Gottfried Alexander Maximilian Waler Kurt von Cramm o Gottfried Cramm (Nettlingen, 7 de julio de 1909 – El Cairo, 8 de noviembre de 1976), como gustaba presentarse para ocultar su linaje en la medida de lo posible, era un deportista ejemplar. Esbelto y de buenas maneras, destacaba por encima del resto gracias a su caballerosidad, la cual le granjeó el apodo de Gentleman of Wimbledon en el All England Lawn Tennis Club de Londres. Nadie de los presentes olvidará el partido de dobles decisivo contra Estados Unidos en la Copa Davis de 1935, junto a Kai Lund, en el que aún hoy es considerado el templo del tenis: La Catedral de Wimbledon. Tras desaprovechar cinco bolas de partido, Lund ejecutó una volea ganadora que les proporcionaba una sex- ta oportunidad para cerrar el encuentro. Sin embargo, Gottfried se acercó al juez de silla para confesarle que había rozado la pelota con su raqueta previamente y que el punto debía subir al marcador estadounidense. Nadie se había dado cuenta. Alemania acabó perdiendo aquel partido y la elimina- toria. “El tenis es un juego de caballeros y así lo he jugado desde que cogí por primera vez una raqueta. ¿Dormiría esta noche si no hubiera dicho nada a pesar de saber que la pelota había tocado mi raqueta? Nunca, porque esta- ría violando cada principio que este deporte representa. Por el contrario, no creo que esté decepcionando a los alemanes. Creo que les estoy honrando”, contestó ante el reproche de un oficial alemán. Gottfriend tenía esa peculiar manera de entender el tenis.

TILDEN COMO CONSEJERO

Su fiebre por el deporte blanco la heredó de su padre, Burghard von Cramm. Durante su juventud, el cabeza de familia estudió Derecho en Oxford, donde quedó prendado de la pasión de los ingleses por el deporte y los valores del juego limpio, la deportividad y el honor. Gottfried absorbió desde pequeño esos ideales, mientras jugaba en las pistas de tierra batida que su progenitor construyó en las diferentes fincas familiares al sur de Hannover. Ya por en- tonces, cuando alguien le preguntaba qué quería ser de mayor, él contesta- ba con rotundidad: campeón del mundo del tenis. Mientras su padre, incluso desde la distancia, lo animaba a la práctica deportiva: “No deberías estudiar mucho durante el verano. Dile a tus profesores de mi parte que en el clima alemán, los meses de invierno son para el trabajo mental y el verano para fortalecer el cuerpo”, rezaba una carta que le escribió desde la Gran Guerra, donde prestó sus servicios como oficial de reserva.

Sus padres, ambos de relevantes familias alemanas de alta alcurnia, recibían en su residencia veraniega a gran cantidad de invitados. Allí conoció a Otto Froitzheim, Roman Najuch o los hermanos Robert y Heinrich Kleinschroth, relevantes tenistas alemanes de los años 20 a quienes escuchó aventuras sobre Roland Garros, Wimbledon y otros torneos del circuito, del que se pro- metió formar parte algún día. El talento del joven barón animó a Frotzheim a darle clases verano tras verano hasta que en las vacaciones de 1928 se trajo consigo a la finca de los Cramm a su amigo Bill ‘Big’ Tilden, el mejor te- nista del mundo en aquella época, con ocho Grand Slams a sus espaldas. La 160

Índice Revista#13 PerarnauClub estrella estadounidense le aconsejó y reforzó muchas facetas de su juego, siendo así una gran influencia en la carrera de Gottfried. Fue aquel mismo año, con 18 años y tras terminar la escuela, cuando decidió dar un paso defi- nitivo. Se trasladaría a Berlín, donde podría desarrollar su tenis en el históri- co Rot-Weiss Club a costa de estudiar Derecho para contentar a sus padres, que querían que su hijo prosperara en la carrera diplomática, más acorde a su estatus social.

Gottfried fue tenaz en la consecución de su sueño. Perseverante y metódico, rechazaba todo tipo de alcohol o tabaco y en las salidas nocturnas, acompa- ñado siempre de un gran número de amigos, se retiraba a medianoche cuan- do la fiesta no había hecho más que empezar. Contrariamente“ a lo que la gente cree, los campeones no caen del cielo”, le espetaba a sus camaradas. Y al día siguiente, desde temprano, entrenaba sin descanso durante horas. Su sistema de preparación se asemejaba a la disciplina militar, como recordaba Roderich Menzel, la estrella checa de los años 30 y rival asiduo del alemán: “Se ejercitaba durante cinco horas al día como si se tratara de un profesor de matemáticas. Su ascensión en el mundo del tenis se produjo gracias a un plan tan calculado como el que desarrollaría un ejército en caso de una mo- vilización”. Trabajaba infatigablemente hasta no encontrar debilidades en su juego, incluido su revés, que le jugó malas pasadas en sus inicios. Muchos re- cuerdan una anécdota durante sus primeras semanas en el Rot-Weiss, cuan- do la atrevida Paula von Reznicek, una de las esperanzas del tenis femenino alemán, le retó a jugar un partido. Atacando su indefenso revés cortado hu- milló a Cramm al ganarle en el tercet set, hasta que seis meses después, tras mejorar su punto débil gracias a los consejos de Tilden, el aristócrata ejecutó su venganza con una victoria en dos mangas.

UN BINOMIO DE FUERZAS ENCONTRADAS

Gottfrield llegó a la capital en pleno apogeo de la República de Weimar, con un Berlín dominado por el Berliner Luft y la Girlkultur. Juventud y libertinaje como respuesta a años de galopante inflación y violentas disputas entre fac- ciones de derechas e izquierdas. En aquella época los clubes nocturnos eran del tamaño de centros comerciales donde las mujeres desnudas superaban con creces el número de clientes, una época donde la gente salía noche tras noche y despertaba sus más escondidos instintos sexuales. Rápidamente el tenis comenzó a llenar no solo su tiempo libre, sino también su tiempo de estudio. Pasaba en el Rot-Weiss gran parte del día y el dinero enviado por sus padres lo gastaba en sesiones de entrenamiento con Najuch y Kleinschroth. Era como su segunda casa. Allí se congregaban artistas, músicos y escrito- res, muchos de ellos judíos; personas liberales apasionadas por el deporte, la cultura y la buena vida. En 1930 llegó su matrimonio con Lisa von Dobeneck, hija de amistades paternas. Junto a ella se trasladó a un coqueto apartamen- to que rápidamente se convirtió en la segunda sede del Rot-Weiss. Depor- tistas, estrellas del cine y del teatro se convirtieron en invitados habituales y Cramm hizo grandes amistades, entre las que figuraban personalidades como el rey Gustavo V de Suecia, habitual en los torneos de exhibición del club berlinés, o el campeón mundial de boxeo Max Schmeling. 161

Índice Revista#13 PerarnauClub Todo era perfecto en la vida de Gottfried. Un matrimonio estable y una carrera tenística en ciernes a punto de explotar en una ciudad con una gran actividad social. Pero el aristócrata alemán guardaba un pequeño secreto. En una de esas salidas nocturnas, esta vez junto a su hermano Aschwinn, Gottfried co- noció a Manasse Herbst, judío del este de Europa asentado durante años junto a su familia en Berlín, y uno de los actores de la opereta austriaca Im Wissen Rössel. Tejió con él una estrecha relación y era habitual verlos juntos, acompa- ñados de Aschwinn y su amigo homosexual Georg Heck, en los lugares de am- biente de la ciudad. Asistir a las fiestas o a la ópera acompañado de un miem- bro del mismo sexo se había convertido en una moda berlinesa de la época, prueba de la modernidad y la ruptura con la arcaica moral burguesa. Pero para Gottfried era algo más que una moda pasajera. Pronto comenzó a llevar una doble vida: era marido ejemplar en cenas y actos sociales, y cuando tenía oca- sión se escapaba para dar rienda suelta a sus deseos más íntimos. Su clandes- tina homosexualidad y el tenis formarían desde entonces un binomio de fuer- zas enfrentadas que guiaría su destino.

Cramm con Gustavo V de Suecia

LA ESTRELLA EMERGENTE

En lo tenístico, ya era considerada la mayor promesa del tenis alemán en los inicios de los años 30. Había ganado los Campeonatos estudiantiles de Ale- mania en 1929, y al año siguiente hizo sus primeras apariciones en torneos in- ternacionales de la Costa Azul, donde cosechó algunas victorias ante jugado- res importantes como Christian Boussus, considerado ‘El quinto mosquetero’, que dejaron la impronta de su elegante y talentoso juego. “Como un cometa, una nueva estrella cayó del cielo tenístico. Un chaval que nadie conocía ayer va camino de convertirse en el mejor tenista del mundo”, se atrevía a afirmar el diario Eclaireur de Nice, mientras , el número dos del equipo alemán de Copa Davis, se deshacía en elogios: “Combinando sus tiros con mi cabeza... ‘Big’ Bill no sería tan grande”. Precisamente Prenn, que se ofreció a 162

Índice Revista#13 PerarnauClub tutelarlo profesionalmente, fue quien lo empujó a apostar definitivamente por el tenis. El Derecho no podía competir con el atractivo del deporte para alguien que atesoraba tanta calidad. Su meteórica carrera despegó en Atenas, donde en 1931 consiguió sus primeros títulos internacionales: al individual en los Campeonatos Internacionales de Grecia sumó también el dobles junto a Hein- rich Kleinschroth. Aquel éxito no sirvió para ser convocado por primera vez por el equipo de Copa Davis, pero convenció finalmente a sus padres, que asumie- ron que su vástago tendría éxito internacional lejos de la diplomacia. Aquel año debutó en Roland Garros y Wimbledon, alcanzando la cuarta ronda en ambos y demostrando su versatilidad y perseverancia, lo que le permitió acabar el año como número 1 del ránking alemán junto a Prenn. Gotffried confirmaba paula- tinamente las expectativas.

La nueva esperanza del tenis alemán había irrumpido en el momento perfec- to. Después de una larga sanción para Alemania, que tras la Primera Gue- rra Mundial no pudo disputar la Copa Davis hasta 1927, el tenis germano vivía una época dorada con gente prometedora como Daniel Prenn o Hans Moldenhauer, que lamentablemente fallecería en 1930 en un accidente de tráfico. Cramm, la estrella en ciernes, se convirtió rápidamente en una de las caras más reconocibles del país mientras el deporte en general ganaba cotas de popularidad. “La juventud alemana prácticamente ha hecho de la buena salud física y el deporte una religión”, subrayaba The New Yorker en 1929. Pero aquel auge deportivo tuvo una contrapartida. Aunque algunos autores de izquierdas comenzaron a escribir con entusiasmo sobre la actividad física, como Bertolt Brecht, que veía en el boxeo una metáfora de la lucha de clases, para la izquierda política no era más que el desahogo inofensivo de los instin- tos belicosos del ser humano. Por contra, la derecha había entendido que a través del deporte se podía potenciar el atractivo de los juegos de guerra y la rivalidad nacional, como vislumbraba en Mein Kampf: “Si le das a la nación alemana seis millones de cuerpos atléticos perfectamente entre- nados, irradiando una ferviente pasión por su país, e inculcados con el más alto espíritu agresivo, en menos de dos años si es necesario el estado habrá creado un ejército”. La ideología nazi comenzaba a extender sus tentáculos y Gottfried encarnaba los rasgos de la que ellos consideraban la raza superior.

EL PARAÍSO DEVINO INFIERNO

Lamentablemente para el país germano, el resurgir económico descabaló sin tiempo para disfrutar. Debido a las consecuencias producidas por el crack de 1929, la época dorada de la República de Weimar se resquebrajaba. El desempleo creció exponencialmente y la gente comenzó a deambular por las calles sin comida que llevarse a la boca, desatándose grandes tensiones so- ciales. Los judíos fueron señalados como culpables de todos los males y la escalada del antisemitismo tomó tintes preocupantes. Fueron expulsados de las organizaciones nacionales y sufrieron ataques a sus establecimientos por parte de grupos organizados de ideología nazi, auspiciados por una atmós- fera en la que la extrema derecha comenzó a tomar fuerza. El Partido Nazi creció de 12 a 107 escaños en las elecciones de 1930, y aunque para los alemanes Hitler aún seguía siendo una figura vergonzosa, lo cierto es que el 163

Índice Revista#13 PerarnauClub nacionalsocialismo fue ganando terreno elección tras elección hasta que en 1933 aquel peculiar líder, de acento vienés y agitados gestos, era nombrado por el presidente Paul von Hindenburg canciller de Alemania. Los uniformes marrones de las S.A. en las calles, las listas negras y las persecuciones se convirtieron en la tónica general de un país que decía adiós a la república, la constitución y las garantías jurídicas. Hitler inició la Gleichschaltung, la unifi- cación de poderes y el control totalitario, aprobando además leyes para po- der arrestar a cualquier persona sin evidencias o cargos. Había comenzado el Tercer Reich. Miles de opositores y judíos comenzaron a desaparecer de la ciudad, también del tenis. El boicot antisemita a establecimientos y profesio- nes alcanzó también a las esferas deportivas y Daniel Prenn, el número uno alemán, era expulsado del equipo de Copa Davis. Judío, nacido en Vilnius y criado en San Petersburgo, llegó a Alemania huyendo de los soviéticos tras la Revolución Rusa y ahora volvía a escapar de la persecución antisemita, esta vez a Londres.

Estos sucesos provocaron un cambio en la mentalidad de Gottfried, que has- ta entonces no había mostrado mucho interés por la política. Comenzó a con- frontar y opinar sobre problemas que tenían repercusión en su entorno, pues muchos de sus amigos, como Prenn, estaban siendo forzados a emigrar. Y no solo preocupado por quienes le rodeaban sino por sí mismo: la lista de perseguidos se extendía a comunistas, gitanos, testigos de Jehová, mudos, epilépticos... y sobre todo homosexuales. Decididamente, bajo las órdenes de un consumado homófobo como era Himmler, comandante en jefe de las SS, los nazis pretendían poner freno a lo que consideraban una amenaza para el pueblo alemán y un menoscabo de su espíritu de batalla. Se cerraron bares de gais y se arrestó a gran cantidad de homosexuales, que fueron tras- ladados a los campos de concentración. El paraíso sexual berlinés se había convertido en un infierno.

CAMPEÓN EN PARÍS

Paralelamente a estos sucesos, y mientras se preguntaba qué sabría la Ges- tapo de su vida oculta, el joven barón continuaba su carrera tenística. Des- pués de discretas actuaciones en Roland Garros y Wimbledon se produjo su gran debut en la Copa Davis de 1932, en la que junto a Prenn alcanzó la final interzonal, eliminando previamente a la Gran Bretaña de , y donde sucumbieron a y el equipo estadounidense. Extrañamente, las autoridades germanas decidieron no inscribir a Cramm en el cuadro de in- dividuales de Roland Garros en 1933, a pesar de que la tierra batida se ade- cuaba mejor a sus características, y sí lo hicieron en Wimbledon, donde su pronta eliminación se vio resarcida por su victoria en los dobles mixtos junto a Hilda Krahwinkel, el segundo título alemán en la historia del All England Lawn Tennis Club.

Un año más tarde y a punto de cumplir veinticinco años, su senda victorio- sa encontró en Roland Garros la ecuación perfecta. En una actuación me- morable, tras ganar cuatro partidos a cinco sets en uno de los veranos más calurosos que recuerdan en París, se impuso en la final al australiano Jack 164

Índice Revista#13 PerarnauClub Crawford, el número uno del mundo por aquel entonces. Su deportividad, elegancia y resistencia conquistaron la capital francesa. “Si Alemania hubie- ra hecho un examen a todos sus niños, no podría haber elegido uno más va- lioso, o más francés, para levantar el título de campeón de Francia”, escribió un periodista galo aquella noche. Pocos días después, cuando aún no había llegado nadie a las pistas del Rot Weiss, Gottfried ya estaba de nuevo entre- nando su saque.

Cramm con con Fred Perry

Entrenar se había convertido en una especie de ejercicio de meditación y era una válvula de escape ante las tensiones que le rodeaban: el estrés de un gobierno opresor, que amenazaba a conocidos y familiares; su matrimonio, convertido en una farsa. Lisa era consciente de los gustos de Gotffried, pero gracias a su bue- na amistad habían guardado las apariencias hasta que ella pidió el divorcio en 1935. Por no hablar de su aventura con Manasse Herbst. Como ocurrió con Da- niel Prenn, el actor judío tuvo que salir del país ante la extorsión nazi, confiándole sus ahorros a Cramm ante las restricciones monetarias en las fronteras para evitar la salida de capitales del país. Si esto fuera poco, durante el verano de 1934 tuvo lugar la Noche de los cuchillos largos, en la que Hitler realizaría una purga interna para apoderarse de todas las estructuras del régimen y acabar así con los disidentes. El caso más notable fue el de Ernest Röhm, líder de las S.A. y reconocido homosexual en las filas del partido. Aquellos sucesos minaron las últimas esperanzas de los homosexuales del país. Y sumieron a Cramm en un constante estado de tensión.

LA RIVALIDAD CON BUDGE

Porque aunque el barón reunía los rasgos físicos ensalzados por la ideología nazi, los ideales de Gottfried eran diametralmente opuestos a los del régimen de Hitler. Y no eran ajenos a esta cuestión. En privado, y cada vez más en pú- blico, se quejaba del apartamiento de Prenn del equipo de Copa Davis, o de la 165

Índice Revista#13 PerarnauClub imposición del servicio militar obligatorio que había privado a los jóvenes atle- tas del país de los años cruciales para su desarrollo. Incluso había rechazado varias peticiones de Göring para adherirse al partido nazi. Su sofisticada edu- cación, su corrección y elegancia le obligaban a dar la cara por los alemanes, pero se juró no defender jamás de manera directa a un gobierno criminal. De esta manera, sus victorias se convirtieron en el salvoconducto para su tranqui- lidad mientras la Gestapo almacenaba un expediente con sus actividades pú- blicas y privadas -altamente incompatibles con el de un ario ejemplar- que es- taría listo para cuando fuera necesario. Himmler y sus secuaces le seguían muy de cerca tras su divorcio de Lisa von Dobeneck.

Cramm y Budge Pese a todo, Gottfried se había ganado ya un hueco en el olimpo de los de- portistas germanos, a pesar de fracasar en 1935 en el reto de levantar su segunda Copa de los Mosqueteros consecutiva al ser superado por un excel- so Fred Perry en la final. Continuó su temporada afrontando Wimbledon con opciones de triunfo, a pesar de ser una superficie poco propicia para su juego de efectos liftados y golpes profundos, más propio de la tierra batida. De nuevo Perry se interponía en su camino, convirtiéndose así en la gran bestia negra de su carrera. Pero de Londres se llevó además el inicio de una bella y peculiar rivalidad con , el debutante californiano con el que se en- frentó en semifinales. El día previo a su encuentro, el alemán se acercó y se presentó amablemente. En aquella conversación, Gottfried, sabedor de que en el futuro se volverían a encontrar repetidamente, le comentó al estadouni- dense una acción de su partido de cuartos en el que regaló un punto a su rival, que había sido perjudicado anteriormente debido a una errónea decisión del juez. A pesar de ser excesivamente directo, creyó buena idea intentar que entendiera su punto de vista desde el principio: “Fue una gran demostración regalar el punto, pero ¿estabas en tu derecho? Hiciste de juez a pesar de no serlo, y asumiendo equivocadamente que podías corregir las cosas a tu manera has logrado avergonzar a ese pobre juez delante de ocho mil perso- nas”, le comentó Cramm. Budge, que en este sentido seguía el ejemplo de su compatriota , acostumbrado a no dejar sin rectificar ningún error arbitral, quedó convencido aquel día de que siempre jugaría los puntos sin cuestionar las decisiones. Para Gottfried, capaz de disculparse ante un juez de línea tras recibir una falta de pie, el honor y la deportividad estaban por

166 encima de todas las cosas. “Cualquier jugador podría tomar ejemplo de las

Índice Revista#13 PerarnauClub buenas maneras del barón. Nunca golpea de vuelta las pelotas entre puntos, nunca hace esperar al rival ni le hace apresurarse”, se po- día leer en en 1935.

A pesar de la admiración del público londi- nense por el alemán, jamás pudo levantar el trofeo de campeón en Wimbledon. Hasta tres veces llegó a la final en el All England Lawn Tenis Club, dos frustradas por Perry (1935 y 1936) y otra más por Budge (1937). Tampo- co fue capaz de superar la barrera de la final interzonal, óbice para el sueño alemán de la Davis de nuevo en 1935 (ante los Estados Unidos de Budge) y en 1936 (ante la Aus- tralia de Crawford). El infortunio deportivo pudo ser resarcido al menos con una nue- va victoria en el Roland Garros de 1936, donde vengó las derrotas ante Fred Perry y sumó así otro gran éxito a un palmarés hasta entonces ignoto para los alemanes en el mundo del tenis. Pero el triunfo pa- risino no pudo despejar el mar de dudas que asolaba la mente de Gottfried: ¿realmente Cramm, las autoridades considerarían que hacía un buen servicio a su país? ¿Segui- portada del Time ría siendo útil como herramienta propagandística si no conseguía ganar? Sa- bía que le seguían y le vigilaban y tan sólo en la pista de tenis hallaba paz y tranquilidad. Era paradójico encontrar la privacidad justo cuando estaba expuesto a miles de miradas vigilando cada uno de sus movimientos. El tenis se había convertido para él en una especie de droga, la única capaz de repor- tarle optimismo y alegría en momentos tan oscuros.

“NO PUEDO PERDER, NI PUEDO ABANDONAR”

En 1937 sintió por primera vez el aliento de Hitler de cerca. Antes de la dis- puta de Roland Garros, la Gestapo llamó a la puerta de su casa. Pese a ser sometido en las oficinas centrales de la calle Prinz-Albrecht a un exhaustivo interrogatorio, tras recibir una denuncia de alguien que aseguraba ayudar al tenista a buscar jóvenes de su gusto, fue liberado sin mucha explicación al no tener antecedentes. Sabía que corría peligro. Posteriormente, la Federación Alemana no le dejó participar en los individuales en París, donde defendía el título, para darle descanso, adujeron. Gottfried, que sí disputó la competi- ción de dobles, sabía que aquella decisión no la había tomado la Federación. Fue allí donde el alemán le confesó a Tilden su deseo de realizar una gira de ocho meses para jugar el US Open y el Open de Australia, una gira que nunca había disputado el alemán. Tilden, como describe en su biografía, percibió en sus rasgos a un Gottfried débil y consumido por el estrés. Quiso convencerlo de que tomara un descanso tras la Copa Davis, pero fue imposible. Cramm lo miró fijamente: “No lo entiendes Bill. Mi vida está en juego”, le dijo, mientras 167

Índice Revista#13 PerarnauClub Tilden sonreía. “Lo digo en serio. Los nazis saben lo que pienso de ellos. Y sa- ben cosas acerca de mí. Ellos no me tocarán mientras sea el número uno ale- mán y siga ganando. Pero debo ganar. No puedo perder ni puedo abandonar”.

Y así llegó el 20 de julio de 1937. Tras perder su tercera final consecutiva en La Catedral, esta vez ante Don Budge, su vida en juego. La eliminatoria de la final interzonal, con Gran Bretaña esperando rival en la finalísima, había -de parado un último quinto partido entre los dos mejores tenistas del momento. Como sentenció tiempo después el periodista alemán Ulrich Kaiser, “para Von Cramm era evidente que tras perder la final de Wimbledon, la Copa Davis era su última oportunidad”. A pesar de llegar a la quinta manga, donde muchos consideraban que Gottfried era casi invencible, sucumbió a la resistencia de Budge: 6-8, 5-7, 6-4, 6-2 y 8-6. El alemán esperaba sonriente en la red para felicitar a su rival y amigo: “Don, este ha sido el mejor partido que he jugado en mi vida. Estoy muy feliz de haberlo podido jugar contra ti, a quien aprecio tanto. Felicidades”. Así era Gottfried, haciendo honor a su apodo: Gentleman of Wimbledon. Tratando de igual manera a esos dos impostores, la victoria y la derrota, como rezan los versos del poema ‘If’ de Rudyard Kipling que dan la bienvenida a todo jugador que pisa la central.

Cramm, con Hitler

Las miserias llegaron después. Tras la Copa Davis hizo el viaje planeado y tuvo que sufrir la desaprobación del público estadounidense al relacionar- lo con el oscuro régimen nazi. En la distancia, hablaba abiertamente contra Hitler, a pesar de las advertencias que le hacían llegar amigos y conocidos a través de correspondencia. Su estado de forma no era el óptimo, y sus ac- tuaciones en Australia y Estados Unidos -a pesar de llegar a la final, de nuevo derrotado por Budge- no estuvieron a la altura del gran jugador que era. A su regreso a Alemania en marzo de 1938, tan solo una carta de Manasse Her- bst desde París, donde le decía que estaba a salvo, fabricaba espejismos de ilusión en la mente de Gottfried, que viajaba imaginariamente a la primavera 168

Índice Revista#13 PerarnauClub parisina para disputar Roland Garros y reencontrarse con él. La realidad se encargó de truncar sus anhelos. Un día después del retorno, la Gestapo se presentó en Brüggen, cuando disfrutaba de su familia en una de las fincas de los Von Cramm, para detenerlo de nuevo. Sospechoso de “delincuencia mo- ral”, como sutilmente denominaban a la homosexualidad los alemanes, esta vez parecía definitivo. Su madre intentó inútilmente acudir a cualquier con- tacto familiar de influencia. Ni siquiera los ruegos de su amigo el Rey Gustavo V de Suecia o la misiva firmada por Budge y otros veinticinco deportistas de California sirvió de mucho. Afortunadamente, cinco meses después y tras largas penurias en la cárcel, su buen comportamiento le permitió disfrutar de una libertad condicional de dos años en los que debería demostrar ser mere- cedor de ese acto de misericordia.

EL HOMBRE QUE NUNCA SE QUEJÓ

Gottfried podía respirar hondo. El párrafo 175 del código penal alemán envió a gran cantidad de homosexuales directamente a los campos de concentra- ción, donde identificados con el triángulo rosa en sus uniformes, fueron los reclusos que sufrieron los tratamientos más humillantes y mortales. A pesar de ver desbaratada su carrera tenística, tuvo el privilegio de vivir para con- tarlo. Realizó intentos vanos de volver al circuito, pero la Federación vetó su participación en el equipo nacional de Copa Davis, al igual que le ocurrió al intentar inscribirse para disputar Wimbledon. Sus planes de trasladarse a Estados Unidos se esfumaron en septiembre de 1939 con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, en la que se vio obligado a servir a su país. “No importan mis opiniones o sentimientos hacia el gobierno actual. Alemania es mi patria y no podría mirarme a la cara si no vuelvo”, le dijo a Tilden en una carta. En 1941, después de desarrollar una pacífica labor en Utrecht, se vio inmerso en los rigores del invierno del este europeo, al ser destinado al fren- te ruso. Tras tres semanas intentando contener el violento ataque soviético, abocadas al fracaso y a la muerte, la vida le ofrecía una nueva oportunidad: una congelación inutilizó totalmente sus piernas y el ejército lo llevó de re- greso a casa. Sus hermanos no corrieron igual suerte.

Hasta el final de la guerra ayudó a administrar las propiedades familiares y entrenó a jóvenes promesas durante varios viajes a Suecia, que aprovechó también para hacer llegar mensajes de la Resistencia de Berlín al mundo. Terminado el conflicto, tuvo tiempo de volver al circuito y ayudó a la recons- trucción del Rot-Weiss Club -del cual terminaría siendo presidente de 1966 a 1975-, que había sufrido daños durante el bombardeo de Berlín. Llegó a recuperar el número uno alemán durante 1947 y 1948, a punto de cumplir los 40 años, y fue nombrado ‘Deportista del año’ por los periodistas teuto- nes. Finalmente, en 1951 resarció la deuda pendiente con el All England Lawn Tennis Club, donde se pudo despedir, tras disputar la primera ronda, de un público entregado, que se puso en pie en la mágica central para decir el último adiós al Gentleman of Wimbledon.

Los últimos años de su vida, además de un nuevo y fallido matrimonio en 1955 con , asumido por la compasión ante una solitaria y 169

Índice Revista#13 PerarnauClub rica mujer hundida en las drogas y el alcohol, los consagró a hacer prosperar un negocio de importación de algodón, que se nutrió de su ingente cantidad de contactos por todo el mundo. En una de sus visitas de negocios a su que- rido Egipto en 1976, en un traslado en coche desde Alejandría a El Cairo, el conductor no pudo evitar la colisión con un camión fuera de control que inva- dió el carril contrario. Odió siempre los hospitales y como hombre de palabra cumplió la promesa que siempre hizo: no morir en uno. Después de sobrevivir a la persecución nazi y a la Segunda Guerra Mundial, una ambulancia fue el escenario de sus últimos minutos de vida. Como muchos amigos evocaban, nunca se dejó llevar por el resentimiento de los años de gran tenis perdidos a pesar de sufrir la infausta persecución y discriminación nazi. Jamás se quejó de las penurias vividas en la guerra. Su distinguida elegancia, su encanto y sus ganas de vivir eran las señas de identidad de un aristócrata que hipnoti- zaba allá donde iba.

Ya en el ocaso de su vida, Don Budge, el pelirrojo californiano que consiguió el por primera vez en la historia del tenis, aún sonreía cuando recordaba aquel partido, que el humorista gráfico delThe New Yorker Ja- mes Thurber calificó como “algo más cercano al arte”. Estados Unidos contra Alemania, el número uno contra el número dos, con la preciada Ensaladera en juego en el templo sagrado del tenis: la central de Wimbledon. Budge se recordaba tumbado en el césped tras trastabillarse, con el público levantado de sus asientos, observando como la trayectoria de su ‘passing’ aterrizaba centímetros antes de la línea y cerraba con 8-6 el quinto set que sellaba el pasaporte a la final. Al otro lado de la red aquel 20 de julio de 1937, el ale- mán Gottfried von Cramm. En muchas ocasiones, Budge deseó haber perdi- do aquel partido, tras contemplar las calamidades que su rival y amigo tuvo que sufrir, mientras una pregunta le intranquilizó toda su vida: ¿Qué hubiera ocurrido si aquella derecha inalcanzable para Gottfried hubiera botado unos centímetros después de la línea?

David R. Sánchez @derresanchez

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