Universidad Nacional del Centro de la Provincia de

Facultad de Ciencias Humanas

Licenciatura en Relaciones Internacionales

“Las relaciones diplomáticas internacionales del gobierno de la Confederación rosista. El Estado bonaerense y las parcialidades indígenas, 1829-1852”

Tesista: Lucía Carmona Puasecky

Director: Dr. Maximiliano Zuccarino

Co-Director: Lic. José M. J. Araya (Mag.)

TANDIL – Julio 2019

A mi mamá

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Agradecimientos

A mi mamá, por brindarme la posibilidad de estudiar mi Licenciatura en Relaciones Internacionales; que junto con mi hermano, siempre estuvieron presentes apoyándome y ayudándome.

A mis abuelos Pedro y Amalia, por enseñarme que siempre podemos superarnos, incentivándome a seguir estudiando.

Al resto de mi familia, incluyendo a aquellos amigos que forman parte de ella, porque estuvieron cada vez que los necesite, ya sea a través de una palabra de apoyo o socorriéndome. Quiero mencionar especialmente a Mirta, ella sabe por qué.

A mis amigas de Tandil, a las que la Universidad me regaló, por el tiempo compartido, porque me impulsaron a seguir adelante y hoy me siguen acompañando. También a mis amigas de Suárez, que supieron estar presentes a la distancia en todo momento.

A mi director de tesis, Maximiliano Zuccarino, por aceptar guiarme en mi trabajo de investigación, haciéndolo siempre de manera comprometida y paciente, acompañándome en mi crecimiento, tanto profesional como personal.

A la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, en especial a la Facultad de Ciencias Humanas y sus profesores, cuya calidez personal y calidad docente me formó como estudiante y profesional.

Y a todas las personas que de alguna forma colaboraron para la elaboración de mi tesis.

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ÍNDICE

1. INTRODUCCIÓN ...... 7 1.1. Marco teórico ...... 8 1.2. Estado del Arte ...... 16 1.3. Objetivos de la investigación ...... 18 1.4. Hipótesis ...... 18 1.5. Fuentes a utilizar...... 19 1.6. Estructuración de la tesis ...... 20

2. CAPÍTULO I: DE LA CREACIÓN DEL VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA AL ASCENSO DE ROSAS (1776 - 1829) ...... 22 2.1. El contexto político-económico...... 23 2.2. Relaciones entre la sociedad hispano-criolla y la indígena ...... 32 2.2.1. El período colonial: de la segunda mitad del siglo XVIII a la Revolución de Mayo………………………………...…………………………………………...32 2.2.2. Relaciones en creciente tensión a partir de la Revolución de Mayo: nuevas autoridades con proyectos de avance fronterizo más allá del Salado………………………………………………………………………..42 2.2.3. Década de 1820: entre la diplomacia y la guerra ………………………48 2.3. Consolidación del poder de Rosas ...... 53 2.4. Conclusiones ...... 57

3. CAPÍTULO II: RELACIONES BLANCO-INDÍGENAS EN LA FRONTERA SUR: DEL PRIMER GOBIERNO DE ROSAS AL ASENTAMIENTO DEFINITIVO DE CALFUCURÁ EN SALINAS GRANDES (1829-1841) ...... 60 3.1. El contexto interno e internacional ...... 61 3.2. Relaciones entre las autoridades provinciales de Buenos Aires y las parcialidades indígenas a lo largo del período ...... 70 3.2.1. Estructura de las relaciones interétnicas, intertribales e intratribales……71 3.2.2. Negocio Pacífico de Indios………………………………………………...82 3.2.3. Conflictos blanco-indígenas e intertribales ……………………………...90 3.3. Conclusiones ...... 103

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4. CAPÍTULO III: AUGE DE LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS INTERNACIONALES: DEL PERFECCIONAMIENTO DEL NEGOCIO PACÍFICO A LA CAÍDA DE ROSAS (1841-1852) ...... 106 4.1. El contexto interno e internacional ...... 107 4.2. Contexto de la sociedad indígena ...... 116 4.3. Relaciones diplomáticas pacíficas: de la consolidación de las bases que las sostuvieron al recrudecimiento del conflicto ...... 127 4.4. Conclusiones ...... 145

5. CONCLUSIONES FINALES...... 148

6. BIBLIOGRAFÍA ...... 155 6.1. Libros ...... 155 6.2. Capítulos de libro ...... 157 6.3. Artículos de revista ...... 158 6.4. Conferencias ...... 160 6.5. Seminarios ...... 160

7. FUENTES ...... 161 7.1. Diarios y memorias ...... 161 7.2. Documentos...... 161 7.3. Registros oficiales ...... 161

ÍNDICE DE CUADROS, IMÁGENES Y MAPAS 1. Cuadros Cuadro N°1: Parcialidades indígenas que habitaban durante el siglo XVIII la región pampeana y patagónica, próximas a la frontera con la sociedad hispano- criolla ...... 35 Cuadro N°2: Población criolla e indígena en la frontera bonaerense (1836) ...... 74 2. Imágenes Imagen N°1: Estados Generales del Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires (1839) ...... 85 Imagen N°2: Estados Generales del Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires (1840) ...... 86

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Imagen N°3: Nota del Diario de Marchas de Juan Manuel de Rosas (1833) ...... 99 Imagen N°4: Nota del Diario de Marchas de Juan Manuel de Rosas (1833) ...... 100 Imagen N°5: Ilustración de la “Campaña al Desierto” ...... 101 3. Mapas Mapa N°1: Localización de las tolderías indígenas, fuertes y pueblos de campaña en la provincia de Buenos Aires (1830 aprox.) ...... 76 Mapa N°2: Localización de los lugares más importantes para los indígenas en la década de 1840 ...... 117

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1. INTRODUCCIÓN

La presente tesis propone ahondar en el estudio de la historia diplomática nacional, considerando las relaciones internacionales que se suscitaron previamente a la conformación del Estado argentino, más precisamente durante el régimen rosista, entre los diferentes actores soberanos que poblaban la región del Río de la Plata. Con ello, se refiere al Estado de Buenos Aires (en un periodo en que las provincias gozaban de autonomía y habían delegado en él el manejo de las relaciones exteriores) y a las diferentes jefaturas indígenas que se ubicaban en la frontera sur y oeste. Teniendo en cuenta los diferentes mecanismos diplomáticos utilizados por ambos actores y las políticas oficiales llevadas a cabo por el gobierno bonaerense, se busca demostrar que éstas fueron parte integral de su política exterior, siendo que la sociedad indígena era un actor con autonomía, por lo que las vinculaciones entre estos actores debieran ser consideradas como parte de las relaciones internacionales. Esto se ve alimentado por el desarrollo de una tendencia revisionista en las ciencias sociales a partir de las crecientes demandas que las comunidades indígenas hoy en día promueven, luchando por una revisión del pasado que empodere su lugar y la lucha de sus ancestros. Así, ciencias como la antropología, la historia y la ciencia política han replanteado la conceptualización de los mismos, considerándose pertinente tener en consideración estas miradas y su posible aplicación en el estudio de las relaciones internacionales y la política exterior. De esta manera, el objetivo principal del presente trabajo es presentar una mirada alternativa en el abordaje de la historia diplomática , pues la presencia del otro obliga a revisar el discurso hegemónico en la construcción de la misma, sin pretender deslegitimarlo. Así, ésta tesis, mediante un aporte a una temática relativamente poco trabajada -al menos desde el enfoque propuesto- pretende ser un punto de partida para futuras investigaciones que tengan como propósito estudiar las múltiples manifestaciones de la historia diplomática previa a la consolidación del Estado nacional argentino, concibiéndolas también como parte integrante de la disciplina de las relaciones internacionales y los estudios de política exterior. Antes de comenzar a profundizar respecto al marco teórico empleado, cabe realizar una aclaración sobre el uso del término “indio”. Sin entrar en discrepancias terminológicas, en esta tesis se lo utiliza como sinónimo de indígena, no desde una mirada peyorativa, sino tal como aparece en las fuentes documentales de la época, ya que éste era el término con el

7 cual los contemporáneos llamaban a los miembros de la sociedad indígena. Por ende, tal como afirma Analía Correa (1999), tanto “indios” como “blancos” son criterios “clasificadores” que operaban en el sistema interétnico del momento.

1.1. Marco teórico

A los fines del presente estudio, es preciso considerar, ante todo, qué se entiende por relaciones internacionales; para lo cual se seleccionaron definiciones que aportan en sus obras diversos autores como James Dougherty y Robert Pfaltzfraff (1993), Eduardo Ortiz (2000) y Esther Barbé (1995). En este sentido, una de las primeras conceptualizaciones respecto a lo que se debe incluir en el estudio de las relaciones internacionales fue realizada, en 1935, por Sir Alfred Zimmern, quien

(…) definió el campo no como un solo tema o disciplina, sino como un “conjunto de temas… considerados desde un ángulo común” (Dougherty y Pfaltzfraff, J1993:23).

Esta postura fue reafirmada luego por Frederick S. Dunn, al sugerir que

(…) el “tema de las relaciones internacionales consiste en cualquier conocimiento, tomado de cualquier fuente, que pueda ser de ayuda para responder a nuevos problemas internacionales o para entender los viejos”. (…) Afirma que las relaciones internacionales pueden “ser consideradas como las relaciones concretas que tienen lugar a través de las fronteras nacionales, o como el cuerpo de conocimientos que tenemos sobre tales relaciones en cualquier momento dado” (Dougherty y Pfaltzfraff, 1993:23-24).

Estas ideas en cuanto al campo en el que se desarrollan las relaciones internacionales, coinciden con la definición de la disciplina que hacen Charles Mc Lelland y F.A. Sonderman:

[…] relaciones internacionales es el estudio de todos los intercambios, transacciones, contactos, flujos de información y contenido

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y las respuestas conductuales esperadas y resultantes entre las sociedades organizadas, incluyendo a sus componentes… (Sonderman, Olsen y Mc Lellan, 1970, en Ortiz, 2000:16)

Siguiendo estas afirmaciones, James Rosenau plantea que las relaciones internacionales son:

[un] “concepto genérico para una amplia gama de actividades, ideas, y bienes que cruzan las fronteras nacionales; es decir, las relaciones internacionales comprenden intercambios sociales, culturales, económicos y políticos que se dan tanto en situaciones ad hoc como en contextos institucionalizados” (Rosenau, 1993:455, en Barbé, 1995:20- 21).

Otro aporte clave para definir lo que concierne a las relaciones internacionales es el de Antonio Truyol, que las caracteriza como

“aquellas relaciones entre individuos y colectividades humanas que en su génesis y su eficacia no se agotan en el seno de una comunidad diferenciada y considerada como un todo, que fundamentalmente (pero no exclusivamente) es la comunidad política o Estado, sino que trascienden sus límites” (Truyol, 1963:28, en Barbé, 1995:19).

Cabe destacar en esta última definición, un punto que Barbé acentúa respecto a los actores, pues Truyol “niega las equiparaciones entre relaciones internacionales y relaciones interestatales, propia de aquellos autores que constriñen aquellas relaciones a las mantenidas entre gobiernos estatales” (Barbé, 1995:20). Sosteniendo esta perspectiva, Kal Holsti, en su International Politics. A framework for analysis, apunta que el término “‘relaciones internacionales’ hace referencia a todas las formas de interacción entre miembros de sociedades separadas, estén o no propiciadas por un gobierno” (Holsti, 1992:10, en Barbé, 1995:21). Bajo estas concepciones, las relaciones entre Rosas -a cargo de las relaciones exteriores de Buenos Aires y la Confederación Argentina- y los caciques -dirigentes de sus respectivas agrupaciones indígenas- pueden ser consideradas como objeto de estudio del campo disciplinar planteado, pues son relaciones internacionales en cuanto las

9 vinculaciones entre ambos grupos no sólo abarcaban un amplio rango de actividades, sino que ellas se mantenían a través de diversos canales diplomáticos, viéndose afectada la existencia de las dos sociedades por aquello que trascendía la frontera de forma cotidiana, como también por las decisiones políticas y económicas que se producían entre los encargados de negociar por ambas partes. Asimismo, se resalta que, más allá de que en estas relaciones no haya dos Estados - entendidos bajo su concepción moderna-, se está frente a dos actores internacionales, pues como Marcel Merle escribe en su obra, “que el Estado o los Estados sean actores internacionales no elimina la existencia de actores no estatales” (Merle, 1974:342, en Barbé, 1995:119). A este respecto, se entiende a las diferentes jefaturas indígenas como actores internacionales, definidos estos como

aquella[s] unidad[es] del sistema internacional (entidad, grupo, individuo) que goza[n] de habilidad para movilizar recursos que le[s] permitan alcanzar sus objetivos, que tiene[n] capacidad para ejercer influencia sobre otros actores del sistema y que goza[n] de cierta autonomía (Barbé, 1995:117).

En consonancia con lo mencionado, Manfred Wilhelmy brinda una definición similar, pero se destaca en ella el carácter recíproco de las relaciones, elemento central en el análisis que se realiza de la vinculación entre las autoridades bonaerenses y los indios; así, este autor define como actores internacionales a aquellas

entidades capaces de modificar en algún grado el funcionamiento del sistema internacional mediante la participación en los procesos del mismo: planteando demandas, combinando sus recursos con otros actores –en general, promoviendo sus intereses mediante el desarrollo de relaciones recíprocas (Wilhelmy y otros, 1988:119).

Continuando con otro elemento que se juzga central para el análisis de estas relaciones como internacionales, se parte de considerar a la política indígena de Rosas como una política exterior. Para ello, se coincide con la definición que dan al respecto Dougherty y Pfaltzfraff, quienes plantean

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la política internacional como el esfuerzo de un Estado u otro agente internacional por influir en cierta forma a otro Estado, u otro agente internacional. Una relación de influencia puede abarcar el uso concreto o la amenaza de usos de la fuerza militar o puede basarse enteramente o en parte en otros alicientes, tales como incentivos, políticos o económicos (Dougherty y Pfaltzfraff, 1993:24)

En consonancia con lo anterior, Luciano Tomassini también concluye que la política exterior es:

un proceso a través del cual se define el curso de acción más apropiado para enfrentar una situación suficientemente general o recurrente como para requerir una pauta de conducta, y no una decisión aislada con el objeto de lograr determinados valores, intereses u objetivos (Tomassini, 1987:130).

Tomando en cuenta una perspectiva estatal de lo que se entiende por política exterior, Rubén Perina la describe como

el conjunto de decisiones y acciones tomadas por los gobernantes de un Estado-nación, en respuesta a demandas y determinantes internas y externas. Por lo general, esas decisiones y acciones están calculadas para cambiar o preservar las condiciones del contexto internacional, siempre con el objetivo de defender y promover los intereses y valores de ese Estado-nación en el sistema internacional (Perina, 1988:13).

Es interesante resaltar, en ésta última definición, el papel que cumplen las determinantes internas y externas en el diseño de la política exterior, pues en este caso de análisis, en cuanto a la provincia de Buenos Aires como actor, se conjugaron en más de una ocasión diferentes combinaciones de estas variables, las cuales influyeron en el curso de acción que tomó la política exterior. Por un lado, el contexto internacional del siglo XIX respondía a crecientes demandas de productos agropecuarios; esto tenía eco en el plano interno, pues la élite gobernante conformada por los hacendados-saladeristas y comerciantes porteños era la principal promotora de una expansión territorial ganadera que encontraba su límite en la frontera con las tribus indígenas que habitaban la zona, con las cuales hubo que aprender a negociar si se deseaba un acuerdo favorable que mantuviera la 11 paz y no llevara a una guerra contra ellos. Por otro lado, para que este modelo económico prosperara requería de cierta estabilidad, que solo podía darse si se lograba controlar los diferentes focos de conflicto externos e internos que tenía la provincia, tratando de minimizarlos o buscando una solución pacífica a los mismos para no desplegar más frentes de batalla; debido a esto, el gobierno bonaerense intentó negociar, por lo menos, con aquellos que estuvieran dispuestos a pactar; de ahí que se buscara conciliar bajo el Negocio Pacífico una paz con los indios. De esta concepción de análisis en la que confluyen variables internas y externas para la definición de la política exterior, el estudio de Alberto Van Klaveren (1984) permite que se vislumbren dos cuestiones: en primer lugar, centrándose en los factores externos, se puede observar, en este caso concreto, una perspectiva realista del poder, muy influenciada por la geopolítica. Por otro lado, considerando los factores internos, puede verse el rol que cumplen los liderazgos y las percepciones e imágenes en la definición de la política exterior. Respecto de esto último, como afirma Van Klaveren (1984:55-56), “prácticamente no hay publicaciones que utilicen este enfoque en el caso latinoamericano”. Sin embargo, que “las explicaciones psicológicas estén casi ausentes (…) no significa que se haya desestimado la importancia del liderazgo en sí”. En lo que compete al presente trabajo, se considera que el rol preponderante asumido por Rosas, no sólo a nivel provincial sino también de la Confederación como encargado del manejo de las Relaciones Exteriores, lo posicionó en un lugar tal que le permitió influir en forma decisiva en lo que al curso de acción de la política exterior refiere. Sumado a esto, se encuentra en la perspectiva de las percepciones e imágenes otra mirada, poco contemplada hasta el momento, que podría contribuir a explicar el rumbo de la política exterior durante la etapa rosista, ya que el modo en que el régimen definió a sus adversarios determinó en parte cómo responder a ellos. En cuanto a los indígenas, el temor que generó su población numerosa y poderío militar en la sociedad criolla limitó -aunque sólo fue uno de los condicionantes, como se verá más adelante- la avanzada bélica sobre ellos. A este respecto, W. Raymond Duncan considera que si bien la política exterior no responde sólo a consideraciones ideológicas, “arguye que la ideología, la cultura y las percepciones de los responsables de las decisiones en este campo constituyen elementos explicativos fundamentales de la conducta exterior de los Estados” (Duncan, 1975:161- 166, en Muñoz, 1987:430-431).

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Retomando lo mencionado en cuanto a los factores externos, es asimismo pertinente la utilización del enfoque de política del poder que considera a las acciones de otros actores internacionales -en este caso la sociedad indígena- como los principales factores condicionantes de las decisiones de política exterior de un Estado -aquí, provincia de Buenos Aires-. Así, teniendo en cuenta los recursos -materiales, militares y culturales- que se poseen, su manejo eficiente es lo que permite el logro de las metas nacionales, aun cuando alguno de estos recursos sea escaso (Van Klaveren, 1984). Esta concepción basada en el poder, conduce a conceptualizar dichas relaciones bajo un equilibrio de fuerzas (también llamado “equilibrio de poder” o “balanza de poder”), dada su existencia por cinco requisitos previos: 1) una multiplicidad de actores políticos soberanos; 2) ausencia de una única autoridad centralizada sobre estos; 3) distribución desigual de status, riquezas e importancia entre los actores políticos que componen dicho sistema; 4) competencia constante y conflicto continuo entre los actores por los recursos escasos; y 5) comprensión tácita de los gobernantes de los actores más poderosos de que esta distribución desigual los beneficia (Couloumbis y Wolfe, 1979:260). Bajo esta caracterización de equilibrio de poderse pretende entender el lugar preponderante que ocupó la provincia de Buenos Aires durante los años del rosismo, tanto a través del manejo de la Aduana y las relaciones de la Confederación con el resto de los países como en relación a la sociedad indígena, enfrentando períodos de paz y guerra con ella -que no planeaba someterse tan fácilmente-, para con la cual la provincia debió desplegar todos sus recursos diplomáticos si deseaba mantener la balanza inclinada a su favor. Ahora bien, este análisis no estaría completo si no se menciona el rol que cumplió la geopolítica -que constituye un criterio clásico de la disciplina de relaciones internacionales- en la definición de lo que se entiende por frontera. Para ello, se toma en cuenta lo que Friedrich Ratzel definió como “lebensraum”, término que hace alusión al espacio vital que todo pueblo necesita para subsistir, manifestándose así una tendencia natural hacia la expansión del mismo, justificada en las leyes que gobiernan el proceso evolutivo. De esta manera, Ratzel legitimó el afán expansionista de los pueblos, convirtiendo así a las fronteras en lo que llamó “fronteras errantes”, pues un cambio de las mismas podía producirse en cualquier momento, hallando en su aparente rigidez sólo la detención temporaria de un movimiento (López, 2006). En razón de esto, se contempla en la expansión ganadera realizada durante los años que se estudian la misma tendencia hacia la necesidad imperiosa de extender los límites del territorio provincial, pues el auge

13 económico bonaerense se alimentaba de una mayor producción, que demandaba más tierras y, con ello, un avance sobre la frontera. Complementando esta idea, resulta relevante el aporte de Truyol respecto de su visión transnacional de la frontera, pues la convierte “no en un punto de división sino en una zona de paso, atenuando e incluso superando las diferencias entre marco interno y marco internacional” (Barbé, 1995:20). Ésta conceptualización se acerca a lo planteado en esta tesis respecto al carácter híbrido y mestizo de la sociedad que habitaba la frontera, pues ahí es donde se reflejaba el intercambio cotidiano entre ambos lados, conformando una particular cultura en ese “middle ground”. Este concepto fue formulado por Richard White en su estudio del proceso de contacto que se produjo en la zona de los Grandes Lagos entre los indios algonquianos y los distintos colonizadores-conquistadores que ocuparon la región entre los siglos XVII y XIX, partiendo de la idea de que no fue una batalla entre distintas fuerzas, sino que el encuentro produjo la formación de una nueva situación en la que indios y blancos buscaron construir un mundo mutuamente comprensible. De esta manera, White habla de “acomodación” en lugar de “aculturación”, ya que no fue un proceso unilineal donde un grupo dominante dictaría el comportamiento del subordinado, sino que la persuasión fue lo que permitió apelar a la transformación de los valores y prácticas de cada sociedad (Ratto, 2004). A partir de esta situación de contacto, también se produce una comprensión de la alteridad del otro, que puede ser definida bajo lo que Fredrik Barth llama “límites étnicos”, donde ciertos grupos mantienen constante una identidad contrastante respecto de otros, pero que esta identidad no es siempre la misma, ya que, a partir de la situación de contacto, se subrayan las diferencias cuando la estrategia del grupo implica mantener la especificidad (Correa, 1999). Así, esta noción aporta al trabajo una mirada que tiene en cuenta la alteridad del otro, entendido como un actor dinámico que debió adaptarse a los cambios que recibía de ese traspaso de la frontera. De esta forma, se puede hablar de la formación de una “identidad de crisis” (Cardoso de Oliveira, 2007) en la sociedad indígena, pues el avance del Estado provincial originó en el mundo indígena una reacomodación a partir de conflictos, que en ocasiones aceptó y otras rechazó las manipulaciones políticas, comprendiendo así su situación dinámica, derivando en una fricción interétnica, basada en relaciones de contradicción antagónicas entre las unidades étnicas, principalmente en razón de intereses económicos opuestos (Cardoso de Oliveira, 1992, en Correa, 1999).

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Por ende, la formación de este “complejo fronterizo”, noción propuesta por Guillaume Boccara (2003), debe

tomar en cuenta todos los espacios (fronteras diferentes, “tierra adentro” o hinterlands, etc.), puntos de vista (alianzas de diverso tipo, redes de confederación, subordinación, parentesco, intercambio) y combinación de actividades diversas (guerra, pillaje, diplomacia, comercio) que configuran espacios macrorregionales desde los que se debe reconstruir el actuar indígena (Boccara, 2005, en de Jong y Ratto, 2008:243).

En suma, es necesario considerar a la sociedad indígena como un actor que no respondió sumisamente frente al avance provincial, sino que utilizó la guerra -plasmada mediante malones- y la paz como estrategias alternativas para la consecución de sus objetivos (Valverde y Segura, 1999). Ahora bien, para vincular esto con los objetivos del presente trabajo, es necesario que dichas relaciones entre indios y blancos se traduzcan en relaciones diplomáticas. Justificando este aspecto, se plantea la definición que Harold Nicolson propone del Diccionario de Oxford, la cual entiende por diplomacia al “manejo de las relaciones internacionales mediante la negociación” (Nicolson, 1955:11-14, en Mestre Vives, 1979:107-108). Cabe también mencionar que se entiende por negociación a

la técnica diplomática que busca arreglar pacíficamente controversias o potenciar intereses nacionales. Esto se logra mediante compromisos y acomodaciones, donde las concesiones suelen ser mutuas y aceptables. Un compromiso sólo es una de por lo menos seis salidas posibles, siendo las demás (…) la retirada voluntaria, la conquista violenta, la sumisión forzada, la sentencia arbitral y el arreglo pasivo (Mestre Vives, 1979:109)

En función de lo expuesto, este trabajo plantea como un elemento central de las negociaciones diplomáticas entre las autoridades bonaerenses y los caciques en el período bajo estudio, a los tratados de paz suscriptos entre ambas partes y la entrega de raciones sobre las que se apoyaban, siendo este un aspecto fundamental, pues repercutía

15 directamente en los encadenamientos sociales y económicos de ambas sociedades (de Jong y Ratto, 2008).

1.2. Estado del Arte

En lo concerniente al planteo que en esta tesis se realiza, muchos autores han abordado la política indígena de Rosas teniendo en cuenta para su estudio el empleo de una diplomacia interétnica. En primer lugar, están los trabajos de Silvia Ratto (1994, 2003, 2004, 2007, 2008, 2011, 2015), la cual plantea que no se puede hablar de una política estatal unilateral, sino que toma en cuenta el mestizaje que se produce en la frontera a partir de analizar cómo la alteridad del otro afecta las políticas diseñadas por su contraparte. El aporte a esta investigación de esta autora es fundamental, pues es quien trabaja con mayor profundidad todos los nexos que producen estas relaciones, bajo una amplia gama de actividades que van desde lo diplomático, lo político, lo económico, lo social y lo cultural. Asimismo, María Laura Cutrera (2009, 2013) también es una exponente del tema, brindando, como Ratto, una mirada múltiple de las relaciones entre los actores en cuestión. Resulta interesante señalar en la perspectiva de esta autora, cómo ella plantea en el desarrollo de estos vínculos una gradual persuasión “blanco-criolla” que lentamente iría socavando las bases de las creencias indígenas. De esta forma, el dominio de este “poder blando” encuentra su expresión en el avance territorial y exterminio que años más tarde el gobierno argentino llevaría a cabo, pero lo que resalta esta autora es que gran parte de lo que generó la eliminación de las tribus en las se venía gestando desde décadas anteriores. Otra autora que considera éste tipo de diplomacia es Ingrid de Jong (2008, 2015, 2016), quien en sus trabajos plasma no sólo las variables internas que limitaron a las autoridades provinciales en su tratamiento de las relaciones internacionales, sino que considera también los factores internos que llevaron a las diferentes jefaturas indígenas a desplegar su política. Asimismo, esta autora enmarca estas condiciones dentro de un contexto más general y totalizador; aportando así la idea de no pasividad política de las tribus -muchas veces erróneamente juzgada- en la definición de su porvenir. Cabe mencionar también el aporte de Raúl Mandrini (1997, 2008), quien colaboró con su investigación en una mejor conceptualización de las tribus como actores autónomos, pues clarificó los circuitos económicos que dentro de las mismas se daban,

16 estableciendo así modos de vida y reproducción social basados en ésta actividad económica, lo cual es clave para entender el por qué de ciertas decisiones políticas y determinados objetivos en las negociaciones diplomáticas planteadas por los caciques. Por último, resulta pertinente destacar lo escrito sobre la política exterior de Rosas. En primer lugar, se menciona a Joseph A. Tulchin (1990), quien ha abordado la temática pero siendo parcial en su selección de relaciones diplomáticas, es decir, evalúa los vínculos tanto de Buenos Aires como de la Confederación con Estados Unidos y Europa, pero no profundiza respecto a la política exterior con otros países latinoamericanos ni tampoco tiene en cuenta la diplomacia con los indígenas. Sin embargo, Tulchin aporta a la presente tesis su perspectiva respecto a cómo caracterizar el estilo de Rosas en cuanto a su política exterior. En cambio, Abelardo Levaggi (2000) considera las relaciones diplomáticas de Rosas con los indios, brindando en su análisis no sólo los tratados que se realizaban entre las partes, sino también planteando por qué Rosas actuaba de esta manera en materia de política exterior. La mirada de este autor le brinda a la presente investigación herramientas claves para su análisis, pero que aquí no son consideradas bajo su mirada historicista, sino teniendo en cuenta una perspectiva de relaciones internacionales. Para finalizar, el aporte que Raúl O. Fradkin y Jorge D. Gelman (2015) realizan al presente trabajo en cuanto al obrar de Rosas en política exterior es de suma importancia, pues otorgan los lineamientos generales para enmarcar el panorama de las relaciones exteriores de la provincia, tomando en cuenta no sólo las relaciones con las potencias de ese momento, sino también con los países latinoamericanos y con los indígenas, abarcando una amplia gama de actividades que van desde lo político, lo económico, lo diplomático y lo social. Más allá de la relevancia de todos estos aportes, debe señalarse que ninguno de los autores mencionados ha abordado las vinculaciones del régimen rosista con las sociedades indígenas desde el punto de vista de las relaciones diplomáticas internacionales, lo cual, si bien por un lado ha complejizado la realización de la presente investigación, por otro brinda la posibilidad de que los resultados de la misma constituyan un aporte original al conocimiento del campo disciplinar de la historia de las relaciones internacionales.

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1.3. Objetivos de la investigación

El objetivo general del presente trabajo es analizar las relaciones diplomáticas entre el Estado de Buenos Aires y las parcialidades indígenas entre 1829 y 1852 desde la mirada de las relaciones internacionales, tomando en consideración las variables internas y externas que afectaron la política y la diplomacia llevada adelante por ambos actores. En cuanto a los objetivos específicos, ésta investigación también se propone:  Describir los antecedentes internos y externos del gobierno bonaerense y de la sociedad indígena, como a su vez las relaciones que se plasmaron entre ambos actores previo ascenso de Rosas al poder.  Analizar las relaciones diplomáticas internacionales entre las partes -bajo la estructura del continuum conflicto/cooperación- y la política exterior del Estado de Buenos Aires implementada con las tribus, durante la primera década del gobierno rosista.  Estudiar las diversas vinculaciones producidas en las múltiples esferas de relacionamiento entre ambos actores a lo largo de la década de 1840 hasta la caída de Rosas, considerando las estrategias de negociación diplomática de cada interlocutor, que sujetas a sus intereses, se veían condicionadas por variables internas y externas, que modificaban tanto las relaciones con su contraparte como sus capacidades.

1.4. Hipótesis de trabajo

La hipótesis principal que guiará el presente trabajo de tesis es que las relaciones entre el gobierno rosista y los indios constituyeron relaciones diplomáticas internacionales, por lo que deben ser consideradas como parte de la historia diplomática argentina. Asimismo, se desprenden de lo mencionado algunas hipótesis secundarias:  En primer lugar, que la política exterior llevada adelante por Rosas implicó la puesta en práctica de una estrategia realista de equilibrio de poder, pues utilizó estratégicamente sus recursos para atender a la multiplicidad de focos de conflicto -internos y externos- que se suscitaron durante su gobierno, incluyendo el avance militar o la negociación (Negocio Pacífico) con las parcialidades indígenas de la zona, según lo ameritasen las circunstancias.

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 En este sentido, se propone entender la política del Negocio Pacífico, concebido como relaciones diplomáticas internacionales, como la estrategia de negociación diplomática que Rosas inicialmente -en la década de 1830- utilizó para poder responder a los diferentes frentes de conflicto abiertos1; estrategia que se reinventaría y adaptaría en la década de 1840 en función de los objetivos de cada parte.  En relación a esto, puede asimismo afirmarse que, en los años cuarenta, la conjugación dentro de cada grupo de variables internas (en cuanto a los indígenas, se vieron afectados por menos conflictos intratribales, mientras que la provincia gozó durante estos años de una campaña en paz) y externas (en la década de 1840 se había fortalecido la red de alianzas intertribales, en tanto que el régimen rosista había logrado instaurar la unanimidad federal también en la Confederación) promovieron una consolidación del Negocio Pacífico como estrategia diplomática.  Otra formulación es que estas relaciones diplomáticas, signadas por el Negocio Pacífico, también se concretaron a través de la formación de batallones de indios amigos a cambio de ganado y bienes de consumo, convirtiendo a estas alianzas en cooperación militar internacional.  Por último, se plantea que el avance de la frontera propiciado por la provincia de Buenos Aires era necesario y vital para su crecimiento, pues respondía al modelo de desarrollo e inserción en el contexto internacional propiciado por la élite gobernante, que se beneficiaba de un marco global que demandaba sus productos.

1.5. Fuentes a utilizar

Para la presente investigación se consultó una amplia y variada bibliografía sobre la temática; asimismo, se emplearon fuentes directas, tales como: - Registros Oficiales de la Provincia de Buenos Aires (años 1839 y 1840) - Diarios, memorias y documentos de la época:

1 Como lo fueron, en el plano interno de la provincia de Buenos Aires, la tensión entre unitarios y federales y las diferentes sublevaciones de 1839: el levantamiento de los Maza y la revolución de los hacendados; pero sobre todo, los conflictos externos a la misma como la guerra con la Confederación Peruano-Boliviana (1837-1839), el enfrentamiento con la Coalición del Norte (1839-1840), el bloqueo francés (1838-1840), el conflicto con el gobernador correntino Berón de Astrada (1839), entre otros. 19

o Diario de viaje a Salinas Grandes del Coronel Pedro García, que data de 1810; o Plan de fronteras propuesto en 1816 por el Coronel Pedro García; o Diario de la comisión exploratoria de la campaña bonaerense compuesta por Rosas, Senillosa y Lavalle, en 1825; o Diario de la expedición militar llevada a cabo por Rosas en 1833, extraído del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Dr. Ricardo Levene”; o Diario de viaje publicado por William Mac Cann en 1853, relatando sus experiencias en las pampas durante los años cuarenta.

1.6. Estructuración de la tesis

El presente estudio está organizado en tres capítulos, comenzando el primero por un análisis de los antecedentes que, partiendo desde la conformación del Virreinato del Río de la Plata, dieron forma a la situación planteada cuando Rosas llegó al poder en 1829. Así, se explica el contexto internacional e interno que enmarcó los diferentes procesos; a partir de este, se procede a plasmar cómo fueron suscitándose las relaciones entre la sociedad hispano-criolla y la indígena, analizando cuáles fueron los mecanismos de vinculación y respuesta que cada actor planteó. Para finalizar el capítulo, es de relevancia explicar cómo fue el ascenso al poder provincial de Juan Manuel de Rosas, personaje clave de la política de la época, que tuvo a su cargo el manejo de las Relaciones Exteriores de la provincia y la Confederación Argentina; asimismo, fue quien trazó las directrices para la política llevada a cabo con el indígena, como también supo ser el principal interlocutor en las relaciones diplomáticas con los caciques. A continuación, en el segundo capítulo, se analiza el primer período (1829-1841) de las relaciones entre ambas sociedades. Para ello, en una primera instancia se describe el contexto internacional -marcado por una gran cantidad de conflictos bélicos- e interno - signado por los vaivenes políticos de la provincia-. Estos años treinta fueron turbulentos en cuanto a las relaciones de las autoridades bonaerenses con las tribus; por ello, se describe tanto el Negocio Pacífico que se consolidó en ésta década como también los diferentes conflictos interétnicos y sus ofensivas: los malones por parte de los indígenas y la expedición de 1833, organizada por Juan Manuel de Rosas.

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Por último, en el tercer capítulo, se analiza la “paz armada” de los años cuarenta, basada en la diplomacia de las raciones. Al igual que en los anteriores capítulos, se comienza con la descripción del contexto internacional; luego se analiza el contexto interno de Buenos Aires, como también el de las jefaturas indígenas que se conforman en ésta década. Para concluir el capítulo, se analiza la diplomacia que cada parte implementó, entendiendo que los márgenes de maniobra que cada actor disponía respondían a variables tanto internas como externas, considerando los mecanismos de comunicación y vinculación entre ambas sociedades en las zonas fronterizas, que revelaban los intereses y objetivos que cada actor tenía. En suma, todos los capítulos están atravesados por la idea de que en las relaciones interétnicas se plasman las relaciones diplomáticas. A lo largo de lo planteado en cada sección se propone contribuir a enriquecer esta idea, lo cual será retomado y analizado en profundidad y como un todo al momento de las conclusiones finales del trabajo.

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2. CAPÍTULO I DE LA CREACIÓN DEL VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA AL ASCENSO DE ROSAS (1776 - 1829)

El presente capítulo pretende describir, a grandes rasgos, la situación política y económica desde la creación del Virreinato del Río de la Plata, que luego del proceso independentista dio origen a las Provincias Unidas del Río de la Plata. De esta manera, iniciando el análisis en el año 1776, el mismo se extiende hasta 1829, momento en que se produjo la asunción por Juan Manuel de Rosas de la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Por último, se detallan las relaciones entre las poblaciones indígenas y la sociedad hispano-criolla durante el período citado. Desde fines del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX, el espacio analizado fue escenario de grandes y continuos cambios políticos, que fueron sentando las bases para que la construcción del Estado Nacional pudiera ser posible a fines del siglo XIX. Mientras estos vaivenes políticos se iban sucediendo, la economía iba fortaleciéndose. Finalizando el período colonial, el puerto de la ciudad de Buenos Aires ya contaba con un comercio considerable; mientras que el proceso independentista inmediatamente posterior, al propiciar una mayor apertura al librecomercio, permitió a la élite de comerciantes porteños enriquecerse con la exportación de cueros, los cuales eran producidos en aledañas a la ciudad, que paulatinamente se fueron extendiendo a la campaña. Además, en ellas, la industria del saladero comenzaba a desarrollarse, otorgándole a sus propietarios cada vez más poder económico y político, no sólo en el campo, sino también en el ámbito porteño. Este grupo de hacendados y saladeristas, cuyo peso sería determinante en la dirección de los asuntos políticos y económicos de la provincia de Buenos Aires a partir de 1820, fue convirtiéndose a lo largo de la década que le antecede en una élite de hacendados- comerciantes, que comenzaría a abarcar tanto la producción de cueros y tasajo, como también su distribución y comercialización. A su vez, estos procesos eran afectados por las diversas situaciones que se sucedían en la frontera sur del recién conformado territorio. Los contactos producidos entre la sociedad hispano-criolla y la indígena gozaron de una relativa paz desde fines del siglo XVIII hasta 1820, aunque la amenaza de guerra siempre estaba latente. Respecto a esto, Valverde y Segura (1999) afirman que es así debido a que la paz y la guerra eran utilizadas como estrategias alternativas de los diversos grupos indígenas, siendo determinadas por la disponibilidad de recursos y la capacidad efectiva de lucha de dichas tribus. A partir de

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1820, cuando el enfrentamiento por el ganado cimarrón y el control de la tierra se hizo más agresivo entre la sociedad hispano-criolla y los grupos indígenas, sumado a la constante llegada de grupos de otras tribus transcordilleranas, las relaciones entre las sociedades sufrieron un cambio, tornándose más tensas.

2.1. El contexto político-económico

Desde principios del siglo XVI, la Corona española había comenzado a perfilarse como un imperio, al anexar aquellos territorios coloniales ultramarinos a los que habían arribado en aquel entonces. Esta vocación imperial, afirma Marcela Ternavasio (2009), era diferente al resto en su constitución, debido a que la naturaleza de este régimen expansionista radicaba para la monarquía española en un designio profético y un proyecto religioso. Estas fueron las bases que legitimaron la conquista y a su vez, lo que dictaminaba la relación de todos los reinos con el monarca, que implicaba la reciprocidad de derechos y obligaciones entre ambos. Dicho patrón de comportamiento se mantuvo durante el siglo XVII, pero a mediados del siglo XVIII, sufrió un giro a partir de las reformas que implementaría la dinastía de los Borbones, casa reinante de la Corona española desde el año 1700. Analizando su situación durante esos años, esta monarquía se encontró con un diagnóstico de crisis de su sistema instaurado, respondiendo a la misma con la idea de que era necesario transformarse en un imperio comercial, imitando el modelo británico. El nuevo objetivo sería crear una imagen más imperial de la monarquía, reemplazando el lazo de reciprocidad entre el rey y sus reinos por uno que priorizara la maximización de ganancias para la metrópoli, explotando los recursos de las colonias (Ternavasio, 2009). De esta manera, la nueva monarquía diseñó un esquema administrativo del territorio distinto al existente, para el cual dictaminó una serie de medidas tanto políticas como económicas, conocidas como reformas borbónicas. Entre ellas, a los fines del presente trabajo, interesa particularmente la decisión de dividir el Virreinato del Perú -al cual hasta entonces pertenecían estos territorios, incluido Buenos Aires-, con la consiguiente creación del Virreinato del Río de la Plata, en 1776. Entre los objetivos de la Corona española, al momento de decidir esta subdivisión, estaban la necesidad de implementar un mayor control sobre la región como también mitigar la amenaza de avance portugués e inglés. Asimismo, reafirmando esta línea, en 1778, la Corona dispuso el Reglamento de Comercio Libre, aplicado al Virreinato del Río

23 de la Plata. Con esta nueva directiva se pretendía reforzar el monopolio comercial de esta colonia con su metrópoli ibérica a partir de habilitar la anexión de los puertos de Buenos Aires y de al sistema de los cuales estaban en condiciones de comerciar con España; buscando así disminuir las prácticas de contrabando y el tráfico ilícito entre el Atlántico y el “camino de Potosí”, en gran medida, llevado a cabo por británicos y portugueses, que lo utilizaban como parte de sus rutas para cruzar de un océano a otro. Consecuentemente, la creación del mencionado Virreinato significó otorgar un posicionamiento superior a estas tierras, que comenzarían a ser valorizadas tanto por la Corona española como por sus pobladores, que poco a poco formaron un nuevo núcleo de poder económico y político, dentro del cual la figura de Juan Manuel de Rosas cobraría creciente relevancia. Este nuevo interés por parte de los Borbones hacia Buenos Aires se vio realzado por el creciente comercio de exportación, no sólo de los metales que provenían del Potosí sino de un progresivo aumento en el negocio de excedentes pecuarios producidos en la región, en un momento en que la economía española estaba ávida por enriquecer sus arcas. Así, tuvo lugar un proceso de ocupación del hinterland agrario de la ciudad, primeramente, para la alimentación de sus habitantes, formándose chacras trigueras en su inmediata campaña. Sumada a esta actividad, se producía la explotación del ganado vacuno, tanto para extraerle el cuero para su exportación como para consumo interno (Garavaglia, 1999). Sin embargo, en estos años de transformaciones producidas por las reformas, la situación en Europa no era propicia para hacer efectivas las mismas: entre 1796 y 1802, las secuelas de las guerras se extendieron por toda Europa -motorizadas desde Francia por Napoleón Bonaparte- y cruzaron el Atlántico. España, inicialmente aliada de Francia, sufrió el bloqueo inglés del puerto de Cádiz y otros hispanoamericanos, por lo que las rutas comerciales entre España y el continente americano se encontraron en jaque. Al no poder fluir las relaciones comerciales entre ambas partes del imperio, prontamente las colonias se vieron desabastecidas de aquello que la metrópoli les proveía; por ende, el monopolio establecido se encontraría flanqueado por continuas concesiones que permitían el comercio con otros países. Finalmente, el país ibérico sufriría otro revés, al perder gran parte de su flota tras ser derrotado por Gran Bretaña en la batalla de Trafalgar, en 1805, que dejó a este último país como dueño absoluto de los mares; lo cual se complementaba con la situación económica del mismo que, desde fines del siglo XVIII, estaba encaminado en un proceso de revolución industrial y expansión comercial de sus productos, de allí su creciente necesidad de nuevos mercados.

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En el contexto descripto de una España debilitada, una búsqueda de mercados para el comercio inglés y un avance napoleónico en Europa, es que se enmarcaron las invasiones inglesas a Buenos Aires de 1806 y 1807, las cuales no harían más que corroborar los deseos británicos de contar con el control de la capital del Virreinato del Río de la Plata. A comienzos de 1808, este panorama se complejizaría, pues tras la ruptura de la alianza hispano-francesa, Fernando VII, la cabeza del reino español, fue tomado prisionero por las fuerzas napoleónicas. La crisis de autoridad que se sucedió en el Virreinato del Río de la Plata fue resuelta a través de la conformación, el 25 de mayo de 1810, de la de gobierno en Buenos Aires, la cual inicialmente se hizo cargo del gobierno en resguardo del poder del rey cautivo. Cabe mencionar que las juntas del Alto Perú, Asunción y Montevideo, creadas con anterioridad a 1810, se declararon autónomas respecto de Buenos Aires, más allá de que eran parte del mismo Virreinato, lo cual afectó económicamente a la capital porteña, en tanto se interrumpió el flujo de metálico desde el Potosí. Así, la necesidad de obtener recursos fiscales había llevado al entonces Virrey a autorizar el comercio con los ingleses a través de un reglamento dictado en 1809. En consecuencia, la junta de Buenos Aires se dedicó a conquistar aquellos focos de subversión que persistían al interior del Virreinato: Córdoba y el Norte. Luego de una serie de enfrentamientos, la primera fue sometida y lo mismo sucedió con Salta, pero y el Alto Perú se mantuvieron autónomos. A esto se le sumaba la situación en la Banda Oriental, que permanecería como foco realista. Simultáneamente a esta compleja situación política interna, la economía se fortalecía en la campaña bonaerense. La ganadería porteña experimentó un creciente proceso de expansión, no sólo para el comercio local, sino más bien orientado hacia la exportación. Las innovaciones, como las califica Halperín Donghi (1969), que trajo consigo la revolución y que potenciaron dicha expansión, fueron el librecomercio y la crisis de la ganadería en Entre Ríos y la Banda Oriental. Por un lado, la libertad de comerciar abrió nuevos mercados para la colocación de los productos pecuarios -cuero, sebo y tasajo, pero también astas, huesos, crin, entre otros- en un contexto internacional que demandaba los mismos; principalmente, Gran Bretaña se convirtió en la plaza predilecta para la colocación de los cueros, motivada la demanda por la mencionada revolución industrial que estaba atravesando el país europeo. Por otro lado, la crisis de la ganadería en el Litoral y la Banda Oriental se debía a que, desde 1811, la

25 región estaba azotada por un alzamiento campesino que duró varios años, incidiendo con fuerza en el orden vigente en las zonas rurales. Sumado a esto, durante los primeros años de la década de 1810, la lucha contra los realistas consumió gran parte de la hacienda cimarrona, que era dirigida para la alimentación de las tropas independentistas, provocando así una disminución del stock ganadero. Las zonas del interior de Buenos Aires próximas al centro exportador, que no se hallaban tan afectadas, se encontraron favorecidas por esta situación (Halperín Donghi, 1969). Este Nuevo Sur ganadero, como Halperín Donghi (1969) lo llama, se conformó de grandes propiedades que se orientaron cada vez más hacia la frontera. Pero, ¿cuál fue la base económica que justificó dicha expansión? Fue la exportación de cueros a lo largo de la década de 1810 lo que la sustentó, que nunca constituyó menos del 60 por ciento del total de las exportaciones durante la primera mitad del siglo XIX. A su vez, otros derivados del animal complementaron esta exportación, como el sebo y la carne salada. Asimismo, la producción de tasajo, que experimentó su ascenso durante la década de 1820, tuvo raíces durante los años anteriores a esta, acompañando la implantación de los primeros saladeros dedicados preferentemente a la salazón de cueros, como lo fue en 1815 la puesta en marcha de uno de ellos en manos de Rosas, en compañía de Terrero y Dorrego, respecto del cual se profundizará más adelante. Este proceso expansivo de la ganadería repercutió en una ampliación de la campaña porteña, ensanchando el área colonizada hacia el sur de Buenos Aires. Ejemplo de esto es la fundación de Dolores, en 1817, cruzando el Río Salado, accidente natural que demarcaba el límite del espacio hispano-criollo hasta ese momento. Este avance en las tierras ocupadas se produjo debido a las necesidades de esta actividad pecuaria, puesto que durante los primeros tiempos de la ciudad no se consideraba la extensión de la frontera. Complementando esta expansión, se evidenció la preocupación por el poblamiento de la campaña de Buenos Aires, lo cual se tradujo en disposiciones políticas para lograrlo. En su trabajo, Infesta (1997) menciona que la incorporación de tierras a la producción en esa etapa se produjo a través de modalidades coloniales, con énfasis en la ocupación particular. También, entre 1818 y 1820, se concedieron nuevas tierras mediante donaciones del Directorio. Más adelante, estos mecanismos fueron reformados; en 1821, el entonces gobernador bonaerense Martín Rodríguez suspendió las denuncias y entrega de títulos de propiedad (aunque las donaciones indiscriminadas no cesaron en la década de 1820), estableciendo que las tierras públicas no podrían ser enajenadas, ya que se constituirían en garantía de la deuda pública, rigiendo para ello un sistema de enfiteusis.

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Con el aliciente del desarrollo económico porteño y el aumento paulatino de poder que obtenía, el debate acerca de cuál era el nuevo orden político que debía establecerse se bifurcó en dos tendencias que denotaban la creciente antinomia que se estaba produciendo entre Buenos Aires y el interior. En primer lugar, estaba la postura de quienes propugnaban la autonomía de las ciudades -o “pueblos”-, reunidos bajo una línea que se llamó “federal”2; y en segundo lugar, aquellos que consideraban que la soberanía era única e indivisible, y que por ello, todas las provincias debían estar bajo una unidad, que denotaba la preponderancia de Buenos Aires por ser capital del ex Virreinato y sede del comienzo de la Revolución. El Congreso rioplatense estuvo dominado por los grupos porteños de posición centralista, que controlaron las designaciones del poder ejecutivo, primero en manos del Triunvirato y, a partir de 1814, de un Director Supremo, mientras que la posición federal tuvo su epicentro en la Banda Oriental, bajo el liderazgo de José Gervasio Artigas. En este contexto, el Congreso volvió a sesionar en Tucumán, el 9 de julio de 1816, logrando la declaración de la independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica. La firma de la misma fue apresurada, entre varios motivos y como muchos de los movimientos independentistas hispanoamericanos, por la vuelta al trono en 1815 de Fernando VII, quien estaba decidido a recuperar sus colonias de ultramar. A pesar de que en 1816 se declaraba la independencia, hasta 1819 no se sancionó una Constitución, la cual se abstuvo de definir la forma de gobierno y tampoco dictaminó la organización interna de las provincias. Pero tenía tendencias centralistas, como por ejemplo la creación de un Senado que representase a los grupos más poderosos de la sociedad y la designación de los gobernadores a cargo del poder ejecutivo nacional. La Carta constitucional no perduraría: la disidencia del Litoral -bajo influencia artiguista- socavó las bases de este poder central y eliminó las esperanzas de un orden político constitucionalizado. A fines de ese mismo año, las tropas de Entre Ríos, a cargo de Francisco Ramírez, y las de Santa Fe, bajo el mando de Estanislao López, estaban dispuestas a avanzar sobre la capital. El enfrentamiento entre éstas y las escasas fuerzas restantes del ejército nacional se produjo en la Batalla de Cepeda, siendo derrotadas éstas últimas. Presionado por los

2 De aquí en adelante, se utiliza el término “federal” para designar al grupo que defendía el autonomismo de las ciudades, y posteriormente, a partir de la década de 1820, el de las provincias; pretendiendo una unión confederal. Este término no hace alusión a las ideas federalistas como las interpreta la teoría política (que recién a partir de 1853 serían aplicadas con esa connotación), sino más bien se relaciona con aquello que los políticos y pensadores rioplatenses del momento entendían por federalismo, cuya definición estaría más cercana al confederalismo (Chiaramonte, 1997). 27 vencedores, el Cabildo asumió provisoriamente el poder, mientras que el Directorio y el Congreso fueron obligados a disolverse. De esta manera, el orden político con epicentro en Buenos Aires se esfumaba, dando origen a nuevos sujetos políticos con base en sus Cabildos cabeceras: las provincias. La anarquía del año 20 generaba en Buenos Aires nuevamente una crisis de representación. Con el fin de sanearla, el 16 de febrero de 1820 el Ayuntamiento, a través de un Cabildo abierto, decidió la creación de la primera Sala de Representante de Buenos Aires, con única función de designar al Gobernador de la provincia, la cual luego de varios nombramientos fallidos, designó, en 1820, a para el cargo. Una vez al mando, Dorrego decidió enfrentar a López, al cual venció en la Batalla de Pavón el 2 de septiembre, aunque días después resultó derrotado en Gamonal. Ante este panorama, las milicias de campaña de Martín Rodríguez y Juan Manuel de Rosas decidieron intervenir. Luego de apaciguar la situación en la ciudad de Buenos Aires, Rodríguez fue nombrado Gobernador, e inició las tratativas de paz con López, que finalizaron con la firma del Tratado de Benegas. A partir de 1820, el proceso de fragmentación político-territorial se aceleró. Muchas de las actuales provincias se fundaron en esos años, como también se fueron conformando diversos pactos, alianzas y enfrentamientos entre las nuevas unidades políticas. Una ruptura de importancia es la que se produjo luego del Pacto de Pilar, que implicó el agravamiento de los vínculos entre López y Ramírez con Artigas. Este hecho cobra relevancia para el presente estudio, puesto que esta ruptura de relaciones extinguió el dominio del último en la región litoraleña, considerando que el artiguismo se opuso constantemente al poder de Buenos Aires. Asimismo, luego de la caída de Artigas, la provincia bonaerense consolidó su alianza con Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, mediante la firma del Tratado del Cuadrilátero, en 1822. De esta manera, concluía para la provincia de Buenos Aires un ciclo en el que se había lanzado a la conquista del ex Virreinato, para ahora replegarse a sus fronteras. Esta decisión le demostraría las ventajas de reducir sus dominios, principalmente porque contaba con el control de la Aduana, recurso que generaba suficientes ingresos para superar el déficit fiscal heredado de los altos costos de las guerras de la década anterior. La referida orientación exportadora de productos pecuarios, que se había dinamizado durante la década de 1810, se potenciaría nuevamente. En consecuencia, se originó en la provincia una élite de comerciantes que no sólo se enriquecían, sino que a su vez ganaban mayor participación en la conducción de los

28 asuntos públicos de la provincia. Luego, con el asentamiento de los saladeros, este grupo comenzaría a tener relaciones cada vez más tensas con los hacendados propietarios de esta industria, que se expandirían hacia el manejo de la comercialización de su producción, generando así una fracción de hacendados-comerciantes. En relación a ello, Halperín Donghi escribe:

La hegemonía de la clase terrateniente en las zonas rurales, en la medida en que esta clase, a la vez que gana en riqueza y poder con la expansión de la producción ganadera, se opone cada vez más decididamente a las estructuras de comercialización tradicionales en el nivel local, no es conquistada en oposición con los grupos comerciales nuevos que actúan en nivel provincial sino por el contrario en sustancial coincidencia con éstos. (…) ¿Quiénes son los saladeristas? Pedro Trápani (…); Juan Manuel de Rosas (…); Dorrego y Terrero (…); los Anchorena(…) En suma, un grupo sin fuerte arraigo tradicional en el campo, mejor vinculado con la clase política de origen urbano y con los elementos nuevos que dominan la vida comercial porteña (Halperín Donghi, 1969:50-51)

Este grupo de hacendados saladeristas dedicados al comercio de exportación hizo uso de su poder político -obtenido en gran medida a principios del siglo XIX, a través de las milicias que estaban bajo su dominio y que colocaron a disposición de la provincia para resguardo de la frontera sur, en un momento en que esta no podía hacerse cargo adecuadamente- en favor de sus propios intereses. En el plano provincial, llevaron adelante una política de fronteras (avance frontal más allá del Salado) y una de tierras públicas (enfiteusis). En lo local, lograron la transformación de la administración pública en la extensión de su poder para el mantenimiento de la disciplina del trabajo rural (Halperín Donghi, 1969). Aludiendo a las condiciones que permitieron a este grupo desarrollar de manera expansiva la ganadería porteña, fueron la abundancia de tierras fértiles que se hallaban en la pampa; la escasa complejidad de la empresa ganadera, en un momento en el que la llegada de capitales extranjeros no era la más onerosa; y la escasa demanda de mano de obra de la producción pecuaria, rasgo que se configuraba dentro del contexto de constante reclutamiento militar por parte del gobierno (Ferrer, 1993). Así, el costo de la era sólo el del ganado que debía poblarla, ya que la tierra en esos años tenía escaso valor: con

29 una modesta inversión de capital, se obtenían ganancias muy elevadas (Halperín Donghi, 1969). Este modelo económico se inició ya a partir de la misma creación del Virreinato, pero en las décadas de 1810 y 1820 logró afianzarse; en especial a lo largo de ésta última pudo plasmarse también en lo político. Razón de ello también fue que, durante la gobernación de Martín Rodríguez (1820-1824), un plan de reformas fuera ejecutado por su ministro de gobierno , pretendiendo transformar la provincia en diversos ámbitos: político, económico, social, comercial, urbano. En el primer aspecto, las modernizaciones más notables fueron la sanción de la ley electoral de 1821; la supresión del Cabildo; la creación de los ministerios de Gobierno, Hacienda y Guerra; la Sala de Representantes devino en poder legislativo de la provincia; y se decretó la ley de Reforma Militar, la cual entre varios cambios reorganizó y reorientó las fuerzas militares y de campaña hacia la frontera sur. Por otro lado, las reformas aplicadas al ámbito socio- cultural fueron características de esa etapa, siendo la más significativa la fundación de la Universidad de Buenos Aires, en 1821. En cuanto a las reformas económicas, éstas lograron engrosar las arcas del Estado, pues propulsaron las exportaciones de la ganadería en expansión y aumentaron los ingresos fiscales de las importaciones, salvando así el déficit de años anteriores. Cuando a fines del gobierno de Martín Rodríguez comenzaron a arreciar algunas dificultades financieras, se solicitó un empréstito a Londres, el cual fue otorgado en 1824 por la Baring Brothers Co.. Obtener un préstamo de Gran Bretaña conllevaba el anterior reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, por ello era necesario un consenso político entre las provincias acerca de la organización del país. El debate se apresuró debido a las presiones ocasionadas por la ocupación brasileña de la Banda Oriental. Así, el nuevo Gobernador bonaerense, Juan Gregorio Las Heras, convocó en 1824 a un Congreso Constituyente. Luego de que rigiera la nueva Ley Fundamental -que, entre otras cosas, delegaba provisoriamente las funciones del poder ejecutivo nacional en el gobierno de Buenos Aires, al cual otorgaba el manejo de las relaciones exteriores- fue posible la firma de un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Gran Bretaña, el cual ratificaba el reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas (cabe mencionar que ya, en 1822, Estados Unidos y Brasil lo habían hecho). El Congreso, que continuaba sus debates constitucionales, sancionó el 6 de febrero de 1826 la Ley de Presidencia, con la que se creaba un ejecutivo permanente, posición que fue ocupada primeramente por Rivadavia. Cuando asumió el presidente, la situación

30 externa e interna era conflictiva: en el contexto internacional, las tensiones con Brasil aumentaban, luego de la declaración de guerra producida en 1825; y en el plano local, las tendencias organizativas centralistas se oponían a las federales cada vez con mayor belicosidad en sus relaciones. La ley de Capitalización de marzo de 1826, que proponía a Buenos Aires como capital de la nación, no hizo más que acentuar estas diferencias. Las divergencias entre ambos grupos se cristalizaron completamente a partir de la sanción de la Constitución el 24 de diciembre de 1826. Si bien se atenuaban muchas de las tendencias centralistas de la Constitución de 1819, los diputados federales consideraban que aún se avasallaban derechos soberanos de las provincias. A comienzos de 1827, la reacción de las provincias ya estaba en marcha: varias de ellas habían rechazado el texto constitucional. El plano interno era desfavorable, pero más aún lo era el externo, debido a la guerra con Brasil. A pesar de no desarrollarse encuentros bélicos durante 1826, el bloqueo naval impuesto al puerto de Buenos Aires por parte de la escuadra brasileña tenía repercusiones, sintiéndose la disminución del comercio y la reducción de las rentas fiscales provenientes de la Aduana. En 1827, el enviado local para negociar había firmado una paz, que por considerarla deshonrosa, llevó a Rivadavia a desconocerla y renunciar a su cargo. El Congreso designó en su lugar a Vicente López y Planes como presidente provisional, pero ante su desconocimiento por parte de las provincias, terminó renunciando. Seguido por la autodisolución del Congreso y del poder central, concluía así un nuevo intento por organizar políticamente al país en una autoridad centralizada. Mientras tanto, en Buenos Aires, Manuel Dorrego era designado por la Sala como nuevo Gobernador; teniendo en cuenta la Ley Fundamental firmada, el manejo de las relaciones exteriores quedaba en sus manos. Así, Dorrego tuvo que ocuparse de finalizar la guerra y firmar la paz con Brasil. La propuesta realizada por Gran Bretaña de que la Banda Oriental se constituyese como una nación independiente, fue la triunfante. Entonces, en agosto de 1828, sobre la base de la total independencia de ésta, se firmó el tratado de paz entre las Provincias Unidas y Brasil, dando origen a la República Oriental del . Con la paz firmada, las tropas emprendieron la vuelta hacia el territorio. El General , al mando de las mismas, estaba descontento con la decisión tomada por Dorrego, por lo que a su llegada se sublevó, derrocando al Gobernador y proclamándose él como nuevo jefe. El conflicto se exacerbó por el fusilamiento de Dorrego el 13 de diciembre de 1828, dando origen a una guerra civil en Buenos Aires que continuó por más

31 de seis meses. Las hostilidades cesaron con el Pacto de Cañuelas, el 24 de junio de 1829, firmado por los líderes de las facciones en lucha: Lavalle y Rosas. Sin embargo, la violencia resurgió luego de que Lavalle anulara las elecciones, previstas en el acuerdo firmado. Entonces, nuevamente se firmó un pacto (conocido como Pacto de Barracas) que designaba como Gobernador provisorio a Juan José Viamonte. Este federal moderado debía convocar a nuevas elecciones, pero luego de debates dentro de la dirigencia provincial, se decidió restituir la Junta de Representantes -derrocada por Lavalle-, la cual nombró, casi por unanimidad, como nuevo Gobernador a Juan Manuel de Rosas. La asunción el 6 de diciembre de 1829 del Gobernador abría una nueva etapa política en la provincia de Buenos Aires, aquella implantada por el “régimen rosista”, denominación que la historiografía le dio al período comprendido entre 1829 y 1852. Con Rosas en el poder el modelo económico-político configurado en las décadas anteriores se vigorizó, ya que sería el propio Gobernador quien representaría los intereses del grupo de hacendados-terratenientes, conduciendo los asuntos económicos y políticos de la provincia de Buenos Aires en su beneficio. Sin embargo, antes de que la estabilidad se instaurase, la primera gobernación de Rosas enfrentó luchas facciosas, plasmadas en alianzas entre los diversos bandos: por un lado, la Liga del Interior; por el otro, el Pacto Federal. Pero eso será materia de análisis de capítulos posteriores.

2.2. Relaciones entre la sociedad hispano-criolla y la indígena

2.2.1. El período colonial: de la segunda mitad del siglo XVIII a la Revolución de Mayo

Los contactos entre la sociedad hispano-criolla y la indígena se establecieron en estas tierras desde la misma fundación de Buenos Aires en 1536, ciudad que cinco años después debió ser desocupada por los ataques de los nativos. Tiempo más tarde, en 1580, se fundó por segunda vez la ciudad, momento desde el cual y hasta fines del siglo XVII, se estableció un período sin enfrentamientos, pero también casi sin relaciones, exceptuando algunas denuncias por robos y choques aislados (Mandrini, 1997). De esta manera, un territorio poco poblado como lo era en aquel entonces Buenos Aires, de vasta extensión, permitía que los vínculos establecidos se conservasen distantes. El lento desarrollo urbano y demográfico de la ciudad-puerto no se enfrentaba a la ocupación de tierras habitadas por indígenas; asimismo, mientras el ganado cimarrón o

32 asalvajado fue abundante, las “vaquerías” -“entradas” más allá de la frontera en busca de ese recurso para obtener cueros, sebo y grasa- no crearon conflictos (Mandrini, 1994). Además, la expansión blanca se producía en aquellas zonas aledañas al camino que conducía a Potosí; el sur no estaba en el diseño topográfico del Virreinato como un área de importancia. Pero cuando la misma extensión natural porteña por el desarrollo de la sociedad y el comercio empezó a ampliarse hacia la región más austral, las relaciones se tensionaron, sobre todo por cómo iba a producirse este avance. Al respecto, en su diario de viaje a Salinas Grandes3 de 1810, el coronel Pedro Andrés García4 hacía referencia a estos primeros tiempos, escribiendo:

Sin embargo de que una venda espesa cegaba a todas las naciones europeas en el siglo XVI sobre sus verdaderos intereses, no dejó de traslucir el adelantado Torres de Vera cuán interesante era la población de Buenos Aires, y ordenó luego a Juan de Garay la reedificase a toda costa (…) La adquisición de encomiendas y de nuevos terrenos entretuvo la ambición en los primeros años, y fomentó una guerra con los naturales, que se ha perpetuado hasta nuestros días (García, Pedro Andrés, 1836: II)

A comienzos del siglo XVIII, diversas incursiones se produjeron por parte de ambos grupos. Los indígenas irrumpían en campos que sobrepasaban la frontera divisoria entre ambas sociedades, en lo que eran llamadas “malocas”; mientras que los colonos se

3 Conjunto de salinas ubicadas en el actual partido de Puán, así como en el extremo sur del partido de y en el extremo noroeste del partido de Villarino. Desde el siglo XVIII y hasta finales del siglo XIX, existió un asiduo circuito comercial que las involucraba, portando en carretas desde ellas planchas de sal que servían a los saladeros ubicados en la ciudad de Buenos Aires. Durante la época colonial, el Cabildo de Buenos Aires patrocinaba las expediciones. La sal fue un elemento vital, poseerla otorgaba un privilegio, se empleaba para sazonar manjares, conservar carnes, curtir el cuero, tratar pieles; fue moneda de cambio y de estímulo comercial. Hasta el descubrimiento y explotación de estos yacimientos ubicados en Salinas Grandes, se dependía de la sal importada de Cádiz (España), lo que encarecía los productos que necesitaban de la misma para su elaboración. Al interrumpirse las comunicaciones con la metrópoli, la provisión de sal europea se discontinuaba y por tal motivo eran necesarias más incursiones al interior en busca de sal. En consecuencia, se convirtió dicha región en un enclave estratégico, desde el cual se abasteció la intensa demanda de este recurso por parte de Buenos Aires, y donde más adelante el cacique Calfucurá estableció la capital de su Confederación Araucana, entre 1837 y 1873. 4 Pedro Andrés García (1758-1833) fue un militar español que vivió desde su juventud en el Río de la Plata, desempeñando diversas misiones. Llegó en 1776 como alférez del cuerpo de ingenieros del ejército de Pedro de Cevallos. Se distinguió en la reconquista de Buenos Aires en 1806, y se inclinó por la Revolución en 1810. Por encargo del Cabildo de Buenos Aires, fue nombrado Comandante de la expedición a Salinas Grandes en septiembre de 1810. El gobierno pidió al Coronel que hiciera un relevamiento del verdadero estado de la campaña y propusiera las medidas más convenientes para mejorarla. La misión excedía todo lo que podía esperarse de una expedición en busca de sal: se ponía en manos de García el diagnóstico del estado de la campaña que tenía vecindad con los indios. En sus escritos, este militar enlaza el conocimiento de ese ámbito basado en su experiencia bajo la administración colonial, con los nuevos problemas que conllevaba la crisis de la independencia. 33 adentraban en aquellos lugares dominados por indígenas, en las ya mencionadas “vaquerías”. El objetivo para ambos era el mismo: la obtención de ganado cimarrón, que escaseaba cada vez más. Así se inició un ciclo de invasiones entre los años 1730 a 1766, por parte de los indígenas, para los cuales se convirtieron los malones en verdaderas empresas económicas, intensificándose ésta actividad guerrera. Realizaban estos ataques con el propósito de saquear ganado, que luego comercializaban con chilenos y criollos (Garavaglia, 1999). Esta red de circulación mercantil, que coincidía con los grandes circuitos ganaderos, comenzaría a vincular a las distintas regiones del territorio tanto indígena como español; generando una dependencia de cada grupo indígena respecto del otro y para con la sociedad hispano-criolla, estimulando así en las tribus la obtención o producción de bienes estimados por los blancos, para intercambiarlos en la frontera. Esto, sumado a la estructura de cambios producidos por la introducción del caballo5 en las sociedades indígenas, devino en un proceso de especialización económica de las mismas (Mandrini, 1997). Los nexos generados entre las diversas tribus fueron creando entre ellas redes no sólo de comercio, sino también culturales y alianzas políticas, selladas a través de uniones matrimoniales. Estas redes de parentesco interétnicas fueron ocasionando la mimetización de ciertos rasgos intertribus.6 En base a ello, es que la gran mayoría de los grupos que habitaban en la pampa sufrieron una “primera araucanización/mapuchización”, fenómeno cronológicamente centrado en el siglo XVIII7, que afectó primero a los pehuenches cordilleranos, y de allí se extendió hasta el territorio bonaerense, aculturizando a la mayoría de los indígenas que lo habitaban. Entre los posibles determinantes que produjeron el desplazamiento de estos grupos culturalmente más desarrollados, pueden ser planteados, por un lado, la presión militar ejercida por los conquistadores españoles en Chile, que confinó a los mapuches a zonas marginales e inhóspitas; por otro, la atracción

5 La introducción del caballo en las poblaciones indígenas repercutió en diversos aspectos. Entre ellos: agilizó la comunicación entre las diversas tribus, al permitir recorrer en menos tiempo distancias más largas; otorgó una mayor capacidad de movilización para la actividad guerrera; e influyó en la alimentación, puesto que la carne de yegua se convirtió en el alimento preferido de estos grupos. 6 Véase Ortelli (1996) en Valverde, Federico, y Segura, Ramiro, “La Frontera: la paz y la guerra como estrategias alternativas. El papel de los ‘indios amigos”, II Jornadas Regionales de Historia y Arqueología, Guaminí, 10 al 12 de agosto de 1999. 7 Se utiliza el término “primera araucanización/mapuchización” para establecer una diferencia respecto a la oleada masiva de estas tribus, que se produjo en las primeras décadas del siglo XIX, y que fue determinante para las sociedades indígenas que habitaban los territorios pampeanos y patagónicos. En el libro de Araya y Ferrer (1988), El comercio indígena. Los caminos al Chapaleofú, pueden hallarse los dos procesos mencionados: “la existencia de infiltraciones espaciadas originalmente que luego se convierten en movimientos migratorios constantes y de mayor volumen” (Araya y Ferrer, 1988:15). 34 ejercida por la abundancia de ganado cimarrón en las tierras bonaerenses (Araya y Ferrer, 1988). Antes de avanzar con el desarrollo de las relaciones entre hispano-criollos e indígenas, resulta conveniente describir brevemente las cuatro parcialidades que habitaban la zona bonaerense al sur del Salado, con las cuales se establecerían estos vínculos, a través del siguiente cuadro:

Cuadro N°1: Parcialidades indígenas que habitaban durante el siglo XVIII la región pampeana y patagónica, próximas a la frontera con la sociedad hispano-criolla 8 Ubicación Particularidad Dispersión o difusión

Ocuparon la región que tiene Principal objetivo de las Una parte pasó a integrar un como centro a la ciudad de incursiones españolas en incipiente sector de Buenos Aires; por el norte busca de indígenas para ser trabajadores rurales, llegaron al río Carcarañá; encomendados y reducidos incorporado como mano de por el este al Atlántico; por durante los siglos XVI y obra contratada para las Pampas el sur su límite es XVII. cosechas y para hacer indeterminado, pero se cueros. situaba más allá del río

Salado y por el oeste se extendieron hasta el pie de la Sierra Grande de Córdoba.

Habitaban lugares más Se les atribuía mayor Si bien se resistieron a toda alejados que los pampas, belicosidad que a los influencia araucana, a Serranos (o ocupando los dos cordones pampas. mediados del siglo XVIII serranos bonaerenses, las vivían con ellos y a Puelches- Guénaken) sierras de San Luis, principios del siglo XIX, Córdoba, y la cordillera batallaron juntos venciendo andina. a los tehuelches.

En las márgenes del curso Concurrían a la Feria del A principio del siglo XVII, inferior del río Colorado, en Chapaleofú (actual Tandil), en posesión del caballo, los cursos inferior y medio a intercambiar productos, habían ganado un área Tehuelches del río Negro y en las permitiendo deducir que importante del norte aguadas interiores de la poseían un alto grado de bonaerense e imponían su actual provincia de Río organización en las lengua y, para la segunda Negro, llegando cerca de la mitad, gracias a este animal,

8 Elaboración propia en base a Nicolao, Julieta; Zuccarino, Maximiliano; Herrero, María Sol; Araya, José María Julio; y Ferrer, Eduardo Antonio; Historia del Partido de Mar Chiquita - Primera Parte. Desde los primeros asentamientos humanos hasta la demarcación definitiva de sus límites, Grafikart, Tandil, 2017, pp. 49-61. 35

cordillera. Hacia el norte, se actividades económicas. realizaban viajes hasta las extendieron por la costa proximidades de Buenos

atlántica bonaerense hasta el Aires de manera casi arroyo Claromecó. cotidiana.

Ubicados de ambos lados de Las distintas tribus que la Araucanización de la pampa: la Cordillera de los . componían hablaban el -Transformó la fisonomía de En lo que hoy es Chile, se mismo idioma y tenía las la región. extendían desde el Valle de mismas costumbres, -Mientras los pampas Copiapó hasta las Islas creencias y organización proveían caballos, que los Guaitecas y desde el interna. mapuches necesitaban para Pacífico hasta la cordillera. Fueron protagonistas en la su guerra contra los En territorio de la actual pampa argentina: excelentes españoles, éstos entregaban Argentina, ocuparon desde guerreros, hábiles mantas tejidas, y los las estribaciones orientales comerciantes, buenos pehuenches, que cabalgaban cordilleranas hasta las costas artesanos y poseedores de sobre ambos lados de la del Atlántico, abarcando una lengua con una riqueza cordillera, servían de parte de las provincias de que ha sorprendido a los intermediarios. Mendoza, San Luis, investigadores Córdoba, Santa Fe, Buenos -El movimiento efectivo (características que les Mapuches hacia el lado “argentino” Aires, Chubut y, en su permitieron imponer su (llamados totalidad, las de Neuquén, comenzó en el año 1650, dominio sobre los habitantes araucanos La Pampa y Río Negro. cuando los pehuenches, de las llanuras). por los situados en la cordillera, españoles) comenzaron a araucanizarse.

-Hacia 1680, los pampas del sur de Córdoba tenían trato con indígenas guerreros de Chile (pehuenches y araucanos que ya maloqueaban juntos), quienes los incitaban a levantarse contra los españoles y les proveían algunas armas.

-Durante el siglo XVIII, la expansión se produjo de forma más directa y en oleadas sucesivas.

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Comenzaron a establecerse en las llanuras bonaerenses, tejiendo alianzas, acuerdos y articulando parcialidades diferentes.

-Lenta pero continua homogenización lingüística y cultural en todo el territorio indígena.

De las parcialidades mencionadas, interesa particularmente el desarrollo y la caracterización de los mapuches, ya que paulatinamente se irían convirtiendo en el grupo más preponderante que habitaba la pampa para cuando Rosas realizó sus campañas y durante sus posteriores gobiernos y, por tanto, serían los actores privilegiados con los cuales el “Restaurador” habría de establecer relaciones de variada índole. Prosiguiendo con el análisis de las relaciones entre indígenas e hispano-criollos, cabe señalar que, aunque durante el lapso 1730/1760 los malones recrudecieron y los contactos se regían por un alto nivel de violencia; se produjeron, en este contexto de intensificación de los vínculos -conflicto y relaciones pacíficas se superponían constantemente-, tres misiones a cargo de la Compañía de Jesús9, las cuales fracasaron y tuvieron una vida efímera en el territorio bonaerense. Estas misiones fueron: la de Nuestra Señora de la Concepción de las Pampas (ubicada en tierras del actual partido de Castelli, 1740-1753), la de Nuestra Señora del Pilar del Volcán (ubicada en lo que hoy se conoce como Laguna de los Padres, 16 km al noroeste de la actual ciudad de Mar del Plata, 1746- 1751) y la de Nuestra Señora de los Desamparados (aunque la ubicación exacta no se ha podido establecer concretamente, se estima que fue a 25 km de la Misión del Pilar, hacia la zona de Tandil; 1750-1751). Ante estas misiones, la postura por parte de las tribus radicaba en las condiciones de fuerza efectiva que en ese momento poseían. Aunque estos grupos se resignaran a lo establecido por los misioneros, la dominación producida sobre los primeros sólo era tal

9 La Compañía de Jesús, cuyos miembros son conocidos como jesuitas, es una orden religiosa de la Iglesia católica fundada en 1534 por Ignacio de Loyola. Pocos años luego de su creación, conquistó gran prestigio por su dinamismo y por la sólida preparación teológica y cultural de sus miembros. Dichos jesuitas arribaron primeramente a Brasil, Perú y México en el siglo XVI, llegando al Río de la Plata recién a partir del siglo XVII, aunque el sistema misionero que instaurarían tardó varias décadas en estructurarse y consolidarse. Dicho sistema se enmarcó en el contexto de la política colonial desarrollada por las potencias europeas para la recién descubierta América, que buscó introducir el cristianismo y un modo de vida europeizado, integrando, al mismo tiempo, valores culturales de los propios indígenas. 37 hasta el punto en que ellos, y principalmente sus intereses, quisieran. Por eso, nunca fue total el control que se tuvo sobre el indígena, produciendo así continuas desestabilizaciones en las misiones. La declinación de las mismas se tornó inminente, debido a que varios elementos se conjugaron para poner en jaque los esfuerzos de los jesuitas. Algunos de ellos fueron: el rechazo a los preceptos religiosos; el fracaso en imponer pautas sedentarias y prácticas productivas ajenas a las tradicionales; la hostilidad explícita de algunas parcialidades; falta de apoyo del gobierno español; reclamos de vecinos para que se trasladaran los asentamientos de las misiones; y el desafío lingüístico que presentaba la comunicación entre ambos grupos (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017). Tras estos intentos fallidos, a partir de 1776, con el mayor interés de la Corona española por Buenos Aires y en sintonía con las reformas borbónicas, se siguió otra estrategia mediante el impulso de la instalación de fortines fronterizos en el límite que en ese momento establecía el Río Salado, emplazados en: Chascomús, Ranchos, Lobos, Navarro, Luján, Areco, Salto, Rojas, , y Melincué. La implantación de estas guardias se encontraba justificada por el propio crecimiento de Buenos Aires, que exigía cada vez más una campaña despejada de peligros (González Coll, 1999). La instalación de fortines se complementó con el asentamiento del Cuerpo de Blandengues, creado ya en 1751, cuyo objeto era “combatir al indio” en la frontera. Sin embargo, en 1782 fueron disueltos (recién serían restablecidos en 1816), quizás debido al fomento de las relaciones pacíficas con los nativos que la Corona borbónica buscó establecer. Con esta política logró instaurarse una relativa paz -aunque siempre la amenaza de guerra estuviera latente (Valverde y Segura, 1999)- a partir de tratados, paces y prebendas. Este temprano “negocio pacífico” con los indios, como lo denomina González Coll (1999), fue establecido durante los gobiernos de los virreyes Loreto (1784-1789), Arredondo (1789-1794) y Melo (1794-1797) y constituye un antecedente de la política que, años más adelante, implementaría Rosas en igual sentido. La generación de este contexto más “diplomático” en la frontera aumentó las relaciones políticas, comerciales y culturales. Esta política de relaciones pacíficas, respaldada por una estructura defensiva más o menos eficiente, y por demostraciones de amistad y buena voluntad -regalos, homenajes y reconocimientos formales de autoridad hacia los caciques más proclives a la paz con los españoles- parece haber resultado la solución más económica y menos problemática para la contención de los ataques indígenas. Asimismo, la intensificación del comercio convenía a ambas sociedades; por un

38 lado, para la sociedad colonial, los indígenas constituían una buena fuente de aprovisionamiento de bienes necesarios, así como un importante mercado para sus comerciantes; y por otro, también convenía a las tribus que habitaban en la pampa, especialmente las que se encontraban en el sur de Buenos Aires, ya que estaban involucradas en el tráfico ganadero hacia Chile (Mandrini, 1997). Respecto de la ruta de comercio hacia Chile, el circuito de ganado que iba desde la pampa a aquella zona transcordillerana constituyó la base de la economía indígena de estas tierras, delimitando las estrategias de vinculación utilizadas por los nativos con la sociedad hispano-criolla e involucrando asimismo una gran complejidad social y desarrollo de mecanismos de integración. La “rastrillada de los chilenos” era el nombre con el que se designaba a la principal ruta en el arreo de ganado hasta el sur de Chile, pasando a escasos kilómetros de la actual localidad de Azul, permitiendo de esta forma una relativa accesibilidad para los comerciantes bonaerenses, que establecían un creciente comercio con quienes habitaban y transitaban estas regiones (Araya y Ferrer, 1988). A esta ruta, deben anexarse dos más que explican parte de los circuitos comerciales que se producían: la “ruta de los ponchos” y la “ruta de la sal”. Analizando las tres en conjunto, se pueden establecer simultáneamente dos tipos de circuitos de comercialización indígena que las engloban: por un lado, aquel que se mantenía con las poblaciones del sur chileno; y por el otro, aquel que se orientaba decididamente a satisfacer las necesidades de los comerciantes porteños (Araya y Ferrer, 1988). A su vez, las parcialidades indígenas se reunían en ferias periódicas realizadas en la región actual de Olavarría, Azul y Tandil, siendo las más reconocidas la feria de Chapaleofú, en Tandil, y la de Cairú, en Olavarría. Allí llevaban su producción las diferentes tribus, donde también se acercaban mercachifles y habitantes de la campaña. En cuanto a la ruta de los ponchos, la direccionalidad de la misma puede resumirse de la siguiente manera: los ponchos se traían desde Chile y habían sido adoptados por los pampas, que los usaban como vestimenta y, a su vez, como producto de intercambio con los españoles. Así, se configuraba un triángulo comercial, en el cual los indígenas que habitaban la pampa vendían ponchos a la ciudad, adquiridos de otros de tierra adentro, y compraban sables a los hispano-criollos, que luego eran intercambiados entre ambos grupos indígenas (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017). A pesar de la competencia en el mercado porteño con los tejidos británicos, la superioridad de los tejidos mapuches ocasionaba que constantemente aumentara su demanda, cuyo aliciente se encontraba en el considerable incremento demográfico de

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Buenos Aires. En suma, los ponchos, al ser apreciados y requeridos por la sociedad hispano-criolla, sirvieron para fortalecer al enemigo indígena que se buscaba contener (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017). En lo que respecta a la ruta de la sal, puede catalogársela como una de las más importantes debido al lugar primordial que tanto indígenas como hispano-criollos le otorgaban a este elemento. En lo que respecta a los primeros, estos hacían charqui con la carne de guanaco y un pan de sal cocido al rescoldo sazonado con hierbas aromáticas, que lamían cuando sentían hambre o sed durante las travesías. En cuanto a los segundos, el descubrimiento de la sal cubrió una necesidad vital, no sólo para su aplicación en los usos domésticos, sino también para ser destinada a la salazón de las carnes y la corambre (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017). A raíz de ello, el Cabildo presionaba constantemente para que se efectuaran las expediciones en busca de sal, ya que luego realizaba su acopio y posterior monopolización, contribuyendo de esta manera a llenar las arcas del erario. La importancia dada a dichas expediciones queda demostrada al considerar que, en la segunda mitad del siglo XVIII, se realizaron más de cincuenta expediciones a las Salinas Grandes en busca de este producto (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017). Como puede leerse en lo escrito por Pedro de Angelis:

Entretanto se celebraban parlamentos con los caciques, para inducirlos a que dejasen pasar las expediciones que costeaba el Cabildo para cargar sal en la laguna de Salinas. El maestro de campo Pinazo, (…) dirigió tres de estas (sic.) expediciones en el espacio de pocos años. (…) Estas tentativas, que pertenecen a la última época del gobierno colonial, multiplicaron los puntos de contacto con los indígenas, cuya amistad solicitaba con una templanza que rayaba en humillación. Los jefes de estas expediciones científicas, con un corto séquito y un copioso surtido de chucherías, entraban en conferencias con los caciques para atraerlos con los presentes, y captarlos con sus palabras (de Angelis, 1836, en Instituto de Investigaciones Históricas del Museo Roca, Dirección Nacional de Museos y Ministerio de Educación y Justicia, 1986)

Sumado a ello, en un prólogo de una de las expediciones a las salinas comandadas por Pedro A. García, de Angelis añade:

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Las pampas de Buenos Aires tuvieron en otros tiempos sus caravanas y romerías: no para visitar mosqueas, ni para hacer expiaciones, sino para empresas lucrativas, que llenaban las arcas del erario y suplían las necesidades públicas. Su objeto era proveer de sal a la población, extrayéndola de una gran laguna que yace al sud, en un paraje que estaba entonces en poder de los indios. Los virreyes, que dirigían estas operaciones, tenían que solicitar de los caciques el permiso de introducirse en su territorio, ofreciéndoles algún regalo para amansarlos. Estas negociaciones, que se renovaban cada año, eran una de las tareas más ingratas del gobierno de Buenos Aires, cuya autoridad desconocían y ajaban esos indómitos moradores del desierto. Pero el Cabildo, que contaba entre sus recursos el producto de la venta exclusiva de la sal, se empeñaba en que no se desistiese de esta faena, a lo que condescendía el gobierno por la oportunidad que le procuraba de observar a los indios y de explorar su territorio (de Angelis, en García, 1836:I).

Tenemos aquí, una vez más, un claro antecedente de relaciones “diplomáticas” entre los habitantes de ambos territorios, incluyendo la expedición de permisos oficiales para introducirse en territorio “extranjero”. Asimismo, muchos de los contactos entre la población indígena y la hispano-criolla (que experimentaba una evolución demográfica, lo cual implicaba la instalación de nuevos centros de población) se producían en las pulperías, las cuales eran intermediarias entre el comercio con la capital, la producción fronteriza y los artículos de las tolderías, y cuyo establecimiento fue propiciado por la necesidad de integrar a las comunidades que vivían en la campaña al circuito comercial. En estos lugares donde se fomentaban estos intercambios, también ocurrían contactos culturales, de usos y costumbres, entre los diversos grupos que allí concurrían. Las postas -conjunto de caballos para relevar que se localizaban en distintos puntos de los caminos- y las mensajerías - servicios regulares de galeras y diligencias- se sumaban a las pulperías como centros de vinculación entre ambos mundos (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017). Tal era el estado pacífico de las relaciones, que cuando ocurrieron las invasiones inglesas de 1806 y 1807, los criollos aceptaron de buen grado la participación en la reserva de los indígenas que habitaban próximos a la frontera para contrarrestar la ocupación, siempre y cuando no traspasasen la línea divisoria que constituía el río Salado (González Coll, 1999).

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2.2.2. Relaciones en creciente tensión a partir de la Revolución de Mayo: nuevas autoridades con proyectos de avance fronterizo más allá del Salado

Tras la Revolución de Mayo, se estableció por parte del gobierno patrio un discurso pro-indigenista, sucedido por pactos, alianzas y leyes; demostrando así el interés en seguir manteniendo una política pacífica, como la que desde fines del siglo XVIII se aplicaba. Sin embargo, para los grupos indígenas se abría un abanico de posibilidades: aliarse con los realistas; pactar con el criollismo y la revolución; o mantenerse expectantes para luego inclinarse hacia lo que más les favoreciera (González Coll, 1999). Esta tendencia filoindigenista durante la primera década revolucionaria, sostenida por Ratto (2004), encuentra su justificación en diarios de viaje de la época elaborados por el Coronel Pedro Andrés García que avalaban la postura de integrar al indígena al hacer referencia a:

la moderación y prudencia con que debemos acordar y convenir con los indios salvajes, para obtener la posesión de los terrenos a que aspiramos, y establecer unas relaciones que los tengan en necesidad de nuestro trato, los aficionen a la sociedad, y quizá en la segunda generación formen con nosotros una sola familia, por los enlaces de la sangre (García,1836:XIII).

Pero este carácter pacífico en las relaciones empezó a complementarse con un interés del nuevo gobierno por avanzar la frontera. Por ello, en 1810, se encomendó a García la elaboración del ya citado diario en el que debía recoger información con vistas a

el arreglo de estas campañas, formación de pueblos, mejora de los ya formados, establecimientos de guardias fronterizas en donde convengan, y el fomento de todos los ramos de policía rural (García, 1836:I).

El escrito que elaboró a su regreso del viaje a Salinas Grandes, además de las descripciones geográficas de las áreas recorridas, contenía la propuesta de cuatro medidas:

Primera, mensura exacta de las tierras. Segunda, división y repartimiento de ellas. Tercera, formación de pequeñas poblaciones. Cuarta, seguridad de las fronteras, y líneas adonde deban fijarse (García, 1836:V). 42

Estas directrices se vinculaban a la recomendación del Coronel acerca de la necesidad de poblar las fronteras, no sólo instalando guardias, sino también fundando pueblos, pero más que nada creando ciudadanos, que una vez establecidos estuviesen dispuestos a cumplir con sus obligaciones a la patria de resguardar los límites de la misma:

formar poblaciones, y fomentar en ellas la agricultura y la industria, es formar una patria a hombres que no la tienen. Esto manifiesta bien si está esencialmente unida la existencia del estado al establecimiento de pueblos y leyes agrarias, que son indispensables para su prosperidad (García, 1836:VII).

La insistencia de García al respecto se debía a la presencia de hombres que desertaban o que huían para no ser condenados por sus delitos, dirigiéndose a las tolderías más próximas. Una vez allí instruían a los indígenas respecto al idioma, el uso de armas, o los instigaban a que se rebelen. Citándolo:

muchos de nuestros campestres, cuyas costumbres como hemos dicho, no distan muchos grados de las de los salvajes, se han familiarizado con ellos, y atraídos por el deseo de vivir a sus anchas; o bien temerosos del castigo de sus delitos, se domicilian gustosamente entre los indios. Estos tránsfugas, cuyo número es muy considerable y crece incesantemente, les instruyen en el uso de nuestras armas, e incitan a que ejecuten robos y se atrevan a hacer correrías en nuestras haciendas (García, 1836:XIII).

Otra de las conclusiones esenciales que formuló era que las guardias, en los puntos donde se encontraban emplazadas, eran inútiles, puesto que el avance poblacional ya superaba ese límite. Los colonos habían avanzado sobre territorios indios, como también tribus se asentaban en estancias criollas. Al respecto, proponía que no con armas se realizase el adelantamiento de las guardias -y con ello el de la frontera-, sino con un trato pacífico, pero imponiendo respeto a la fuerza. Esta idea la plasmó García en su Plan de Fronteras de 1816:

Fue muy errada y absurda la política de los primeros pobladores, en pretender hacer conquistas con las bayonetas, privando a los indios de 43

gustar de los placeres de la sociedad, para que se acercasen a ella; y yo me persuado que no lo es menos proponerse un sistema de amistad aparente, con quien sólo la conserva en cuanto le es proficua, y se aparta de ella en el momento que puede cometer una perfidia con impunidad, afianzado en la buena fe de su contendor. (…) es preciso jugar alternativamente de las dos armas; es decir, que dando un valor que no pueden tener para con los indios a los sagrados nombres de la amistad y de la buena fe, debemos decorarlas con el respeto de las armas, y nunca hacer uso de ellas, sino en los apurados términos de una agresión; cuyo derecho saben bien defender, y no lo desconocen en el caso inverso, sometiéndose a toda fuerza imponente antes de sacrificarse (…). Es pues indispensable que por partes se emprenda, dejando siempre asegurada la retaguardia y los víveres que han de servir a los puntos que se avanzan, además de cubiertas las haciendas. Este orden, que deberá precisamente guardar conformidad con los pactos que se estipulan, alejará las desconfianzas que siempre tienen los indios de ser atacados (García, 1837:10-11).

Respecto a la instalación de las primeras estancias más allá del río Salado, fue ya por el año 1811 que Gregorio Domínguez, vecino de Magdalena, había denunciado un terreno de cuatro leguas; poco tiempo después seguiría su camino Julián Salomón. Luego, en 1815, Francisco Ramos Mejía fundaría su estancia Miraflores; a quien le seguirían, fundando sus estancias, Mauricio Pizarro, Santos Calvento y Eladio de la Quintana, entre otros. Estos nuevos pobladores tuvieron que negociar por partida doble: con las parcialidades que habitaban esos campos y también con el gobierno, del cual debían obtener consenso para habitarlos (Ratto, 2004). Sin embargo, los gobiernos posrevolucionarios no pondrían trabas para conceder estos permisos, sino que, por el contrario, favorecieron esta expansión mediante decretos que beneficiaban a quienes quisieran instalar estancias más allá del Salado. Una de las políticas más importantes al respecto fue la de otorgar tierras en merced, como medio principal para convertir la ocupación de los campos en posesión legitimada. Así, esta frontera de hacendados actuó como “gobierno fronterizo”, avanzó la línea divisoria y se hizo cargo de su propia defensa cuando ocurrían los malones (González Coll, 1999). Cabe aclarar que un aliciente para la conformación de milicias rurales a cargo de los propios hacendados era que las tropas regulares se hallaban abocadas a los frentes de batalla

44 creados por las luchas independentistas que ocuparon toda la primera década revolucionaria. Otra de las medidas con las que se pretendía concretar la extensión territorial fue la sanción, en 1815, de la “Ley de Vagos”, la cual generó una puja entre hacendados y Estado, por mano de obra y soldados, respectivamente. Esta ley tenía como objetivo el reclutamiento de individuos para componer las tropas de frontera, en tanto quien fuese catalogado bajo la condición de vago, era castigado con el cumplimiento de cinco años en el ejército:

En esta línea, el Gobernador Intendente de Buenos Aires, Manuel Oliden, ordenó a la policía de la campaña, mediante un bando fechado el 30 de agosto de 1815, que: “todo individuo que no tenga propiedad legítima de subsistir será reputado en la clase de sirviente, debiéndolo hacer constar ante el juez territorial de su partido. Es obligación que se muna de una papeleta de su patrón, visada por el Juez. Estas papeletas se renovarán cada tres meses. Los que no tengan este documento serán tenidos por vagos” (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017:115).

Esta ley estaba destinada al , pero el indio-pampeano resultaba igualmente pasible de los castigos por ella previstos. Durante el mismo año de 1815, se puso en funcionamiento el presidio “Las Bruscas” (luego “Santa Elena”) más allá del Salado, con el fin de alejar a los presos políticos de la capital. También se fundó el destacamento miliciano “San Martín” en la Laguna Kaquel Huincul (actual partido de Maipú, provincia de Buenos Aires), y la fundación de la “Estancia de la Patria”, la cual abastecería de ganado a los establecimientos anteriores. A estos avances habría que añadir la ya mencionada restitución del Cuerpo de Blandengues, en 1816, y la fundación, al año siguiente, del pueblo de Dolores, el primero que se encontraba cruzando el río Salado. Cabe resaltar que en ninguno de estos casos se negoció con los indígenas existentes en la zona sino que fueron acciones unilaterales del gobierno; este tipo de avance se produjo en simultáneo con el que era realizado por los particulares (Ratto, 2004). Ambos tipos de expansión presuponían que se creasen serios problemas con las tribus a tratar, haciendo peligrar la permanencia de los establecimientos particulares como también el desplazamiento en retroceso de la línea de frontera (Ratto, 2004). En 45 consecuencia, en 1819, se creó un cuerpo de veteranos costeado por hacendados que buscaban asegurar sus estancias. Este proceso de instalación de estancias ganaderas integrado al avance de la frontera militar, demostraba la intención del gobierno por garantizar el control del territorio que permanecía bajo dominio indígena (Correa, 1999). Como contrapartida, se produjo una reacción por parte de estos, que también desde mediados de la década de 1810 realizaron saqueos a establecimientos de la campaña bonaerense en busca de ganado. Más allá de estas incursiones, la frontera mantenía un nivel de trato pacífico, pero el que ocurrieran estos sucesos iba creando una “violencia latente” en este espacio (Ratto, 2004). De hecho, a partir de 1819 y durante 1820, los ataques se incrementaron, beneficiados por la agitación política que vivía Buenos Aires. De esta manera, la década que se abría con el año 1820 estuvo caracterizada por grandes malones, resultado de una competencia que se tornaba más agresiva entre la sociedad indígena (incitada por el aumento de la demanda en el mercado chileno, destino de los ganados robados y capturados) y la blanca, por el control de tierras y ganado10. Asimismo, el surgimiento como nueva entidad política de la provincia de Buenos Aires condicionó a los gobernantes a asumir la defensa militar de las fronteras, para que estuviera acorde a las necesidades de expansión que la economía del ahora Estado provincial requería. En este contexto, los malones -más allá del contenido económico que se mencionó que tenían-, según Correa (1999), representaron la resistencia indígena al avance criollo, el cual a partir de 1820 constituyó un objetivo prioritario del gobierno. La autora afirma que estos ataques fueron una clara actividad de guerra con el objetivo de lograr determinadas condiciones en las relaciones con el mundo hispano-criollo. Así, las poblaciones de frontera fueron asoladas por acciones militares de los lanceros indígenas enfrentados al ejército, invasiones, saqueos, asesinatos, incendios, entre otros ataques (Correa, 1999). Reafirmando esta postura, González Coll plantea que, para esta época, el malón como instrumento de la praxis indígena, más allá de sus motivaciones económicas de apropiación de ganado o saqueo, tenía también intereses políticos por la preservación de su modo de independencia (González Coll, 1999). Así, las pampas se convirtieron en un espacio en disputa étnica por su dominio; donde los indígenas veían disuelta su soberanía y donde un proyecto de un nuevo ordenamiento se imponía como hegemónico (el de la sociedad hispano-criolla). De hecho, la sociedad blanca, pasados los primeros tiempos de las guerras de emancipación, avanzó

10 Véase Mandrini (1993), citado en Valverde y Segura, 1999. 46 hacia la desestructuración y la desarticulación de la sociedad india, marcando la emergencia del conflicto étnico, pretendiendo un reordenamiento poblacional, que desplazaría al habitante nativo y original de las pampas por el inmigrante europeo (González Coll, 1999). Este desplazamiento de las tribus hacia el sur y el oeste, producido por la expansión territorial bonaerense, impactó en los circuitos comerciales indígenas, por la pérdida de ricas tierras de pastoreo y la inseguridad creada por la guerra (Mandrini, 1997). En este sentido, a partir de su creciente influencia en la conducción política y económica de la provincia, los terratenientes bonaerenses buscaron eliminar, mediante la ocupación de nuevas tierras, los circuitos comerciales fronterizos que escapaban a su control; al tiempo que, en materia política, su objetivo fue establecer el orden y pacificar internamente, disciplinando a la población marginal e indígena (Araya y Ferrer, 1988). Con esta integración de la campaña al sistema político a partir de la autonomía provincial, los terratenientes que la ocupaban sumaron, a los derechos de propiedad adquiridos, otros que les aseguraban capacidad civil y política. En contrapartida, también sumaron obligaciones, de las cuales la más importante fue la de compartir con los militares los esfuerzos empeñados en extender la frontera y consolidar la presencia estatal en la campaña. La organización de estas milicias comprendía así una doble acción: de protección territorial y de avance (Cansanello, 1994). De este modo, puede afirmarse que la extensión territorial del Estado provincial fue uno de los dos procesos que afectó considerablemente la estructura y forma de vida de los indígenas. El segundo de ellos fue el producido, durante toda la década, por el arribo de tribus y grupos que provenían de Chile. Esta gran migración araucana a las pampas (denominada “segunda araucanización”), causada por la situación chilena luego de la revolución, llevó a unos 20 jefes con sus guerreros y familias, a cruzar la cordillera e instalarse en estas tierras (Valverde y Segura, 1999). Tal movimiento migratorio desestabilizó a los indígenas que habitaban la llanura pampeana, que atravesaron un proceso de constitución de nuevas jefaturas en su ámbito, para cuyo fortalecimiento fue fundamental, en muchos casos, el control de pastos, aguadas y rutas (Mandrini, 1997). Bajo este complejo entramado de relaciones que se formó a lo largo de la década de 1820, es que debe interpretarse la decisión de las tribus por una u otra alternativa, considerando el manejo de las alianzas según conveniencia, como también el uso del recurso de guerra. Así, la sociedad indígena debe pensarse como agente dinámico, que

47 produjo reacomodaciones a partir de conflictos, aceptando y rechazando según la ocasión, las manipulaciones políticas (Correa, 1999).

2.2.3. Década de 1820: entre la diplomacia y la guerra

Considerando el panorama expuesto hacia la década de 1820, a continuación se detallarán cuáles fueron los encuentros diplomáticos más importantes entre ambas sociedades en ese período, como también los ataques bélicos más relevantes, y las expediciones y envío de comisiones realizadas por el gobierno bonaerense con el fin de concretar el avance hacia el sur, plasmado físicamente con la instalación de fortines y fundación de pueblos. Continuando la política de relaciones pacíficas que en líneas generales imperaba desde fines del siglo XVIII, el 7 de marzo de 1820 el gobierno autónomo provincial firmó el Tratado de Miraflores -acordado en la ya citada estancia homónima de Francisco Ramos Mejía- con los jefes indígenas de la zona. En este pacto se establecía el límite geográfico entre ambos que debía ser respetado. Este tratado ratificaba: la búsqueda de soluciones pacíficas a los diferendos por parte de los más importantes caciques (art. N°2), el alto grado de coexistencia al que habían arribado ambas sociedades desde fines del siglo pasado (art. N°3), y también estaban implícitos los motivos que poco después llevaron a la guerra: la posesión de la tierra y el ganado (arts. N°4, 5 y 8). En realidad, el conflicto subyacía desde tiempo atrás, pero pasaría al primer plano como consecuencia de la nueva orientación tomada por la economía y sociedad porteñas, que buscarían a partir de entonces, como se ha visto, usufructuar sin competencias los beneficios de la coyuntura económica (Araya y Ferrer, 1988). Sin embargo, unos meses después, el pacto de Miraflores fue violado por los indígenas, que el 27 de noviembre de 1820, produjeron un malón sobre Lobos, matando a 100 personas. Sumado a este ataque, y más allá del acuerdo que había sido firmado, en diciembre de ese mismo año, se produjo el saqueo y destrucción del pueblo de Salto. Respecto a esta incursión, fue el ex Director Supremo de Chile, José Miguel Carrera, quien la lideró, pero en ella participaron 2.000 indígenas de los caciques Pablo y Yanquetruz, además de 500 desertores, bandoleros y prófugos de la justicia. De esta manera, se rompía el acuerdo por parte de los indígenas, siendo la respuesta del Gobernador Martín Rodríguez la primera de las que serían sus tres expediciones al sur.

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La primera expedición punitiva contra las tolderías, que comenzó el 15 de diciembre de 1820 y se extendió hasta 1821, ocasionaría como réplica una serie de malones. En respuesta, el gobierno provincial decidió enviar al Coronel Pedro Andrés García, hombre que se había ganado cierta confianza y respeto entre los indígenas de la frontera, a negociar los términos de la paz. Así, en 1822, García emprendió su viaje a Sierra de la Ventana, cuyo diario de viaje otorgó valiosa información al detallar la ubicación exacta de las tribus, el poder militar de los caciques y la riqueza de las tierras inmediatas a las de Tandil, punto que sería clave al año siguiente durante la segunda expedición de Rodríguez (Araya y Ferrer, 1988). En las negociaciones de paz a cargo del Coronel, los temas que se debatieron fueron la ocupación de tierras, el rescate de cautivos y el intercambio comercial. Sin embargo, por los términos en que se dieron los parlamentos y considerando las atribuciones otorgadas a García, el gobierno provincial parecía no haber tenido la intención de lograr verdaderamente un acuerdo con los caciques, con lo cual no resulta extraño que a poco de retirarse aquél, hayan recrudecido los malones y las presiones por parte de los indígenas. En relación a estos acontecimientos, Juan Manuel de Rosas, por entonces a cargo de un cuerpo de milicianos al sur de la provincia, había elevado en 1820 un memorial al gobierno en el cual se manifestaba en oposición a la expedición de Rodríguez, haciendo constar su inclinación por un trato pacífico:

La empresa más riesgosa, peligrosa y fatal, capaz de concluir con la existencia, con el honor y con el resto de fortunas, que ha quedado de la campaña, es la de sostener guerra a los indios, y mover expedición contra ellos. La guerra, ese azote de la humanidad, ese mal alguna vez necesario, antes de romperse o de ejecutarse, debe ser el efecto de la más pensada elección entre dos males necesarios, como la menor: debe ser el resultado de una necesidad inevitable, por utilidad y conveniencia de la provincia. (…) Entre ahora en sí mismo el pensador, y medite, si cuando todo es inseguridad, y si cuando nuestra casa aun no está ni bien ni mal guardada, será conforme con las reglas de utilidad decidirse por la guerra contra los indios. (…) Con la guerra el comercio pierde, la campaña acaba de desmoralizarse y la rivalización(sic) se fomenta. (…) la paz es la que conviene a la provincia. Unos tratados que la afianzasen, traerían a la civilización, la población y el comercio (…). Los indios hasta llegarían a

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suplir la presente escasez de brazos en la campaña. En mis estancias “Los Cerrillos” y “San Martin” tengo algunos peones indios pampas, que me son fieles y son de los mejores: lo que yo he conseguido de ellos podrán conseguir otros hacendados (Rosas, citado en Carretero, 1970:25-26)

Haciendo caso omiso a estas sugerencias, el Gobernador emprendió su segunda expedición punitiva en marzo de 1823, cuyo resultado fue el mismo que la primera: incrementó la hostilidad de algunos grupos, con el agravante de que la reacción fue mayor en razón de la fundación del Fuerte Independencia (Tandil), guarnición que en sus principios sería hostigada constantemente (Ratto, 2004). En este contexto de inseguridad y aumento de la conflictividad fronteriza, que abarcó de 1823 a 1825, es que en marzo de 1824 partió la tercera expedición de Rodríguez para contener las incursiones indígenas, cuyo resultado no mejoraría la belicosidad que caracterizaba por entonces las relaciones entre ambas sociedades. En un intento por presionar a estos grupos para que depusieran su actitud, el gobierno decretó, en noviembre de ese año, la prohibición de comerciar con indígenas. Tal medida sería perjudicial no solamente para éstos: algunas poblaciones fronterizas habían creado una dependencia tan extrema con respecto al comercio interétnico que también serían lesionadas (Ratto, 2004). Así fue que, en este escenario de agitación, en 1825, el nuevo gobernador Gregorio Las Heras encargó a los hermanos Oyuela11 la firma de una paz con las tribus sublevadas, cuya misión fracasó. En consecuencia, Las Heras decidió la formación de la comisión Rosas – Lavalle12 – Senillosa13 con el objetivo de obtener un informe a fin de trazar una nueva línea de frontera; asimismo, se encomendaba a Rosas hacer las paces y negociar con

11 Los hermanos Fernando, Calixto y Ángel Oyuela, comisionados para entablar negociaciones de paz con los indígenas, eran hijos de José de la Oyuela, reconocido comerciante español afincado en Buenos Aires, quien desempeñó funciones en el Cabildo de la ciudad y luchó en su defensa durante las invasiones inglesas, siéndole reconocido por sus méritos el grado de teniente coronel de milicias. De esta manera, dicha familia construyó su prestigio, y aunque no eran de abolengo aristocrático, supieron convertirse en señores en estas tierras, sobre todo a través del comercio y el ejército. 12 Se trata de Juan Lavalle, el mismo que años más tarde, como se mencionara, habiendo retornado de la guerra contra el Brasil derrocó y fusiló a Dorrego. Resulta, pues, paradójico, que habiendo fusilado al hermano de su socio en el saladero y siendo luego uno de los principales opositores a su régimen, Lavalle compartiera en esta ocasión esta importante comisión junto a Rosas. 13 Felipe Senillosa (Castellón de la Plana, España, 1790 – Buenos Aires, 1858) fue un agrimensor, ingeniero, docente, investigador y político argentino de origen español, llegado a Buenos Aires a mediados de 1815. En 1824 fue designado miembro de la Comisión Topográfica, bajo cuyo cargo realizó la expedición demarcatoria de la frontera. A su regreso de la misma, fue nombrado primer ingeniero del Departamento Topográfico y dos años después, presidente del mismo. Entre 1826 y 1828 se encargó de levantar planos de muchos pueblos del sur, así como algunos planos catastrales. En 1832, fue electo diputado provincial por el partido federal y se unió al grupo de leales a Juan Manuel de Rosas. Escribió un tratado breve, la "Memoria sobre los pesos y medidas", publicado en 1835, dedicado a este último, quien le dispensó permanente amistad. 50 los indígenas, para quienes resultó esencial el levantamiento de la prohibición de comercio que el gobierno había impuesto en 1824. En este contexto, Rosas volvía a insistir, como en 1820, que no era el enfrentamiento el camino por el cual la provincia podría recoger los frutos, sino que la paz convenía a Buenos Aires, porque liberaría al erario de mantener un conflicto costoso e inútil, y a su vez, prometía convertir en brazos productivos a los indígenas (Cutrera, 2013). Las tratativas de Rosas vieron crecer las filas de las tribus que, a través de sus caciques, iban acercándose: Negro, Chanil, Tetruel, Cayupilqui y Catriel fueron los que lo visitaron en Monte. De esta manera, la provincia centralizó en la figura de Rosas el curso de las negociaciones, orientándolas hacia la nueva política que conjugaba avance territorial y negociaciones pacíficas. Esta nueva dirección sufriría una contramarcha en agosto de 1826, cuando se produjeron invasiones constantes en diferentes lugares de la campaña, retornando al clima que había prevalecido entre 1823 y 1825, aunque esta vez los protagonistas eran chilenos, aliados en ocasiones a “ranqueles”. Para contener estos ataques, el gobierno dispuso suspender la comisión pacificadora de indios y retornar a las expediciones punitivas: a cargo del Coronel Federico Rauch se realizaron tres campañas entre octubre de 1826 y febrero de 1827. Estas expediciones fueron un éxito rotundo para el gobierno: por un lado, se desaceleraron los ataques indígenas; por el otro, gracias a la información brindada por grupos de indios aliados, se sabía la ubicación exacta de las tolderías, pudiéndoselos enfrentar allí mismo. Asimismo, el resultado de estas incursiones generó un incremento en las filas de los indios amigos, de las cuales, para fines de 1827, formaban parte algunos grupos indígenas “locales” y agrupaciones “chilenas” recientemente arribadas (Ratto, 2004). Luego de que esta paz relativa fuese restablecida, el Negocio Pacífico fue retomado durante el gobierno de Dorrego. En 1828, el Gobernador encargó a Rosas -por entonces Comandante General de las Milicias de Campaña- las tratativas con los indígenas para establecer el avance de la frontera, el cual se materializaría ese año con la fundación de la Fortaleza Protectora Argentina de Bahía Blanca, concretándose así el plan de avance territorial, con incorporación de las tribus existentes, como acostumbraba el Negocio Pacífico. Tales negociaciones no sólo modificarían el estado de las relaciones entre indígenas e hispano-criollos, sino que también comenzaron a generar divergencias intertribales entre quienes pactaban con el gobierno provincial y quienes decidían enfrentarse a él, aliándose con otras tribus hostiles al avance.

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En suma, a la hora de negociar, la táctica empleada por ambas sociedades fue la diplomacia, sellando sus compromisos a través del intercambio de objetos y productos. De esta manera fue que algunos grupos indígenas, que obtuvieron la denominación de “indios amigos”, continuaron asentados en el territorio provincial, contribuyendo además con apoyo militar en la defensa de las fronteras (Correa, 1999). En ese marco, Rosas, en su carácter de Comandante General de las Milicias de Campaña, claramente había establecido que si las disputas se generaban entre tribus amigas del gobierno, este último no participaría ayudando a ninguna de ellas, sólo prestando sus buenos oficios para la resolución del conflicto, buscando las menores consecuencias. A pesar de este contexto relativamente pacífico, cuando estallaron los conflictos civiles en 1829 con el levantamiento de Lavalle, la frontera volvió a convertirse en un punto de fricción, conteniendo en ella desertores, soldados de las distintas facciones, bandidos, etc. (Vedoya, Gagliolo, Luchessi, E., Luchessi, C., Mauco, y Pérez, 1981). En las milicias organizadas por Rosas, formaron parte los indios amigos de Catriel, Cachul y Venancio, que se alinearon a su bando, definiendo el curso de los acontecimientos (Cutrera, 2013); a pesar de que estos indios aprovecharon las revueltas para cometer saqueos, era un precio que Rosas estaba dispuesto a pagar (Ratto, 2004). Más allá de estos contratiempos, el Negocio Pacífico de Indios se afianzaría en los años siguientes con Rosas ya en el poder, pues la política de éste era bien conocida para los indígenas. La misma queda sintetizada en sus propias palabras:

Mediten ustedes un poco y verán que mi amistad les vale mucho y que deben procurar conservarla a toda costa. También es necesario que no olviden ustedes que yo sé todo lo que pasa, y aunque algunas veces guarde prudencia y silencio, no es porque no sepa las cosas, sino porque soy generoso y caballero con mis amigos. Yo siempre hablo la verdad y por lo mismo no puedo conformarme a que mis amigos me engañen. Y así como soy un buen amigo de mis amigos y no les sé faltar en nada; así también los persigo a los que me llegan a ser infieles y traidores. La prueba está en Quiñigual14 (Rosas, citado en Carretero, 1970:53).

14 Este indio se fingió amigo de Rosas y luego lo traicionó. Más tarde cayó prisionero en su poder y Rosas lo mando degollar, para ejemplo de los otros indios (Carretero, 1970:53). 52

2.3. Consolidación del poder de Rosas

Tras lo expuesto en los dos apartados anteriores, puede advertirse el gradual aumento de poder y capacidad de injerencia que Juan Manuel de Rosas fue adquiriendo en la política provincial y nacional, no sólo en lo que a ellas conciernen en general, sino también en relación a la campaña y la cuestión del indio en particular. Por ello, el presente capítulo no estaría completo sin abordar, aunque más no sea brevemente, cómo fue ese proceso de consolidación del aparato rosista y de la figura de su líder. Nacido el 30 de marzo de 1793 en Buenos Aires, Rosas provenía de una familia de abolengo aristocrático y señorial, a la usanza de las tradiciones medievales hispánicas. Vinculado a la aristocracia del dinero, ya en la década de 1810 destacó como administrador de estancia, y, con el correr de los años, se convertiría en un gran hacendado ganadero, exportador de cueros, sebo y tasajo. Con su personalidad de líder comprometido y la imagen de confianza que supo cultivar, logró ejercer una notable influencia sobre las peonadas que trabajaban en su hacienda, sobre los principales caciques indígenas de la frontera interna y sobre la plebe urbana en ese entonces más marginal: mulatos, negros y mestizos (Fanlo, 2003). En 1815, fue fundada su primera empresa -Rosas, Terrero y Compañía-, ubicada en un lugar denominado “Las Higueritas”, a poca distancia del actual partido de Quilmes. Así fue que Juan Manuel de Rosas, quien por entonces contaba con veintidós años de edad, se asoció con su amigo Juan Nepomuceno Terrero y con Luis Dorrego -hermano de Manuel-, en este negocio que tenía por objeto la explotación ganadera y el acopio de frutos, así como también la salazón de carnes y pescados; comprando para ello tierras, mejorando las estancias y luego exportando sus productos. El saladero fue aprovechado por la empresa, que rápidamente cobró dinamismo, llevándola a crear sus propias vías de exportación mediante una flotilla de barcos y la utilización del puerto de La Ensenada, evitando así los altos aranceles de la aduana de Buenos Aires (Operé, 1987). Apta para permitir un más completo aprovechamiento del animal, sin los desperdicios habituales en la faena exclusiva del cuero y del sebo, la nueva industria diversificaba las exportaciones; así por ejemplo, el charqui y la cecina se enviaban a los mercados esclavistas de Brasil y Cuba (Instituto de Investigaciones Históricas del Museo Roca, Dirección Nacional de Museos y Ministerio de Educación y Justicia, 1986). Cuando Rosas, Terrero y Dorrego inauguraron su saladero mediante una inversión inicial de 6.000 pesos, otros capitalistas se estaban incorporando a la actividad, por

53 ejemplo Miguel Irigoyen, Mariano Durán, José Calzena, Jorge Zemborain, Pedro Capdevila y Pedro Trápani. Sin embargo, ninguno de los 14 saladeros que funcionaban en 1815 alcanzó tanta notoriedad como el de Las Higueritas (Instituto de Investigaciones Históricas del Museo Roca, Dirección Nacional de Museos y Ministerio de Educación y Justicia, 1986). Cuatro años después de la creación de este saladero, los socios adquirieron otras propiedades al sur del río Salado; sin embargo, la sociedad terminó por disolverse. De hecho, años más tarde, durante los gobiernos rosistas, Luis Dorrego, a pesar de haber sido socio del Restaurador, fue perseguido y, en 1848, se vio obligado a radicarse en Río de Janeiro. Por otro lado, Terrero fue un fuerte partidario del régimen y con Rosas mantuvieron su amistad hasta el punto en qué éste último le legó en su testamento el sable que le había entregado el propio San Martín. Además, acabaron vinculados por relaciones de parentesco, al casarse el hijo mayor de Terrero, Máximo, con Manuelita Rosas, hija de Juan Manuel. Pero retomando la cuestión del saladero, cabe señalar que, por esos años de 1810, los comerciantes vinculados con la Aduana eran quienes tenían no sólo más riqueza sino también más estatus social; sin embargo, con el transcurso del tiempo se inclinaría la balanza positivamente para los hacendados. Razón de ello fue la protesta de los comerciantes porteños, quienes acusaban a los saladeristas asociados con Rosas de acopiar las carnes que abastecían la ciudad porteña para dirigirlas hacia la exportación (Operé, 1987). Así es que, en 1817, el gobernador Pueyrredón ordenó la clausura temporal de los saladeros, hecho que generó un litigio entre ambos grupos y con el que Rosas hizo su aparición en la escena de los asuntos públicos. Bajo su liderazgo, el grupo conformado por hacendados y empresarios saladeristas logró monopolizar el abasto de la ciudad de Buenos Aires, como también influir en la promulgación de leyes que los favorecieron. Asimismo, Rosas había anticipado la expansión ganadera. Prueba de ello es la fundación de “Los Cerrillos”, una estancia dentro del territorio de dominio indio, en 1817. Pionero en el proceso de expansión, en febrero de 1819 elevó al gobierno nacional su Memoria, sobre el estado de la campaña bonaerense y las posibilidades de trasladar a ella a la población. En este memorial que presentó en 1820, Rosas propuso, en primer lugar, la formación de una ‘Sociedad de Labradores y Hacendados’, para actuar en conjunto con la policía y así tratar de terminar con los merodeadores del campo; y en segundo lugar, prestó especial atención a las relaciones que se debían mantener con las distintas tribus que en forma permanente o esporádica recorrían los campos. Para establecer dichos contactos,

54 como se ha visto, se manifestó enemigo de las expediciones punitivas y favorable al trato pacífico, sosteniendo su opinión de que por medios no belicistas se podían ganar los mismos terrenos sin tener que afrontar el alto costo de la guerra (Carretero, 1970). Sumado a este reconocimiento del proceso de expansión pecuaria, y a pesar de pronunciarse a favor de los medios pacíficos para el avance, Rosas también comprendió que éste debía ser paralelo a la superación de la inseguridad en las fronteras, a través de la producción agropecuaria militarizada (Operé, 1987). En consonancia con ello, en 1820 Rosas formó su milicia propia: los “Colorados del Monte”, organizando a su peonada militarmente. Al ser requerido su auxilio durante el año de la anarquía y los tres gobernadores (1820), para sostener en el gobierno al Director Supremo Rondeau, Rosas encontró la ocasión ideal para comenzar a hacer uso de ese poder militar, convirtiéndose así en árbitro y garante del orden público (Fanlo, 2003). Más adelante, cuando Martín Rodríguez fue electo Gobernador de la provincia de Buenos Aires y debió enfrentar un motín de los tercios cívicos dependientes del Cabildo, Rosas lo apoyó con las milicias de campaña bajo su mando; tras derrotar a los sublevados, ambos comandantes surgieron como los salvadores del orden en Buenos Aires. Operé refuerza esta postura de prestigio y participación política que fue alcanzando el hacendado durante estos años, cuando menciona que

el año 1820 es fundamental en la formación de Rosas. De ese año emerge un Rosas aureolado con reputación política, poseedor de una fuerza militar importante, elemento a añadir a su creciente ascendencia entre la clase estanciera (Operé, 1987:8)

A partir de entonces y hasta 1826, Rosas consolidó su base social, participando en diversas comisiones negociadoras con los grupos indígenas. Es así que, en 1825, el gobierno bonaerense le solicitó su participación en la ya mencionada comisión junto a Lavalle y Senillosa. Seguidamente, en 1826, Vicente López y Planes lo nombró Comandante General de las Milicias de la Campaña de la Provincia de Buenos Aires, cargo que siguió desempeñando durante la gobernación de Dorrego, quien sería auxiliado por Rosas cuando huyó de Buenos Aires debido al alzamiento de Lavalle. De esta manera, Rosas había logrado encumbrarse como el representante de un provincianismo federal, que encarnaba tanto a la burguesía portuaria como a la oligarquía terrateniente. Además, había conseguido el apoyo de una estructura económico-militar concreta, la de los estancieros bonaerenses: 55

La política indiana de Rosas, (…) su ascendencia entre los trabajadores rurales a los que había organizado en milicias, sus lazos familiares y profesionales con las familias más ricas de la colonia, convirtieron a Rosas en el hombre del momento presto a la defensa de los intereses de los grandes propietarios (Operé, 1987:9).

Esta novedosa forma de representación, que surgía a partir de focos locales de poder político, era reconocida en la figura del . Sin embargo, Rosas había logrado una preeminencia aún mayor, erigiéndose, en palabras de Fanlo (2003:18), en un “caudillo entre ”. Siguiendo a Pagani, Souto y Wasserman,

Quizás el éxito de Rosas radicó en haber sido quien mejor supo comprender las agudas transformaciones provocadas en veinte años de convulsionada vida independiente; entre otras, la necesidad de contar con los sectores populares para llevar a cabo cualquier emprendimiento político (Pagani, Souto y Wasserman, 1998:289)

Complementando lo anterior, Operé escribe:

fue más que un líder de un grupo económico. Manejó sus estancias, las dirigió, vivía en ellas, las conocía mejor que nadie. Fue un pionero en el campo agropecuario y acumuló su gran capital trabajándolo. (…) Como resultado de su trabajo directo en el campo entró en contacto con las masas campesinas, con , malones, delincuentes, honrados peones, indios asimilados por el sistema y caciques indomables. Supo ejercer su autoridad sobre todos ellos partiendo de una combinación perfecta de atractivo personal y su bien estudiada actitud personal (Operé, 1987:9)

Concluyendo, puede afirmarse que Rosas no arribó al gobierno de Buenos Aires en 1829 por un hecho fortuito, sino que fue construyendo su posición a lo largo de toda la década de 1820. Aún más, ya durante la década precedente había comenzado a generar las raíces de lo que sería su poderío económico, el cual con el transcurso del tiempo y el contexto local e internacional imperantes, se vio complementado por un creciente poder militar, derivando, finalmente, en su ascenso político. 56

Rosas supo desempeñarse en diversas facetas a fin de lograr el apoyo necesario de cada sector social, sabiendo actuar como hacendado, comerciante, empresario saladerista, gaucho, político, diplomático y amigo de los indios, según la situación y el contexto lo requiriesen. Gracias a esta posición alcanzada no es extraño que, cuando estalló nuevamente la lucha entre las facciones políticas que enfrentaban a las Provincias Unidas del Río de la Plata y se produjera el levantamiento de 1829, los vecinos de la ciudad de Buenos Aires esperasen que él restituyese el orden (Ternavasio, 2009). De esta manera, asumiendo la gobernación, con facultades extraordinarias, ofrecida por la Legislatura de Buenos Aires el 1° de diciembre de 1829, Juan Manuel de Rosas iniciaría su primer gobierno.

2.4. Conclusiones

Con las reformas administrativas aplicadas por los Borbones se estableció, en 1776, el Virreinato del Río de la Plata, que determinó para la población hispano-criolla que habitaba dicho territorio el nacimiento de una noción en la que se consideraban como parte sujeta a la monarquía española, pero autónomos respecto al resto de los territorios hispanoamericanos. A partir de la creación de dicho Virreinato, y sobre todo hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX, en Buenos Aires se desarrolló un creciente comercio de exportación, no sólo de los metales que provenían del Potosí sino de excedentes pecuarios producidos en la región. Esta última actividad económica trajo consigo la formación de una élite de comerciantes que se enriquecían cada vez más, pero cuya participación en los asuntos públicos era limitada por la Corona española. Sin embargo, paulatinamente y favorecidos por los sucesos que acontecieron en Europa durante esos años, pudieron involucrarse en mayor medida en los debates políticos. De esta manera, se puede interpretar que, en 1776, con el nacimiento del Virreinato del Río de la Plata, se acelera el debacle colonial en ésta región, agravada por una potenciación del proceso independentista durante la primera década del siglo XIX. La mayor apertura al librecomercio lograda a partir de 1810, no sólo enriqueció a ésta élite de comerciantes porteños, sino también a la ganadería de la campaña, que experimentó un creciente proceso de expansión orientado hacia la exportación, otorgando a los propietarios de esas tierras cada vez más poder económico y político. En consecuencia, se fue formando este grupo que se beneficiaba de un modelo de desarrollo económico

57 particular -el cual buscaría imponer a través del manejo de los asuntos políticos-, que requería de una progresiva ampliación de la campaña, ensanchando el área colonizada. Con este avance de la frontera, las relaciones pacíficas que desde fines del siglo XVIII se habían mantenido entre la sociedad hispano-criolla y la indígena, sufrieron un aumento en su conflictividad, sobre todo a partir de 1820. Asimismo, también la sociedad criolla enfrentaba, después de la fallida experiencia directorial, la atomización de su territorio en provincias, que se habían convertido ahora en Estados autónomos. De esta manera, el dominio de este grupo de hacendados-saladeristas se replegaría a las fronteras bonaerenses, buscando su ampliación hacia el sur, más allá del río Salado. A raíz de ello, y con el aumento de la tensión en las relaciones interétnicas con los grupos que habitaban el sur de la pampa, el gobierno provincial buscó soluciones para poder concretar el avance. En consecuencia, la década de 1820 estuvo caracterizada por grandes malones, resultado de una competencia entre la sociedad indígena y la blanca por el control de tierras y ganado y a la vez expresión de la resistencia indígena al avance criollo. Sin embargo, la política del gobierno varió a lo largo de estos años, intercalando expediciones punitivas con negociaciones de paz. Este dinamismo en las relaciones entre ambas sociedades, se debía no sólo a las tensiones que entre ellas se producían, sino también a causa de los procesos que cada una enfrentaba. Por un lado, el gobierno de Buenos Aires debió superar las luchas civiles que en su seno ocurrían y las coyunturas económicas que se sucedían, como también aquellos enfrentamientos bélicos que se producían hacia el exterior de sus fronteras, como lo fue la Guerra con Brasil entre 1825-1828. Por su parte, la sociedad indígena estaba obligada a negociar una paz, pues preferían esta afectación de su soberanía al costo que suponían alternativas como la guerra, debido a la creciente migración de tribus mapuches hacia las pampas, produciendo enfrentamientos entre tribus por el dominio de los recursos. A esto hay que sumar que producto del corrimiento de sus tolderías a causa del avance blanco, la sociedad indígena sufrió la desarticulación de sus circuitos comerciales y la transformación de los medios de reproducción económica y social, que se encontraban establecidos desde la época colonial. En este contexto más “diplomático” que se presentaba con la intención de negociar de ambas partes, fue que emergió la figura de Juan Manuel de Rosas, no sólo como líder del grupo económico-político dominante, sino también como encargado de la pacificación con los indios. Así, a lo largo de la década de 1820, participó en diversas comisiones negociadoras con los grupos indígenas, pues consideraba que el avance de la frontera a fin

58 de expandir la actividad ganadera debía realizarse a partir del establecimiento de un trato pacífico con las tribus que habitaban la zona. De esta manera, Rosas logró el apoyo de la estructura económico-militar de los estancieros bonaerenses al tiempo que su postura conciliatoria hizo que algunos grupos indígenas, que obtuvieron el carácter de “indios amigos”, continuaran asentados en el territorio provincial, contribuyendo además con apoyo militar en la defensa de las fronteras. Así, Rosas fue consolidando su base de apoyo social, que, sumada a su creciente poderío económico y militar, serían el sustento de su ascenso político y posterior mantenimiento en el poder provincial. En conclusión, se pueden advertir ya en las bases de estas negociones, los fundamentos y antecedentes inmediatos del denominado Negocio Pacífico con los indios, el cual puede afirmarse que se estableció en los últimos años de la década de 1820, pero que sería consolidado, profundizado y extendido durante las gobernaciones de Juan Manuel de Rosas.

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3. CAPÍTULO II RELACIONES BLANCO-INDÍGENAS EN LA FRONTERA SUR: DEL PRIMER GOBIERNO DE ROSAS AL ASENTAMIENTO DEFINITIVO DE CALFUCURÁ EN SALINAS GRANDES (1829-1841)

Este capítulo plantea cómo las relaciones políticas, comerciales y parentales establecidas entre blancos e indígenas desde 1829 a 1841 -atravesadas por procesos de negociación, persuasión, coerción y una diplomacia activa de ambas partes- forjaron un tipo especial de vinculación que se sistematizó en el denominado “Negocio Pacífico de Indios”, el cual, como se ha visto en el capítulo anterior, ya venía perfilándose desde el periodo previo. El análisis se inicia en 1829, año en el cual la Sala de Representantes de Buenos Aires eligió a Juan Manuel de Rosas para que asuma la gobernación de la provincia. Su encumbramiento en el poder otorgó una nueva legitimidad a la política del Negocio Pacífico de Indios respecto de la etapa en que éste se había desempeñado como Comandante General de las Milicias de la Campaña. A partir de ese momento, y a lo largo de la década de 1830, se dotaría a esta política de nuevos elementos que la irían perfeccionando y ajustando a los designios planteados en las tratativas con los caciques de las diferentes tribus. Aunque esta investigación está enfocada desde el punto de vista de las políticas del Estado, para concluir el período que se trabaja en el presente capítulo, no se eligió un acontecimiento representativo de la sociedad blanca, sino que se optó por 1841, año en que el cacique araucano Calfucurá se asentó de manera definitiva en Salinas Grandes (de Jong y Ratto, 2008). Podría argumentarse que esta decisión del líder, proveniente de la región de Llaimá (ubicada actualmente en la Región de La Araucanía, en Chile), se basó en los beneficios que creía podía obtener de la política indígena llevada a cabo por Rosas. Planteado de este modo, se observa que la conducta de cada uno de los actores, al encontrarse interrelacionados, afectaba al otro, aunque no de manera homogénea, en razón de las asimetrías de poder y recursos. Pero, a su vez, se considera válido considerar la fecha propuesta como cierre del capítulo en razón de que ambas unidades de análisis, la sociedad bonaerense y la indígena, se ubican en un plano horizontal respecto a su caracterización como actores independientes respecto al otro, que estableciendo relaciones inter-étnicas, algunas de ellas de raigambre diplomática, fueron conformando un complejo entramado fronterizo. Así, este hecho

60 acontecido en 1841 es relevante en la medida que, como se verá más adelante, el mencionado cacique modificó los modos de relacionamiento con las autoridades criollas, y a su vez, se convirtió en un líder de gran influencia regional, a partir de las redes y alianzas que fue formando. Para abordar el análisis de lo referido, el capítulo se estructura en dos partes. La primera de ellas se aboca a describir el contexto tanto interno como internacional del período. Al respecto, conviene hacer una salvedad: cuando se refiere a interno, se alude a la provincia de Buenos Aires, como Estado autónomo durante estos años. En lo que se refiere al contexto internacional, se considera de esta índole aquello que atañe tanto a Buenos Aires como a la Confederación de las Provincias Unidas, que había delegado el manejo de las relaciones exteriores en el gobierno porteño; pues las relaciones interprovinciales, si bien eran de carácter diplomático, se enmarcaban en una unión confederal (Chiaramonte, 1997). Cuando en la segunda parte se analizan las relaciones con los indios, estas vinculaciones son entre la sociedad indígena y la sociedad y gobierno bonaerenses. A su vez, este segmento consta de tres acápites, tratando el primero la estructura de las relaciones entre los grupos; en segundo lugar, se analiza la consolidación y transformación del Negocio Pacífico, enmarcado en dicha estructura; y por último, un tercer apartado en el cual se detallan los diversos conflictos que se sucedieron durante el período a partir de esta política. En conclusión, se pretende establecer cómo se formularon las relaciones diplomáticas entre ambas sociedades durante 1829-1841.

3.1. El contexto interno e internacional

La década de 1830 se caracterizó más por continuidades que por rupturas en el ámbito internacional. En lo que refiere al proceso industrializador que estaban llevando a cabo algunos países europeos -como, entre otros, Inglaterra, Francia y Alemania-, lograron dinamizar esa revolución industrial; por lo que se volverían demandantes no sólo de aquellos recursos necesarios para producir, sino también de alimentos de bajo costo, dados los bajos salarios de los obreros. En cuanto a la materia prima que era necesaria para producir, los países europeos utilizaban sus colonias para abastecerse, pero no podían constituirse en mercados para los productos industrializados, pues no había en ellas una sociedad de consumo. Asimismo, estos habitantes de las colonias necesitaban comer, lo cual significó para la región rioplatense la posibilidad de ubicar sus productos pecuarios:

61 en primer lugar, las colonias todavía esclavistas, como Brasil; luego, la masa obrera que se encontraba en Europa; y por último, podían también abastecer de otros productos, tanto a la sociedad como a la industria europeas. Por otro lado, las provincias rioplatenses también constituyeron un mercado importante para los países europeos, donde podían colocar sus productos industrializados. Estas relaciones comerciales no se vieron interrumpidas en ningún momento del período analizado, aunque fueron afectadas en mayor o menor medida por dos sucesos ocurridos entre ambas regiones: la ocupación británica de las Islas Malvinas (1833) y el bloqueo francés al puerto de Buenos Aires (1838-1840). Enmarcado en este ámbito internacional, se desarrollaba un conflictivo marco interprovincial, signado por el enfrentamiento entre los Gobernadores de las provincias firmantes de la Liga Unitaria15, por un lado, y del Pacto Federal16, por el otro; tras la pacificación de Buenos Aires luego del levantamiento decembrista de 1828 encabezado por Lavalle; y la asunción de la gobernación por parte de Juan Manuel de Rosas, el 6 de Diciembre de 1829. A partir de ese momento, las disidencias en el seno de los federales fueron acrecentándose, a causa del otorgamiento a Rosas de las facultades extraordinarias, las cuales debían ser renovadas anualmente, situación que generó arduos debates y dividió a los federales en cismáticos (seguían los principios de Dorrego) y apostólicos (leales a Rosas). Las filas de los federales opositores a las facultades extraordinarias se fue engrosando, y Rosas, advertido de que la opinión de la Legislatura le era desfavorable, decidió devolver tales facultades a la Sala en mayo de 1832. Debido a la negativa de Rosas cuando la Sala le ofreció su reelección como Gobernador sin facultades extraordinarias, la Legislatura decidió elegir como su sucesor al General Juan Ramón Balcarce, que había participado en la guerra contra el General Paz. En octubre de 1833, el nuevo gobierno dispuso una serie de procesos a diferentes periódicos y papeles públicos, de tendencia rosista. La noticia inquietó a la población más humilde de la ciudad y de la campaña, porque creyeron que se juzgaría a Juan Manuel de Rosas, no al periódico. Este equívoco fue capitalizado por los apostólicos, quienes

15 La Liga del Interior, también llamada Liga Unitaria, fue una unión política y militar establecida en 1830 por las provincias de San Luis, La Rioja, Catamarca, Mendoza, San Juan, Tucumán, Córdoba, Salta y Santiago del Estero. Los firmantes nombraron al General José María Paz jefe supremo militar. Poco tiempo después, la Liga se enfrentó con las provincias que conformarían, en 1831, el Pacto Federal. 16 El Pacto Federal o Liga del Litoral, de 1831, fue un acuerdo que suscribieron los Gobernadores de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, como contrapartida y en oposición a la Liga Unitaria o Liga del Interior. Se firmó el 4 de enero de 1831, y era una alianza de carácter ofensivo y defensivo. La provincia de Corrientes adhirió con posterioridad, el 19 de agosto de ese año. 62 movilizaron a sus seguidores a la Plaza de la Victoria para demostrar su oposición al gobierno. Tras ser reprimidos por la policía, fueron conducidos por algunos militares apostólicos a Barracas, donde se organizaron para enfrentar a las fuerzas del gobierno, a las que vencieron. Este episodio, conocido en la historiografía como la “Revolución de los Restauradores”, obligó al Gobernador Balcarce a renunciar. En consecuencia, en noviembre, la Legislatura designó a Juan José Viamonte para el cargo, pues contó con los votos mayoritarios de los diputados cismáticos frente al candidato de los apostólicos, el General Pinto. Los leales a Rosas, al advertir la imposibilidad de recuperar el poder perdido a través de las elecciones, implementaron una nueva estrategia: amedrentar a los opositores a través de acciones directas, nucleadas por la Sociedad Popular Restauradora17, y ejecutadas por su brazo armado parapolicial, conocido como “La Mazorca”18. Bloqueado políticamente y agotado de enfrentar una gestión plagada de dificultades, Viamonte renunció en junio de 1834. Entonces, la Sala eligió como nuevo Gobernador a Juan Manuel de Rosas, quien rechazó el cargo, pues la designación no incluía el otorgamiento de las facultades extraordinarias. Como la Sala no estaba dispuesta a entregarlas, decidió nombrar Gobernador a , que era el presidente de la Legislatura. Sin embargo, un acontecimiento externo a la provincia precipitó los hechos: tuvo lugar en 1834 entre el Gobernador de Salta, General Pablo Latorre, y el de Tucumán, . En noviembre de aquel año, Heredia le había declarado la guerra a Latorre, ante lo cual el gobierno porteño, aplicando las cláusulas del Pacto Federal, decidió ofrecer la tarea de mediador al riojano Quiroga, quien aceptó el ofrecimiento. Luego de deliberar con los Gobernadores de Santiago del Estero, Tucumán y Salta, Quiroga logró la firma de un tratado de amistad entre las tres provincias y emprendió el regreso a Buenos Aires. A pesar de haber sido advertido de una posible emboscada en Córdoba, se negó a cambiar el rumbo de su viaje, encontrando la muerte en el 16 de febrero de 1835.

17 La Sociedad Popular Restauradora fue una institución surgida a fines de 1833, durante el gobierno de Juan Ramón Balcarce, con el principal objetivo de que el poder pasara nuevamente a las manos de Rosas, quien en esos momentos se hallaba al frente de la expedición al sur de la provincia. 18 La Mazorca fue el nombre que recibió el instrumento político y fuerza de choque que habría de convertirse en un grupo con efectos cada vez más intimidatorios contra los opositores al rosismo. El término “mazorca” hacía alusión a la espiga de maíz, sugiriendo la defensa de los indígenas y criollos y de sus intereses. Los mazorqueros —cuya acción se prolongó a lo largo del segundo gobierno de Rosas— no vacilaron en recurrir a la violencia para conseguir sus objetivos y suprimir la oposición. 63

En Buenos Aires, el asesinato de Quiroga hizo aflorar el miedo a que regrese el caos; por ello, la Sala de Representantes volvió a elegir a Rosas como Gobernador, cediéndole no sólo las facultades extraordinarias, sino además la suma del poder público19. Los años posteriores al segundo ascenso de Rosas al poder reflejaron el momento de construcción de un nuevo orden, bajo la bandera federal, buscando consolidar un régimen unanimista, en el cual el disenso no estaba permitido. Así, aquellos opositores al régimen eran considerados traidores, “unitarios”, debiendo entonces ser perseguidos, castigados o, en todo caso, debían exiliarse. La extrema faccionalización fue potenciada y convertida en un instrumento de poder a través del cual se intentó anular cualquier tipo de oposición, tanto en el interior de la provincia de Buenos Aires como en las provincias de la Confederación. Por eso, para combatir a la oposición pública, algunos de los instrumentos usados por el Gobernador fueron la reserva de cargos públicos para quienes eran “decididos federales”, la intimidación y el asesinato de aquellos que desafiaban el régimen, la confiscación de sus propiedades, la censura de la prensa, la obligación de usar la divisa punzó y una forma de “vestir federal”, que incluía el tradicional poncho y chaqueta, utilizados por los sectores populares. La voluntad de hacer visible el consenso se valió también de otros instrumentos, como las elecciones periódicas, las fiestas públicas y las actividades asociativas (Salvatore, 1998). De esta manera, a partir de 1835, el orden que se impuso en toda la Confederación parecía no reconocer más líder que a Juan Manuel de Rosas. Durante los años transcurridos entre su primera y su segunda gobernación, se había instalado la convicción de que el orden sólo podía ser federal (entendido el término como ya se mencionó en el capítulo I). Pero un “federalismo particular”, puesto que la Confederación centralizaba el manejo de las relaciones exteriores en el gobierno de la provincia de Buenos Aires, aunque cada provincia mantenía su soberanía y autarquía económica. De modo que durante la vigencia de esta Confederación Argentina, hasta 1853, las provincias conservaron su funcionamiento estatal independiente, más allá de las diversas instancias en las que se manifestó el poder del más fuerte de estos estados sobre los gobiernos de los demás; las cuales no pueden ser interpretadas como indicadores de un

19 Que a Rosas se le haya otorgado la suma del poder público significa que, en su persona, asumiría las funciones propias del Poder Ejecutivo, sumadas eventualmente a atribuciones legislativas y judiciales. Es decir que Rosas podía, si lo consideraba oportuno, dictar leyes prescindiendo de la Legislatura o sentencias judiciales de los jueces. Queda, pues, clara la diferencia respecto de las facultades extraordinarias, que son atribuciones que otorga el poder Legislativo al Ejecutivo para atender más eficazmente una situación excepcional; razón por la cual se otorgan de forma temporal para enfrentar la emergencia. 64 proceso de fusión nacional, sino como una muestra del creciente poderío del gobierno de Buenos Aires en manos de Rosas (Chiaramonte, 1996). A su vez, la voluntad de muchos grupos provinciales de abandonar esa condición confederal para alcanzar la unidad constitucional, fue constantemente vetada por la negativa de Rosas y su séquito más cercano a reunir un Congreso a tal efecto. En el curso de un proceso que resulta natural en una confederación, Buenos Aires se convirtió en uno de los principales escollos para el ejercicio de la soberanía de los demás Estados rioplatenses; pero asimismo, la existencia de esta provincia con su ubicación geográfica que le daba el control del comercio exterior y de la navegación interior, con los recursos económicos de que disponía y la cultura política que concentraba, fue también el principal factor de unión. Pues para lograr las pretensiones de las demás provincias era necesario suprimir los privilegios que disfrutaba Buenos Aires, lo que sólo resultaba posible incorporándola en una organización nacional que arbitrara los intereses encontrados (Chiaramonte, 1996). De hecho, la negativa de Rosas a dictar una Constitución Nacional residía en el consenso existente entre los sectores dominantes de la provincia de que, con ella, Buenos Aires perdería el monopolio económico-comercial del que gozaba. Los sectores más vinculados a la expansión ganadera y al comercio internacional no querían renunciar ni al ejercicio autónomo de su soberanía ni a los beneficios económicos de ella derivados (Ternavasio, 2009). Asimismo, tampoco el resto de las provincias pudieron trascender el fuerte autonomismo que las dominaba. Así, a aquello que llamaron federalismo -que en los hechos se limitó a un confederacionismo- no pudo avanzar a su momento nacional - entendido el concepto bajo un criterio actual-, pues las provincias que debían confluir en una unificación para lograrlo, se quedaron en su etapa autonomista (Chiaramonte, 1996). Por ende, teniendo en cuenta los intereses tanto propios como los del grupo que representaba, fue que, en lo sucesivo, el objetivo principal de Rosas fue el de prevenir cualquier cambio radical del orden establecido, de mantener y si era posible reforzar el statu quo económico y político. De esta manera, en Buenos Aires, la ganadería conservó su posición de preeminencia, exportando la producción de su industria pastoril al extranjero, de donde se proveía de la mayoría de los productos manufacturados y alimentos que consumía (Burgin, 1975). Las cifras del comercio de exportación e importación durante esos años confirman que durante el rosismo efectivamente se buscó mantener las relaciones económicas existentes. Así, se observa que lo que caracterizaba al comercio de exportación de la

65 provincia era la preponderancia de la exportación de cueros. En 1836 y 1837, los últimos años anteriores al bloqueo francés, los cueros de todas las clases comprendían el 68,4% y el 64,2% del valor total de las exportaciones porteñas respectivamente. Al añadirle a estos porcentajes las exportaciones de carne y cerda, la posición de la industria ganadera se reforzaba: con ello, la contribución de la ganadería a las exportaciones porteñas alcanzaba el 76,1% en 1837. De igual modo que en años anteriores, Buenos Aires siguió siendo la intermediaria entre las provincias del interior y del litoral, con los mercados de ultramar (Burgin, 1975). Sin embargo, la preocupación de los ganaderos en 1830 no era el volumen o la estructura de las exportaciones, sino la creciente escasez de tierras libres. Reconociendo la importancia de la expansión territorial y la colonización, Rosas cambiaría la política a seguir en materia de tierras públicas. Primeramente, se concentró en el cobro efectivo del canon enfitéutico -establecido durante la etapa rivadaviana-, lo cual significó importantes ingresos al Estado provincial desde 1835. Pero a partir del año siguiente, la estrategia rosista se concentraría en la venta de tierras públicas: mediante una ley se autorizaría al gobierno a vender 1.500 leguas cuadradas, incluidas las que estuviesen dadas en enfiteusis y otras baldías (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017). Continuando en esta línea, en 1838 el gobierno decretó la puesta en venta, a cualquier interesado, de las tierras dadas en enfiteusis cuyos beneficiarios no hubiesen abonado el canon hasta la fecha. Con el bloqueo francés, esta tendencia a la venta aumentó, a causa de la necesidad del gobierno de obtener recursos fiscales, que habían disminuido debido a la imposibilidad de cobrar los derechos de aduana. Sin embargo, más allá del empeño puesto por la administración rosista en la venta de tierras públicas, ésta no fue muy exitosa: sólo una fracción de las tierras enfitéuticas fueron adquiridas en propiedad. A su vez, junto con la venta, el régimen rosista recurriría a la donación, dándose el primer reparto de tierras al sur del río Salado (Azul, 1832). Parte de las mismas, que eran entregadas a modo de premio por la lealtad, eran obtenidas por el gobierno mediante la confiscación de propiedades a los enemigos políticos, tal como ocurriría con los derrotados tras la revolución de los “Libres del Sur” de 1839 (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017). Esta entrega de tierras al sur del Salado constituía, a su vez, parte de la política oficial para el poblamiento de las fronteras, clave para el afianzamiento del dominio sobre las mismas y su uso económicamente productivo, en respuesta a las demandas del mercado

66 internacional. En consecuencia, la relativa escasez de tierras era ciertamente un limitante para el desarrollo del modelo económico bonaerense. Profundizando en el plano externo, las relaciones con los países americanos se mantuvieron distantes, fueron inexistentes o, en el caso de aquellos que limitaban con la Confederación, se caracterizaron por su belicosidad. Un ejemplo lo constituyen las relaciones con Estados Unidos, las cuales después del episodio de la ocupación británica de las Islas Malvinas, en 1833, ingresaron en un prolongado período de mutuo desinterés. A esto contribuía el estilo diplomático beligerante de Rosas, que se correspondía con su forma de gobierno, y aunque conllevara cierto costo para sus relaciones internacionales, consideraba que éste era aceptable y acarreaba un riesgo manejable (Tulchin, 1990). En consecuencia, se sucedieron durante el período diversos enfrentamientos políticos y militares, tanto de orden interno como externo. Si bien hubo ciertos conflictos que atravesaron toda la década, como lo fueron los problemas en el Plata por el control político de la Banda Oriental, o el refugio de exiliados opositores al rosismo en países limítrofes; también hubo determinados hechos puntuales que buscaron desestabilizar al régimen, la mayoría de los cuales confluyeron en el año 1839, el cual resultó clave para la causa rosista, ya que le permitió redefinirse. Respecto a los conflictos desatados en el ámbito de lo externo, cronológicamente el primero de ellos fue la guerra con la Confederación Peruano-Boliviana, la cual comenzó en 1837 y finalizó en 1839. Si bien el detonante fue la cuestión de la región de Tarija, reclamada por Salta y retenida por , las motivaciones para la guerra fueron múltiples. En primer lugar, los obstáculos que el dictador boliviano Andrés de Santa Cruz ponía a la importación de artículos de ultramar vía Salta o Jujuy contribuyeron a empeorar las relaciones. A esto se sumaba la sospecha de Rosas de que aquél brindaba asilo y tal vez ayuda militar a los unitarios. Por último, la formación de la confederación entre Perú y Bolivia en octubre de 1836, hacía temer a sus vecinos una ruptura del equilibrio en las fronteras sudamericanas, en pleno proceso de su conformación. Esto llevó a que Chile le declare la guerra a Santa Cruz y solicite el apoyo de Rosas, quien hizo lo propio en mayo de 1837; la cual se prolongó, en el norte argentino, hasta abril de 1838. Luego, con la victoria chilena en Yungay en enero de 1839, se terminó con la Confederación Peruano- Boliviana y se produjo la caída de Santa Cruz, festejada por Rosas (Salvatore, 1998). Continuando con los conflictos externos, se puede considerar de suma importancia el bloqueo francés al puerto de Buenos Aires que se produjo a partir de 1838, y que finalizó en 1840 con la firma de la Declaración Mackau-Arana. Si bien las razones del

67 bloqueo derivaban de un antiguo reclamo diplomático, confluyeron entonces con asuntos de política interna en la República Oriental del Uruguay y con la acción de los unitarios que se habían exiliado allí (Ternavasio, 2009). El apoyo naval francés dio confianza a éstos, facilitó la alianza entre Corrientes y Uruguay e hizo que el Presidente uruguayo, , declarase la guerra a Rosas, en febrero de 1839 (Salvatore, 1998). Además, el bloqueo perjudicaba notablemente los intereses económicos del Litoral, motivo por el cual las provincias de Santa Fe y Corrientes le reclamaron a Rosas por el perjuicio que les causaba un conflicto originado en un problema que comprometía sólo a Buenos Aires. Esto derivó en que, en febrero de 1839, el Gobernador de Corrientes, Berón de Astrada, declaró la guerra a Buenos Aires y Entre Ríos. Los motivos de su oposición deben buscarse en los perjuicios económicos que producía la aduana de Buenos Aires al comercio de Corrientes, la cual exigía la libre navegación de sus ríos y la habilitación de sus puertos para el comercio de ultramar; asimismo, existían diferencias entre las dos provincias con respecto a la cuestión constitucional. A esto hay que sumar que, un año antes, las fuerzas pro-rosistas de Echagüe (Entre Ríos) habían invadido la provincia de Corrientes para castigar a su Gobernador por negarse a enviar tropas al jefe militar uruguayo , opositor a Rivera. Para protegerse de una nueva invasión, Berón de Astrada buscó el apoyo de éste, lo que lo convirtió en enemigo de Rosas. En la batalla de Pago Largo, el 31 de marzo de ese año ‘39, se enfrentaron correntinos y entrerrianos, resultando vencidos los primeros y siendo el Gobernador correntino muerto en el campo de batalla. En consecuencia, Echagüe invadió Corrientes y estableció allí un gobierno leal a Rosas (Salvatore, 1998). Por último, dentro de los conflictos externos a la provincia que Rosas debió resolver, estaba el enfrentamiento con la Coalición del Norte, que se constituyó a fines de 1839 liderada por las provincias de Tucumán y Salta, a la que adhirieron Catamarca, La Rioja y Jujuy. Su propósito era erigirse en oposición a Rosas, denunciando sus métodos de gobierno, quitándole la representación de los asuntos exteriores y armando un ejército que pudiera oponérsele. Pero si bien la Coalición, al mando del General Lamadrid, pudo dominar gran parte de las provincias del interior –excepto en la región de Cuyo- durante el año 1840, su expansión no estaba destinada a perdurar. Los ejércitos enviados desde Buenos Aires, al mando ahora de Manuel Oribe -desplazado de su cargo en la República Oriental por Rivera-, dieron por tierra con la Coalición del Norte.

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Referidos los acontecimientos externos que afectaron al régimen rosista, cabe destacar que también en el orden interno de la provincia se sucedieron en 1839 diferentes movimientos opositores que amenazaron con derrocar a Rosas. El primero de ellos fue la conspiración encabezada por el militar Ramón Maza, que junto a miembros de la Asociación de Mayo20, planearon un alzamiento militar en la ciudad. Encontraron la coyuntura apropiada, cuando, al producirse el bloqueo francés del Río de la Plata, los productores ganaderos de la provincia se vieron perjudicados, lo que contribuyó a romper la alianza que habían tenido hasta entonces con el Gobernador. Por otro lado, muchos habitantes de Buenos Aires y los emigrados en Montevideo habían prometido ayuda económica y militar para derrocar a Rosas: concretamente, el General Lavalle debía desembarcar en la provincia y ponerse al frente de la revolución. La conspiración estaba programada para junio de 1839, pero una denuncia no sólo la llevó al fracaso, sino que desató una reacción amplificada. Los cabecillas fueron arrestados, Maza fusilado por orden de Rosas, y su padre, Manuel Vicente Maza - presidente de la Sala de Representantes-, asesinado por miembros de la Mazorca, sospechado de participar en la conspiración y de querer asesinar al Gobernador. Pacificada la ciudad, pocos meses después el conflicto surgió en la campaña de Buenos Aires. Conocida como la rebelión de los “Libres del Sur”, se trató de un levantamiento liderado, en 1839, por grandes hacendados unitarios de Dolores, Chascomús y Monsalvo -apoyados por el comercio local- y algunos jefes militares, todos enemigos políticos del Gobernador; asimismo, participaron del movimiento algunas víctimas del grupo saladeril y enfiteutas modestos. El plan consistía en aprovechar el descontento que la política de tierras de Rosas había provocado entre los hacendados sureños, sumado a las expectativas de cambio generadas por la anunciada invasión de Lavalle para provocar una rebelión. A su vez, el movimiento también respondía a la situación económica de la campaña a causa del bloqueo francés del Río de la Plata, que hacia el segundo semestre de 1838 había reducido las exportaciones a tan sólo un 24% con relación al año anterior, generando una importante crisis ganadera que afectaba los intereses de muchos de los sublevados (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017).

20 Su antecedente fue la Librería Argentina, creada por (1809-1887) y en cuya trastienda funcionó un salón literario donde se forjó el pensamiento nacional que dominó la última mitad del siglo. La inauguración en 1837 fue presidida por Vicente López y Planes. La integraron, entre otros, Esteban Echeverría (1805-1851), (1810-1884) y Vicente Fidel López (1815-1903), y se constituyó como núcleo opositor a Rosas. Estos jóvenes proclamaron la necesidad de que dicha asociación operase la revolución material contra Rosas. 69

Rosas, al tanto de la conspiración, ya había ordenado la distribución de armas y caballos entre sus principales jefes militares: su hermano, el Coronel Prudencio Ortiz de Rosas, en Azul; el Coronel Del Valle, en Tandil; y el Coronel Granada en Tapalqué, entre otros; quienes debían estar listos a la primera señal. A esto hay que añadir el apoyo prestado por parte del cacique Catriel y su tribu a la causa rosista (Nicolao, Zuccarino, Herrero, Araya y Ferrer, 2017). De esta manera, la revolución fue rápidamente reprimida por los regimientos de frontera y sus cabecillas pasados por las armas. Mientras los acusados de “traidores a la patria” eran severamente castigados, los defensores de la “Santa Federación”, como se ha dicho, comenzaron a ser premiados con recompensas en tierras, confiscadas a los participantes de la rebelión (Ternavasio, 2009). El último foco opositor que tuvo que enfrentar el rosismo durante este período fue la invasión realizada por Lavalle en la primera semana de agosto de 1840. Las fuerzas rivales avanzaron llegando hasta Mercedes, muy cerca de la ciudad de Buenos Aires, pero en este punto Lavalle se detuvo diez días a esperar refuerzos de los franceses. Mientras tanto, Rosas consiguió reunir una enorme fuerza, que no tuvo que utilizar porque, al no recibir los refuerzos esperados, Lavalle decidió abandonar la provincia y marchar hacia Santa Fe. En retirada hacia Córdoba, sus tropas fueron diezmadas por el ejército federal al mando de Oribe en la batalla de Quebracho Herrado, el 28 de noviembre de 1840 (Salvatore, 1998). De esta manera finaliza el período, marcado por el terror desde 1839 hasta 1842, lo cual se evidencia en los asesinatos, atentados, torturas y encarcelamientos de supuestos unitarios en la ciudad de Buenos Aires. A partir de entonces, la unanimidad federal y la lealtad al Gobernador se extenderían a todo el territorio, consolidando el triunfo del régimen rosista (Ternavasio, 2009).

3.2. Relaciones entre las autoridades provinciales de Buenos Aires y las parcialidades indígenas a lo largo del período

En esta segunda parte que conforma el capítulo se analizan las relaciones entre ambos actores -sociedad blanca e indígena-, teniendo en cuenta el contexto antes descripto. Se inicia planteando la estructura de poder al interior de la tribu, cuya arquitectura política no se debió sólo a esta estructura, sino también a los procesos de vinculación con las autoridades provinciales, que fueron cada vez más moldeándose a partir de los lazos establecidos con Rosas. Este trato preferencial con el Gobernador hizo que generalmente

70 prosperasen las negociaciones de paz entre él y los caciques, permitiendo así la consolidación del Negocio Pacífico de Indios, que se describe en el segundo apartado de esta sección. Sin embargo, no todo fue tan pacífico, ya que esta política generó opositores dentro de las parcialidades indígenas. Por ello, se cree pertinente finalizar el apartado con una mención a los principales conflictos interétnicos (entre el gobierno y las diferentes tribus) e intertribus.

3.2.1. Estructura de las relaciones interétnicas, intertribales e intratribales

Las relaciones entre la sociedad criolla y la indígena que se desarrollaron durante este período gozaron de diverso grado de intensidad, pudiendo ser graficadas en tres círculos concéntricos, que se van complejizando desde afuera hacia adentro, yendo desde un contacto diplomático hasta la reducción de los grupos a la campaña bonaerense. Ubicados en el círculo central se encontraban aquellos grupos indígenas que habían aceptado “reducirse” al territorio provincial y quedar bajo jurisdicción de las autoridades provinciales, asentándose cerca de los fuertes de frontera. Por fuera de este círculo, se hallaban los pueblos asentados en la Pampa y la , que además de brindar información, practicaban un activo comercio con criollos en las tolderías y pueblos rurales. Por último, el círculo más lejano estaba conformado por alianzas con agrupaciones que se encontraban al otro lado de la Cordillera, las cuales permitían conocer los movimientos de población que se trasladaban a las pampas por motivos comerciales y/o con el fin de realizar malones (Ratto, 2015). Siguiendo este esquema, se pueden establecer dos categorías para las diversas tribus: por un lado, los indios aliados, que se corresponderían con el segundo círculo, y por otro los indios amigos, pertenecientes al primero. Con respecto a la primera categoría, se coincide con la definición de Ratto (2003), en la cual plantea que los indios aliados son aquellos grupos que establecieron alianzas con el gobierno bonaerense por las que se comprometían a no atacar los establecimientos fronterizos y, además, informar sobre movimientos sospechosos de indios hostiles. En pago a estos servicios, el gobierno les enviaba mensualmente raciones de ganado y artículos de consumo, que debían ir a recogerlas a los diferentes puntos establecidos. A su vez, estas tribus mantenían su autonomía política, por lo cual la alianza se asentaba en bases muy débiles. Esta asiduidad de la “ayuda” del gobierno, centrada en la entrega de ganado, no se correspondía de igual manera con respecto a otro tipo de artículos, como lo eran los

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“vicios” y algunos artículos de consumo, siendo las remesas de estos muy esporádicas. A causa de esto, los indios debían procurárselas a través del comercio con poblaciones fronterizas, existiendo datos sobre el acceso de comerciantes blancos a las tolderías del cacique Llanquelén. Estos testimonios afirman que, en agosto de 1831, los hermanos José Santos y Juan José Muñoz, procedentes de la guardia de Salto, presentaron en Federación un pasaporte expedido por el Juez de Paz de dicha guardia en el que se les autorizaba a pasar a “los toldos de Yanquelen para vender efectos y bebidas” (Archivo General de la Nación (AGN), X, 24.5.2, en Ratto, 1994:13-14). En cuanto a los indios amigos, coincidiendo con los planteos de Ratto (2003) y Cutrera (2013), pueden definirse como aquellos grupos a) reducidos en el espacio fronterizo, que tenían una relación muy precaria con la tierra -ya que podían ser reubicados en función de las necesidades del gobierno o propias-; b) que contaban con obligaciones laborales cuya composición fue cambiando en el tiempo -siendo en el inicio muy variadas y, a partir de la consolidación del régimen rosista, centradas en el servicio militar-; y c) que ocupaban un lugar específico en la sociedad provincial. Además, debe resaltarse el vínculo de dependencia personal que tenían con el Gobernador. En lo referido a la cuestión territorial, la asignación de un determinado espacio para el asentamiento de la tribu amiga no significaba la cesión de territorios. Así, esta reubicación era funcional a los objetivos del gobierno, ya que ante cualquier necesidad de movimiento los grupos podían ser reasignados a otros parajes. Sin embargo, no sería sencillo modificar de raíz el patrón de movilidad, ya que éste se vinculaba a las actividades económicas que realizaban, siendo la situación más compleja para aquellos grupos que debían instalarse en las inmediaciones de los fuertes y que no habían pasado antes por la experiencia del asentamiento en establecimientos rurales. Para ello, fueron necesarias modificaciones en los patrones de subsistencia de los grupos, como por ejemplo el fomento de la agricultura, considerado importante porque cumplía la función de modificar los hábitos de asentamiento. En consecuencia, el gobierno favoreció estas prácticas mediante el envío de útiles de labranza y de personas capacitadas para enseñar el oficio (Ratto, 2003). Pasando al segundo aspecto que caracterizaba a los indios amigos, ¿cuáles eran sus obligaciones? Para Rosas la tarea principal de los indios asentados en el sur de la provincia debía ser “…alludar (sic) a defender la tierra y las haciendas de los indios ladrones y malos amigos” (AGN, X, 24.5.3A, en Ratto, 2003:237). Pero también, como se menciona en una notificación al Comandante del Fuerte Mayo, Felipe Julianes, agregaba que los

72 indios de los alrededores “están todos puramente destinados [...] en este punto para el servicio de chasque”; y a los mismos indios del fuerte les comunicaba que estaban destinados a todos los trabajos “que se le ofrezcan a V.S. al bien de la patria y al de ellos mismos” (AGN, X, 25.1.4, en Ratto, 2003:237). Cabe destacar que todos estos trabajos contaban con algún tipo de retribución. Asimismo, la creciente militarización que se producía dentro del régimen rosista reducía considerablemente, a través de las levas, la cantidad de brazos disponibles para el trabajo en la estancia. Por ello, se consideró incluir al trabajo rural como parte de las obligaciones indígenas, constatado esto, por ejemplo, en los registros de manutención de indios pampas de la Estancia del Estado21 a cargo de Manuel Benítez, en los cuales, para el año 1833, figura que se les entregaba a los indios, como ración, una arroba de carne diaria y 2 atados de leña (AGN, X, 43.1.2, en Ratto, 2003:239). Hacia la década de 1840, vinculándose con los hechos acontecidos durante el año 1839, esta diversidad de funciones parece haberse limitado, quedando como función principal la de auxilio militar. A partir de esa fecha, según se desprende de los registros contables, las erogaciones habituales pasaron a concentrarse en el pago de los sueldos militares de las distintas divisiones de indios amigos y en la remisión de ganado. Finalmente, para delinear con mayor precisión las características de los indios amigos, se hace referencia al lugar que ocupaban éstos en la sociedad provincial. En los censos realizados durante el período rosista, en 1836 y 1838, en las planillas no figura la categoría indígena, lo que demuestra que no había una intención por parte del gobierno en incluirlos dentro de la población provincial. Pero si se comparan estos censos con otro tipo de documentación, como la correspondencia de los Comandantes de los fuertes de frontera, surge una población fronteriza muy diferente, debido a que el recuento de la población indígena estuvo a cargo de éstos, allí donde se hallaban asentados grupos amigos (Ratto, 2015). Esto se debe a que, como ya se mencionó, una de las principales actividades encomendadas a los indígenas era la prestación de auxilio militar; por ello, es que para los Comandantes de los fuertes era de claro interés registrar la cantidad de soldados que podía aportar cada cacique. Como se puede visualizar en el siguiente cuadro, muchas veces la población indígena superaba a la criolla en los puestos de frontera, de allí que fuese vital contar con su ayuda en caso de ataque a los fuertes y pueblos fronterizos.

21 Nombre que también recibía la estancia de Los Cerrillos, ubicada a pocos kilómetros de San Miguel del Monte, antigua Guardia del Monte. 73

Cuadro N°2: Población criolla e indígena en la frontera bonaerense (1836)

Extraído de Ratto, Silvia M., Redes políticas en la frontera bonaerense (1836-1873): crónica de un final anunciado, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2015, p. 31.

Ahora bien, la inclusión de los indígenas en las estancias criollas o las proximidades de las guardias tenía en sí misma varias implicancias. En primer lugar, materializaba la conveniencia de un acuerdo que los indios aceptaban en función de la extrema condición en que se hallaban, y que por otra parte, el gobierno porteño procuraba, pues permitía en cierta medida resolver la expansión territorial hacia el sur, reduciendo los riesgos de los malones (Cutrera, 2009). En segundo término, dicha circunstancia traía consigo el compromiso de auxilio militar por ambas partes. En el supuesto caso de que las agrupaciones enemigas atacasen a los indios amigos, las fuerzas dispuestas en la frontera contribuirían a su persecución y castigo. Como también, en compensación, las tribus debían colaborar en las luchas políticas del régimen y los escarmientos de los atacantes indígenas cuando esto ocurriera, además de informar a las autoridades provinciales sobre posibles malones y robos a las estancias (Cutrera, 2009). Por último, se les permitía recibir parientes y emisarios de los indios de “tierra adentro”, pero siempre que averiguasen los motivos de sus visitas, procurasen la seguridad de las propiedades de la campaña y, si era preciso, colaborasen en su seguimiento cuando se retiraban. Además, si durante la estadía de estas visitas se producían robos a las estancias, se esperaba que respondiesen por el ganado quitado, asegurando su devolución, o compensando las pérdidas con sus propios animales (Cutrera, 2009). A partir de la categorización dada acerca de quiénes eran considerados indios amigos, es posible ubicarlos -de norte a sur- de la siguiente manera: en las cercanías del

74 fuerte Federación, se encontraba un grupo ranquel22 liderado por el cacique Llanquelén; en 25 de Mayo, estaban los dos caciques boroganos23 -Caneullán y Guayquil-; los grupos pampas -los más numerosos-, liderados por los jefes Catriel y Cachul, se asentaban por la zona de Tapalqué y Azul; y finalmente el cacique arribano24 Venancio Coñuepán, llegado del otro lado de la cordillera en la década de 1820, se ubicó por la zona de Bahía Blanca (Ratto, 2015).

22 Los ranqueles eran un pueblo que formaba parte de un subgrupo de los tehuelches. Abarcaban un territorio que se encontraba entre el río Negro, el río Neuquén, el río Grande, el río Diamante, el sur de la provincia de San Luis, el sur de la provincia de Córdoba, el sur de la provincia de Santa Fe, y la franja oeste de la provincia de Buenos Aires. 23 Los boroganos eran una parcialidad de etnia mapuche o araucana, que había arribado a las pampas en la década de 1820. La agrupación no tenía una jefatura única y centralizada sino que era gobernada por un conjunto de 6 caciques, entre los cuales se distinguían dos: Cañuiquir y Rondeau. 24 Los arribanos, también llamados wenteches, pertenecieron a la parcialidad mapuche. Vivían en los valles de la precordillera chilena; durante gran parte del siglo XIX, fueron gobernados por el cacique Juan Mangin Hueno y dominaron desde Malleco a Cautín. 75

Mapa N°1: Localización de las tolderías indígenas, fuertes y pueblos de campaña en la provincia de Buenos Aires (1830 aprox.)

Extraído de Ratto, Silvia, “Indios amigos e indios aliados. Orígenes del ‘negocio pacífico’ en la provincia de Buenos Aires (1829-1832), en Cuadernos del Instituto Ravignani, N°5, Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, marzo de 1994, p.32.

Siguiendo el análisis, se puede constatar que, en efecto, estos grupos eran indios amigos, pero amigos de Rosas, pues habían desarrollado un lazo de exclusiva fidelidad hacia su persona. Las negociaciones llevadas a cabo en forma personal entre el Gobernador y los caciques, el establecimiento de lazos parentales, la construcción de una jerarquización de caciques amigos, donde los principales -Catriel y Cachul- aparecían como delegados de Rosas para tratar con otros grupos, la individuación25 de las relaciones a través de la

25“A diferencia de la individualización como fenómeno contemporáneo, la individuación supone que los hombres y mujeres no son sujetos atomizados y anónimos entre sí. Por el contrario, se conocen y reconocen 76 práctica de regalos discriminados y personales, son todos elementos que permiten observar una relación clientelística (Ratto, 2003). Debido a esta relación personalista entre Rosas y determinados caciques, es que se produjo una modificación en el tipo de líder indígena que mejor representaría y defendería los intereses del grupo en las negociaciones de las raciones, las cuales obligaban a centralizar la relación con el gobierno. En relación a ello, cabe aclarar cómo es que resultaba el proceso decisional y de liderazgo dentro de las tribus, siendo dos de las características más importantes de los cacicazgos indígenas, en primer lugar, que los jefes tenían más capacidad deliberativa que decisoria, y en segundo lugar, que poseían autoridad y no poder (Cutrera, 2013). Según Martha Bechis, los caciques gozaban de autoridad, la cual se basaba en el poder de la persuasión que el jefe ejercía por sí mismo, afirmando que el mejor diagnóstico comienza siempre por los seguidores: así, cuando a estos les basta retirar su apoyo al jefe para que deje de serlo, entonces se puede firmar que él solo ocupa dicho lugar por sus cualidades personales (Bechis, en Cutrera, 2013:143). En la misma línea, Alcide D’orbigny relata que entre los indios de la Pampa y la Patagonia “nunca existe una verdadera subordinación respecto al jefe; éste necesita, por la fuerza de su elocuencia, decidir a los suyos a seguirlo en un ataque o en una alianza con otra tribu. Por lo general, esos jefes son los más ricos, los más valientes y, sobre todo, los mejores oradores; sólo distinguiéndose en esos diversos aspectos, un indio gana poco a poco popularidad y termina por mandar” (D’orbigny, en Cutrera, 2013:144-145). Así, si un individuo sucedía al cacique fallecido, lo hacía en virtud de la reunión de ciertas habilidades que le permitían posicionarse como tal. Aunque, con frecuencia, el cacicazgo continuaba con el hijo del jefe extinto, no era condición sine qua non, sino que se podía llegar a ser cacique por méritos propios y no necesariamente por herencia. En suma, los caciques tenían más capacidad deliberativa que decisional: si los jefes lograban hacer imperar su opinión dentro de juntas y parlamentos, era debido a que conseguían convencer a su audiencia. Así, en estrecha conexión con esto, se puede afirmar que el cacique, como nodo informático de la comunidad, podía encontrar el fondo de su autoridad en la medida en que iba formando su propio acervo de datos. En efecto, la información del interior del mundo indígena y de su exterior se centraba en él, que la

mutuamente, se identifican, como tales y como partes constitutivas de un grupo ligado por lazos sólidamente establecidos. A su vez, el vínculo del hombre con aquel no es de mera representación. Ello quiere decir que éste le pertenece, pero también el grupo pertenece al hombre. El individuo corporiza, encarna al grupo del que forma parte” (Cutrera, 2009:9). 77 repartía procesada a las juntas internas que operaban, a su vez, como informadoras (Cutrera, 2013). Por ende, para lograr obtener información que le permitiese adelantarse a los hechos y, a su vez, persuadir a los suyos, el cacique se valía de diversos medios, como la presencia de secretarios de los caciques en los aduares pampeanos, de libros, de periódicos y de archivos en los toldos principales. Además, otros mecanismos aseguraban que las noticias fluyeran primero en dirección al cacique: los compadrazgos con hombres criollos de importancia, los cautivos, los refugiados y el paso de los comerciantes por el toldo del jefe. En el mundo intraindígena, las novedades se obtenían con espías o viajes a territorios de otras parcialidades (Cutrera, 2013). Más allá de las características que dentro de la sociedad indígena debía tener un cacique, los vínculos con las autoridades provinciales fueron afectando, a través de manipulaciones directas e indirectas, la arquitectura política indígena. Un ejemplo de estos acuerdos con el gobierno se encuentra en la designación del cacique sucesor de Cachul, luego de que éste falleciera en febrero de 1839, la cual dio lugar a actuaciones más orientadas por los propósitos de Rosas, concluyendo en la elección del hijo del cacique para el mando. Pero, ¿qué características había reunido para ser electo? El hecho de que Cachul (hijo) mandase indios, hablase español, fuese amigo y apegado a las costumbres criollas, además de cristiano, acabaría granjeándole la predilección del Gobernador de la provincia (Cutrera, 2013). Como ya se mencionó, las habilidades diplomáticas del cacique cobraron cada vez mayor relevancia, debido a las negociaciones que debía realizar para alcanzar un acuerdo con el gobierno y así obtener las raciones del Negocio Pacífico. A raíz de ello, parecía que había un acuerdo tácito de que la elección debía ser realizada en forma conjunta entre los indios y el propio Gobernador, siendo el cacique electo funcional a la alianza. Por lo tanto, las cualidades consideradas más importantes para convertirse en cacique de la alianza fueron tres. La primera de ellas era la “filiación” del indio, es decir el cargo que ocupaba en la tribu y su relación con el cacique difunto; en todos los casos se trataba de capitanejos, es decir, indios que por su posición jerárquica tenían gente a su cargo. En segundo lugar, la relación con los blancos y, en general, con las costumbres “cristianas”; así, los indios propuestos aparecen descriptos como “cristiano muy apegado a todas nuestras costumbres, muy dócil”, “muy amigo de los cristianos”, “indio pacífico y amigo antiguo pero poco dado con los cristianos”, “muy amigo de los cristianos, muy dócil aun cuando esté ebrio”, “indio anciano pero no es de toda confianza pues es de los

78 ranqueles” (Bernardo Echevarría26 a Juan Manuel de Rosas, 20 de febrero de 1839, AGN, Secretaría de Rosas, Sala X, 25-6-5). Por último, se valorizaba el poder de mando que tenían en relación con los indios que dirigía, aunque esta capacidad quedaba relegada a un segundo lugar, pues resultaba evidente que la característica principal de un cacique debía ser su relación dócil con el gobierno (Ratto, 2003). Esta aparición de agentes exógenos -que fueron las autoridades criollas que participaban tanto de la ponderación de los atributos de liderazgo convenientes, como de la elección del indígena más apropiado para suceder al jefe que ya no estaba- no transformó la relación entre los caciques y sus seguidores. Por el contrario, las bases de dicho vínculo siguieron siendo las mismas: la aceptación, el consenso y la autoridad. En todo caso, había cambiado más el vínculo con los cristianos que con los suyos (Cutrera, 2013). La red establecida de caciques, capitanejos y autoridades provinciales se basaba principalmente en el carácter personal del vínculo entablado entre las dos partes. Para los indígenas, ellos habían hecho las paces con “Juan Manuel”, y no con las autoridades de la provincia o con el Gobernador en particular. Este planteo resultaba de la perspectiva que tenían mediante la cual los lazos que se establecían contaban con un carácter individuado; por ello, les era impensable la concreción de un pacto con ciertas personas en tanto parte constitutivas de una entidad abstracta (Cutrera, 2009). Rosas parecía entenderlo; por ello, dedicaba atención al tratamiento, la manutención y el regalo a cada cacique y a cada chasque que visitaba la capital, en cada misiva dirigida a las autoridades étnicas o sus hijos, en cada situación de encuentro. A su vez, solía dirigirse a ellos aludiendo al vínculo parental que los ligaba con él o con referentes del mundo indígena, los llamaba por su nombre, los distinguía. Introduciéndose en las redes familiares indígenas, construyó relaciones que lo ligaban con ellos. A través de bautismos y de su intervención en la concreción y ruptura de los matrimonios, el Gobernador se convertía en pariente de muchos indios. Tal vez los ejemplos más claros sean los compadrazgos de los caciques mayores de Tapalqué y Azul, que además llevaban su nombre: “Juan” Catriel y “Juan Manuel” Cachul. Incluso, Rosas era padrino del hijo de este último, que se llamaba igual que su padre y recibía de su parte el trato de “ahijado querido” (Cutrera, 2009). En el discurso del rosismo, la apelación a los vínculos parentales proporcionó un eficaz criterio de “inclusión-exclusión”: quien no estaba dentro de la comunidad de

26 Fiel a Rosas y su causa, Echevarría fue nombrado Comandante y Juez de Paz de Tapalqué. Bajo esos cargos debió ocuparse de las relaciones con los indios que habitaban esa región, desde 1834 hasta el mes de abril de 1848. Para el año 1839, había sido promovido a Teniente Coronel. 79 parientes, era “enemigo y salvaje, inmundo y asqueroso”. Por ello, los indios amigos y los cristianos, hijos de un gran padre -Rosas-, formando una misma fraternidad, no podían más que oponerse a quienes quedaban fuera de esa familia. Así, el rechazo a integrarse a esos lazos, posicionaba al otro en contra de ellos y del espacio cohabitado por el conjunto de dos sociedades hermanadas, que pasaban a ser una (Cutrera, 2009). Involucrarse de este modo no estaba exento de consecuencias, pues los vínculos de parentesco definen las conductas esperables de los sujetos, porque implican deberes, derechos y formas de comportamiento. En este caso, el intercambio se basa en la norma de la reciprocidad, que involucraba la circulación de raciones. Entonces, Rosas daba -bienes, protección y bienestar- a indios que habían pactado con él, y a cambio, esperaba que aquellos cumpliesen con las conductas acordadas, que eran las deseables de un hermano o un hijo: básicamente, la no traición al pacto. Esta norma de la reciprocidad generada por los lazos parentales, puede encontrarse reflejada en la nota, fechada el 11 de octubre de 1832, que Rosas le dirigió al Teniente Coronel don Manuel Delgado, la cual debía ser remitida a los caciques, en la que refería a las raciones y protección que había brindado a los boroganos de Cañuiquir. Así, el Gobernador escribía:

con esto creo que serán ya felices que este servicio ni un padre puede hacerlo con un hijo. Es pues este servicio para mientras ellos se porten con fidelidad, sean verdaderos amigos del gobierno como hasta aquí defiendan las fronteras, persigan a los indios enemigos, y no consientan que ninguna división de estos pasen por encima de ellos a robar en las estancias (Rosas a Manuel Delgado, 11 de octubre de 1832, AGN, Secretaría de Rosas, Sala X. 43-1-2, en Cutrera, 2009:15)

Sumado a la personalización de los vínculos con el Gobernador, también se produjo una jerarquización de los interlocutores con quienes entenderse y negociar. De esta manera, cuando en octubre de 1835 Francisco Serantes se hacía cargo de la comandancia de Azul, el edecán de Rosas le escribía comunicándole que

Si alguna vez concurre a este punto el cacique mayor Catrie (sic) (…), ya sea a pasar alguna larga temporada, o ya de visita, le obsequie U y atienda y facilite lo necesario según corresponde a su clase y esto mismo encarga SE respecto del cacique mayor Cachul, pues que estos

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caciques son los principales y a quienes considera tener por como tales (Manuel Corbalán a Francisco Serantes, 22 de octubre de 1835, AGN, X, 43-1-3, en Cutrera, 2013:150)

De acuerdo a estas órdenes impartidas por el Gobernador, se debía tener un tratamiento especial con los caciques de la zona, creando, de esta manera, una categoría especial de caciques, los “caciques mayores”. Debajo de ellos, se posicionaban otros jefes, caciquillos y capitanejos y a quienes también debían procurárseles los cuidados y las atenciones necesarios, pero no destacaban, para Rosas, como interlocutores primordiales. Según Martha Bechis, “el surgimiento, el mantenimiento y el aumento del grado de influencia de los cacicatos fue manejado desde el exterior, estimulando el desarrollo de procesos de fusión o fisión. Fue así que se alentó la fusión de parcialidades bajo la autoridad de los caciques mayores entre los indios amigos y se fomentó la fisión para con los grupos que generaban problemas a las autoridades provinciales” (Bechis, en Cutrera, 2013:151). Asimismo, de los caciques mayores se esperaba que garantizaran la traducción de las determinaciones llegadas de Buenos Aires, las cuales a veces querían introducir alguna innovación en las costumbres indígenas. Una consecuencia de ello era que el liderazgo del jefe podía verse socavado, aunque en apariencia la relación con las autoridades provinciales y su posicionamiento dentro de una nueva jerarquía lo fortalecieran (Cutrera, 2013). Otro rol fundamental que cumplieron los caciques mayores fue el convertirse en instancias claves para la inclusión de indios hostiles que decidieran deponer su actitud y pactar la paz con la provincia. Esta función fue una forma particularmente útil de generar un lugar preferencial para los caciques mayores, al colocarlos por encima de los jefes que, desde el momento de la incorporación al Negocio Pacífico, debían tener por superiores. Tal fue el caso de Santiago Llanquelén, pues el cacique instalado en el Fuerte Federación no tenía razones para deber su lealtad a los líderes tapalquinos. Pero Rosas, al hacer operar a Catriel y Cachul como piezas centrales en la negociación, evidenció, ante los ojos de Llanquelén, cuál era el lugar que ocupaba cada uno de ellos dentro del esquema de relaciones. Así, Rosas delineó un esquema de juego que le permitía tener bajo control a todos los indios amigos, desde el cacique mayor hasta el último (Cutrera, 2013). Como se desprende de lo anterior, para Rosas, los caciques mayores más importantes, y con los cuales había que estar en buenos términos, eran los pampas Catriel y

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Cachul, quienes eran valorados fundamentalmente por sus dotes políticas y diplomáticas. Sin embargo, mientras Catriel mostraba una actitud conciliadora con el gobierno, el cacique Cachul mantenía una posición de cierta distancia y resistencia solapada. Esta oposición se reflejaba en hechos cotidianos, como por ejemplo el modo en que Cachul frecuentemente tomaba la defensa de sus indios aún en hechos en donde era evidente la culpabilidad de éstos (Ratto, 2003b). La diferente actitud de los caciques pampas era más evidente cuando se trataba de la participación de los mismos como milicias auxiliares de las tropas provinciales. En uno de estos encuentros bélicos sucedido el 1° de septiembre de 1836 en la zona de Tapalqué, el Comandante Echeverría señalaba la bravura con la que habían participado los indios amigos del cacique Catriel; por el contrario, la evaluación del Coronel Manuel Ramos -uno de los jefes militares que actuó en la defensa del cantón en otro ataque sufrido al mes siguiente-, sobre la actuación del cacique Cachul fue muy diferente. Según el informe de Ramos, Cachul y sus seguidores se desenvolvieron temerosos y cobardes en batalla (Ratto, 2003b). La respuesta de Rosas dejo entrever cuál era verdaderamente la función que cumplía Cachul para el Negocio Pacífico, pues el Gobernador le comunicó a Ramos que, más allá de haber demostrado esa actitud, los felicite por participar y mantenerse leales a la causa. Esto se debía a la percepción que tenía Rosas de la importancia de Cachul, la cual se sustentaba más en sus dotes diplomáticas que en su habilidad guerrera, cualidad que justificaba la frecuente utilización de este cacique pampa como representante del gobierno en misiones diplomáticas durante el período (Ratto, 2003b).

3.2.2. Negocio Pacífico de Indios

Desde su llegada al gobierno de Buenos Aires, Rosas continuó una política que ya venía siendo implementada durante la gobernación de Las Heras, durante la cual había sido nombrado encargado de la “Negociación Pacífica de Indios”, con el objetivo de realizar negociaciones de paz con los grupos indígenas fronterizos (Ratto, 2015). Recurriendo a un notable conocimiento y adaptación a los protocolos de negociación indígena, Rosas dio inicio a una serie de parlamentos que sentarían las bases de distintos tipos de acuerdos con las agrupaciones indígenas (de Jong, 2016). En estas negociaciones, el gobierno ofrecía a las tribus que se asentasen en el interior del territorio provincial, donde serían protegidas de los ataques de indios hostiles.

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El móvil central de ello era la “provincialización” de una práctica que venía realizándose de manera particular por los vecinos de la campaña desde la década de 1810, con el propósito de asegurarse la provisión de mano de obra para sus establecimientos (Ratto, 2015). La política del Negocio Pacífico de Indios atravesó tres etapas o momentos durante el período trabajado. La primera de ellas ocupó desde 1829 a 1832, año en el cual se advierte un giro en la lectura de las autoridades provinciales respecto a cómo debían llevarse las negociaciones con las diferentes parcialidades. A raíz de los hechos que se producirían en 1831 -que serán comentados en el apartado siguiente-, y como antesala de la expedición de Rosas en 1833, se configuró un endurecimiento en la política del Negocio Pacífico. Luego, la segunda etapa se desarrolló hasta 1839, año en el cual el régimen rosista sufriría ataques desde varios focos disidentes. A lo largo de esta segunda fase, se puede observar cómo el Negocio Pacífico se consolidó, plasmándose en una estructura más definida y clara. Por último, la tercera etapa comenzó en 1839 y se extendió hasta 1841. Las turbulencias producidas al comienzo de la misma reorientarían la política indígena, buscando obtener de ella un mayor auxilio militar, finalizando en 1841, cuando Calfucurá se asienta en Salinas Grandes, modificando la manera en la que se daban las relaciones diplomáticas hasta el momento, tanto entre la sociedad indígena y el gobierno bonaerense como entre las distintas parcialidades. Los fundamentos de la política de racionamiento a los indios asentados en la frontera se combinaron con entradas punitivas al territorio indígena, que no fueron solamente la expedición de 1833-34, sino que ambas prácticas se mantuvieron durante todo el período. De esta forma, se puede plantear que “el puño de acero y el guante de terciopelo” formaron parte de una misma política que se mantuvo hasta fines del período rosista (Ratto, 2015). En lo que respecta al Negocio Pacífico de Indios, pueden definirse tres cuestiones como elementos fundamentales. En primer lugar, esta política involucró relaciones de alianza con indígenas en los tres círculos de complejidad ya mencionados. Como segundo elemento puede establecerse que estas relaciones diplomáticas involucraron la entrega de obsequios y regalos, política que durante la experiencia rosista alcanzó una regularidad y periodicidad excepcional y se llegó a establecer un rubro presupuestario destinado exclusivamente a este fin. En tercer término, un elemento importante fue la gradual conversión de los indios reducidos en la frontera a milicias auxiliares del ejército provincial (Ratto, 2015).

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Respecto a las alianzas tanto entre el gobierno y los indígenas como entre las parcialidades, puede afirmarse que no eran estáticas, sino que estaban en constante cambio a causa de las características de los liderazgos indígenas y de la personalización de los vínculos interétnicos. Por un lado, en este período se produjeron fuertes conflictos intertribales por el ingreso de nuevas tribus a la geografía pampeana, sobre todo en el área fronteriza y en aquellos espacios estratégicos, que pasaron a ser motivo de enfrentamientos bélicos entre las diferentes parcialidades. Así, para dejar atrás la situación de guerra y obtener auxilio económico, a través de las raciones, fue que algunas tribus pactaron con el gobierno, aunque esto implicara el abandono de los territorios que ocupaban (Ratto, 2015). Otro aliciente para pactar con el gobierno era que las alianzas intertribus eran demasiado lábiles. Esto se debe a que los vínculos parentales y comerciales se reactivaban en tiempos de paz, por lo que, quien fuera hoy aliado, mañana podría ser enemigo. Además, el asentamiento en la frontera implicaba una serie de obligaciones, que algunos jefes no estuvieron dispuestos a cumplir, por lo que se sublevaban y regresaban a su territorio indígena. Por último, la personalización de los vínculos llevada a cabo por el gobierno, generaba recelos entre los caciques y capitanejos, que los llevaban a romper alianzas o pactar por separado (Ratto, 2015). Como Rosas conocía bien las formas de negociar que tenían los indígenas, sabía que para que los parlamentos destinados a lograr las paces prosperasen, era necesario dar en el momento inicial del mismo, ya que esta acción creaba una nueva clase de lazo; “hacía amigos”. Esos amigos, sólo después de tales, serían parientes, y en esa nueva relación, las partes involucradas adquirirían derechos y contraerían obligaciones, mientras se esperaría de cada una de ellas las conductas apropiadas y se definiría negativamente quiénes quedaban fuera del círculo y del circuito (Cutrera, 2009). Si bien el mecanismo de raciones y regalos comenzó a implementarse en forma sistemática con la llegada al gobierno de Rosas, los gastos insumidos al principio fueron muy pequeños. Desde 1832 -a partir de contar con una mayor disponibilidad de recursos derivados de la finalización de la guerra con la Liga del Interior-, puede percibirse en el registro contable la creciente importancia política que fue adquiriendo el Negocio Pacífico (Ratto, 2003b). En consecuencia, con la intención de reformular algunos aspectos de este, se creó ese mismo año la Caja del Negocio Pacífico, partida perteneciente al Departamento de Guerra en la que se incluyeron gastos relacionados con la política indígena del gobierno. Sin embargo, la caja no concentró todas las erogaciones, ya que paralelamente se realizaron compras de artículos a través del Ministerio de Hacienda, que eran depositados

84 en los almacenes de la Comandancia del Parque y de allí retirados posteriormente para racionar a las tribus amigas (Ratto, 1994). Este doble registro de un mismo negocio radica en que la diferencia que existía entre una y otra vía se relacionaba con el tipo de artículo entregado. Mientras el primero consignaba entregas de ganado y dinero, el segundo refería fundamentalmente a artículos de consumo y vestimenta (Ratto, 1994). Como se pasó de montos exiguos a unos mucho más elevados, esta dispersión de los gastos en distintos rubros del presupuesto provincial funcionó en un primer momento, pero luego debió ser reemplazada por una partida presupuestaria única, creada en 1833, a la cual se denominó Negocio Pacífico de indios, ubicada dentro del Departamento de Hacienda (Ratto, 2003b). La instauración de esta partida presupuestaria demuestra la importancia que tuvo el Negocio Pacífico, no sólo en términos monetarios sino también como política de Estado. Para demostrarlo, seguidamente se presentan los Estados Generales de los años 1839 y 1840, de los Registros Oficiales del Gobierno de Buenos Aires, en los cuales dicho rubro ocupa el quinto y cuarto lugar en valores del Departamento de Hacienda, respectivamente,:

Imagen N°1: Estados Generales del Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires (1839)

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Fuente: Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires, Volumen 18, Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1839, pp. 698-699.

Imagen N°2: Estados Generales del Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires (1840)

Fuente: Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires, Volumen 19, Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1840, pp. 711.

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A partir de la creación de esta partida presupuestaria propia, el Negocio Pacífico contó con un registro que permitió controlar los gastos del sistema de raciones y obsequios que se entregaban a los indígenas. Este sistema constaba de tres niveles; en el primero, se encontraban los agasajos, alojamiento y manutención de las partidas indígenas que circulaban por el territorio provincial por motivos comerciales, por concurrir a parlamentos con autoridades criollas, entre otros. En un segundo nivel, estaban las raciones mensuales que se entregaban periódicamente en las tolderías de frontera. Finalmente, se hallaba la entrega de obsequios particulares a determinados indígenas (Ratto, 2003b). Con respecto a los bienes entregados a los indios, eran, esencialmente, ganado yeguarizo y vacuno y distinto tipo de artículos de consumo. La remesa mensual de ganado yeguarizo que se le entregaba a cada tribu estaba estrechamente vinculada a la población existente en sus tolderías, cálculo que se realizaba a partir de los informes de los Comandantes de los fuertes (Ratto, 2003b). En cuanto a los artículos de consumo, la mayoría de las tribus no los recibía periódicamente, y solamente a los grupos asentados en Tapalqué se les enviaban raciones bimestrales, que consistían en yerba, harina, sal y maíz. Asimismo, la entrega regular de “vicios” (tabaco, papel, aguardiente, vino, entre otros) tampoco era homogénea: además de las cantidades entregadas para la tribu en su conjunto, éstos se enviaban en forma personalizada a los caciques y capitanejos (Ratto, 2003b). Otro rubro de importancia dentro de los bienes, eran las prendas de vestir. Según se tratara de un cacique, capitanejo o indio de pelea, difería el tipo y calidad de la prenda a entregar. A su vez, el interés de los indios por las prendas militares tenía relación con el prestigio que las mismas otorgaban a su poseedor dentro de la tribu (Ratto, 2003b). Cabe resaltar que este sistema de raciones tuvo efectos para ambas sociedades. Por un lado, en la sociedad indígena, creó una jerarquía de líderes, que se evidenciaba por la percepción de mayores y mejores bienes, que hacían referencia a una mayor cercanía y confianza con el Gobernador. Un efecto colateral de ello era la posibilidad de que algunos se convirtieran en centros de redistribución de esos bienes hacia líderes menores y creara alianzas políticas que, en algunos casos, abarcaron extensos espacios. Por otro lado, dentro de la sociedad criolla, significó una interesante vía de enriquecimiento para aquellos proveedores/pulperos que, en ocasiones, lograban monopolizar el vínculo económico (Ratto, 2015). El caso de los comerciantes de Bahía Blanca es representativo al respecto. En suma, coincidiendo con María Laura Cutrera (2009), se plantea que si las raciones y los regalos hicieron al Negocio Pacífico, sólo fue así porque crearon vínculos

87 que se cosificaron en ellos, porque objetivaron una serie de dones y contradones, pero nunca porque la política indígena de Rosas fuera reductible a esto. Sino que, detrás del complejo sistema de provisión de bienes y animales -con el que algunos se beneficiaron más que otros-, lo verdaderamente importante eran los lazos que se habían creado y que era menester reelaborar cotidianamente (Cutrera, 2009). Para concluir, se analiza el tercer elemento que caracterizó al Negocio Pacífico, que fue la conversión de los indios asentados en la frontera en una fuerza militar auxiliar. Primeramente, la instalación de las tribus amigas en la frontera tenía dos objetivos: servir como barrera de contención en caso de peligro externo y reunirlos en solamente tres puntos (Tandil, Tapalqué y Azul), donde estarían vigilados por los caciques más fieles (Catriel, Cachul y Venancio) (Ratto, 1994). Pero luego esto se modificó, siendo el interés principal de Rosas que los indios situados en la frontera no estuvieran “ociosos” (Ratto, 1994). Así se les asignó la tarea cotidiana de que debían proteger la tierra en que vivían como hermanos con los cristianos de todo ataque posible. Entonces, aquellos asentamientos de indios amigos en las inmediaciones de los fuertes tuvieron la obligación de prestar auxilio militar a cambio de las raciones que recibían mensualmente (Cutrera, 2013). Esta protección de la tierra compartida implicaba para los indios, en primer lugar y de manera preventiva, concentrar y transmitir a las autoridades de los fuertes cuanto supieran del mundo indígena, de los indios enemigos, de sus asociaciones con “salvajes unitarios”, sus movimientos y los planes que circulasen en las tolderías. Luego, se esperaba que contribuyeran a repeler invasiones de aquéllos y que los persiguieran hasta sus moradas si fuese necesario, incluyendo la entrega de prisioneros tomados en combate o hallados merodeando por el campo. Tampoco podían tratar con adversarios políticos del régimen, y menos permitir que desertores, prófugos o refugiados se hospedasen en sus toldos; su deber era entregarlos. De esta manera, era Rosas el que decidía quién podía pasar y parar en los toldos, y quién no:

que no me consienta(sic) en sus toldos ni entre sus indios, a nadie que no vaya con pasaporte mío, firmado de mi puño y letra, porque esto es para evitar que algunos unitarios vayan y se introduzcan con mentiras entre ellos (Juan Manuel de Rosas a Mariano García27, 31 de marzo de

27 El Coronel Mariano García formó parte, en 1831 del "Ejército Auxiliar Confederado" que bajo el mando de Estanislao López operó contra el General Paz en la provincia de Córdoba. Al año siguiente, fue designado jefe del "Fuerte Federación", función que cumplió durante los años del rosismo. 88

1835. AGN, Fuerte Federación (1828-1854), Sala X, 23-7-3, en Cutrera, 2013:75)

Sumada a esta protección de la tierra compartida, servir al cristiano implicó nuevas claves de comportamiento militar. En primer lugar, al momento de pelear, los mocetones debían subordinarse a sus caciques, quienes a su vez respondían a las órdenes oficiales rosistas. Esto significaba que, además de perder autonomía frente a la decisión de ir a la guerra -que ahora imponía el Gobierno-, debían respetar las determinaciones del criollo que los dirigía, decidiendo estos los altos y los descansos, las marchas y los lugares a transitar (Cutrera, 2013). De este modo se habían fijado los términos básicos del acuerdo “raciones-auxilio militar”. Por ello, era necesario que los indígenas estuvieran listos para la defensa del lugar que habitaban, pero también para ir a invadir a los enemigos en sus tierras. Así, el Gobernador instruía a los Comandantes de los fuertes que

los indios deben estar siempre prontos como lo está la fuerza cristiana para marchar a atacar el enemigo donde convenga, ya sea donde estén situados, ya por cualesquiera punto que invadan; y que así se lo debe U hacer entender a los caciques (Rosas a Bernardo Echevarría, 1° de octubre de 1836, ANG, SR, X, 25-2-5, en Cutrera, 2013:231)

Sin embargo, no todos los indios eran convocados de igual manera, sólo aquellos que eran más fieles. Esto se refleja en una nota al Comandante del Fuerte Federación, en la cual el Gobernador sostenía que para estos casos era menester tener acordado con el cacique “qué indios son los que han de marchar en su campaña”, puesto

que estos indios deben ser hombres muy sufridos, muy obedientes y muy fieles a prueba pues que como ha de ser preciso seguir al enemigo hasta sus mismas tolderías o más adelante, es necesario que no marchen indios sospechosos (Rosas a Manuel García, 30 de mayo de 1835, AGN, Fuerte Federación, X, 23-7-3, en Cutrera, 2013:231-232).

Fieles, seguros y obedientes quería decir “incapaces de traicionar a la fuerza que iba a batir al enemigo”; pero además que no tuvieran “parientes entre dichos enemigos porque si fuese alguno que traicionase y les diese aviso el mal sería muy grave y de muy malos

89 resultados” (Rosas a Manuel García, 30.05.1835, AGN, Fuerte Federación, X, 23-7-3, en Cutrera, 2013:232). De todas maneras, cuando iban a la campaña, los indios amigos no sólo recibían sus raciones en los campamentos, sino que también solían cobrar por los servicios prestados. Sumado a este pago, Rosas también asumía el costo de incorporarlos en las fuerzas, sabiendo que los indios seguirían practicando ciertas conductas inherentes a su modo de pelear, como el robo de ganado o la captura de cautivas. Pese a todo, tolerar estos “excesos” de los indios era considerado por el Gobernador un daño aceptable cuando las fuerzas indígenas se tornaban decisivas para torcer los resultados de un enfrentamiento (Cutrera, 2013). De hecho, el peso de estos grupos indígenas amigos posibilitó al gobierno contar con una fuerza militar auxiliar nada desdeñable y sobre la que descansaba, en gran parte, la defensa de la frontera (Ratto, 2003b). Ahora bien, ¿para los indígenas también fue el Negocio Pacífico una experiencia exitosa? Al respecto, Ratto (2003b) concluye que, en este sentido, para aquellos grupos que se hallaban en condiciones muy precarias para su reproducción, el pacto con el gobierno, aun cuando ello significara la pérdida de su autonomía, representó la posibilidad de contar con recursos que mejoraran su subsistencia y la posibilidad de recomponer su estructura poblacional a través del mestizaje y de la toma de cautivos en enfrentamientos militares con grupos hostiles. Por otro lado, en el caso de grupos más fuertes, la pérdida de su autonomía política y territorial no implicó siempre una sumisión total al gobierno. En ocasiones, los caciques eran conscientes de la importancia que tenían para el Gobernador y maniobraban sus acciones al filo de la desobediencia, como fue el caso de Cachul.

3.2.3. Conflictos blanco-indígenas e intertribales

Luego de haber caracterizado cómo eran los contactos diplomáticos entre el gobierno bonaerense y las tribus indígenas-basados en la estructura y constitución de los diferentes actores fronterizos- y de plantear cómo fue que a través de la política del Negocio Pacífico de Indios se establecieron las relaciones interétnicas, es pertinente completar el análisis con una descripción de los conflictos bélicos que se originaron durante estos años. Sobre todo, porque los enfrentamientos blanco-indígenas demuestran hasta qué punto la política de Rosas fue ambivalente, valiéndose de la persuasión o de la coerción según lo ameritase la circunstancia; y cómo también los enfrentamientos inter-

90 tribales moldearon las posibilidades de negociación de los grupos indígenas, buscando auxilio del gobierno. Entre fines de 1830 y fines de 1831 se registraron dos hechos que pusieron en evidencia las fallas estructurales de esta etapa del Negocio Pacífico; por un lado, el asedio producido al fuerte de Bahía Blanca por tribus aliadas al Gobierno enfrentadas a la alianza entre los Pincheira28 y los boroganos; y por el otro, las invasiones de Toriano y los indios chilenos (Ratto, 1994). Estos sucesos se vinculan al ocaso de los boroganos, que comenzó luego de 1833, como también a las múltiples incursiones que iría realizando Calfucurá a las pampas a lo largo de toda la década de 1830. De esta manera, cuando el vacío de poder indígena dejado por los boroganos se hizo tangente y los beneficios de instalarse en la Pampa fueron altos, es que Calfucurá decidió trasladarse a Salinas Grandes. Por último, otro hito clave de la década lo constituye la Expedición de 1833, campaña mediante la cual se redefinió nuevamente el mapa político que relacionaba a las tribus con el gobierno. En cuanto al primero de estos hechos, el cual ésta vinculado con la alianza Pincheira-boroganos, cabe mencionar que éstos últimos formaban parte de los indios aliados, no de los amigos; por lo tanto, estos grupos eran “potencialmente” peligrosos para la seguridad de la frontera, ya que podían subsistir sin el auxilio del gobierno, siendo por ello capaces de convertirse rápidamente de aliado a enemigo. A comienzos de agosto de 1830 las tribus aliadas situadas en los alrededores del fuerte de Bahía Blanca tuvieron noticias del arribo de la vanguardia de los Pincheira unida a los boroganos a la región de Salinas Grandes. Ante el temor de ser atacados por ellos, se reunieron en el arroyo Sauce Chico para determinar la actitud a tomar. En el parlamento se decidió enviar chasques al mencionado fuerte para solicitar auxilio en armas y hombres e informar sobre un presunto plan de los invasores de atacar la guarnición. Martiniano Rodríguez, Comandante del fuerte, sistemáticamente denegó el reiterado pedido de ayuda militar por parte de diferentes caciques, limitándose a ofrecerles protección en caso de ser atacados, autorizándolos a que se acercaran a la fortaleza (Ratto, 1994). A fines de agosto se produjo el primer parlamento entre una partida perteneciente a la vanguardia de los Pincheira y las autoridades del fuerte; los chasques afirmaron que sus intenciones eran pacíficas y para corroborarlo entregaron una carta de los caciques boroganos conteniendo algunas precisiones sobre las tratativas de paz que ya habían

28 Los Pincheira eran unos hermanos que encabezaban una montonera realista que llevó a cabo prácticas de asaltantes y cuatreros en Chile y en las Provincias Unidas entre 1817 y 1832, aliándose en ocasiones con los indígenas para atacar a las autoridades.

91 comenzado a entablar con Rosas. En este sentido, aunque no existen tratados escritos que permitan datar la formal inclusión de los boroganos en el Negocio Pacífico, a comienzos del año 1831 esta agrupación comenzó a recibir con cierta regularidad distintos tipos de bienes por parte de aquél. Sin embargo, buscaban dejar en claro que ellos mantenían una posición de independencia y soberanía y que planteaban las negociaciones como un trato de igual a igual. Esto puede visualizarse cuando, en septiembre de 1830, los principales jefes de la agrupación se referían al curso de dichas negociaciones de esta manera:

El español quiso antiguamente dominar y esclavizar a los araucanos y pelearon cien años por ser libres: por ventura ¿Nosotros haviamos(sic.) de perder un exemplo(sic.) tan brillante de nuestros antecesores? No: Amistad sí habrá; pero dominio y autoridad sobre nosotros no: Eso no consentiremos jamás. Primero seremos víctimas y no ser dominados... si tuviera amo, no haría los tratados con el Señor Capitán General Rosas («Diario de Bahía Blanca», en Ratto, 2003b:198)

Lo cierto es que estos contactos entre los Pincheira-boroganos con las autoridades del fuerte e incluso el propio Gobernador, llevaron a que los indios aliados se sintieran traicionados; por ello, el cacique aliado Chocorí se trasladó a inmediaciones del fuerte. Este asedio culminó con el enfrentamiento entre los dos grupos (aliados y boroganos- Pincheira), el 25 de septiembre, siendo sorprendidos los indios aliados en las inmediaciones de la Sierra de la Ventana, donde murieron los caciques Yantre, Antilacán y Tetruel (Ratto, 1994). El siguiente momento que marca un hito en la relación entre los boroganos y el gobierno provincial puede ubicarse en la participación de los primeros durante la expedición al sur que realizó Rosas entre los años 1833 y 1834. Pese al pedido de colaboración de Rosas como fuerza auxiliar de una de las divisiones expedicionarias contra los indios ranqueles, la participación de los boroganos en la expedición al sur fue tibia. A esto se sumó la falta de acatamiento del cacique Cañuiquir respecto a la exigencia de la entrega de cautivas que permanecían en sus tolderías, cuestión que había sido planteada en las negociaciones y acordada entre ambas partes (Ratto, 2003b). Ambas cuestiones provocaron un cambio fundamental en la relación. Debido a que los boroganos eran conscientes de que su actitud poco complaciente podía perjudicarlos, pusieron en marcha una doble diplomacia: por un lado, intentaron reanudar los vínculos pacíficos con el gobierno, a través del envío de chasques y mensajeros de los caciques. Por 92 otro, formularon un plan de respaldo en caso de que esta estrategia fallara, para lo cual buscaron ayuda de indios chilenos, en caso de un eventual ataque. La convocatoria de estos contingentes partía de convencerlos de que viniesen a malonear juntos, debido a la riqueza de estas tierras, que permitían la adquisición de ganado en las estancias fronterizas. En marzo de 1833 se produjo en Bahía Blanca un parlamento entre Rosas y el cacique borogano Rondeau. Luego del mismo, el futuro Gobernador también implementó dos estrategias paralelas. Por un lado, reanudó la entrega regular de raciones y otros bienes; por otro, envió al cacique amigo Cachul para controlar el cumplimiento de la obligación impuesta de entregar los cautivos propios y los existentes entre los ranqueles. La misión de Cachul tenía, además, el objetivo de aportar información sobre la llegada de los indios chilenos que habían sido convocados (Ratto, 2003b). Con gran tino estratégico, Rosas logró confirmar sus sospechas. Ya en el parlamento con Rondeau le había dejado en claro que para que las paces entre ambos se mantuviesen, el cacique debía retroceder la invitación que le había hecho a los indios chilenos, lo cual hizo a la llegada de estos, frustrando sus intenciones de atacar los establecimientos fronterizos. Este desplante realizado por los líderes boroganos ocasionó un gran enojo a los indios que habían venido de la Cordillera. En reprimenda, el 8 de septiembre, éstos atacaron las tolderías de Masallé (lugar ubicado cerca de la actual laguna de Epecuén), asesinando a más de mil boroganos, incluidos los caciques Rondeau y Melin. Pocos días después, la agrupación sufrió un segundo ataque. El desenlace fue el desmembramiento de la parcialidad borogana en grupos a favor de mantener una posición soberana y los que accedieron a instalarse en el interior de la provincia como indios amigos. Entre los últimos, un grupo encabezado por los caciques Caneullán y Guayquil se situó en las cercanías del fuerte 25 de Mayo. En Salinas Grandes permaneció un sector liderado por el cacique Cañuiquir, que ante la negativa de someterse a un control más estricto del gobierno, fue atacado por el coronel de blandengues de Bahía Blanca, Francisco Sosa. En el ataque final a sus tolderías, realizado en abril de 1836, el cacique fue muerto, siendo colocada su cabeza sobre un palo en la cima de una pequeña colina del paraje Lanquiyú (Ratto, 2003b). En suma, se puede considerar lo ocurrido en 1831 como el comienzo del ocaso de los boroganos. De igual forma, lo acontecido ese mismo año con Toriano y los indios chilenos estuvo vinculado con las incursiones de Calfucurá en las pampas. A comienzos de 1831, un contingente de cerca de 2.000 indios chilenos se aproximaba lentamente a la frontera bonaerense; esta partida estaba compuesta por tres grupos: uno, dirigido por el cacique

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Liezmilla, hermano de Venancio; otro grupo era liderado por Toriano, cacique norpehuenche, y finalmente otro grupo de caciques chilenos, provenientes de Llaimá, entre los que se encontraban Calfucurá y Namuncurá. Las tres columnas confluyeron a mediados de 1831 y se acercaron a la fortaleza de Bahía Blanca (Ratto, 1994). Entre junio y julio, las tres partidas enviaron chasques a parlamentar con las autoridades del fuerte, alegando que su arribo tenía el objeto de comerciar sus productos, concertar las paces con el gobierno provincial, y por último, enfrentarse a sus enemigos: los boroganos y los Pincheira; para lo cual solicitaban repetidamente que se les obsequiase ganado, vestimenta y vicios. Sin embargo, estas demandas eran rechazadas sistemáticamente por el Comandante Rodríguez, a cargo del fuerte, quien alegaba no tener suficientes recursos para cumplir con estos pedidos; aunque les permitía comerciar con los negociantes del lugar, logrando así parte de sus supuestos objetivos. Ante esta postura, los chilenos se convencieron que no obtendrían allí los bienes demandados, por lo que decidieron desplazarse hacia la estancia Los Cerrillos, propiedad de Rosas. Éste mostró al comienzo una gran seguridad con respecto a los objetivos de los indios, pero la conducta de los mismos creaba sospechas sobre sus verdaderas intenciones. El Gobernador no descartaba que alimentaran la esperanza de robar algo al retirarse creyendo no ser descubiertos, por lo que, para evitar cualquier sorpresa, en agosto de 1831 encargó el establecimiento de dos cantones que se ubicarían en la parte exterior del Salado, a la altura del Monte y en Tapalqué (AGN, X, 24.3.5, en Ratto, 1994). Entonces, ¿cuál había sido el verdadero motivo de ingreso de estos grupos? ¿Atacar las estancias fronterizas o concertar las paces con el gobierno para obtener algún tipo de auxilio? Más allá de esto, el objetivo final era el mismo: obtener ganado y distintos bienes, propósito que hasta agosto de ese año no se había cumplido. A raíz de ello, se creó un gran descontento entre estos grupos araucanos, produciéndose la división de las tres partidas que componían la comitiva, llevando asimismo a la separación de los caciques Namuncurá y Calfucurá. En octubre, partidas de dichos caciques invadieron la frontera por tres puntos: un puesto de Díaz Vélez29 y los toldos de los caciques amigos Antuan y Guilitru en el

29 Se refiere al General Eustoquio Díaz Vélez, importante figura político-militar de la época, que después participaría en la Revolución de los Libres del Sud contra Rosas. La referencia al ataque a su puesto no se presume que sea a uno militar bajo su mando, sino a una de sus estancias, posiblemente “El Carmen”, ubicada sobre la margen del arroyo Langueyú. Cabe mencionar que este General inició el negocio pacífico con los indios amigos de la frontera que se ubicaron en sus tierras (en la zona del actual partido de Chascomús), aunque debido a las grandes extensiones de los campos y a la muy poca población existente, este sistema no dio los resultados que esperaba. Así, en septiembre de 1831 Díaz Vélez escribía: “Los Indios se pasean como dueños por nuestros campos considerandose(sic.) amos de todo quanto hay en ella, de tal modo que el otro dia(sic.) llego un casique(sic.) ala(sic.) estancia de Diaz Velez y habiendose(sic.) resistido el capataz a darle caballos a 60 y tantos indios que lo acompañaban, aquel recojio(sic.) las manadas de su 94 arroyo de Chapaleoufú (arreando unas 7.000 cabezas entre ganado vacuno y lanar); una hacienda de Marcos Balcarce30 en Tapalqué y las haciendas de Sheridan y cía. en la laguna de Leonchos (actual Partido de Saladillo) (AGN, X, 15.8.1, en Ratto, 1994). En noviembre atacaron por las lagunas de Palantelén, partido de Navarro (AGN, X, 24.3.5, en Ratto, 1994). Con respecto a los otros dos grupos chilenos, Toriano, temeroso de un ataque tanto de los boroganos como de los indios de Calfucurá, se acercó al arroyo Azul pidiendo protección; su estado de miseria era extremo (AGN, VII, 3.3.2, en Ratto, 1994). El hermano de Venancio, por su parte, decidió regresar a Chile (AGN, X. 23.9.5, en Ratto, 1994). En fin, los ataques cometidos por los chilenos y la conducta de los indios aliados llevaron a que se planteara la necesidad de un cambio en la política del gobierno, considerando como los puntos principales de ésta: la fortificación de la frontera; el traslado de los indios amigos a la misma y la persecución de aquellas tribus que no habían mostrado fidelidad ante el pedido de ayuda del gobierno. Para ello, se iniciaron una serie de campañas, realizadas durante todo el año 1832, que además atacaron los restos de los indios chilenos que el año anterior habían puesto en jaque la estabilidad de la frontera. En abril de ese año ´32, Narciso del Valle derrotó a las indiadas de los caciques Calfiao, Maicá, Peti y Cañuanti que, situados en el arroyo Pichileufú, no habían concurrido al llamado del gobierno (AGN, X, 27.7.6, en Ratto, 1994:21); ante el ataque de del Valle depusieron su actitud de hostilidad solicitando “se les permitiese vivir como antes baxo la protección del Gobierno”. Por el contrario, el cacique Marinecul, que vivía sobre el Arroyo Grande o Napaleufú, se unió a los indios ex-aliados Quiñegual y Chocorí. El cacique Anquén, rebelde al gobierno, cuyos toldos se ubicaban sobre El Zapallar, fue atacado y ejecutado en una incursión (AGN, X, 24.7.1, en Ratto, 1994). Con respecto al cacique Toriano, fue apresado el 1° de junio en Nahuel-Mapú y enviado en calidad de prisionero a Bahía Blanca. Luego de varias consultas en el Consejo de Guerra de la guarnición se decidió su ejecución en la misma fortaleza, la que se verificó el 30 de agosto de 1832 ante la presencia del cacique Guechán como representante de los autoridad, los hizo mudar a todos y se marcho, sin que auxilio alguno protejiese(sic.) la propiedad atacada. (...) Estos malditos indios como encuentren a qualesquiera(sic.) solo en el campo, lo desnudan y roban. Quando(sic.) llegan a las Estancias por necesidad y sino por fuerza tienen que dar las Potrancas y lleguas(sic.) para que se mantengan y para que lleben(sic.) á sus toldos, bajo la pena que de no hacerlo asi(sic.) se ven amenazados por ellos los propietarios y odiados y expuestos a que les arreen las manadas del campo. En una palabra somos feudatarios de ellos, sea por temor o por que(sic.) no hay quien apolle(sic.) la fuerza que se les podria(sic.) oponer. Ellos nos repiten que están autorizados para hacer todo esto por el mismo Gobernador (sabemos que esto es falso)”. 30 Marcos Balcarce, amigo del Gobernador, ocupó el cargo de Ministro de Guerra y Marina durante el rosismo. 95 boroganos, enemigos de la tribu de Toriano (Ratto, 1994). Finalizando el año, en octubre de 1832, se reconocía que los caciques Quiñigual, Chocorí, Cumio y Cayupán “son los únicos enemigos que hay” (AGN, X, 24.7.1, en Ratto, 1994:21); de hecho, la división izquierda de la posterior campaña que se realizaría, se dirigiría a batir a estos caciques. En este contexto, la expedición realizada por Rosas, en 1833, formó parte de una política más amplia, por la cual se buscaba recomponer la relación de fuerzas, para luego desde allí negociar los términos de paz, en base al Negocio Pacífico de Indios (de Jong, 2016). Lo que se pretendía era consolidar el dominio de las tierras al sur del Salado, eliminando a aquellos que desestabilizaban la frontera. Así, se lograría descomprimirla de la presión que ejercían tribus que Rosas no dominaba, principalmente los ranqueles, por el daño que causaban en sus estancias, en las de sus familiares, y en las de los estancieros que representaba (Sarramone, 1993). De allí que se argumente que esta expedición tuvo como base el exterminio de las tribus hostiles o enemigas al gobierno, las cuales, en razón de su volumen numérico, conformaban un grupo de alta peligrosidad, pues la capacidad de respuesta oficial dependía de la cantidad de recursos disponibles, que nunca fueron demasiados. Al ser eventualmente eliminados estos focos de conflicto, el equilibrio en la relación de fuerzas se inclinaría para el gobierno provincial, dotándolo así de un mayor margen de maniobra en las negociaciones con las parcialidades indígenas. El plan de la expedición al “Desierto” de 1833, impulsado por Juan Manuel de Rosas, consistía en dar una batida general de la Pampa en un frente de 1.500 kilómetros, desde el Atlántico hasta el Pacífico, quedando luego reducido este hostigamiento al territorio nacional exclusivamente. La columna occidental debía estar comandada por el General Aldao, la del centro por el General Ruiz Huidobro, la oriental por Rosas, y sería el Comandante en Jefe de la expedición. La falta de recursos hizo fracasar a la columna central y le restó fuerzas a la occidental; sumado a que los fondos prometidos por el gobierno de Buenos Aires tampoco fueron los esperados, ya que el conflicto interno del federalismo porteño se trasladó a la preparación de la campaña contra los indios. Sin embargo, a pesar de la reticencia del Gobernador Balcarce a enviar los recursos necesarios, la colaboración fue suplida por los hacendados más poderosos de Buenos Aires, que realizaron aportes privados, con el objeto de garantizar la ampliación de la frontera económica y evitar los malones que asolaban la región (Ternavasio, 2009). Finalmente, pese a las dificultades, el 22 marzo de 1833, la columna del este, que estaba al mando del Brigadier General Rosas, partió desde Los Cerrillos -una de sus

96 estancias, ubicada en San Miguel del Monte-, con mil quinientos hombres. Su objetivo era llegar al río Colorado, reuniéndose con las otras dos columnas, para avanzar hacia el oeste hasta el río Negro y batir al cacique Chocorí, que tenía su centro de operaciones en la isla Grande de Choele-Choel, que era el punto clave de las comunicaciones entre los indígenas de la Pampa y los de la Patagonia andina, siendo que por allí pasaba el contrabando de ganado hacia Chile y que permitía al cacique Chocorí controlar desde Bahía Blanca hasta el río Limay. A comienzos de mayo, la columna comandada por Rosas había alcanzado el Río Negro y, a fines de ese mes, la isla Choele-Choel; luego, continuaron su marcha hacia el oeste hasta la confluencia de los ríos Neuquén y Limay, y por el noroeste hasta el río Atuel, donde llegaron a la división de Aldao, sin que se presentaran mayores dificultades desde el punto de vista militar. A su vez, la expedición fue aprovechada para llevar a cabo un relevamiento del terreno recorrido. Diversos factores hicieron que las expediciones que partieron de Mendoza y San Luis tuvieran que regresar rápidamente sin alcanzar los objetivos propuestos, recayendo la campaña casi exclusivamente sobre el ejército de Buenos Aires, que provocó entre los indios un total de 3.200 muertos y 1.200 prisioneros, rescatándose a su vez alrededor de 1.000 cautivos y gran número de ganados. Se incorporaron, nominalmente, 2.900 leguas cuadradas de territorios, lográndose en forma simultánea concretar y mantener la paz con las más importantes parcialidades del sudoeste de Buenos Aires y sur del río Negro. La referencia a que la incorporación de tierras fue nominal se debe a que gran parte de las mismas no fueron ocupadas, a causa de la lejanía de los posibles centros de comercialización y porque el aislamiento en que se encontrarían las eventuales poblaciones facilitaría el robo a pequeñas partidas (Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires Dr. Ricardo Levene, 2007). Concluida la campaña, el 28 de enero de 1834 comenzó el regreso, logrando el objetivo de batir a los indígenas como también asegurar y ampliar el territorio de Buenos Aires: se estableció el Fuerte Colorado en Médano Redondo y guarniciones en Choele- Choel; además, la Fortaleza Protectora Argentina quedó reforzada por una guarnición de 300 hombres, y otros 200 blandengues coraceros reforzaron Carmen de Patagones y las guarniciones del río Negro y del Colorado; también en el Napostá se formó un regimiento de blandengues; y por último, el sistema de postas establecido por Rosas desde San Miguel del Monte hasta Médano Redondo quedó atendido por 100 hombres y 600 caballos. De esta manera, un año después de la partida, la expedición culminó con el retorno triunfal de

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Rosas, quien al título de Restaurador de las Leyes le sumó ahora el de conquistador del “desierto”: comenzaba a consolidarse la tendencia del culto a su persona (Ternavasio, 2009). Como ya se mencionó, en la campaña participaron grupos de indios amigos, a pesar de ser una expedición que tenía como fin arremeter contra algunas parcialidades. Ambas cuestiones se plasmaron en el Diario de Marchas de Juan Manuel de Rosas durante la expedición; por ello, se cree oportuno adjuntar las siguientes notas, cuyo criterio de selección responde a que en ellas hay referencias textuales, tanto a la partida de indios amigos de Catriel y Cachul que acompañó a la División (Imagen N°3), como también a aquellos indios a los que se debía combatir (Imagen N°4):

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Imagen N°3: Nota del Diario de Marchas de Juan Manuel de Rosas (1833)31

Fuente: Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires Dr. Ricardo Levene, La campaña al desierto de 1833: Rosas y los informes meteorológicos, astronómicos y topográficos, colección dirigida por Claudio Panella, 1ª. ed. Digital, Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 2007.

31 “[día 2 de abril] (…) Hoy se reunió la fuersa(sic.) que se hallaba en Tapalqué abajo, conviniese en los escuadrones de Línea de los Regimientos 2°, 3° y 4° de Campaña, los Libertos de la Federacion(sic.), dos piezas de Artillería de Campaña, y las tribus de Indios de los Casiques(sic.) Catrie(sic.) y Cachul.” 99

Imagen N°4: Nota del Diario de Marchas de Juan Manuel de Rosas (1833)32

Fuente: Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires Dr. Ricardo Levene, La campaña al desierto de 1833: Rosas y los informes meteorológicos, astronómicos y

32 “[día 27 de junio] (…) Como a las cuatro llegó al cuartel general con procedencia de Bahía Blanca, el Capitán José María Plaza, quien acompañaba al capitán Guayquimill, de los caciques Cañiuquir y Rondeado(sic) de los Boroganos. El Cacique Melin quedaba en la Guardia Argentina un poco enfermo con dos hijos de aquellos, cuarenta indios y el Teniente Coronel Delgado con alguna tropa del escuadrón de su mando. Este Gefe(sic.) avisaba por sí y de parte de los Caciques haber hecho la campaña con felicidad y suerte contra los Ranqueles y restos del afamado Llanquetrus(sic.). Que la tropa había quedado enteramente a pie porque había tenido que hacer toda la campaña por entre montes y travecias(sic.) de pastos duros” 100

topográficos, colección dirigida por Claudio Panella, 1ª. ed. Digital, Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 2007.

Por último, se anexa una pintura que se cree fue mandada a hacer por Rosas a Francia, ilustrando la “Campaña al Desierto” (Imagen N°5):

Imagen N°5: Ilustración de la “Campaña al Desierto”33

Fuente: Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires Dr. Ricardo Levene, La campaña al desierto de 1833: Rosas y los informes meteorológicos, astronómicos y topográficos, colección dirigida por Claudio Panella, 1ª. ed. Digital, Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 2007.

Para concluir, es de importancia mencionar cómo fue el arribo y asentamiento de Calfucurá en Salinas Grandes, ya que constituye un proceso que no sólo afectaría las

33“La hermosa litografía que se refiere a la Expedición del Desierto y cuya copia en color reproducimos, ha sido hecha seguramente en París y forma parte de la serie de cinco que el General Rosas encargó a sus agentes en Francia. (…) Sólo hemos podido leer el nombre del dibujante, Tagliabue, que aparece en el ángulo inferior derecho. (…) Rosas, cuya fisonomía no puede confundirse con la de otros personajes, cabalga de uniforme azul, pantalón colorado violáceo, banda blanca de derecha a izquierda; el caballo oscuro y con la marca R; como silla de montar un recado con sobrepuesto pampa de varios colores. El militar que señala el horizonte, luce uniforme colorado violáceo, pantalón azul y cabalga en un tordillo que lleva como marca una C; es el General Manuel Corvalán. Detrás de Rosas, el General Ángel Pacheco, Jefe del Estado Mayor. En el segundo plano, desfile de la caballería regular y de indios. (…) La litografía tiene la siguiente leyenda: Expedición en los desiertos del Sud contra los indios salvajes, en el año de 1833, ejactada(sic.) con el mayor acierto y sabiduría por su digno jefe el gran Rosas. (…) Colección Ricardo S. Zemborain y Juan M. Berasategui”, del libro “Juan Manuel de Rosas – su iconografía”, de Juan A. Pradère, Buenos Aires, 1914, p.70. 101 relaciones intertribales, sino que modificaría las bases de negociación con el gobierno provincial. Como se mencionó anteriormente, Calfucurá había participado del llamado realizado por Toriano para cruzar a las pampas con la expectativa de obtener ganado en las ricas praderas, ubicándose así su primer ingreso a mediados del año 1831. El segundo arribo a esta región se produjo a inicios de 1834, el cual también fue narrado cuando se describió la convocatoria que los boroganos realizaron a indios chilenos. Este viaje fue más largo y derivó en una fuerte confrontación con otros grupos indígenas. A partir de esta incursión, el cacique Calfucurá conoció Salinas Grandes, pudiendo comprobar el espacio de suma importancia que era -pues además de lugar de aprovisionamiento de sal, era el punto de convergencia de varias rastrilladas que vinculaban a distintas regiones-, así como la posición de preeminencia que otorgaría a quien lo controlara. Sin embargo, cabe recordar que, después de este segundo viaje y luego del ataque, Calfucurá y sus fuerzas se retiraron de la zona más allá del río Colorado. Recién a mediados del año 1837 se organizó una nueva coalición que reunió a 1700 indios, provenientes de las tribus de los jefes boroganos y ranqueles, a los que se agregaron, nuevamente, los caciques transcordilleranos de la región de Llaimá: Calfucurá y Guilipán. El ataque se produjo el 14 de agosto y fue rechazado por las fuerzas del fuerte de Bahía Blanca. Entre octubre de 1837 y enero de 1838 el gobierno bonaerense envió una expedición a Salinas Grandes con el objetivo de terminar con la agresión indígena; la misma logró desarticular la coalición invasora, produciéndose el ingreso al Negocio Pacífico de algunos grupos boroganos y el retiro de Calfucurá (de Jong y Ratto, 2008). Pero Calfucurá no dejaría pasar la oportunidad de ocupar el vacío de poder originado por el desmembramiento de los boroganos, máxime a sabiendas de la riqueza de las tierras que éstos habían poblado y de las posibilidades de mejorar la condición de su tribu al ubicarse en un área de gran valor político y comercial, como también aprovechando las oportunidades que brindaban las negociaciones con el gobierno provincial de obtener ganado y otros bienes a través de las raciones que formaban parte del Negocio Pacífico de Indios. Por ello, en junio de 1841, una coalición de 37 caciques encabezada por el propio Calfucurá se asentó de manera definitiva en Salinas Grandes. Poco después, el cacique inició contacto diplomático con el Gobernador e inmediatamente comenzó a recibir raciones mensuales de ganado, conformadas por 1.500 yeguas y 500 vacas (de Jong y Ratto, 2008). La nueva forma de manejar las relaciones diplomáticas entre ambos grupos, luego de que Calfucurá se estableciese en las pampas en 1841, transformaría no sólo los vínculos

102 establecidos por el Negocio Pacífico, sino también las bases del mismo. Esta diplomacia centrada en la figura de Calfucurá y la política de negociación llevada a cabo por el gobierno de Buenos Aires durante la década de 1840 hasta la caída de Rosas, será materia de análisis del próximo capítulo.

3.3. Conclusiones

Los años comprendidos entre 1829 y 1841 fueron escenario de vaivenes políticos y económicos para la provincia de Buenos Aires. En lo que se refiere al ámbito internacional en el cual se enmarcaron estos sucesos, se caracterizó en lo económico por una relativa estabilidad, mientras que las vinculaciones políticas y diplomáticas, en relación a la provincia de Buenos Aires y la Confederación, se vieron relegadas por las comerciales, siendo éstas de interés prioritario para los países europeos. Más allá de los continuos enfrentamientos que Rosas debió sobrellevar -los problemas en el Plata por el control político de la Banda Oriental, el refugio de exiliados opositores al rosismo en países limítrofes, la guerra con la Confederación Peruano- Boliviana (1838-1840), el bloqueo francés al puerto de Buenos Aires (1838-1840), los diversos conflictos interprovinciales como el de Berón de Astrada (1839) o el de la Coalición del Norte (1839)-, sumados a los movimientos opositores que buscaban desestabilizarlo -la conspiración de Maza (1839) y de los Libres del Sur (1839)- el régimen rosista logró salir airoso, más consolidado que antes, especialmente luego de 1839, año clave por la cantidad de focos disidentes que confluyeron durante el mismo amenazando el mantenimiento de un régimen que necesariamente debió redefinirse. La importancia de analizar los mencionados conflictos internos y externos radica, fundamentalmente, en que fueron condicionantes en la decisión de Rosas de pactar con los indios, pues era de máxima necesidad reducir la cantidad de frentes abiertos, ya que no se disponía de recursos suficientes; asimismo, obtener el apoyo de ciertas parcialidades indígenas, dotaba al gobierno provincial de una ayuda militar que muchas veces resultó determinante para el triunfo de la causa rosista. De esta manera queda claro que, si bien importante, tal variedad de frentes de conflicto no fue la única razón que llevó a Rosas a intentar pacificar la frontera con los indios. A su vez, la población indígena gozaba de una cantidad de habitantes nada desdeñable en comparación con la criolla, por lo que combatirlos exigía un gran esfuerzo, siendo, preferible contar con su apoyo mediante el pago de raciones que eran el costo de la paz, pero que permitían lograr un avance en las

103 tierras conquistadas, acompañado de un afianzamiento de la seguridad en las mismas. Es en esta serie de razones, pues, donde hay que buscar la explicación para comprender el por qué de la consolidación e institucionalización del Negocio Pacífico por parte del Gobierno provincial durante este período. Cabe también mencionar por qué los grupos indígenas buscaron un pacto con el gobierno bonaerense, ya que encontraron parcialmente la solución a algunos de sus problemas tanto en la entrega de raciones como en la protección ofrecida por Rosas. Muchos grupos indígenas no pudieron negarse a negociar, pues sus condiciones de vida se habían resentido considerablemente a causa de sequías y hambrunas, producidas tanto por inclemencias climáticas como por su desplazamiento hacia otras tierras, que muchas veces había sido determinado por el gobierno provincial, y otras debido a la amenaza de grupos de “tierra adentro”. De esta forma, la búsqueda de un pacto moldeó las relaciones interétnicas que se produjeron durante el período, las que constataron, para ambas sociedades, la capacidad que cada una de ellas tenía para vincularse con la otra, en busca de satisfacer sus respectivos intereses a través de las diversas negociaciones. Así, los parlamentos que buscaban la concertación de un acuerdo que estableciera las paces en la frontera revelaban su carácter mestizo, ya que en este espacio confluían prácticas de la comunicación diplomática tanto criolla como indígena, estableciendo así modos compartidos de relacionarse, como lo eran los actos de agasajo a los invitados, el carácter oral de las negociaciones, el envío de chasques, entre otros. Las prácticas de negociación indígena eran ampliamente conocidas por Rosas, quien supo adaptarse a dichos protocolos, priorizando así el carácter individuado que debían tener las vinculaciones. No sólo buscaba otorgar a las mismas un discurso familiar, caracterizándolas en términos parentales, sino que también las personalizaba a través de relaciones con diferente grado de intensidad. Por un lado, estaban los indios aliados, que mantuvieron relaciones amistosas con el gobierno y continuaron circunscriptos a sus territorios, aunque tenían los recursos suficientes para convertirse en un “potencial” enemigo. Estos grupos establecieron su norma de reciprocidad con las autoridades bajo la lógica de recibir raciones cuando se acercaban a la frontera a comerciar, a cambio de presentar información de “tierra adentro” y cumplir la promesa de no atacar estancias criollas. Por otro lado, los indios amigos (más cercanos a Rosas, por lo que se decía que eran amigos…de él) encontraron erosionada su autonomía al ser trasladadas sus tolderías dentro

104 del territorio provincial. Para estos grupos, la reciprocidad se configuró en los términos “ración-auxilio militar”, por la cual, a cambio de la entrega periódica de ganado, se comprometían a prestar ayuda militar al gobierno. Sin embargo, no deben reducirse estas vinculaciones a la percepción de raciones, ya que ellas sólo eran la expresión material del complejo entramado de relaciones en las que se insertaban el circuito reciprocitario. Este último encontró modificadas sus bases con el arribo y asentamiento definitivo de Calfucurá en Salinas Grandes. Este cacique transformó, en gran medida, el escenario tanto pampeano como fronterizo, pues cambió la manera en la que se habían producido hasta el momento las relaciones diplomáticas tanto interétnicas como intertribales, estableciendo una amplia red de contactos que se fortalecieron por lazos personales con pobladores de la campaña, tanto criollos como indígenas, lo cual será analizado en el capítulo próximo. Concluyendo, se plantea que a partir de la problemática fronteriza y los diferentes ámbitos de interacción, se conformó durante la década 1830, a través de la política seguida por Rosas -que combinaba la negociación, las concesiones y la coerción hacia las parcialidades indígenas- y los mecanismos de respuesta establecidos por los indios, un espacio donde confluyeron ambas culturas, las cuales iban transformándose y adaptándose a los nuevos espacios de interacción y las nuevas instituciones de comunicación, estableciéndose entre ellas verdaderas relaciones de carácter diplomático.

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4. CAPÍTULO III AUGE DE LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS INTERNACIONALES: DEL PERFECCIONAMIENTO DEL NEGOCIO PACÍFICO A LA CAÍDA DE ROSAS (1841-1852)

El presente capítulo se propone analizar y comprender los diferentes mecanismos utilizados por las sociedades criolla e indígena en su vinculación durante la década de 1840 hasta la caída de Rosas en 1852, entendido este contacto como un proceso que afectaba a ambas partes en un novedoso contexto de estabilidad dado por el asentamiento definitivo de Calfucurá en torno a las Salinas Grandes y por el fin de los conflictos internos que afectaron al régimen rosista durante el decenio anterior. Ahora bien, si una vez superados los conflictos que marcaron la coyuntura de 1839 y mantuvieron inestable toda la década de 1830, tanto las relaciones interprovinciales como el interior de la provincia de Buenos Aires se encontraron en armonía hasta Caseros, cabe preguntarse cuál fue el motivo por el que Rosas decidió mantener una política pacífica con los indios y no avanzar contra ellos, siendo que varios de sus frentes de conflicto se habían diluido y podía destinar más recursos a extender la frontera. Una de las posibles hipótesis podría ser que así como Buenos Aires y la Confederación estaban pacificadas, las relaciones intertribales también estaban logrando acuerdos que permitían una mayor organización de su fuerza conjunta bajo el liderazgo de Calfucurá; por ende, el gobierno provincial debió haber considerado la nueva dimensión de la amenaza indígena, la cual contaba con superioridad numérica -ahora organizada- frente al blanco, como también un mayor conocimiento del terreno, brindándole la posibilidad de atacar o escabullirse del enemigo con mayor precisión. Además, esta fuerza militar indígena funcionaba como un ejército auxiliar fiel a las tropas rosistas; por ello, combatir contra la misma la eliminaba como un grupo de apoyo frente a eventuales conflictos intra o interprovinciales, como también si el ejército bonaerense se destinaba a la frontera sur, esta desviación de recursos produciría que, en caso de un ataque externo a la provincia, ésta no tuviera cómo defenderse. En este marco, la política implementada por Rosas en el manejo de la cuestión indígena permitió el sostenimiento del modo de vida desarrollado por las tribus vinculadas al Negocio Pacífico; a su vez, estos grupos encontraron en la aceptación de aquellos acuerdos un medio para sostener sus circuitos económicos. En consecuencia, los intereses de cada uno de los actores se plasmaron en todos aquellos acuerdos de paz que se sucedieron en el período, cuyas negociaciones

106 demostraban la importancia de mantener las relaciones pacíficas para ambos grupos. Esta revigorización de las practicas diplomáticas fronterizas en un marco de paz, en gran medida se relacionaron con la voluntad de, como se mencionó, el gobierno bonaerense, pero también tuvieron su correlato en la sociedad indígena, pues Calfucurá sería quien cambie el modo de vincularse con el “huinca”34; de allí que el capítulo se inicie en 1841, año en que el cacique y su tribu se asentaron en Salinas Grandes. A lo largo del mismo se analiza cómo esta paz tenía un significado propio, siendo que diplomacia y comercio se entrelazaban, produciendo una vinculación cada vez más profunda entre ambas sociedades. En este sentido, cabe destacar que esta conexión no sólo afectó a nivel político-económico a criollos e indígenas, sino que también se produjo un mestizaje cultural (Ratto, 2004) en la frontera, el cual modificó creencias y prácticas para quienes estaban en contacto. El capítulo culmina con la caída de Rosas en la Batalla de Caseros en 1852, debido a que la política indígena modificaría, en los años siguientes, algunos de sus elementos característicos, como fue la pérdida de su principal interlocutor y que el pensamiento de las nuevas autoridades criollas no era concordante con mantener relaciones exteriores pacíficas con el indio, sino avanzar sobre sus tierras. De esta manera, el capítulo se organiza en tres partes; en primer lugar, se estudia el contexto político-económico imperante en la sociedad criolla; mientras que en la segunda parte se alude a la formación de las grandes jefaturas indígenas que se produjeron en estos años y a sus circuitos económicos. Por último, se analizan las relaciones diplomáticas entre ambos grupos, considerando que los intereses contrapuestos de cada uno de ellos, lo que podían obtener del otro y la posición de fuerza en la que se encontraban, fueron factores que moldearon las relaciones diplomáticas, apelando durante este período a las negociaciones y al trato pacífico.

4.1. El contexto interno e internacional

Las transformaciones económicas, políticas y sociales sucedidas a lo largo de la década de 1840 en el mundo, están transversalmente vinculadas con la revolución industrial que ya se había iniciado en Europa desde fines del siglo XVIII. Aunque, entre 1840 y 1850, los Estados Unidos y una gran parte de Europa, como Francia -que implementó estas innovaciones en menor escala y con posterioridad respecto de Inglaterra

34 Término proveniente del idioma mapudungún, en referencia a las personas de raza blanca. 107

-, probablemente habían cruzado o estaban ya en el umbral de la revolución, la transformación industrial del mundo que no hablaba inglés era modesta todavía, no difiriendo el mundo económico y social de 1840 al de 1788 (Hobsbawn, 2011). Estos cambios tecnológicos, asociados con la generación de energía, los instrumentos de producción, la tecnificación de la agricultura, la manufactura y los medios de transporte, fueron inducidos por los avances en materia de mecánica, física y química. En relación a ello, dos aspectos fueron primordiales: en primer lugar, el ferrocarril, que durante los años cuarenta experimentó su edad temprana, como innovación en el transporte permitió llegar más rápido a diversos puntos alejados, conectado así zonas que antes no tenían un contacto tan asiduo. En segundo término, el aumento demográfico que se venía produciendo en el mundo, que estimulaba la economía, como también ofrecía más trabajadores y consumidores, permitiendo así contar con los recursos humanos necesarios para concretar la revolución industrial en curso (Hobsbawn, 2011). Gran Bretaña fue el país que lideró este proceso, cuyo ritmo de desplazamiento de la empresa manufacturera a la fábrica dotada con tecnología innovadora se dinamizó, a causa de las exigencias del crecimiento del mercado interno y por las necesidades de cubrir el internacional, pues para los comerciantes y empresarios británicos la única ley era comprar en el mercado más barato y vender sin restricción en el más caro, lo que estaba transformando al mundo (Hobsbawn, 2011). De esta manera, una consecuencia de la tecnificación de algunos procesos productivos fue el incremento en el consumo de materias primas -como el algodón, la lana y el cuero para el desarrollo de las industrias textil y del calzado-, algunas de las cuales podían ser ofrecidas por las provincias rioplatenses. Rosas aceptó esta situación que se le presentaba en el ámbito internacional; basando así la inserción de la economía porteña en un sistema de división internacional del trabajo, que imponía una concentración extrema en el sector primario exportador, supo crear en su marco una base financiera para el Estado de Buenos Aires, lo que le permitió al régimen perdurar en el poder (Halperín Donghi, 2005). Por ende, Rosas advirtió desde el comienzo que en un clima internacional marcado por la escasez de capitales35, y gobernando un Estado que no podía contar con los recursos necesarios para cambiar su estructura económica, la solución posible era una expansión en extensión debido a la abundancia de tierras vacías (Halperín Donghi, 1989). La

35 Los préstamos e inversiones a gran escala por parte de Gran Bretaña recién llegarían en la segunda mitad del siglo XIX, por el momento la potencia europea se vinculaba comercialmente con América Latina, fundamentalmente teniéndola como mercado consumidor y, crecientemente, como proveedora de materias primas. 108 maduración de este modelo económico tuvo como resultado una mayor vinculación entre el gobierno provincial y el gran comercio exportador-importador, fruto del reconocimiento de que el futuro del Estado porteño estaba ligado al de su economía exportadora (Halperín Donghi, 2005). A pesar de ello, el ejército tuvo un papel tanto más decisivo en la consolidación del Estado; en correspondencia, el aparato administrativo de la guerra y represión consumía amplios márgenes del presupuesto estatal. Tanto es así que, cuando Rosas accedió al poder en 1829, lo hizo con el apoyo de las milicias; pero ya en 1841 había logrado una fuerza regular de servicio permanente, es decir, una masiva tropa de línea (Fradkin y Gelman, 2015). El perfeccionamiento del aparato represivo le permitió al régimen sobrevivir de su progresivo aislamiento, ya que para estos años había logrado distanciarse de los distintos sectores sociales con los que se había identificado en el pasado (Halperín Donghi, 2005). Sin embargo, esta militarización progresiva llevada a cabo por el rosismo entraba en tensión con el modelo de ganadería ovina -para la exportación de lanas- que se estaba desarrollando. El reclutamiento para el ejército entre peones rurales o gauchos, acentuaba las dificultades para conseguir mano de obra para las estancias (Fradkin y Gelman, 2015). A raíz de las levas masivas que se realizaban, las deserciones fueron en aumento con el correr de la década; sin embargo, eran cada vez más penalizadas, no con la pena de muerte pero sí con castigos corporales, en cuya sentencia a veces Rosas intervenía directamente. Además, esta extensión de la administración de justicia y su carácter represivo no sólo afectaba a los sectores sociales más bajos, sino que también fueron aplicados a los más ricos de la provincia. La persecución política durante estos años tomó la forma de embargo de bienes a aquellos sospechados de unitarios, suponiendo con esto un disciplinamiento de las clases propietarias (Fradkin y Gelman, 2015), pues luego de los sucesos producidos en 1839, Rosas abandonaría su postura deferente con quien no le tributara una adhesión sin reticencia. Los embargos crearon un sistema de abastecimiento que permitió al gobierno prescindir de la clase terrateniente, como también atenuar los efectos negativos de la paralización mercantil sufrida durante los bloqueos: posibilitó al gobierno fomentar el empleo público para el cuidado del ganado requisado, el cual se usaría para alimentar al ejército y para la entrega de las raciones a los indios amigos (Halperín Donghi, 2005). A través del embargo de bienes, el rosismo lograba privar de recursos a sus enemigos; ya que, por medio de ellos, Rosas no buscó defender los intereses de los hacendados como grupo, sino de aquellos que le eran más cercanos y de los colaboradores

109 del régimen. De esta manera, los embargos influían en tres dimensiones: tenían una motivación política, una implicancia económica y consecuencias sociales (Zubizarreta, 2012). A pesar de este castigo a la disidencia, la guerra, para los unitarios, continuaba desde las plumas y la prensa gráfica. Sin embargo, las batallas y las campañas eran cada vez menos unitarias pero más antirosistas: el enemigo “todopoderoso” parecía servir de factor de cohesión, aliando a exiliados del unitarismo, a federales liberales y a miembros de la Joven Generación36; siendo liderado, en esta década, el centro neurálgico del antirrosismo desde Montevideo por Florencio Varela (Zubizarreta, 2012). En cuanto a la Confederación, luego de 1841, el orden y la paz alcanzados en Buenos Aires se extendieron a ella, como también la unanimidad federal, la cual fue impuesta por el terror porteño, que ya no ofrecía coyunturas a oponerse tampoco a los gobernantes interiores (Halperín Donghi, 1989). Más allá de la instauración de esta pax rosista en la Confederación, hay una provincia que persistió oponiéndose al régimen: Corrientes. Aunque la disidencia correntina parecía sometida, en 1843, una alianza de caudillos locales liderada por los hermanos Madariaga restableció un gobierno en esa provincia opuesto al Gobernador de Buenos Aires. Sin embargo, el eje principal de la confrontación se desplazó al territorio de la Banda Oriental; donde el caudillo Manuel Oribe inició el Sitio de Montevideo, que se prolongaría hasta 1851 y cuyo sostenimiento iba a depender casi completamente de los hombres y los recursos que le suministraban Urquiza y, sobre todo, Rosas con el objetivo de derribar al gobierno que protegía a sus opositores (Fradkin y Gelman, 2015). En cuanto al caudillo entrerriano, mantuvo a su provincia aliada con Buenos Aires, lo cual la favoreció porque le permitió formar, durante la década de 1840, un ejército poderoso. El surgimiento de Entre Ríos como centro de poder militar, sumado a su aumento de peso demográfico y económico, comenzó a ser un peligro para la hegemonía regional de Buenos Aires (Halperín Donghi, 1989).

36 También conocida como Generación del ‘37, fue un conjunto de escritores, publicistas y hombres de Estado que, en muchos casos desde el exilio en Santiago o Montevideo durante el régimen rosista, constituyeron el primer movimiento intelectual con un propósito de transformación cultural totalizador, centrado en la necesidad de construir una identidad nacional. Las figuras principales del movimiento fueron Esteban Echeverría (1805-1851), Juan Bautista Alberdi (1810-1884), Juan María Gutiérrez (1809-1878), Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), Vicente Fidel López (1815-1904), Bartolomé Mitre (1821-1906), José Mármol (1807-1882) y Félix Frías (1816-1881). Este grupo se institucionalizó en el Salón Literario de 1837, la Asociación de la Joven Argentina, la Asociación de Mayo y las redacciones compartidas de algunos periódicos de ideas. Para más detalles, véase Myers, Jorge, “La revolución en las ideas: La generación romántica de 1837 en la cultura y la política ”, en Noemí Goldman (comp.), Nueva historia argentina. Tomo 3. Revolución, República, Confederación (1806-1852), Sudamericana, Buenos Aires, 2005, pp. 381-445. 110

Así, la situación de la región para mediados de la década de 1840 era de una gran prosperidad económica, especialmente en el Litoral y en Buenos Aires; una Confederación pacificada al igual que la campaña bonaerense y una oposición diezmada. Esta relativa tranquilidad, permitía que las fuerzas militares en constante expansión pudieran destinarse a aplacar la disidencia correntina y sostener el sitio de Montevideo. Así, para marzo de 1845, el triunfo de Oribe con el apoyo de las fuerzas porteñas se veía consumado, pues las fuerzas de su adversario, Fructuoso Rivera, habían sido completamente derrotadas en la Batalla de India Muerta y la flota de la Confederación bloqueaba el puerto de Montevideo. Pero fue en ese momento cuando los vencidos solicitaron ayuda internacional: sólo la presencia de las tropas británicas y francesas impediría la caída de la ciudad, las cuales declararon el bloqueo del puerto de Buenos Aires, que se extendió desde 1845 a 1848. La intervención de las fuerzas anglo-francesas pretendía resguardar de la hegemonía plena de Buenos Aires el equilibrio rioplatense, pues si no se eliminaba la influencia porteña sobre el Estado oriental, cuando Oribe asumiera como presidente se crearían condiciones muy propicias para su incorporación a la Confederación Argentina. Otro aliciente para producir el bloqueo fue el presionar a Buenos Aires para la apertura a la navegación de los ríos interiores, como también buscaba proteger a los sectores mercantiles británicos de Buenos Aires, preocupados por la situación. Este último punto coincidía con uno de los intereses montevideanos: la ruina del sistema político que había asegurado la hegemonía de Buenos Aires sobre las provincias litorales (Halperín Donghi, 1989). Sin embargo, este bloqueo causaría menos efectos que el anterior, porque en la práctica nunca se produjo de manera estricta: bloqueados, bloqueadores y sitiados montevideanos hallaron un modus vivendi que satisfacía a todos: pese al bloqueo, barcos ultramarinos llegarían a Buenos Aires previo paso y pago de derechos por Montevideo; así el comercio de Buenos Aires subvencionaba al gobierno que defendía de las tropas porteñas al puerto rival (Halperín Donghi, 1989). Asimismo, otro punto que redujo los efectos negativos del bloqueo fue que en esta oportunidad el ejército ya estaba conformado, no como en 1837-1840, cuando Buenos Aires debió volver a armar, bajo las limitaciones del bloqueo, un fuerza militar capaz de actuar fuera del territorio de la provincia. Si se comparan las cifras, puede visualizarse que entre 1835-1836 y 1837-1840 el promedio anual de remuneraciones militares creció en un 86,49%, mientras que en 1845-1848alcanzó al 41,85% (respecto al cuadrienio 1841-1844); asimismo, si el de los gastos en vestuario y armamentos sufrió un aumento del 367,14% durante 1837-1840, en

111 los años del bloqueo anglofrancés alcanzó una suma de sólo el 72,37% de lo gastado en el primer cuadrienio. Esto es resultado de que, entre los dos bloqueos, nunca se ha desmovilizado el ejército que había tenido que organizarse en la anterior emergencia, utilizándose estos años para reequiparlo (Halperín Donghi, 2005). El escaso éxito que tuvo la intervención no hizo más que enaltecer la figura de Rosas, que se coronó con prestigio a partir del enfrentamiento que se produjo el 20 de noviembre de 1845 en la Vuelta de Obligado, un recodo donde se angosta el río Paraná en el actual partido de San Pedro. A pesar del triunfo de las fuerzas europeas, cuando la flota invasora logró remontar dicha vía fluvial, debió soportar el hostigamiento de las fuerzas rioplatenses a lo largo del trayecto, como ocurrió en El Tonelero (actual partido de Ramallo), San Lorenzo y Angostura del Quebracho (provincia de Santa Fe). Contra lo que las fuerzas anglo-francesas esperaban, no lograron concitar la simpatía de la población ribereña, la cual no adquirió las mercaderías ofrecidas en los distintos puertos provinciales, llevando así al fracaso de la empresa comercial, pues la mayor parte de lo que portaban quedó sin colocar. De este modo, el combate de la Vuelta de Obligado constituyó una victoria pírrica para los anglofranceses y una derrota honrosa para los argentinos. Por lo que, a partir de los resultados magros del bloqueo, fue que estos gobiernos decidieron negociar con Rosas, firmando así los tratados Arana-Southern con Gran Bretaña, en 1849, y Arana-Lepredour con Francia, en 1850, que no sólo pusieron fin a la intervención, sino que también reconocieron que la libre navegación de los ríos interiores era una cuestión de soberanía interna de la Confederación. A su vez, los intereses de los comerciantes británicos de Buenos Aires y sus vinculaciones en Londres, que se estaban viendo afectados por esta política europea, colaboraron activamente para resquebrajar la coalición anglo-francesa y provocar el levantamiento del bloqueo; por otro lado, para aquellos que esperaban que la intervención acabara con el régimen rosista, el resultado fue frustrante (Fradkin y Gelman, 2015). En suma, durante los años de 1845 a 1848, el Estado rosista logró aclimatarse a la guerra permanente, por ende la economía productiva debía sostener a la milicia. Este engranaje entre economía y ejército traía consigo una solución peligrosa, pues al hacer compatible la guerra con el desenvolvimiento de las fuerzas productivas de la economía, se normalizaba y transformaba en rutina lo que comenzó por ser una anomalía. Pero este estilo político, que requería como instrumento la guerra permanente, resultó cada vez menos fácil de justificar luego de 1848, debido a que si la tranquilidad ya se había

112 alcanzado, se juzgaba que la economía productiva sería capaz de expandirse aún más rápidamente en un contexto pacífico (Halperín Donghi, 2005). A partir de esta pacificación alcanzada, y a causa de que el terror del período 1840- 1842 había sido desarticulado -por ejemplo, en 1846, se disolvió la Mazorca-, desde el exilio, muchos unitarios comenzaron a pedir desembargos (Zubizarreta, 2012).No obstante, Rosas se ocupó de mantener siempre en estado de alerta a todos aquellos que violasen la santidad de la Federación, la cual no tenía, desde su perspectiva, sólo implicancias políticas sino que suponía la preservación de todo el orden social. Por ello, estaba dispuesto a reafirmar, cada vez que pudiera, su voluntad de presentarse como defensor y garante de las “sanas costumbres”, reafirmando así la centralidad de su figura, pues no quería dejar dudas de que las decisiones las tomaba él, y que ni siquiera los miembros de la élite, cuando faltaran al orden y la moral, quedarían al margen de sus represalias (Fradkin y Gelman, 2015). Una clara muestra de ello fue el episodio que llevó a la pena de muerte a Camila O’Gorman y su amante, el cura Ladislao Gutiérrez. La fuga de los enamorados fue considerada un crimen escandaloso, utilizado a favor por parte de la prensa opositora. Refugiados clandestinamente en Goya, Corrientes, fueron apresados y remitidos a Buenos Aires. Más allá de que, en su declaración, Camila ostentaba un pañuelo punzó, ambos fueron remitidos a Santos Lugares y Rosas ordenó su fusilamiento en un oficio que redactó personalmente. El Gobernador nunca negó que la decisión había sido suya e incluso sostuvo que nadie había influido sobre él (Fradkin y Gelman, 2015). A pesar del éxito del orden rosista, tanto en lo político como en lo económico, no pudo eliminar las quiebras dentro de su sistema. Por un lado, mantener la militarización constante, aún en tiempos de armonía, llevó a que la economía que la sostenía encontrara un límite: se reclamaba un cese de las levas para no competir con el Estado por la escasa mano de obra y también se consideraba que los tiempos productivos más prósperos vendrían con la paz. Pero esto no coincidía con los planes del gobierno rosista: cuando ya el bloqueo anglofrancés había terminado, y también el conflicto de Montevideo, en 1851, Rosas utilizaría la búsqueda de la sumisión del Paraguay para continuar con su ciclo guerrero. Por otro lado, se advertía un desgaste cada vez mayor entre el resto de las provincias y Buenos Aires por los ingresos de la Aduana, debido a que la fuerte expansión de exportaciones e importaciones que se refleja en las cifras de 1849-50 no ha sido posible solamente a causa de la de la economía pastoril porteña, sino también -según denuncian las

113 provincias- del tributo fiscal que gracias a su preeminencia mercantil, Buenos Aires extrae de las demás (Halperín Donghi, 2005). De esta manera, a fines de la década del cuarenta, las ventajas para Buenos Aires de un régimen que se proponía seguir absorbiendo y manteniendo a costa del fisco una parte significativa de la fuerza de trabajo, ocupándola en empresas militares de necesidad discutible, son cada vez menos evidentes, y más aún, para las restantes provincias esas ventajas son inexistentes (Halperín Donghi, 2005). Con el aumento de estas diferencias, fue Florencio Varela quien descubrió la grieta por la que habría de quebrarse la hegemonía rosista: las tensiones entre Buenos Aires y el Litoral, que lograría reunir un bloque más homogéneo contra Rosas bajo la aspiración común de la libre navegación de los ríos (Halperín Donghi, 1989). El fin de la guerra oriental amenazaba la continuidad del ascenso entrerriano; siendo después de ella previsible un reajuste de las relaciones entre Buenos Aires y el Litoral. Como ya se mencionó, la situación de las provincias litoraleñas, en especial de Entre Ríos, había cambiado notoriamente luego de la conclusión de las guerras civiles que la asolaron durante las décadas pasadas, como también ser una aliada confederal de Buenos Aires a lo largo de los años 40 le permitió un desarrollo progresivo de su economía, población y ejército, cuya fuerza militar era la segunda de la Confederación. Por otro lado, luego de la firma de los tratados que culminaron con el bloqueo anglofrancés, Buenos Aires y el imperio brasileño quedaron libres para enfrentarse por la Banda Oriental. La pretensión de Brasil era mantener asegurada su provincia más meridional, Río Grande do Sul, y lograr la libre navegación del río Paraná (Ternavasio, 2009). Así, a comienzos de 1851, las tensiones latentes confluyeron en un conflicto abierto, que se inició con el rompimiento de relaciones entre la Confederación y Brasil. A partir de ese momento, los hechos se precipitaron: Urquiza envió una circular a las provincias anunciando su rebelión y el 1° de mayo daba a conocer su pronunciamiento. Con este, el Gobernador de Entre Ríos aceptaba literalmente la renuncia, tantas veces presentada a modo de estrategia por Rosas, en la que declinaba la representación de las relaciones exteriores de la Confederación. Urquiza reasumió tales facultades y, consciente de que éste gesto significaba una declaración de guerra al régimen, esperaba que el resto de las provincias se le unieran. Pero sólo Corrientes se adhirió, mientras que las respuestas que aparentaban un rechazo llegaban desde el resto de las provincias (Ternavasio, 2009). Dos sucesos terminaron por precipitar los hechos: primero, entre julio y septiembre de 1851 los ejércitos entrerriano y brasileño comenzaron la invasión del territorio oriental,

114 provocando la defección de las tropas sitiadoras de Montevideo; y segundo, a fines de 1851 el “Ejército Grande Aliado de Sud-América”37 cruzaba el Paraná, provocando el pronunciamiento de Rosario y Santa Fe a su favor y contra Rosas; y pocos días después, ya en territorio porteño, lo haría San Nicolás. Sin embargo, a medida que avanzaba sobre la campaña bonaerense, Urquiza no lograba concitar adhesiones, sino que afrontó una amplia hostilidad, pero que no se tradujo en acciones abiertas de resistencia (Fradkin y Gelman, 2015). De esta forma, la marcha del “Ejército Grande” hacia Buenos Aires no tuvo mayores contratiempos, mientras Rosas los esperaba en el campamento de Santos Lugares. El 3 de febrero de 1852, casi cincuenta mil hombres se enfrentaron en la Batalla de Caseros, en la cual las tropas de Rosas no pudieron resistir el ataque del ejército comandado por Urquiza, que logró una victoria rápida, con alrededor de doscientas bajas. La contundente derrota del ejército de Rosas condujo a que se embarcase inmediatamente hacia Inglaterra, donde su exilio se prolongaría hasta su muerte, en 1877 (Ternavasio, 2009). En esta coyuntura, la escasa resistencia por parte de los sectores populares que habían formado la base del poder rosista, se puede interpretar bajo “el desvanecimiento de la pasión federal” (Fradkin y Gelman, 2015), producto de la desmovilización política que había marcado la década de 1840y que era causa de una creciente debilidad del régimen (Halperín Donghi, 1989). Pocas horas después de culminada la Batalla de Caseros, la ciudad de Buenos Aires fue saqueada por soldados dispersos de uno y otro bando, mientras Urquiza establecía su comando general en Palermo. Resulta paradójico que se repitiera, en 1852, el mismo esquema que en los sucesos de 1820 que habían permitido el ascenso político-militar de la figura de Rosas; ahora su caída era seguida por una extrema violencia represiva, y en ambos casos, esta contribuyó al establecimiento de un nuevo orden, signado por una gran brecha social entre la élite -cuyos miembros eran quienes dominaban la escena política- y las masas urbanas y campesinas (Fradkin y Gelman, 2015).

37 Cuerpo militar compuesto por 30.000 hombres, en cuya alianza se unieron los gobiernos de las provincias de Entre Ríos y Corrientes, el gobierno de Río de Janeiro, el gobierno de Montevideo y algunas divisiones porteñas al mando de jóvenes oficiales emigrados unitarios; formado con el objetivo de derrocar al régimen rosista. Resulta interesante observar en qué medida las provincias confederadas actuaban como Estados soberanos, firmando acuerdos, en este caso un tratado militar, en igualdad de condiciones con otros países, como la República Oriental y Brasil. Esto, asimismo, permite dar cuenta a la vez que contribuye a comprender hasta qué punto las relaciones interprovinciales, como así también las del Gobierno de Buenos Aires con los indios, adoptaron durante ese periodo el carácter de relaciones diplomáticas internacionales. 115

4.2. Contexto de la sociedad indígena

En contraste con la década anterior, la situación intertribal de la pampa y la Patagonia en los años 40 atravesó un período de relativa calma, propiciada por la vinculación producida por los circuitos económicos, como también por la conformación de las grandes jefaturas indígenas, que centralizarían la negociación con el gobierno criollo en determinados interlocutores válidos, personajes que con el tiempo supieron utilizar su posición para acrecentar su poderío. Asimismo, a partir de la desarticulación de la agrupación borogana, la neutralización de los ranqueles y el asentamiento de Calfucurá en Salinas Grandes, fue que las tribus delimitaron su ubicación geográfica, que se mantendría estable durante todo el período, tomando forma los grandes cacicatos pampeanos; serían ésas las tierras por las cuales entrarían en conflicto con el blanco, cuando el avance criollo cobró nuevo vigor en los años posteriores a Caseros. Para los indígenas, los lugares más importantes eran Masallé, Leuvucó, Chilihue (o Laguna Chiloé) y Carhué (Mapa N°2). Salinas Grandes y Leuvucó eran puntos estratégicos, avanzadas hacia el norte y el este, que contaban con aguadas y ricos pastos, oasis en medio de campos dificultosos; estas “capitales pampas” constituían lugares apropiados como punto de partida o como refugio, en caso de derrota para los malones (Yunque, 2008).

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Mapa N°2: Localización de los lugares más importantes para los indígenas en la década de 1840

Nota: los territorios arriba mencionados fueron marcados con la siguiente referencia en el mapa. Extraído de Juárez, Ramiro, “El tesoro oculto en la pampa: El archivo del gran cacique”, Seminario de investigación bibliotecológica, 2014, p. 19.

Asimismo, Carhué era considerado como “la llave” del territorio salinero y los mismos indígenas así lo creían, de allí la advertencia que Calfucurá le hizo a su hijo de no permitir que “Carhué caiga bajo poder de los huincas”. De esta forma, quien controlase Salinas Grandes tendría para sí un sitio privilegiado por las riquezas naturales, por los campos para el pastoreo de ganado y por ser centro de cruce de rastrilladas en donde se realizaban periódicamente encuentros comerciales (Ratto, 2011). En las sucesivas intervenciones que Calfucurá había realizado a lo largo de la década de 1830, pudo comprender la importancia de poseer el dominio de ésta región, de allí que se mantuviera a la expectativa de la caída de los boroganos para ocupar su lugar. Así, en junio de 1841, los caciques Calfucurá y Namuncurá, acompañados por 37 caciques y con “500 indios de lanza, 100 de machete y bola y 100 muchachos para arrear” se asentaron en dicho espacio (Ratto, 2011). Ubicado cerca de las Salinas Grandes, controlaba las tierras de pastoreo del suroeste de la actual provincia de Buenos Aires -

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Carhué- y la zona de médanos y valles del este de La Pampa, por las que pasaba una red de caminos cuyo eje central era la “rastrillada de los chilenos”; como también podía desde allí controlar la obtención de sal, esencial para el tratamiento de cueros y carnes (Mandrini, 2008). Pasando al extremo austral de la provincia, los jefes tehuelches Cochichochi y Sacao habitaban los campos al sur de Patagones, junto con los caciques que, años anteriores, habían sido enemigos de la provincia: Cheuqueta y Chocorí. El gobierno había logrado establecer relaciones pacíficas con ambos, por lo que acudían a Patagones para comerciar y recibir obsequios y raciones (Ratto, 2011). Hacia el norte, en la pampa central, controlando Leuvucó, se ubicaban los ranqueles, regidos por el linaje de los Güor o “zorros”, quienes sufrían, desde fines de la década de 1830, un momento de gran precariedad económica. Ante esta situación, la influencia de los ciclos climáticos era un factor de peso, pues podía provocar tanto abundancia como escasez de agua. Los efectos de las inundaciones eran tan graves como los de las sequías, que provocaban una baja en la productividad animal, el secado de los pozos, y la aparición de plagas y epidemias (Ratto, 2011). En la región cordillerana, que se extendía desde el sur mendocino hasta la zona del lago Nahuel Huapi, tres cacicatos controlaban los estratégicos pasos andinos: al norte, el de Purrán; en la zona central, el de Reuquecurá -hermano de Calfucurá-; y, al sur, el de Sayhueque (hijo de Chocorí), que sería conocido más adelante como el “gobierno de las manzanas” (Mandrini, 2008). Por último, había grupos de indios ubicados en las cercanías de la mayor parte de los fuertes instalados en la frontera bonaerense. Así, en Federación se encontraba un grupo ranquel que respondía al cacique Llanquelen; en 25 de Mayo, los diezmados boroganos; en el sur, los grupos pampas de Catriel y Cachul por Tapalqué y los restos de la agrupación de Venancio en Bahía Blanca; mientras quien fuera su segundo, Collinao, tras el asesinato de aquél en 1836, se había relocalizado en Chapaleufú y, más tarde, pasó a constituir una unidad de lanceros adjunta al regimiento de Blandengues asentado en Bragado (Ratto, 2011). La formación y desarrollo de los grandes cacicatos mencionados se sostuvo a partir de la organización económica de los mismos en dos circuitos complementarios pero bien diferenciados, articulados en virtud de un complejo sistema de intercambios. El primero de ellos se relacionaba con el movimiento de ganado a gran escala hacia las tierras cordilleranas; abarcando también el conjunto de actividades vinculadas a tal circulación y

118 los intercambios derivados, esta empresa ganadera era la que proporcionaba las mayores riquezas al mundo indígena, en especial a los caciques y jefes que organizaban los grandes malones (Mandrini, 2008). A este circuito lo complementaba otro, que abarcaba un conjunto diversificado de actividades destinadas en su mayoría a contribuir a la subsistencia de las tolderías, satisfaciendo sus necesidades: pastoreo en pequeña o mediana escala de rebaños muy variados (caballos, ovejas, algunas vacas, cabras), caza, recolección de frutos y semillas y agricultura se combinaban, para adaptarse a las variadas condiciones ecológicas de la región. A estas actividades se sumaba una importante producción artesanal, en especial de tejidos, talabartería y platería. De esta manera, los excedentes de esta producción doméstica -cueros, pieles, plumas, artículos de talabartería, ponchos y mantas tejidos- eran comercializados por el indio en las fronteras criollas (Mandrini, 2008). William Mac Cann, negociante inglés que llegó al país en 1842 y se dispuso a recorrer las pampas para conocer su economía, población y modo de vida en la campaña; publicó en 1853 las experiencias de viaje en un libro titulado «Viaje a caballo por las Provincias Argentinas». Su travesía también involucró contactos con los indios asentados en Tapalqué y Azul, y en el relato de sus vivencias puede encontrarse aquello que se mencionó respecto al comercio entre ambas sociedades en la frontera criolla, sosteniendo así la importancia que también tenía este circuito en el modo de reproducción social indígena. Así, Mac Cann cuenta que

al encontrarme también con un indio que, según supe después, formaba parte de un grupo llegado de las inmediaciones de Tapalquén para comprar yeguas destinadas al consumo. La carne de ese animal es el alimento preferido de los salvajes y pueden comprarla muy barata, sobre todo tratándose de yeguas viejas, porque los nativos no se sirven de ellas para montar y el gobierno exige una licencia especial para matarlas. Los indios traen sal, que recogen en las salinas, y también ponchos, riendas y otras manufacturas con que trafican. Cambian de ordinario un saco de sal de treinta libras, por una yegua, por un poncho suelen obtener hasta quince o veinte de esos animales. Estos indios habían hecho ya su negocio y se aprestaban a volver a sus toldos con unas doscientas cincuenta yeguas de toda clase (Mac Cann, 1853:63-64).

A su vez, también añade:

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El pueblo está destinado a depósito mercantil para todas las tribus que vagan por las inmediaciones. Los indios vienen a él con sus productos que consisten en pieles de animales y en prendas de vestir, tejidas de lana, que cambian por bujerías, herramientas y quincalla (Mac Cann, 1853:89).

En consecuencia, las características de esta economía constituyeron el cimiento de la estructura social indígena, de la división social del trabajo y de los criterios de riqueza y prestigio, entre otros (Mandrini, 2008). Respecto a cómo se dividían las tareas en las tribus, Mac Cann comenta:

En varios toldos vi mujeres que tejían; el trabajo es engorroso y largo porque hacen pasar el hilo a través de la urdimbre, con los dedos (…) Los indios varones suelen trabajar en las estancias, pero nunca las mujeres (Mac Cann, 1853:90).

Asimismo, ampliando los trabajos desarrollados por las mujeres, escribe que

Las mujeres hilan y tejen prendas de vestir, tanto para ellas como para sus maridos e hijos; cargan a la espalda la leña y el agua, atienden a todos los trabajos domésticos, cuidan de los recados y riendas; son, en rigor, las esclavas abyectas de los hombres y vense(sic.) obligadas a sobrellevar los trabajos más fatigosos. Esta vida de ruda labor, no obsta, sin embargo, a que procreen con la mayor felicidad (Mac Cann, 1853:107).

Como ya se mencionó, la prosperidad de los circuitos económicos sostenidos por las tribus fue lo que posibilitó la formación de las grandes jefaturas. Una de ellas fue la de Catriel, hijo de Casuel, era el fundador de la dinastía catrielera de los indios llamados “pampas”, asentados en los pagos de Tapalqué. La coyuntura lo presionó a tener que decidir una jugada estratégica que le permitiera reacomodarse en el cambiante tablero político de la época; y aunque ello le ocasionaría conflictos con las parcialidades que mantuvieron posiciones más intransigentes, se inclinó hacia una política de acercamiento a los blancos. Como se analizó en el capítulo anterior, a raíz de sus efectivas muestras de

120 fidelidad al gobierno criollo, Rosas lo convirtió en un personaje aceptable para la sociedad porteña, amigo y defensor del régimen y presto a apoyarlo ante la menor dificultad (Irianni, 2006). Catriel no sólo era para Rosas un jefe confiable, sino que se había convertido en modelo y referencia cuando debía acercarse a otros caciques. El prestigio del cacique era reconocido incluso entre otros indios; así en una cláusula del Tratado de Paz con Painé en 1840 se dice: “puede venir Painé o algunos caciques a Tapalqué a verse con Catriel y demás caciques amigos míos, para oír de bocas de ellos quién soy” (Irianni, 2006:146). Esa amistad entre el jefe indio y el Gobernador, se traducía en los bienes que el Estado entregaba a Catriel en forma periódica. Cabe resaltar que no todos los caciques recibían asiduamente raciones, algunos sólo las percibían esporádicamente, y éstas eran de lo más variadas: según un listado de 1845, una ración constaba de bebidas alcohólicas (ginebra, caña y vino), pan, arroz, azúcar, yerba paraguaya, tabaco negro, jabón, mantas de paño y distintas prendas de vestir (calzoncillos de lienzo, camisas, pañuelos y un sombrero de felpa); tiempo después se agregaron ollas y pavas de hierro, pliegos de papel y baldes, entre otros (Irianni, 2006). Los ranqueles constituyeron también uno de los conglomerados más numerosos, agresivos y temibles. Fallecido Yanquetruz, dejó en su testamento que le sucediese su hijo Pichuín, pero como éste no era guerrero como Painé, debió cederle el cacicazgo a este último, que gobernó hasta 1847, año en que lo sustituyó primero su hijo Calvain y luego el hijo de éste, Paguitruz -también llamado Mariano Rosas-. Durante los tiempos en que Painé ejerció su cacicazgo, los ranqueles se mantuvieron en relativa paz con Buenos Aires, aunque siguieron maloneando en las fronteras de otras provincias. Por esto, su hijo Paguitruz, en una expedición contra un cacique ranquel sublevado, Huanhuelén, cayó prisionero y fue llevado a Rosas, quien lo tuvo de rehén en su estancia “El Pino”. Como ya se mencionó en el capítulo anterior, los vínculos entre miembros de ambas sociedades se producían mediante los lazos fraternales, de allí que mientras Paguitruz estuvo cautivo fue bautizado como Mariano Rosas, convirtiéndose en ahijado del Gobernador. De esta manera, se buscaba demostrar las intenciones pacíficas que el gobierno tenía en el trato con el indígena (Yunque, 2008). Al huir Mariano Rosas -Paguitruz- de la estancia “El Pino”, Rosas le escribió una carta, acompañada con un regalo de vacas, toros, caballos, un apero, “vicios”, un uniforme de coronel y cintas coloradas. En ella escribía

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Mi querido ahijado: no crea usted que estoy enojado por su partida, aunque debió habérmelo prevenido para evitarme el disgusto de no saber qué se había hecho. Nada más natural que usted quisiera ver a sus padres, sin embargo nunca me lo manifestó. Yo le habría ayudado en el viaje haciéndolo acompañar. Dígale a Painé que tengo mucho cariño por él, que le deseo todo el bien, lo mismo que a sus capitanejos e indiadas. Reciba ese pequeño obsequio que es cuanto por ahora le puedo mandar. Ocurra a mí siempre que esté pobre. No olvide mis consejos, porque son los de un padrino cariñoso, y que Dios le dé mucha salud y larga vida. Su afectísimo, Juan Manuel de Rosas. Posdata: Cuando se desocupe, véngase a visitarme con algunos amigos (Yunque, 2008:306).

Más allá de la benevolencia de Rosas que sugiere esta carta, Mariano Rosas se abstuvo de ir a visitar a su padrino, puede que en ello haya repercutido su recuerdo de los grillos que llevó en Palermo y los trabajos de peón en su estancia “El Pino”. Sin embargo, cuando fue su tiempo de ejercer el liderazgo ranquel, el ahijado de Rosas utilizó esta carta para cobrar importancia entre los suyos (Yunque, 2008). Otro de los grandes cacicatos que se consolidó en los años cuarenta fue el de Calfucurá, al que puede atribuírsele el mayor poderío que pudo alcanzar un jefe indio durante este período. Debe tenerse en cuenta que cuando Calfucurá decidió ocupar Salinas Grandes no tenía potenciales enemigos, pues habían sido diezmados en la década pasada, por lo cual intentó, con bastante éxito, establecer alianzas con la mayor parte de estos grupos (Ratto, 2011). Tanto el aplacamiento de los ranqueles como el desmembramiento de los boroganos no habían sido sólo consecuencia de la acción de las fuerzas provinciales, sino que también habían influido los conflictos intertribales que afectaban al área pan araucana, en los cuales la participación de Calfucurá no había sido secundaria. Por lo que, como afirma Ratto (2004), puede que haya existido una estrategia por parte del cacique huilliche en pos de liquidar los posibles rivales que debería enfrentar en las pampas, antes de instalarse en las mismas. Ya desde la década anterior, los territorios cercanos a la frontera de Buenos Aires habían comenzado a ser objeto de competencia por distintos grupos mapuches interesados en el comercio. Por ello, Calfucurá envió en 1837 a su hermano Namuncurá a negociar con Rosas un acuerdo que legitimara su instalación en Salinas Grandes y que afirmara la alianza y la paz con el gobierno; ya que, antes de asentarse, necesitaba un reaseguro para

122 evitar las represalias por la usurpación del territorio borogano y comenzar a consolidar las relaciones pacíficas entre los diferentes segmentos políticos indígenas (de Jong, 2015). Optar por la diplomacia intertribal -fortaleciendo las redes de relaciones basadas en la generosidad, la reciprocidad y el intercambio-, en lugar de la guerra -que estimulaba el ciclo de la venganza característico de la dinámica social segmental, en el cual se buscaba la compensación de daños entre parcialidades-, fue una de las más importantes transformaciones que planteó la estrategia de Calfucurá (de Jong, 2015). Contrastando con la utilizada por los boroganos, circunscrita a los vínculos más estrechos que los unían a sus agrupaciones y territorios de origen, la táctica de Calfucurá fue ampliar al máximo su área de influencia dentro del espacio pan araucano creando un contacto más integral entre distintas agrupaciones, a uno y otro lado de la cordillera (Ratto, 2011). Para extender sus redes, el cacique utilizó diversos tipos de estrategias: control de espacios vitales a cargo de personas de confianza, alianzas matrimoniales con grupos anteriormente hostiles para bloquear cualquier tipo de enfrentamiento, y relaciones poco transparentes con el cacique Catriel y, por su intermedio, con el gobierno bonaerense (Ratto, 2004). Bajo la mirada de Calfucurá, este entramado de relaciones intertribales, sumado a un acuerdo con el gobierno criollo, era el medio que permitiría la concreción de su proyecto: deseaba concentrar y organizar los beneficios de la generosa diplomacia fronteriza de Rosas, canalizando desde Salinas Grandes la distribución de recursos y facilitando los intercambios comerciales con territorios y agrupaciones distantes (de Jong, 2015). Ese papel de jefe redistribuidor le ayudaría a sostener amplias redes personales que lo vinculaban a la mayor parte de las agrupaciones nativas del este de la cordillera (Ratto, 2011), y con los espacios cordilleranos y trascordilleranos, cuyo soporte principal fueron las raciones entregadas por el gobierno bonaerense (de Jong y Ratto, 2008). Asentado entonces en 1841 en las pampas, el cacique inició un contacto diplomático con el Gobernador, el cual ya estaba al tanto de su venida en razón de las negociaciones que, a partir de 1837, había iniciado Namuncurá; así, al poco tiempo, comenzó a recibir raciones mensuales de ganado conformadas por 1.500 yeguas, 500 vacas y otros bienes de consumo (de Jong y Ratto, 2008). Paralelamente, un hermano de Calfucurá -Catricurá- viajó a la Araucanía, “para arreglar el asunto de las tierras (la paz) que respondiese a las necesidades de ambos países” (Avendaño, 2004:43, en de Jong, 2015:28); y convocando a un parlamento en tierras de Maquehue, logró la concreción de un acuerdo intertribal que sustentara políticamente a Calfucurá y asegurara un comercio conveniente a los involucrados. De esta forma, el cacique salinero obtenía el apoyo (que

123 podía transformarse en auxilio militar de ser necesario) de las tribus cordilleranas, convirtiéndose esta amistad en un factor de peso en sus negociaciones con el gobierno bonaerense, pues Rosas trataría de congraciarse con él para no tener que enfrentarse a una posible invasión conjunta. Así, en febrero de 1842, Calfucurá y Namuncurá comunicaban a Rosas que:

ya habían llegado de regreso los chasques que ellos habían mandado a Chile a verse con Lincotil, Cacique Federal, que se halla en Maquehüe del otro lado de la cordillera -Que este Cacique Federal, estaba en guerra con el Cacique Maguin y con la llegada de los chasques de Namuncurá y Callfucurá hubo un parlamento general, el cual resultó hacer las paces; que a éste parlamento asistieron los Caciques Guelipan y Colofúl que también estaban en guerra, y con motivo de la reunión, transaron sus desavenencias que también asistieron al Parlamento Chocori y Chengiuta, como asi mismo los Caciques Iculmané y Colonet primos hermanos de Namuncurá y Callfucurá que estaban peleados con ellos por los campos de Salinas Grandes, pero que ahora están de amigos y les mandan decir que piensan venir a estar junto con ellos. Estas son todas las noticias que los chasques han traido de regreso de Chile y que se las mandan comunicar a S. E. y al Cacique Mayor Catrié, para que se enteren del buen estado de las indiadas Chilenas, y de que pronto anuncia se abrirá el comercio de una y otra parte (Carta de Pedro Rosas y Belgrano a Juan Manuel de Rosas, 7 de febrero de 1842, AGN, citado por Rafael Capdevila, Pedro Rosas y Belgrano, Ediciones Patria, Tapalqué, 1973:62, en de Jong, 2015:28)

Ahora bien, ¿cómo fue armando Calfucurá su trama de relaciones teniendo en cuenta los diferentes frentes a los que dirigió su política? En primer lugar, un punto donde centró su atención fue la zona de Azul-Tapalqué, donde estaban asentados los principales jefes que formaban parte del negocio pacífico, Catriel y Cachul, y asimismo se hallaba la división militar a cargo del cacique Collinao (de Jong y Ratto, 2008). Respecto a los vínculos con Catriel, estos derivaron de dos cuestiones: por un lado, ambos caciques se encontraban relacionados de manera parental, pues según el cautivo de los ranqueles, Santiago Avendaño (1999:58, en de Jong y Ratto, 2008:246), Calfucurá y Catriel descubrieron que eran parientes, ya que la madre del último trataba de hermano al padre del primero. Por otro lado, Calfucurá empleaba, en un principio, al cacique pampa 124 como interlocutor, en función de la centralidad que había adquirido dentro de la estructura del Negocio Pacífico. Dos claros ejemplos verifican este último punto. El primero de ellos sucedió inmediatamente después de la llegada a Salinas de Calfucurá, en junio de 1841, cuando el cacique Calfiau (dependiente del primero), acompañado de 6 indios, se acercó a Bahía Blanca para solicitar un auxilio de yeguas e informar su ubicación. A su regreso a los toldos, contó que se realizaría un parlamento con otros grupos indígenas para “luego entrevistarse con S.E. o con Catriel en su nombre para ajustar las paces con ellos” (Palavecino a Rosas, Bahía Blanca 11 junio 1841, AGN, X, 26.1.2, en Ratto, 2011:176); por lo que puede intuirse el rol clave que el cacique pampa ocupaba en el logro de un acuerdo con el huinca. En cuanto al segundo hecho que demuestra la importancia de congraciarse con Catriel, en noviembre de 1841tuvo lugar una denuncia de los indios amigos de la División Observación asentada por Chapaleufú, en la que acusaban que “los indios que vinieron de chasques del cacique Calfucurá en su regreso a sus tolderías fueron a la noche a las inmediaciones de su campamento y se robaron los enunciados caballos”. La misma fue expuesta ante el Juez de Paz del lugar, Pedro Rosas y Belgrano, quien acordó hablar personalmente con el cacique mayor Catriel para intentar lograr una solución (Rosas y Belgrano a Rosas, 17 de noviembre de 1841, AGN, X, 26.1.3, en Ratto, 2004:338). Esto, una vez más, deja en claro el rol central que cumplía el cacique pampa como bisagra entre las autoridades provinciales y el grupo salinero (Ratto, 2004). Con respecto a la relación de Calfucurá con los ranqueles, la misma no comenzó de la mejor manera, debido a que pocos meses después de la llegada del cacique a Salinas, en enero de 1842, se informaba que los ranqueles tenían planes de atacar a los nuevos “vecinos” para apoderarse de sus caballos, y así volver a incursionar sobre la frontera (AGN, X, 20.10.2 en de Jong y Ratto, 2008:246). Sin embargo, esta amenaza no se concretó; sino que, por el contrario, ambas agrupaciones se relacionaron a través de una alianza matrimonial que sirvió para evitar confrontaciones. Así, el hijo del cacique ranquel Pichuin, se casó con una sobrina de Calfucurá, hija de su hermano Namuncurá. Respecto a ello, el relato de Avendaño cuenta que

Calfucurá le comunico (a Pichuin) que (su sobrina) había sido repudiada por su primer marido pero que para con él y para su hermano no tenia que pensar en pagarles que solo pensase en indemnizar lo pagado por el primer marido. Así fue que Pichuin y su hijo se apuraron en apelar

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a sus parientes y nobles para poder cumplir con ese pago. Era de gran tenor porque ella era hija de un cacique y esposa de un hijo de otro cacique, primero y por ultimo mujer de un gran cacique ranquilche. Se pidió contribución a todos los grandes y aun según era costumbre, los pobres colaboraron gustosos con lo que podían. Así se concreto la alianza y Pichuin y Calfucurá comenzaron a llamarse mutuamente Chezcui (suegro) (Avendaño, 2000:75-76, en Ratto, 2011:177)

Otro punto en la red de contactos diplomáticos que tejió Calfucurá fue con agrupaciones del área cordillerana. Según Avendaño, el cacique salinero concretó alianza con los picunches38 del cacique Gudmané (Avendaño, 2000:41, en Ratto, 2011:177), como también era frecuente el contacto diplomático y comercial con los indios “arribeños”. Una pieza fundamental para Calfucurá en el trazado de estas redes en esas regiones alejadas de Salinas Grandes fue su hermano, el caciquillo Reuquecurá, en el paso cordillerano de Llaimá (actualmente el centro de provincia de Neuquén), quien le permitió mantener un contacto fluido con el espacio transcordillerano, además de ser una fuente de información sobre los movimientos y situación de los grupos indígenas de la Araucanía (Ratto, 2011). Sumado a lo anterior, concretó alianzas con grupos pertenecientes a Chocorí y Cheuqueta (Avendaño, 1999:41, en de Jong y Ratto, 2008:246). Además del tendido de estas redes diplomáticas, Calfucurá integró contingentes de otras parcialidades; así, en febrero de 1850, se produjo la incorporación de los capitanejos boroganos Meliguer, Requinqueo y Quenupil con 100 indios, y, en agosto del mismo año, se agregó el cacique ranquel Calluyi (AGN, X, 20.10.2, en Ratto, 2011:177). También se mantuvo, durante este período, muy cercano al jefe borogano Coliqueo, quien se supone que se habría refugiado en tierra indígena a fines de la década de 1840, ubicando sus toldos por la laguna Turué (o Toro Muerto), al norte de las tolderías de Calfucurá y cercano a los ranqueles de Baigorrita (Ratto, 2011). En suma, las características que adquiere el cacicazgo de Calfucurá durante la década de 1840 pueden resumirse en que era el jefe que tenía mayor cantidad de caciques y capitanes bajo su mando, que recibía bienes por parte del gobierno en cantidades mucho mayores que cualquier otro cacique, que había logrado establecer una red de relaciones intertribales que cruzaba ambos lados de la cordillera y que gozaba de la estima de sus pares (de Jong y Ratto, 2008).

38 Grupo derivado de la parcialidad mapuche, hablante del mapudungún, que habitaban la zona entre los ríos Aconcagua y Bio-Bio, en la llamada zona central del actual territorio de Chile. 126

La confluencia de dichas particularidades fue lo que le habría permitido a Calfucurá alcanzar un lugar protagónico dentro del área pan araucana, produciéndose una verdadera concentración del poder en sus manos. A su vez, una singularidad en la organización de la agrupación salinera maximizó estas posibilidades de reunir poder, pues ésta tribu no se estructuraba en torno a una pluralidad de caciques, sino alrededor de las figuras de los hermanos Calfucurá y Namuncurá, quien fallecido en 1844 (según informe de junio de ese año enviado desde las tolderías de Salinas hacia Azul, AGN, X, 20.10.2, en Ratto, 2004:345), habría dejado al primero el dominio exclusivo de la región de Salinas. Este poderío y centralidad política obtenidos por Calfucurá puede que hayan instado al cacique a asumir una posición de fuerza hacia el gobierno de Buenos Aires para intentar detener el lento avance criollo de la frontera (Ratto, 2011). Esta situación, que era de desagrado para el cacique, hizo que, a fines de la década de 1840, su relación con las autoridades bonaerenses se comenzara a deteriorar.

4.3. Relaciones diplomáticas pacíficas: de la consolidación de las bases que las sostuvieron al recrudecimiento del conflicto

La década de 1840 puede interpretarse como un período de relativa paz en las relaciones diplomáticas interétnicas, pues no se registraron episodios violentos de gran envergadura, y los tratos sólo se tensaron a finales de la década. Con el declive de los grupos más hostiles al gobierno, como lo fueron los boroganos y los ranqueles, el desarrollo por parte de Calfucurá de su jefatura pudo reafirmarse debido a que el gobierno, preocupado por asuntos internos de la provincia, prefería sostener una paz con los indios, pues sabía de su poderío bélico al tiempo que era consciente de que no poseía recursos militares suficientes, al estar abocado a otros frentes de conflicto. El factor clave, tanto para que Calfucurá pudiera aumentar su poderío como para que el gobierno estableciera acuerdos de paz con los indígenas, fue la entrega de bienes y ganado mediante las raciones. En este contexto, debe entenderse que tal mecanismo fue la expresión de una diplomacia tendiente a sostener la paz en las relaciones interétnicas. Por ello, esta tranquilidad se comprende como una paz armada: a la guerra, Calfucurá prefirió la “paz de Rosas”, la cual lo llenaba de tributos holgadamente, aunque comprendía sus intenciones de avance y se oponía a ellas, pues el “terrible Calfucurá” estaba lejos de ser el “feroz Yanquetruz”; mientras este era todo violencia, aquel era todo astucia, pero utilizaba la violencia cuando era imprescindible. La táctica que Calfucurá

127 empleaba para sostener la paz armada era que él no maloneaba, pero no impedía que bandas desprendidas de sus toldos lo hicieran; y si acaso se le reprochaba esta actitud, él respondía arguyendo que el gobierno tampoco atacaba, pero no imposibilitaba que éste o aquel jefe de fronteras violara lo pactado, e invadiera territorios del indio (Yunque, 2008). De esta manera, malones y diplomacia se presentaban como vías alternativas a las que los cacicatos pampeanos recurrían para sostener su ubicación geopolítica e insertarse simultáneamente en dos circuitos comerciales y políticos interconectados: el que los vinculaba a las localidades y agentes de la sociedad estatal en la frontera sur y el que los articulaba a las parcialidades pampeanas, patagónicas y transcordilleranas (de Jong, 2015). Más allá de que los indios se apropiaran de ganado en las pampas por medio del malón para sostener estos circuitos, la “diplomacia de las raciones” jugó también un papel importante en el abastecimiento de ganado (sobre todo de yeguas) y de vicios, para nutrir estas dos vías de interacción (Föerster y Vezub, 2011). Estas incursiones indígenas no deben sólo entenderse como una forma de obtención de ganado, sino que también formaron parte de su expresión política, es decir, constituían un medio de presión para la defensa de sus intereses por sobre el avasallamiento criollo. En aquellos casos en que el malón tenía un significado político, la apropiación de ganado que se producía durante el mismo debe también comprenderse como el modo de guerrear que tenía la sociedad indígena, en la cual el triunfo en el combate encontraba a su vez su reflejo en el botín que adquirían, traducido en cautivos y ganado. Por ende, la implementación de las raciones fue el instrumento que el gobierno criollo utilizó para contener el malón, significando estas entregas simultáneamente el reconocimiento de la autonomía mapuche, en tanto que se daba una aceptación de las territorialidades, los desplazamientos estacionales y la circulación de personas y bienes que las mismas favorecían (Föerster y Vezub, 2011). En suma, pueden distinguirse tres interpretaciones del malón: el tautulún (venganza), la maloca (apropiación de ganado o de cautivos) y el weichán (guerra en defensa del territorio o de rechazo al avance de la “frontera”). Comprender que el malón poseía no sólo vertientes económicas, es básico para reconocer su cuestión política, pues al no ser tomada en cuenta, esta desaparece bajo el paradigma del “robo” (Föerster y Vezub, 2011). Ahora bien, durante los años cuarenta disminuyó considerablemente el uso del malón, tanto en su significación política como económica; esto fue debido a que el Negocio Pacífico de indios -en otras palabras, el sistema de raciones- se había consolidado,

128 permitiendo la cristalización de los grandes núcleos de jefaturas en la pampa y la Patagonia (Föerster y Vezub, 2011). Esta nueva etapa de la diplomacia fronteriza presentó dos rasgos particulares: en primer lugar, las negociaciones se produjeron a través de canales exclusivos con diferentes caciques (de Jong, 2016). Las diferencias que había entre las jefaturas respondían a la mayor o menor distancia frente a Rosas, siendo algunos caciques que participaban en este juego Calfucurá, Reuquecurá, Catriel, Coliqueo, Chocorí, Cheuqueta, entre los más importantes (Föerster y Vezub, 2011). En segundo lugar, las raciones constituyeron una término insustituible de cualquier tratado de paz que pretendiera evitar el malón; se habían convertido en una condición sine qua non del pacto, impuesta por los caciques indígenas. El cumplimiento de las mismas en base a importantes partidas anuales de ganado, desde 1840 hasta 1852, fue lo que permitió la disminución de la conflictividad fronteriza de este período (de Jong, 2016). Mac Cann escribió respecto a las condiciones de estos tratados de paz entre los indios y el gobierno bonaerense:

Las condiciones del tratado fueron sencillas: los indios se comprometían a mantenerse dentro de sus propios territorios sin cruzar nunca la frontera ni entrar sin permiso en la provincia de Buenos Aires. Obligábanse también a prestar contingentes militares cuando se les pidieran y a mostrarse pacíficos y fieles. En compensación, cada cacique recibe hasta ahora del gobierno cierta cantidad de yeguas y potros para alimento de su tribu y de acuerdo a su número; además, una pequeña ración de yerba, tabaco y sal. En rigor, cada indio viene a costar al gobierno, en tiempo de paz, unos seis pesos papel, por mes, y en tiempo de guerra, unos quince pesos. El número de yeguas que se les suministra mensualmente, no alcanza a dos mil. De tal manera, con verdadera economía, se ha comprado la paz con estas tribus nómadas y rapaces. (…) La provincia entera se encuentra ahora libre de indios, como que ninguno puede avanzar un paso en la frontera, bajo penas rigurosas (Mac Cann, 1853:85-86)

Esta búsqueda de una pacificación de la frontera con el indio encuentra su justificación en la necesidad del gobierno de ocuparse de manera más urgente al control de los asuntos de la provincia. A partir de la conflictiva coyuntura de 1839, año difícil para el régimen rosista, el gobierno aprendió que era una necesidad vigilar más eficientemente la

129 situación interna. Estos cambios demandaban una mayor presencia del Gobernador, por lo que su participación en la política indígena fue también afectada: la fluida relación personal que tenía Rosas con los principales caciques amigos, reflejada en la realización de periódicos encuentros y de frecuente correspondencia, comenzó a espaciarse. De esta manera, a lo largo de la década, el Negocio Pacífico fue perdiendo un elemento medular de su esquema: la centralización de las relaciones de los caciques en la figura de Rosas, por lo que comenzaron a encontrar otros interlocutores con quienes vincularse (Ratto, 2007). Dentro del grupo de funcionarios provinciales, el ahijado del Gobernador, Pedro Rosas y Belgrano, que era Juez de Paz y Comandante de Azul, pasó a ser el personaje clave de la frontera y la figura visible para los caciques que querían elevar algún pedido al gobierno. Paralelamente, el fuerte que comandaba se convirtió en el centro tanto de distribución de las raciones y regalos como de la realización de encuentros diplomáticos. A este interlocutor se le sumaba el cacique Catriel, quien asentado en Tapalqué mantuvo su rol como el principal jefe indígena del Negocio Pacífico e intermediario con el resto de los caciques (Ratto, 2007). En este sentido, el lugar que ocupaba Catriel lo hacía formar parte tanto de las redes de alianzas que vinculaban a las poblaciones indígenas de “tierra adentro” como de la expansión de prácticas y dispositivos de poder desplegados por el Estado hacia ellas. Este doble encadenamiento, que más adelante también tendría Calfucurá, los ubicó en un espacio político ambiguo y flexible, convirtiéndolos en actores que, durante determinados períodos, tuvieron un particular margen de negociación con el Estado (de Jong, 2008). A pesar de este cambio estructural, el Negocio Pacífico siguió su curso, transformándose en la base de la paz entre los grupos. Más allá de la modificación en los interlocutores, el sustento de estos acuerdos, que eran las raciones, se mantuvo inmutable; más aún, los montos y cantidades de las entregas fueron en aumento a lo largo de la década, sobre todo a partir del año 1846, que se incrementó la cantidad de vicios y vestimenta de manera extraordinaria (Ratto, 2011), a raíz de que el gobierno buscaba congraciarse con los principales caciques para mantener pacificada la frontera sur durante esos años en los que la provincia fue afectada por el bloqueo anglofrancés. Condiciendo con lo dicho respecto a la generosidad de las raciones otorgadas por Rosas, un informe realizado por el misionero franciscano Querubín María Brancadori para el intendente de Concepción (Chile), Juan de la Cruz, en 1847, enfatizaba

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el cariño que le tienen los indios de esta República al Señor Presidente de Buenos Aires D. Juan Manuel de la Roza [sic], pues en todas sus reuniones, y tomaduras se acuerdan del buen recibimiento que les hace cuando llegan adonde él, y lo mal que les va con la Republica de Chile39 (en Föerster y Vezub, 2011:271)

Otro testimonio que demuestra la importancia que tenían estas raciones en la conformación de los vínculos fue el del cacique Ambrosio Paillalef de Pitrufquén, que le comunicó a Tomás Guevara que

Las tribus araucanas de Chile mantenían muy buenas relaciones con las del otro lado de la cordillera, particularmente con la gente de Calfucurá: se comunicaban para comerciar y auxiliarse en los malones. Como este cacique recibía del gobierno argentino raciones (…) muchos de este lado se agregaban por algún tiempo a su parcialidad para gozar de estos beneficios (Guevara, 1913:119-124, en Föerster y Vezub, 2011:271).

Esto conduce a dimensionar el impacto de las raciones dentro de las sociedades indígenas, ya que la disposición de estas habría permitido la reproducción de la nueva modalidad de liderazgo propuesta por Calfucurá (de Jong, 2015). Las cantidades de ganado recibidas por cada cacique revelan datos que confirman la relevancia que Calfucurá había alcanzado. Mientras los salineros recibían entregas regulares constituidas por 500 yeguas y 500 vacas para el consumo de la agrupación; otros grupos, que también recibían ganado de manera regular, eran los de los caciques: Ilan (400 yeguarizos); Paine Ñancu (300), Llusquen (300), Chocorí (200), Unaiche (150) y los indios tapalqueneros (1000); también se entregaba ganado a grupos chilenos que, por cuestiones diplomáticas o por comercio, se acercaban a la frontera, pero no superaban nunca las 300 cabezas (AGN, X, 20.10.2, en Ratto, 2011:179-180). Lo curioso es que los salineros recibían iguales cantidades que los tapalqueneros, principales aliados del gobierno rosista, siendo que el monto del ganado racionado estaba directamente relacionado con la población de la agrupación y ésta tribu era más numerosa; además, Calfucurá era el único

39 Diario que el misionero de Tucapel Fray Querubín María Brancadori presenta al Señor Intendente de la provincia de Concepción…, ANCh, Intendencia de Concepción, vol. 209, f. 257. Transcrito en Rolf Föerster, André Menard y Diego Milos (comps.), Fray Querubín María Brancadori. Documentos relativos a la Araucanía, 1837-1852, 89, Santiago, Publicaciones del Archivo Franciscano, 2006, 91-110. 131 que obtenía vacas. Según Avendaño, la percepción de tan generosa ración, habría dado al grupo cierta riqueza, pues “no hubiera indio que no tuviera hacienda que cuidar” (Ratto, 2011:180). La superioridad en los volúmenes de racionamiento percibidos por Calfucurá aumentó aún más a mediados de la década de 1840 y hasta la caída de Rosas, destacándose los años 1848 a 1850, en los cuales los presentes destinados al grupo de Calfucurá excedieron con creces los percibidos por cualquier otro jefe (de Jong y Ratto, 2008). Todo esto (el incremento en las raciones y el hecho de recibir igual número de ganado - incluyendo vacas- que sus principales y más numerosos aliados tapalqueneros) demuestran la gran importancia diplomática y estratégica que atribuía Rosas al mantenimiento de buenas relaciones con Calfucurá y los suyos. Sin embargo, no eran las raciones lo único que percibía el cacique salinero, pues debido al desarrollo de redes más integrales entre distintas agrupaciones del territorio indígena, a uno y otro lado de la cordillera, no era extraño que comitivas de las mismas se aproximaran a sus tolderías. Parte de estos contactos eran comunicados de manera directa al gobierno, tales como la presencia de partidas de comercio indígena extracordilleranas que se asentaban en el campamento de Salinas mientras realizaban sus tratos, informes sobre el envío de chasques y embajadas a Chile y a la frontera de Mendoza, el arribo de grupos procedentes de dichos lugares y la incorporación de caciques con sus familias al campamento (AGN, X, 20.10.2, en Ratto, 2004:340). Si bien esto pareciera una subordinación de Calfucurá al gobierno, en realidad no era así, ya que, acompañando estas notificaciones, el cacique solicitaba la entrega de bienes y regalos para agasajar a dichos invitados. En este sentido, para la lógica de Calfucurá, informar estos movimientos no era aceptar un control del gobierno sobre un espacio en el que no tenía incumbencia, sino que lo utilizaba como proveedor de bienes para mantener las relaciones diplomáticas intertribales (Ratto, 2004); es decir, se “cobraba” en obsequios la información que daba sobre los movimientos intraétnicos, garantizándose, en cierta forma, el control de la frontera (Ratto, 2011). Por otro lado, la respuesta de Rosas siempre fue favorable, pues se correspondía con su política de mantener caciques aliados en una zona estratégica como lo era Salinas Grandes, a fin de que actuaran como barrera de contención ante posibles malones (de Jong y Ratto, 2008). Pasando al análisis de otras tribus, en contraste con la abundancia experimentada por los huiliches durante los años cuarenta, los ranqueles afrontaban, como ya se

132 mencionó, una extrema pobreza debido a cuestiones climáticas y al hostigamiento que habían sufrido por parte de Rosas. Al respecto, Avendaño comenta que

La riqueza de los renquel-ches no era tanta como muchos creían, pues, si bien era verdad que siempre fueron un azote para las fronteras, no menos cierto es que habían sufrido terribles y ejemplares contrastes por las fuerzas acantonadas en cada punto. Yo que estaba ahí no recuerdo una sola vez en que los indios hayan vuelto satisfechos del robo. En verdad sucedía siempre así, cuando unos llevaban mucho otros arreaban poco y la mayor parte no conducía nada a casa. Aquellos que nada habían hallado y que, muy a pesar tenían que volver con las manos vacías, iban pidiendo a los que habían sido más afortunados que le diesen una yauquén (participación) (Hux, 1991:53-54, en Föerster y Vezub, 2011:276)

La falta de prosperidad de los malones hizo que los ranqueles intentaran acuerdos semejantes al de Calfucurá con las autoridades criollas, tanto con el gobierno de Córdoba como con el de Buenos Aires; sin embargo, prevaleció entre los gobernantes la acción conjunta bajo la dirección de Rosas (Levaggi, 2000). Cabe recordar que los ranqueles ya habían hecho las paces en 1840 con Buenos Aires, pero al incumplir con las disposiciones de lo acordado, poca era la confianza que había entre los ranqueles y el gobierno para establecer relaciones amistosas. Respecto a las cláusulas de este tratado de 1840, pueden leerse en la carta que envió Rosas a Corvalán (a cargo de las negociaciones de paz con los ranqueles) con las instrucciones que éste debía seguir, detallándose entre las condiciones impuestas para pactar:

Quinto. Que contesten a Payné y demás caciques que yo también siempre he deseado la paz, porque por naturaleza soy defensor de los indios, y que por eso la única paz que ha subsistido con los Pampas y demás indios amigos es la que yo hice hace veinte años, pues que a los indios buenos los miro como a hijos (…) Sexto. Que lo que nunca me ha gustado es que los indios Ranqueles, y sus aliados estén robando y haciendo daño por las fronteras hace tantos años, y que en esto nomás ha consistido que no hayamos antes hecho las paces, pues que en el momento que ellos dejen de robar y de hacer daños en las fronteras de esta Provincia, de las demás de la República y de Chile ya las paces por sí 133

mismas quedan hechas. (…)Undécimo. Que para que las paces duren la principal condición que les pongo es que no roben, que no hagan daños en las fronteras y sean fieles mirándome como a padre, y no como a enemigo, y que si algunas veces les llevan algunos cuentos en contra mía no los crean porque han de ser falsedades de nuestros enemigos. (…) Duodécimo. Que si así proceden yo les ayudaré a la mantención con quinientas cabezas yeguarizas cada mes (Buenos Aires, 26 de abril de 1840, copia, AGN, ídem, fs. 170-174v., en Levaggi, 2000:239)

Lo planteado por Rosas era simple: los alimentaba si no robaban, ya que el fin último de esta política era mantener a los ranqueles en paz (Levaggi, 2000). Pero estas tribus siguieron realizando malones en la frontera, por lo que este acuerdo no prosperó; en 1846, nuevamente deseaban la paz, que se logró, otra vez en los términos dispuestos por Rosas. Así, los indios recibieron las tan esperadas raciones para aplacar el hambre que estaban viviendo: “a Pichuiñ 50 yeguas, 30 o 20 a los caciques menores, y en proporción al número de sus indios, cada vez que fueran. Y que, en cuanto a bebidas y otras cosas, las entregaría según fuese posible al gobierno” (Hux, 1991:78, en Föerster y Vezub, 2011:276). En el intervalo entre las negociaciones y la entrega de las yeguas, los ranqueles se abstuvieron de robar; pero las paces no prosperaron más allá, en razón de la desconfianza que transmitía Pichuín, pues la promesa de que todos “estarían tranquilos” no fue sostenida, y el malón continuó operando (Hux, 1991:84, en Föerster y Vezub, 2011:276). En definitiva, ¿qué era lo que cada parte quería obtener mediante el sostenimiento de estas relaciones pacíficas? Calfucurá justificaría las raciones por dos criterios: el de gobernabilidad y el de la autoctonía. Respecto a este último, se vuelve más controversial si se presenta a Calfucurá como venido de afuera, como un no autóctono de las pampas; pero el cacique argumentaría que disponía de una autoctonía propia por ser mapuche, negando así la autoctonía a los huincas, a los “no mapuches”, por lo que si estos habitaban las tierras que conformaban el mapu, debían pagar; por ello, Calfucurá podía decir que “la ración y regalos que se hacen todos los meses no tiene que agradecerlos porque es pago de arrendamiento por sus tierras ocupadas” (Hux, 1991:56, en Föerster y Vezub, 2011:278). En cuanto al criterio de gobernabilidad, los caciques concebían que formaban parte de una totalidad hecha de segmentos, que debía respetarse al igual que a las provincias y a sus gobernadores. Según esta concepción, por un lado existía una totalidad territorial, en la 134 cual los mapuches tenían sus propios espacios; y por otro lado, había una dimensión política, donde huincas y mapuches, con sus respectivas autoridades, eran las que en conjunto debían gobernar; de allí que las raciones fueran una forma de pago por esa gobernabilidad (Föerster y Vezub, 2011). Desde el ángulo de la política indígena de Calfucurá hacia la sociedad criolla, el Negocio Pacífico le permitió no sólo consolidar su territorialidad en Salinas Grandes, sino fortalecer y expandir sus redes comerciales y políticas, satisfaciendo los requerimientos del comercio regional. Sostenidos por la diplomacia, tres ejes sustentaban esta trama que había diseñado Calfucurá: en primer lugar, a través de la obtención del Estado de importantes montos de ganado; luego, mediante la ampliación del acceso a este abastecimiento en ganado a distintos sectores del territorio arauco-pampeano, cuyas pautas de intercambio llevaron a extender los vínculos intertribales; y por último, propició que el flujo comercial se intensificara y fuera ordenado a través de Salinas Grandes, garantizándole así el acceso a los mercados del sur de Buenos Aires a un amplio conjunto de grupos distantes que se hacían pasar por miembros de su tribu, por lo que, de esta forma, protegían sus intercambios bajo el amparo de los tratados de paz que Calfucurá tenía con el gobierno (de Jong, 2016). En cuanto a la decisión de Rosas de mantener buenos tratos con los indios, las raciones se comprenden bajo un nexo directo con la política, ya que sirven de punto de partida para entender un período de tranquilidad y cómo los agasajos eran un símbolo de esa paz. Asimismo, esta podía traducirse en apoyos políticos en el medio rural, que se veían fortalecidos con la anexión de escuadrones de indios amigos a las fuerzas milicianas, lo que también neutralizaba un posible frente de confrontación, mientras se respondía a la sucesión de conflictos de orden provincial e internacional (Fradkin y Gelman, 2015). Esta ayuda militar indígena otorgaba a las raciones otro significado, ya que podían ser entendidas por los mapuches como una suerte de pago por la ocupación de las tierras, pero también como retribución por su calidad de soldados del Estado (Föerster y Vezub, 2011). En conclusión, se compatibilizaban los intereses económicos indígenas y las necesidades de pacificar la frontera por parte del gobierno nacional, asegurando la estabilidad en las tierras pampeanas (de Jong, 2016). Pero esta paz nunca había sido -ni sería- eterna, pues si bien el Estado de Buenos Aires no poseía los recursos necesarios para enfrentarse al indio y llevar a cabo una expansión territorial, por lo que debía negociar; la idea de avanzar en la frontera siempre había acompañado a los diferentes gobiernos desde la época del Virreinato. En razón de esta continua necesidad de corrimiento del límite

135 provincial, cada vez más estructural desde el punto de vista económico, a finales de la década de 1840 recrudecieron las tensiones entre ambas sociedades, las cuales se acentuaron aún más en la década de 1850. Siguiendo así la articulación entre ambas sociedades, es vital comprender que sus círculos de relación no estuvieron circunscriptos solamente a este intercambio de raciones, sino que, en virtud de ellas, los indios fronterizos se vieron cada vez más involucrados en la militarización constante llevada a cabo por el régimen rosista. Asimismo, más allá de estas obligaciones oficiales que surgían en el marco del Negocio Pacífico, debe entenderse que la frontera no era un espacio finito, en donde los límites estaban claros, sino que en ella se planteaba un “middle ground”40, en el que las costumbres y tradiciones de ambas sociedades en contacto, se iban modificando a partir de este, y creando un nuevo espacio “híbrido”, en el cual este mestizaje cultural iba tomando forma y retroalimentándose, siendo posible hallar núcleos de población que eran “una mezcla que no se entendía porque unos son bautizados y otros no y... hay cristianos casados con pampas y pampas casados con cristianas a su estilo” (AGN, X, 9.9.6, en Ratto, 2004:405). Ya Mac Cann describe esta situación cuando dice que

Es de saber que en toda la extensión de la frontera, el nivel de moralidad sexual es muy bajo; la poligamia está muy extendida entre los indios y la práctica de comprar mujeres contribuye a la disolución de las

40Concepto desarrollado por el historiador Richard White (1991) en The Middle Ground: Indians, Empires, and Republics in the Great Lakes Region, 1650–1815 (Studies in North American Indian History), libro en el que estudia el proceso de contacto que se produjo en la zona de los Grandes Lagos entre los indios algonquianos y los distintos colonizadores-conquistadores que ocuparon la región entre los siglos XVII y XIX (franceses, británicos y norteamericanos). La hipótesis que plantea el autor es que el encuentro produjo la formación de una nueva situación en la que indios y blancos buscaron un significado común para construir un mundo mutuamente comprensible. White habla de un cambio cultural en lo que denomina “middle ground” o lugar en medio: en medio de culturas, pueblos e imperios (Ratto, 2004). Asimismo, este concepto es desarrollado por Emanuel Adler (1997) en Seizing the Middle Ground: Constructivism in World Politics, en donde intenta posicionar el constructivismo como el “middle ground” entre la yuxtaposición del racionalismo y las perspectivas relativistas. Este autor sugiere que este lugar en el que se posiciona el constructivismo puede ofrecer una perspectiva que logra sintetizar el modo en el que el mundo material se figura y cómo esta figuración es producida por la acción humana y su interacción, dependiendo de la dinámica normativa y las interpretaciones epistemológicas del mundo material. Adler considera que el constructivismo debe ser aplicado al estudio y formulación de la política exterior de un Estado, pues así se comprenderían de manera más totalizadora los factores que influyen en su definición. Considerando el empleo que ambos autores realizan del término “middle ground”, a los fines de este trabajo puede considerarse la utilización del mismo para designar a la situación que se dio en la frontera sur de Buenos Aires, debido a que en ese área se produjo un mestizaje cultural entre las diferentes sociedades que la habitaban, como plantea White; mientras que a su vez, el surgimiento de este espacio generó en la política exterior del rosismo hacia sus fronteras la necesidad de consignar el relacionamiento con la otra sociedad que vivía en el territorio lindante, no pudiendo imponérsele como lo hacía dentro de sus límites, coincidiendo así con el planteo de Adler, en el cual afirma que no todas las políticas se plasman en razón de factores internos o externos, sino que a veces es necesario situarse en esa ambigüedad que se produce entre ambos espacios, la misma en la que se ubica el constructivismo. 136

costumbres; desgraciadamente, el ejemplo de los indios tiene buenos imitadores entre los vecinos cristianos (Mac Cann, 1853:113)

Así, tanto por imposibilidad de imponerse un grupo sobre el otro como por la decisión de lograr una buena convivencia, se constituyó un espacio de negociación entre pobladores criollos e indígenas, en donde fue necesario apelar a elementos culturales de cada grupo para lograr un acuerdo de coexistencia (Ratto, 2004).Esta afectación de las dos sociedades en cuestión, a pesar de producirse por el contacto cotidiano que se daba entre sus miembros, también debe entenderse como una estrategia del gobierno bonaerense para someter a la población indígena. Sin embargo, cabe mencionar que no fue una implantación hegemónica de los valores occidentales, sino que existió una gran cautela en no forzar la modificación de prácticas aunque fueran contrarias a las propias -como la tolerancia a la poligamia-, por lo que el gobierno prefirió utilizar la persuasión, para que fuera el mismo indio quien quisiera adoptar por voluntad propia las costumbres criollas. Ahora bien, si los criterios de vinculación establecidos por Calfucurá eran la gobernabilidad y la autoctonía, por el lado de la sociedad criolla eran otros dos los aspectos de mayor importancia: la militarización y el comercio; si bien es cierto que también hubo otras dimensiones que se vieron afectadas, aunque de manera secundaria, tales como los rituales religiosos, las alianzas matrimoniales, las prácticas sucesorias, la administración de justicia, entre otros. La introducción de ciertas prácticas criollas modificó, principalmente, la manera en que se efectuaban estas prácticas, pero no cambió las bases de sus creencias. Es decir, por ejemplo, los rituales religiosos continuaron pues eran parte del admapú41 mapuche, pero si para su concreción ciertos elementos escaseaban, los caciques se los pedían a las autoridades bonaerenses, contradiciendo la norma indígena que establecía que para los rituales era necesario que sus elementos fueran obtenidos mediante el esfuerzo indígena. En cuanto a las alianzas matrimoniales, sucedía algo similar, sobre todo en las separaciones, cuando la familia de la mujer no podía devolver su dote al exmarido; en esos casos, se visualiza muchas veces la figura de Rosas como benefactor, haciéndose cargo del pago de dichas dotes. Esta intervención del Gobernador también estuvo presente en las prácticas sucesorias, en las que la elección del nuevo cacique debía ser de su agrado, como en el caso de la sucesión de Cachul, descripta en el capítulo anterior.

41 Ley tradicional sancionada por fuerzas sobrenaturales que emanaban de los ancestros. Era lo que reglaba la vida social y política, transmitiéndose de generación en generación. 137

Sin embargo, fue la administración de justicia uno de los puntos más controvertidos entre las autoridades fronterizas y los caciques. Cabe señalar que el sistema de justicia indígena no permitía a los caciques juzgar por sí mismos cualquier tipo de delito sucedido en el grupo, sino que debía consultarlo, pues carecía de un poder coercitivo. Al establecerse algunas tribus en territorio controlado por el Estado hispano-criollo, quedaban sujetos a la justicia emanada de dicho poder, ante lo cual abundarían las apelaciones de caciques a distintas autoridades provinciales de frontera para subsanar su carencia de poder coercitivo mediante pedidos expresos para que lo ejercieran por ellos (Ratto, 2004). En este punto es preciso mencionar cómo cada sociedad respetaba el límite de la otra en cuanto a la aplicación de justicia, siendo que cada cual empleaba dentro de su jurisdicción el sistema que lo regía. Esto resulta interesante a los fines de este trabajo, pues se puede visualizar en esta práctica el respeto por la autonomía judicial de cada actor, característica propia de los Estados modernos que poseen capacidad, dentro de su territorio, de institucionalizar su autoridad, imponiendo una estructura de relaciones de poder, y capacidad de diferenciar su control de la sociedad civil42. Es ésta, pues, una faceta más que evidencia cómo indígenas e hispano-criollos se consideraban mutuamente como actores o “Estados” diferenciados y, en consecuencia, sometidos a las prácticas habituales en el terreno de las relaciones diplomáticas internacionales. Ahora, ejemplificando los intercambios comerciales, puede verse cómo en el pueblo de Bahía Blanca, principal centro de distribución de bienes en la década de 1840, el Negocio Pacífico se convirtió en un interesante incentivo económico para los pobladores que lo suministraban, y cómo también la llegada de las partidas indígenas en busca de las raciones constituía una oportunidad para los pulperos de la región para comerciar con ellas (Ratto, 2015). El mismo esquema se repetía en Tapalqué:

Tapalquén forma un conjunto de casas y ranchos, ocupado en parte por los indios y también por individuos de raza blanca española. Estos últimos sirven como soldados o se dedican al comercio. El pueblo está destinado a depósito mercantil para todas las tribus que vagan por las inmediaciones. (…) La venta de alcohol está prohibida, pero los indios se lo procuran, no muy lejos de aquí, bebiéndolo con exceso, tanto varones como mujeres. Los hombres pueden entrar al interior de la provincia -

42 Véase Oszlak, Oscar, Formación histórica del estado en América Latina: elementos teóricos- metodológicos para su estudio, Estudios CEDES, Buenos Aires, 1986. 138

previa licencia- y trocar por yeguas sus productos. Cada yegua tiene más o menos el valor de una media corona (Mac Cann, 1853:90).

Respecto a la importancia y participación de los “batallones de indios amigos” en los conflictos provinciales, obligados a brindar ayuda militar al gobierno por el Negocio Pacífico, ya se ha trabajado en el capítulo anterior; pero compete a la década de 1840 analizar el perfeccionamiento que se produjo en la militarización de las tribus amigas como milicias de apoyo, pues el servicio militar de los indios fronterizos se convertiría, en estos años, en una de las principales exigencias del gobierno bonaerense. De manera similar a lo que ocurría dentro del territorio provincial con la población criolla, pesaría sobre los indios amigos un proceso de fuerte militarización que intensificaba las pretensiones de subordinación a un orden verticalmente dirigido por los criollos y modificaba algunas situaciones, como la forma de organizar y de llevar adelante la guerra o la criminalización de prácticas como la deserción. Esta última planteaba un problema adicional, debido a que existía el peligro de que, al abandonar las fuerzas criollas, los indígenas se incorporaran en agrupaciones de tierra adentro y difundieran los saberes aprendidos entre los criollos (Cutrera, 2013). Como se mencionó, uno de los cambios introducidos fue el de la organización del auxilio militar de los indígenas mediante grados y categorías del ejército criollo. Esto repercutió sobre dos cuestiones: por un lado, al ser tropas rentadas, el sueldo que se recibía dependía del rango alcanzado; y por otro lado, estos títulos generaron, al interior de las tribus, un mayor prestigio de aquellos que ostentaban los niveles más altos del escalafón. Sin embargo, antes de profundizar acerca de estas dos cuestiones, es propicio aclarar que se dieron dos tipos de intervención militar indígena: una cercana a la movilización miliciana, en la cual los grupos eran convocados en coyunturas determinadas, y que, aportando sus propios caballos para pelear, recibían un pago puntual por el servicio; y otra que buscaba convertir en regimientos del ejército regular a grupos menos numerosos que cobraban sueldos mensuales (Ratto, 2015). A partir de estas dos formas de clasificar la ayuda indígena, su abono era diferenciado respecto al servicio prestado: mientras que para el primer tipo, en su mayoría, siguió tomando forma de pago como raciones (a veces más generosas de lo habitual); el pago del segundo grupo era imputado de manera similar al ejército criollo. De ahí la necesidad de sistematizar a los indios en categorías militares que fueran conocidas por las autoridades, pues así podían contabilizarse sus salarios (Cutrera, 2013).

139

Según Ratto (2004), hasta 1847 estos gastos corrieron por cuenta de la “Caja del Negocio Pacífico”; sólo a partir de entonces comenzaron a ser registrados dentro de otro rubro presupuestario: los “Eventuales del Departamento de Guerra”. Sumado a ello, los encargados de las divisiones expedicionarias debían remitir las Listas de Revista a la “Inspección y Comandancia General de Armas” y al edecán de Rosas hasta 1846, pero luego de ese año sólo a la primera, que las enviaba a los contadores generales para que, una vez llegadas a Tesorería, fueran giradas a los Comisarios Pagadores, para efectivizar su abono. En cuanto a la preeminencia intratribu que producía el poseer un rango militar criollo, esta jerarquía era aprovechada por algunos caciques en la medida en que les otorgaba prestigio, ya que estas distinciones eran importantes en una comunidad donde las diferencias se establecían en base a las cualidades personales y a la posesión de bienes con los que se conseguían y conservaban esposas, amistades y seguidores (Cutrera, 2013). En lo concerniente a la ubicación de estos grupos de lanceros, algunos fueron trasladados, a partir de 1840, a las inmediaciones de los fuertes o también a Santos Lugares, cuartel general de los ejércitos rosistas desde fines de la década de 1830. En este último se instalaron divisiones de indios de pelea de los caciques Caneullán, Quentrel y Nicasio Macedo; también se estableció un campamento militar estable en Chapaleofú, donde servía la División de operaciones y reserva situada al sud del Salado, que además de la dotación militar procedente de Bahía Blanca incluía una división de 60 indios amigos al mando del cacique Collinao. En el norte de la provincia, el fuerte Federación incluía un cuerpo de indios de pelea al mando del cacique Quechudeo y en el fortín Mulitas, grupos de los jefes Canuellán y Guayquil (Ratto, 2015). En las cercanías del Fuerte Azul, se hallaba, desde mayo de 1841, una “División de observación y reserva situada al exterior del Salado”, comandada por el Coronel Juan Aguilera, que contaba con alrededor de sesenta indios amigos, disponiendo siempre de un cacique a cargo, un caciquillo, seis capitanejos, un sargento primero, un sargento segundo, tres cabos, cuarenta soldados y entre cinco y siete muchachos (Cutrera, 2013). No debe desdeñarse el peso relativo que tenían los lanceros indígenas en las fuerzas provinciales, pues en todos los puntos fronterizos se repetía el mismo esquema defensivo: un fuerte peso de soldados indígenas, un porcentaje menor de milicianos y una presencia exigua de fuerzas regulares (Ratto, 2015). A pesar de las amplias ventajas que tenía la utilización de estos grupos para engrosar las filas del ejército, existía un riesgo de consideración vinculado a la forma de

140 guerrear de estos grupos: dirigidos por sus propios líderes, la práctica de apropiación de recursos -ganado y cautivos- formaba parte integral de sus acciones militares. Por lo tanto, ¿era un costo que valía la pena pagar? Para Rosas, sí (Ratto, 2015). Pero más allá de este beneficio tangible que obtenían las autoridades de Buenos Aires tanto de la militarización de los indios como en materia comercial, y a pesar de la armonía en las relaciones interétnicas que se venía desarrollando, hacia fines de la década de 1840 las tensiones comenzarían a sucederse. Primeramente, en 1849, Lucio N. Mansilla (padre) propuso adelantar la línea defensiva más allá de los fuertes existentes y realizar una expedición militar a los campamentos indígenas, a lo que Rosas respondió insistiendo en el riesgo de avanzar excesivamente los puestos militares y que era inoportuna una incursión militar en ese momento; sin embargo, le autorizaría a avanzar cuatro fortines con pequeñas guarniciones no muy distantes unos de otros en la línea de las ultimas estancias (Ratto, 2015). Para la misma época, la situación en la frontera sur también se complicaba. Al respecto, Rosas había sido notificado por el intendente de Concepción (Chile), en febrero de ese año, que “los bárbaros que habitan el Cordón de la Cordillera” pensaban invadir la frontera de la provincia “encabezados por el cacique Currihuinca” (Cutrera, 2013:245). Confirmando y ampliando esta información, el 30 de abril, Pedro Rosas y Belgrano comunicaba que se había entrevistado con el indio Callfulco o Pascual, “recién llegado de Salinas Grandes”, y que éste le había contado

Que el cacique Coloqueo de los ranqueles había estado con el de igual clase Callfucurá tratando de una invasión fuerte que debía hacerse por los lados del sud, la que había sido convenida y en su consecuencia se había puesto en movimiento el expresado Coloqueo con ochocientos a mil indios […]. Que Callfucurá espera a los indios de las provincias en la presente luna y a los de Chile dentro de dos meses. Que reunidos todos se hará una grande invasión contando también con la mayor parte de los indios de Tapalquén (Pedro Rosas y Belgrano a Antonio Reyes, 30 de abril de 1849, AGN, Secretaría de Rosas, X 26-7-2a, en Cutrera, 2013:246)

En este sentido, en mayo de 1849, chasques de Calfucurá se reunieron en Azul en un parlamento del que participaron el Juez de Paz del fuerte y el caciquillo Juan Catriel - representante de su padre el cacique mayor-, en el que informaron sobre el estado de 141 alarma en que se hallaban los indios de Salinas y de Tapalqué “por los cantones y poblaciones que se estaban formando en la frontera quedando todos ellos sin el campo necesario para sus correrías” (AGN, X, 20.10.2., en Ratto, 2015). El chasque explicaba al comandante de Azul “que este movimiento lo hace Callfucurá porque no está conforme con la marcha del gobierno que está formando cantones en sus campos y estancias y que a donde ellos tenían para hacer sus correrías se les va quitando por los cristianos” (Pedro Rosas y Belgrano a Antonio Reyes, 30 de abril de 1849, AGN, Secretaría de Rosas, X 26- 7-2a, en Cutrera, 2013:247). Para apaciguar el ánimo de los indios, Rosas realizó una maniobra en dos frentes. La primera fue mandar una nota a su sobrino en la que solicitaba que elevara un informe “de la línea que ocupan las últimas estancias y cantones en la frontera, correspondiente a ese partido (Azul) y al de Tapalqué” (Antonio Reyes a Pedro Rosas y Belgrano, 19 de mayo de 1849, AGN, Juzgado de Paz de Azul (1841-1852), Sala X 20-10-2, en Cutrera, 2013:247), pues quería conocer los motivos del enojo indígena. A esta nota le sumó otras con las respuestas que tenían que darse a cada uno de los “conflictivos” caciques. A los indios de Tapalqué, en respuesta al supuesto desagrado que sentían ante el avance poblacional de los vecinos de la campaña, intentaba calmarlos diciendo que ellos

tenían suficiente campo para vivir y que el gobierno a su vez les ayudaba con su manutención y además, que esos mismos hacendados que se habían internado eran los que los proveían de ganado y, al estar todos ellos “relacionados y amigos”, si se les obligaba a regresar hacia el interior perjudicarían a los hacendados de más adentro (Rosas a Pedro Rosas y Belgrano, 19 de mayo de 1849, AGN, X, 20.10.2, en Ratto, 2011:181)

En esta línea, también dirigió una misiva a Calfucurá, la cual era muy similar a la enviada a los tapalqueneros, pero agregaba que pensaba “irles dando a los indios pobres a aquellos que tengan familia y no tengan de que mantenerse algunas ovejas desde el próximo entrante verano” (Rosas a Pedro Rosas y Belgrano, 19 de mayo de 1849, AGN, X, 20.10.2, en Ratto, 2011:181). Pero les advertía que si ellos

roban por algún punto de la frontera de esta provincia, o de cualquiera otra de la Confederación, o de la República de Chile, o consienten que lo hagan los indios que han venido de los lados de la 142

Cordillera, entonces sí, naturalmente SE los mirará como enemigos, y formará cuatro ejércitos para irlos a atacar y concluir de todo punto para siempre (Antonio Reyes a Pedro Rosas y Belgrano, 19 de mayo de 1849, AGN, Secretaría de Rosas, Sala X 26-8-2a., Cutrera, 2013:248)

En este contexto, en los preparativos de cara al inminente ataque de Calfucurá junto a chilenos, cordilleranos -arribeños- y ranqueles, el gobierno bonaerense no podía contar con los indígenas que habían sido leales, pues si de ellos dependía hacer frente a estos malones, resultaba evidente que se plegarían ante los atacantes, revelando la precariedad e inestabilidad del sistema defensivo así constituido (Cutrera, 2013). Si bien finalmente el malón no llegó a concretarse, representó el primer intento de Calfucurá por movilizar las redes que, alimentadas por las raciones del gobierno, había tejido desde su asentamiento en las Salinas Grandes (de Jong y Ratto, 2008). El desgaste producido en las relaciones entre ambos grupos, tuvo como corolario la caída de Rosas, la cual permitió comprender el distanciamiento que se había producido entre la figura del Gobernador y los líderes indígenas. En contraste con los años de 1829 y 1839, donde la colaboración indígena fue determinante en la definición de los encuentros militares, la ayuda militar en Caseros fue poco representativa: se limitó a una división de indios pampas de Tapalqué movilizada por Pedro Rosas y Belgrano, que inmediatamente después de concluida la batalla regresó a sus toldos con todo el ganado que pudieron arrear (Ratto, 2007). Corroborando lo anterior, Yunque (2008:320) escribe que Calfucurá “presiente la caída de Rosas, no se compromete mucho en la defensa de su aliado, pero tampoco se la niega completamente. Deja, pues, una alternativa para entrar o salir, según que Caseros sea un triunfo o una derrota para su aliado”. La figura de Rosas hacía tiempo que venía perdiendo centralidad en el manejo de las relaciones con los indígenas; por ello, no resulta extraño que no se hayan solidarizado con él en Caseros, ni que tampoco el insignificante aporte militar conseguido de los indios pampas de Tapalqué se haya producido por el pedido del interlocutor que ellos consideraban válido en ese momento, es decir, Pedro Rosas y Belgrano (Ratto, 2007). Sin embargo, no sólo debe considerarse la negativa indígena a participar, pues Rosas también evaluó los costos y beneficios de apelar al apoyo de estos grupos, especialmente los riesgos que aparejaba: “ya sabe usted que soy opuesto a mezclar este elemento entre nosotros, pues que si soy vencido no quiero dejar arruinada la campaña. Si

143 triunfamos, ¿quién contiene a los indios? Si somos derrotados, ¿quién contiene a los indios?” (Ibarguren, 1931: 435, en Fradkin y Gelman, 2015:409). Consumada la derrota de Rosas en Caseros, comenzaría una lucha por el indígena entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación, pues la alineación de las tribus pampeanas resultaba clave como fuerza de apoyo para el triunfo en un eventual combate; asimismo, en el caso de la Confederación, si tenían a los indios a su favor, podían incentivarlos a realizar malones en la frontera sur de la provincia de Buenos Aires, contribuyendo a su desestabilización. Caciques como Calfucurá aprovecharían esta coyuntura, que los ubicaba en una posición de fuerza respecto a ambos bandos criollos en pugna, para promover una doble diplomacia, inclinándose hacia quien más favoreciera sus intereses. Siguiendo esta estrategia, a un año de instalado el nuevo régimen, en febrero de 1853, se produjo un gran malón liderado por Calfucurá, Pichuin y los “indios amigos” del cantón de Tapalqué, que asoló el área comprendida entre los arroyos Quequén Grande y Chico, Cristiano Muerto y Tres Arroyos, participando en él más de 4.000 indios y arreándose más de 100.000 cabezas de ganado e incontables cautivos. Luego de esta incursión no se produjeron hechos similares, pero la escalada de violencia comenzaría nuevamente en 1855, alimentada por la expropiación de tierras indígenas producida por la reinstalación de Tapalqué, la fundación de la colonia agrícola-militar “Nueva Roma”, la negativa a la entrega de raciones en Patagones y el asesinato del cacique amigo Pascual. Los hechos de violencia producidos, desde principios de 1855, entre indios -que se habían aliado en lo que se conoció como la “Confederación Indígena” al mando de Calfucurá- y las autoridades bonaerenses, culminaron, el 29 de octubre de ese año, con la Batalla de San Jacinto, que constituyó un rotundo fracaso de las fuerzas criollas. A partir de una serie de derrotas de estos últimos, a fines de la década de 1850, se retomó la política de los tratados de paz. Concluyendo, Cutrera (2013) brinda algunas claves interpretativas para entender por qué en los años siguientes se pondría fin a la política indígena que había caracterizado al rosismo: en primer lugar, las nuevas autoridades planeaban alejar o neutralizar el peligro, no subordinarlo como Rosas, mediante la disminución de las raciones, porque una supresión definitiva todavía no era posible. Por otro lado, no desistirían en la intención de adelantar los fuertes y correr la frontera hacia al sur, empujando de sus tierras a los indígenas (Catriel, Cachul y salineros). Finalmente, los avatares políticos criollos y el doble juego diplomático realizado por los indígenas llevarían a una descentralización de las

144 negociaciones con las distintas tribus, lo que minaría al bloque indígena, haciéndolo más heterogéneo y por ende, más fácil de vencer.

4.4. Conclusiones

El período que se analiza en este capítulo marca, a nivel internacional, el lugar ocupado por las provincias rioplantenses en la división del trabajo como proveedoras de materias primas a los países europeos, que estaban desarrollándose industrialmente. La adaptación a las demandas de estos mercados fue lo que, a lo largo de la década, permitió la prosperidad constante de las provincias de la región, especialmente de Buenos Aires, que se beneficiaba notoriamente con los ingresos provenientes de la Aduana gracias a su control exclusivo del puerto. Este crecimiento económico-comercial se dio en un marco de estabilidad política caracterizado por la aceptación de una unanimidad federal (a menudo forzada) bajo hegemonía porteña y su liderazgo de los asuntos políticos y exteriores. Las disidencias producidas en el seno de la sociedad eran acalladas mediante el terror durante los primeros años de la década de 1840; luego, los sospechados por el régimen optaron por exiliarse, desde donde continuaron su lucha contra el régimen mediante la prensa y la búsqueda de apoyos internacionales para derrocar a Rosas. Ejemplo de esto fue el bloqueo anglo-francés de 1845 a 1848, que había sido ideológicamente planeado por exiliados en Montevideo. Todos ellos encontraron en la libre navegación de los ríos, la opresión del Gobernador al crecimiento económico litoraleño y la amenaza de un dominio porteño de la región oriental, los puntos en común que los llevaron a apoyar la invasión europea, la cual fracasó, derivando en un encumbramiento al prestigio de Rosas. Estas mismas motivaciones serían las que, en 1852, unirían a las provincias de Entre Ríos y Corrientes con Brasil y la Banda Oriental, bajo el liderazgo de Urquiza, derrocando en la Batalla de Caseros al “Restaurador de las Leyes”. Lo que sorprendió fue que las bases que habían llevado a Rosas al poder en 1829 se habían erosionado al punto de que, si bien no apoyaron a las fuerzas urquicistas, tampoco se rebelaron contra ellas ni brindaron un apoyo incondicional a la causa rosista. En cuanto a los hacendados que lo habían apoyado años anteriores, muchos habían sido afectados por los embargos y por las levas que los dejaban sin mano de obra disponible para sus estancias; por otro lado, las clases más bajas tampoco estaban satisfechas con este creciente enrolamiento en el

145 ejército; por último, los indígenas se habían distanciado de su vínculo personal con Rosas, pues en los años cuarenta se había producido la delegación de la cuestión indígena en otros interlocutores criollos, por lo que la figura del Gobernador se había desvalorizado a ojos de los indios. En este contexto, las relaciones entre la sociedad indígena y el gobierno de Buenos Aires estuvieron signadas por estos vaivenes políticos, que hacían necesaria la adopción de una paz con los indios debido a que los recursos disponibles no le permitían a Rosas sostener un frente de conflicto con ellos. Estas relaciones pacíficas se sustentaron mediante un incremento del sistema de racionamiento, pues el gobierno tenía en claro que este era el mecanismo para concertar las paces y, a su vez, obtener de los indios su fidelidad (aunque voluble) y su apoyo militar. Las raciones no deben considerarse como una subordinación de ninguna de las sociedades respecto a la otra, sino que fueron la cristalización de los acuerdos de paz realizados entre las autoridades criollas y las indígenas. De esta manera, la diplomacia se veía materializada en las concesiones recíprocas que cada parte se otorgaba, por lo que no sería erróneo sugerir que estas relaciones interétnicas adquirieron el mismo carácter que las de tipo diplomático que por entonces mantenía Buenos Aires con el resto de las provincias de la Confederación, aunque se plasmaran de diferente forma. Frente a ambos actores -el resto de las provincias y la sociedad indígena-, el gobierno bonaerense actuaba de manera similar, ya sea definiendo sus límites fronterizos o haciendo uso de la amenaza de guerra; pues si las autoridades provinciales hubieran considerado como propio el territorio indio, simplemente podrían haber avanzado coercitivamente sobre el mismo; pero al contrario, optaron por utilizar la guerra latente como mecanismo de persuasión para alcanzar sus intereses en las negociaciones con los caciques, demostrando así su consideración respecto a la soberanía indígena. Asimismo, aunque las relaciones interprovinciales contaran con tratados formales escritos, los acuerdos criollo-indígenas hallaban su correlato en el cumplimiento de las condiciones de las negociaciones: raciones, ayuda militar y respeto por el territorio y la administración de justicia de cada sociedad. En cuanto a la condición fundamental de los tratados de paz, es decir, las raciones, ambas partes abusaron de las mismas. Para la sociedad criolla, fue el modo de resolver pacíficamente un posible conflicto y detener los malones de apropiación de ganado (no así aquellos que tenían fines de expresión política). En cambio, para los indígenas, significaba la incorporación de una voluminosa cantidad de bienes para el sostenimiento de sus circuitos comerciales, es decir, para garantizar las bases de su reproducción social.

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La percepción de raciones como el medio diplomático de vinculación entre ambas sociedades se vio transformado con el asentamiento de Calfucurá en Salinas Grandes, que modificó la forma en la que estas entregas se concebían y cómo eran repartidas. Cabe resaltar que en el momento que el cacique salinero llegó a las pampas, no tenía enemigos de gran calibre (ranqueles y boroganos habían sido desarticulados en la década anterior) y, a su vez, el gobierno encontraba sus arcas en período de expansión, luego del levantamiento del bloqueo francés y de los embargos perpetrados a los unitarios (que iban a nutrir gran parte de las raciones). La estrategia diplomática que Calfucurá desarrolló a partir de las raciones contrastaba con la que los antiguos ocupantes (los boroganos) de Salinas Grandes habían desplegado, la cual imponía una política fuertemente vinculada al gobierno bonaerense. En cambio, el cacique salinero logró, a través de las importantes raciones que recibía del gobierno, construir una red de alianzas políticas, económicas y parentales, que ampliaron su influencia y apoyo, no sólo entre grupos de territorialidad pampeana, sino también cordilleranos y transcordilleranos. Sumado a esto, concentró el manejo de la entrega de raciones a través de Salinas Grandes, lo que fomentó su rol de jefe redistribuidor, otorgándole más poder y prestigio sobre otros. Por último, este dominio exclusivo de los canales de comunicación entre ambas sociedades le permitió a Calfucurá controlar cuál era la información que cruzaba de un lado a otro de la frontera, sabiendo que el precio de las noticias de los movimientos de “tierra adentro” era incalculable. Ello lleva a considerar que el creciente poderío de Calfucurá fue lo que lo animó a presentarse como un adversario peligroso para Buenos Aires, ante el avance, aunque lento, que se venía produciendo de los pobladores rurales durante este período. Por ende, de allí en más, en las negociaciones con el huinca para lograr acuerdos de paz, sería un punto clave la defensa de su derecho a la propiedad de las tierras. Este último punto es fundamental para comprender la tensión que afectaría las relaciones interétnicas a partir de 1849, alcanzando su máximo punto de violencia en 1855. De ahí en adelante, se volvería a las negociaciones para lograr “tratados de paz”, utilizados estratégicamente por el gobierno como un mero entretenimiento hasta que pudiera rearmarse, para volcarse de lleno en su avance de la frontera sur y la eliminación definitiva de sus pobladores indígenas… Pero esa es otra historia.

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5. CONCLUSIONES FINALES

La presente investigación aborda las relaciones entre las parcialidades indígenas que habitaban la zona de la frontera sur y oeste bonaerense y los gobiernos de Juan Manuel de Rosas, entre 1829-1852, entendidas como relaciones diplomáticas internacionales. Teniendo en cuenta las definiciones respectivas presentadas en el marco teórico, puede afirmarse que, como se planteó en la hipótesis principal, efectivamente se trata de relaciones internacionales si se atiende a que entre ambas sociedades, organizadas cada cual bajo su soberanía, se produjeron “intercambios, transacciones, contactos, flujos de información y contenido y las respuestas conductuales esperadas y resultantes” (Sonderman, Olsen y Mc Lellan, 1970, en Ortiz, 2000:16). Esto se reflejó en el envío de comitivas de parte de cada una de las sociedades para negociar con la otra; como también en el intercambio comercial que se producía entre los miembros de ambas, alimentando los circuitos económicos de ganado, como de aquellos productos que cada una demandaba de la otra, aunque con el paso del tiempo, sería la indígena la más dependiente de estos elementos que obtenían del negocio con los criollos. Respecto a los flujos de información, puede verse el rol primordial que cumplían para los indígenas los cautivos, refugiados y desertores que se aventuraban “tierra adentro”, pues eran quienes podían brindar información del otro lado de la frontera; mientras que el gobierno bonaerense obtenía información a través no sólo de los cautivos y prisioneros, sino también de los contactos producidos entre comandantes de frontera y caciques, que reclamaban bienes o algún beneficio como pago por dicha información. Por último, refiriendo a las respuestas conductuales esperadas y resultantes, se visualizaban las diferentes decisiones políticas y económicas de ambos actores de mantener la paz o hacer la guerra, o si comerciarían con el otro o no; así, la determinación dependía de la coyuntura del momento, influenciada por factores internos y externos. Sumado a lo anterior, otra definición que también avala lo planteado en la hipótesis principal es la de James Rosenau, la cual considera que son relaciones internacionales una amplia gama de actividades -sociales, culturales, económicas y políticas- y bienes que cruzan en las fronteras, produciéndose tanto en situaciones ad hoc como en contextos institucionalizados. De esta manera, en las relaciones producidas entre el gobierno bonaerense y los indios, las aristas de las mismas son de variada índole, pues además de lo pactado entre las autoridades de ambas sociedades -que convenían en mantener la paz o

148 enfrentarse bélicamente y en reglar los intercambios comerciales-, también se daban contactos sociales y culturales, sobre todo en el área fronteriza. Respecto a estos dos últimos tipos de vinculaciones mencionadas, el compartir un mismo espacio físico produjo que ambas sociedades se vayan mestizando y formando un “middle ground” (White, 1991), que modificaba las pautas culturales de las mismas. De ahí que en los pueblos que se hallaban en la frontera sur de la provincia de Buenos Aires, las uniones matrimoniales se empezarían a dar de manera interétnica, siguiendo modelos tanto indígenas -poligamia- como criollos -matrimonio católico-, formando así sociedades mestizas que, mediante la convivencia, se habían vuelto un híbrido entre ambas, tal como plantean Silvia Ratto y María Laura Cutrera en sus obras. Otro claro ejemplo de ello fue el tratamiento de las enfermedades por parte de los indígenas, quienes fueron adoptando prácticas de la medicina occidental, como el uso de vacunas para curar la viruela; sin por ello olvidar a sus machis y su creencia en el gualicho. Retomando, otra característica a resaltar de la definición de Rosenau, es que plantea que las relaciones internacionales se producen tanto en situaciones ad hoc como en contextos institucionalizados; fundamentando así el contacto producido entre los caciques y las autoridades bonaerenses, más allá del marco en el que se produjeron, el cual no es aquel tradicional -de relaciones interestatales- en las relaciones internacionales, pero, acreditando la hipótesis principal de este trabajo, aún es válido como un contexto alternativo en el que la disposición de elementos clásicos de esta disciplina sí se ven reflejados, como son los tratados y negociaciones, el respeto a la soberanía territorial y la delimitación de la frontera. En este sentido, cabe resaltar que mediante la creación de un partida específica para el Negocio Pacífico -estrategia diplomática del Estado de Buenos Aires para su negociación con las tribus- dentro del presupuesto público de los Registros Oficiales de la Provincia, hacia mediados de la década de 1830 se reflejó un avance en cuanto a la institucionalización de las relaciones producidas con los indígenas. En línea con lo mencionado respecto al contexto ad hoc, Antonio Truyol, Kal Holsti y Marcel Merle también plantean que las relaciones internacionales no significan necesariamente relaciones interestatales, ya que el hecho de que los Estados sean actores internacionales, no elimina la existencia de otros actores internacionales no estatales, lo que permite configurar a las diferentes tribus indígenas como sujetos capaces de poseer internacionalidad; pues la condición que establecen dichos autores es que los actores deben tener efectos que trasciendan sus límites, lo cual fue plasmado al describir las variadas actividades transfronterizas que entre ambos grupos se producían, acentuando Holsti que

149 pueden estar o no propiciadas por un gobierno estatal, pero que se tratan de manifestaciones y formas de interacción entre miembros que pertenecen a sociedades separadas; avalando así lo planteado en la hipótesis principal respecto al carácter de internacionalidad en las relaciones entre el gobierno rosista y las diferentes parcialidades. Asimismo esa condición de internacional que se planteó en dicha hipótesis se reafirma al definir qué es un actor internacional, permitiendo caracterizar a las jefaturas indígenas como tales a partir de las definiciones de Esther Barbé y Manfred Wilhelmy, las cuales hablan de unidades que “gozan de habilidad para movilizar recursos que les permitan alcanzar sus objetivos” (Barbé, 1995:117) y que plantean demandas, combinan recursos con otros actores y promueven sus intereses mediante el desarrollo de relaciones recíprocas (Wilhelmy y otros, 1988:119). De igual modo, las obras de Raúl Mandrini también permiten caracterizar como actores autónomos y soberanos a las jefaturas indígenas, las cuales plasmaron estos rasgos cuando buscaban lograr un acuerdo con el gobierno de Rosas o mostrar su disconformidad con lo ya pactado, logrando movilizar gran cantidad de recursos militares para intimidar o presionar a través de malones a las autoridades bonaerenses, las cuales en múltiples ocasiones debieron ceder a las demandas indígenas para detener la ola de violencia, sobre todo en la década de 1830. De esta manera, éstos últimos demostraron su “capacidad para ejercer influencia sobre otros actores”, pues al gozar de autonomía, determinaban el curso de su accionar adaptándose a la coyuntura del momento (Barbé, 1995:117); siendo los caciques Catriel, Cachul y Calfucurá claros ejemplos de cómo redireccionaban sus maniobras políticas en función de las circunstancias que se les planteaban frente al gobierno rosista. Otro de los campos disciplinares que esta investigación analiza es aquel vinculado al estudio de la política exterior, considerando que la política indígena de Rosas fue parte de la misma en ese momento. De esta manera, como plantean James Dougherty y Robert Pfaltzfraff, Luciano Tomassini y Rubén Perina, puede establecerse en dicha política un objetivo del Estado bonaerense por influir en otro agente internacional -las jefaturas indígenas-, mediante la amenaza o el uso concreto de la fuerza o a través de incentivos políticos o económicos; haciendo necesario diagramar una estrategia adecuada para la consecución de sus fines e intereses, siendo a su vez condicionado por el contexto (variables internas y externas). En consonancia, puede afirmarse, considerando lo planteado en la primera hipótesis secundaria de éste trabajo, que la política exterior de Rosas con los indígenas respondió a

150 la puesta en práctica de una estrategia realista de equilibrio de poder, pues utilizó sus recursos para atender a la multiplicidad de focos de conflicto -internos y externos- que se suscitaron durante su gobierno, incluyendo el avance militar o la negociación (Negocio Pacífico) con las parcialidades indígenas de la zona, según lo ameritasen las circunstancias. Al igual que Raúl O. Fradkin y Jorge D. Gelman, quienes consideran que la política exterior rosista se adaptó al contexto, puede señalarse que teniendo en cuenta los recursos - políticos, económicos, militares y culturales- que poseía, su manejo eficiente es lo que le permitió a la provincia de Buenos Aires ocupar un lugar preponderante dentro de la Confederación, disponiendo del manejo de la Aduana y las relaciones exteriores conjuntas tanto con el resto de los países como en relación a la sociedad indígena, enfrentando períodos de paz y guerra con ella. Teniendo en consideración el contexto internacional e interno de cada actor, tal como plantean Rubén Perina y Alberto Van Klaveren, puede entenderse el curso de acción en materia de política exterior de la provincia de Buenos Aires. Cabe mencionar que durante la primera mitad del siglo XIX, los países europeos se hallaban en un espiral ascendente en cuanto a la revolución industrial, el cual se fue acelerando con el paso del tiempo, acrecentado sus demandas de productos agropecuarios; esto último resultaba beneficioso para la élite gobernante conformada por los hacendados-saladeristas y comerciantes porteños. Aunque esta ambición encontraría su primer obstáculo en la frontera con las tribus indígenas que habitaban la zona, con las que hubo que aprender a negociar, pues la expansión territorial todavía no se podía llevar a cabo de manera ofensiva, sino a través de la persuasión. Asimismo, la prosperidad de este modelo económico requería de cierta estabilidad, que sólo podía lograrse si se minimizaban o solucionaban los diferentes focos de conflicto abiertos. En este sentido, es preciso resaltar que, sobre todo en la década de 1830, los mismos fueron numerosos, tanto a nivel interno de la provincia -la tensión entre unitarios y federales y las diferentes sublevaciones de 1839: el levantamiento de los Maza y la revolución de los “Libres del Sud”- como externo -la guerra con la Confederación Peruano-Boliviana (1837-1839), el enfrentamiento con la Coalición del Norte (1839-1840), el bloqueo francés (1838-1840), el conflicto con el gobernador correntino Berón de Astrada (1839), entre otros-. Sumado a esto, durante ésta década puede hallarse un alto grado de conflictividad y violencia en las relaciones interétnicas de las sociedades criolla e indígena, manifestada en una gran ola de malones y en la expedición de 1833 llevada a cabo por Rosas.

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Este panorama comprueba la segunda hipótesis secundaria, pues la combinación de una multiplicidad de focos de conflicto y la necesidad de estabilidad para la expansión ganadera y el crecimiento económico llevó a que el gobierno bonaerense intentara negociar, por lo menos, con aquellas parcialidades que estuvieran dispuestas a pactar; de ahí que se buscara conciliar bajo el Negocio Pacífico una paz con los indios -considerados como indios amigos-. Otro aliciente que tuvo el gobierno bonaerense para no buscar un conflicto abierto con los indígenas, fue la idea que tenían de éstos, pues se temía de su numerosa población y su poderío militar; así, hasta que las capacidades bonaerenses no superaran a las indígenas, no se avanzaría bélicamente sobre ellos. En suma, afirmando la segunda hipótesis secundaria, el Negocio Pacífico puede entenderse como parte de las relaciones diplomáticas internacionales entre ambos actores, concibiéndose como la estrategia de negociación diplomática (Nicolson, 1955, en Mestre Vives, 1979:107-109) que Rosas inicialmente utilizó para poder responder pacíficamente, evitando confrontar con los indígenas y que así se abriera otro frente de batalla, pues ya debía ocuparse de los diferentes focos de conflicto abiertos que se mencionaron, haciendo uso de los recursos que poseía para lograr mantener el equilibrio de poder balanceado a su favor. En relación a esto, puede asimismo afirmarse lo esbozado en la tercera hipótesis secundaria, en cuanto a que el Negocio Pacífico logró consolidarse como estrategia de negociación diplomática durante la década de 1840, mediante su reinvención y adaptación a la coyuntura de esos años, en función de los objetivos de cada parte. De esta manera, las relaciones diplomáticas internacionales quedarían plasmadas en esta política, que se mantuvo a lo largo de la década, en la cual se estableció una paz armada, pues si bien había un alto grado de armonía entre autoridades provinciales y caciques -cuyo clientelismo con los comerciantes y comandantes de frontera había aumentado-, se mantenían siempre en estado de alerta en caso de que se presentase cualquier anomalía en el cumplimiento de la reciprocidad establecida por este Negocio Pacífico, en la que cada parte presionaría para su correcto funcionamiento, pues -siguiendo los planteos de Ingrid de Jong- la conjugación dentro de cada grupo de variables internas (en cuanto a los indígenas, se vieron afectados por menos conflictos intratribales; mientras que la provincia gozó durante estos años de una campaña en paz) y externas (en la década de 1840 se había fortalecido la red de alianzas intertribales; en tanto que el régimen rosista había logrado instaurar la unanimidad federal también en la Confederación) hacía para ambos del Negocio Pacífico la mejor estrategia de negociación diplomática para cumplir con sus respectivos objetivos.

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Además que, si bien a lo largo de ésta década el gobierno rosista tuvo muchos menos frentes de conflicto abiertos, no se encontraba todavía en posición de destinar recursos a una lucha con el indio, el cual había aumentado su poderío y, a su vez, servía como apoyo militar fiel a Rosas en caso de una guerra civil dentro de la provincia o con la Confederación; en razón de esto, condiciendo con la tercera hipótesis secundaria, mantener el Negocio Pacífico durante estos años de relativa paz fue la estrategia de negociación diplomática elegida por el régimen rosista para manejar sus relaciones internacionales con los indios. Vinculado a lo mencionado respecto a la ayuda militar brindada por los indios a los ejércitos rosistas, puede considerarse que ésta fue reglada a partir de lo pactado en el Negocio Pacífico, tal como se planteó en la cuarta hipótesis secundaria. Es decir, el acuerdo de reciprocidad entre las partes se daba bajo la entrega de raciones por parte del gobierno bonaerense, y, por el lado de los indios amigos, se encontraba la promesa de no robar en las estancias fronterizas ni realizar malones en las comandancias de frontera, como también brindar apoyo militar si el ejército bonaerense lo solicitaba. Es pertinente hacer la salvedad que éste último requisito era parte de las negociaciones con los indios amigos, no así con los indios aliados, cuyas obligaciones para la percepción de ganado y bienes por parte del gobierno se hallaba supeditada sólo a no atacar la frontera e informar los movimientos de las tribus cordilleranas y de tierra adentro. De esta manera, a lo largo del trabajo y en función de lo planteado en la cuarta hipótesis secundaria, se afirma que respecto a las negociaciones diplomáticas -que se materializaban en el Negocio Pacífico- entre las autoridades bonaerenses y los caciques, cuyos elementos centrales fueron los tratados de paz suscriptos entre ambas partes y la entrega de raciones sobre las que se apoyaban, puede asimismo considerarse que esa obligación de formación de batallones de indios amigos a cambio de ganado y bienes de consumo era una alianza de cooperación militar internacional, ya que también puede hablarse de una relación diplomática internacional amparada bajo la estrategia de negociación diplomática que fue el Negocio Pacífico. Por último, se puede aseverar que, como se mencionó en la quinta hipótesis secundaria, más allá de la búsqueda de una convivencia pacífica en la frontera, el objetivo de avance territorial por parte de la sociedad criolla y sus sucesivos gobiernos siempre permaneció vigente como un interés clave en el diseño de la política exterior, pues se consideraba que esta expansión era necesaria y vital -como plantea Friedrich Ratzel en relación al crecimiento orgánico del Estado- para sostener el desarrollo de la provincia de

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Buenos Aires, sus capacidades y recursos, y así mantener y acrecentar su hegemonía en el Río de la Plata. Asimismo, este era el modelo de desarrollo e inserción en el contexto internacional que propiciaría por varios años la élite gobernante, que se beneficiaba de un marco global que demandaba sus productos. Contemplando lo expuesto, se considera que han podido ser ratificadas las hipótesis de trabajo planteadas al comienzo de esta tesis, la cual se espera constituya un aporte original al conocimiento sobre una temática relativamente poco trabajada, al menos en cuanto al enfoque propuesto, enriqueciendo así el estudio de la historia diplomática nacional, y contribuyendo a estudiar las múltiples manifestaciones que ésta tiene como parte integrante de la disciplina de las relaciones internacionales y los estudios de política exterior.

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7. FUENTES

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7.2. Documentos García, Pedro Andrés, Nuevo plan de fronteras de la provincia de Buenos-Aires, proyectado en 1816, con un informe sobre la necesidad de establecer una guardia en los manantiales de Casco o Laguna de Palantelen, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 1837.

7.3. Registros oficiales Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires, Volumen 18, Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1839. Disponible en:https://books.google.com.ar/books?id=dlAbAQAAIAAJ&hl=es&authuser=0&pg=PA1 #v=onepage&q&f=false Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires, Volumen 19, Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1840. Disponible en: https://books.google.com.ar/books?id=tlEbAQAAIAAJ&hl=es&authuser=0&pg=PA1#v= onepage&q&f=false

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