RASGOS DE BUCOLISMO EN LA POESÍA DE LAS DIANAS  LA ENTREGA DEL POETA AL LECTOR. DE JOSÉ EUSEBIO CARO

TOMO LXXXIX • CUADERNO CCXCIX • ENERO-JUNIO DE 

¡Seguirme es tu destino! gritó mi suerte fiera. Yo dije: ¡Espera, espera! ¡Déjame antes llorar!

JOSÉ EUSEBIO CARO

NRIQUE Anderson Imbert observa con agudeza que la poesía de José Eusebio Caro (colombiano, -) se caracteriza por «ese arte de E entregarse al lector que selló todas sus obras» . Es tan intenso el amor que Caro siente por su temática, tan solícito su afán de incluir al lector en su vivencia rapsódica, y tan exigente su atención a escoger la palabra exacta para representar su rico mundo interior, que el lector a su vez acaba por entregarse gozoso al poeta. Mi mujer, al pasar por mi despacho, vio por casualidad el retrato grabado de José Eusebio Caro que se reproduce en la edición de sus Poesías estampada en Madrid en , y no se pudo contener: «¡Qué hombre más guapo! ¡Qué sensibilidad más intensa tiene en los ojos!» Este magnetismo personal, porque es de este rasgo del que se trata, está infuso en las mismas palabras, imágenes y ritmos de sus poemas. Mas no es el magnetismo calcula- do del seductor. Es esa fuerza de atracción que perciben los propensos a confortar a los inse- guros. Enfrentado con un prójimo receptivo —sea un contemporáneo o un lec- tor de cualquier tiempo—, Caro entra en un diálogo subconsciente con ese nuevo conocido, recordando la misión del poeta, de la que se hablaba tanto entonces en España e Hispanoamérica, y sobre todo recuerda que «su misión, cual la tuya, es de consuelo» . José Eusebio entrega sus sentimientos íntimos al

 Enrique Anderson Imbert, Historia de la literatura hispanoamericana, Breviarios, México- Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, , pág. .  José Eusebio Caro, Poesías, precedidas de recuerdos necrológicos escritos por D. Pedro Fernández de Madrid y D. José Joaquín Ortiz, con notas y apéndices, Madrid, Imprenta y Fundición de M. Tello, Impresor de Cámara de S. M., , pág. . En adelante, citaré las pági- nas de esta edición en el texto, en la forma siguiente: (Poesías, ). Es una edición excelente para el tiempo en que se hizo, y si no queda completa le falta poquísimo para serlo. No me ha sido posible localizar un ejemplar de la de la Editorial Kelly, Bogotá, , que lleva el título de Poesías completas.  Russell P. Sebold BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  papel porque, por indirecto que sea el medio, es casi el único del que dispone para hablar de sus cosas con alguien que le comprenda. En esos papeles, que le ocuparon toda la vida, es donde también habrá venido a comprenderse mejor a sí mismo. Caro era de estatura alta varonil, era físicamente fuerte, y era valiente en la política y en el conflicto armado. Los necrólogos de José Eusebio recuerdan que era «cariñoso» su trato . Mas también le recuerdan como «poeta en toda la extensión de la palabra»4; y como tal no dejaba de ser algo huraño. Prefiere estar solo con la música, ante un paisaje con árboles y una fuente que le lleve a meditar, o sentado en una ventana bañada por luz lunar. Tiene pocos pero buenos amigos. Recuerda a uno de ellos, muerto ya: «Sólo una vez en instantáneo abrazo / latir sentí tu joven corazón; / mas tal latido reveló tu alma; / y fui tu amigo desde entonces yo» (Poesías, ). No fue seria ninguna de sus relaciones con mujeres hasta que conoció a Delina, con quien se casó, absolutamente enamorado. En fin, José Eusebio Caro era un tímido social. Considérese el dramático contraste entre la bizarra figura que se presen- ta ante nuestros ojos en el poema «En un baile» () y el decepcionante final:

Cuando, en mi capa envuelto a la española, a media noche, el baile concurrido, del inmenso tropel desatendido, me escondo en un rincón, y miro allí pasar ola tras ola el valse en su redondo movimiento; y con la mano sobre el pecho, siento latir mi corazón... [...] Pienso entonces que allí como extranjero me encuentro solo faz a faz conmigo; que no hay un solo corazón amigo que me conozca allí. (Poesías, -)

La inseguridad de Caro se manifiesta sobre todo en su ardoroso, casi deli- rante amor por su padre, a quien solía llamar mi primer amigo, y separado de quien escasamente concebía la prolongación de su propia vida 5. José Eusebio

 Pedro Fernández de Madrid, en Poesías, pág. XVI.  José Joaquín Ortiz, en Poesías, pág. XX.  Para otra interpretación del tema de la muerte del padre de Caro, puede consultarse, en la internet, el artículo «José Eusebio Caro y su poética de la muerte del padre», de Carmen Galvis BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  La entrega del poeta al lector...  era «pequeñuelo» (Poesías, ): es decir, que tenía trece años, cuando falleció su padre. Sin embargo, es tan extrema la pasión lacrimosa de los poemas fúne- bres que le dedicó y fechó entre sus diecisiete y veintitrés años, que parece de ayer esa muerte. Su dolor fue «locura», como él mismo dirá en un poema pos- terior, citado más abajo. Al libro I de sus versos José Eusebio le pone el epí- grafe «El huérfano», y en el primer poema, «El huérfano sobre el cadáver», impedido por el miedo, pregunta a su padre: «¿Eres acaso el cuerpo inmóvil, frío, / que yace aquí sobre este aciago lecho?» (Poesías, ). Al primer poema de este libro siguen otros titulados «El ciprés», «Desesperación», «Mi juventud», «Después de veinte años», «Aparición» y «Presentimiento», todos dedicados a la misma luctuosa añoranza, aunque desde diferentes puntos de vista. En los versos de esas páginas José Eusebio dirige a su padre expresiones afec- tuosas, quejas de su soledad, reconvenciones y aun apasionados sueños de unir- se los dos en uno en el otro mundo, si no ya en éste. «¡Oh, ya no volverás a abrazarme! / ¡Oh, padre mío! ¡de mi infancia amigo! / ¡Nunca ya volverás a consolarme! / ¡Nunca a llorar volverás conmigo!» (Poesías, ). «Y para mí las risas y alegrías, / y las horas de amor, de luz, de oro / vieron su fin; y desde hoy los días / van a empezar de soledad y lloro [...] sin ti me sentaré solo a la mesa» (Poesías, -). ¿Parece exagerado oír en estas últimas frases algún eco del niño mimado, quejoso que el poeta pudo ser en otro tiempo? «Tú... tú me amaste, y sólo tú supiste / de amar mi sed, mi sed de ser amado; / ¡y a mí tu inmenso corazón abriste, / y en él entré, y en él quedé saciado!» (ibíd.). Apostrofa Caro a la eternidad: «¡Oh, escóndame en sus senos! La honda lla- ga / de mi insanable corazón, alivio / sólo allí encontrará; sólo su inmensa / concavidad me servirá de asilo, / ¿qué busco ya en la tierra? ¿Del sepulcro ha vuelto acaso mi primer amigo?» (Poesías, ). Imaginemos de paso un recital de estos versos por el mismo poeta. Sus excepcionales cualidades de artista nato, los variados registros de su voz, sus centelleantes ojos, junto con el inquietan- te dramatismo de sus versos, sin duda nos habrían conmovido profundamente. Pedro Fernández de Madrid recuerda que el imponente metal de su voz mo- dulábase «hasta tocar en una dulzura casi musical, e iluminándosele el sem- blante, relumbrábanle los ojos con una expresión altamente espiritual» (en Poesías, XVI).

Yepes, Estudios de Literatura Colombiana: http://www.articlearchives.com/-1.html. Sobre otros temas carianos, pueden consultarse las monografías siguientes: Fernando Galvis Salazar, José Eusebio Caro, Bogotá, Imprenta Nacional, ; y José Luis Martín, La poesía de José Eusebio Caro: Contribución estilística al estudio del romanticismo hispanoamericano, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, .  Russell P. Sebold BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX • 

En el poema «Después de veinte años», el poeta dialoga un día con la som- bra de su padre: «Y un pensamiento extraño me ha venido —le dice—, / que ni sé si me aflige o me consuela; / y es que vives aún, ¡oh padre mío!, / y andas con otro nombre por la tierra; // Que estás resucitado y transfundido; / que en otro ser te mueves, hablas, piensas; / ¡que ése soy yo! que somos uno mismo; / que tu existencia ha entrado en mi existencia» (Poesías, ). Se ha especulado que para esta transfundición Caro fue influido por el espiritismo. No insistiré en ello, mas ¿no habrá también algo sexual en todo esto? De los versos ya citados, los que se prestan más a esta última interpretación por las palabras escogidas y por el estilo, son los siguientes: «Tú... tú me amaste, y sólo tú supiste / de amar mi sed, mi sed de ser amado; / ¡y a mí tu inmenso corazón abriste, / y en él entré, y en él quedé saciado!». Saciado. He aquí la estrofa final del último poema, «Presentimiento», del libro «El huérfano»:

¡Oh padre mío! ¿no es verdad? Apenas, apenas diere el temeroso salto, libre mi pecho de hórridas cadenas, latirá sin congoja y sobresalto, ¡ah!, ¿cómo he de abrazarte? Yo mis penas te contaré llorando; y tú en el alto cielo dirás, cruzándolo conmigo: «¿Lloras? ¿No estás con tu primer amigo?» (Poesías, )

Este consuelo no obstante, José Eusebio no desistirá de retornar dos veces al asunto de su apasionada añoranza de su progenitor fenecido, y en los sitios menos verosímiles: en el poema amoroso «¡Todo mi corazón!» dedicado a María, y en el poema «¡Adiós!» compuesto para su novia, Delina, con ocasión de una triste separación. La primera de estas digresiones es la más desarrollada: «¡Y hoy ...todavía... mi tenaz memoria / me pinta al vivo aquel semblante augusto... / y hoy ...todavía... cuando así lo miro, / mi triste faz de lágrimas inundo! // ¡Oh padre mío! cuando en honda noche / del Monserrate a la alta cumbre subo; / y allí, de pie, me miro en torno envuelto / del vacuo mar del horizonte obscuro, // y rodar oigo en confín remoto / la sorda voz del hura- cán nocturno, / y a mi lado, siniestro y repentino, / con su agrio grito me sor- prende el búho; // ¡yo entonces pienso en ti; yo entonces pienso / que por mí vienes impalpable y mudo, / para conmigo hundirte en el abismo / del Ente Primo, Inmenso, Solo y Uno!» (Poesías, ). De nuevo tenemos la visión de dos personas unidas en una —junto con todas las interpretaciones que eso sugiera— antes de unirse con el Ente Primo o Ser Supremo; y aquí, claro, el concepto deísta de la divinidad procede de la Ilustración dieciochesca, en cuyas BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  La entrega del poeta al lector...  novedades intelectuales José Eusebio estaba no poco ducho, de lo cual veráse abajo una interesante muestra. Pero pensemos en María, la festejada con este poema: ¿habrá quedado feliz al encontrarse de buenas a primeras con la doble unión del guapo galán, su amante, con su padre antes terrenal y su Padre celes- tial en medio del poema amoroso que le dedicaba? Delina adoraba a José Eusebio y le toleraba con infinita paciencia sus funé- reas idiosincrasias. Así, en el curso del poema «¡Adiós!», él se permite la siguiente expansión de su espíritu sombrío: «Diez años ha... cuando mi solo amigo / dejó sobre la tierra de existir, / la esperanza llevándose consigo, / dejándome la nada en porvenir. // Yo, pequeñuelo entonces aún me hallaba, / sin cicatrices nuevo el corazón, / y entre mi alma apenas clareaba / la odiosa luz de mi fatal razón. / Y aquel precioso amigo, que perdía, / su virtud, su talento, su bondad, / ni en todo su valor, yo conocía, / ni la inmensa extensión de mi orfandad. / Y mi dolor, empero, fue locura / que en su grandeza a mí me sorprendió: / ¡Aun hoy del golpe la impresión me dura, / e irá conmigo mientras viva yo!» (Poesías, -). Lo más distintivo de la obra poética de Caro es sin duda el ciclo de los poe- mas de la muerte de su padre, y por esto me he ocupado de él con alguna extensión. La temática más frecuentada en su verso es la amorosa, aunque no deja de haber abundantes muestras de otros temas. Las composiciones amoro- sas se centran siempre en el yo del poeta, y su tonalidad varía entre la descon- fianza, como ya sospecharía el lector de estas páginas, y la domesticidad a la conclusión del cuerpo de su poesía, después de su casamiento con Delina. Se dan poemitas de un delicioso humorismo sofisticado, en versos ya cortos, ya largos, y mayor número de poemas serios en versos largos. Ejemplos de los humorísticos e irónicos son «Año Nuevo», «En unas bodas», «Capa rota», «A Jenny», «La flor artificial», «¡Pobre amor tan bello!», «¡Estar contigo!», «Tus ojos y tu amor», «Memorias» y «El robo». Caro cultiva el verso trisílabo, pentasíla- bo, hexasílabo, heptasílabo, octosílabo, eneasílabo decasílabo, endecasílabo, dodecasílabo y a veces versos más largos. La polimetría entra a veces en la cons- trucción de un poema de Caro; mas, a diferencia de poetas españoles contem- poráneos, como Espronceda, Escosura, Gil y Carrasco, etc., él no recurre al poliestrofismo dentro de un mismo poema. Para el comentario he escogido dos poemas amorosos, uno dedicado a una mujer y otro dedicado a un amigo, «¡Estar contigo!» y «Él y yo»; porque en ellos Caro pasa revista a sus principales cualidades caracteroló- gicas (algunas ya observadas), y lo hace con el risueño y doloroso estilo iró- nico habitual en él. Después hablaré de una desconocida técnica prosaica en el verso de este melodioso poeta. He aquí el primero de los poemas amo- rosos:  Russell P. Sebold BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX • 

¡ESTAR CONTIGO!

¡Oh! ya de orgullo estoy cansado, ya estoy cansado de razón; ¡déjame, en fin, que hable a tu lado cual habla solo el corazón! No te hablaré de grandes cosas, quiero más bien verte y callar, no contar las horas odiosas, y reír oyéndote hablar. Quiero una vez estar contigo, contigo, cual Dios te formó; tratarte cual a un viejo amigo que en nuestra infancia nos amó; volver a mi vida pasada, olvidar todo cuanto sé, extasiarme en una nada, y llorar sin saber por qué. ¡Ah! ¡para amar Dios hizo al hombre! ¿Quién un hado no da feliz por esos instantes sin nombre de la vida del infeliz, cuando con la larga desgracia de amar doblado en poder, toda su alma ardiendo vacía en el alma de una mujer? ¡Oh padre Adán! ¡qué error tan triste cometió en ti la humanidad, cuando a la dicha preferiste de la ciencia la vanidad! ¿Qué es lo que dicha aquí se llama sino no conocer temor, y con la Eva que se ama, vivir de ignorancia y de amor? ¡Ay! mas con todo así nos pasa: con la patria y la juventud, con nuestro hogar y antigua casa, con la inocencia y la virtud, mientras tenemos despreciamos, sentimos después de perder; ¡y entonces aquel bien lloramos que se fue para no volver! (Poesías, -) BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  La entrega del poeta al lector... 

A lo largo de este poema asoma una y otra vez la vieja inseguridad del Caro niño y adolescente; mas este poema lo compone a los veintidós años, en , y a esa inse- guridad primitiva se unen la duda, la desconfianza y el cansancio del hombre sofisti- cado, que ha descubierto por la fatiga de la experiencia que ésta no le allana el cami- no al otro sexo. En la compañía de la dama cortejada, ¡qué difícil es, con las pretensiones de los años, hablar de lo que uno siente, de lo que no tiene importancia, o simplemente no decir nada, al ir pasando los minutos, sin que la otra te crea tonto! Dos amigos hablan, cual Dios los formó, y se entusiasman sin vergüenza de una cosa absurda. ¿No hay un fondo humano igualmente sencillo en la mujer? ¿Cómo se evita la falsedad de las costumbres del cortejo o aun del sencillo discurso social cuando está delante el bello sexo? Dialogando los dos sexos, ¿por qué es tan difícil comprender que Dios nos hizo a todos para amar? En estas octavas eneasílabas se descubren como inmensos el buen humor, el humorismo, la voluntad de comprensión, la sencillez y el alcance del cariño de este buen hombre, de este hombre de bien. Señalemos, de paso, en este poema, un interesante ejemplo de un uso frecuente en la versificación inglesa, por ejemplo, pero escasísima en la española: la rima consonante sólo visual de desgra- cia con vacía en la estrofa tercera. En el mundo en el que se nos ha destinado a morar, puede ser a las veces igual- mente penoso el amor de los amigos, el amor fraternal, porque no siempre pueden tres ser amigos. Reproduzco ahora el otro poema amoroso:

ÉL Y YO Pude un tiempo esperar que tú me amaras, mas mi dulce esperanza ya acabó; que, vivo aún más que en los pasados días, arde en tu pecho tu primer amor. Siempre la imagen del ausente amigo vive interpuesta entre nosotros dos; su hermosa faz mi obscura faz eclipsa, su voz contrasta con mi ronca voz. Ingenio, orgullo, gracias, hermosura... ¡ah! ¡todo él tiene; nada tengo yo! Sólo una cosa tengo que él no tiene: ¡mi enemigo mortal, mi corazón! ¡Mi corazón, que me dictó te amara; mi corazón, que para ti nació; mi corazón, que al verte se estremece, ¡cuál se estremece el ángel ante Dios! (Poesías, )

Los hombres son tan sentimentales como las mujeres; lo que difiere entre los sexos es la expresión de esos sentimientos; mas en el tiempo de Caro dife- ría mucho menos la exteriorización del afecto de un hombre por su amigo de  Russell P. Sebold BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  la de una mujer por su amiga. En estos cuartetos endecasílabos agudos, rige un concepto de la amistad muy semejante al dieciochesco ilustrado, sobre el que puede consultarse el capítulo II, «Con prendas de mi amor reglas del arte», de mi libro sobre Cadalso 6. Se trata esencialmente de una amistad o amor plató- nico, por el cual dos amigos admiran y aman cada uno al alma del otro por su perfección. Se hallan referencias a este amor/amistad —algunas apasiona- das— en las páginas de Cadalso, Jovellanos, Meléndez Valdés, Cienfuegos y Quintana 7. Merced a la influencia de Shaftesbury, Rousseau y la filosofía sen- sista, la expresión del sentimiento amistoso se hizo mucho más ardorosa e ínti- ma durante el siglo XVIII; pero nadie resume mejor la idea fundamental de esta forma de amistad que Cicerón, en su Laelius de amicitia. «Verum enim ami- cum qui intuetur, tamquam exemplar aliquod intuetur sui. / Quien mira a un verdadero amigo, es como si mirara una copia de sí mismo» (De amicitia, VII, ). «[Verus amicus] se ipse diligit et alterum anquirit cuius animum ita cum suo misceat, ut efficiat paene unum ex duobus / El verdadero amigo se ama a sí y busca otro cuyo espíritu pueda fundir con el suyo para hacer casi uno de los dos» (XXI, ) 8. Dos buenos amigos hablaban entonces de su alma común; pues en cada uno de ellos no moraba sino la mitad de esa hermosa alma, y también decían a menudo que el alma del uno era el espejo de la del otro, o bien, que el pecho del uno era el archivo del pecho del otro. Tres no podían abrazarse en tal amistad; José Eusebio se sintió el excluido, y de ahí su que- branto. Los colombianos consideran a José Eusebio como su primer romántico. Es verdad que su yo desempeña un papel esencial en su verso, que la soledad no le aflige en absoluto, que da una enorme importancia a la muerte en su temá- tica, que siente una marcada predilección por las escenas naturales y nocturnas, y que a sus diecisiete años compone su poema narrativo sobre Lara, «fiero y sombrío pirata» 9. Además, fechó el canto I y el breve fragmento del canto II de Lara o los bucaneros en , un año antes que Espronceda publicara su

 Russell P. Sebold, Cadalso: el primer romántico «europeo» de España, Madrid, Biblioteca Románica Hispánica, , Gredos, , págs. -.  Meléndez, Cienfuegos, Quintana, Lista y Martínez de la Rosa figuran entre los poetas españoles que los estudiosos de Caro mencionan como influencias importantes en su formación.  Cicerón, De amicitia, ed. de Valentín García Yebra, Textos Clásicos Anotados, .ª ed., Madrid, Gredos, , págs. , .  El texto del plan preliminar en prosa de Lara o los bucaneros, así como el canto I y un fragmento del canto II del poema narrativo de Caro pueden leerse en los Apéndices de la edi- ción que manejamos, respectivamente, en las páginas - y -. Veremos después por qué Caro abandonó esta obra. BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  La entrega del poeta al lector... 

«Canción del pirata» en El Artista. El calificativo romántico aparece una vez en la poesía de Caro, pero es con la acepción descriptiva dieciochesca de «irregu- lar, inculto, rústico» con que lo usaban Rousseau y otros literatos setecentistas en descripciones de paisajes. El texto único de romántico en Caro es: «de esos montes románticos al pie» (Poesías, ; la cursiva es mía). Mas nunca opone José Eusebio su yo al universo entero en una agobiante lucha que le lleve a sentir en su seno las punzadas del fastidio universal o mal du siècle. El tema de la orfandad no lo utiliza, como los románticos europeos, para echar la culpa de su infelicidad al cosmos y despreciar a toda la sociedad. Se refiere a su propia muerte en el contexto de la de su padre, y en ese con- texto el lector encuentra los versos: «y triste suena por los altos cielos / la fatal hora en que nació el suicidio» (Poesías, ). Mas, a menos que fuese por insi- nuación en la estrofa del poema «Presentimiento» citada más arriba, Caro nun- ca piensa en quitarse la vida, a diferencia de casi todos los auténticos románti- cos europeos que, aun cuando no lo lleven a cabo ni en vida ni en verso, no dejan de pensar en el suicidio como remedio de su fastidio universal. En su párrafo sobre Caro, Anderson Imbert le aplica otra distinción que consta de los poetas hispanoamericanos de la época romántica respecto de los europeos: «La sociedad los desterraba, no el ansia romántica de la soledad, como en muchos europeos» 10. José Eusebio Caro es un importante poeta decimonónico, quien tiene deudas con los poetas del siglo XVIII, como los románticos de su siglo; mas, a mi parecer, es incorrecto clasificarle como romántico. Sin embargo, es operante en la obra de Caro el étimo de los adjetivos romantick, romancesco, romanesque, romantic, romántico, romantique, que es romance en inglés y castellano, y roman en francés. Pues allí está el ya mencio- nado romance 11 o poema romancesco o novelístico sobre el pirata Lara, y en los poemas líricos de José Eusebio se dan con frecuencia lo que voy a llamar espacios o nichos novelísticos, así como cierta encarnación o personalización novelística de objetos materiales cotidianos, que analizaré más adelante. Pero si la existencia de estos rasgos revela, por un lado, el talento natural que Caro tenía para la narrativa; por otro lado, le daba vergüenza su inclinación a culti- var esa dote literaria. Pero ¿cómo había de tener vergüenza de un talento inna- to? Con la satisfacción de este interrogante se revelará al mismo tiempo un aspecto de los estudios humanísticos que había realizado José Eusebio.

 Anderson Imbert, Historia de la literatura hispanoamericana, pág. .  Pienso en la acepción medieval de romance de «narración extensa en prosa o verso», estu- diada por Miguel Garci-Gómez, «Romance, según los textos españoles del Medievo y Prerrenacimiento», The Journal of Medieval and Renaissance Studies, Duke University, t. IV, , págs. -.  Russell P. Sebold BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX • 

Hacia el final de la carta titulada «La frivolidad», Caro expone su pensa- miento sobre la ficción, la novela, la poesía y la historia:

La literatura de pura ficción, tengo para mí que es en su esencia mala [...]. Tengo la convicción profunda de que si por un poder sobrenatural, o por el progreso de la razón humana, se desterrase del mundo toda novela, más digo, toda obra de ficción, el género humano haría una ganancia incalculable. Eso no sería desterrar la poesía; por- que no es la ficción sino la verdad lo que la constituye. Desterrada la ficción, queda- ría la poesía verdadera, la poesía de los sentimientos y de la historia; quedarían las glo- rias de la virtud y las armonías de la naturaleza. Esas glorias y armonías nunca faltarán, ni un corazón que las sintiese, ni una voz que las cantase. La poesía así quedaría redu- cida a un elemento esencial, que es la poesía lírica, la oda. La poesía es el canto del hombre y nada más. En ese canto hay dos cosas: la voz y el sentimiento; las dos cosas juntas son la poesía. La voz, sin el sentimiento expresado, es sólo música; el senti- miento, sin la voz, es sólo pasión. [...] El poeta es un hombre que canta lo que sien- te. Cuando no canta lo que siente, sino cuenta lo que inventa, baja de poeta a nove- lista. (Poesías, Apéndices, -).

Queda claro por qué José Eusebio abandonó la composición de su poema narrativo, Lara o los bucaneros, sobre personajes ficticios. Lo que parece preo- cuparle principalmente a Caro es la poca seriedad, falsedad o frivolidad, de las composiciones de contenido ficticio, aunque por el adjetivo mala, referida a la esencia de la ficción, al principio de las líneas citadas ahora, se insinúa que también puede haberle preocupado la posible inmoralidad de la ficción. Y esta última idea tiene cierta circulación en Hispanoamérica en los años a los que nos referimos. Por ejemplo, en su ensayo sobre la novela de Rousseau, Julie, ou la Nouvelle Héloïse, le preocupa mucho al poeta cubano José María Heredia la inmoralidad de la ficción. Se exportaron a Hispanoamérica miles de volúmenes de las obras del gran ensayista ilustrado español Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, y de esas páginas es de donde debió de venirle a Caro la noción de la poca seriedad de la ficción y la superioridad de la historia como tema útil y así recomendable a los poetas narrativos. Se refiere Feijoo al poema histórico del poeta romano Lucano sobre las guerras de César titulado Farsalia. «¡Ojalá todos los poetas heroicos hubieran hecho lo mismo que Lucano! —escribe el benedictino—. Supiéramos de la antigüedad infinitas cosas que ahora ignoramos y siempre ignoraremos. Lo que yo admiro en Lucano es que no hubo menester fingir para dar a su poema toda la gracia a que otros poetas no pudieron arribar sin el sainete de las ficciones. El fingir sucesos raros o en los sucesos circunstancias extraordinarias es un arbitrio fácil para deleitar y contentar a los lectores. Lo difícil es dar a una historia verdadera todo el atractivo de que es capaz la BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  La entrega del poeta al lector...  fábula»12. En cambio, la idea de la inmoralidad de la ficción procede de la crí- tica y la censura eclesiásticas y fue ya objeto de la sátira en la comedia neoclá- sica. En la comedia La mojigata, de Leandro Fernández de Moratín, la hipó- crita Clara, «cuando su padre la ve, / libros devotos hojea, / cuando queda sola, entonces / es la lectura diversa; / coplas alegres, historias / de amor, obrillas ligeras, / novelas entretenidas, / filosóficas, amenas, / donde, predicando siem- pre / virtud, corrupción se enseña» 13. El ya citado amigo de Caro, José Joaquín Ortiz, recuerda en él «la rigidez de sus costumbres» y «el duro tesón con que perseguía y continuaba una idea» (Poesías, XXIV). Tal idea en José Eusebio era la poca seriedad de la ficción. En forma ostensible nunca la violó tras haber dejado incompleto el poema o nove- la en verso Lara. Mas subconsciente o medio conscientemente, puede suponer- se que seguiría tentándole el innegable talento que tenía para el género narra- tivo, el cual se revela asimismo por los borradores de Lara. Como primer testimonio de la intervención de su involuntario afán novelístico en la compo- sición de sus poemas, voy a reunir a continuación ejemplos de los numerosos fragmentos narrativos y puestas en escena como si fuera para el desarrollo de una acción novelística que se dan en su poesía. El primer ejemplo parece la introducción a un cuento de horror. Doy en estos casos simplemente el núme- ro de la página de Poesías al final de lo citado.

Despiértome temblando; adoloridas / mis cansadas espaldas erizarse / sienten el lecho, con horror, de espinas; / entre el silencio de las densas sombras, / de alguno que callado se aproxima / oigo los sordos pasos, y apartando / de mi pecho las ropas que lo abrigan / de una mano fatal que no conozco / los fríos huesos sobre mí se estiran. / Yo tiemblo y callo. El corazón me hielan / sus dedos de esqueleto, mis mejillas / baña mortal; todo encogido / no oso mover mis palpitantes fibras (). Fusil al hombro, y sable y daga al cinto, / de mi infancia he dejado las riberas. () Mi lámpara nocturna está apagada; / solo estoy en silencio y en tinieblas; / ningún reloj, ningún rumor se escucha / por la ciudad que inmensa me rodea (). Cuando a la luz de esplendorosas fiestas, / al relucir de sedas y diamantes, / tus grandes ojos negros y brillantes, / en la sombra se ven reverberar; / cuando al compás de deliciosa orquesta, / de un valse entre el confuso movimiento, / veloz, como un ale- gre pensamiento, / se ve tu frente cándida girar; // Cuando descansas lánguida en segui- da / en los cojines de un diván sentada, / los párpados dejando a medio abrir; / raro

 Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, «Glorias de España», segunda parte, Teatro crítico universal, nueva impresión, Madrid, Ibarra, , t. IV, págs. -.  En Obras completas de los Moratines, ed. de Jesús Pérez Magallón, Bibliotheca Aurea, Madrid, Cátedra, 2008, t. II, pág. 286.  Russell P. Sebold BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  conjunto de modestia y vida, / de pudor y de gracia voluptuosa... / ¡Oh, sin duda que entonces eres hermosa, / cual lo oirás en voz baja repetir (). Reclinado en la alta popa / del bajel que huye veloz... (). Y no teniendo ni un amigo / con quien me pueda desahogar, / me voy a mi casa a llorar, / encerrado solo conmigo (). ¡Cómo expresar pudiera / las hondas sensaciones / que mis viejas pasiones / des- pertaron en mí, / al ver, cual antes viera, / los patios, los balcones, / los mismos baran- dones / que en otro tiempo vi! // Desierto todo estaba... / y todo silencioso; / y tan solo, medroso, / de mis pies el rumor, / confuso resonaba, / al yo cruzar ansioso / el giro tortuoso / del largo corredor. // Del corredor en frente / su estancia se veía... / Llegué al umbral... ¡un día / allí la conocí! // ¡La misma, sí, que antes, / la misma que amé tanto; / la misma... el mismo encanto / pintándose en su faz! / ¡De amor dulces instantes! / ¡De amor ardiente llanto! / ¡Casi me causa espanto / de dicha el ser capaz! (-). Solos, ayer, sentados en el lecho / do tu ternura coronó mi amor, / tú, la cabeza hundida entre mi pecho, / yo, circulando con abrazo estrecho, / tu talle encantador ().

Ante tales testimonios, ¿quién se atrevería a negar que este escritor nació para novelista lo mismo que para poeta? ¡A pesar de las curiosas ideas que tenía sobre la historia, la ficción y la novela! Pues de estos fragmentos de escenifica- ción y narración novelísticas todo el mundo habrá desprendido ya que las entregó José Eusebio al papel y a su lector ideal con tanto candor como los conjuntos de esos poemas. ¿Le habrá remordido la conciencia alguna vez al salírsele a la pluma tan irresistibles enganches de posibles novelas? En cualquier caso, estos esbozos involuntarios de posibles novelas son nuevas manifestacio- nes de las luchas interiores que contrariaban a José Eusebio. Existen dos muestras más de las posibilidades novelísticas que quedaban abiertas al talento de Caro, si hubiera vivido más años y si con esos años se le hubiera liberalizado la actitud hacia la ficción y las herramientas del novelista. Esas muestras son los poemas «La hamaca del destierro» (Poesías, -) y «El hacha del proscrito» (Poesías, -). En estos poemas José Eusebio se anticipa a una técnica característica de la primera mitad del siglo XX, la cual funde la novela y la poesía y puede manejarse, ora en el formato de la prosa, ora en el del verso. Para comprender esta técnica, hay que partir de esa definición de la novela que la mira como una serie de instantáneas de escenas y circunstancias ordinarias que dependan de cosas prosaicas. La técnica es la evocación poética de un objeto u objetos vulgares. En la novela Doña Inés, de Azorín, hay un capítulo titulado «Tío Pablo y las cosas». Para descubrir la poesía de la vieja casa de Segovia con su mirada, BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  La entrega del poeta al lector...  doña Inés la «pasa y repasa sobre la haz de las cosas a manera de silenciosa cari- cia» 14. Y el estudioso anciano que mora en esa mansión también pasa su mira- da cariñosa sobre la haz de las cosas cotidianas:

No puede ver don Pablo los muebles en distinto lugar del que están ocupando durante años, ni un centímetro más allá ni un centímetro más acá. [...] El silencio ha de ser profundo en la casa; en el silencio le place a tío Pablo escuchar el sonoro tictac del reloj. Su ropa es limpia. El mantel de la mesa del comedor ha de ser nítido; sobre el mantel han de rebrillar la porcelana, el vidrio y la plata. Una hora antes de las comi- das bebe don Pablo un vaso de agua delgada y fresca15.

En la limpia y cuidada monotonía de su casa don Pablo siente la armonía de su preciado bienestar. Evocadas con el pausado y lento ritmo de la prosa azoriniana, esas cosas de todos los días devienen ejemplares en su línea. En el verso del poeta español Jorge Guillén aparece el ruiseñor, emblema del canto y de la poesía. Mas ¿qué amigo de la poesía clásica reconocería a tan clá- sica ave en el poema «Noche encendida» de Guillén?

Tiempo: ¿prefieres la noche encendida? ¡Qué lentitud, soledad, en tu colmo! Bien, radiador, ruiseñor del invierno. ¿La claridad de la lámpara es breve? Cerré las puertas. El mundo me ciñe16.

A don Pablo, ¿quién lo duda?, también le ciñe su mundo. Al arte azorinia- no de la afectuosa evocación de lo pedestre y cotidiano, lo llamaba Ortega y Gasset sus «primores de lo vulgar». Ahora bien: una hamaca, un hacha son objetos igualmente vulgares que un reloj, una mesa, un mantel, un radiador; y no obstante, todos ellos se dotan de poesía en el género de la vulgaridad pri- morosa, al que vamos a ver que Caro se adelanta de modo brillante en sus dos ejemplos de la poesía de lo prosaico. Guillén seguramente habrá acariciado a su radiador, aun a riesgo de quemarse los dedos, y nunca gozaron una hamaca y un hacha de más tiernas caricias de palabra y mano que las de José Eusebio. Era hondo y sentimental el amor que el desterrado José Eusebio sentía por su hogar, y nadie amaba más a sus padres, su esposa, sus hijos y sus amigos que él. Y en estas añoranzas del proscrito se nos ofrece la sencilla explicación de cómo pudo anticiparse a la poetización de la realidad vulgar en literatos

 Azorín, Doña Inés, Buenos Aires, Losada, , pág. .  Ibíd., pág. .  Jorge Guillén, Cántico. Fe de vida, México, Litoral, , pág. .  Russell P. Sebold BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  como Azorín y Jorge Guillén. Al menos a su largo, último y fatal destierro en Estados Unidos (-) Caro llevó, junto con su hamaca y su hacha, la car- peta de los originales de sus versos, y estos tres objetos fueron los cortos ense- res de su nueva casa del destierro. Entregó su siempre cándida alma a su hama- ca, a su hacha y a sus originales dialogando con ellos, recordándoles cómo le servían en tiempos más felices, buscando su compañía en la noche, amparán- dose de su simpatía y consuelo en las nuevas aflicciones que le había deparado la cruel condición humana. Caro casi siempre fechaba sus poemas; y cuando retocaba uno de ellos, le ponía a su final una anotación adicional, como pasó con cierto número de los que llevó consigo a Nueva York. A su conclusión, la composición original de «La hamaca del destierro» (Poesías, -) está fechada en ; y estos versos también llevan la nueva anotación parentética siguiente: «(Refundidos en Nueva York, marzo  de )». El original de «El hacha del proscrito» (Poesías, -) está fechado en , pero en el destierro José Eusebio pone al final de estos versos la siguiente nota parentética: «(Revisados en Nueva York, Marzo  de )». Transcurrió un año entero entre las dos refundiciones, mas por el hecho de que en la obra del poeta aparezcan ordenadas una tras otra se con- firma su íntimo nexo. Las fechas originales se refieren a la vez a destierros más breves anteriores motivados, como el posterior de tres años, por conflictos polí- ticos. Además de intervenir en la política, Caro fue periodista y no solía mode- rarse en la expresión franca de sus opiniones políticas. He dicho que fue fatal su postrer destierro, porque en Estados Unidos cogió la fiebre amarilla, en la epidemia de -, y murió de esa enfermedad no bien tocó en tierra colombiana, en Santa Marta, el  de enero de , faltándole algo más de tres meses para cumplir treinta y seis años, pues había nacido el  de mayo de . La hamaca es la cama del solitario exiliado, pero es también su arrullo: «¡Vuela, vuela, hamaca mía: / y al ruido de tus alas, / adormece al desterrado!». La ha colgado en no se sabe qué aposento de una casa lejana: «Pronta vuela; y cuando el sueño / llene rápido la estancia / ...». Con el arrullo de la hamaca, se acuerda Caro «de la madre cariñosa / que al bajar la noche parda, / con dos besos mis dos ojos, / bendiciéndome, cerraba». Recuerda el nogal que protegía la casa en aquel feliz antaño, pues la hamaca, ahora proscrita, entonces «sus- pendida de sus ramos, / de azucenas coronada, / fresca y leve te mecía, / al impulso de las auras». Mas todo eso no es ya sino un lejano recuerdo, «y tú, hija de los aires, / hoy pendiente a mis espaldas, / fugitiva vas conmigo / sin parar de playa en playa». «Sin dejarme, de los hombres / atraviesas las mora- das, / y conmigo de los mares / ves las ondas solitarias». La triste luz de la luna «nos alumbra: tú, colgada / de algún árbol extranjero; / ¡yo, soñando con la patria!». «¡Vuela, vuela, hamaca mía; / y al ruido de tus alas, / adormece al des- BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX •  La entrega del poeta al lector...  terrado / que ha perdido cuanto amaba!». Conmueve el aire de compañerismo que se da entre hamaca y peregrino. ¿Quién ha amado más a su hamaca? ¿Qué hamaca ha participado más en la experiencia íntima de su dueño? ¿Qué hama- ca poética ha dado mayor salto hacia la realidad que ésta, tan tiernamente ama- da de José Eusebio? Ocupémonos de «El hacha del proscrito». Hamaca y hacha viajan juntas, compartiendo los hombros y las espaldas de su compañero humano, y es «nues- tra», común de los tres, la huida que han emprendido. Se dirige José Eusebio a su hacha: «Yo, durante nuestra fuga, / tengo al hombro de llevarte, / y un bordón en ti y apoyo / hallaré cuando me canse». Compañero más servicial en incómodas andanzas por parajes solitarios no ha tenido ningún peregrino que el hacha de Caro. «Tú prepararás mi lumbre, / tú prepararás mi carne, / la caverna a que me acoja, / ¡y hasta el lecho en que descanse!». Su hamaca y su hacha ¿son meros objetos materiales? La deuda sentimental del poeta con ellas las hace susceptibles de la emoción y las humaniza. «Muda, inmóvil, formida- ble —le dice al hacha—, / me harás guardia, cuando el sueño / en mis párpa- dos pesare». Cuando el proscrito canta romances de la patria, reserva a su hacha un papel indispensable: «Y a la roca tú de lomo / sin cesar dando en la base, / el compás irás notando / con tus golpes resonantes». En lo más importante que José Eusebio pide a su amada hacha podemos suponer que participarán también la hamaca y los originales poéticos que lleva consigo:

¡Sí, consuelo del proscrito! ¡Oh, jamás aquí le faltes! ¡Ay! de cuanto el triste llora si es posible veces hazle! Patria, amigos, madre, hermanos, tiernos hijos, dulce amante; ¡Cuanto amé, cuanto me amaba vas tú sola a recordarme!

Una última petición no deja de hacer a su querida hacha: «¡No abandones al proscrito / sin que al fin su tumba excaves!». No podía sospechar Caro que buscaría esa tumba tan pronto. Mientras tanto, seguiría cantando a sus com- pañeras del exilio. El canto al hacha se alegra un poquito con la repetición cin- co veces del estribillo: «¡Ay! tú me entretenías / en mi niñez! / ¡Ven, sígueme en los días / de mi vejez!», cuyo penúltimo verso cambia las otras cuatro veces: «¡Ayúdame en los días»; «¡Defiéndeme en los días»; «Consuélame en los días»; y «¡Sepúltame en los días». A través de la rica vida interior del poeta (posible novelista) de tan singular talento evocativo, las «cosas», como las llamaba Azorín, llegan a cobrar una sorprendente sensibilidad.  Russell P. Sebold BRAE, t. LXXXIX • c. CCXCIX • 

Mas no olvidemos esas otras «cosas» literarias —hojas y tiras de papel, plu- mas, mediadoras de todo esto—, a las que también se dedicaba José Eusebio en solitarias habitaciones de lejanas posadas, en dormitorios prestados por amigos yanquis, o en alguna gruta natural. La relectura de un poema da pie para mucha meditación, y su refundición para muchísima más. A José Eusebio podían írsele en esto horas enteras; y según José Joaquín Ortiz, Caro «no entregaba al papel su poesía hasta haberla pensado con detención y profundi- dad» (Necrología, Poesías, XXV).

RUSSELL P. S EBOLD Académico Correspondiente de la Real Academia Española