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DISCURSO DE S.E. LA PRESIDENTA DE LA REPÚBLICA, MICHELLE BACHELET, EN PROMULGACIÓN DE LEY QUE AUTORIZA ERIGIR MONUMENTO AL EX MINISTRO, ABOGADO Y DEFENSOR DE LOS DERECHOS HUMANOS, SR. JAIME CASTILLO VELASCO

Santiago, 27 de Julio de 2015

Amigas y amigos:

Quiero saludar, en primer lugar, al Partido Democratacristiano, que celebra su aniversario número 58, y a todos quienes nos acompañan hoy: a los amigos y familiares de don Jaime, a sus colaboradores y discípulos, a sus compañeros de partido, a todos quienes lo conocieron y gozaron de su ejemplo y su sabiduría.

Quiero agradecer especialmente a los parlamentarios que impulsaron esta ley, para que contemos con un monumento en homenaje a este hombre central en la historia de en el siglo XX.

Porque si el siglo XX chileno conoció intelectuales, políticos y creadores de excepción –pienso en Gabriela Mistral, en Neruda, en el Presidente Aguirre Cerda, en , en Jorge Millas o Luis Oyarzún–, nos dio también figuras morales, cuya estatura se proyecta hasta el día de hoy.

Y en ese campo brilla con luz propia, junto al cardenal Raúl Silva Henríquez, Clotario Blest y muchos otros, la figura de don Jaime Castillo Velasco.

Y aquí uno se pregunta desde qué ángulo abordar la figura de don Jaime.

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¿Como ex ministro de Justicia, como fundador de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, como abogado en el caso Letelier, como integrante de la Comisión Rettig?

¿Como ideólogo y pensador de su partido, el partido Democratacristiano, el democratacristiano cuya palabra iluminaba los debates entre sus camaradas y, por supuesto, mucho más allá?

¿Como el demócrata consecuente y tenaz?

¿Cómo el opositor al que la dictadura –como aquí se recordaba- no se contentó con expulsarlo del país una, sino en dos oportunidades?

En cualquiera de esas facetas, don Jaime merecería un monumento.

Pero permítanme detenerme en este punto: don Jaime fue expulsado de Chile, junto a Eugenio Velasco Letelier, en agosto de 1976, “por constituir un peligro para la seguridad interior del Estado”. En buscó refugio en la embajada de Venezuela. En , en 1977, hacía huelga de hambre para protestar contra la denegación de sus derechos por parte del gobierno y los tribunales chilenos.

Y cuando volvieron a expulsarlo, nuevamente en el mes de agosto, pero de 1981 –esta vez junto a Carlos Briones, Orlando Cantuarias y Alberto Jerez–, don Jaime resistió al arresto, dicen que aferrado con sus manos de boxeador a la reja de su casa, y los agentes, para llevarlo al aeropuerto, tuvieron que arrastrarlo y sacarlo en vilo.

Ese era Jaime Castillo Velasco.

Su conciencia de los derechos inalienables de la persona humana era tan profunda, que incluso en su natural mansedumbre se rebelaba y resistía, físicamente si era necesario, frente a los atropellos.

Era un hombre que amaba a esta patria y a su gente. Que defendió a los perseguidos sin hacer cuestión de su pensamiento o color político, y que

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Dirección de Prensa fue él mismo perseguido, porque quienes arrasaron nuestra democracia lo sabían peligroso.

Don Jaime era peligroso porque sabía que la reconstrucción de Chile sólo sería posible si lográbamos crear una patria unida, que diera cabida a cada persona y que no condenara las diferencias.

Era peligroso, porque había reflexionado mucho sobre el carácter sustantivo de los derechos humanos, y sabía que éstos no son opinables, no están ni pueden estar sujetos a la razón de Estado, no son una concesión que el poder hace a las personas.

Es al revés. El poder nace, precisamente, de una comunidad que se organiza para respetar estos derechos, para proveer a cada quien el sustento y la protección necesarios para que la vida en común sea armónica y feliz.

Hoy, cuando vemos que salen a la luz nuevas verdades sobre atrocidades cometidas durante la dictadura militar, es bueno recordar la integridad y la valentía sin alardes de hombres –y mujeres vamos a decir, pero en este caso hombres- como Jaime Castillo Velasco.

Porque aunque es doloroso tener que volver a enfrentar hechos de horror, como las circunstancias de la muerte del ex Presidente Eduardo Frei Montalva, el asesinato de Víctor Jara y Rodrigo Rojas De Negri, y la brutal agresión sufrida por Carmen Gloria Quintana, es sano para Chile que avancemos no sólo en conocer qué ocurrió, sino que avancemos también en justicia y, por supuesto, en reparación a las víctimas y familiares.

Así como en septiembre del 2014, cuando al inaugurar en la sede de la ANEF el memorial que recuerda a los más de 300 funcionarios públicos víctimas de la dictadura, dije que era necesario que quienes tuvieran información sobre las violaciones a los derechos humanos, civiles o militares, la entregaran, antes de que fuera demasiado tarde, hoy quiero reiterar ese llamado a quienes tengan información, porque basta de silencio.

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Hay personas que saben la verdad de muchos casos que aún permanecen sin resolver. Chile les pide que sigan el ejemplo del conscripto Fernando Guzmán, que ayuden a reparar tanto dolor.

Desde el Estado, quisiera reiterar hoy mi compromiso de adoptar una Política Explícita e Integral en Derechos Humanos, que promueva y garantice su vigencia a través de una institucionalidad adecuada, con garantías de derechos, con verdad, justicia y reparación para las víctimas de crímenes de lesa humanidad, sus familiares, pero también para el conjunto de la sociedad.

Porque sólo así podremos reencontrarnos como lo que verdaderamente somos: un país de hermanos, donde la libertad, la igualdad, la justicia y la fraternidad se viven cotidianamente y orientan nuestras acciones en el trabajo, en la convivencia, en la acción política, en la imaginación de un futuro compartido.

¿Por qué hablo de acción política y de imaginar un futuro común?

Porque el rol de Jaime Castillo Velasco no sólo fue esencial en la defensa de los derechos humanos. Fue central, también, en la unidad de la coalición de centro izquierda que somos, en la idea de construir junto a la nación de hermanos, una patria para todos.

Estuvo en la fundación de los cimientos de ese Chile generoso, capaz de derrotar al miedo y al autoritarismo, y reconquistar, en paz, la democracia que tenemos.

Una democracia que, a 25 años de su regreso, se hace exigencias de perfeccionamiento y de cambio. Una democracia sólida, pero que experimenta hoy algunos límites en sus instituciones y prestaciones. Una patria que demanda más en todos los sentidos, porque puede más.

Una democracia que don Jaime imaginó, ante todo, con una Nueva Constitución, fruto de la deliberación conjunta de toda la sociedad, que

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Dirección de Prensa abra el camino, como él decía, “al desarrollo de los derechos sociales y económicos, cuya presencia es indispensable para dar a la democracia un sentido integral”.

Ese, y no otro, es el proyecto de “leal convivencia” -palabras que don Jaime usaba con frecuencia- que él soñó para Chile. Un proyecto que hoy nosotros estamos en un momento privilegiado para construir.

Pero seamos sinceros. Un proyecto de tal envergadura no puede responder a lo que él llamaba “particularismos ideológicos ni dogmas”. Debemos ser capaces de una solidaridad mayor, de una voluntad de cooperación tan amplia y profunda entre nosotros, como los cambios que Chile necesita.

Hoy día, tal como entonces, todo lo que no sea unidad en torno a los propósitos que se nos han encomendado y que hemos comprometido explícitamente, es un factor que retrasa nuestro avance y debilita nuestra respuesta al país.

Yo sé, tan bien como ustedes, que en una circunstancia como ésta, don Jaime Castillo Velasco habría luchado por la unidad que construye la fuerza que se requiere para hacer los cambios.

Porque la promesa con la que llegamos al Gobierno es una certeza que todos compartimos. Es un proyecto de país que apunta a modernizar y hacer más justo nuestro orden social, económico, político, humano, para enfrentar con éxito y con sustentabilidad los desafíos del futuro.

Precisamente esa vocación por un orden más justo es lo que dio vida a la Democracia Cristiana. Y aunque el contexto ha cambiado, la aspiración de dignidad humana, de justicia y cohesión social es la misma.

Si en el pasado concentramos nuestras energías en la lucha contra la pobreza, y hemos tenido grandes éxitos en ella, hoy la demanda es también terminar con la fragilidad de la clase media, garantizándole derechos sociales y oportunidades equitativas.

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Si en el pasado pudimos avanzar mediante ajustes parciales, hoy la realidad del desarrollo del país y las demandas de la sociedad nos exigen revisar aspectos estructurales de nuestro ordenamiento. Y ésta es una base compartida que nos ha reunido en torno a nuestro proyecto de Gobierno.

Éstos son los propósitos que nos mueven y compartimos, propósitos que movilizan a la Democracia Cristiana, a los demás partidos de la coalición y a la mayoría de nuestros compatriotas.

Llevarlos a cabo es una tarea que ningún grupo puede cargar sobre sus hombros únicamente, porque es una tarea exigente y requiere un sentido de mayorías, por eso somos una coalición.

Debemos ser capaces de solidaridad y de amistad cívica. Debemos estar a la altura del momento histórico y dar pruebas a nuestros compatriotas de que pueden tener razones para confiar y para ser parte de esta empresa.

Porque hoy que la actividad política no concita el apoyo ni la confianza de la mayoría de nuestros compatriotas, estamos obligados, todos, a hacer un esfuerzo mayor de cohesión, de unidad, de respeto mutuo, de fraternidad y de disciplina.

Esa responsabilidad, esa capacidad de articulación, de renuncia, de disciplina, de liderazgo sin personalismo, de respeto hacia el otro, de compromiso con las tareas impostergables, es lo que encarnaba don Jaime Castillo Velasco.

Y sé que la Democracia Cristiana vibra, como lo hemos podido ver aquí, profundamente con su ejemplo. Porque demuestra hasta qué punto es necesario buscar en las raíces cuando nuestra primavera demanda flores nuevas.

Porque es sobre ese suelo que se erigió y nutrió la DC de hoy.

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Y es desde esa savia que puede y debe seguir aportando un papel irreemplazable: desde ese humanismo cristiano que encuentra en el humanismo laico su natural compañía en la concreción de esa patria común que merecemos ser.

Muchas gracias.

* * * * *

Santiago, 27 de Julio de 2015.

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