Atzavares

Séptimo Premio de Relato Corto • Año 2012

Vicerectorat de Cultura i Extensió Universitària Universidad Miguel Hernández Delegació d’Estudiants de la Facultat de Ciències Socials i Jurídiques d’Elx Séptimo Corto Premio de Relato Universidad Miguel Hernández • año 2012

Vicerectorat de Cultura i Extensió Universitària Delegació d’Estudiants de la Facultat de Ciències Socials i Jurídiques d’Elx Atzavares Atzavares

Séptimo Premio de Relato Corto • Año 2012 Universidad Miguel Hernández

Vicerectorat de Cultura i Extensió Universitària Delegació d’Estudiants de la Facultat de Ciències Socials i Jurídiques d’Elx

Dirección: Secretariado de Extensión Universitaria. Coordinación: Josep Sou. Convoca: Vicerrectorado de Cultura y Extensión Universitaria. © Pórtico: Esther Sitges. © Textos: sus autores. © Diseño y Maquetación: Silvia Viana. © Editor: Intertraining, S.L. ISBN: 978-84-939819-0-7 Imprime: Cromosystem, S.L. Deposito legal: A 651-2012 Pórtico

Otra manera de mirar la vida, con sus complejas aristas, la obtenemos a partir de los ojos de la literatura. Y después de observarla, la vida, nos atrevemos a surcar campos y mares, cumbres y valles, volando a través de los deseos recompuestos en la fragilidad de la esperanza. Mundos que son un mundo, y universos metafóricos que, dispuestos en el orden de la imaginación estricta, nos otorgan la suerte de viajar desde el confín de la imaginación remota. Y todo eso, ni más ni menos, lo tenemos hoy en las manos. Abrimos cualquier página de esta nueva entrega de Atzavares y se elevan, como por ensalmo, la gracia de la escritura, el caos organizado de la razón, la pasión y la melancolía, el recuerdo y la caricia del futuro, frutos, todos ellos, de la inspiración y del trabajo sólido de los creativos. Nos congratulamos por servir, desde la modestia de un proyecto que apreciamos, los intereses de la lectura, de la comunicación y de la creatividad. Los intereses de una literatura que, cuando narra y hurga en el sentimiento, nos hace próximos. Gracias a todos.

Esther Sitges Maciá Vicerrectora de Cultura y Extensión Universitaria Universidad Miguel Hernández de Elche

5 Jurado Premiados

Presidente: D. Carlos José Navas Alejo, profesor del Departamento de Estudios Primer Premio: Iván Latour Guillén con el relato La sombra de una duda. Económicos y Financieros de la Universidad Miguel Hernández de Elche. Segundo Premio: Luis Torrús Cortés con el relato Segundo hache. Vocal: D. Antonio Sempere Bernal, profesor del Departamento de Estudios Tercer Premio: Silvia Otero Rodríguez con el relato La Clepsidra. Económicos y Financieros de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

Secretaria: Dña. Mª Cristina Pastor Valcárcel, Delegada General de Estudian- tes de la Universidad Miguel Hernández de Elche. Seleccionados para su publicación

• Mª Teresa Albero Sempere con el relato No està tot perdut. • Luis Baeza Andreu con el relato ¿Dónde duermen las palomas?. • Martín Gil Garganta con el relato Labios cegados. • Rafael Gómez Ruiz con el relato El profesor Dadelsen. • Lola Hernández Francés con el relato Y si no es así. • Javier Illán Segura con el relato Demasiado bueno para ser cierto. • Javier Illán Segura con el relato Lucía. • Natalia Moltó Llopis con el relato Plantar cara. • Natalia Moltó Llopis con el relato Valientes. • Víctor Olcina Gisbert con el relato No hay nada que hacer.

6 7 Relatos La sombra de una duda de Iván Latour Guillén Primer Premio donde vive con su mujer, un japonesa llamada Hiromi, y una hija pequeña que parece un dibujo animado. Con el corazón en un puño sigue leyendo el reportaje y termina convenci- do de que el escritor cubano no es más que un doble, una versión mejorada, gallarda y exitosa de sí mismo. Alguna vez había oído hablar de esa leyenda, la posibilidad de que todos tengamos un doble en algún lugar del mundo, pero nadie le había dicho que ese doble pudiera arrebatarle el mejor trozo del pastel, conseguir lo que él siempre había ansiado y en lo que tantas veces había fracasado. Lee el reportaje una y otra vez, analiza las dos fotos que lo acompañan y vuelve a empezar de nuevo. Hasta la foto del cubano le guarda Como tantas otras veces, pone su nombre completo en Google y se entre- un parecido, uno de esos parecidos sutiles pero definitivos, salvo por el hecho tiene un rato leyendo los resultados. Se aburre pronto de Internet, especial- de que el cubano luce un envidiable bronceado y ha conservado todo su pelo. mente ahora que, de baja por un problema de ansiedad, pasa las horas Sin pensarlo dos veces compra esa misma noche un billete para Cuba. Se muertas en casa sin hacer realmente nada. Los resultados de la búsqueda son planta en la isla sin ningún plan, salvo el de localizar al escritor. Todo el tiem- los habituales: la nota de un examen de la universidad suspendido que por po se pregunta el sentido de su viaje pero, incapaz de darse una respuesta, alguna razón nadie ha borrado y tras el cual decidió abandonar la carrera; su continúa adelante. No le resulta difícil encontrar al escritor, tras lo cual decide nombre como finalista en un concurso de relatos que nunca llegó a ganar seguirle los pasos. Durante unas semanas se convierte en su sombra, nunca pese a intentarlo en un par de ocasiones, así como otras referencias, nombres mejor dicho, manteniendo siempre una prudente distancia para no ser descu- parecidos al suyo, como remedos de un personaje, el suyo, que a veces lee bierto. Alquila una casa cerca de la suya y le sigue cuando se desplaza en su por puro aburrimiento. vespa, cuando asiste a eventos o cuando pasea con su familia por la playa. Un buen día aparece un resultado distinto. Se sorprende al encontrar una Poco a poco comienza a odiarle, aunque reconoce que ese sentimiento persona con la que comparte no sólo el nombre sino los dos apellidos. No es estuvo ahí desde el primer momento. No soporta la idea de que una persona para menos pues tanto nombre –español– como su primer apellido –francés– tan parecida a él mismo disfrute de una vida tan placentera, cuando la suya y el segundo –inglés– no son muy comunes y menos aún juntos y en ese propia hace tiempo se fue por el sumidero. Hay algo injusto en todo aquello mismo orden. Por primera vez durante mucho tiempo siente una intensa y fantasea con la posibilidad de asesinarlo y ocupar su lugar, aunque sabe de emoción, mezcla de curiosidad y también de un temor absurdo que entonces lo absurdo e inviable de ese plan. no logra explicarse. Un día el escritor cubano asiste a un congreso de escritores en Valparaíso. Se trata del reportaje de un periódico cubano dedicado al reciente gana- Por una vez decide no seguirle y se queda en Cuba rumiando su futuro. El dor de un importante premio literario en la isla. Acompaña una reseña del avión desaparece a mitad de camino. Se ha estrellado en mitad de la selva escritor, así como una breve entrevista en la que se mezcla lo personal con amazónica y no hay supervivientes. Es como si el destino le hiciera un guiño, lo profesional. El escritor cubano con el que comparte nombre había, como pero durante unos días no sabe qué hacer con su vida. Asiste como un fan- él, iniciado su carrera como oficinista en una compañía de seguros, para tasma a las exequias del escritor cubano, ya sin necesidad de esconderse, e dejarlo años después por la literatura. No tenía seguridad alguna de poder incluso le da un sentido pésame a la viuda. Sigue viviendo en la casa alquila- costearse la vida escribiendo, pero a pesar de ello había decidido dejarlo da, empieza a hacer vida social y acaba conociendo a sus vecinos, incluyendo todo para luchar por su sueño. Las cosas no le habían resultado fáciles al a del finado. Tratar con la japonesa y su hija se convierte en algo principio, pero tras unos cuantos varapalos había conseguido publicar un pri- cotidiano y como buen vecino les ayuda con las cosas de la casa, se prestan mer libro de relatos y tras éste unas cuantas novelas que le habían granjea- sal, azúcar y esas cosas. Congenian de maravilla y varias veces comentan que do cierto éxito, antes de la gloria que había supuesto este último galardón. es como si se hubieran conocido desde siempre. Sin apenas darse cuenta se Con el dinero obtenido había comprado una casa de madera a pie de playa, enamoran, aunque no es un amor loco ni pasional, más bien el cariño madu-

12 13 ro y sereno que comparten las parejas que ya llevan mucho tiempo juntas. Se casan una tarde lluviosa de septiembre. Asisten otros escritores, viejos amigos del cubano, con los que enseguida hace buenas migas. La vida en familia resulta agradable, algo nuevo y refrescante, pero pron- to advierte que no todo son alegrías. Hiromi, su mujer japonesa, gasta el dine- ro a manos llenas y los ahorros de la familia empiezan pronto a menguar. Segundo hache Hace falta dinero y los royalties que reciben por las ventas de los libros del escritor cubano no son suficientes. En un momento de inspiración decide vol- de ver a escribir. Le resulta muy costoso, ha perdido la práctica tras largos años de desuso, por lo que decide inspirarse en los textos del cubano. A partir de Luis Torrús Cortés ese momento todo resulta más fácil y no tarda en adoptar su estilo. Las pala- bras fluyen de forma natural, como si hubiera encontrado esa voz interior que Segundo Premio siguen al dictado los grandes escritores. Recupera antiguos personajes y tra- mas, y en menos de dos meses termina de escribir una novela. Decide publi- carla con el nombre del escritor cubano, una novela póstuma auspiciada por su viuda, que participa en la farsa dando fe de la originalidad del texto. El éxito es inmediato. Nada vende mejor que el libro de un muerto. El dinero vuelve a entrar en casa y todos respiran aliviados. Sigue escribiendo por las mañanas y por las tardes pasea por la orilla de la playa con su familia. En pocos meses consigue terminar otra novela póstuma y su mujer recibe un jugoso anticipo por los libros póstumos venideros. La vida les sonríe, se siente mejor nunca, aunque últimamente no puede quitarse de encima una extraña sensación. No puede asegurarlo, pero es como si alguien le estuviera siguiendo los pasos.

14 ni quiso irse y alimentó cruelmente ese latir apenas de la duda y entonces silencios, insomnio y poemas. Vienes y giras y te sueltas la melena y conquistas mis murallas y saltas y sufres y gritas y lloras ardes, recuerdas, callas, respetas, aligeras y entorpeces sueñas, cantas, bebes oprimes mi pecho y desapareces Y regresas Me voy de mi vida y alegras mis dedos y sientes la calma ahora que sé volver. y me tocas el pelo, limpias tu trono y enfrías mis pies mientras olvidas mi nombre Para todas y cada una. y vives y viajas y me miras y enloqueces y me añoras y me mientes y besas mi frente Seguía pensando en ella mientras subía, parsimonioso, los dos únicos tra- ¿y yo qué? mos de escaleras con las llaves ya en la mano. se ve que para mí Su nombre era Luz y se enamoró sin remedio ni culpa de sus andares respirar no es tan urgente de gacela y de la amarga historia de sus heridas. Se habían encontrado por casualidad en un giro de sus vidas y decidieron estar juntos por el error de necesitarse, amándose sin pacto previo, demasiado deprisa, demasiado de Sin borrarla de sus pensamientos y ya frente a su puerta separó el mano- cerca, a borbotones. Y fueron felices hasta que un día, ella, estando con jo de llaves con la ayuda del pulgar de la misma mano que las sostenía, for- él, se sintió sola pero no se lo dijo. Tuvo miles de oportunidades y formas mando con una suerte de abanico metálico. Eligió la primera de la de hacerlo, aunque habría bastado con una de cada, pero no lo hizo. izquierda y dejó caer el resto bajo un leve tintineo. La introdujo en la cerradu- Jamás se lo dijo. ra y la giró a la derecha. –Me siento sola. La llave casi ni se movió y la puerta continuó cerrada. –¿Cómo te vas a sentir sola si estás conmigo? Giró a la izquierda. Derecha, izquierda, derecha… no hubo manera. La –La soledad no vive sola. extrajo y se la quedó mirando con un teatral gesto de extrañeza dirigido a un Lo escribió en sus ojos para que él lo supiera al mirarla, pero él no vio público inexistente, entonces levantó la cabeza, observó la puerta y vio la H. nada, nada distinto a ese marrón ermitaño que lo había llevado, inevitable- Dio dos pasos asimétricos hacia atrás y volvió a fijar la mirada con la vana mente, a la injusta locura del amor incondicional. Cuando al fin él lo supo esperanza de que la nueva perspectiva trasformara aquella letra mayúscula, definitivamente, un día en el que ella estaba feliz y él inexplicablemente tris- dibujada en negro sobre dorado, en alguna otra del abecedario. Pero la dis- te, su vida ya no era otra cosa que abrazarla. Se sintió perdido y trágicamen- tancia no obró el milagro y sin fe buscó las letras de imprenta que, pegadas te culpable y bajó tanto la mirada que olvidó el horizonte. Guardó y cuidó directamente en la pared, formaban necesariamente la palabra “segundo”. su dolor a base de lágrimas y recuerdos, como si ese dolor fuera la única y Segundo hache, era su casa. preciada hebra que lo mantenía unido a ella, porque creía que el dolor es La idea de intentar abrir la puerta de nuevo cohabitaba sin ventaja con esperanza y no lo es. Y todo duró demasiado tiempo, porque ella ni supo alguna otra: la cerradura puede que estuviera rota o la llave dañada ¿y si habí-

16 17 an entrado a robar y bloqueado la puerta? Además, había abierto la primera, –Pues a mí no se me ocurre nada –dijo él apesadumbrado. la del postigo ¿o ya lo estaba cuando entró en el edificio? Estos pensamien- –Mejor así –contestó ella–. Perder la esperanza es la mejor manera de tos desaparecieron de repente al apagarse la luz de la escalera ya que, otra encontrar lo que se anda buscando. luz, tenue, pero distinguible, iluminaba con delicadeza la suela de sus zapa- Sonrió ante aquella ocurrencia y ella le devolvió con creces su sonrisa, sonri- tos y las losas del suelo, dejando ver la alargada sombra de diminutos restos sa que avanzó con furia hacia él y le atravesó la cabeza, desde las pestañas hasta de suciedad hasta ahora ocultos. Había alguien en casa. la nuca, acarició sus hombros, bajó vértebra a vértebra por su espalda, llenó su Se acercó a la puerta y, desoyendo a su furibundo corazón y a todo su sis- pecho y finalmente escapó mezclada con su aliento convertida en felicidad. tema nervioso, llamó. La miró y no perdió nada e imaginó una brisa y un camino y un domingo No usó el timbre. Dos golpes. Piel contra madera. y un sol de otoño y a su izquierda una playa y a su derecha… No tardaron en oírse unos pasos, la puerta se abrió y apareció ante él una –Por cierto ¿cómo te llamas? –preguntó él. mujer joven a la que no conocía. –Me llamo Sombra –contestó ella. –Hola ¿Eras tú el que estaba intentando abrir la puerta hace un momento? Y entonces, en ese instante, lo supo, todo se le hizo evidente, como al –Hola –balbuceó él–. Sí, es que creo que me he equivocado de casa o de que ya no ama, como al que no huye de su destino, como al que despierta y edificio o no sé, pensaba que vivía aquí. descubre la mañana. Mientras, con gran esfuerzo, completaba la frase, una terrible sensación Supo sin temor, que no se había equivocado de casa, sino de vida. de angustia le subía del estómago a la garganta. Sintió como se le escapaba el color de la cara sin necesidad de verlo, comenzó a sudar y perdió la fuerza de las piernas. La muchacha lo vio tan apurado que le invitó a entrar y le ofreció en la misma frase un vaso de agua. Él aceptó la oferta y entró en esa casa ajena de puerta propia. Al avanzar por el largo pasillo se activaron sus sentidos buscando elemen- tos reconocibles que lo situaran más cerca de la razón, pero no los encontró. La estructura era la misma y lo demás distinto, sobre todo el olor y el sonido. El olor a tormenta de vainilla y el sonido el de una música que venía de algún lugar indefinido y que le hablaba de amor y complicidad. Llegaron al salón, ella le indicó que se sentara con un gesto de mano dere- cha y lo dejó solo unos segundos mientras iba a por el prometido vaso de agua. Cuando regresó se sentó a su lado e intercambiaron vaso por sonrisa y ya más tranquilo pudo observarla. Era morena, y guapa sin querer, y llevaba el pelo recogido de cualquier manera, lo que propiciaba que un mechón negro le cayera cruzando el rostro de la frente a la barbilla, partiendo a su paso, pero sin tocarlos, un precioso ojo también negro y una boca que le habló. –¿Estás mejor? –Sí, gracias, aunque todavía no entiendo qué ha pasado. –Bueno, seguro que hay alguna explicación lógica que nos encontrará sin que tengamos que ir a buscarla. Y él guardó ese “nos” para siempre…

18 19 La clepsidra de Silvia Otero Rodríguez Tercer Premio Los años pasaron y mis vestidos de muñequita fueron sustituidos por vaqueros desgastados, mis tirabuzones se alisaron bajo el yugo del secador, y mis pestañas doradas se ennegrecieron con la quemadura del maquillaje, haciendo que, a mis dieciocho años, tuviese la apariencia de veintiuno. A él, las pirámides de arena se le comenzaron a quedar pequeñas y tuvo que inven- tar un nuevo entretenimiento. Un día lo volví a ver en el mismo sitio que hacía diez años, esta vez sentado sobre un banco de pintura desconchada por las miles de espaldas que le habían confiado su peso. Al principio no le reconocí, ya que sus tirantes añiles ahora colgaban de su cintura, adornando sus panta- lones ajados, pero cuando vi el movimiento de sus manos me acordé de él. Cuando vi a aquel niñito con tirantes vaqueros, mi mirada apenas rozó su Esta vez no jugaba con la arena: jugaba con el sol. Con pequeños fragmentos piel unos segundos, para después seguir vagando entre las demás personas de madera, conseguía crear sombras de formas increíbles en el aburrido suelo que paseaban por aquel lado del río. Había muchas, entre ellas una joven de de cemento, como si de un teatro de marionetas se tratase. Me detuve a mirar- cabello rizado que sonreía con ternura, una mujer cuyo perro intentaba alcan- le, como me había sucedido cuando era una niña, pero esta vez hubo una dife- zar una paloma con las patas y una anciana con los cabellos nevados en rencia: él también me miró. Como si siempre me hubiera esperado... medio del calor de aquel primer día de julio. Cada uno con su propia historia A continuación, hizo algo que me dejó sin respiración. Con un movimien- convertida en minutos. Personas que duraban menos de un instante en mi to de muñeca, cruzó varias tablas de madera torcidas y de las sombras nació campo de visión, para después ser sustituidas por otras diferentes a las que ni otro dibujo. Una rosa. El chico de los tirantes vaqueros agitó entonces los bra- siquiera podía diferenciar de las anteriores. zos y la flor se desplazó hacia mí, flotando hacia mi mano vacía. Intenté cerrar Pero el niño seguía ahí. Parado. Calmado. Y mi mirada volvió a depositar- los dedos en torno a ella, pero se esfumó, como si estuviera hecha de vapor se sobre él: se había sentado a la orilla del agua, sobre una pequeña loma de negro. Como si se hubiese asustado de mí. Al ver mi cara de asombro, el arena blanca, y parecía concentradísimo en crear dunas con su preciada mate- joven se echó a reír. Y me dibujó otra rosa con aquel carboncillo de oscuridad. ria prima. Pero lo que más me llamó la atención fue que cada uno de los mon- Pero esta vez la dejé flotar sin intentar cogerla. toncitos que formaba era de igual tamaño que el anterior, pequeñas pirámides Los días pasaron... y los meses... y los años. Pero nunca olvidé a aquel niño hechas de ahínco y maña, cuyos vértices iban alzándose granito a granito, con que cuando fue un adolescente me regaló una rosa hecha con sombras. una altura aproximada de un palmo. Durante los minutos que lo estuve obser- Hecha de material robado directamente del sol. Y supe que le volvería a ver. vando, el pequeño tomó seis puñados de arena con su diminuta mano y acto Durante semanas pasé delante de aquel banco despintado sin que él me seguido espolvoreó lentamente su contenido sobre el terreno, siempre con la esperase allí. Hasta diez años después. O diez segundos... misma parsimonia, siempre con la misma ausencia de prisa, haciendo que mi Ese día no jugaba con la arena. Ni con el sol. Parecía esperar a alguien. O mundo se detuviera a admirar su rudo baile. Grano tras grano, segundo tras a algo. Yo me detuve de golpe, sorprendida, a pesar de que llevaba mucho segundo, se podían ver pasar las horas, las estaciones, los años. Es más, mon- tiempo sabiendo que iba a verle de nuevo. Y le miré. Recordaba perfectamen- taña tras montaña, se forjaba la simetría y la belleza de lo pasado, el esfuerzo te esos ojos redondos del color de las avellanas recién cogidas, con espigas de lo presente y la agonía, ansia e futura. ¡Cuán hermosa era la negras y amarillas brotando de la tierra de sus iris. Y su cabello color ceniza. pirámide que acababa de terminar! Cómo parecía costarle la que estaba Ceniza como la que se queda en un vaso de plástico cuando varias personas haciendo ahora. Quién sabe si podría finalizar una séptima... Tirantes vaque- han apagado su cigarrillo en él. Ceniza color ceniza. ros... Tirantes vaqueros que parecían estrecharse cada vez más, como si quisie- Tal vez luego le volví a mirar una tercera vez. Y luego una segunda. Y él ran asfixiar al pequeño arquitecto para que así el terreno continuase siendo me miró también, como hacía diez años. Y a continuación nuestras pupilas se virgen. Para que nadie supiera que el mañana se forjaba con los pilares del cruzaron en una sexta y una cuarta mirada. Ceniza como las nubes que tapa- ayer. Para esconder su secreto, que yo todavía tardaría en descubrir. ban el sol aquel día. Que empezaron a llorar.

22 23 Con asombro, vi que eso era lo que él estaba esperando. La lluvia. Gota a Le miré sorprendida. Aquel joven hecho de gotas, luz y nubes acababa de gota, suavemente, mi camisa se empezó a manchar con el llanto, y el agua regalarme tres fragmentos del bien más preciado del universo; ese bien que hizo que mi pelo empezara a rizarse, mis pestañas recuperasen su color dora- crece a partir de una raíz de segundos, gana altura con follaje de minutos y do y me convirtiese en aquella niña que un día se detuvo a ver jugar a un niño florece con flores de horas después de muchos días. Realmente, siempre sentado sobre una duna de arena. Con tirantes vaqueros... había sabido que él era alguien especial... Él extendió las palmas hacia el cielo y cerró los ojos, mientras el agua caía En efecto, me había enamorado del tiempo. Pero nunca supe cuánto estu- sobre sus hombros como si quisiera desteñir su piel tostada por el sol. Para vol- vimos juntos. Tal vez fueron semanas o tal vez minutos. Tal vez, como he verle pálido, como lo era aquel pequeño que hacía pirámides de superación. dicho antes, nunca le conocí. Lo que sé es que me ofreció algo que todavía Esta vez me acerqué a él. Un paso... dos. Y él me ayudó. Vino a mí como si tiemblo al recordar: la capacidad de crear un recuerdo que no caduca. Porque también me hubiera estado esperando. Cuando me miró, vi que de sus manos esa es la definición de recuerdo: Un recuerdo no es sino un trocito del pasa- todavía caían granitos de arena. Que por su rostro pasaban sombras de cosas do que te acompaña al futuro para visitarte en el presente de forma tenue, pasadas y futuras. Que su ropa empapada goteaba muchísimo más que la mía. raída... caducada. Esto se debe a que los recuerdos pagan un precio al acom- No sé cuánto tiempo nos estuvimos mirando, pero para mí aquellos minu- pañarnos a través del tiempo. Cambian de esencia, de sabor y de ánimo. Y es tos fueron el segundo más corto de mi vida. Mientras estaba en él, los miles que, si en el presente algo te maravilla, para llevártelo al futuro debes sacrifi- de viernes que formaban una semana se agruparon en muchos trimestres y car un poco de esa emoción, bastante de esa alegría, una pizca de su fuerza. escasos siglos, y las arrugas desaparecieron de mis ojos conforme crecía mi Como si fuera un peaje que nos impone el tiempo. Por esa razón, los frag- cabello... como si fueran recuerdos de lo que nunca sucedió. Como si toda- mentos de escenas que almacenamos en la mente suelen ser más tristes vía tuvieramos ocho años. Como si, en realidad, nunca le hubiera conocido. cuanto mejor nos hicieron sentir en el pasado. Mientras me miraba, supe que él no hablaba mi idioma, sino el idioma Y eso es lo que me ofrecía él. Un recuerdo que no se hacía cenizas al que hablan las horas. El idioma que habla el antes de ayer y el pasado maña- guardarlo por retenerlo más tiempo de lo que tardaba en pasar. Por más na. El que habla un león que está a punto de morder a un antílope en la yugu- tiempo que el presente. Un recuerdo que conservaba ese algo que alguna lar. Un idioma que se habla con la boca llena de agujas de metal. Con la boca vez nos hizo tener la carne de gallina, llorar de felicidad, o sentirnos satis- llena de agua, arena y sol. fechos con nuestra vida. Simplemente, él me enseñó a reutilizar lo que Aún no sé por qué, pero, envueltos en el silencio de los instantes, me tarda tan poco en deshacerse... quiso hacer tres regalos: El primero era un pequeño reloj de arena. Sin hablar, me contó que en él había una hora de pasado, que podía usar para recordar cualquier momento Por supuesto, mi reloj de arena lo utilicé para volver a ver a ese niño de de mi vida que deseara repetir. Con sus manos de montañas y ríos me lo puso ocho años que jugaba a ser arquitecto. Una vez allí, usé el reloj de sol para en la palma de la mano y cerró mis dedos alrededor de él. parar el presente otra hora más, porque necesitaba averiguar si el pequeño El segundo era un diminuto reloj de sol, que parecía un anillo de metal lograba crear aquella séptima montaña de arena en la que estaba emplean- dorado con una cadena. Me la abrochó al cuello y me dijo que con él podría do tanto esfuerzo. Cuando las dos horas pasaron, supe que ese recuerdo era detener el tiempo durante una hora para disfrutar de un momento que me el que me quería llevar al futuro, para poder trasportarlo dentro de mí siem- estuviera haciendo feliz. pre que quisiera ver a aquel niño que me enseñó que el tiempo era mágico. Por último, sacó un pequeño cuenco de arcilla que estaba decorado con Y así usé mi clepsidra. Para volver a ese instante cuando quisiera. cientos de letras ininteligibles para mí. Con paciencia, esperó a que la lluvia En efecto, primero fui aquella joven de cabello rizado que sonreía con ter- lo llenase de agua. nura, años después la mujer con el perro que intentaba alcanzar una paloma, –Esto es una clepsidra. Un reloj de agua. Cuando bebas lluvia recogida por y, más adelante aún, la anciana de cabellos nevados que seguía mirando al ella, podrás llevar una hora de tu vida dentro de ti, para recordarla cuando niño como lo miró cuando éste tenía ocho años. Y todas las demás personas quieras como si la estuvieras viviendo en ese preciso momento. que le rodearon ese día y cuyas caras apenas si duraron un instante en mi

24 25 campo de visión... Todas con historias diferentes. Todas con el mismo objeti- vo. Volver a ver a aquel pequeño que no se movía de su posición más que para tomar otro puñado de arena con sus deditos regordetes.

No podría explicaros por qué me quedé con ese momento y no con aquel No està tot perdut en el que me regaló una rosa hecha de sombras ni con aquel en el que sus labios y los míos se rozaron bajo la lluvia a pesar de que estaban a varios cen- de tímetros de distancia. Tal vez porque eso ni siquiera ocurrió. Tal vez porque lo único que fue real fue que, un día, cuando tenía ocho años, un niño con Mª Teresa Albero Sempere tirantes color vaquero me enseñó a invertir mi tiempo en construir mi futuro con el esfuerzo presente. A lograr terminar siempre las pirámides de arena Seleccionada blanca que construyen nuestra vida.

26 no ho va aconseguir. Li vaig preguntar per nostra mare, perquè ja feia mes de tres setmanes que no sabia res d’ella, estàvem distanciades des fa un temps. «Tot correcte en casa del pares», van ser les paraules de la meua germana, i rere uns segons d’incòmode silenci, ens vam acomiadar fins al dia següent. El rellotge de la sala va marcar les onze, i ja no sabia que fer, vaig obrir una revista, però la vida dels personatges que allí apareixien em va parèixer tan ridí- cula que sense voler la vaig tindre que tancar. Una altra vegada els pensaments que m’atordien.... Vaig decidir que quan ell arribés anàvem a parlar; tenia el coratge pels núvols, i feia temps que ell també estava desanimat, ens feia falta una conver- El colp fort de la porta, m’avisava de que estaria fora de casa per una esto- sa, sí, això era!, falta de conversació. Em va costar decidir-me, però la meua na mes bé llarga, per que era dijous, i era ben possible que els seus amics Noelia no es mereixia tindre una família trista i menys quedar-se sense pare per també anaren al bar. Vaig mirar el rellotge, i en veure que encara no eren ni culpa meua... les nou em va caure la casa damunt, què faré fins que torne a casa? Ja estava tot pensat, ell arribaria, parlaríem, i dema estaria tot solucionat.. Vaig entrar a la cuina, i la petita Noelia no tenia prou forces per continuar Les onze i mitja –estarà a punt d’arribar– i vaig posar la televisió, que ella sopant; feia molt de temps que els meus llavis no esbossaven un somriure, sempre parla mes que ningú l’escolti, anuncis de cremes, de roba, de nous però per la meua xiqueta, vaig improvisar un molt convincent, si algú que no aparells electrònics, de xampús per a tindre el millor cabell del món... De sobte, em coneix m’avera vist, hauria cregut de veres que era feliç per un instant. un programa en el que tots els personatges que més odi per aparèixer en les Noelia estava movent les creïlles pel plat sense menjar-se-les, vaig fer l’es- revistes del cor contant les seues vides, estaven allí reunits, i com si hagués forç de continuar somrient, i la seua veueta innocent em va fer derramar algu- sigut fet a posta vaig sentir les claus obrint la porta –ja ha arribat–. nes llàgrimes, quan em va dir que eixa nit li semblava la mare mes bella de “Bona nit”, va ser tot el que em va dir, i fent el possible per no caure va totes les que ella coneixia. La vaig abraçar. Després d’alguns intents per a que entrar al dormitori. Era la tercera vegada que bevia més del compte en el que la nena acabà de sopar, que van ser inútils, la vaig dur al llit. Vaig començar a dúiem de setmana. Vaig intentar fer-lo parlar, però com si d’un animal es trac- llegir el seu conte favorit, però abans de que el príncep anà a salvar a la prin- tés em va tirar al llit, amb una estirada em va llevar la roba, i es va llevar la seua. cesa la nena es va adormir. Vaig tornar a consultar l’hora i eren les deu menys Una olor a cervesa agra, molt desagradable, em recorria tot el cos, i dintre de quart, ara si que volia morir-me... era tant desesperant! mi un nus molt fort m’impedia cridar. Vaig intentar escapar de entre les seues Al meu cap bullien mil pensaments que era impossible ordenar, però no mans, però va ser impossible. Cada vegada que em penetrava em creia morta. podia fer res per deixar de pensar-los. Per què jo no tendre la sort de la noia Vaig esclatar a plorar amargament, i ningú no va tindre compassió de mi. El del conte i cap príncep ve a salvar-me a mi i a la meua filla? Pot ser la meua únic que desitjava era que la meua filla no despertes per a descobrir que son joventut es va perdre aquell dia en el que em vaig casar... Per què no érem una pare era un home repugnant. família feliç com les que hi ha a tothora en la televisió? Al mati, la son que patia es reflectia a la meua cara, vaig dur a la Noelia a Entre els meus pensaments es van fer les deu i mitja i va sonar el telèfon, l’escola, però les llàgrimes em queien a cada passa que pegava. era la meua germana, volia saber com estava, ja que feia dos dies que no La nena anava a estar ocupada tot el matí, i la meua germana sols em bus- parlàvem, la seua veu era animosa, i les seues paraules em donaven força per caria a mig dia. poder seguir en davant. Li vaig contar que la meua filla m’havia dit guapa Em sentia bruta, destroçada... mai m’hagués cregut possible de suportar abans de gitar-se, i ella li va donar raó a la Noelia. Vam quedar de veure’ns al tant de dolor... vaig caure vençuda a terra, sols podia que plorar... la meua ger- sen dema de mati i anar juntes a arreplegar a la nena després de classe. Em va mana em va trobar desfeta, i entre sanglots, li ho vaig explicar tot. Després d’a- contar les anècdotes més gracioses que havien ocorregut eixe mateix matí a la nar al metge, vam anar a la policia, a casa a arreplegar-ho tot i encara vam seua oficina, per intentar fer-me oblidar la meua pena per un moment, però tindre temps d’esperar a la Noelia a que acabés les seues classes.

28 29 Feia mes d’un any que eixes nits es repetien amb freqüència, però ja no podia més... Jo em volia morir, però no podia deixar a la meua filla sola. Sols per ella vaig tirar en davant. Ara fa mes de deu anys de tot això; la meua Noelia està assabentada de tot. Crec que la justícia no va posar al seu lloc a eixe fill de puta que em va lle- var la vida, però amb molt d’esforç vaig renàixer i ara, torne a somriure. ¿Dónde duermen las palomas? de Luis Baeza Andreu Seleccionado

30 Como una penitente, Paloma vuelve a la cocina y bebe hasta marearse: cae al suelo inconsciente. Ernesto, que mira a través de la ventana, como un pirata a través de un catalejo escruta el horizonte, oye el golpe. Y sabe inme- diatamente que lo ha vuelto a hacer. Se levanta, se quita la bata, apaga el cigarrillo y se dirige hacia la cocina. Encuentra a su mujer tumbada en el suelo, donde ronca desafiante. La levanta en brazos a la vez que protege su cuerpo frágil y quebradizo. A lo largo de este último año Paloma ha adelga- zado diez kilos. Está esquelética y demacrada. “Parece una anoréxica”, pien- sa Ernesto cuando la coge. Siente lástima. La lleva hasta su habitación y le da un beso en la frente, como si estuviese besando a un muerto. La acuesta Paloma quiere vivir en un campanario para no tener que volver a casa cada sobre la cama y Paloma cae en silencio, como una pluma. A continuación, noche. Pero vive en un piso céntrico de la ciudad, en un quinto sin ascensor. busca en su bolso y coge su móvil. Pone la alarma para que se levante el día Trabaja en un zoo donde se encarga del cuidado de todo tipo de aves: loros siguiente para ir a trabajar. Ve entonces una llamada perdida: Fernando. No parlanchines, jilgueros acróbatas, canarios, camachuelos y una gran variedad es la primera vez que Ernesto se encuentra accidentalmente con este nombre; de especies exóticas. Les da de comer, se ocupa del mantenimiento de las jau- Paloma ha caído inconsciente muchas veces, como una pluma o como una las y, de vez en cuando, hace de guía a excursionistas. Volar es lo que a ella anoréxica, en la cocina. le gustaría para ser libre, para escaparse de la tierra sin dejar huellas. Pero Ernesto quiere pertenecer a otra dimensión de esta realidad. Quiere man- Paloma es como uno de esos pajaritos en cautiverio y tiene que volver a su tener su vida pero con algún cambio sustancial. Por ejemplo, desea cambiar casa, puntual, para estar con su hija y con su marido. a su Paloma por otra Paloma que haya dejado la bebida, que vuelva a ser la Julia es una niña muy viva e inquieta. Paloma la lleva al colegio cada maña- del principio. Pero Ernesto vive en un quinto piso sin ascensor, trabaja por las na y se despide de ella con un beso en la frente. A continuación, se dirige hacia mañanas en un bar que abrió con su primo hace tres años, se levanta más su lugar de trabajo y se sitúa ante las aves, donde pasea durante todo el día temprano que su mujer y que Julia y se pasa toda la mañana recogiendo sus pensamientos, convertidos en alpiste, mezclados con los cánticos de las mesas, secando copas, sirviendo cervezas… Por la tarde, recoge a Julia en el cacatúas. Por la noche, cuando termina la jornada, vuelve a su piso sin ganas. colegio y la lleva a dar un paseo por el parque. Está cansada y no tiene ganas de hablar con su marido, Ernesto, que está sen- Hace un día precioso: el cielo es uniforme, no tiene límites, y la carencia tado en el sofá, con su bata de cuadros grises atada como un kimono, inmer- de nubes hace pensar que está al alcance de la mano, que no tiene altura. Se so en un silencio sepulcral. Paloma entra a la casa y esquiva como puede el oyen todos los sonidos de la calle nítidos y se pueden distinguir uno a uno. humo que proviene del cigarro. Siente asco. Y sueña con desaparecer, con Padre e hija juegan a decir qué es lo que escuchan. “Una moto”. “El claxon esfumarse por la ventana. No cruza ni una sola palabra con él y va a la cocina. de un coche”. “Risas”. “La sirena de una ambulancia”. “¡Pájaros!” Julia se Se prepara un whisky. Entonces recuerda que Julia celebraba el día del depor- detiene entonces y observa cuántas palomas hay a su alrededor. Una pasea a te en el colegio. Se acerca a su habitación para preguntarle si ha ganado su lado: parece una señora con sombrero. Julia corre hacia ella, la paloma da muchas medallas. Pero Julia ya está dormida: son las doce y media de la noche. un saltito y se va volando no muy lejos de allí. La niña mira a su alrededor y Se aproxima a ella sigilosa, caminando con pasos de hormiga. La niña descan- se sorprende nuevamente por la cantidad de aves que los rodean. Le parece sa como una muñequita de porcelana. Su respiración es profunda y de vez en increíble que estas aristócratas con alas se paseen por las calles sin agobios, cuando emite un suave silbido. “Habrá acabado rendida”, piensa. Se sienta a con una tranquilidad pasmosa. Ambos siguen el juego en medio de esa mul- su lado y le acaricia la cara, el cuello, las manos… Paloma rompe a llorar y la titudinaria presencia, que los acompaña durante todo el trayecto. colcha de princesas se empapa de lágrimas. Hay algo en el interior de Paloma Desde que Paloma está ausente, Julia y Ernesto están muy unidos. Juntos, que la hace infeliz. Desde hace un año, de hecho, Ernesto y Paloma no hablan; en un juego ininterrumpido, la echan de menos. Hace un año que Paloma son dos desconocidos que no quieren reconocer su derrota. llega a casa de madrugada y hay noches en las que incluso no viene: los vier-

32 33 nes. Él la espera en el salón, con ojos de búho. Siente una mezcla de preocu- tes desafían su condición temporal para permanecer en alguno de sus rinco- pación y enfado. La llama al móvil pero ella no contesta. Entonces, fuera de nes. Paloma y Fernando se citan todos los viernes en ese mismo lugar, donde sí, sale por la noche en su busca mientras la niña duerme. Rastrea todos los fornican como animales, libres de sus jaulas, en medio de ninguna parte. rincones de la ciudad, bajo un , sin farolas, en medio de una Entre embestida y embestida, el amante le dice que deje ya a su marido y que noche traicionera, desocupada. Pero nunca la encuentra y después de se vaya con él. Pero ella no lo tiene claro. No se atreve a tomar una decisión muchas horas, cuando Paloma vuelve, Ernesto la mira fijamente, atravesán- así. A continuación, cuando han saciado su sed, vuelven a la ciudad. Él la lleva dola desde los pies hasta la nuca, con una mirada que es la punta afilada de a su casa como un adolescente que comete una travesura. Y desaparece una lanza. No cruzan una sola palabra. Él, como una estatua, la recibe en hasta próximo aviso, hasta que Paloma así lo quiera. silencio, recriminándole todo lo que no se atreve. Ella no dice nada. Cierra los Julia sale del colegio contenta. Va con su padre de la mano, saltarina. Le ojos, se difumina en el pasillo; desaparece en medio de una casa sin cimien- cuenta lo que le ha sucedido con un amiguito suyo, Cristian Serrano. Por lo tos, sin ventanas, desocupada. visto le ha pedido que sea su compañero en el autobús para una excursión Dónde ha estado. Con quién. Qué ha hecho. Ernesto intuye que su mujer que van a hacer al teatro. “Tu novio, ¿eh?”, le pregunta Ernesto, burlón. La ha estado con Fernando, el hombre que la llama rutinariamente al móvil. niña empieza a decir repetidamente “no” y se sonroja. Están un largo rato Siente unos celos terribles que le perforan la piel y los órganos y lo convier- bromeando sobre el asunto. Julia entonces le pregunta a su padre que dónde ten en un ser viscoso, voluble. Sin forma y sin cuerpo, Ernesto no puede decir está su madre. “Trabajando, cariño”, responde el padre. “No quiero que me nada porque no tiene boca. Pero sabe que su situación es insostenible. Así, pegue más”, dice la niña. Y le cuestiona, recordando alguna escena desagra- entra en cólera y empieza a dar patadas a la pared, a las mesas, a las sillas, a dable, el porqué de tanto grito. “¿Es que no os queréis?”, dice. Sin dejarle las puertas. Paloma también grita y tira al suelo las fotos que hay encima de contestar, sigue su interrogatorio con la voz temblorosa. Pero el padre no la televisión. Ernesto se abalanza sobre su mujer y siente un impulso de gol- sabe qué decir. Enmudece. pearla, de abatirla en un empujón final. Finalmente no lo hace. Permanece Se hace de noche y la calle está vacía. Julia coge la mano de su padre fuer- hierático, inmóvil como una hoja en un día sin viento. Ella se asusta y llora. temente, como si juntos fuesen a salir volando, y se asombra al ver que no “¿Dónde demonios te metes, Paloma? ¿Por qué nos abandonas? ¿Es que no hay ni un solo pájaro a su alrededor, al contrario de lo que sucede por las nos quieres?”, pregunta Ernesto, estremecido. La niña entonces emerge de la mañanas. Las palomas que desfilan elegantes por los parques e incluso cru- oscuridad como un fantasma y observa el espectáculo. Paloma se dirige hacia zan la carretera han desaparecido con la noche. Ahora sólo circulan algunos ella y la coge en brazos, la asfixia entre sus garras. Teme perderla, aunque coches y los pocos peatones que están en la calle deambulan para llegar a sus intuye que tal cosa ya ha sucedido. En ese momento la niña grita muerta de jaulas. No están, sin embargo, las señoras gordas con sombrero y plumas que miedo. Su madre le dice que se calle de una puta vez. Pero la muñequita de hacen acrobacias en los árboles. ¿Dónde se habrán ido? ¿Estarán en los teja- porcelana no cesa en sus llantos. Al contrario: aumenta el volumen de su ala- dos? ¿Quizás en algún rincón secreto que el hombre todavía no conoce?, rido. Paloma entonces se pone más nerviosa y grita: “¡Que te calles! ¡Que te imagina Julia. Y, en ese momento, fulminante, pregunta: “papá, ¿dónde calles! ¡Que te calles maldita niña!” Pero la pequeña no se calla. Entonces duermen las palomas?” Su padre, sin saber la respuesta y con una mueca de Paloma, furiosa, abre la mano y golpea el rostro de Julia que resuena como tristeza, contesta: “mi vida, posiblemente, eso lo sepa tu madre”. Y juntos, un gong. La niña empieza a dar espasmos entre sus brazos, llora como lloran como dos peatones sonámbulos en una calle sin palomas, regresan a casa. las cacatúas y los jilgueros que no saben volar. Ernesto corre hacia ella y la res- cata, la abraza fuertemente. La besa como si fuese a borrar con sus labios la aterradora escena. Le dice que todo ya pasó. “Ya pasó, nena, ya pasó” Paloma conoce a Fernando en el zoo. Hacen el amor por primera vez en un hotel de carretera donde, posteriormente, descubren que no existe el tiempo. Una carretera, al fin y al cabo, sólo es un sitio de paso, que une dos ciudades o las separa. En una carretera no se permanece; sólo algunos valien-

34 35 Labios cegados de Martín Gil Garganta Seleccionado Al principio, he de reconocer que me atraía la idea de poder besarme con diez bocas distintas, sin la necesidad de recurrir a diversas mujeres cayendo en la monotonía afectiva de las infidelidades. Resultaba emocionante poder tener a mi alcance tantos labios, que iban desde los más finos, que parecían trazos dibujados por un artista miedoso a errar en la primera pincelada de su lienzo en blanco, a los que más juego daban, esos labios gruesos y jugosos como frutas de la pasión. Me entretenía escucharle cantar por las mañanas bajo la ducha, con su capacidad de hacer tantas voces y ritmos distintos a la vez. Parecía que la autentica Orquesta Filarmónica de Viena se había instalado en mi casa, aunque a veces me transportaba al Bronx neoyorkino con su don Cuantas veces nos hemos visto en tesituras complicadas quedando con asombroso que había desarrollado para hacer beat box. gente que nos ha acabado incomodando por su comportamiento infantil. Pero todas estas virtudes se desvanecieron pronto cuando descubrí el Teniendo parejas algo extravagantes, con rasgos peculiares, de las que des- lado oscuro. Eran muchas las veces que tenía que esperar horas y horas para pués gracias al paso del tiempo, hemos recapacitado y nos hemos dado cuen- que se arreglase y se pintase cada uno de esos labios. Porque si ya por cos- ta de lo desastrosa que fue la relación. Después de repasar los diversos tumbre el ritual de acicalamiento de las mujeres a la hora de salir de casa, amoríos desastrosos que he padecido, recordé aquel que más tiempo me tuvo para afrontar las temeridades y las circunstancias diversas que pueden, o que robado el corazón, por el que más sufrí y por el que más me entregué. Era ellas piensan que pueden hallar en la calle suele durar una eternidad, cuan- una chica realmente bella, su constitución era perfecta, tenía unas caderas do el trabajo se multiplica, supone un autentico suplicio. Yo intentaba com- con unas curvas de vértigo, que cuando se ponían en funcionamiento hipno- prender que no era tarea fácil combinar los tonos de tantos pintalabios. Y tizaban a cualquiera. Su pelo negro como la coca-cola parecía el típico de un entendía también, que lograr una armonía plena con la gama de tonalida- anuncio de champús y con el sol cobraba matices distintos que siempre resul- des de su paleta de colores suponía afrontar los retos por los que tantos pin- taban fascinantes descubrir. Tenía una mirada penetrante que lograba dete- tores habían pasado a lo largo de la historia. Así que intente meterme en el ner el tiempo en el mismo instante que proyectaba sus ojos verdes esmeralda papel de Diego Rivera y ver a mi amante como Frida Kahlo, pero ni siquiera contra los míos. Su personalidad era arrolladora y tenía la brillante habilidad viéndola como una pintora logre apartar ese rechazo a la espera que se repe- de conseguir que cualquiera a su lado se sintiese como un autentico ser dimi- tía tan a menudo. Os aseguro que ese ritual diario acaba por cansar al ser nuto. Todo iba fenomenal, todo era fantástico. La felicidad se apodero de mí más paciente de la faz de la Tierra. e incluso con ella llegue a creer en los romances que proyectan las películas. Por otro lado, reconozco que la comunicación con ella era fluida, aunque Desmitificando la idea preconcebida de que los amores puros solo pasan en unidireccional, solo hablaba ella, le encantaban los soliloquios eternos. Y yo los filmes norteamericanos protagonizados por Jennifer Anniston o variopin- mientras, me limitaba a intentar seguir el hilo de su monologo sin perder ni un tos especímenes del gremio del celuloide. ápice de todo lo que me decía, pero era una tarea dificultosa. Puedo juraros Pero en contrapartida a todo este derroche de endorfinas que provocaba que intentaba combatir con ello, pero entiendan que era una batalla que el compartir inquietudes e innumerables estancias a su lado, me tocaba luchar desde el comienzo ya estaba más que pérdida. Era imposible ganar solo con la contra un pequeño defecto que poseía. Con esto, deseo que no se me tilde boca de un servidor, a diez bocas, con veinte labios, con sus diez lenguas y sus de superficial o que se me acuñe fácilmente, en estos tiempos patriarcales, la cuarenta cuerdas vocales. Así que un día cansado ya, me atavié con todo el etiqueta de machista. Espero que me entiendan, igual para ustedes es un coraje y reuní toda la valentía que pude. Y después de perderme por los reco- defecto insignificante, pero créanme que es muy difícil convivir con una per- vecos de toda su palabrería cuando me hablaba del día tan magnífico que sona como ella. Detrás de todas las lindezas relatadas anteriormente, vislum- había tenido, aproveche para decirle que lo nuestro había terminado. Y os bré que su ser entrañaba una pequeña lacra. La chica perfecta de la cual me puedo garantizar que jamás había tenido semejante miedo, empezó a galar- había enamorado tenía diez bocas, lo que sumaba un total de veinte labios. donarme con numerosos improperios, pero cada boca escupía sus fuegos, las

38 39 lenguas afiladas y viperinas mezclaban los insultos y el único que pude perci- bir de forma clara se había transformado en un; “eres un gilhijo de cabropu- ta”. Nunca le había escuchado expulsar semejantes sonidos tan desagradables, los ronquidos que emanaba por la noche y que acompasaban los míos, como las olas cuando chocan contra la proa de un barco, se habían convertido al lado de esto en pura melodía. Quizás soy un superficial, pero cuando empecé El profesor Dadelsen a salir con ella no descubrí el pequeño defecto que tenía, no fui capaz de verlo con ninguno de mis veinte ojos. Supongo que el amor es ciego. Por ello, os de invito a que desde el primer día los abráis muy bien. Rafael Gómez Ruiz Seleccionado

40 él el mejor de los perfumes. Era una edición realmente antigua y el papel esta- ba ya muy amarillento. En su clase de la universidad habría bromeado con sus alumnos diciendo algo como “chicos, gran reserva” y les habría mostrado el libro. Buscó el soneto 20 y comenzó a leer: “Con rostro de mujer, te pintó la Natura, con su mano, dueño y dueña de mi amor. Corazón de mujer, jamás acostumbrado, a los rápidos cambios de las falsas mujeres.” –Observa el ritmo y el uso de la metáfora. Después, si te gusta de veras, podemos analizarlo verso a verso –apuntó el profesor Dadelsen como si vol- –Deberías comer algo –le dijo a las nueve de la mañana el profesor Dadel- viera a estar en presencia de cincuenta alumnos. sen con una sonrisa que escondía su preocupación. Aunque se lo hubiera pedido de rodillas no habría conseguido que desayunara. Cabizbajo, corrió las cortinas y abrió la ventana para que el sol entrara de lleno en la habitación. Gracias a Shakespeare se conocieron personalmente en la universidad. Él La noche anterior había llovido, pero ahora el cielo estaba completamente era el catedrático de literatura inglesa y el aclamado autor de Análisis compa- despejado. Era primavera y los manzanos que había en el jardín estaban rativo de las obras teatrales de Shakespeare y Literatura anglosajona del S. XIX. cubiertos de brotes frescos que crecerían con rapidez. El césped estaba húme- Ella, una alumna brillante que accedió a la universidad para estudiar antropo- do por la lluvia y hasta la ventana subía una brisa con olor a tierra mojada. logía y lo abandonó todo por la literatura cuando asistió a una de las clases del María Wedrouth llevaba diez días tumbada en la cama del dormitorio renombrado profesor Dadelsen. Quedó enseguida prendada de su apasionan- principal sin moverse apenas y sin decir palabra. Cualquier psiquiatra que te discurso y, recién contagiada de un nuevo amor por las letras, no dudó en hubiera conocido el caso habría diagnosticado inmediatamente una depre- cambiarse de carrera y asistir a todas las clases del profesor. sión aguda. Sin embargo, el profesor Dadelsen no confiaba en los psiquiatras, Un día, ella se acercó a él para hacerle una pregunta sobre el personaje de Ofe- de modo que no le preguntó a ninguno. Prefería cuidarla él mismo. lia (él nunca lo olvidaría), y la respuesta fue tan larga que tuvieron que terminarla –¿Te gustaría que te leyera algo? ¡Accedo a todas tus peticiones! –dijo de en la cafetería. Hablaron durante horas sobre lingüística, figuras retóricas y anécdo- pronto el profesor, entusiasmado con la idea. A pesar de que ella no contestó y tas de sus autores favoritos. Y en vista de lo agradable que fue la conversación, se tampoco dio muestras de desearlo, él pensó que el asunto ya estaba decidido. repitió al día siguiente y al otro. El viernes por la tarde el profesor Dadelsen no Ilusionado como siempre que se trataba de su querida literatura, bajó a la perdió la oportunidad de invitarla a cenar a su casa, pues vivía sólo y los fines de biblioteca. Allí se preguntó qué sería más apropiado. ¿Cuentos de Oscar semana se le presentaban muy largos. Ella sabía que sus amigas censuraban su acer- Wilde? ¿Middlemarch, una de las novelas favoritas de María? Sí, cualquiera camiento al profesor y que más lo iban a hacer cuando supieran que cenaría con él. de las obras de Eliot habría servido. Había muchas posibilidades, pero final- Sin embargo, a ella no le importaba que su conducta con el profesor fuera tachada mente, se decantó por los sonetos de Shakespeare, siempre profundos y de arribista: valoraba por encima de todo el contenido intelectual de los encuentros siempre aptos para cualquier ocasión. Shakespeare le traía muchos recuerdos. que mantenía con él y lo que le aportaban como eterna e incansable aprendiz. A la salida de la biblioteca cogió una vieja radio que había en el salón, pensando que también podría hacerles la mañana más llevadera. El profesor hacía todo lo posible por complacer a María pero ella no daba señales de que El profesor Dadelsen siguía leyendo desde su butaca verde: le agradaran sus cuidados. “Tus ojos son más vivos y al mirar más leales, De nuevo en el dormitorio, y con cierta parsimonia, pues no tenían prisa, Que hacen brillar aquello que observa tu mirada. el profesor se sentó en su butaca verde tapizada de terciopelo. Abrió el libro Un hombre en el aspecto, de aparente dominio, y se lo acercó a la nariz. El olor que desprendían sus páginas ajadas era para Que rapta el ojo al hombre y a la mujer el alma.”

42 43 –Imagino que sabes que este poema pertenece a la colección del Joven Bello, te era muy belicosa, estuvo callada y no intervino en la discusión. Ni siquie- al que están dirigidos los primeros 126 sonetos –aclaró de nuevo el profesor ra se dijeron adiós. Dadelsen. Eran gajes del oficio: no podía leer un texto completo sin detenerse a El profesor Dadelsen la acogió en su casa, repitiéndole que podía quedar- hacer observaciones. El placer de la lectura para él era, sin duda, indisociable de se allí de por vida y no preocuparse por ningún gasto; estaba dispuesto a anotaciones a pie de página y comentarios críticos. Prosiguió leyendo: financiarle todos sus estudios y necesidades. María aceptó, ya que vivir con el “Y tal como mujer, creado en un principio, profesor le parecía una experiencia atractiva e interesante y en cualquier caso, Mas la naturaleza hizo de ti su gozo no disponía de otra opción. Según te fue creando y me privó de ti Transcurrió un año de dicha completa en casa del profesor mientras María Al darte un atributo que en mi nada supone.” continuaba en la universidad. Sin embargo, tras aquella temporada, se produ- – Efectivamente –dijo el profesor como si María hubiera llamado la atención jeron algunos cambios considerables. El profesor Dadelsen, que siempre había sobre un detalle y él quisiera corroborarlo–. Es en este soneto donde se hace más sido jovial y enérgico a pesar de sus sesenta años, envejeció dramáticamente en patente el homoerotismo del poeta hacia el joven. Aunque los primeros sonetos poco tiempo y comenzó a llevar bastón debido a un problema de caderas mal de la colección hablan de manera genérica sobre el matrimonio y los hijos, sin curado. Su deteriorada imagen hizo que María se sintiera incómoda y no pudie- dejar claro que exista un vínculo amoroso entre el poeta y el joven, es a partir del ra actuar con normalidad en su presencia. Ella era consciente de cuánto le debía soneto 18 cuando el ambiente pasa de manera indiscutible hacia un romanticis- y reconocía su ayuda inestimable, pero sólo entonces se daba cuenta de que mo más introspectivo. Y es en este soneto que estamos leyendo, el número vein- no podría ser feliz con alguien que presentaba el aspecto de un anciano. te, donde el poeta se lamenta de que el joven no sea una mujer. Así concluye: Ahí empezaron los problemas. “Mas dado que al placer, de la mujer te hizo, Dales ese tesoro y a mí dame tu amor.” Con un “¡oh, qué versos más bellos!”, el profesor continuó con el siguien- –¡Qué horrible fue! –le dijo el profesor Dadelsen, recordando lo ocurrido te soneto. diez días atrás. Se levantó de la butaca y se acercó al botiquín improvisado que había sobre la cómoda. Cogió alcohol, mercromina y algodón y se acercó a la cama, sentándose En el departamento de literatura de la universidad no sólo se hablaba sobre la colcha junto a María. Arrancó un trozo de algodón, lo humedeció con en sobre homosexualidad cuando yacía oculta en el soneto shakespeariano. alcohol y comenzó a friccionarle el brazo con él. Mientras tanto, le iba diciendo: Todos los demás catedráticos estaban de acuerdo en señalar lo extraño que –Sé que no te gusta esto, pero debemos hacerlo hasta que las heridas era que un prestigioso erudito con un elevado sueldo y cierto atractivo nunca hayan sanado totalmente. ¿Te escuece? –inquirió el profesor con dulzura, hubiera tenido pareja. Aunque el profesor hacía oídos sordos a estos comen- aceptando la mirada inexpresiva de María con resignación. tarios, fue positivo para su imagen pública que los encuentros con María se A continuación, dio comienzo el ritual de todos los días. Fue al baño y trajo fueran sucediendo y que ella comenzara a frecuentar su casa con asiduidad. una palangana, una toalla, una jarra llena de agua y un frasco de colonia. La Tras varios meses, los padres de María advirtieron la nueva e intensa ayudó a incorporarse un poco y puso la palangana entre sus esbeltas y delica- amistad de su hija, pues no era escondida en absoluto, y extrañados, le das piernas para que hiciera sus necesidades. No era algo agradable de ver, pidieron explicaciones. Ella tuvo que reconocerlo: se habían enamorado. pero María se resistía a levantarse de la cama y por tanto, el profesor Dadel- Ante el estupor de sus padres, María admitió que no tenía ningún pesar sen juzgó que aquello sería lo apropiado hasta que la recuperación fuera com- por haber iniciado una relación con un hombre que le llevaba treinta y pleta. Después, empapó la toalla en agua y con mimo, la lavó de arriba abajo cinco años, y que le traía sin cuidado lo que dijeran los familiares y los veci- allí donde no había heridas. María llevaba diez días sin levantarse de la cama nos. Ellos, unos padres conservadores que acudían a misa cada sábado y y por tanto, diez días sin pisar la ducha o el lavabo. Cuando el profesor hubo cada domingo, la echaron de su casa de la Calle Walpurgis y tras insultar- acabado, abrió el frasco de colonia con olor a cereza, se puso un poco en las la, le dijeron que no querían volver a verla. Su hermana, que habitualmen- manos y perfumó el cuello de María y su frente.

44 45 Después, tuvo una gran idea. Rebuscó en los cajones de la habitación claban el júbilo, la rabia y el horror, arrancó. Necesitaba dar un paseo y hasta dar con lo que perseguía: el estuche de maquillaje de María esta- buscar a una persona. ba al fondo de un cajón, debajo de su ropa interior (¡qué desordenada era a veces!). Quizá María se animara si él la maquillaba: ella lo hacía todos los días antes del accidente. Al menos, se dijo el profesor, se reirá Después de maquillarla, se sentó en la butaca y tomó algunas notas en su de mi torpeza. diario. Con pulso tembloroso escribió: “¿A qué se debe esta actitud? No Con mucho cuidado, pues era la primera vez que hacía aquello, pero no puede tener miedo de mí o querer escapar, sabe perfectamente lo bueno que total ignorancia, le pintó la raya de los ojos, los labios de carmín y le dio colo- he sido con ella”. Sin embargo, desconfiado por naturaleza, cerraba con llave rete en las mejillas. la puerta del dormitorio cuando la dejaba a solas, por si al recobrar la fuerza –No lo hecho tan bien como tú, pero algo es algo –dijo el profesor suficiente, María decidía marcharse. El profesor sabía lo peligroso que pudie- Dadelsen, mientras la invitaba a mirarse en un espejo de mano. Se había ra haber sido eso y no quería que le sucediese nada malo a su amor. pasado bastante con el colorete, pero podría reconocerse que con el aroma Por la tarde llamaron a la puerta principal con golpes secos y fuertes. El a cereza y el maquillaje, el aspecto de María había cambiado notablemen- profesor Dadelsen puso una mordaza a María y salió de la habitación. Bajó te, pasando de deprimente y enfermizo a sólo deprimente. Ella, con todo, tranquilamente las escaleras y abrió la puerta con su mejor sonrisa. parecía no reaccionar. –¿Qué desea? –le dijo el profesor a la chica pelirroja que estaba frente a él. Su silencio y su indolencia le parecían al profesor los problemas más gra- –¿Es usted el profesor Dadelsen? –preguntó la chica con los ojos muy abiertos. ves de todos. No daba señales de aprobación, pena ni dolor y pasaba el tiem- –Así es. po con la mirada perdida o con los ojos cerrados; tampoco apartaba la cara –¿Dónde está mi hermana? ¿Está ahí dentro con usted? u ofrecía resistencia si la tocaba. Por las noches seguían durmiendo juntos, y –Las presentaciones, primero; señorita Wedrouth, imagino. Encantado aunque a veces él le daba un beso, María no le correspondía. –dijo el profesor estrechándole la mano–. ¿Querría pasar a tomar una taza de –Ay, María –suspiró el profesor pensando en voz alta–. Si no tuvieses ese té? –preguntó cortésmente. Ella aceptó con un gesto malhumorado. Se sen- temperamento tan fuerte y esos incontrolables nervios no habría ocurrido taron alrededor de la mesa de la cocina mientras el profesor Dadelsen hervía nada. Claro, perdiste el equilibrio. Menos mal que estaba yo cerca y te pude el agua. Cuando esta comenzó a borbotear, le sirvió un vaso a la señorita auxiliar. En caso contrario, no sé qué habría sido de ti. No te estoy culpando, Wedrouth, que le preguntó: puesto que fue un accidente, pero te pusiste tan alterada después de la dis- –¿María está aquí? cusión, que algo grave había de ocurrir. –Hace un tiempo que su hermana ya no vive en esta casa –contestó el pro- fesor dejando caer una bolsita de té en la taza. –Sus compañeros y profesores en la universidad me han dicho que hace Así era. Debido a las continuas discusiones, diez días atrás, María no dos semanas más o menos que no va a clase, nadie la ha visto por ninguna aguantó más la situación. Recogió su ropa, sus libros y el manuscrito de una parte y estamos bastante preocupados. Ella vivía aquí con usted –dijo mien- novela inacabada y en el rellano del primer piso le gritó al profesor que no tras se echaba dos terrones de azúcar y removía el contenido. volvería jamás. –Así era –dijo el profesor dando un sorbo con tranquilidad–. Pero nues- El profesor bajó al sótano, y allí, en silencio, el odio y la decepción tra relación terminó hace ese mismo tiempo exactamente, tras lo cual, ella profunda se instalaron en su interior. “Yo, que lo he dado todo por ella”, abandonó esta casa. ¿Han buscado ya en todas las residencias de estudian- reflexionaba. En un momento de cinismo supremo, se dijo para sus aden- tes de la zona? tros que había sacrificado su amada soledad por ofrecerle cobijo, sin –Claro que sí y no hemos encontrado nada. Puede que la policía empie- reconocer que una buena compañía era lo que más había anhelado ce una investigación si no damos con ella en unos días. ¿No le dijo nada durante muchos años y que se habría vuelto loco si ella no hubiera apa- sobre qué planes tenía o adónde quería ir? –preguntó la señorita recido. Fuera de sí, entró en su coche y con un grito en el que se mez- Wedrouth impaciente.

46 47 –En absoluto, querida. Tuvimos nuestras diferencias y se fue sin dar expli- maravilloso ser capaz de escribir con esa elegancia? ¿Qué opina del soneto caciones. No he vuelto a saber nada de ella y por tanto, siento enormemen- número veinte? te no serle de gran ayuda. ¿Cuántos años tiene usted? Parece muy joven –dijo La señorita Wedrouth no daba crédito. Se puso en pie y se quedó miran- el profesor Dadelsen mostrando toda la bondad de la que era capaz. do al profesor Dadelsen fijamente. De repente, giró sobre sus talones y echó La hermana de María, que empezaba a perder los nervios, dijo intentan- a correr hacia la puerta de la cocina en un intento de subir al piso de arriba. do calmarse: El profesor, que preveía aquella reacción, se abalanzó sobre ella y forcejean- –Dieciséis. Me quedaría más tranquila si me demostrara que María no ha do, la llevó hasta el recibidor. Allí le espetó: estado aquí más tiempo del que dice. Me ayudaría a confiar en usted. Sólo –Me ha obligado usted a echarla de mi casa. Si desea volver a entrar en quiero saber que está bien. ella, deberá hacerlo con un permiso en mano. No se lo recomiendo, porque La señorita Wedrouth titubeó unos instantes y prosiguió: tardan mucho en ser concedidos. Si María estuviese aquí, (y no lo está), a –Los Cartwright dicen que hace dos semanas escucharon fuertes gritos en sabiendas de que la buscan, podría huir si lo desea. Pero haga lo que quiera la casa; una discusión acalorada entre ustedes dos. La señora Holy Cartwright y váyase. Y no olvide leer a Shakespeare. reconoce haber estado mirando desde el jardín de su casa todo el tiempo y –Maldito vejestorio. No te merecías a mi hermana –concluyó la señorita dice que no vio salir a María en ningún momento. Sólo le vio a usted salir por Wedrouth antes de cruzar la puerta y recorrer el camino del jardín hasta la calle. la noche en coche, hacia las once menos cuarto. El profesor Dadelsen estaba horrorizado por aquella falta de respeto. El profesor Dadelsen cambió su sonrisa falsa por un gesto más agrio y contestó: Subió corriendo las escaleras y entró en el dormitorio para quitarle a María la –Siento mucho, señorita, que me pida tal cosa para confiar en mí, ya que mordaza. Su mirada no era en absoluto reprobadora para con él, lo que le dio cualquier persona que me conozca sabe que soy el dechado de la honestidad. la seguridad de que estaba actuando con corrección en todo aquello. No puedo hacer semejante cosa por usted ni por nadie, espero que lo com- –Era tu querida hermana. Tan excéntrica y maleducada como me la des- prenda. Va en contra de mi integridad que se dude de mis palabras y de mis cribías. Dice que no te merezco. ¡Qué puedo pensar de ella si es capaz de actos de esa manera –removió los posos de su té con arrogancia y continuó. tutear a un catedrático, habrase visto! –exclamó el profesor mientras reía. Respecto a mis vecinos, todo cuanto le han dicho tiene explicación. María se María callaba. fue de madrugada e imagino que mi querida Holy no se pasó la noche en vela esperando ver algo interesante, pues habría resultado frustrante en exceso. Sólo hubiera visto a María coger un autobús. El día de la discusión, la buscó en coche por todas las calles hasta que –No, es verdad que la señora Cartwright dejó de mirar en algún momen- recordó cuál era el lugar favorito de María: el Puente del Sauce, una vieja to, pero el conductor del autobús de la línea 8, que es el que pasa por aquí de construcción de madera rodeada de sauces llorones a la que ella solía ir para madrugada, dice que no vio a mi hermana ese día. Y señor Dadelsen, esto es ver de lejos el lago o para leer. un pueblo y comprenderá que todos nos conocemos. Nadie vio a mi hermana Eran las once de la noche de un domingo cualquiera y las calles de aquel el día en que supuestamente se marchó. Si no me enseña ahora su casa y me pueblo estaban desiertas. Arriesgando su propia vida, se dirigió a una veloci- demuestra que no estuvo aquí más tiempo conseguiré una orden que me lo dad infernal hacia el Puente del Sauce. Una vez allí, creyó verla a lo lejos y se permita y no podrá negarse –afirmó la señorita Wedrouth con determinación. apeó. En un estado de gran confusión el profesor Dadelsen vio que no había – Ese conductor de autobuses del que habla es un mentecato, siempre lo nadie en muchos metros a la redonda. Volvió a montar en su coche y se diri- he sabido, y es muy probable que la viera y ya no lo recuerde. Ese haragán no gió de nuevo a casa. recuerda ni su nombre –el profesor hizo una pausa y continuó–. Haga lo que Cuando aparcó en el sótano, el profesor Dadelsen recobró por fin la cor- quiera, pero sólo conseguirá perder su tiempo. En esta casa no hay nada inte- dura y puso en orden mentalmente lo sucedido. En medio de una discusión resante excepto varios miles de libros de buena literatura inglesa y alguna que muy acalorada en que ambos habían perdido los estribos, María le dijo que otra antigüedad. Como le decía, siento de veras no poder darle indicio algu- se marchaba de casa. Justo después, esta se tropezó y cayó por las escaleras, no de su paradero. Y por cierto, ¿le gusta Shakespeare? ¿No cree que es golpeándose la cabeza y quedando inconsciente. Hipnotizado ante el horror

48 49 de ver sangre en el suelo y la posibilidad de perder a María, al profesor le ahora esto! También le puse la radio por la mañana”, pensaba el profesor. sobrevino uno de aquellos brotes psicóticos que le daban en su juventud. “¿La radio?”, se preguntó. Tambaleándose, bajó hasta el sótano, y debido a unas oleadas de espasmos De pronto, tuvo la sensación de que la tierra se abría ante él mostrando nerviosos que le nublaban el conocimiento, olvidó que María seguía en su un abismo de insondable negrura, lleno de temores ocultos, un abismo que propia casa. Montó en el coche y condujo hasta el Puente del Sauce esperan- creía haber sepultado muchos años atrás. Miró hacia la cómoda y localizó en do encontrarla allí. seguida la antigua radio de madera. ¿Era posible? Tras haber llegado a esas conclusiones, salió del sótano y la halló en el Hacia las diez de la noche volvieron a llamar a la puerta principal. Se lugar en que la había dejado. Seguía inconsciente al pie de las escaleras. La encontraba en la cocina a punto de beber su ración nocturna de bourbon y subió al piso superior, la puso sobre la cama de matrimonio, le curó las dos desde la ventana, pudo ver que se trataba de un oficial de la Policía y de la heridas graves que tenía (una en la cabeza y otra en la rodilla) y se las vendó. hermana de María. Abrió la puerta. Mientras lo hacía, elaboraba las siguientes conclusiones: –Buenas noches, caballero. ¿En qué puedo ayudarle? –dijo dirigiéndoles –Las heridas que ahora tiene son sólo la exteriorización de sus dudas y una sonrisa desafiante–. complejos internos. Ha hecho algo que le produce dolor físico pero que da –Buenas noches, señor Dadelsen. Disculpe que le molestemos a estas coherencia a su vida, puesto que ahora lo que hay por dentro también está horas, pero traemos una orden de registro –dijo el oficial, que llevaba barba por fuera. Y cuando se cure por fuera lo hará por dentro y querrá que volva- de varios días y gafas. mos a estar juntos y a ser felices. –Como quieran, aunque ya le dije por la tarde a esta señorita que no El profesor Dadelsen no podía determinar exactamente cuándo recobró encontrarían nada aquí. En estos momentos, me disponía a tomar una copa María la consciencia, pero a él le pareció que fue durante la tarde del día de bourbon, ¿desean acompañarme? siguiente al accidente. Tras diez días de curas, el profesor juzgaba que las heri- –De acuerdo. das estaban cicatrizando bien, aunque había mantenido los vendajes sin saber El grupo compuesto por la señorita Wedrouth, por el oficial y por el pro- si hacía lo correcto o no. Era mejor no llamar a un médico. fesor Dadelsen, pasó a la cocina y los invitados se sentaron a la mesa. –¿Siguen sin tener pistas sobre el paradero de María? –preguntó el profe- sor de espaldas mientras sacaba copas de un armario. Al fin, durante aquella décima tarde María habló. Su paso del silencio al –Así es, ninguno de sus conocidos parece saber nada. Todos coinciden en habla no fue ni mucho menos paulatino; se dirigió a él sin preámbulos para que hace semanas que no la ven –contestó el oficial con seriedad. hablar sobre los asuntos más extraños e inadecuados, como él juzgó más El profesor Dadelsen dudó unos momentos, pero al fin se decidió y dijo: tarde. Comenzó a desvariar, a pronunciar frases sin sentido y hablar sobre –Vaya, pensaba que lo sabían. Hace unas horas me ha llamado la profe- temas políticos, históricos o literarios que no venían a cuento. Eso fue lo sora Belvered desde la universidad. Es la catedrática que me sustituyó hace que hizo durante los primeros diez minutos, hasta que su falta de lógica se unos meses cuando me jubilé. Dice que María ha ido a su clase de paleogra- tornó todavía más evidente y pasó a utilizar diferentes entonaciones o fía literaria esta misma tarde. caracteres, como si estuviera manteniendo una conversación con ella misma El profesor se mantuvo atento para captar los efectos de su nueva menti- o como si hubiera varias “Marías”. Usaba voces graves, agudas, roncas o ra. A la hermana de María se le iluminó la mirada al escuchar la noticia. Iba a cristalinas, indistintamente. decir algo, pero el oficial la interrumpió: El profesor Dadelsen estuvo muy preocupado e incluso pensó en pedir –Puede ser, pero puesto que nadie nos ha avisado de ello y ya que ayuda especializada por muy poco fiable que esto le pareciera. Sin embar- estamos aquí, haremos el registro. Sabemos que la señorita Wedrouth go, al final no fue necesario; media hora después de iniciar su discurso vivía aquí. absurdo, María cesó y se durmió de nuevo. “¡Menudo día! ¡Desde que Se bebieron el bourbon en un silencio que fue muy incómodo para todos. intentara darle el desayuno por la mañana, la he lavado y maquillado, le he Cuando hubieron terminado, el profesor dijo con paciencia: leído a Shakespeare, he recibido la visita de su impertinente hermana y –Bien, ¿por dónde desean comenzar la visita? ¿El sótano, por ejemplo?

50 51 A ellos no les importaba en qué orden inspeccionaran las estancias mien- Jamás me acostumbraré a los rápidos cambios de las falsas mujeres tras pudieran verlas todas, de modo que tras una pequeña indicación de “por ¿Acaso un loco tú eres?” esa puerta, bajando las escaleras” del profesor Dadelsen, se dispusieron a visi- Mientras los pensamientos se agolpaban con un ritmo frenético en la tar el sótano. mente del profesor, el oficial consiguió finalmente abrir la puerta. Al llegar a la fría pieza con olor a humedad, el profesor accionó un interrup- Ni éste ni la señorita Wedrouth olvidaron en toda su vida las palabras del tor y el sótano quedó iluminado con una luz mortecina. Era amplio, con el profesor al entrar en el dormitorio tras ellos: coche aparcado en un rincón del fondo y muchos trastos por todos lados. El –Amor mío, he hecho todo lo que he podido –dijo, dirigiendo su mirada a oficial se dirigió hacia el coche para revisar el interior del mismo. Mientras María mientras lo esposaban y se lo llevaban de allí entre gritos de horror y llantos. tanto, la hermana de María y el profesor se quedaron cerca de la entrada. Este María Wedrouth yacía muerta sobre la cama de Charles Dadelsen. Su último, infravalorando la fuerza y la astucia de la señorita Wedrouth, salió cuerpo estaba en la primera fase del proceso de descomposición y aunque corriendo por la puerta. Tenía la intención de encerrarlos allí, escapar con María él la había vendado y perfumado frecuentemente, el mal olor había sido y esconderse en alguna parte. Sin embargo, la señorita Wedrouth fue igual de inevitable. En su enajenación mental, el profesor le abría y cerraba los ojos, rápida y se arrojó sobre la puerta para evitar que el profesor la cerrara. consiguiendo cierta ilusión de vida y esa misma noche, tras encender la –¡Quiere encerrarnos! –gritó. radio, había creído que era María la que hablaba, y no los diversos locuto- Mientras ambos empujaban y estando el profesor Dadelsen a punto de res del canal local. Ya nunca más podría besarla ni coger su mano. Sin conseguir su objetivo, llegó el oficial por el otro lado y en pocos segundos, embargo, se grabó en su memoria un bonito recuerdo que lo acompañaría dos pudieron contra uno. El profesor cayó de espaldas y los otros dos inicia- siempre: el de aquel rostro grotescamente maquillado de muñeca de porce- ron un rápido ascenso por las escaleras, con la seguridad de que iban a lana al verla por última vez. encontrar algo en los pisos superiores que debía ser ocultado de ese modo. Charles Dadelsen fue internado inmediatamente en la clínica más cercana Él les siguió algo rezagado hasta que se detuvieron delante de la primera para enfermos mentales. Después de que lo dejaran solo en su celda, pidió habitación que encontraron. Intentaron abrirla pero estaba cerrada con llave. que le trajeran un libro. El oficial le ordenó al profesor: –Ábrala. –Es la biblioteca –mintió. Respiraba con dificultad–. Perdí la llave hace días, pero seguramente aparecerá en breve. Lo siento. Todos estaban perdiendo la paciencia. Finalmente, el oficial sacó un alam- bre del bolsillo y al verlo, el profesor Dadelsen exclamó, delatándose: –María, cariño, ¡Huye! ¡Vienen a por ti! ¡Por la ventana, por la ventana! –María, soy yo, Margaret. Papá y mamá quieren que vuelvas. ¡Te echamos de menos! –gritó la hermana golpeando la pared con el puño. El oficial hacía ímprobos esfuerzos por mantenerse tranquilo: forzar la cerradura sin romper- la era una tarea que requería calma y concentración. “La caída por las escaleras, la sangre, el coche, conduzco hacia el Puen- te del Sauce, no la encuentro allí, sólo hay sauces; ella sigue en el mismo sitio, la subo, la curo, al segundo día recobra la consciencia, ¿la recobra? ¿la reco- bra de veras? ¿La maquillo porque le gustará o porque no soporto la realidad? La radio, las voces, María se ha vuelto loca. Con rostro de mujer te pintó la natura, Yo me he vuelto loco, voy a morir de locura

52 53 Y si no es así de Lola Hernández Francés Seleccionada primer momento pero, justo el día en que se iba a celebrar, la añoranza de ti me tenía a pensamientos tristes. Había estado paseando por el centro para olvidar el perfil de tu abandono. Caminando entre extraños es como mejor me encuentro a mi misma. Al volver una esquina repentina, deci- dí vencer el peso de las sombras que has dejado en mi corazón, descubrí que ese dolor que sentía, esa pena abismal y obstinada, me estaba robando cosas que me faltaban por vivir: estaba permitiendo que mi tristeza se convirtiera en un círculo vicioso del que ya no podría salir. Me presenté en la fiesta sin avisar y, a pesar de ello, fui recibida con entu- siasmo. Rodeada de pocos conocidos y mucha gente nueva, me sentí más Hoy he despertado en una habitación que no es la mía, ni la tuya, al lado arropada de lo que lo había estado en los últimos días. Me sorprendió poder de una persona que no eres tú. En los rincones aún resuena el eco de unos volver a reir con naturalidad, sin que un crujido seco y sonoro me indicara que besos que no me has dado y tengo las manos llenas de caricias que ya no res- mi cara, acostumbrada ya a una mueca triste y antipática, se rompía por el balarán por tu cuerpo nunca. Mi mirada pasea sin rumbo consintiéndose el esfuerzo de doblarse en una sonrisa. Nacho también había ido a la fiesta por capricho de posarse en objetos nuevos para mí, o deslizarse por las paredes casualidad, acompañando a alguien del trabajo que, en el último momento, hasta acabar en las baldosas del suelo. La habitación es luminosa pero las per- le había propuesto asistir, pero él había sido más detallista que yo y había teni- sianas sólo dejan pasar unos afilados rayos de sol que se estampan contra la do la decencia de presentarse con un regalo para la anfitriona. Me envolvió pared del fondo formando dibujos intermitentes. A los pies de la cama, col- la atracción que pareció sentir hacia mi desde el primer momento y, sin gando del deseo de anoche, se arrebujan nuestras ropas, avergonzadas, embargo, no me dirigió la palabra hasta que se produjo el incidente de la entrelazadas como lo están nuestros cuerpos. A un lado, un armario ropero ausencia de regalo. Me propuso compartir el suyo y después se limitó a mirar- soporta el peso de montones de libros colocados en hileras irregulares, la me, a perseguir mis movimientos con fruicción, tropezaba con sus ojos en mesa de estudio está llena de folios emborronados y plumas. Notas amarillas cada gesto, lo sabía atento, espectante, ansioso por que pasara cerca de y adhesivas pestañean desde el corcho que hay junto a la estantería, esperan- donde él mantenía una conversación vacía con un desconocido. Al final no do que alguien recuerde los mensajes con los que están tatuadas y debajo de pude vencer su asedio y nuestras miradas se cruzaron: la suya profunda, la mesa, ahíta, una papelera digiere retazos de tiempo desperdiciado. inquisitiva, hambrienta, y la mía llena, luminosa después de tantas lágrimas. Las sábanas revueltas suben por mi cuerpo hasta el saliente que forman mis No sé de qué hablamos, él sí lo recuerda pero no sé si me engaña o realmen- clavículas. Yo permanezco inmóvil, en un estado de completa laxitud, abando- te nos dijimos aquellas cosas tan bonitas, sólo sé que la tarde se enredó entre nada a los placeres de una vagancia rotunda. A mi lado, nuevo e inesperado, sus dedos, que me olvidé de ti, que la desesperanza se retiró del terreno árido duerme Nacho. Las arrugas agudas de la tela han trazado en su cara trazos de que antes ocupaba en mi corazón y que, desde no sé dónde, llegaron al sueño, líneas sinuosas y permanentes, que dividen su rostro en dos momen- fondo de mi alma los cálidos rayos de un sol que, hasta ese momento, se tos. Tiene el pelo revuelto, los labios entreabiertos y la barba olvidada. Se abra- había escondido, cobarde, detrás de gruesos nubarrones estáticos. za a la almohada como anoche a mi cuerpo, con manos de dedos largos, Cuando nos separamos sentí un dolor físico, agudo, no el dolor monótono suaves y atrevidos. No me canso de mirarlo: ayer no estaba y ahora pienso que al que me tenía acostumbrada tu ausencia, sino un dolor desproporcionado, podría quedarse para siempre. Me acostumbraría a él, como antes a tus besos. urgente, arrollador. No quise quedar en evidencia y disimulé la tortura de la des- Mi vida está ansiosa de un nuevo motivo por el que dejar pasar días y noches, pedida con palabras fáciles. Me apoyé en las sílabas como si fueran salientes de por acumular, avara, otros atardeceres, como monedas en una hucha, por una roca que me permitiera salvarme de ser engullida por un mar embravecido. depender de una sonrisa, del calor de una caricia, del sabor de otra ilusión. Podría haberle invitado a compartir mis sueños, porque lo que más desea- Hace un mes me invitaron a una fiesta de cumpleaños, de esas fiestas sor- ba era despertar con sabor a él por la mañana, pero no quise precipitarme. presa que tanto he odiado siempre. Por supuesto, me negué a asistir desde el Puede ser que aún me costara separarme del dolor de tu marcha, conocido ya

56 57 y vieja amiga de la casa, y me detuviera el temor de tropezar con sentimientos que me pasara lo mismo con él, de modo que no creí en sus palabras, por- nuevos, cuando mi corazón aún no había tenido tiempo de diseñar anaqueles que he aprendido a desconfiar de mis propias esperanzas. donde guardarlos. Sólo recuerdo que lo vi alejarse y que algo de mí, profun- Pero los días han estado pasando y todos ellos me han traido la voz de do, primitivo y vital, se fue correteando tras sus pasos, como un perro fiel. Nacho, cercana como si nunca se hubiera marchado, como si estuviera en la No dormí nada aquella noche, el miedo de que todo fuera una ilusión, de habitación de al lado y pronunciara mi nombre. Las noches se han llenando de que Nacho sólo fuera un tipo amable y yo hubiera malinterpretado sus atencio- esperarle, el auricular ha tomado la forma de mi perfil, ha invadido la casa respi- nes, me robó las horas que suelo dedicar al sueño. De aquella tortura sólo me re un aroma nuevo, un aire fresco cargado de primavera… y yo me he vuelto a liberó el cascabeleo del teléfono, tantas veces enemigo mío y aliado de tus men- enamorar de la única forma que sé: en crudo, de un solo bocado y sin aditivos. tiras, que retumbó con estruendo de cañones apenas comenzaba a despuntar Ayer volvió Nacho de su viaje. Fui a esperarlo al aeropuerto a pesar de que el día por encima de los tejados de mi barrio. Era Nacho. Quería saber si me gus- él me había rogado que no me molestara en hacer un trayecto tan largo. taría desayunar con él en alguna cafetería. Su voz fue el mejor bálsamo para mi Contra todo consejo de prudencia, no supe estar más tiempo sin verlo, ni incertidumbre, me embargó una alegría atronadora, sentí que por fin volvía a siquiera unos minutos, así que cogí el coche y fui a la terminal en la que tenía respirar después de haber estado tanto tiempo sumergida en mis penas. que aterrizar su avión. Esa mañana pinté las calles de mi vecindario con los colores de la ilusión, No sabía dónde colocarme para que me viera nada más cruzar el umbral. doblé las esquinas con una sonrisa en los labios, y llegué a la cafetería seña- Entre la gente que esperaba me habría confundido, así que me situé al lado lada para encontrarme con mi futuro. Nacho aún no había llegado, yo vivo de la puerta de salida al exterior, donde se cogen los taxis para ir a la ciudad. más cerca del centro que él, de modo que dejé que el aroma del café me El avión llegó puntualmente y comenzaron a salir pasajeros de su mismo vuelo bañara de bienestar, me arrellané en una de las sillas y observé a la gente que sin que pudiera distinguirlo entre ellos. Al final, cansado y cargado con una pasaba frente a mí, extraños que desconocían que la felicidad me había toca- maleta sin ruedas, lo vi salir y dirigirse hacia donde me encontraba; la cara se do con la punta de su varita mágica. Era un día festivo. Caminaban ocupados le transformó cuando nuestras miradas se cruzaron. Sonrió, terminó de cubrir con el periódico bajo el brazo, emperifollados para asistir a una comida fami- la distancia que nos separaba, y me abrazó con fuerza, metiendo la cabeza liar, deportistas sudados de orgullo, amantes con restos del placer de la noche en la curva de mi cuello y aspirando mi perfume. Fue entonces cuando todos anterior en la Mirada… Todos me ignoraron, pasando delante de mi sin darse mis miedos huyeron despavoridos, abandonando las ramas secas del árbol cuenta de que yo era la persona más feliz del mundo y de que, sólo por eso, abatido en el que me había convertido tu ausencia. deberían haberse detenido para rendirme pleitesía. Fuimos a cenar a un bar pequeño y apretado que hay cerca de su casa. Así volaban mis pensamientos cuando llegó Nacho y se olvidé a los tran- Allí, frente a una jarra de vino y varios platos, me contó cómo le habia ido. seúntes, que siguieron su camino sin cruzarse en mis recuerdos. Le sonreí Hasta que no lo tuve cerca no me di cuenta de lo mucho que le habla echa- mientras me daba dos besos y mezclé mi ilusión con el olor de su colonia. do de menos, me bastaba con mirarle para sentirme segura otra vez. Sus Bebimos café, tomamos unos bollitos de mantequilla y dejamos pasar el tiem- palabras actuaron como un bálsamo sobre mis heridas y los días que había- po entrelazando la timidez con un poco de atrevimiento. Después salimos sin mos estado separados pasaron como retazos de un mal sueño. rumbo a la calle, paseando como cualquiera de las parejas que se cruzaban Ahora Nacho se revuelve en sueños a mi lado, debe de estar cansado por con nosotros. Él me pasó el brazo por encima de los hombros y me atrajo el viaje de ayer y por la noche de amor que hemos compartido. No sé qué hacia su cuerpo, con un gesto tan natural que pareció costumbre. Me contó hacer, podría levantarme y preparar el desayuno pero temo que su nevera que era maestro, que trabajaba con niños discapacitados, y que al día siguien- debe estar vacía, así que tendremos que salir a comprar. Creo que más que la te se marcharía al norte para seguir un curso de pedagogía que le manten- pereza es el miedo lo que me retiene en la cama, miedo a moverme, a salir dría ocupado durante un mes. El teléfono sería nuestro cómplice, me llamaría de la habitación y que, cuando vuelva, haya cambiado todo, miedo a que esta siempre que pudiera y hasta me escribiría para contarme lo que estaba felicidad tranquila que ahora siento se desvanezca como el calor de mi cuer- haciendo. Yo me recordé sola en casa, sentada al lado del teléfono, esperan- po bajo las sábanas. A los labios me viene el sabor del cuerpo de Nacho, sus do oir tu voz, perdiendo horas de mi vida en mi empeño por verte, y no quise besos me han llenado como nunca lo han sabido hacer los tuyos, quizá por-

58 59 que los encontraba sin buscarlos y los tuyos tenía que mendigarlos. Sus manos han recorrido este cuerpo que ya ha dejado de pertenecerme, ahora es terreno de caricias, paisaje de un país sin fronteras, hogar al que siempre desearán volver las tardes doradas de este otoño que comienza. Nada es com- parable al latir de su corazón sobre el mio, cualquier definición le quedaría estrecha a lo que siento cuando sus ojos me miran con deseo, haciendo que Demasiado bueno para me encienda con la misma facilidad con que lo hace una hoja seca. Ahora sé lo que se siente cuando el amor, caprichoso, perverso e indolente, campa a sus anchas por los recovecos olvidados de mi corazón, pateando todos ser cierto los prejuicios con los que tropieza, allanando el acceso a lo más íntimo de mis sen- timientos sin el menor asomo de duda, como si siempre le hubiera pertenecido. de Es probable que éste sea el último pensamiento que te dedico, que ya no pase más tardes solitarias esperando escuchar el sonido de tus llaves en la Javier Illán Segura puerta de mi casa. El teléfono ya no me parecerá un enemigo mudo y obsti- nado, dejaré de levantar el auricular cada cinco minutos por si la ausencia de Seleccionado noticias tuyas se debe a un fallo de la línea. Tiraré a la basura, sin titubeos, las cosas que dejaste en casa: el frasco de tu colonia, que he estado olisqueando para acompañar mi desconsuelo, la últi- ma camiseta que dejaste arrugada sobre la cama, tu cepillo de dientes, folle- tos de viajes que nunca llegamos a hacer, pedazos de una vida en común que nunca tuvimos y que ahora, cuando ya he conseguido esculpir en mi mente la evidencia de que nunca volveré a arroparme con tu sonrisa, me estorban como trastos viejos, ocupando lugares imprescindibles para acoger nuevas ilusiones. Pero mi corazón sabe que una parte muy pequeña de mí, un milímetro de mi piel, un pellizco ínfimo, seguirá temblando si alguna vez nos encontramos en la calle, a la salida del cine o en la cola de un supermercado. No tendré jamás el menor control sobre ella, me desobedecerá cada vez que le ordene que deje de recordarte, y desoirá cuantas súplicas le haga, déspota y sober- bia. Confío en que, igual que un niño travieso, cesará en su empeño cuando deje de hacerle caso, ya no encontrará divertido torturarme, imponerse a mi voluntad, y se aburrirá hasta adormecerse, arrebujarse y desaparecer. Y si no es así, si las cosas no salen como espero, si el hombre que ahora empieza a despertar a mi lado no es quien compartirá mi vida, si su voz no será la nana que me acune por las noches, seguiré caminando por esta vida que apenas conozco, preparada para las sorpresas que pueda encontrar en el camino, sin miedo a volver a tropezar. A lo lejos, perdido en un rincón, quedará el vértigo de la soledad.

60 –Jerome. Si claro, lo recibí. –Bien, buen chico. Tenemos que hablar. Donde siempre a la hora de siem- pre. Avisa a Sam, tengo algo para los dos. Cuando colgó el auricular sabía que sería una noche larga. Jerome era quien le buscaba los trabajos y a cambio se llevaba una comisión, así funcio- naba. Aprendió que era mejor no saber demasiado y no hacer preguntas. El trabajo era el trabajo. Lo demás iba y venía. Quedaron en el Cheyenne Dinner que había en la 73 con Grant. Sam llegó tarde. Jerome llegó en un coche europeo con los cristales tintados y varias per- sonas que se quedaron en el interior del vehículo. Jerome era un hombre de –Ha empezado a llover –dijo Sam desde el asiento trasero del Buik. Tenía unos cincuenta años, aunque nadie sabía realmente su edad. Llevaba un som- las manos apretadas contra el costado y estaba sudando. Todo había ocurri- brero al estilo de los años cincuenta y una americana a juego. No estuvo en el do muy rápido. local ni quince minutos. Pidió un café que no llegó a probar y dejó la cuenta –No te preocupes, este coche tiene faros antiniebla. pagada para una comida de diez personas más la consiguiente propina. No era verdad, pero fue lo mejor que se le ocurrió decir. A las 5 de la –Y esto para vosotros –dijo metiéndole un billete de cien a Sam en el bol- madrugada y en esa parte de la ciudad aquel viejo Buik del 89 fue lo mejor sillo de la camisa– No quiero que mis chicos vayan por ahí con calderilla. que pudo conseguir. Entre una espesa neblina cruzaba a toda velocidad las Así era Jerome, generoso con los suyos, al menos mientras estos le hací- calles desiertas y oscuras de una ciudad demasiado cruel para perdonar. Sabía an ser más rico. que no pasaría mucho tiempo hasta que los tuviera pegados a los talones. Sería un golpe sencillo. Un polvo rápido. Se iba a mover mucho dinero Todo se había jodido aquella noche pero al menos estaba vivo. Pensó que des- aquella noche y ellos sacarían una buena tajada. Un furgón, sin escolta, sólo pués de todo, sí podía considerarse afortunado. un vigilante a bordo que estaría sobornado para dejarse robar. Demasiado La mañana había comenzado con aquella llamada de teléfono. Se había bueno para ser cierto. levantado tarde y con dolor de cabeza pero cuando se miró al espejo pensó Billy no sabría a quién estaría robando, pero no le importaba. Solía dejarse que tenía buen aspecto. Desde el colegio le llamaban Billy el afortunado aun- llevar por su instinto. Su instinto y su suerte lo habían mantenido vivo hasta que su verdadero nombre era Nicholas Ciccone. Nicholas ya sólo le llamaba ahora. Se despidió de Sam y se marchó a casa. Todavía se sentía lento cuando su abuela. Ella siempre dijo que era especial: Eres uno entre un millón, tienes llegó, así que fue hasta el botiquín y se tomó una de esas oxicodonas sin receta que quemar para brillar. Billy tenía una cara bonita y una sonrisa embaucado- que tan bien le iban. Después sacó su 38 corto de un falso fondo que había en ra y lo que era mejor, lo sabía. Nunca tuvo problemas para pasar un buen rato el armario y lo sostuvo en la mano. Era brillante y pesado, como el buen whis- con la chica más guapa del bar pero tenía una regla: No enamorarse jamás. key. Se sentó en la cocina y con minucioso cuidado quitó el tambor y limpió cada Billy recordaba todavía como una vez, antes de que su padre se largara, llegó rincón del arma. Era un ritual que hacía al menos una vez a la semana y a menu- a casa con el labio partido. Se había peleado con un chico de octavo curso do, sobre todo cuando se sentía lento se sorprendía a sí mismo mirando con por una chica. Susie Collins. El padre de Billy, en lugar de darle una paliza demasiada curiosidad el oscuro fondo del cañón. Introdujo una bala en cada reci- como acostumbraba sacó dos cervezas del frigorífico y le tendió una al piente del tambor y lo cerró. Había algo que siempre le levantaba el ánimo en muchacho. –El amor es para los débiles Nicholas. Sólo los fracasados se ena- esos momentos. Se puso frente al espejo y desenfundó como Robert de Niro en moran. –Billy la probó y aunque despreció el sabor la bebió lentamente, sin- aquella famosa película que había visto tantas veces. Tenía buen aspecto. tiéndose casi un hombre. Desde ese momento se prometió a sí mismo no –¿Hablas conmigo? ¿Dime, es a mí? Aquí no hay nadie más que yo. enamorarse nunca más. Y así había sido hasta hoy. Billy cogió su cazadora y el 38 y salió del apartamento. Se sentía lento aquella mañana cuando cogió el teléfono. Eran las diez y pensó que le vendría bien distraer su mente un rato. Entró –¿Billy? Soy Jerome ¿Recibiste el último sobre? a un bar llamado therailers y le pidió al camarero un whiskey doble. Se encen-

62 63 dió un cigarrillo y se quedó apoyado sobre la barra, solo. En momentos como –Caí sobre un montón de arena. ese deseaba no funcionar, no tener que pensar más allá de la siguiente paga, –¡No me jodas Billy! ¿Es que no lo ves? Nos han disparado a los dos pero del siguiente trago. Apagarse como una colilla a medias. Una mujer de pelo me han dado a mí ¡Me han dado a mí porque tú eres Billy el afortunado! rubio y tristeza en los ojos le preguntó si tenía fuego, pero no tenía tiempo –¡No digas gilipolleces Sam! A mí también me podía haber dado. –Sam para tonterías. Esa noche no. Esa noche debía brillar. Quemar y brillar. Apuró puso otra mueca de dolor y sus ojos se inundaron de lágrimas. el vaso y salió de allí. Debía verse con Sam a media noche. –Pero no te han dado ¡Joder! Soy yo el que está jodido… Dios Billy tengo Fuera la luna brillaba y se sentía rápido otra vez. Aquellas pastillas acom- miedo. –Sam dijo esto último retorciéndose en el asiento. Tenía las manos lle- pañadas de un buen trago eran milagrosas. Sam le estaba esperando en un nas de sangre. sedan azul en el lugar acordado. –Sam, Jerome buscará a alguien para que te cure y después desaparece- –Hey Sam ¿De dónde has sacado este cacharro? remos por un tiempo. No hay de qué preocuparse. Sólo tienes que aguantar –Era de mi madre. En ese asilo de mierda ya no le dejan conducir. un poco más. –Bueno ¿recuerdas donde debíamos esperar al furgón? Pues en marcha. –¡Ese cerdo nos ha mentido! Dijo que sería un golpe fácil. Joder no debí- El resto había ocurrido muy rápido. Cuando vieron llegar al furgón nada an llevar armas. Ese cerdo nos la ha jugado Billy. Maldita sea me voy a morir encajaba con lo que había dicho Jerome. El vigilante que debía estar sobor- ¡Me voy a morir en un asqueroso coche! nado resultaron ser dos tipos armados que no dudaron en disparar al coche –¡No te vas a morir! Llegaremos al punto en la afueras y Jerome buscará que se cruzó delante de ellos reventando dos de las ruedas y alcanzando a a alguien para que te cure. Te pondrás bien. uno de los ocupantes en el vientre. Billy sólo pudo conseguir un coche a Billy miró por el espejo interior del coche. Sam estaba llorando y había per- punta de pistola para escapar justo cuando el ruido de las sirenas comenza- dido el control de su vejiga. Trató de concentrarse en la carretera. ba a escucharse desde todas direcciones. No hubo oportunidad de abrir el fur- –Sabes Billy… quería mi parte del dinero para llevar a mi madre a una resi- gón. No habría dinero que repartir. dencia. Quería sacarla del asilo de mierda en el que está y llevarla a una residen- El limpiaparabrisas estaba haciendo su trabajo cuando Sam preguntó cia de las que se anuncian en las guías de teléfonos ¡Mierda! Y ahora estoy jodido. desde el asiento trasero: Billy miró al frente y se concentró en la carretera tratando por todos los –Billy ¿te acuerdas de por qué te llaman el afortunado? medios que el llanto no asomara. Pronto saldría de la ciudad y llegarían al –Sí, claro que me acuerdo. punto de encuentro. Habían fallado el golpe lo que significaba que no habría –Cuéntamelo por favor. –Aquello le cogió por sorpresa, pero accedió. Billy dinero para repartir y eso siempre pone a la gente nerviosa. Con la policía había escuchado en muchas ocasiones a Sam contar aquella historia. husmeando quizá se hubieran ido. Si todavía seguían allí, Sam tendría una –Fuimos a unas obras del downtown porque había una excavadora y a ti oportunidad. Si no era así… Si no era así no quería pensar lo que ocurriría. te encantaban esos trastos ¿recuerdas? Decías que querías ser conductor de Conocía a Sam desde que tenía memoria. Los dos habían crecido juntos e uno cuando acabaras el instituto. Te pasaste todo el quinto curso pidiéndole incluso perdieron la virginidad la misma noche. Cuando conocieron a Jerome, a tu madre que te comprara uno por navidad y al final te compraron aquella creyeron encontrar la oportunidad de salir de aquel barrio maldito del que estúpida guitarra. Te cabreaste y la tiraste a la jodida chimenea. -Billy rió y vol- nunca nadie escapaba. Billy debía ser fuerte, debía confiar en su instinto y su vió a mirar por el retrovisor. instinto le decía que siguiera adelante, más y más rápido. Hasta arder y extin- –Fue en sexto curso, pero sí, ocurrió así. –Sam intentó reír pero al hacerlo guirse como una colilla mal apagada. Volvía a sentirse lento. Nunca había su rostro experimentó una mueca de dolor–. Billy, no me refería a esa parte necesitado tanto una oxicodona como en ese momento. de la historia. Tú te subiste al montacargas. Miró a la izquierda. Las obras del nuevo aparcamiento que estaban cons- –Lo sé. truyendo para uno de esos Mall of america se sucedían varios centenares de –Te caíste de un jodido montacargas que estaba a diez metros y no te metros. Había una excavadora enorme. pasó nada. Cualquier otro se habría roto una pierna o se habría matado, pero –Eh Sam, ahí tienes tu maldita excavadora. Cuando nos retiremos del a ti no te ocurrió nada ¿Lo entiendes? negocio nos montaremos una empresa de….

64 65 Sam estaba con la cabeza echada hacía un lado. Ya no sudaba y sus ojos no decían nada. Se había apagado. Sam había muerto. Billy paró el viejo y recalentado Buik en el arcén y bajó a Sam del coche. Cargó con él varios metros hasta llegar a los aparcamientos. Estaba amaneciendo cuando lo dejó subido a los mandos de aquella monstruosa excavadora. Podría haber pasa- do por un obrero cualquiera de no haber sido por las manchas de sangre por Lucía todo el cuerpo. Pensó que era lo que él habría querido. –Hasta siempre, amigo. –Y esa lágrima que tanto había intentado ocultar de por fin resbaló por su mejilla haciéndole temblar. Billy, el afortunado, el que había caído de un montacargas sin hacerse ni Javier Illán Segura un rasguño arrancó el motor del viejo coche sabiendo que su suerte sé había acabado. La había gastado aquella noche. Era extraño porque no podía Seleccionado explicarlo, pero sabía que él también se estaba extinguiendo, era sólo cues- tión de tiempo. Una parte de él sabía que ya no sería nunca más el afortu- nado. Miró una última vez su reflejo en el retrovisor antes de acelerar y sonrió. Tenía buen aspecto.

66 Nunca lo podré olvidar. Desde ese día fuimos inseparables. Todas las mañanas nos encontrábamos en ese mismo lugar para bajar a la playa y ver como llegaban los pescadores al puerto con lubinas, agujas que se acercan a la costa en verano o si había suerte, algún mero. Después caminábamos por la playa en busca de caraco- las, íbamos al faro o nos quedábamos en el acantilado, yo dibujando y ella leyendo alguno de esos libros tan raros. –No son raros David, son obras maes- tras de personas que entendieron el verdadero significado de vivir. Oscar Wilde, Hemingway, Víctor Hugo… –Solía decirme siempre en esos casos. A veces Lucía leía en voz alta mientras yo dibujaba. No entendía como le El mar comenzaba a enfurecerse a la vez que se levantaba un viento frio podía gustar tanto algo tan complicado pero me encantaba escuchar su voz y despiadado. Aquel trozo de tela roja ondeaba en mi mano mientras se acer- mezclada con el sonido de las olas. Cuando atardecía la acompañaba a su caban unas nubes negras que indicaban el final del verano. Todo se había aca- casa. Era un enorme caserón de dos plantas justo en la cima de la colina. Tenía bado. Mi nombre es David y los 14 años que componen mi vida no dan para un jardín repleto de estatuas de mármol blanco y una muralla alrededor que escribir muchas historias. Sin embargo, como diría Oscar Wilde: “A veces nos ni la mismísima Alcatraz. Ella siempre entraba por una pequeña puerta en la pasamos años sin vivir en absoluto, y de pronto nuestra vida entera se con- parte de atrás. Me pareció extraño pero no me atreví a preguntar. centra en un solo instante". Sólo ahora he sido capaz de comprender esto. Una mañana de principios de agosto bajamos a la playa y mientras cami- Siempre he sido el típico chico solitario que se esfuerza por encajar pero nábamos junto al acantilado Lucía me retó a subir a una de las cuevas que se no encuentra su sitio. Sólo me sentía yo mismo cuando dibujaba. Solía ir al habían formado en la roca con el paso del tiempo y el devenir del nivel del mar. acantilado que bordea parte del camino que baja serpenteante desde la coli- –¿Estás loca? Eso debe de estar a unos seis metros. na para hacerlo. Era el sitio más tranquilo de todo el pueblo y es que la coli- –Ocho diría yo. –Lucía se reía divertida. Sin duda estaba disfrutando de la na era la parte alta, el lugar donde venían a pasar las vacaciones la gente cara de cobarde que debía tener–. Si no subes serás un gallina. adinerada de la ciudad y que intentaba no pisar el pueblo a menos que fuera –¡Sabes que tengo miedo a las alturas! imprescindible. Además, desde el acantilado se podía ver perfectamente toda –Tú mismo. la playa. Me gustaba dibujar el faro en atardeceres dorados mientras las olas Lucía se encogió de hombros y comenzó a trepar por la escarpada pared. lo golpeaban sin descanso. Allí, mientras dibujaba, fue donde conocí a Lucía. Apoyaba manos y pies en los salientes de roca con asombrosa facilidad al mismo Era una mañana de mediados de junio y el sol estaba alto. Ella apareció tiempo que imitaba el sonido de una gallina para hacerme sentir todavía más envuelta en un vestido blanco de tela vaporosa que casi le hacía brillar y un avergonzado si cabía. No podía permitirlo así que comencé a trepar yo también. bonito lazo rojo sujetaba su pelo. Llevaba un libro en la mano “El retrato de Aunque intentaba imitar los movimientos de Lucía era incapaz de moverme Dorian Gray” se titulaba. como ella. Me temblaba todo el cuerpo cada vez que miraba hacia abajo. Ni –¿No es un sitio un poco extraño para dibujar? –Me dijo. Su pelo rubio le siquiera había superado los dos metros cuando desistí y salté a la arena. llegaba hasta los hombros. Tenía la piel clara y unos ojos tan azules como el –¡Gallina! Sabía que no podrías ¡Lo sabía! mar que estaba dibujando. Era sencillamente preciosa. Era duro no haberlo conseguido, pero era aun más duro tener que ver –Sí ¿Y no es un libro un poco grande para ti? –Dije intentado aparentar como Lucía llegaba hasta la cueva casi sin esfuerzo y todo ello mientras se normalidad–. Me gusta venir aquí algunas veces a dibujar. Es el mejor sitio burlaba de mí. para hacerlo. –¡Mira bien gallina! –Lucía se desató el lazo que sujetaba su preciosa Ella me miró de arriba abajo, estudiándome como si nunca hubiera visto melena y lo ató a una rama que sobrevivía en la escarpada pared. Una vez a un chico de su misma edad. Después sonrió divertida y dijo: hecho el nudo comenzó a bajar con la misma facilidad con la que subió. –Me llamo Lucía. Pensé que debían existir lagartos con menos pericia en la escalada. Cuando

68 69 debían faltar unos dos metros para llegar al suelo se dejó caer, aterrizando –Seguro que los has tenido mejores. –Le dije intentado ocultar la emoción. suavemente sobre la húmeda arena. –David. Oscar Wilde escribió una vez “A veces nos pasamos años sin vivir –Te seguiré llamando gallina hasta que me devuelvas el lazo. –Quise decir- en absoluto, y de pronto nuestra vida entera se concentra en un solo instan- le que no era justo y que jamás conseguiría subir como ella, pero en ese te”. Este verano para mí ha sido así. momento me agarró por el brazo y tiró de él en dirección al agua. –Gracias. –Le dije –Pero no he traído bañador… ¡Y tú tampoco! –Le dije. –No. Gracias a ti. –¡No importa! –dijo Lucía mientras se quitaba la ropa y la dejaba sobre la Apenas dormí aquella noche recordando cada instante que pasé junto a arena. Su maravilloso cuerpo resplandecía al sol de mediodía y no podía apar- Lucía. Deseaba que llegara ya el momento de volver a verla, nunca en los 14 tar la mirada de las curvas que dejaba entrever aquella ropa interior mientras años que tenía me había sentido así por nadie y no conseguía entenderlo. se adentraba en el agua. Creo que debió darse cuenta, pero no pareció inco- Cuando llegó la mañana yo aun estaba despierto. Cogí las cosas para dibujar modarle demasiado. Yo la imité y me metí en el agua junto a ella. Estuvimos y salí a toda prisa hacía el acantilado. El sol comenzaba a hacer justicia cuan- arrojándonos agua y jugando en el mar durante lo que debió ser una hora en do llegué allí. Lo dispuse todo para comenzar a dibujar mientras esperaba que el reloj y cinco minutos en mi cabeza. llegase Lucía. Cuando en el viejo campanario de la iglesia resonaron las doce –¿Sabes? –dijo Lucía–. A veces imagino que vivo en el mar. Libre, sin nadie comprendí que no aparecería. que me diga qué hacer. Nunca lo había hecho pero fui a buscarla a casa. La puerta que daba acce- –No puedes vivir en el mar. Nadie puede… –Ella me clavó una mirada ase- so al jardín estaba cerrada y no podía ver a nadie a través de los barrotes. Llamé sina–. A menos que seas una sirena, en ese caso podrías vivir en el mar. Aun- al timbre y esperé a que alguien apareciera. Después de lo que me pareció una que no entiendo que puede tener de divertido vivir en el mar, tan húmedo y eternidad vi asomarse a Lucía desde una ventana. Llegó corriendo y mirando lleno de algas. por encima del hombro, como si no quisiera que la vieran hablando conmigo. Lucía rió a carcajadas. Sus mejillas se habían sonrojado por el sol. Me miró –¿Pero qué haces aquí? –Lucía casi me gritó la pregunta. fijamente antes de decir: –No viniste y pensé que… –Mañana es mi cumpleaños David ¿Me harás un retrato? –David te tienes que ir. Mi padre descubrió el dibujo y el… –El silencio se –Me encantaría. apoderó de su voz. Yo tampoco supe encontrar palabras para llenarlo. Lucía se acercó a mí y me besó en la mejilla. El contacto de sus labios en –¿Sabes por qué leo esos libros tan raros David? Porque en ellos me siento mi piel me erizó el vello. Era algo que jamás había sentido hasta entonces. libre y puedo sentir a través de sus personajes. Nunca me había sentido tan viva La dibujé el día de su cumpleaños en el acantilado, sentada sobre una roca como en este verano en que te he conocido. Pero ya no podremos volver a ver- y mirando al mar en calma. El cielo dejaba caer su luz sobre ella, iluminándo- nos. La semana que viene volveré a la ciudad y nos olvidaremos el uno del otro. lo todo y haciéndome pensar que ese momento y ese lugar se habían creado La noticia cayó como una bomba en mi interior. No podía creer que no para que yo los dibujase. Los trazos eran perfectos y precisos, mis manos volvería a verla. hablaban un lenguaje que jamás había sido tan nítido hasta ese momento. –Yo no me voy a olvidar de ti Lucía. Cuando lo acabé y se lo di se quedó un rato mirándolo, alternando miradas –Me tengo que ir David. entre el papel y mi rostro. Una lágrima rodó por una de sus mejillas. Se la secó Creí ver una lágrima resbalando por su rostro mientras se metía de nuevo con el dorso de la mano y me miró fijamente con ojos aun enrojecidos. en aquel palacio. Me fui a casa sintiéndome el chico más desafortunado del –Es precioso David. mundo. Había perdido varios buenos amigos a lo largo de mi vida pero Lucía Nos quedamos allí sentados, mi mano entre las suyas y escuchando las era especial. Pasé los días siguientes echado en la cama casi sin saber qué olas. Me hubiera gustado que aquel momento durara para siempre. Cuando hacer. Miraba el calendario contando los días que faltaban para que se fuese. nos levantamos ya estaba atardeciendo y no me dejó que la acompañara No la volvería a ver y no lo soportaba. La madrugada del último día desperté hasta su casa. con una idea en la cabeza. Me vestí en silencio y salí sin hacer ruido. Las calles –¿Sabes? Ha sido el mejor cumpleaños de mi vida. despertaron bañadas en la niebla y cuando llegué al acantilado una tenue luz

70 71 despuntaba en el horizonte. Miré hacia arriba y allí estaba, su lazo. Tome aire y me agarré fuertemente a la pared. Tenía que conseguirlo. Comencé a tre- par con decisión y sin mirar abajo. No iba a fallar, no iba a ser un gallina. Las manos me ardían y los pies me resbalaban sobre los salientes. Estaba exhaus- to y bañado en sudor pero cuando sentí la suavidad en la tela en mi mano todo eso se desvaneció. Lo tenía. No me olvidaría. Plantar cara Mientras sostenía el lazo pensaba en la escalada. Recorría la playa, magu- llado y cansado, el mar a mi izquierda delataba un amanecer demasiado her- de moso. Debía ser amor. Sólo el amor podía tener ese fulgor naranja que me quemaba por dentro a cada respiración. Había subido una pared de ocho Natalia Moltó Llopis metros para coger un estúpido lazo sin importarme si me rompía la crisma o sí… Tenía que ser amor. Mi primer amor. Seleccionada Corrí hacía su casa ignorando el dolor que crecía en mi costado. El cami- no de la colina nunca me pareció tan empinado como aquella vez. Tenía que llegar antes de que se marchara. Tenía que volver a verla y explicarle lo mucho que significaba para mí. Cuando llegué a la cima de la colina mis piernas me imploraban un descanso. La enorme puerta de entrada del caserón estaba abierta. Había conseguido el lazo y había llegado hasta allí ¿Pero ahora? ¿Qué le diría a Lucía? No me di cuenta de que había cruzado la puerta hasta que estuve dentro y entonces la vi. Estaba en el jardín junto a un hombre de aspecto serio y un coche oscuro muy distinto a los que se veían en el pueblo. Llevaba un vestido azul y cuando se giró y me miró supe que había merecido la pena. Lucía salió corriendo hacia mí con una sonrisa demasiado hermosa para ser real. Me abrazó con fuerza rodeándome el cuello. Olía a vainilla. –No quería que te fueses sin esto. –Le dije tendiéndole el lazo. Lucía cerró los ojos y acercó sus labios a los míos hasta que se rozaron. Nos quedamos así durante un segundo y después apretó mis manos con fuerza, me miró a los ojos y me susurró: –Yo tampoco te olvidaré. Después se dio la vuelta y se dirigió al oscuro coche que la llevaría lejos de mí. Su padre que lo había visto todo le lanzaba miradas de fuego desde el interior.

El Mar rugía con fuerza mientras veía desde el acantilado como Lucía se mar- chaba por el viejo camino de la colina. Levanté la mano con la que sujetaba el lazo con la esperanza de que pudiera verme. Sabía que nunca la podría olvidar.

72 alguien intentaría hablarte o de si a algún desgraciado se le ocurriría mirarte las pantorrillas. “Es una falda larga”, te atreviste a contestarme un día, y por eso tuve que romperla; si era corta, ya no valía. No te lo dije, pero en realidad nunca pensé que fueses una cualquiera. Mi único temor era que, con tantas libertades, al final acabases siéndolo. Por eso cada noche te lo repetía hasta la saciedad. Siempre me lo callé, pero casi desde el principio supe que tenía un problema; un problema que no estaba dispuesto a reconocer, puesto que el culpable de mi locura no era otro que . Y por eso lo hice, por los dos. Porque no iba a poder mantenerte a raya eternamente, por lo que tú te atreviste a hacerme. Porque era la única forma de liberarnos a los dos. Y Cosas que no nos dijimos porque, como se suele decir, si no ibas a ser para mí, no serías para nadie.

Toni Clara No te lo negaré: todavía me paso el día entero pensando en ti. En dónde Te odio. Te odio con todas mis fuerzas. Te odio más que nunca. Ahora puedo estarás y en quién irá a verte. Los niños, supongo, con lo enganchados que decirlo sin miedo, sin cerrar instintivamente los ojos sabiendo lo que se me ven- estaban a ti irán cada dos por tres a visitarte. Probablemente te traigan flores dría encima, sin temor a que esta vez sea más fuerte que la anterior, que sea la o el último dibujo que hayan hecho en el colegio. Imagino que te estarán última. Te odio por haberme apartado así de mis hijos, por haber hecho que Ana dando la vara durante más de una hora; que si me pasa esto en el colegio, llorara en su cuarto todas las noches y por haberle dado esa bofetada a Jaime el que si me he peleado con no-sé-quién o que si ya he perdonado a no-sé- día en que, entre sollozos, te pidió que dejaras en paz a su mamá. Te odio tam- cuantos, que si qué bien o qué mal vivimos ahora, que si así todo es mejor o bién por todo ese maquillaje bajo las gafas de sol, por todos los “qué te ha pasa- peor. En cualquier caso, un montón de pamplinas, aunque a ti siempre te do ahí” que tuve que aguantar, por alejarme de mi familia, la de verdad. Te odio gustó escucharlas. Por aquí, en cambio, todavía ni se han acercado. Parece ser por dejarme sin amigos y por romper la ropa a la que tanto aprecio tenía. Te odio que al final yo tenía razón y no querían demasiado a su padre. Pues bien, que por tus interrogatorios, por seguirme cuando menos lo esperaba. Te odio por les den. Algo que no te dije es que no sólo les aborrecía, sino que tengo la anularme, por convertirme en tu esclava. Pero sobre todo, te odio por tu chan- teoría de que a ti y a mí nos hubiera ido mucho mejor si jamás los hubiése- taje y tus falsas lágrimas. Por todas las veces en que, después de una paliza, ame- mos tenido. Pero mira, todavía tengo que darles las gracias porque, si no exis- nazaste con acabar con tu vida y no lo hiciste. Te odio por hacerme pensar que tiesen, quizás te hubieses ido antes de mi lado. Y eso no podría soportarlo. en ocasiones la culpa era mía, que no sabía comprenderte, que sólo buscaba Imagino que también irán a visitarte de vez en cuando tu hermana y su mari- provocarte. Te odio por convencerme de que sería más seguro quedarnos que do (ese paliducho imbécil que se ponía al teléfono cada vez que te empeña- irnos de tu lado. Te odio por siquiera haberte querido alguna vez. He guardado bas en hablar con ella). Familia, decías. Para ponerte de cháchara sí que estas palabras dentro de mí durante tanto tiempo que tener ahora el valor de encontrabas tiempo, sí. Tú familia era yo, sólo yo. La única que escogiste sin pronunciarlas parece hasta ridículo, aunque producen en mí una paz indescrip- que llevara tu sangre. Sin embargo, para ti nunca era suficiente. Y cuando tible. Cuando pienso en ti apenas recuerdo a ese hombre esbelto, alto y more- volvía del bar, cansado de trabajar como una mula en la obra, siempre te no del que me enamoré; ese que me llevaba a casa en su vieja vespa y me juraba encontraba parloteando con el auricular y sin tener lista la cena. ¡Cómo no amor eterno en el portal. No. Por contra, sí siento el dolor y la incertidumbre, el iba a cabrearme! Nunca te lo dije, pero tampoco aguantaba la idea de que te escozor en la mejilla izquierda tras la primera bofetada. Después, vendrían quedaras sola en casa, ni de que fueras a la compra, ni siquiera de que tuvie- muchas más a las que mi cerebro dejaría de buscar una explicación racional, pero ras una falda. Pero has de saber que todo era por amor. Porque no soporta- esa sí la recuerdo como si fuera ayer: acababa de cumplir los veinticuatro, y Ana ba la idea de no controlar qué estabas haciendo en cada momento, de si daba vueltas en mi vientre, ajena los gritos que, más tarde y noche tras noche,

74 75 le tocaría soportar. Tú habías quedado con los amigos para echar una partidita y ces más valía que lo dejara. En un principio me lo tomé a mal, e incluso me negué, yo, que te dije que me quedaría en casa, acabé por salir con mis amigas a cenar. pero de ahí en adelante llegar a casa era como entrar en un campo de batalla. En Todavía no sé por qué acabaste de trabajar antes ese día, ni porqué cambiaste el fondo, sé que a él le disgustaba que yo ganara más dinero que él. Tan fuertes tus planes transformando las cartas en un ramo de rosas, pero, cuando abrí la eran nuestras disputas que al final cedí, renunciando así a otra parte de mi liber- puerta pasadas las once y te encontré allí de pie, esperándome con el ramo en tad. Sin embargo, en estas pocas semanas las cosas no han mejorado, al contra- la mano, jamás pensé que era para estampármelo con furia contra la cara. Dicen rio. Los enfados y los chillidos siguen cada dos por tres, y la mayoría de veces por que el primer amor no se olvida. La primera bofetada tampoco. Ese segundo en cosas tontas: que si otra vez lo mismo para cenar, que si he visto la subida en la el que tu mundo se desploma, en el que te hace daño la persona que, por ese factura de la luz, que si por qué haces ruido al masticar… Cierro los ojos inten- amor mutuo, debería protegerte. El instante en el que se rompe la confianza, en tando apartar estos pensamientos de la cabeza cuando oigo tras de mí el murmu- el que sabes que, aunque no quieras creerlo, volverá a pasar; el momento de llo del televisor: “…otra víctima más de violencia de género… la mujer, que le huir, de plantar cara. La primera, con eso debería bastar. No sé si esto me con- lanzó a su marido aceite hirviendo en la cara, fue brutalmente asesinada a golpes vierte en una mala persona, pero espero que te siga quemando el aceite hirvien- con la sartén que momentos antes había utilizado para defenderse… tras matar- do que te arrojé a la cara. Que se te haya quedado desfigurada, como ha la, el hombre saltó al vacío desde el balcón de su casa, en un quinto piso, murien- quedado la mía después de tantos años de silencio. No pude, después de varias do en el acto a causa de la caída”. Un escalofrío me recorre de arriba abajo y de llamadas fallidas y denuncias retiradas, reaccionar hasta esa noche en que llegas- abajo arriba la espina dorsal. Dejo el cuchillo sobre la tabla de cortar y me dirijo al te y la cena todavía no estaba preparada. Quizá fue tarde, y desde luego no de aseo para lavarme la cara e intentar tranquilizarme. Esa mujer podría ser yo. la mejor manera, pero allí, con la sartén agarrada por el mango, fue la primera Podría ser mi nombre el que saliera en la tele en lugar del suyo. Un día, un día y última vez que tuve el valor de detener tu mano. Ni siquiera tuve tiempo de cualquiera. Últimamente no dejo de pensar. De pensar en irme y dejarlo todo, de pensar lo que ocurriría inmediatamente después. coger a Laura e irme a casa de mis padres, en el pueblo, hasta que encuentre de nuevo trabajo; uno nuevo, en otra ciudad. De empezar otra vez de cero. A pesar de todo, todavía le quiero. Sí, es un mal marido, aunque no un mal padre. Pero, ¿es esto motivo suficiente para seguir así?. “No volverá a suceder”, me juró y per- Agarrar la sartén por el mango juró en su día. De eso, hace ya tiempo, y el moratón en mi ojo derecho dice que mintió y que sigue mintiendo. A menudo pienso que la culpa es mía, que siem- pre he sido muy contestona. Pero entonces me obligo a recapacitar, a abrir bien Nuria los ojos y a no dejarme engañar por la ceguera de la cobardía y el miedo. Esto Son las 21.00 h y la cena está en el horno. Laura ya va en pijama y está aca- no está bien, no debería ser así. A la porra sus “perdona” y sus “te quiero”. Sus bando los deberes en su cuarto. Álvaro estará al caer y yo, mientras le espero, puñeteros regalos de arrepentimiento y sus injustos lloros cuando la que ha sufri- estoy frente a la encimera de la cocina, cortando los últimos trozos de fresa para do daño he sido yo. Sin embargo, cada noche me acuesto pensando en esto, y la macedonia que he preparado de postre. Desde que dejé mi antiguo trabajo el por la mañana me levanto y vuelvo a comenzar. Y en medio de esta incertidum- mes pasado el día se me hace interminable. La idea fue de mi marido, que se que- bre me encuentro cuando entra Álvaro por la puerta, tambaleándose y con una jaba de que nunca estaba en casa cuando él llegaba. Yo siempre he sido la encar- botella de vino medio vacía bajo el brazo. Cierro el agua y, todavía dentro del gada de llevar a la niña al colegio y de gran parte de las tareas de casa, y hasta el aseo, asomo la cabeza para recibirle. “Vamos a celebrar” –balbucea– “que por momento lo llevaba bien. Sin embargo, todo cambió con ese ascenso, que ape- un día la cena está ya servida en la mesa”. Pero su expresión cambia rápidamen- nas me dejaba tiempo para respirar. Cuando sugerí la idea de contratar una seño- te de la mofa al mosqueo, y entonces reparo en el olor a quemado que provie- ra de la limpieza o una canguro Álvaro me miró como si estuviese loca. Nunca ha ne de la cocina. La comida, el horno, lo olvidé. Fuerzo una sonrisa para intentar tolerado los extraños, y la idea de tener a alguien desconocido en su propia casa quitarle hierro al asunto, consciente de lo que viene a continuación. Pienso una le pareció, desde el principio hasta el final, algo inconcebible. Ni siquiera hubo vez más en Clara, la mujer de la sartén, y deseo tener el valor de agarrar por el lugar para la discusión. Si la culpa de mi falta de tiempo la tenía el trabajo, enton- mango la mía antes de que sea demasiado tarde.

76 77 Valientes de Natalia Moltó Llopis Seleccionada Paloma Una mañana entera perdida entre absurdos papeleos. Jamás pensé que cos- taría tanto convalidar siete asignaturas, pero parece que por fin lo he consegui- do: ya está todo en orden para cursar mi último año de carrera en Birmingham, Inglaterra. He estado practicando mucho inglés para conseguir esa plaza, y finalmente el esfuerzo ha dado sus frutos. Pese que mi objetivo inicial era Lon- dres (ciudad de escritores de la cual estoy terriblemente enamorada), Birming- ham tampoco está nada mal y, al fin y al cabo, me acerca un poco más hacia mi destino. Quién sabe, probablemente haga más de una escapada a la capital inglesa. Lo bueno y malo del asunto es que me voy una año entero. Para mí es La tierra está dividida en tres únicos continentes: el de las víctimas, genial, porque voy a tener tiempo más que suficiente para aclimatarme y dis- el de los indiferentes y el de los comprometidos. frutar de la experiencia. Lo malo va a ser estar tanto tiempo lejos de Óscar. Él todavía no sabe nada, de hecho, ni siquiera creo que se lo imagine. He inten- José Ignacio González Faus, La Vanguardia, 6-11-2003 tado llevar todo esto un poco al margen de nuestra relación para no preocupar- le innecesariamente antes de saber siquiera si sería una realidad. Pero ahora no Óscar cabe duda, y eso me fuerza a tener que confesarle la verdad cuanto antes. Ima- Me aburro. Estoy sólo en la habitación, tumbado y con la cabeza ladeada gino que le costará aceptar la idea… Llevo más de dos semanas dándole vuel- hacia la ventana. Afuera llueve. De vez en cuando, veo el cielo iluminarse súbi- tas al asunto, desde que salió la asignación de plazas y descubrí que había tamente, para después lanzar un grito atronador que no provoca en mí más conseguido la beca de estudios. Desde entonces, cada vez que nos vemos es un que consuelo. Las tormentas ya no me asustan desde hace tiempo, al contra- martirio para mí. No sé cómo decírselo. En mi mente, he preparado cientos de rio. Resulta gratificante ver que no soy el único que está hoy enfadado. La formas diferentes para contárselo, pero en todas ellas imagino su cara descom- razón: vuelvo a tener una fiebre altísima, y mi cumpleaños es dentro de tan puesta, su decepción y, casi con total seguridad, sus lágrimas. No estoy prepa- sólo tres días. No es que tuviera nada preparado en especial, y menos mal, por- rada para eso, ni siquiera yo misma sé si es una decisión acertada irme ahora, que de lo contrario todos los planes se habrían ido al garete. Es así, todavía fal- pero sólo me queda el año que viene para finalizar la carrera y ésta es mi últi- tan más de 72 horas, que parece mucho, pero estoy prácticamente seguro de ma oportunidad. Son las 12.45 h, y mientras me dirijo al hospital, pienso en el que el viernes aún seguiré aquí, acostado. Pero no todo es negativo porque, cumpleaños de Óscar, que será el viernes por la mañana. Quizá deba esperar como dice mi madre, de lo malo siempre se puede sacar algo bueno. Y lo un poco más antes de darle la noticia, tal vez hasta la semana que viene. bueno en este caso es que hoy veré a Paloma. He hablado con ella por teléfo- no hace un par de horas, y me ha prometido que vendrá a verme en cuanto salga de la Universidad. Los martes sólo tiene Literatura de 9.00 a 11.00 h, y Óscar son las 11.45 h, así que debe estar al caer. Esto no lo sabe nadie –espero–, Cuando Paloma aparece por la puerta, es a mí al primero que sonríe. Des- salvo mi padre, que dice que se me ponen las orejas rojas cuando me mira o pués, empieza a charlar con mi padre sobre el tiempo y todo ese tipo de cosas me sonríe, pero el caso es que Paloma me gusta. No, es más que eso; creo que que no tienen la mayor importancia, pero que los mayores consideran como estoy enamorado de ella. Sus ojos verdes, los hoyuelos que se le marcan al reír, el protocolo social de rigor. Se acerca a la camilla y me da un beso en la fren- su pelo castaño, que le cae en suaves ondas por la espalda…Tiene veintidós te, que ya ha bajado de temperatura. “¿Ya sabes qué quieres por tu cumple- años y es delgada como un palo a pesar de que come como un toro. Además, años?”. Yo, que estoy enfadado porque al final se ha retrasado casi una hora, Paloma adora todo lo que tenga que ver con los libros, y por ende, a mí tam- hablo sin pensar en las consecuencias, soltando lo primero que me pasa por bién ha acabado por encantarme. Me lo digo muchas veces: algún día seré la cabeza. “Sí. Un riñón nuevo”, le espeto, y me quedo tan ancho. Mi res- escritor, y haré poemas para ella. Sí, algún día. puesta la coge por sorpresa y enmudece. “¡Óscar!”, me riñe mi padre. Auto-

80 81 máticamente me siento fatal, y me apresuro en explicarle que ya les he pedi- nervioso y alterado, para decirme que han encontrado un donante de riñón, y do a mis padres un nuevo juego para la Wii. Ella, con su habitual animadver- que iban a prepararle ya para la operación. Óscar gritaba por detrás que que- sión hacia las consolas, me ignora. “Pues yo este año no voy a regalarte un ría contármelo él, y Pablo, su padre, le ha pasado un momento el teléfono para libro, para variar. Tengo pensada otra cosa –y hace una pausa que me parece que se tranquilizara. Pero cuando finalmente hemos hablado todo lo que ha eterna–. Me gustaría llevarte a merendar y al cine”. Y tras esto, busca rápida- dicho ha sido: “Prométeme que después de esto saldrás conmigo”. Las pala- mente con la mirada la aprobación de mi padre, mientras todo posible enfa- bras han sonado con tanta fuerza y seguridad que he tenido que recordarme do se disipa y aparece en mí un extraño cosquilleo. ¡Eso es casi como una a mí misma que sólo es un niño de nueve años. “Te lo juro. Cuando salgas del cita! ¡Una cita con Paloma! Sin duda es un regalo que supera todas mis hospital iremos al cine y adonde tú quieras. Y nos lo vamos a pasar genial”, le expectativas. No sé si tengo ropa para algo así, no lo recuerdo. Y de tenerla he asegurado. Satisfecho, le ha devuelto el móvil a su padre, quien ha insisti- tampoco estoy seguro de que todavía me estuviese bien; he crecido varios do en que siguiera durmiendo, que era mejor esperar e ir a verle cuando salie- centímetros en los últimos meses. Intento recordar cuánto tiempo hace que ra de quirófano. Al final he accedido, pero le he pedido que me llamara nada no voy al cine, pero es demasiado. Simplemente, dejó de ser una opción, al más acabara la operación, y me ha asegurado que así sería. Después de col- igual que muchos otros sitios que dejamos de frecuentar progresivamente gar, y como ya sabía de antemano, no he podido volver a dormirme. Me he cuando, hace cinco años, me diagnosticaron LAP (leucemia aguda promielo- quedado sentada en la cama, a oscuras, preguntándome si verdaderamente cítica), un tipo de leucemia mieloide aguda muy agresiva. Desde entonces, el debía ir o no. Por una parte, he pensado que quizá verme, en mitad de tanto hospital para mí es lo que el colegio para el resto de niños de mi edad: uno caos, ayudaría a Óscar a estar más tranquilo. Por otra, era un detalle que Pablo de los sitios donde más tiempo paso, y mi segunda casa. A los cuatro años hubiese llamado para informarme, y tampoco quería presentarme allí en mitad empecé el tratamiento y, a pesar de que ya he pasado por infinitud de prue- de la noche ignorando su petición de guardar la calma en casa. Y con esa con- bas, operaciones, transfusiones y transplantes de varios tipos (el último, de tradicción he estado rodando por la cama hasta que ha amanecido. A las 7.00 médula ósea), ahora necesito un nuevo riñón, porque los míos están empe- h, aún sin noticias, he decidido que ya había esperado suficiente, así que me zando a fallar. También sé que es probable que no llegue a tiempo, que no he levantado, me dado una ducha rápida y he desayunado unos cereales antes aparezca un donante y que éste sea mi último cumpleaños. Lo sé aunque los de salir camino al hospital. Sé que es una operación larga y por eso no debe- demás traten de animarme y ocultármelo. Según mi madre, soy un chico muy ría alborotarme, pero estar en ascuas me saca de quicio. A punto estoy de valiente, pero eso no es del todo cierto. El mérito, en gran parte, lo tiene Palo- coger el autobús cuando, de pronto, reparo en algo importante que casi había ma. La conocí hace más de cuatro años, cuando apenas llevaba unos meses olvidado con todo este jaleo; hoy es el cumpleaños de Óscar. El regalo que le de tratamiento. Ella acababa de empezar la universidad cuando asistió a unas había prometido va a tener que esperar unas cuantas semanas, cuando su jornadas de voluntariado que despertaron su curiosidad. ¿Cómo podía ayu- nuevo riñón esté ya en pleno funcionamiento, hasta que ya haya pasado gran dar ella?. Se informó debidamente y, tras hacer un cursillo preparatorio, el parte de la costosa rehabilitación. Y eso es demasiado tiempo. Consciente de destino quiso que nos conociéramos. Desde entonces, es mi mejor amiga, y que no puedo aparecer sin un regalo, que tendrá más que merecido después ha estado apoyándome tanto dentro como fuera del hospital. Su compañía de la operación, desvío mi camino hacia la librería más próxima en busca de es lo que me ayuda y consigue que todavía me apetezca sonreír. “¿Por qué una novela de aventuras. Alguna en la que el protagonista sea un luchador no me lees un rato antes de que traigan la comida?”, le sugiero. Ella saca el nato, una especie de superhéroe. Sí, tal vez sea la mejor elección para acom- libro de turno de su bolsa y se sienta a mi lado, empezando por el principio. pañar el momento. Alguien con quien pueda llegar a sentirse identificado. Al Y este se convierte en mi momento favorito del día. fin y al cabo, él es un valiente, un guerrero que sortea siempre todas las difi- cultades. Con suerte, esta tarde podré leerle su nuevo libro hasta que anochez- ca. Quién sabe, tal vez me atreva a contarle lo de mi beca. Si mejora, quizá Paloma hasta podría venir a visitarme con sus padres a Birmingham el año que viene. Viernes por la mañana. Hoy es el noveno cumpleaños de Óscar, pero al Siento que de repente el viento sopla lleno de esperanza, y cruzo los dedos final no habrá cine. Me ha llamado su padre a las tres de la madrugada, muy para que así sea, para que por fin todo salga bien.

82 83 Pablo de vuelta, y hace unos días fui a casa de Pablo y Elena, los padres de Óscar, a Todo ha sido muy rápido. Estoy sentado en la butaca marrón que hay fren- los que no había visto desde el funeral. Al principio, cuando sucedió todo, te a la camilla, ya fría, en la que Óscar ha pasado estos tres últimos días. Tengo intentamos mantener el contacto mediante e-mails y llamadas telefónicas, la vista puesta en el infinito, pensando que en cualquier momento aparecerá pero a menudo se hacía difícil, puesto que lo que nos había unido una vez por la puerta una enfermera con mi hijo sonriente sentado en silla de ruedas. era precisamente lo que nos faltaba ahora. Así que cuando me marché a Bir- “Ahora debe descansar, pero todo ha salido bien”, explicará. Quizá aparezca mingham perdimos el contacto definitivamente. Pero estuve pensando el doctor Álvarez en la habitación y me diga que ya puedo ir a verle. O puede mucho en ellos, y en Óscar. Sobre todo en Óscar, el hermano pequeño que que entre el propio Óscar dando saltos y me diga que es hora de irnos a casa nunca tuve. A pesar del tiempo transcurrido, aún le echo de menos. A menu- a celebrar su cumpleaños. Pienso en todo esto mientras en mi regazo aún des- do sueño con él; me pide insistentemente que le lea algo. Cuando esto ocu- cansa el paquete torpemente envuelto con papel rojo carmesí: es el juego de rre y me despierto en plena madrugada, enciendo la lámpara de la mesilla de videoconsola que había pedido expresamente para hoy, el día en el que se noche y me pongo a leer en voz alta cualquier página del libro que jamás lle- celebra su nacimiento. A mi lado izquierdo, en su bolsa deportiva azul, descan- gué a regalarle. Parecerá una tontería, pero después de hacerlo duermo ya san el resto de sus cosas. Todo ha ido demasiado deprisa, como en un sueño. toda la noche del tirón. Al final me gustó ver a sus padres, creo que incluso Paro cardíaco. Pese a que ya no está aquí, todavía escucho los llantos de mi lo necesitaba después de más de un año de desconexión, y lo que en un prin- mujer en la cabeza, a los médicos azorados, entre lamentos y disculpas, inten- cipio creí que resultaría incómodo fue por el contrario muy gratificante: estu- tando explicar que ha habido imprevistos, complicaciones, que algo ha salido vimos recordando cosas, buenas anécdotas, y así es como descubrí que Óscar mal. La risa o el llanto, los gritos de dolor y rabia que mi hijo jamás volverá a estaba encaprichado de mí. Por fin entendí verdaderamente el significado de emitir. En el bolsillo de mi pantalón, el teléfono sigue vibrando como lleva nuestra última conversación; “prométeme que después de esto saldrás con- haciéndolo toda la mañana, y como si de un autómata se tratara, me veo a mí migo”. Y una cálida sensación me recorrió de arriba a abajo. Así fue como me mismo sacándolo de mis vaqueros para descubrir el nombre de Paloma en la decidí a ir mañana al hospital para saludar a algunas enfermeras con las que pantalla. Paloma. No estoy preparado. No sé si lo estaré nunca. Lentamente, forjé buena amistad durante mis visitas a Óscar. Ya ha pasado tiempo y, pese vuelvo a guardar el móvil de donde lo saqué y, casi sin darme cuenta, empie- a que no creo que vuelva al voluntariado, esa no es razón suficiente para ale- zo a desgarrar lentamente el envoltorio de un regalo que ya no tiene dueño. jarme de todos aquellos a los que estuve ligada una vez. Pero una vez comienzo ya no puedo parar, y empiezo a romper el papel frené- ticamente, en pequeños, minúsculos pedazos, hasta que oigo unos pasos que se detienen junto a la puerta. Y así me encuentra Paloma (que también porta Sofía un paquete) antes de que la mire, inmóvil, estupefacta y temblorosa ante mí, Alguien golpea suavemente la puerta de la habitación dos veces, y al ins- luchando por no resquebrajarse, y los dos entendamos que Óscar se ha ido y tante asoma la cabeza una chica joven, guapa y con el pelo largo que sonríe no va a volver. Entonces, me derrumbo literalmente ante sus ojos, sintiendo abiertamente a Sandra, la enfermera que me cuida. Ésta, tras un gritito aho- que caigo hacia lo más hondo del abismo. gado, se abalanza para abrazar efusivamente a la extraña que acaba de entrar. Después le suelta una batería de preguntas y finalmente, recordando que existo y sigo allí, decide presentarnos. “Paloma, ella es Sofía, tiene ya Paloma cinco años. Paloma es una vieja amiga del hospital”. Como se da cuenta de Este año ha sido una locura: nuevos amigos, escapadas, pequeñas incur- que ese dato no ha despertado en absoluto mi interés, añade: “a ella tam- siones a Londres, frío combatido con cafés y tés a todas horas, montones de bién le gustan mucho los libros, como a ti”. Mis ojos se iluminan, intrigados libros, apuntes y más apuntes en inglés, independencia, libertad… Mi beca de de repente por la tal Paloma, que ahora permanece en silencio, observándo- estudios ha resultado ser mucho más de lo que había imaginado. Pero ahora, me con una extraña expresión. Para romper el hielo y porque empiezo a sen- vuelvo a estar en casa por una temporada. He finalizado la carrera, pero toda- tirme incómoda, decido abordarla “¿Te gustan los cuentos de princesas?”, y vía hay un Master en Escritura Creativa que quiero hacer. Llevo tres semanas asiente, intentando dibujar una sonrisa. No me doy por vencida, e intento lle-

84 85 gar al fondo del asunto, sin tapujos: “¿Eres una princesa? Yo sí, yo soy una princesa, pero mi madre dice que si me corto el pelo a la bruja le costará más encontrarme”, explico, haciéndola partícipe de mi secreto. Por un momento, Paloma duda, y examina con la mirada el lugar donde antes estaba mi rizado pelo rubio. “Si quieres…” –comienza– “Si su alteza me lo permite, me gus- taría contarle una historia de príncipes y princesas. Una historia secreta antes No hay nada que hacer jamás contada: la leyenda de un héroe que lucha con todas sus fuerzas con- tra la bruja…”. Antes de que acabe la frase, ya le he hecho un hueco en la de cama, y permanezco con mis ojos, ahora abiertos como platos, fijos en ella. Un temor me asalta; si la historia es secreta, no quiero que la sepa nadie más Víctor Olcina Gisbert que nosotras, por eso le pido a Sandra, la enfermera, que vaya a buscar a mi madre y, una vez se ha marchado, le pido que continúe. Ella se aclara la gar- Seleccionado ganta, preparada para comenzar: “Había una vez, en un reino muy lejano, un valiente joven llamado Óscar, que se había enfrentado a los peligros más insospechados y había logrado salir airoso de todos ellos…”.

Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles. Bertolt Brecht

86 me movía y a mi forma de desenvolverme, varios periódicos aceptaron mi colaboración para trabajar en la sección de reportajes. Nunca había destaca- do mucho pero esta vez parecía que la cosa estaba cambiando. Mi situación con mi familia no era muy buena. No porque fuera un hombre problemático, más bien diría, porque nunca aceptaron que quisiera dedicarme a este oficio. Ellos al igual que yo eran conscientes de que en este trabajo había muchas personas que perdían la vida. No hubieran querido nunca este futuro para mí, pero yo decidí arriesgarme y seguir adelante. Solo esperaba alcanzar un poco más de reconocimiento y conseguir almacenar el suficiente dinero para poder emanciparme y seguir mi vida sin ningún tipo de estorbo, y la oportuni- Recuerdo los rayos del sol entrando por los agujeros de la persiana. Como dad, si es correcto llamarla así, se me presentó a los pocos días... con el sonido de los pájaros poco a poco conseguía despertarme y levantar- Uno de los diarios para el que trabajaba, el primero en el que comencé y me de la cama, y como acto seguido me giraba a la izquierda para ver la hora el que más apreciaba me ofreció la oportunidad de realizar un reportaje sobre en el despertador de luces rojas que tenía encima de la mesilla. He perdido el gobierno del narcotráfico en México D.F., la cosa no parecía demasiado toda la esperanza de volver a la tranquilidad de la que gozaba hace apenas complicada, solo tenía que pasar un mes, puede que dos, y contactar con cuatro semanas. Todo ha cambiado, el tiempo ha cambiado y el mundo ha varios periodistas que estaban afiliados al periódico para obtener algo de cambiado, yo he cambiado. Sigo pensando que es una condena, una especie información. Después me dirigiría a la embajada y trataría de contrastar los de castigo el que siga vivo, tal vez Dios quiere que esté aquí para pagar mi datos de las muertes oficiales tanto de periodistas caídos, civiles, como resi- osadía e ímpetu de hacer las cosas a mi manera. dentes en la ciudad y comprobar si se adecuaban a la realidad, además gana- ría algo de prestigio y sobre todo el dinero que necesitaba para comenzar con mi plan futuro de emancipación, que ahora podía ver muy próximo. Mi familia como era previsto no aceptó la decisión y trataron por todos los Semanas antes... medios evitar que me marchara, pero yo solo podía pensar en una cosa, comenzar una nueva vida. Tras varias discusiones, seguidas y constantes hasta el día en que me marche, la tensión en casa fue aumentando. Podría decir Soy Demián, tengo 25 años y vivo en España, trabajo como periodista y incluso que me sentí aliviado cuando cogí el vuelo hasta Culiacán, pero men- tengo una gran afición por las letras. Siempre desde que era más joven tuve tiría si dijera que el miedo en mi interior no había comenzado a hacerse mayor. claro una cosa, para mí leer no era cuestión de un castigo o una obligación, Una vez llegué allí, me reuní con dos personas. Uno de ellos llevaba unos zapa- encontraba en la lectura lo que no podía realizar en la vida real. Si quería via- tos viejos y descosidos por los bordes, manchados de tierra y mostrando seña- jar a un mundo de fantasía y ficción solo tenía que buscar un libro como La les de que alguna vez fueron negros. Los pantalones eran demasiado grandes historia interminable, si quería suspense, entonces me dirigía a la estantería para su talla, y la camisa a cuadros y entreabierta mostraba su cuerpo delga- de mi habitación y cogía un libro de Agatha Christie. Encontraba en la lectu- do y moreno. El otro sin embargo se asemejaba más a un extranjero provenien- ra la misma distracción que los chavales de mi edad encontraban en los video- te de Alemania, más pálido y con un color de pelo rubio. Los dos se juegos. Por esa razón y por la necesidad de querer mostrar a los demás lo que presentaron nada más salir por la puerta del aeropuerto, si se puede llamar así. ocurría en el mundo, elegí estudiar la carrera de periodismo. El primero de ellos se llamaba Juan Enrique, por el nombre y las apariencias Tenía pensado escribir un libro, pero decidí que todavía quedaba mucho deduje que debía ser mexicano y el otro se llamaba Tom, también pude com- por delante y que de momento me dedicaría a seguir redactando los reporta- probar que mis especulaciones estaban en lo cierto. Tras la presentación jes que frecuentemente realizaba para varios periódicos. Hacía poco que comenzaron a hablarme sobre el país, sobre el gran número de muertes, me había comenzado a trabajar, menos de un año, pero debido a lo mucho que dijeron que debía tener mucho cuidado y que por la noche no debía salir. Tam-

88 89 bién me recomendaron, casi me obligaron a que ocultara mi profesión y que No sé por qué razón lo hice, que comencé a beber, quería emborrachar- en ningún momento me atreviera a decir que trabajaba como periodista. Des- me y conseguir relajarme un poco, así que una noche caí en esa tontería. pués me llevaron al hotel y me dijeron que estaríamos en contacto. Recuerdo que bebí aguardiente y balché una bebida típica mexicana proce- Pasaron las primeras semanas, todo era diferente para mí. Nunca había dente de la corteza fermentada de un árbol que se encuentra en la región del estado tan cerca de la pobreza, de las personas con situaciones tan desfavo- sureste y que se endulza con miel o anís. Creo que al estar borracho se me rables, el calor era insoportable, cada vez se hacía más pesado. Ya me había despertaron las necesidades sexuales, y viendo como había visto que habían puesto alguna que otra vez en contacto con los dos periodistas que me indi- muchas prostitutas por aquella zona, salí mi primera noche a la calle, solo un có el director del periódico antes de partir, y en ese momento me preparaba momento para buscar a una de aquellas mujeres. Encontrarla no fue difícil, para encontrarme con ellos cerca de un puente viejo a las afueras de la ciu- tampoco llevarla al hotel, así que esa noche la pasé entre alcohol y sexo. La dad, decían que había ocurrido algo terrible, pero muy a su pesar más que sorpresa vino cuando me desperté, a pesar de la gran resaca noté que algo frecuente en México. Yo a esas alturas podía intuir que no debía ser nada estaba mal, me percaté que no estaba mi cartera, tampoco mi maleta en la bueno, imaginaba que habían matado a una persona, no sabía ni la edad ni que guardaba toda mi documentación y todas mis cosas. Me asusté demasia- el sexo, y que se encontraría en aquel lugar. Cuando me presenté allí mi sor- do, creo que en ese momento no podía ni controlarme yo mismo. ¿Cómo presa fue más que evidente, en el puente se encontraban nueve personas había podido ser tan idiota y tan confiado?, con lo cerca que estaba de vol- ahorcadas, la situación era estremecedora y escalofriante, habían cinco hom- ver a casa, ahora el proceso se alargaría. bres y tres mujeres. Todos colgaban del cuello y dejaban caer alguna que otra Había descuidado mi vida, me dejé las espaldas descubiertas y perdí todo gota de sangre sobre el suelo, para mi sorpresa además de haber sido asesi- lo que llevaba, perdí mi tarjeta de periodista que nunca tendría que haber lle- nados, mostraban señales de haber sufrido torturas. Pude observar que había vado a ese lugar. Solo recuerdo que cuando salí dirección a la embajada para una persona más joven de edad, puede que tuviera dieciocho o diecinueve realizar los tramites otra vez, alguien me golpeó en la cabeza. años, y pregunté a mis acompañantes cual sería el motivo por el que aquel Ahora llevo varios días metido en un cuarto, sin luz, solo la que entra por muchacho se encontraba allí. La respuesta fue que los narcotraficantes no ven un agujero que da a un patio de una casa bastante grande. Por más que grito ni la edad ni el sexo, ni siquiera ven personas, solo ven aquello que les pueda no sirve de nada, no soy el único que está aquí, he sufrido todo tipo de tortu- beneficiar en el negocio o estorbar, y en ese caso actúan de esta forma para ras que no quiero ni recordar, creo que estaría irreconocible ante la gente que infundir el temor y mostrar que quienes tienen el poder y mandan son ellos. quiero. Echo de menos a mi familia, a mis amigos, me gustaría estar con ellos Pasaron los días y la inseguridad y el temor que sentía cada vez eran más y poder abrazarlos, decirles que les quiero pero se que no es posible, como me grandes. Estaba a punto de volver a mi país, a mi modesto pueblo y a seguir arrepiento de haber tomado esta decisión, me maldigo a mi mismo, no puedo con mi vida cotidiana, con la rutina del día a día. Solo quería regresar, había ni cerrar los ojos, tengo demasiado miedo para eso. Se que voy a morir, por conseguido la información que necesitaba y había comprobado que los datos eso escribo todo lo que puedo con el bolígrafo y la libreta que me han presta- “oficiales” solo eran producto de la manipulación del gobierno y se ocultaba do como única opción de despedirme una vez esté colgado. Las personas que más de lo que en realidad ocurría. Junto con Juan Enrique y Tom había pre- me tienen aquí siempre llevan algo para cubrirse el rostro pero sé que aunque senciado muchos más actos violentos como el de aquel día, en las calles no se ocultaran, nadie en este gobierno haría nada para detenerlos. Mañana observé a personas asesinadas con un disparo entre ceja y ceja. Las autorida- seguramente aparezca en algún periódico como uno más de los trescientos des no realizaban correctamente el trabajo, tal vez habían sido sobornadas y muertos que aparecen en México cada semana. No hay nada que hacer. guardaban silencio. Me daba miedo hablar con nadie, permanecía los días en la habitación del hotel matando el tiempo como podía, y veía que cada vez faltaba menos para que el vuelo de vuelta me llevara a casa. Intenté adelan- tar el procedimiento, estaba dispuesto a pagar cualquier cantidad para mar- charme cuanto antes, pero el problema surgía con los aviones que hasta el día de mi regreso no había ninguno en la ciudad.

90 91 Índice

Pórtico ...... 5 Jurado...... 6 Premiados y seleccionados ...... 7 La sombra de una duda (de Iván Latour Guillén) ...... 11 Segundo hache (de Luis Torrús Cortés)...... 15 La clepsidra (de Silvia Otero Rodríguez) ...... 21 No està tot perdut (de Mª Teresa Albero Sempere)...... 27 ¿Dónde duermen las palomas? (de Luis Baeza Andreu)...... 31 Labios cegados (de Martín Gil Garganta)...... 37 El profesor Dadelsen (de Rafael Gómez Ruiz) ...... 41 Y si no es así (de Lola Hernández Francés) ...... 55 Demasiado bueno para ser cierto (de Javier Illán Segura)...... 61 Lucía (de Javier Illán Segura)...... 67 Plantar cara (de Natalia Moltó Llopis) ...... 73 Valientes (de Natalia Moltó Llopis)...... 79 No hay nada que hacer (de Víctor Olcina Gisbert) ...... 87 Se acaba de imprimir este libro: “Atzavares” en los talleres de Cromosystem (Callosa de Segura, Alicante) el día 21 de octubre de 2012 Atzavares

Séptimo Premio de Relato Corto • Año 2012

Vicerectorat de Cultura i Extensió Universitària Universidad Miguel Hernández Delegació d’Estudiants de la Facultat de Ciències Socials i Jurídiques d’Elx Séptimo Corto Premio de Relato Universidad Miguel Hernández • año 2012

Vicerectorat de Cultura i Extensió Universitària Delegació d’Estudiants de la Facultat de Ciències Socials i Jurídiques d’Elx Atzavares