideas y de ciertas doctrinas esotéricas, ofreciendo la capacidad imaginaria de plantearse una visión del mundo infinitamente luminosa, enriquecedora, alentadora en el individuo (33). Su interés está en el desarrollo espiritual tomado en serio, en tanto ascesis del ser y del trato que puede vincularse con esa búsqueda, en parte, dentro de la sexualidad sagrada.

87 VIII

Sexualidad. Liscano apostó por una aceptación de lo femenino, de la mujer en su búsqueda de cierta plenitud espiritual; no se pien- sa que la vía espiritual pueda quedar exenta de la participación de la mujer y de la aceptación del sexo. La rebelión del sexo abrió un camino de liberación. El orgasmo es la prueba radical de que estamos en el mundo y existimos. Está en contra de todas las posturas que excluyan a la mujer por considerarlas un ser inferior y que puede ser una amenaza en la realización espiritual del hombre, como si este fuese el único depositario de la espiritualidad. Es consciente que todo erotismo, siendo un sentimiento del alma y del pensa- miento, puede ser ambivalente: claro y oscuro. Por un lado puede ser una fuerza de trascendencia vital (Amor Cortés, platonismo, misticismo tántrico), pero también un hundimiento de la misma vida: pornografía, perversiones, deformaciones, lo cual plantea un serio problema individual a elegir: la experiencia erótica termina en sadomasoquismo cuando se desenvuelve de manera hedonista, sin otra finalidad que su propia consumación e intensidad (34).

Liscano, que ha rechazado la soberbia y aburrida ascética (35) respecto a la sexualidad, ha declarado que tanto la industria ci- nematográfica como la educación por géneros, la pornografía del llamado mundo libre, las religiones del pecado, el puritanismo del mundo totalitario deforman la pureza y espiritualidad de la sexua- lidad. Su complicación está a la falta de ritos de paso, al no saber los jóvenes encarar la sexualidad de un modo creador y hermoso. Si bien estamos dentro de una civilización que se ha abierto a esta condición, volviéndose libertina en muchos lugares y aspectos, advierte que no sabe preparar a las nuevas generaciones para lo que llama una vida sexual armoniosa; como tampoco se le ha quitado

88 Juan Liscano: aproximaciones a su obra la condición de vivirla y experimentarla, en muchos casos, como catástrofe pasional procedente del odio a la carne, propio de doc- trinas ascéticas de salvación del alma. La pareja resulta un binomio importante para su estructura imaginaria personal; considera que el mal entendimiento entre el hombre y la mujer es un drama que impide convivir dentro de una relación serena, positiva, ardiente. Se adhiere a la postura del inglés D.H. Lawrence, quien planteo este problema con la necesidad de volver a empezar, de regenerar nuestra apreciación del sexo en el hombre: regreso al origen y renovación interior. El sexo no puede reconocerse a través de la metáfora del infierno sartreana del conflicto permanente entre el hombre y la mujer. Gracias al autor inglés concibió cierto tipo de liberación en tanto plenitud erótico-sexual. Admite que lo normal sería regresar a los orígenes de las relaciones humanas y admi- tir la fuerza de la mujer y el miedo del hombre ante esa misma fuerza femenina, que está también dentro de él mismo. Se trata de cumplir con el rito y la devoración simbólica. Ver a la mujer como iniciadora y mediadora de esa fuerza y energía cósmica y creadora; sin excluir al mundo cristiano de ello. Es el caso poético que refiere respecto a la Divina Comedia de Dante en relación a la conducción de Beatriz en el ascenso de ese largo viaje metafísico hasta los linderos del cielo; o Diotima y la iniciación de Sócrates en las artes eróticas y amorosas (ver: El Banquete de Platón). En el mundo esotérico oriental (tantrismo, taoísmo, por ejemplo), la mujer también cumple un papel benéfico, la sexualidad representa un viaje de ascenso espiritual, bien como protectora (Fátima) o como proyección del en sí interior del individuo (Daena), también está la oscura diosa Kali devoradora, o la complaciente Shadki.

Dentro de nuestra civilización judeo-cristiana refiere el caso de la mujer-madre-amante castradora, reivindicación femenina

89 secreta frente al patriarcalismo despótico. Sus palabras:

El juego psicológico de la madre castradora resulta aterrador. Su empeño dominante satura su vida entera y puede conducir al hijo o a la hija castrados, hacia el suicidio cuando no hacia un seguro homosexualismo. En cuanto a la amante castradora, ella responde a un arquetipo ancestral relacionado con la mujer de vagina den- tada. Lo cierto es que la fémina representa una gran mutabilidad psicológica, no es fija, cambia con las fases de la luna y las mareas, y puede representar a una divinidad benéfica como a una demiurga destructora. Los poderes biológicos y sexuales del hombre son muy limitados con respecto a los de la mujer. Por eso es que en el incons- ciente impera el miedo ancestral, produciendo rechazo, pánico o bien masoquismo, deseo de ser devorado y castrado (36).

Igualmente se acerca a la concepción del amor cortés, ante el cual tiene una fascinación cultural al ser relacionado y originado dentro de las concepciones del catarismo y gnosticismo; de estos últimos su concepción de la divinidad andrógina que engloba lo femenino y lo masculino. Tal tipo de amor constituyó todo un cambio respecto al amor en su época medieval, al reaccionar contra el dominio sexual del señor con respecto al derecho de pernada, contra la concepción del matrimonio por interés político (ampliar poder territorial) y económico (ampliar fortunas). Implica otra concepción erótica entre el hombre y la mujer, produciendo un expresivo y creativo movimiento poético (los movimientos de juglares y trovadores del siglo XI y XII); propone nuevos compor- tamientos sexuales, exalta y reconoce el predominio de la mujer y su autonomía amorosa respecto a quién premia con su afecto. Es un amor que lleva implícito el impulso de trascender e ingresar a una dimensión espiritual elevada, sublime, carnal, distinta, de júbilo

90 Juan Liscano: aproximaciones a su obra compartido, un estado de gracia erótica y corporal que inunda al alma de los amantes, un espacio que transita a lo intemporal por su intensidad al sustraerse de lo mundano. El platonismo, sufismo, el amor cortés arábigo (Al-andalus), son sus influencias, abriendo una faceta desconocida para occidente en el placer y la trascen- dencia de la unión amorosa de los cuerpos, sumido a la barbarie del milenio y del feudalismo guerrero. Su confesión: De ahí mi heterodoxia: YO QUIERO ENCONTRAR UNA VIA ESPIRITUAL CON LA PARTICIPACIÓN DE LA MUJER Y LA ACEPTACIÓN DEL SEXO (37).

IX

Dios y las Religiones. Califica que todas las religiones institu- cionales son aparatos de poder. Desde el catolicismo al islamismo, pasando por el judaísmo, no escapan de esa condición. Todas, pareciera, quisieran constituir un Estado basado y manejado por los fines e intereses de dominio religiosos: la maldita teocracia instalada en el Estado. Todas son normativas y dogmáticas. Se separa de toda organización religiosa: todas, en algún momento, siempre han estado organizándose como aparatos de dominio, de poder y sobre todo en el intento de negar a toda asociación que se separa de sus alcances, como lo son las sectas esotéricas, gnósticas, budistas o taoístas no oficiales, etc. La iglesia se convierte en un religión universal por acceder al poder político y cultural al tomar el las sobras del imperio romano, ruinas de las que se agarra hasta el día de hoy. Liscano no siente apego ni por las religiones ni por las sectas, ni de ninguna otra agrupación gregaria que sólo fingen alcanzar un determinado conocimiento estereotipado y dogmático. El conocimiento de sí, lo sagrado interno, es una vivencia perso- nal, individual: una liberación; lo sagrado comienza en el propio

91 cuerpo, no en el dogma.

Respecto al budismo opina que es una postura que es comple- tamente contraria al espíritu de occidente, volcado al insaciable materialismo hedonista y voluntad de poder. Le parece un pro- ducto de marketing; todos aquellos supuestos maestros envueltos en la publicidad al estilo norteamericano; todos se envuelven en el superficial marketing publicitario de la autoayuda y espiritua- lidad de billete color verde. Sus palabras: “El Che decía que ser revolucionario constituía el escalón más alto al cual podía aspirar el hombre. Yo siento que el escalón más alto lo alcanza el sabio de espíritu, el liberado en vida, el hombre que puede tener la mente en paz” (38). Los poderes de la mente son ilimitados.

Consciente de su intervalo de vida sabe que intentar acercarse a desarrollar una aventura de estilo budista, le es imposible se- gún su apreciación. Se siente que está demasiado condicionado, apresado, asfixiado por el estilo de vida que practica. Asumir el budismo, que es una escuela del desapego material y familiar, im- plicaría una ruptura drástica con muchas cosas, incluso creadas por él mismo. Sólo le da pie a lo imprevisible para entrar en una realización trascendente como esa. Y sin embargo, es el camino que le parece mejor para una vida humana. Además confiesa que tiene la convicción en una voluntad de un habitar en un cosmos inteligente, donde las moléculas que lo conforman tienen implí- citamente inteligencia: la energía es inteligente. Pero que no dejan de estar presentes la visión maniquea, pues en cada una de ellas está el Espíritu del Bien y del Mal (39).

No separa de la religión a las ideologías como el marxismo, que aportan (y copian de las religiones oficiales monoteístas) la actitud

92 Juan Liscano: aproximaciones a su obra de la imperiosa salvación y la llegada al paraíso proletario... Pero en el caso del marxismo se centra en que esa salvación vendrá al rea- lizarse la revolución; nuestra experiencia nacional nos ha revelado todo lo contrario, únicamente ha sembrado, además de fanatismo e intereses de dependencia exterior, miseria humana, ambiental, abusos legales en todas sus formas y sumisión ciudadana. Con- sidera el marxismo como la versión moderna para el hombre del catolicismo, es la continuación de su lógica de dominación moral y corporal. Dice: entre un marxista militante y un católico militante hay más cercanía que entre yo y un católico ortodoxo (40).

Liscano, citando a Heidegger, refiere la necesidad de dios en el mundo. Tanta necesidad como la existencia del Estado. Se requiere pensar alguna forma de organización para administrar al colectivo humano. La necesidad de dios parte en él por pensar que el mundo no tiene sentido sin esa presencia epifenoménica imaginaria. Y en ello está cercano a esa necesidad humana de pensar lo divino, de encontrar una metafísica, según sus palabras. Nuestro poeta ha dicho que mantiene una actitud expectante ante dios; espera una señal, una vivencia de eso divino: puede acontecer un fenómeno de alta tensión emocional que me ilumine. Más que creer en una cosa como un dios, tiene una necesidad imperiosa de sentir lo divino. Pero como hemos referido antes, está limitado por la elección de su estilo de vida abrazar una aventura de liberación espiritual, asu- mir la desposesión, el desapego terrenal. Tampoco puede regresar a practicar la aberrante religión de su familia, la católica. Finalmente:

No soy un hombre que creo en el más allá a la manera de los católicos, o en el Paraíso musulmán, sin embargo sí me definiría como un hombre expectante, porque no le veo sentido al mundo y al destino del hombre si no hay otra cosa. Porque no puede haber

93 un absurdo tan grande como el hecho de que se produzca la especie humana, y que ésta sea capaz de concebir la divinidad en sus aspectos más trascendentes, y que ese representante de esa especie, capaz de concebir la eternidad, capaz de pensar la divinidad como algo in- corruptible e innombrable, esté condenado inexorable a desaparecer por un fenómeno de desintegración interior y exterior (41).

Frente a esto nos encontramos su reconocimiento permanente por lo que llama espiritualidad. El cual es otro de los temas recu- rrentes en su pensar. Y deslindar lo que para él es el encuentro con la espiritualidad.

No es un error pensar que su vida transcurrió en apostar por la búsqueda espiritual o la permanencia en la creación poético-litera- ria. Tampoco es un accidente en su trayectoria crítica el que haya escrito un texto, quizás el más acabado de todo su opus ensayístico, Espiritualidad y literatura, una relación tormentosa. Ya el mismo tema nos deja entrever su perturbación creadora y vital; al tener que mediar entre una mutación espiritual individual y la pretensión de la creación literaria en tanto exposición de una espiritualidad, pero a través de la lejanía de las palabras, los conceptos, las imá- genes y la metáfora.

Presto suma atención a deslindar lo que no hay de común en esos dos campos humanos y a comprender, a su vez, la interrela- ción que nos presenta la obra literaria. Liscano encuentra que las exigencias específicas de la literatura no corresponden a las de la realización espiritual. Mientras la literatura ahonda en la plurali- dad, la espiritualidad anhela la unidad (42). La literatura tiene la pretensión de sustituir a la vida por sólo nombrarla, enunciarla a través del horizonte del verbo. En cambio la espiritualidad se

94 Juan Liscano: aproximaciones a su obra cumple en el silencio.

Tienen ambas actividades metas y fines distintos; toman cami- nos divergentes. Una toma la multiplicidad existencia y a la ilusión como estímulos de creación; la otra a una tenaz depuración, al despojo ascético, a un acercamiento al vacío y al silencio, en cuyo ámbito se manifiesta la unidad de la realidad objetiva (43); la au- tenticidad de la experiencia espiritual no otorga de por sí validez artística al testimonio presentado.

La mística presenta la disciplina de ir más allá de las apariencias sensibles en pos de lo sagrado y de un renacer del ser; es la expe- riencia del éxtasis místico, de la iluminación, del arrobamiento, del satori o del samadhi de las filosofías hinduistas; la mística como estado de gracia y cesación del yo mundano, externo (que constituye la atormentada subjetividad individual, la angustia del deseo permanente, pasiones), es un camino que salta más allá de las palabras, de la comunicación oral o literaria; condición que no puede adquirirse por los medios que presta el arte para represen- tarlo; la escritura no es válida para su obtención. Toda escritura que pretenda expresar los estados trascendentes espirituales está condenada al fracaso, es sólo un mera ilustración-ilución, constituye una ficción, así sean testimonios aproximativos a una experiencia espiritual personal. La palabra crea y destruye; revela y fulmina al hombre en su búsqueda espiritual.

X

Posición de vida ante el mundo. Liscano éticamente se coloca frente a sí mismo y se responsabiliza respecto al mundo. Parte de su desnuda individualidad. yo soy un guerrero, un luchador dentro

95 de un mundo con el cual estoy en desacuerdo: ese dirigido por una idea de progreso fundamentalmente de orden materialista (sin ética, moral ni nada) y que nos empuja, paso a paso, a la desintegración, a una catástrofe (44). Mantiene una actitud moral de prepararse para resistir a un futuro inquietante: tiendo más bien a liberarme del pensamiento oficial, del mito del progreso continuo, de la creen- cia de que la humanidad cumple una vía de ascenso (45). Afirma escépticamente que no tiene ningún derecho a obrar para cambiar o criticar al mundo sin antes no haber obrado sobre sí mismo. Propone lo que llama una revolución interior, que no logra. Su búsqueda se dirige a una ascesis personal; frenar el sentimiento de compensación, del extravío de tautologías hedonistas; se propone como alternativa la creación: “He buscado, a través de la experiencia poética, alguna posibilidad de armonizar mis contrarios y de unifi- car nuestras dispersiones. La poesía ha sido, para mí, un ejercicio, un medio, una disciplina por medio de la cual alcanzo a vencer la fragmentación (46). Ello implica un retorno a la simplicidad de la vida y del ser. Volver a estar vivo, sentir la realidad como si fuera nuestra piel, aceptar que la naturaleza no necesita de nosotros para subsistir y sí nosotros de ella. Propone una mutación del alma que nos libere de las ataduras del mundo folletinesco (Herman Hesse). Producir una mutación profunda en los modos de pensar, como lo pidió Einstein, se tratará de simple modificaciones dentro de una misma voluntad de poder (47). Se trata de sentirse incómodo en y para el mundo, y encontrar la tranquilidad en el refugio de la vida interior del ser, separado de los estímulos vitales del poder, los esquemas de la memoria y del pensamiento, la egolatría secular, las sustituciones y las imágenes. Se trata de abrirse a la vida real, a una perpetua renovación posible, a una cierta liberación interior inspirada por el gnosticismo y el orientalismo que le absorbió e influyó. Es un recogerse en el silencio creador y original; recinto

96 Juan Liscano: aproximaciones a su obra personal donde encuentra todo el esplendor de la vida; y si ese es el precio de dicha liberación, aceptarla: sé el que eres, al decir del estoico Epicteto. Si bien parece que no pudo obtener ese estado de paz al menos lo tenía como un proyecto de vida a alcanzar.

Advierte lo difícil para el escritor de sustraerse a la masificación, de las bambalinas y los oropeles de la fama, de la embriaguez del discurso lineal e interminable. Depurar la vida, se exige; despojar al individuo y a la sociedad de sus máscaras. Recluirse en la nada las proyecciones fantasmales del propio ego, de la ambición, de la imaginación viciosa. Ser libre en un mundo de permanentes espasmos tecnológicos contra el indefenso y debilitado ser del hombre; es una tentativa que pide, es una solicitud de mutación y ascesis en la simiente misma del pensamiento, no en las expresiones exteriores de esa simiente (48) (Krishnamurti).

Se consideró un ser desgarrado ante la realidad nacional que le ha tocó vivir. De rebelarse contra la persona creada por el entorno en relación a él. Visto con distancia, por la forma en cómo tangen- cialmente enfrenta los problemas que desagradan precisamente al estatus, se siente un marginal; sus propuestas están fuera de la preocupación de la gente común; su pensar no encajó de forma definitiva en ninguno de los compartimentos y divisiones que el estatus posee para su reafirmación. Por desarrollar una postura ideológica distinta tuvo igualmente un rechazo permanente a la militancia partidista; ello sin dejar de ser un defensor de la de- mocracia representativa de forma constante; ataca todo sistema moderno de inquisición e injusticia política; ante la lucha violenta de la política no cabe la posibilidad de ser neutral: Liscano siempre dio la cara. Sus intereses intelectuales estuvieron en la búsqueda del Nuevo Mundo, al regresar de sus estudios de Francia; que en

97 una primera instancia creadora abrazaría una bizarra y afrancesada especie de utopismo americanista (49) y espiritualista.

Respecto a las posiciones políticas que tuvo que asumir frente al movimiento de lucha armada en la Venezuela de los años 60 del siglo pasado, Liscano sufrió profundas consecuencias como intelectual y creador; su obra fue arrinconada, sin tener mayor luz respecto a su importancia dentro del acontecer nacional e interna- cional; hubo un desprestigio literario. El movimiento que apoyó la guerrilla dedicó a anular su obra y su persona. Declara que tuvo que trabajar el triple en relación a cualquier intelectual izquierdista de esas décadas. El dogmatismo comunista inventó algo peor que el infierno: la nada. Se quiso abolir. Aún algunos fanáticos insisten en esa anulación (50): situación presente en el régimen militarista venezolano de los primeros dieciséis años del siglo XXI. Nunca se sintió dirigente de nada, ni tener interés en crear asociaciones de tipo político: No soy dirigente político, ni aspiro a constituir grupos de calle o de presión, ni quiero ser ductor de nadie. Soy un indivi- dualista con un relativo sentimiento de fraternidad.

XI

Sobre Apocalipsis y suicidio. Su visión apocalíptica no es gratuita. Optimista en su juventud, amante de la vida y de la naturaleza, reitera que los hechos lo han llevado a esta escéptica actitud ante el avanzar de la permanencia del hombre reducido: la persistente lucha por el poder, la posible destrucción nuclear, el evidente y factual desastre ecológico, como reiteradamente nos ha dicho: acción humana (o in-humana), que ha reducido a entidades inorgánicas a miles de estructuras y especies vivientes, o lo que es lo mismo, su extinción. A ello se suma la erosión y consumo de

98 Juan Liscano: aproximaciones a su obra recursos indetenibles por la sobrepoblación y su civilizada con- taminación adjunta: el totalitarismo de la tecnología criminal del capitalismo salvaje, como lo llama; o la fatídica ley de entropía del universo, que demuestra que la humanidad se condena físicamente a sí misma con cada respiro y acción, etc.; todos son factores para la catástrofe: es el mal vislumbrado por el gnosticismo. Su intención ha sido alertar y concebir objetivos concretos, alcanzables a corto plazo para detener lo que él llamó la catástrofe atómica y ecológica, junto a la sobrepoblación desbordante. Solicita respetar el ritmo del cosmos. Por ello, ante las almas suicidas y la desaparición del hombre que alguna vez el antropólogo francés Levy-Strauss dejo entrever, la muerte para él es la condición que signa a la especie humana; no por ello hay que adelantarla, ya que es nuestra con- dición inevitable –nos acompaña desde el momento de nuestro nacimiento-; no precipitar ese advenimiento buscando un suicidio rápido (como el del individuo que se pega un tiro), o lento (como el del uso del alcohol o las drogas). Se trata de reverenciar y asumir la vida para experimentarla en su totalidad.

Establece una diferencia entre el suicida individual y la con- dición inconsciente suicida de la humanidad. El primero decide suprimirse; la humanidad en conjunto no desea llegar a su fin. Respecto al suicida particular hace un distingo. Son aquellos que lo llevan a cabo de forma inmediata y, la otra condición particular suicida pero indirectamente, es la de aquellos otros que con su vida no hacen sino molestar a sus semejantes, amargando a sus cerca- nos, presentando un espectáculo decadente, bien por sustancias químicas o el alcohol. Para él tenía su respeto del suicida que se suprime de una vez para siempre, como respetaría a la humanidad si decidiera conscientemente hacer saltar el planeta. Pero me irrita la inconsciencia y esa comedia trágica de suicidarse por vía indirecta,

99 implicando y molestando a los demás (51).

A pesar de todas estas declaraciones pesimistas da un pase de oportunidad al hombre, pues si bien es un animal que está con- denado a extinguirse en el tiempo, tiene una esperanza: piensa. Con lo cual no escapa a la idea esotérica de poder mutar, lo cual es un arquetipo del alma. Tal idea es metafísica, pues el hombre, sea religioso o no, quiere ser, bien más poderoso o más capaz de cruzar los umbrales de sus limitaciones, alcanzar ser un héroe de una condición desconocida pero evolutiva; tal condición, presente en todo el inconsciente colectivo, es un anhelo metafísico de la especie. Las representaciones exceden la imaginación, bien por la presencia del mutante hollywoodense: Superman, la Mujer Maravilla, el Hombre Araña, el Hombre Biónico, por un lado, como los tanáticos héroes históricos: Bolívar, Lenin, entre otros. Sin embargo: Desde la perspectiva metafísica, yo considero que el Mal siempre ganará la partida. Yo estoy entre la permanente reve- lación del espíritu del Mal y una Voluntad De Otro Mundo: hacia otra realidad. Sospecho que puedo finalmente lograrlo (52). Liscano es un hombre que desconfía de las realizaciones del hombre his- tórico, como bien ha visto Arráiz, y buscaba la realización en la metafísica, en el espíritu (53).

Finalmente encontramos que las preocupaciones del pensar y los días de Juan Liscano fueron múltiples y su trayectoria moral como hombre público, poeta, escritor y ser humano cumple con las palabras de Hesíodo, aquel bardo griego ya referido, al decirnos este respecto al ser superior helénico en Los Trabajos y los Días: ...muy superior es quien por sí mismo y después de meditar conoce todo lo que, al fin, sea lo mejor. Y noble, aquel que obedece a quien bien aconseja. Pero el que ni conoce por sí mismo ni, escuchando de

100 Juan Liscano: aproximaciones a su obra otro, lo guarda en su corazón, es un hombre de carencias. O como dijo el bardo de la Zona Tórrida: no se puede escribir primavera sino después de haberla mirado sin memoria…

101 Notas

1 En relación a esta poética liscaniana encontramos su declaración res- pecto a su poemario Fundaciones, donde para crear su lenguaje de un mundo enteramente vegetal, luego de una imaginaria destrucción de todo vestigio humano y de casi sin vida animal, salvo insectos extraños; nos dice: tuve que leer mucho sobre botánica, geografía y mineralogía, etc… El resultado es un poema largo fundado enteramente sobre el lenguaje. Y a través de éste se descubre un planeta sin vida animal. La tierra, quizás, después de la guerra atómica, (Machado, 1987:73). 2 Idem, p:74. 3 Juan Liscano es un conocedor de la llamada filosofía hermética, que condensa sus principios en el texto El Kybalion, de autoría anónima. Esta obra fue redactada en el siglo XIX que contiene las enseñanzas del hermetismo. Se basa en siete principios y se atribuye al grupo de Los Tres Iniciados. Representa un mundo propio del alquimista místico, práctica que interesó a Juan Liscano y su concepción espiritualista de la vida y de la creación literaria. El creador de tal espiritualismo se remite a Hermes Trismegisto de Egipto. Los Siete Principios o Axiomas son: a.- Todo es mente, el universo es una mente en expansión; b.- Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba, lo cual se manifiesta a nivel físico, mental y espiritual; c.- nada permanece quieto, todo está en perfecto movimiento: todo corresponde a una constitución vibrátil; d.- todo es doble, siempre hay dos polos opuestos: lo semejante y lo antagónico, los opuestos son semejantes en naturaleza pero se diferencian en grados advirtiendo que los extremos se tocan, no hay una verdad única y absoluta pero todas las paradojas pueden conciliarse; e.- el fluir en todo está condicionado a periodos de avance y retroceso, todo asciende y desciende, condición pendular de toda manifestación: el movimiento hacia la derecha es la misma que el del sentido izquierdo: todo ritmo es compensación; h.- toda causa tiene su efecto y viceversa, todo se sucede de acuerdo a una ley, el

102 Juan Liscano: aproximaciones a su obra azar es el nombre que se le da a la ley no reconocida en lo manifiesto: muchos son los planos de la causalidad y nada escapa a la ley; i.- el géne- ro existe en todo, todo posee su principio masculino y femenino, y ello se manifiesta en todos los planos, en el plano físico es la sexualidad, la cual es el principio de toda generación (entendiendo por genero como concebir, procrear, generar, crear, producir, lo cual tiene un significado más amplio que el de sexualidad). Ver: VV.AA.: 2004. Tres iniciados. El Kybalión. Estudio sobre la filosofía hermética del antiguo Egipto y Grecia. Editorial Kier, Madrid. 4 Machado, 1987, p:93. 5 Idem. 6 Liscano, 1977, p:56 7 Así lo deja ver igualmente Arráiz (2009, p:59): La lectura de Krishna- murti representó un cataclismo para Liscano, al punto que lo paralizó en su obra de escritor. En el fondo, produjo un cortocircuito entre la expresión literaria y la búsqueda espiritual. Este chispazo…lo condujo a una revisión general de su trabajo y de su obra. Al intentar hacer bueno el proyecto krishnamurtiano de liberación del yo a partir del silencio, dejó de escribir, negando así su esencia personal y su propia historia de escritor. Se sumer- gió en una crisis psicosomática grave: se le inflamó el nervio facial del trigémino, produciéndole agudos dolores, que lo llevaron al quirófano y a la convalecencia. Años después, el poeta consideró esta experiencia como una típica de resurrección personal, de renacimiento. 8 Machado, 1987, p:95 9 Krishnamurti nos precisa lo que para él significa mente religiosa: Por mente religiosa entendemos una mente que se da cuenta no solo de las circunstancias externas de la vida, de cómo está formada la sociedad y de los complejos problemas de las relaciones externas, sino que también percibe su propio mecanismo, la forma en la que piensa, siente y obra. Una mente así no es fragmentaria, no se interesa por lo particular, ya sea este el yo o la sociedad, sino que más bien se interesa por la comprensión total del hombre,

103 de nosotros mismos. Para este pensador espiritual todas las estructuras religiosas, cristianas, no cristianas, protestantes, judaicas, islámicas, no proporcionan madurez pues construyen una mente reducida, basándose todas en el miedo psicológico y corporal. Krishnamurti, 2007: Temor, placer y amor. Ed. Edaf, Madrid., p:59. 10 Exceptuando el poema Zona Tórrida del poemario Nuevo Mundo Orinoco, (Machado 1987, p:95). 11 Liscano, 1977, p:40 12 Cit. en Liscano 1977, p:41 13 Ibid, p:42 14 idem 15 Ibid, p:44s 16 El tema del hombre nuevo es recurrente y de cierta forma absorbe su pensamiento. De él nos dice que: el mito del hombre nuevo es inherente a la cultura. Los cultos primitivos animistas y las grandes religiones, la gnosis y las doctrinas esotéricas, la Alquimia, las revoluciones históricas y el credo positivista, la filosofía y el marxismo, proponen siempre la salvación o como fin último del hombre, su renovación, su novedad recuperada…coinciden en perseguir mediante concepciones operativas el objetivo de cambiar al hombre, de no limitarse a verlo tal cual es, sino tal cual pudiera ser. Ver: Liscano, 1977, p:194. 17 Ibid, p:112. 18 De Celine, quien en vida fue partícipe de una rebelión en negativo, Liscano celebra su novela Viaje al final de la noche, la cual considera como una de las obras cumbres del siglo XX, capaz de degradar el len- guaje, la condición humana, los mitos de fuga, el viaje y la aventura, en una epopeya desalmada, sórdida y magnífica del rencor y el asco que desborda melancolía, metafísica y belleza desesperada. Su obra se muestra como la rebelión contra la agonía de la consciencia individual. Ver en Liscano, 1977, p:200. 19 Machado, 1987, p:113.

104 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

20 Ibid, p.114. 21 Liscano, 1977, p:24. 22 Machado, 1987, p:114 23 Hay que destacar que Liscano tuvo una encarnada polémica con este filósofo. Así nos lo deja ver Arráiz: Entre las polémicas más amargas que sostuvo Liscano se cuenta la que protagonizó con J.R. Guillent Pérez, a partir de unas declaraciones de sobre la novela venezolana. Polémica encarnizada, vehemente. De donde llegaron a tratar la condición del ser venezolano y el rescate o la negación del pasado cultural. Al final Liscano pone fin a la polémica y entabla un diálogo amistoso con Guillent Pérez, con el que posteriormente tuvo una larga y fructífera amistad y encuentro intelectual. Arráiz, 2008, p:48ss. 24 Liscano, 1976, p:17s. 25 Ver: Juan Liscano/Jiménez Ure a contracorriente, 2008. Ed. Universidad de los Andes, Mérida. En: http://urescritor.wordpress.com/2013/04/06/ juan-liscanojimenez-ure-a-contracocorriente/?blogsub=confirming#- suscribe-blog. Visitado el 15 de diciembre de 2014. 26 Liscano, 1977:151. 27 Liscano, 1977:47. 28 Ver: Juan Liscano/Jiménez Ure a contracorriente, 2008. 29 “…no logro zafarme de mis condicionamientos racionalistas, histori- cistas, logicistas, occidentales, para hundirme en ese trance místico-filo- sófico, del mismo modo que no logré dar el salto en el vacío que propone Krishnamurti”, (Machado, 1987, p:127). 30 Idid, p.128. 31 Tiene la convicción que el camino de la espiritualidad debe comenzarse desde joven y en su madurez ese camino está cerrado: Para emprender el camino del espíritu, del desarrollo metafísico –hasta alcanzar cualquier Revelación de Otro Mundo- se requiere hacerlo desde muy joven. Todos los místicos –y yo disto mucho de ser uno- han iniciado su vida espiritual

105 muy joven o bien han tenido una revelación en el curso de su existencia que los ha llevado a ello. Como, por ejemplo, William Blake [II]: el pintor y poeta. Esta es una digresión que quisiera situarla en Inglaterra. Ver en op. cit: Juan Liscano/Jiménez Ure a contracorriente, 2008. 32 Ver: Juan Liscano/Jiménez Ure a contracorriente, 2008. 33 Se debe apuntar que Liscano si bien se plantea una necesidad intrínseca de ahondar en estos campos de la espiritualidad esotérica no descartó atacar a todos aquellos que juegan a ser maestros espirituales, buscando sobretodo poder y afirmación del ego; santidades fingidas, no reales, falsas: queriendo ser ángeles terminan siendo bestias (Pascal). Su elección está por una necesidad de conocimiento no de acólitos en torno a él. Es un individualista, como se ha dicho (ibid, p:151). 34 Dentro de los autores que les da un reconocimiento por sus aportes literarios respecto al tema de la sexualidad y el erotismo están princi- palmente D.H. Lawrence y Henry Miller. En contra de la tendencia literaria de presentar al sexo como una red inaplazable de caos, muerte y destrucción humana, estos autores le proponen un giro en su obra: D. H. Lawrence canta las bellezas de la sexualidad regenerada inventando una suerte de tantrismo europeo, intento equilibrador de sexualidad y espiritua- lidad en el despertar de una consciencia totalizadora. Henry Miller tiende el puente entre desquiciamiento erótico, entre la pornografía magnífica y la reconciliación con el mundo. Su esfuerzo final reconoce el zen y la alta espiritualidad de Oriente. Ver: Liscano, 1977, p:205. 35 Nos dice: “Nos corresponde la elección erótica pero, en mi caso, tiendo a rechazar los caminos de soberbia ascética, porque ésta crea una frus- tración y una distorsión muy grandes e imagina monstruos diabólicos casi siempre bajo el aspecto de mujer o de Satanás”, (Machado, 1987:155). 36 Ibid, p:122. 37 Ibid, p:154. 38 Ibid, p:129. 39 Desde el punto de vista maniqueo, la única forma de combatir el Mal es

106 Juan Liscano: aproximaciones a su obra envenenándolo por dentro con el sentimiento del Bien: que es, fundamental- mente, el amor. Es la visión maniqueísta, de Manés. No veo el Maniqueís- mo como religión, sino como filosofía. No adhiero a las religiones ni ordenes esotéricas, partidos políticos o una clase determinada. No estoy en contra de los banqueros ni a favor de ellos. Yo veo la posibilidad de desarrollar, individualmente, una parte de la bondad que sirva de compen- sación, (sub. nuestro). ver en op.cit: Ver en op. cit: Juan Liscano/Jiménez Ure a contracorriente, 2008. 40 Idem. 41 Ibid p:156. 42 Liscano, 1977, p:21. 43 Idem, p:24. 44 Ver en op. cit: Juan Liscano/Jiménez Ure a contracorriente, 2008. 45 Ibid, p:140. 46 Ibid, p:153. 47 Ibid, p:142. 48 Liscano, 1977, p:19. 49 Que con su obra Nuevo Mundo Orinoco vendrá a liquidar sus acer- camientos con esa pasión americanista, con sus ancestros y con su iden- tidad telúrica. (Ver: Machado, 1987, p:62). 50 Ibid, p:145. 51 Ibid, p.112. 52 Ver en op. cit: Juan Liscano/Jiménez Ure a contracorriente, 2008. 53 Arráiz, 2009, p:73.

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LA PASIÓN OBSERVADA

Miguel Ángel Campos Universidad del Zulia

Liscano nos ha dejado un testimonio marginal sobre la evasión, está en una conversación con Arlette Machado, su poder de repre- sentación desborda la propia experiencia del sujeto, y en esa medida se hace arquetípica, ajusta en todos sus detalles a la aspiración de quien siempre dijo estar inconforme con la proyección de su vida. Manejaba hasta su casa —dice— en una calle de Caracas, sumido en un automatismo venido del desdén por la rutina, de ponto siente que el lugar no le es familiar, había perdido la ruta, el sentido de orientación, pero el no saber dónde está no lo hizo presa del des- concierto, tampoco de temor, sino de alegría. Se había producido la ruptura con lo cotidiano desde un acto de fuerza al margen de la mentalización de sus angustias, pero sin duda como resultado de su lucha contra lo anodino, los residuos del pasado circular. Toda su experiencia parece estar signada por esta clase de incidentes de reminiscencia freudiana: de apropiación, de regresión, inside. En él vigilia y sueño, razón y fantasía, no eran compartimentos estancos, sino dimensiones conectadas por un fisura, la manera de acercamiento en una psiquis de alta absorción; uno se imagina

109 que en alguien así, eso que los psicoanalistas llaman actos fallidos debían ser muy frecuentes. Fruto del suceso es un poema que escribió inmediatamente al llegar a su casa, resulta un texto sin particular brillo, hecho de oraciones informativas, casi realistas, y sin embargo él lo consideraba uno de sus mejores poemas.

La sobrevaloración del texto no es ajena a la valoración mis- ma de la experiencia, ésta se le descubre como atisbo fuera de programa, al margen de cuanto es sólo retórica, nominalismo, la insistencia del pensamiento ordenador en un mundo que no satis- face. Su aprecio de un texto menor, “Rodeo” se llama, nada tiene que ver con el alcance del poeta, del indagador que pone en un lenguaje titánico sus visiones. La manera como el escritor efectivo se deslumbra por lo apenas expresivo tiene su origen en su consi- deración de lo oculto, movilizador, de unos objetos compartidos, llámense arte o pensamiento, el estar detrás la experiencia límite hace que aquel fruto pálido sea atesorado desde este prestigio. De todos modos nos queda así una notable definición formal de la poesía: “es la ruptura de lo cotidiano”, y de esa manera la frase se hace colofón, remate sancionador de aquella experiencia. La tensión entre lenguaje y esencia, escritura y drama óntico, sueño y razón, atraviesa la obra de Liscano como un camino minado donde a fuerza de vigilia se ejecuta quizás la escritura más adánica del pensamiento venezolano. Quien insiste en comunicar para hacer sus propios ajustes, y tal vez oírse, llegará a darse de frente con los desmayos de la literatura, a recelar de su aptitud de mostrar, se le antoja débil y abrumada de retórica por su propio espectáculo; “relación tormentosa” llama a una simbiosis cuyo destino le pare- ce una pendencia, o creciente anulación. Rafael Arráiz Lucca ha señalado este momento en la biografía de Liscano, lo asocia a una necesidad de silencio, aunque no sea ese el fondo del conflicto. “Es

110 Juan Liscano: aproximaciones a su obra curioso, la búsqueda de silencio para llegar al meollo de la cosa, sin el subterfugio de la literatura, no trajo para Liscano ningún sosiego, sino una crisis personal de grandes proporciones…”

Veía el agotamiento de la literatura como resultado del triunfo de lo profano, pero sobre todo como vaciamiento de las pulsiones míticas, la palabra usurpando el santuario del misterios, pero no era solo un hechos funcional; el fondo de este conflicto está re- presentado por un acto de soberbia del autor, del hombre-escritor como sujeto de su propio espectáculo puesto en primer plano de la apoteosis prometeica. La cosificación era para él un hecho cum- plido, pero en una dirección distinta a la del resquemor clasista del marxismo, se trataba de la pérdida absoluta del anclaje con los orígenes, el hombre se habría encontrado con su orfandad, y terminaría celebrándola, emancipado en la apoteosis de una gula. De un autor francés que ha traducido, y amigo personal, Alain Bosquet, dirá que “está devorado por el cáncer de la palabra”, de Andrés Mariño Palacio, y quizás sin acertar adecuadamente, que estaba “enfermo de literatura”. Es claro que se trata de un hallazgo previsible, el de la expresión mediadora hecha obstáculo, muro cegador venido de la reificación, cuando el arte se consolida como objeto, entonces entra en crisis, pues su función es mediar entre este mundo y el otro, según Murena, entre lo absoluto y lo relativo. Nunca perdió, entonces, la “voluntad literaria”, la suya es una de las obras más disciplinadas, en él se deshace, sí, la fe en la interlocución representada por el lenguaje, lo comunicado siendo sustituido por lo artístico y la personalidad del artista. Su duda permanente de las posibilidades del instrumental intelectual, de su poca eficacia para conjurar lo real, es una tentativa donde lo angélico disputa con lo prometeico en un desenlace incierto. En una entrevista escrita desarrolla una teoría de la creación donde unidad y fragmentación

111 se oponen en tanto conflicto de completación, la inmediatez de la anécdota, dice, aplasta la visión totalizadora, en la proliferación de información la realidad es reducida al puro fenómeno, el bullir de lo cotidiano desgastando todo sentido, convertido en consumo inmediato del que no queda memoria. “Y no se puede encontrar ilación entre estos, dispersos, fragmentados, múltiples, reiterados, nadas de una terrible nada compuesta precisamente de una instan- taneidad en continua dispersión”. En su exigencia de ampliación de la realidad insistía en el alcance de los instrumentos en los cuales se había formado, la razón abriéndose paso hacia el mundo como alteridad, desdeñaba los estados de conciencia alterados quizás para ser consecuente con su método de búsqueda.

Los procedimientos del surrealismo se le antojaban demasiado pagados de lo literario y, en esa medida, artificiosos, y no por eso menos dogmáticos. Su idea de renovación, y casi contrapuesta a la de cambio, se aferra al sentido de mutación como dinámica de lo proteico, en cambio, la novedad se le aparece como cargada de demagogia. Una conciencia aletargada, dominada por el hábito, debía abrirse paso por medio de su propia potencia de percepción. El descubrimiento de este desasosiego tiene un largo expediente, desde Elemire Zolla hasta Bloom, desde Murena hasta Alfredo Chacón (Ser al decir), digamos, para nombrar sólo autores fami- liares. Convertido en toda una categoría del proceso creador, es un objeto que pone en evidencia los pliegues y penumbras donde se refugia, y persiste, el arte en su función demoniaca. Profano y sagrado sería una distinción apenas civil, nos sirve para separar dos intereses desde la sola perspectiva de una moral pública. En Liscano estos dos momentos, escindidos y sin posibilidad alguna de diálogo, constituyen todo el horizonte sustentador de cuanto se dispuso a ejecutar desde los días iniciales de su expedición a los

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Valles del Tuy, en busca de la emoción de lo primigenio. En los años finales de su vida aquella certidumbre se acentuará y elegirá un ca- tálogo de lo sagrado que pugna, no como rito y menos como culto: lo verifica y nombra desde la naturaleza en su amplitud cósmica.

Gaia y la sustantivación de la Madre Tierra, el planeta Tierra como herencia ética, nicho de una teodicea mayor, fuera del mito histórico, lo retienen ensimismado, y en abierta disputa con los ruidos de la misma interlocución. Condenará la tecnología banal, se escandalizará ante el culto cibernético, y opondrá un núcleo de misticismo a la civilización que ha tomado un curso narcisista de índole cientificista; su pensamiento se hace fecundo en medio de un ecumenismo agónico pero fuera de toda urgencia, el medio de intercambio ya no debía ser el inmediato de un país sumido en sus intereses nacionales o patrioteros, atascado en la poquedad de sus sectores sociales, y aún intelectuales. Sus juicios de la sociedad tecno-científica de finales del siglo XX son radicales, ninguna fe le alienta la revolución de las comunicaciones ni la sociedad de masas, tampoco el espectáculo de la redención material venida de una comunidad del conocimiento de cuño tecnócrata. Ni justicia social, ni conciliación con la naturaleza produjo ese ascenso, vivió para confirmar hambrunas y crimen ecológico, en la era de mayor autonomía del proyecto humano. Sobre ese proyecto decía que “estamos alcanzando la orilla última del viaje imperial”, convencido de que tanto la especie como la civilización eran solo un ciclo y su destino desaparecer. Ideas finalistas y de desencanto, la experiencia del individuo, que en este punto ya ha trascendido su inmediato estatuto político. Pesimismo, respecto al proyecto de la vida inte- ligente, y convencimiento de traspasar la realidad dimensional de lo sensible desde el condicionamiento de una cultura fundada en la sola validación de la historia.

113 Tenía la memoria individual como un obstáculo para la regene- ración, renovación, como prefería definirla, se imponía una manera de anulación de aquella a fin de limpiar los canales de percepción. “A lo largo de nuestras conversaciones han salido a luz ciertos bloqueos de la memoria”, le dice a Arlette Machado. La mayoría de sus libros de poesía tiene una circunstancia, y a él le agradaba recordarlas, no salían de la mera actividad profesional del escritor sumando obra, correspondían a un acto de explicación o aclaración de su experiencia personal, teñida de las convicciones más genera- les de una realidad aleccionadora. Así tenemos el origen de Nuevo Mundo Orinoco (1959), escrito en periódicos alejamientos hacia un pueblo cercano a París. La historia de Cármenes (1966) es ya distinguida, lo termina encerrándose en una casa de la costa vasca francesa. “Mendichka es un lugar mítico de mi vida. No lo puedo olvidar, es memoria indestructible”. El libro se salvó en un último momento, pues lo publicaría Jorge Gaitán Duran en las ediciones de la revista “Mito”, como se sabe, el avión del escritor colombia- no se estrella en medio de una tormenta, pero el manuscrito no estaba en su maletín. La significación de Cármenes vale por toda una regresión psicoanalítica en voz alta, se trata de un exorcismo, la crónica de un rompimiento y el alejamiento definitivo de una pasión erótica. “Exorcicé una presencia femenina dislocadora, devoradora. No me plantee la escritura de ese libro como tal, pero comprendí, después de haberlo escrito, que yo me había liberado”. La mujer que lo inspiró, nos dice, rechazaba el libro, parecía de- testarlo en una emoción instintiva, pues ella estaba ahí expuesta, desmantelada. La acción terapéutica no resulta poca cosa cuando el mismo Liscano le asigna una función más que salvadora —“Yo creo que de no haber escrito ese libro, hubiera quedado enfermo, hechizado, quizás destruido”.

114 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Libros extraviados, otros reconstruidos a partir de un fragmen- to; en su ensayo sobre Borges, truncado inicialmente, reescrito años después, cuenta como en un sueño se le aparece un conjunto de símbolos atados al texto de Borges, “Poema Conjetural”, al verse precisado a indagar sobre ellos termina encontrando analogías y simetrías que iluminan el texto hasta situarlo en un realidad de secretas correspondencias. La explicación sobre Laprida y el sentido de la historia, asimismo, no le hubiera sido indiferente al propio Borges; la utopía como como negatividad, desarrollada en ese mismo texto, “La experiencia borgeana y el horror por la historia”, resulta una disidencia de largo alcance que toca sensible- mente las filosofías políticas. El escritor plantado en la literatura, se mueve sin embargo desde otras fuerzas, su primer libro de poesía es despachado por la crítica de una manera que roza la ironía: “está fuera del lenguaje de la poesía”, dirá Gerbasi, para calificar lo que considera un contenido esquemático.

El hombre que tras regresar de Europa va en búsqueda de la Venezuela profunda, prematuramente tocado por el mal de la ci- vilización, sabrá ir hasta el fondo en aquel rechazo de una cultura aletargada, creerá ver en la naturaleza americana el justo destino de una búsqueda. Había llegado a una contraposición drástica, irónicamente alimentada y dirigida desde la literatura como documentación, pues confiesa el ascendiente de sus lecturas de Whitman, Lawrence, Waldo Frank, como un evangelio donde la apoteosis del Nuevo Mundo se le revelaba. La fotografía, hecha por él mismo, de la segunda edición de aquel libro, 8 poemas, es una rústica mesa apenas iluminada con una vela que se agota, parece resumir una austeridad que tiene mucho de recato senso- rial. Venezuela le resultaba una alta representación de América, la Europa crispada alistándose para la guerra en la que había vivido

115 los años claves de sensibilización contrastaba con la expectación paradisiaca del continente que debía ser redescubierto. Liscano despierta de aquella alucinación, pero no lo hace en un rapto de abjuración, en un proceso de contención va situando emociones y despejando un universo donde todo espera por ser ordenado y asimilado. “Hoy sé que el Nuevo Mundo reside en cada uno de nosotros. Que la superación de la historia no es posible sino en forma individual, mediante el desarrollo espiritual y la liberación interior.” La “fuga” había terminado y comienza la inmersión en otra identidad, la construcción de una obra donde el verdadero objeto de búsqueda es él mismo, soledad y libre albedrío como otro paraíso, sombrío y umbrío a la vez. Su rompimiento con ese horizonte idílico, de idealización del entorno virgen y exaltación de una tierra como hallazgo del hombre nuevo, está en proporción directa al desencanto, lo nuevo no sería sino elementos inerciales para obrar con ellos desde otra sensibilidad, pero mientras esta no emerja, el fabuloso entorno nada puede reconfigurar.

“El planeta no tiene ya islas afortunadas ni paraísos, la América mestiza es un infierno”. Casi parece la conclusión de un espantado. Con seguridad a comienzo de los cuarenta ya sus ideas sobre la cultura y la redención de las formas públicas de una Venezuela sitiada de calamidades están sustentadas en el conocimiento del proceso de una nación urgida de ejecutar un proyecto institucio- nal. “Comprendí de manera desgarradora que no se podía volver al Paraíso de antes de la caída; que la cultura era planetaria y no nacional; que la historia no se desandaba; que América era parte de Occidente en tanto que civilización.” Su valoración galleguiana es sobre todo paradigmática, Canaima la novela elegida, porque ella contiene su generalización de la inmersión del hombre en el fuego de la tierra sustentadora. Marcos Vargas es un personaje en

116 Juan Liscano: aproximaciones a su obra el cual confluyen iniciación y arrebato, en él la psiquis concluye integrándose a lo raigal de la naturaleza informe en una solución de armonía, y no de oposición, para él falsa, civilización-barbarie. La elaboración básica está adelantada en su libro Rómulo Gallegos y su tiempo (1961), pero será en su ensayo “Marcos Vargas, héroe y antihéroe del Nuevo Mundo”, incluido en Espiritualidad y lite- ratura: una relación tormentosa (1976), donde concluye su inter- pretación que desborda la circunstancia biográfica del novelista y lo nacional. “La figura de Marcos Vargas no solamente supera los modelos románticos que pueden haberla inspirado, sino que crea, con plenitud literaria excepcional, un mito de americanidad adánica, despojado de toda moraleja e ideología condicionantes”.

Pero aquella fuga fue también un avistamiento, el mostrarse al impaciente una escenografía esencial, al abjurador deseoso de integrarse a lo primordial, el caos de todo origen. Sabrá Liscano separar las energías configuradoras de las formas culturales, distin- guirá entre la naturaleza como fuerza ciega y su dimensión como orden cósmico, susceptible de encarnar en la humanización de una moral. En sus ensayos de cincuenta años después, el compa- ratista será capaz de ver la continuidad de los arquetipos, precisa lo americano en su unidad de una identidad planetaria, nunca desgajada, liquidados todos los nacionalismos antropológicos, se centra, deslumbrado, en un examen de la cultura simbólica cuyo alcance no hemos valorado debidamente. Libros como Fuegos sa- grados (1990), La tentación del caos (1993), Anticristo, apocalipsis y parusía (1997), son ya distintivos de nuestra bibliografía, con frecuencia sumida en presentismos y localismos agobiantes. Pero el hombre que se adentra con un baquiano en el paisaje rural, deseoso de encontrarse con un paraíso y un destino, no romperá nunca con aquellas imágenes, la autocrítica le servirá para adecuar

117 la contemporaneidad de una realidad, no para desecharla.

En los siguientes sesenta años no se apartará de aquel magma, su afecto por lo raigal y toda una interpretación militante fundada en las tradiciones míticas y fundacionales enriquecerá la obra de un pensador innovador en un medio tocado de frivolidad. Debemos ver en la “Fiesta de la tradición” la conclusión de una tarea de orga- nización y rastreo de las manifestaciones mágicas de la Venezuela agraria que se había quedado adormilada en su fase de constitución de la nacionalidad. Pero no es solo un muestrario, hay allí una intención tocada de energías vitalizantes; inicialmente opuestos a la acción urbana, los contenidos celebratorios y antiutilitarios de ese espectáculo hierático restauraban la unidad de una comuni- dad y le daban al país entero un aire de mundo consagrado. En su conversación con aquellos campesinos, en las horas de grabación y anotación, se da cuenta del aislamiento en que permanecían esos grupos, no tenían contacto unos con otros y creían ser especies únicas, cerrados geográficamente en un país de escasa población, incomunicado, practicaban una especie de federalismo natural. “Cerrados a su propia experiencia, desconocían la existencia de otro acervo de danzas y de música, que los hermanaba a lo largo de una ancha y poderosa geografía tradicional”, esto escribe Liscano dos años después cuando recopila toda la documentación y las noticias periodísticas del espectáculo (Folklore y cultura, 1950). Mucho después dirá: “sé que mi experiencia folclórica alcanza su más alta expresión en el hecho poético…”. Y es este el alcance de aquellas imágenes, están sustentadas en una capacidad de reunir lo disperso de una comunidad, lo disuelto en el tráfago de su marcha hacia la concreción civil. Su poesía, consecuentemente, no cantará lo nacional como heredad perfilada en el contrapunto hombre-na- turaleza, retendrá, sí, los elementos generalistas de la arcadia, el

118 Juan Liscano: aproximaciones a su obra rumor cósmico, lo específico de una experiencia susceptible de identificarse con el universo.

Así su libro Tierra muerta de sed (1954) es una alegoría del agotamiento de la materia, Fundaciones (1979) corresponde a una desarrollo escatológico, ya no de lo agotado sino de lo perdido, la extinción de la especie en un sentido de orfandad, la vida vegetal, muda y espléndida, despidiendo a su inquilino humano. “Mi impre- sión inicial fue escribir esos poemas contra la bomba nuclear y una guerra posible. Hoy comprendo que en el subconsciente había más: la reacción contra el antropocentrismo tecnológico actual, sin dios ni ley”. (Fragmentos de una carta personal). Tiene muy presente el peso del criollismo como para cantar la tierra y sus frutos, su arcadia nada tiene que ver con la cornucopia y restauración bucó- lica, su experiencia del descampado y el contacto directo con los manes afirman otro origen, no el de una cultura agraria puramente eglógica. Depura, en un acto escueto, esencialista, todo el aluvión barroco de naturaleza y ritos espontáneos. Afilia la poesía, en un juicio intelectual, a lo primordial, a un origen ciego que la hace inasible, por la vía de una objetivación la vincula con el folclore, manera de panteísmo donde Dios deambula sin revelarse. “Sobre la civilizada urbe mecánica, cerebral, despojada de luz y de gracia naturales, se cirnió la memoria florida de la tierra” —de su pre- sentación de los documentos de “La fiesta de la tradición”. En las tradiciones locales y consejas ve arquetipos, el comparatista innato que ha leído la Rama dorada y contemplado las cúpulas parietales de Altamira, avanza en su observación de lo venezolano más allá del sentido puramente gregario de los haberes de una comunidad, remonta sus danzas y fiestas alegóricas a unas necesidades ante- riores a la organización de la aldea y las exigencia de unos ritos de fertilidad, cosechas, agricultura en un amplio sentido utilitario.

119 Esos campesinos taciturnos, los diablos danzante apenados ante el Santísimo, los tejedores del Sebucán, están evocando una realidad psíquica donde cierta unidad prevalece por encima de la dispersión de la cultura. Quizás sea en Nuevo Mundo Orinoco donde concluye su ajuste de cuentas con la visión entrevista en los Valles del Tuy, la americanidad como promesa de redención de la decaída humanidad. Confiesa que hasta 1953 pervivió en él la convicción de América como un nuevo mundo, juntaba las doctrinas de liberación interior, muerte y resurrección, con el escenario de un continente donde la civilización no se había de- gradado mediante instituciones de poder y sometimiento, crimen y decadencia. Aquel es el año de un exilio en el que toman forma todas las infamias y se convence de que la tierra ya no es pura, se le hacen evidentes los atrasos de un pueblo dócil y desamparado, y que necesita verse a sí mismo en una hora de responsabilidad que no admite plazos. El libro es la sinopsis de aspiración épica de una América vista en su desnudez —la historia que no la cubre, la naturaleza abrumadora. Es la última valoración liscaniana de la arcadia. Hugo García Robles, en el prólogo de la segunda edición, 1975, lo asocia con el programa de los novelistas del boom, pero en realidad no es precursor, el libro pertenece enteramente al género mundonovista, el descubrimiento político de la América augural, sus cantores clásicos ya están en la Crónica de Indias, sus heraldos del siglo XX: Neruda, Antonio Arráiz, López Velarde. En aquella iniciación de 1938, de algún modo, ya están mostrados los mitos y arquetipos de todo un programa de relacionamiento intelectual, y sobre todo de ejercicio vital. La asunción, en los años posterio- res, de tareas públicas y responsabilidades ciudadanas tendrá un acento íntimo, su entrega está movilizada por una relación con las unidades de aquel otro universo, donde lo telúrico ha superado su forma de tierra martirizada, tal y como obra en el criollismo

120 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

—en Liscano adquiere su rostro articulador de las posibilidades del hombre todavía en contacto con las fuentes nutricias, espacio precario de defensa de esas zonas de resistencia de la cultura, de interrogación cuando la sociedad del conocimiento se halla sin salida. Así como Vallenilla Lanz encara su explicación y diagnóstico del proceso social venezolano armado del eficiente instrumental de los positivistas franceses, Liscano es un lector orientado desde las precisiones de la antropología cultural que se ha legitimado más allá de la academia. Conoce los textos clásicos, le son familiares los mitólogos, desde Max Muller hasta Mircea Eliade, todo un caudal de valoración ideológica le sirve para hacer luz sobre cosmogonías y relaciones de fundación y creación, en su ensayo “Biografía del antiquísimo toro” (Fuegos sagrados), mezcla ritos americanos y mediterráneos, la fiesta de la Cruz de Mayo y las tradiciones dionisiacas se atan en los hilos de la poesía popular y sus fuentes.

Su manejo pertinente del concepto de transculturación lo hace un solvente comparador, la perspectiva intelectual ilustrada que no desdeña los núcleos de la literatura (Lawrence), lo sitúan un paso más allá de la etnología atascada en su culto de la verificación, casi empírica. “Luego se advirtió que toda transculturación implicaba un toma y daca, que ninguna cultura permanecía enteramente pasiva ante el avance de otra, incluso si era destruida”. Su discusión con el marxismo militante fluía desde un razonamiento cuyos argumentos estaban mucho más allá de la formación del estado o de la lucha de clases, por ejemplo. En una polémica puramente literaria, de comienzo de los sesenta oponía lo nacional galleguiano al mundo kafkiano de sus interlocutores, estos ciertamente más cerca de una izquierda militante donde los referentes inmediatos, el país, sus instituciones identitarias, parecían ser inexistentes. El conservador, liberal, amparaba un objeto, poco prestigioso

121 pero real, los vanguardistas promocionaban las necesidades de un hombre cuya abstracción lo hacía no sólo irreal sino reaccio- nario. La soledad es una fuente de autonomía de criterio, diría que la secreta como una fisiología natural, el librepensador que ha puesto los intereses de una manera de explorar el mundo por encima de las precariedades de ese mundo, tiende a convertirse en un paria en medio de los acuerdos gregarios. Como recompensa tenemos la imposibilidad de ser reivindicado por los actores del acuerdo de poder, esto de alguna manera ocurrió con Liscano, si coincidió con las ideas de quienes regían el país en un momento de reacomodo y clara expectación, es evidente que no encaja en la nómina de tutores e ideólogos de aquellos proyectos de gestión y administración del poder. Para algunos la tolerancia es la elección de una circunstancia, para otros es el hábito de unas convicciones; la vida pública de Liscano enriquece el estilo de una política de pensadores, del ciudadano que se ha hecho de criterio apelando a la ilustración y las virtudes, y no tanto del ejercicio forense de una ciudadanía de cédula de identidad.

En la oportunidad de la glasnot soviética, y en un clima nacional maniqueo extremo, Liscano no duda en enaltecer la gran novedad representada por Gorbachov; muchos mostraron haberlo leído mal, o no haberlo leído, así, Carlos Rangel creyó que era deber de Liscano plantarse desde un banal anticomunista que negara toda conciliación. Nuevamente aparecía esa concepción ayuna de contemporaneidad, incapaz de construir argumentos con insumos reales, y atrincherada en los ruidos del día. Ante el vilipendio, Rangel califica la posición de Liscano de “imbecilidad senil”, este da una de sus habituales muestra de amplitud y generosidad, no salta herido en su amor propio, tampoco elucubra una refutación. Elegantemente, se refiere a él sólo como “un hombre de posición

122 Juan Liscano: aproximaciones a su obra tomada, definida, sectaria”, recordará que el propio Rangel, poco después, reconoce la buena fe de Gorbachov, tiene palabras de elogio para sus libros, y en medio de ellas se cuela, fina, la mortal ironía —“Sus libros son excelentes como contraparte de todo un modo de pensar y de sentir tercermundista”. Si “La fiesta de la tradi- ción” es un acto de fuerza, donación antidemagógica incrustada en un inmediato estilo venal de la vida pública, la gestión al frente de Monte Ávila privilegió la difusión del pensamiento y el arte, enten- día que educación escolar y aleccionamiento resultaban funciones muy cercanas a un populismo donde las masas mostraban solo su agonía. Si se negaba a incinerar toneladas de libros “muertos”, sin posibilidades de circulación en el mercado, no era tanto por no transgredir las leyes de patrimonio de la nación, sobre todo era consecuente con sus críticas de la sociedad de masas. Se defenderá señalando la inexistencia de librerías en un país sin lectores, sin verdaderos libreros, a éstos los llama “tenderos”.

La relación de Liscano con lo femenino es menos una concep- ción que una asociación raigal, linfática; hijo único de una madre que vive con él más de noventa años, su abuela paterna es una muchacha anónima desterrada de la poderosa familia, y de la que nunca más nadie hablará. La mujer-amante modela y modula su biografía, insiste en el amor erótico hasta sus últimos días como referencia cierta de un mundo donde todo parece referencial y relativo. El episodio de su encuentro con los devotos de San Juan Bautista, en los Valles del Tuy, tiene un rasgo iniciático que no puede ser obviado, resalta en medio de la ruidosa anécdota como la luz críptica de un llamado, en él parece condensarse la potencia de una elaboración intelectual cuyos símbolos son todos tributarios de esa identidad, lo femenino. En la noche anterior al día central (24 de junio) “había tenido un acercamiento íntimo y brutal con

123 una de las participantes”, el ingreso del profano a la cofradía donde irrumpe es desde la apropiación y el desgarro, no es sorprendente que siempre se quejara de estar inhabilitado para la ascesis y la revelación. Ese contacto tiene mucho de contaminación, de hume- dad propiciatoria, rocío comunicante para la interlocución posible antes de toda comprensión. Pero ese “acercamiento” supone ya una transgresión, el extraño y su intromisión en un culto cerrado, todos parecen estar al tanto del agravio, y este deberá dirimirse en la plenitud de la celebración, la expiación sobreviene a través de un reto lanzado al aire por uno de los vasallos, Liscano es aludido en los primeros versos de una cuarteta (“Quién es este caballero que no me han presentao…”), pero antes de que llegue la conclusión, que debía ser de insulto y pendencia, aparece la voz salvadora de una mujer —“…se escuchó la voz de clarín de la negra Sabina, quien, arrebatándole al cantor la improvisación final remató la copla con estos dos versos: Es el Espíritu Santo que a nuestro seno ha bajao…” Esa misma tarde había sido encomendado a Sabina por un viejo bailador de tambor —retirado por un hecho de sangre hacía veinte años— con quien había entablado una conversación incidental en la plaza del pueblo.

Gaia parecía tener ya en ese tiempo remoto un rostro descifra- ble, lo maternal podía amparar al niño amamantado, pero también una virilidad en su búsqueda del erotismo místico. Para Liscano el sexo no es guerra, y la sexualidad no se resuelve en la fecundidad, sino en la completación; su destino no es la androginia, proclama la diferenciación creciente hasta la madurez sin crispación donde hombre y mujer se hayan evadido de la distinción dominadora, de la posesión. Insistió hasta el último momento en esa devoción sa- nadora. Fijo aquel incidente por su claro contexto enunciador, pero desde niño Liscano vivió entre mujeres, su padre muere siendo él

124 Juan Liscano: aproximaciones a su obra adolescente, la madre vuelve a casarse, y así da al hijo un nuevo pa- dre y salvador (la presencia benéfica de ese hombre en su infancia, Chacín Itriago, ha sido exaltada justamente por Liscano). Solo un recuerdo residual de chismorreos y pequeñeces domesticas son el balance de esa convivencia entre tías, primas, amigas. Su memoria retendrá la escena de una prima, blanca, resplandeciente, bañán- dose en una tina en un cuarto de hotel cuando era niño (“Estaba de pie y se lavaba y se echaba agua. El esplendor de aquel cuerpo blanco en la penumbra del cuarto, me conmovió profundamente”). Esa mujer desnuda se continúa sin desenlace psíquico en aquella imagen de la india de El Paraíso, conocida plaza caraqueña, adonde el niño iba de cuando en cuando llevado por su abuela materna. En Doña Bárbara asiste a otra observación, se detendrá en esa escena donde la madre contempla a la hija redimida por el amor de un hombre al que ella desea, va a dispararle y entonces se ve a sí misma semidesnuda en el bongo y a su amante asesinado, la pasión erótica truncada dos veces en ella misma, pues Marisela es su hija. Opta por romper con la venganza y el ciclo homicida y se reintegra a la selva, de donde ha venido como borrasca sometedora. “Y baja la pistola, se desarma voluntariamente, se va, se pierde en la llanura, que se la traga, regresa al vientre de la naturaleza que la engendró, queda vencido el embrujo, empieza la leyenda benéfica”.

Lo femenino evoluciona en un imaginario presionado por elaboraciones intelectuales, la valoración del símbolo desde lo maternal y la presencia política de Gaia, pero sobre todo desde la experiencia personal de quien conjura desde el encuentro erótico con la mujer las tensiones tanáticas. Al hastío postcoital opone el regazo femenino como una indicación terapéutica, nicho donde lo viril se abandona a un solaz sin recelos. Extinguidos los ruidos de la guerra de los sexos diagnosticada por Strindberg, la posesión

125 se transmuta en una conciliación donde el estallido orgásmico se convierte en recuperación de la unidad. La progresión del pensamiento de Liscano estaba atada, de manera rotunda, a una contemporaneidad que él mismo debatía con placer, y a veces enfrentaba en un solo acto de disidencia. Para él el misticismo era una forma de conocimiento, pero sobre todo de realización. En alguna línea mía de nuestra correspondencia cruzada, sugiero que podríamos ser un experimento controlado, él no lo cree así, y en cambio prefiere dejar espacio para una clase de relación impersonal. “No creo que seamos un experimento controlado sino un efecto de la energía cósmica, lo cual también dice y se desdice. Dios no se ocupa de nosotros, nosotros de él, y ese ocuparnos nosotros de Dios es la mística”. La devoción con que se da en lo últimos años a la promoción de las Grandes Madres del misticismo hindú lo mostraban en una manera de contemplación de lo femenino trascendido. Una serie de artículos suyos aparecido en el diario caraqueño “El Globo”, no recogidos en libro, está dedicada a la difusión de la mística oriental representada por las Madres, Shri Ma Anandamayi (1896-1982), y la joven Madre Neer, “instalada en un pueblo alemán donde los devotos hacen cola, y a la que le dicen avatar de Brahma, venida en una hora crítica para ayudar a los hombres de Occidente a encontrarse a sí mismos…”

Nunca dejará de admirarme su capacidad de sintonizar con las novedades concluyentes, aquellas fuera del debate consumista y la moda, solo así se podría explicar, por ejemplo, su devoción y promoción de las ideas de Rupert Sheldrake, él es el difusor de este genio en el debate venezolano y ampara lo que sería su introducción formal: la sintética presentación de Rowena Hill incluida como apéndice en su libro Nuevas tecnologías y capita- lismo salvaje (1995). El concepto de resonancia mórfica, la más

126 Juan Liscano: aproximaciones a su obra convincente alternativa opuesta al evolucionismo darwiniano, es integrado por Liscano a la explicación del desarrollo de la cultura como adquisición por medio de una transmisión no orgánica. No hay que hacer mayor esfuerzo para ver de dónde vienen los argumentos de este entusiasmo: de sus antiguas convicciones del cosmos como un cuerpo vibracional. Dice que su primer interés por la teoría de la resonancia mórfica viene de la afirmación de su autor de que “no habría bases suficientes para los procesos de epigénesis y regeneración de tejidos fundándose solamente en los genes y el ADN; en segundo lugar la aceptación de algo que el empirismo negó siempre, la herencia de la memoria de la especie, cuya resonancia determina los campos mórficos hipótesis de la causalidad formativa en todas la manifestaciones de la naturaleza”. La cita larga permite oír al lector que había calado hondamente en las exposiciones sheldrianas apelando a una visión ampliada de lo real. La metódica presentación de Rowena Hill (“Las formas que nos viven”) tiene el mérito de poner en enunciados lógicos la explicación de una realidad y su fisiología sin disponer de catego- rías previas ni referenciales, pues se está proponiendo un modelo radicalmente distinto en la naturaleza de su funcionamiento.

Pero Liscano en los años finales de su vida parecía una máquina de detectar heterodoxias, filtrar las novedades en el aluvión de la era de producción y procesamiento de datos. Muchos lo desdeñaban por lo que llamaban su “descalificación pueril de la tecnología”, perdían de vista el alcance de un pensamiento que se remodelaba a sí mismo a fuerza de silogismos clásicos. Su encuentro con el Manifiesto de Theodoro Kaczynski (Unabomber) resulta aleccio- nador en una fase de reconocimiento de la ineficacia de los juicios sociopolíticos del poder. Liscano se siente fascinado por la relación de aquel texto sin parangón, lo hace traducir por Alejandro Salas,

127 y debe ser esta la primera versión española que circula en formato de libro —el texto constituye las tres cuartas partes de Anticristo, Apocalipsis y Parusía (1997). El cuestionamiento devastador de la sociedad industrial de Kaczynski le interesa a Liscano por su aspiración de absoluto, al punto de no identificar nunca el capi- talismo como centro de una civilización, pues no desea perder el tiempo cuestionando las formas políticas de la monstruosidad que denuncia: la racionalidad científico-técnica y su expresión social. La determinación del Manifiesto es la de quien ha visto la verdadera fuente del mal, y como un obseso se propone hacer su anatomía. No puede ser rescatado para ningún humanismo, no hay en él sitio alguno para el arte, la mística, y su idea de la belleza “se reduce a amar la naturaleza, su único lirismo, en una abstrac- ción de primitivismo”. Su rebelión contra la tecnología prevalece como única proclama de salvación. La publicidad que el autor del Manifiesto exigía para dejar de matar es la misma que señala como instrumento de dispersión y entronización del mal tecnológico. “La publicidad cumple la función de ser el ejército invasor. El arma de la publicidad es una de las más perversas de nuestra civilización. No mata pero puede justificar el crimen, preparar el asalto ulterior, deformar, mentir, exaltar cualquier banalidad, cualquier forma de mediocridad”, es el comentario del propio Liscano al parágrafo sobre la publicidad del Manifiesto. Qué habremos dejado ver en estos años sin los ojos de Liscano.

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Fuentes

Rafael Arráiz Lucca. Juan Liscano. Biblioteca Biográfica Venezolana. Caracas, 2008. 114 pags. Juan Liscano. Folklore y cultura. Editorial Ávila Gráfica, S. A. Caracas, 1950, 266 pags. ------. Rómulo Gallegos y su tiempo. Biblioteca de Cultura Uni- versitaria. Caracas, 1961, 262 pags. ------. Nuevo Mundo Orinoco. Editorial Alfa Argentina. Buenos Aires, 1975. 201 pags. ------. Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa. Seix Barral. Barcelo-Caracas-México, 1976. 206 pags. ------. El horror por la historia. Ediciones Ateneo de Caracas. Caracas, 1980. 121 pgs. ------. Fuegos sagrados. Monte Ávila Editores. Caracas, 1990. 261 pags. ------. La tentación del caos. Alfadil Ediciones. Caracas, 1993. 142 pags. ------. Nuevas tecnologías y capitalismo salvaje. Fondo Editorial Venezolano. Caracas, 1995. 170 pags. ------. Anticristo, Apocalipsis y Parusía. Alfadil Ediciones. Caracas, 1997. 202 pags. ------. Obra poética completa (1939-1999). Prólogo de Rafael Arráiz Lucca. Fundación para la Cultura Urbana. Caracas, 2007. 829 pags. Arlette Machado. El Apocalipsis según Juan Liscano (entrevistas). Publi- caciones Selevén. Caracas. 172 pags.

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Juan Liscano: aproximaciones a su obra

UN HUMANISMO AGÓNICO

Oscar Rodríguez Ortiz

Primero, una cita de cita necesaria. Arquíloco escribió en sus días un verso que dice: “Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola y grande”. A Arquíloco lo cita Isaiah Berlin en un libro que se ha hecho obligatorio referir a la hora de estudiar a Tolstoi y de clasificar a los escritores e intelectuales. El verso tiene muchas interpretaciones. Una de ellas dice que es una fábula. Se lo puede leer también como metáfora ¿Qué son, en el fondo, esos autores que nos han conmovido o indignado cuando los leemos, o sin haberlos leído nos llaman la atención y les tenemos una gratuita simpatía o antipatía? Según Berlin hay escritores que son como el zorro: persiguen en la vida muchos fines distintos, a me- nudo inconexos y hasta contradictorios, tienen un pensamiento desperdigado y disperso. No por ello son menos valiosos puesto que entre los zorros figuran Shakespeare, Balzac, Joyce. Pero hay también escritores que son como el erizo, es decir, tienen una visión sistemática y central de la vida y el pensamiento, son capaces de juntar en un solo haz la variedad del mundo y del hombre. El caos y la confusión del mundo se vuelven en ellos orden. Erizos son

131 Aristóteles, Dante o Proust, y en el campo del pensamiento Marx y Freud. Tolstoi, ciertamente, tras todos sus cambios, sus huidas, arrepentimientos y rencores fue principalmente un erizo. Su obra y pensamiento son de una insospechada coherencia, políticamente conservadora y reaccionaria, que acaso solo pudo ser vista así a partir de la lectura de Berlin.

De la misma manera que los dioses griegos, los escritores y artistas y sus mentalidades podrían ser, además, como clasificó Nietzsche, apolíneos o dionisiacos. Dionisos, la oscuridad, el desorden y la inconexión del zorro. Apolo el orden y la luz. An- drés Bello y Úslar Pietri, evidentes erizos apolíneos. Juan Vicente González, como alguna vez lo estudió Carlos Pacheco, dionisíaco pero, también, zorro por naturaleza.

¿Qué pensar entonces, en estos términos, de un autor como Juan Liscano que para algunos fue un racionalista calculador en la poesía y en la vida, que siempre fue a donde tenía previsto ir –un erizo en el sentido de Berlin- o, como otros lo ven todavía, un poeta sometido al mareante cambio continuo y a los vaivenes del azar y lo imprevisto -dionisíaco y zorro? ¿O, como su obra poética e intelectual verifica, un poeta que entendió inicialmente el arte en tanto épica y lírica nacionalista mágica para modelar y expresar su país, la luz, la civilización, la cultura, para pasar después al gran tema de la salvación del alma y del mundo por la trascendencia entre los rayos cósmicos de un fin de mundo? De por medio hubo varias crisis a lo largo de la vida espiritual, física, doméstica, inte- lectual que lo alertaron sobre la vanidad de sus seguridades. Dos decisivas. Recién vuelto de Europa hubo la primera: ruptura con su familia, profesión, medio para irse al campo a estudiar, justa- mente, la “crisis del venezolano”. Tenía 21 años. Ruptura ascética

132 Juan Liscano: aproximaciones a su obra del la que salió el poeta. Crisis luego, en el contexto histórico del país en los años sesenta del siglo XX, que incluso puso en duda su lugar en la historia literaria del país. Tenía cincuenta años. En ese momento, el pensamiento oriental en el que buscaba hacía tiempo las respuestas de la vida y los cambios habidos en el país lo indujeron a dar por un hecho lo que era una sospecha: el desorden del mundo y el necesario fin del mundo. Todo esto tendrá su fin, hombre y cosmos. Peor todavía si se está seguro que el término llegará, en la atmósfera de los años anteriores a la caída del Muro de Berlín, por el uso de la energía atómica. Aun peor si se entiende y vive el mundo moderno como una realidad condenada a la desaparición. El mundo moderno como lugar de disolución de los antiguos valores humanísticos y espirituales. Mundo efímero y engañoso, mundo de apariencias: la publicidad, lo audiovisual, mundo adverso: “Llegado es el tiempo del ojo/ para ver lo que antes se leía/ lo que antes se pensaba o se soñaba”. La fuerza de la espiritualidad y la trascendencia perseguidas no fueron suficientes para salvarlo del “horror por la historia”, según el título de uno de sus más característicos libros (1980). Horror de los sistemas comunistas y horror del capitalismo. Horror por la fatalidad de la historia y reacción espiritualista contra ella: “La divinidades de la historia juegan con el destino humano, esos irra- cionales dioses de la energía social incapaz de saberse a sí misma, pero encausable hacia fines que nadie puede prever”. En sus últimos libros de ensayos se complacerá otra vez en condenar el mundo moderno y la fatalidad de sus conquistas tecnológicas: “Solo un cataclismo cósmico podría frenar la esquizofrenia tecnológica, y este podría también poner fin a la aventura arrogante de nuestra especie doblegada a la civilización occidental”.

Desasosegado. La palabra dibuja de un solo trazo el mundo

133 vital e intelectual de Juan Liscano. Nos interesará particularmente este último sin que puedan desligarse ambos mundos gracias a las peculiaridades de Liscano como artista e intelectual. La palabra desasosiego expresa además, con precisión poética, su angustiada visión del mundo. Poemas y prosas coincidirán desde el prin- cipio de su tarea artística e intelectual en alimentar la llama del desconcierto para hacer luz sobre la vida y el cosmos: “Se nace, desnudo, manchado de sangre/gritando con la violenta expulsión/ del bienestar carnal, a solas, a oscuras”. Signo trágico: colocarse frente a la fatalidad, luchar contra un destino trazado por los as- tros, dominado por una entelequia como la Historia y una forma de civilización que está en declive. Cuando visitó Sarajevo pidió ver la esquina donde ocurrió el atentado. “Coloqué mis pies sobre las huellas de la lápida. El ángulo de abertura de estas facilitaba tomar la exacta posición del victimario. Daba vértigo. El Tiempo volvía hacia atrás. Príncipe disparaba. Una mujer, un fantoche en uniforme de gala, se desmoronaba. Príncipe estaba eyaculando. La Historia, como una prostituta encanecida en el vicio, abría su vagi- na dentada y carnívora y le recibía”. Él, poeta, escritor, artista, con las marcas de su clase, su tiempo, su talento, enfrentado al mundo y el mundo convertido en un universo sin dioses ni trascenden- cias, sociedad dominada por el mercantilismo, el consumismo, el tecnicismo, el colectivismo, universo que ha perdido coherencia y unidad para hundirse en la fragmentación. A ella se atienen los términos de la vida humana y del universo en un enojoso fin de las cosas. Todo llama al Apocalipsis. Hay una complacencia en recrear el fin de manera poética y plástica que remite a una entonación existencialista sartreana acaso peculiar de los años cincuenta: “Lo que me interesa del gnosticismo es la visión de que el mundo es un infierno, porque toda la literatura contemporánea, todo el pensamiento contemporáneo plantea la realidad y la vida como

134 Juan Liscano: aproximaciones a su obra un infierno, un absurdo, una demencia”. Al mismo Apocalipsis refiere también el origen de la cosas con la convicción de que el origen es un caos vivificador. El mundo sucumbirá y renacerá sin el hombre. Se complace en ello. Este humanista está convencido del modesto lugar del hombre en la creación y en cómo el cosmos es más importante que él. “La terrible e inmanente existencia del mundo natural no necesita de nosotros ni de las obras de la cultura para ser, nacer, morir, reproducirse, transformarse, trascenderse”. El mundo nació sin el hombre y acabará sin él, escribe varias veces parafraseando a Lévy-Strauss. Pero en un mundo totalmente de- vastado, lo que quedará del planeta luego de un colapso ecológico o atómico, y en un paisaje saturado de máquinas oxidadas, será el renacer del vegetal incipiente, bendita reliquia de la vida, capaz de sobreponerse a la generalizada contaminación: “Qué noviazgo entre los desperdicios/ y los bulbos en floración/entre raicillas de finos vellos/ y los detritos de la ciudad”. El vegetal es la salvación, magnitud de la vida. El militante ecologismo de Liscano viene de razones metafísica. Adora la Naturaleza, la opone al hombre peca- dor y a sus sistemas socioeconómicos fundados en su destrucción del planeta. El ecologismo, que en el mundo actual es una crítica de la sociedad, expresión de una fundamentación laica y de un análisis racional científico, se convierte en Liscano además en una forma de sacralidad, una manera de adorar la vida y reconciliarse con el origen cósmico. Vivimos, dice, una crisis “antropoecológica”.

Lógicamente es desasosegada la permanente meditación que Liscano hizo a lo largo de su vida, en poemas y prosas, acerca de la unión de los contrarios, desde luego su anhelo más manifiesto en el plano espiritual. “Debe haber un lugar en nosotros mismos donde cesa el combate de los contrarios” Larga auto indagación orientada por Jung. Anhelo constante de una síntesis, que por

135 momentos le parece posible gracias a la trascendencia de los mitos. Necesidad vitalísima y psicológica de encontrar un punto de apoyo, el lugar y el modo en los que cese la lucha. Hombre dividido, que por otra parte, hace público su desasosiego, siente la laceración en carne viva y la feroz lucha que en su vida privada libraban los contrarios en pugna. No quiere, no puede, separar vida y obra. Y su obra literaria entonces, que es posible gracias a esta tensión, pugna asimismo entre la trascendencia espiritual y las exigencias estéticas propias del arte. Liscano es un poeta y a la vez un hombre metafísico: “Me refiero, cuando hablo de metafísica, no propia- mente a ese capítulo de la filosofía occidental ni a los prometidos cielos de las doctrinas de salvación, sino de la exploración hacia adentro del en sí, el cosmonauta interior, a las posibilidades que tiene la conciencia, la psiquis y el espíritu de sustraerse al tiempo histórico, sucesivo, de descubrir otras instancias de la realidad, otras potencias del ser”. Pero se da cuenta de que el arte tiene sus propias leyes, que incluso se opone a la vida espiritual y entonces la congoja es mayor: “No pretendo sugerir que la vida y la obra deben excluir toda contradicción y ofrecer una imagen edificante de continuidad. Más bien pienso que en más de un caso, la obra viene siendo como una posibilidad de huir de la vida, de esclare- cerla, resistirla y trascenderla; la vida como el precio atroz que se paga por crear la obra”. El volumen Espiritualidad y literatura una relación tormentosa, del año 1976, resulta la vivencia suprema de esta contrariedad y el enorme acierto intelectual de plantear esta cuestión basilar. Asunto irresoluble: el arte no salva, el arte frecuentemente se separa de la vida que hay que sacrificar para dar luz al arte. O cuando el arte salva, nada le importa la estética ni el poema. El poeta, que no puede dejar de ser poeta ni abandona por nada la escritura, se estremece. Sabe que está en falta: “El camino del Espíritu es otro que el camino de la literatura”. Entonces Liscano,

136 Juan Liscano: aproximaciones a su obra desgarrado, opta por el arte antes que callar: el arte vendría a ser el instrumento para manifestar en el terreno de la vida espiritual el desconcierto de la vida. Nunca pudo solucionar este dualismo, ese maniqueísmo. “Las exigencias específicas de la literatura no corresponden a las de realización espiritual”. Su larga bibliografía da cuenta de que, pese a la disputa cósmica de los contrarios, no calla, no cede, no renuncia nunca, la literatura permanece en él. Seguirá escribiendo hasta el final de sus días. Se prolongará en más de un poemario.

Contrarios en pugna: piensa equivocadamente que el arte está motivado, en el aspecto personal, exclusivamente por el egocen- trismo y narcisismo, el renombre, el éxito, la fama que considera sus peores propiedades malignas, las cuales no impiden que su anhelo ontológico se exprese, pese a la pugna entre la palabra y la cosa. En los últimos años de su vida su obra se deslizará defini- damente hacia la trascendencia religiosa y el sosiego mientras sus últimas prosas, dedicadas a la política inmediata –la años finales de la década de los noventa-acentuarán su desazón ante le mundo, imposible de reconciliar, dominado por peligrosas tecnologías que están cambiando los fundamentos de la vida y en el ámbito nacional una sociedad cuyos soportes se desmoronan.

Pero ¿puede un humanista serlo estando ganado tan fuerte- mente por el pesimismo? “Para mí no puedo desligar la actual y englobante tecnología aplicada a la vida corriente, sin vincularla a un sentimiento de angustia, de transgresión, de inmenso peligro en cierne”. Temor ante el mundo fabricado por el hombre. El hu- manismo supondría paz interior, confianza, esperanza en el futuro del hombre, a pesar de todo. No se habla entonces aquí del huma- nismo entendido como conocimiento obtenido por la filología,

137 culto de las lenguas clásicas, erudición, enseñanza de los modelos “eternos”, se piensa más bien en la figura que se dibuja después en una combativa militancia espiritual y en un pensamiento crítico de la sociedad, sus costumbres, un ejercicio moral. Es un huma- nismo agónico que podría llamarse existencialista y que consigue su entonación en las preguntas filosóficas sobre el hombre que se impusieron en Occidente a raíz de esa escuela y que encuentra sus ejemplos en la crisis posterior al existencialismo: el estructuralismo, el fragmentarismo, el absurdo, el textualismo, la muerte del autor y del sujeto que a Liscano le parece más amenazante y disolvente: el hombre no existe, es puro lenguaje, el sujeto no es tal sino una cons- trucción del lenguaje. Los últimos ramalazos del existencialismo con los últimos del estructuralismo. Más tarde tendrá que acome- terla contra la posmodernidad y los adelantos de la tecnología de las comunicaciones en la década de los noventa. Humanismo de la crisis del humanismo y de la negación del humanismo. Muerte de Dios a la que sigue la muerte del hombre. Muerte del humanismo contra la que reacciona fuertemente Liscano. Él, que justamente no salva a la literatura cuando esta no es medida con la espiritualidad, reacciona ferozmente cuando Blanchot señala que la literatura va hacia su extinción. Tales circunstancias se enlazan en Liscano con su visión espiritualista apocalíptica: “Al final de la noche despunta el día. Al final de la destrucción del hombre racional, laberíntico, nauseado –esos seres despedazados, fragmentarios, lisiados, de- formes, a los que nos tienen acostumbrados las artes plásticas y la literatura desde la vanguardia a principios de siglo- aparecerá por obra de la revolución o de alguna otra circunstancia, el hombre nuevo” Las cursivas las pone el propio autor en cada oportunidad que menciona ese concepto. Hombre nuevo que nace del colapso cósmico o de una revolución, acaso política. ¿No se trata, otra vez en la historia, del hombre nuevo ofrecido por todas las utopías?

138 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Hombre nuevo interior y psíquico: si el hombre no cambia desde adentro no hay cambio en el mundo, según dice el pensamiento espiritualista de todas las latitudes. “La mutación que se está ope- rando requiere, en efecto, un nuevo sujeto histórico, un hombre nuevo capaz de usar de forma equilibrada el progreso técnico y de mantener una libertad interior invulnerable, mientras desarrolla una intensa actividad exterior, no entendida como expansión del ego y acumulación de bienes, sino como un estado de comunión con todo, tan cercano a la vida como a la muerte, al ser como al no ser, al existir como a la nada” Alguna confianza entonces, que en sus libros se desvanece fácilmente para dejar paso otra vez al desaso- siego. Lo imposible. Vuelta al convencimiento mayor: “Esa visión apocalíptica no es gratuita, no se debe a neurastenia, porque yo he sido optimista y amo la vida. Pero después de la bomba atómica y ante la posibilidad de una guerra nuclear, ante el desastre ecológico y lo que significa la erosión provocada por la sobrepoblación, ante la contaminación creciente, ante el totalitarismo de la tecnología quiero alertar a mis semejantes, porque todos deberíamos estar unidos en objetivos concretos para evitar una catástrofe atómica y una catástrofe ecológica”.

Humanismo centrado en el “problema del hombre”, arribará a sus conclusiones espiritualistas por la certeza de que la razón y las filosofías son insuficientes para explicar su presencia en el mun- do. Este humanismo, al contrario del renacentista y del ilustrado, querrá cancelar el “orgullo antropocéntrico”, el “antropocentrismo ignaro”-felices expresiones de Liscano-, es decir aquello de que el hombre es la medida de todas las cosas. Muerte a las máscaras de la inautenticidad. Humanismo crítico que combate la alienación del hombre a los sistemas: “Estoy obsedido por ese infierno que es nuestro mundo. El infierno como alienación del ser humano.

139 Como imposibilidad de escapar a tremendos conflictos”. Infierno que es el mundo artificial e irreversible de la técnica. Este huma- nismo crispado hablará de encontrar un mundo más justo, más ético, más espiritual. Una renovación del ser y del mundo. De lo que se trata es de salvar al hombre, de devolver a la literatura su fuerza primigenia. De ahí ciertamente la denuncia de las fuerzas que lo impiden. Hacer entonces el esfuerzo supremo y provocar el choque estilístico: “Nombrar, valga decir, gritar, matar el miedo mediante el grito”.

El humanismo crítico lo convirtió asimismo en un empecinado crítico del país y de su historia. Con el tiempo las prosas de Juan Liscano se fueron haciendo cada vez más pesimistas y apocalípticas, movidas por el mensaje de salvar al hombre de la catástrofe mien- tras haya tiempo. La catástrofe del cosmos es en su pensamiento una energía tan fuerte como la de la historia, que a los efectos prác- ticos se convierte en un horror por la historia nacional, sometida, como la otra, a la misma irracionalidad. Acaso deseaba regresar otra vez a la facilidad estilística que le permitió escribir El horror por la historia. Los vicios del sistema, un libro de 1992, hace que su prosa literaria se desdiga de sus aciertos anteriores para perder toda moderación y elegancia. La argumentación abandona la ra- cionalidad del discurso. Contenido y forma se dan dolorosamente la mano en este y otro libro confuso. Ya no es solo la complacencia expresionista del lenguaje. Ahora es la delectatio morosa en el horror. Es cierto que ese año fue terrible en la historia contempo- ránea de Venezuela, un año de disolución, un pequeño apoclipsis. Los vicios del sistema no es un libro, es un panfleto político, un artefacto de pugnacidad política en el que se deja ver un elevado sentimiento de angustia, de rabia y de miedo. Temor a la masa, a las rebeliones que acaso están presentes en el inconsciente colectivo

140 Juan Liscano: aproximaciones a su obra del país. Su libro intenta ser un repaso de los acontecimientos na- cionales: “Nuestra historia es frustrante y estéril desde el l9 de abril”. Curiosamente, si a los veinte años se apartó de la sociedad para escribir sobre la crisis individual del venezolano, a los ochenta en plena militancia política y en la crispada fecha de 1992 escribe: “La crisis individual del venezolano es la crisis del Estado, del gobierno, del partido, de la conducta”. Todo. No demorará en abundar sobre “la falta de discerniendo del venezolano”. Es común que en el país, que cada vez que se analizan las circunstancias presentes el análisis se proyecte automáticamente hacia la Independencia, de la que se suelen extraer frecuentemente lecciones optimistas. Cantera para lo mejor. No en el caso de Liscano. Usa las socorridas y patéticas tesis positivistas de que la Independencia fue una guerra civil y esta guerra cruenta y fratricida algo horrible que acelera su imaginación poética catastrofista. Ya en El horror por la historia se exacerbaba su estilo: “Desgraciadamente al quebrantar los diques seculares de la organización colonial, libertaron terribles energías sociales hasta entonces reprimidas, que se manifestaron en el ascenso de una violencia guerrera insospechada. La plebe se puso en armas y de ella brotaron como emanaciones telúricas, los cadillos de la guerra. Para los siervos y esclavos que nada entendían de la cons- titución y concepciones jurídicas, el enemigo natural resultaba ser, precisamente, el propietario de tierras, el acaudalado comerciante de bienes de consumo básico, es decir, el cabildeante convertido por obra de la proclamación de la independencia, en congresante de una nueva nación”.

Sorprende que la obra de Juan Liscano, cambiante y zigzaguean- te como la del zorro según la metáfora se Isaiah Berlin, inmensa, diversa y de muy diverso valor entre libro y libro al final resulta coherente consigo misma, obra del erizo que unifica el desorden

141 y la desazón de quien investiga la hybris venezolana sin poder él despegarse conceptual y metodológicamente de la hybris que describe. El accidentado estilo de su prosa ensayística es su propia psique deseosa del orden, buscadora de un principio organizador. Para estudiar las artes plásticas y etnografía venezolanas Liscano habló en sus tiempos juveniles y en los comienzos de su medita- ción “nacionalista” de conseguir un “conocimiento por comunión.” No le bastaba la razón, entendía que la intuición, las emociones, el instinto, el arte podían abrir el camino y acertar con el principio unificador. En sus reflexiones sobre lo contemporáneo y sobre Venezuela aplicó el mismo artístico procedimiento que llena de ambigüedad, equívoco e imaginación sus escritos.

142 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

LA POLÍTICA

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Juan Liscano: aproximaciones a su obra

JUAN LISCANO: NACIONALISMO Y POLÍTICA EN LA VENEZUELA DEL SIGLO XX

Fernando Luis Egaña Universidad Metropolitana

Cuando Rafael Arráiz me convidó a participar en este proyecto en homenaje a Juan Liscano, destacando su dimensión propiamente política, tanto de pensamiento como de ejecutorias, no estuve muy seguro de aceptar, porque se trata de un personaje sumamente complejo, difícil de asir o de perfilar en su obra literaria, en su trayectoria vital y también en su carácter de hombre público. Son muy diferentes las etapas que van marcando una vida difícil, a veces contradictoria, policromática para decirlo con cierta neutralidad.

Apenas le conocí personalmente y no había estado familiariza- do con su quehacer político. Más aún, Liscano llegó a asumir una posición de extrema dureza, diría que de especial amargura, en contra del gobierno democrático en el cual serví como funcionario, el segundo de , y desde luego que algunos recuerdos no eran nada gratos. Pero con el conocimiento del personaje, y del personaje político, se despejan algunos prejuicios y se alcanza a

145 valorar un quehacer que no dudaría de calificar de valiente, a veces intemperante, otras pesimista, y en todo caso de interés para mejor conocer ideas y causas fundamentales de la Venezuela del siglo XX.

El poeta Juan Liscano Velutini tiene una dimensión política, no hay duda, y de peso específico en relación con su vocación literaria de tan amplios campos y perspectivas. Y esa faceta política tiene un hilo conductor a lo largo del tiempo y sus capítulos. Un hilo de distintas texturas y de distintos coloridos, ciertamente, pero que va enlazando temas y posiciones que permite identificar constancias en la visión y acción política de Liscano. Lo principal de ese hilo, de ese enlace, de esas constancias, en mi parecer, es el sentido de la reivindicación y defensa de lo nacional. De lo nacional-venezolano. De la política como una tarea nacionalista, como un instrumento para actualizar el potencial de la nación, como un medio para darle dignidad a la nación venezolana.

Juan Liscano pertenece a esas generaciones de compatriotas a quienes le importaba mucho la realidad y el destino de la nación, sobre todo en la accidentada historia del siglo anterior, la que trajo a Venezuela, como lo ha argumentado con elocuencia Manuel Caballero, la política de masas, la democracia, la república civil, y el acostumbramiento a la libertad. No fue Liscano un político en el sentido convencional del activismo y la lucha por el poder. Todo lo contrario. En esos terrenos prevaleció en él un cierto escepticismo que podía tornarse en acritud o en franca desilusión. Pero no dejo de ser “político” en cuanto a su interés intelectual y operativo por las ideas políticas, por la polémica política, y por el impulso de las aspiraciones democráticas del país.

Nuestro protagonista nació en 1915 y murió en el 2001. Su vida

146 Juan Liscano: aproximaciones a su obra abarca el conjunto del siglo XX venezolano. Desde que el general Juan Vicente Gómez le “pusiera la pierna al caballo” y se quedara mandando como el dictador benemérito, a partir del 1914, y hasta que el comandante Hugo Chávez empezara su tercer año de gobier- no, ya esencialmente configurado su despotismo habilidoso. Son 89 largos años para la historia política de Venezuela. Una época de transformaciones asombrosas y alentadoras en el dominio económico y social, sustentadas pero no limitadas al desarrollo del petróleo, y una época que permitió la concreción de una vieja aspiración nacional, la de contar con una democracia funcional, con el fundamento de un estado de derecho, con elecciones y gobiernos alternativos.

También una época de agudos contrastes, entre regímenes militares y civiles, entre tiranos y magistrados, entre el gendarme necesario y la cultura democrática. Una época donde se puso de manifiesto el conflicto de las dos principales tradiciones políticas de Venezuela, la predominante en la historia independiente o la militarista, y la otra tradición, la civilista, la historiada por Augus- to Mijares, la novelada por Rómulo Gallegos, la defendida por el liderazgo civil de la república, la auspiciada por venezolanos como Juan Liscano que, desde las más disímiles vocaciones y profesiones, se identificaron y formaron parte de la tradición civil. Pero sería injusto soslayar la angustia de Liscano ante la crisis de la democra- cia a finales del siglo XX, lo que también podría plantearse como una crisis de la tradición civilista. Con razones y sinrazones, la crítica de Liscano, a veces visceral, seguramente se originaba en ese sentido de aprecio y dignificación de lo nacional-venezolano, en ese hilo conductor de su entendimiento de la política.

147 Un nacionalismo genealógico

Juan Liscano Velutini venía de familias de fuerte arraigo y reconocidas ejecutorias en el dominio de la vida pública y de la actividad política. Por el lado paterno era nieto del General Carlos Liscano, Presidente del Estado Lara de 1907 a 1909, y líder del movimiento nacionalista de la región. Los Liscano son una anti- gua familia venezolana, de raigambre larense, cuya presencia se remonta al siglo XVII. En ella destacan maestros notables, obispos, militares, juristas y lúcidos escritores. Un hijo del general Liscano, el doctor Juan Liscano, padre del poeta, fue, en palabras de Rafael Caldera: “un intelectual brillante y promisor”, (1) formado por su pariente, el Obispo de Barquisimeto, Monseñor Aguedo Felipe Alvarado Liscano. Murió todavía joven y en 1915 público el libro Las Doctrinas Guerreras y el Derecho, testimonio de su preparación jurídica. Otro Liscano, Tomás Liscano Giménez, sería un impor- tante abogado, académico y servidor público.

Su abuelo materno, el general José Antonio Velutini-Ron, de los llanos del Unare y Barcelona, nació en 1844 y murió en 1912, y tuvo una vida pública muy intensa, que comienza bajo la tutela de los Monagas, continúa en los tiempos de Guzmán Blanco y Crespo, y se prolonga hasta las épocas de Castro y Gómez, descollando, sin duda alguna, por su habilidad política que le llevó a ser Minis- tro, Secretario de la Presidencia, Senador, Embajador o Ministro Plenipotenciario, Presidente de Estado o Gobernador, General en Jefe de los ejércitos, y Vicepresidente de la República. También fue fundador y accionista muy principal del Banco Caracas, y en su numerosa descendencia han figurado nombres importantes de la vida venezolana, es especial en el dominio de lo económico y financiero.

148 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Vale decir, que tanto por los Liscano como por los Velutini, Juan Liscano Velutini tenía estirpe venezolana de mucho reco- nocimiento. Y ello significa una vinculación especial con el país, con la nación histórica, de la cual procedían sus familias. No tuvo Liscano que aprender la historia de su patria en la escuela formal, sino en la dinámica del hogar. De allí que la estrecha identificación con lo propio venezolano, su conciencia histórica en las vertientes de procedencia, pertenencia y proyección, fuera algo natural y es- pontáneo. Puede y debe afirmarse, entonces, que el nacionalismo de Juan Liscano era menos doctrinario que familiar.

Era un nacionalismo genético o genealógico, como se prefie- ra. Ese tipo de nacionalismo se entendía sin problemas hasta las décadas finales del siglo XX, donde comienza a desdibujarse e incluso a difuminarse el apego por lo nacional en sectores sociales considerados pudientes, dominantes o burgueses, para utilizar un término de moda. Ese antiguo orgullo e identificación nacional, que no es consecuencia de una opción política o ideológica, sino de la mera condición venezolana y de la trayectoria de los mayores, fue un signo distintivo de Juan Liscano, como también de muchos de sus contemporáneos.

Folklore y nacionalismo cultural

El entusiasmo político del joven Liscano, en sus estudios de derecho de la UCV, y en su participación en la Federación de Estu- diantes de Venezuela, un auténtico turbomotor de la nueva política que empezó a despuntar con fuerza a la muerte del general Gómez, no cuajó en una vocación de compromiso con la política activa o con el activismo partidista, tal y como fue relativamente común entre muchos de sus compañeros de generación. Esa participación

149 incluyó la redacción del periódico de la FEV, Acción Estudiantil, y un carcelazo en junio de 1936, todavía en la etapa inicial de la transición liderada por el general Eleazar López Contreras.

Su vida tomó otros derroteros, el principal de la literatura y también el de la búsqueda de las raíces de la identidad nacional, en las manifestaciones culturales de las regiones y sus expresio- nes artísticas. Le confesó Juan Liscano a Arlette Machado, en sus “conversaciones apocalípticas”, que había tenido “tres actuaciones públicas notorias” (2). La primera fue la fundación del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales, “recuerdo esa gestión con satisfacción y alegría”, señaló; y las otras dos fueron la de presi- dente de las comisiones del Consejo Nacional de la Cultura –“que me dejó profundamente insatisfecho”, y la Dirección General de Monte Ávila Editores, “de la que tengo los mejores recuerdos”. La primera durante el Trienio que presidieron Rómulo Betancourt y Rómulo Gallegos, la segunda en el primer quinquenio de Carlos Andrés Pérez y la tercera en el gobierno de Luis Herrera Campíns.

Sus “actuaciones públicas” de mayor notoriedad, en su propio testimonio, pertenecen al dominio de la promoción cultural y agre- garía, al del nacionalismo cultural, entendido éste como afirmación de la creación venezolana y en particular de sus tradiciones. Desde su adolescencia, Juan Liscano se hizo admirador de Rómulo Galle- gos, “galleguiano” en su acepción histórico-cultural, y es lógico, por tanto, que el curso de su vida pública, de sus “actuaciones públicas”, el tema del nacionalismo cultural haya tenido tanta importancia. Estimo que otras iniciativas y desempeños también se conectan con el mismo tema. Su respaldo al “proyecto Ratelve” para crear un sistema radio-televisivo de servicio público, o su concepción y gestión de medios para dar oportunidades a nuevos creadores en

150 Juan Liscano: aproximaciones a su obra la literatura venezolana, como el Papel Literario de El Nacional y la revista Zona Franca, dan debida cuenta al respecto.

Quizá su realización más impactante y más recordada haya sido el gran festival del folklore venezolano, o “La fiesta de la tradición, cantos y danzas de Venezuela”, llevada a cabo en febrero de 1948, con ocasión, precisamente, de la toma de posesión presidencial de Rómulo Gallegos. Un espectáculo sin precedentes en el país, que dio a conocer un amplio espectro de las representaciones folkló- ricas de Venezuela, hasta entonces poco conocidas o más bien desvalorizadas. Un magno evento que tuvo como consecuencia, en palabras de Liscano, que a partir de ese momento el folklore se convirtiera en una forma de afirmación de la identidad nacional (3).

Cuestión muy distinta, por cierto, a su utilización o explotación como instrumento de propaganda política o de conformación de un pretendido “ideal nacional” o de una “gesta revolucionaria”, tal y como ocurrió en los años de mayor organicidad dictatorial de la década militar venezolana, finalizada en 1958, o como ha venido sucediendo en este siglo XXI de ostentosa manipulación y falsea- miento de la historia venezolana, de sus valores y de sus tradiciones.

Nacionalismo libertario

La lucha por la libertad política, individual y colectiva, también está entrelazada con su destino: “mi destino venezolano, inserto en un sentir universalista”, como Liscano escribiera al final del Exordio de “Pensar a Venezuela (4). Una libertad no separada sino unida con una aspiración de justicia. Tanto de justicia social como de justicia para los derechos e intereses de la nación como entidad es- pecífica. No obstante, no parece que Liscano profesara o se alineara

151 con una ideología política precisa, así como tampoco se adscribía claramente a una corriente literaria o a una cosmovisión religiosa.

Cierto que no era un liberal en el concepto clásico de libera- lismo económico y político, ni en el concepto más reciente de lo que en América Latina ha sido conocido como neoliberalismo, o neo-capitalismo. En lo absoluto. No era partidario del socialis- mo-colectivista, aunque llegara a matizar y ponderar las vertientes autónomas de la sujeción soviética. Pero comunista no fue nunca. Las coordenadas ideológicas de su pensamiento, por así decirlo, se situaban más en esa visión social del Estado democrático, que en Venezuela se plasmó en un amplio espacio político, donde podían caber la social-democracia, el social-cristianismo, y el socialismo nacionalista y no colectivista. No se trata de una ideología de contornos rigurosamente delimitados, pero sí de una visión de conjunto en la cual la libertad política, más que la económica, la acción razonable del Estado y la responsabilidad social de la democracia, se constituían en sus fundamentos más profundos.

No pecaría de originalidad, Juan Liscano, porque ese amplio espacio fue la plataforma de la democratización venezolana, desde 1936. Lo cual, a su vez, ayuda a comprender su firmeza contra las dictaduras militares y su firmeza en defensa de la democracia venezolana, ante la amenaza y los embates de la subversión gue- rrillera y el viejo militarismo de derechas. En realidad no son dos firmezas diferentes, sino una misma desplegada en momentos históricos distintos. Una misma firmeza sustentada en su nacio- nalismo libertario.

Rafael Arráiz Lucca en su biografía de Liscano para la Bibliote- ca Biográfica Venezolana, se refiere a su incorporación a la lucha

152 Juan Liscano: aproximaciones a su obra clandestina contra la dictadura (5). No podía ser de otra manera, para un galleguiano ante el derrocamiento castrense del primer presidente electo democráticamente en Venezuela, Rómulo Galle- gos, acontecido en noviembre de 1948. En su texto “Democracia”, recogido en Pensar a Venezuela, el autor se refiere a los hechos con palabras sobrias, escuetas, al escribir: “A los tres años del gobierno de Acción Democrática, primero Junta Revolucionaria y después Presidencia Constitucional de Gallegos, otro golpe mi- litar incruento dio acceso al mando a la oficialidad que derrocó a Medina. Acción Democrática derivó hacia la resistencia clandes- tina y la conspiración castrense, las cuales fueron reprimidas sin contemplación” (6).

También Juan Liscano derivó hacia la resistencia, primero como contacto o enlace entre dirigentes políticos tanto de AD como del Partido Comunista, y luego como socio del editor José Agustín Catalá –cuyo centenario también se está conmemorando en el 2015--, en la legendaria empresa Ávila Gráfica, responsable del célebre Libro Negro de la Dictadura, intitulado: Venezuela bajo el signo del terror. Como era de esperarse, la situación de Liscano tuvo que hacerse insostenible, y finalmente fue forzado al exilio, en 1953, por el propio Pedro Estrada, jefe de la policía política de la ya dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Además, como recuerda Arráiz Lucca, un viejo incordio devenido en enemistad entre Liscano y Laureano Vallenilla, poderoso ministro de Relaciones Interiores de la dictadura, lo llegó a colocar entre la espada y la pared.

Su exilio europeo también fue activo en tareas de relaciones políticas, y en Francia hospedó y viajó con su maestro Rómulo Gallegos y su familia. Desplomada la dictadura en enero de 1958, Liscano regresa al país, pero no regresa a la política. Al menos no en

153 lo inmediato. Su ocupación será la dirección del Papel Literario de El Nacional, y su prolija actividad literaria. Pero desde la tribuna de la opinión pública y publicada, Liscano dará, pocos años después, una batalla política de indiscutible firmeza, la batalla opinática en defensa de la naciente democracia venezolana.

Nacionalismo democrático

Enfrentar a la dictadura militar era lo “políticamente correcto” para un intelectual de prestigio en Venezuela. Sumar esfuerzos a favor de un régimen democrático-representativo, en 1958 y 1959, también. Pero luego del encandilamiento generado por Fidel Castro y la Revolución Cubana, de especial relumbre hacia Venezuela, para gran parte de la “intelligentsia” criolla, lo “políticamente correcto” era apostar por la “revolución venezolana”, sea directa o pasivamen- te, y en todo caso oponerse al gobierno “contra-revolucionario” de Rómulo Betancourt y sus aliados políticos.

Exactamente lo que no hizo Juan Liscano, a un costo personal de considerable valor, porque su determinación democrática le trajo muchos enemigos y muchos cuestionamientos a su propia obra poética y ensayística. Al respecto, Liscano dijo lo siguiente en el citado libro de entrevistas con Arlette Machado: “En el 61, cuando la juventud de Acción Democrática pasa a la guerrilla y se alza, con el apoyo de Fidel Castro, y luego arrastra a la Juventud Comunista, en ese momento se planteaba una situación de gue- rra. Sólo se podían tomar tres posiciones: una la de irse con las guerrillas, otra la de apoyar al gobierno y la tercera, la de callarse y lavarse las manos, como hicieron muchísimos intelectuales de mi generación. Es decir: ser oportunistas”... (7)

154 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Y Liscano tuvo razón en lanzarse a la polémica tarea de defender al gobierno de coalición de Rómulo Betancourt, surgido de la so- beranía popular y guiado por los principios del Pacto de Puntofijo de 1958. La insurgencia violenta de entonces, tanto de la izquierda “fidelizada” como de derecha militarista, pretendía acabar con un proceso de construcción de instituciones democráticas que apenas llevaba pocos años, en medio de dificultades de toda índole. Y en el fondo era absurdo que el país optara por la denominada “vía revolucionaria”, cuando apenas comenzaba el camino de la tan ansiada democracia, camino que había unido a todos los partidos políticos del país, hasta nomás anteayer.

En opinión de Antonio García Ponce, protagonista de la lucha armada, en su recomendada obra: Sangre, locura y fantasía: La guerrilla de los 60, un personaje que se había dado cuenta de ello, quizá por un conocimiento más vivencial de Venezuela, fue el Ché Guevara quien, a diferencia de Fidel Castro, no se hacía muchas ilusiones con la viabilidad histórica de la guerrilla venezolana (8). En las elecciones presidenciales de 1963, que fueron desconocidas y boicoteadas por la guerrilla, la participación electoral del pueblo venezolano llegó al 92% del electorado. Estas cifras reflejan dónde estaba la legitimidad política de Venezuela. Liscano, repito, tuvo razón.

Razones que no sólo provenían de su “naturaleza no neutral”, o su disposición a tomar partido por sus convicciones, acertadas o no tanto, sino en este caso por una seria reflexión sobre la historia venezolana, la posibilidad de establecer un sistema democrático –en no poca medida a contracorriente de esa historia, y la necesi- dad de evitar un naufragio político y moral para densos sectores de la juventud politizada, embarcados en la aventura inspirada e

155 instigada por el castrismo cubano. En 1980, para el Suplemento Cultural del diario Ultimas Noticias, Liscano escribe que “cuando Leoni culmina su período, a la mayoría de los guerrilleros no les queda sino la esperanza de que el nuevo Presidente, Rafael Caldera, les brinde una salida airosa. Esa fue la “política de pacificación”. Caldera captó la situación y la aprovechó. Quedaron algunos empecinados. Poco a poco cedieron también. La tolerancia de la democracia venezolana se puso en evidencia al abrir esa puerta hacia la legalidad”... (9)

Nacionalismo crítico

Con el transcurrir del proceso democrático y la sucesión gubernativa, y especialmente a partir el quinquenio 1974-1979, presidido por Carlos Andrés Pérez –caracterizado por muchos como el manejo de la abundancia con escasez de criterio--, la crítica hacia el desempeño administrativo y hacia los pasivos de la democracia, empezó a eclipsar los logros del sistema y a crear una fuerte corriente de opinión negativa en relación con los partidos políticos, el liderazgo de los partidos, y el esquema de gobernanza partidista que venía desarrollándose, con variados matices, desde 1958. Juan Liscano no sólo no se quedó al margen de esa corriente, sino que llegó a estar en su vanguardia.

En 1990, Liscano conferenciaba en estos términos: “Los tres primeros gobiernos democráticos (Betancourt, Leoni y Caldera), si bien crearon la estructura verticalista y partidista imperante, se cuidaron de escándalos de corrupción administrativa, pero desde el advenimiento de la generación de relevo, en 1974, con Carlos Andrés Pérez no hubo más pudor en el reparto del ingreso nacional para jerarcas del partido y para los fondos de funcionamiento, cada

156 Juan Liscano: aproximaciones a su obra vez más dispendiosos, del aparato político, de las elecciones, de la publicidad y propaganda, de las cúpulas gremiales y sindicales, de los costos de mantener la clientela, mientras se desmorona- ba la prestación de servicios” (10). Todavía entonces hacía una distinción entre los tres primeros quinquenios de la democracia y los siguientes, cuya etapa de inflexión fue la llamada “Gran Ve- nezuela” o “Venezuela Saudita” de mediados de los años setenta, cuando se clavaron los elementos principales de una larga crisis económico-social, con graves implicaciones políticas, que no sólo ha perdurado hasta el presente sino que el presente ha potenciado hasta convertirla en una mega-crisis que compromete la viabilidad de Venezuela como nación independiente.

El desencanto de Liscano con el desenvolvimiento de la demo- cracia venezolana, sobre todo apreciando sus graves problemas como de índole básicamente moral, lo llevó a expresar, en 1994, estos pareceres: “A lo largo de los años transcurridos entre la elección de Rómulo Betancourt a la Presidencia, en 1958, y la de Rafael Caldera, en 1993, el populismo demagógico, la búsqueda de ventajas para el partido y la constitución de una clientela po- lítica ubicable en el aparato administrativo estatal, amén de los vicios inherentes al peculado, al dolo, al negociado, a la comisión, a la mordida, frustraron hondamente la experiencia democrática iniciada el 18 de octubre de 1945, suscitadora de un trienio de sectarismo socializante volteado luego por las FF.AA. y transfor- mado en dictadura militar” (11). Un texto de extrema negatividad y agregaría de mayúscula injusticia, no porque lo que exprese sea falso o injusto, sino porque reduce la larga y compleja trayectoria de la democracia venezolana, a unos términos que ignoran sus numerosos activos.

157 Por cierto que el citado texto se inicia con la consideración posi- tiva del triunfo comicial de Rafael Caldera en 1993, aunque escasos años después Liscano se erigiría en un enconado crítico del último período gubernamental de la República Civil. No puedo dejar de transcribir otras líneas del texto que ayudan a calibrar la hondura de su desencanto: “Los años de los gobiernos de López Contreras y de Medina, a la luz de esta perspectiva y de la crisis financiera, política y social actual, resultan paradigmas de administración de paz, de progreso evolutivo y de innovaciones culturales y educativas logradas” (12). La “Década inconclusa”, como la denominó Don Tulio Chiossone, fue, en balance, una época progresista para el país, pero la evocación de Liscano tiene una nítida resonancia a la posición tradicional de Arturo Uslar Pietri. No en balde, Liscano publicó un libro en 1992: Los vicios del sistema, prologado por Uslar Pietri, que proyecta una crítica frontal a la realidad venezolana de entonces. También se hizo parte del grupo “Frente Patriótico”, amalgamado con el espacio operativo de “Los Notables”, integrado por políticos e intelectuales que confrontaban a los desmanes del poder establecido, y de manera muy enfática al segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, tanto con denuncias merecidas como con argumentos erróneos. La estrategia de “modernización” impulsada por los técnicos oficiales, con una lógica y una retórica a veces supremacista con la opinión adversa, y todo ello en medio de una creciente percepción de corrupción, suscitó una importante resistencia socio-política que, en el viejo nacionalista Juan Liscano, encontró a un vocero articulado y comprometido.

Como lo escribiera en 1992, Luis Castro Leiva: “La técnica económica sustituye a la Política y compelida por el monetarismo del F.M.I. convierte la eficiencia y buena fe de los mejores técnicos al servicio de la desestabilización democrática” (13). Luego de las

158 Juan Liscano: aproximaciones a su obra intentonas golpistas de aquel año, se acuerpa la propuesta de una Asamblea Constituyente como fórmula política para darle una salida a la crisis institucional. Liscano hizo suya la iniciativa que, debe recordarse, está contenida en el Proyecto de Reforma General de la Constitución de 1961, elaborado durante tres años por una Comisión Bicameral del Congreso para la Revisión de la Consti- tución, presentado formalmente en 1992, y luego paralizado en los entresijos parlamentarios de aquellos años de mengua y confusión.

Nacionalismo conclusivo

En el último tramo político de su vida, Juan Liscano no bajó la guardia. Con razón o sin ella se mantuvo activo y vehemente. Ya en el segundo quinquenio de Rafael Caldera, cuya candidatura había apoyado en 1993, renovó su apoyo al plan Constituyente, pero con sus propias precisiones: “Obviamente, una Asamblea Constituyente si bien puede elaborar leyes correctivas, no tiene una acción ejecu- tiva. Para que una Constituyente tenga plena eficacidad se requiere que el Ejecutivo se apoye en ella para reformas sustanciales, tal como lo hizo De Gaulle” (14). Las “reformas sustanciales” que consideraba Liscano iban en la dirección de salvar la democracia, no de irla sustituyendo por un despotismo habilidoso.

En 1996 se adscribe a la Fundación Pro-Defensa del Patrimonio Nacional, Fundapatria, liderada por el empresario financiero Luis Vallenilla, presidente de Cavendes, y en la que participaron un grupo importante de figuras políticas y académicas del país. Una de sus consignas más esgrimidas fue la oposición a la política de Apertura Petrolera, promovida por el Estado venezolano, en sus poderes legislativos y gubernativos, y desde luego desarrollada en la administración del presidente Caldera. Fundapatria fue

159 endureciendo su posición al respecto, tanto con declaraciones y remitidos como con la presentación de recursos legales ante el po- der judicial. En sus columnas periodísticas, Juan Liscano también arreciaba su crítica a la gestión del gobierno, no sólo en el ámbito de la estrategia petrolera o económica, sino en otros órdenes, sin excluir el cuestionamiento ético. En 1998, cuando las perspectivas políticas de Hugo Chávez empezaron a mejorar, después de un largo desierto que empezó en 1994, muchos de sus asociados en Fundapatria apoyaron su plataforma electoral. Pero Liscano no se dejó arrastrar por esa co- rriente específica. No respaldó su opción electoral, pero de diversas maneras le había dado sustento a través de una retórica, según la cual sus némesis, el capitalismo salvaje, la obliteración de la hon- radez administrativa, y la imposición de lineamientos foráneos en las decisiones del Estado, se habían encarnado en el gobierno de turno. A Liscano no lo movía la mala fe, ni mucho menos el interés de congraciarse con nadie. Es posible que su madurado desencanto con la vida política venezolana lo haya conducido a una visión enteramente sombría y negativa de la realidad de la democracia en funciones; sin duda que insatisfecha, protestataria y plagada de problemas, pero democrática. Ya el nacionalismo de Liscano no era el vigoroso y esperanzado de épocas vencidas por el tiempo, sino uno estriado por tantas decepciones. Pero en tan dramático panorama, es necesario destacar que no se hizo partícipe de lo que gran parte de los sectores políticos, económicos y socio-culturales, apreciaron como la salvación de la patria: Chávez y su proyecto de poder. En la recta final de su existencia, Liscano ya libraba su combate final. Uno de dimensiones “apocalípticas”, para usar una palabra recurrente, e inclusive proféticas. El combate contra el capitalismo hiper-tecnológico que amenazaba con llevarse por delante su idea humanista de la sociedad y de la nación.

160 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

En esa causa, Liscano se fundamentaba, entre otros, en el Papa Juan Pablo II, que en las encíclicas sociales de su pontifica- do, denunciaba los peligros de la degeneración capitalista en el “capitalismo salvaje”. En 1995, Liscano publica un libro singular: Nuevas tecnologías y capitalismo salvaje, en el que reflexiona sobre “el ideal supremo cibernético: carne y tejidos sin alma ni espíritu”, (15) y con sorprendente actualización de las innovaciones de la comunicación de masas, particularmente de Internet, advierte sobre los peligros de la deshumanización de la cultura por obra del avasallamiento del capitalismo frenético y tecnológicamente invasivo. Su batalla conclusiva estaba motivada por el futuro de las nuevas generaciones, del cual estaba hondamente angustiado.

Liscano y los líderes políticos

Juan Liscano conoció y trató a los más importantes líderes políticos venezolanos de su tiempo. Me refiero, desde luego, a los democráticos. Pero hay tres figuras que deben destacarse en estas líneas: Rómulo Gallegos, Rómulo Betancourt y Rafael Caldera. No se trata de soslayar las relaciones positivas o negativas con otros nombres influyentes de la vida pública de Venezuela, pero los tres mencionados tuvieron una importancia muy especial para Liscano, y desde luego que para la historia democrática del país.

Rómulo Gallegos fue para Liscano un maestro de vida y li- teratura. No era una relación marcada por la política, aunque la política también la marcara porque Gallegos fue el primer presi- dente venezolano surgido de la libre voluntad popular, y Liscano lo acompañó en su breve presidencia, y como era de esperarse, se opuso a su derrocamiento. A Arlette Machado le señaló que había

161 colocado a Gallegos “en el sitial de ese padre ausente que planeaba sobre mi existencia… una suerte de padre espiritual, padre exis- tencial”…(16) Además Liscano fue uno de los más importantes conocedores y críticos literarios de la obra del maestro Gallegos. Entre otros de sus estudios y trabajos sobre el tema galleguiano, debe relevarse a Rómulo Gallegos y su tiempo, publicado por Monte Ávila Editores en 1969.

Si para Liscano, Gallegos era un paradigma moral de la vida pública, entonces no es difícil comprender el nivel de exigencia para evaluar la actuación de todos los demás líderes o figuras de importancia. Se comprende, también, el desprecio que sintiera hacia los jefes militares que encabezaron el régimen castrense que imperó después, sobre todo en su etapa de dictadura férrea, a partir de noviembre de 1952.

Está claro que para Liscano, Rómulo Betancourt era el líder político de mayor relevancia y ascendencia en la Venezuela demo- crática. Y más allá, porque en su texto Rómulo Betancourt ante sus obras y la historia, manifiesta lo que sigue: “Es el único hombre de estado latinoamericano del Siglo XX –como lo expresó Jean Francois Revel—que logró comprometer a su país, de manera duradera, con el modo de vivir democrático”. Y continúa Liscano en la apreciación de Betancourt: “Creó un lenguaje y un estilo políticos, creó una confianza en él, creó los hechos de la historia que vivimos” (17).

La identificación con Betancourt tenía un asidero ideológico, en la preferencia por una visión social de la democracia, pero también en la afirmación institucional del presidente Betancourt en el primer quinquenio del proceso democrático iniciado en

162 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

1958. Rómulo Betancourt era un caudillo político, sí, pero un caudillo civil, de fundamento partidista, de carácter democrático y de orientación social. Una diferencia sustantiva con la tradición militarista del caudillismo criollo, incluso en sus facetas más bené- volas. Para un conocedor de la historia venezolana como Liscano, esas características del liderazgo de Betancourt, lo convertían en un estadista de significación nacional, cuya experiencia y manejo decidido del poder fueron factores decisivos para el establecimiento de la democracia venezolana.

La relación con Rafael Caldera debe destacarse en la dimensión política de Liscano. No sólo eran contemporáneos, sino que un vínculo de parentesco político les acercaba. Liscano apoyó públi- camente la candidatura presidencial de Caldera en 1983 y en 1993. En un nutrido evento con motivo de los 65 años del expresidente, en el Poliedro de Caracas, el poeta Liscano fue uno de los oradores principales. Quizá sea adecuada la aseveración, de que Caldera era quien mejor podía representar el sustento de la democracia vene- zolana, en el criterio de Liscano, luego de culminada la parábola vital de Betancourt. Pero la relación con Caldera tuvo sus episodios de discordia y hasta de enfrentamiento.

También fue Liscano amigo de Arturo Uslar Pietri y apreciativo de políticos como Jóvito Villalba, Raúl Leoni y Gustavo Machado, aunque no compartiera posiciones e inclusive aunque las comba- tiera. Una expectativa favorable hacia Carlos Andrés Pérez se fue decantando en una crítica consistente y endurecida con los años. Con Luis Herrera Campíns estuvo en su gobierno, desde la direc- ción de Monteávila. La vinculación con Ramón J. Velásquez, fue menos política que intelectual. Y por Chávez, bien se sabe, no se dejó relumbrar. Su discurso de palabras largas y sonoro patriotismo,

163 no convencieron al poeta Liscano. Su esfuerzo por sublimar los intentos de golpe militar en 1992, menos.

Juan Liscano fue un venezolano seriamente comprometido con su patria. No con el poder ni con la política que lleva al poder. Con la idea de patria venezolana. Una idea nacionalista de Venezuela. De un nacionalismo natural, sin complejos, con vocación universal, y con la aspiración de contar con un país bien constituido, con una vida pública decente, y con una convivencia fructífera entre sus habitantes. Ese nacionalismo de Liscano no ha perdido vigencia. Más bien la ha ganado.

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Bibliografía y notas

(1) Ver en Tomás Liscano, Vida y Obra, 1885-1985, Libro Home- naje del Congreso de la República, Caracas, 1985, las palabras del entonces Senador Rafael Caldera: “Un larense raigal”, sobre Tomás Liscano y su tradición familiar. Al respecto, Juan Liscano escribió un artículo titulado “Quíbor y Tomás Liscano”, publicado en el diario El Nacional, en septiembre de 1985. (2) Machado, Arlette. El Apocalipsis según Juan Liscano, Conversa- ciones. Publicaciones Seleven, Caracas, 1987, pp. 67 y 68. (Sin duda uno de los mejores libros de entrevistas de profundidad realizados en Venezuela) (3) Machado, p. 49. (4) Liscano, Juan. Pensar a Venezuela (Testimonios de cultura y política 1953 a 1995). Academia Nacional de la Historia, El libro menor, Caracas, 1995. (5) Arráiz Lucca, Rafael. Juan Liscano. Biblioteca Biográfica Vene- zolana, Caracas, 2008. (6) Ver el texto Democracia, sobre la Violencia política ayer y en los años 60, en Pensar en Venezuela, pp. 166 y 167. (7) Machado, pp. 65 y 67. (8) García Ponce, Antonio. Sangre, locura y fantasía: la guerrilla de los 60. Editorial Libros Marcados, Caracas, fecha. (9) Ver Suplemento Cultural de Ultimas Noticias, de junio 1980, en Pensar en Venezuela, p.211. (10) Ver Conferencia en la Universidad de Brown, Providence, Rhode Island, Estados Unidos: Venezuela, cultura y sociedad a fin de siglo, leída en octubre de 1990, en Pensar a Venezuela, p. 269. (11) Ver texto La única salida, en Pensar a Venezuela, pp. 276 y 277. (12) Texto citado arriba, p. 277. (13)Ver el prólogo de Luis Castro Leiva, a la publicación: Caldera, Dos dis-

165 cursos, 27 de febrero 1989, 4 de febrero, 1992, Editorial Arte, Caracas, 1992. (14) Ver texto citado La única salida, en Pensar a Venezuela, p. 276. (15) Liscano, Juan. Nuevas Tecnologías y Capitalismo Salvaje. Fondo Editorial Venezolano, Caracas, 1995. (16) Machado, p. 105 (17) Ver Multimagen de Rómulo, vida y acción de Rómulo Betancourt en gráficas. Orbeca, Caracas, 1978.

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EL ESPÍRITU

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Juan Liscano: aproximaciones a su obra

CULTURA Y ESPIRITUALIDAD. LA CONCIENCIA REFLEXIVA EN JUAN LISCANO.

Víctor Bravo Universidad de Los Andes

El verdadero estado espiritualizado Es silencio. J.L.

Juan Liscano (Juan Bautista de Jesús Liscano Velutini, 1914- 2001) traza su experiencia vital de vida en el siglo donde confluyen las más contradictorias representaciones de la modernidad: el discurso emancipatorio, su promesa de felicidad y las vertientes monstruosas de sus utopías; el esplendor y la capacidad destructora de la tecnología; la expresión poética y literaria como experiencia vital y como fracaso en la comprensión y hallazgo de los caminos de la espiritualidad.

Hombre del siglo, distanciado y expectante, en búsqueda in- cansable, por los surcos de la poesía y el ensayo, de la comprensión y expresión: incansable, polémico, su vida y su obra responden, en el siglo de las grandes contradicciones, a la firmeza ética de la autenticidad.

169 El siglo de las contradicciones

Siglo de las guerras mundiales, de figuras como Hitler y Mous- solini; de las revoluciones marxistas y el desencanto; de la moder- nidad optimista y las utopías, y de lo que Jean-François Lyotard en La condition postmoderne, de 1979, llamara el escepticismo ante los relatos optimistas de la modernidad. En su horizonte el intelectual, el escritor y, en general, el hombre de pensamiento es llamado a asumir lo “políticamente correcto”, en defensa de los valores “emancipatorios”. El escepticismo ante la promesa de felicidad que estos valores conllevan puso en crisis, en muchos, no en todos, la conciencia de lo “políticamente correcto” en el mismo momento en el que intentaban fundar un nuevo lugar de distanciación y crítica.

Juan Liscano, crítico del poder, es también crítico de la in- surgencia, de la guerrilla, fundamentalmente en la década del sesenta, lo que lo coloca de una singular manera a distancia de lo “políticamente correcto”, y lo que ha determinado que a pesar de lo copioso y de la calidad de su obra, su figura ha sido minimizada por décadas. En importante entrevista con Arlette Machado señala el silencio sobre su obra: “…esa actitud mía me ha costado mucho en prestigio literario pues la internacional guerrillera, arrancando de Venezuela, se dedicó a anular mi obra y mi persona”; y ha se- ñalado: “He tenido que trabajar el triple que cualquier intelectual izquierdista de aquellos tiempos, para defender mi existencia lite- raria. El dogmatismo comunista inventó algo peor que el infierno: la nada. Se me quiso abolir. Aún algunos fanáticos insisten en esa anulación” (Machado, 1987: 140). Hoy puede verse en perspectiva no solamente el revés de la utopía, edificada en confiscación de la libertad, persecuciones, constitución de Estados forajidos y cam-

170 Juan Liscano: aproximaciones a su obra pos de concentración, sino también sus pactos e integración con el narcotráfico. La distanciación crítica de escritores como Juan Liscano revela, desde la perspectiva de nuestra contemporaneidad sus dimensiones de valentía y eticidad.

Nada le era ajeno

“Juan Liscano ha escrito una biblioteca completa” ha señalado Oscar Rodríguez Ortíz (1990: 97), y Jesús Sanoja Hernández ha señalado que Liscano, por más de cincuenta años, “…ha discutido sobre las vanguardias, el ciclo galleguiano, el marxismo y la liber- tad, la singularidad americana, las dictaduras, el auge y caída de la lucha armada, los grupos literarios, las formas de terrorismo, la cultura occidental…la poesía, los mitos, la búsqueda religiosa, el erotismo y el esoterismo, el rock y la droga, la pornografía…”(Sa- noja, 1990:115). Esa expresión crítica quizás pueda deslindarse en algunos núcleos fundamentales de reflexión: la cultura occidental y el Nuevo Mundo; los mitos y el arquetipo; lo femenino; los caminos de la espiritualidad…

Cultura occidental y nuevo mundo.

De la cultura occidental como decadencia, en el sentido de la famosa obra de Oswald Spengler, La decadencia de occidente, de 1918 y 1923; del proceso de destrucción de las dos guerras mun- diales, de la guerra de España y el destino fatal de García Lorca; de Hitler o Moussolini como de las más extremas aberraciones de la cultura; del despliegue comprensivo de la conciencia crítica: el escritor expectante, por los caminos expresivos del ensayo y la poesía, interroga y duda ante el fluir contradictorio del siglo y de la cultura.

171 Y la fascinación por el Nuevo Mundo, roto y sobreviviente en su esplendor. Liscano reflexiona sobre la distinta significación del Descubrimiento y Conquista españolas a partir de 1492; y sobre la tardía llegada del buque Mayflower a lo que sería Nueva Inglaterra el 27 de Noviembre de 1620, más de 100 años después de la llegada de los españoles, no en términos de conquista sino de instalación y fundación de zonas productivas; y que generan dos tipos civili- zatorios: uno, fracasado, y otro exitoso.

Liscano formula la siguiente hipótesis: “unos de los principales ingredientes de nuestra cultura lo componen las proyecciones efectuadas por la inteligencia europea sobre nuestro continente, y esto desde el momento mismo del Descubrimiento”. Partiendo del presupuesto de inconsciente colectivo, de Jung, Liscano describe los mitos de la civilización europea –Juvencia, El Dorado, Ama- zonas, Paraíso…-, y su despliegue a partir del Descubrimiento, lo que inicia “una proyección arquetipal sobre nuestro continente”. Afán de rapiña y percepción de la realidad bajo el cristal de leyendas medievales. Rapiña y medievalismo, génesis de un proceso civilizatorio errático, fracasado. Sin duda que la tesis de Liscano guarda correspondencia con quienes afirman que el desarrollo desigual de América Latina se corresponde con el despliegue por parte de la Conquista española de estructuras sociales y políticas pre-modernas. Sin duda que esta tesis se opone a aquella, alimenta- da por discurso emancipatorio y que tiene destacados testimonios por ejemplo en la obra de Eduardo Galeano, que explica el sub desarrollo de la América hispana por intervención del “imperia- lismo”. Liscano contrapone a la Conquista la “ocupación” de la América del Norte: “los inmigrantes de Mayflower, despojados de imágenes sagradas arquetipales, hijos de la reforma iconoclasta, convirtieron las tierras donde arribaron en emporios agropecua-

172 Juan Liscano: aproximaciones a su obra rio y comercial, en centro de industrias”. Es posible observar el parentesco de estas reflexiones con tesis como la de Weber sobre el espíritu protestante y el desarrollo del capitalismo. Tesis, la de Liscano, sobre el desigual desarrollo de las dos Américas y sobre sus razones fundamentales. Tomando en préstamo la noción de “proceso civilizatorio”, de Darcy Ribeiro, podríamos decir que la génesis de América hispana y América anglosajona determina- ran su constitución y su proceso civilizatorio. Así, dirá Liscano: “los conquistadores iban en pos de una riqueza inmediata pero proyectada en mitos seculares”; por el contrario: “Estos colonos protestantes igualitaristas llegaron con su familia, sus sirvientes y sus bienes a aposentarse en las nuevas tierras, no a recorrerlas como alucinados conquistadores y buscadores de fortuna. La tierra, la agricultura, el pastoreo, eran la riqueza. De año en año florecieron más y más sus granjas, sus oficios, comercio y artesanías, hasta que la acción histórica los llevo a obtener su independencia e iniciar un proceso acelerado hacia la riqueza y el dominio del mundo mediante la exportación, la producción y la productividad”. Aún habría que estudiar críticamente el tratamiento de los pueblos originarios por parte de los europeos en una y otra América: su destrucción, violación, exploración en un lado y confinamiento cuando no exterminio en el otro…

Liscano interroga la constitución de la América hispana con sus instituciones pre-modernas como la Encomienda y la Inquisición, en resistencia a todo desarrollo de modernidad. Ser americano producto de la Conquista, problemático, desgarrado, descentrado, al que interroga de igual forma Mayz Vallenilla cuando lo describe como el “No- ser- siempre- todavía” (Mays, 1955: 30).

En este horizonte Liscano interroga con desnudez la “vergon-

173 zosa incapacidad de Venezuela”, agravada por la fractura de las guerras de independencia y federal, acentuada por la fortuna del petróleo dilapidada en la corrupción y en proyectos fracasados. Respecto a la guerra dirá: “En ningún otro país de Iberoamérica, la contienda social alcanzo tanta ferocidad como en Venezuela. Para mí, esta etapa de guerra civil casi racial, marcó nuestro destino como no lo hizo en ningún otro país americano”. Liscano confiesa que este es uno de sus temas obsesivos en sus ensayos y poemas; y destaca de manera especial el poema “Fresco de la Muerte Histórica” de “Nuevo Mundo Orinoco”. Este largo y hermoso poema que parte de la Guerra de Independencia para proyectar sus referencias ha- cia las guerras latinoamericanas y universales trata de revelar el horror de la guerra, sin dejar que los prejuicios detengan el decir critico; así “los paroxismos de crueldad alucinante” en los campos de batalla, así “el decreto de guerra a muerte” en esa alucinación sin termino, como una “guerra homicida”. La guerra como el horror de la muerte en el hombre.

Dicen los versos de este intenso poema:

Contad con la muerte solamente aunque seáis de pacífica yerba, de pasto inocente, aunque estéis de espaldas a la tormenta. Contad con la muerte solamente aunque no tengáis otro crimen que la rosa otro crimen que haber nacido otro crimen que estar pasando por la calle del tiempo y ser hombre, hermano hombre, prójimo inevitable.

Así, el continente, el país, arribando rotos, náufragos, al trans- currir de los siglos. “Mi opinión atrevida es que Iberoamérica no

174 Juan Liscano: aproximaciones a su obra ha podido superar el lastre de la economía latifundista y esclavista ni los conflictos de casta, ni ha logrado asimilar y trascender los términos contradictorios de su historia. No hay unidad ni uni- formidad”. Fracaso del subcontinente; fracaso del país a los que la conciencia crítica de Liscano no cesa de interrogar. Y en ese amplio horizonte, la escasa gravitación de la cultura y literatura, en el contexto de las culturas y literaturas del mundo. Liscano se pregunta sobre la imposibilidad históricamente constatable del “proyecto una y otra vez formulado de transvesar a un lenguaje y a un interés universales las experiencias propias”. Algunos países latinoamericanos han adelantado, quizás de manera irregular, planes de Estado para hacer posible ese transvesamiento tanto en los planos científicos como culturales; hay que decir que planes de esa naturaleza han estado ausentes en nuestro país.

“La creación literaria latinoamericana no ha promovido movimientos, estimativas, repercusiones de indiscutible fuerza renovadora, como el romanticismo, el simbolismo, las estéticas finiseculares novecentistas, el dadaísmo, el surrealismo, el existen- cialismo, el estructuralismo. La novedad viene siempre de Europa y también –lo cual resulta inquietante para el orgullo latinoame- ricano- de Estados Unidos”. Estas reflexiones se articulan a tesis tales como las de “continente enfermo”, de César Zumeta, o del “hombre mediocre”, de José Ingenieros. En estas preocupaciones parece ubicarse la pregunta de Carlos Fuentes sobre si Latinoamé- rica se convierte en un mundo prescindible y si nuestro destino es el populismo fascista y la terca negación de las instituciones que ante el poder garantizarían la libertad. Es importante señalar, sin embargo, que tanto Fuentes como Liscano si bien realizan un registro implacable del fracaso de nuestra cultura, señalan igual- mente retos de superación: Fuentes, en sus ensayos sobre América,

175 sobre todo en su narrativa y de manera especial en su novela Terra Nostra (1966); Liscano en su obra ensayística y poética; de allí que es posible observar en su obra, expresado de diversas maneras, el testimonio de una imposibilidad; y un ansia irrenunciable de tras- cendencia o de universalidad: arco de intuición sobre la cultura, y como veremos, formulación de una poética.

Los arquetipos y lo originario.

La noción Jungiana de arquetipo, lo hemos señalado, per- mite a Liscano la perspectiva crítica para la comprensión de la cultura. En este sentido señala: “como afirma Jung, el arquetipo es un instinto del alma, se lleva en el plasma psíquico, no como una representación iconográfica, sino como una disposición, una facultad de preformación de imágenes, mitos, fábulas, leyendas, fantasmas, símbolos, alegorías”. Partiendo de estos presupuestos, Liscano describe la estructura arquetipal de Occidente y como “se derrama en el Nuevo Mundo por medio de la Conquista española; de este modo Colon fue el primero en efectuar una proyección mítica arquetipal sobre el nuevo continente”. Los mitos arquetipales del “Viejo Mundo” se proyectaran en el nuevo, determinando su comprensión y su resignificación. Dentro de la compleja y rica comprensión de la cultura de Liscano señalemos por lo menos tres instancias: Lo originario y el folklore; las manifestaciones y figuras de la cultura; y la expresión literaria y estética en sus vinculaciones con la espiritualidad.

Partiendo de los presupuestos antropológicos de Frazer, con las teorías sobre lo americano de Juan Larrea (1895-1980) y Waldo Frank 1889-1967), se coloca Liscano en el lugar que le corresponde como hombre americano para preguntarse “sin cesar

176 Juan Liscano: aproximaciones a su obra sobre su cultura, su condición, su americanidad, su originalidad o dependencia”. El hombre americano que es Liscano se pregunta en un intenso proceso de re-significación sobre el caudal mitico – arquetipal europeo que se vierte sobre la América hispana; la re-significación sobre la presencia indígena y el mestizaje, sobre la irrupción del negro y el mulataje; y de manera estelar se pregunta, en un proceso de re significación, sobre el folklore.

En sus estudios sobre el folklore, sin duda uno de sus aportes fundamentales, se pone en evidencia ese proceso de re-significación que hemos mencionado: la valoración folklórica del carnaval; el mestizaje de danzas y cantos, tradiciones como los Diablos Dan- zantes de Yare; la figura de María Lionza, hibridez de hechizo y sacralidad; y muchas otras manifestaciones son estudiadas por Liscano, escritor americano y universal, en relación de corres- pondencias con el folklore de otros pueblos y otras culturas, en variantes arquetipales, y en la conformación del llamado por Jung “el inconsciente colectivo”.

Liscano se ha propuesto en su obra poética y ensayista una visión universalista de Iberoamérica y de nuestro país, y ha visto por ejemplo en Canaima (1935), de Rómulo Gallegos, una síntesis prodigiosa de signos americanos y universales, en uno de los más importantes estudios que se han escrito sobre la obra.

Visión histórica y visión estética.

La obra de Juan Liscano se desplaza de una percepción de la cultura a una búsqueda de la expresión estética. En ese desplaza- miento, en ese horizonte, nacen los estudios sobre Canaima, como el rio del relato para el encuentro con lo originario; nacen las re-

177 ferencias a Herrera Luque para explicar los cuadros psíquicos del conquistador y del hombre americano; la lectura de Vallejo para poner en evidencia un momento estelar de síntesis de la cultura del continente; la biografía literaria y trágica de Rimbaud, en co- rrespondencias universalistas; en el camino de espiritualidad de San Juan para concluir en una de las intuiciones fundamentales de Liscano: la distancia entre la poesía y la espiritualidad. Me atrevo a señalar que el camino a la espiritualidad es la tra- yectoria vital de la obra de Liscano y que esa trayectoria se expresa de diversas maneras: como camino de lo local a lo universal; de lo más propio a la trascendencia; de la poesía a la espiritualidad.

Un ejemplo del primer desplazamiento lo tenemos en su estudio del folklore, pues, en su lectura, cantos y celebraciones, danzas y ritualizaciones se expresan en el trasfondo de una gramática uni- versal del folklore; en una segunda instancia podríamos decir que la comprensión de la cultura en Liscano parte de la exigencia de un saber y de muchos saberes, de una impresionante erudición sobre las culturas del mundo: occidente y oriente; ciencia y ocultismo; historia y tradición poética…

Es importante cualificar la naturaleza del saber en el escritor. La apetencia del saber en Liscano es desbordante, lo que lo lleva a reflexionar sobre un amplio espectro de temas y problemas, tal como señala Sanoja Hernández, según hemos citado al comienzo de nuestras líneas; apetencia que convoca ciencia y religión, fe y ocultismo, registro histórico y expectación de futuro, que lo lleva a la lectura de maestros ocultistas, apocalípticos, anunciadores de una nueva espiritualidad, tal el caso del maestro y filósofo hindú Jiddu krishnamurti (1895 – 1986). La ecuación erudición-poesía pone sobre el tapete la compleja

178 Juan Liscano: aproximaciones a su obra vinculación de una con la otra. Ya Sócrates hacía notar a Ión, en el famoso diálogo platónico, que el conocimiento sobre artes y oficios que cantaba en sus versos homéricos era de otra naturaleza que ese conocimiento en quienes ejercen esas artes y oficios, por ejemplo el médico, el herrero, el soldado. Citemos en este mismo sentido el pasaje de El diablo enamorado, de 1772, de J. Cazotte (1720.1792). Al publicar su obra, de grandes referencias a saberes del ocultismo, Cazote refiere que es visitado por maestros francmasones para reconocerlo como uno de los suyos; al escritor decirle que él no es de esa logia, los maestros le preguntan de dónde ha sacado esos conocimientos, …”esas evocaciones en las ruinas, esos misterios de la cábala, ese poder oculto de un hombre sobre los espíritus del aire, esas teorías tan impresionantes sobre el poder de los números, sobre la voluntad, …¿habrá imaginado usted todas esas cosas?” Cazote responde: “-He leído mucho, aunque sin doctrina…” Ese “saber mucho”, “aunque sin doctrina” se incorpora en el decir poé- tico con una intencionalidad estética. Quizás podríamos decir lo mismo, por ejemplo, de la erudición de Borges en su estudio sobre el budismo o la de Liscano sobre culturas y saberes. Barthes decía de la poesía que “hace del saber una fiesta”, creo que ese prodigio se produce en el corazón expresivo de la poesía desde el Ión, desde Cazotte, desde Borges, desde Liscano.

En “La cultura como poesía”, como en múltiples ensayos, Lisca- no nos da una visión apocalíptica del mundo a la par de concebir la poesía si bien no como una utopía si como camino hacia una posibilidad utópica. En este ensayo señala que el hombre está en el mundo “con un poder terrible de destruirlo”, y cita la famosa reflexión de Levi-Strauss con la que el antropólogo concluye su libro Tristes trópicos, de 1955: “el mundo empezó sin el hombre, terminará sin él”. Liscano valora el peso de este augurio pero, sin

179 embargo, en juego reflexivo de la paradoja, contrapone el poder de la poesía: “…la poesía, entre otras manifestaciones del quehacer cultural de la especie, puede predecir el fin y adelantarse hacia las fronteras de la metafísica, oteando el enigmático vacío del futuro. Puede también imaginar una nueva alianza entre las palabras y las cosas”. Gran parte del proyecto poético de Liscano se orienta en ese sentido.

Liscano ha tratado de deslindar las múltiples referencias e in- tencionalidades de su amplia obra poética. De ese modo dirá de su primera obra poética, Ocho poemas que es “poesía vociferante, rebelde, condenatoria, imprecatoria, de una gran violencia”; de Contienda que es poesía mítica; de Nuevo mundo Orinoco, que se abstrae en lo colectivo dominante y que cierra un ciclo; de Cárme- nes, que es poesía de la subjetividad y el erotismo; en Fundaciones, destaca la visión apocalíptica; en Myesis la excursión en el esoteris- mo etc. En diversos momentos de su poesía reconoce la influencia de Vallejo, en otros de Ramos Sucre, y observa que muchos de sus versos crean atmósferas que pueden ser compartidas con la obra de Cadenas, Pérez Perdomo y Briceño Guerrero. La extensa obra poética de Liscano, atravesada por una profunda fuerza reflexiva, alimentada por la concepción horaciana de que el verso es más durable que el bronce o el mármol, y por la intuición de “poeta vidente” que nos revelara Rimbaud, se levanta para testimoniar las cosas del mundo y para señalar los caminos de la espiritualidad. Como toda gran expresión poética, la poesía de Liscano está a la espera del gran lector que libere y expanda, entre tierra y cielo, sus resonancias.

Concepción y expresión de la poesía en Liscano, señalamos, parten de una sensibilidad del lenguaje a una experiencia de la

180 Juan Liscano: aproximaciones a su obra espiritualidad, experiencia vivida como travesía antes que como plenitud: la plenitud de la espiritualidad se encuentra, según Lisca- no en el silencio (“La espiritualidad se cumple en el silencio”) y la poesía es el intento más vital aunque incompleto para llegar a ella. Quizás solo el Cantico Espiritual, sea “uno de los poemas más per- fectos escritos en el mundo” pues logra el prodigio de hacer confluir poesía y espiritualidad. Así dirá que es el Cantico espiritual de San Juan de la Cruz modelo de perfección poética puesta al servicio de la experiencia de superación del mundo, de crear el vacío, la noche oscura del alma, para recibir la iluminación sobrenatural”.

La poesía no como ámbito sino como travesía hacia la espiri- tualidad sería, teniendo como una de sus fuentes el modelo de San Juan de la Cruz, la travesía de gran parte de la poesía del mundo, y, naturalmente, de la poesía de Juan Liscano. Borges decía del hecho estético que es la inminencia de una revelación que no se produce; quizás en este sentido podamos entender la poesía de Liscano: la expresión de lo telúrico, de la sexualidad – donde lo femenino progresa en innumerables rostros y significaciones-, la exploración de lo oculto, un canto al apocalipsis a la par que un ansia de trascendencia: registro de innumerables signos de derrota y destrucción; y desprendimiento en vuelo hacia la inalcanzable espiritualidad. Trayectoria vital, si las hay, de la sensibilidad estética y, en ella, de la poesía.

181 Bibliografía citada

Fuentes, Carlos, La nueva novela hispanoamericana. México. Joaquín Mortiz, 1969 Lyotard, Joan-François. La condition postmoderne. Rapport sur le savoir. París. Editions de Menuit. 1979. Liscano, Juan. Tiempo desandado. Caracas. Ediciones del Ministerio de Educación 1964. Liscano, Juan, Nombrar contra el tiempo. Caracas. Monte Ávila. 1968. ------, Espiritualidad y literatura. Una relación tormentosa. Barcelona. Seix Barral, 1976. ------, Fundaciones, Vencimientos y contiendas (Selección y prólogo de Oscar Rodriguez Ortíz). Caracas. Biblioteca Ayacucho. 1981. Liscano, Juan, Descripciones. Caracas. Monte Ávila. 1983. ------, Lectura de poetas y poesía. Caracas Academia Nacional de la Historia. 1985. ------, Fuegos sagrados. Caracas. Monte Ávila. 1990 ------, Espiritualidad y literatura. Y otros ensayos. Caracas. Monte Ávila. 1996. Machado, Arlette, El apocalipsis según Juan Liscano. Conversaciones. Caracas. Selevén. 1987. Mayz Vallenilla, Ernesto, El problema de América. Caracas. USB. 1959. Rodriguez Ortíz (Comp). Juan Liscano ante la crítica. Caracas. Monte Ávila. 1990.

Obras de Juan Liscano

A. POESIA - 8 poemas. Caracas: Impresores Unidos, 1939, 32 p. - Contienda. Dibujos de María Valencia. Caracas: Editorial Elite, 1942, 75 p.

182 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

- Del alba al alba. Viñetas de Francisco José Monroy. Caracas: Tipografía La Nación, 1943, - Del mar. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1948, 17 p. - Humano destino. Dibujos de Abel Vallmitjana. Buenos Aires: Editorial Nova, 1949, 112 p. - Tierra muerta de sed. Prólogo de Jorge Carrera Andrade. París: Librería Española de Ediciones, 1954, 62 p. - Nuevo Mundo Orinoco. París: Editorial Cordillera, 1959, 179 p. - Rito de sombra. París: Editorial Cordillera, 1961, 79 p. - Cármenes. Buenos Aires: Losada, 1966, 72 p. - Edad Obscura. Caracas: Ediciones Zona Franca, 1969, 133 p. l.os nuevos días. Ilustraciones de Henry Puerta. Caracas: 1970, 33 p. - Animalancia. Dibujos de Paula Ocampo. Maracaibo: Instituto Zuliano de Cultura, 1976, 61 p. ---Rayo que al alcanzarme. Buenos Aires: Monte Ávila Editores, 1978, 95 p. - El viaje. Mérida (Venezuela): Universidad de los Andes, s.f. (1978?), 58 p. - Myesis. Ilustraciones de Marta Szinetar. Caracas: FUNDARTE, 1982, 33 p. - Sucesos. Aguafuertes de Elsa Soibelman. Buenos Aires: Edición Biblió- fila, 1982, 31 p. - Domicilios. Caracas: FUNDARTE, 1986, 69 p. - Vencimiento. Caracas: Galería Durbán, 1986, 102 p.

B. ENSAYO. CRITICA - Caminos de la prosa. Caracas: Pensamiento Vivo, 1953, 125 p. - Ciclo y constantes galleguianas. México: Humanismo, 1954, 46 p. - Poésie et Langage en Amérique Latine. .Traducción de Claude Couffon. (Edición bilingue). Paris: Caracteres, 1954, 40 p. - La poesía hispanoamericana en los últimos 15 años. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación, Dirección de Cultura y Bellas Artes, 1959,

183 30 p. - Rómulo Gallegos y su tiempo. Caracas: Universidad Central de Vene- zuela, 1961, 262 p. - Rómulo Gallegos: vida y obra. México: Editorial Novaro, 1968, 175 p. - Tiempo desandado. (Polémica, política y cultura). Prólogo de José Francisco Sucre. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación, Dirección de Cultura y Bellas Artes, Departamento de Publicaciones, 1964, vol. I, 413 p. - Panorama de la literatura venezolana actual. Caracas: Publicaciones Españolas, S.A., 1973, 414 p. - Aproximación a Yugoslavia: notas de viaje. Caracas: Monte Avila Edi- tores, 1974, 93 p. - Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa. Barcelona: Seix Barrai, 1976, 206 p. - El horror por la historia. Caracas: Editorial Ateneo de Caracas, 1980, 121 p. - Identidad nacional o universalidad. Caracas: Libros dominicales de El Diario de Caracas, 1980, 31 p. - Testimonios sobre artes plásticas. Caracas: Galería de Arte Nacional, 1981, 122 p. - Descripciones. Prólogo de Alberto Girri. Buenos Aires: Monte Ávila Editores-Ediciones de la Flor, 1983, 257 p. - Juventud y tiempo libre. Caracas: Ediciones Zona Franca, 1983, 52 p. - Bolívar, el otro. Barquisimeto (Venezuela): FUNDACULTURA, 1985, 65 p. - Lectura de poetas y poesía. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1985, 382 p. - Reflexiones para jóvenes capaces de leer. Ilustraciones de . Caracas: Publicaciones Seleven C.A., 1985, 137 p. - Los mitos de la sexualidad en Oriente y Occidente. Barcelona: Laia-Al- fadil, 1988, 205 p.

184 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

- 21 prólogos y un mismo autor. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1990, 258 p.

ESTUDIOS SOBRE FOLKLORE - Apuntes para una investigación del negro en Venezuela, sus instru- mentos de música. Caracas: Tipografía Garrido, 1947, 21 p. - Las fiestas del solsticio de verano en el folklore de Venezuela. Vida folklore y poesía. Caracas: -Dirección de Cultura, Ministerio de Edu- cación (1947?), 32 p. - Folklore y cultura: ensayos. Caracas: Editorial Ávila Gráfica, 1950, 263 p. - Los diablos de San Francisco de Yare. Caracas: s.n., 1952, 6 p. - La fiesta de San Juan El Bautista. Caracas: Monte Ávila Editores, 1973, 89 p. - Los fuegos sagrados. Caracas: Monte Ávila Editores, 1990, 263 p.

185

Juan Liscano: aproximaciones a su obra

MI AMIGO JUAN

Alicia Torres

Era la época pre-Facebook. Juan y yo éramos amigos, de esos que se visitaban, y bastante, porque vivíamos muy cerca. Yo lo co- nocí en persona en los ochenta en círculos literarios, y creo que entré en su panorama mental cuando él fue parte del jurado que premió mi libro en un concurso literario, pero no fue realmente sino cuando mi amigo Rafael Arráiz me llevó de visita a casa de Juan que realmente comenzamos a conocernos. A mí nunca me interesó, por ejemplo la política, el “who´s who”, ni muchos asun- tos de “lo literario”, por ejemplo, todas cosas que eran intereses de Juan, pero teníamos en común su gran pasión, la visión mítica de la existencia y sus imágenes y la espiritualidad. Y por supuesto la poesía. Una vez , a quien también quería mu- cho, me dijo que yo era una ‘poeta de la Musa’ y Juan, con muy semejantes palabras, apreciaba eso ,y lo fascinaba, porque venía directamente del territorio de lo Divino Femenino que era un tema que le generaba una insondable pasión, que lo conectaba directamente con Lo Misterioso.

Hay varias cosas de la persona que fue Juan que a mí me im-

187 presionaban mucho, una era su legendaria generosidad con los escritores jóvenes como yo. Era una cosa increíble porque no era solo que facilitaba cosas, comentaba nuestros libros, daba consejos, sino que de verdad los leía y cuando algo le gustaba no tenía límites en su expresión de entusiasmo. El era muy humilde. Estoy conmovida recordando estas cosas, sí, su humildad era muy conmovedora, y eso tenía que ver con una especie de frescura in- fantil que él milagrosamente había conservado, que le permitía ser totalmente espontáneo y abierto a nuevas experiencias, incluyendo la experiencia de una muchacha que podía ser su nieta pero que lo regañaba bastante por ser tan inquieto.

Yo viví varios años en Londres y luego un año en India, y cuando empezamos a frecuentarnos ya yo tenía años de una vida de prácti- ca espiritual. Yo fui a India no como turista, sino como buscadora, quería refinar mi educación espiritual y tuve experiencias muy intensas allá y cuando volví le enseñé meditación a mucha gente. Juan me hacía muchas preguntas sobre el misticismo, y a veces yo sentía que solo oía parte de lo que yo le decía porque buena parte de él estaba muy fijada en las cosas que él sabía, y obsesivo como era, en sus propias teorías. Juan amaba la figura de Jesús, era verdaderamente para él su Salvador, y creo recordar que esa conexión le venía por vía de su madre, era su fe infantil. Pero la gran visión de la espiritualidad que tenía, que lo obsesionaba, era la del Gnosticismo. Para él era muy difícil salir de esa especie de maraña caótica de imágenes ancladas en una dicotomía feroz en entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, la carne y el espíritu. Yo creo que esto lo tomaba tanto porque era una imagen del territorio de su propia psique, donde lo erótico era Mysterium Tremendum et Fascinans pero muy difícil de integrar, muy indigerible para su base cristiana que desde su concha exotérica y literalista contiene

188 Juan Liscano: aproximaciones a su obra un gran desprecio por el cuerpo.

Yo recuerdo que él siempre me decía: “Hay que inocular el mal con el Bien”. Sí, el tenía la visión, el ideal de la integración, la aspiración, pero esa lucha, ese forcejeo, lo hacía sufrir, era su opus. Yo le decía: “Juan, tienes que meditar. Este proceso de inte- gración no es mental, es alquímico y se resuelve con la práctica”. ¿Pero como pones a meditar a un ser que está sentado hablando contigo y no puede dejar de batir la pierna? Juan era eléctrico. La primera vez que me ofrecí a enseñarle una técnica, le dije: “Tienes que sentarte derecho, tradicionalmente es en el suelo en posición de loto, pero tú busca una silla”. Ya tenía ochenta, pero me miró como si estuviera loca y de un salto se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. Era un elfo.

Uno de los poemas que surgió de mi tiempo en la India se llama Tantra, a Juan le encantaba, decía que era magistral, pero es que ese era un tema que a él lo obsedía. El Tantra Yoga es una rama de las disciplinas orientales, tanto budista como hinduista que, para resumirlo medio brutalmente en dos frases, usa a la vida misma como materia de elevación, en vez de rechazarla. El sexo es solo una de sus herramientas, una parte sumamente esotérica de la doctri- na, pero esa era la parte le interesaba mucho a Juan precisamente porque ofrecía imágenes, posibilidades de integración de los dos polos, el espiritual y el físico, el cuerpo y el alma. Era para él una gran metáfora. Todo el mundo sabe que Juan estaba interesado en el erotismo en todas sus expresiones, pero lo que mucha gente no sabe es que detrás de ese interés, que jugaba un poco con su “per- sona” pública, estaba esta dicotomía que era un asunto espiritual y privado para él. Parte de su camino de elucidación, por la vía intelectual que era como él trabaja las cosas, fue la escritura del

189 libro Los Mitos de Sexualidad en Oriente y Occidente, que le llevó 6 años escribir. Allí abordó, tejiendo imágenes cosmogónicas de distintas culturas, ese tema de la sublimación de lo sexual con aspiraciones trascendentes. Era su tema. Siempre me decía que Occidente había perdido la gran oportunidad de incorporar lo tántrico en la cultura cuando la Iglesia exterminó toda aquella cosa maravillosa que estaba pasando el sur de Francia con las Cortes de Amor y el Catarismo. Lo decía muy sentidamente, porque en el meta-discurso, eran imágenes que hablaban de su propia pérdida.

Cuando Juan se fue, yo perdí un interlocutor inapreciable, y un amigo, y el país perdió una de sus voces más arriesgadas y originales.

Juan: desde el océano rugiente del Samsara te saludo amoro- samente.

190 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

LA POESÍA

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Juan Liscano: aproximaciones a su obra

UN POETA EN BUSCA DE SÍ MISMO Y DE NOSOTROS

Joaquín Marta Sosa Universidad Simón Bolívar Academia Venezolana de la Lengua

Escribir sobre Juan Liscano como poeta conlleva el acercamien- to a una de las obras líricas más extensas, sostenidas y coherentes que se haya escrito en la literatura venezolana. Salvo su primer poemario, 8 poemas, algo aluvional, todos los demás, veintidós en total, fueron construidos con el sentido orgánico de poemarios, es decir, no como la simple suma de poemas que se han escrito independientes unos de otros, sino como un conjunto concatena- do, como un tejido donde cada uno necesita de todos los demás para dar a entender su voz, hermanados por un tono, un ritmo, un lenguaje que marcan claramente su parentesco.

Fue más de medio siglo de siglo de escritura y publicaciones que, estas últimas, se extendieron desde 1939 hasta 1999 cuando publicó Vaivén, su poemario final. En ese largo trayecto aprecia- mos la circunstancia poco común de que en su poesía es difícil descubrir influencias significativas, claras, determinantes, aparte del contexto moderno, de vanguardia, de sus lecturas orientalistas

193 y de la muy explícita influencia, en la etapa final de su poesía, de las enseñanzas de Jiddu Krishnamurti. La suya es una poética muy personal. Al mismo tiempo, su obra está valorada en diversas an- tologías, en estudios, menos de los necesarios, sobre su poética, en traducciones (francés, inglés, italiano, serbocroata), y cuenta con algunos poemarios de los que se publicaron más de una edición. No obstante, es difícil dar con un poeta de su entidad con tan poca influencia en la poesía de su país. Su obra y el sentido y contenido de la misma básicamente comienza y acaba en ella misma.

Una obra honrada y sin artificios

Acaso sea esa la razón por la cual se ha dicho que fue un poeta marginado, que no marginal, aislado, y hasta paulatinamente olvidado, a pesar de su intensa actividad pública, de su insistente presencia en polémicas literarias y culturales e incluso más allá de estas cuestiones, de su incesante tarea como editor tanto de revistas como de libros, de su generosidad con los escritores de su tiempo, sobre todo con los jóvenes, sin olvidar que tanto en Argentina (en ese entonces la capital literaria de Latinoamérica para muchos) como en Francia (todavía hoy se la toma como un eje universal de la cultura), fue publicado, estudiado y valorado como intelectual y poeta de altos niveles y logró reconocimientos importantes, acaso por encima de los que nunca obtuvo en Venezuela. Es posible que el haberse mantenido casi al margen de grupos literarios y haber- se bastado a sí mismo en todos los ámbitos de sus necesidades y actividades, produjera ese resultado final.

Los grupos que fundó o en los que participó (Cubagua, Presente, Suma) fueron relativamente fugaces, de poca monta, y siempre se conservó por encima de ellos, al margen de los condicionantes,

194 Juan Liscano: aproximaciones a su obra compromisos e intereses que podían brotar de sus quehaceres y limitar su conciencia siempre en estado de alerta tanto crítica como autocrítica. A lo largo y ancho de su creación fue adoptando ejes distintos y sucesivos para engastar en ellos una poética que muestra determinadas líneas de fondo sostenidas: el tono pasio- nal y combativo, la rebelión apocalíptica, la búsqueda ontológica y hasta metafísica, cósmica y esotérica, el erotismo. Fueron unas constantes cuyo modo de realización poética le permitieron escapar al registro o catalogación de grupos, generaciones o tendencias. En su más profundo sustrato, la de Liscano, se dice, es una poesía que abre un diálogo comunicador entre la eternidad del cosmos, el caos creativo y las civilizaciones arcaicas con el hombre, arquetipo de lo efímero, de la mutabilidad, del abandono de sus maneras de estar y hasta de ser en el mundo.

Vista en esa perspectiva, la poesía liscaniana se muestra desde el primero hasta el último de sus poemas como militante y com- prometida con sus rasgos más permanentes y definitorios, incluso con el de naturaleza “política” de sus primeros poemarios, que no desapareció nunca del todo, que va a reaparecer bajo la forma de protesta y denuncia contra las tecnologías, las masificaciones urbanas, el predominio del tecno-audiovisualismo que, afirma Liscano, alienan, deshumanizan a los hombres, amenazan con borrar las huellas civilizatorias, especialmente las “adánicas”, las primordiales y esenciales.

A pesar de su condición de poeta, en cierto sentido, “al margen”, logró no pocos y hasta tempranos reconocimientos. En 1943 gana el Premio Municipal de Poesía por su libro Contienda; en 1949 la revista Entrepunto le otorga su Premio de Poesía Anual de Honor; en 1950, su cuarto poemario, Humano destino, le brinda el Premio

195 Nacional de Literatura (tiene apenas cuarenticinco años de edad y poco más de una década de haber publicado su primer libro). En 1992 es electo como Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras así como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española, y a pesar de que su discurso de incorporación (1993) versó sobre el afroamericanismo y la religión de los yorubas, no cabe duda de que su designación se debió esencialmente al valor de su obra literaria.

Ya para ese momento Jorge Carrera Andrade acierta con la tecla esencial de la poética liscaniana: “ha hecho de la poesía más que una fiesta de ángeles un duro oficio de hombres.” En efecto, en ese paradigma de una poética donde el hombre, como totalidad, y su condición y circunstancias, se inscriben las cuatro líneas de trabajo que, según Rafael Arráiz Lucca, definen el curso completo de la poesía de Liscano, que aparecen y desaparecen para reaparecer más tarde, que se cruzan y solapan: la amenaza de la cosificación del hombre, lo erótico y su signo cósmico, el tema americanista o el “novomundismo”, la indagación en la religiosidad y las rever- beraciones trascendentes, lo apocalíptico y ecológico, apartado, a contrapelo de lo que pudiese pensarse, del “viernismo” (Grupo Viernes) y sus preferencias por la poesía estilista, abstracta, cos- mopolita, ante las cuales Liscano optó muy inicialmente por ir a las raíces nacionales y originarias, así como a las hispanas.

En síntesis, su poética, está nutrida por un fuerte aire vital, por una vibrante experiencia biográfica, más allá del lenguaje y de las ocupaciones formales (que no dejó nunca de lado, al menos no del todo), y abiertamente plural, de espectro amplio, que se va su- cediendo en el tiempo mediante transiciones muy moduladas que

196 Juan Liscano: aproximaciones a su obra dejan la impresión de constituir una trayectoria poética nutrida por la continuidad, “sin mayores hiatos”, a pesar de que la realidad es otra: la de una poesía cuya estabilidad deviene de sus conte- nidos y preocupaciones de fondo, pero que se va reformulando, cambiando, adquiriendo nuevas modalidades, a lo largo de años y libros. Esto se nota muy claramente si comparamos sus dos o tres primeros poemarios con los dos o tres finales: no es mucho lo que tienen que ver los unos con los otros, entre ellos se ha producido un salto cualitativo importante. Sin que esto niegue, subrayo, que el sostén fundante de toda esta obra consiste en atisbar y hurgar en la condición humana, en desvelar su enigma para, al final, entender y, sobre todo, entenderse.

Es en esa dirección donde encontramos que para Liscano la literatura tiene que estar vinculada a la vida, ese es su cometido legítimo, es decir, a sus experiencias, contradicciones, revelaciones y oscuridades más profundas y cruciales, lo cual no la divorcia de su apuesta por entender al ser venezolano (más explícita en sus combates públicos y en su escritura intelectual y reflexiva), incluido sin duda alguna en las pulsiones más desplegadas y cósmicas de su oficiar como poeta.

Revisando el conjunto de su obra (periodística, crítica, de en- sayo, editorial…) la impresión que se impone es la de un creador plural, con muchas facetas, pero que fue en la poesía donde se sintió más dueño de sí, más plenamente identificado. Ella era su medio para trascender, para “buscar un camino interior de perfección”, para denunciar “la historia como horror y caída” y anunciar que la liberación solo es posible en sus afueras.

Es en esa dialéctica historia / trascendencia donde Reinaldo

197 Pérez Só enmarca a Juan Liscano dentro de la tendencia que deno- mina “salvajismo poético”. Esta se caracteriza por asumir el paisaje interior, subordinado a éste el exterior, la exterioridad: “se trata de una forma de incorporación y aproximación de las realidades naturales a los sentimientos y pensamientos poéticos por medio de un neo romanticismo” que implica la identificación de lo salvaje (lo que es anterior y que luego trasciende la civilización) con lo romántico, “en oposición al decir gramático y retórico mediante un imperativo poético libertario.”

En síntesis, la de Liscano puede apreciarse como una poesía en busca del sí mismo dentro del cosmos, de la interioridad dentro de la historia, de la poética como vía del y al conocimiento. Toda la tensión de sus libros, en especial a partir de los años sesenta del pasado siglo, atesora esa angustiada, obsesiva, febril determinación.

Ciertos versos y algunos de sus poemas no resultaron del todo afortunados, al punto de que algunos críticos constatan en su obra caídas eventuales de calidad, reiteraciones que la lastran, pero lo que ninguno niega es el valor general de la misma y una honradez ética y estética que nunca cedió a las modas del paisaje literario, a fuegos fatuos, que ni un día se dejó arrebatar por los juegos de abalorios ni por los artificios formalistas. Acaso sea ésta la causa por la cual, de todo el amplio territorio de su obra, fue el de la poesía el que siempre apreció más, el que consideró como su patrimonio más importante, el que aspiraba a que fuera el menos efímero de todos.

Las seis estancias de una poética

A pesar de la evidencia de que la poesía de Liscano se fue de-

198 Juan Liscano: aproximaciones a su obra sarrollando siempre a partir de sí misma, de unas determinadas líneas de tensión sobre las que regresa una vez y otra, no es arbi- trario intentar una posible taxonomía de la misma, pese a que las fronteras entre sus diversos momentos puedan parecernos sutiles porque encontremos una constante, pues acaso Liscano escribió un solo gran poema dividido en veintitrés poemarios: el poema entre lírico y épico de su propia búsqueda, la de su ser e identidad, dentro del amplio mundo del cosmos, los mitos, los orígenes, los símbolos y arquetipos, la historia total en suma. Con esta adver- tencia por delante, me atrevo a clasificar la poesía liscaniana en al menos seis estaciones suficientemente demarcadas en el tiempo y en sus perfiles sucesivos.

La primera estancia abarcará desde finales de los años 30 del siglo pasado hasta la década de los cincuenta inclusive. Su línea de demarcación viene dada por la presencia aún diluida de las permanentes obsesiones reflexivas y espirituales del autor, una especie de primera versión, neonata, de sus grandes temas, urdidos en poemas de lenguaje y construcción muy trabajados y hasta, por momentos, suntuosos. En este período observamos una desigual calidad en los textos y poemarios, el paso muy de puntillas por el surrealismo y hasta por el simbolismo, con un claro predominio de la batalla social y el toque de sus primeros arrebatos en contra de la cultura urbana moderna desde un discurso combativo, ardoroso y utópico en ocasiones.

Esta etapa, fértil en cuanto a fijación de piedras fundantes, consta de cuatro poemarios: 8 poemas, Contienda, Del alba al alba y concluye con Humano destino, además de la escritura de otro, Recuerdo del Adán caído, que permanecerá inédito muchos años, y del comienzo de la escritura de Rito de sombra que será visto y

199 revisto por el autor durante algo más de una década.

El poemario inaugural, aunque en muchos sentidos nada pri- merizo, es 8 poemas (1936) cuya línea temática de construcción se alinea en el discurso anti urbano, contra la ciudad y la forma de civilización inauténtica propia de la modalidad urbanita, asunto que Arturo Gutiérrez Plaza subraya que se desliza a lo largo de varios períodos y poemarios de Liscano: “Las ciudades son horri- bles heridas / de carne y venas machacadas” dice, “La muerte sale de las ciudades / disfrazada de progreso” subrayará más adelante, y llama al renacer de lo telúrico y originario: “La tierra de nuestra América iluminando las cárceles y los muros / nos está llamando a la aventura de amor y renacimiento.”

Poemario de verso largo, explayado, imprecatorio, al servicio de un discurso poético comprometido y optimista, sentimiento que no será frecuente en Liscano. En definitiva, un libro menor dentro de la obra que consideramos, donde emerge, larvada, una buena parte de las inquietudes y emocionalidades del poeta, que acaso por este dato mereció una reedición en 1996.

A continuación publica Contienda (1941) con el que, ya se in- formó, obtiene el Premio Municipal de Poesía (Caracas). Persiste aquí el discurso firmemente contrario a los efectos de la moder- nidad, esta vez mucho más nutrido de la y desde la interioridad. El cuerpo, el eros, temas cenitales de libros posteriores, tocan por primera vez el teclado en este poemario; persisten las apelaciones optimistas, escasas en sus poemas posteriores, esta vez a los jóvenes como promesa de porvenires más claros, o al amor a la especie (de la que luego casi renegará), a la reivindicación de lo telúrico. El verso típicamente desplegado, abierto, incorpora amor, mujer,

200 Juan Liscano: aproximaciones a su obra realidad en sus oleajes, particularmente en el poema, muy cele- brado entonces, que tituló “Hija del mar y de la noche”. El empleo del símbolo, de la imagen, salva en ocasiones los varios momentos planos del libro. Uno de ellos este: “Cansados están mis ojos, pero tengo / el corazón alegre”. La obra lírica de Liscano, ya lo hemos dicho, en ocasiones decae en versos de escasa entidad.

Del alba al alba (1943), resultó el más hispanista de sus poe- marios, vía indirecta hacia el encuentro con lo hispanoamericano y de distanciamiento del dominio del Grupo Viernes. Es un texto coral sustentado en poemas largos, de voces que se explicitan y fusionan en red de sentimientos extremos: amor, odio, soledad, sueño para confluir en la más importante, la voz individual, propia, la del poeta, que, según confiesa no está “para melindres en esta noche nona”, verso de exiguo calado lingüístico pero muy nítido como definición del yo humano de este poeta, de su intento de relación veraz con el mundo.

En 1950, ya lo hemos señalado, gana el Premio Nacional de Li- teratura con Humano destino (1949), poemario que escribió en los cuatro años que van de 1943 a 1947. Con estos poemas da comienzo la constante de su escepticismo (“¡Si los hombres supieran mirar una estrella!”), que se irá ahondando en poemarios posteriores. Su verso es musical y medido, herencia del hispanismo del poemario anterior, casi que contenido, para expresar una sentimentalidad angustiada, la que se vincula a la soledad, la ingrimitud, donde el amor temporal se opone al transtemporal y la vida marca su dialéctica permanente con la muerte como radicalidad del desti- no humano. Uno de los poemas de este libro, “Canto tu grávida cintura”, será el signo del transcurso que llevará al autor hacia la trinidad erotismo, sexualidad, paternidad y, en otro sentido, a la

201 dualidad unitaria hombre / mujer.

La segunda estancia cubre la década de los 50 y es corta en poemarios, apenas publica dos, pero son los más editados y traducidos de toda su obra. El primero es el más editado (cuatro ediciones) y traducido (al menos a cuatro idiomas), Nuevo Mundo Orinoco, comentadísimo en su momento, extraordinariamente popular, leído, discutido, y Tierra muerta de sed (tres ediciones). Es el ciclo más definidamente social y político, comprometido (en el sentido tradicional del término) y con sostenida tendencia a la construcción y presencia de una urdimbre épica afirmativa y nacionalista, así como del bramar de lo telúrico.

En general, la línea demarcadora de este período la constituye el que han dado en llamar “novomundismo”, una especie de versión moderna del americanismo, afincado, en el caso de Liscano, en el ámbito de lo venezolano como presencia dominante en la creación poética, reivindicativa y de combate entre político e histórico, le- vantada desde el verso narrativo, de crónica muchas veces, así como el uso de la técnica totalista del muralismo. En ciertos momentos se olfatea la presencia “programática” de Andrés Bello y sus “silvas”, y de Neruda en su Canto general publicado a comienzos de los 50 y que cobró una inmensa popularidad y difusión.

El primer título de esta etapa, Tierra muerta de sed (1954), debe considerarse como el más explícito de sus poemarios de combate social y político. Son poemas donde nuestra tierra asoma en el pai- saje baldío y agotado, en el aislamiento y la orfandad humanos. En síntesis, un fresco labrado en poemas sucesivos sobre la soledad a la que se condenan y nos condenan nuestras tierras. Tal ingrimitud opera como símbolo del universo de injusticias en que vivimos. La

202 Juan Liscano: aproximaciones a su obra versificación opta por lo escueto, seco y directo, a modo de letanía en varios de los poemas donde la tensión es más del interior que de la externalidad, y con una coda de apelación adánica que anticipa en cierto grado a, entre otros, Rito de sombra.

En el poema “Hablo de mi país” se resume bien el libro: “… pellejo estéril, / cuero tendido al sol que lo endurece: / la tierra del petróleo desangrada.”

Nuevo Mundo Orinoco (1959) es el gran poemario de esta es- tancia, el más ambicioso, probablemente, de toda la producción de Liscano, por su amplitud de espacios, por su afán totalizador de historia, por su apuesta de porvenir. Más allá de Neruda, ningún poemario alcanzó como este tanto poderío en la expresión del telurismo, en su caso tomando a Venezuela como asentamien- to. En el tiempo de recuperación democrática del país, Liscano se propuso con estos poemas proponer un sentido nacional y humano de futuro posible a partir de las realidades de historia, sociedad, economía, política, orígenes, raíces insoslayables, de fondo, del presente y del porvenir. El libro puede leerse como un poema único, que procede como torrenteras sucesiva, como relato épico, que va desde nuestros tiempos primarios hasta el adveni- miento petrolero. Su existencialismo telúrico es evidente junto con un creciente panteísmo cósmico que lleva al poeta, de nuevo, a la recuperación del hombre original, el Adán caído y en trance posible de ser recuperado. Se trata de un mural que trasciende lo histórico, arquitecturalmente estructurado en el poema extenso, en la combinación del verso corto como un golpe seco y del largo y explayado como olas magmáticas (en ocasiones se resienten de atonicidad), así como del recurso de la métrica y el verso popular cuando aparece el hombre común, en un libro plenado por los

203 héroes, los mitos, por el petróleo como ingrediente culminante en nuestro presente (en esta materia Liscano fue pionero en el ámbito de la poesía), y la vuelta a lo adánico que lo asedia desde la década anterior: “… es preciso que el hombre nazca ahora / (…) / y que Juan, y que Adán del pueblo victorioso / bauticen lo creado, y amansen, nombre a nombre, ¡tanto furor, tanta violencia pura!” Con este poemario concluye Liscano su trasiego con la poesía “exteriorista”, que en su obra nunca lo fue del todo.

La tercera estancia ocupa toda la anchura de la década de los 60, y la calidad del poema se eleva al punto de que algunos la llegan a valorar como la más alta en la trayectoria del poeta. Ejes demarcatorios son el eros, la sexualidad, la unicidad de alma y carne, la interioridad genérica y, a manera de contrafigura, los escombros a los que dicha puridad se enfrenta al engastarse en el proceso civilizatorio. Con una suerte de simbiosis entre la erótica y el esencialismo metafísico oriental, los poemas se encaminan a la indagación más profunda posible en el ser, dotados de una palabra plena de fuerza y poderío, donde contenidos y expresiones desean ser uno (y no siempre alcanzan esa meta) en el centro de una poesía formalmente muy exigente, acaso la que más en la obra del poeta. Los poemas, en general, van construyendo de manera torrencial sus visiones insondables donde sobresale la ontología de la inte- rioridad, de la pareja y de la muerte. Su discurrir poético gana en sustantividad, intensidad, deslumbramientos y en “la respiración reflexiva, conceptual, de los hallazgos.”

En este período salen de imprenta tres títulos, uno de ellos capital para entender las articulaciones centrales del corpus poé- tico de Liscano: Cármenes. Los otros son Rito de sombra y Edad obscura. También en estos años comienza a escribir un poemario,

204 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Vencimientos, que verá la luz a mediados de los 80.

Rito de sombra (1961), escrito en sucesivas etapas desde finales de los años 40, podemos engastarlo en un “novomundismo” sutil, diluido, el que se nutre del adanismo, de la pureza implícita en la ritualidad primitiva, fundante. Es un poemario breve donde la profundidad del eros y su correlato sexual y cósmico, la veta primordial y mejor de Liscano, alcanzan momentos de cúspide máxima. Formalmente aparece como el más exigente de los poe- marios liscanianos por su tejido apoyado en cuartetos alejandrinos. Esto, junto con su cavar en una novedosa “épica” de la interioridad, permite afirmar que quizás sea éste, en el sentido clásico, su libro más “poético”.

Fue Guillermo Sucre quien afirmó que Cármenes (1966) puede que sea el mejor y más completo de los poemarios liscanianos, opinión que todavía hoy sostienen varios críticos literarios, donde, según el mismo Sucre, se aprecia un rechazo y una crítica a la his- toria. Eros deviene así en transhistórico y cósmico. Probablemente ya no sea cierto el criterio que valora este poemario por encima de todos los demás, sobre todo teniendo a la vista sus poemarios de años posteriores. Pero no cabe duda de que estamos en presencia de un poemario mayor en la literatura venezolana, y también del comienzo del punto más alto de la poesía de Liscano.

Con este libro se observa quizás el giro más importante y visible en una línea poética, la de Liscano, poco afecta a los quiebres. La visión cósmica que subyace en él para explorar los ritos amatorios, la dialéctica de la pareja, sus encuentros y desencuentros, así como la presencia dominante de lo corporal, del cuerpo, en su expresión tanto iniciática como adánica de lo sexual, orgásmica (“Tan sólo

205 con un gesto / puedes abrir las puertas más herméticas”), carece de antecedentes o de continuadores de entidad en nuestra historia literaria y en buena parte de la escrita en la lengua que nos es propia. Poemas como “Metamorfosis”, “Pareja sin historia”, “El reino de tu cuerpo” y “Hágote carne, alma mía” resultan buenos ejemplos para apuntalar lo antedicho.

La intensa presencia de la hembra y mujer (que no es lo mismo), así como de los signos zodiacales, lunares, cobra momentos de muy especial intensidad como en ciertas aproximaciones al cuerpo que es la existencia del alma (“Nada puede darte tanta alma / como un cuerpo cuando cava en ti”). Este poemario, que alcanzó dos edi- ciones, mucho menos de las que merecía y aún merece, privilegia en su construcción el poema largo, el verso suntuoso, el discurso descriptivo y, a la vez, intimista, liberado, sin tabúes, donde es visible un trabajo de elaboración formal muy acucioso, detenido, a diferencia de casi todo el resto de su obra donde los contenidos privan y someten a los significantes. En este el verso se siente el respirar, su musicalidad interna es sostenida y la metaforización asciende en esos cruces donde el erotismo se sumerge en la cópula como territorio simultáneo de liberación y enajenación, donde los protagonistas se fusionan hasta ser el otro y liberarse en él: “As- cienden en una isla especial entre los astros. / Pareja sin historia / pareja constelada. / Se miran a sí mismos en el otro.”

Edad obscura (1969) es al mismo tiempo transición y conti- nuidad. Anuncia la carga trascendentalista de la poesía ulterior de Liscano sin abandonar la territorialidad corpórea y erótica. En él se funda el camino dual que ya no abandonará su autor, el del diálogo, del emparejamiento, de lo ontológico (conocimiento del ser) y lo antropológico (presencia del estar).

206 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

La sustantividad masculina y femenina se coagulan en este poemario, cristalizan en unidad de lo necesario, de lo que no es sin el otro, del sustrato de animalidad que nunca perdemos ni nos deja, que nos asedia en la noche y en el mar, es decir en los tiempos primigenios y en el caldo que engendró las especies, la humana entre ellas.

También en este título el verso se despliega, combina con des- treza el trazo corto con el recorrido largo, la diversidad de ritmos y hasta, aunque de paso, un determinado barroquismo. Su discurso narrativo se alimenta de la confesionalidad, no sólo de la personal y antropológica, sino también de la genésica y óntica, incluso de la mítica y del tiempo: “Solo, en vano, contra el tiempo / vencido de antemano y sin remedio / (….) / lleno de un confuso grito o de un canto / que ni salta hacia afuera ni se vierte”, y retoma su muy caro asunto de los efectos civilizatorios modernos, las ruinas que produce en el alma de todo y en el tiempo de todos, “Entre escom- bros / andamos sin andar”, para encararse, decidido, con la cultura tecno-audiovisual y su mitología de la innovación y del progreso: “Lo más nuevo es una ruina que empieza”, ruina, ruindad y pérdida pues “apenas existo, apenas tengo mirada, apenas conozco el mar.”

La cuarta estancia se prolonga por buena parte de la década de los 70 y está representada en tres de sus títulos fundamentales, El viaje, Rayo que al alcanzarme y Fundaciones, poemario que alcanzó las dos ediciones.

También es en esta década cuando escribe dos libros de análisis valorativo de la literatura. Uno es Panorama de la literatura venezo- lana actual, importante más allá de lo que su título indica, pues en

207 algún momento de la “Introducción” Liscano revela explícitamente el trasfondo de su poética, de su sentido y naturaleza. El otro, bastante más polémico, se denomina Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa, su libro de escritura auto reflexiva más importante y sobre el cual le hiciera una entrevista Rafael José Muñoz (aparecida a comienzos de 1980), que, sin duda, resultan, el libro y la entrevista, vitales para entender los magmas en los que se debatía Liscano en su oficio, invariablemente primordial, responsable y consciente, de poeta.

Es la época donde se fechan sus mejores polémicas publicadas en Zona Franca (revista fundada por él), sobre las cuestiones más reverberantes de la cultura, la literatura, los posicionamientos ideológicos. En esta revista afirmó alguna vez que “el arte es una forma de liberación”, concediéndonos así una pista crucial para entender el corazón de su poesía, el de un combate liberador de la propia interioridad, en tanto camino insustituible para encontrar y cristalizar la identidad propia.

La línea demarcatoria básica de este ciclo se define por la asunción radical del tema del tiempo y de su derivado, la metáfora del vivir como viaje, como ruta circular desde y hacia la infancia, donde la casa ejercerá como metáfora del mundo y sus afueras son el inicio de los mitos y de los ritos del ser en el cosmos y en sus misterios. El estilo en su poética de esta década intenta ser totali- zador por su necesidad urgente de conciliar los contrarios, de dar con el hilo y la trama de su unidad, arraigada en la temporalidad pero capaz de trascenderla. Veamos los poemarios del ciclo.

Los nuevos días (1972) es un libro breve, en cierto sentido

208 Juan Liscano: aproximaciones a su obra menor dentro de la trayectoria de Liscano. Con él se hace patente la influencia oriental en un discurso poético y reflexivo que en las dos décadas siguientes encontrará continuidad en Myesis y Resurgencias. Volvemos a encontrar la convivencia erótica de los contrarios pero esta vez en el filo de la interioridad: “Debe haber un lugar en nosotros mismos / donde cesa el combate de los contarios / (…) / donde se unen el agua y el fuego sin violencia.” También el tiempo y sus determinaciones asoman en estos poemas cortos, concisos, casi explícitos. De inmediato, con Animalancia (1976), vuelve a poner sus focos de atención al mundo exterior, también un poemario me- nor, cuyo simbolismo remite al fondo humano, somos seres de la naturaleza. Los poemas del libro no siguen un patrón, se adaptan a la condicional de los temas, así, se intercambian poemas breves y poemas largos, orígenes, mitos y licantropías.

Rayo que al alcanzarme (1978) resulta un poemario fundamen- tal. Escrito entre 1974 y 1976, su versificación comedida y el poema breve, salvo el que cierra el libro, suerte de epifanía sinfónica, en ocasiones onírico, se radica en la naturaleza del tiempo, en las zonas fantasmagóricas y oníricas, en las vinculaciones entre ausencia y presencia, memoria y olvido (otra vez emergen los contrarios) con un trascurrir poético concentrado y la rienda suelta del verso libre. Hondamente reflexivo sobre vida y amor como un círculo bañado por la soledad y el secreto: “No estaremos dando vueltas / sobre nosotros mismos / como peces en acuario?”, pero en cual caso “Hay que mirar sin tratar de comprender” con la incertidumbre de si a pesar de ser devorados por el desgaste, germinamos, si a pesar de que la muerte nos cerca siempre nos encontramos en estado de nacer, es decir, si los contrarios son quienes proceden a fijar nuestra unidad en tanto seres que sólo saben de “Herir para ser heridos.”

209 Ese rayo que en las feracidades de la esoteria más sutil es el que nos abarca en procura de un sentido de totalidad, más allá del hoy y aquí, y que “resuena en nuestra ordenación mental y espiritual” ya que es “Invisible rayo del recuerdo / revelado por mi existencia.” Nunca existimos solo en hoy sino, probablemente, en siempre hacia adelante y hacia atrás. Vamos y venimos tiempo arriba, tiempo abajo.

El viaje (1978) fue escrito hacia 1968 pero se extravió durante casi diez años. Al recuperarlo es probable que sufriera reformu- laciones que lo separaron sobre todo de Edad obscura. El verso recupera la extensión amplia, la musicalidad, concatenados a una implícita relación cronológica donde la reflexividad, como una lanza acerada, sirve para alcanzar lo esotérico, lo ontológico y lo antropológico, todo gracias al habla dialogante de voces que una voz mayor, personal, interpreta y expresa (lo volverá a hacer unos años después en Domicilios), regalando una sensación de poemario “pontificador”: “el presente se ensancha sin palabras / elocuencias elementos / sonido puro / espacio libertad.” Es un viaje, a la manera krishnamurtiana, enigmático, oscuro en su claridad, para encontrar el sí mismo, tras el discurrir de una escritura versicular, dilatada, en el origen: “En suma salimos de los mismos puertos y volvemos / a ellos sin saberlo”

El quinto título y final de la estancia que valoramos es Funda- ciones (1979), donde el hombre, lo humano, es su eje dominante, al punto de que el discurso poético padece los efectos de la servi- dumbre al tema, a pesar de lo cual se trata de uno de los grandes libros de Liscano. Como se ha escrito, este poemario deviene en “el paisaje después de la catástrofe”, en la fundación renovada tras el apocalipsis. Se alternan versos largos y breves, como dos voces

210 Juan Liscano: aproximaciones a su obra angustiadas, sincopadas, que se enfrentan en contrapunto, distin- guidos los espacios del poema mediante el uso de cursivas. Los textos se plenan de vientos, nubes, climas, aguas, plantas, fauna, mar como un cosmos abierto, revuelto, primordial, donde entre ritos, reiteraciones y ciclos asistimos a la creación, la que brota de sí misma, con potentes imágenes: “Un mundo donde calló el Verbo / inútilmente hablador” para que el poema sea a la vez noticia y vaticinio.

La quinta estancia cubre los 80 y anuncia claramente el que será itinerario definitivo de la poesía de Liscano. Consta de tres poemarios que oscilan entre lo iniciático, lo metafísico y el des- cubrimiento del ser propio por medio del acudir a sus raíces, a su pasado. Consta de tres títulos: Myesis, Domicilios y Vencimientos, poemario éste cuya escritura se inició en los 60 y tardó 20 años en ser publicado, circunstancia que lo convierte en un título bisagra entre los componentes del largo ciclo que va de Rito de sombra (1961) a Domicilios (1986).

Resulta claro que en esta estos años su obra gana en profun- didad, cava obsesivamente en la condición humana, en su ser y estar, en la historia que repudia como resultado de las deshuma- nizaciones contemporáneas y sus horrores, y, a su vez, comienza a escribir el poemario que enlaza este ciclo con la estancia final, El origen sigue siendo.

En esta fase, Liscano comienza a ceder en sus suntuosidades y excesos, apura a fondo el despojamiento verbal (rasgos que per- durarán hasta el final de su trayecto), la meditación en la palabra cuyo norte es un mundo a nombrar, el que gira entre apocalipsis y génesis, nacer y destruir, creando emociones existenciales con-

211 tradictorias, apasionadas, temblorosas de angustia.

Su lindero demarcador es el yo que se busca, ahora con mayor evidencia y fuerza. La casa aparece otra vez como metáfora esen- cial del mundo, del contexto vivencial. Se cruzan un hermetismo licuado y cuasi barroco con la introspección y con una autenticidad expresiva que alcanzan su esplendor nítido en las imágenes que remiten el origen.

En Myesis (1982), Liscano incorpora a su obra una poesía nutrida por la cultura, en este caso por la que contienen los mitos helénicos fundacionales, aunque allí no se detiene. Es un largo poema polifónico centrado en el indagar y renacer dentro de la propia interioridad, así como los ritos iniciáticos, herméticos y secretos de la trasmigración del alma: “En el lugar del origen / el cortejo sibilino / regresa a las fuentes.” Poemario de tensiones entre unidad y multiplicidad, que opera como un campo de fuerzas don- de combaten elementos y factores, el dentro y el afuera, el tiempo y el espacio que se contradicen y divorcian. La construcción del poema mediante el procedimiento de voces y coros, narrador y descripción, se levanta desde el verso corto como vía para tensar la emocionalidad y no apartarse de la medular del poema.

En 1986 publica dos poemarios de mucha importancia que atienden a los asuntos cruciales del tiempo de la infancia y de la muerte, origen y destino, comienzo y reverso. En estos dos títulos es donde Liscano se aproxima a la mística tomando el camino de su interrogación por lo trascendente y sagrado.

El primero de esos poemarios es Domicilios, libro donde traza su esbozo poético de autobiografía y cuyos ejes son la madre, la

212 Juan Liscano: aproximaciones a su obra cartografía de la infancia, la casa y la constancia del adanismo del que todos participamos, perdido y recuperado gracias a la memoria y la escritura: “Ser no es sino estar en el fondo.”

La casa es estancia y raíz que las demoliciones urbanas no pueden abatir “en la ciudad nueva / tan hostil, tan destructora.” Para mayor veracidad, el poema, tanto en los espacios de verso como en los de prosa, que ambos usa, se emite desde el tú que no es más que centro del yo y de sus interrogantes: “Estás sin saber para qué.” Libro de la pérdida de lo que el hombre construye y conoció mientras deja en claro la persistencia de los elementos primarios, de la naturaleza en suma. “La ciudad natal se acabó” y solo “Espero ruido de trajín plural.”

El otro es Vencimientos, título cenital, alto, de Liscano. Invirtió un poco más de veinte años en su escritura (1960 – 1981), todavía esperó cinco para publicarlo y alcanzó dos ediciones. Es decir, se trata de un libro que atraviesa buena parte de su tiempo de creador, madurado y macerado como pocos, a la misma altura o quizás mayor de, por ejemplo, Cármenes, tanto en la calidad de resolución del poema como en la hondura que cobra la temática espiritual. En consonancia con la decisión de despojamiento, está compuesto por poemas breves, epigramáticos y directos, que sin transición van al fondo: “cuando descubrimos el actor que somos / y lo exponemos / (….) / y se aquieta la fiera de la sed / (….) / filo puro (…) / que se abate / y nos degüella”, así resultamos vencidos por nuestro propio ser esencial.

Puede que estemos ante el más jungiano de sus libros, ante todo por el poder esclarecedor de la palabra, y hasta del hermetismo, y de su posibilidad de forjarnos desde el vacío hacia la pureza. En

213 su verso lacónico también encontramos evidencias de rastros hin- duistas y de huellas esotéricas, una y otra contribuyen a la claridad y precisión de los poemas breves.

“La pregunta del viaje ahora / que cruzaste los lugares hacia el espacio / es: ¿cómo regresas a ti?”, dice, y “no pasa el tiempo / pasamos nosotros” afirma para, sentencioso, remarcar la fragilidad de lo humano en estos poemas concisos y austeros donde la pa- labra cobra potencia pues “cuando mueren / por un instante / las palabras / que tanta muerte dan siempre a la vida”, es decir, en el mismo movimiento desentrañan y dan opacidad pues “la realidad es ahí donde el silencio / propicia el nacimiento del lenguaje”, no la palabra, por cuanto “… las cosas reales / que existen y no necesitan de nosotros”. El poema, pues, como redundancia inútil, pues todo está desígnelo o no el texto.

De modo que Vencimientos, dividido en siete partes abarca- doras de parcelas temáticas propias, puede que sea el punto más espléndido del vanguardismo liscaniano (es “una introspección sin descanso” confiesa Liscano) y de su reformulación del poema “mediante un lenguaje tan despojado como simbólico y abstracto”, dice el autor, que en este libro, a diferencia de algunos anteriores, se logra en términos afortunados. Y deja el enigma plantado: “si lo que creemos ser es el doble / o si el doble es lo que somos”, unidad o duplicidad, partida o arribo.

La estancia final, sexta del recorrido, comienza casi una década después de concluida la anterior, y navega gracias a poemas muy plurales en su construcción, en el verso al que se recurre. Por lo general se trata de textos amplios en todos los sentidos del término, que utilizan, en cada caso, aquellas versificaciones más adecuadas

214 Juan Liscano: aproximaciones a su obra para el tema (para Liscano el contenido es primordial y el verso su recurso de comunicación).

Demarcamos esta estancia en el hecho novedoso de que la escritura se entiende como una instancia primordial y reveladora, tanto más cuanto mayor sea su despojamiento, su cualidad para lidiar con los materiales del esoterismo y de lo que el autor llama “el cuarto reino”, el de la existencia en la belleza del ser, de lo adánico recuperado tras perderse. En síntesis: en los poemarios configuradores de esta estancia, el poema pretende enfrentarse, desnudo, al ser.

Desde El origen sigue siendo (1994) la poesía de Liscano, salvo alguna excepción, dirige sus pasos por la experiencia sincrético – religiosa, en una pesquisa cuya médula es espiritual sin deshabitar la tracción intelectual que en ocasiones deviene en dominante, sobre todo en la visión crítica del hoy. El poemario fue escrito entre 1987 y 1990, y en la perspectiva de hoy casi que puede leerse como una coda de Vencimientos dictada por la pesadumbre, el pesimismo, el escepticismo ante todo aquello que constituye nuestro soporte civilizatorio, construida por una combinatoria de textos versicu- lares, versos escalonados y poemas cercanos al aforismo alongado.

En él la escritura se realiza y ofrece como hecho sagrado en la palabra, en el verbo, reflexión a la que hasta ese entonces casi nin- gún poeta se atrevió: “nada tan cerca de la belleza como el habla” afirma, de allí que se desanude su crítica “al sistema”, al capitalismo y su civilización engañosa, destructiva de la primordialidad: “vi- vimos la interminable cuña de la FELICIDAD” nos enrostra, y el sueño, la idealidad, es volver a comenzar para recobrar el adanismo, única posibilidad de reencontrar la humanidad de nuestra especie

215 contra la cual se ha lanzado la “cultura de la imagen” que la despoja de la facultad del pensar pues en ella “nuestra dicha depende de las / cosas innovadas y comprables.”

Por virtud del origen recuperado el que estaba vencido resurge, de allí Resurgencias (1995), que no abandona el ojo crítico ni la inmersión cósmica y telúrica, y mucho menos la oposición natu- raleza (el Edén) y cultura urbana, su pérdida: “Cuando llueve la ciudad desaparece” pues se desdeña el caos, el des-orden, que son en verdad nuestra materia natural de florecimiento y renovación, contrarios a la cotidianidad resecadora: “Todo era costumbre y orden, todo estaba en su sitio”.

El poemario, su “último reencuentro con la cultura judeo-cris- tiana”, está concebido desde “un ojo maduro y un espíritu en paz” en su inmersión nostálgica, en la exaltación del alma de la belleza (la Caracas de la niñez, la infancia en su totalidad), viene a ser un libro liberador, “esencia de lo transitorio es la muerte, / también iniciación a la vida.”

De nuevo el poema denso, ocasionalmente en prosa, la exposi- ción autobiográfica como sendero de rememoración del exterior para ver la interioridad: “soy del cuarto reino, / llevo los tres otros adentro… / (….) / Mi destino es salir de mi reino / hacia donde nadie sabe / hacia donde todo Es.”

Poemario reflexivo, sacral, cada vez menos rendido al eso- terismo y lo hermético, no así a la idealidad: “gusto del campo (….) vacaciones del espíritu” que más allá de la chatura del verso afinca la contradicción campo /ciudad que en Liscano alcanzó las temperaturas más furiosas, sin ceder en su “edenismo”, posible

216 Juan Liscano: aproximaciones a su obra en la tierra, de algunos de sus últimos poemarios: “resurge una y otra vez el mundo / con sus ofrecimientos y promesas / (….) / la belleza existe, vive, sufre heridas / y se muestra sensual y libre, / en cada resurgencia”, pero el tiempo es implacable, sanguinario en tanto sólo somos, pero no más de lo que somos, por vivir en él nos anula en el hoy el mañana distinto: “El tiempo, metáfora de uno mismo, / devoró el porvenir.”

En el siguiente poemario, En Aries (1996), las teclas del poema vienen dadas por los signos zodiacales como líneas de entendi- miento, como explicación de encuentros y desencuentros, de ra- zones astrales para asumir como amada a la mujer, para asomarse a la intemporalidad y a los susurros de la quiromancia. El poema deviene aforístico en toda una parte del libro, como si sólo este lenguaje fuese capaz de adentrarse en el cosmos de lo ignoto, de las incertidumbres, de las intuiciones o los conocimientos supra racionales, además de visor que desvela el pesimismo en el vivir diario: “Casi todas las cosas están perdidas / en esta guerra de lo cotidiano”, que es, por cierto, la que debe ganarse o de lo contrario cualquier otra victoria es derrota ineluctable. En todo caso, no es éste un libro memorable, a pesar de unas cuantas cualidades y, sobre todo, porque delata la continuidad en la obra del poeta.

Recuerdo del Adán caído (1997) fue un poemario escrito mu- cho tiempo atrás, a comienzos de la década de los 40, que luego reescribió bastante a fondo, lo que permite que no sea, a pesar del momento de su escritura inicial, un libro primerizo. Al contrario, es un poemario denso, dividido en siete “Recuerdos”, que despliega una constante obsesiva de Liscano, la de oponerse y derribar la historia para encontrar tras la limpieza de sus escombros el mundo originario, adánico, del nuestra especie, casi que como destino y

217 epifanía de ella.

Una interesante pluralidad de construcciones habita en este libro, desde el texto poético al uso hasta el poema dialogal que se fragua mediante el cruce de voces (por ejemplo, el poema Diálogo de Adán y Arlequín), pasando por el descriptivo-reflexivo que usa en Canto a las manos donde éstas son el signo y referente de la evolución de la especie: “¡Cómo brilla la luz antigua en los ojos de las manos!”.

Sola evidencia (1999) casi que se explica por completo en el Exordio escrito por el propio Liscano. Es, ante todo, un libro mar- cado por su amistad con el poeta H. A. Murena (Buenos Aires, 1923 – 1975) y en especial por el libro de éste, La metáfora y lo sagrado, donde postuló que el arte en general y la poesía en su especificidad tienen como esencia la de “llevar más allá lo sensible y mundano para traer más acá el Otro Mundo”, es decir, apoderarse de la metafísica, y dejarse apoderar por ella. Liscano escribe: “Murena ratificó mi tendencia espontánea hacia la realización del ser en la abstracción, la metáfora, el cultivo del sentido religioso libre, del símbolo de lo arquetipal, de lo mítico.”

Todos esos componentes, radicalmente liscanianos, los vamos a encontrar en este poemario, el de la evidencia sola, sin más com- pañía que la de ella misma: “La más alta poesía consiste / en intuir lo invisible del universo / tal como el chamán de los orígenes.” No en balde el propio Liscano escribió sobre este poemario que era “su biografía”. Libro, el último con innegable grandeza poética y ética, que se nutre del discurso expositivo sobre la vida interior como fuerza de liberación, sus enigmas, su génesis y destino, intercam- biando el poema y el verso conciso con el extenso, dando pie a las

218 Juan Liscano: aproximaciones a su obra vibraciones con lo religioso, las religiones antiguas y la evidencia de que el ser puede recuperarse, siguiendo al hinduismo, en ese eterno retorno, para superar, por fin, que “unos pocos aman, / la mayor parte devora.”

Ese mismo año, el último de su vida, publica su poemario fi- nal, Vaivén (1999), extenso poema donde, para algunos, traza “su autobiografía espiritual”. En efecto, parece un libro testamentario y de testimonio definitivo de su ir y venir del alma, “Hace años, hace heridas, hace memoria, / empezó a ordenar su vaivén del alma”, escribe, autobiografía esencialista que se urde gracias al tejido de memoria y sabiduría y su grito final, denunciante o de ajuste de cuentas, contra la modernidad, la de “efímeras criaturas, casi imperceptibles, / se embriagan, se apiñan, se desnudan, / se enguerrillan, golpean, matan, poblaciones / de todas las razas corren entre sismos / e inundaciones, entre templos y burdeles”. En suma, poemario explosivamente liberador, “como si uno / se encontrara a sí mismo, de pronto.”

Los años de esta estancia final que abriga la casi totalidad de la década de los 90, fueron un ciclo extremadamente fértil, explayado, donde el poeta continúa indagando, descubriendo, delineando en su voz y en su vida una poética muy marcadamente sacral y metafísica, siempre apegada a la condición humana, que acaso alinea parte del mejor conjunto de la obra lírica de Juan Liscano, el que comenzó con Domicilios, siguió con Vencimientos, sin olvidar, antes, a Cármenes, y que en estos 90 se redondeó, en particular, con El origen sigue siendo, Resurgencias y Sola evidencia.

219 Pequeña addenda

Para que nada se quede en el tintero, señalemos que la incur- sión en varias bibliografías de la obra liscaniana levanta las pistas de otros títulos poéticos: Del mar (1948), Las citas (1970), Suce- sos (1982) y Paternidad (1990), compuestos, por lo general, con poemas de libros anteriores o posteriores, o que, sencillamente, el poeta terminó por desconsiderarlos dentro de su obra.

Con la totalidad de sus títulos poéticos a mano, es necesario, en este aparte final, subrayar que la poesía de Liscano mereció al menos cuatro antologías publicadas en Venezuela, alguna de ellas con más de una edición, y al menos tres publicadas fuera (Italia, Francia y Argentina).

Recogiendo huellas

Si intentamos una síntesis de esa suerte de mapa del sexteto de estancias que antes hemos definido para la poesía de Juan Lis- cano, a pesar de que, por ejemplo, Recuerdo del Adán caído y Rito de sombra, dan pie muy concreto para subrayar de nuevo que esta poesía, más allá de que se pueda organizar por ciclos o estancias, se va construyendo en espirales que ascienden mediante círculos cada vez más amplios y concentrados para reafirmarnos que a lo largo de ese curso idéntico y desigual, de más de sesenta años de escritura, se va perfilando la obra de uno de nuestros mejores poetas de línea ontológico-religiosa, de privilegiamiento de los asuntos humanos, que no son exclusivamente terrenos ni corpóreos, que van mucho más allá, hacia lo metafísico, que parten de ellos como origen y condicionante inevitable, para elevarse, en especial, en el poema erótico – esencialista a unos altares que ni antes ni después

220 Juan Liscano: aproximaciones a su obra se han tocado en la poesía venezolana. Asentados en esa perspectiva, algunos se han atrevido a señalar que, en definitiva, la poesía liscaniana es profundamente mística, es decir, vuela siempre avizorando el sentido último, básico, de cada asunto como parte de totalidades, sea en su poemas sociales, urbanos, eróticos o sacrales. En apoyo de esta hipótesis arguyen las tempranas discusiones de Liscano con los afiliados alGrupo Vier- nes, donde el espiritualismo y el idealismo, también “el indoame- ricanismo”, ocuparon buena parte de la polémica, convirtiéndolo muy temprano en el primer “posviernista”.

Probablemente sea su territorio poético a partir de los 70 (Rayo que al alcanzarme, Fundaciones) el que permite advertir la posibili- dad de calificar de mística su obra lírica. En todo caso, misticismo sin afiliación religiosa pero abonado a lo trascendente (religioso / metafísico), encarando el dilema, que llamó “espiritualista”, al que se enfrenta el creador que necesita tanto de la palabra como del silencio, y, en última instancia, también coopera a esa percepción su radicación en los mitos y en los arquetipos junguianos que lo llevan a proponer la apreciación de una humanidad originaria unida, que la civilización moderna fracturó, planteando por ello e inevitablemente un reto crucial, el de la recuperación del origen perdido en el tiempo pero siempre vivo en la memoria del ser. Esta proposición, hecha desde la reflexividad peculiar de la poesía liscaniana, volvamos al principio, resulta casi enteramente mística: disolver la diversidad y reencontrarse en el uno.

Liscano por sí mismo

En una de sus libros fundamentales para comprenderlo (y para comprenderse a sí mismo), Espiritualidad y literatura y otros

221 ensayos (1976) nos habla de “una relación tormentosa” entre am- bas, que pueden encontrarse en algún punto, dice, pero tienden a bifurcarse, a separarse pues la primera, la espiritualidad, sólo vive de la esencia, de los contenidos fundamentales, originarios, de lo sagrado en suma, en tanto que la literatura suele perderse en las externalidades, en los verbalismos y las orfebrerías, en lo contingente y accidental. Así vistas, semejan contrarios difíciles de armonizar. Y la decisión poética que toma Liscano, cada vez más exigente y perentoria, sobre todo en los últimos veinte años de los sesenta que cubrió su obra poética, fue la de resolver ese hiato, la de encontrar una poética donde se hermanasen desde la raíz de cada una. Acaso porque “Dios no ha muerto. / Solo se perdió el rastro de su huella”, y su poesía quiere reencontrarlo desde una posición religiosa, no de creyente definido sino de quien busca “rastros” para entender y que, entre otras consecuencias, le permite negar y romper con los “valores” admitidos por el proceso civilizatorio de la modernidad.

Esa perspectiva queda bien delineada en la “Introducción” que escribe para su Panorama de la Literatura Venezolana Actual a co- mienzos de los 70, y que revisa y pone al día una década después para la segunda edición del libro, donde Liscano explicita algunas líneas básicas de su ideario poético.

Señala que “Tan sólo cuando la literatura ingresa en una dimen- sión espiritual liberadora de alienaciones mentales y egocentrismos laberínticos, puede desligarse de la condición circunstancial que la destruye y limita. La obra de los místicos, por ejemplo, tiende a al- canzar lo intemporal, a producir una explosión de la conciencia que destruye muchas de las limitaciones de la literatura. El contenido absorbe el continente. El lenguaje nace después de la experiencia,

222 Juan Liscano: aproximaciones a su obra de la acción vital. No se trata de tomar impulso en las palabras para seguir asociando palabras y conceptos, ideas y esquemas mentales, sino de un ardimiento vital, de un ser. No de un estar. De un haber sido. La luz negra de lo escrito con base a una actitud en que el ego tiende a disolverse, brota cuando encuentra en su camino algo que alumbrar.” En efecto, luego de recorrer la poesía liscaniana, nos queda la impresión de que desde el comienzo su norte fue el de un lenguaje creado en la experiencia y el de un poema donde lo que dice priva sobre el modo de hacerlo, lo condiciona y hasta determina. Y con respecto al cosmos de la espiritualidad y a la liquidación del ego, de la circunstancialidad y de la contingencia temporal, es en su obra de los años 80 y 90 donde manifestó su completa fidelidad a esos postulados, a pesar de que ya antes, sobre todo en los 60, pugnaba por abrir dicho camino.

Y remata el asunto: “Frente a ese resplandor nacido del silencio interior y del vacío oscuro, de la noche del alma, la literatura ego- céntrica y mental resulta un fuego de artificio. Mientras aquello es vivencia, lo otro es referencia (….) literatura prefabricada.” Podría- mos decir que, más que del silencio interior, la poesía liscaniana de las últimas tres décadas de su creación, y no antes, no parte de él sino que lo busca, y sin encontrarlo jamás del todo. De allí que en puridad no sea la poesía de un místico sino la de un gnóstico, y no del todo tampoco, porque lo suyo no es alcanzar la salvación sino el conocimiento introspectivo de lo sagrado, de aquello que encontramos, si tocamos esas honduras, en la fibras primeras del ser, de la existencia.

La poesía de Juan Liscano es tan peculiar que, incluso en ese camino intermedio, no encuentra parangón en la literatura vene- zolana salvo, acaso, en determinadas zonas de la obra de Armando

223 Rojas Guardia (Caracas, 1949), por ejemplo, en sus poemarios Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985) y Poemas de Quebrada de la Virgen (1985), y en ciertos títulos de Rafael Arráiz Lucca (Caracas, 1959), específicamente en Pesadum- bre de Bridgetown (1992), Plexo Solar (2002) y Un bonzo sobre la nieve (2011), aunque en ninguno de estos dos poetas palpamos la vibrante angustia metafísica sin respuesta en que consistió la obra de los años finales de Liscano.

En una conversación que mantuvo a fines de los años 70, pro- bablemente en diciembre de 1979, con un poeta al que estimaba mucho, Rafael José Muñoz, Liscano verbaliza algunas otras con- fesiones interesantes para iluminar el curso de su obra.

Dice en esa entrevista que el pináculo incierto de sus ilusiones consiste en “la esperanza de un renacimiento interior del ser hu- mano, liberado de las alienaciones”, y si bien nos detenemos en su poemas desde mediados de los 60, pero también en algunos que escribió en años anteriores, percibimos que su obra tenía como destinatario, sí, el otro, el nosotros, el todos, pero a partir del sí mismo pues a quien estaba liberando a medida que los escribía era al propio autor. Su obra tuvo, acaso desde siempre, como propósito central el de iluminarse e iluminarla. De allí, con toda razón, que Rafael Arráiz Lucca puede sintetizar la poética de Liscano como el vaivén entre la desesperanza y la resurrección.

Más adelante subraya Liscano que “cuando la literatura se pone al servicio exclusivo de sí misma es cuando se apartan las vías de realización de la escritura y de la meditación (…) No me interesan la textualidad literaria pura, el culto semiótico, las disquisiciones estructuralistas, los despliegues verbales sustentados sobre la sola

224 Juan Liscano: aproximaciones a su obra verbalidad.” Y así fue el trillar constante de su creación: solo si se tiene en la conciencia espiritual algo que decir, indagar, iluminar, vale la pena escribir, siempre que la textualidad se rinda al obje- tivo determinante de poner más luz en la intuición, la reflexión, la indagación, de lo contrario el verbo se desverbaliza, se deslava, deviene en pura palabrería. De allí que su poesía opere con esa multiformidad casi ilimitada que le es característica, que nunca se estancó en una modalidad dominante de construcción ni de escritura poéticas. Eso quería, que su poética, y la poesía en general, fuese “visión de la unidad, sentimiento de la esencia, elocuencia del silencio”, y en subir tales cumbres se empeñó con fortuna dispar pero con honradez absoluta.

Volvamos a Reinaldo Pérez Só y a su ya citado ensayo acerca del neorromántico “salvajismo poético venezolano”. Liscano, sin lugar a dudas, cultivó la poesía para revelar (y revelarse) el paisaje interior en oposición a “lo gramático y retórico” y lo hizo por un intenso “imperativo poético libertario”: “perderse (…) como si uno / se encontrara a sí mismo, de pronto, / cruzando alguna calle sórdida de la ciudad / sobre la que resplandeciera el consuelo celeste / de sol azul, blanco, plateado, presente y lejano.” El Sol es la iluminación absoluta. La Luna nuestro origen enigmático y cierto. Entre ambas basculó constantemente la obra poética de Juan Liscano. Solar y Lunar a un tiempo, torrentosa y contenida, abierta y cerrada, libérrima y contenida, cuerpo y eros, sacralidad y sexualidad, imprecación y anhelo, esperanza y escepticismo. La terredad y lo humano la presidieron verso a verso, y lo sagrado, casi que poema a poema.

En definitiva, la poesía fue su intento de alcanzar un destino, de ofrendarse y ofrendar un sentido del vivir no solo personal

225 sino también para la especie en su totalidad y completitud. Todos pertenecemos a ella y al tiempo, dijo, y es en su interior donde hurgamos y habitamos para salir con la palabra que arroje luz quién sabe hacia dónde.

Esa fue su poesía, irregular e impura, también alta y limpia. Distinguida y peculiar en la historia de la literatura venezolana, buscándose a sí misma y a su autor, y entre ambos, buscándonos a nosotros, a todos en el uno, poema y creador y creatura.

226 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Bibliografía

OBRA POÉTICA (primeras ediciones) de JUAN LISCANO 8 poemas. Impresores Unidos, Caracas (1939) Contienda. Élite, Caracas (1942) Del alba al alba. Tipografía La Nación, Caracas (1943) Humano destino. Editorial Nova, Buenos Aires (1949) Tierra muerta de sed. Librería Española de Ediciones, París (1954) Nuevo Mundo Orinoco. Cordillera, Caracas (1959) Rito de sombra. Cordillera, Caracas (1961) Cármenes. Editorial Losada, Buenos Aires (1966) Edad obscura. Ediciones Zona Franca, Caracas (1969) Los nuevos días. Editorial Arte, Caracas (1972) Animalancia. Instituto Zuliano de Cultura Andrés Eloy Blanco, Caracas (1976) Rayo que al alcanzarme. Monte Ávila Editores, Caracas (1978) El viaje. Universidad de Los Andes, Mérida (1978) Fundaciones. Monte Ávila Editores, Caracas (1979) Myesis. Fundarte, Caracas (1982) Vencimientos. Galería Durban, Caracas (1986) Domicilios. Fundarte, Caracas (1986) El origen que sigue siendo. Alfadil Ediciones, Caracas (1994) Resurgencias. Consejo Nacional de la Cultura, Caracas (1995) En Aries. Pequeña Venecia, Caracas (1996) Recuerdo del Adán caído. Ediciones La Casa Asterión, Caracas (1997) Sola evidencia. Editorial Norma, Bogotá (1999) Vaivén. Grupo Editorial Eclepsidra, Caracas (1999)

227 OBRA ENSAYÍSTICA (solo la empleada para la escritura de este texto)

Panorama de la Literatura Venezolana actual Alfadil Ediciones, Caracas (1984)

Espiritualidad y literatura y otros ensayos Seix Barral, Caracas (1976) y Monte Ávila Editores, Caracas (1996)

BIBLIOGRAFÍA sobre JUAN LISCANO (solo la empleada para la escritura de este texto)

Arráiz Lucca, Rafael El coro de las voces solitarias / Una historia de la poesía venezolana, Editorial Sentido, Caracas (2002)

Arráiz Lucca, Rafael “Juan Liscano: desesperanza y resurrección” en Juan Liscano Obra poética completa Fundación para la Cultura Urbana, Caracas (2007)

Arráiz Lucca, Rafael Juan Liscano Biblioteca Biográfica Venezolana. El Nacional / Banco del Caribe, Ca- racas (2008)

Gutiérrez Plaza, Arturo Itinerarios de la ciudad en la poesía venezolana / Una metáfora del cambio Fundación para la Cultura Urbana, Caracas (2010)

Marta Sosa, Joaquín “El río libre, plural y fértil (Aproximación sumaria a la poesía venezolana)” En Navegación de tres siglos / Antología básica de la poesía venezolana Fundación para la Cultura Urbana, Caracas (2003)

228 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Muñoz, Rafael José “Juan Liscano, el escritor olvidado” entrevista a Juan Liscano Revista Cábala, Nº 33, Caracas (1980)

Pérez Só, Reinaldo “Seis décadas de poesía venezolana (Bosquejo)” Revista Poesía, número 102 / 103, Valencia, Venezuela, (1994)

Rodríguez Ortiz, Oscar (editor) Juan Liscano ante la crítica Monte Ávila Editores, Caracas (1990)

Rodríguez Ortiz, Oscar “Juan Liscano” en Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina Biblioteca Ayacucho / Monte Ávila Editores, Caracas (1995)

Sucre, Guillermo La máscara, la transparencia / Ensayos sobre poesía hispanoamericana Fondo de Cultura Económica, México (1985)

229

Juan Liscano: aproximaciones a su obra

EL CRÍTICO LITERARIO

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Juan Liscano: aproximaciones a su obra

JUAN LISCANO: CRÍTICO LITERARIO Esquema para su estudio

Roberto Lovera De-Sola Fundación Francisco Herrera-Luque

Queremos en este trabajo acercarnos a un aspecto importante en el escribir de Juan Liscano (1915-2001), tan decisivo como su creación poética, sus estudios sobre el folklore venezolano o sus miradas en el vientre de la venezolanidad. Nos ha empujado a trabajar en este estudio la singularidad del trabajo crítico literario hecho por Liscano, en sus vertientes de seguidor del proceso de nuestras letras como su interés por trazar la historia literaria del siglo XX venezolano.

En el caso que tratamos el trabajo crítico de Liscano ha sido amplísimo. Toca figuras centrales de nuestro quehacer como el maestro Rómulo Gallegos (1884-1969), el primer gran balance literario del admirado a través del conjunto hacer cultura, en su demasiado olvidado examen del proceso de nuestras humanidades, literatura e historia, registrado en una obra extensa, doscientos cincuenta páginas. Nos referimos a sus “150 años de Cultura Ve- nezolana, 1810-1960”, publicado en 1962, nutrida visión, esencial

233 para entender especialmente el proceso de nuestras letras. Siempre nos ha parecido inexplicable que este estudio no se haya vuelto a publicar, consultarlo y seguirlo siempre es obligatorio para quien estudie nuestras letras.

De nuestro hacer creador lo examinó también, como una totalidad, en los ángulos de nuestra contemporaneidad en su Pa- norama de la literatura venezolana actual, del cual, en su proceso de escritura, fuimos su documentalista, o temas más hondos, algunos relacionados con su propio proceso de creación poética. Tal su Espiritualidad y literatura, considerado por Rafael Arráiz Lucca (1959) como el más importante de sus ensayos, con lo que coincidimos1. En la gestión crítica de Liscano no ha estado nunca ausente su inquietud por lo que las diversas generaciones que han entrado en nuestra heredad literaria han hecho. Especial atención ha prestado siempre a lo realizado en los ámbitos de la poesía.

Liscano aparece en nuestra vida literaria tras la muerte de Gó- mez, en 1939. Ya entrado en la mitad del siglo XX, lo encontramos entre aquellos que reflexionan sobre puntos muy diversos, siempre con el país en la mira, siempre con alma despierta en su poesía. Tal Juan Liscano, cuya obra crítico literaria es tan decisiva, quien es además, no tan lejos de lo literario como quien toma el ensayo para mirar nuestros acaeceres. Tal sus Reflexiones para jóvenes capaces de leer, Pensar a Venezuela o Los vicios del sistema, escrito este último dentro de la máxima angustia y desasosiego ciudadano durante la crisis de los años noventa, aun no superada. Su pensa- miento ha sido siempre faro para los aquí nacidos. Juan Liscano además del lugar que ocupa en nuestra poesía contemporánea tiene

1 Rafael Arraiz Lucca: Juan Liscano. Caracas: El Nacional/BanCaribe, 2008. 116 p. La referencia aparece en las p.19.

234 Juan Liscano: aproximaciones a su obra un lugar destacado entre los cultores de la crítica literaria entre nosotros. Libros suyos como Caminos de la prosa (1953), Rómulo Gallegos y su tiempo (1961) Tiempo desandado (1964), Rómulo Gallegos: vida y obra (1968), Panorama de la literatura venezolana actual (1973), Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa (1976), Descripciones (1983), Lecturas de poetas y poesía (1985), 21 prólogos y un mismo autor (1990) y Pensar en Venezuela (1995) lo demuestran. A estas obras hay que unir la constante labor de Liscano de estudioso y divulgador de nuestras letras la cual no puede dejarse de lado al estudiar la literatura venezolana del siglo XX, centuria que se cerró el año de su deceso, después de haber culminado Liscano sesenta y siete años de actividad creadora, si la contamos a partir del año 1934, fecha de la publicación de su primer poema, “Plenitud”, impreso en El Universal, de Caracas. Creemos, sin embargo, que el origen de sus escribires puede da- tarse del año anterior, cuando como consecuencia de la lectura de Las memorias de mama Blanca, de Teresa de la Parra (1889-1936) recibidas en enero de 1933, con bella dedicatoria de Teresa, hubo un hondo cruce de observaciones entre el joven escritor y la gran creadora (febrero 14,1933)2, ya figura central de nuestras letras. Solo conocemos la misiva de Teresa, la de Liscano, muy vehemente, como él la calificó, no ha llegado hasta nosotros. Pero allí vemos el germen de una vocación literaria que no se detuvo en expresarse desde aquel día, en que Liscano vivía en un colegio secundario de Normandía, en Francia, hasta el 16 de febrero de 2001, cuando, con ochenta y seis años dejó de vivir en la Clínica Urológica de San Román, en su Caracas natal (julio 7,1915).

2 Velia Bosch: Iconografía de Teresa de la Parra. Caracas: Biblioteca Ayacucho,1984.79 p. La carta de Teresa está en las p.22.23.

235 La obra crítica

Las incursiones crítico literarias de Liscano son parte muy im- portante de su quehacer con la palabra, fue tan gran interpretador de nuestras letras, ya que fue un ser de “pluma generosa, siempre dispuesta a estimular la lectura de nuevos escritores”, como apuntó Arráiz Lucca3. Ojalá haya pronto quien se decida a compilar la totalidad de su obra crítico-literaria, la cual corre aun dispersa en las publicaciones en donde han aparecido originalmente, ya que aquí nos hemos asomado a ella a partir de sus obras impresas de estos asuntos.

Muy importante, dentro de la obra crítica de Liscano, son aquellas obras dedicadas a la comprensión histórica de nuestras letras, ello fue hecho a través de obras suyas como Rómulo Gallegos y su tiempo4, “150 años de cultura venezolana” o Panorama de la literatura venezolana actual, en otras, como en su Espirtualidad literatura, hay incidencias, no menor en ella es su ensayo sobre Marcos Vargas, el protagonista de Canaima de Rómulo Gallegos.

Ideas motrices

Ya lo hemos escrito en otras oportunidades: es señal de inma- durez de un proceso literario cuando un libro interesante, vivo, polémico e incitante pasa inadvertido. Esto ha sucedido con este

3 Rafael Arraiz Lucca: Juan Liscano,p.84

4 Rómulo Gallegos y su tiempo. Caracas: Universidad Central,1961. 161 p.; 2ª-aum. Caracas: Monte Ávila Editorres,1969.252 p., esta última es la que hemos tenido a la vista. Escribió también Rómulo Gallegos: vida y obra. México: Editorial Novaro,1968. 175 p., obra distinta a la publicada, sobre el mismo autor, en 1961.

236 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Panorama de la literatura venezolana actual de Liscano5. Se trata de una obra escrita con la clara idea de hacer crítica seria y publicado con las aspiración de que “no sea un ¿quién es quién? en la actual literatura venezolana, sino [para] señalar algunas direcciones de nuestras letras y destacar algunas figuras representativas” (p.221). Sin embargo, el libro espera aun de esos lectores críticos que lo lean, comenten y glosen, como una indagación de este tipo merece.

Creemos que para bien leer este libro no se puede olvidar que se trata de un volumen escrito por un creador quien ha realizado su obra poética en la misma época en que se desarrolla la literatura que intenta comentar. Pero también es verdad que este poeta ha sido uno de los que con mayor pasión ha estudiado paso a paso las diversas facetas de la evolución que va examinando en su libro. Muestra de esto son sus muchos ensayos y notas críticas y sus trabajos de valoración general como sus “150 años de cultura venezolana”6 o sus estudios biográfico-crítico, como el que dedi- có a Gallegos. De allí que el lector atento pueda darse muy bien leyendo este Panorama de la literatura venezolana actual, cual ha sido la evolución del pensamiento de Liscano con respecto a la evolución nuestra literatura.

No deja de llamar la atención que un libro en donde de forma sistemática se examina el proceso de la creación literaria venezolana como lo es este Panorama de la literatura venezolana actual haya sido silenciado por quienes se ocupan de la vida de los libros en nuestro país. Esto para nosotros es señal inequívoca de la inma- durez de nuestra crítica.

5 Juan Liscano: Panorama de la literatura venezolana actual. Caracas: Publicaciones Españolas,1973. 414 p., todas nuestras citas proceden de esta edición. 6 ***OJO***Falta esta referencia

237 Si es verdad que quien corre el riesgo de juzgar la obra escrita por sus contemporáneos puede correr el riesgo de que su obra, o sus juicios, sean discutidos, pero nada explica el silencio ante esta obra. Una hipótesis en torno a tal hecho podría ser: que todos los autores quieren aparecer en tal examen crítico o que muchos escritores no están de acuerdo con la apreciación que de sus obras hace Liscano: pensar así es cerrar toda posibilidad al ejercicio serio de la crítica literaria. Además que si se lee desapasionadamente esta obra se verá que Liscano ha examinado a todos los escritores significativos y con severo juicio los ha colocado en el sitio que les corresponde en el proceso de nuestra creación.

No hay duda también que como conclusión del estudio de la obra de nuestros creadores Liscano arriba a personales aprecia- ciones y es él quien decide el espacio que debe darle a cada autor u obra dentro de su libro: es esto lo que hace cualquier crítico al hacer su trabajo interpretativo.

Un panorama de nuestras letras

Esta parte de la lectura, cuidadosa y crítica de nuestras letras, la hacemos aquí deteniéndonos en su Panorama de la literatura venezolana actual. En él parte Liscano del año 1918 en el cual en- cuentra el inicio de un cambio en el lenguaje de nuestros creadores, es el tiempo de ruptura con los modos del modernismo(p.36) que inician, en el campo de la narrativa, Rómulo Gallegos(1884-1969) con los cuentos de Los aventureros(1913) y José Rafael Pocate- rra(1889-1955) con Politica feminista(1913), ambas del mismo año, hacemos esta observación sólo que para perfilar un proceso no se puede fijar fechas exactas, por la forma de ser de los procesos creadores, por ejemplo, uno de las narraciones de Los aventureros,

238 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

“Sol de antaño”, fue impreso en El Cojo Ilustrado(enero 1,1910), tres años antes. Y lo más sazonado de Pocaterra llegará con sus Cuentos grotescos (1922) varios años después. Observa Liscano que desde 1918 hasta los días que vivimos (1973), cuando publico su libro, se rompen los esquemas tradicio- nales de nuestra literatura(p.13) en la cual se produce un proceso de afuera hacia dentro, del exterior al interior de la persona que él describe así:

“A medida que la literatura pasa de la referencia de la naturaleza y de los hombres generados por ella, a la interiorización yoica, al lenguaje y a formas llamadas abiertas tiende a enrocarse es una espiral de ramificaciones y diversificaciones, mientras el ego ins- pirador, sujeto y objeto de gran parte de las expresiones actuales, multiplica sus refracciones” (p.14),

concluye con una observación que sería bueno no olvidar

“La poesía y hasta la misma narrativa pueden resumirse en una relación de lenguaje, espejo y ego”(p.14) y observa también que la literatura ha ido hacia sí y explicándose ella misma(p.15), transformándose cada vez en un “como decir”(p.15).

Así su intento en este libro, ya con tres ediciones (1984 y 1995), es presentar los diversos cambios en el campo literario de una forma imparcial y sobria, por ello en muchos lugares, según anota, ha dejado de expresar su personal opinión sobre autores, obras, movimientos o grupos para exponer de forma clara y precisa la peripecia venezolana. Pese a esta confesión de su parte ha reaccio- nado contra una idea, muy seguida por los autores de historias de nuestra literatura: estudiar a todos los escritores así hayan hecho

239 contribuciones o no al desarrollo de la misma. Liscano, como es lo veraz, ha estudiado a los autores significativos, situado a los secundarios en el lugar que les corresponde. Con esto ha logrado destacar y colocar en su justo sitio a los verdaderos creadores.

Este Panorama de la literatura venezolana actual constituye una visión muy completa de nuestras letras pero hecho con sentido crítico, no incluyendo a todos los escritores sino a los que realmente han significado algo en el proceso de la creación literaria en nuestro país. Este es uno de los rasgos más importantes de este libro en el cual podemos estudiar la evolución de nuestras letras a partir de la “Generación de 1918”. Pese al afán de severa objetividad que Liscano se impuso el libro contiene una muy personal visión de la literatura venezolana. No podría ser de otra forma, sería pedir otra cosa, pedir peras al olmo. Y no hay que olvidar que el propio Liscano es un creador también cuya obra surgió en el mismo pe- ríodo que examina. Esto no le resta un ápice al valor de su obra, es precisamente lo que lo convierte en un libro viviente.

La obra se inicia con una interrogante:¿en qué momento se ini- ció la actual literatura venezolana(p.11)? y como su autor está cons- ciente de lo relativo del término “actualidad” señala que el límite es la primera post guerra(p.12-13), que es el momento(1918-1939) que se inicia un cambio significativo en nuestra literatura. Sin em- bargo insiste que el rasgo fundamental en que apoyó el concepto de actualidad para esta obra es el del “lenguaje, de la ruptura con la escritura modernista y la iniciación de una nueva escritura más despojada y directa, más adecuada al propósito del descubrimiento y penetración de nuestra realidad” (p.36).

Dicho esto señala que divide para su examen la literatura con-

240 Juan Liscano: aproximaciones a su obra temporánea de nuestros país en tres períodos: uno de “inquietud soterrada y de ahogo” que transcurre entre 1918-1928; un segundo tiempo de “toma de conciencia revolucionaria” que se desarrolla de 1928-1958 y un tercer período de “acción, de activismo, de intentos de imponer soluciones extremas, de violenta disconformidad, de intransigencia literaria y política en los grupos más empeñados en destruir el sistema”(p.13). Lo situamos, leyendo a Liscano, entre 1959 y 1972, fecha en se cierra este volumen.

Si deseamos señalar el perfil de este libro tenemos que anotar que Liscano realiza una interpretación socio-histórica y política de nuestra literatura, lo cual no le exime de entregarnos serios análisis estrictamente literarios. Pero hay un hecho: el contexto en el cual se desarrolla nuestra literatura le interesa y le preocupa. Así, como consecuencia, los cambios que se han producido en la sociedad venezolana como el crecimiento demográfico, la alienación del hombre actual, la contaminación, el petróleo y su influencia.

El libro se divide en cuatro grandes zonas: 1)una parte intro- ductoria en donde examina los antecedentes de la literatura vene- zolana actual; 2)una segunda en donde estudia nuestra narrativa, la cual ve desarrollarse a través de cuatro períodos; 3)medio siglo de poesía, estudiado a través de los poetas de 1918 y Antonio Arráiz, la vanguardia, “Viernes”, los anti viernistas y los poetas que publican de 1950 acá; 4)la cuarta parte del libro examina el ensayo, la biografía, la crítica, los trabajos de los humanistas y un aspecto que el autor de este libro le interesa: el ensayo filosófico marxista y el concepto de alineación.

En Panorama de la literatura venezolana actual, ya lo hemos señalado, parte para su estudio del año diez y ocho en el cual en-

241 cuentra el inicio de un cambio en el lenguaje de nuestros creado- res, es el tiempo de la ruptura con el lenguaje de los modernistas (p.36), que inicia Pocaterra. De allí aquella confesión suya en su primera novela: “Mis personajes piensan en venezolano, obran en venezolano, como tengo la desgracia de no ser nieto de Barbey d’Aurevilly (1808-1899) hijo del Cisne lascivo, es justo que se me considere, y lo deseo en extremo, fuera de la literatura”7. Es de- cir, repudió el falso criollismo. Hizo, según Sambrano Urdaneta, quien desde luego no cree, como cualquier lector inteligente, que Pocaterra pudiera estar fuera de la literatura. Lo que está es “Elno quiere formar coro entre los adictos a la moda exótica, ya sean románticos a lo Barbey d’Aurevilly, ya hijos del Cisne modernista, a lo Rubén Darío (1867-1916)”8, tal lo que indica en el pasaje suyo que hemos citado. Nos hemos detenido en este hecho por explicar, de la forma descarnada de Pocaterra, el inicio de una nueva atapa en nuestras letras.

Liscano se introduce en el estudio de la evolución de nuestra literatura examinando de forma somera la literatura escrita en Venezuela durante el siglo XIX hasta el modernismo, incluso hasta el momento en que el modernismo desgasta su códigos y se comienza a publicar la obra de los creadores que reaccionan contra este movimiento: Pocaterra o Gallegos en la narrativa; Antonio Arraiz y los poetas de 1918.

7 José Rafael Pocaterra: Politica feminista o el doctor Bebé. Prólogo: Oswaldo Larrazabal Henrríquez. Caracas: Monte Ávila Editores,1990.190 p. La cita procede de la p.29-30.

8 Oscar Sambrano Urdaneta/Domingo Miliani: Literatura hispanoamericama. 2ª.ed. Caracas: Edtoirla Texto,1973. 2 vols. La cita procede de la p.440.

242 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

El siglo XIX

Siguiendo a Liscano, en la literatura política que se escribe durante la época de la emancipación encuentra que “rompe con la escritura colonial”(p.17). Analiza a continuación la prosa de Simón Bolívar(1783-1830) y las contribuciones que hicieron Juan Vicente González(1810-1866), Eduardo Blanco(1838-1912), Felipe Larrazabal(1816-1873), José Luis Ramos(c1790-1949), Juan Ger- mán Roscio(1763-1821), Fermín Toro(1806-1865), Rafael María Baralt(1810-1860), Francisco Javier Yanes(1777-1842) y Simón Rodríguez(1764-1854). En el campo estrictamente literario se detiene ante la obra de Andrés Bello (1781-1865), estudia la obra del humanista caraqueño y señala la repercusión de su obra en el desarrollo de nuestra literatura. Liscano apunta “La literatura creativa venezolana nace a la sombra de la Silva a la agricultura de la zona tórrida, inspirará durante años la narrativa y la poesía venezolana, hasta el punto de que debemos a ese impulso algunas de las obras mas significativas que pueden mencionarse: la Silva criolla(1901) de Francisco Lazo Martí(1869-1909), novelas como Zárate(1881) de Eduado Blanco como Peonía(1890) de Manuel Vicente Romerogarcía(1861-1917), El último Solar(1920) y Doña Bárbara(1929), de Rómulo Gallegos”(p.22).

Así mismo insiste en que Bello es el primero que “elabora unos textos que son fundamentalmente literatura, ficción, escri- tura”(p.24), “la escritura de Andrés Bello...no constituyó una rup- tura con el lenguaje pseudoclásico, sino más bien una adaptación al romanticismo, una tentativa moderada por aligerar el estilo colonial. En el fondo, en Bello imperaba el clasicismo, propio de la escritura burguesa-latifundista”(p.26). No estamos de acuerdo con esta última observación sobre Bello, creemos que más bien,

243 con ojo avizor, creó el lenguaje y la literatura que sería necesaria para que la independencia política fuera, años más tarde, tam- bién, independencia cultural. Y en poesía sufrió, en Londres, la influencia del romanticismo y siguió los postulados de aquella escuela. Fue por esos poemas y por sus textos críticos londinenses, el primer romántico latinoamericano, años antes que el Esteban de Echeverría (1805-1851).

La precisión de lo literario

Sin embargo, existe un aspecto más discutible en este capítulo del libro de Liscano. No es un error suyo. Es obra de una tradición errada de nuestra literatura: como en nuestro país carecemos aún de una historia sistemática, severa y crítica de nuestra literatura se sigue estudiando como literatura, como obras de creación, trabajos de muchos escritores que deben figurar en rigor en la historia de las ideas venezolanas. Pero esto viene de un hecho: desde el siglo XIX se ha venido historiando como literatura toda manifestación de la cultura escrita. La razón es una sola: muchos de los llamados histo- riadores de nuestra literatura les ha bastado con copiar los juicios de Gonzalo Picón Febres(1860-1918), Julio Planchart(1885-1948), Mariano Picón Salas(1901-1965), Arturo Uslar Pietri(1906-2001), José Ramón Medina(1919-2010), y no se han tomado el trabajo de investigar por sí mismos. Esto no es el caso de Liscano quien siempre ha escrito con ideas originales. Ahora bien, no se puede seguir estudiando en un panorama de nuestras letras la obra de Bolívar, un escritor fundamentalmente político, grande sin duda, por la calidad de su prosa; la parte más extensa de la producción de Juan Vicente González, lo mejor de José Luis Ramos o los trabajos de un Felipe Larrazabal, Roscio, Simón Rodríguez, Francisco Javier Yanes, Fermín Toro, Rafael María Baralt, Cecilio Acosta y otros:

244 Juan Liscano: aproximaciones a su obra en este sentido hay que realizar un esfuerzo de investigación para estudiar solamente la parte estrictamente literaria de sus escritos. Así haremos el necesario deslinde, bien enseñado por Alfonso Reyes (1889-1959), entre lo que es literatura y no lo es y podre- mos profundizar más en la producción de nuestros creadores de la pasada centuria y del siglo XX. Esto que hemos advertido más que una observación a Liscano, que en fin escribe dentro de una tradición crítica, es un punto de vista que creemos importante que se tome en cuenta9.

La poesía contemporánea

Comentamos aquí la parte del libro en donde estudia, con muy personales ideas, la evolución de nuestra poesía hasta los años setenta del siglo XX.

En cinco partes divide su examen del tema: los poetas de 1918 y Antonio Arráiz, la vanguardia, el grupo “Viernes”, los poetas de 1942 y los del grupo “Contrapunto”(1948); la poesía desde 1950 hasta el presente y finaliza con unos breves estudios sobre los diez y ocho poetas significativos quienes han publicado entre nosotros desde los años cincuenta.

Al hablar en torno a la generación de 1918 explica contra quien insurgen estéticamente: “reaccionaron contra la retórica moder- nista y post modernista dando lugar a una renovación poética que propició ulteriores desarrollos”(p.178) y luego señala cual fue la contribución de este grupo al escribir “no fue privilegio de la gene-

9 Alfonso Reyes: Obras completas. México: Fondo de Cultura Económi- ca,1955-1989. XXI vols. Ver “El deslinde”(1944), en sus Obras completas,t,. XV(1963),p.15-422.

245 ración del 18 de ser afrancesada, pero en cambio si lo fue el de haber roto con un lenguaje poético que había perdido su magia inicial y se limitaba a copiarse así mismo, agotado, ya postizo”(p.179).

Luego para perfilar con detalle los rasgos de esta generación poética sigue los análisis hechos por Oscar Sambrano Urdane- ta(1929-2011) y Mario Torrealba Lossi(1924), aunque añade otros rasgos a los cuales no se habían referido estos críticos(p.180-181). El insiste que “Una característica de los poetas representativos del 18 fue su pudor por publicar”(p.181) y esto es lo que explica que habiendo escrito mucho y publicado nada o casi nada, apenas los Primeros poemas(1919) de Enrique Planchart(1894-1953), pudiera habérseles adelantado Antonio Arráiz (1903-1962), cuyo primer libro, Áspero, circuló en 1924. Al referirse a Arráiz señala su im- portancia, y especialmente, el hecho de que este poeta haya hecho un llamado a través de su poesía hacia “una liberación interior, una reacción contra el puritanismo hipocritón victoriano y burgués, una aceptación del cuerpo sacrificado siempre en aras de una discutible espiritualidad”(p.183). Explica, también, que si bien los poetas de la vanguardia exaltaron la obra de Arráiz, quien estuvo a su lado en la aventura literaria y en la insurgencia política de 1928, se nota que las actuales generaciones regresan y se interesan más por la obra de los más fecundos poetas del 18 como Rodolfo Molei- ro(1898-1970), Jacinto Fombona Pachano(1901-1951), (1893-1981) y José Antonio Ramos Sucre(1890-1930). En este último encuentra Liscano “cierta forma parnasiana”(p.192).

De aquí pasa a analizar la vanguardia. Según Liscano pro- dujo tres poetas: Pablo Rojas Guardia (1909-1978), Luis Cas- tro(1909-1933) y Carlos Augusto León(1914-1996). Este juicio no puede ser más polémico y discutible. Por una parte señala que León

246 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

“En realidad nunca se integró al estilo de la vanguardia”(p.199). Lo discutible es calificar a Rojas Guardia de vanguardista cuando en esta etapa sólo publicó un libro, Poemas sonámbulos, y luego se integró a la experiencia del grupo “Viernes” y Luis Castro sólo publicó Garúa, que fue póstumo, editado por sus amigos y es obvio que si Castro falleció, Rojas Guardia se orientó por otra senda y León no se integró al estilo vanguardista estos tres no son los poetas de la vanguardia. Por otra parte, anota Liscano, que a Otero Silva no se le puede calificar entre los poetas vanguardistas porque se desarrolló como poeta maduro cuando ya el grupo había desapa- recido (p.201). De todo esto habría que concluir que no se puede hablar de un grupo de poetas de nuestra vanguardia con alguna cohesión sino de casos aislados de escritores que escribieron poe- mas de esa tendencia entre los que se encuentran también Arturo Croce(1907-2001) y Joaquín Gabaldón Márquez(1906-1984), este cuando los reunió título el libro El poeta desaparecido y sus poemas. Con este punto de vista coincide el crítico José Ramón Medina (1919-2010), le parece que no existió una generación poetica de 1928, “toda vez que Luis Castro murió en plena juventud, Joaquín Gabaldón Márquez se alejó por completo del ejercicio lírico y Pablo Rojas Guardia reaparece, con mayor fuerza, en el grupo Viernes. Solo resta como poeta de 1928, Miguel Otero Silva (1908-1985). Y es obvio, en este caso, que un solo poeta no constituye generación10.

Al introducirse en el estudio del grupo Viernes apunta Lisca- no que la significación central de esta hornada de poetas fue que “obligó al poeta a una búsqueda, a una liberación en cierto modo, fuerzas interiores retenidas, inhibidas por una tradición poética de carácter fundamentalmente racionalista y moralizante, iniciada

10 José Ramón Medina: 50 años de literatura venezolana, 1918-1968. Caracas: Monte Ávila Editores,1969. 319 p. La rcita procede de la p.95.

247 por Bello”(p.206). Para examinar las características de la poesía hecha por los “viernistas” estudia con detalle y rigor la obra de Luis Fernando Alvarez (1901-1952), José Ramón Heredia(1900), Pablo Rojas Guardia(1909-1978), (1911-2003), Otto De Sola(1908-1975), Vicente Gerbasi(1913-1992), Pálmenes Yarza (1916-2007).

De aquí pasa al examen de los grupos anti viernistas que fueron varios: desde aquellos que fueron contrarios al grupo, por tener una concepción literaria distinta hasta los poetas de 1942 que recibieron influencia hispana y trataron de renovar viejos modos hasta los jóvenes de “Contrapunto” quienes recorrieron su propia senda creativa, in duda, el poeta mayor entre ellos fue José Ramón Medina (1919-2010).

Pero, a lo largo del tiempo lo que se ha notado es un regreso a los planteamientos de “Viernes” y las nuevas generaciones poéticas han encontrado en sus creadores a los poetas que más han influido en su propia senda. Por ello cada día se revaloriza más la obra de este grupo y se comprende mejor otras insurgencias de menor importancia en el proceso de nuestra literatura del siglo XX.

Finaliza esta parte del libro con una exploración personal de la poesía escrita entre nosotros de 1950 acá: se detiene largamente a inquirir cada uno de los puntos fundamentales y planteamientos hechos por diversos grupos y tendencias. Va en su análisis del es- tudio estrictamente literario a la confrontación política propuesta por varios de los miembros de estos grupos, especialmente los de los años sesenta. Estudia revistas, libros, manifiestos, personales posiciones ante nuestra convulsionada vida político social y cie- rra su indagación con el examen de la obra de diez y ocho poetas

248 Juan Liscano: aproximaciones a su obra representativos. En ellos la gran figura fue Juan Sánchez Peláez (1922-2003), el autor de Elena y los elementos y luego los poetas de 1960, (1930), Juan Calzadilla(1931), Guillermo Sucre(1933), Ramón Palomares(1935), Francisco Pérez Perdo- na(1929-2013).

Días de narrativa

Hechas estas observaciones nos ocuparemos del examen que realiza Liscano en torno al desarrollo de nuestra narrativa. Esta tiene para Liscano una característica: es fundamentalmente realista (p.30,31) y dentro de su desarrollo los casos de los escritores fantás- ticos, como (1898-1977) o Pedro Berroeta (1914- 1996), o experimentalistas, como Oswaldo Trejo(1924-1994), son meras excepciones, pues siempre se puede seguir visiblemente el camino realista en nuestra ficción. De allí que estén desterrados de ella los delirios, las visiones, lo fantástico, lo surreal, lo gratuito, lo metafísico y lo místico (p.30).

Por otra parte apunta que cuando se examina la obra de nuestros novelistas y cuentistas y se les compara con narradores de “niveles superiores”(p.33) no hay duda que nuestra literatura pierde mucho y se podría llegar al caso de dejar de estudiarla, sólo que si se sigue ese criterio pocos serían los libros que se examinarían. Aquí cita como prueba los juicios de José Balza (1939) sobre la narrativa venezolana en los cuales el novelista ha señalado que no poseemos aun escritura(p.33).

Liscano mismo insiste en que sería de su gusto examinar sólo los “niveles superiores” de nuestra ficción pero que su proyecto al redactar este Panorama de la literatura venezolana actual ha

249 sido mostrar lo que en nuestro país se ha hecho en el campo de la invención narrativa (p.34).

Liscano divide nuestra narrativa en cuatro tiempos. En el pri- mero de ellos estudia la obra de José Rafael Pocaterra (1889-1955), Teresa de la Parra (1889-1936) y Rómulo Gallegos (1884-1969). En el caso de Pocaterra encuentra que es el primero en reaccionar contra la escritura modernista (p.35); anota luego que en estos tres autores el realismo tomó tres caminos distintos de expresión: fue satírico en Pocaterra, idealista en Gallegos e intimista en Teresa de la Parra (p.35). En cada uno de los casos examina con detalle la obra de estos tres escritores.

El segundo tiempo del narrar venezolano se inicia para Lis- cano alrededor de 1928 cuando insurge la vanguardia. Dentro de este momento de nuestra literatura explica el puesto que ocupa Julio Garmendia(1898-1977), el sentido de la obra de Enrique Bernardo Núñez(1895-1964) y más adelante observa con detalle las obra de los escritores significativos del período: Arturo Uslar Pietri(1906-2001), Antonio Arraiz (1903-1962), Arturo Croce (1907-2001), Ramón Díaz Sánchez(1903-1968), Julian Padrón (1910-1954), Miguel Otero Silva (1908-1985), (1904-2001), José Fabbiani Ruíz(1911-1975), especialmente su díptico La dura tierra. y (1911-1978). Y como creadores de segunda categoría de ese mismo período cita a Pa- blo Domínguez (1901-), Blas Millán(1901-1960), Ángel Miguel Queremel (1899-1939), Joaquín González Eiris (1899) y Juan Pablo Sojo(1907-1948). De esta segunda camada nosotros nos quedaríamos solo Blas Millán y González Eiris. Y a Queremel lo analizaríamos como poeta.

250 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Podría estarse en desacuerdo con el lugar en que coloca a cada uno de estos narradores: quizá un juicio más severo colocaría en primer puesto a menos de los que coloca y señalaría que el resto son escritores de período cuya obra necesita una revisión severa. Durante el tercer tiempo predomina el cuento sobre la novela, es la década del cuarenta, y hay una lucha contra el realismo en la fic- ción pero, según Liscano, no se logra triunfar sobre esta tendencia (p.95). Liscano explica con objetividad que fue lo que hicieron los narradores de este período “se plantearon la necesidad de interiori- zar el relato, de aprovechar el inconsciente y los sueños, de poetizar pero sin romper con la realidad, manteniendo vinculaciones con el mundo telúrico” (p.97).

Una vez presentado el perfil de ese tiempo examina la obra de este conjunto significativo de cuentistas que comienzan en esa década de intenso trabajo creador la cual abre el camino para la renovación que sufre nuestra narrativa a finales de la década del cincuenta y que es el cuarto tiempo de nuestra narrativa para Lis- cano. Subraya a maestros, no se los puede llamar de otra forma, como Gustavo Díaz Solis (1920-2012), Antonio Márquez Salas (1919-2002), Humberto Rivas Mijares (1919-1981), Oscar Gua- ramato (1906-1987), Alfredo Armas Alfonso (1921-2000). Entre está una figura todavía no bien valorada: Andrés Mariño Palacio (1927-1965) quien si bien no llegó sino a publicar un volumen de cuentos y dos novelas, en sus escritos dejó diseñada lo que sería la gran renovación literaria que surgiría en los cincuenta. Y dejó en sus Ensayos, el perfil teórico en donde abrevó su generación para hacer contemporánea nuestra literatura. No pudo culminar sus propósitos, tan bien esbozados en sus Ensayos, porque muy joven quedó atrapado en una grave enfermedad mental. Pero fue, sin duda, el autor mayor de Contrapunto. Y uno de los pocos fie-

251 les a su propósito de crear con la palabra. A muchos de ellos los atrapó el boom económico y dejaron de escribir, pese a las dotes que tenían, caso de Márquez Salas, un destacado creador a donde lo pongamos. Por ello, los de Contrapunto, han sido denominados nuestra “generación perdida”, fuera del caso de Mariño Palacios, quien además concibió toda su luminosa obra entre los 17 y 21 años.

Este cuarto segmento lo denomina “tiempo del apocalip- sis”(p.118). Se detiene a perfilar esa época, los grupos que en ella surgen; dedica espacio al tema de la violencia y a sus productos literarios y luego examina la obra de trece narradores. Dedica varios comentarios a libros escritos por extranjeros residentes en nuestro país.

No queda duda que al leer esta parte del libro de Liscano van surgiendo observaciones interesantes con las cuales se puede estar de acuerdo como cuando señala que uno de los peligros de nuestras letras es “el de estar atrasadas con respecto a las corrientes contem- poráneas más avanzadas, o el de copiar, el de fingir, el de simular, a fin de no quedarse rezagadas”(p.50). De aquí la importancia que encuentra tanto en la obra de Julio Garmendia como en la de Enrique Bernardo Núñez. En torno al primero escribe que su obra, en el momento en que la publicó, “convertía a Garmendia en un marginal de la literatura venezolana. Pero tenía razón. Quería estar de acuerdo consigo mismo y no con lo publicitado”(p.52-53). Y cuando escribe sobre Núñez “Cabe señalar que mientras los jóvenes de la vanguardia contemporáneos suyos retorcían el lenguaje en busca de efectos visuales, de un dinamismo con la velocidad, de un cientismo en ciernes, Núñez, como Teresa de la Parra, como Garmendia, como el mismo Rómulo Gallegos en menor grado,

252 Juan Liscano: aproximaciones a su obra escribe desde dentro, en una prosa sobria, ordenada, despojada de efectos verbales y de violencias expresivas” (p.55). Y añade “Resultaría interesante confrontar esos estilos de gran pureza, con las exageraciones vanguardistas y demostrar cómo los integran- tes más capacitados de aquel incipiente ultraísmo, descubrieron, en su propia evolución, la justeza y pulcritud de aquel estilo que constituía, en definitiva, la verdadera reacción contra los énfasis y las retóricas tradicionales y contra los rebuscamientos del postmo- dernismo”(p.55). De la misma manera habría que estar de acuerdo con el autor de este libro cuando critica la búsqueda inusitada, en algunos casos, de ser modernos a todo trance por lo cual luchan muchos escritores, sin lograrlo (p.53). Entre otras observaciones hechas a lo largo de este capítulo son muy interesantes las reflexio- nes que en torno a la falta de una literatura erótica en nuestras letras (p.163-164), escasamente cultivada.

Ahora bien nos parecen discutibles ciertos puntos de vista de Liscano como aquel de que Enrique Bernardo Núñez “se apartó de la literatura de ficción cuando se podría esperar de él obras maduras iguales o superiores”(p.53). ¿La obra publicada no basta para justificarlo?, sobre todo Cubagua. ¿O es qué acaso no sea razón de su consagración a la narrativa el hecho de haber destruido La galera de Tiberio en 1938 y haber seguido, a todo lo largo de su vida, trabajando en uno de los pocos ejemplares que salvó para corregirla y depurarla?. ¿No es esto una virtud y una señal inequívoca de su consagración a la literatura de creación, de fidelidad a ese oficio, de conciencia creadora?

De la misma forma cuando anota que Pedro Emilio Coll (1872-1947) fue “el más lúcido de ellos, pero también el menos laborioso”(p.59, nota 8) al referirse a sus compañeros de genera-

253 ción: ahora no queda duda de que la obra de Coll fue mucho más copiosa de lo que se creía hasta hace varios años, las compilaciones de Rafael Angel Insausti (1916-1978) lo han demostrado. Pero se impone aquí otra consideración crítica: para que la obra de un creador tenga valor no tiene que ser extensa. Puede, desde luego, ser corta o larga, según las necesidades expresivas de su creador. No se puede criticar a Honorato de Balzac (1799-1850) por haber escrito ochenta novelas o a Jean Arthur Rimbaud (1854-1891) por haber escrito dos flacos libros. En ambos casos, lo escrito por cada uno los justifica literariamente.

De la misma manera habría que discutir la opinión de Liscano en torno al hecho de que escritores de recientes generaciones se hayan apartado del regionalismo(p.60) quizá se han separado por otras razones que las que alude Liscano: porque el país cada día se convierte en fundamentalmente urbano y esa experiencia pesa sobre los narradores o porque buscan nuevas vías para presentar lo regionalista, indagan en una visión interior del país y de sus zonas no urbanas: El osario de Dios de Armas Alfonso o Compañero de viaje de Orlando Araujo (1928-1987), que Liscano examina con interés; las novelas y cuentos de Eduardo Casanova (1939) o José Napoleón Oropeza ( 1950) nos hablan de un regreso al tema telú- rico, sólo que por vías distintas a la de la vieja narrativa. Estamos pues ante un neo regionalismo.

Todo cuanto hemos afirmado hasta acá nos muestra el interés del libro de Liscano y la riqueza de sus juicios y valoraciones. Esta obra es un libro vivo que invita al examen de nuestra literatura, a su detallado estudio. En él encontramos a un crítico que ha dedi- cado largos horas a la lectura y exploración del proceso creador venezolano.

254 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Los autores teatrales

Lorenzo Batallán en un interesante artículo11 nos ofrece varias afirmaciones que vale la pena comentar, en él realiza una radio- grafía de cuanto en materia teatral se viene haciendo en nuestro país en los últimos años. A su vez comete un error que es necesario corregir. Batallán inicia su crónica anotando “En el libro Panorama de la literatura venezolana actual, su autor, Juan Liscano, omite a los autores teatrales. Para Liscano, al menos, el teatro no es lite- ratura. Insólito”. Pero en el siguiente párrafo no se le escapa una realidad “en el momento presente de la cultura nacional el teatro no es sólo el arte literario donde se produce más, sino también el área cultural de más avanzada, de más genuina solidez y activa presencia”.

Como consecuencia de estas citas se explica cuanto quisiéramos señalar: excluir el teatro, o no examinarlo, en un trabajo crítico literario donde se estudia cuando ha producido el país en el campo de la palabra escrita no quiere decir que ese autor piense que “el teatro no es literatura” sino más bien expresa la conciencia del autor de este interesante libro de que el teatro hoy en día es algo más que el análisis de los textos escritos por los dramaturgos venezolanos, el estudio de las obras por ellos publicadas, muchas de las cuales nunca han tenido la suerte de ser montadas. Más bien, el hecho de presentar su análisis nos dice claramente que para Liscano el teatro no es sólo análisis de textos escritos sino mucho más que eso.

En nuestros días la crítica teatral implica el estudio de los mon- tajes, en los cuales los textos se adaptan, es examen detenido de

11 Lorenzo Batallán“:Grandeza y miseria del teatro venezolano”, en El Nacio- nal, Caracas: junio 27,1974,Cuerpo C, p.14.

255 la experiencia de los directores, actores, escenógrafos. De allí que la crítica teatral actual deba centrarse, como lo apuntado Rubén Monasterios (1938), en “el personaje que, de hecho más que el autor, es auténtico creador del teatro contemporáneo: el director”12. Desde el punto de vista de la concepción esbozada aquí la crítica teatral ya no es sólo severo examen de textos escritos sino de montajes y visión integral de todo cuanto esto implica.

Ahora bien, lo que más llama la atención del artículo de Bata- llán es que centre su comentario en cuanto se ha venido haciendo en nuestra escena desde 1949 hasta el presente, la experiencia de veinte grupos que dado calor al hecho teatral entre nosotros. De allí que presente un acucioso y bien elaborado panorama y que proponga algunas conquistas necesarias con las cuales estamos nosotros de acuerdo.

Lo que intentamos aquí es llamar la atención sobre un hecho: hoy la crítica teatral es algo más complejo que era hace años y desde esta perspectiva debe ser visto el teatro que se realiza, con tantas dificultades, en nuestro país en este tiempo.

Espiritualidad y literatura

Para un acercamiento a esta parte de su obra elegimos para empezar su bello y hondo libro Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa, ya que creemos que con su lectura nos in- troducimos en una obra que tiene dos caras. Estos ensayos nos ofrecen la meditación de Liscano sobre una serie de temas que a él siempre le han inquietado a todo lo largo de su meditación crí-

12 Rubén Monasterios: La miel y el veneno. Valencia: Universidad de Carabo- bo, 1971. 205 p. La cita procede de la p.7

256 Juan Liscano: aproximaciones a su obra tica. Son incitantes reflexiones de un poeta, de un creador, quien medita sobre un aspecto del acto de escribir. Nos ofrecen a su vez estos textos un conjunto de estimulantes puntos de vista sobre la difícil y tortuosa relación entre la espiritualidad y la literatura. Es una relación difícil, ardua, que Liscano no vacila en denominar tormentosa.

No es Espiritualidad y literatura un libro común en las letras hispanoamericanas. Nuestra literatura ha caminado por otros senderos, otras han sido sus búsquedas, distintos sus hallazgos. Por ello esa otra faz de este libro es ofrecernos lo que algunos es- critores de la admiración de Liscano han logrado en sus búsquedas espirituales a través del ejercicio de la escritura.

Liscano nos dice que los siete ensayos que reúne en Espiri- tualidad y literatura “no tienen por objeto formular valoraciones específicamente literarias, sino señalar las confusiones a que dan lugar en los artistas…las búsquedas espirituales confundidas o mezcladas con las experiencias estéticas”(p.63)13. Y más adelante anota también “Confieso que a mí me interesa sobre todo la manera como un artista de nuestro tiempo reconstruye o reencuentra, en función de su obra y de su vida, el valor en sí mismo de los ritos de iniciación, de los misterios de la antigüedad, de lo sagrado”(p.167). Estos puntos de vista constituyen el núcleo central de estos tra- bajos de Liscano. El lector se topa aquí y allá con los puntos de vista de este pensador de lo literario, con este buscador de nuevos horizontes vitales. Quizá pocas obras, como es este el caso, nos presenten con tanta claridad el proceso personal del poeta, su

13 Todas las citas que hamos de Espiritulidad y literaratura: una relación tor- mentosa. Barcelona: Seix Barral, 1976. 206 p.; 2ª.ed.aum. Caracas: Monte Ávila Editores,1996.479 p. Todas nuestras citas proceden de su primera edición.

257 posición frente a la vida, su angustiada búsqueda de un equilibrio interior, la posibilidad de una videncia más integral. Quien lea con detalle Espiritualidad y literatura no deberá desligar esta lectura de la que debe hacerse de varios de los libros de poemas de Liscano cercanos a estos asuntos. Pensamos especialmente en Edad obscura (1969) o Los nuevos días(1971)14.

Uno de los hechos que llama la atención en Espiritualidad y literatura es la intensa trabazón de los diversos trabajos que se reúnen en este libro. A través de ellos su autor intenta acercarse, discutir, hacer luz, en las relaciones entre arte y espiritualidad. Para explicar esta intrincada problemática nos ofrece dos ensayos introductorios en los cuales plantea la relación entre literatura y espíritu, entre lo literario y lo esotérico. De allí pasa a ver la cuestión a través de cuatro ensayos, los cuales se nos presentan como cuatro ejemplos distintos y divergentes de cuatro creadores quienes han buscado a través de su obra lograr una realización interior. Unos lo lograron. Otros no.

En cada uno de estos casos Liscano nos ofrece largos y detalla- dos estudios sobre cada uno de los personajes elegidos. Aunque confiesa que no se trata de un libro que contenga enjuiciamientos literarios, en cada uno de estos trabajos el lector se encuentra con ellos. Pone también en práctica su idea, ya expresada antes en su primer libro sobre Gallegos, de no separar la vida de la obra al estudiar un autor determinado (p.99, nota 4).

14 Juan Liscano: Obra poética completa,1939-1999. Compilación y prólogo: Rafael Arraiz Lucca. Caracas: Fundación para la cultura urbana,2007. XVIII,829 p. Todas nuestras referencia a su hacer en este campo procede de esta edición. Los poemarios que hemos citado están en las p.331-385.

258 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

El primero de estos estudios sobre Jean Arthur Rim- baud(1854-1891), quizá el más denso del volumen, nos ofrece Liscano la silueta del poeta quien buscó a través del arte, la poe- sía en su caso, el equilibrio íntimo y no lo logró. En el segundo caso es Hermann Hesse(1877-1962) quien a través de sus obras, Liscano se detiene especialmente en Demian(1919) y en El lobo estepario(1927), logró conciliar los contrarios, y como escribe el autor del libro que comentamos, “dar al arte y al espíritu lo que les corresponde”(p.101).

La tercera de estas disquisiciones es relativa a David Herbert Lawrence(1885-1930), un creador por quien siempre ha sentido predilección, y como Liscano señala fue un escritor quien en su búsqueda espiritual, cristiana, apocalíptica, dislocó lo específica- mente literario en sus libros pues sus angustias eran fundamental- mente espirituales. Lawrence “empeñó el arte la tarea de proponer una mutación total del individuo y la sociedad, ahondando en esos modos desconocidos de lo inexistente”(p.162).

La última de las investigaciones de Liscano es relativa a Marcos Vargas, personaje central de Canaima (1935) del maestro Gallegos. En esta novela, y especialmente a través de la peripecia de Marcos Vargas, examina y discute Liscano las posibilidades de la aventura de morir para nacer, ya que la peripecia interior del personaje ga- lleguiano es la clave de la novela pues Vargas buscó, sin lograrlo, “descivilizarse” para poder llegar a ser un hombre nuevo.

Rasgos culturales

A los asuntos a los cuales hemos aludido en las obras exami- nadas hay que unir la constante labor de Liscano de estudioso y

259 divulgador de nuestras letras la cual no puede dejarse de lado al estudiar la literatura venezolana del siglo XX. Ojalá se decida a compilar en varios volúmenes la totalidad de su obra crítica la cual corre aun dispersa en las publicaciones en donde han aparecido originalmente.

Si alguna cualidad distingue a Liscano es su constante atención por todo lo que le rodea. Su ojo avizor sabe percibir hechos, situa- ciones, indecisiones, creencias. Por ello no sólo ha examinado el proceso de las letras de nuestro país, sino que ha sido constante su vigilia para tratar de interpretar los signos de la vida de la nación. Puede discreparse de sus conclusiones pero es necesario examinar- las. Liscano es uno de los pocos escritores de su generación quien nunca ha perdido la relación, siempre dinámica, dialéctica, difícil de percibir a ratos, que existe entre los sucesos del país y hechos que acontecen en su perigeo. A la vez su vasto conocimiento de las raíces del alma popular venezolana le hacen calar mucho más hon- do cuando se ocupa de examinar el desarrollo de nuestra cultura.

Liscano nos ha ofrecido dos textos sobre los cuales hay que detenerse. El primero de ellos es Cultura, mundo y hombre15, en el cual observa y estudia la cultura y el fenómeno cultural a la luz de interrogantes de hoy. No es una repetición de viejos y adocenados conceptos sobre el tema sino una búsqueda para discutir cuestiones de hoy, situar esta problemática en su sitio de gravitación, llegar a respuestas sobre encrucijadas actuales como las que plantea la crisis educativa y el rudo enfrentamiento generacional.

15 Juan Liscano: Cultura, mundo y hombre.Caracas: Universidad Metropo- litana, s/f(¿1976?). 23 p.; “Líneas de desarrollo de la cultura venezolana en los últimos cincuenta años”, en Varios Autores: Venezuela moderna. Caracas: Fun- dación Mendoza, 1976, p.583-673.

260 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Ahora bien, si Cultura, mundo y hombre se desarrolla una búsqueda teórica, en su trabajo Líneas de desarrollo de la cultura venezolana en los últimos cincuenta años(1926-1976) se vale de las disquisiciones especulativas para luego aplicarlos al mundo paradojal, lleno de desniveles, pleno de realidades diferentes y de “yuxtaposiciones abruptas” que encuentra quien analice nuestro desarrollo en este campo en las últimas cinco décadas.

Liscano explica que “el objeto de este trabajo no es nombrar gente, sino precisar vías de desarrollo cultural”(p.635), que “usa el concepto de cultura como identificación de lo nacional”(p.650). Para realizar este bosquejo, para ofrecernos el trazo, los rasgos, el camino, las direcciones y los límites de nuestro crecimiento en el campo aludido parte del siguiente concepto: cultura “es el mundo creado por los hombres en sus necesidades” (p.649).

Liscano nos presenta una imagen de Venezuela en 1926 para luego contrastarla con la actual y así ofrecernos las vías seguidas por nuestra cultura en los cincuenta años objeto de su análisis. Nuestro país, en 1926, era una nación casi desconectada, coexis- tían en ella varias Venezuelas (p.586), para ese momento Caracas era el centro, y Gómez se dedicaba a contribuir, con su poder omnímodo, a que la ciudad fuera el nervio y eje de las decisiones nacionales. Ya para 1926, se podían observar los primeros rasgos de una urbe consumista pero a la vez aún detenida en las formas de su antigua manera de ser hispano-francesa. Sería el petróleo el elemento desintegrador. Sería el oro negro el que obligaría al país a cambiar, casi radicalmente, en la década 1930-1940; tendríamos otras actitudes, se iniciaría la expansión urbana, surgiría la clase media, hecho que escapa a Liscano.

261 Liscano se introduce en la cultura entendiéndola no sólo como todo aquello que es creación del espíritu sino que nos ofrece datos y referencias sobre sus otras áreas, educación, sanidad y medios de comunicación de masas. Luego pasa a indagar los momentos de nuestra evolución creativa, artes, letras, historia, teatro, ideas, música. Nos ofrece valiosas disquisiciones sobre la crisis educativa actual, sobre la problemática de los estudios musicales en nuestro medio. Explica lo difícil que es prever hoy los caminos que seguirá el arte venezolano actual (p.633) y sintetiza sus ideas al anotar que la clave de nuestra problemática en este campo es resolver el enigma de nuestra identidad nacional. No hemos encontrado aun, nos dice, la forma de expresarnos en nuestra esencia na- cional sin copiar modelos extranjeros, no hemos instrumentado formas nuestras que respondan a problemas de hoy; hemos caído en el trasplante de modelos extraños con los cuales difícilmente podremos expresarnos.

Hay una observación que hacerle al trabajo de Liscano: deja de lado a la investigación científica. Es necesario integrar la ciencia al país y lograr que se examinen con detalle las conquistas actuales en ese campo a partir de la proposición de Marcel Roche (1915) quien anota que en los últimos cincuenta años surge en nuestro país “un pensamiento racional y objetivo como fenómeno organizado”. Roche ha discurrido sobre estos aspectos en la segunda edición ampliada (1979) de Venezuela moderna16. Pensar a Venezuela

Hay una parte en la obra de Juan Liscano que constituye una

16 Marcel Roche: “¿Qué estamos haciendo aquí?”, El Nacional, Caracas: marzo 20,1977; Marcel Roche: “La investigación científica y tecnológica en los últimos cincuenta años”, en Varios Autores: Venezuela moderna.2ª.ed.aum.Caracas: Editorial Ariel, 1979, p.967-1002.

262 Juan Liscano: aproximaciones a su obra reflexión ensayística sobre el devenir de Venezuela, en sus textos la literatura no ha sido excluida. En esos trabajos, casi todos recogidos en el volumen Pensar a Venezuela17, mira los diversos períodos de nuestra historia para ofrecernos una visión de conjunto a través del cual busca el por qué de nuestro fracaso como pueblo. Se trata de un libro angustiado, afiebrado, agónico, desesperanzado (p.63).

Al comienzo de sus hondas reflexiones apunta que los trabajos que forman este volumen son “textos vivenciados a lo largo de la existencia mía...Responden no a una abstracción ideológica sino a lo que ha sido mi lucha intelectual y política por entender, lastrado de los estereotipos acostumbrados el hecho americano, la realidad de Venezuela”(p.11). Son estos trabajos polémicos pero constituyen la meditación de un venezolano sobre los dramas de la nación. Por ello anota “En cualquier caso, son mis huellas y nos las borro” (p.173) e insiste “Todo lo escrito quedó escrito para bien como para mal”(p.219). Y hacia el final de sus huracanadas reflexiones, las cuales nos recuerdan el ventarrón que también empujó a Francisco Herrera Luque (1927-1991) al consignar las suyas. Por ello acota Liscano: “me refugio en la cultura de la sangre, de vivencias, de creencias, de fundaciones, de creaciones populares o individuales, con el convencimiento de que en ellas, está la realidad profunda de nuestra transculturación y de nuestro espíritu, está lo mejor que hemos producido, un orden en medio del caos, orden compuesto por sueños colectivos de indios, negros y peninsulares, por ana- logías arquetipales insospechadas, por proyecciones individuales iluminadoras” (p.274). Y reitera

17 Juan Liscano: Pensar a Venezuela. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1995. 278 p. Se debe consultar también, sobre estos mismos asuntos, el ensayo de Liscano: “Aspectos de la vida social y politica de Venezuela” ,en Varios Autores: 150 años de vida republicana. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República,1963,t.I,p.153.210.

263 “La única novedad que podemos ofrecer es la de la tradición transculturada, la de la creación de narradores, poetas, músicos, artistas plásticos, cineastas y fotógrafos capaces de rehuir la depen- dencia consumista, autores de teatro y actores no contaminados por el morbo televisivo, bailarines de ritos populares o de coreo- grafías selectas. Allí no está propiamente el Nuevo Mundo, sino la renovada virtud de crear contra la bajeza, la realidad de un mundo superior” (p.174-175).

Es la expresión humanista de un contorno humano, Venezuela, reflexión de Liscano que recuerda aquella del mexicano Carlos Fuentes (1928-2012), según la cual en América Latina

“solo ha permanecido de pie lo que hemos hecho con mayor seriedad, con mayor libertad y también con mayor alegría: nues- tros productos culturales, la novela, el poema, la pintura, la obra cinematográfica, la pieza de teatro, la composición musical, el ensayo...pero también el mueble, la cocina, el amor y la memoria, pues todo esto es cultura...un conjunto de actitudes ante la vida”18.

Nueve temas al menos encontramos al leer estos ensayos de Lis- cano. El primero de ellos es el tema focal de estas interpretaciones: la violencia venezolana, especialmente la desatada entre nosotros durante la Primera República (1810-12), quizá desde la subleva- ción de El Teque, sitio en donde está en la actualidad el Palacio de Miraflores, en la Caracas de 1811, huracán desatado arduamente desde entonces, el cual no logró terminar hasta 1903(p.166) con la batalla de Ciudad Bolívar. Desde entonces hemos gozado de paz casi generalizada. La violencia citadina que vivimos hoy es de otra

18 Carlos Fuentes: Valiente mundo nuevo. México: Fondo de Cultura Económi- ca, 1990. 303 p.La cita procede de la p.12.

264 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

índole, aunque es verdad que desde 1903 no ha habido guerras en Venezuela, notable excepción la nuestra en un mundo de guerras, desde 1914, Primer Guerra Mundial, hasta los días que corren.

El segundo aspecto tratado es consecuencia de lo antes enuncia- do: la forma como ese episodio de violencia, aquel “ciclón indete- nible”(p.105), aquella contienda entre criollos patriotas y realistas, “vorágine de destrucción, odios y muerte”(p.105), la “guerra a muerte” que produjo a Boves y al matricidio de España(p.95), nos llevó sólo a lograr, son palabras de Bolívar, la independencia. Así lo expresó él mismo el 20 de enero de 1830, en su último discurso ante el Congreso Admirable, a once meses de su deceso. Dijo aquel día, con la voz entrecortada por la tuberculosis: “Me ruborizo: la Independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás”19. Para nada logramos la constitución de una nueva so- ciedad estable, una economía que beneficiara a todos, el equilibrio social. Y este de la violencia es para Liscano el hecho fundamental de nuestra historia, “clave de la especificidad venezolana”(p.69), como lo repite una y otra vez. Y no es el único pensador nuestro en referirse a su horror, o a las características de una sociedad construida a partir de ella, con ella. Sólo una dictadura(1899-1908) pudo poner fin a las guerras civiles y una terrible autocracia de- tener aquel huracán de sangre y fuego(1908-1935). Pese a ello la violencia continua viva en la vida venezolana actual, la vida no parece tener valor, los numerosos homicidios que se cometen cada semana nos hacen ver que la raíz patológica de la sociedad venezolana, expresada, con tanta agudeza, por Herrera Luque y vuelta a examinar por Liscano, es evidente. Hay más muertos en

19 Simón Bolívar: Proclamas y discursos del Libertador.2ª.ed. Los Teques: Biblioteca de Autores y Temas Mirandinos, 1983.VII,415 p.La cita procede de la p.398.

265 Caracas en una semana que durante el mismo número de días en cualquier guerra de estos días.

Pero ello su apelación al gran desastre social que significó la “guerra a muerte” la cual es para Liscano “la clave del inmenso desajuste venezolano, con violentos rasgos igualitaristas, pero siempre por arriba, es decir, manteniendo la estructura de desigual- dad social”(p.54). Aquel período dice Liscano: “fue una matanza despiadada en la que sucumbió no sólo la riqueza agropecuaria existente para el 19 de abril, sino la organización social jerarquizada en castas, la economía esclavista y la paz, si se quiere latifundista. Consecuencias...imperio del saqueo en los dos bandos; penuria fiscal, desquiciamiento de la vida económica, ratificación del numerario, dificultades de abastecimiento, empobrecimiento del territorio y el bandolerismo...son los métodos de Boves, los propios de la horda” (p.64-65). Es la “sopa de Boves” a la cual aludió Herrera Luque20. Y el propio Libertador dijo(Valencia: abril 13,1814), en plena guerra a muerte, de todo esto, frases escasamente citadas, “Una devastación universal ejercida con el último rigor ha hecho desaparecer del suelo de Venezuela la obra de tres siglos de cultura, ilustración, y de industria”21. El historiador Caracciolo Parra Pérez (1888-1964) llamó la atención sobre el valor de esta afirmación, en donde el Libertador reconoció el cariz y valor de la civilización hispánica22. Lo reiteraria en la Carta de Jamaica (agosto 6,1815) al definir nuestra sociedad civil. Fue el primero en hacerlo, al de-

20 Franicsco Herrera Luque: 1998. Caracas: Grijalbo, 1992.181 p. p.La cita procede de la p.78 21 Simón Bolívar: Proclamas y discursos del Libertador,p.107. 22 Caracciolo Parra Pérrez: Mariño y la Independencia de Venezuela. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1954-1957. 5 vols. La creferencia procede del t.I,p.376.

266 Juan Liscano: aproximaciones a su obra cir: “Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte; cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias, aunque viejos en los usos de la sociedad civil23.

Tras esa matanza, que sigue viva en el espíritu venezolano como uno de sus más seculares males, alentada a veces por hombres de presa, se produjo durante la “guerra a muerte” el matricidio contra España el cual llevó, dice Liscano a nuestra condición nacional a padecer una “confusa identidad”(p.95). Confusión que se pensó aclarar a través del culto a los héroes, y en especial al Libertador.

Otra consecuencia que produjo la violencia fue, es el tercer tema de Liscano, que desde la Conquista, la política se vio entre nosotros como un botín a obtener. Durante la colonización los “salvajes eran los conquistadores”(p.47), quienes dejaron clara su “afirmación de bestialidad humana”(p.47), su carga patológica(p.34), que aun sufre la población venezolana. Por ello, rota la paz colonial, a la que también aludió Bolívar en Jamaica24, los soldados y oficiales comenzaron a “trepar mediante la guerra”(p.53). Según el Liber- tador (mayo 24,1821) venían a cobrar el “las adquisiciones de su lanza”25 . Por ello también escribe Liscano: “Desde los inicios de la República y sobre todo de los gobiernos liberales, la sociedad de los ricos rodeó al Jefe de turno, para enriquecerse más o para empezar a hacerlo, no por la vía del trabajo, sino del negociado, de la estafa, de la quiebra fraudulenta”(p.115), por ello también indica

23 Simón Bolívar: Escritos del Libertador. Caracas: Sociedad Bolivariana de Venezuela/Academia Nacional de la Historia,1964-2011. 33 vols. La cita procede del t.VIII,p.232. El subrayado es nuestro. 24 Simón Bolivar: Escritos del Libertador, t.VIII,p.232. 25 Simón Bolívar: Escritos del Libertador, t.XX, p.62, palabras en las que vaticinó la aparición del caudillo. Otra vez fue el primero en hacerlo.

267 “La historia registrará este fenómeno de corrupción pública casi institucionalizado”(p.227).

Otro asunto que roza Liscano, ya apuntado hace algunos años por Raymond Aron(1905-1983)26, es su cuarto tópico, es en torno a la interrogante de por qué no prosperó nunca la América Latina y en cambio si lo lograron, con rapidez, los Estados Unidos y Ca- nadá. En menos de cuatro siglos estos países, consigna, “lograron progresos organizativos, administrativos, económicos, sociales y políticos que dejando muy atrás a Iberoamérica, hoy cubierta de deudas internas y externas, ahogada en la sobrepoblación urbana de menores recursos, corrompida hasta extremos inconcebibles en la práctica financiera y la administración pública, invadida paulatinamente por el tráfico de drogas y el consiguiente lavado de dólares, desquiciada por una politización parroquial subalterna cada vez más dependiente de los países desarrollados”(p.21). La única respuesta a la pregunta planteada la encuentra en aquello que no hemos tenido y necesitamos con urgencia. Dice “si nues- tros países tuvieran lideres probos y capaces, tradición de trabajo, fundamentos educativos y elites preparadas, hubiera sido posible tomar la vía del desarrollo material y tecnológico” (p.25). Es por ello que Liscano propone “Habría que orar mucho por los males de nuestra historia”(p.72).

Un quinto punto que nos propone Liscano es el relativo al hecho de haberse convertido Venezuela en una “colectividad interesada sólo en lo inmediato”(p.61), para la cual lo corriente ha sido “una historia desafortunada, violenta, contradictoria, regida por fuer- zas negativas”(p.116), un país sin memoria(p.257) la cual ha sido

26 Raymond Aron: La República imperial. Madrid: Aliaiza Editorial, 1976.388 p. La cita procede de la p.219

268 Juan Liscano: aproximaciones a su obra regida por gobernantes poco cultos, con algunas excepciones que subrayan más la regla.

En el sexto punto que asoma en sus reflexiones nos ofrece su visión del Libertador. Para él “su paranoia de héroe vencido es lo que precisamente lo va a convertir en la figura más venerada de nuestro país” (p.99), porque el “gran Bolívar nace de su sufrimiento y fracaso personal”(p.111). Ya hemos citado, como lo hace Liscano varias veces, la frase en que, en 1830, el año último de su vida, sintetizó todo el proceso de la revolución: sólo habíamos obtenido la libertad política. Nada más.

En el séptimo punto examina Liscano la sociedad gomecista mirando tres novelas representativas de lo sucedido en aquellos años: La casa de los Abila (1946) de José Rafael Pocaterra, Ana Isabel, una niña decente (1949) de Antonia Palacios y Fiebre(1939) de Miguel Otero Silva. Este “tríptico de una generación a través de tres novelas”(p.117) es una de sus más intuitivas meditaciones crítico literarias en la cual Liscano no se separa nunca de la realidad que tratan estos tres libros27.

En octavo lugar encontramos su análisis de la violencia políti- ca de los años sesenta en nuestro país. Estos análisis se espigan a partir de la convicción suya de que era necesario “evitarle al país las luchas fratricidas, la violencia regresiva y los odios insalva- bles”(p.183-184). A lo largo de las exploraciones que nos ofrece en Pensar a Venezuela, visiones histórico-literarias, Liscano examina el sentido de la historia como un “fatum” inexorable. Este es su

27 Este trabajo apareció, en su primera versión, en su primer libro de crítica literaria: Caminos de la prosa. Comentarios. Caracas: Ediciones Pensamiento Vivo, 1953. 126 p.

269 noveno asunto. Es un tema al cual Liscano ha dedicado numero- sas indagaciones. Por ello indica ”la historia no tiene moral ni se dispara por causas de excelencia. Es una maquinaria de intereses infernales”(p.47), “La historia es fáctica, es fatum, destino, energía de muchedumbre disparada hacia un objetivo que muchísimas veces no alcanza o que una vez alcanzado, se transforma en efectos hasta contrarios a los buscados”(p.66). Por ello indica, ofrecién- donos la entraña de sus pensamientos, “Toda toma de conciencia de la realidad es dolorosa y la historia es un tejido de crímenes, genocidios, tiranías, ascensos y caídas de imperios, bajezas políti- cas y ansiedad irrefrenable de poder, que disfrazan las leyendas de glorias, de grandeza militar y encumbramientos imperiales”(p.69). “Pero la Historia como el tiempo es irreversible”(p.209). Lo que sucede sucede28.

28 Otros libros con estudios de crítica literaria de Liscano son: Tiempo desandado. Polémicas, política y cultura. Prólogo: José Francisco Sucre. Caracas: Ministerio de Educación, 1964. VIII, 407 p. ;Descripciones. Buenos Aires: Ediciones La Flor,1983.257 p.;Lecturas de poetas y poesía. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1985. 382 p.; 21 prólogos y un mismo autor. Caracas: Academia Nacional de la Historia,1 990. 256 p.

270 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

EL FOLKLORE Y LA SOCIOLOGÍA CULTURAL

271

Juan Liscano: aproximaciones a su obra

CULTURA, FOLKLORE E IDENTIDAD NACIONAL EN LA OBRA DE JUAN LISCANO

Napoleón Franceschi G. Universidad Pedagógica Experimental Libertador Universidad Metropolitana

“La cultura- y resulta obvio decirlo, aunque esto forma parte de cierto tipo de evidencias que la gente no percibe, por aquello de que el bosque no deja ver los árboles – tiene su origen en la propia natu- raleza humana y no sería concebible si nuestra especie desapareciera. La cultura es, en suma, todo lo que el hombre ha hecho o hace sobre el haz de la tierra, lo bueno como lo malo, lo útil como lo inútil…”

(Juan Liscano: Fuegos Sagrados, p.161)

Escribir sobre Juan Liscano (1914-2001) y su obra no es una tarea fácil. Y mucho menos si quien lo hace no es un poeta o intelectual mayor que pueda adentrarse sin riesgos en su vasta producción literaria. A pesar de ese justificado temor, planteare- mos algunas opiniones sobre un tema que éste abordó en varias oportunidades: La cuestión de la identidad venezolana y su relación

273 con el folklore, parte de nuestra cultura nacional. Como punto de referencia fundamental tomaremos uno de sus libros emblemáti- cos, el titulado Fuegos Sagrados (1) obra que recoge la mayor parte de sus reflexiones sobre este asunto.

Tuve la suerte, hace ya muchos años, de verlo y escuchar su voz durante una conferencia ofrecida sobre esta cuestión en el Instituto Pedagógico de Caracas. Para entonces, se iniciaba un proceso de transformación curricular de la Educación Básica venezolana, durante el gobierno de Luis Herrera Campins. Entre los cambios que se hacían – normados por la progresista Ley Orgánica de Edu- cación de 1980 - estaba la estructuración de un novedoso plan de estudios, y dentro de él, un curso denominado PASIN – esto es, “Pensamiento, Acción Social e Identidad Nacional” (2)

El citado curso sustituía al conocido como “Ciencias Sociales” e incorporaba cuatro unidades curriculares: Historia y Geografía de Venezuela, Formación familiar y ciudadana, y Folklore. (3) Pues bien, para llevar adelante tales cambios, era necesario formar y actualizar a los docentes que tendrían la responsabilidad de enseñar esos nuevos contenidos a los estudiantes de la primera y segunda etapa de la Educación Básica, esto es, los cursantes de los seis primeros años de escolaridad. Y fue por eso, que el “Instituto de Etnomusicología y Folklore” y sus brillantes investigadores y maestros Luis Felipe Ramón y Ribera, Isabel Aretz y otros más, nos ofrecieron un maravilloso curso teórico-práctico sobre folklore venezolano. Esas sucesivas sesiones con charlas y talleres fueron complementadas por las conferencias de especialistas como Gui- llermo Morón (4) y Juan Liscano.

Gracias a esa circunstancia, tuve la oportunidad de escuchar

274 Juan Liscano: aproximaciones a su obra las incisivas observaciones de Liscano sobre nuestra identidad, a propósito de la relación de esta con el mestizaje y la cuestión del folklore como expresión de ese proceso. La interesante propuesta que entonces escuché de Liscano fue que en nuestra identidad exis- tían muchos conflictos, uno de ellos muy íntimo: los venezolanos tienen el alma escindida al desear identificarse con la madre violada (la mujer indígena cuyo vientre le dio vida al mestizo americano) y no con el padre violador, el conquistador y el colonizador español. Tal tajante afirmación del conferencista me motivó y me llevó a indagar desde entonces sobre esto. (5)

Una idea similar a esta que expresaba el autor en la citada con- ferencia es esta que ofrece en uno de sus ensayos: “Tema aún no agotado es el evocar la existencia de aquellos primeros pobladores europeos de las Indias occidentales, escapados de toda norma, inmersos en lo desconocido, el poder telúrico de una geografía incógnita que ellos penetraron, perdiendo y reencontrando sin cesar los gestos y el sabor de la civilización. A tiempo que des- truían poblaciones indígenas sembraban en el vientre de las indias seducidas o violadas, la semilla de un mestizaje futuro. La cópula era quizás el único descanso que se daban. Más tarde, las negras traídas de África en el ignominioso tráfico de esclavos, sirvieron también de momentáneo refugio a la hora punzante del deseo. Nació el mulataje. Las primeras blancas hubieron de ser aventureras, quizás rameras de altas risas y broncas aventuras…” (6)

Aunque sabemos que Liscano ha ofrecido su visión de este tema (identidad, mestizaje, folklore) en muchos ensayos, artícu- los, capítulos de libros (7) y otros medios; ahora comentaremos los textos incorporados en el libro titulado Fuegos Sagrados (8). En este, dice el autor, recoge “veintiún ensayos, estudios, apuntes

275 y noticias sobre el tema de la cultura y del folklore (que)… fueron escritos a lo largo de un quehacer intelectual y vital que se extendió sobre cuarenta años; de 1949 a 1989.”(9)

Una muestra de la esclarecedora visión crítica sobre la cultura y la Historia, del agudo intelectual que siempre fue Liscano es esta que citamos ahora: “La nueva confrontación con Europa en otro periodo de postguerra, y una evolución interior imprevisible motivaron, años después, la rectificación de aquella visión nuevomundista bastante dogmática y pueril, sobre todo en medio de los inmensos desarrollos de una tecnología que unificaba de hecho las culturas, los comportamientos sociales e individuales, la información, los modelos y los estímulos. Comprendí de manera desgarradora que no se podía volver al Paraíso de antes de la caída; que la cultura era planetaria y no nacional; que la Historia no se desandaba; que América era parte de Occidente en tanto que civilización.” (10)

Al explicar su visión sobre la cultura agregaba que “Venezuela pertenecía al ámbito de la llamada cultura occidental, pero en forma subdesarrollada. Los acontecimientos mundiales quedaban tamizados en sus repercusiones y los avances tecnológicos parecían cosas de la ficción, pero, sin embargo, en aquel remanso aparente fermentaban fuerzas renovadoras, lo cual demostraba que si bien la mayoría campesina estaba situada fuera de la actualidad, minorías recogían la heredad cultural de la alta civilización y soñaban con acelerar la marcha del país.”(11)

Repetidas veces el autor que analizamos, señala que no creía en esa visión bastante generalizada sobre el mestizaje, donde sus componentes hispanos, indígenas y africanos estaban realmente

276 Juan Liscano: aproximaciones a su obra integrados o tenían un peso mucho mayor al que realmente po- seían. Por ejemplo, opinaba que el elemento aborigen – salvo en celebraciones como “Las Turas”, típica de los confines de los esta- dos Falcón y Lara – no era realmente significativo en la música, la danza y otras manifestaciones folklóricas. Menciona igualmente, junto con esta celebración de “Las Turas” (una fiesta asociada a la cosecha); otras como la “Bajada del Chez” entre los pobladores de los Andes durante fiestas cristianas como la del “Niño Jesús” o algunos santos patronos. En ella iban con sus caras embadurnadas con achote (onoto) y, además, usando máscaras y pieles de anima- les; acompañándose con sus instrumentos musicales aborígenes como flautas, chirimías, tambores y maracas; celebraban así sus antiguos ritos indígenas bajo la cobertura o apariencia de fiestas cristianas. Otro caso citado, es el de las danzas de los guajiros, donde es evidente la influencia mestiza en el tambor europeo utilizado, la vestimenta femenina de largas batas, etc.

A este respecto agrega finalmente que “A lo largo de este proceso de formación de nuestras danzas, cantos y músicas, el aporte de los indios no parece ser muy importante. Los indios fueron exter- minados o avasallados cuando ofrecieron resistencia, y cuando se plegaron, quedaron integrados a una colectividad en formación que los absorbió y mestizó. Sin duda algunos rasgos de nuestras danzas y modo de cantar pueden deberse a ellos, pero su verdadera influencia parece haberse ejercido en otras direcciones culturales como las leyendas y cuentos, el curanderismo y el conocimiento de las plantas medicinales, la alimentación, la alfarería y ciertas prácticas agrícolas, la lingüística.” (12)

En cuanto a la cuestión de la influencia africana, Liscano con- sidera que ella, en todo caso, fue más significativa que la indígena,

277 considerando la importancia de los amplios grupos descendientes de las esclavitudes negras en las regiones costeras donde se cultivó el cacao y otros rubros agrícolas, desde los tiempos coloniales.

En Venezuela (igual que en otras comunidades de América) se produjo lo que denominó la “desafricanización”, proceso que llevó a nuestros negros a perder lo fundamental de su identidad original expresada en lenguajes, religiones, costumbres. En este sentido – explica – porqué en Venezuela no se desarrollaron pro- cesos culturales afroamericanos con expresiones como la santería cubana, la macumba y candomblé afro-brasileño o el vudú haitiano. Consecuencias ellas, sin duda, de las comunidades de población de ancestros africanos, concentrada en extensas regiones donde vivieron sometidas a la esclavitud (en el caso de Brasil y Cuba) hasta finales del siglo XIX.

En Venezuela, la más importante expresión folklórica asociada al aporte africano es la danza con sus tambores. La riqueza de los ritmos, la elaboración de sus instrumentos membranófonos (tambores) y la suprema habilidad dancística de estos pueblos de la costa al celebrar sus fiestas como las de San Juan Bautista, las de San Pedro y otras más, tienen asegurado un sitial de honor en la cultura popular tradicional venezolana. En fin, para Liscano, la visión sobre el mestizaje venezolano debe dejar claro el peso determinante que tuvo el componente español o europeo al lado de esos otros aportes, esto es, lo aborigen y lo africano. La música, la danza, la literatura y el lenguaje son eviden- temente de sello hispano. Y aún las manifestaciones que parecieran más ligadas a los pueblos africanos están asociadas a la religiosidad católica española. Ejemplo de ello, las fiestas de tambor en honor a San Juan, la celebración de Corpus por los Diablos de Yare, etc.

278 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Cosa parecida ocurre con los aportes indígenas. En cuanto a los aportes hispanos propiamente dichos, se destaca un aspecto muy interesante. Estos llegaron a América y se arrai- garon firmemente en la memoria popular. No obstante, ellos (ya fuertemente mestizados en América) retornaron a su vez a España y allí estimularon el surgimiento de nuevas manifestaciones en la danza, música, literatura, costumbres y tradiciones.

Además de las consideraciones anotadas antes por Liscano, hay otras que conviene mencionar. Por ejemplo, la relativa ausencia en nuestro folklore de la temática asociada al proceso de la indepen- dencia. Curiosamente, esa terrible guerra y los cambios políticos aparejados, parecieran no haber dejado una huella en las genuinas manifestaciones folklóricas venezolanas. Ello no significa que no exista una notable producción literaria (poemas, canciones, his- torias, cuentos) dedicada a los próceres o héroes: Bolívar, Mariño, Páez y otros. Tales producciones, generalmente escritas por gente culta, son reproducidas por artistas populares (13)

Otro aspecto a considerar sobre el folklore

Otro interesante planteamiento que debe destacarse es el re- lacionado con la labor de Liscano como estudioso del folklore y la más famosa celebración que reunió a los venezolanos en 1948: “La culminación de mi obra como folklorista ocurrió diez años después, en febrero de 1948, cuando me encomendaron, en mi condición de Director del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales... la organización de un gran acto folklórico…”(14)

Este evento fue la denominada “Fiesta de la tradición” o “Cantos y Danzas de Venezuela”; la que durante cinco noches (17 al 21 de

279 febrero) llevó a unas 600 personas que actuaron en el “Nuevo Circo de Caracas” a rendir homenaje a la toma de posesión del recién electo presidente Rómulo Gallegos. Ello fue todo un impresionante espectáculo, que permitió a esa legión de músicos, cantantes, bai- ladores, declamadores y otros artistas populares hacerles conocer a los espectadores de Caracas algo único y desconocido hasta entonces. Igualmente, esa fue una gran oportunidad para estos ve- nezolanos traídos a la capital. Muchos de ellos nunca habían estado en una ciudad, y los de tierra adentro, jamás habían visto el mar.

En síntesis, toda esta obra nos ofrece un panorama del largo recorrido del autor por los meandros de los orígenes de la cultura venezolana, entrelazada con sus parientes cercanos de España e Iberoamérica. De especial interés son sus observaciones producto de sus recorrido por recónditos rincones del país, entrevistando notables cultores del folklore como los de la región de las costas con sus pobladores de ancestro africano, participantes de los bailes con tambores; igualmente, en los valles del Tuy, donde recogió la rica herencia de los Diablos de Yare; de los llanos con su asombrosa tradición musical, y muchas otras expresiones de música, danza y literatura oral, como las de Margarita, los Andes y otras localidades.

La conclusión en varios de sus textos es la misma. Esa rica tra- dición folklórica cumplió una notable función en las sociedades agrarias, pero estas expresiones de la cultura tradicional estaban condenadas a su extinción como consecuencia de las transforma- ciones económico-sociales del país, en especial los causados por la nueva economía petrolera y la vida urbana, y el avasallante peso de los modernos medios de comunicación social.

Otra cuestión fundamental que puede y debe destacarse es

280 Juan Liscano: aproximaciones a su obra esta observación que hace Liscano, considerando otros pueblos iberoamericanos: plantea que más que buscar características únicas de un país en particular, hay que establecer las similitudes entre las expresiones culturales tradicionales de los pueblos andinos (de Ecuador, Colombia y Venezuela); e igualmente de los de las costas (descendientes de los antiguos negros esclavos) o de los de las llanuras, mestizos del Apure y del Arauca, por ejemplo. Al presentar las manifestaciones culturales de estos pueblos destaca las características comunes que saltan por encima de esas fronteras políticas. Incluso, también descubre estrechos lazos entre expre- siones musicales venezolanas y otras similares del Brasil o de la propia España. Llegando en ese caso, incluso hasta diferenciar las peculiaridades de ciertas regiones españolas como las islas Cana- rias, Andalucía, país vasco, etc.

Liscano visto por algunos críticos

Un interesante juicio sobre Liscano y sus ideas sobre “la iden- tidad” es este que ofrece Maritza Montero. (15) Este asunto lo aborda la autora relacionándolo con otros escritores como Ger- mán Carrera Damas y Esteban Emilio Monsonyi. Dice Montero que esta misma idea es llevada más lejos en la segunda forma de expresión de la corriente crítica. Hubo una identidad venezolana, pero ahora, debido a los efectos de las transformaciones socioeco- nómicas sufridas por el país en los últimos cincuenta años, ya ella no existe. Lo que caracterizaba a los venezolanos ha desaparecido, arrastrado por la situación de dependencia, por el consumismo y por el proceso de urbanización derivados de ella, por la alienación cultural y social, en resumen, por el subdesarrollo. El venezolano es un pueblo carente de identidad.

281 Y agrega Montero, aunque no esté explícito en el texto analizado, Liscano sigue la misma tesis de Carlos Rangel, ya que también él señala a la colonización española, así como una guerra de Indepen- dencia imitadora de otras revoluciones (francesa, norteamericana), y seguidamente a las guerras civiles como responsables de una identidad, tan negativa que resulta insoportable e invita a equivo- carse. Total, la enfermedad, y esta es una conclusión sorprendente, reside para Liscano en ese constante cuestionamiento acerca de la identidad, y no en el negativismo de la imagen que de ella se desprende, imagen que debe ser aceptada tal como se presenta.

¿Un Muro de Bahareque?

Nuestra Opinión Sobre el Tema de la Identidad Nacional. (16). Consideramos que más que intentar definir, de manera abstracta, qué es eso tan escurridizo como nuestra identidad nacional, debe- mos acercarnos pedagógicamente al tema desde variados ángulos que pudieran hacernos comprender el asunto de manera sencilla.

Primeramente, afirmamos que no creemos que nuestra iden- tidad nacional la tengamos que ver solamente asociada al remoto pasado. Quienes creen que nuestra identidad sólo la representa el rancho o choza de paredes de bahareque (17) y techo de hojas de palma, el palafito, el conuco, el sombrero de cogollo, las alpargatas y el liqui-liqui; la carne en vara, el casabe, la hallaca, las arepas y cachapas; la leyenda de María Lionza y el baile de joropo con arpa, cuatro y maracas tienen una visión muy parcial sobre lo que representa la identidad de un pueblo o nación.

La identidad nacional de los venezolanos de nuestros días, no tiene que ser necesariamente igual a la de aquellos que vivieron en

282 Juan Liscano: aproximaciones a su obra remotas épocas. Diríamos más bien que, la identidad de un pue- blo es muy dinámica, ella refleja las transformaciones ocurridas en la economía, la sociedad, el Estado y la cultura en cada época histórica. No podemos suponer, por ejemplo, que aquellos criollos “mantuanos” de la Caracas de finales del siglo XVIII pensaran igual a los que sobrevivieron a la terrible revolución de la guerra de independencia nacional. Es obvio, que sus ideas, opiniones y todo aquello que formaba parte de su propia mentalidad e identi- dad quedaron afectadas profundamente por las transformaciones económicas, sociales y políticas ocurridas entonces. En fin, no puede suponerse que, de ninguna manera, sus opiniones sobre lo que representaban las antiguas ideas siguiesen igual y que su identidad fuese la misma de antes.

La mayor parte de los representantes de esas elites criollas desarrollaron una nueva identidad de acuerdo con los cambios sufridos por la sociedad venezolana y se la impusieron al resto del país. De la misma manera, ya en nuestro siglo XX, al desarrollarse la nueva economía petrolera y el consiguiente proceso de decaden- cia y desaparición de la economía tradicional de la <>, se abrió paso a un proceso de cambios en la sociedad y – por supuesto - en la mentalidad de las elites venezolanas, que liderarán la estructuración de una nueva identidad nacional. Ló- gicamente, siempre las ideas dominantes son las ideas de las clases y grupos dominantes.

En resumen: Durante la época colonial fuimos cerradamente hispano-católicos; a partir de la independencia nos abrimos ha- cia el espíritu cosmopolita o internacional hijo de las ideas de la Ilustración liberal británica, francesa y estadounidense; en el siglo

283 XX, en medio del avasallador avance del capitalismo occidental se nos incorporó (gracias a la inmensa riqueza petrolera de nuestro subsuelo) a la caravana de la cultura anglosajona.

Visto así el problema de manera muy general, examinemos ahora el asunto con mayores detalles. Durante los siglos coloniales nuestra identidad estuvo signada o caracterizada por el tradicional respeto religioso y sumisión al monarca español, a la iglesia católica y sus mandatos morales, éticos, estéticos e ideológicos; a la cultura tradicional ibérica y algunos elementos propios de nuestro mes- tizaje africano e indígena. En cierto sentido, nos sentíamos parte integrante de una vasta comunidad hispana hermanada por lazos de lengua, religión, costumbres y tradiciones. Y aunque el proce- so de emancipación nacional trastocó en parte el orden colonial, no se borraron todos esos viejos lazos creados a través de más de trescientos años de historia común. No es fácil que la mentalidad de un pueblo cambie de manera radical en un período histórico corto (18). De todas maneras, los venezolanos tuvieron que intentar dar respuestas a las grandes interrogantes planteadas al alcanzar su emancipación nacional en el período 1810-1823.

Al preguntarse cuál era nuestra identidad, respondieron con una negación. Establecieron la nueva identidad sobre la base de la negación de su propio pasado. Mutilaron o amputaron parte fun- damental de su propia historia al querer olvidarse de sus ancestros españoles, a los que condenaron en los más duros términos, hasta construir eso que se ha denominado la “Leyenda Negra”.

Cuando nuestros primeros historiadores y pensadores del siglo XIX escribieron sobre el pasado y el presente de aquella patria

284 Juan Liscano: aproximaciones a su obra recién emancipada, en general, lo hicieron siguiendo un mismo pa- trón, esto es, afianzar la nueva identidad sobre la base de enfrentar el pasado español como algo esencialmente negativo. Destacaron la codicia y las atrocidades de los navegantes, conquistadores y colonizadores hispanos, la barbarie de la guerra de independencia (realistas sanguinarios), el oscurantismo, la intolerancia, el fana- tismo y el atraso (19)

Frente a ese negativo cuadro plantearon nuestros historiadores, a manera de contraste, la gran gesta de los héroes de la patria. Sólo la acción de los próceres libertadores encabezados por Simón Bolívar logró poner fin a esa larga noche y traernos la luz de la libertad política, el progreso y una patria propia. (20)

Era lógico y necesario que, ante ese inmenso vacío dejado por esa actitud negadora, se apelara al culto de los héroes como el único substituto o consuelo para un pueblo que conquistó su independencia a costa de centenares de miles de muertos, la des- articulación de todo su aparato productivo (la economía del cacao, añil, tabaco, caña de azúcar y ganado vacuno), la destrucción de la sociedad tradicional, el surgimiento del caudillismo y las guerras civiles. Y en este sentido, habría que agregar - que la primera de estas guerras civiles - lo fue la guerra de independencia, donde se enfrentaron los propios venezolanos que pelearon en uno y otro ejército, como “patriotas” o “realistas”. (21)

No tenemos dudas al respecto. Los venezolanos de entonces, aquellos que tuvieron la oportunidad de vivir en carne propia ese proceso, o los que sólo lo conocieron décadas después, a través de las obras de nuestros historiadores; desarrollaron su identidad, edificándola sobre una débil estructura. Pretendieron que su

285 identidad se sustentara únicamente sobre las glorias de un puñado de héroes que nos había hecho libres, y de los cuales, ni siquiera éramos dignos hijos, si se consideraba nuestra ingratitud y desidia.

Éramos un pueblo que se veía a sí mismo en estos términos: Ne- gaba a sus “abuelos hispanos”, pero hablaba su lengua y conservaba muchas de sus tradiciones; cantaba a las glorias de los héroes de la epopeya o gesta de independencia nacional, pero en el fondo no estaba satisfecho con lo obtenido – una libertad – que no le servía de mucho. La mayoría de los venezolanos consideró que no había cambiado positivamente su situación; pero por el contrario, los que se mantuvieron en las elites (o aquellos que se incorporaron a éstas) conservaron – de hecho – casi todos sus privilegios.

Hasta nuestros días, el pueblo venezolano soporta ese destino signado por la duda; destino de pueblo condenado a preguntarse reiteradamente sobre su identidad. Tal situación, creemos, la atra- viesa por haber renunciado a sus raíces hispanas más profundas, las que le daban derecho a convertirse o seguir siendo parte de eso que el historiador Ruggiero Romano llamó las “nacionalidades satisfechas”, es decir, aquellas que se estructuraron orgullosamente desde hace siglos en Francia, Inglaterra, España, Portugal. Al Venezuela y los venezolanos renunciar a esa identidad his- pana (a la que tenían y tienen derecho) prefirieron convertirse en lo que el antes citado autor denominó “nacionalidades frustradas”, es decir, aquellas que antes que insertarse en el viejo tronco de su madre patria, prefirieron edificar una identidad únicamente sobre la base de la libertad y la independencia nacional. Obviamente, ese sería el caso de las nuevas repúblicas hispanoamericanas.

El razonamiento anterior se puede reforzar con otros argu-

286 Juan Liscano: aproximaciones a su obra mentos de conocidos autores, pero en aras de la brevedad no lo haremos. (22)

Resumiendo todo lo planteado, afirmamos que Venezuela, al igual que sus hermanas repúblicas de América Latina, ha sufrido una crónica crisis de identidad. Desde que asumió su condición de estado soberano, en medio de un proceso general de disolución del decadente imperio español, hasta este presente en que todavía sufre los embates del neocolonialismo globalizador y debe luchar desesperadamente por conservar los atributos formales de una república, nominalmente independiente pero sojuzgada por una asfixiante deuda externa, penetración de capitales parasitarios y una amplia brecha tecnológica.

La identidad de los venezolanos de hoy debemos afirmarla a partir de una visión integral de la misma. Sin pretender volver to- talmente al remoto pasado, éste debe conocerse y asumirse como algo propio y valioso. Ese pasado es parte fundamental de nuestra identidad como pueblo, sin él, seríamos como un individuo sin memoria. Y así como los amnésicos necesitan – a veces – un fuerte “shock” o sacudida para recordar su identidad perdida, tal vez, no- sotros en este caso, necesitemos algo similar. Ciertas circunstancias históricas (graves crisis o grandes retos) habitualmente hacen que los pueblos asuman responsablemente su destino, o por lo menos, empiecen a reflexionar sobre qué cosa son y hacia dónde van.

Antes en esta reflexión se mencionaba que la identidad no era sólo una cuestión de cosas viejas del pasado. Decíamos que no se debía asociar la identidad venezolana solamente con la imagen de una choza o rancho de bahareque. Pues bien, cuando ya en el mun- do contemporáneo han caído o desaparecido hace mucho tiempo

287 la así llamada “cortina de hierro” (o telón de acero) de Europa del Este, la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el “muro de Berlín”; cuando ya se ha levantado o eliminado también la despectivamente llamada “cortina de bambú” que encerraba a la milenaria China, no debiéramos nosotros, pretender edificar en esta subdesarrollada Venezuela un débil e inútil muro de bahareque que proteja, como algunos pretenden, nuestra identidad amenaza- da por la invasión de lo foráneo, esto es, del mundo globalizado.

Honestamente, pensamos, que la mejor defensa de la identidad nacional venezolana no es cerrarnos xenofóbicamente a todo lo que venga de otras latitudes. Ante la avalancha de información, ideas, costumbres, tradiciones, música y otras expresiones cultu- rales foráneas debemos confrontar todo eso con lo que es nuestro patrimonio. En esa confrontación tal vez se pierdan algunas cosas – pero seguros estamos – también ganaremos mucho al enriquecer lo nuestro.

Cómo encerrarse en los límites de ese “muro de bahareque”, si ya somos parte de este mundo contemporáneo donde diariamente debatimos sobre la “autopista de la información” y las “nubes” que almacenan trillones de datos, sustentado todo esto en las co- municaciones a través de satélites, antenas rastreadoras, redes de cable de fibra óptica, correo electrónico, navegación por Internet con computadoras, tabletas y teléfonos portátiles “inteligentes”, que almacenan o permiten consultar - en línea y al instante - dic- cionarios, colecciones de revistas de investigación, enciclopedias, libros, programas de todo tipo, hojas de cálculo, juegos, gigantescas bases de datos y todo eso que por comodidad se ha denominado la <>.

288 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

No cabe duda, en estos días, somos – más que nunca -- los habitantes de una gran <>, habitantes de un planeta que pueden ver y escuchar “en vivo y en directo” los discursos del Presidente de los Estados Unidos de América, del rey de España y de otros dirigentes mundiales, los debates de los más importantes parlamentos del mundo, así como los eventos científicos, artísticos, deportivos, políticos o de cualquier naturaleza. En suma, todo el acontecer nacional, continental o mundial desfila ante nuestros ojos de manera inmediata o a las pocas horas de haber tenido lugar.

Por eso nos repetimos ¿cómo cerrarse a esa invasión de nuevas ideas?

Ninguna pared, ningún muro nos pone a salvo de la masi- va circulación de nuevas expresiones culturales cada vez más cosmopolitas que determinan las características de la identidad nacional venezolana contemporánea, y también las de todos los otros pueblos del mundo.

Ante esta realidad, solamente tenemos una alternativa, sólo nos queda una trinchera en defensa de nuestra esquiva identidad: Fortalecer la conciencia histórica, asumirla en toda su complejidad. Penetrar en todos sus recovecos, sin complejos, sin mutilar sus más profundas raíces indígenas, africanas y, sobre todo, españolas – ya que este último componente ha sido el más negado – pero, paradójicamente, -- es el que expresa lo sustancial de nuestro ser nacional: Idioma, tradiciones, religión, costumbres, folklore e historia de más de quinientos años.

Sin complejos, y sin avergonzarnos de todo lo nuestro, debemos confrontarlo o compararlo con esa avalancha de información de

289 todo tipo que nos invade (teniendo o no nuestro consentimiento). Sólo así se puede conservar una identidad viva y propia en estos tiempos.

Creer candorosamente que nuestra identidad puede ser defen- dida, protegida y mantenida “pura” aislándonos de todo contacto con lo foráneo es condenarnos al fracaso. Sería como admitir anticipadamente, que lo nuestro no sirve y que lo extranjero es lo deseable, por ser supuestamente mejor o superior.

Asumir esa actitud sería una posición de pueblo acomplejado, inseguro de lo que valen o significan sus tradiciones, su cultura, su idioma. Una actitud indigna de los pueblos cantados por el gran poeta latinoamericano Rubén Darío, ese que recordaba a su pueblo con amor y pasión y que increpaba a Teodoro Roosevelt diciéndole:

“Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.”

Notas 1. Juan Liscano: Fuegos Sagrados. Caracas, Monte Ávila Editores, 1990 2. Como profesores del Departamento de Geografía e Historia del Instituto Pedagógico de Caracas, cooperamos con el diseño de los nuevos programas, junto con los expertos del Ministerio de Edu- cación Nacional de esa época 3. Este cambio en la enseñanza de las ciencias sociales en la Educación Básica, fue duramente criticado y enfrentado por miembros de la Academia Nacional de la Historia y otras personalidades encabezados por Arturo Uslar Pietri. Objetaron - sobre todo – el abordaje de la en-

290 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

señanza de la Historia y la Geografía de Venezuela a partir de lo local y regional para llegar a lo Nacional. Consideraban que ello atentaba contra la integridad del país. Igualmente cuestionaban la enseñanza del Folklore por parte de los docentes del área de ciencias sociales. 4. Guillermo Morón en su conferencia sobre la identidad nacional venezolana sostuvo que ella estaba signada por la lengua y cultura castellana que por varios siglos había sido la nuestra. El haber sido parte integral desde el siglo XVI como provincias (y no colonias) de los reinos españoles, selló nuestro destino como pueblo heredero de una tradición política, religiosa y cultural de profundas raíces en la civilización de Europa. 5. Y acá pudiéramos nosotros acotar algo más. Muchos venezolanos por cuyas venas corre la sangre de los pueblos de África, tienen parecido conflicto, identificarse con la cultura de las víctimas de la esclavitud o con la de los amos blancos opresores en esos tiempos pasados. 6. Texto de su disertación para la “Cátedra Rómulo Gallegos” (mayo,1989), inserto en su obra <>, p.113 7. Por ejemplo el antes citado > recoge muchos de ellos publicados en revistas y otros medios. Otro fundamental está en la obra colectiva titulada <> Ob.Cit. 11. Liscano: Fuegos Sagrados, Ob.Cit. p.136 12. Ibídem. p.172 13. n.a. Una experiencia interesante de un seminario del Doctorado de Historia en la UCAB: Planteada una investigación sobre la temática <>,

291 uno de los participantes (Rafael Strauss) nos presentó un brillante trabajo que recogía una amplia variedad de expresiones cuya temá- tica era la exaltación a los próceres patrios por parte de cantadores y conjuntos musicales de variadas regiones del país. Cultores de la música popular tradicional usando instrumentos y ritmos propios del folklore. 14. Liscano: Ob.cit., p.19 15. Maritza Montero: La autoimagen nacional de los venezolanos (extracto) la corriente crítica… n.a. Hace ya bastante tiempo, publicamos vía - www.nfghistoria.net - unas reflexiones sobre el tema de la identidad nacional. La primera versión fue un discurso nuestro ante un grupo de graduandos. Posteriormente ampliamos el ensayo agregándole – entre otras - las opiniones contra- puestas de Thomas Friedman, Esteban Emilio Monsonyi y Mario Vargas Llosa, a propósito de la globalización. Finalmente, fue impreso como <> en Cuadernos Unimetanos / Nº 31 / octubre de 2012 – Universidad Metropolitana. n.a. Si alguno no lo sabe, el bahareque es una pared hecha con barro y paja picada, embutido dentro de una armazón de madera, caña brava y otros materiales. Al respecto son fundamentales trabajos como el de Elías Pino Iturrieta (La Mentalidad Venezolana de la Emancipación, 1810-1812). Asimismo, el aporte de historiadores franceses sobre historia de las mentalidades (Marc Bloch, Lucien Febvre, entre otros). También, considerar los conceptos marxistas sobre las “clases en si” y “clases para sí”, esto es, la conciencia que ellas asumen para convertirse en protagonistas de procesos. Entre ellos: Feliciano Montenegro Colón, Rafael María Baralt, Francisco Javier Yanes, Juan Vicente González, José de Austria y Felipe Larrazábal. Considérese también la interesante y ya citada propuesta de Juan Liscano, quien ha sostenido que en nuestra identidad existe el íntimo conflicto de los venezolanos que tienen el alma escindida al desear identificarse con la

292 Juan Liscano: aproximaciones a su obra madre violada (la mujer indígena cuyo vientre dio a luz al mestizo ameri- cano) y no con el padre violador, el conquistador y el colonizador español. Ibídem Lógicamente acá coincidimos con la conocida tesis de Laureano Vallenilla Lanz, expresada en obras como Cesarismo Democrático, entre otras. Además de Ruggiero Romano, autores como Ángel Bernardo Viso, Ger- mán Carrera Damas, Nikita Harwich Vallenilla y otros han abordado este tema. Asimismo, nosotros lo hemos tratado en nuestro libro El Culto a los Héroes y la Formación de la Nación Venezolana (Caracas, Litho-tip, 1999).

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Juan Liscano: aproximaciones a su obra

LISCANO Y LA ANTROPOLOGÍA POÉTICA DE LO VENEZOLANO

Beatriz Rodríguez Perazzo Universidad Metropolitana

Aludir a Juan Liscano el “folklorista” como él se autodenominó, es adentrarse a un aspecto del Poeta que fue médula espinal en su realización personal, según él mismo lo manifiesta en la entrevista que le hiciera el respetado antropólogo venezolano Alfredo Cha- cón, al evocar la experiencia del Festival que tuvo origen con la pro- ducción y montaje del espectáculo “Cantos y Danzas de Venezuela” con ocasión de la toma del poder presidencial el 17 de febrero del año 1948 por parte del escritor venezolano Don Rómulo Gallegos. Liscano estaba al frente del Servicio de Investigaciones Folclóricas Nacionales desde 1946, por encargo de la Junta Revolucionaria de Gobierno, y dicho espectáculo es referido como un verdadero festi- val pues hizo posible la vivencia festiva de las tradiciones populares más emblemáticas de cada región venezolana, la cual preñaría a la nación venezolana del sueño de descubrir su propia identidad cultural. En dicha entrevista Liscano reconoce: “Yo lo que viví fue una aventura, para mí el Festival fue una realización propia… hasta el punto de que el Festival ha sido el único éxito en mi vida, con eso

295 te digo todo. Lo demás no son sino pequeños ruidos parciales, pero ese fue un logro total.” (Varios Autores, 1998:80).

A partir de estas palabras podemos imaginarnos lo que habrá significado para un hombre dedicado a la creación intelectual, autor de obras que rescatan el quehacer cultural venezolano (Poesía popular venezolana, 1945; Folklore y cultura, 1950; 150 años de cul- tura venezolana, 1962; Panorama de la literatura venezolana actual, 1995; etc.) y con su vasta producción poética de reconocido éxito donde le canta a Venezuela (Ocho poemas, 1939; Tierra muerta de sed, 1954; Nuevo mundo Orinoco, 1959; etc.) el goce creativo que le supuso saberse, si no progenitor (dada la poca arrogancia que exhibió a lo largo de su vida con respecto a su obra literaria), por lo menos partero de una criatura, cuyo nacimiento desbordaba sus apetencias individuales de realización personal, para adentrarse en la magnánima tarea de la construcción de lo social, que supera todo tipo de individualidades y tiempos cronológicos, para convertirse en una experiencia de trascendencia cuasi-religiosa.

La identidad cultural es reflejo de los valores culturales de una nación, están constituidos justamente por lo que los nativos con- sideran valioso en términos de la supervivencia, conservación y perpetuación de esas personas en medio de la naturaleza en la que fortuitamente les asignó el destino para existir, originándose una relación única e irrepetible con esa geografía y los recursos que brinda, que signa y establece la manera de vivir con una jerarquía exclusiva de valoraciones.

La cultura es el resultado de la interrelación de los seres hu- manos con la naturaleza, sirviéndose de ésta, transformándola para su existencia y transmitiendo de generación en generación

296 Juan Liscano: aproximaciones a su obra sus aprendizajes, lo que va constituyendo su propia Historia. Así una comunidad termina inexorablemente por convivir reunida alrededor de los elementos imprescindibles y por ende valiosos que se convierten en los pivotes culturales, es decir, elementos claves de la estructura social sobre los cuales giran la mayoría de las interacciones sociales y ejercen de aglutinadores que permiten la integración social de todos los miembros de una sociedad. Ralph Linton en The study of man (1936: 402-404) explica a profundidad estos elementos claves que denominó rasgos culturales, asignándo- les cuatro características: forma (el objeto o evento en sí), uso (para qué se emplea), función (puesto que ocupa en la sociedad según su importancia para la supervivencia de la misma) y significación (conjunto de asociaciones que los miembros de la sociedad le asig- nan a ese objeto o evento, conformando el imaginario colectivo). He aquí el punto que nos lleva a reflexionar sobre la identidad cultural del venezolano y la trascendencia de las palabras de Juan Liscano al referirse a “… la Historia aún en sus principios, de mi Patria”, y el asunto no es que no hayan pasado cinco siglos de eventos en nuestra geografía, sino que esos eventos no obedecen a la unión íntima de los nativos y de los inmigrantes con nuestra geografía como consecuencia de un proceso productivo, resultado del esfuerzo de cultivar y crear los bienes necesarios para la evo- lución de nuestra sociedad.

Antonio García de León Griego en el capítulo “El mar de los encuentros. Un mediterráneo americano” de su libro El mar de los deseos. El Caribe hispano musical. Historia y contrapunto; en el intento de describir la cultura de los pueblos caribeños, resalta lo que podríamos denominar el imaginario colectivo de las sociedades caribeñas, señalando:

297 “Este Caribe andaluz, y más “afroandaluz”, tiene entonces una concreción económica fuertemente marcada por el comercio marí- timo a gran distancia y por lo que le subyace: una mentalidad abierta al cambio y al intercambio, una memoria fragmentada, una reunión de partes rotas donde el suspiro de la historia se disipa en aras de lo inmediato.” (García de León, 2002:25)

Juan Liscano comprende la importancia del Festival de la Fies- ta de la Tradición de Cantos y Danzas, pues abrió la posibilidad del encuentro entre los mestizos habitantes de Venezuela, como protagonistas de las más diversas expresiones culturales, producto justamente del mestizaje que nos caracteriza como consecuencia de nuestra singular conformación, resultado de ser una “cultura” receptora tratando de acrisolar todos los aportes culturales a lo largo de todo el proceso colonizador de que hemos sido objeto. Significó el Festival el comienzo de un reconocimiento de la importancia de un camino común, de la construcción de una au- téntica cultura nacional. Claro está que ese camino común no se puede decretar, deberá ser producto de lo que genuinamente nos aglutine y que antropológicamente es imprescindible que sea en torno a la producción de bienes, que es la manera como los pueblos adquieren su dignidad y estima en el sublime acto mítico-religioso de la co-creación. Saltan a la memoria las palabras del escritor y dramaturgo venezolano José Ignacio Cabrujas cuando se refiere al mestizaje de los pueblos latinoamericanos, y expresa con gran patetismo:

“Lo que suele llamarse el barroco latinoamericano, nada más mentiroso, ni más falso que esta expresión; no hay barroco. Hay una manera de entender el mundo por capas, de asociar inmediatamente

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a nuestras vidas todo lo que proviene de otras culturas, de allí la pér- dida de tiempo que tienen algunas personas al decir que Venezuela debe encontrar su identidad cultural, ¿cuál identidad?, ¿dónde está?, ¿cómo puede encontrar identidad cultural un país que a lo largo de su historia no la ha tenido? (Cabrujas, 1995)

Nuestra Historia está ligada a eventos que se distancian de la economía productiva, nuestra supervivencia ha estado basada en una economía de recolección, anteriormente cacao y café para luego pasar en el siglo XX a otra recolección, la del petróleo, la cual ha destruido en buena parte la poca cultura agraria que teníamos. La industria petrolera se inicia como un sistema de colonización, los campos petroleros son enclaves industriales que aparecen a principios del siglo XX en nuestro país y que atraen a pobladores de las diferentes regiones de Venezuela, los cuales se sienten atraí- dos por una mejora en su calidad de vida, con salarios seguros, liberados de la incertidumbre y las penurias del trabajo del campo de una sociedad artesanal muy poco tecnificada.

Hacia su gran rumor de fuente llena se encaminan los hombres, presurosos, el crujiente hormiguero de los hombres, las caravanas del desierto, el Éxodo, migraciones surgidas de la Biblia.

Vuelven a relucir los espejismos, la fábula que nace de la selvas, del macerado aroma de los ríos, de llanuras pulidas por los vientos.

299 La sequía contiene una comarca de chirriantes maderas agrietadas y se habla de cascadas sobre tierra, de orinocos de aceite soterrados, de océanos de asfaltos subterráneos.

La mítica columna del petróleo se yergue bajo el sol, arde en la sombra y guía hacia sus fuentes escondidas, sus fecundos veneros de acre olor, a la humana familia deslumbrada, a los hombres, los dueños del milagro.

Fragmento del poema “El reventón” perteneciente a “Nuevo Mundo Orinoco” (Liscano, 2007:246-247)

Se crea entonces la clase asalariada y obrera del país aislada de su terruño original, de su familia y de sus costumbres; su nuevo entorno son las ciudades petroleras que se van conformando por los que no pudiendo ingresar a trabajar directamente en las com- pañías petroleras, fueron constituyendo el sector servicio de esa nueva organización socio-económica, viviendo indirectamente de la industria petrolera.

Rodolfo Quintero en su libro La cultura del petróleo señala:

“El campo petrolero: sus máquinas, sus hombres, impresiona a los pobladores de las comunidades vecinas; su dinámica complicada se les hace misteriosa, inquietante. Es algo poderoso que se manifiesta en grandes torres de acero clavadas en la tierra y en el agua, tubos gruesos como robustas serpientes de cobre, flotas de camiones,

300 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

buques-tanques y, sobre todo, aquellos “demonios rubios” con los bolsillos llenos de moneditas de oro con las que pueden comprar todo y regalar cuando se emborrachan”. (Quintero, 1968:41)

Para los venezolanos trabajar en el campo petrolero se cons- tituiría en el objetivo más deseado; pero la población rural que migró a las ciudades petroleras y a las urbes aledañas como una oportunidad prometedora de progreso, más pronto que tarde empezó a sentirse excluida del proceso de modernización del país.

Levantaron casas sin raíces como para marcharse pronto a la hora de los incendios o de la fuga a la hora también de la pobreza irremediable contruyeron sus moradas con una sola mano puesta la otra como visera para otear el horizonte de espinares y arbolillos desgreñados buscando el sitio prometido donde brotaría el plumón zumbante y graso de la bestia del petróleo. Sobre las costas regáronse ciudades provisorias nacidas del camino y prestas a volverse caminos otra vez….

Fragmento del poema “La edad del chorro” perteneciente a “Nuevo Mundo Orinoco” (Liscano, 2007:248)

Se fue tejiendo de esta manera una nueva red de relaciones sociales donde se distinguen la población rural (cada vez más em- pobrecida) la urbana y la emergente población petrolera, donde este nuevo sector de la población se convertiría en la élite dominante de la sociedad, la cual antes de la nacionalización del petróleo estaba constituida básicamente por empresarios extranjeros y los

301 asalariados venezolanos, que algunos organizados sindicalmente van a la huelga en el año 1925 en Mene Grande reclamando me- joras salariales, lo que llevó a las compañías extranjeras a crear una “aristocracia petrolera” venezolana entre los trabajadores leales que no participaron en la huelga y en recompensa éstos empezaron a recibir tratos y remuneraciones especiales, y quienes posteriormente con la nacionalización de los hidrocarburos en la década de los años setenta pasarían a conformar la élite de los tra- bajadores petroleros, la pequeña-burguesía venezolana, sobre cuyos hombros estaría la responsabilidad de hacer rentable la empresa petrolera para beneficio del resto del país. De esta manera se fueron estableciendo unas “perversas” relaciones sociales de producción, que han caracterizado al modo de producción venezolano; los miembros de esta élite petrolera obviamente con el tiempo han cambiado de apellidos, pero permanece el ascenso social vincu- lado a la inserción en la industria petrolera, distinguido por una relación técnica de producción cada vez mucho más política que tecnológicamente meritoria.

La generosa Naturaleza de nuestro nación al brindarnos una tal abundancia de hidrocarburos propició con la misma, la ilusión que somos un pueblo escogido, presto a recibir los beneficios de una RENTA sin grandes esfuerzos y dispuestos a festejar permanen- temente tan milagroso suceso. Enceguecidos por el deslumbrante espejismo provocado por el oro negro, los venezolanos nos hemos envilecido antropológicamente hablando, convirtiendo a la renta petrolera, en el pivote de nuestra cultura, y como consecuencia lo más “valioso” es arrimarnos lo más posible al derrame de los bene- ficios de esa renta, sin escrúpulos y convirtiéndonos cada día más en depredadores culturales; no hemos logrado producir suficiente tecnología propia, lo que nos hace cada vez más dependientes, no

302 Juan Liscano: aproximaciones a su obra sólo de tecnología sino de todo tipo de bienes y valores cultura- les foráneos; vivimos como “de prestado”; así que sólo podemos danzar si embriagados, en el intento de acallar nuestra conciencia que en el fondo nos conmina a reconocer que lo que disfrutamos realmente no nos pertenece, hay “algo” que no nos hace sentir ni bien, ni mucho menos orgullosos de nosotros mismos; será quizá ésta una de las causas por la que hemos convertido en innegable rasgo cultural de nuestra sociedad el consumo estrafalario de whisky. Laureano Márquez, politólogo y humorista venezolano escribió un artículo en ocasión de la escasez de bienes en nuestro país, donde señala:

“Fin de mundo. Eso se veía venir. Es horrible decir lo que dije, pero lo dije: el día que en Venezuela falle el whisky es porque efectivamente estamos al borde de una tragedia de consecuencias impredecibles. El whisky es lo más sagrado que tiene nuestra patria, al punto de que, siendo productores de los mejores rones del planeta, nuestra bebida nacional viene de Escocia. El whisky es el único punto de encuentro y de consenso nacional. (…) El whisky le gusta a los militares y a los civiles, a los del gobierno y a los de oposición, a los hampones y a la gente honesta, a los ricos y a los pobres, a los trabajadores y a los desempleados, a los buenos y a los malos. (…) De hecho hay un gesto que nos identifica en el mundo entero: allí donde quiera que uno ve a un hombre revolviendo con el dedo un whisky y chupándoselo luego, uno sabe que está en presencia de un compatriota”. Márquez (2014)

Los versos de Juan Liscano arriba transcritos pertenecen como se ha mencionado a su libro Nuevo Mundo Orinoco (1991) escrito en el exilio y publicado en 1959; poemario épico y mítico que bien podría llamarse el “Génesis” de nuestra historia, donde

303 relata nuestras epopeyas en perfecto connubio con la naturaleza, quien es la principal protagonista, y de allí la comprensión del tema petrolero como un mito, nuestro “héroe”, nuestro “salvador”.

Recordemos que la cultura es una construcción social en evolución, es una unicidad imposible de repetir o compartir sin cierta desazón, de allí que todo proceso de transculturización entre culturas no homogéneas, donde una de ellas sea definitiva- mente dominante, no facilitará la tan ansiada identidad cultural venezolana, o en palabras de Juan Liscano la “síntesis perfecta”: “No es otro que éste el proceso de la cultura: mestizaje de formas y razas en procura de la síntesis perfecta” (Varios Autores, 1998:109) perfección que emerge con esplendorosa belleza, en cualquier ma- nifestación cultural genuina y auténtica, pues nace de la verdad y no de ilusiones; la ESTÉTICA no puede desligarse de la ÉTICA cuya piedra filosofal es la VERDAD lo que en el tema que nos ocupa es el respeto por la Naturaleza, por nuestra geografía que nos com- pele a una especial y única manera de interrelacionarnos con Ella y nosotros entre sí acunados por Ella. El poeta Liscano lo expresa rememorando el éxito del Festival: “Y como nunca (en el Festival) se afirmó la siempre viva belleza de toda obra humana que nace de un estrecho abrazo con la Naturaleza”. (Varios Autores, 1998:106).

Los venezolanos no hemos logrado del todo lo que antropo- lógicamente se le denomina cultura, es decir, el conjunto de com- portamientos comunes o modelos de vida históricamente creados, resultado de la complejidad de las interacciones sociales, que van conformando un referente inmaterial o imaginario colectivo; y consecuentemente como expresión artística no hemos creado nuestras auténticas coreografías las cuales nacerían de una faena colectiva, con sus rutinas y sus ritmos necesarios para el logro de

304 Juan Liscano: aproximaciones a su obra un objetivo común, inmortalizadas luego en las danzas como goce y celebración.

La cultura popular venezolana tiene su origen en la antigua lírica medieval hispana; su cancionero y sus danzas parten de la estructuración básica del legado de los españoles conquistadores, sin mayores elementos añadidos; Juan Liscano hace referencia en muchas ocasiones al hablar del folklore, que las danzas y la poesía de los cantos populares venezolanos en su gran mayoría manifiestan un sincretismo mágico-religioso, y que las formas usuales de sus versos son las que señala la tradición literaria oral de la literatura castellana, y a lo sumo pueden contener voces de procedencia aborigen o africano; observándose además que en el devenir de los años estas manifestaciones mágico-religiosas han ido perdiendo su naturaleza originaria para convertirse en la ocasión del mero encuentro social a través de la festividad.

Fundamentalmente nuestra identidad está fuertemente rela- cionada con gestas militares y con gobernantes caracterizados en el mejor de los casos por el caudillismo, si no con el autoritarismo y el terror, y que bien podría relacionarse este aspecto con la pre- caria civilidad, de nuestros congéneres, propia de quienes ante la dificultad de poder reconocer en el “otro” con el que convive un “idéntico”, se le imposibilita organizarse socialmente entre “iguales” y de allí la necesaria actitud de imposición y dominación que han acompañado a casi todos los gobiernos de nuestro país; no puede haber verdadera integración social, políticamente democrática, sin identidad cultural, sin la “mismidad” con el “otro” como factor inspirador.

Carlos Rangel en su libro Del buen salvaje al buen revolucionario

305 nos plantea, estableciendo las diferencias con los colonizadores anglosajones, lo que bien podría ser la carga genética de nuestra cultura política, al evocar la colonización de Latinoamérica, expre- sando que “…el conquistador español creó una sociedad de la cual los indios, reducidos a la servidumbre, formaban parte orgánica e indispensable” y de allí que “… los criollos americanos, cepa de la estructura de poder de todas las futuras repúblicas independientes, viven emociones y sentimientos contradictorios. (…) como amos en una sociedad esclavista, se saben rodeados de enemigos.” (1976: 30-31) y es ese temor lo que obviamente los impela a mandatos poco democráticos.

Juan Liscano en el Preámbulo del libro La Fiesta de la Tradi- ción, nos hace reflexionar sobre la eterna gravidez de la identidad cultural venezolana, planteada cuando argumenta la necesidad de legar la experiencia del Festival de Cantos y Danzas, casi como un patrimonio nacional, pues es semilla que pertenece “… al tiempo grávido, pleno de ayer, de hoy, de mañana, de la Historia aún en sus principios, de mi Patria” (1995: 101). Bien sabía el Poeta la difi- cultad de llevar a buen término la gestación de nuestra identidad cultural a pesar de los intentos de dirigentes sociales de la talla de Rómulo Betancourt y de Rómulo Gallegos comprometidos con la democracia política como plataforma para lograr una integración social, pero la realidad económica centrada alrededor de la renta petrolera, no nos ha permitido desarrollar en base al trabajo com- petitivo y su consecuente esfuerzo, la autoestima necesaria para festejar con júbilo, en una auténtica coreografía popular, como resultado de una participación socio-económica sin marginalidad ni exclusiones, fundamento de una verdadera democracia política.

Esta eterna gravidez clama por el auxilio de los que teniendo los

306 Juan Liscano: aproximaciones a su obra dones de un acervo cultural adquirido gracias a esfuerzos propios y de numerosos connacionales y amigos de Venezuela que nos han precedido, comprendan la urgencia del tiempo del parto, den ejemplos claros de virtudes sociales que levanten el ánimo colectivo hacia una vuelta al trabajo productivo, al cultivo de nuestras tierras con devoción ecológica, a desarrollar con celoso vigilar el turismo de nuestras bellezas naturales para ser ofrecido con orgullo para el disfrute de todos. Es ésta una tarea de muchos, es un acto de pro- creación y por lo tanto eminentemente social y amoroso, no puede haber integración social con odios, resentimientos ni miedos.

Sirva este pequeño homenaje al gran venezolano Juan Liscano para invocar al tenaz coraje de los venezolanos a quienes les duele su Patria, reconociéndole su labor de entonces como promotor del folklore en Venezuela, nacida de su pasión por la naturaleza que lo envolvió desde pequeño en las faldas del cerro Ávila, y que lo llevó a desarrollar una relación de fantasía con el entorno, llegando a expresar que tenía “un recuerdo mítico de su infancia”, recuerdo despertado más tarde por los comentarios de sus compañeros de bachillerato en Francia quienes según Liscano (2014) le decían:

“…¡cónfiro, qué maravilla que tú eres Venezolano!, ese es un país desconocido, ese es un país agreste, un país donde todavía habrá hechiceros, naturaleza—, bueno una cantidad de cosas, como ellos veían la cosa. Entonces, cuando yo regresé en el 34, vine a buscar esa Venezuela telúrica, mágica y es lo que me llevó a investigar el folklore venezolano”.

Liscano emprende esta tarea de la mano de Domingo Álvarez un vecino de la Colonia Tovar a donde el Poeta se había retirado a vivir, y quien le hablaba de cuentos, leyendas, décimas y corridos.

307 De esos encuentros con Domínguez, reconocerá Liscano (2014) después de muchos años: “… y eso era lo que me interesaba a mí de Venezuela (…) y de allí le tomé interés a la cultura popular”.

Fruto de la avivada pasión por su tierra, después de su estadía en la Colonia Tovar, recorrería la geografía venezolana durante una década, pasión eternizada en su primer poemario Ocho Poemas, de los que recuerda en la entrevista titulada “Juan Liscano al habla” que concede a Maximino Cacheiro (2000) en agosto de 1998:

“Mis 8 poemas juveniles imprecaban contra las formas urbanas venezolanas, aún incipientes, contra el desarrollo industrial capitalista en ciernes, contra la pérdida del sentir telúrico. Nuevos hombres de regreso a la tierra y nueva concepción de la vida lejos de la moder- nidad industrial, consumista y financiera.”

Este sentimiento contra el desarrollo industrial capitalista no lo abandonaría hasta sus últimos años, como se evidencia en sus libros Nuevas tecnologías y capitalismo salvaje escrito en 1995, y Anticristo, apocalipsis y parusía, en 1997, donde reitera una crítica profunda acerca del materialismo y pragmatismo del modo de producción capitalista.

“El tan mentado ciberespacio es el ámbito de la vida artificial. Detrás de este inmenso desarrollo tecnológico se mueven oscuros intereses políticos, imperialistas, de poder, dominio y enriqueci- miento mundial para los dueños y cerebros del complejo ciberné- tico, gnómico, militar, policial, consumista y empresarial, roído de contradicciones pero fundado en el materialismo pragmático y antihumanístico”. (Liscano, 1997:47)

308 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Quizá nunca descifremos en exactitud con cuánta carga de espe- ranza o de escepticismo Liscano expresó: “No es posible precisar en la actualidad, las proyecciones que en el proceso de nuestra cultura obtendrá aquel acto de puro ejercicio espiritual que fue la Fiesta de la Tradición” (Varios Autores, 1998:108), pero es preciso en su honor, no desfallecer en el objetivo de seguir promoviendo una identidad nacional, tomando en nuestras manos la antorcha que él encendiera junto a otros dignos connacionales; es un deber peren- torio en estos momentos de agudizada crisis cultural para vencer ese vértigo tan patéticamente expresado en la Revista Contrapunto, dirigida por Héctor Mujica, quien habría justificado el nacimiento de dicha revista como la plataforma para posibilitar una discusión generosa que debe realizar la cultura venezolana en sus próximos años. Se lee en el primer volumen de la revista en marzo del año 1948, citado por Ángel Gustavo Infante (2006: 410) en el ensayo “Estética de la rebelión. Los manifiestos literarios”:

“De ese vértigo espiritual que da el asomarse a esos vacíos deja- dos por tantas generaciones de venezolanos que no quisieron o no pudieron expresarse, de ese terror que causa escuchar tanto silencio acumulado en la historia cultural del país, de ese desasosiego que trae no conocer las intenciones de esos múltiples llamados que una cultura en crisis hace a nuestro desprevenido continente americano” (s/a,1948: I)

Lo arriba planteado podría tener una explicación en el séptimo poema de Nuevo Mundo Orinoco, titulado “Leyenda del salvaje durmiente”; donde se podría inferir que los habitantes de nuestra geografía aún no han despertado:

309 Fluyen ríos de escamas y colmillos, pedazos coletazos alzan fondos de podridas entrañas y de pelos, revientan bolsas de saliva verde, laten babeantes carnes en el légamo, palpitan nervios, glándulas, tejidos, brota, al fin, un gusano mariposa; están volando un copo de arco iris, un vidrio del crepúsculo estrellado, alguna flor de seda de la lumbre sobre la soledad salvaje, virgen, de aquel hombre, de aquel durmiente íngrimo.

Fragmento del séptimo poema “Leyenda del salvaje durmiente” perteneciente a “Nuevo Mundo Orinoco” (Liscano, 2007:199)

Despidamos este breve ensayo sobre Juan Liscano con una en- trevista que le realizara Rafael José Muñoz para la revista Cábala en 1980, refiriéndonos al antropólogo cultural que terminó siendo, dedicado cada vez más a comprender al ser humano en general, a sí mismo y a la incomprensible Venezuela…

“He perdido mucho tiempo en actuaciones públicas sin impor- tancia, en el articuleo de periódico, en acciones vitales desencua- dernadas. Uno recoge el fruto de lo que siembra. Quizás dejé de sembrar o sembré mal. En todo caso, no dediqué mi entera energía a la realización literaria ni a la espiritual. En cuanto a Venezuela, me desespera por ella misma, por nuestra incapacidad de hacer y de ser, por las frustraciones reiteradas. Es un país que sufro sin amarlo demasiado, hoy en día. Muñoz (1980)

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312 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

ARTES VISUALES, PERIODISMO Y PROMOCIÓN CULTURAL

313

Juan Liscano: aproximaciones a su obra

LA MIRADA CRÍTICA DE JUAN LISCANO

Ivanova Decán Gambús

En su doble condición de protagonista y crítico, Juan Liscano fue figura central en el devenir cultural del país. Su quehacer in- telectual se manifestó por diversos medios, siendo la poesía y el ensayo los más sustanciales. A ellos se sumaron sus estudios pio- neros de nuestro folclore -los cuales documentó como expresión principal del acervo cultural venezolano- y una prolífica actividad como articulista de opinión, signada por la polémica.

Su relación con las artes plásticas se desplegó en su accionar como hombre de la cultura, en su actividad como coleccionista y en los textos que escribió sobre varios artistas. Liscano abordó sin rodeos manifestaciones plásticas que le conmovieron, planteó su concepción del arte y fijó posición respecto a tópicos que en algún momento agitaron el panorama artístico nacional. No se consideró a sí mismo un crítico especializado en estos temas, pero su densi- dad intelectual, su ojo afinado y su verbo pródigo acreditaron sus argumentos y vigorizaron su contribución al estudio y a la difusión del arte venezolano.

315 En 1981, la Galería de Arte Nacional editó Testimonios sobre Artes Plásticas, publicación que reunió 14 textos de Liscano, se- leccionados por su autor y realizados entre 1942 y 1978. Junto a los escritos sobre Armando Reverón, Mario Abreu, Héctor Poleo, Rafael Monasterios, Gabriel Bracho, Manuel Espinoza, Carmen Montilla, Cristina Merchán y Ángel Ramos-Giugni, se encuentran una crónica de 1942 referida a la exposición permanente del Ins- tituto Venezolano-Británico, un artículo titulado El “arribismo” en el arte, y otro sobre artes plásticas y mercado. Merchán era ceramista y Ramos-Giugni, escultor; los demás eran pintores, todos ellos de vocación figurativa. Liscano manifestó en muchas ocasiones su compromiso con la representación del mundo visible en las artes plásticas; de hecho, en su nota sobre Gabriel Bracho, fechada 1950, declaró: “El gran arte nunca ha nacido en las capillas de pálidos estetas, por el contrario, se ha afirmado, pecho desnudo, solitariamente altivo, frente al mundo. Arte de hombres, de formas vivientes, calientes de sangre, huracanadas o bien entregadas al éx- tasis, soñadoras o bien combatientes, pero siempre, indefectiblemente unidas con las formas de la vida y de la naturaleza”.

En ese entonces, la controversia entre abstracción y figuración se adueñaba del escenario de la plástica nacional, y las palabras del poeta, arriba citadas, reflejaron su posición a favor del discurso figurativo como vía de expresión en la pintura. Sin embargo, en ese mismo año, señaló: “Existe actualmente en Venezuela una polémica en torno a la pintura. Se discute sobre pintura abstracta y pintura realista, sobre pintura impresionista y pintura pura, sobre pintura americana y pintura europeizante. Cada quien se ha ubicado en sus trincheras. Los juicios pecan, generalmente, por tendenciosos. El momento no es propicio para navegar por los mares de la crítica pictórica”.

316 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Metodológicamente, los desarrollos de Liscano sobre los men- cionados creadores venezolanos mostraron itinerarios similares. El poeta conoció personalmente a la mayoría de los pintores que motivaron sus escritos; con muchos de ellos mantuvo relaciones de amistad, los frecuentó, se familiarizó con su cotidianidad, percibió sus carencias materiales y afectivas: “La pintura es la expresión más entrañable de este hombre castigado más de una vez por un destino adverso. En ella se torna dulce y alegre su vida de buen venezolano, de honesto artista, de excelente padre, acechado en más de una oportunidad por el hambre, por la desesperación, por la injusticia” —apuntó en 1943, refiriéndose a Rafael Monasterios.

Asomarse de cerca a los trayectos vitales de estos hombres y mujeres le permitió articular sus relatos en el espacio plástico bajo distintas perspectivas, hurgar en sus significados, encontrar corres- pondencias con sus realidades íntimas, establecer asociaciones que pasaron inadvertidas para otros. Estas circunstancias y cualidades enriquecieron esas hojas de ruta, pasajes de incuestionable calidad literaria que entregó para estudiosos y lectores.

Ojos abiertos

Al ahondar en la escritura liscaniana relativa a las artes plásticas, encontramos que Reverón y su obra fueron objeto de una atención y de un interés superlativos. Los ensayos ‘Tras la experiencia de Armando Reverón’ (1964) y ‘El erotismo de Armando Reverón’ (1994) contienen aportes de mérito para la comprensión y el es- tudio del artista y su obra. Esta afirmación se ilustra claramente con lo expresado por Juan Carlos Palenzuela en su libro Reverón. La mirada lúcida (2007): “Entre tantos textos, ensayos, testimonios, interpretaciones e historias sobre Armando Reverón, una observa-

317 ción de Juan Liscano me aclaró las dificultades que encontraba en la medida en que me empeñaba en el tema de Reverón, cuando no lograba descifrar su trayectoria, cuando las pistas se me hacían confusas, contradictorias o raras”. La observación aludida por el crítico se encuentra en el ensayo de 1964.

La relación de Liscano con Reverón se remonta a los años 40 y desde comienzos de la década se creó el vínculo entre ambos. El poeta visitó El Castillete con frecuencia y en esos tiempos ad- quirió varios cuadros para su colección. Manifestó sin reservas su deslumbramiento por la obra del artista, y la prensa de entonces publicó declaraciones y artículos al respecto. A propósito del Salón Oficial de 1944 expresó: “Reverón, magistral, grande, concurrió con dos paisajes maravillosos de seguridad, de luz, de poesía y de magia. Reverón es un mago de la pintura. Su obra fastuosa, dentro de las características peculiares de su técnica genial, se agranda cada vez más, se enriquece constantemente. Nosotros admiramos incondicio- nalmente la obra de este creador”.

Liscano se internó en el hacer creador de Reverón con el alma y con los ojos abiertos. El ensayo de 1964, publicado en la revista Zona Franca, fue uno de los primeros sobre el artista. A través de sus líneas, el autor dio muestras de una comprensión integral del personaje que se propuso descifrar. Recalcó la influencia de- terminante del artista Nicolás Ferdinandov en la vocación del venezolano; ensayó interpretar la relación del genio de Macuto con el mundo alucinado en que vivía. No existieron para Liscano las “extravagancias biográficas” que perturbaron a algunos críti- cos y que avivaron los extravíos de la prensa sensacionalista; más bien enfatizó la adopción –por parte de Reverón- de una postura ascética que explicaba su alejamiento de todo convencionalismo

318 Juan Liscano: aproximaciones a su obra social, su despojarse de cualquier elemento que pudiera ser un obstáculo, una barrera, una distracción frente a la obra de arte. Con asombrosa lucidez, el escritor reflexionó sobre el universo creativo del artista y el complejo tejido de relaciones allí alojadas, empeñado en desentrañar, en descubrir: “Reverón finalmente era acción pura de pintar –afirmó- no reflexión sobre la pintura. De modo que al despojarse, obtuvo la magia; la magia le concedió los poderes de visualización y concentración gracias a los cuales creó el mundo de su pintura. Esta le condujo a ingresar, gradualmente, hacia una dimensión del espíritu”.

La visión que Liscano tuvo sobre Reverón y su obra constituye, para no pocos investigadores venezolanos un referente importante -cardinal en algunos casos- y sus ensayos sobre el artista, colmados de atinadas reflexiones, permanecen en la memoria histórica del arte venezolano.

A la vista

La antena penetrante de Liscano y su mirada sensible se con- jugaron en el ejercicio crítico y recurrente que hizo del acontecer artístico de su tiempo. En ocasión de la muestra individual ‘Objetos Mágicos’ de Mario Abreu, presentada en el Museo de Bellas Artes en 1965, escribió sobre las obras expuestas.

En el texto abordó las narrativas de estos ensamblajes de Abreu en los que desechos y utensilios establecían diálogos de contenidos metafóricos; indagó en la disposición de dichos elementos y -en el marco de conexiones conceptuales- identificó códigos surrealistas y asociaciones con el folclore animista venezolano. Advirtió que la transmutación mágica y la cualidad espiritual en la obra del

319 creador aragüeño estaban subordinadas a la composición visu- al y a los valores estéticos emanados del proceso creativo. Para Abreu –subrayó- “la pintura se hizo acción mágica, así como para los surrealistas, la escritura fue automatismo síquico, liberación del subconsciente”.

En 1990, a propósito de la exposición antológica del artista, organizada en Maracay por la Galería Municipal de Arte, el poeta escribió en el catálogo, ‘Recuerdos y vivencias de Mario Abreu’; allí se lee: “Tuve que testimoniar. Ha sido mi enfermedad, como la de Alejandro Otero, de contemporaneidad, de ser un creador de su época. Esa pasión por atestiguar descansaba sobre un conjunto de valores heterogéneos a los que rendía culto”.

A lo largo de su vida, Liscano mostró una disposición constante a abrirles puertas a jóvenes artistas y a escritores en ciernes. En ese andar, signado por la generosidad de su hacer en el campo de la cultura, el poeta se ocupó de Héctor Poleo y de Pedro León Castro, desde sus pinturas tempranas. En 1942, hizo un escrito sobre ambos artistas en el cual comparó sus trabajos y evaluó sus potencialidades. Exaltó en León Castro su compromiso con la re- presentación realista y le auguró la autoría de una obra sustantiva que, a su juicio, afirmaría “la realidad subjetiva del hombre y de las cosas, mediante una expresión diáfana y objetiva”. Poleo no salió tan bien parado en ese entonces. Para Liscano, el pintor caraqueño no lograba conciliar continente y contenido. Aunque reconoció las posibilidades de su trabajo creador, lo acusó de una exagerada preocupación por los aspectos formales del oficio, exhortándolo a identificar su técnica con su emotividad. Años más tarde, el poeta regresó al autor de ‘Los Tres Comisarios’ y sentenció en otro tenor: “Ya no peligrará su obra con un realismo de museo. La expresión de lo

320 Juan Liscano: aproximaciones a su obra subjetivo, transmutado al valor plástico, fundido con la observación de la realidad exterior, le otorgará a su pintura categoría universal”.

Aunque la crítica de arte no fue esencial en la obra de Juan Liscano, a través del ejercicio de la misma el poeta nos develó sin equívocos una visión y un sentir del país, con la honestidad intelectual que en más de una forma lo definió.

321 Fuentes consultadas

Arráiz Lucca, R. (2008). Juan Liscano. Editora El Nacional y Banco del Caribe, Caracas. Liscano, J. (1981). Testimonios de Artes Plásticas. Ediciones Galería de Arte Nacional, Caracas Liscano, J. (1994). El erotismo creador de Armando Reverón. Fundación Galería de Arte Nacional, Caracas Noriega, S. (1989). El realismo social en la pintura venezolana 1940 – 1950. Universidad de Los Andes, Mérida Palenzuela, J. (2001). Arte en Venezuela. 1838 -1958. Fundación Banco Industrial de Venezuela, Caracas Palenzuela, J. (2005). Arte en Venezuela. 1959 – 1979. Mercantil, Caracas Palenzuela, J. (2007). Reverón. La mirada lúcida. Banco de Venezuela, Caracas

322 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

JUAN LISCANO: EL PERIODISMO Y LA PROMOCIÓN CULTURAL

Alfredo Rodríguez Iranzo Universidad Metropolitana

Eximio poeta; lúcido y penetrante ensayista; estudioso y cultor del folklore nacional en sus más diversas manifestaciones; brillante articulista de prensa con trascendencia nacional y allende las fron- teras; promotor cultural de iniciativa sin límites y exitoso gerente al servicio de la cultura nacional, fueron facetas que distinguieron a este caraqueño excepcional, que construyó un legado sin límites en el tiempo, entre los años 1915 y 2001 del Siglo XX.

No es común encontrar en una sola persona cualidades excep- cionales para la creación intelectual en sus más variadas expresio- nes y, además, con iniciativa y capacidad para promover y desar- rollar proyectos editoriales y como si esto fuera poco, cualidades gerenciales excepcionales para la función pública desplegada de manera destacada en el ámbito del sector cultural.

La Venezuela del siglo XX tuvo el privilegio de contar con uno

323 de estos seres extraordinarios en la persona de Juan Liscano, quien nacido en Caracas en 1915, recorrió medio mundo recreando con su talento, no sólo a su Venezuela natal, donde terminaría su periplo intelectual y existencial en 2001, sino en todo el continente y más allá, a través de su proyección como escritor y poeta, ensayista, crítico literario, folklorista y articulista de prensa, destacado en cada una de esas manifestaciones.

Liscano pierde a su padre en la niñez, de quien heredaría el nombre y la afición a los libros. Producto de tal circunstancia, su madre contrae nuevas nupcias y fija residencia en Europa, donde el futuro poeta recibiría educación en aristocráticos colegios de Francia, Bélgica y Suiza. En 1934, con veinte años de edad, Liscano regresa a su patria natal, donde inicia sus estudios universitarios de Derecho sin alcanzar completarlos y, contra los deseos de la familia, se dedica al cultivo de las letras.

Prontamente el joven Liscano expresaría con fuerza su capa- cidad creadora, y la poesía sería el género literario a través del cual primero manifestaría su sensibilidad, inspirado en la vida sencilla de los campesinos de la Colonia Tovar, donde se radicaría para estudiar su cultura, lo que también haría con comunidades negras de la zona barloventeña. De estos contactos surgiría lo que él mismo denominaría poesía cartelaria, que daría forma en 1939, a su primera compilación conocida como Ocho Poemas.

Comprometido con el entorno geográfico y político

Su incesante andar en el mundo de la poesía llevaría a Liscano a formar parte del Grupo Suma, de influencia para los escritores de la época, que derivaría para algunos autores entre los que se

324 Juan Liscano: aproximaciones a su obra contaba Liscano, al movimiento del llamado nuevomundismo. De esa evolución intelectual surgiría en 1942 su poemario Contienda; luego Humano Destino, 1949; Tierra muerta de sed, 1954; Nuevo Mundo Orinoco, 1959; Cármenes, 1966; Animalancia, 1976; El viaje; Rayo que al alcanzarme, 1978; Myesis, 1982; Descripciones, 1983; Domicilios, 1986 y Vencimiento, 1986, entre otros poemarios.

Es una poesía en la que temáticamente se reconocen aspectos íntimos, también manifestaciones de erotismo, búsqueda de lo espi- ritual interior y vinculaciones con lo telúrico asociado a su entorno geográfico y político. En esta última temática podría identificarse uno de sus poemas incluidos en Los nuevos días, 1971:

Debe haber un lugar en nosotros mismos / donde cesa el comba­te de los contrarios / y no se juega más a cara o cruz / donde las cosas brillan con su propia lum­bre / y la mirada resplandece en el silencio / do­minios del doble blanco / donde se unan el agua y el fuego sin violencia / y nieva en el trópico sin cambiar de clima / y los hielos eternos calientan el cuerpo / y podemos vernos nacer y morir / en un movimiento de duna que se desliza.

Esa tendencia a vincular su obra literaria al devenir existencial, sería una característica que marcaría el trabajo creativo de Juan Liscano. Sobre la poesía expresaría por ejemplo lo siguiente:

«Creo que si alguna cosa resulta peligro­sa es esa seudo esponta- neidad que con­vierte al poeta en un ente incapaz de pen­sar. Incapaz de plantearse un poema fuera del hecho textual del poema. Por una tradición­ que viene de la vieja bohemia, se tiende a considerar al poeta como un im­provisador circunstancial, un ruiseñor que canta en la jaula. Una suerte de perso­naje oficiante de la poesía, al cual no de­ben

325 preocuparle cosas ajenas como la so­brepoblación, o la destrucción ecológica, por ejemplo…». (1)

Cultor intelectual sin límites creativos

La versatilidad creativa de este venezolano de excepción fue prodigiosa, al punto de que cultivó prácticamente todos los géneros en los que puede incursionar un intelectual, cubriendo temáticas igualmente variadas.

Su talento fue reconocido por hombres de letras de la talla de Antonio Arráiz, celebrado poeta, novelista, cuentista y ensayista venezolano (Barquisimeto 1903 – 1962), quien le solicitara en 1942, el prólogo de su poemario Parsimonia. Posteriormente sería el insigne poeta Andrés Eloy Blanco, quien le hiciera un pedimento similar, para su Antología Poética.

Desde muy temprano Juan Liscano articuló su trabajo creati- vo con su capacidad organizativa y gerencial, que dejaron huella profunda en el desarrollo y evolución de la actividad cultural de la Venezuela contemporánea.

En 1946 recibiría el encargo de la Junta Revolucionaria de Go- bierno que presidió Rómulo Betancourt (1945-1948) de estructurar el Servicio de Investigaciones Folclóricas Nacionales, tarea que desarrolló con notable éxito gracias a sus profundos conocimientos sobre esta materia y su capacidad organizativa. Posteriormente, en 1948, asumiría un rol preponderante en la toma de posesión como Presidente de la República, del insigne escritor Rómulo Gallegos, al organizar un espectáculo sin precedentes en el país, que reuniría a grupos e individualidades artísticas de cada rincón de Venezuela,

326 Juan Liscano: aproximaciones a su obra para dar forma a una extraordinaria manifestación del folklore nacional con profundo sentido nacionalista.

Aquella actividad marcaría un acercamiento entre los dos inte- lectuales que se consolidaría en el exilio, luego del derrocamiento de Gallegos. Durante esta etapa de forzado alejamiento de la Patria, Liscano prepararía un ensayo dedicado al autor de Doña Bárbara titulado Rómulo Gallegos y su tiempo, que sería publicado en 1961.

Como ensayista, el trabajo de Juan Liscano también destacaría con un estilo al que se reconoce lúcido y penetrante. Entre sus producciones más destacadas en este género figuran: Espiritu- alidad, esoterismo y Literatura, una relación tormentosa (1976), considerado un trabajo de gran trascendencia para el estudio de la historia del ensayo venezolano del siglo XX; Mitos sexuales en Oriente y Occidente; Panorama de la literatura venezolana actual (1973): Espiritualidad; El horror por la historia (1980); Los vicios del sistema.

En el terreno de la crítica literaria, Liscano también dejaría huella valiosa en la literatura hispanoamericana contemporánea con sus trabajos Caminos de la prosa (1953), Espiritualidad y lite- ratura (1976) y Lecturas de poetas y poesía (1985).

La versatilidad como norma de vida

La vida de Juan Liscano no obedeció de ninguna manera a una secuencia cronológica, porque la versatilidad intelectual que le caracterizó, lo acompañó en todos los momentos de su existencia.

Así mientras realizaba sus estudios universitarios, escribió sus

327 primeros trabajos periodísticos para la Revista de la Federación de Estudiantes de Venezuela, actividad que lo llevarían a dar los primeros pasos como editor, al darle vida a su propia revista, Cubagua en 1938. Posteriormente en 1944, daría vida al grupo literario Suma. Estas iniciativas derivarían luego en la fundación de una empresa editorial y en el establecimiento de una librería, mientras estrechaba simultáneamente sus vínculos con la prensa, al asumir la encargaduría de la sección bibliográfica del diario Ahora hasta 1943.

Ese año precisamente, el poeta Antonio Arráiz como Director del recién fundado diario El Nacional, le propone a Liscano la conducción de la sección literaria dominical de ese periódico que se denominaría Papel Literario, tarea que asumiría desde agosto de 1943 al 23 de julio de 1950 en una primera etapa, y luego entre junio de 1958 hasta finales de 1959.

Además de estos estrechos vínculos con El Nacional, también desplegó su actividad periodística fuera de las fronteras patrias, y diarios como La Nación de Buenos Aires, El Tiempo de Bogotá e importantes publicaciones de Francia y Alemania, en el viejo continente, contaron con Juan Liscano como articulista.

Destacado editor y promotor cultural

En 1964 Liscano emprende un proyecto editorial que trascen- dería de manera destacada en el mundo cultural nacional: funda la revista Zona Franca que circularía hasta 1984. Concibe esta publicación, y así funcionaría, como un espacio libre de rigores literarios y convencionalismos.

328 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Hacia los años 70, el polifacético intelectual y productor cultu- ral, edita además, una revista de corte institucional para la empresa Ford Motors Company, bajo el nombre Aravenei en alusión al árbol Araguaney, con una temática orientada a la historia, la geografía y la cultura venezolana en general, a través de la cual se procuraba incentivar el turismo en el país.

También daría vida Liscano, a un proyecto editorial alternativo que llamaría Mandorla, financiado con su propio peculio, destina- do a brindar oportunidades de difundir sus trabajos, a escritores interesados en la temática espiritual, que no tenían cabida en el mundo editorial comercial.

Gestión pública y reconocida trayectoria

La proyección alcanzada como intelectual de tanta producti- vidad y relevancia, además de sus vinculaciones con destacadas personalidades del mundo político que cultivó desde muy joven, le abrieron a Juan Liscano las puertas para cumplir destacadas responsabilidades públicas en el ámbito de la cultura.

A su participación en los años 40 en la creación del Servicio de Investigaciones Folclóricas Nacionales, se agregaría en 1974 su designación y desempeño como presidente de la Comisión Organizadora y Preparatoria del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) y luego en 1979 como Director Literario y presidente de Monte Ávila Editores.

Tan amplia y fructífera trayectoria, hizo a Juan Liscano me- recedor de notables distinciones nacionales y foráneas, como fue su designación como Individuo de Número de la Academia

329 Venezolana de la Lengua y su incorporación como Miembro de la Academia de Letras Argentinas.

También se hizo acreedor en Venezuela del Premio Municipal de Poesía 1943, por su libro Contienda, y en 1950 del Premio Na- cional de Poesía por su poemario Humano Destino.

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(1) Liscano Juan (1977) Anticristo, apocalipsis y parusía. Caracas, Alfadil Edicio­nes.

Fuentes consultadas

Arráiz Lucca Rafael (2008) Juan Liscano. Biblioteca Biográfica Venezolana, El Nacional. Caracas. V: 74.

Bermúdez, Emilia y Sánchez Natalia (2008). Política, cultura, Políticas culturales y consumo cultural en Venezuela. Universidad del Zulia, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales Centro de Estudios Sociológicos y Antropológicos. Ponencia presentada en la II Reunión de miembros de LASA celebrada en Caracas los días 27 y 28 de Mayo del 2008.

Fundación Empresas Polar. Biografía de Juan Liscano Velutini. 7 de julio de 1914 - 2 de febrero de 2001. Obra poética completa (1939-1999). Fun- dación para la Cultura Urbana. Caracas

Liscano, Juan (2007) www.letralia.com Letralia Tierra de Letras. La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet. Año XII Nº 179 – 21 de enero de 2008. (Consultado el 13 de febrero de 2015) www.mcnbiografias.com

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Juan Liscano: aproximaciones a su obra

OBRAS PARADIGMÁTICAS

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Juan Liscano: aproximaciones a su obra

CÁRMENES DE JUAN LISCANO

María Antonieta Flores Instituto Universitario de Tecnología Federico Rivero Palacio

La tradición de la poesía erótica se manifiesta en la poesía vene- zolana desde diversas corrientes, tal vez su camino más afortunado ha sido el que revela influencias del surrealismo. En la década del cincuenta, Juan Sánchez Peláez y José Lira Sosa son voces que conjuran una energía onírica evocadora del inconsciente, para expresar el eros y el encuentro sexual. Las imágenes que recorren estos poemas, construyen una red con sentido y organización secreta marcada por la asociación libre, el objeto encontrado, el ensamblaje, el automatismo, así dotan al discurso erótico de una libertad que arremete contra la represión social y cultura que cerca los contenidos relacionados con este ámbito. Pero, ya en la década de los cuarenta, el poemario Contienda (1942) de Juan Liscano está marcado por rasgos surrealistas como vía de poetización del erotismo.

Son estas poéticas deudoras del surrealismo las que se alejan

335 del lenguaje directo que signa la poesía de María Calcaño29, un erotismo inocente que habla desde el deseo y exige su concreción carnal. Estas poéticas también se alejan de la visión idealizada y sublimada de la mujer que se observa en muchos de los poemas escritos por hombres cautivados por una idea superficial sobre “el eterno femenino” o que encuentran la redención en el encuentro sexual con la mujer, otra forma de idealización.

Son éstos los antecedentes que rodean el surgimiento de un poemario único en la poesía venezolana y que dialoga con voces como la de Enrique Molina o Jorge Gaitán Durán. En 1966, la Editorial Losada de Buenos Aires publica Cárme- nes. El título, como se sabe, remite al vocablo latino que significa canto, poema. Catulo renovador de la poesía latina y perteneciente al grupo de los poetae novi, quienes rompieron con la poesía épi- ca y trataron temas amorosos y personales, es conocido por sus cármenes y la asociación es inevitable para comprender el sentido del título. No es casual encontrar este verso emblemático para el sentido general del poemario: “Yo canto. Tú cantas.” (p. 14)30

Podría pensarse que esta obra de Juan Liscano plantea un eros panteísta, igualmente podría vincularse con sus poemas eróticos previos o con las propuestas de Sánchez Peláez y Lira Sosa, pero hay una serie de rasgos e indicios que informan que el camino erótico que traza Liscano en Cármenes apunta a otras rutas del

29 Esta tendencia ha recorrido la poesía escrita por mujeres de manera evi- dente hasta la época actual. El registro del cuerpo y su deseo como reafirmación de la identidad femenina, y el registro del cuerpo del otro como deseo y poder verbal sobre el otro al nombrar lo que antes era prohibido o reprimido, se queda muchas veces en el plano físico, mientras que en algunos casos, surge como vía para la trascendencia. 30 Las citas de Cármenes se hacen siguiendo la edición original de 1966.

336 Juan Liscano: aproximaciones a su obra encuentro amoroso y del saber erótico.

Poemario fuera de la historia, no deja de ser hijo de su época. Si bien no recorre el camino de las ideologías, de la lucha armada, de la seducción por la revolución cubana –tendencias que rigieron un gran sector del discurso poético nacional-, ni transforma el encuentro amoroso en un espejo de luchas reivindicativas en lo social y lo cultural, en su planteamiento arraigado en la tradición primordial, la mujer es tratada como igual, aspecto que se puede vincular con las luchas que la segunda oleada del movimiento feminista estaba emprendiendo en la década de los sesenta. La igualdad de condiciones se manifiesta en el encuentro sexual sin usurpar el rol del otro: se preserva la dignidad de la condición de lo femenino y de lo masculino. Se busca la complementariedad, la cual sólo es posible en condiciones de igualdad: “lo masculino y lo femenino pierden uno respecto al otro su agresividad, dejan de ser opacos, conservando uno y otro su propia energía” (Chevalier y Gheerbrant, 1993, p. 699).

Según interpretaciones psicoanalíticas relacionadas con lo or- gánico y las características genitales, la mujer estaría circunscrita a ella misma, a sus emociones, estaría más sujeta a lo interior, al adentro, mientras lo masculino se afianza en el afuera, lo que se enarbola y tal condición le impide hablar de su interioridad.31 Esta interpretación permitiría comprender ciertas diferencias que se distinguen entre el discurso poético escrito por mujeres y el escrito por hombres.

31 Si bien para la época actual esta es una interpretación bastante esquemá- tica, me parece una referencia necesaria para destacar la propuesta poética de Cármenes, que desde una visión tradicional rompe con patrones y estereotipos propios de la época al contactarse con lo femenino y lo masculino como ener- gías arquetipales.

337 Lo fisiológico puede ser un destino si no se busca trascenderlo en pos de la unidad y el conocimiento erótico, ese saber interme- diario entre el cuerpo y el alma. El trabajo del poeta siempre ha sido abrir puertas y ventanas para que el mundo interior se exprese a través del don de la palabra y una de sus labores es romper con esa predestinación física, encontrar el camino interior que revele la verdadera esencia del erotismo más allá del quehacer sexual y genital, vías de entrada a una vivencia otra que involucra tanto el cuerpo como el alma y el espíritu. Le toca, entonces, crear un des- tino distinto para la expresión del eros y vivirlo. Este es el trabajo, el viaje poético y vivencial plasmado en Cármenes.

Los 21 poemas que componen el libro conforman un universo cerrado donde la ofrenda que presenta la palabra es el diálogo en- tre los cuerpos: el diálogo entre lo femenino y lo masculino. El yo erótico frente al tú. Inclusión, revelación de la emoción y el deseo masculino en diálogo, y esto hay que subrayarlo, con la emoción y el deseo femenino. La igualdad lleva a la totalidad.

En “Metamorfosis”, el contrapunteo entre “Tú cantas. Yo canto.” y “Yo canto. Tú cantas.” es indicio de esa búsqueda de igualdad: “Tú cantas. Yo canto./Soy el eco de tu voz. Eres la sombra de mi voz.”. Apartándose de esa tentación erótica de fusión en el encuentro carnal para perderse en el otro o encontrarse con el propio reflejo, y porque aquí lo que está planteado es la vía de lo transpersonal que hace emerger los rostros de lo arquetipal sin anular lo perso- nal, continúa Liscano proponiendo una transformación en la que se cumplen los principios herméticos que vinculan el arriba y el abajo, el adentro y el afuera:

Tú cantas. Yo canto.

338 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Las lenguas de nuestro canto nadan en el viento como dos peces de fósforo. Tú cantas desde el fondo de ti. Yo canto desde el fondo de mí. A nuestros rostros asoman desconocidos rostros.

Surge un mundo autónomo: la pareja. “Pareja sin historia/ pare- ja constelada” (p. 40). Ofrece múltiples exploraciones del encuentro erótico. La cópula es el comienzo de una ruta. Los cuerpos dialogan con el cosmos, con la naturaleza, con las leyes de las estaciones y están bajo la influencia del Zodíaco32. Apegado al simbolismo tradicional, el sol y la luna simbolizan lo masculino y lo femenino; la pareja es la consumación de un matrimonio sagrado.

Encuentro y diálogo de iguales que se produce en el plano personal, íntimo, y en el transpersonal. La mujer no aparece como redentora33. Así, el sexo deviene en erotismo y el erotismo de los cuerpos, al reconocer el arquetipo esencial de la pareja, en erotismo sagrado. El arquetipo encarna en la pareja personal. Se está en el territorio de la hierogamia.

Poemario de lo lunar, del agua (lugar de las emociones), es exultante manifestación de lo erótico desligado de Thanatos. La

32 Esta influencia zodiacal reaparecerá en el poemario En Aries (1996). 33 Un tópico frecuente en la poesía amatoria y erótica es la cristalización de una imagen deudora del amor cortés. La mujer, la dama es la posibilidad de redención del hombre, del caballero. La mujer como redentora y fuente de con- suelo para las aflicciones del hombre es el locus amenus que salva de la rutina y de los avatares de la cotidianidad. Esta visión se manifiesta en poemas como “Canto tu otro cuerpo” de Contiendas (Liscano, 2007, pp.29-32) y “Balada” de El viaje (Liscano, 2007, pp.459-461) y demuestra cómo su escritura erótica va transformándose, enriqueciéndose.

339 naturaleza marca su ciclo. El tiempo lineal se anula y se entra en un tránsito erótico. En tono mayor, de gran relato, contacta con el Eros primordial, el hijo de Caos, fuerza creativa suprema y de carácter cósmico, y lo hace en un tiempo marcado por la rueda zodiacal con sus equinoccios y solsticios.

Mi cuerpo en tu cuerpo de aguas madres sol en Acuario, luna en Cáncer cangrejo azul entre tus ríos nobles crecidos bajo las tormentas equinocciales. (p. 27)

Juan Liscano, poeta con plena consciencia del lenguaje poético, elabora un hipertexto por los múltiples sentidos que se entretejen y que le dan densidad, fortaleza y distintas lecturas a Cármenes.

Señalo cuatro posibilidades de lectura: la visión del erotismo (un eros que trasciende la historia y los cuerpos sin deslastrarse del arrebato y de la pasión constructiva), el erotismo psíquico (el diálogo entre el anima y el animus, y por tanto es un poemario que da cuenta de un proceso de integración interior), el erotismo per- sonal (restringido a la vivencia de dos sujetos concretos dueños de sus elecciones eróticas y amatorias, de las relaciones que establecen entre sus cuerpos), el erotismo transpersonal (la vinculación con la pareja arquetipal y el matrimonio sagrado).

Aparte de ello, se pueden establecer claves secretas simbólicas. No es casual, por ejemplo, la estructura de 21 poemas, cifra sim- bólica de la perfección (3 x 7), va de lo diferente, lo separado (el 2) a la unidad (el 1): “…se miran con intensa emoción. Y mirán- dose con profundo y eterno arrobamiento, participan del secreto conocimiento de que, aparentemente dos, son fundamentalmente

340 Juan Liscano: aproximaciones a su obra uno.” (Zimmer, 1995, p. 135).

Valorando esta obra fundamental en la poesía venezolana e hispanoamericana, es inevitable señalar 5 de los poemas más representativos y que demuestran lo acá expuesto: “El reino de tu cuerpo” (pp. 27-30), “Génesis” (pp. 43-45), “Metamorfosis” (pp. 13- 15), “Pareja sin historia” (pp. 39-41), “Dicha sangrante” (pp. 51-53). Cármenes se yergue como un tránsito solitario y particular dentro de la poesía venezolana y dentro de la obra del mismo Liscano, quien con un discurso lírico marcado por el erotismo y la pasión a lo largo de su dilatado tiempo creador, entregó en esta obra la condensación de un universo cerrado y fundado en el erotismo de la pareja. Este mundo aislado del tiempo, de lo cotidiano, de la historia, se le impuso como una necesidad interior que entrega a sus lectores un saber erótico que en los actuales momentos se hace indispensable como una respuesta contracultural a la banalidad del sexo narcisista, mecánico, centrado en técnicas físicas vaciadas de interioridad y de respeto al otro, pues se impone el criterio de uso. En este contexto líquido y cibernético, fundado en lo instantáneo, la proposición de ese universo erótico cerrado es, no sólo el llamado a conectarse con la tradición, sino es también una crítica visionaria a la deshumanización del encuentro sexual con su consecuente despojamiento del erotismo.

341 Referencias citadas

Chevalier, Jean y Alain Gheerbrant. (1993). Diccionario de los símbolos. Barcelona: Herder.

Liscano, Juan. (1966). Cármenes. Buenos Aires: Editorial Losada.

Liscano, Juan. (2007). Obra poética completa. 1939-1999. Caracas: Fun- dación para la Cultura Urbana.

Zimmer, Heinrich. (1995) Mitos y símbolos de la India. Madrid: Ediciones Siruela.

342 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

REFLEXIONES SOBRE NARRATIVA VENEZOLANA EN LA OBRA PANORAMA DE LA LITERATURA VENEZOLANA ACTUAL (1973) DE JUAN LISCANO

María Eugenia Perfetti Holzhäuser Universidad Metropolitana

“Toda toma de consciencia primordial de una querencia de patria empieza por la geografía y la naturaleza” Juan Liscano

A manera de Introducción

La figura de Juan Liscano (1915-2001) está indefectiblemente asociada a la venezolanidad. Como hombre y como venezolano se vinculó al quehacer intelectual nacional, haciendo importantes aportes en los campos de la literatura (escritor y crítico literario), el folclore, la polémica y la indagación filosófica. Abordar cual- quiera de éstos ámbitos es un verdadero compromiso. La invitación a trabajar su antología crítica Panorama de la literatura actual venezolana, editada por vez primera en 1973, es una oportunidad

343 de acercarme a su particular mirada del hecho escritural venezo- lano conformado por las obras de novelistas, cuentistas, poetas y ensayistas del siglo XX.

Antes, haré una breve mención de su primer libro de ensa- yos literarios Caminos de la Prosa (1953). En esta obra presenta ideas claves que profundizará, veinte años después, en Panorama actual…. Éstas constituyen verdaderas constantes de su aproxi- mación crítica-literaria, y pueden resumirse así: 1) la literatura nacional tiene historia (es un proceso); 2) existe una intrínseca vinculación entre la realidad nacional, la vivencia del escritor y su producción literaria; 3) en estrecha relación con la anterior, en la literatura nacional ha predominado el realismo (en cualquiera de sus tendencias o formas); 4) es importante resaltar el valor moralizante, o la ausencia de éste, en las obras venezolanas; y por último, 5) en la literatura venezolana se pueden rastrear los rasgos emblemáticos de nuestra venezolanidad. Veamos estos aspectos en Caminos de la prosa.

Esta obra incluye cuatro partes, a saber, “Tríptico de una gene- ración a través de tres novelas”, “El mensaje de Tío Conejo”, “Alejo Carpentier, interpretación de mitos necesarios” y “Poesía y misterio en los cuentos de Antonio Márquez Salas”. A juicio del autor, tres novelas representan un verdadero “tríptico” de la historia nacional en tiempos de Gómez: La casa de los Abila (1946) de José Rafael Pocaterra; Memorias de Mamá Blanca (1929) de Teresa de la Parra; y Fiebre (1939) de Miguel Otero Silva.

La primera obra representa los padres, es decir, los valores decimonónicos todavía presentes en la sociedad venezolana de principios de siglo XX. Valores asociados al poder del máximo

344 Juan Liscano: aproximaciones a su obra jefe y al silencio complaciente de la élite aduladora. Para Liscano, la fuerza de esta novela no está en el argumento, que encuentra “melodramático”, sino en su intención moralizante. Pocaterra denuncia a la sociedad venezolana de pre-guerra (1914) que tiene gustos afrancesados, bebe “high ball”, asiste a los clubes sociales, juega golf y baila “hott-jazz”; una sociedad de nuevos ricos gracias a la jugosa actividad petrolera que ya está rindiendo sus frutos. Esa sociedad, explica, no ha cambiado mucho. El autor comparaba la sociedad de los años ´30 (cuando publicó este libro de ensayos) con la sociedad de 1914. Hoy sus palabras resuenan con inquie- tante actualidad:

La novela…plantea dos problemas fundamentales de nuestra historia contemporánea: la corrupción de las clases dirigentes, su incapacidad para desempeñar el papel histórico que les corresponde, su incapacidad para formar hombres, para crear precisamente hombres decentes, y como fórmula de adecentamiento, la necesaria rebelión de los hijos (Liscano, 1953: 21-22).

El segundo momento lo constituye la infancia de los hijos que viven o deben vivir en la cárcel del conservadurismo, “del qué dirán”, del silencio complaciente con el orden establecido. Silencio representado en Ana Isabel, una niña decente (1949) de Antonia Palacios. En su crítica, el autor compara esta obra con Memorias de Mamá Blanca (1929) de Teresa de la Parra. Ambas son una muestra de esa “…virtud femenina de tejer la vida desde un cen- tro de intimidad despierta” (Liscano, 1953: 27). Sólo que, en el ambiente de la Caracas de los techos rojos, la vida íntima de las

345 protagonistas transcurre entre el “tenso presente” de Ana Isabel y la “evocación” de Blanca Nieves.

Lo más resaltante de estas obras, apunta, es que son un paso coherente en el proceso de la literatura venezolana. Concepción de continuidad que permite comprender el hecho literario vene- zolano como resultado de una tradición, y no como una sucesión de “abruptas rupturas” o nuevos inicios. Siguiendo esta idea, las obras comparadas muestran parte de la tradición de nuestras letras que, en la voz literaria femenina de entonces, el autor resume bajo el nombre de “ciclo de Ifigenia”: inaugurado por Teresa de la Parra; seguido por Guataro (1938) de Trina Larralde, Tres Palabras y una Mujer (1944) de Lucila Palacios, Bettina Sierra (1945) de Narcisa Bruzual; y que culmina con la obra Ana Isabel, una niña decente (1949) de Antonia Palacios.

El último momento de la sociedad gomecista está representa- do por la rebelión de los hijos. En el mundo de nuestra literatura esta insurrección es encarnada por Fiebre (1939) de Miguel Otero Silva. Obra que “canta -y escribimos intencionalmente estas pa- labras- la histórica hazaña de una juventud rebelde, con lujo de poesía” (Liscano, 1953:51). Lo que importa no es la psicología de los personajes sino la fuerza de su acción colectiva. Una acción “quijotesca” cuyo desenlace es por todos bien conocido. Cierto es que nadie, ni los jóvenes voluntariosos, ni los militares exiliados, ni los esfuerzos conjuntos de ambos; ni los intentos por mar y tierra pudieron con “El Bagre”. A Gómez lo alcanzó la muerte veintisiete años después de llegar al poder; y sólo la muerte lo expulsó de la silla presidencial, tal como él mismo había vaticinado.

En resumen, estas tres novelas representan una verdadera ima-

346 Juan Liscano: aproximaciones a su obra gen o tríptico de nuestra realidad histórica, política y social durante las primeras décadas del siglo XX. Lo que claramente apunta a la estrecha vinculación entre realidad nacional y literatura.

La segunda parte de Caminos de… está dedicada a la obra Tío Tigre y Tío Conejo de Antonio Arráiz, bajo el título “El mensaje de Tío Conejo”. Cada uno de estos personajes, inmortalizado en los cuentos de A. Arráiz pero nacido de la tradición popular, encarna “los dos costados del alma nacional”, la “imagen atormentada y viviente de Venezuela”, expone Liscano. Por un lado, convivimos con la inconsciente fuerza bruta: “Los «tíos tigres» de la humana fauna venezolana, más que malos son brutos... Tío Tigre puede representar… la personalidad elemental de nuestros caudillos… El agro nos ha deparado innumerables «tíos tigres» rugientes y simples” (Liscano, 1953:63). No son malos, son ignorantes. Por otro lado, “Tío Conejo piensa, calcula, medita, compara… Nunca pierde el sentido… le anima el propósito de enderezar entuertos, de proteger al débil, de imponer justicia…sus acciones son cuerdas. El sentido común y un sano conocimiento de la realidad las orien- tan” (Liscano, 1953: 65). Es la representación del temperamento criollo. Pero para nuestro crítico, Tío Conejo superó el cinismo y la falta de escrúpulos del “vivo venezolano” (tan estudiado por Arturo Uslar Pietri).

El resto de los animales simboliza otros “tipos” venezolanos: “Las beatonas, damas emperifolladas de nuestra alta sociedad, niñas bien, señoritos, doctores panzudos, burgueses timoratos, generalotes de operetas, caudillos de agua dulce, intelectuales sin escrúpulos…” (Liscano, 1953: 67). Para Liscano estos tipos cons- tituían parte esencial de nuestra venezolanidad. Sobre este aspecto volveré más adelante. Ahora bien, lo más importante de la obra es

347 su mensaje. Con Antonio Arráiz (al igual que con Gallegos, Otero Silva o Briceño) “Estamos ante una de las constantes ideológicas de la novelística venezolana. Rechazo del camino de la violencia porque éste no conduce ni a la revolución creadora ni a la justicia” (Liscano, 1953: 73).

En la tercera parte, estudia una de las obras emblemáticas del escritor cubano Alejo Carpentier (1904-1980): El reino de este mun- do. Novela que terminó de escribir en 1948 durante su autoexilio en Venezuela (1945-1959). Y ¿por qué incluir una obra no venezolana en un acercamiento a nuestra prosa? Para Liscano, aproximarnos a lo ritual y mítico de la sociedad haitiana, magistralmente relatado (o “dibujado”) por Carpentier, nos acerca a lo americano:

Haití es África, pero sobre todo es América… Segunda creación de formas culturales, de formas de entendimiento con una naturaleza que vuelve a parecerse al universo demoníaco que envolviera al hombre en los albores de su aventura terrena. Haití es América negra, con algunas gotas de sangre europea, como lunares, manchando su alma… Haití nace al cielo y a la tierra de la realidad americana con un tal poder de creación que inventa religiones, dioses, ritos, idiomas. Ya no es África ni Francia. Es la segunda creación del genio del pueblo negro (Liscano, 1953: 78).

Por eso, en El reino de este mundo mito y realidad histórica se funden y confunden constantemente, dando forma a nuestra esencia americana. Es lo real maravilloso americano; y, para Lis- cano, comprender a Venezuela (con todo su realismo mítico, su

348 Juan Liscano: aproximaciones a su obra herencia negra y mestiza, su historia) pasa por comprender primero el hecho americano.

Liscano concluye Caminos de la prosa refiriendo la obra narrati- va de Antonio Márquez Salas (1909-2002). Concretamente, dedica su análisis al libro de cuentos El Hombre y su Verde Caballo, Primer Premio en el Segundo Concurso Anual de Cuentos del diario El Nacional, en 1947. Su prosa, esencialmente poética, encara al lector “con el mundo misterioso, mágico, del alma, fragua de intuiciones vitales y de apetencias superiores” (Liscano, 1953: 96). Su narrativa, agrega, “traduce un intento de penetración en el misterio de la vida y de la muerte y ostenta, además de su sentido usual, aparente, otro sentido a cuya captación concurrieron fuerzas interiores que no explica la sola razón (Liscano, 1953: 96). Es prosa, pero con esencia vital. No podría ser de otra forma. Todo lenguaje poético, aún en la prosa, se resume en ello.

Panorama de Literatura Venezolana Actual (1973)

La primera edición de esta recopilación crítica de la literatura venezolana abarca desde principios del siglo XX hasta los primeros años de la década de los ´70 y fue publicada por vez primera en 1973. Luego, se reimprimió -sin añadiduras- en 1984. Finalmente, la obra fue revisada, actualizada y reeditada en 19952. Esta obra no es, por mucho, la primera antología de literatura venezolana3. El propio Liscano reconoce otros esfuerzos críticos de gran valor, como el realizado por Gonzalo Picón Febres (1906) sobre la no- velística venezolana del siglo XIX. Obra que, a su juicio, supera otras dos tentativas: la de José María de Rojas y la de Felipe Tejera. Igualmente, recuerda otros trabajos del siglo XX: Historia y Crítica de la Novela Venezolana (1938) publicada en Alemania por Rafael

349 Angarita Arvelo, y Estudios de Literatura Venezolana (1940) de Mariano Picón Salas. Sin embargo, en su momento, “…el pano- rama liscaniano fue bien recibido. Hacía falta. No se contaba con esfuerzo similar en Venezuela” (Arráiz Lucca, 2008:62).

Posiblemente, el lector discrepe con más de una afirmación hecha por nuestro autor. No obstante, al final de esta disertación, seguramente alcance una clara idea del proceso seguido por nuestra narrativa durante gran parte del siglo XX. La obra es tal que, desde las palabras introductorias, no tiene desperdicio.

Lo primero que apunta en su Introducción es la estrecha rela- ción realidad-literatura. Esta idea, ya expresada en Caminos de…, se debe en primer lugar a la influencia que las obras del escritor inglés D.H. Lawrence tuvieron en su vida: “…lo que tuvo eco de las posiciones de Lawrence en Liscano fue la concepción de la literatura en vínculo indisoluble con la vida…en la que lo escrito responde a lo asumido vitalmente (Arráiz Lucca, 2008: 19). Es ese compromiso que todo escritor debe tener consigo mismo para no perder lo vital, real, orgánico de su vida y de su obra.

Estrechamente vinculado con lo anterior, el autor diserta so- bre los cambios que el consumismo capitalista ha provocado en la sociedad. Esta preocupación no es nueva. Años atrás, en su obra Ocho poemas (1939), critica la “cosificación” de la sociedad urbana, consumista y frívola. También lo hará desde la tribuna periodística. Fue una posición anti-consumista y anti-urbana que lo acompañará toda su vida (Arráiz Lucca, 2008). A su entender, este afán consumista alcanzó a escritores, editores y lectores por igual. Al punto que condicionó a unos y otros en la producción, divulgación y lectura de obras “anti-capitalistas” que irónicamente

350 Juan Liscano: aproximaciones a su obra son objeto de un “furibundo consumo capitalista”.

El lector de estas líneas podría pensar que su anti-capitalismo, en el contexto de la Guerra Fría en el que tiene lugar la primera edición de esta antología, sería muestra de una actitud pro-comu- nista. No fue así. Sus críticas a la sociedad consumista no se capi- talizaron a favor de las corrientes socialistas más extremas (ni la soviética, ni su representación en América a través de la dictadura castrista)4. Se trata, más bien, de la concepción orgánica del acto escritural que comenté líneas arriba, y en contra del cual, ninguna ideología política debe imperar. Por eso, la misma crítica vehe- mente contra el negocio editorial del cual disfrutaban los escritores supuestamente “disidentes”, la hace contra aquellos escritores que admiraban el orden socialista de entonces y olvidaban que en los regímenes autoritarios las manifestaciones artísticas y literarias terminan por ser apologéticas. Mientras, cualquier otro intento artístico-literario es aniquilado.

Volviendo al plano escritural, esta alienación consumista también incluye el afán por encontrar (o copiar) nuevas formas de expresión. En el fondo, explica, “se trata de una ira verbalista”. El lenguaje literario, en lugar de surgir naturalmente del propio quehacer literario, se convierte en un producto artificial que “nace después de la experiencia, de la acción vital…” (Liscano, 1973:10). La crítica al llamado «boom latinoamericano», que influyó a los escritores venezolanos, es evidente. Sin embargo, debo confesar que en este punto asaltó mi memoria aquel pasaje de Rayuela… «Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso…»; y, francamente, el glíglico se me antoja experiencia vital. En todo caso, volviendo al autor, cuando la literatura alcanza su dimensión espiritual liberadora, supera éstas y otras alienaciones y los “ego-

351 centrismos laberínticos” (laberintos lingüísticos, no metafísicos).

Una segunda vinculación de la literatura con la realidad tie- ne que ver con el compromiso que asumió Juan Liscano como venezolano, aspecto inseparable de su vida y de su obra. De allí que, la escritura nacional más próxima a su concepción vivencial de la literatura será aquella de raigambre telúrica que celebra lo propio, mientras profundiza en las realidades sociales, políticas y económicas del país.

En definitiva, Liscano cuestiona este relativismo literario in- merso en los avatares editoriales, en la masificación de la literatura (consumismo), y en los límites conceptuales y temporales de la actualidad; aspecto que también desarrolla en la Introducción de su obra.

Un primer concepto de actualidad inevitablemente está aso- ciado a lo inmediato, “la contemplación del instante mismo”, “el vértice del presente”, de la “vivencia pura”. En fin, una vivencia totalizante, “tendiente a la intemporalidad”. Definiciones que recuerdan la influencia de la obra de Krishnamurti en la vida y pensamiento de Liscano5.

Pero el autor era consciente de su herencia occidental y de la relación de historicidad que ésta ha marcado en el estudio de las sociedades. Por ello, obligado a cumplir con la exigencia editorial de presentar un Panaroma actual…, establece tres períodos de la literatura venezolana en general (siempre “límites virtuales”, insiste). Un primer tiempo que va desde 1918 hasta 1928 y que califica “de inquietud soterrada y de ahogo”; un segundo momento “de toma de conciencia revolucionaria” -desde 1928 hasta 1958-; y

352 Juan Liscano: aproximaciones a su obra un último período, que va desde 1948 hasta 1970.

En definitiva, aclara, “…el rasgo fundamental en el que apoyé el concepto de actualidad para este panorama: el del lenguaje, el de ruptura con la escritura modernista, y la iniciación de una nueva escritura, más despojada y directa, más adecuada al propósito de descubrimiento y penetración en nuestra realidad” (Liscano, 1973: 36; cursiva propia).

Finaliza esta parte introductoria con una última reflexión titu- lada “Tautología hedonista”. Para Liscano la literatura no puede ni debe vivir a espaldas de la vida, de la realidad. Si este es su fin úl- timo, todo lo contrario la alejaría de su verdadera esencia. Cuando esto ocurre, la obra “termina siendo un como decir y no un para decir” (Liscano, 1973: 15). En cuyo caso, la lógica proposicional del lenguaje literario se vuelve hedónicamente sobre sí misma. Reitera, así, que el lenguaje literario no debe superar el mensaje de la obra.

Superada la Introducción de Panorama actual…, el cuerpo de la obra está organizado en cuatro capítulos. En el primer ca- pítulo, titulado “Antecedentes temáticos y lingüísticos”, hace una breve revisión de autores y obras clave del siglo XIX venezolano. Primero, enmarca dentro de una “literatura política” el grupo de proclamas, discursos, canciones, artículos y más que reunieron el pensar republicano en la efervescencia de la lucha emancipadora. La mayoría de estos escritos, rompen “con la escritura colonial y rebosan de énfasis patriótico, de gestos teatrales, de vuelos orato- rios, de formas galicanas, inspirados por el estilo de la Revolución Francesa, las proclamas napoleónicas y el lirismo del naciente movimiento romántico” (Liscano, 1973:18). Es, para el autor, una escritura proselitista y, hasta cierto punto, publicitaria. Junto

353 a estas primeras voces, menciona brevemente otros autores de indiscutible importancia para la formación de una idea ponderada sobre el proceso de independencia, como Juan German Roscio y su obra El triunfo de la libertad sobre el despotismo publicada en Filadelfia en 1817; o los trabajos de Fermín Toro, Rafael María Baralt y Francisco Javier Yánez.

De los autores venezolanos decimonónicos, Liscano dedica especial atención al poeta, gramático y pensador Andrés Bello. En su opinión, la obra de Bello gira alrededor de dos temáticas fundamentales: el enraizamiento con la tierra; y, estrechamente vinculado con el anterior, la contraposición campo-ciudad. Afirma de forma tajante: “La literatura creativa venezolana nace a la sombra de la Silva” (Liscano, 1973: 24). A su entender, el elemento telúrico y los valores de la vida del campo serán fuente de inspiración para la narrativa y la poesía venezolana por largo tiempo. Señala como producto de esa herencia bellista el poema Silva criolla (1901) de Lazo Martí, y novelas como Peonía (1890) de Romero García, y Reinaldo Solar (1920) y Doña Bárbara (1929) de Rómulo Gallegos. Sobre las que el autor volverá a hablar un poco más adelante.

En resumen, la propuesta literaria y moralizante de Bello es doble: “regreso de la poesía a la inspiración pastoral, y regreso del ciudadano y del soldado al agro dignificador” (Liscano, 1973: 24). En este punto cabe recordar que Bello se mantuvo ajeno a la lucha emancipadora. No estaba negado a un proceso de indepen- dencia; estaba negado a la guerra fratricida como el único camino. Nuestra herencia hispana forma parte de nuestro “ser” americano (lengua, religión, costumbres…); por lo cual, toda exacerbación anti-hispanista y destructora le horrorizaba.

354 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Muchos años después, en su obra Pensar a Venezuela (Testi- monios de cultura y política) de 1995, Liscano se pregunta “¿Qué hubiera sido de Andrés Bello en esa vorágine de destrucción, odios y muerte que devoró a gran parte de la aristocracia culta y de los asistentes a las tertulias intelectuales…?”; y resume la figura de Bello con el apelativo “civilizador”. Finalizada la guerra indepen- dentista, las puertas de la patria le fueron cerradas, y Bello no pudo volver nunca más. Una muestra de que, en nuestra historia, a veces la barbarie le gana a la civilización.

Los capítulos siguientes de Panorama actual… separan la pro- ducción escritural según tres géneros literarios: narrativa (capítulo II “Tiempos del narrar actual venezolano”), poesía (capítulo III “Medio siglo de poesía”) y ensayo literario (capítulo IV “Ensayo. Biografía. Crítica”). Dejando fuera, como bien observó Arráiz Lucca (2008), el género dramático. Dedicaré el presente ensayo a discernir sobre su acercamiento a la narrativa.

Cuatro Tiempos de la narrativa venezolana “actual”

El autor inicia el capítulo II, “Tiempos del narrar actual vene- zolano”, con algunas reflexiones fundamentales que ilustran clara- mente su aproximación crítica a la narrativa venezolana. Desde las obras costumbristas decimonónicas hasta la actualidad, sostiene, la narrativa venezolana es “…fruto de una relación atormentada pero firme, nunca rota, entre las realidad social, histórica, geográfica y la realidad de la ficción… [Pese a los cambios de gustos, intereses, tendencias] lo determinante en nuestra literatura narrativa sigue siendo su lealtad a la realidad…” (Liscano, 1973: 30-31; cursiva propia). Aunque reconoce algunas notables excepciones, que expondré en su momento. Esta idea lo acompañará a lo largo de

355 su disertación y, como hemos visto, no es nueva ni exclusiva de la obra en cuestión. A su vez, este capítulo está dividido en cuatro tiempos. En Primer Tiempo, el autor incluye a los escritores José Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra y Rómulo Gallegos.

En Caminos de la Prosa (1953), tal como mencioné anterior- mente, el autor analizó exhaustivamente La Casa de los Abila (1946). En esta oportunidad, inicia su disertación afirmando que Pocaterra marca el inicio de una nueva generación de escritores venezolanos. Sus obras Política feminista (1913) –reeditada tres años después bajo el título El doctor Bebé-; Vidas oscuras (1915); Tierra del Sol amada (1918) y Cuentos grotescos (1922) no dejan espacio al preciosismo, ni a los juegos de palabras; en su lugar, “… una prosa desaliñada, punzante, mordaz, de una terrible eficacia en la sátira…” va ganando espacio, junto a “la repentina autenti- cidad de sus personajes” (humildes o de alta sociedad). Luego, en 1936, muerto el general Gómez, aparecerá una de sus obras más celebradas: Memorias de un venezolano de la decadencia. Con ésta pasa a engrosar la larga lista de obras en contra de la dictadura. Tema recurrente de la literatura Latinoamericana en general y venezolana en particular.

Liscano no olvida obras nacionales anteriores que tendrán el mismo propósito, como El Cabito (1908) de Pío Gil o las novelas de Rufino Blanco Fombona. Sin embargo, lo que diferencia Memo- rias… de las anteriores, es que en ésta “Pocaterra podía liberar, sin limitación alguna, su vocación de tribuno y de acusador público. El hecho de haber vivido las cárceles siniestras de la dictadura, concedía a su prosa una vibración dolorosa y sincera” (Liscano, 1973: 37). Nuevamente, el autor nos pone de cara a la “vivencia” como elemento fundamental en la creación literaria.

356 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Concluye esta aproximación explicando que, con Pocaterra, la literatura venezolana encontró una denuncia satírica y pulida contra una sociedad profundamente conservadora y abandonada a los designios de los gobiernos personalistas. Una sociedad en la que contrastaba la riqueza de los latifundistas y una población de campesinos pobres y enfermizos; mientras emergía lentamente una clase media. Una sociedad de rasgos decimonónicos, insiste el autor, que “se alimentaba culturalmente de formas estéticas híbri- das” (posromanticismo, costumbrismo, indianismo, positivismo, modernismo y posmodernismo). En contraste, la obra de este autor se presenta sin abusos de “color local” ni “interiorizaciones psicológicas”; y aun cuando la denuncia raya muchas veces en lo caricaturesco, “…logra conmover y cumple una función documen- tal y moralizadoras innegable, además de constituir una toma de conciencia dramática de nuestra realidad social y política” (Liscano, 1973: 40). Recuerde el lector que los rasgos moralizantes en las obras venezolanas representan un hito para nuestro crítico.

En Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1929) de Teresa de la Parra, Liscano ve una prosa íntima pero igualmente acusadora. Lo que prevalece en la escritora es la idea de que algo está muriendo: la aristocracia venezolana que se pierde en la nostalgia de lo no vivido, como la “criolla sacrificada” de Ifigenia, María Eugenia Alonso; y lo perdido y siempre evocado a través de las Memorias…

Explica el autor que mientras José Rafael Pocaterra denuncia, castiga y caricaturiza los privilegios y el conservadurismo de la aristocracia provincial venezolana, Teresa de la Parra muestra a esa misma aristocracia desde su fuero más íntimo. Con lo cual, “… se demuestra que para reaccionar contra el modernismo es-

357 tetizante y enamorado de colores, no se requería necesariamente cultivar el apóstrofe y el sarcasmo” (Liscano, 1973: 41). Luego, se refiere a la novelista Antonia Palacios. Su aproximación a Ana Isabel,… no difiere de las ideas expuestas en el tríptico presentado en Caminos de la Prosa (1953). Obra que comenté brevemente al inicio de este ensayo.

Ahora bien, en este capítulo de Panorama actual... incluye a otras autoras como Gloria Stolk (1918-1979) y Lucila Palacios (1902-1994). En relación con Gloria Stolk, cronista de La Esfera y articulista de la Revista Nacional de Cultura, Liscano no dirá mayor cosa. Efectivamente, sólo menciona -no analiza- dos de sus obras: La casa del viento (1965) y Amargo al fondo (1957). Curiosamente, deja de lado la primera obra que la autora publicó con su verdadero nombre, titulada Bela Vegas (1953). Esta omisión no parece casual. Con esta obra, la autora rompe con las formas y convenciones de la época. Algunos pocos la elogiaron. Pero, no toda la crítica literaria venezolana estaba preparada para estos cambios. De hecho, en una nota publicada en Papel Literario de El Nacional (26 de Agosto de 1954, página 7) “se le reprocha a la autora por exponer el desprecio que la protagonista sentía hacia su patria, al escoger a un extranjero en lugar de un criollo como objeto de su amor” (Vivas, 2009: 457). Es una doble transgresión: se aleja del paradigma de lo autóctono como parte del proyecto nacional; y “cancela la imagen del personaje de Ifigenia al proponer una protagonista que es capaz de decidir sobre su propia trayec- toria” (Vivas, 2009: 457). Es fácil suponer que, para Liscano, por cierto vinculado por tantos años al Papel Literario, tal alejamiento del “ciclo de Ifigenia” no fuese de su agrado.

En contraste con lo anterior, el autor dedica un análisis más

358 Juan Liscano: aproximaciones a su obra detallado al trabajo literario de Lucila Palacios (1902-1994), seudónimo de Mercedes Carvajal de Arocha. Las razones de su inclinación hacia la obra literaria de Palacios son evidentes:

En Tres palabras y una Mujer (1944) se asoma a aspectos íntimos de la condición femenina. En Tiempo de siega (1961), trata de manera realista la degeneración psíquica de una mujer golpeada por el destino. Su último libro, La piedra en el vacío (1971), mantiene una indagación psicológica y sociológica en que los personajes, según lo expresa ella misma, luchan con «la bestia que todos llevamos dentro»... Quizás El corcel de las crines albas (1949) sea su mejor libro. Tiene por ambiente la Isla de Margarita y la protagonista, Martiña, puede figurar a Venezuela misma. [En definitiva], Lucila Palacios es una escritora con impulso reformista y sensibilidad política, con poca propensión a las especulaciones formales y estilísticas, a la confidencia o a la evocación melancólica (Liscano, 1973:42-43).

Finalmente, el autor dedica gran parte de este Primer Tiempo a la prolífera obra de Rómulo Gallegos. El lector no debe extrañarse. Liscano sintió especial predilección por la producción literaria de Gallegos, apegada al realismo, al terruño, a lo propio.

Primero, repasa su novelística: Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934) y Canaima (1935) obras que ocupan un lugar privilegiado en su crítica. Luego, se acerca al resto de su producción novelística: Reinaldo Solar (1933), La trepadora (1925), Pobre negro (1937) y

359 Sobre la misma tierra (1943). El autor expone que las novelas de Gallegos, más que una sucesión independiente de textos, responden a una misma problemática enraizada en la situación socio-cultural, política y económica de la Venezuela que le tocó vivir. Por lo que constituyen un verdadero ciclo (en el que personajes, paisajes, etc. se repiten una y otra vez). Al mismo tiempo, la problemática nacional por él dibujada, presenta ciertas constantes o ejes te- máticos que la atraviesan. Éstos son: la fuerza desorientadora, el pecado contra el ideal, la idea del alma dormida, la lucha entre la voluntad civilizadora y la fuerza regresiva (lo que comúnmente ha sido denominado civilización vs barbarie) y los conflictos sociales. Por todo lo anterior, “Las novelas de gallegos despertaron la con- ciencia del existir venezolano. En ella quedaron plasmados tipos de nacionalidad y rasgos del carácter criollo” (Liscano, 1973: 47).

Por otra parte, considera que el lenguaje galleguiano no res- ponde a formalismos vacíos, pues no se trata de impresionar con el verbo. Su uso es estrictamente manifestación del realismo que acompaña sus obras (es “vivencial” en el sentido que ya he expues- to). Por eso, sus párrafos son cada vez más largos y profundamente descriptivos, al tiempo que encontramos el registro escrito de las formas cultas y populares del habla, como modismos, refranes, cantos.

Igualmente, se aproxima a la producción cuentística de Galle- gos: Paz en las alturas, La liberación, El análisis y La hora men- guada. Para nuestro autor, en estos cuentos “hay un esfuerzo por despegar, por escapar del realismo, del naturalismo, por ingresar en un ámbito de vida interior… ninguno de sus cuentos tiene ambientación rural, folklórica, pintoresca” (Liscano, 1973: 45). Pero no por ello son menos “realistas”; pues priva la crítica a la

360 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

élite urbana de entonces, al parecer, plena de clichés y prejuicios, y dada más a las palabras que a la acción.

El autor concluye su aproximación a la literatura de Gallegos con estas palabras: “El tiempo histórico en que transcurre su novelísti- ca –salvando alguna excepción como Sobre la misma tierra- es el que precede a la Edad del petróleo” (Liscano, 1973: 48). Y agrega: “Es el de una Venezuela agraria, pecuaria y feudal de haciendas, caudillos y caballos. Muchos aspectos de su obra ya no tienen vigencia, en un país transformado en sociedad de consumo por el ingreso de la renta petrolera” (Liscano, 1973: 48). Sin embargo, en pleno siglo XXI, campos y haciendas, ríos y caminos polvorientos nos recuerdan, con alarmante similitud, pasajes de Cantaclaro o Doña Bárbara… Venezuela, con el perdón de nuestro autor, no ha cambiado tanto.

Durante este Primer Tiempo nuestra narrativa resulta de una reacción al modernismo venezolano (cuyo mayor representante fue Manuel Díaz Rodríguez). A partir de ese momento, inicia el camino hacia la afirmación de una literatura realista.

El Segundo Tiempo de la narrativa venezolana es históricamente el más amplio (abarca desde finales de la década de los ´20 hasta la década de los ´50). Incluye no sólo narradores, como Julio Gar- mendia, Enrique Bernardo Núñez, Carlos Eduardo Frías, Arturo Uslar Pietri, Antonio Arráiz, Arturo Croce, Ramón Díaz Sánchez, Julián Padrón, Miguel Otero Silva, Antonia Palacios, José Fabbiani Ruiz y Guillermo Meneses; también grupos y revistas literarias que van apareciendo a lo largo de éstas décadas y a las cuales estuvieron estrechamente vinculados muchos de los escritores antes mencio- nados, tales como Válvula y Élite; el “Grupo Cero de Teoréticos”

361 y el grupo “Fantoches”, entre otros.

A juicio del autor, este tiempo de vanguardia e «ismos» está marcado por la persistente dicotomía entre el cosmopolitismo creciente y la mirada “hacia dentro”. En otras palabras, los na- rradores nóveles tenían ante sí una disyuntiva: seguir el camino del terruño y la objetivación realista, camino trazado por Doña Bárbara (seguido por Cantaclaro y Canaima) o entregarse a las búsquedas formales, al trabajo del lenguaje, a la metáfora y a las sugerencias propias de los «ismos».

Pero estos últimos, venidos de afuera, constituyeron la con- testación nihilista, abstraccionista o irracional a los horrores de post-guerra. Por ello, si en el Viejo Mundo estas nuevas tendencias fueron la respuesta creativa a una realidad sentida y vivida; en Ve- nezuela, se cayó, muchas veces, en la imitación “postiza y carente de organicidad” (Liscano, 1973: 50). Una moda; y nada “…suele envejecer tanto como lo que se propone ser moderno a todo trance. Por eso las vanguardias resultan tremendamente vulnerables a la obra del tiempo… La moda es lo que pasa de moda más rápida- mente” (Liscano, 1973: 53).

Pero no todos las respuestas vanguardistas de aquellos años son meras copias sin alma ni vigor. Existen, para Liscano, honra- das excepciones. Entre las cuales, incluye especialmente algunas obras de Arturo Uslar Pietri. Nuestro autor afirma que Uslar Pietri “…puede ser calificado, sin exageración, de fundador del cuento moderno venezolano” (Liscano, 1973: 62). Encuentra en su relato “Lluvia” -recogido en varias antologías- y su libro Barabás y otros relatos (1928) presencia de realismo-mágico; así como la experimentación propia de las vanguardias de la época sin que,

362 Juan Liscano: aproximaciones a su obra necesariamente, la temática de la tierra haya quedado relegada. Ahora bien, no se trata de una fuerte influencia surrealista, como sugiere Domingo Miliani. Su vanguardismo se evidencia en su propósito de “…perfeccionar el cuento, de convertirlo en objeto mismo de la creación narrativa” (Liscano, 1973: 63).

Posteriormente, en Treinta hombres y sus sombras (1949), Uslar Pietri se acerca a lo folclórico, a la tradición oral venezolana, sin dejar a un lado lo universal. Para, finalmente, alejarse del ambiente rural y explorar temáticas y espacios más cosmopolitas en su obra Pasos y pasajeros (1966). Si sus cuentos merecen reconocimiento, su novelística parece menos afortunada. Siguiendo la crítica de Liscano, sólo Las lanzas coloradas (1931) y la crónica El camino del Dorado (1947) son una feliz excepción. Las novelas posteriores, previas a la publicación de Panorama…, no consiguen el nivel literario de las primeras.

En definitiva, insiste nuestro autor, los mayores aportes de Uslar Pietri -no sólo como narrador, sino también como ensayista- están en su preocupación por presentar los elementos psicológicos de la “humanidad criolla y popular” que conforman nuestra vene- zolanidad.

Ciertamente, todavía hoy, es difícil deslastrarnos de esos es- tereotipos que la intelectualidad venezolana ha inmortalizado en tantos textos. Claro que los mismos tienen una base empírica, pero no dejan de ser limitantes generalizaciones. Acaso, ¿escribir impecable y contundente sobre “el vivo”, “el flojo” o “el anárquico” venezolano, una y otra vez, ha contribuido a la comprensión de lo venezolano o se ha convertido en una suerte de fatum incuestiona- ble, trágico e irreversible? Quien suscribe estas líneas se resiste a

363 creer que Así somos los venezolanos (triste título del ensayo publica- do por José Cañizales Márquez en el que estos y otros estereotipos se mantienen vigentes).

A continuación, Liscano comenta los trabajos literarios de Antonio Arráiz, Miguel Otero Silva, Antonio Palacios y Guillermo Meneses, entre otros. En esta parte del ensayo, sólo comentaré su aproximación a la obra de Meneses. El autor divide su obra en dos partes bien diferenciadas. La primera se distingue por un “crio- llismo-urbano” dedicado a los marginados de la sociedad. En esta primera etapa, que abarca desde 1934 hasta 1948, el autor incluye las obras La balandra “Isabel” llegó esta tarde (1934), Canción de negros (1934), El mestizo José Vargas (1942) y La Mujer, el As de oro y la Luna (1948). Durante esta primera búsqueda, Meneses encuentra un gusto por lo estético, con una retórica de la imagen y de la adjetivación. A juicio de Liscano, “Por ese camino de regus- to estilístico exterior, de magnificencia verbal, Meneses corría el riesgo de terminar en una suerte de neomodernismo pasado por la vanguardia” (Liscano, 1973:85). Camino que rectificó a tiempo, al dar un cambio “tan favorable como necesario” en su segunda etapa como escritor. No podría ser de otra manera para quien considera que la literatura volcada al lenguaje pierde organicidad. Lo cierto es que, aunque en los años de su primera etapa, Liscano encuentra cuentos dignos de mención y análisis (como La Balandra y Borracho), no será hasta que se opere el verdadero cambio que asistiremos a un trabajo en plenitud:

Meneses empieza a reaccionar contra los excesos preciosistas y retóricos de su obra. Sin prescindir de las reiteraciones y de ciertos juegos verbales que resultan inherentes a su escritura,

364 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

a su estilo, y de una intención metaforizante conceptual –el espejo es un símbolo- se adentra en el personaje, deja que éste actúe por sí mismo, se diga y contradiga, sea en la dimensión ficticia del relato (Liscano, 1973: 87).

Y como el lector puede intuir, para Liscano la obra que mejor representa este cambio es el relato La mano junto al muro, que apareció en 1951 en Papel Literario de El Nacional.

Nos recuerda Liscano que este cuento, como otros del mismo autor, fue considerado obsceno. Pero lo cierto es que, con La mano junto al muro, Meneses da inicio a búsquedas “ontológicas” y renovaciones en el ámbito formal cuyo sentido no es decorativo ni preciosista, ni retorcido (ni siquiera la imagen reiterada del tiempo-serpiente que se muerde la cola). No hay nada artificial, ni vulgar, ni deliberadamente confuso en esta obra, “sino…tenta- tiva comprensión del humano destino”. Aún más claro lo dijo el propio Meneses:

La mano junto al muro ha querido decir a través de un cuento el escaso valor de la obra del hombre y de la vida humana misma; lo único que parece existir perdurablemente es el tiempo que destruye castillos, seres, sueños, y los hace regresar a sus elementos primitivos, hacia la arena, la piedra, el agua, la sangre… (Citado por Liscano, 1973: 88).

Al año siguiente de esta publicación, Meneses presenta su obra más lograda, la novela El falso cuaderno de Narciso Espejo. Con ella se resume la actitud «inmoralista» que atraviesa toda la obra

365 de este autor, quien

… descartó de un modo radical el propósito edificante y reformista. Asumió, en la narrativa, una posición insólita de pintar la cruda realidad sexual, de ahondar en las caídas, de no interesarse por los héroes sino por pequeños seres fracasados, solitarios, corrompidos o frustrados. Y ello sin ninguna intención de denuncia, sin tomar partido como Pocaterra, sino con un deseo de comprender, de mirar, de aceptar una realidad inferior humana (Liscano, 1973: 91).

Y esta apertura a la “multiplicidad de la existencia psicológica”, no es para nada menos realista que las búsquedas de Gallegos, Pocaterra o Miguel Otero Silva.

En este Segundo Tiempo, como anuncié más arriba, los jóvenes escritores tuvieron un espacio en varias revistas, entre éstas Válvula y Élite. En el único número de Válvula, aparecido en enero de 1928, se publicaron diversos textos que ofrecían las características típicas de las búsquedas vanguardistas. Entre los autores, menciona a Carlos Eduardo Frías, Arturo Uslar Pietri, Nelson Himiob, Juan Oropesa. Después de Válvula, apareció la revista Élite. En ésta si- guieron publicando los jóvenes autores. Insiste Liscano en calificar sus obras (generalmente cuentos) como experimentos meramente formales que no trajeron cambios importantes de fondo. Para el autor, las artes en general, y la literatura en particular, después de la primera Guerra Mundial quedó atrapada en el paroxismo ideológico y vanguardista de la que “la joven y provinciana van- guardia venezolana” no pudo escapar. Aunque ya he señalado

366 Juan Liscano: aproximaciones a su obra algunas excepciones.

Junto a Élite, otras revistas como Arquero, Cosmópolis, El In- genioso Hidalgo, Gaceta de América sirvieron de espacio para una polémica que siguió presente entre nuestros literatos: aquellos que defendían lo vernáculo y quienes proponían búsquedas más uni- versales. Lo curioso, apunta Liscano, es que en variadas ocasiones unos y otros “cambiaron de bando” con los años.

Mientras, algunos escritores vanguardistas encontraron apoyo en la «Tipografía Vargas» o el «Grupo Cero de Teoréticos», y, en Maracaibo, conformaron el grupo «Seremos»; otros narradores apegados al terruño, la sátira o al criollismo se agruparon bajo el nombre de «Fantoches».

Por último, debo señalar brevemente dos obras que, a juicio de nuestro crítico, ni rinden tributo al nativismo ni copian fru- galmente las tendencias europeas. “Se trataba de manifestaciones solitarias de avanzados a quienes ignoraba la mayoría del público lector, bastante escaso, y los corrillos literarios que resultaban de una desoladora mediocridad bohemia y provinciana” (Liscano, 1973: 52). Estas producciones son Tienda de muñecos (1927) de Julio Garmendia y La galera de Tiberio (1929) de Enrique Bernardo Núñez.

De Garmendia dice “optó, desde un principio, por no querer ser «actual» [en alusión a los vanguardistas], sino sincero consigo mismo” (Liscano, 1973: 53). Por lo que pudo alcanzar una expre- sión propia y auténtica. Sobre Bernardo Núñez nos recuerda que “escribe desde adentro en una prosa sobria, ordenada, despojada de efectos verbales y de violencias expresivas” (Liscano, 1973: 55).

367 Ambos son, sin esfuerzo visible, escritores que demuestran sincera organicidad.

En el Tercer Tiempo la dicotomía persiste pero las preocupa- ciones son otras. Superados los «ismos» cosmopolitas, algunos autores se adentran en profundidades psicológicas. Importa la trama íntima, la psique de los personajes, generalmente vinculada a las preocupaciones de la vida urbana. Al mismo tiempo, otros autores vuelven sus ojos al ruralismo. Ciertamente, el campo -a pesar de las deslumbrantes luces citadinas- sigue siendo tema de devoción literaria.

Dentro del primer grupo, en el que predominó el cuento sobre la novela, Liscano destaca a Gustavo Díaz Solís con sus relatos Marejada (1940) y Llueve sobre el mar (1943); Humberto Rivas Mijares y sus Ocho relatos (1944); Pedro Berroeta con su obra cuentística Marianik (1945) e Instantes de fuga (1948) y las nove- las Leyenda del conde de Luna (1958) y El espía que vino del cielo (1968). También incluye dos precoces escritores: Ramón González Paredes quien produjo dos volúmenes de cuentos, dos “ambiciosas” novelas, dos extensos poemas, dos libros de ensayos (uno de crítica literaria, otro de corte filosófico) y Andrés Mariño Palacios con el libro de cuentos El límite del hastío (1946) y las novelas Los alegres desahuciados y Batalla hacia la aurora, ambas publicadas en 1948.

Conforman una vuelta al ruralismo Alfredo Armas Alfonso quien produjo ocho libros de cuentos y un libro de ternura evoca- dora Compañero de Viaje (1970) y Orlando Araujo. Sobre la obra de Armas Alfonso, explica “En estos relatos breves da lo mejor de sí mismo y demuestra cómo pueden adquirir validez literaria temas del agro y de la provincia cuando éstos responden a un lenguaje

368 Juan Liscano: aproximaciones a su obra vivo y a una experiencia auténtica” (Liscano, 1973: 114). Con lo cual, vale señalar, el tema del terruño no es per se necesariamente vivencial. Para serlo, aunque cambie un tanto los formalismos, debe mantener su autenticidad.

Finalmente, el autor dedica un espacio de este Tercer Tiempo a la obra de un pequeño grupo de escritores. Ellos son: Antonio Márquez Salas (trabajado previamente en Caminos de la prosa), Oswaldo Trejo, Oscar Guaramato y Antonio Stempel París. A su juicio, de estos escritores destaca particularmente Oswaldo Trejo porque su búsqueda, si bien transciende todo realismo, encuentra una liberación total del lenguaje. En sus palabras:

Jamás antes en nuestra literatura, había cobrado tanta autonomía la escritura, convertida en materia prima a la que se supeditan los demás elementos narrativos o bien queden eliminados… Con Trejo el realismo queda superado, la narración no se apoya más en ninguno de los rasgos propios de nuestra literatura novelesca o cuentística, y así ingresamos a un ámbito más bien fantástico, imaginario, irreal y aplastantemente válido en el orden de la literatura estructural (Liscano, 1973: 109).

Queda claro que para Liscano la línea realista que prevalece en nuestra literatura, y que fue de su especial consideración, no invalida otras búsquedas. Siempre que, debo insistir, éstas fuesen igualmente vivenciales y no meros “experimentos formales”.

El cuarto y último tiempo es Tiempo de Apocalipsis. Como en

369 los tiempos anteriores, Liscano ve la necesidad de contextualizar la obra de los autores. Comienza con una breve introducción de los primeros años de postguerra, marcados por el avance tecnológico, pero también por un creciente nihilismo resultado de la conciencia sobre la capacidad auto-destructora de la humanidad. Ante esta nueva realidad mundial, continúa el autor, las manifestaciones artísticas y literarias tomaron dos direcciones: “la del compromiso político con objetivos revolucionarios –sin percatarse de que la revolución desemboca siempre en patíbulos y presidios- y la de subvertir mediante el lenguaje -o la imaginación-, mediante el absurdo y la burla…” (Liscano, 1973:119). En la primera ha preva- lecido la denuncia -contestataria y revolucionaria-, en la segunda, la desarticulación del lenguaje.

Venezuela, explica, también sufrió cambios importantes a partir de los años ´40. Por una parte, paulatinamente fue abandonando el campo -y con ello la producción agrícola-, mientras la producción petrolera ganaba terreno.

Igualmente, el país vivió cambios políticos importantes a partir del golpe cívico-militar contra el General Isaías Medina Angarita en 1945. En opinión de Liscano, “Si en un aspecto ese golpe sembró hondos resentimientos no siempre justificados, en otro aceleró la evolución democrática y social del país” (Liscano, 1973: 119). El autor se refiere específicamente al establecimiento del sufragio universal, directo y secreto; bandera de lucha de los jóvenes sub- versivos desde los tiempos de Gómez. Sabemos que este primer intento democrático falló bajo la bota de un nuevo gendarme, esta vez fue Marcos Pérez Jiménez. No será hasta enero de 1958 que comencemos a reconstruir lentamente este intento democrático que incluyó pactos (AD, COPEI y URD) y exclusiones (PCV),

370 Juan Liscano: aproximaciones a su obra con el consecuente camino de la violencia guerrillera inaugurada en los años ´60.

Finalmente, el autor destaca que la explosión demográfica, en gran medida producto de las mejoras en el sistema de salud públi- ca, había generado una Venezuela cada vez más “joven”, abriendo una brecha generacional cada vez más profunda. Una parte de la juventud de entonces, en gran medida influenciada por los cam- bios mundiales y nacionales ya descritos, creía en la insurgencia política y literaria: irrumpiendo con violencia contra una sociedad burguesa y capitalista, contra su ética y cánones tradicionales. Unos y otros se volcaron hacia la violencia (subversiva y guerrillera; estilística y temática), pero violencia al fin.

Específicamente, los narradores pretendían “Libertar al lenguaje de su sumisión a la cultura y al sistema”, un lenguaje sin adornos ni ambages; querían “escribir como se habla”. Querían escribir sobre temáticas actuales y angustiosas (no menos realistas, por cierto). “Con medio siglo de atraso nuestra literatura descubría la icono- clastia, la crisis del racionalismo y la antiliteratura” (Liscano, 1973: 121). No obstante, aclara nuestro autor, esa actitud de rechazo a los cánones tradicionales, aunque en la mayoría de los casos im- plicó alianzas ideológicas (marxismo, o marxismo-leninismo para ser más exactos), “casi nunca desembocó en el llamado realismo socialista, en la obra de propaganda a la que, en cambio, fueron afectos escritores de generaciones anteriores ajenos, no obstante, al marxismo” (Liscano, 1973: 121-122). Con lo cual, siguiendo el pensamiento liscaniano, podría decir que operaron cambios estruc- turales y/o formales producto de búsquedas internas, de enfrentarse con el hecho literario en sí y de sus infinitas posibilidades, antes de responder a una moda “revolucionaria” per se.

371 Los autores señalados en este Cuarto Tiempo son Adriano González León, Salvador Garmendia, Miguel Otero Silva, José Vicente Abreu, Argenis Rodríguez, Renato Rodríguez, Ramón Bravo, José Balza, Jesús Alberto León, Domingo Miliani, David Alizo, Mary Guerrero, Carlos Silva, Humberto Mata, Francisco Rimelque, entre otros. De esta extensa lista, Liscano dedica especial atención a Adriano González León y a Salvador Garmendia. Su preferencia no debe extrañarnos, la explica el mismo autor en las siguientes palabras:

Estos dos escritores, avanzados en la llamada nueva literatura, se mantienen fieles, …, a una línea continua de narrativa nacional que excluye, con excepciones que hemos señalado en este trabajo, la pura fabulación, el realismo fantástico, la experimentación surrealista y la neopatafísica, la autonomía textual, la narración sin sentido que persigue la extravagancia para desquiciar la realidad o dilatarla… (Liscano, 19573: 127).

Comenzaré por la obra de Adriano González León. En opi- nión de Liscano, el libro de cuentos Las hogueras más altas (1957) marca el punto de partida de la nueva narrativa venezolana, que a partir de los `50 y a lo largo de los `60 poetiza la realidad con tal riqueza del lenguaje y de la imagen que bien se puede hablar de un realismo mágico incipiente. Esa búsqueda se va puliendo, y A. Gónzalez León publica 10 años después otro libro de cuentos, Hombre que daba sed.

Definitivamente, llega a su culmen como escritor, según Lisca- no, con su novela País Portátil (1968), Premio «Biblioteca Breve»

372 Juan Liscano: aproximaciones a su obra de la Editorial Seix-Barral. En esta obra, el autor ofrece imágenes de una Venezuela provinciana, bárbara y rural en contraposición a una Venezuela urbanizada en la figura de una ciudad capital intransitable, desorganizada, bulliciosa, sucia, trepidante… Y todo sobre una estructura igualmente trepidante.

Esta doble visión “conjuga dos tiempos de vida venezolana: el bárbaro y agreste, pero relativamente sólido, de un ayer provin- ciano, y el incoherente, compulsivo, desquiciado de un presente inmediato urbano” (Liscano, 1973: 131). No debe extrañarnos esta aproximación a País Portátil. Si algo criticaba Liscano era el desarrollo vertiginoso e inhumano de la vida urbana en detrimento de la simplicidad de la vida del campo. Herencia bellista con la que el autor claramente comulga.

Igualmente, Salvador Garmendia presenta lo alienante de la vida urbana con sus rutinas diarias desgastantes e inhumanas. No obstante el autor aclara que, antes de él, otros ya habían explorado este tópico: Pocaterra, Gallegos (especialmente en algunos de sus cuentos), Mariño Palacios, entre otros. Por lo que Garmendia no inaugura, para la narrativa venezolana, esta temática.

Ahora bien, lo que se le debe reconocer a este autor, dice, fue llevar a la culminación aquel intento narrativo. En sus obras Los pequeños seres (1959), Los habitantes (1961), Día de ceniza (1963) y La mala vida (1968) se descubre repetidamente

…la enajenación del ser humano, de su desvalimiento, de su impureza, de su cobardía y de su sometimiento, de su enfermedad psíquica… Garmendia va despojando a sus personajes de toda

373 importancia, de toda exaltación… La tremenda tarea de despojamiento, de acabar con las seguridades y las apariencias, de develar la abyección humana, de negar toda transcendencia, todo heroísmo, toda belleza, todo idealismo… (Liscano, 1973: 132-133).

Garmendia crea un universo novelesco a la manera de Gallegos. En la base, está el mismo tema que explora una y otra vez hasta sus últimas consecuencias. Esto le confiere coherencia, unidad y organicidad a su obra. Concluye el autor que, por eso, el nihilismo expresado en sus obras no es cliché, ni moda de post-guerra, es ontológico.

Otros aportes son calificados de foráneos, pero especialmente influyentes para el desarrollo de la literatura nacional, tal es el caso de Alejo Carpentier (cuya obra expone largamente en Caminos de la Prosa ya comentada). Además, considera tentativas novísimas las de Laura Antillano y Francisco Massiani.

Un buen número de los escritores de este cuarto y último tiempo conformaron agrupaciones. Tales fueron Sardio y el Techo de la ballena. El primer grupo toma nuevos bríos a partir de 1958 con la caída de Pérez Jiménez. El segundo se establece entre 1961 y 1965. Ambos buscaron subvertir el orden burgués establecido; y por tanto, no estuvieron ajenos a la violencia literaria que caracte- rizó buena parte de este tiempo. Todo lo contrario, creían en ella.

Al final, los grupos se desintegraron. Algunos escritores aban- donaron el país, otros trasladaron sus inquietudes a la acción política, otros siguieron produciendo literatura (poesía y cuento preferiblemente). Liscano, por cierto, no militó en ninguno de

374 Juan Liscano: aproximaciones a su obra ellos, y su poemario Nuevo Mundo Orinoco publicado en 1959 no despertó ningún interés entre los miembros de estos grupos. A la distancia generacional, sin duda se sumarán marcadas diferencias ideológico-políticas (Arráiz Lucca, 2008). Tal como mencioné an- teriormente, Liscano no apoyó ni apoyará la violencia ni política ni literaria.

En resumen, sobre este cuarto tiempo dice el autor: “El registro de la joven literatura venezolana abarca, pues, las posiciones más encontradas, pero con la aceptación, en general, de una temática compuesta por la violencia política y el testimonio generacional…” (Liscano, 1973: 122). En todo caso, es una literatura vívida, pro- ducto de las preocupaciones de escritores que vivían una época convulsa, ante la cual no pudieron ni quisieron permanecer indi- ferentes…

Reflexiones finales

Para Juan Liscano, el apego a la realidad, la indisoluble relación entre ésta y la literatura, la organicidad que debe acompañar el hecho escritural, la comprensión de la venezolanidad a través de la literatura son constantes de la narrativa venezolana contempo- ránea, y demuestran que

…en literatura no existen separaciones estancas sino procesos y ramificaciones. Lo llamado nuevo se inserta, generalmente, en una determinada visión del mundo. Así, en nuestra narrativa, el respeto por la realidad ha resultado casi unánime y parece suscitar mala conciencia el desecharla en aras de una «literaturidad»

375 específica, de una textualidad sin compromiso con la historia y lo social (Liscano, 1973: 127- 128).

Quisiera agregar que la misma “organicidad” que Juan Lis- cano expresa en sus poemarios, en sus estudios sobre el folclore venezolano y en sus indagaciones filosóficas, y que busca en las obras literarias de otros, guía su crítica literaria. Panorama de la literatura actual (1973) es un texto vivencial.

No es posible separar su obra crítica de sus concepciones sobre la vida, la literatura y la venezolanidad. Los cuatro tiempos, en los que organiza la narrativa venezolana contemporánea, constituyen tiempos vivenciales. Son producto de su experiencia de vida como hombre, venezolano, escritor, polemista y filósofo. Sin duda, son cuatro momentos que muestran su profunda comprensión de la “humana realidad”.

… a mi manera, he luchado siempre por el predominio conclusi- vo y trascendente del espíritu sobre los móviles del poder, dominio, riqueza, explotación del prójimo. Me reconozco en estos comentarios sociohistóricos y literarios Juan Liscano

376 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Notas

1 El autor presenta nuevamente este tríptico, aunque más reducido, en su obra Pensar a Venezuela (Testimonios de cultura y política) publicada en 1995.

2 En esta última versión, el lector encontrará el capítulo v, conveniente- mente titulado: “20 años después” ¿Qué aportes nuevos encuentra Juan Liscano en la narrativa venezolana posterior a los años ´70? Su juicio es contundente: “Con toda sinceridad, debemos confesar que, desde el 73 al 93, el proceso de nuestra literatura, sin abordar las otras artes, nos resulta más cuantitativo que cualitativo, más de procedimientos que de fondo, más de técnicas, modos, maneras, modas, que de brotes interio- res incontenibles, dictados por lo telúrico, lo vivencial, lo trascendente” (p.272). Tal aseveración merece una aproximación más detallada que dejaré para una próxima oportunidad.

3Entre las antologías literarias que precedieron a la obra en cuestión podemos encontrar: Fuentes generales para el estudio de la literatura venezolana (1950) de ; Historia y Antología de la Literatura Venezolana (1953) de Pedro Díaz Seijas – a esta obra le siguió una actua- lización: Historia y antología de la literatura venezolana (1960) que P. Díaz Seijas realizó junto con J. Villegas (reeditada en 1962); Antología Vene- zolana (1964) de Domingo Miliani; La antigua y la moderna literatura venezolana (1966) P. Díaz Seijas; Almanaque literario venezolano (1968) de J.M. Castañón; Cincuenta años de literatura venezolana: 1918-1968 (1969) de J.R. Medina; y La literatura venezolana y su historia (1971) de R. Archila. Esto sin mencionar las antologías dedicadas a cada género literario en particular.

4 A finales de los años ´50 y principios de los ´60 Venezuela pasó de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez a la democracia representa- tiva, mientras Cuba se deslastró de la dictadura de Baptista por la vía de la insurrección armada. Éstas constituyeron las dos formas políticas predominantes en el continente. Nuestro autor optó por apoyar la vía

377 democrática con la vehemencia que lo caracterizaba. “De inmediato, la mayoría de la intelectualidad venezolana, que era de izquierda, le hizo un vacío, lo confinó alguetto de la inexistencia” (Arráiz Lucca, 2008: 47).

5 La lectura de este escritor de origen oriental “representó un cataclismo para Liscano, al punto que lo paralizó en su obra de escritor. En el fondo, produjo en él un cortocircuito entre la expresión literaria y la búsqueda espiritual. Este chispazo, junto con su segundo divorcio, lo condujo a una revisión general de su trabajo y su obra” (Arráiz Lucca, op. cit.: 59).

Bibliografía

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Liscano, Juan. Caminos de la Prosa (Comentarios). Ediciones “El Pensa- miento Vivo”. Talleres Civa, S.A. Caracas, 1953.

______­­­­­­­­­­­­­ Panorama de la literatura venezolana actual. Publicaciones Españolas, S.A. Caracas, 1973.

______Pensar a Venezuela (Testimonios de cultura y política) 1953 a 1995. Colección El Libro Menor. Publicaciones de la Academia Nacional de la Historia. Caracas, 1995.

Vivas, Carmen Victoria. Asumir la pose, asumir la escritura: la trayec- toria de Gloria Stolk en el campo cultural venezolano. Estudios. Revista de investigaciones literarias y culturales, vol. 17, n° 34, julio-diciembre, 2009, pp. 453-470. Disponible en: http://132.248.9.34/hevila/EstudiosRevistadeinvestigacionesliterariasy- culturales/2009/vol17/no34/9.pdf

378 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

En torno a Espiritualidad y literatura

Carmen Verde Arocha

Sigue habiendo algo en la distancia que ha sido incapaz de alcanzar. Seguimos teniendo una sed insaciable para aplacarla, la cual no nos ha mostrado las fuentes cristalinas. Esta sed pertenece a la inmortalidad del Hombre. Edgar A. Poe

Liscano, hombre arquetípico de las letras venezolanas, investi- gador de nuestro folklore, poeta y ensayista, publica en la década de los setenta un estudio sobre la tormentosa y compleja relación que existe entre la espiritualidad y la literatura, entendiendo el anhelo de la literatura por ir más allá de lo puramente sensorial. Liscano centra su reflexión en la realización íntima alcanzada por el hombre en su intento de conexión con el espíritu; en su caso, más próximo a la actitud mística.

379 En Espiritualidad y literatura una relación tormentosa, que reúne ocho ensayos (“¿Morirá la literatura?”, “Espiritualidad, esoterismo y literatura”, “Rimbaud: vocación del malentendido”, “Hesse, armo- nía de los contrarios”, “D.H. Lawrence, predicador y apocalíptico”, “Marcos Vargas, héroe y antihéroe del Nuevo Mundo”, “Los últimos, los nuevos tiempos de la literatura”) Juan Liscano plantea que en su esencia el artista, en la búsqueda de su salvación personal, elige la literatura para trascender su cotidianidad. El afán del escritor de proyectarse hacia una búsqueda espiritual inalcanzable le genera un quebranto, un agotamiento, aunque la suya resulte una obra trascendente, de valor, gracias a un altísimo costo, sobre todo vital, cuyas manifestaciones casi siempre serán el enajenamiento, la locura, la autodestrucción y la angustia. Liscano afirma

que el arte, y por ende la literatura, aproximan en algunas situaciones y experiencias íntimas a la espiritualidad, despertando la intuición y avivando el sentido de lo intemporal, pero en el momento mismo en que hay pretensión de convertir la espiritualidad en ejercicio último del arte o el arte en cumplimiento de la espiritualidad, se crea una tremenda confusión, se incurre en mentiras y engaños quedan frustrados el arte y la espiritualidad y pueden desencadenarse neurosis y locura. (Juan Liscano, 1976).

¿Escritura y experiencia espiritual en estrecha unión?

Liscano parte de la afirmación que desde mediados del siglo XIX abundan los casos de escritores dedicados a la exploración de una realización espiritual que muy pocas veces obtienen. Para ejem- plificar esta afirmación, entre muchos otros que nombra, señala

380 Juan Liscano: aproximaciones a su obra cómo Goethe y Nietzsche, autores de Fausto y Zaratustra, fraca- saron en esta experiencia, entendiendo nosotros la espiritualidad como la indagación que con gran conocimiento realiza el hombre hacia sí mismo para conocerse, y desde allí acceder a una absoluta comunicación con el espíritu y, de este modo, hallar la sabiduría:

Goethe-Fausto y Nietzsche-Zaratustra confiesan la historia de un fracaso en la vía de la realización espiritual trascendente. La traducción de ese fracaso a la escritura constituyó un triunfo en el orden de la literatura mítica y poética. Pero cabe señalar que eligieron el arte. Goethe se salvó biográficamente por su sentir apolíneo. Nietzsche, alma dionisiaca, pero contagiado el cuerpo y afectada la mente, se hundió en la locura. (Juan Liscano, 1976).

En Borges, Liscano por el contrario, halla un asceta de la litera- tura, claro está de la literatura lírica, conjetural, circular que alude constantemente a la simultaneidad de los tiempos.

Aprecia que en la literatura fantástica ese si se quiere “antagonis- mo” entre espiritualidad y literatura se resuelve al ser la literatura fantástica ficción pura, fábula, especulación, al “servicio del juego y la fantasía escritural”. La literatura fantástica termina en conjeturas y en ningún momento hay una aspiración más allá de su propuesta de que existen claves secretas para entender el universo.

En el caso de los géneros literarios, Liscano reconoce el poder de la narrativa para nombrar, crear el mundo, y en la poesía ve la facilidad para dialogar con el espíritu: “La poesía, por ser la menos artificiosa de las artes, por trabajar con la palabra en sí, también en

381 razón de su ambigüedad, de su plasticidad y poderes de elusión, por su multivocidad, ofrece la más afinada herramienta para expresar el estado de gracia estético”.

Pero esta afirmación se dispersa cuando también dice que la poesía se regodea en sí misma en procura de la belleza, alcanzando la mayor de las vanidades. La poesía es ante todo lenguaje: “La poesía se extravió hasta conceder al significante más importancia que al significado”. Y más adelante continúa diciendo que “por más depurada que resulte, hay una buena parte de artificio, de arte sustitutivo de la realidad, de imaginación viciosa, de apego al mundo de los sentidos y de negativa a ingresar en ´la noche oscura del alma´, en el vacío y la nada…” (Op cit. 1976).

En el capítulo que dedica a Arthur Rimbaud, “Rimbaud: voca- ción del malentendido”, ahonda de manera magistral en los motivos que obligaron al joven poeta a abandonar la poesía:

Rimbaud no pedía específicamente una revolución lin- güística sino una revolución del hombre, pedía la videncia en pleno siglo XIX , vale decir pedía ser chamán. Y si alguna equivocación cometió… fue esperar que la lite- ratura provocaría el cambio en él, cuando únicamente la espiritualidad podía producirlo. (Op cit. 1996).

Rimbaud no logró conciliar dentro de sí la angustia que le producía buscar la salvación personal con su entrega al arte. La ruptura con Verlaine trajo en Rimbaud un cambio radical, su ale- jamiento de la literatura. El autor de Una temporada en el infierno advirtió que no podía resolver sus anhelos, y esto lo transformó en otro hombre. El precio de esta transformación fue el silencio.

382 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Su malentendido consistió no en renovar la poesía, que sí lo hizo, sino en pretender acceder a otros planos del destino a través de su palabra poética. El fracaso ante tamaña empresa lo llevó a perder interés en la literatura.

Así como en Rimbaud percibimos el malentendido de hallar en la literatura la trascendencia del espíritu que no podía ofrecerle más allá de la fama literaria, en “Hesse, armonía de los contrarios” Liscano encuentra el ejemplo para demostrar la buena convivencia que se puede establecer entre la literatura y la espiritualidad, al describir que el autor de Demian desarrolla una serie de conside- raciones “teóricas sobre una nueva religión y visión de mundo –de- sarrolladas en términos de ambigüedad literaria-“. Sin embargo, es notoria la admiración de Liscano hacia Hesse, por su capacidad de sintetizar sus anhelos espirituales en la obra de arte. Hesse parece ser consciente de los límites de la experiencia espiritual dentro de la literatura, y al mismo tiempo sabe cómo fundirlas:

De modo que Hesse no pretende, en mi opinión, exponer doctrina alguna esotérica o espiritualista. Como artista que nunca deja de ser, fantasea en esta materia, sin atenerse a otro propósito que sugerir un clima en que lo novelesco se confunda con el conocimiento. Hesse lleva en calidad de ficción lo que vivió en carne propia. Toma distancia con su propia biografía: la construye en la imaginación. (Op. cit. 1976).

En “D.H. Lawrence, predicador apocalíptico” el ensayista ve otro ejemplo, de la “invasión de la espiritualidad en el campo de la literatura”. De alguna manera, Lawrence descuida el trabajo

383 estético para escribir un texto moralizante, donde importa más su mensaje. Descuida la literatura que termina siendo un medio para comunicar sus prácticas espirituales. La literatura tiene sus propias exigencias. Tanto Hesse como Lawrence pertenecen a una generación de escritores con mayor interés en el contenido de sus mensajes por el bien espiritual de sí mismos que en el trabajo esté- tico y formal que exige la literatura, pero a diferencia de Lawrence “Hesse advirtió clara, lúcidamente, como Krisnhamurti, que la palabra no es la cosa”. Aún así, Hesse nunca inmoló su escritura por la prédica edificante, aunque también soñaba escribir para transformar la vida.

En el penúltimo ensayo del libro “Marcos Vargas, héroe y antihéroe del nuevo mundo” Liscano no centra su atención sobre Rómulo Gallegos sino que se enfoca directamente en el personaje de Marcos Vargas, el héroe de Canaima, novela del mencionado autor. Liscano identifica los rasgos comunes que Marcos Vargas tiene con Rimbaud y Lawrence. En Canaima Rómulo Gallegos describe como Marcos Vargas regresa al pasado por la necesi- dad de alcanzar su salvación personal, pero este intento lleno de hazañas termina en fracaso. Marcos Vargas es héroe y antihéroe. Dicho esto, llama la atención que Rimbaud, Hesse y Lawrence no inventaron ficciones, “las vivieron y fueron sujetos de las mismas”. Escribieron sobre sus propias experiencias y sus obras son el resultado de una intensa indagación espiritual a partir del verbo. Rómulo Gallegos, en cambio, mantiene total distancia con sus personajes y con las historias que narra: “No se advierte una relación entrañada y personal entre el mito de Marcos Vargas y la vida de Rómulo Gallegos. Inclusive resultan antagónicas. No cabe en este caso mezclar a Gallegos con su creación como sucedía con

384 Juan Liscano: aproximaciones a su obra los autores anteriores, quienes, mediante ella, se equivocaban, se esclarecían o se sublimaban.” (Op cit. 1976).

A casi cuatro décadas de su primera edición …

La década de los setenta y ochenta fueron de grandes privilegios para el arte y la cultura en Venezuela. Durante los gobiernos de Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez y Luis Herrera Campins se hizo evidente el esfuerzo por dignificar la cultura del país, y con- tando con sólidos intelectuales, artistas y creadores en todas las áreas pudo Venezuela conocer tres lustros de notables creaciones. Fue un período de surgimiento de teatros, museos, editoriales, época maravillosa para la danza y la música con la aparición de compañías de ballet y creaciones de orquestas. En 1976 mientras se publica en España Espiritualidad y literatura, en Venezuela abre sus puertas al público la Galería de Arte Nacional, Alejandro Otero expone por primera vez en México camino hacia la internacio- nalización, el Ballet Internacional de Caracas realiza su primera gira fuera del país, Radio Caracas Televisión inicia la transmisión de Campeones de Guillermo Meneses, novela adaptada por José Ignacio Cabrujas e Ibsen Martínez, se estrena en las carteleras de cine Soy un delincuente, de Clemente de la Cerda, se publican los primeros cinco títulos de la fundación Biblioteca Ayacucho, Arturo Uslar Pietri edita Oficios de difuntos y es nombrado Miembro del Consejo Ejecutivo de la Unesco, Eugenio Montejo publica Algunas palabras, se estrena Acto cultural de José Ignacio Cabrujas en la Sala Juana Sujo, con el Nuevo Grupo, Antonia Palacios recibe el Premio Nacional de Literatura, siendo la primera mujer en recibirlo.

Dentro de toda esta euforia del arte en Venezuela, la primera edición de Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa

385 publicada en España por Seix Barral fue todo un éxito al llegar al país y en muchas regiones de Latinoamérica. Luego de treinta y nueve años es, y continuará siendo, de gran vigencia y actualidad para las nuevas generaciones de lectores y escritores. La interesante reflexión con la que Liscano inicia el libro “¿Morirá la literatura?”, fue planteada en una época donde la propuesta con mayor fuerza para abordar una obra literaria venía dada por el análisis estruc- turalista (Barthes) y deconstruccionista (Derridá) cuyo énfasis de estudios y aproximación a los textos consistía en reconfirmar la crisis de la autoría o el espejismo de la propiedad intelectual vinculada a la crisis del yo. Desde los años sesenta, Roland Barthes volviendo sobre una idea de Mallarmé había hecho una proposición sobre la muerte metafísica del creador en su reconocido ensayo “La muerte del autor”, dejando al lector sin otra referencia que la obra en sí misma. Cercano a la propuesta de Barthes, el también francés Michel Foucault se pregunta “Qué es un autor”. En este sentido quedaba claro que los textos tienen tantas interpretaciones como tantas lecturas le sean posibles. Liscano se da cuenta de ese juego infinito a que los estudiosos del lenguaje escrito someten la obra. Liscano advirtiendo lo que se aproximaba con la Cibercul- tura, enfatiza la importancia del autor para entender una creación literaria, reconoce que la obra es un modo de huir o trascender la vida, y la vida a veces termina siendo el precio “atroz que se paga para crear la obra”:

Si bien la literatura no puede fundarse sino en el lenguaje, éste tendrá mayor o menor vibración, interioridad, vita- lidad, en función de lo que exprese. Desde un punto de vista artesanal, el escritor no trabaja con los modos de ser de la realidad, sino con los del lenguaje, pero en tanto

386 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

que ser humano, está determinado por su biografía y su circunstancia por la realidad.

(Juan Liscano, 1976).

Este primer capítulo de Espiritualidad y literatura comienza señalando cómo la literatura ha perdido su sentido mágico y to- talizador: “El que escribe, el hacedor de literatura, a medida que se desplomaba el orden religioso del mundo, adquirió una expan- sión cada vez mayor como expresión individual”. (Op. Cit. 1976). Recuerda cómo al principio el lenguaje era una comunicación de orden sagrada, trascendente, y “de carácter hermético… con los siglos la literatura fue estilo y ejercicio de textos, se convirtió en reflexión de su propio artificio”, el lenguaje obtuvo autonomía. “Se sintió suficiente”.

Esto preocupa a Liscano, quien a lo largo de todo el libro hace énfasis en el origen sagrado del verbo, y en el resurgimiento de un hombre nuevo, apegado a las enseñanzas de Krishnamurti :

Si hemos de crear un mundo nuevo, una nueva civilización, un arte nuevo, no contaminado por la tradición, el miedo, las ambiciones, si hemos de originar juntos una nueva sociedad en la que no existan el «tú» y el «yo», sino lo nuestro, ¿no tiene que haber una mente que sea por com- pleto anónima y que, por lo tanto, esté creativamente sola? (Krishnamurti, 1996).

En 1976, este estudio recalcaba que en las creaciones literarias existía una dura carencia ontológica, la permanencia de ese no tener que decir nada “pues todo parece dicho por acumulación y

387 crecimiento vegetativo”, y el referir definitivamente la literatura a la escritura y ésta a las palabras convirtieron al hombre de letras en un “ente hecho tan solo de palabras” que fueron expulsadas tal vez de la memoria, del mundo de los sueños o de la resonancia de la misma literatura. “Detrás de su pantalla, protegido del mundo de los hechos ingentes, el literato amansa y domestica la vida, la suplanta con palabras. Se siente un Creador. Sustituye a Dios. Se complace en su creación y la goza, y la sufre”. Ante esta angustia Liscano partiendo de una propuesta de Maurice Blanchot admite que la literatura debe regresar a su esencia, a reabsorberse; “si ha de persistir será con profundos cambios”. La desaparición de la literatura de la que hablaba Liscano podría ser lo que hoy por hoy sucede con las redes sociales. Liscano le temía mucho a los avances tecnológicos, pues pensaba que eran una puerta a la creación de un nuevo Fausto (el autor, que no necesariamente es el mismo escritor) quien vendería su alma al diablo a cambio de su permanencia en el tiempo y en el eterno presente.

Este pensamiento de Liscano de que “La literatura, sin dejar lu- gar a dudas, arranca del yo, del anhelo de autoafirmación. Ningún literato escribiría si no hubiese público, es decir, un auditorio que conquistar, y convencer, y en el cual mirar el propio resplandor, la propia magnificencia del ego manifestado”, tiene hoy día, en estas primeras décadas del siglo XXI a un escritor que ha emergido con un nuevo rostro: el autor. Ya no estamos hablando de un escritor sin nada que decir o ahogado por el poder de las palabras, más lejos que nunca de su sentido sagrado, cáscara vacía, caparazón sin alma. El escritor ha sido desplazado por el autor que no siempre es el creador, dueño de lo que se escribe y se publica. Al autor (el rostro que firma la obra, el responsable del derecho de autor) de nuestros días, el nuevo Fausto, no le angustia como al escritor del

388 Juan Liscano: aproximaciones a su obra siglo pasado no tener nada qué decir. Al verse borrado por los estructuralistas del siglo pasado ha emergido con mayor fuerza, guiado por una cultura más individualista, de inmediatez, donde los medios masivos y la industria de consumo son el centro de poder. El autor fortalecido es revestido de un nuevo narcisismo, ya no el de la vanidad de las palabras, sino otro que es en su esencia afán de protagonizar, con múltiples ideas para su autopromoción, con apropiación de roles, y “no solo se promueve y se autocritica sino que también cae en el juego consumista, pierde intimidad y su mundo gira en torno a las redes sociales”. (CVA, 2013).

La escritura con el paso de los años se ha transformado en un oficio instantáneo y menos perdurable gracias a las redes sociales y a internet. El autor vive pendiente en dar contestación inmediata a lo que escribe. Sin darse cuenta se inserta en una dinámica de “acción-reacción” que termina siendo un mero ejercicio de desgaste físico, mental y de tiempo. El escritor, lo reitero nuevamente, corre el riesgo de alejarse de su proceso creativo y ser devorado por un autor ocupado en su figura social y cultural, en su valoración, en lo que su nombre suscribe.

La tarea más urgente del literato, desde este punto de vista, sería volver a estar vivo, volver a sentir la realidad como si fuera su piel, aceptar que las cosas que le fueron dadas –los elementos, la naturaleza- no necesitan de él para vivir, más bien es él quien necesita de su entorno. Semejante toma de consciencia implica una gran humildad. Esa humildad se produce cuando acontece dentro del individuo una revolución del alma que lo libere, entre otros aspectos, de la alienación de la literatura misma. (Op cit. 1976).

389 Liscano concluye el libro con una serie de consideraciones sobre la importancia de la voluntad de superación espiritual en el hombre y su más estrecha relación con las raíces mismas de la creación artística.

He leído Espiritualidad y literatura muchas veces, y cada vez que vuelvo a esta lectura me sigue quedando esa angustia que sentí cuando lo leí por vez primera a los 16 años y decidí dedicarme a la poesía. Su lectura abrió un universo inédito ante mis ojos. Se lo hice saber a Juan Liscano cuando lo conocí en 1991, y desde entonces se dio entre nosotros una gran amistad hasta la fecha de su muerte en el 2001.

390 Juan Liscano: aproximaciones a su obra

Fuentes

(1996). El libro de la vida: meditaciones diarias con Krishnamurti. Es- paña: Edaf.

Liscano Juan. (1976). Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa. Madrid: Editorial Seix Barral. S.A. Liscano Juan. (1996). Espiritualidad y literatura y otros ensayos. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana. Mircea Eliade. (1967). Lo sagrado y lo profano. Madrid: Guadarrama Madrid. Prólogo de Juan Liscano a la Obra poética. Selección “Dentro del Círculo de los 3 soles” de Rafael José Muñoz. (1982). Caracas: Ediciones Centauro. Verde Arocha Carmen. (2013). Cómo editar y publicar un libro. El dilema del autor. Caracas: Editorial Eclepsidra.

391 Impreso en el Departamento de Reproducción de la Universidad Metropolitana.