Nuestro patrimonio cultural analizado por una viajera del siglo XIX: Juliette de Robersart

Estrella DE LA TORRE GIMÉNEZ Universidad de Cádiz

En 1863, una perfecta desconocida, una dama de la alta nobleza belga, Juliette de Robersart, decide emprender un periplo de cuatro meses por tierras españolas, acompañada únicamente de dos sirvientes, un tal Sixte, la señorita Octavie y una dama de compañía, la señora Waudru, con el solo propósito de rehacer el que años antes había emprendido un hermano suyo fallecido en 1860, aventura que repetiría en 1876, de nuevo sola y movida por la nostalgia de volver a visitar a familiares y amigos que había encontrado trece años antes y sobre todo para poder recuperar ciudades, monumentos y paisajes que la dejaron cautivada. Juliette de Robersart, condesa desde la cuna, nació en la ciudad belga de Mons, el 28 de diciembre de 1824, cuando Bélgica estaba gobernada por el rey de Holanda, Guillermo I, en el seno de una familia belga vinculada a la aristocracia francesa. Juliette era la última hija de Alexis-Joseph-Constant, conde de Robersart, y de Marie- Anne-Alix-Chrétienne Delacoste, nacida en 1800. Tuvo tres hermanos, Albert, Raymond, muerto en 1860 y Mathilde. Su familia poseía, además del castillo de , cerca de , el de Nouvelles, construido no lejos de Mons. A pesar de su educación afrancesada, ya que su niñez la pasó en un pensionado de religiosas en París, y de residir largas temporadas en Versalles y en Wambrechies, siempre rechazaría el ser confundida con una francesa, como se lo hace saber a su íntimo amigo el escritor francés Louis Veuillot en 1862:

Vous avez beau dire, je ne serai jamais française, et vous me pardonnerez de ne pas le regretter. Je vous vois bien, votre charmante nation est très égoïste, elle n’a pas le respect de l’autorité, elle se courbe avec joie, se relève comme un enfant furieux, brise, détruit, rit et laisse faire tout, même les choses les plus contraires à l’honneur. […] Non j’aime mieux être de la Béotie de tout ce que vous voudrez, plutôt que de la belle , vaine et frivole. (Veuillot, 1936 : 90)

Desde siempre fue una mujer rebelde, ferviente feminista sin saberlo, se opuso al matrimonio al uso por defender la libertad de la mujer frente a la sumisión al marido: “Non, la femme n’est pas l’ombre de l’homme, non, elle n’est pas au monde pour l’aimer et lui parler de son amour”. (Veuillot, 1936: 163) La muerte de su madre en 1859, y las de su padre y su hermano Raymond, acaecidas un año después, afectaron profundamente a Juliette de Robersart y en 1862, abrumada por la pena y por la soledad y ebria de libertad, contando ya 38 años, se decidió a comenzar una vida errante de imperturbable viajera. Nunca hubiéramos llegado a conocer las experiencias vividas por Juliette de Robersart en el transcurso de su primer viaje a España si Louis Veuillot no hubiera intervenido para hacer editar las cartas remitidas a su íntima amiga Charlotte de Grammont y a algunas otras conocidas y que la propia Charlotte se había encargado de seleccionar antes de ponerlas en sus manos Estrella DE LA TORRE GIMÉNEZ

Según el bibliógrafo Otto Lorenz, la primera publicación de las cartas de 1863, imposible de encontrar en la actualidad, fue realizada en 1865, pero cuando se lee la correspondencia entre Veuillot y Charlotte de Grammont, comprobamos que Otto Lorenz está en un error y que en realidad se editaron en 1868. Si nos ceñimos estrictamente a lo dicho en este prólogo, en la primera edición no aparecerían los nombres verdaderos ni de Juliette de Robersart ni de los receptores de las cartas, y tampoco las fechas reales: “J’ai élagué tout ce qui pouvait décéler vos traces. J’ai mis partout des noms et des initiales de fantaisie. Il y avait des dates, je n’en ai pas laissé une”. (Robersart, 1879 : VII) La reedición de 1879, que es la única que se conserva en la actualidad1, llevada a cabo conjuntamente por el editor Watellier de París y por la Société de Saint Augustin ubicada en Lille y en Brujas, es una reedición ampliada ya que en ella se recogen bajo el epígrafe de Fragments algunas de las cartas enviadas en el transcurso del segundo viaje a España realizado en 1876. En esta reedición se recupera el prólogo anónimo de Veuillot y se cuenta con el beneplácito expreso de la autora de la correspondencia, ya que la obra se inicia con una pequeña introducción también anónima, donde se alude al aparecido en la primera edición, haciéndose patente que se trata de Juliette de Robersart por la humildad con que se expresa alabando el extraordinario trabajo llevado a cabo por su incondicional amigo años atrás: “La préface de la première édition est un diamant attaché sur une robe de bergère et l’étoffe paraît plus humble encore, je le sais si j’ai laissé la pìerre précieuse, que le lecteur daigne croire à mon abnégation, c’est pour ne pas l’en priver”. (Robersart, 1879: I) En esta ocasión, los editores, ajenos a los subterfugios empleados por Veuillot años antes, recuperan los nombres reales de la viajera como los algunas de las amigas a quienes fueron dirigidas las cartas, aunque se mantiene el anonimato de otras, al tiempo que incluyen las fechas y las ciudades de expedición. Del viaje de 1863 se recogen 39 cartas, de las cuales 27 se remitieron a su íntima amiga Charlotte de Grammont, 3 a la Marquesa de V***, 3 a la señora Verspyck y 6 a una tal V***, que lleva por nombre Marie Joseph, la repetición de la inicial V, nos lleva a pensar que se podría tratar de la misma persona. Del realizado en 1876 sólo se publicaron 30 cartas, de las cuales 24 fueron dirigidas a Charlotte de Grammont y 6 a la condesa Adhemar de . No cabe la menor duda de que en ambas ocasiones fueron muchas más las cartas enviadas y muchos más los amigos y familiares que gozaron con su lectura, ya que Juliette de Robersart menciona a otras personas a las que ha dirigido cartas y Veuillot, en su correspondencia con Charlotte de Grammont, se refiere a la recepción de cartas desde España, pero esta buena amiga común, que había sido la responsable directa de su publicación, suprimió todo aquello que le pareció superfluo o carente de interés. La primera edición de 1868 pudo llevarse a cabo porque Charlotte de Grammont entregó parte de las cartas a Louis Veuillot, pero la autora y el editor tuvieron que pagar un alto precio: su intervención, si creemos lo que el escritor francés le reprocha en una carta del 27 de septiembre de 1864, no se limitó a hacer una mera selección sino que

1 Esta es la fecha que aparece en la portada , pero en la referencia que se hace a la obra en Les Écrivains belges contemporains de langue française de Camilla Hanlet (1946), se dice que la fecha es la de 1929, lo que es extraño porque no se ha encontrado ninguna mención a ella en el volumen.

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también se permitió suprimir toda aquella correspondencia que le pareció oportuno, llegando incluso a desgarrar la parte final de un cuaderno donde, al parecer, estaban recogidas: “Vous avez fait des suppressions et c’est bien dommage. Le cahier a été déchiré à la fin, pourquoi” (Veuillot, 1912 : 73). Es evidente que sólo permitió que se publicara lo que ella consideró oportuno. Almas gemelas, Charlotte y Juliette permanecerían unidas hasta la muerte de la primera, acaecida nueve años antes de la de Juliette. Compartieron todo a lo largo de su existencia, hasta el amor platónico que Louis Veuillot sintió por ambas en diferentes momentos. Rechazado por las dos como marido, supo mantenerlas como amigas2. Leyendo las Cartas de España y las frases de cariño que Juliette le dedica a Charlotte, cabría sospechar que la amistad entre ambas podría haber rayado en un amor que iba más allá de la simple amistad. La primera carta de su primer viaje a España será enviada a Charlotte de Grammont el 20 de marzo de 1863, desde Bayona; la última se dirige a la señora Verspyck, el 10 de julio del mismo año, desde la ciudad francesa de Bagnères de Louchon. Conoceremos su segunda estancia a partir de la primera carta remitida a su íntima amiga desde el pueblo sevillano de Dos Hermanas, el 12 de diciembre de 1876, enviándole la última desde Loyola en el transcurso del mes de abril, aunque no aparece la fecha exacta, nos atreveríamos a arriesgar la del 24. No esperemos encontrar en la correspondencia de Juliette de Robersart la obra de una gran escritora, sus cartas están escritas con la frescura que da la espontaneidad. Nunca se planteó que las confidencias a sus amistades llegarían a ser leídas por alguien más. Va redactando a la misma velocidad con que le vienen las ideas, quiere ser lo más exhaustiva posible para hacer partícipe de lo que va viendo y experimentando a aquellas a quien se dirige. Son muchas las ocasiones en que se da cuenta de que le faltan las palabras, y que carece de estilo para transcribir con maestría lo que ha quedado impreso en su retina o en su corazón, pero aunque hace caso omiso a la buena puntuación o a la sintaxis correcta y son numerosos los errores de trascripción de palabras españolas que ella entiende a su manera, su correspondencia encierra una gran belleza. El 28 de junio de 1863, cuando no había finalizado todavía su viaje, Louis Veuillot, admirado por su estilo, escribe a Charlotte de Grammont en estos términos: “Je vous renvoie la lettre de Ronda. C’est un bijou et un chef-d’oeuvre, qui donne bien envie de voir les autres”. (Veuillot, 1912 :10) Excesiva en todo, Juliette nunca verá el momento de concluir sus cartas, en una ocasión confesaría a Veuillot que cuando las cartas que le remitían a ella no sobrepasaban las ocho páginas, se sentía contrariada. Tampoco tiene en cuenta ni la hora en que las redacta ni el lugar, cualquier momento es apropiado, ya sea de madrugada, desde su habitación, al anochecer, desde el patio de los Leones o desde la más inhóspita pensión, todo momento y lugar son propicios, se diría que no puede perder tiempo, privilegia el aquí y el ahora. Los amigos lejanos tienen que saber que los tiene siempre con ella y que ella no quiere que la olviden, haciéndoles participes de sus emociones. En varias ocasiones se repiten sus apreciaciones al contárselas a amigas diferentes, pero no mermará en absoluto ni su entusiasmo, ni sus halagos.

2 En 1910 se publicó un poema de Veuillot Cara, donde aparecen dos mujeres, Cara y Antonia, que podrían identificarse con Juliette y Charlotte respectivamente.

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Todas aquellas ciudades por las que pasó lograron dejar en ella recuerdos inolvidables y no escatimará los elogios de todo lo que iba visitando, pero en las dos ocasiones Andalucía será su predilecta. Siempre añorará Sevilla, ya antes de conocerla, cuando estaba recién llegada a Madrid, el 24 de marzo escribía: “ASPIRO a Sevilla”, “la maravilla de las Españas”, “Sevilla la Bella, Sevilla la Maravilla ha sido siempre un paraíso”, y son muchas las ocasiones en el transcurso de su primer viaje en que lamentará haber tenido que abandonarla, con la presunción de no poder volver nunca más, pero trece años después será en la capital andaluza donde pasará la mayor parte del tiempo, aunque, obligada por la inundaciones del Guadalquivir acaecidas aquel año, se vería obligada a instalarse en Dos Hermanas. Todo en Sevilla le resultaba encantador y atractivo, sus calles, sus gentes, sus jardines, pero por encima de todo su catedral; el 22 de abril de 1863 trasmitiría a su amiga Charlotte un grito de desesperación:

Quitter Séville! mais c’est s’arracher à la cathédrale, à la plus belle chose du monde, à la merveille qui chante jusque dans les nuages la gloire de Dieu, et le génie de l’homme consacré à Dieu. C’est quitter le temple où on voit l’ombre de Dieu lui-même, où on sent l’infini, où on pleure d’admiration et d’amour. (Robersart, 1879 : 71)

Córdoba y Granada, envueltas en el hechizo de su pasado musulmán, la retendrían durante sus dos viajes, no variando un ápice ni su asombro, ni su admiración ante los tesoros que se encierran en ellas. En ambas ocasiones sus estancias no llegaron a superar los cuatro meses, pero supo sacarles el máximo partido. Monárquica, conservadora y profundamente católica,3 su mirada quedaría prendada de todos aquellos monumentos religiosos que, no sólo representaban el patrimonio artístico de ciudades tan emblemáticas como Sevilla, Córdoba, Santiago de Compostela, sino que constituían los vestigios de aquella España “cuna del catolicismo”, donde la Iglesia había sabido dejar la huella de su poder absoluto. Para Juliette, las catedrales, las iglesias monumentales, los monasterios, simbolizaban la estrecha simbiosis que había existido secularmente entre un pueblo de fe inquebrantable y los representantes de Dios en la tierra, no escatimando los elogios para aquellos gobernantes que como Isabel y Fernando, Carlos I o Felipe II, habían sabido defender la fe católica frente al infiel. Para la viajera, la cultura española estaba íntimamente unida al poder eclesiástico, sin la Iglesia, todo era caos y desastre. Pero cuando ella llega a España, las cosas habían cambiado sobremanera, la encuentra diferente, arruinada, desposeída de todo aquello que le había imprimado carácter. Los símbolos habían sido expoliados, vejados, a veces destruidos, congregaciones religiosas que habían esgrimido el báculo en defensa de la fe y resumido la cultura y la inteligencia, como la Compañía de Jesús, habían sido expulsadas y sus libros, cuadros, reliquias habían pasado a formar parte del patrimonio cultural nacional, encontrándose en los museos o en las bibliotecas públicas. Juliette aborrecía las revoluciones, nunca perdonaría a los franceses la de 17894, germen de todas las demás, y los alzamientos populares habían sumido a España en el caos político desde comienzos del siglo XIX.

3 El 2 de octubre de 1862 confesaría a Veuillot con orgullo: “¿Sabe usted que soy pariente de san Francisco de Sales?” 4 En una carta dirigida a Veuillot el 10 de octubre de 1862 afirmaría:” Qu’est-ce qu’a donné 89, les uns disent le mal, les autres, le bien; et moi je ne sais plus qu’en penser” (Veuillot, 1936 : 133).

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Juliette, cercana a la cuarentena cuando llegó a España en su primer viaje y pasados los cincuenta en el transcurso del segundo, educada por religiosas, amiga de los más eminentes clérigos y escritores católicos de Francia, defensora de la causa del papa Pío XI, nunca llegaría a superar la visión de una España donde los valores del catolicismo habían sido devastados:

Vous a-t-on dit que l’Espagne me semble une féerie, un paradis ! que de toutes parts on voit les vestiges éclatants de cette puissance qui a été la première du monde, de cette reine des nations qui ne voyait point le soleil se coucher sur ses domaines ; qu’on se sent marcher sur une terre sainte, arrosée du sang des héros chrétiens ; qu’ici la foi domine encore ; grâce à Dieu, et que c’est vraiment la nation catholique des Vincent Ferrier, des Félix de Cantalicio, des Thérèse, des Ignace de Loyola, des François Xavier ! La grande nation du Cid, de Vargas, d’Isabelle-la-Catholique, de Ximénès, etc. (Robersart, 1879: 181-182)

Acompañada siempre de cartas de recomendación y guiada por prestigiosos hombres de iglesia, recorrerá palmo a palmo nuestros monumentos más renombrados. A lo largo de sus interminables cartas, quiere, una y otra vez, plasmar con cifras la riqueza inconmensurable que encierran los monumentos visitados. Conoceremos, a la vez que sus amigas, el número exacto de naves que componen la catedral de Sevilla, la altura de sus columnas, cuantas capillas la componen:

Il y a Quatre-vingts autels, on y dit cinq cent messes par tour et on y consomme dix-huit mille sept cent cinquante litres de vin par an. Le monument ou reposoir a près de cent pieds de haut. Les orgues gigantesques ont d’innombrables tuyaux. On compte quatre- vingt-trois vitraux ; les plus beaux et les plus anciens ont été peints par Arnold de Flandre. Les chapelles ont chacune leurs chefs-d’œuvre. L’église est remplie de sculptures en pierre, en bois, en argent, de Juan de Arfé, de Juan Millan, de Roldan, de Montañes ; des peintures de Murillo, de Zurbaran, de Pierre Campaña, de Roëlas, de Don Luiz de Villegas, des Herrera vieux et jeune, de Juan Valdès, de Goya. (Robersart, 1789: 47) 5

Su admiración por la catedral de Córdoba se resume en un fragmento de la carta remitida desde Cádiz a una amiga anónima el 2 de mayo de 1863:

[…] c’est banal de dire que les Mille et une Nuits nous reviennent à l’esprit, mais c’est la vérité : trente-six nefs dans un sens, dix-neuf dans un autre, neuf-cent-soixante colonnes ! On s’attend à rencontrer un Abencérage dans l’ombre de cette forêt. Por la cathédrale de Cordoue seule, il serait très-raisonnable de faire le voyage d’Espagne. (Robersart, 1789: 89)

No nos ahorrará detalle al describir los tesoros que encierran las sacristías de las catedrales de Sevilla, Granada, Córdoba o Santiago, deteniéndose en el número exacto de diamantes, esmeraldas, perlas y otras piedras preciosas que adornan las custodias, los mantos de las vírgenes o los ropajes de los Niño Jesús. La de Sevilla :

Il renferme des mines d’or, d’argent et de pierreries; la sacristie Mayor, où il est déposé, est elle-même remarquablement belle ; on y voit deux Murillo, san Isidoro et san Leandro, et un Campaña. J’y ai admiré des ostensoirs d’un grand mérite et toujours

5 Hemos conservado la ortografía de la autora de las cartas con los errores evidentes de trascripción.

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d’une grande richesse ; l’un est orné de mille trois cent soixante-cinq brillants, et de deux perles, sinon de la grosseur du bœuf, certainement de celle de petites grenouilles… (Robersart, 1789 : 30)

Contemplaremos las vírgenes y los angelotes de su pintor favorito, Murillo: “[…] il est tout ce que je croyais qu’il n’était pas, et je ne m’étonne plus qu’on l’appelle le Raphaël de l’Espagne ” (Robersart, 1789: 33), otros pintores españoles como Velázquez o Ribera atraerán su atención, al primero le “entregará su corazón”, al segundo se lo “retirará” por la crueldad que encierran sus imágenes y su tenebrismo. Nos horrorizaremos con ella frente al cuadro de Valdés Leal del hospital de la Caridad de Sevilla:

L’Église possède le Moïse de Murillo, le chef-d’oeuvre vanté; c’est divin. Elle a encore d’autres tableaux d’une renommée européenne, entre autres un Valdès, représentant le cadavre d’un archevêque qui commence à être rongé par les vers. Murillo disait qu’à sa vue il fallait se boucher le nez. (Robersart, 1789 : 44))

A Zurbarán le llamará “el Felipe II de la pintura” por sus pinturas tristes y oscuras. No dejará de visitar los hospicios regentados por religiosas, ni las abadías de Córdoba, donde sólo quedaban algunos religiosos, y se quedará arrobada frente a la casa del fundador de la Compañía de Jesús en Loyola. Nada escapa a su mirada escrutadora y se sentirá defraudada con la catedral de León, antaño majestuosa y ahora desvalijada de todas sus riquezas. Los monumentos sepulcrales de Isabel y Fernando, de San Fernando o del apóstol Santiago, merecerán que detenga su mirada y su pluma, siempre con la nostalgia de un tiempo perdido y difícil de recuperar. Coincidirá su primera estancia en Sevilla con las procesiones de Semana Santa, sus descripciones de los pasos son tan exactas que nos hace partícipes de la riqueza artística que encierran y de las pasiones que provocan en los que los contemplan: “ Les Vierges sculptées en bois, ont des manteaux de vingt à trente mètres de longueur, en velours brodé magnifiquement” (Robersart, 1789: 29). Pero también sabe reconocer el bagaje cultural que otras culturas han dejado sobre el suelo español y quedará hechizada por la belleza de la Alambra, del alcázar de Sevilla que le dejará impresionada nada más entrar:

Quand on entre, l’effet est des plus fantastiques ; on ne voit que lointains mystérieux, que colonnades légères et travaillées, que murailles de si fines dentelles, qu’il semble qu’on y frissonnerait au moindre souffle, et que la main d’un enfant mettrait en pièce cette merveilleuse broderie de pierres. (Robersart, 1789: 23) o de la Mezquita cordobesa. Se siente transportada al reinado de Boabdil, a la Granada nazarí, hasta el punto de identificarse con las favoritas del rey. De nuevo le invade la nostalgia de un esplendor desaparecido, el del mundo islámico, reconociendo el prestigio de sus científicos, de sus literatos y de sus arquitectos:

Je vois les rois maures rendant là-bas, sous cette arcade poétique la justice à leurs sujets ; je vois leurs brillants costumes et leurs chevaux caparaçonnés magnifiquement ; je vois les sultanes, et les apprêts s’un tournois. J’entends leurs poètes chanter Allah, et

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le brave Soliman, et la belle mais sensible Fatma ! Je vois Ferdinand et Isabelle, et la fleur de la chevalerie répandue dans la Véga […]. (Robersart, 1789: 164)

Entre el 12 y el 17 de mayo de 1863, sus cartas se centrarán en un corto viaje a África donde visitaría Tánger y Tetuán. Supo sacar el mejor partido a una estancia tan corta, entremezclándose entre moros y judíos y arriesgando opiniones donde queda palpable su predilección por los primeros y su profundo antisemitismo. Orgullosa de sus orígenes belgas, cada vez que tiene ocasión recupera aquel pasado imperial en que Carlos V y su hijo Felipe II mantuvieron unidas España y Flandes, hasta el punto de permitirse paralelismos entre la limpieza de las ciudades andaluzas y las belgas o lanzar la hipótesis de que nuestro “cocido” deriva de la “hoye” belga. Paseando por las calles sevillanas hará la siguiente observación “Les rues sont planches, étroites, enlacées, mauresques, peintes à la chaux; elles me rappellent le grand béguinage de Gand. (Robersart, 1789: 27). En su primer viaje conocería a un pintor apellidado Becker, sintiéndose atraída por él más que por sus cuadros, por ser de ascendencia belga. Llega incluso a entrever rasgos belgas en nuestro carácter :

Ce caractère ressemble beaucoup au caractère belge. Comme nous, les Espagnols sont fiers et de peu de paroles et comme nous aussi, les actes suivent les paroles, on peut compter sur eux. Leur hospitalité est charmante, leur politesse toute chevaleresque. Hier les *** m’ont enchantée, je croyais être dans la patrie lointaine. Même manière de vivre; de la bonhomie, du laisser-aller, de la dépense qui va sous terre, des gens nombreux mal tenus, une franche hospitalité. (Robersart, 1789: 45) llegando incluso a afirmar:

[…] la Belgique et l’Andalousie ont une grande ressemblance. Nous sommes très-aimés ici et on nous appelle Flamingos. Beaucoup d’Espagnols ont de notre sang dans les veines et descendent des fameuses gardes wallonnes. ( Robersart, 1789 : 45)

Pero Juliette de Robersart era, además de católica y aristócrata, una mujer campechana que intentaba acercarse al pueblo llano, a sus costumbres, a su manera de vestir, a su folklore. Adoraba nuestro chocolate, aunque se le hacía difícil acostumbrarse al sabor y al olor del aceite de oliva. Como el resto de los viajeros del XIX, quiso ir a la búsqueda del exotismo español. Se sintió atraída por las fiestas populares como la feria de Sevilla o el Corpus de Granada. El 19 de abril de 1863 describiría a su amiga Marie Joseph la feria de Sevilla en estos términos:

La feria est célèbre; on y vend des boeufs, des moutons aux laines traînantes, des mérinos frisés, des brebis au lait excellent, des chevaux andalous, dont la race pure n’existe pas davantage à présent que le fameux costume ; des ânes pleins de vaillance, grands, posés, superbes ; des individus de la race porcine de toute taille, noirs, bleus, avec et sans poils, et des mulets. Voilà le prétexte de la joie générale qui dure trois jours. Les Bohémiennes font des beignets et disent la bonne aventure ; les Bohémiens sont maquignons et voleurs `par état’; leurs femmes sont belles, d’une beauté extraordinaire, et toutes sont sages. [….] Auprès des Bohémiens, on voit des saltimbanques ; un peu plus loin le parc des animaux ; enfin, le long de la voie, des tentes coquettes, où les personnes riches passent la journée ; on y déjeûne et même on y dîne. Le soir, tout s’illumine ; on entend la

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guitare et les chansons, et on danse depuis le matin jusqu’au matin. (Robersart, 1789: 69)

Aunque aborrecía las corridas de toros, no por ello dejó de asistir a una en Sevilla, dejándonos una espléndida descripción del colorido que encierra y sobre todo de la crueldad hacia el verdadero protagonista de la fiesta, el toro, y de la carnicería que soportaban los caballos de los picadores:

Le taureau s’élance sur un picador, qui lui donne un coup de lance à l’épaule; le sang coule à flots. Ils s’éloignent puis reviennent furieux l’un contre l’autre ; le taureau parvient à saisir le cheval du picador dans ses cornes ; il le soulève un instant et le laisse retomber éventré; les entrailles s’échappent, ah ! c’est à en mourir . Le peuple crie, il trouve que les picadores sont mous. Un homme du peuple, derrière moi, et qui est toujours hurlant, les appelle « fripons, voleurs ! » Les picadores s’élancent au combat, quatre chevaux sont blessés à mort ; ils marchent, courent et se prennent dans leurs entrailles pendantes. (Robersart, 1789: 37)

Partidaria de las indumentarias tradicionales, las echa de menos entre la aristocracia y se queja de que incluso el pueblo estuviera desechándolas favoreciendo las formas vestir que venían de Europa. Son muchas las ocasiones en que admira la belleza de la mujer española y de los niños, a los que llega a comparar con los ángeles pintados por Murillo. Pero aborrece a los mendigos que pedían en las puertas de las iglesias, a los que llegará a calificar de “monstruos”. Junto a las minuciosas descripciones de los monumentos visitados, Juliette de Robersart se detiene en la contemplación de los patios de Sevilla y Córdoba, quedándose admirada no sólo por su manera de estar construidos sino sobre todo por la variedad de flores que encierran y por la multitud de aromas que se respiran. Tras visitar el palacio de San Telmo, quedaría maravillada por su jardín, y adelantándose a lo que ocurriría años después al convertirse en el actual Parque de María Luisa, diría: “ Je me sens de l’humeur contre San Telmo, qui me revient à l’esprit; on pourrait créer le plus beau parc du monde dans son bois d’orangers et de grenadiers, et au travers de ses cactus, de ses aloès et de ses magnifiques bouquets de poivriers et de palmiers » (Robersart, 1789 :77-78) No escatimará los detalles al referirse a los magníficos paisajes por los que transitó, transportada siempre por los más diversos medios de locomoción, tren, carruaje, diligencia e incluso mulas. Amante y conocedora de la naturaleza, son excepcionales sus extensas relaciones de plantas, nombrando cada una con su nombre preciso. Una vez más será Andalucía la que le abrumará con su riqueza de flores y plantas, con su heterogeneidad de olores, con sus enormes extensiones de naranjos y limoneros. Al leer su correspondencia nos transporta de Sierra Morena a Sierra Nevada o a la Serranía de Ronda, siendo admirable la descripción que hace de la ruta seguida para llegar a Ronda, no ahorrando detalles de lo escabroso del paisaje, al tiempo que se detiene en aquella flor, en aquella planta, en aquel torrente o en aquel riachuelo: “ Je vous renvoie la lettre de Ronda. C’est un bijou et un chef d’oeuvre, qui donne bien envie de voir les autres” (Veuillot, 1912: 10). Su pluma se transforma en pincel y nos transporta a paisajes bucólicos e inhóspitos que el lector cree recorrer junto a ella. Como

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afirma Veuillot el 3 de septiembre de 1863: “Je relis le cahier d’Espagne. C’est un régal de fleurs et de pierres précieuses”(Veuillot, 1912: 7). A pesar de la riqueza epistolar de Juliette de Robersart, sorprende la escasa mención a la literatura española. El Quijote es un completo desconocido para ella, en una sola ocasión aludirá a él haciendo únicamente referencia a lo que ha oído decir a otras personas: “Vous parlez de Don Quichotte, nom d’une prononciation imposible pour les Français. Mon cousin del Aguila m’en a dit beaucoup de mal; Mercedes l’a accablé; et vous, qu’en pensez-vous?. Mon pauvre père, cet esprit agréable et si fin, y prenait grand plaisir” (Robersart, 1879: 161) Al parecer la lectura no era una de sus diversiones predilectas, a excepción de las obras pías, los discursos religiosos o las hagiografías, la novela en concreto era uno de los géneros que aborrecía, como se lo hará saber a Veuillot: “Vous savez bien que je ne suis pas nourrie de balivernes littéraires et que je hais les romans” (Veuillot, 1936: 166). En su correspondencia no se alude a ninguna obra teatral, ni espectáculo que no fuera el baile de los Seises, realizado en el interior de la catedral de Sevilla, y al que pudo asistir en su primer viaje, admirando la brillantez de los ropajes y la sencillez de las danzas. La única escritora citada en los dos viajes es Fernán Caballero. A través de sus cartas conoceremos que a ambas las unió una muy buena amistad, hasta el punto que la autora de La Gaviota le regalaría una sortija poco antes de fallecer, hecho que llenaría de orgullo a Juliette. Entre ellas, y pesar de la diferencia de edad, se entablaron unos lazos de complicidad basados en la común defensa de la tradición y el catolicismo popular. La conocería en su primer viaje cuando Fernán Caballero residía en el alcázar de Sevilla. Desde el primer momento se sintió atraída por ella:

Trinidad vient de me conduire chez une femme auteur, regardée comme la gloire de Sévilla, Fernan Caballero. J’ai passé quelques heures dans son poétique logement de l’alcazar, embaumé par des bouquets grands comme des pyramides. L’automne commence pour Fernan mais il a respecté ses beaux cheveux blonds, ses petits traits délicats et presque sa beauté des anciens jours. C’est une amie du bon Dieu, très douce à entendre, très compatissante. Elle m’a parlé de la foi des campagnes, de leurs mœurs sévères, de la science profonde, de la théologie saine et fidèle à Rome, de la sainteté du clergé d’Espagne, du malheur des révolutions. A son éloquence entraînante, j’ai compris mieux que jamais la beauté du caractère espagnol. Je regrette de n’avoir fait sa connaissance que pour lui dire : Farewell for ever ! Sans doute. ( Robersart, 1879 : 76- 77)

Su segundo viaje coincidió con la muerte de nuestra escritora, hecho que Juliette sentiría profundamente. Aún habiendo conocido al pintor Valeriano Becker, en ningún momento aludirá a su famoso hermano. Tras la lectura de la correspondencia de Juliette de Robersart se puede concluir que lo que la hace diferente de los demás viajeros franceses del siglo XIX es que su arraigado catolicismo y su mentalidad profundamente conservadora le llevaron a dar una versión extremadamente subjetiva de los lugares que iba visitando. Rodeada siempre de aristócratas y de hombres de iglesia, nos presenta una España devastada por los aires revolucionarios y anticlericales que asolaban a este país. Por lo demás, encontramos a lo largo de sus cartas las mismas constantes que habían privilegiado el resto de los viajeros. Ni Merimée, ni Gautier o Alejandro Dumas, se interesaron por los

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evidentes signos de progreso que se abrían paso en España, y aunque Juliette visitó Barcelona, ciudad que rara vez había sido recorrida por sus predecesores, a excepción de Carlos Didier, se sintió defraudada por sus aires progresistas y modernos que la hacían igual a otras capitales de Europa. Como ellos, Juliette de Robersart se sintió atraída por la España “diferente”, por aquellos elementos arcaicos que la habían caracterizado secularmente. A ella también la veremos deleitarse contando las “aventuras peligrosas” que había sufrido recorriendo los parajes peligrosos de las serranías andaluzas, pobladas aún de los temidos bandoleros, herederos del famoso José María. Irá directamente al sur, hacia aquella Andalucía soñada e idealizada, que había constituido para los viajeros del siglo la esencia de España. Todos los viajeros del siglo XIX habían visitado Ronda (Custine, Mérimée, Quinet, Dumas, Gautier, Didier, Boissier, Davillier e incluso el famoso ilustrador del Quijote, Gustave Doré), no reparando en elogios, lo que Juliette de Robersart reiteraría una y otra vez. Hará una parada obligada en Madrid, ciudad que no gozaría de sus preferencias:

Madrid, décidément, est trop moderne pour moi; à chaque pas, j’y songe à un champignon poussé dans le désert. Sauf le Prado et ses courtoisies, sauf les chiens dans les églises, sauf les nattes et les femmes assises dessus en mantilles, belles et profondes dans leur dévotion, je ne croirais pas être en Espagne. (Robersart, 1789: 11) para visitar el museo del Prado que según lo que nos dice contenía “dos mil un cuadro”, su preferido será el Spasimo de Rafael. Desde allí dirigirá sus pasos hacia el El Escorial que ella veía no sólo con los ojos de una turista, sino condicionada por un pasado histórico en que Felipe II, hijo del emperador gantés, defendió a ultranza el catolicismo. En su ofuscación llegará a negar los crímenes y las injusticias que la Inquisición llevó a cabo y de los que los habitantes de Flandes aún conservan nefasto recuerdo. Raros fueron los viajeros que se arriesgaron a cambiar el itinerario obligado por España, pero en esto Juliette de Robersart fue una pionera porque visitó ciudades jamás mencionadas por sus predecesores o muy de puntillas. Si en su primer viaje privilegió el Sur, visitando Sevilla, Córdoba, Cádiz, Ronda, Málaga y Granada, a su regreso a Francia se detendría en Toledo, Valencia y Barcelona. En el segundo, aunque Sevilla siguió siendo su centro de operaciones, volviendo a visitar Granada, con ella recorreremos Teruel, Guadalupe o nos detendremos en la Coruña, Santiago de Compostela, Lugo, Burgos, León y Loyola. Lo cierto es que España dejó una huella indeleble en esta intrépida viajera, lo que le llevó a no ahorrar los elogios, quizás desmedidos, que podrían resumir unas líneas de la carta, XXVII de su segundo viaje, donde una vez más hará responsable a los sucesivos movimientos revolucionarios de algunos de los estereotipos negativos con los que se la revestía:

J’écris, j’écris et je ne dis rien, hélas ! L’Espagne met en lumière bien des vérités ; ce grand pays chrétien est rempli d’enseignements, et là où la langue menteuse et empoisonnée crie ignorance, fanatisme et ténèbres, il y eu toutes les sciences, toutes les beautés, tous les trésors et toutes les vertus. Il faudrait qu’un écrivain démontrât ce que l’Espagne chrétienne a fait ; la vie très-douce, très intellectuelle et savante, très-aimée et très-sainte que chacun était libre d’y mener. Il n’y a point d’industrie, dit-on ; on répondrait des volumes à ce radotage. Que manquait-il à l’Espagne avant ses révolutions ? (Robersart, 1789: 358-359)

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Nuestro patrimonio cultural analizado por una viajera del siglo XIX: Juliette de Robersart, pp. 710-720

Bibliografía ROBERSART, Juliette (1879). Lettres d’Espagne. Paris : Watelier, Libraire-Éditeur, Lille, Bruges : Desclée, De Brouwer&Cie VEUILLOT, Louis (1912). Lettres de Louis Veuillot à Mademoiselle Charlotte de Grammont. Paris : P. Lethielleux, Libraire-Éditeur VEUILLOT, Louis (1936). Le Roman de Louis Veuillot. Bruxelles : Collection Durendal, Paris :P.Lethielleux

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