José Ramón Enríquez (Sistema Nacional de Creadores de Arte)

Nuestras guerras

Mérida, Yucatán del 2 al 21 de noviembre del 2008

Personajes:

Gregorio Nació en algún pueblo de Almería, en 1905, maestro de primera enseñanza, luchó del lado republicano y se exilió en México en 1939.

Timoteo Primo de Gregorio. Nació también en algún pueblo de Almería, en 1905, maestro de primera enseñanza, y luchó del lado republicano, pero él fue arrestado en el pueblo, conmutada la pena de muerte, sufrió cuatro años de cárcel.Al salir, fue represaliado hasta terminar en Barcelona como conserje de colegio.

Pablo Hijo del anterior. Nació en Albacete, en 1936. Trabajó en lo que pudo hasta aprender el oficio de electricista en Barcelona. Casado y con dos hijos.

Manolo Hijo de Gregorio. Nació en la Ciudad de México en 1945. Estudió pintura en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Escenarios:

La obra requiere una serie de escenarios y el transcurso de varios años, que van de 1968 a 2008. Esto obliga a que sean distintos los actores según las edades para interpretar a Manolo o Pablo, o muy cuidadas sus caracterizaciones. Para los escenarios, sugiere el autor el simple uso de fotografías grandes para los espacios señalados, logradas quizás con técnica de plotters, a manera de telones de fondo. Al menos en lo correspondiente al Paseo de San Juan en Barcelona.

Cuadro 1

1968, BARCELONA, PASEO DE SAN JUAN

Sobre el oscuro, comienza la música. Una especie de obertura, compuesta a partir de una mezcla de aires populares almerienses, el Himno de Riego, aires populares mexicanos así como La Internacional. Con música a lo largo de todo el cuadro, sube la luz sobre Gregorio y Timoteo que caminan tomados del brazo, mientras pasean. Hablan y hablan, pero nadie los oye. Al terminar la música, se hace el oscuro sobre ellos.

Cuadro 2

1968, HABITACIÓN DEL HOTEL BARNA

Manolo, enredado entre las sábanas de su cama, duerme aún la borrachera. Entra Gregorio, con periódicos bajo el brazo. Los tira sobre una mesilla, toma asiento en la otra

cama. Ve durante unos momentos a Manolo y sonríe, comprensivo. A fin de cuentas él también ha sido joven. Enciende un cigarrillo y comienza a jugar un solitario.

GREGORIO (entre pausas). ¡Manolo! Es hora de levantarse. ¡Manoóolo! ¡Manolo, Manolito, hijo, hijito, Manolito, Ito, Ito, rico, venga, que ya es hora. Manolito, Manolo, Ito, Ito!

MANOLO (ha estado retorciéndose en la cama y cubriéndose los oídos con la almohada). Ya, ya… (Furioso). Ya… , ya voy.

GREGORIO. ¡¡Manolo!! ¡¡Coño!! ¡Que te has pasado la mañana en la cama!

MANOLO. ¡Que ya voy, como un carajo.., no me molestes!

GREGORIO. Venga, ¡que ahora soy yo quien te molesta! Habías prometido visitar conmigo la Casa de Picasso. Y he tenido que ir solo. ¿No eres tú el gran pintor al que yo admiro? ¿O ya ni siquiera pintas? ¿Eh? ¡¡Holgazán!! ¿No te importa, Picasso?

MANOLO. Me importa que no me molestes, como un carajo. Cuando quiera iré a ver a Picasso, ¡y solo! Porque contigo no se puede ver nada. Me interrumpes con firvolidades..

GREGORIO. ¡Frivolidades, jo, frivolidades! Vaya, con el señorito que ha aprendido una nueva palabra. ¡Hay que joderse! Y no puede ver a Picasso con el frívolo de su padre. ¿Quién se cree? ¿Eh? (Pausa) ¿Te has dormido otra vez? ¡¡Manolo!!

MANOLO. Sí, no, ya voy.

GREGORIO. Venga, Manolo, que me cabreo. Nos espera a comer tu primo Pablo, en su casa, con su padre.

MANOLO. ¡Sí! ¡Chingada madre, ya voy!

GREGORIO. Mirad qué forma tiene para hablar con su padre. Sí. Sí. Haber hecho una guerra y tragarse un exilio para venir a alimentar señoritos de los que debimos tirar por las ventanas en esta misma ciudad hace treinta años …

Furioso y mudo, Manolo se levanta y comienza a ponerse los pantalones.

GREGORIO. ¿No vas a ducharte, guarro? ¡Que hueles a todo lo que anoche te has bebido. ¡Tío señoritingo, guarro y borrachales que me ha salido!

MANOLO (mientras se mete al baño). ¡Ya no me chingues!

GREGORIO. Y no hables así a tu padre. Si fueran otros tiempos, te cruzaría la cara, por holgazán. (En voz más baja, seguro de que Manolo no lo oye) En cambio ahora, lo que he cruzado es la mar. Y no la el mar del retorno victorioso. No. Pero aquí estoy porque tú me lo has pedido. Para ver contigo las calles que dejé en medio de una guerra que quisiera explicarte. Pero tú, ay, hijo, pero tú no tienes tiempo de escucharme, entre farra y farra, y el mal humor de las resacas. Y es verdad, eres joven. ¿Por qué habría de importarte? Manolo, hijo, hay tanto que decir. No, tal vez no mucho, pero sí hay tantas calles que andar juntos. Solamente juntos, para aspirar ese oxígeno, juntos por una vez, coño, Manolito, y que tú entiendas algo de todo aquello. (En voz alta) ¿Te has dormido en la ducha?

MANOLO. ¡No!

GREGORIO. Pues hala, sal pronto, que, además, he comprado el diario y debes saber que, ayer en Taltelolco, el ejército atacó a los estudiantes.

MANOLO. ¿Qué?

GREGORIO. Como te lo decía. Lo que siempre te he dicho. Que los ejércitos no están hechos para ver caminar niñatos por las calles, sino para dispararles.

Manolo, a medio vestir, sale del baño y toma los periódicos.

MANOLO. ¿Por qué, carajos?

GREGORIO. Porque te lo he dicho yo. Y es lo que te hubiera pasado a ti de no haber hecho este viaje.

MANOLO. ¡Hijos de su puta madre!

GREGORIO. Amén. Y acaba de vestirte, que nos esperan el Timoteo y tu primo Pablo. Ves a contarles tu versión de los hechos.

MANOLO (clavado en los periódicos). Ve tú solo. Ya me aburrió el viejo anticuado y stalinista de tu primo Timoteo.

DON GREGORIO. Hombre, sólo porque le gusta la pintura figurativa.

MANOLO. Si quiere le hago carteles contra Franco, pero que me diga en qué movimiento está. No que nomás suspire por su guerra.

DON GREGORIO. Que es la mía.

MANOLO. Y la mía también, pero no se acaba en suspiritos. Y luego el electricista ese, dizque muy proletario, pero bien aburguesado el cabrón …

DON GREGORIO. ¡Qué idiota eres, Manolo, qué idiota eres!

Sale furioso de la habitación. Manolo trata de seguirlo.

MANOLO. No.., no.., espérate… Papá… (Se toma la cabeza entre las manos y dice para sí) Carajo, pinche cruda que traigo… (Le llaman la atención el periódico y las fotografías de la portada) ¡Hijos de su reputísima madre, dispararon!

Oscuro.

Cuadro 3

1968, CASA DE PABLO, BARCELONA

TIMOTEO. Muy majo tu chico, Gregorio, y muy de izquierdas. (A Manolo) A que sí, di que sí, hijo, di que sí…

MANOLO (un poco molesto por ser tratado como niño). Claro que sí.

GREGORIO. Uy, no sabes cuánto. Anarquista y maoísta al mismo tiempo.

TIMOTEO. Di que no, Manolín, di que no. Pero, venga, explícame una cosa, hijo, ¿no está en el poder el mismo partido del General Cárdenas, el que nos ayudó en nuestra guerra y le salvó la vida a tu propio padre?

MANOLO. Pero ya cambió muchísimo. Haga de cuenta que le dieron la vuelta como un calcetín. EL PRI de hoy, el PRI-PRI es una dictadura igual, igual al estalinismo. Empezó con una revolución, y se fue convirtiendo en otra cosa.

PABLO. Vaya, Manolito, que te metes en un lío. Mira que hablar mal de losrusos a tu tío Timoteo es peor que tocarle los cojones.

TIMOTEO. Que no, hombre. Entiendo lo que dice. Que aquí también se saben cosas y se lee Mundo Obrero. La Revolución de Octubre y el pueblo soviético son una cosa, pero a Stalin ya lo puedes tocar todo lo que quieras. Hasta el Comandante Carlos ha dicho sus verdades. Ya se sabe que acabó por traicionarnos en la guerra. (A Gregorio) ¿Qué no es verdad que nos traicionaron?

GREGORIO. Todos. Los franceses con Leon Blum a la cabeza. Y Churchill. Y después el hijo de puta de Eisenhower.

TIMOTEO. Pues claro que sí. Y llegaron los yankees. Ah, cómo me he reído yo con Bienvenido mister Marshal.

MANOLO. Pues al PRI le pagan los yankees. Pero ya estamos entrando al momento histórico del ocaso de su imperio.

PABLO. El ocaso de un imperio, olé. ¡Vaya con el crío!

TIMOTEO. Pues sí, vaya y venga. Háblanos de ese momento histórico, cuenta, cuenta. Que te brillen los ojos al contarlo. Y tú, Pablo, oye un poco de lo que ocurre fuera. Que aquí estamos acogotados y sin noticias.

MANOLO. Pues ya se luchó en París, y en Praga y dicen que ahora en Madrid los universitarios.

TIMOTEO. Naa… En Praga fue otra cosa. Y en Madrid qué va. Que aquí en España nunca ocurre nada. Que aquí nos han cortado los cojones, y la lengua, Gregorio, y la lengua. Y ya a mi edad, eso es lo peor: estar sin lengua.

GREGORIO. Pero las cosas cambiarán, Timoteo. Ni tú ni yo nos moriremos sin ver cómo revienta el Enano del Pardo. Te lo aseguro.

TIMOTEO. ¡Ay, Gregorio! Si eso lo creyeras, no hubieses venido. ¿O no es verdad? Has venido porque te sientes viejo y has temido no regresar a la tierra antes de que aquel reventara. ¿A que sí?

GREGORIO. Pues sí, pero no tanto. Por eso he entrado con mi pasaporte mexicano. Miradle. Cuando él reviente, vendré como español a exigir mis derechos que vaya si los tengo, como maestro nacional y como combatiente republicano. Los mismos derechos que tú. Vendré Timoteo y exigiremos juntos.

MANOLO. Yo creo que eso va a ser muy pronto. Dicen que está tan enfermo que ya gobierna el Opus.

TIMOTEO. Han dicho tantas cosas. Tantas cosas he oído durante tantos años, pero la lucecita brilla en el Pardo como dicen también. Y nos vigila, Gregorio, hasta a ti allí en América. A todos nos vigila. (A Manolo) Pero háblame de vosotros, jóvenes y cojonudos en las calles de México.

MANOLO. Ya hasta llegamos al meritito Zócalo, que es la plaza mayor, la más importante. Como aquí, ¿cuál sería, papá?

GREGORIO. Como la de Sant Jaume que es el centro histórico, y más el corazón que la de Cataluña.

MANOLO. Como la Plaza de San Yaume, sólo que mil veces más inmensa. Pues llegamos, y hubo discursos y hasta un ama de casa se subió al podio, y decidimos quedarnos a dormir. Y ahí que nos acomodamos todos. Pues hasta tuvieron que sacar los tanques para movernos. Si no, no nos mueve nadie.

GREGORIO. Aquí también, sin balas y sin tanques no nos hubiese movido nadie. Ay, hijo mío, lo que me temo es eso, que luego de enseñar los tanques, vengan las balas.

MANOLO. Ni así nos ganarán. Somos un chingo y seremos más.

GREGORIO. Estos chicos no saben todavía a lo que se enfrentan.

TIMOTEO. Déjale con su ilusión. Deja que hable. Venga, venga, que te brillan los ojos.

MANOLO. Pues llegamos al Zócalo. Por lo menos un millón.

PABLO. Además de la señora esa. (Ante la mirada de enojo de Manolo) Venga primo, que es broma. Yo también sé de lo que hablas y estoy de tu lado. Pero,.¿hay obreros también marchando con vosotros?

MANOLO. Todavía, no. Pero al grito de “¡Unete, pueblo!”, ellos se van uniendo. La gente nos aplaude.

TIMOTEO. ¿Pero aún no están con vosotros?

MANOLO. Es cosa de esperar. Es cosa de ir construyendo al sujeto revolucionario.

TIMOTEO. Venga, venga ésa. ¿Y ése sujeto no estaba ya construido? ¿No es el proletariado?

MANOLO. El proletariado, sí, con la juventud.

TIMOTEO. ¿Escuchas a tu hijo, Gregorio? ¿Piensa que la juventud es una clase en sí misma? (Ante el silencio de un Manolito algo perplejo) Pero, venga, otro vinillo para ti. Te lo has ganado por el brillo que llevas en los ojos. Qué diera porque mi Pablo no lo hubiese perdido. ¿Has visto tú qué opacos lleva Pablo los ojos?

PABLO. Venga, padre, salud. Y deje de decir tonterías contra mí, que el tío y el primo se las van a creer. Nada de eso es verdad, Manolito, yo soy un obrero. Proletario. Un sujeto revolucionario de los de siempre, que ha crecido en una dictadura feroz, y nada más. Si algo me opaca la mirada es lo mismo que a padre y que a España entera. (Pausa) Y ya a beber, que no siempre se conoce a que está más allá de la mar.

Todos brindan. Gregorio toma una fotografía de encima de una cómoda.

GREGORIO. ¿Estos son tus hijos, Pablo, hijo?

PABLO. Sí, tío, con su madre y conmigo, en la playa. Castelldefels.

GREGORIO. Mira, Manolito, qué gracia tienen tus sobrinos.

TIMOTEO. Los ha vuelto a mandar a la playa, para que no puedan contarle a su otro abuelo, que es facha, que hemos conspirado contra Franco.

PABLO. No diga usted cosas que...

TIMOTEO. Es verdad, es verdad. (A Manolo) Y tú, hijo, ¿tú novia también es facha?

MANOLO. No, tío, ella está en el comité de huelga de su Facultad.

TIMOTEO. Pues mira. La de éste es muy maja. Pero su padre... Y lo que éste ha negociado con el padre…

PABLO. Coño. Chochea. Mi suegro me ha ayudado como ayudan los suegros de cualquiera. Venga ya, padre, que vosotros tuvisteis que pelear vuestra guerra, pero a mí me ha tocado pelear nuestra posguerra. Y esa ni el tío Gregorio, con todo lo que ha sufrido. Ni Manolito, con todos sus comités de huelga, pueden siquiera imaginarla.

TIMOTEO. Ahí está, ahí está. Vergonzoso.

GREGORIO. Que no, Timoteo, que el chico lleva razón. Mi exilio fue duro, pero…

TIMOTEO. Yo sí que luché la posguerra. ¡A mí me depuraron cuantas veces les vino en gana! A un sitio, a otro, y venga a otro, con una mujer enferma y un hijo que ha perdido la memoria. ¡Miserables!

PABLO. Padre, por Dios, no grite.

TIMOTEO. ¿Lo ves, Manolo? Todavía se tiene miedo en esta España.

PABLO. Pues claro que se tiene miedo. Y calle ya, que esas depuraciones suyas de la posguerra también fueron mías. Y no he perdido la memoria. Si callo es porque me da la gana.

TIMOTEO. Ahí está, ahí está.

PABLO. No, ahí estaba. Ahí estaba yo. Un crío. Y con la madre enferma y con toda mi hambre. Ahí estaba. ¿Sabes a qué edad, Manolito, fui a conocer a mi padre que salía de la cárcel? ¿Y a qué edad iban a buscarme a los lugares llenos de mierda que yo barría por dos pesetas? ¿Lo sabes?

MANOLO. No.

PABLO. Pues sólo te lo digo para que lo pintes. Sí, entre los diez y los veinte años. Nada. Que llegaban, decían: “Eh, Pablo, que tu padre está cagao y ensangrentao en medio de la Plaza y otra vez le ha roto las gafas la pareja de guardias civiles, sólo pa divertirse”.

TIMOTEO. Sí, hijo mío. Perdona lo que he dicho. Es que chocheo.

PABLO. ¿Sabe usted, tío, que eran chicos sanos, muy devotos, gente del Movimiento, que con mi padre sólo se divertían. Era para pasar el rato.

TIMOTEO. Sí, hijo mío, sólo que me cabrea lo mucho que has cambiado. Como si ya no vieras lo que son las cosas.

PABLO. Y tome que usted, sin gafas, tampoco podía ver nada.

GREGORIO. Ya basta de entristecernos con la memoria. ¡Qué viva el sol de España! Y hablemos de otras cosas…

TIMOTEO. Es verdad, Pablo, hijo mío, es verdad que tú sufriste todo. Porque yo, sin gafas no podía ver nada… Y con el aceite de ricino, me cagaba…

GREGORIO. Ya… Decidme…

PABLO (interrumpe). Y ahí iba yo, tío, a los diez años, de lazarillo, sin entender por qué le habían golpeado…

TIMOTEO. Porque eran unos hijos de puta, hijo mío, y lo siguen siendo y vosotros no debéis olvidarlo. ¿Eh, Manolito? Nunca.

MANOLO. Nunca, tío..., pero, en qué año fue todo eso…

PABLO. Pues, si tenía diez años, en el 49.

MANOLO. ¿Tanto tiempo después? ¿A diez años de que se había acabado la guerra.

TIMOTEO. Había que redimir al rojo, hijo mío, y a su cachorro. Redimir por el dolor, y purgar con aceite de ricino sus pecados, hasta hacerlo callar, hasta que se lograse el silencio que guardamos hoy en esta España.

GREGORIO. En cambio, allí, nosotros… Si todos perdimos la guerra, los que pudimos salir, con todo el dolor del exilio, logramos ser felices en la posguerra.

MANOLO. Los vamos a vengar. A los dos y a todos los demás. Allá en México no queremos Olimpiadas, queremos revolución.

PABLO. ¿Estáis haciendo la revolución? ¿Con qué se come eso? (Pausa) Venga, mejor comer las gambas y los chipirones y una cañita más o un vasito de vino.

TIMOTEO (abraza a Pablo). Si es un buen chico mi Pablo, pero me cabrea ese suegro suyo de mierda.

GREGORIO. Vamos, Timoteo, que nadie se enamora de sus suegros. Brindemos a la salud de nuestros chicos, que son de oro.

TIMOTEO. Y porque siempre conserven la memoria. (Pausa) Tú, Manolito, pintas. Tienes ya muchos temas.

GREGORIO. Sí. A la manera del Guernica de Picasso, porque habéis de saber que mi Manolo es un gran pintor abstracto.

TIMOTEO. Qué abstracto ni que puñetas. El arte sólo tiene sentido si está al servicio de la causa del proletariado. Yo no sé de pintura más de lo que sabe un viejo maestro de escuela, ni he ido a México, es verdad, pero conocí a un pintor mexicano de verdad. Y charlamos mucho. Que sí, hombre, estupendo. ¿Queréis saber en dónde? En la Sierra Morena. Éste todavía no nacía ni habíamos perdido nuestra guerra. Apenas empezaba. Fue en el 36. Tú, Gregorio, hacías la guerra aquí, en Barcelona, y yo en Andalucía. Toda España por medio. España entera. Venga un botellín para el joven abstracto. Ves a por él, Pablillo.

MANOLO. Voy yo.

PABLO. Nada. Tú quieto a escuchar tu lección, que ya es hora. Y usted, tío, ¿quiere otro?

GREGORIO. Yo me sirvo un vino.

TIMOTEO. ¿Cómo se llamaba? No. No lo recuerdo. Tú lo sabrás, Gregorio. Allí lo habrás conocido Pero sí recuerdo, como si fuera ayer, lo que decía de la pintura. No sé si fue en Viso del Marqués. No, aquello no fue en La Mancha. Fue antes. Fue en Pozo Blanco. Sí. ¿Sabéis? Donde le dimos por culo a Queipo de Llano. ¿Eh, Manolito? ¿Sabes tú lo que es darle por culo a Queipo de Llano?

PABLO. Por Dios, padre, no grite usted esas cosas. Que se oyen.

TIMOTEO. Que no grito, que hablo. Que hablo con estos dos que siguen siendo rojos.

GREGORIO. ¿Fue en el Octavo Ejército?

TIMOTEO. Claro.

GREGORIO. Pues era Siqueiros. David Alfaro Siqueiros.

MANOLO. ¿Al que llaman el coronelazo?

TIMOTEO. Eso. Porque era teniente coronel de la República.

MANOLO. Pero su pintura ya está muy superada, tío, perdóneme. Ahora pensamos que por una parte debe estar la militancia, y por la otra, el arte. No deben confundirse, porque se cae en lo panfletario.

TIMOTEO. ¿Y qué coños tiene de malo lo panfletario? ¿No hay que educar al pueblo? ¿Ni hay que convencerlo?

MANOLO. Pero eso que dice usted es puro realismo socialista.

TIMOTEO. Pues claro. Realismo para que la gente entienda. Y lo otro es lo que somos. Socialistas. ¿O estáis inventando vosotros una nueva revolución burguesa. ¿Lo oyes, Gregorio, ahora resulta que los pequeñoburgueses hacen su pequeñarevolución? Vaya una estupidez.

MANOLO. Pues, usted me va a perdonar, pero lo que usted dice es estalinismo.

TIMOTEO. ¿Y a mí qué? Si estoy en contra de Stalin es porque nos traicionó, no por lo que pensaba. Y no lo pensaba él. Eso está en Marx y en Lenin.

MANOLO. ¿Leninismo?

TIMOTEO. Venga, Manolito, que te hacen falta lecciones de leninismo. Pero eso se va aprendiendo. Tú pinta ahora todo lo abstracto que quieras. Serán las calles las que vendrán a enseñarte materialismo histórico. Si éste lo ha olvidado, es porque ahora las calles guardan silencio. Cuanto silencio, Gregorio, en nuestras calles.

GREGORIO. ¿Silencio, Timoteo? Si hay ruido en todas partes.

TIMOTEO. Sí, ruido y nada más. Pero ya treinta años de silencio. No lo sabes, Gregorio. En tan insoportable ruido, son ya treinta años de silencio.

Oscuro.

Cuadro 4

2008, CAFÉ LA HABANA, CIUDAD DE MÉXICO

La luz sube en el momento en que el mesero toma la orden.

PABLO. ¿Puede ser un botellín?

MANOLO. Aquí no te sirven cerveza sin alimentos. Pero tráiganos unas papas fritas con cualquier otro platillo para el centro y dos cervezas.

El mesero se retira. A lo largo de la escena traerá las cervezas y los platillos.

PABLO. Un botellín me valdría.

MANOLO. Todas las botellas son del mismo tamaño. (Pausa. Los dos recorren el lugar con la mirada) Este es el café La Habana. De los que más usaban los refugiados. Mi padre iba al Hórreo, pero era más a tomar la copa. Ahí conocí a Pedro Garfias, ¿ya te conté?, y lo

escuché decir sus poemas. “Mirada azul de Ximeno, / en cara de niño bueno / mirada de azul acero…” Creo que así era. Ay, la memoria. ¿Conoces la poesía de Pedro Garfias?

PABLO. No. Nada he oído de él.

MANOLO. Militaba en el Quinto Regimiento. (Pausa) Toda la historia de la posguerra aquí, la del exilio que a mí me tocó conocer, se desconoce allá.

PABLO. Yo no soy un hombre especialmente culto. He leído más que otros de mi oficio, pero…

MANOLO. Pues claro que lo eres. No se necesita ir a la universidad para ser culto. No eres tú. Es el problema de nuestras historias perdidas, de la guerra y las posguerras. (Pausa) Pero de León Felipe sí has leído, ¿no?

PABLO. Sí, de León Felipe, sí. Hasta una calle tiene. No todo lo del exilio se ha borrado. Está también Cernuda y la vuelta de Alberti. Hasta Bergamín lo conozco por sus líos con la ETA. Pero tampoco los he leído más allá de algún poema, de alguna cita. Fuera de Alberti, claro.

MANOLO. A León Felipe me llevó a conocerlo mi papá. A su casa de Miguel Schultz, y a un café que estaba varias cuadras más allá y se llamaba Sorrento. Ese café se cayó con el terremoto. ¿Supiste del terremoto?

PABLO. Hombre, claro, si de eso se supo en todo el mundo.

MANOLO. Pues cuando murió León, precisamente en el 68, estaba yo en España. Cuando los conocí a ustedes. A su muerte pusieron una placa en el Sorrento. Fue de lo poco que quedó entre las ruinas de aquellos edificios. Una placa de bronce retorcida que había señalado ese lugar, un rincón del café Sorrento, como la peña de León Felipe. El viejo profeta del exilio. El español del éxodo y del llanto.

PABLO. Sí, de él es aquello de que Franco se quedaba con España pero con él se iba la canción. ¿A que sí?

MANOLO. Algo así. No recuerdo exactamente, pero ésa era la idea. Hablaba de cómo los poetas que no murieron en la guerra o fueron asesinados, salieron al exilio. Era, claro, una metáfora. Exageraba. Vaya que ha habido música propia de las izquierdas en España. Hasta con su letra.

PABLO. Pues no lo sé. En España se cantó mucho, pero, sí, perdimos a los mejores. No sabes cómo quisiera recuperar esas voces . Pero a mi edad.

MANOLO. Voy a comprarte unos CD con las voces de Garfias, de Cernuda, De León Felipe. Yo le oí leer, en el Ateneo, que era otro lugar de refugiados, a unas cuadras de aquí, su poema sobre el Quijote. Oh, este viejo y roto violín. Un poema de profeta que escribe algo así como su testamento. Y lloré de verdad.

PABLO. ¿Y pintores conociste?

MANOLO. Conocí a varios. De los mayores, a la Varo y a Lizarraga, a Souto. Distintas concepciones, diversas técnicas. Sí. Eso tuvo la República, diversidad.

PABLO. Mientras que “España una”. Y, decían en los bares por lo bajo, “Portugal cero”.

MANOLO. Pero fíjate como son estas cosas de la memoria. Lo que mejor recuerdo de León Felipe es otro poema, que no es suyo. Uno que oí en la escuela, en la prepa, bachillerato de ustedes. “Ahora quiero dormir. / hace tanto tiempo que no duermo.” Algún compañero, en un concurso de declamación lo dijo como si fuera de él y yo me lo grabé. No sé. No he hecho investigaciones exhaustivas, pero no lo encuentro como suyo.

PABLO. Pues suyo o no, es cojonudo. Todos los viejos tristes podríamos repetirlo “Hace tanto tiempo que no duermo”…

MANOLO. Sí. Voy a buscártelo en Google y, sea de quien sea, te lo mando.

PABLO (tras pausa). Los refugiados aquí, ¿se integraron de verdad o vivieron su país distinto?

MANOLO. Un poco de una cosa y un poco de la otra. Y dependiendo siempre de quiénes y de cómo. Los intelectuales crearon colegios de todos los niveles. Desde la Casa de España que ahora es el Colegio de México, adonde voy a llevarte mañana, porque está muy lejos, hasta los de primera enseñanza, donde fue profesor mi papá.

PABLO. ¿Y los electricistas?

MANOLO. Buscaron trabajos y cada quien su historia.

PABLO. ¿Los comunistas?

MANOLO. Yo creo que todavía existe el PCE en el exilio, aunque sinceramente no sé cómo se relaciona con el de allá o con Izquierda Unida. Sánchez Vázquez, el gran filósofo, maestro emérito de la Universidad de México, militó siempre en el PCE.

PABLO. Hay otra historia, ¿no?, la de los niños de Morelia. Supe que llevaron una obra de teatro sobre ellos a España.

MANOLO. Sí. Esa sí que es una historia de desarraigo. Como también la de los niños que se fueron a Rusia.

PABLO. Pero, ¿tu padre echó raíces..?

MANOLO. Decía que España era la tierra de sus mayores, pero que él cada vez se sentía más de la tierra de sus menores.

PABLO. ¿Y tú?

MANOLO. Yo, desde luego, soy mexicano. Sin ninguna duda. Pero también de allá. Es difícil explicarlo. Los hijos del exilio que conozco no podemos dejar de sentirnos españoles. Aunque a lo mejor de otra España, la de bandera rojo, amarillo y morado, y el Himno de Riego. Acepto y creo en la democracia española actual, pero sus símbolos no corresponden a los míos. Mi tierra natal española fue el exilio y la concreta, la propia es México. Ser refugiado es también una nacionalidad. Refugiado en la patria propia.

PABLO (tras pausa). Cuéntame de tu padre. ¿Murió triste?

MANOLO. Mi padre, no. Yo sí. Yo no he podido perdonarme. Estaba fuera, de farra, la noche en que vinieron por él y apenas llegué cuando ya estaban las ambulancias. Mi madre, heroica siempre, cargó con todo. Apenas pude aclararme para subir con él hacia el hospital. Y estoy seguro de que no perdía el sentido sólo para verme y sonreírme, pero ya casi no pudo hablar. Mi madre aseguraba que ya no habló, pero yo, en cambio, creo que sí. No sé si fue parte de la borrachera, porque mi madre me aseguraba no haberlo oído. Pero me dijo: “Qué viejo estás muchacho, qué decrépito”. Yo todavía no cumplía los veinticuatro. (Pausa breve) En fin, cosas de viejos y rotos violines, como el gran poema de León Felipe.

PABLO. O del mucho tiempo que llevamos todos sin dormir.

MANOLO (tras pausa). Y tu padre, ¿murió triste?

PABLO. Vaya que sí, coño. Si murió antes de Franco. Y sin poder hablar en España, como después lo hemos hecho, a todo pulmón. Sin señalar los lugares de los fusilamientos de sus camaradas. Ni a mí me los dijo y sé bien que los tenía en la memoria, uno por uno. Sin poder acusar a todos lo hijos de puta. Sin decirme, siquiera a mí, cada uno de esos nombres en particular. Incluso de parientes. (Breve pausa) Tú no oíste a tu padre por.., por lo que fuera.., pero yo no creas que le he oído más que tú. Y mi padre no pudo oírme a mí como hablo ahora, porque yo no me atreví a decir lo que pensaba.

MANOLO. Cuanto silencio, ¿verdad?

PABLO. Cuanto exilio y cuanta posguerra. Para los que no vivimos la del 36, esas dos son nuestras guerras.

MANOLO (hace la seña de pedir la cuenta). ¿Quieres caminar por aquí? ¿Qué te lleve al Chufas o al Ateneo o a donde estuvo la Embajada de la República? Eso es interesante de saber, porque la España en el exilio tenía territorio, el de la Embajada, habitantes y gobierno. Eso nos llenaba de orgullo: había un Estado español y Franco sólo era un traidor alzado. Pero eso ya a nadie le importa, La Segunda República existió hasta que murió Franco y el imbécil de López Portillo reanudó relaciones antes de que se votara la Constitución. Sólo para irse de viaje con su mujer a un pueblo que dizque era el de su familia.

PABLO. Hombre, si quería visitar a la familia.

MANOLO. Pero era cosa de esperarse un poquito para que la legalidad no se rompiera nunca.

PABLO. De esas cosa nosotros nunca hemos sabido.

MANOLO. No, esas son historias nuestras, de los refugiados mexicanos.

PABLO. Pero quiero saber más de . Ir a esos lugares

MANOLO. Creo que ya te conté que nací en el mismo mes de la fundación de la ONU, en agosto del 45, cuando México propuso que se excluyera a Franco y se aceptara a España hasta que volviera la legalidad republicana. Fuimos los mexicanos el único país que mantuvo una Embajada de la República, creo que además de Rumanía. Y si se hubiera esperado ese idiota de López Portillo hasta que se votara la Constitución para reconocer la nueva legalidad y entregar la Embajada, se hubiera hecho lo correcto… Pero el payaso…

El mesero llega con la cuenta, que Manolo paga.

PABLO. En todo lo de nuestras guerras siempre ha habido payasos que construyen tragedias. Llévame a esos lugares, al barrio donde vosotros vivisteis, donde murió tu padre. Al Colegio de México ese y, sobre todo, a los de primera enseñanza, donde mi padre hubiera estado con el tuyo si la guerra no le coge en Andalucía.

MANOLO. Vamos a donde estuvo el Ateneo. Donde dieron muchas conferencias de arte y de política. Donde oí leer a León Felipe y donde estaba, enorme, un retrato de don Antonio Machado. Era la calle de Morelos, pero era también Colliure en la frontera.

PABLO. Y ahí nos hacemos una foto. Los dos soñando cosas.

Oscuro.

Cuadro 5

1968, PLAZA DEL REY, BARCELONA

La luz sube sobre Pablo y Gregorio sentados en una mesa debajo de los arcos.

PABLO. Siempre se retrasa, tío, tenga usted paciencia.

GREGORIO. Pues sí, pero es que, de saberlo, podía haber esperado un poco más al Manolito para que viniese a despedirse, que mañana vuela a París.

PABLO. Deje usted al Manolito, tío, que es muy joven. El en sus farras aquí y en sus huelgas de allí, estará tranquilo. Y mejor aquí que allí, porque he leído que en Ciudad de México han repartido hostias.

GREGORIO. Sí, y más que eso. Hubo matanza de verdad, de lo que este niñato mío nunca había conocido. Y vaya que han destacado la noticia vuestros diarios, ¡eh! Más espacio que a un partido de fútbol o a un retrato de Franco. Como que México y Rumanía son los únicos países que reconocen nuestro gobierno en el exilio y nunca han reconocido a Franco. Y ahora, a hostias, y con más sangre que aquí a vuestros estudiantes.

PABLO. Sí. Más sangre de nuestros estudiantes y de nosotros todos, ahora mismo. Porque mire usted tío, que vaya si la ha habido en todos estos años.

GREGORIO. No, de eso nada de comparar, pero hablo de este año y de los chicos. Ni en París, ni aquí, en los Estados Unidos ni en Praga, ha disparado así el ejército contra la multitud. Una multitud en la que, ¿sabes?, iba estar mi Manolo pegando voces. Providencial, dirían las beatas de mi pueblo.

PABLO. Pues ve usted, tío, otra razón para dejarle que se lama solo las heridas y se tome unos chatos mientras encuentra alguna chica ye-ye con quien compartir sus penas.

GREGORIO. Llevas razón, hijo. (Pausa) Mira que tarda tu padre.

PABLO. Le detienen en la escuela por cualquier quita de aquí estas pajas. Como es sólo el conserje. Y lo hacen a posta, puedo jurarlo. Le tienen manía.

GREGORIO. Es que habla tanto y tan fuerte.

PABLO. No. De eso, nada, tío. Su primo Timoteo lleva muchos años de callar como un mudo. Sí. Ahora, con usted aquí, está desconocido. Siempre en silencio, pensando en otra cosa. Siempre, aguantar y aguantar. Años y años. Por eso le tienen manía, porque no le arrancan ni sonrisas ni quejas.

GREGORIO. ¿No tiene amigos?

PABLO. Sólo se encuentra, por momentos y para hablar en voz muy baja, con la tertulia de otros represaliados que, con miedo y cuidado, se muestran Mundo Obrero. Pero verlo a usted le ha sacado una ilusión que hasta a veces da miedo.

GREGORIO. ¿Con tus hijos no ríe?

PABLO. Sí. Pero como está tan poco en casa.

GREGORIO. ¿Y contigo?

PABLO. Antes sí, muchísimo. El me enseñó a leer y me abrió el mundo. Por él leo mucho. No vaya usted a pensar que los electricistas de las izquierdas somos tan brutos como los magnates de las derechas. Pero desde mi boda… Sí, me habla poco.

GREGORIO. ¿Es un facha tu suegro?

PABLO. Qué va, tío. Son ideas de mi padre. Tan facha como todos los españoles que tienen que hablar de una sola manera. No es de izquierdas, eso es verdad. Pero era muy joven en la guerra y le cogió en Sevilla del lado nacional. El es aquí un charnego, como nosotros, pero allí estaba del lado nacional y por eso mi padre inventa. Quisiera oírlo decir barbaridades contra el régimen. Claro que mi suegro se ha enfadado las pocas veces que mi padre ha abierto la boca para decir sus cosas. Y eso mi padre no se lo perdona. Como no me perdona dejar que mi suegro me ayudase con una colocación mejor, porque él es funcionario de uno de los sindicatos del Movimiento. Pero aquí no hay sindicatos que no sean del Movimiento, tío. Y eso es y nada más. Pero no canta el Cara al Sol, aunque sí vaya a misa todos los domingos y se lleve a los críos. (Pausa) Pero, nada, que yo no hago caso de esas cosas de mi padre. Sé que me quiere como a nadie. Que me habla con los ojos. Que me sabe a su lado y sabe que lo sigo. Pero, ahí va de conserje, siempre en silencio, como si todavía fueran a buscarle los guardias civiles para darle unas hostias en medio del patio,

frente a todos los niños, o hacerle tragar aceite de ricino, como enseñaron aquí a los falangistas a hacer los italianos. Si tampoco lo olvido yo, tío. (Pausa) Ahora, con usted, está en la gloria.

GREGORIO. Joderse, qué posguerra.

PABLO. Y que lo diga.

GREGORIO. Todos perdimos la guerra, pero los que alcanzamos el exilio, con todo y lo duro que fue aquello, ganamos la posguerra. (Pausa) ¿Sabes? Con él me siento en falta.

PABLO. ¿Y usted por qué?

GREGORIO. Algo le debe el exilio mexicano todos los timoteos. Sí. Sufrimos lo nuestro. Pero nos abrieron los brazos y muy pronto encontramos un lugar para nosotros. Y para tener hijos mexicanos como Manolito. Pero este hijo mío no sabe ni de lejos lo que has sufrido tú. También te debe algo.

PABLO. Calle, tío, no diga tonterías. Si ha dicho providencial para lo de ahora, dígalo mil veces más para lo que aquí no le ha tocado a él. Déle gracias a Dios, si usted es creyente, o a lo que crea, y a mirar pa lante. No sé si todo allí sea como Manolito dice, pero allí todavía se puede hablar.

GREGORIO. Más que aquí, desde luego. Y ha podido estudiar porque el país ha sido muy generoso con todos nosotros. A los exiliados en Francia los entrego Petain o vino la Guerra Mundial. Otros barcos que iban a la Dominicana, por ejemplo, los vendió Trujillo a Franco y los mandó de vuelta a que los fusilase. Hay muchas historias.., pero México…

Aparece Timoteo, sonriente.

TIMOTEO. Camaradas, fuerzas enemigas han impedido mi avance unos minutos. Pero heme aquí. ¿Y qué? A que se está bien aquí. ¿Habéis pedido gambas? ¿Que no? ¡Venga unas gambas! ¿Y tu chico?

GREGORIO. Una resaca de todos los diablos.

TIMOTEO. Eso están bien a su edad. Es tiempo de resacas. ¡Y tres cañitas más! ¿Vosotros de qué hablabais?

GREGORIO. De México.

TIMOTEO. Que sí. Que ya he leído las noticias. Mirad que el PRI ese de mierda... Lo creí más de izquierdas. Lleva razón el crío. ¿Qué? A que igual que aquí. Desarrollo económico

con los de Opus, pero el palo de siempre al que se mueva. ¿Has visto, Pablo, que lleva razón tu padre?

PABLO. Yo nunca le he negado la razón en esas cosas.

TIMOTEO. Pero, claro, hay que aprovechar el desarrollo económico a costa de lo que sea. Para eso está el suegro. Pero hoy hablemos de otras cosas. Hace buen día. Miradme aquí, con mi hijo adorado y con el primo de mi edad con el que empezamos juntos nuestra historia. Los tres de izquierdas, hasta donde aquí se puede ser. ¿Qué no, Pablillo? Ya, ya, me callo. Venga a decir ¡salud!

Chocan los vasos.

PABLO. ¡Salud!

GREGORIO. ¡Salud! ¿Y si vinieses a México a conocer el país y a ver si hay algo para ti, para quedarte?

Pablo y Timoteo se quedan perplejos ante el ofrecimiento de Gregorio. Se miran. No saben qué decir.

TIMOTEO. ¿Qué dices, Gregorio?

GREGORIO. Nada, lo que has oído. Está la FETE…

TIMOTEO. ¿Se reúnen todavía los de la FETE?

GREGORIO. Hasta una publicación tenemos. Quizás.., ve tú a saber…

TIMOTEO. Si no tengo para vivir. Si éste me tiene ahí, en la casa de su suegro, casi de clandestino.

GREGORIO. Pues por eso.

TIMOTEO. ¿Cómo podría siquiera pagarme un billete?

GREGORIO. Eso lo arreglaríamos entre Pablo y yo y quizá camaradas tuyos de allí.

TIMOTEO. Venga, Gregorio, que me tomas el pelo.

GREGORIO. Digo que podría ser. No digo más.

TIMOTEO. ¿Y éste que haría sin mí? Porque no vayas tú a creerte que a su suegro le quiere como me quiere a mí.

PABLO (jubiloso). Padre… Me las arreglaría.., podría ir a verle…

TIMOTEO. ¡Y con qué pasta..!

PABLO. Le escribiría.., como en aquellos tiempos de la cárcel…

TIMOTEO. No digas gilipolleces, que de eso tú nada recuerdas.

PABLO. Mucho más de lo que usted se cree.

TIMOTEO. Bah.

PABLO. Que esas cosas, padre, aunque se callen, no se olvidan nunca.

GREGORIO. ¿Qué dices, Timoteo? Sin ilusionarnos, pero deja que hable con unos cuantos. Y ves tú a saber…

TIMOTEO. Venga, dejémonos de sueños, que ésta es la España del Caudillo, y aquí nada se mueve sin su permiso. (Baja la voz) Porque él es Dios, ¿sabíais?, está en todas partes y nadie lo puede ver. Es como el sostén de las señoras: engaña a los de fuera, oprime a los de dentro y hace de los caídos un monumento.

Oscuro.

Cuadro 6

1973, PLAZA DEL REY, BARCELONA

La luz sube sobre Pablo y Manolo en un lugar semejante al anterior, también en la Plaza del Rey, cinco años después. Es Pablo quien pide la orden.

PABLO. Dos cañas.

MANOLO. No. Para mí un tanque. Que por eso la tengo bien clarita en la memoria y quise regresar a esta Plaza del Rey, (por lo bajo) y eso que somos republicanos.

PABLO. Venga, un tanque para éste. Y unas gambas. (Pausa) Y, cuenta, cuenta. No hables de tu padre, para no entristecernos. Que eso muy bien me lo has escrito. Pero ¿y tu madre?

MANOLO. Murió muy poco después. Eran una sola persona.

PABLO. Pues lo siento, chico. Y tú, ¿te has casado?

MANOLO. Sí, me casé. Tuvimos un hijo. Y al ratito me divorcié.

PABLO. ¿De la chica que enfrentaba contigo los tanques en el 68?

MANOLO (sonríe). Sí. De ésa.

PABLO. ¿Y por qué divorciarse tan pronto?

MANOLO. Por incompatibilidad de caracteres, se dice. Porque no aguantó mi ritmo de vida. Las mujeres se aburguesan, ¿o no?

PABLO. Yo qué sé.

MANOLO. Lo digo porque me acuerdo de todo lo que decía tu papá de la tuya.

PABLO. Nada, nada. Él hablaba de mi suegro. Y eran cosas suyas. Mi pobre padre vivía con sus fantasmas.

MANOLO. Sí. También me escribiste sobre su muerte. Me conmovió. La muerte de un militante de verdad. No de la gauche divine, como yo me he sentido siempre. Incluso ahora, que milito en el PC mexicano. (Pausa) Por lo menos, tú sí tuviste mucho tiempo para hablar con él. Yo en cambio… En fin, qué te cuento, si fuiste testigo.

PABLO. Testigo, yo, ¿de qué?

MANOLO. De nuestro viaje. De cómo desperdiciaba los últimos años de mi padre. Justamente en el regreso que, a pesar de estar todavía Franco, él soñó conmigo. Para enseñarme España, su campo de batalla. Un luchador auténtico que se quedó con muchísimas cosas que decir al mamón de su hijo. Como yo me voy a quedar sin decir cosas al mío, porque lo veo una vez a la semana. A ver si a él se le mejora la suerte y cuando crezca tengo ya alguna cosa interesante de qué hablarle.

PABLO. Pues de nuestra guerra, del exilio.

MANOLO. Y a ver si me oye, porque si es como yo..., puta madre, lo que es que yo.

Llega la orden.

MANOLO. Salud. Y a la salud de nuestros padres y de todos los que lucharon su guerra.

PABLO. Nuestra guerra.

MANOLO. Oquéi, nuestra guerra.

Chocan los vasos.

PABLO. Salud.

Manolo se acerca a Pablo para hablar en voz baja, cuidando que nadie lo escuche.

MANOLO. Se murieron los dos sin enterrar a Franco.

PABLO. Como que él va a enterrarnos a todos. El no se va a morir, ¿sabes? Aquí hablar de la muerte del Caudillo es de comunistas. Aquí hay que decir “hecho biológico”, cuando se atreve uno a hablar de eso.

MANOLO. Pues por que llegue pronto el “hecho biológico”, y reviente. Antes de que él les aplique la pena de hechos biológicos a más inocentes. ¿Tú crees que a su edad se atreva a firmar las sentencias de muerte?

PABLO. El Caudillo firmó las de media España, ¿por qué no las de dos anarquistas?

MANOLO. Porque hasta el Papa le ha pedido clemencia.

PABLO. Eso he leído, sí, y es porque el catalancillo parece un seminarista de los ojos negros.

MANOLO. ¿Fusilarlo..? ¿Tú crees..?

PABLO. Le costará, sí, porque la mano le tiembla. Pero es por el Parkinson. No por otra cosa. Hasta el último aliento, y olé, Franco será el Caudillo. Como dice alguna de las canciones de verano: “Hasta el último aliento…”

MANOLO. Le queda mejor a Franco aquella de Massiel de cuando vine, ¿te acuerdas?:“O quizás simplemente te regale una fosa”. Hay que chingarse con Franco. De padre omnipotente de un reino sin rey, a abuelito sangriento de todos los españoles y sus anexas.

PABLO. Y a cambiar de tema, que ése cansa.

Se separan para hablar en voz normal.

MANOLO. Hay algo que me escuece en la memoria, ¿sabes? No sé si tú puedas ayudarme. Es algo que me ha venido saliendo y que brilla entre todo lo demás. Mi padre, en aquel viaje, hablaba mucho de algún hijo de su hermano, del que no sabía nada porque le había perdido el rastro.

PABLO. ¿Marcelino?

MANOLO. Sí, de su hermano Marcelino.

PABLO. No. He querido decir que Marcelino se llamaba el crío.

MANOLO. ¿Lo conociste?

PABLO. Murió en la guerra.

MANOLO. ¿Y su padre?

PABLO (tras pausa). ¿Su padre..? Era el tuyo. Tuviste un hermano Marcelino. Y era mayor que yo.

MANOLO. Pero. (Pausa) Pero mi papá me dijo, cuando yo le pregunté directamente eso, que no. Que era un hijo de su hermano, y sí, me dijo eso, que ya había averiguado en el pueblo y que el sobrino se había muerto en la guerra.

PABLO. No sé por qué guardar . Pero sí que no quiso que tú lo supieras, al menos entonces.

MANOLO. ¿A lo mejor por mi mamá?

PABLO. O sólo por ti. Por tu reacción. Ve tú a saber. Por esas cosas que tenemos los viejos.

MANOLO. ¿Viejo? Si no tenía ni 60 años. No. Seguramente fue una de tantas cosas que esperaba un momento mejor para decirme, y que no dejé llegar. ¡Qué pendejo era yo! Pero qué pinche pendejo. Aquí no dicen pendejo, ¿cómo dicen?

PABLO. Gilipollas.

MANOLO. ¡Qué pinche gilipollas! (Pausa) ¿Y cómo fue la historia de mi hermano?

PABLO. Yo no había nacido. Y lo que sé es de oídas. Pero creo que tuvo a Marcelino con una chica de algún pueblo vecino. Y como tantas veces, el padre de ella, cacique ricachón de aquellos, impidió la boda hasta que tu padre ganase las suficientes perras. El se fue a Madrid para estudiar el Magisterio y para volver. Pero estalló la guerra y lo movilizaron a Barcelona.

MANOLO. ¿Como a tu padre?

PABLO. No. Él se quedó en Andalucía a hacer la guerra.

MANOLO. Ah, sí, me lo dijo cuando habló de Siqueiros.

PABLO. Pues eso. Mi padre y la familia le perdieron la pista a Marcelino y a Angelita, su madre. Se hablaba de que el niño enfermó, en medio de la guerra. Y tú sabes. Pero mi padre no estaba seguro de nada. Como dices, se perdió la pista. Sólo hasta que tu padre volvió a España contigo y tú te marchaste a París, él volvió al pueblo para enterarse con certeza de todas esas cosas.

MANOLO. Y volví de París insoportable. Sintiéndome dueño de todas las respuestas. Maoísta, heredero directo de la Revolución Cultural. Afortunadamente no había tribunales para entregar a mi padre por aburguesado, porque te juro que lo hubiera llevado a un tribunal del pueblo. ¡Pendejo! Había que desconfiar de cualquiera mayor de treinta años, que son apenas los mismos que estoy por cumplir ahora. ¡Pendejo! Y me quedé sin oírle tantas cosas.

PABLO. Venga, salud. Y a pensar en otra cosa. Que nunca son fáciles las relaciones entre padres e hijos. Ya lo sabrás con el tuyo.

MANOLO. Si con el mío puedo establecer alguna relación, porque sólo una vez a la semana... Pero, sí, tienes razón, salud. Comamos y bebamos que mañana moriremos. Y si hay otro mundo, a lo mejor en ese me encuentro con mi pobre papá y con mi mamá y con mi pobre hermano Marcelino. ¿Así se llamaba, de veras?

PABLO. Sí.

MANOLO. ¿Cómo el de pan y vino..? (Brinda hacia lo alto) Pues, salud, papá, mamá y salud, Marcelino pan y vino.

Oscuro.

Cuadro 7

1969, TASCA ANDALUZA, BARCELONA

Timoteo consume un chato de vino y alguna tapa en una mesa solitaria de la tasca. Entra Pablo y va hacia él.

PABLO. ¿Y los amigos?

TIMOTEO. Pues. Yo qué sé. Llegarán o se han marchado. (Pablo se ha sentado) ¿Y tú, aquí? ¿Ya no temes que te vean con rojos y charnegos?

PABLO. Nunca lo he temido, padre. Y déjese de fantasmas, que he venido a otra cosa. Tengo noticias.., tristes.

TIMOTEO. ¿Qué, te ha pasado algo?

PABLO. A mí, nada.

TIMOTEO. ¿A tu mujer, a los críos?

PABLO. A ellos, nada.

TIMOTEO. ¿Al pelma de tu suegro?

PABLO. No, padre, las malas noticias llegan de México.

TIMOTEO (tras pausa). ¿Ya?

PABLO (sin comprenderlo). ¿Ya..?

TIMOTEO. ¿Ya se ha marchado el Gregorio?

PABLO. ¿Qué dice usted?

TIMOTEO. ¡Coño! ¿Que si se ha muerto?

PABLO. Eso, sí. Que el tío Gregorio se ha muerto en México.

TIMOTEO. Pues con haberlo dicho.

PABLO (tras pausa). Y.., ¿no le duele a usted?

TIMOTEO. ¿Dolor..? Es otra cosa. Quizás es alegría porque se acaba todo. Porque viene a anunciar que yo habré de seguirle. Y, ¡coño!, Franco sigue tan fresco.

PABLO. Pero.., aquello de viajar usted para México.., con sus camaradas.., o con los de la FETE.., aquello puede hacerse todavía. Yo tengo ahorrado algo…

TIMOTEO (con gran ternura). Hijo mío. Aquello lo has creído. ¿No? ¿Te ilusionaste?

PABLO. ¿Y usted?

TIMOTEO. Mira, hijo mío. Acababas de nacer cuando tu padre fue condenado a muerte. Y, luego, no pienses que conmutaron la sentencia. Solamente la aplazaron. Cuando tu madre y tú fuisteis a recibirme a la puerta de la cárcel, tampoco quedaba libre. Fue mi condena a trabajos forzados. Otros les cavaron un valle a sus caídos y yo salí con vosotros, puede ser que a lo mismo. Franco no ha perdonado nunca. Y nosotros, tampoco. Yo no quería ir ahora a México como asilo, no político, sino de ancianos muertos. Me mataron cuando entregué mi arma y os dejé a vosotros en el pueblo, solos y rotos. Ahí fue de verdad. Lo que recibisteis al salir de la cárcel fue un muerto. Has sido un niño roto que carga con un muerto. Eso hemos sido. Pablo, hijo, si digo estupideces es por eso, porque tú has cargado por toda España con el cadáver vivo de tu padre. ¡Vaya si he de quererte! ¡Qué coño! Te ha tocado lo peor. Para ti ni siquiera el fulgor de esperanza que tuvimos con las balas. Tan sólo un lento arrastrar al muerto. Que encima, hijo, ahora chochea.., dice gilipolleces…

PABLO. Padre, no ha sido así, no diga tonterías. He sido muy feliz con madre y con usted. Y después, cuando ella murió, con usted solo, aunque a veces me exija demasiado. Usted sabe que si cuido que no me vean por aquí es por los hijos. No quiero repetir historias…

TIMOTEO. La historia nunca se repite, y si lo hace es farsa, decía Marx. Como farsa soy aquí, solo, conspirando conmigo contra nadie. Y bien lo sé. Te exijo tonterías. Pero yo sé que tú lo sabes. Y sabes que eres lo único que tengo.

PABLO. Y lo que tengo yo. Sí lo sabemos. Y que lo quiero como quiero a esta España y a mis hijos. Y sé que llegará un día…

TIMOTEO. No para mí, hijo mío, no para mí. Será para vosotros. Yo pronto me marcharé como anuncia el Gregorio, como todos los camaradas que de aquí se han marchado, de esta mesa, uno a uno, mientras Franco entra bajo palio a cantar sus tedeums.

Oscuro.

Cuadro 8

2008, AEROPUERTO DE LA CIUDAD DE MÉXICO

Suben luz y esas músicas impersonales que suenan en los súper mercados y en los aeropuertos. Pablo y Manolo llegan a una mesa y se sientan. Pablo lleva consigo su equipaje de mano. Se acerca alguna mesera a tomar la orden.

PABLO. Para mí, basta con un café. Ya darán algo en el vuelo.

MANOLO. ¿Un café americano?

PABLO. Es igual. Sí. Que sea eso, americano.

MANOLO. A mí igual, por favor.

La mesera se retira y durante la conversación servirá los cafés.

PABLO. Ha sido un buen viaje. La he pasado muy bien. Todo gracias a ti. Y tú, ¿qué? ¿Cuándo cruzas el charco?

MANOLO. Pronto. Ya verás. Pero no vayas a pensar que viajar me gusta mucho.

PABLO. Pues mira que lo has hecho.

MANOLO. Sí. Pero ya me cansé. O no sé. A lo mejor viajar solo me deprime. Quizás cada vez pega más esto de la melancolía. Dicen que es enfermedad de viejos.

PABLO. Hombre, para viejo, yo. Tú tienes sesenta años.

MANOLO. Ya sesenta y tres. (Pausa. Sonríe.) Tenerte enfrente, aquí, en un aeropuerto, me recuerda a mi papá cuando viajé a París y lo dejé tan solito en Barcelona, en el 68.

PABLO. Bueno, solo, no. Estaba con nosotros.

MANOLO. Sí. Y después se fue al pueblo. Para preguntar por Marcelino antes de que yo lo alcanzara en Madrid ya para regresarnos.

PABLO. Fue muy feliz en esos días. Puedes estar seguro. En Barcelona charló mucho con mi padre.

MANOLO. ¿Y de qué hablaban los dos viejos?

PABLO. No lo sé. Se iban solos. Paseaban. Charlaban tomados del brazo por el Paseo de San Juan. O callaban juntos. Se decían cosas. Las suyas. Charlaban.

MANOLO. Pero nadie los escuchaba. (Pausa) ¿Por qué el Paseo de San Juan?

PABLO. Hombre. Les gustaría.

MANOLO. ¿Estaba cerca de tu casa?

PABLO. A una estación del metro.

MANOLO. Hay un gran pintor de aquí, también refugiado español, Vicente Rojo.

PABLO. ¿Hijo del general?

MANOLO. Sobrino o hijo, no lo sé bien a bien. Tiene una serie de cuadros de gran formato sobre los bombardeos desde el Paseo de San Juan. Sí, de Barcelona. Tal como él los recuerda de niño. A lo mejor hablaban de eso mismo.

PABLO. Pues, eso. Quizás también del pueblo.

MANOLO. O de la mamá de Marcelino, ¿Angelita?

PABLO. Angelita, sí.

MANOLO. Que no puedo imaginarla por más que durante treinta y cinco años he tratado de pintarla.

PABLO. ¿Vaya? ¿Ya pintas retratos?

MANOLO. No tradicionales. No de los realistas como quería tu padre. Pero sí, a mi manera. Aunque tal vez sea ya la hora de agarrar el lápiz de punta fina y trazar claramente las siluetas de esos dos hombres, exactamente de la edad que tengo ahora, hablando por el Paseo de San Juan, de su.., de nuestra guerra. Hablando de sus distintos viajes de Almería a Barcelona. Toda España. De la cárcel. Del exilio. De que ya no les quedaba nada por perder. A mi papá tal vez sólo le quedaba recordar a Marcelino y a su madre, al exilio, al hijo idiota que concibió en México, y cómo caían las bombas sobre el Paseo de San Juan, como en los cuadros de Vicente Rojo.

PABLO. O hablaban del futuro. De nosotros. De que mucho les quedaba por soñar. Por desear que hiciéramos los hijos y los nietos.

MANOLO. Pero yo me quedé sin oírle tantas cosas. Perdona que me repita. Sé que estoy neceando. Muchos años pensé que no lo oí por joven, por mamón y por borracho, pero ahora pienso que fue por algo más profundo. Por una imposibilidad en ambos. Otra herida de nuestras guerras. Una zona de silencios entre un padre y un hijo salidos de aquel que también fue entre hermanos. Por lo menos, entre tu padre y tú, no existió esa zona de silencio.

PABLO. Hombre, también hubo silencio entre nosotros. Y él no supo siquiera lo que hice yo a la muerte de Franco. Comisiones Obreras y también la militancia en el PSUC. No. No creas que vivir juntos los años trágicos rompe el silencio. No. Nada, me parece a mí, puede romperlo.

MANOLO. ¿La brecha generacional?

PABLO. También es eso. Pero en el caso de España y del exilio en México son también otras cosas. ¿Sabes tú que Franco quiso hacer la guerra larga para ir arrancando cualquier esperanza y para ir sembrando el miedo, en cada rincón, en cada pueblo? Y esto duró toda la posguerra.

MANOLO. Sí, le estás atinando. Somos países raros, España y México. Países de guerras constantes y de larguísimas posguerras.

PABLO. Y España, al menos, un país sin memoria. Franco también se cuidó de arrancarla de raíz. De eso hablaba él cuando decía que dejaba todo atado y bien atado. Llevaba razón. Hablaba de que había borrado la memoria.

MANOLO. Aquí es igual. No te conté suficiente de lo que aquí está pasando. De cómo setenta años de priísmo ya se nos olvidaron, y con tres pases mágicos los que aplaudieron a Díaz Ordaz, por ejemplo, ahora se dicen de izquierda. Y los que no encontraron chamba ni los hicieron candidatos a lo que querían, ahora son radicalísimos. No es una sola nuestra guerra, son tantas. Y de todas hemos perdido la memoria, para aceptar una especie de caricatura que han venido a enjaretarnos los que están esperando regresar. Porque aquí, ya lo verás, el PRI va a regresar, aunque algunos nos muramos de la pinche rabia.

PABLO. Los intereses cambian, aquí y allí. Y en la transición hicimos todos una especie de pacto para perder la memoria y salvar la democracia. Amnesia, para evitar nuevos derramamientos de sangre y, lo que nadie olvida, para evitar nuevas posguerras. ¿Sabes tú? Ni a Julián Grimau se hizo un mínimo homenaje en aquellos días. Hoy si mis hijos y mis nietos han oído hablar de Julián Grimau es por casualidad, porque a veces se escucha alguna canción latinoamericana. Mis hijos y mis nietos están seguros de que todo se inventó el día en que tuvimos democracia.

MANOLO. Aquí, parece que todo lo hubiera hecho bien el PRI. Los del PRI original y los que se salieron del PRI. Todo un carnaval de populismo amnésico, siempre priísta. Sí, también son de memorias nuestras guerras.

PABLO. Hasta hoy, el juez Garzón pide exhumar cadáveres que al parecer ya nadie quisiera encontrar y, ya lo has visto, se lo impiden para que nadie diga nada. Era Antígona, ¿verdad?, la que entregó la vida por enterrar a sus muertos como debía de ser.

MANOLO. Sí, era Antígona.

PABLO. Pues nosotros, ni eso. Mis hijos y mis nietos me miran como a extranjero cuando hablo de aquello. No sé, Manolo, si tú has hablado con los tuyos.

MANOLO. No. Mi hijo se fue a los Estados Unidos a estudiar y allá se quedó. Y se casó y lo veo muy de vez en cuando. Yo soy un pobre maestro de grabado en la Universidad y no puedo hacer tantos viajes como quisiera para verlos. Así, que nada, nada de eso. Además, confundo cosas y creo que es de León Felipe ese poema de otro, “ahora quiero dormir”. Tú me perdonarás que diga que todo es una chinga: no tengo hijos ni nietos a quien contarles nada, y me quedé sin oír a mi padre.

PABLO. No. A él sí lo oíste. Lo fundamental, al menos. Con nuestros padres fue distinto, ¿sabes? Hubo mucho silencio, pero también había otras formas de charlar entre nosotros. Tú sabes que tu padre te adoraba. ¿No es verdad?

MANOLO. Sí, lo sé.

PABLO. Y yo lo sé también. Y tú y yo somos conscientes, al menos, de nuestra guerra o, bien, de nuestras guerras. Hablamos con ellos de eso aunque fuese de otro modo. Pues, nada, que debemos buscar esas maneras para heredar la memoria a nuestros hijos. ¿No lo crees? ¿Tú, que pintas? Pues eso pienso yo.

MANOLO. Sí. Debo olvidar un momento el abstraccionismo y afilar la punta de mis lápices para retratar al menos un jirón de la España y del México del Siglo XX. Y volver a Solana, por ejemplo.

PABLO. Qué se va hacer, Manolo. En este preciso momento, al ver el reloj, lo único que entiendo claramente es que se ha hecho tarde, y debo darme prisa para no perder el avión. Fíjate tú, sin avión y sin memoria. Venga a pagar y a darnos un abrazo.

Oscuro.

Cuadro 9

1968, BARCELONA, PASEO DE SAN JUAN

Exactamente igual que al inicio de la obra, se escuchan las mezclas musicales de la obertura y sube la luz sobre Gregorio y Timoteo que caminan mientras charlan, inaudiblemente, en el Paseo de San Juan. Sólo cambia que, en esta escena, el oscuro se hace sobre ellos sin terminar la música que continúa hasta que sube la luz de la escena próxima.

Cuadro 10

2008, BARCELONA, HOTEL BARNA

Exactamente como en la escena del Hotel Barna, de 1968, Manolo duerme entre sus sábanas. Aún continúa la música anterior. Cuando ésta sale, entra Gregorio, con periódicos bajo el brazo que deja en alguna mesa, mira por unos momentos a Manolo que duerme. Sonríe al mirarlo. Enciende un cigarrillo y se pone a jugar un solitario sobre su cama.

GREGORIO. Manolo, Manolín, Manoliiito.. ¡Manolo, hijo, ya! Manolo.., Manolito.., Ito.., Ito.., señorito..! Vamos, Manolo, ¡ya! ¡Que es hora de vestirse y de salir a hablar, que a eso hemos venido! ¡Hueles, guarro! ¡A la ducha! ¡Que he venido a por ti. Manolooo, Manolito, ¡Manolo! Que quiero hablar contigo y debemos de irnos.., hombre.., que…

MANOLO se ha incorporado y lo interrumpe. Es ya el de 63 años. Aún sin despertar bien enfrenta a su padre:

MANOLO. ¡Ya, papá! ¡Chingada madre! ¡No molestes! ¿Qué quieres?

GREGORIO. Qué viejo estás, muchacho, qué decrépito.

MANOLO (ya bien despierto). Es que… Como hace tanto tiempo que no duermo…

OSCURO FINAL.