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BIBLIOTECA PÍCATOSTE j DESCRIPCIÓN E HISTORIA POLÍTICA, ECLESIÁSTICA Y MONUMENTAL DE ESPAÑA PARA USO DE LA JUVENTUD

PROVINCIA DE ÁVILA

MADRID LIBUEUTA DE HERNANDO Y C.' Calle del Arenal, mím. i T . 1900 f •y

VALENTÍN PICATOSTE

IfflCÍÉITOMA POLÍTICA, ECLESIÁSTICA Y MONUMENTAL DE ESPAÑA PARA USO DE LA JUVENTUD

PROVINCIA DE ÁVILA

SEGUNDA EDICIÓN NOTABLEMENTE CORREGIDA Y AUMENTADA DECLARADA DE TEXTO POE EL CONSEJO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA; INFORMADA FAVORABLEMENTE POR LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA, Y CON LICENCIA DE LA AUTORIDAD ECLESIÁSTICA

MADRID LIBREBÍA DE HEUNANDO Y COMPAÑÍA Calle del Arenal, núm. 11.

1 900 ES PROPIEDAD

Imprenta do Hornando y 0.a, Quintana,

R, iSwib DESCRIPCIÓN GENERAL

DE LA PROVINCIA DE ÁVILA

i LA PROVINCIA

Límites. —Extensión. — Población. — División. — Montes.—Mi• nas.—Ríos.— Producciones.—Vías de comunicación.—Ins• trucción pública.—Beneficencia. La provincia de Ávila está situada en el cen• tro de la Península Ibérica entre los 40 grados 7 minutos y 41 grados 13 minutos de latitud Norte y 28 minutos y 2 grados 2 minutos de longitud del meridiano de Madrid. Limita al Norte con la de Valladolid, en terreno llano y linde convencional; al Este con la de Segovia hasta la sierra de Villalón y con la de Madrid; el Tietar la separa por el Sur de la provin• cia de Toledo, y al Oeste confina con las pro• vincias de Salamanca y Cáceres. La capital ocupa una colina, derivación del puerto de Guadarrama; se eleva sobre el nivel del mar unos 1.253 metros, y extiende su juris- dicción por una superficie de 7.723 kilómetros cuadrados. La provincia de Avila en lo eclesiástico tie• ne Sede episcopal, en lo militar pertenece á la Primera Begión, Castilla la Nueva y Extrema• dura, y en lo judicial corresponde á la audien• cia territorial de Madrid; tiene audiencia de lo criminal, y está dividida en seis partidos judi• ciales, con un total de 193.093 habitantes, dis• tribuidos en la forma que expresa el siguiente cuadro, según resulta del censo oficial de 1897:

Número de NÚMERO DE HABITANTES ayuntamien• PARTIDOS JUDICIALES tos de cada partido. De hecho. De derecho.

77 49.91 i 50.635 Piedrahita 65 39.039 40.884 59 30.570 31.162 Barco de Avila. 30 21.005 21.875 20 28.589 28.715 .. 19 28.519 28.565

TOTAL 270 197.636 201.836

La provincia de Ávila tiene la forma de un gran corazón que puede dividirse en dos por• ciones casi iguales desde el punto de vista oro- gráfico, esto es, con relación á las montañas que la recorren. La parte Norte, antigua tierra de Arévalo, la Morana y el Campo de Pajares, está desnuda de arbolado y cubierta en el estío de ondulantes mieses, que dan al terreno cierto as- pecto de uniformidad y monotonía, interrum• pidas solamente por algunos viejos castillos, que desde pequeñas lomas dominan la llanura. Las montañas de la provincia de Avila son continuación del Guadarrama. De este puerto, en el sitio llamado Alto de la Cierva, parten dos ramales, el de la derecha, formando las sierras de Malagón y Ojos Albos, llega hasta la capital, recorre el centro de su partido, llamándose Sierra de Avila; accidenta el de Piedrahita, y con el nombre de Sierra del Mirón llega á las orillas del Tormes y se pro• longa al Oeste con la denominación de Sierra de Villa/ranea ó Peña Negra. El ramal de la izquierda marcha por las Na• vas del Marqués y Ñavalperal de Pinares; en él se encuentra el puerto de los Cabreros y el Bes- cargadero, en los límites de la provincia de Ma• drid; el puerto del Herradón, Cabeza de la Parra, desde el cual se descubre Madrid, Toledo y parte de la Mancha, y Cuatrórnanos; forma la Sierra Palomera ó Paramera, que tiene el puer• to de las Pilas, á 1.356 metros de altura y se alza en los Baldíos de Avila para seguir su mar• cha á Occidente y presentar el pico Zapatero y la Serrota, que divide las aguas de Alberche y del Tormes. Al Sur de la Paramera se extiende la fantás• tica Sierra de Credos separando el partido de Arenas del resto de la provincia con el puerto de Tornaveas en los confines de Oáceres; en esta sierra se alzan las peladas crestas de los Herma• nos de Credos, de nieves perpetuas; la Plaza de — 6 — Almamor, á 2.650 metros; el puerto del Tico, me• dianamente transitable; el de , más al Oriente; el Cerro Casillas, á 1.770 metros de ele• vación, y otras alturas menos elevadas. Entre estas sierras se forman valles amenos y frondosos, como el Valle Ambles, en el partido de Avila; el Valle del Corneja, en los partidos de Piedrahita y del Barco, cerca de la provincia de Salamanca, y el Valle del Tietar, que es con• tinuación de las pequeñas cañadas que se for• man en los orígenes de este río. Los ríos de la provincia de Avila, unos son afluentes del Duero y otros del Tajo. Desembocan en el Duero el Adaja, que nace cerca de , atraviesa el Valle Ambles, pasa por Avila y , recorre el campo de Pajares, y después de haber enriquecido su caudal con el , deja la provincia en el término de . El Tomes nace cerca de Navacerrada, reco• rre una pintoresca ribera entre Piedrahita y El Barco, recogiendo las aguas déla Garganta, Galingbmez, Aravalle, y el Corneja, que fertiliza el delicioso valle de su nombre, el Garcicaballero y el Zurguen. El Zapardiel se forma en las cuestas de Vita y Parral, atraviesa el partido.de Aróvalo para entrar en el Duero cerca de Tordesillas, y, por iiltimo, el Trabancos, que pasa por y sale de la provincia por término de Horcajo. Dan sus aguas al Tajo el Alberche, que nace en San Martín de la Vega, en el partido de Piedrahita; cruza la parte occidental del de Avila, y atraviesa el de Cabreros, recogiendo multitud de riachuelos hasta desembocar cerca de Talavera; y el Tietar se forma en el término de Bscarabajosa, recoge las aguas de la vertien• te meridional de la Sierra de Gredos, cruza el partido de Arenas y' sale de la provincia por término de . Entre las producciones minerales de la pro - vincia de Avila se cuenta la abundante y ex• celente piedra berroqueña, algunos criaderos de plomo argentífero y el manantial de aguas azoadas en , que tiene un buen establecimiento balneario bajo la advocación de Santa Teresa de Jesús. En la parte llana abundan los cereales, que hacen de Aróvalo el pueblo más comercial de la provincia, y en el resto del país se cosechan cereales en el Valle Ambles; linares, hortalizas y legumbres, entre ellas la famosa judía del Barco, en el Valle del Corneja, y la más capri• chosa variedad de productos en el Valle del Tietar, donde se dan las plantas de las regiones frías y se suceden las zonas de cultivo hasta la del limonero, el naranjo y aun la palmera, y, por último, maderas de construcción, vinos, aceites y todo género de frutas. La ganadería es la principal fuente de ri• queza de la provincia de Avila por los ricos pastos de sus valles y de sus tierras, y han ad• quirido justa fama en el comercio las leches y las terneras. Respecto á las vías de comunicación, puede decirse que la provincia de Avila no es de las más atrasadas si se tienen en cuenta las dificul• tades que presenta un terreno tan accidentado. El ferrocarril de Madrid á Irún recorre en la provincia 103 kilómetros, y el trazado del de Avila á Salamanca comprende unos 58, que es• tán en construcción. La red de carreteras, según los últimos datos oficiales, está constituida como demuestra el si• guiente cuadro; siendo de advertir que se in• cluyen hasta las que están sin estudiar :

OAEEETEEAS

CLASES Número de kilómetros.

120,993 73,702 De tercer orden 502,535 530,857

TOTAL 1.228,087

Para la instrucción pública cuenta, además del Instituto de segunda enseñanza y de las Escuelas Normales de ambos sexos, con la Aca• demia de Administración militar, el Seminario conciliar y el Convento de los PP. Dominicos, instalado en el magnífico edificio de Santo To• más, antigua Universidad literaria; la Escuela de Artes y Oficios, creada por el Casino Hijos del Trabajo; el Colegio de Mosen Eubí, dirigi- do por monjas dominicas; 448 Escuelas públi• cas, 44 privadas, que con las creadas en estos últimos años y 6 que están á cargo de Comu• nidades religiosas, dan un total de más de 500 establecimientos destinados á la enseñanza. En cuanto á la beneficencia, á principios de este siglo contaba la provincia con más de 200 establecimientos benéficos, y actualmente, ade• más de los que se costean con fondos provin• ciales y municipales, tiene diez establecimien• tos de fundación particular, sostenido por sus respectivos fundadores.

II

LLANURAS DE ÁVILA.

Partidos de Arévalo y Avila.—Poblaciones más importantes. Recuerdos históricos y artísticos.

PARTIDO DE ARÉVALO.—Al Norte de una vasta llanura, habitada en la antigüedad por los beli• cosos Arevacos, se envanece de su alcurnia la ciudad de Aróvalo, situada entre el Arevalillo y el Adaja. No se tiene noticias de su historia hasta bien entrada la Edad Media; pero ya debía tener im• portancia cuando D. Raimundo de Borgoña, yerno de Alfonso VI, emprendió su restaura• ción, sometiéndola en lo eclesiástico á la Cate• dral de Palencia y haciéndola en lo civil cabe• za de extenso territorio. __ 10 — El Consejo de Arévalo se batió heroicamen• te en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), ganando su escudo de armas (1), y más tarde por sus empresas guerreras mereció grandes elogios de Fernando III, de Alfonso X y de Fernando IV. Desde el siglo xiv apenas hay rivalidad ó in• triga cortesana en que no se mezcle la ciudad de Arévalo; allí encontró D.a María de Molina el leal apoyo de Fernando Verdugo, y en ella ofreció amigable transacción á sus adversarios durante la minoría de su nieto Alfonso XI. Allí estuvo encerrada (1353) la infeliz D.a Blan• ca, y allí nació, 29 de Mayo de 1421, el desgra• ciado príncipe de Viana, á quien sacó de pila el rey D. Juan II acompañado de su privado D. Alvaro de Luna. Veinte años más tarde fué el cuartel general de los rebeldes contra el mis• mo rey, quien después de la batalla de Olme• do se la dio á su esposa D.a Isabel de Portu• gal, la cual, ya viuda, fijó allí su residencia con sus hijos el infante D. Alfonso y la infanta D.a Isabel, el uno tomado como instrumentó de aquellos revoltosos proceres que depusieron á Enrique IV en Avila, y la otra la ilustre dama que había de inmortalizarse con el nombre de Isabel la Católica. Sin embargo, estando la ciudad en poder de

(i) Un jinete saliendo de un castillo, sin riendas y lanza en ristre; significando la prontitud con que sus vecinos acudían al servicio de los royes. Alguien afirma que esto escudo le conce• dió á Arévalo D. Alfonso I el Católico. D. Alvaro de Zúñiga, á quien se la dio Enri• que IV olvidando los derechos de la madras• tra, hizo la causa de la Beltraneja, sin que por esto los reyes Católicos se la quitasen al pode• roso Zúñiga, antes al contrario, le confirmaron en la posesión. Al interés histórico de Arévalo respondie• ron sus monumentos, de los cuales apenas que• dan vestigios; algún trozo de muralla, las rui• nas del fuerte castillo que custodió tantos pri• sioneros ilustres, recuerdan todavía el sitio donde se levantaron aquellas fortalezas; una cruz de piedra entre añosos álamos señala don• de estuvo el atrio del célebre convento de San Francisco, reedificado por la reina D.a María de Aragón, esposa de Juan II, en el cual celebró Cortes en 1445 Enrique IV, y bajo cuyo pa• vimento fueron enterrados provisionalmente, antes de ser trasladados á la Cartuja de Mira- flores, el infante D. Alfonso, jefe ó más bien ju• guete de la sediciosa liga en tiempo de su her• mano D. Enrique, y su madre la reina D.a Isa• bel, infanta de Portugal, que en 1447 casó en Madrigal con D. Juan II. El convento de Santa Marta la Meal, de an• tiquísima fundación, fué palacio de los reyes de Castilla; allí vivió y murió la reina D.a Ma• ría, primera mujer de £). Juan II: moraron tam• bién en esta casa D.a Isabel la Católica, Car• los I, la emperatriz D.a Isabel, Felipe II, Feli• pe III, Felipe IV, los infantes D. Fernando, arzobispo de Toledo y gobernador de Flandes; D. Carlos, gobernador de Portugual, y la in- — 1.2 - fanta D.a María, reina de Francia; y en la iglesia fué enterrado el famoso alcalde Bodrigo Bonquillo, de quien se dijo que había sido arre• batado en cuerpo y alma por los demonios en San Francisco de Valladolíd. La iglesia de Santo Domingo de Silos, erigida en los mejores tiempos de Aróvalo, es bizanti• na en su ábside, de prolongadas aspilleras, gó• tica en los arcos que ponen en comunicación sus tres naves, y greco-romana en la portada. La de San Juan, que formaba parte de la mu• ralla, guarda los restos del ilustre arevalense Juan Sedeño, autor de la Suma de Varones ilus• tres y de otras obras literarias; y la de San Mar• tín, reputada por la más antigua de la ciudad, con sus altas y robustas torres y su pórtico bi• zantino, nos trae á la memoria aquellas famo• sas juntas que las cinco casas ó linajes celebra• ban el primer viernes de cada año para nombrar por riguroso turno los oficios de Justicia, según el privilegio de las Juntas concedido por Lon Enrique de Trastamara. Competidora de Aróvalo fué siempre la ilus• tre cuanto abatida villa de Madrigal de las Altas Torres, llamada así por las fortalezas que la de• fendían y de las cuales se apoderaban unas ve• ces los vecinos para emanciparse de Aróvalo, y otras sus dominadores para reducirlos á la obe• diencia. Dióla fueros D. Pedro, obispo de Burgos, y confirmóselos Alfonso VIII. Allí murió Ja in• fanta Catalina, primogénita de D. Juan II, y allí casó este monarca en segundas nupcias con — 13 — D.a Isabel de Portugal, quien dio á luz en la misma villa á la esclarecida reina D.a Isabel I, en 22 de Abril de 1451. En Madrigal reunió las primeras Cortes la ilustre dama para jurar por sucesora á su hija D.a Isabel y para reformar la Santa Hermandad; allí nació el Adúlense Alonso el Tostado, y allí se desarrolló el drama político en que intervinieron como principales actores D.a Aria, hija de D. Juan de Austria, el herma• no de Felipe II, monja en el convento de Agus• tinas; el vicario del convento y el famoso Pas• telero de Madrigal, ahorcado aquél en Madrid y éste en Madrigal, por haberse hecho pasar por la persona de D, Sebastián, rey de Portugal, perdido en Ja batalla de Alcazarquivir (1). En la cuadrilonga plaza de la villa se levanta aún que perteneció á la destruida casa del Corregidor, á cuyo pie cae el Consistorio, y á cuyos lados están las parroquias de Santa María y de San Nicolás, aquélla de una nave y restaurada, ésta con alta torre rematada por aguja cubierta de escamas. Consta de tres na• ves separadas por arcos ojivos, la principal con precioso techo, formando en la capilla mayor una cúpula de ocho caras pintada de oro y co• lores. En el presbiterio lucen dos bellísimos panteones con bustos de alabastro, y en la pila de aquella iglesia es tradición que fué bautiza• da D.a Isabel I. El palacio donde nació la ilus• tre reina se convirtió en convento de monjas (1) Véase El pastelero de Madrigal en las TRADICIONES DE ÁVILA de Piwtoste. — 14 — Agustinas, y frente á él fundó D.a María de Aragón (1443) un famoso hospital, que nada conserva de su fábrica antigua. Más humildes, pero también interesantes, se ofrecen al historiador y al arqueólogo otros pueblos de la jurisdicción de Aróvalo; unos, como Lugarejo y Pedro Piodríguez, enseñan en sus iglesias preciosas muestras de la Arquitec• tura románica; otros, como Barromán y Donví- das, y Gutierremuñoz, donde mu• rió Alfonso VIII, recuerdan ilustres funda• dores; Basueros fué antiguo heredamiento de Ñuño Rasura, uno de los dos primeros jueces de Castilla; , Fuentelsáuz, y Narros de Saldueña con• servan restos de antiguas forta- 1 e z a s; figura entre las conquistas de Alfonso I; Fon- Uveros, cuna del apasionado poe• ta San Juan de ]a Cruz, es un pueblo de los más importan• lesia y convento de San Juan de la tes déla provin• Cruz. cia y recuerda tradiciones ca• ballerescas; tiene en su iglesia un re• tablo de preciosas tablas pintadas, que antes estuvo en el presbiterio; San Pascual, una bo- __ 15 — nita iglesia de admirables proporciones y lujo• sos altares churriguerescos; Tiñosillos, el con• vento de religiosas Trapenses, fundado por el cardenal Sancha, haciendo así productivo un extenso arenal; Villanueva de Gómez es una cre• cida población con iglesia ojival y buen comer• cio, y , en la antigua calzada de Avila á Salamanca, fué un pueblo rico por sus pastos y numerosa ganadería, y boy en completa de• cadencia por el afán de nuestros compatriotas en roturar los prados y talar pinares, que al poco tiempo se convierten en eriales. PARTIDO DE AVILA.—Al Sur del partido de Arévalo se extiende el de Avila, invadiendo la parte montañosa basta llegar á la Sierra de Gredos. La capital, asentada en una eminencia á 2.000 metros sobre el nivel del mar, y á ori• llas del Adaja, dilata su radio judicial por mul• titud de pueblos, unos enclavados en la serra• nía y otros en el llano; entre éstos ¡?e encuentra San Juan de la Enanilla, llamado enfáticamen• te la Corte de la Morana; Bíocabado, con hermo• sa iglesia ojival; El Oso, que tal vez deba su nombre á uno de esos extraños cuadrúpedos de piedra que se ve delante cíe la iglesia y que tan • to abundan en las tierras de Avila con los nom• bres de osos, toros ó cerdos; Las JBerlanas, con hermosas huertas de hortalizas y frutales, y ya en los comienzos de la sierra , crecida población en el ferrocarril del Norte; Cardeño- sa, en cuyo término se han descubierto vesti• gios de la civilización romana y otras antigüe• dades, y donde murió prematura y misteriosa- -ló• mente el infante D. Alfonso, hermano de En• rique IV ó instrumento de los proceres rebel• des que destronaron al rey en Avila. Al Sur de la capital quedan Aldea del Bey, donde era llevado muchos días Alfonso VIII cuando se criaba en Avila; , en la ca• rretera de Avila á Piedrahita, con restos de una muralla romana, y, por último, Muñana, Na- valmoral, y , que pasan de 1.000 habitantes.

III

SERRANÍA DE AVILA

Partidos de , Arenas de San Pedro, Barco de Avila y Piedrahita.—Poblaciones más importantes.—Eecuerdos his• tóricos y artísticos.

PARTIDO DE CEBREROS.—-La capital, situada en delicioso paisaje á orillas del Alberche, está rodeada de viñedos; conserva restos de una anti• gua fortaleza ó Atalaya y tiene una parroquia de hermosa construcción atribuida á Herrera. A este distrito pertenece Las Navas del Mar• qués, que á lo pintoresco de la tierra une los re• cuerdos de su fundación, atribuida á los hebreos del tiempo de Nabucodonosor y el orgullo del primer Marqués de las Navas, D. Pedro Dávila. Todavía conserva el viejo castillo de sus seño• res, y hoy debe su fama, más que á su ilustre abolengo, á la excelente leche de su ganado ca- — 17 — brío y á los frondosos pinares de su término. Estos dan sobrenombre á una porción de pue• blos del distrito, como , San Bartolomé de Pinares, y otros de menos importancia. A este distrito pertenecen también El Barra• co, de crecido vecindario con buena parroquia de sillería y un retablo de prolija talla; , villa de extensa jurisdicción y rjea ganadería; , que cosecha buenos vinos y cuya historia se une á los más estupendos mi• lagros de San Antonio de Padua y á la del céle• bre monasterio de Guisando, con sus famosos ó inmóviles toros de piedra; el Sotillo de la Adra• da, en posición muy pintoresta, y , con buen caserío, sobre el cual se destacan la pa• rroquia y el Ayuntamiento, y con restos de sus antiguas fábricas de papel que fueron propiedad de los monjes del Escorial y después de particu• lares. PARTIDO DE ARENAS DE SAN PEDRO.—Tendido en las faldas meridionales de la Sierra de Gre- dos, presenta su aspecto majestuoso ó impo• nente, brioso y sublime en sus desnudas sierras y tajados riscos, animado y robusto en sus la• deras y valles frondosos. La villa de Arenas, casi oculta entre la exube• rante vegetación de las montañas que la rodean, tenía ya importancia en el siglo xv, cuando, ce• ñida de murallas y defendida por un castillo del que aun quedan restos, fué dada al condestable Ruy López Davalo, y cuando en 1436 el obispo D, Diego de Euensalida fundó el convento de y — 18 — frailes Agustinos, patrocinados por los Meneses de Talayera. En el siglo pasado el Infante D. Luis, her• mano de Carlos III, hizo construir allí para su morada un magnífico palacio á semejanza del palacio real de Madrid, con bellísimos jardi• nes de árboles frutales. Durante la guerra de la Independencia fué convertido en fuerte, y en• tonces desaparecieron sus artísticos adornos y una rica colección de pinturas; entonces y des• pués, durante la primera guerra carlista, pere• cieron entre las llamas los Archivos del Ayun• tamiento, de la parroquia y de los conventos. En su modesta industria sobresalía un her• moso edificio llamado el Martinete, dedicado á la elaboración de manufacturas de cobre, y en• tre su caserío figuran el castillo, convertido en cárcel, y la iglesia parroquial, de estilo gótico, donde se guarda en artística urna el cuerpo de San Pedro Alcántara. Este esclarecido santo fundó al oriente de la villa el segundo convento de su austera refor• ma, y en i], murió á 18 de Octubre de 1562. Lo más notable de esta casa es la capilla erigida en 1620 por el Obispo Gamarra y decorada en el siglo pasado con mármoles y jaspes del país por el célebre arquitecto Ventura Eodríguez, en la cual se colocó el cuerpo de San Pedro Al• cántara, que pasó después á la parroquia cuan• do la exclaustración de los religiosos. Contigua al convento está la deliciosa huerta cultivada con esmero por los franciscanos, y donde cre• cen todavía la higuera plantada por el Santo , — 19 — y la famosa zarza que, según la tradición , per• dió sus espinas cuando San Pedro se arrojó so• bre ella para mortificar su cuerpo. No llegan á veinte los municipios que perte• necen al distrito judicial de Arenas de San Pe• dro, pero todos ellos son de crecido vecinda• rio; muchos rodeados de frondosos campos de viñedos y olivare?, como el A renal, Villarejo, las Cuevas, casi escondido entre los barrancos de las faldas meridionales del puerto del Pico; Mombeltrán, antigua villa muy floreciente,co n magnífica iglesia ojival, y un castillo quesirvió de morada á los duques de Alburquerque: San• ta Cruz del Valle, , descrita re• cientemente por I). Rufino Martín; , Piedralabes y Guisando, villa que no debe con• fundirse con el monasterio del mismo nombre; en el partido de Cebreros. PARTIDO DEL BARCO.—Este partido judicial participa del agradable y majestuoso panora• ma de toda la Serranía de Avila, y sus pinto• rescos valles entre las Sierras de Gredos y de Bójar, regados por el renombrado Tormes y cubiertos de lozana vegetación, han sido com• parados con la bellísima huerta de Valencia. La capital tuvo gran importancia, pues así lo acreditan las memorias del destruido con• vento de franciscanos y la remota noticia de San Pedro del Barco, á quien sus compatriotas erigieron una capilla en la casa donde nació, que hoy por desgracia está destinada á usos profanos. La parroquia, de estilo ojival, parece vene* — 20 — rabie anciana al lado de las fortalezas de la pla• za, ataviadas á la moderna: guarda en rico vi• ril de plata un antebrazo de San Pedro del Barco y conserva una pilita de alabastro que perteneció al arruinado palacio de Navarrega- dilla, edificado por D. Pedro Lagasca, el céle• bre pacificador del Perú. Pocos y de reducido vecindario son los pue• blos en este partido; pero entre ellos deben men• cionarse , que meció la cuna del ana• coreta San Pascual de Tomellas, y Becedas, don• de Santa Teresa, á la edad de 21 años, siendo ya monja, fué á buscar alivio á sus crueles pa• decimientos. PARTIDO DE PIEDRÁHITA.—El suelo del parti• do de Piedráhita es menos accidentado que el de sus vecinos: las cañadas son más espaciosas, las sierras no forman vertiginoso descenso y sus faldas septentrionales se dilatan hasta con• fundirse con las llanuras de Peñaranda. No sin razón se ha llamado á esta tierra Arcadia de la provincia, pues sus amenos valles y risueños arroyos inspiraron á Meléndez Valdós, Iglesias, Quintana, Somoza y tantos otros poetas que vivirán siempre en Ja memoria de los pueblos. La capital se recuesta sobre el monte de la Jura, presidiendo el valle del Corneja, alfom• brado de verdor y sembrado de pueblecillos. Formaba el Valdecorneja un señorío compues• to de Piedráhita, El Mirón, y el Barco, que Alfonso el Sabio dio á su hermano D. Felipe, y en poder de príncipes estuvo hasta que pasó á la casa de los Toledos. Más tarde __ 21 — obtuvieron éstos el señorío de Alba, cuyo pri• mer conde dio en 1433 las ordenanzas á la villa, que prosperó á medida que crecía la fama y grandeza de sus señores y tuvo la gloria de ser cuna del gran duque de Alba D. Fernando. Conserva todavía Piedrahita casi entero el circuito de sus murallas, los restos del palacio de los duques y su vieja parroquia, reformada en lo interior, adonde fué D. Juan II desde Bonilla á celebrar la Semana Santa de 1440, como al más grandioso templo de la comarca. El retablo mayor es barroco; en los restantes do• mina el gusto del renacimiento, y tiene á sus pies un claustro dórico y guarda una pintura gótica que representa á Santa Ana. Cabeza de otro estado, unido siempre al Se• ñorío de las Navas, fué Villa/ranea de la Sierra, en hermosa campiña de huertas; Bonilla perte• neció desde remotos tiempos á los obispos de Avila, quienes allí tuvieron su palacio, que era á la vez fortaleza. Allí murió el famoso Tosta• do, á cuya época parece remontarse la bellísima parroquia que enseña aún sus estribos termina• dos en festonadas pirámides, salientes gárgolas, gentiles ajimeces!, gallarda torre cuadrada y dos puertas de bocelada ojiva, orlada de colgadizos, abiertas entre agujas de crestería. El gusto oji• val domina también en el interior del templo, que guarda en la capilla de San Miguel un mag• nífico retablo con pinturas del siglo xv. Al partido de Piedrahita pertenecen también La Horca/jada, Vadilló de la Sierra, , y Diego Alvaro, — 22 que pasan de 1.000 habitantes; y, por último, , teatro de las penitencias de la venerable María de Jesús y del Espino, her• mana del piadoso sacerdote José Muñoz, párro• co de Bernuy de Zapardiel.

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EDADES ANTIGUA Y MEDIA

i

DESDE LOS TIEMPOS PRIMITIVOS HASTA. EL SIGLO XII

Origen legendario de Avila.—Monumentos fenicios.—Domina• ción romana.—Avila visigoda.—Avila musulmana,—Recon• quista de la ciudad.—Su repoblación.—Primeras hazañas de los abulenses.—Luchas intestinas. Avila, según la tradición, debe su origen al valiente Aleideo, uno de los cuarenta y tres Hércules de la antigüedad pagana. Prescindiendo de estas fábulas y de las emi• graciones caldeas en que algunos pretenden po• ner el origen de nuestra ciudad, su historia an• tigua queda reducida á menciones aisladas y concretas. Tolomeo la sitúa entre los Vetones, al extremo de la Lusitania, y la llama Obila; en las memorias de San Segundo aparece con el nombre de Ahvtla; los obispos, al firmar las ac• tas de los Concilios de Toledo la llaman Abela, y San Jerónimo Ahila, nombre que en idioma cartaginés significa altura, lo cual conviene con la posición topográfica de la ciudad. De los tiempos primitivos quedan en Avila y su tierra gran número de cerdos, toros, elefan• tes 6 jabalíes-de piedra berroqueña, cuya labra se atribuye á los feni• cios, y acerca de cuya significación no están de acuerdo los arqueó• logos. Unos los han considerado como di- jabaií de cardeñosa. Y i n i d a d e s paganas; otros como simples mojones de separación entre distintos territo• rios (1); algunos como monumentos levantados á la gloria de la República romana y á los hé• roes de Roma, y las tradiciones abulenses unen su recuerdo á los más gloriosos hechos de la historia de la ciudad. En tiempo de los romanos, las tierras de Avi• la estuvieron en los confines de la España Cite• rior y Ulterior; después, parte de ellas figura• ron en la Tarraconense y parte en la Lusitania, y, por último, en la Lusitania, adscritas al con• vento jurídico de Mérida. Durante la dominación de los visigodos en España (409 á 711), sólo encontramos un hecho digno de mención en la historia política de Avi• la : la sublevación contra Leovigildo de los orospedanos, ó sea, de los habitantes de las montañas llamadas Orospeda, que, según serios

(1) Véase Los toros de Guisando on las TRADICIONES DE ÁVI• LA do Picatosle. — 25 y reputados críticos, eran los moradores de las sierras de Fuenfría y Paramera de Avila. Ante la rápida invasión de los sarracenos, Avila no pudo resistir á Tarik, que la ocupó en 714; y. considerada como pueblo dediticio ó en• tregado sin resistencia, pagaba al conquistador el diezmo de sus frutos y gozaba, entre otras franquicias, del libre ejercicio de su religión en algunos de sus templos. El padre Ariz, historiador de las grandezas de Avila, consigna hasta siete reconquistas an• teriores á la completa liberación de la ciudad por Alfonso VI, entre las cuales merece recor• darse la cuarta reconquista, por haberla precedido la batalla de Piedrahita ó del monte de la Ju• ra, ganada por Ordoño II y el conde Fernán-González en 918, á cuyo procer se atribuye la edifi• cación de la primera catedral de Avila. Esta victoria no impidió que la ciudad volviese al poder de los árabes en tiempo de Al- manzor, de cuya presencia en aquellas tierras da testimonio la meseta de la sierra de Gredos, lla• mada desde entonces Plaza de Al- de Alfonso vi. manzor. Por los años de 1082, Alfonso VI conquistó definitivamente á Avila, y comprendiendo la importancia estratégica de la plaza, ordenó en 1083 su provisional fortificación, la hizo centro de sus operaciones contra Toledo, que cayó en 26 su poder en 1085, y encomendó la repoblación á su hija Doña Urraca, casada con el conde don Raimundo de Borgoña. En torno de la repoblación de Avila se acu• mula un sinnúmero de leyendas relativas al grandioso movimiento que presentaba la ciu• dad reconstruyendo sus murallas sobre el perí• metro trazado por el conde D. Raimundo, y echando los cimientos de la catedral que en 1091 había de inaugurar el obispo D. Pedro Sánchez Zurraquín. Lo cierto es que, debido á los grandes privi• legios concedidos á los repobladores, acudieron muchas familias de tierra de Burgos y de As• turias y no pocas francesas, atraídas por el con• de D. Raimundo, y entre cuyos jefes, Jimén Blázquez, Alvaro Alvarez, Sancho de Estrada, Juan Martínez Abrojo, Sancho Sánchez Zurra• quín y Fernán López de Trillo, fueron repar• tidos los cargos civiles y militares. Las clases y los oficios se distribuyeron por barrios, ocupan• do los nobles y los escuderos el Burgo de San Pedro; los canteros se establecieron en el Norte; - los molineros y tintoreros se extendieron por la barriada del Puente, y los labradores, con los moros que habitaban ya el Mediodía, poblaron la extensa vega que comienza donde se alza la parroquia de Santiago. Con esta organización, tan en armonía con las necesidades de la vida, gobernóse Avila por sí sola, y bajo tan felices auspicios, que bien pronto contó hasta 6.000 vecinos. A estos primeros anos de la repoblación de J. 27 - Avila refiere la tradición la victoria alcanzada por los abulenses al mando de Sancho de Estra• da sobre una hueste musulmana entre las Cue• vas y Viilarejo, en 1090. Las crónicas refieren que al ausentarse los condes dando por terminada la repoblación de Avila, los gobernadores Jimón Blázquez y Al• varo Alvarez rompieron sus amistosas relacio• nes en el gobierno, formaron bandos que lleva• ron la perturbación á todas las clases, sin que el monarca lograra apaciguar los ánimos hasta que destituyó á los dos alcaldes y nombró al caudillo Fernán López de Trillo,

II

SIGLO XII

Primera campaña de las armas abulenses. — Conquistas de Cuenca y de Ocaiia.—Desventuras de la ciudad.—Batalla de Uclés.—Muerte de Alfonso VI.—Jimena Blázquez goberna• dora de Asdla.—La defensa del rey niño.-—Las Hervencias y el hito del reto.—Campañas de los abulenses con Alfon• so VII.—Incendio de la sierra.—Reinado de Sancho III.— Minoría de Alfonso VIII.—Querellas entre los nobles.—Nue• vos hechos de armas.—Batalla de Alarcos.

Imperaba en 1105 sobre los musulmanes es• pañoles Alí-Abul-Hassán, hijo de Yussuf, y mientras el Oid guerreaba en Valencia y leone• ses y castellanos aseguraban las conquistas hasta los confines de Aragón, las armas avile- sas, al mando de Sancho Sánchez Zurraquín, — 28 — salieron por primera vez á campaña y alcanza• ron señalados triunfos sobre los moros de Za• ragoza. En estas guerras empezó á distinguirse el jo• ven Nalvillos, guerrero curtido en los comba• tes, á quien las crónicas dan el título de rey y de quien la tradición refiere hazañas maravi• llosas. Al año siguiente, 1106, los guerreros avileses se dirigieron á Cuenca, villa que formaba par• te del patrimonio de Zaida, esposa de Alfon• so VI, y de la cual se había apoderado su sue• gro el rey moro de Sevilla. La plaza fué defendida con una tenacidad pasmosa; los ballesteros de Avila no cesaban de flechar á los de los muros, y aunque su jefe, Sancho Sánchez Zurraquín, cayó muerto acri• billado de flechasa l abrirse paso por un pelotón de moros que sostenía el empuje, la plaza fué tomada, quedando de guarnición en ella la gen• te de Avila al mando de Blasco Jimenó. Apenas hubieron descansado, se destacó un cuerpo de soldados avileses acaudillado por Fortún Blázquez, que en muy poco tiempo se apoderó de Ocaña, cuyo gobierno le fué enco• mendado por el rey. Los años de 1107 y 1108 fueron muy tristes para la ciudad de Avila. En 1107 murieron Zaida, mujer de Alfonso VI, y el. conde D. Eai- mundo, repoblador de la ciudad. La peste y el hambre diezmaron la población en 1108, pere• ciendo Eortún Blázquez, gobernador de Ocaña, y Jimón Blázquez, primer gobernador de Avi- — 29 — la; y como última desventura, asistió Avila con 200 jinetes á la rota de Uclós, en la que murió el príncipe D. Sancho, cuya muerte fué causa de las luchas que más tarde habían de teñir en sangre los campos de León y de Castilla, debi• das también á la impericia y poco tacto de la liviana Doña Urraca, cuando, por razón de es• tado, contrajo segundas nupcias con Alfonso I de Aragón. Mientras los guerreros ábulenses asistían á las bodas reales en Toledo, dejando la ciudad indefensa, Abdallá Alhacen la puso sitio con 9.000 hombres. No es para descrito el pánico que el enemigo produjo en los moradores de Avila; pero Jimena Blázquez, esposa del go• bernador Fernán López de Trillo, arengó al pueblo, y aclamada gobernadora y vestida de guerrero, llevó á la muralla multitud de muje• res disfrazadas de soldados que asomaron entre las almenas sus cabezas cubiertas de sombreros, y con el pelo caído delante de las mejillas si• mulaban forzudos veteranos. Entretanto el anciano Sancho de Estrada hacía que unos cuantos clarines entonasen ale• gres toques como anunciando la llegada de re• fuerzos, y Jimena, en quien Dios había puesto gran osadía, ca non semejaba fembra, salvo fuerte caudillo, puesta á caballo, vigilaba las rondas de fuera de la plaza y encendía hogueras, hacien• do creer con todo ello que había una poderosa guarnición apercibida á la defensa; Abdallá Alhacen, á la vista de tan guerrero aparato, le• vantó el campo, creyendo prudente no atacar — 30 la plaza, que con razón había supuesto abando• nada. En el año 1111 colocan la tradición y las cró• nicas la defensa de Alfonso VII, suceso que pone término al período de la his• toria de Avila, que bien po• dríamos llamar heroico y caballeresco. La defensa que Avila hi• zo del rey niño contra las asechanzas de su padrastro Alfonso de Aragón es de tal importancia para la ciudad, que en ella cifra su escudo de armas y constituye la ba• se de muchos privilegios concedidos pors el mismo Alfonso VII y por otros monarcas posteriores. Dícese que D. Alfonso pretendió apoderarse del niño que D.a Urraca había tenido de su pri• mer matrimonio, á fin de gobernar él solo el reino de Castilla. Los caballeros de Ávila, ya fuera por odio á la dominación aragonesa, ya por el cariño que profesaban á la condesa re• pobladora, guardaron al infante dentro de sus muros. Alfonso de Aragón pidió á los de Avila la entrega del niño, y como éstos no accediesen, llegó con su ejército á poca distancia de la pla• za; pero convencido de que sería empresa in• útil entrarla por la fuerza, convino con los de Avila en entrar él solo con el exclusivo objeto de ver al infante, y exigió para seguridad de 31 su real persona le entregasen en rehenes 70 ca• balleros, como en efecto se hizo. Alfonso sospechó alguna traición si entraba en la plaza, y contentóse con que los abulenses le mostrasen á su hijastro desde el cimborrio de la catedral. Dice la tradición que el aragonés le saludó respetuosamente, y que ardiendo en cólera vol• vió á su campo, donde sacrificó los rehenes é hizo hervir en aceite sus cabezas en el sitio lla• mado desde entonces las Hervencias. Este hecho sanguinario fué la causa de que Blasco Jimeno, gobernador de Avila, y un so• brino suyo, retasen al rey de Aragón entre Can- tiveros y Éontiveros, donde mu• rieron los dos campeones alancea• dos por los soldados del monarca. En este sitio se levantó el hito del reto, y en sus inmediaciones se construyó una ermita, donde por muchos años se celebraron con funerales los trágicos sucesos de las Hervencias y del reto de Can- tiveros. Declarado Alfonso YII mayor de edad, las armas abulenses le acompañaron en las gloriosas ex• pediciones que dirigió á Andalu• cía. Con los segovianos sorpren• Estatua de Alfonso VIL dieron en Lucena el campamento (Siglo xíi'.j de Taxfin-ben-Alí: siguiendo á Rodrigo González, caudillo de las milicias de Toledo y Extremadura deshicieron la hueste del — 32 — gobernador moro de Sevilla; á las órdenes de Munio Alfonso derrotaron á dos reyes moros, y sus atrevidas correrías por los campos de Oa- zorla, Baeza, Jaén, Andújar y Almería pusie• ron á raya las algaradas de los árabes, que no se atrevían á penetrar en territorio cristiano más de una jornada. Y, finalmente, para librarse de los mahome• tanos, que se habían refugiado en lo más áspe• ro de las montañas, incendiaron la sierra para hacerles bajar á los valles, donde los abulenses les esperaban con las armas. En el breve reinado de Sancho III (1151 á 1158), las huestes de Avila y Extremadura con• tuvieron á los almohades en las cercanías de Sevilla, y al mando de Ñuño Rabia y Gómez Acedo pusieron en desbandada un ejército moro que saqueó la ciudad mientras sus habitantes estaban en piadosa romería al santuario de San Leonardo, hecho en que parece fundarse la erec• ción de los cuatro postes (1). Tres años contaba Alfonso VIII cuando su• cedió en el trono de Castilla á su malogrado padre D. Sancho III, quien al morir le dejó bajo la tutela de D. Gutierre Fernández de Castro. D. Manrique de Lara disputó la regencia al de Castro, y aunque éste cedió el pupilo, se formaron los dos bandos de Castros y Laras, viniendo en apoyo de los Castros Fernando II

(1) V. Picatoste. Tradiciones de Avila, — 33 — de León, tío del monarca, que ocupó algunas plazas castellanas. El caballero D. Pedro Núñez consiguió esquivar las pesquisas del rey de León y llevó á Avila al regio huérfano. Alli vivió hasta su mayor edad (1166), y una guar• dia de 150 nobles avileses le acompañó siempre, hasta que las Cortes de Burgos, en 1170, acor• daron su matrimonio con la princesa Leonor de Inglaterra. Desde esta época nuestra ciudad se llamó Avila de los Leales. Durante este reinado se renovaron en Avila antiguos resentimientos entre las casas princi• pales, y Blasco Jimeno y Esteban Domingo dieron su nombre y sus blasones á dos bandos que han prevalecido hasta el siglo xvn. Sin embargo, muchos avileses acudieron á la puebla de Béjar y Piedrahita, ayudaron contra los moros á Badajoz, Trujillo y Talavera, y con• quistaron otra vez á Cuenca en 1171, acaudi• llados por Ñuño Dávila y Ñuño Rabia. También asistieron los de Avila á la triste jornada de Alarcos (19 de Julio de 1195); se batieron como siempre, con denuedo, y su obis• po, con muchos caballeros, quedó tendido en el campo. Con razón escribió Gracia Dei esta quin• tilla celebrando sus proezas: Y en Ronda muy guerreros Y en Trujillo los primeros, , Y en Alarcos con afanes Cebaron sus , Avila, tus caballeros. 34

III

LOS SIGLOS XIII Y XIV

Batalla de las Navas de Tolosa.—Correrías por tierra de moros. Muerte de D. Alfonso.—Excursiones de los avileses con San Fernando.—ídem con Alfonso X.—Privilegios concedidos á Avila por este róy.—Sancho IV el Bravo.—Minoiías de Fer• nando IV y de Alfonso XI.—Gruerra civil entre T). Pedro y D. Enrique.—Eeinado de Juan I y de Enrique III.

La batalla de las Navas de Tolosa (1212) fué la más sangrienta de la reconquista, quedando muertos 200.000 moros y 25.000 cristianos. Los estandartes de Avila y Aróvalo figuraron en el ala derecha del ejército cristiano, mandada por D. Sancho de Navarra, y entre los prelados que acompañaron al rey y pelearon á su lado es• tuvo el de Avila, don Pedro Instancio. Al año siguiente (1213) las milicias de Avila asistieron á la toma de Alcalá de Ben- zaida, á la del castillo del Lobilín, á la de Alcaraz, Baeza y .Al• Signo de Alfonso VIII. cántara; y el Concejo de Avila, que siempre marchó triunfante al lado de Alfonso VIII, re• cogió en Gutierremuñoz (6 de Octubre 1214), á dos leguas de Arévalo, el ultimo aliento del — 35 — rey, que con tanto esmero crió' dentro de sus muros, elegidos también para morada y guarda de Enrique I en su menor edad. Durante el reinado de San Fernando, los abulenses depusieron sus mortales rencores y rivalizaron en valor y generosidad en las cam• pañas que sostuvieron al lado del rey, espe• cialmente en las tres excursiones que precedie• ron á la toma de Jaén. En la primera jornada murieron Gutierre Iñiguez y Domingo Este• ban. En la segunda figuraron como cabos de la hueste los jefes de las más distinguidas fami• lias, como Jimén Gómez y Esteban Domingo, con otros muchos que siguieron al pendón de Avila en las conquistas de Córdoba, Jaén y Sevilla. A tan señalados servicios respondió Fernan• do III depositando toda su confianza en el obispo D. Domingo Dentudo, á cuya instancia hizo importantes donaciones á la iglesia de San Vicente y confirmó otros muchos privi• legios. A D. Alfonso X, tan sabio como mal gober• nante y desventurado, le ayudaron los avileses con 500 infantes, al mando de Gómez Núñez y Gonzalo Mateos, en sus guerras contra Na• varra y Aragón, y ofreciéronle el impuesto de la Fonsadera en los apuros de su erario. D. Alfonso reunió Cortes en Avila en 1273: además de las mercedes y privilegios usuales para mantener el espiritu guerrero y estimular el fomento de la riqueza pecuaria, concedió á la ciudad un fuero, fechado en Segovia en 30 _ 36 — de Octubre de 1256, que ofrece la singularidad de establecer la responsabilidad colectiva de los pueblos en que se hubiere dado muerte á un ca• ballero mientras no entregasen al matador, dando á los parientes del muerto el derecho de ejercer por sí mismos la justicia si el criminal hubiere incurrido en pena capital. Muerto D. Alfonso el Sabio en 1284, le suce• dió en el trono su hijo Sancho IV el Bravo, que á la sazón estaba en Avila, y en cuya cate• dral fué proclamado rey. Este monarca consu• mió grandes sumas en la reparación de la basí• lica de San Vicente, y dejó á los abulenses, en• tre otros muchos recuerdos, una carta por la cual se obligaba á los moros y j udíos de la ciu• dad á pagar los diezmos que se negaban á sa• tisfacer. No consta que D. Fernando IV pasase su menor edad en Avila; pero asegura Colmena• res, historiador de Segovia, que se distinguió el Concejo de Avila por su lealtad al rey en medio de las revoluciones y bandos de la no• bleza; éste demostró su gratitud á la Ciudad ex• pidiendo una real carta (2 Mayo 1302) confir• mando las franquicias de la iglesia de San Vi• cente. Tanto ó más azaroza fué la minoría de Al• fonso XI; cada pariente, cada familia impor• tante aspiraba á la tutela que tan sabiamente ejercía su prudente abuela D.a María de Mo• lina; los avileses se resistieron á entregar al príncipe, y la tutora, ayudada por los sabios consejos del obispo Sancho Dávila, pudo suje- ._ 37 — tar aquellas ambiciones y hacer reunir en Pa- lazuelos, á media legua de Avila, aquella asam• blea de proceres que la confirmó en la tutela, y nombró un consejo para acompañar siempre al rey, que fué un precedente del gran Consejo de Castilla. Sin embargo, seis años después (1319) Avila presenció los desórdenes promovidos por el in• fante D. Juan Manuel y su rival D, Felipe, bas• ta la mayor edad de D. Alfonso, á quien siguió en todo su reinado, alcanzando, como de sus predecesores, la confirmación de sus fueros. A la muerte de D. Alfonso XI se disputaron el trono sus dos hijos D, Pedro y D. Enrique el Bastardo. Avila tomó la bandera de D. Enri• que, y debió sufrir muchos desastres en esta guerra á juzgar por las mercedes que en justa recompesa le concedió. En tiempo de D. Juan I, su esposa D.a Bea• triz encontró en Avila plácido retiro, mien• tras el rey emprendía aquella ruinosa campaña contra Portugal, que terminó con el desastre de Aljubarrota, 1385. Algunos años más tar• de, 1389, se resolvió un famoso pleito puesto por el común de los pecheros á los caballeros cas• tellanos, y en virtud de la sentencia, estos ca• balleros, que eran los hijodalgos ó nobleza nue• va, quedaron igualados en privilegios á los ca• balleros serranos que descendían de los primiti• vos repobladores. — 33

IV

SIGLO XV

Eeinado de D. Juan II.—El Pote de Avila.—Reinado de Enri• que IV.—Destronamiento de este rey en Avila.—Los Reyes Católicos.—Nuevo código municipal.

Casi todos los sucesos importantes del turbu• lento reinado de D. Juan II (1406 á 1454) tuvieron por teatro la ciu• dad de Avila, que sucesiva• mente sirvió de cuartel á los bando s contrarios. En 1420 fué secuestrado el rey por el in• fante D. En• rique de Ara• gón y llevado deTordesillas á Avila, don• de sufrió un D. Juan II on traje de batalla. mal simulado cautiverio. En el mismo año casó el monarca con Doña — 39 — María, hermana de su opresor, sin pompa ni ce• remonia alguna; y en la catedral se reunió aque• lla gran asamblea ó junta de magnates convo• cada por el rey con el exclusivo objeto de que sancionara el secuestro de Tordesillas, y en el mismo templo recibió la investidura de con• destable de Castilla el favorito D. Alvaro de Luna. En 1440, algunos re- beldes, acaudillados por el rey de Navarra y auxiliados por el obispo Barrientes, se k hicieron fuertes en Avila y formularon un acta de acusación D. Alvaro de Luna. contra D. Alvaro, acta que enviaron al rey, el cual, aunque en un principio no la dio impor• tancia, tuvo que ceder ante la fuerza de los re• beldes y de la sublevación de su hijo D. Enri• que. El valimiento de D. Alvaro creció con la derrota de ios insurrectos en la batalla de Ol• medo, que le dio también el Maestrazgo de San• tiago , cuya elección presenció la catedral de Avila, así como Madrigal fué testigo de las bo• das del rey con Doña Isabel de Portugal en 1447. El Pote de Avila es una vasija de hierro que se conserva en el Ayuntamiento de la ciudad; tiene la cabida de media fanega, y es el patrón á que debían ajustarse en España las medidas de capacidad para áridos, antes de plantearse el — 40 — sistema métrico-decimal de pesas y medidas. Desde remotos tiempos tuvo Avila el privi• legio del Pote, y aunque se desoonozca su ori• gen, consta que fué confirmado por D. Juan II en 1435, y á él se refieren otras reales disposi• ciones dadas por Enrique IV, los Reyes Católi• cos y Carlos IV. Tan turbulento como el reinado de su padre fué el de Enrique IV, y Avila volvió á ser tea• tro de las intrigas y cuartel de la conjura. En 1465 los nobles, descontentos del rey, acudieron al llamamiento del audaz arzobispo de Toledo D. Alfonso Carrillo, y reunidos en Avila en abierta sedición contra el rey y su privado I). Beítrán de la Cueva, trataron de proclamar rey al infante D, Alfonso y deponer del solio al débil Enrique. Los conjurados salieron de la ciudad, y á cam• po raso levantaron un tablado, sobre el cual pu• sieron la efigie del rey vestida de luto y con las insignias reales, á la que fueron despojando de sus atributos en medio de la mayor algazara. Y añaden las crónicas que desde el sitio mismo en que fué destronado D. Enrique, los caballe• ros levantaron en hombros al príncipe D. Al• fonso, al grito de ¡Castilla, Castilla por él rey D. Alfonso! ¡Viva, viva! Entre tanto Ja ciudad de Avila, más sensata que los rebeldes, protes• taba con su silencio contra tan inaudito proce• der. Sólo tres años pudieron disponer los revol• tosos de tan dócil instrumento, puesto que en Julio de 1468 moría misteriosamente en Car- deñosa el príncipe D. Alfonso. El Arzobispo y _ 41 - D. Juan Pacheco quisieron seguir el juego co• ronando á D.a Isabel, hermana también de don Enrique; pero sus planes se estrellaron ante la prudencia y energía de la infanta, que desde Arévalo se trasladó á Avila para oponerse me• jor á sus proyectos. Nació D.a Isabel en Madrigal en el año 1451; los primeros años los pasó en Arévalo al lado de su madre y de su hermano Alfon• so: en el monaste• rio de Guisando, en 1468, fué jurada he• redera de Castilla, y en 1469 casó en Valladolid con don Fernando de Ara- Corona de Doña Isabel la Católica. gón. Muerto Enrique IV en 1474, ocuparon el tro• no castellano los dos esposos, cuyo provechoso gobierno bastó para conjurar las continuas su• blevaciones de los nobles, que tanto distinguie• ron á aquel siglo. Los partidarios de D.a Juana la Beltraneja, ayudados de Portugal, intentaron sin éxito co• locar á ésta en el trono, y en esta campaña se distinguieron los avileses Alonso de E enseca, D. Diego del Águila y Gonzalo Dávila, ayo del príncipe D. Juan. La situación del reino al advenimiento de los Reyes Católicos era por demás lastimosa; las ciudades y los campos estaban plagados de bandidos y salteadores protegidos por la noble- — á2 za, y la justicia existía sólo de nombre. Para remediar estos desórdenes, la reina convocó Cortes en Madrigal (1476), donde aprobó la re-

Firma de D.a Isabel la Católica. organización de las antiguas hermandades, creando la Santa Hermandad. El doctor Alonso Díaz de Montalvo, natural de Arévalo (1), contribuyó á la brillantez de este reinado coordinando las Ordenanzas reales, llamadas también de Montalvo, ó sea formando un cuerpo de las leyes castellanas que estaban dispersas. Las milicias de Avila compartieron los peli• gros y las glorias con los reyes en la campaña de Granada, último asilo de los moros después de ocho siglos de dominación en España; y, finalmente, en 1485, el Concejo y Eegimiento de la ciudad, de acuerdo con las siete secciones ó sexmos en que estaba dividida la tierra de Avi• la, reformaron las Ordenanzas municipales y publicaron en 1487 un nuevo Código munici• pal, prueba admirable de lo bien que compren• dían nuestros territoriales legisladores el espí• ritu del siglo y las necesidades de la época.

(1) La Real Academia de la Historia lo reputa hijo do Cuonca. _. 43 —

EDAD MODERNA

v

SIGLO XVI

Últimos años de D.a Isabel.—Beinado de Carlos I.—Los comu• neros.—Felipe II.—Los pasquines,—Políticos y capitanes ilustres.

En los últimos años de D.a Isabel, y duran• te la regencia de su esposo, Avila no desmin• tió su gloriosa tradición. En las guerras de Italia se distinguierpn los capitanes Hernán Gómez Dávila, Juan de Arévalo, Diego de Vera, Juan Ñuño Hierro y otros; y para la con• quista de Navarra, Avila acudió al rey con 300 infantes pagados por la ciudad, al mando del caudillo Sancho Sánchez Cimbrón. La reina Católica, tan feliz en sus empresas políticas, fué desgra- , /) T¡ ciada en su familia. ^J^JC^X^KAA Uno á uno perdió to- <=0¿f

Firma del duque de Alba. mayores ejércitos sin combatirlos, para esqui• var al enemigo sin ser sorprendido nunca, para adquirirse la confianza del soldado y sofocar sus quejas. D. SANCHO DAVILA DAZA.—Nació este guerre• ro en Avila en 1523; empezó á distinguirse en la guerra de Alemania; fué castellano de la plaza de Pavía; tuvo preso al conde Egmont; asistió al sitio de Roma; derrotó á los flamencos en va• rias batallas, y sus proezas le valieron el hon• roso titulo de Mayo de la guerra, con que se le conocía entonces. Murió en Lisboa en 1583, de donde fué trasladado su cuerpo á la parroquia de San Juan de Avila. D. JUAN DEL ÁGUILA.—Este esclarecido solda• do se educó en (partido de Oebreros); pasó á Flandes y se alistó en la compañía del aviles D. Gonzalo de Bracamonte; hizo la gue• rra contra los moriscos de Granada; volvió á Flaiides, donde se distinguió mucho por su — 49 — arrojo; fué general en jefe de las fuerzas de mar y tierra que pasaron á Inglaterra en defensa de los católicos perseguidos por los protestantes, y después gobernador de Irlanda : su retrato le hizo el Duque de Alba al presentarle á Feli• pe II, con esta lisonjera frase: Conozca V. M. un vasallo que nació sin miedo. Y, finalmente, donde quiera que llegaron las armas españolas encontramos multitud de abu- lenses que sostuvieron con orgullo sus glorio• sas y caballerescas tradiciones. VIII

DESDE EL SIGLO XVII HASTA NUESTROS DÍAS

Felipe III.—Expulsión de los moriscos.—Felipe IV y Carlos II. Decadencia de Avila.—Modernos adelantos.—Abulenses dig• nos de mención.

Durante el siglo xvn brillaron muchos avi- leses en las campañas de Portugal, de Flandes y de América; mas no por esto se sustrajo nues• tra patria á la rápida y espantosa decadencia de todo el reino. La expulsión de los moriscos, decretada por Felipe III en 22 de Noviembre de 1609, y con• tra cuya ejecución protestaron el Ayuntamien• to y el Cabildo, dejó casi desierta la ciudad y la agricultura; los talleres y las fábricas recibieron un golpe de muerte. En los reinados de Felipe IV y de Carlos II aparecen como testimonio de la prodigiosa vi- — 50 — talidad de Avila en mejores días algún que otro soldado, como el marino D. Jerónimo Gó• mez de Sandoval, natural de ; algún literato, como D. Juan Tamayo de Salazar, y el cronista Gil González Dávila. La beatificación de San Pedro Alcántara y la canonización de Santa Teresa, con otros he• chos de más trascendencia en la historia ecle• siástica, son las notas más salientes de estos des• venturados tiempos. Los generosos esfuerzos de Felipe V y Car• los III para levantar la industria abulense se estrellaron contra las corrientes de la época; las crónicas particulares de Avila no pasan del si• glo XVII, y su historia se confunde con la gene• ral de España; los soberbios palacios quedaron vacíos, porque sus dueños prefirieron el fausto de la corte; la centralización del poder acabó con la vida del concejo, y las milicias de Avila, como las de todas las provincias españolas, for• maron bajo la enseña de la bandera nacional. Avila vive en la actualidad de sus recuerdos, de sus monumentos y de su colosal historia; pero marcha un poco rezagada en los modernos adelantos. Algo se ha hecho, sin embargo, en pro de la cultura; el gobernador de la provin• cia, D. Tomás Pérez, fundó la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, cuya benéfica influencia en las clases trabajadoras no puede calcularse. Las Cajas escolares de España hallaron su molde en la de Avila; la prensa y la Academia literaria del Instituto hicieron una campaña corta, pero brillante; la Academia de Administración mili- — 51 — tar contribuye no poco al movimiento intelec• tual; al calor del centenario de Santa Teresa (1882), que prestó nuevos bríos al casino Hijos del trabajo, nació la Escuela de Artes y Oficios y se construyó el nuevo edificio, amplio y de• coroso, destinado á Instituto y Escuela Normal de maestros, dejando el antiguo á los padres carmelitas, parte del cual se ha destinado á Bi* blioteca y Museo teresianos. Finalmente, la construcción del nuevo Mer• cado, el alumbrado eléctrico, la apertura del Balneario de Santa Teresa y el proyecto de abas• tecimiento de aguas, por cuya realización hace• mos votos, demuestran que Avila va compren• diendo sus intereses y llegará a ser una esta• ción de verano que, á las ventajas de otras po• blaciones, reúne la de su proximidad á la Corte. Réstanos sólo dedicar un recuerdo á los ilus• tres compatriotas que más se han distinguido durante el presente siglo. Figuran entre otros D. Manuel Gómez de Salazar, natural de Fon- tiveros, Obispo de Avila durante la invasión francesa, que, en B de Enero de 1809, libró á la ciudad de la matanza decretada por el general francés Lefévre; D. Eugenio de Tapia, natural de Avila, ilustre patricio de las Cortes de Cádiz, historiador, jurisconsulto, poeta y pedagogo; el ilustrado historiador de Avila D. Juan Martín Carramolino, Catedrático de la Universidad de Salamanca y Ministro de la Gobernación; el es• clarecido médico D. Francisco Méndez Alvaro, natural de Pajares, Alcalde de Madrid, perio• dista y escritor infatigable y reorganizador del — 52 — cuerpo de Sanidad militar y del de practicantes del Hospital general y D. Celestino Rico, Orador y político, subsecretario del Ministerio de Ha• cienda. Llegaron á los más altos grados de la milicia los Sres. D. Félix Ignacio de Tejada, natural de Aróvalo, capitán general del departamento marítimo del Ferrol y que tanto se distinguió en la guerra de la Independencia; Becerril (don Mariano y D. Juan, padre ó hijo); D. Domin• go Muñoz y Muñoz, mariscal de campo y bene• mérito de la patria; D. Mariano Salcedo y Fer• nández, brigadier de los Ejércitos nacionales, y D. Gregorio Brochero, general de ingenieros. Cultivaron con acierto las bellas artes D. Aga- pito García, que pintó la Diputación; D. José Bellver, el famoso escultor, hijo y hermano de escultores; D. Manuel Sánchez Ramos, D. Juan Jiménez Martín y D. José Alvarez Fernández, pintores, y D. Valentín María Mediero, calí• grafo notable. Se distinguieron por su autoridad y por su prestigio D. Eustaquio de Ibarreta y Pacheco, consecuente político y gobernador de Avila; D. José Claro Zahonero y Uzabal, jurisconsul• to notable; D. Valentín Sánchez Monje, sena• dor del Reino; los hermanos Aboín, D. Maria• no y D. Enrique, ambos de grandes haciendas, aquél conde de Montefrío y éste doctor en Teología; D. Claudio Sánchez Albornoz y Ro• dríguez, rico propietario y de mucho prestigio como presidente de la Diputación, y el malo• grado D. Leoncio Cid y Forpón, alcalde de — 53 -- Avila, catedrático del Instituto, literato ó his• toriador. En el cultivo de las letras sobresalieron Don Domingo María Muñoz, fraile dominico, misio• nero en China; D. Antonio Zahonero Robles y Uzábal, periodista, erudito, y cantor de las Grandezas de Avila; D. José Mayoral, curioso investigador de la historia abulense; D. José Carrera Medina, cura de Hernansancho, histo• riador de la venerable María de Jesús y del Espino, de su hermano José y de su confesor D. Andrés Sánchez Tejado; D. Rafael Serrano Brochero, que hizo un trabajo (inédito) sobre las fundaciones benéficas y sobre la industria abulenses; D. José Moreno Guijarro de Uzábal, poeta historiador y autor de las Grandezas de Avila; el célebre farmacéutico de Cámara D.Ma• nuel Hernández Gregorio, premiado á los 23 años por su Memoria sobre el cultivo del Sésa• mo y autor de un Diccionario de Farmacia y de los Anales históricos y políticos de la Me• dicina, Cirugía y Farmacia, y el último en esta serie, aunque el primero en el orden de mis afectos, el módico D. Valentín Picatosto Gonzá• lez, hijo de un modesto cirujano de la villa de El Bohodón, y de quien sólo me cumple decir que hizo gratuitamente con su arrojo digno de todo encomio la campaña contra el cólera de 18B4, que diezmó la población de , y por lo cual fué propuesto para la cruz de Beneficencia. HISTORIA ECLESIÁSTICA

EDADES ANTIGUA Y MEDIA I

PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA HASTA LA RECONQUISTA DE AVILA

Episcopado de San Segundo.—Martirio de San Vicente, Sabina y Crisiefca.-^Intrusión de Prisciliano.—Conversión de Froi- selo.—Las santas Leocadia y Paula Barbada.—Episcopado de Juan I.—La Virgen de la Soterraña.

Avila tiene la gloria de ser la primera ciudad de Castilla que aceptó el cristianismo y difun• dió sus doctrinas. Todos los historiadores convienen en afirmar que San Segundo fué uno de los siete obispos consagrados por San Pedro y que acompañó á Santiago en la fundación de la iglesia del Pilar de Zaragoza. Se ha discutido mucho acerca de si el punto en que San Segundo estableció su silla episco• pal corresponde á la Avila de los vetones, ca• pital de la provincia que nos ocupa, ó fué la antigua Avila bastetana, según afirman los historiadores del reino de Jaén. Concedamos - 55 — que el hecho de haber encontrado en Avila el cuerpo del glorioso mártir no sea una prueba evidente de que allí tuvo su silla San Segundo; pero esto es más probable que la traslación de su cuerpo á nuestra ciudad desde Avila baste- tana. Por otra parte, la tradición más constante de la Iglesia refiere que San Segundo fué el pri• mer obispo de Avila, que escogió por morada una de las casas del poniente á la derecha del Adaja, que fué martirizado en tiempo de Da- ciano, y precisamente en aquel sitio donde hoy se levanta la capilla de su nombre, se encontró su cuerpo, de donde fué trasladado á la catedral en tiempo de Felipe II. Tal es la falta de datos referentes á los tres primeros siglos de la iglesia abulense, que sólo se conserva noticia de la intervención del obis• po de Avila contra la apostasía de Marcial y de Basilides, que lo eran de Mérida y de Astorga, en el pontificado de San Esteban (255). En el siglo iv la historia general de la Igle• sia hace mención del martirio de los hermanos Vicente, Sabina y Cristeta. Dícese que estos tres jóvenes llegaron 4 Avi• la huyendo de la furiosa persecución que se hacía á los cristianos en tiempo del emperador Diocleciano. En esta ciudad fueron alcanzados por los gentiles y reducidos á prisión; ni los halagos ni los tormentos hicieron que flaquease en su pecho la fe de Cristo, y el 27 de Octubre del año 307 sus cabezas fueron machacadas con piedras, y sus cuerpos, arrojados por un berro- cal, quedaron insepultos y expuestos á la vora• cidad de las aves. Refiere la leyenda que una enorme serpiente que allí tenía la guarida tomó á su cargo la custodia de los sagrados restos. Un judío que acostumbraba á solazarse con los mártires, llegó á aquel sitio con el depravado intento de escar• necerlos; pero el formidable reptil se enroscó á su cuerpo y no le dejó libre basta que prometió recibir el bautismo. La opulencia del judío no sólo le permitió dar honrosa sepultura á los cuerpos de los már• tires, sino edificar un templo consagrado á su memoria, que es la actual basílica de San Vi• cente. A raíz de estos acontecimientos, y cuando dos célebres españoles regían los destinos de Roma, Teodosio el Grande en el solio imperial y San Dámaso en la cátedra de San Pedro, los cronis• tas consignan la usurpación de la silla episco• pal de Avila por el hereje Prisciliano, que des• pués de ver condenadas sus doctrinas en el con• cilio de Zaragoza, fué decapitado con otros obis• pos sus secuaces. Las noticias que tenemos de la iglesia de Avila durante la dominación de los visigodos se remontan al reinado de Recaredo, en cuya época el obispo Froiselo asiste al memorable Concilio III de Toledo, donde hace abjuración del arrianismo con el rey y toda la corte; y pasan los tiempos hasta la irrupción de los mahometanos sin otra cosa notable que la fun• dación en Avila del primer convento de bene- — 57 — dictinos, donde murió (13 Julio 687) Santa Leo• cadia, de la familia del rey "Wamba, la vida de santidad de la joven Paula, llamada después Santa Paula Barbada (1), y la nueva demarca• ción del obispado hecha en el Concilio XII de Toledo. Cuando la invasión de los árabes llegó á Avi• la (714), ocupaba la silla episcopal Juan I, cuya firma aparece en las actas de-Ios Concilios XV, XVI y XVII de Toledo. Asustado por las or- das huyó á Asturias, poniendo en salvo los va• sos sagrados, las reliquias de los mártires y de otros santos y guardando cuidadosamente al• gunas imágenes. Regularizada la dominación musulmana, las crónicas abulenses aseguran que permanecie• ron abiertas al culto católico las iglesias de San Segundo de Adaja, la del monasterio de Nues• tra Señora la Antigua y el templo de los santos mártires Vicente, Sabina y Cristeta, cuyas to• rres y capillas es fama que estuvieron habita• das por las piadosas familias de los Orejones y Palomeques. En 832 tuvo Avila por obispo á Pedro I, á cuya época se refiere la milagrosa aparición de Nuestra Señora de la Soterraña, que se venera en la cripta de la iglesia de San Vicente, ima• gen que, según la tradición, pertenece al tiem• po de los Apóstoles.

(1) V. Picatosto: Tradiciones de Avila. — 58 -

II

DESDE EL SIGLO XI AL XIV

Pontificado de D. Pedro Sánchez Zurraquín.—San Pedro del Barco y San Pascual de Tormellas.—Obispos de Avila.—Im• portancia de la Iglesia de Avila en el siglo XIII.—El obispo Sancho Sánchez Dávüa.—Sus sucesores.

En la segunda mitad del siglo xi empieza á despuntar para Avila la aurora de su impor• tante vida política y religiosa con la repobla• ción de la ciudad y de sus tierras, ordenada por Alfonso VI. Ocupaba entonces la silla episcopal D. Pedro Sánchez Zurraquín, que había escuchado de la• bios de D. Pelayo, obispo de Oviedo, aquel inte• resante relato sobre la fundación de la ciudad, que había asistido á la bendición del perímetro que había de ocupar la muralla y de los cimien• tos de la catedral y ha.bía solemnizado con todo género de fiestas el fausto acontecimiento de la puebla. Apenas terminaron los regocijos públicos cuando el obispo obtuvo del papa Urbano II multitud de indulgencias para los que contri• buyesen con sus limosnas á la reedificación del templo de San Salvador, cuya obra empezó á fines de este siglo el maestro Alvar García, na• tural de Estella. Tantos y tan diversos cuidados no impidie• ron que el celoso pastor publicara órdenes sa- gradas en 1.° de Septiembre de 1091 para pro• veer de «buenos sacerdotes» á su diócesis, con el cual motivo se celebraron fiestas de toros y torneos. La opinión general hace coetáneos del ilustre obispo á dos anacoretas que vivían retirados en los más ásperos peñascales de la ribera del Tormes, entregados al más severo ascetismo, San Pedro del Barco y San Pascual de Torme- llas, muertos por los años de 1130 á 1135, y cuyos cuerpos se veneran en sus sepulcros, el de San Pascual en la iglesia de Tormellas, y el de San Pedro en la basílica de San Vicente de Avila, junto al sepulcro de los santos már• tires. Ocupó después la silla de San Segundo el obispo D. Iñigo, en cuyo tiempo el rey D. Al• fonso VII hizo donación al obispo y cabildo de Avila de la Serna de Linares, desde entonces llamada Serna del Obispo. Fuera del leal apoyo que el obispo de Avila prestó al rey Alfonso VIII durante su menor edad, nada notable encontramos en la historia eclesiástica de Avila hasta el pontificado de D. Diego Blasco (1183): este prelado tuvo que luchar frente á frente contra los vecinos y au• toridades del Concejo por invasión de atribu• ciones y abuso de jurisdicción y acudir en que• ja al papa Lucio III, quien sometió el asunto al arbitraje de los arzobispos de Toledo y de Santiago con los obispos de Segovia y de Si- güenza. A la muerte de D. Domingo Blasco, ocuparon — 60 — la silla de Avila D. Diego II y D. Diego III, que acompañó á Alfonso VIII á la jornada de Peña- fiel (1196), dedicó á San Nicolás deBari la iglesia que lleva este nombre (1198] y fué comisionado por el papa Inocencio III para el examen de unas decretales motivadas por quejas de un canónigo de Paíencia contra su obispo. Murió en 1203, y su sepulcro está junto el altar de Santiago en la parroquia de San Nicolás. Sucedió á D. Diego, D. Benito, decidido par• tidario de Doña Berenguela, cuando ésta hizo proclamar rey á su hijo San Fernando; fundó al Sur de Ja ciudad, á orillas del Grajal, la casa de canónigos regulares de Sancti-Spíritus, que fué presa de las llamas en 1774 y arruinada por los franceses en la guerra de la Independencia. Durante el siglo xin continúan con actividad las obras de la catedral. Los privilegios y la protección dispensada á Ja basílica de San Vicente por los reyes Fer• nando III; Alfonso X, Sancho IV y Fernan• do IV; la intervención del obispo, á cuyo dic• tamen se sujetó la rectificación de los linderos territoriales y jurisdiccionales de la provincia y obispado, hecha en tiempo de San Fernando; el término de las cuestiones sobre la antigüedad de feligresías, y los derechos de la mitra y Ja presencia del obispo D. Pedro González Lujan en el Concilio de Salamanca para juzgar la causa contra los Templarios, demuestran la im• portancia y poderío de la iglesia de Avila, cu• yos dominios se extendían por el valle del Cor• neja y desde hasta Bójar, — 61 — y cuyos obispos eran los mejores consejeros de los reyes. Los canónigos, los racioneros, los dependien• tes de la catedral y los maestros de fábrica go• zaban de muchas franquicias, y tan extensas, que cuando se pretendió reducirlas, todavía al• canzaron á 40 mozos de coro y á sus familias. En el siglo xm se hicieron muchas fundaciones y se levantaron muchos edificios. A la muerte del rey Fernando IV (1312) era obispo de Avila el ilustre D. Sancho Sánchez Dávila, que en calidad de ayo del rey y notario mayor de Castilla, tuvo una parte muy prin• cipal eñ las cuestiones de la minoría de Alfon- son XI, mezclando el gobierno de su diócesis con los sucesos de la corte. A él se debe la construcción del crucero de la catedral, la fundación de los monasterios de Guisando y de Santa Ana, y á su vejez, en 1354, tuvo la debilidad, en unión de D. Juan Lucero, obispo de Salamanca, de declarar nulo el matri• monio de D. Pedro el Cruel con Doña Blanca de Borbón, autorizando el que inmediatamente contrajo con Doña Juana de Castro, que al día siguiente fué abandonada. Muchas debieron ser las desgracias de la igle• sia de Avila en tiempo de D. Pedro el Cruel, á juzgar por las cédulas de indemnización que, por daños sufridos, le otorgó D. Enrique II al visitar la ciudad. Es probable que al restablecimiento del orden continuaran las obras de la catedral durante los pontificados de Gonzalo de la Torre, de dis- — 62 — tinguido linaje, y de los dos Alfonsos, cuyos restos fueron decorosamente sepultados en la iglesia; así como los de D. Diego Koelas, fun• dador del convento de carmelitas de la Obser• vancia, fueron colocados en medio del coro, donde se le erigió una estatua de alabastro ri• camente perfilada de oro. III

SIGLO XV

Prelados del siglo XV.— El Tostado.—Sus sucesores. Fundaciones de monasterios.—El Brasero de la Dehesa.

Durante el siglo xv ciñeron la mitra de San Segundo obispos tan eminentes como D. Diego de Fuensalída y el cardenal Juan de Cervantes, á quien siguieron Fray Lope Barrientos y don Alonso de Fonseca, que jugaron un papel muy importante en el turbulento reinado de don Juan II y de los cuales dice un historiador que nacieron más para vestir la cota y esgrimir la espada, que para llevar la mitra y empuñar el báculo. Sucedió á Fonseca el Ahílense, Alonso Tosta• do Rivera; nació en Madrigal en 1400; se educó con los franciscanos de Aróvalo; estudió cien• cias y letras en el colegio de San Bartolomé de Salamanca, donde fué luego rector y sabio maestro, y en 144-9 fué electo obispo de Avila. Escribió cincuenta y cuatro libros de diversas — 63 ~ materias, y ha quedado como frase aplicada á los escritores fecundos la de escribe más que el Tostado. Murió en Bonilla de la Sierra, en el palacio que allí tenían los obispos de Avila, en 3 de Septiembre de 1455. Cuéntase como prueba de su entereza, que ha• biéndose presentado ante el papa Eugenio IV con motivo de defender sus famosas proposicio• nes, era de estatura tan baja, que el pontífice, creyéndole de rodillas, le ordenó se levantase. «Estoy de pie, beatísimo padre», contestó Alonso de Madrigal; y añadió, señalando desde el entrecejo hasta la raíz del pelo: «La altura del hombre se mide por lo que hay desde aquí hasta aquí.» No desmentía ni un ápice la tradi• cional altivez y arrogancia de su patria. Sucedió al Tostado D. Martín de Vilches, sa• bio, virtuoso y de reconocida piedad; fué fiel á D. Enrique IV en su desgracia y practicó una prueba para testificar la existencia de los cuer• pos de San Vicente y sus hermanas en el sepul• cro de la basílica. En su pontificado, una señora de origen fran• cés, Doña Catalina de Guiera, fundó el conven• to de Santa Catalina, y el caballero aviles Juan Núñez Dávila reedificó las iglesias de San Sil• vestre, la Trinidad, la Antigua y la de las Va• cas y fundó la capilla de San Millán, donde yace. Poco más tarde, en tiempo de D. Alonso de Ponseca, sexto de este nombre, se levantó el primer convento de Dominicos, y á este obispo se deben los actuales estatutos de la iglesia de „. 61 — Avila; fué el guardador de la Ciudad en nombre de los Beyes Católicos y el más bravo campeón en la batalla de Toro. En los últimos años de este siglo, y por ini• ciativa de los prelados D. Diego de Saldaña, D. Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada, y I). Francisco de la Fuente, se pin• taron los tableros del altar mayor de la catedral por los célebres artistas Juan Cruz y Pedro Berruguete, padre del afamado escultor. Este último prelado fué embajador cerca de Carlos VIII de Francia y contribuyó á la recu• peración del Bosellón y la Cerdeña. En su pon• tificado se trasladaron de Salamanca al rico y suntuoso túmulo de alabastro de Santo Tomás los restos del malogrado príncipe D. Juan, hijo de los Reyes Católicos. A este siglo pertenece el memorable auto de fe ejecutado en el Brasero de la Dehesa, patíbu• lo ó quemadero de herejes levantado al Este de la ciudad, donde fueron quemados los judíos Benito García de las Mesuras y sus cómplices de Avila y Zamora (1), porque pretendieron formar un hechizo diabólico con una Hostia consagrada y el corazón de un niño que roba• ron en La Guardia. Este hecho excitó tanto las pasiones del pue• blo, que figura entre las causas que contribu• yeron á la expulsión de los judíos de España, decretada en 1492.

(1) Véase Picatoste: Tradiciones de Avila. 65

EDAD MODERNA

IV

SIGLO XVI

Estado de la iglesia abulense al comenzar el siglo xvi.—Pontifi• cado de los obispos Carrillo, Francisco Ruiz, Mercado, Álava y Esquivel, Mendoza, Mauricio de Pazos, Bustos y D. Jeró• nimo Manrique de Lara.

Al terminar el siglo xv, el clero, ocupado hasta entonces en las empresas militares, regu• lariza su disciplina y se dedica á la predicación y á la enseñanza. Los nobles, descansando de las fatigas de la guerra, procuran perpetuar su nombre con la fundación de mayorazgos, esta* blecimientos piadosos y edificios monumenta• les; por esto durante el episcopado del pruden• te y severo D. Alonso Carrillo, presidente de la Real Cnancillería, aparecen en Avila como primer destello del espíritu del siglo tan nota• bles fundaciones como el convento de monjas franciscanas de Santa Clara, conocido vulgar• mente con el nombre de las Gordillas; el de re• ligiosas agustinas de Santa María de Gracia, donde recibió la primera enseñanza la mística doctora Santa Teresa; el hospital de Santa Es• colástica, que ya no existe; el convento de Car• melitas de la Encarnación, donde Santa Teresa 5 — 66 — fué monja y priora y del cual salió para em• prender la reforma de la orden carmelita. Sucedió al obispo Carrillo D. Francisco Ruiz, que acompañó á Roma al cardenal Adriano cuando fué electo papa, mientras se encendia el fuego de la rebelión contra Carlos I por el le• vantamiento de las Comunidades de Castilla. En este pontificado se fundó el hospicio de Mosén Rubí de Bracamonte y el hospital de San Lázaro, y se verificaron el feliz hallazgo y exposición al culto del cuerpo de San Segundo y la traslación de los restos del Tostado á su magnífico sepulcro, á espaldas del altar mayor de la catedral. Muerto D. Francisco Ruiz en 1528, ocupó la silla de Avila el obispo de Mallorca D. Rodri• go Mercado, hombre muy docto, fundador del convento de la Concepción, que llevó á cabo el actual coro de la catedral, y tuvo el buen acuer• do de elevar á la plaza de Magistral al eminen• te teólogo, orador elocuente y célebre orienta• lista Antonio de Honcalada, natural de Soria, de quien dice Santa Teresa que vio su alma entre las bienaventuradas. Digno sucesor del obispo Mercado fué don Diego de Álava y Bsquivel, presidente de la Cnancillería de Granada, y uno de los Padres españoles que tan brillante papel desempeña• ron en el Concilio de Trento, defendiendo el celibato contra el protestantismo nacido en Alemania. En su tiempo (1553) se fundó en Avila el co• legio de Jesuítas por dos ilustres avileses, Her- — 67 - nando Alvares del Águila y Luis de Medina, protegidos del obispo, quien puso á su disposi• ción las abundantes rentas de la mitra. A D. Alvaro de Mendoza (1560) se debe la institución del primer Colegio de sacerdotes que hubo en la diócesis, bajo la advocación de San Millán, antes de que se establecieran los seminarios decretados por el Concilio de Tren- to. En su tiempo se labró la magnífica estatua de alabastro que representa á San Segundo de rodillas en actitud de orar colocada sobre su sepultura, y de la cual dice D. Antonio Pona que es obra muy bella, de estilo sencillo, atri• buida á Alonso Berruguete. En 1578 sucedió al obispo Mendoza D. An• tonio Mauricio de Pazos, que por su ciencia y su virtud mereció ser uno de los jueces que en Roma entendieron y fallaron en la ruidosa causa contra el arzobispo de Toledo Fray Bar• tolomé de Carranza. Nombrado presidente del Consejo de Castilla, dejó la mitra á D. Sancho Bustos, catedrático de Salamanca, oidor de la Cnancillería de Valladolid y ministro del Con• sejo de la Inquisición. Éste erigió el convento to de Jesuítas de Aróvalo, á instancias de un caballero de aquella villa. Terminaba el siglo xvi con el episcopado de D. Jerónimo Manrique de Lara, que acompañó á D. Juan de Austria en la batalla de Lepante En tiempo de este prelado se verificó la solem• ne traslación de San Segundo á la catedral, y vivió el caballero D. Diego de Pantoja, á quien •las leyendas abulenses, como á otro D. Juan 68 — Tenorio, hacen héroe de infinidad de aventu• ras, y por último, floreció San Pedro Bautista, martirizado en ei Japón y canonizado por el papa Pío IX. v

PERSONAJES BJGNOS DE ESPECIAL MENCíÓN

Santa Teresa.—San Juan de la Cruz. — San Pedro Alcántara y otros contemporáneos.

Santa Teresa nació en el 28 de Marzo.de 1515, fué bautizada en la parroquia de San Juan el 4 de Abril del mismo año, y fueron sus padres D. Alonso Sánchez de Cepeda y Doña Beatriz Ahumada. A los doce años quedó huérfana de madre y estuvo en el convento de Gracia hasta los diez y siete de su edad; de allí salió para recobrar la salud, dedicándose á estudios profa• nos, hasta que en 1536 tomó el hábito de novi• cia en el convento de la Encarnación. Allí pro• nunció sus votos, hizo una vida ejemplar por espacio de veintisiete años y escribió algunas de sus obras; y de allí salió para fundar el pri• mer convento de la reforma, San José de Avi• la, no sin sufrir antes muchas contrariedades, viendo coronados sus esfuerzos por un éxito maravilloso, pues antes de morir ya se habían corregido los males de los conventos de la or• den carmelita. El Sr. D. Vicente de la Puente, entusiasta admirador de Santa Teresa, representa gráfica- 69 mente las fundaciones de la Santa por medio de una cruz que imagina trazada sobre el mapa de España, de este modo :

NORTE

Pastrana (1). Caravnca (3). Alcalá (S). ufanada (4).

SUR

(1) Lo fundó Santa Teresa, pero se deshizo. (2) Lo fundó la venerable María de Jesús, y en él estuvo varias veces Santa Teresa. (3) Lo fundó el venerable Julián do Ávila, por orden de Santa Teresa. (4) Lo fundó la venerable Ana de Jesús, por orden de Santa Teresa y en vida de ésta, como también el de Santa Ana do Madrid, cuya fundación dejó preparada la Santa, __ 70 — Los escritos de Santa Teresa, lo mismo al tratar las más arduas cuestiones teológicas, que al referir en sus cartas los actos más íntimos de su vida, tienen un sabor de originalidad único en su género; son sencillos, llenos de ternura y gracia; triunfaron de todas las acusa• ciones, difunden la virtud y la ciencia y son admirados por los sabios de todas épocas y na• ciones.

Letra de Santa Teresa.

El más eficaz colaborador de la reforma de Santa Teresa fué sin duda el humilde joven Juan de Tepes Alvares, natural de la histórica villa de Fontiveros. Conocido de la Santa en el convento de car• melitas calzados de Medina del Campo por la austeridad de sus costumbres, abrazó su refor• ma, y el 28 de Noviembre de 1B68, en unión de otros carmelitas pronunció sus votos, inaugu• rando en Duruelo (1), pueblecito á seis leguas

(1) Este convento se trasladó á Mancera, pueblo de la pro• vincia de Salamanca, pero dentro del obispado de Avila. _ 71 - al O.'de Avila, las casas de varones de carme• litas descalzos, donde tomó el nombre de Fray Juan de la Cruz. Incansable compañero de la Santa, ó inflamado en el amor divino, fué uno de nuestros mejores escritores místicos, en quien campea la dulzura de los sentimientos que ponen de manifiesto su angelical carácter. Murió en su convento de Ubeda en 14 de Di• ciembre de 1591. Su cuerpo fué trasladado se• cretamente á Segovia, pero Clemente VIII le hizo restituir á Ubeda en 1596. San Pedro Alcántara fué reformador de la orden de San Francisco de Asís, amigo íntimo del obispo Mendoza, á quien interesó mucho en los planes reformadores de Santa Teresa, visi• tó muchas veces nuestra ciudad y murió en su convento de Arenas. D. Bernardo Atayde, obis• po de Avila á mediados del siglo xvn, hizo su elogio como ejemplar de pobreza y de austera penitencia. Muchos y muy ilustres fueron los avileses contemporáneos á Santa Teresa, y se extendie• ron, no sólo por España, sino también por América. Entre éstos figura San Pedro Bautis• ta, natural de (1546); estudió latín y música en Avila, Teología en Salamanca, y allí tomó el hábito franciscano; todos los autores celebran la austeridad de su vida, la rigidez de sus costumbres y su elo• cuencia como orador sagrado. Fué maestro de teología y artes en el convento de Peñaranda; guardián en el de Mórida; de aquí pasó de mi• siones á Méjico; de allí á Filipinas, como jefe de — 72 — la expedición, y allí pasó seis años predicando y confesando sin descanso. Felipe II le propu• so para obispo de Camarines; prefirió servir á España como embajador cerca de Taicozama, emperador del Japón, de quien obtuvo permiso para predicar el cristianismo y fundar iglesias en aquel país. Rápidos fueron los progresos de nuestra re• ligión entre aquellos bárbaros; pero los sacer• dotes paganos ganaron la voluntad del empe• rador, quien no tardó en promulgar un edicto prohibiendo la predicación del cristianismo en sus dominios y condenando á muerte á todos los que la habían predicado; y en efecto, Pedro Bautista, caudillo de los creyentes en el Japón, fué crucificado y alanceado con otros 25 cris• tianos en 5 de Febrero de 1597. Gloria del obispado abulense fué también Alonso de Orozco, de Oropesa, que vistió el há• bito de San Agustín en Salamanca en 1523. Las condiciones especiales de talento le hicieron uno de los más preclaros fundadores de la Or• den y uno de los más eminentes teólogos. Sus virtudes y sus obras ascéticas han sido cele• bradas por la Iglesia universal, y por fin León XIII dispuso su beatificación. La venerable Mari-Díaz de Tita, llamada por su vida ejemplarísima La Pobre Evangélica, y á quien se debe en gran parte la funda• ción del Seminario en el edificio de San Mi- Uán (1568). Doña María Vela, de Cardeñosa, llamada La Mujer Fuerte por sus grandes penitencias y mor- — 73 — tifícaciones, y el caballero disoluto B. Francisco de Guzmán, después modelo de abnegación cris• tiana. Al mismo tiempo que brillaban tan esclareci• das lumbreras de la iglesia, ilustraban los ana• les de la ciencia y de la literatura sabios juris• consultos, como el Br. Alonso Fernández de Re- íes, de Fontiberos; teólogos eminentes, como el jesuíta Juan Antonio Velázques y el dominico Francisco Bávila; historiadores como B. Luis Bávila, marqués de Mirabel, autor de los co• mentarios de Carlos V en África; el médico Juan Bravo, natural de Piedrahita, comentarista de Hipócrates y Galeno; el preceptista Juan Blas de Rengifo, cuyo Arte poética llevó á la práctica el Br. Pallo Verdugo en el canto épico de la vida de Santa Teresa; Sebastián Vivanco, maestro de música en la Universidad salmantina y autor de dos libros de misas y motetes que se publi• caron en Amberes, y Juan Sedeño, el Areválen• se, soldado, poeta ó historiador, que escribió La suma dfi varones ilustres, impresa en Arévalo, que tradujo La Jerusalén libertada del Tasso, la Ar• cadia de Sanmazaro, y uno de los mejores ha• blistas, por lo cual figura en el Catálogo de Autoridades de la Lengua. 74

SIGLO x v ri

Obispos abulenses más notables del siglo xvn.—Abulenses me• morables.—El obispado de Avila hasta nuestros días.

Durante el reinado de Felipe II la iglesia de Avila tuvo días de gloria en el pontificado de D. Lorenzo Atadujr (1598); en su tiempo se fan- dó el hospital de San Juan de Dios en Arévalo, el primer convento de carmelitas descalzos en Avila y el de San Jerónimo en el lugar de , casa que los Jerónimos cambiaron con los jesuítas por el colegio de San Gil. En tiempo de D. Juan Alvarez de Caldas, sucesor de Ataduy, se hizo la beatificación de Santa Teresa (1614), solemnemente festejada con públicos regocijos por espacio de una se• mana. Dos años después, siendo ya obispo de Avila D. Francisco Gamarra, el cuerpo de San Pedro Alcántara fué instalado en la regia ca• pilla que se le erigió en Arenas. En 1617 se celebró un concilio diocesano en que el cabildo confesó y juró la defensa del misterio de la Purísima Concepción de la Vir• gen María. En el reinado de Felipe IV se verificó la bea• tificación de San Pedro Alcántara, en 1622, y la canonización de Santa Teresa por el papa Gregorio XV, y entonces brillaron también otros campeones de la religión tan dignos de recuerdo como Francisca Trigo, martirizada en Tetuán; el venerable Juan de Briviesca, el caritativo padre Juan Bávila, el canónigo Juan Tamayo Saladar, literato distinguido; el obis• po B. Bernardo, de Atayde, Nicolás García, ca• nónico de Avila, canonista que escribió el li• bro Be Benefitiis, tan estudiado en los dos úl• timos siglos, y el célebre cronista de Feli• pe III Gil Gomales Bávila, sacerdote virtuo• so, cuyos escritos son de grandísima impor• tancia para el conocimiento completo de la his• toria de nuestra ciudad (1), y, por último, Ma• ña Muñoz, llamada también la Venerable, la Venerable Virgen, y la Venerable Maña de Je• sús y del Espino, que nació en 1589, y fué un modelo de vida perfecta, primero en el mundo y después vistiendo el hábito del Carmen en Piedrahita. Cuéntase entre los episodios más tiernos de su vida su desposorio con el Niño Jesús cuando tenía tres años de edad, y como recuerdo de los favores que Dios la dispensara se conservan en el convento un hermoso cua-

(1) Dejó inéditas la Historia del rey Felipe III y la Vida de Doña Isabel I. Publicó la Historia de las antigüedades de la eiudad de Salamanca; Vida y hechos del M. I). Alonso Tostado de Madrigal, obispo de Avila; 'Teatro de las grandezas de la villa de Madrid; Com• pendio de las vidas de los gloriosos San Juan de Mata y Félix de Va- lois, fundadores de la religión de la Santísima Trinidad; Historia de la vida y hechos de D. Enrique III de Castilla; 'Teatro de las Iglesias de España; Teatro eclesiástico de las ciudades é iglesias catedrales de España; 'Teatro eclesiástico de las Iglesias de España; Declaración del Toro de Piedra de Salamanca y de otros que hay en Castilla, y la His• toria del origen del Santo Cristo de las Batallas, 7G dro que ella misma mandó pintar al famoso ar• tista granadino Alonso Cano, y una linda ima• gen de María tallada en alabastro. Al cabo de seis años de monja comenzó á escribir su vida; pero habiendo quedado ciega, continuó dictán• dola á su confesor y fué impresa en 1720. Antes que la Venerable murieron su herma• no José, párroco muy virtuoso de Bernuy de Zapardiel, donde es tradición que por tener allí su cadáver se libra de pedriscos todo el térmi• no; y D. Andrés Sánchez Tejado, cura del Es• pino, director espiritual de los dos hermanos y autor de un interesante libro sobre la Divina Serrana del Tormes, ó sea una historia de la Vir• gen del Espino. A fines del siglo xvn, el famoso fraile Froilán Díaz, confesor de Carlos II el Hechizado, fué electo obispo de nuestra diócesis, sin que obtu• viera la confirmación pontificia, siguiendo des• pués una serie de nombramientos y renuncias á la mitra de Avila, hasta que comenzó el si• glo xvín, como decían con cierta gracia los abu- lenses, sin papa, sin rey y sin obispo, puesto que en 17 de Marzo de 1700 falleció su último prelado D. Diego Fernández Ángulo, y en el mismo año murieron el papa Inocencio XII y el rey D. Carlos II. Al terminar esta reseña histórica de la igle• sia abálense debemos recordar lo que decíamos en la Historia política, al hacer el estudio de la misma época. La decadencia general de Es• paña se refleja en la Iglesia, el clero va per• diendo poco á poco su influencia en la política y nada ganan en austeridad sus costumbres. Sin embargo, en época más reciente nuestros prelados, ejercitando su celo pastoral en la me• jora de las costumbres y buena administración de su silla, mantienen la gloriosa tradición de la iglesia abulense fundando monasterios como el de religiosas trapenses en Tiñosillos, estable* ciendo en la ciudad la Congregación de las Re• paradoras y cuidando con esmero del Semina• rio, cuyos alumnos ocupan hoy las más codicia• das prevendas de España, sólo resta añadir que la silla episcopal de Ávila, llamada en otros tiempos Boma Chica por sus muchas rentas, de• pendió de la Metropolitana de Mérida hasta el 28 de Febrero de 1120, que lo fué de la Com- postelana, pasó á ser sufragánea de la de Valla- dolid, en virtud del concordato del año de 18B1 y bula de 4 de Julio de 18B7, expedida por el papa Pío IX. El siguiente cuadro puede servir para for• mar idea de la organización eclesiástica de Avila: NUMERO de parroquias ARCIPRESTAZGOS de cada uno.

Ávila y sus cercanías 2 48 Arenas 4 20 Arélalo 4 44 Barco de Avila 4 23 Bonilla 4 8 Burgohondo 4 4 4 Cebreros 4 6 Hoyo de Finares i 7 Morana Alta 4 46 Morana Baja 4 22 Mombeltrán. 4 40 Madrigal 4 48 Olmedo 4 19 Oropesa 1 44 Piedrahita 4 25 Sierra de Piedrahita 1 46 4 47 Valle-Ambles 4 45 Valle del Tietar ó Vayuela 4 40

TOTALES 20 319

CATALOGO DE LOS OBISPOS DE ÁVILA. San Segundo, por los años 66.—Julio, 4 23.—Faltan da• tos hasta Froiselo, 589.—Justiniano, 010.—Theudogio, 633. —Mauricio, 646.—Eustoquio, 650.—Anianuro, 656. — As- phalio, 681.—Unigenio 683.-Juan, 693.—Pedro, 843.—Vi- cencio, 934.—Domingo, 4 087.—Pedro Sánchez Zurraquín, 4 405.—Sancho, 4 445.—Severo, 4430.—JuanII, 4133.—Iñi• go, 4 442.—Pedro III, H 49.—Sancho II, 4150—Diego, 1159. —Domingo Blasco, 4 482.—Diego II, 1187.— Domingo III, 4190. -Diego III, 1203.—Benito, 4240.—Pedro Instando, 4243.—Juan III, 4216.—Pedro V, 4220.—Domingo Dentu• do, 4229.— Benito II, 4256.-Fray Domingo IV, 4 274.—San• cho IV, 4272.—F. Aunar, 4284—Hernando, 4290.—Pedro Lujan, 4 342.—Sancho Sánchez Dávila, 4 355.—Gonzalo de la Torre, i 358.—Alonso de Córdoba, 4 369.—Alonso II, 4 378. —Diego Roelas, 4 389.—Alonso III, 4 397.—Juan de Guzmán- 4 42 i.—Diego de Fuensalida, 4432.—Juan de Cervantes, car• denal, 4 436.—Fray Lope Barrientos, 4 445.—Alonso de Fon- seca, 4 452.—Alonso Tostado y Ribera, 4 455.—Martín de Vil- ches, 4 496.—Alonso Fonseca, 4 485.—Fray Diego de Salda- ña, 4 487.—Fray Fernando de Talayera, 4 492.—Francisco déla Fuente, 4 499.—Alonso Carrillo, 454 4.—Fray Francis• co Ruiz, 4528.—Rodrigo Mercado, 4548.—Diego/ie Álava y Esquivel, 4 559.—Diego de los Cobos, 1560.---Alvaro de Mendoza. 4577.—Antonio Mauricio de Pazos, 4 578.—San• cho Bustos, 1584.—Pedro Fernández, 4 590.—Jerónimo Manrique de Lara, 4 595.—Fray Juan Velázquez de las Cuevas, 4 598.—Lorenzo Ofcaduy, 4 64 1.—Juan Álvarez de Caídas, 4 615.—Francisco Gamarra, 4 626.—Juan Gallo, 1627. —Francisco Márquez, 4 634.—Pedro Cifuente, 4 636.—Diego Arce y Reinoso, 4 640.—Juan Vólez de Valdivieso, 4 640. —JoséArgáiz, 4 647.—Bernardo Atayde, 4 656.—Martín Bo• nilla, 1662.- Francisco Rojas, 4663.—Fray Juan Asensio, 4 682.—Fray Diego Fernández Ángulo, 4 700.—Gregorio So- lorzano, 4 703.—Baltasar de la Peña y Aviles, 4 705.—Fran, cisco Solís, 4742.—Julián CanodeTebar,4 720.—José Yermo Santibáñez, 4 728.—Fray Pedro de Ayala, 4 738.—Nicasio Queral, 4 743.—Pedro González, 4 758. —Romualdo Velarde, 4 766.—Miguel Merino, 4 784.—Antonio Santmanat, 4783. —Fray Julián de Gascueña, 1788.—Francisco Javier Cabre• ra, 1799.—Rafael Múzquiz Aldunate, 4 801.—Manuel Gómez de Salazar, 4 815.—Rodrigo Antonio de Orellana, 4822. —Ramón María Andurriaga, 4 844.—Manuel López Santiste- ban, 1852.—Gregorio Sánchez Rubio, 1854.—Juan Alonso de Alburquerque, 4 857.—Fray Fernando Blanco y Lorenzo, 4 875.—Pedro José Sánchez Carrascosa y Cardón, 4882. —Ciríaco Sancha, 4 886.—Ramón Fernández de Piórola y López de Luzuriaga, 4 890.—Juan Muñoz Herrero, 1895. —José Blanc y Barón, 1897.—Joaquín Beltrán, actual obis• po de Ávila. HISTORIA MONUMENTAL

MONUMENTOS Y EDIFICIOS CIVILES

Carácter general del caserío.—Muralla y puertas de la ciudad. Casas de los antiguos repobladores.

Caserío de Avila. —La ciudad llamada por la tradición «tierra de santos y de cantos» tiene consignada su historia, más que en los libros y en los manuscritos de sus archivos, en la in• finidad de monumentos que atesora. Puede decirse, en general, que el caserío no se remonta más allá de los Reyes Católicos: arcos de la decadencia gótica, franjas y boce• les que los encuadran, y abundantes sartas de perlas ó bolas, son los adornos más antiguos de sus fachadas, cubiertas de centenares de bla• sones. Las calles, estrechas y tortuosas, forman á menudo ensanches, y aun las más retiradas lle• van en su viejo empedrado el sello de la como• didad y el aseo, que la policía no ha logrado grabar en las más modernas. — 81 — La Muralla.—La perspectiva que ofrece la muralla de Avila es de lo más hermoso y sor• prendente que se puede imaginar: el sombrío co• lor de sus piedras le prestan el carácter de ma• jestad que sólo el tiempo imprime en este géne• ro de construcciones. El pensamiento estratégi• co que presidió su labra es admirable; de un lado está el río parael abastecimiento de la plaza; del otro grandes extensiones labrantías, y sus to• rreones, alzados sobre roca viva, y aun más resis• tentes que la misma roca, la hacían impractica• ble á las escalas y á toda clase de máquinas de guerra. Su perímetro es un prolongado trapecio, cuya base menor se extiende en la parte más baja, dominando el curso del Adaja: los lados do• minan sus respectivos valles, y la base mayor, cuyo terreno ofrece menos desigualdades, y, por tanto, mayor facilidad para el ataque, con• tiene las más formidables obras de defensa. Con justicia reconoció el viajero inglés lord Ricar• do que la muralla de Avila es el monumento más perfecto y mejor acabado de la Edad Me• dia, y con justicia ha sido declarada monumen• to nacional. Los lienzos que la constituyen es• tán flanqueados por ochenta y ocho torres sa• lientes, más bien elípticas que circulares, que dominan y defienden los adarves ó terraplenes del recinto. Entre la cortina del Sur y la del Este estaba situado el antiguo Alcázar, cuya formidable torre del baluarte, hoy arruinada, apenas daba una idea de aquella famosa alcaidía que hicie- — 82 — ron hereditaria los Reyes Católicos en D. Gon• zalo Chacón, y desde cuya fortaleza su hijo hizo frente á las exigencias de los comuneros. La puerta del Alcázar, llamada del Mercado y también de San Pedro, tiene un aspecto im• ponente; está defendida por colosales torreones de unos veinte metros de elevación, unidos por un atrevido arco paralelo al muro, y como éste almenado; está provista de rastrillo, y forma en su bóveda una tronera ó hueco que le hace inaccesible al enemigo. A poca distancia de la puerta del Alcázar y en la misma cortina del Este, sobresale y cam• pea el famoso Cimborrio, más moderno que la muralla; pero su vasto ruedo y doble almenaje nos le presentan en la plenitud de su severa belleza militar. La puerta de los Leales 6 del Peso de la harina, contigua al cimborrio, no responde á su guerrero aspecto; parece que ha sido destinada solamente á los usos ordinarios de la población. En el entrepaño inmediato se levanta la casa que sirvió de refugio á los pobres, fundada por el racionero Manso, autor de muchos epitafios de la catedral. La portada es del Renacimiento, y en la parte superior lleva un alto relieve bien trabajado, que representa á San Martín par• tiendo la capa con Cristo. Siguiendo la dirección de Sur á Norte, y ya frente á la basílica de San Vicente, se abre la otra puerta militar de Avila, cuya arquitectura y disposición es enteramente igual á la del Al• cázar. 83 En el lienzo septentrional hay otras puertas que no ofrecen particularidad alguna. La del

Puerta' militar do';San Vicente.

Mariscal, que recibió su nombre del que lo era de Castiha en tiempo de Juan II, Alvaro Dávi- la, cabeza de los Bracamontes; y la del Carmen, llamada así por pertenecer al antiguo convento de este nombre. La puerta del Puente tampoco ofrece dispo• sición militar, y probablemente, con las otras que se abren en la banda del Sur, estuvo desti• nada á resistir pasivamente, atrancada ó mu- _ 84 — rada por él interior, en tiempo de guerra, ó á satisfacer las exigencias de la vida en tiempo de paz. Por la puerta más occidental de este lienzo, llamada de Mala Ventura, dícese que salieron los rehenes sacrificados por Alfonso I de Ara• gón en el sitio de las Hervencias, desde cuya época estuvo cerrada hasta principios del si• glo xvr, y permaneció abierta hasta la primera guerra carlista. La puerta central, llamada antiguamente de Montenegro, recibe hoy el nombre de Arco de la Santa, por tener á su espalda la casa natal de la Doctora mística. Finalmente, la llamada puerta del Rastro, por abrirse en el paseo de este nombre, era co• nocida con los títulos de puerta de la Estrella, puerta del Grajal y puerta de Gil González Dá- vila, en memoria de este ilustre capitán. Desde esta puerta á la torre del Baluarte se ven las señales de antiguos portillos actualmen• te cerrados. Casas de los Repobladores. — Cuando Alfon• so VI arrancó para siempre del poder de la morisma la ciudad de Avila, tan codiciada por moros y cristianos en razón de su impor• tancia militar, y repartió las tierras entre las familias que de diversos puntos de la Penín• sula vinieron á poblarla, los jefes de estas caravanas construyeron sus moradas confor• me al rango social en que figuraban y á las exigencias de la vida militar de aquellos tiem• pos. Por eso estas casas vienen á constituir una — 85 — nueva serie de fortificaciones que defienden á la vez los adarves y el recinto. Algunas de estas casas se hallan en estado de ruina, otras reedificadas con arreglo á nuevos planos; muchas están en poder de los descen• dientes de los primitivos dueños y conservan el carácter de fortalezas, y de algunas puede de• cirse con el poeta: ¡Ay del jardín donde las zarzas crecen! ¡Ay del palacio que las aves moran!

La primera casa fuerte de la banda del Sur arranca á espaldas del Alcázar; perteneció á los señores de Navamorcuende, fué colegio de je• suítas en el siglo xvi; forma parte de la parro• quia de Santo Tomé, y pasó en 1775 á ser la re• sidencia episcopal. Sus restos más notables son los antiguos pa• tios y escalas que facilitaban el servicio de la muralla. A su lado principian las denegridas paredes de la antigua casa del adalid Esteban Domingo, á la que presta mayor severidad la espesa ar• boleda de la Plaza de la Fruta. Sobre su puerta, de anchuroso arco de dobelás ó piedras en for• ma de cuña, ostenta las armas de los Dávilas y fortísimos matacanes defienden su entrada. En el patio aun se ven recostados, descansando de su larga vida, algunos enormes cerdos ó elefantes de granito, que con otros semejantes que abun• dan en la provincia, forman un núcleo de mara• villosas leyendas. En la fachada contigua á la puerta del Ras• tro se abren airosos ajimeces y una gallarda puerta ojival; pero lo más curioso y que llama la atención á todo viajero, es la monumental ventana abierta en la esquina del piso bajo, en tiempo de Carlos V, cuando el marqués de las Navas, D. Pedro Dávila, queriendo perpetuar su nombre y el de su esposa, esculpió en el friso los nombres de ambos, y debajo puso la leyen• da : Donde una puerta se cierra, otra se abre. Es lástima que el magnífico artesonado del salón principal esté oculto por un cielo raso moderno que impide lucir la riqueza de sus la• bores y las pinas y cabezas de animales que le adornan. Colindante con la casa de los Dávilas, y se• parada sólo por la puerta del Rastro, está la del. Gobierno civil, que se extiende hasta la puerta de la Santa, á la cual está pegado el anti• guo solar de los Velas. En esta casa se estableció á mediados del pasado siglo la Escuela militar, y de aquí el nombre de Casa de la Academia con que hoy se la conoce. Su robusta y limpia construcción, el precioso arco de medio punto que la da ingre• so, las muchas y originales ventanas cuadra• das, casi desprovistas de dinteles y flanquea• das por altas y delgadas columnas del Renaci• miento, nos dan idea de la magnificencia de sus dueños. Reedificóla Blasco Núñez de Vela por los años de 1541, y perpetuó su nombre y el de su esposa en la inscripción que lleva sobre la puerta. — 87 — Sigamos en dirección de la fachada la estre• cha y solitaria calle que se dirige hacia el Nor• te, y dejemos á nuestra derecha el arruinado hospital de Santa Escolástica, que aun presen• ta vestigios de su artística portada ojival, para llegar á la calle de la Rúa, donde se levanta la casa de Polentinos, propiedad del marqués de Novaliches, adquirida después por el Ayunta• miento, en la cual se halla instalada la Acade• mia de Administración militar. La fisonomía de esta casa es originalísima: altos y bajos relieves, trabajados en granito, que figuran trofeos y armaduras, guarnecen su arco semicircular y la ventana cuadrada que tiene sobre su cornisa; labrados sillares avan• zan en forma de salientes matacanes, que la dan un aspecto guerrero, mal avenido con churri• guerescos adornos. En el fondo del patio se ven dos series de arcos con columnas que reciben el arquitrabe, cuya ornamentación plateresca es más abundante que delicada. Continuando en la misma dirección por las calles más solitarias aún, y no más limpias, que dirigen al antiguo convento del Carmen, hoy convertido en cárcel, nos encontramos con las casas que defendían el lienzo Norte de la ciudad. Unida á otra de Polentinos, completamente arruinada, y ya cerca del arco del Mariscal, se alza la de los Bracamontes, que luce la magnifi• cencia de sus estriadas pilastras y elegantes arcos de su patio, propios de la segunda mitad del siglo xvi. En el ángulo Noreste de la muralla, y estri- bándose en la puerta de San Vicente, se levan• ta la casa de los condes de Torre Arias, embe• llecida por un jardinito que se extiende á lo largo de su fachada. Próxima á esta casa, y en la misma calle, está la del mayorazgo de los Verdugos, que conser• va en muy buen estado las estratégicas torres que defienden su entrada. De la plazuela de Sofraga parte la calle del Tostado, que dirigiéndose al Sur penetra en la plaza de la catedral, frente á cuya puerta del Norte se abre la del Palacio viejo, en que moró el obispo Alonso de Madrigal. El corte y el co• lor de la piedra empleada en su construcción, y la argamasa de su muro exterior, demuestran su antigüedad y su condición de casa fuerte. En la actualidad está destinada á escuelas públicas y conserva restos de su antigua gran• deza en la escalinata, portada y pequeñas ven• tanas, dentro del local que ocupa un taller de carpintería. En la misma plaza de la Catedral se nos pre• sentan otras dos casas notables; la una frente á la calle del Tostado, de arco gótico trebolado, con la figura de un guerrero apoyado en la es• pada y rodeado de blasones. Su fachada ha perdido mucho de su belleza primitiva por el revoque y picado de la piedra. Al lado de esta casa se extiende la espaciosa morada de los marqueses de la Velada, hospe• daje de Carlos V en 1534. La gallardía de las dos portadas simétricas, un robusto torreón, y especialmente el hermoso patio de arcos bellísi- — 89 - mos, que forman tres órdenes de galería, lla• man justamente la atención del viajero curioso. Con gusto nos detendríamos á describir otras casas memorables de nuestra ciudad, como el moderno Ayuntamiento, la Diputación provin• cial, el nuevo Instituto, construido en el solar de los Bullones, la Escuela Normal de maestras, de graciosa fachada, y algunas otras; pero es necesario cerrar este cuadro de grandiosos mo• numentos, al que sirven de hermoso remate otras dos casas en la plaza de los Cepedas, y sin duda las más notables por su abolengo y su con• servación. Una de ellas es de los condes de Su* perunda, flanqueadad e dos torres gemelas que la sirven de adorno más que de defensa. En el interior del edificio se aprecia desde luego el exquisito cuidado con que sus ilus• tres moradores han conservado la casa de sus abuelos. La amplia y sólida escalera, en que campea el hermoso escudo de la familia, pintado en azulejos, da acceso á las espaciosas habitacio• nes, albergue de regios huéspedes; y si aquella galería, adornada con caprichosos productos de la industria cerámica nacional, nos llama la atención, son mucho más dignos de estudio el gabinete y el salón principal, cuyos artesona- dos, tapices y muebles antiguos de inapreciable mérito, llevan á la contemplación de aquel ven• turoso siglo xvi, tan fecundo en todos los ramos de la humana actividad. Una estrecha calle separa el palacio de Supe- runda de la casa de los condes de úñate, sola- — 90 — riega del famoso Sancho Dávila, general de Felipe II, que mereció el sobrenombre de Bayo de la guerra. El almenado torreón de los Guzmanes, que á ella pertenece, con las cuatro garitas que avan• zan en sus ángulos, guarnecidas en su pie de gruesas bolas, y la severa y extensa fachada, imprimen al total del edificio el carácter guerre• ro, la gentileza y gallardía propias de los caba• llerescos tiempos en que fué lenvantada : el in• terior de esta casa responde á la magnificencia exterior, por conservar en sus habitaciones los mismos muebles, cuadros y tapices del siglo xv, inteligentemente restaurados.

II

MONUMENTOS Y EDIFICIOS RELIGIOSOS

La catedral. — Carácter de este monumento. —Kápida ojeada sobre sus bellezas.

La Catedral.—La catedral de Avila, según la tradición, data de los tiempos de Alfonso VI y fué dirigida por el arquitecto Alvar García, natural de Estella. Corresponde al primer período del arte góti• co; período de ruda y potente fe que levanta• ba masas de piedra, confundiendo el castillo con el templo, la torre con la fortaleza, ó interca• lando las almenas entre las todavía medrosas — 91 agujas. La puerta de San Segundo y los res• paldos de las capillas de la Concepción y de la Velada, mole desnuda y desabrida, que con• trastan con la magnificencia del edificio, rom-

Abside de la Catedral. pen la unidad del severo y majestuoso con• junto. La fachada principal ó del Oeste "debió for• marse de la grandísima lumbrera ojival de ca- — 92 — lados y de las almenas que la ceñían; pero con el color obscuro de los sillares que domina en toda la fábrica, contrasta con tan poca fortuna - la profusa ornamentación de piedra blanca, re• presentando los santos más venerados en la ciudad, que más parece un grotesco engendro que obra de 1779, fecha esculpida en el vértice del arco. Flanquean esta puerta dos bellísimas y ro• bustas torres, una concluida y más moderna que su gemela, á juzgar por las gruesas bolas que guarnecen sus ángulos, que parecen ser un adorno vinculado en la época de los Reyes Ca• tólicos. La puerta del Norte, que pertenece á la prime• ra mitad del siglo xiv, es de grandes dimensio• nes; su disposición por las colosales y buenas es• tatuas y los altos relieves que representan los misterios de la Redención, guarda semejanza con el mismo compartimiento de las iglesias de Burgos y León. Penetremos en el interior del templo : la ar• quitectura gótica, no corrompida ni refinada por el lujo, brilla en toda su pureza; bajo aque• llas estrechas y sombrías naves que circundan el presbiterio, se comprende la definición que del arte gótico dio un artista diciendo : con• gestión de sublimes obscuridades y conjunto de espacios melancólicos. Los pilares, haces de columnas que dismi• nuyen el grueso, ofrecen en su base la sobrie• dad del primer período del arte ojival, y en sus capiteles algo del corte bizantino; y las bóve- — 93 — das, cruzadas de dorados arcos, ostentan floro• nes colgantes en que domina la línea curva en sus múltiples combinaciones. El soberbio crucero, fuerte y hermosa fábri• ca, como le llama Cianea, hecho tan completo y acabado como está hoy durante el episcopado de D. Sancho Blázquez Dávila (1312 á 1355), cuyas armas campean en el centro, fué testigo de todos aquellos memorables acontecimientos que hicieron famosos los agitados reinados de Juan II y de Enrique IV. Al advenimiento de los Reyes Católicos, la capilla mayor había ya recibido su majestuosa construcción y ostentaba aquellas bellísimas ventanas bizantinas, á trece por cada lienzo; en tiempos más modernos y de menos senti• miento estético perdieron muchas los preciosos vidrios de colores tan puros en los dibujos y vivos en el color, trabajados por los artistas Alberto de Holanda y su hijo Nicolás, vecinos de Burgos. Cuando la luz tornasolada bañaba la capilla mayor, habían ya pintado las tablas del retablo Santos Cruz, Pedro Berruguete y Juan de Bor- goña, padres estos últimos de los afamados ar• tistas que habían de competir con sus progeni• tores en las obras del coro de la catedral de To• ledo. La nave que rodea el altar mayor es muy notable: de un lado la misteriosa obscuridad que envuelve multitud de antiguas sepulturas, y del otro los relieves de los evangelistas en hornacinas platerescas y que flanquean el se- 94 pulcro del sapientísimo Tostado. El mausoleo del famoso obispo es excelente, de fino alabas-

•Sepulcro de El Tostado. tro construido. Algunos pasajes de la vida de Jesús y las Virtudes teologales y cardinales — 95 — que adornan las columnas, aunque muy bien cinceladas, ceden en mérito á la preciosa esta• tua del Sabio prelado, que vestido de pontifical y sentado en rica silla está en actitud de escri• bir aquellas obras que fueron el asombro de su siglo. Un caballero de Avila, con mejor deseo que inspiración poética, colocó los siguientes versos en una tablilla que pende de una columna del sepulcro. , Aquí yace sepultado quien virgen vivió y murió, en ciencias más esmerado, el nuestro obispo Tostado, que nuestra nación honró. Es muy cierto que escribió para cada día tres pliegos, de los días que vivió, su doctrina allí alumbró, que hace ver á los ciegos.

Por los años de 1531 Juan de Res y Luis Giraldo emprendieron la obra del trascoro, que, á parte de algunos grupos muy bien ta• llados, representa en más prolija que perfecta labor los episodios de la infancia de Jesús, y está coronada por un crucifijo de alabastro de excelente labra. Por entonces también había empezado Juan Rodrigo la sillería del coro, continuada por Cornielis de Holanda, que cubrió las sillas de caprichosas y bellísimas combinaciones de ve• getales y animales. Tomando por modelo la de San Benito de Valladolid, hizo con admirable — 96 —• delicadeza los embutidos de las sillas bajas y coronó la cornisa con preciosas tallas de santos y personajes bíblicos, superiores en mérito las que figuran al lado de la epístola. La verja del coro, las que cierran la capilla y los dos hermosos pulpitos de hierro repuja• do, uno de estilo ojival y otro del Renacimien• to, pudieron ser trazados por un mismo artífi• ce y trabajados por Juan Francés, maestro ma• yor de las otras de fierro, siendo obispo D. Alon• so Carrillo. Junto á los pilares que sostienen los pulpitos descansan dos hermosos altares de alabastro, dedicado el uno á San Segundo y el otro á San• ta Catalina, obras maestras del arte y cuyo autor nos es desconocido. Probablemente sería el mismo que labró la Sacristía, tan suntuosa en su bóveda, tan artística en sus ojivas y colum• nas y tan grandiosa en expresivos grupos que representan al Salvador en cuatro diferentes momentos de la Pasión. Jesús atado á la co• lumna ocupa el retablo del centro, llamado de San Bernabé, porque allí están representados, y con exquisito gusto, algunos episodios de la vida de este santo. De este retablo, dice el epis- C3pologio manuscrito que poseyó el Sr. Gayan- gos, que «se estima más que si fuera plata, pues los más diestros escultores, obrando en materia más suave y opuesta á la dureza del alabastro, no lo habían de hacer con más perfección, por tener tanta que pueden venir á competencia los más excelentes maestros á estudiar en esta real• zada obra». — 97 - En esta misma sacristía se guarda la admi• rable custodia de Juan de Arfe, usada sólo en las fiestas del Corpus: participa del delicado y caprichoso estilo que pusieron en boga los pla• teros españoles del siglo xvi, uniendo la severi• dad greco-romana con el arte jónico del cuerpo inferior y el corintio de los tres restantes. Aquí se conservan también la patena y el cáliz que se atribuye á Andrea Petruci, que se dice fueron encontrados con las cenizas de San Segundo; aquí se guardan reliquias, ropas y alhajas de mucho mérito, y el notable manus• crito de 1040, sobre el cual juran los prelados al posesionarse de la sede, y por esta razón lleva el nombre de Libro de los juramentos. Tocando por la espalda con la sacristía, está la Capilla de San Segundo, comenzada en 1595 sobre el trazado de Francisco de Mora y cons• truida por Francisco Martín y Cristóbal Fer• nández. Sobre el churrigueresco tabernáculo se guardan en una urna del mismo estilo los res• tos del Santo, y las bóvedas y paredes están cu• biertas de frescos que adolecen de los defectos de aquella época. Al otro extremo de la nave semicircular que rodea el altar mayor, se abre la Capilla del mar• qués de la Velada, concluida á fines del pasado siglo; tiene una buena talla de San Lázaro y una riqueza incalculable de reliquias: aunque fría en la arquitectura, su media naranja ha adquirido fama de bien construida. En la misma banda del Norte y tocando ya en el extremo del templo, está la Capilla de la — 98 — Concepción, donde se admira un cuadro que representa á la Virgen de Belén, que pertenece a la escuela de Rafael: en su frente se abre la puerta semicircular y sin ornato, que da paso al Claustro de galerías ojivales, por desgracia tabicadas, y obra, al menos en gran parte, del siglo xvi (1); aunque es de presumir existiera antes otro claustro, á juzgar por la arquitectu• ra de los muchos sepulcros que se conservan y por la letra del siglo xrv que llevan sus ins• cripciones, todas referentes á personajes del siglo XIII. La ignorancia, á título de aseo, ha profana• do estos sepulcros y todo el claustro, cubrién• doles de un grotesco jalbegue. Un arco gótico que se abre en el lienzo orien• tal da paso á la Sala de la Santa Junta, anti• gua sala capitular donde resonaron las entu• siastas peroraciones de los comuneros de Casti• lla, y hoy completamente descuidada.

(1) Consta por el libro do fábrica que Pedro Vinogra en 1508 se encargó de edificar dos lienzos del claustro y empe.lrar el patio. — 99 —

III

PARROQUIAS Y CONVENTOS.— CAPILLAS Y ERMITAS

Basílica de San Vicente.— San Andrés.—Santiago.—San Ni• colás.—San Pedro. — Santo Domingo.—Santo Tomé y San Juan.—Santo Tomás.—San Antonio.—Ermita de Sonsoles. La Virgen de las Vacas. — Convento de Santa Ana.—Las (tor• dillas.—El Seminario y sus dos Eectores D. Félix Hernández y D. Francisco Pindado.—La Concepción,—Nuestra Señora de Gracia.—Capilla de MosónRubi.—Iglesia de San Martín. Nuestra Señora de la Cabeza.—San Segundo de Adaja.

i PARROQUIAS.—Oomo cuerpo avanzado de la muralla en el ángulo Noroeste y en el mismo si• tio en que, según la tradición, fué santificado con la sangre de los mártires Vicente, Sabina y Cris- teta, se levanta la histórica basílica de Avila, declarada monumento nacional por Real orden de 26 de Julio de 1882. Asentada sobre una roca granítica, que do• mina los barrios de San Andrés y San Fran• cisco, completa la marcial fisonomía que por aquella parte ofrece la Ciudad de los Caballeros. Su planta es una cruz latina de dibujo muy correcto, y su arquitectura no se sale de los mol• des bizantinos. Claro es que el templo actual no es la primi• tiva fábrica, levantada á expensas del judío que ya conocemos, pues no podía permanecer inquebrantable en medio de las devastaciones de los bárbaros, ni durante la larga y azarosa — 100 — dominación de los sarracenos en las tierras de Avila: y si después de la definitiva reconquis• ta de la ciudad hubo de atenderse con esmero á la construcción de este monumento, débese su reparación y sucesivo engrandecimiento á los piadosos esfuerzos de San Fernando, de su hijo Alfonso X y del justiciero Alfonso XI. La fachada principal presenta una gran oji• va que da ingreso al atrio comprendido entre las dos torres que avanzan para formarlo: una de ellas incompleta, restaurada con exquisito esmero por el Sr. Hernández Callejo; la otra terminada por un tercer cuerpo, cuyas espada• ñas ó crestas en que acaban sus cuatro frentes, festonadas á manera de hojas de parra, no pue• den reducirse á género alguno de arquitectura, ni tienen, que sepamos, semejante. La puerta de esta fachada, llamada Porta Ba• sílica, no pertenece á los mejores tiempos del arte bizantino, pero tampoco acusa el refina• miento propio de los últimos días de toda arqui• tectura. La estatua del Salvador en actitud de predi• car á los Apóstoles; las cabezas de toro y de león; los follajes, que dejan al descubierto sus delicados filamentos; las aves, como aprisiona• das en la espesura, y toda clase de animales que se esfuerzan en vencer la resistencia que impide sus movimientos, constituyen las galas de aquellos arcos y de aquellos capiteles, de una pureza en su género comparable sólo con la de los corintios: tanto más de admirar por la épo• ca de su construcción, cuanto que al mismo - 101 tiempo se construían bajo el patrón del arte gó• tico las aéreas y suntuosas catedrales de León, de Burgos y de Toledo.

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Basílica de San Vicente.

La puerta del Norte es esencialmente romá• nica, sencilla y parca en la ornamentación. La del Sur acaba de ser restaurada por el — 102 — Sr. Repullos, y no es tan rica como la princi• pal; los adornos de los siete arcos que la com• ponen han desaparecido casi por completo; sin embargo, en los capiteles de las colum• nas, y debajo de sus arranques, figuran gru• pos de animales, luchas de leopardos, y otras muchas tallas en bello desorden distribuidas; siendo de notar que en la clave del arco inte• rior aparece el lábaro de Constantino, tan fre• cuente en las iglesias de Aragón como raro en las de Castilla. El pórtico, que se extiende por toda esta fa• chada, levantado acaso para dar mayor decoro á los enterramientos que cubren el pavimento, ha sido un agregado posterior no muy feliz, porque oprime al edificio é impide que luzca toda su gallardía. En cambio la parte orien• tal descubre libremente la magnificencia que le diera el viejo estilo bizantino. Aquellos tres agrupados ábsides, con las columnas de lindos capiteles, con las impostas que las ciñen, con sus airosas ventanas de medio punto, y aque• llas bellísimas cabezas de animales imitadas en sus canecillos, completan la admirable majes• tad de la basílica. En el interior del templo domina el gusto románico en toda su pureza, sin que el retablo de la capilla mayor, de pésimo gusto, logre al• terar la unidad arquitectónica del edificio. Bajo el primer arco del crucero, al lado de la epístola, álzase el mausoleo de los mártires, coetáneo de la basílica, lleno de preciosas tallas y cubierto por un macizo pabellón que lleva — 103 — las armas del obispo D. Martín de Vilches, de los Arias, Agrillares, Bracamontes, Eengifos, Valderrábanos y otras casas ilustres que con• tribuyeron con largueza á realzar el esplendor del monumento. En el mismo brazo del crucero existen dos sepulcros muy curiosos: el de San Pedro del Barco, asunto de piadosas y bellísimas leyen• das, y el del judío fundador de la iglesia pri• mitiva, si damos crédito á la lápida, que en le• tra del siglo xvi dice así: En esta sepultura del suelo está enterrado el ju• dío que por milagro de Dios se tornó xpiano é hizo esta iglesia de Sant Vicente de Avila, año CCCVII, A la cripta, donde se venera la Virgen de la Soterraña, imagen que se cree contemporánea de los Apóstoles, se baja por una escalera de pie• dra de tantos peldaños como palabras tiene el Credo. Allí está la roca de donde salió la ser• piente que defendió los cuerpos de los mártires, y allí se descalzó Santa Teresa cuando en 1B62 pasó de la Encarnación á inaugurar el conven• to de San José, primero de la reforma de la or• den carmelitana. Las demás iglesias parroquiales de Avila ten• drían mayor importancia en otra ciudad donde cada piedra no fuera un monumento histórico ó artístico. La de San Andrés, en la pendiente del Norte, es bizantina y de suntuosa estructura. La de Santiago, al lado opuesto, en la pen• diente del Sur, conserva en los sillares de la fa• chada principal los caracteres arábigos que es- — 104 — culpieron los alarifes; fué restaurada en los úl• timos tiempos del estilo ojival: allí se dice que está enterrado Nalvillos, y el capitel moderno en que termina su alta torre octogonal, recuer• da el hundimiento que sufrió á principios de este siglo, á causa de un terremoto. La de San Nicolás, de humilde aspecto, fué erigida en 1198, según reza una lápida mo• derna. La de San Pedro, frente al arco del Alcázar, es románica, muy semejante á la de San Vicen• te en sus tres ábsides, arcos, pilares, bóvedas y hasta en los enterramientos de esclarecidos li• najes. Llama justamente la atención del viaje• ro su gran lucerna y las antiguas verjas de hierro repujado. Dentro del recinto murado están las parro• quias de Santo Domingo de Silos, obra del si• glo xni, y enriquecida con muchas reliquias. La de Santo Tomé, al lado del palacio episco• pal y antigua residencia de los jesuítas, y la de San Juan, en el Mercado Chico y que fué restau• rada por el obispo Kuiz, sobrino del cardenal Gisneros, sin dejar restos de la primitiva fá• brica. Sancho Dávila hizo reedificar la capilla ma• yor conforme al estilo de Herrera. Esta iglesia se hizo célebre en las crónicas con motivo de la defensa que hizo de la ciudad la heroína Jimena Blázquez; allí se conserva la pila en que fué bautizada Santa Teresa, el sepulcro de Sancho Dávila y una campana de grandes dimensiones, llamada zumbo, con que se anun- — 105 — oian al pueblo los acontecimientos más extraor• dinarios. CONVENTOS, CAPILLAS Y ERMITAS.—Para seguir algún orden en esta ligera descripción, dividi• remos la ciudad en dos zonas, tomando como punto de partida el Mercado Chico; zona del Este y del Oeste. En la primera merece preferencia Santo To• más. Bajo tres distintos aspectos se nos ofrece este suntuoso monumento : como palacio real, como universidad y como monasterio. Fué fundado en 1478, gracias á la munificen• cia de Doña María Dávila, esposa en segundas nupcias del virrey de Sicilia D. Fernando Acu• ña, y después Fray Hernando de Talavera, confesor de Isabel la Católica, y Fray Tomás de Torquemada, consiguieron de los reyes que gastasen en aquella fundación el producto de las confiscaciones hechas á los judíos que resis• tieron la expulsión. En el mismo local se erigió la Universidad de estudios, confirmada en 1638 por Felipe IV, y autorizada para conferir gra• dos en facultad; floreció hasta tiempos muy re• cientes. Allí tuvo asiento el Tribunal de la Inquisi• ción hasta que se trasladó á Toledo; después fué Colegio de sacerdotes agregado al Semina• rio conciliar, y hoy está ocupado por una co• munidad de frailes dominicos, que ha hecho grandes obras de reparación y atiende con es• mero á la conservación y esplendor del edificio. La arquitectura del templo es ojival, pero ya en su último período. La sillería del coro, sutil — 106 — y afiligranada, es tenida por una dé las mejo• res de España, especialmente las sillas de los reyes, que ostentan la divisa del yugo y las saetas y terminan por un aéreo pináculo de crestería. En la nave central está el sepulcro del malo• grado príncipe D. Juan, hijo de los Reyes Ca• tólicos; constituyele una urna de mármol flan• queada en sus ángulos por arrogantes águilas y cubiertos sus costados por trofeos y figuras simbólicas, y aunque muy bien cinceladas, ceden en mérito á la estatua del príncipe. Como obra del italiano Domenico Alejandro, domina en el monumento el estilo del Renaci• miento. Casi á la misma altura del coro se eleva el presbiterio sobre un arco rebajado muy atrevi• do; el retablo es de estilo gótico y son de mu• cho mérito algunas de sus tablas. El convento de San Antonio está muy próxi• mo á la estación del ferrocarril y en el extremo del delicioso paseo de su nombre. Lo más nota• ble de esta casa es la capilla de Nuestra Señora de la Portería, cuya media naranja y los fres• cos que la decoran le han dado justa fama de obra artística. La ermita de Sonsoles es de estilo ojival y se alza sobre una sierra á dos kilómetros de Avila. La Virgen que allí se venera pertenece, según la tradición, á los primeros tiempos de la Igle• sia, y se dice que perdida esta milagrosa ima• gen, fué encontrada prodigiosamente en 1080, cuando en aquel sitio descansaba la comitiva — 107 - que conducía el cuerpo de San Zoilo de Córdoba á Carrión. La ermita de las Vacas está en el barrio de su nombre: se da mucha antigüedad á este templo, y consta que en 1258 era cabeza de la encomien• da de la orden de San Juan de Jerusalén. La iglesia actual, de estilo del Renacimiento muy puro, se atribuye al famoso Herrera El convento de religiosas bernardas ó de Santa Ana en la calle del Ferrocarril, fué edi• ficado en 1352 por el obispo D. Sancho Dávila, ayo y maestro de Alfonso XI. Tiene muchos recuerdos históricos por haber servido de alo• jamiento á varios de nuestros reyes. El de las Gordillas, llamado así porque á él vinieron las monjas de Villa-Dei, en el monte de las Gordillas, y ocuparon el actual edificio, cuya cerca forma el paseo de invierno llamado de San Hoque, pertenece á la orden de San Francisco, y fué fundado por Doña María Dá• vila, la fundadora de Santo Tomás. A la misma piadosa dama débese también la Capilla de las Nieves, en la calle de los Reyes Católicos, y res• taurada recientemente á expensas de una perso• na piadosa. En la calle de San Millán se encuentra el convento de Adoratrices, que á fuerza^de años y trabajo ha logrado fabricar una bonita capi• lla de estilo ojival dirigida por su misma su- periora. El Seminario conciliar fué casa de religiosas benedictinas; fundó su capilla D. Juan Núñez Dávila, cuyo sepulcro, con hermoso bulto ya- — 108 — cente, se conserva en una urna del presbiterio; después fué cedida esta casa á los Niños de la Doctrina, institución debida á la caridad del sa• cerdote abulense D. Hernando Aivarez del Águila, y en 1568 D. Alvaro de Mendoza esta• bleció en él un Colegio de sacerdotes. Poste• riormente decretada como ley por el Concilio de Trento la erección de seminarios, fué erigi• do por el obispo D. Pedro Fernández Temiño, dándole las constituciones su sucesor D. Juan Aivarez Caldas. El edificio actual le construyó en 1794 el obispo D. Julián de Gascuña, según reza la lá• pida que está sobre la puerta principal: se ha extendido modernamente con la obra nueva levantada en el solar del antiguo convento de Santa Catalina, y posee una buena biblio• teca. Puede decirse que el Seminario es obra de dos rectores, de D. Félix Hernández y de su sobrino D. Francisco Pindado, pues antes de la exclaustración la Teología se estudiaba en el convento de Santo Tomás. D. Félix nació en Fontiveros y allí aprendió Gramática; ingresó muy joven en el seminario, donde hizo toda , incluso la Licencia• tura en Teología, y siendo aún estudiante des• empeñó algunas Cátedras. Bastantes años hubo de tener esta ocupación, pues no pudo ordenar• se hasta el 1846, porque ni tenía capellanía ni título equivalente. Cinco años después ganó la Penitenciaría, y poco más tarde fue nombrado Rector, cargo que desempeñó hasta su muerte, — 109 ~ en 1877. Del celo, de la prudencia y de la acti• vidad que desplegó desde aquel sitio de tantas responsabilidades, habla muy alto el escogido clero que salió de aquella casa y ocupa boy las más codiciadas prevendas. Asistió al Concilio Vaticano como teólogo del obispo Fr. Fernando Blanco, quien habien• do resuelto una dificultad grandísima de los anti-infalibilistas, y siendo muy felicitado por ello, declaró que la gloria toda era de un teólo• go. Sabido por el Papa, le hizo llegar á su pre• sencia y le colgó una medalla al cuello, con ésta inscripción : perfundet omnia luce; le concedió además voz y voto en la asamblea, y le dijo también que pidiera lo que quisiera. D. Félix pidió una indulgencia plenaria perpetua para la iglesia de San Juan de la Cruz de Fontive- ros, y así se le concedió. Los ministros Arrazola y Bravo Murillo le consultaron en más de una ocasión, y este últi• mo tuvo empeño en presentarle para Obispo, cosa que siempre rechazó. Sucesor, aunque no inmediato, de D. Félix, fué su sobrino D. Francisco, nacido en Narros de Saldueña en 1837. Estudió Gramática en San Juan de la Enci- nilla con el laborioso párroco, y después Arce• diano de la Catedral de Avila, D. Sebastián Ji• ménez. Después ingresó en el Seminario, donde hizo toda la carrera y explicó Metafísica, y del cual salió siendo ya Licenciado para encargar• se del curato de Papatrigo. Desempeñando aquella parroquia fue llama- — 110 — do de nuevo al Seminario para encargarle de una Cátedra de Teología, y al año siguiente, 1867, después de brillantes ejercicios, obtuvo la canongía de Lectoral. Las revueltas políticas que poco más tarde agitaron á España impresionaron naturalmen• te á aquella inteligencia clarísima, y bien pron• to nuestro maestro se abrió paso por entre aquellas enmarañadas discusiones, defendien• do la causa carlista en El León de Castilla y al• gún otro periódico de batalla; y como candida• to faccioso consiguió el triunfo para represen• tar en Cortes al partido de Aróvalo, Sin embargo, en medio de tanto movimien• to, de tanto ardor y de tanta lucha, las compla• cencias preferidas de Pindado estaban en su cátedra de teología; de aquí su folleto marcan• do las relaciones que han de mediar entre el cura y el médico rurales, sus luminosos Cuader• nos de explicaciones, litografiados por sus discí• pulos y sólo para ellos, y el hermosísimo libro El Ateísmo y la Sintaxis y el Positivismo, que dio á luz el sabio lectoral de Avila D. Jerónimo Lucas, y del cual se ha dicho, justamente en mi juicio, que es con relación á la Metafísica lo que el Criterio de Balmes con relación á la Lógica. El convento de La Concepción, frente á la to• rre del Baluarte en el Mercado grande, se ins• taló en el edificio que fué hospital de la pro• vincia; y á pocos pasos está el de religiosas Agustinas ó Santa María de Orada, fundado en 1509 por Doña Mencía López. Allí se educó Santa Teresa y allí fué monja la desventurada — 111 — Doña Ana de Austria, que tanta participación tuvo en el famoso proceso del pastelero de Ma• drigal. La tradición y algunos historiadores afirman que antiguamente fué mezquita. En la zona de Occidente debemos mencionar: El convento de Las Reparadoras, instalado recientemente en casa propia junto á la Puerta del Rastro. La Capilla de Mosén Bubí de Bracamonte; cuya arquitectura es una feliz combinación del arte gótico con el del Renacimiento, y posee, entre otras cosas memorables, el sepulcro de su fun• dador exquisitamente trabajado en mármol. El convento está ocupado por una comunidad de monjas dominicas que tiene á su cargo un ex• celente colegio donde se educa la aristocracia abulense y huérfanas menesterosas. La iglesia de San Martín, cuya existencia data de la época visigoda, tenía en el siglo XIII la categoría de parroquia, y hoy conserva su torre cuadrada, resto venerable de la domina• ción musulmana. La capilla de San Bartolomé ó Nuestra Señora de la Cabeza está unida al cementerio y fué fun• dada en 1210 por el obispo Instancio. Y la de San Segundo de Adaja, á la orilla de este río, fué el primer templo cristiano de Avi• la : primero se llamó de San Salvador; después de San Sebastián y de Santa Lucía, hasta que, encontrado el cuerpo de San Segundo en 1519, al hacer obra en el edificio, tomó el nombre que hoy lleva. En el retablo se conservan antiquísi• mas pinturas, y sobre el sepulcro del santo obis- — 112 — po hay una magnífica estatua de alabastro, atri• buida á Alonso Berruguete y labrada á expen• sas de Doña María Mendoza, hermana del obis• po D. Alvaro y esposa del célebre Francisco de los Cobos.

IV

RECUERDOS DE LA SANTA

Convento de carmelitas descalzos. — La Encarnación. •— Las Madres —Estatua de Santa Teresa.

Un libro más voluminoso que el presente no bastaría á enumerar siquiera los recuerdos que Avila tiene de su augusta patrona; por eso te• nemos que concretarnos á una rápida excursión por aquellos lugares que más de cerca recibie• ron la influencia de nuestra patrona. Ni el sentido histórico ni el estético se han armonizado con el sentido religioso en cuanto á la conservación y restauración de la casa don• de nació Santa Teresa, que se extiende frente á la cerca de los Velas y al arco de Montenegro. No busque allí el curioso la distribución de la morada antigua, ni siquiera la alcoba en que vino al mundo la seráfica virgen; sólo queda el solar con los recuerdos vagos de la tradición. La fábrica del actual convento de Carmelitas descalzos, obra del siglo xvn, acusa el barroquis• mo de nuestra decadencia y el desastroso go• bierno del Conde-Duque de Olivares, en cuyo — 113 — tiempo se cometió la torpeza de arrasar la pri• mitiva morada. La alcoba es hoy una capilla churrigueresca y decorada con poco gusto, y el vasto crucero de la iglesia con sus altares barrocos, resulta frió como el resto del convento. Consérvase en• tre otras reliquias un dedo de la Santa, una san• dalia, el báculo que llevó en la fundación y un rosario que ha perdido su carácter de antigüe• dad, merced al engarce moderno.

Casa natal de Santa Teresa (hoy convento de Carmelitas).

El reducido jardín, memoria de la huerta que presenció los juegos infantiles de la Mística Doctora, tiene un altar al aire libre, donde hay 8 _ 114 - una efigie de la Santa, que no es, ni con mucho, un modelo de arte. Este edificio, por la multitud de sus recuer• dos, ha sido declarado monumento histórico nacional. El convento de la Encarnación no es un edi• ficio notable por su opulencia, ni un monumen• to desde el punto de vista arquitectónico. Sepa• rado de la ciudad por un valle donde se alber• gaba la judería, ocupa al Norte una pequeña loma, muy próxima ó tal vez en el mismo sitio en que se levantó la sinagoga. Allí entró de novicia Santa Teresa; allí pro• nunció sus votos, y de allí salió con otras cua• tro monjas para fundar el primer convento de la Reforma. La restauración del convento, hecha en el si• glo XVII, acabó también en esta casa con la cel• da de la Santa para convertirla en capilla: ni aquellos muros, testigos de los éxtasis y arro• bamientos, ni aquellas losas, regadas con sus lágrimas y su sangre, nos han dejado más que el recuerdo en algunos lienzos pintados con más ó menos arte, en general de poco mérito, y en la inscripción que se lee en el pavimento : Esta tierra que pisas, es santa. El convento de San José ó de las Madres está al comienzo de la calle del Ferrocarril, y rodea• do de estrechas y tortuosas callejuelas. Este fué el primero de las fundaciones de Santa Teresa. Sus bellezas arquitectónicas no llaman cierta• mente la atención, pero tiene muchos y buenos cuadros, estatuas como la del obispo D. Alvaro — 115 — de Mendoza, colocada en la capilla mayor, y la del patriarca San José, que adorna la fachada, regalo de Felipe III y obra del excelente escul• tor Giraldo de Merlo. Si el curioso quiere seguir paso á paso la historia de la fundación, lea las inscripciones de los sepulcros en que yacen buena parte de los protectores de la reforma y bienhechores del convento, y lea también la memoria del ar• quitecto Mora, director de las obras déla Plaza Mayor de Madrid, acerca de las reformas que él mismo introdujo en el edificio. La celda que habitó la Santa se convirtió en capilla, pero se respetó el poyo donde escribió el Camino de perfección. El locutorio, la huerta y las ermitas están como estaban. Él interior del convento ha cambiado muy poco, y se con• servan gran número de objetos que usó la San• ta. Allí se guarda e) ataúd de madera forrado de seda en que estuvo su cuerpo antes de ser restituido á Alba; un jarro donde la Santa be• bía agua, una correa del hábito, un ejemplar de las Morales de San Gregorio, anotado por ella misma; una carta autógrafa á Fray Antonio de Segura; el tambor, la pandereta, los pitos y los hierrecillos con que dicen que se celebró la inau• guración del convento, y desde 1868 consérva• se la campana (no pesa más de tres libras) que puso en la iglesia al inaugurar el convento y que antes estuvo en Pastrana. Es indudable que el pueblo abulense debe sus modernos progresos á las sacrosantas ideas germinadas al fuego del amor y del cariño que —.116 — profesa á Santa Teresa; pero este pueblo es noble, y paga sus deudas de gratitud: allí, en la pla• za del Alcázar, se alza la estatua de la Mística Doc• tora, en cuyo pedestal figu• ran esculpidos los nombres de los hijos de Avila que más se distinguieron en la vida política, en el cultivo de las letras, en el ejercicio de las armas y en el camino de la santidad; y como si fueran evocados de sus tumbas, se han agrupa• do (1) para dar nuevo es• plendor á su augusta pai• sana, y testimonio de las Estatua de Santa Teresa. glorias de la hidalga ciu• dad de Avila del Rey, de los Leales y de los Caballeros.

(1) La Excma. Diputación propuso á la Real Academia de la Historia los nombres de personajes ilustres que habían de figurar en el monumento de Santa Teresa, y aunque esta cor• poración puso algunos reparos en cuanto á Isabel I y Alfonso Díaz de Montalvo, fueron inscriptos los siguientes:

Segundo, primer obispo de Avila.— Vicente, Sábira y Cris teta, martirizados en Avila.—Pedro del Barco, anacoreta de la ribera del Tormes. — Juan de la Cruz, natural de Fontiveros. — Beato Alonso de Orozco, natural de Oropesa.— Venerable Mari-Díaz, na* tural de Vita.— Venerable María Vela, natural de Cárdenos». 117 —

POLÍTICOS Isabel I, reina do España.—Pedro Sánchez Zurraquín, obispo de Avila.—Sancho Dávila, obispo de Avila.—Pedro de Lagasca, pacificador del Perú.— Diego de Espinosa, EL MEJOE MINISTRO de Felipe II.—Diego de Guarnan, embajador de Felipe III y de Fe• lipe IV.—Enrique Dávila Guzmán, marqués de Povar, embajador en Flandes.—Diego Mexia de Velázqnez, marqués de Legpnós, gobernador de Milán.

ESCRITORES El Tostado, obispo de Avila.—Juan Sedeño, natural de Aró- valo.—Alonso Díaz de Montalvo, compilador de las Ordenanzas Reales ú Ordenamiento de Alcalá.—Juan Díaz Rengifo, precep• tista.— Luis Dávila, comentarista de Carlos V en África.—Se• bastián Vivaneo, catedrático de Música en la Universidad de Sa• lamanca. •—• Nicolás García, canónigo de Avila. — Gil González Dávila, cronista de Felipe III. * GUERREROS Gil González Dávila, maestresala de D. Juan II.— Gómez Dá• vila, capitán de los ejércitos de Carlos V.—Alonso Dávila Alva- rado, descubridor del Golfo Dulce y gobernador de Nueva Es• paña.—Sancho Dávila, EL RAYO DE LA GUERRA, capitán general de la corte del reino de Granada.—Hernán Gómez Dávila, maes• tresala de los Reyes Católicos.—Alonso Dávila Guzmán, con• quistador de Nueva España.— Pedro Dávila, capitán general y gobernador de las Terceras.—Antonio Dávila. Toledo, gentilhom• bre de la Cámara de Felipe III. Florecieron en el siglo xv: Alonso Sánchez de Cepeda, padre de Santa Teresa. Alvaro de Avila, mariscal y camarero de D. Juan II, Beatriz de Ahumada, madre de Santa Teresa. Diego Dávila, capitán de los ejércitos de D. Juan II. Fernán González Valderrávano, corregidor de Avila y al• caide de su alcázar. Francisco Núñez Dávila, muerto heroicamente luchando contra los moros. Gil González Dávila, soldado valeroso. Gil González Dávila, maestresala de D. Juan II. Gil González Dávila, capitán general de Enrique II. Hernán Gómez Dávila, maestresala de D. Juan II. Hernán Núñez, soldado valeroso muerto en la batalla de Olmedo. Hernando de Orejón, capitán de caballería en la guerra de Granada. v . Juan de Frías, consejero de D. Juan II, uno de los jueces que sentenciaron á D. Alvaro de Luna. Luis Dávila, general de artillería en Sicilia. Pedro Dávila, capitán que asistió á la tala de Granada con D. Juan II. Pedro Dávila, primer conde del Risco, soldado de la conquista de Granada. Pedro Gasea de Avila, soldado en la guerra de Granada. Pedro Gonzálezde Contreras, montero mayor de D. Juan II. — 119 — Pedro González Dávila, consejero de Enrique III y de Juan II. Pedro González Valderrdvano, consejero de D. Juan II. Rodrigo Dávila, obispo de Plasencia. Rodrigo Sánchez Arévalo, obispo de Palencia. Sancho de Frías, consejero de los Reyes Católicos. Sancho Sánchez Dávila, guarda mayor de Enrique IV y capitán de los Reyes Católicos.

En el xvi: Agustín de Ahumada, capitán valeroso en América. Alonso Dávila, secretario de los Reyes Católicos. Alonso Dávila, historiador de San Segundo. Alonso Dávila, gobernador 'b- oGuatemala. Alonso Dávila Alvarado, capitán de la guardia de Hernán' Cortés, descubridor del Golfo Dulce. Alonso Vázquez, sacerdote muy virtuoso. Antonia de Henao, una de las cinco primeras compañeras y discípulas de Santa Teresa en la reforma. Ana de los Reyes, doncella muy penitente cuya vida es• cribió el Padre Baltasar Alvárez, jesuíta. Antonio del Águila, soldado valeroso en la guerra de las Alpuj arras. Antonio de Barrientos, castellano de Gaeta. Antonio de Cianea, historiador de San Segundo y de los obispos de Avila. Antonio Dávila y Zúñiga, marqués de Miravel, consejero de Felipe II. Antonio Vázquez Dávila, capitán de la ciudad contra los comuneros, padre del Rayo de la guerra. Bartolomé Bravo, natural de Martín-Muñoz de las Posa• das, jesuíta, humanista de gran fama y notable escritor. Bernardino de Arévalo, franciscano, fecundo escritor. — 120 - Blasco Númz Vela, virrey del Perú y capitán valeroso. Catalina de Avila, dama principal muy virtuosa de quien hizo muchos elogios San Pedro Alcántara. Cristóbal Bravo, compañero y discípulo de San Pedro Alcántara. Cristóbal Fernández Valtodano, arzobispo de Santiago. Cristóbal Vela, arzobispo de Burgos. Diego Alvarez de Bracamonte, capitán del ejército del marqués de Pescara. Diego Carrillo, sacerdote muy virtuoso. Diego Dávila, uno de los que hicieron prisionero al rey Francisco de Francia en Pavía. Diego de Espinosa, cardenal, consejero de Felipe II. Diego Jiménez del Castillo y Villegas, secretario de Carlos V. Diego de Mendoza, capitán en Flandes, muerto en el cer• co de Galera. Diego Palómeque de Acuña, gobernador en la Trinidad, muerto gloriosamente en lucha con los Ingleses. Diego Villena, sacerdote muy virtuoso. Elvira González de Medina, fundadora del beatorio que precedió al convento de la Encarnación. Esteban de Avila, jesuíta, maestro de Teología en Lima, comentarista de Santo Tomás y escritor. Fernán Gómez Dávila, capitán general en la guerra de Güeldres. Fernando Álvarez de Toledo, gran Duque de Alba, con quistador de Portugal. Fernando del Barco, obispo de Salamanca, predicador do Carlos V. Fernando del Bara, fraile carmelita, comentarista de las sagradas escrituras. Francisco de Avila, fraile dominico, teólogo y escritor místico. _ 121 — Francisco Aviles, de Mombeltrán, jurisconsulto notable y escritor. Francisco Cimbrón, gran misionero en Méjico. Francisco Dávila, cardenal. Francisco Guillamos, EL SOLDADO, muerto heroicamente en la rebelión de los moriscos. Francisco Guillamos Velázquez, maestre de cámara y te• sorero de la reina Margarita. Francisco de Guzmán, canónigo de gran virtud. Francisco Leparaso, secretario de Carlos V. Francisco Salcedo, sacerdote muy virtuoso. Francisco Sánchez de Oropesa, módico notable y escritor. Gaspar Quiroga y Vela, auditor de la Rota. Gil Vázquez Rengifo, Embajador de Carlos V á los comu• neros. Gil González .Dávila, alcalde de Corte. Giomar de Ulloa, á quien elogia mucho el P. Baltasar Álvarez, de la Compañía. Gómez Dávila, capitán general del ejército de Carlos V. Hernando Álvarez, sacerdote muy virtuoso. Hernando de Andrada, uno de los conquistadores del Perú. Isabel Horíega, una de las primeras discípulas de Santa Teresa. Jerónimo Cepeda, uno de los conquistadores del Perú. Jerónimo Vázquez, teólogo del concilio de Trento. Jorge Dávila, misionero en Nueva España, donde bautizó más de un millón de gentiles. José González Flores, de Flores de Avila, jurisconsulto, escritor y rector del colegio de San Clemente de Bolonia. Juan Bravo, de Piedrahita, médico notabilísimo, escritor fecundo, comentarista de Galeno y de Hipócrates. Juan Dávila, gobernador del Perú. — 122 — Juan Dávila Cimbrón, capitán que se distinguió en el asalto de Galera en 1570. Juan Chacón, castellano de Lisboa. Juan Chacón, castellano de San Telmo. Juan García, fundador del hospital de Piedrahita. Juan de Juanes, alcalde de Corte y consejero de D.a Juana la Loca. Juan Núñez Dávila, capitán, fundador de la Iglesia de Nuestra Señora de las Vacas y de la del colegio de San Millán. Juan Uuiz Ángulo, de Martín-Muñoz, escritor místico. Juan Velázquez, testamentario de Isabel la Católica. Julián Dávila, confesor de Santa Teresa y autor de una vida de la Santa. León de Aréoalo, compañero de San Francisco. Lorenzo de Cepeda, hermano de Santa Teresa. Lorenzo de Bapariegos, compañero de San Francisco. Luis Dávila, marqués de Miravel, embajador en el con• cilio de Trento. Luis Dávila, marqués de Miravel, general de la caballe• ría de Lorena. Luis González, fundador del hospital de Piedrahita. Luis Lobera, médico de Carlos V y escritor. Luis Medina, jesuíta fundador del Colegio de Avila. Luis de Victoria, músico eminente, autor de un ABTE DE LA MÚSICA. María Díaz, fundadora del colegio de sacerdotes. María de la Paz, una de las cinco primeras compañeras de la Reforma Teresiana. María Vela, monja bernarda de sólida virtud. Martín Laso de Oropesa, canónigo de Burgos, de gran sabiduría y virtud, autor de Lucano, traducción en prosa castellana, 1588. — 123 — Mosén Rubí de Bracamante, corregidor de Granada y de Madrid. Pedro Alcántara (San), penitente y fundador. Pedro de Ávila, marqés de las Navas, diplomático. Pedro Dávila, contador mayor de Carlos V. Pedro la Gasea, pacificador del Perú. Pedro Navarro, capitán esforzado y después franciscano muy virtuoso. Pedro Núñez Vela, filósofo,lingüist a y escritor. Pedro Sánchez de Cepeda, tío de Santa Teresa. Pedro Verdugo, dominico, escritor místico. Reginaldo Rengifo, confesor de Carlos V. Rodrigo Ronquillo, el famoso alcalde de los comuneros. Sxncho del Águila, castellano de Trujillo. Sancho Dávila, castellano de Pavía y Amberes. Sancho Dávila, virrey de Nueva España. Sancho Dávila y Toledo, rector de la Universidad de Sa• lamanca, obispo de Plasencia, autor de vidas de santos y escritor fecundísimo. Sancho Sánchez, capitán en el Perú, muerto en lucha con• tra los Pizarros. Sebastián de Vivanco, maestro de música en la Universi• dad de Salamanca y escritor. Tello Pantoja, noble caballero muy piadoso. Teresa (Santa) de Jesús, seráfica Virgen, doctora mística y reformadora de la Orden del Carmen. Úrsula de los Santos, discípula do Santa Teresa y compa• ñera de la reforma. Vicente González Alvarez, autor de la expulsión de los moriscos de Avila. En el xva: Agustín de Castro, orador sagrado, predicador de Fe• lipe IV. — 124 — Aldonza Muñoz, dama distinguida muy virtuosa. Alonso de Bracamonte, diplomático. Alonso Ddvila y Guzmán, aitillero distinguido en la rebe• lión de Portugal. Alonso Sánchez de Arévalo y la Cárcel, secretario de Fe• lipe II. Ana de San Bartolomé, carmelita muerta en olor de san• tidad. Andrés de Bracamonte, soldado valeroso. Andrés Bravo, obispo de Sigüenza. Andrés Sánchez Tejado, cura del Espino, historiador de la Virgen del Espino. Antonio Dávila, marqués de las Navas, mayordomo del rey D. Felipe IV. Antonio Dávila y Toledo, soldado valeroso, gobernador de Milán. Bernardino de Villegas, natural de Oropesa, jesuíta, maes• tro de Teología y fecundo escritor. Bernardo Paredes Caballero, obispo de Oviedo. Catalina Verdugo de Trejo, escritora y muy virtuosa. Diego Mexía Velázquez, marqués de Leganés, general de artillería, gobernador de Milán. Diego de Guzmán, patriarca de las Indias, cardenal. Enrique Dávila Guzmán, marqués de Povar, embajador en Flandes. Fadrique de Águila y Toledo, capitán de los tercios de Flandes. Francisca Trigo, morisca martirizada en Tetuán. Francisco de Cepeda, do Oropesa, párroco de Cervera, historiador. Francisco de Encinas, jesuíta muy virtuoso, predicador en Filipinas y devotísimo de la Virgen, en cuyo elogio es• cribió un libro. — 125 — Francisco de Herrera Maldonado, de Oropesa, poeta y es• critor muy celebrado por Lope de Vega, historiador de la China. Francisco Vinel y Monroy, de familia noble, muy erudito, escritor y poeta. Gabriel Álvarez, de Oropesa, comentarista de las sagra• das escrituras. Garpar de Aza, venerable sacerdote muy virtuoso. Gil González Dávila, el cronista de Felipe III, fecundo escritor. Gómez Dáuila, marqués de la Velada, consejero de Fe• lipe IV. Gonzalo Dávila, señor de Navamorcuende, muerto he• roicamente en la guerra de Cataluña. José de Córdova, maestro de Teología, orador sagrado y escritor. José Fernández de Retes, de Fontiveros, jurisconsulto no• table y escritor. José Muñoz, párroco de Bernuy de Zapardiel, muerto en olor de santidad. Juan de Acuña y Vela, maestro de jurisprudencia y es• critor. Juan de Bracamonte, muerto en el cerco de Ostende. Juan de Briviesca, el Venerable, fraile franciscano, muer• to en olor de santidad. Juan Rudolfo de Córdoba, de Arévalo, jesuíta, teólogo y escritor. Juan García Dávila Muñoz, consejero de Felipe IV. Juan Pantoja, general en los Estados de Flandes. Juan Sánchez, moralista y fecundo escritor. Juan Sedeño, de Aróvalo, soldado valeroso, escritor no• table y traductor de La Jerusalén libertada, de Torcuato Tasso. — 126 — Juan Triviño de Vivanco, teólogo eminente y escritor. Juan Antonio Velázquez, jesuíta, maestro de Teología, con• sultor del Rey sobre el misterio de la Concepción, y escri• tor fecundo. Juan Velázquez Dávila, primer marqués de Loriana. Julián de Avila, venerable sacerdote de grandes virtudes. Leonor de Cepeda, monja muy piadosa. Luis Núñez Vela, capitán en Flandes. Luis Vázquez, párroco de San Vicente, historiador del ve• nerable Juan de Briviesca. María Álvarez de Vargas, fundadora del convento de Piedrahita. María de Avila, una de las cinco compañeras de Santa Teresa en la Reforma. María Muñoz, venerable, muerta en olor de santidad. María Vinel, carmelita, autora de una historia del con• vento de la Encarnación. Mencía del Águila, señora muy virtuosa. Miguel González Vaquero, capellán de las Madres, autor de la vida de la Mujer fuerte, doña María Vela. Nicolás García, jurisconsulto, canónigo de Avila y autor del tratado de Beneficiis. Pedro Dávila, marqués de las Navas, mayordomo de Felipe III. Pedro de Guzmán, jesuíta y escritor fecundo. Sancho Dávila, obispo de Cartagena, escritor místico. Tomás de Torquemada, el inquisidor, teólogo y escritor místico. ÍNDICE

Páginas. Descripción general.—I. La provincia 3 II.—Llanuras de Ávila 9 III.—Serranía de Ávila 16 Historia política.—I. Desde los tiempos primi• tivos hasta el siglo xn 23 II.-Siglo XII 27 III.—Los siglos XIII y xiv 34 IV.—Siglo xv 38 V.—Siglo xvi 43 VI.—Desde el siglo xvn hasta nuestros días... 49 Historia eclesiástica.—f. Primeros siglos de la Iglesia hasta la reconquistadle Ávila.... 54 1L—Desde el siglo xi al xiv 58 III.—Siglo xv 62 IV.—Siglo xvi 65 V.—Personajes dignos de especial mención... 68 VI—Siglo xvn 74 Catálogo de los obispos de Ávila 78 Historia monumental. — I. Monumentos y edi• ficios civiles 80 II.—Monumentos y edificios religiosos 90 III.—Parroquias y conventos.— Capillas y ermi• tas 89 V.—Eecnerdos de la Santa 112 Catálogo de abulenses memorables 118 Biblioteca Picaposte.

DESCRIPCIÓN É HISTORIA POLÍTICA, ECLESIÁSTICA I MUMTAL DI ESPAÑA

POR

D. VALENTÍN PICATOSTE Y GARCÍA Licenciado en Filosofía y Letras, Archivero Bibliotecario y A rqueólogo, y Académico correspondiente de la de Bellas Artes de San Fernando.

Esta obra, profusamente ilustrada con preciosos grabados, tiene por objeto ofrecer en pocas páginas los sucesos más cul• minantes de la historia patria y dar á conocer las grandes figu• ras que han descollado en el campo de las letras, en el ejercicio de las armas, en el cativo de las, artes y en la práctica de las virtudes. Tomos publicados: Avila (segunda edición). Madrid (provincia). Albacete. Murcia. Segovia. Guadalajara (segunda edición). León (segunda edición). Toledo. Salamanca. Madrid (capital). Valladolid. Álava. Guipúzcoa. Sevilla. Zamora. Cuenca. Patencia. Granada. Bugos.

En publicación: todas las demás.

Precio: una peseta cada tomo.

DESCRIPCIÓN E HISTORIA POLÍTICA, ECLESIÁSTICA T IOIUMEITAI ¡SPAJA PASA USO' I)H LA JUVENTUD

D. VALENTÍN PIGATOSTB

DECLARADA DE TEXTO POR EL CONSEJO DE INSTRUCCIÓN PUBLICA, INFORMADA FAVORABLEMENTE POR ! A RT.U ACADEMIA DE LA HISTORIA Y SUJETA Á LA CENSURA '•. JLESlÁSTIQA

Esta importantísima Colección constará de tantos tomitos como provincias tiene España. - Es indispensable en las escuelas de primera enseñanza, porque el niño, con sólo la atenta lectura, teniendo á su vístalos grabados del libro, forma idea clara de lo más culminante de su país. Es conveniente á loa sacerdotes, porque en pocas páginas se relatan las vicisitudes del Obispado y se da noticia de los va• rones más esclarecidos en santidad y virtud. Es necesaria á todas las personas que deseen visitar nues• tras capitales, porqué en ella encontrarán vistas y descripciones de los monumentos más notables. Tomos publicados: Avila (2a edic ). Madrid (provincia). Gnadalajara ('¿.n edic.) Albacete. Segó vía. i JÉnrcia. ILeén. Toledo. * " Salamanca. Madrid (capital). Valladolid, A Java. GnSpiísje.'vi, Sevilla. > Ka inora. 1'nenoa. Patencia. Granada. Hurgón. En publicación todas las demás. Se hallan de venta oseas obras ui la librería do ITornai do y C.a, Madrid, Arena] 11, á peseta cada tomo, donde tainbiéi se f admiten suscripciones á toda la Colección. T II 1 •JPI ¡fim