PRIMERA PARTE Simbología política

CAPÍTULO 1 Los ancestros primordiales VAMOS A INICIAR ESTA LECTURA con el análisis de la mitología, por cuanto su dis­ curso es fuente privilegiada por las sociedades para abstraer las más impor­ tantes construcciones conceptuales que explican el origen del universo, de la sociedad y la cultura. Partiré de lo que se relata serían los orígenes de los hasta aparentes tiempos más recientes, del origen del universo hacia el origen de la sociedad. Pero se verá que tal orden sólo facilita la exposición, puesto que el objeto es analizar la simbología y no su virtual disposición his­ tórica. Aprovechando lecturas anteriores que buscaban esclarecer el incesto primordial y la relación de los mitos con los ritos1, aquí centraré la atención en las representaciones simbólicas dominantes relacionadas con el poder, para lo cual observaré tres campos estrechamente relacionados y destacados por la mitología: discutiré el orden del territorio y el cosmos; observaré las relacio­ nes sociales a través de las características asignadas a los géneros, los vínculos conyugales y de parentesco; y analizaré los astros como símbolos del poder. La descripción de los personajes, de sus actos y sus elementos asociados descansa en su inscripción espacial, la cual nos ayudará a leerlos como un proceso. En las primeras Relaciones de la Conquista no aparecen mitos y sólo breves referencias a la religión . Que sepamos, las primeras versiones fueron de dos cronistas españoles, fray Joan de Castellanos y fray Pedro Simón, quienes se convirtieron en la fuente de sus sucesores, que en su afán de contra­ ponerlas al catolicismo, progresivamente les resumieron e impostaron cada vez más con propias interpretaciones. También se percibe en estos cronistas cierta carga geográfica hacia el norte del territorio muisca, explicable porque fue allí donde ejercieron buena parte de sus oficios religiosos. Por ejemplo, sue­ le asociarse a con por la desinundación de la Sabana, mien­ tras que Bachué sería boyacense por su emersión en la laguna de Iguaque. Pero

Correa, 1996a; 2001b.

30 LOS ANCESTROS PRIMORDIALES

una lectura más atenta evidencia que Bochica se desplazó por todo el altipla­ no y, de hecho, cuando se hallaba en , las gentes de Bogotá fueron a pedirle que la desanegara; o bien, Bachué, quien más tarde se transformaría en Chía, la Luna, las gentes de Bogotá le habrían consagrado un importante templo en la población que aún hoy lleva su nombre. En realidad, las descrip­ ciones de diferentes hechos míticos y actos rituales cuya realización se reitera­ ba por todo el territorio del altiplano, muestran que éstos, en lugar de separar a las gentes, las comunicaban. A la fragmentación geográfica de los mitos interpretados como diferen­ cias regionales, debemos agregar que en las descripciones siempre tenemos la sensación de la falta de episodios. Y es que hoy sabemos que los amerindios suelen describir la historia de la sociedad y la cultura en un prolongado y coherente texto, estrechamente relacionado con los rituales. La fragmentación podría deberse a aquella tendencia a dividirlos en unidades independientes según ciertos temas, como el origen del universo, el origen de la gente o la agricultura, o bien, según otros hechos sociales que se hallan asociados a los ritos de iniciación de los jóvenes, el matrimonio o la muerte. Por lo mismo, trataré todas las versiones como un corpus que relacionaré por los símbolos dominantes2 que comparten. Pero el obstáculo no depende de las fuentes, del contexto, ni incluso de la época. Los hispanos consideraron que la religión de los muiscas era produc­ to de la fantasía y la superchería, que se prolonga hasta nuestros tiempos. In­ dependientemente de quién lo describe, la mitología y el ritual y su relación con las relaciones sociales continúan siendo el más poderoso obstáculo a nuestro entendimiento y suele traducirse en aprehensión o definitivo rechazo de la cultura de pueblos diferentes. La dificultad depende de nuestra forma de aproxi­ mación, vale decir, de nuestros propios referentes socioculturales. Al tratar las expresiones míticas y rituales de los muiscas como un corpus no sólo apelo a la coherencia de la cultura sino, sobre todo, a la relación de significación que analizaré en diferentes expresiones simbólicas. El análisis no depende, mera­ mente, de los enunciados que el discurso atribuye a personajes, objetos o sitios del paisaje, sino que sus significaciones deberán aparecer en distintos campos de realización, como la ceremonia, el ritual, la iconografía y las relaciones sociales, como veremos adelante.

Siguiendo a Turner, 1967.

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No obstante que los mitos muiscas han sido tal vez los más difundidos y resumidos en nuestros libros de texto escolar, las fuentes son limitadas e indi­ rectas y no siempre coinciden con las crónicas en las cuales aparecen los rela­ tos. Para facilitar la confrontación del lector con los textos originales, he reproducido las versiones de los mitos según sus autores, a los que remitiré citándole con la numeración que aparece en el Anexo l3.

Sol y Luna A través de las primeras Relaciones de la Conquista y los cronistas cono­ cemos dos versiones del origen del cosmos muisca. Castellanos y Simón afir­ man que la creación habría sido obra de un dios, que el último denomina Chiminigagua4, y ambos terminan por identificarle con el Sol, admitiendo que la Luna era su mujer y compañera5. Pero las primeras Relaciones de la Conquista aseveran que el origen fue producto del matrimonio del Sol y la Luna, y no separan el del universo de la antropogénesis. En todo caso, la cosmogénesis siempre se dice común a los muiscas mientras que de la antro­ pogénesis hay por lo menos dos versiones adicionales, lo cual se ha converti­ do en argumento que respalda la virtual variedad cultural y lingüística que los cronistas dijeron diferenciaban a los muiscas. Según Simón, antes de que no hubiera nada, al origen, el mundo estaba sumido en la oscuridad y la indistinción. La Luz, poder de la creación, estaba metida allá en una cosa grande, que la gente denominaba , de donde comenzó a amanecer y mostrar la luz que en si tenía. Y, afirma: A este dios reconocen por omnipotente Señor Universal, el supremo dios, principio de luz y de las demás cosas. Este supremo dios es el así nombrado Chiminigagua, el poder del sol, que no obstante ser una cosa grande, se hallaba encerrado e irá expandiéndose. Al tiempo que aquella primera luz amanece, ilumina el sur-

3 Según la ortografía de las fuentes los nombres de ciertos personajes aparecen transcritos de diferente forma, lo cual también ocurre con etnónimos, topónimos y otras denominaciones, en particular de los "pueblos", como se verá más adelante. Contando con que al lector no es difícil hallar su identidad, he mantenido dicha ortografía porque a menudo sugiere dificultades con respecto a la que actualmente se emplea. 4 En el Diccionario: "No ai nombre general de sus falsos dioses" (González de Pérez, 1987:241). 5 Castellanos, 1; Simón, 1; Piedrahita 1.

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gimiento de las cosas. Primero fueron unas grandes aves negras que, enviadas por el mundo del aliento de sus picos, lúcido y resplandeciente, irradian la luz fecundadora que transmiten a la creación dejando todo el mundo claro e iluminado como está ahora. Entonces, este dios, que el cronista decide calificar como bondadoso, creó todo lo demás que hay en este mundo conque quedó tan lleno y hermoso, transmitiendo su propia cualidad lumínica que infunde su atributo lúcido y resplandeciente. Y es ahí cuando Simón lo personifica: es el sol a quien los muiscas, en adelante, rendirán culto. Sin duda, el relato presiona hacia una interpretación monoteísta que aún nos parece dudosa. En palabras de Simón, Chiminigagua es el Supremo Dios porque gagua dice: es lo mismo que el sol por la luz que tiene6. Castellanos afirmará que: No niegan haber Dios omnipotente, señor universal y siempre bueno que todo lo crió7. Sin embargo, difiere de la tradición católica porque la cosmogénesis es producto de la primaria energía de Chiminigagua, el poder de la luz del sol. Dicho poder lumínico, que interrumpe la penumbra y la ausencia, asimila la cosmogénesis con una madrugada primordial. Aun así las primeras Relaciones de Conquista difieren. En el Epítome de 1544, asigna­ do a Gonzalo Jiménez de Quesada, dice:

Ellos tienen al Sol y a la Luna por criadores de todas las cosas, y creen dellos que se juntan como marido y muger a tener sus ayuntami[en]tos. Sin esto, tienen otra muchedumbre de ydolos, los quales tienen como nosotros acá los santos, para que rrueguen al Sol y a la Luna por sus cosas. Y ansí, los sanctuarios o templos dellos está cada uno dedicado al nombre de cada ydolo. Sin estos ydolos de los templos, tiene cada yndio, por pobre que sea, un ydolo particu­ lar, y dos, y tres, y más que es a la letra lo que en t[iem]po de gentiles llamaban Lares... (Epítome, en Ramos, 1972: 300-301).

Según lo cual los creadores de todas las cosas habrían sido el Sol y la Luna. San Martín y Lebrija, capitanes de Quesada, ya en 1539 decían que su adoración se extendía: así los de Bogotá como en los de , las provincias en las que comprendieron al habitado por los muiscas y que a la época conformaban el Nuevo Reino de Granada8. Destacaré de la

6 Simón, 2. 7 Castellanos, 1. 8 Versión que repetirá Oviedo, 1548, III: 110.

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cita que el Sol y la Luna, como cónyuges, aparecen personificados, son hom­ bre y mujer, e iconográficamente representados por ídolos que se hallarían en santuarios o templos distintivos. Pero también tenían otros ídolos parti­ culares y familiares (Lares), que según San Martín y Lebrija se disponían en las casas: ... y que ruegan por ellos al sol para que les dé agua para sus maíces, y le piden todas las cosas que han menester9, resaltando, nuevamente, la impor­ tancia del sol. Su relación con la luna también fue advertida por los cronistas. Simón afirma que: ... como entre las demás criaturas veían la más hermosa al sol, decían a él se debía adorar y a la luna como su mujer y compañera, de donde les vino que aún a los ídolos que adoran, jamás es un sólo sino macho y hembra. Complementariedad de los astros y sus géneros que no sólo describen la cosmogénesis como su producto, versión compartida por distintos cronistas10, sino que se replicaba en todos los ídolos. Así, las primeras versiones hispanas afirman que el universo habría sido resultado del matrimonio de los astros encarnando seres primordiales. El origen del universo y de las gentes parte de la fecunda relación de una pareja que opuestos por el género, por lo mismo se complementan en la relación conyugal que promueve la cosmogénesis. Los muiscas representa­ ban en los astros la diferencia y la complementariedad de los géneros, al tiem­ po que simbolizaban la articulación del matrimonio como conjunción del poder inseminador de la luz del día y de la noche. Pero, aun en dicho caso, las representaciones enfatizan el poder masculino de la cosmogénesis encarnado por el Sol, el poder inseminador de la luz solar que es origen y creador de las cosas en el primigenio amanecer que irrumpe la oscuridad, dominio de la Luna.

El Sol Una vez creado el universo, el Sol envía a Chimizapagua, el mensajero de Chiminigagua que en la sabana de Bogotá, por donde remontó los valles altiplánicos, también llamaron Nemterequeteba o Xué" y que Simón conside­ ró dios12. Castellanos le conoció con el nombre de Bochica y así aparece en

9 Sanct Martín y Lebrija en Oviedo, 1852, III: 110-11. 10 Castellanos, 1; Simón, 1; Piedrahita, 1. 11 Simón, 2. 12 Simón, 4, 11.

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otros cronistas13. Pero en la provincia de Tunja fue distinguido con otros tres nuevos apelativos: Sedigua soñado, que quiere decir nuestro pariente y padre; Sugunmonxe santo, que se hace invisible; y Segunsua, que quiere decir hombre que desaparece14. En Sogamoso, donde habría de desaparecer, le denomina­ ron Idacansas, que Castellanos tradujo por luz grande de la tierra, y tal vez confundido con el cacique que alegaba haber heredado su poder de Bochica15. Su reconocimiento era, pues, general al altiplano y considerada una versión certísima que tienen todos los de este Reino. Simón aclara que sus nom­ bres cambiaban según la variedad de lenguas que había por donde pasaba16. También dice que se le representaba con: una estatua de un ídolo en el pueblo de Boyacá, con tres cabezas humanas en el cuerpo, que declaraban los indios tenerle figurado17; y Castellanos, quien decidió considerarlo un mismo perso­ naje, advirtió que: según dicen algunos, no fueron sino tres los que vinieron en diferentes tiempos predicando1*. La virtual trilogía, que difiere de la católica, nos alerta porque sus obras son propias de un "civilizador" y aparecen en las tradiciones amerindias producto de varios personajes que se convierten en ancestros primordiales de la gente19, lo que aparece indicado, según su reconocimiento, como nuestro pariente y padre20. Pero el significado de los nombres no es literal21, con excepción de Xue, y más bien resaltan sus caracte-

13 Castellanos, 2; Medrano, 1; Vargas, M. 1; Simón, 4; Piedrahita, 3, 4, 5; Asensio, 1. 14 Simón, 3. 15 Castellanos, 3; Simón, 3; Piedrahita, 4, 5. 16 Simón, 2. Pérez de Barradas (1951, II: 405) ya había notado la iden­ tidad del personaje a pesar de que los cronistas varían la ortografía de sus nombres. 17 Simón, 3. 18 Castellanos, 2; Piedrahita, 2. 19 Como ocurre entre los contemporáneos Kogi y Arhuaco (Preuss, 1993; Reichel, 1951; 1991) y los U'wa (Osborn, 1995), que comparten lenguas afilia­ das al mismo tronco lingüístico de los muiscas. 20 También en Asensio, 1950: 48. 21 Las traducciones no indican que gagua signifique sol que se decía sua: sol, día (González de Pérez, 1987: 320, 340; Quesada Pacheco, 1991: 91, 59). Mensa­ jero: tyuquyne (González de Pérez, 1987: 278); desaparecer: aguezac zegasqua (González de Pérez, 1987: 232); y soñar: zemuysygosqua (González de Pérez, 1987: 320).

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rísticas solares como cuando se le denomina como luz grande de la tierra, e indicándolo con la repetición del epíteto del astro en los patronímicos (gua, sua). En Sogamoso será Segunsua, que aunque el cronista interpreta por hom­ bre que desaparece, la etimología sugiere la traducción de sol que desaparece, el sol que se oculta, el poniente. Y más interesante aún, allí le llamaron Sugun- monxe, el que se hace invisible, que españolizado deriva en el nombre del río que baña el norte del territorio, repetido en el importante templo solar que fue construido en su memoria y en el pueblo que aún perdura. A la postre sería reconocido por el nombre más popular de Bochica, que ha remplazado su denominación astral. Es entonces entendible que, aunque el camino de Bochica no parece co­ incidir con la disposición geográfica, Simón afirmara que su desplazamiento se orienta del levante al poniente, el camino del sol: amanece al este, se despla­ za entre las gentes y una vez realizada su obra se hace invisible22, que otros afirman muerte23. Vino de los Llanos de Venezuela entrando a la Sabana por Pasca, al sur de esta ciudad de Santa Fé para dirigirse a Bosa. Aunque Pasca podría orientarse en las estribaciones de la cordillera hacia los llanos, el texto parece indicar que se desplaza de sur a norte siguiendo el río Bogotá hasta alcanzar el Sogamoso, ejes fluviales que bañan los valles altiplánicos entonces habitados por los muiscas24. Pero su viaje ribereño no es continuo. Una vez remonta la Sabana distingue en Bosa y Soacha el santuario de la lagunilla Baracio, (humedal?) donde fueron enterrados los huesos del "camello" que traía. Luego, aún siguiendo las riberas del río Funza, va al sitio ceremonial de Fontibón y al pueblo de Funza, desde donde deriva al occidente hasta Cipacón abriendo los caminos allí y en todo lo demás que anduvo por las montañas y arcabucos. Este último también era un centro ceremonial en el que iniciados al cacicazgo realizaban el rito de Gradación de los lóbulos de las orejas. Luego de destacar su importancia habitándole en una cueva, Bochica fue a Cota, que después sería conmemorado con santuarios y entierros, y de allí: ... dio la

22 Simón, 2. 23 Castellanos, 2; Mediano, 1; Piedrahita, 2; Asensio, 1. 24 No será entonces gratuito que al río Bogotá se le denominara Bunza, que el asiento del zipa fuera Funza y que Tunja, el dominio del zaque bañado por el río Sogamoso, en realidad llevara el nombre de Hunza. Asensio dice que al río Bogotá también se le llamaba Tunja (Asensio, 1; ver también en Simón, 2, 11).

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vuelta a la parte del norte por las faldas de la sierra, para dirigirse al noroeste a la provincia de los Guane, donde al margen del río Sogamoso, en unas cuevas donde siempre se recogía por la noche: lo retrataron, aunque a lo tosco, en unas piedras que hoy se ven y unas figuras de unos cálices. Así, al tiempo que Bochica indicaba los hitos territoriales, las gentes mismas recogían su testi­ monio representándole en las rocas y diseños de la cerámica25. Entonces, dicen los relatos, retornó al eje fluvial del río Sogamoso para desplazarse por la provincia de Tunja. Primero llegó a Ganza, al sitio de Toyú, donde estuvo tres días en una cueva y le fueron a visitar los caciques de los pueblos comarcanos de Gamezá, Busbanza, Socha, Tasco, Tópaga, Monguí, Tutasá, Mongua, Pesca, Yaconí, Bombaza, Tota, Guaquira, Sativa..., aunque el de Sogamoso, superior a los anteriores, sólo fue a escucharlo cuando llegó a Otga, ya dentro del valle. Así, la disposición concéntrica de los "pueblos" en torno de Sogamoso distingue su importancia y la de sus caciques que en el orden en que se acercaron al predicador: fueron ganando la antigüedad y gran­ deza que hoy tienen y conservan. Finalmente, según esta última versión, des­ apareció en Iza, un pueblo al sur de Sogamoso encerrado en un pequeño valle al pie de la laguna de Tota, donde estampó la huella de su pie en una piedra de cuya raspadura bebían las mujeres preñadas para tener buen parto26. Bochica vino, pues, de las planicies orientales y desde el sur del altiplano tomó el camino de los ejes fluviales y se desplazó por los pueblos del borde de la sierra occidental hasta alcanzar el templo de Sogamoso, al norte, que marca el fin de su cometido remplazando su abrigo en las cuevas de las sierras que circundan los valles altiplánicos donde el civilizador había pernoctado. Así, Bochica delineó la orientación del territorio, la hidrografía y la orografía, se­ ñalando epicentros ceremoniales desde los cuales irradió su poder. Dicho po­ der se halla expresado en el relato por la inscripción en el paisaje de los actos de Bochica que comunican culturalmente a las gentes del Altiplano, y a los guane. Volveré más adelante sobre la geografía mítica para discutir la apa­ rente inconsistencia de su desplazamiento que opone el camino solar al des­ plazamiento de Bochica de sur a norte. Por otra parte, los cronistas destacaron su condición de extranjero, no conocido de nadie, que resaltaron con su imagen: hombre de avanzada edad;

25 Simón, 2. 26 Simón, 3.

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de canos y largos cabellos hasta la cintura recogidos con una cinta o rodete; de crecidas y blancas barbas; vestía una manta atada sobre el hombro dere­ cho y recubierta con una túnica sin cuello hasta las pantorillas; descalzo se ayudaba con una macana o vara de oro; y traía un tocado de plumas en la cabeza y brazaletes en los brazos27. Castellanos dice que el tocado remataba la frente con una rosa de plumas que interpretó como inscripción de los manda­ mientos28, y que Simón juntó con los brazaletes como insignias de la Cruz29. Medrano exagerará su traza extranjera imaginándole blanco y de cabello rubio30. En cambio, Vargas Machuca observa que las insignias que traía en la mano eran semejantes a los dibujos de las peñas31, y los primeros cronistas reconocieron que su apariencia era similar a la de los indios por los detalles de la parafernalia, semejantes a las de los caciques. Su paso por el altiplano se habría registrado siglos atrás32, y que su edad sería prolongadísima, entre doscientos cincuenta33 y mil quinientos años34. Simón le describe como maestro del hilado y tejido de las mantas cuyos diseños emblemáticos identificaban las distintas gentes35, y para testimonio, él mismo pintaba los telares sobre rocas bruñidas como hoy se ven36. Pero la imagen perdurable de Bochica será por su control sobre los elementos de la naturaleza según el conocido relato de la desanegación de la Sabana37. Fue durante su estancia en Sogamoso cuando las gentes de Bogotá fueron a pedirle que intercediera por la inundación de la Sabana pues , agraviado por las murmuraciones y ofensas, juntó las aguas de los ríos Tivitó y Sopó, que salidos de madre anegaron las tierras y cultivos provocando las hambrunas. Una tarde, luego de los clamores, sacrificios y ayunos, reverberando el sol en el

27 Castellanos, 2; Simón, 2, 3, 4; Piedrahita, 2; Asensio, 1. 28 Castellanos, 2; Piedrahita, 2. 29 Simón, 3. 30 Medrano, 1. 31 Vargas M., 1. 32 Castallenos, 2; Piedrahita, 2. 33 Piedrahita, 2. 34 Simón, 2; Vargas M., 1. 35 Que el frayle asimiló con cruces y la enseñanza de sus "misíerios y los de la encarnación... la resurrección de la carne y otras muy cosas buenas, como lo era también su vida" (Simón, 2). 36 Simón, 2. 37 Simón, 3, 4; Castellanos, 2; Piedrahita, 3, 5; Asensio, 1.

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aire húmedo contra esta sierra de Bogotá, se hizo el arco del cielo en cuya clave y capitel se apareció resplandeciente Bochica, quien convocó a los principales y condolido de su suerte, arrojó contra las peñas su vara de oro que separó la sierra y desaguó las tierras por el Salto de . Pero dejó los ríos que, aunque en tiempos de invierno se rebalsan, fue previsión para irrigar las labranzas en tiempos de sequedad. También dispuso que en lugar de los gran­ des guayacanes que sustentaban la tierra, en adelante descansaría en los hom­ bros de Chibchacum38, cuyo cansancio y paso al otro hombro producían los temblores. Aunque con temor, porque en retaliación éste lo predijo como signo que anunciaría la muerte39. El mito, según Simón, relataba la fundación del culto a Cuchaviva, el arco del cielo, que las gentes conmemoraban cuando aparecía este aire resplande­ ciente4". La corona solar recordaría ei control de las aguas por ia fusión de ia luz que comunicaba las lluvias del cielo con la tierra, donde apoyaba sus pies en las lagunas. Al mismo tiempo, recordaría el tránsito de las gentes en la estructura del universo: la muerte que dependía del Sol mismo y su poder sobre la natura­ leza, cuya permanencia debería ser alentada por la entrega de la vida, el sacrifi­ cio. El relato describe la estructura del universo similar a los bohíos indígenas, y sus tierras anegables por la naturaleza lacustre de los valles altiplánicos enmar­ cadas por sierras desde las cuales las fuentes siguen vertiendo sus aguas al río Funza, que en la sabana de Bogotá aún desagua por el Salto de Tequendama. Y es que Bochica gobernaba a su antojo la serenidad o mudanza de los temporales y tempestades, la sequedad, las lluvias, los hielos, los vientos; y su efecto sobre las personas, la salud y la enfermedad; sobre las casas, las labran­ zas, las plantas y comidas. Castellanos afirma que Bochica dejó por heredero de su gran santidad y poderío al cacique de Sogamoso: para poder mudar los temporales, llover y granizar, y enviar hielos, y los demás efectos que proceden de la media región y baja y alta... causa de los daños que padece en sus personas, casas o labranzas41. Reputación de oráculo, hechicero y gran filósofo que acre­ centó y transmitió en sus sucesores controlando: contagiosas pestilencias, por el sol, por la luna, por las estrellas, por nubes, aves y otros animales, y cosas que le daban cierta muestra en aquella provincia que regía de venideros aconteci-

1 Que paradójicamente dará nombre a la lengua de los muiscas. 1 Simón, 4. 1 Simón, 11. Castellanos, 2.

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mientas, que obligaron las romerías y ofrendas de las gentes a Sogamoso42. Simón reafirma que fue el cacique de Sogamoso, Nompanem, quien aseveró ser heredero de toda su santidad, la misma facultad del predicador: para hacer llover cuando quisiese como el otro lo hacía, enviar heladas escarchas, fríos, calo­ res, secas, enfermedades, como él quisiese, reputación que mantuvo bajo ame­ naza de muertes, pestilencias, enfermedades y otras plagas cuya conjuración obligaría a las gentes al culto y al sacrificio43. Más tarde, esta reafirmación de cómo el poder se traducía en su reputación sobre el control de los elementos y del comportamiento del tiempo, será repetida por el obispo Piedrahita44, quien lo identifica por el nombre de Idakansas, reconocido origen de la auto­ ridad suprema que, en Tunja, habría instituido la forma de legitimación de los caciques venideros en el Hunza o Tunja del cual procedieron todos los reyes y epítetos de que después usaron otros caciques43. Justamente fue en Sogamoso donde por vía del cacique Iduakansas los relatos pretenden huma­ nizar la transmisión del poder afirmando de aquel haber heredado la santi­ dad de Bochica, su capacidad de controlar el tiempo46.

Los caciques El origen del poder se argumentaba míticamente como transmisión solar en los caciques. De hecho, la mitología considera a Bochica como el primer cacique, pero una tercera versión de la antropogénesis referida por Simón a los "tunjas"47, asimila a los caciques mismos con los astros, Sol y Luna, quienes nuevamente fueron los gestores de la humanidad. Dice el rela­ to que al principio no había gente, aunque cielo y tierra y todo lo demás de ellos y de ella. Sólo estaban el cacique de Sogamoso y su sobrino, el cacique de Ramiriquí o Tunja. La creación de la humanidad distinguió su género, pues hicieron los hombres de la tierra amarilla y de una yerba alta que tiene tron­ co hueco, las mujeres. Pero estando las tierras todavía en tinieblas, el Sogamoso ordenó a su sobrino subir al cielo para que alumbrase al mundo hecho sol, y él mismo hecho Luna remontó el firmamento. Su luz irrumpió en el amane-

42 Castellanos, 3. 43 Simón, 3. 44 Piedrahita, 5, 4. 45 Piedrahita, 1942,1: 92-93. 46 Castellanos 2, 3; Simón, 3. 47 Simón, 9.

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cer del universo. Lo que sucedió en diciembre y en su memoria los muiscas celebraban la fiesta de huan que con cantos luctuosos recordaban como todos ellos eran mortales. Convidándoles con licor el cacique les consolaba: con que salían de la casa de la tristeza y se entraban del todo en la de la alegría y olvido de la muerte4*. El rito conmemoraba la creación de la humanidad pero también la muerte, el tránsito de las gentes en la tierra. Dice que los segárnosos lo cele­ braban en diciembre, es decir, cuando el sol amanecía sobre las sierras orien­ tales, en la más extrema posición septentrional de su recorrido. No sólo se celebraba en el Templo del Sol de Sogamoso, sino que éste representaba la posición más septentrional, vale decir, el amanecer más extremo en el norte y contra la sierra. El lugar donde desapareció o murió Bochica. Por cierto, sus descendientes recordaban mediante el rito la "muerte" de los astros y las gen­ tes. Como podría esperarse, la sociedad transitaría el mismo camino de sus ancestros. También vimos que la simbología mítica traduce el orden social aten­ diendo la distribución espacial de la jerarquía, lo que en los relatos se expresa topológicamente. Desde la época en que se transcribe el relato, las localiza- dones de Tunja, Sogamoso y Ramiriquí eran distintas. Aunque lo que los hispanos entendían por pueblos aparecen identificados por sus caciques, apa­ rentemente, las unidades políticas del relato eran coincidentes. También ha­ bíamos visto cómo Sogamoso se convirtió en epicentro de irradiación del poder solar transmitido a los caciques, y sabemos que Tunja, corrupción del vocablo Hunza, era el asiento del zaque, importante autoridad regional del norte del territorio muisca. Así, Sogamoso aparecía como un centro religioso, mientras que Tunja era distinguido como centro político aunque, siempre, cacicazgos. Este último, según el relato, estaba fundido con Ramiriquí a tra­ vés de un solo cacique y, en parte, el relato se dirige a argumentar la razón por la cual se distinguieron: el Ramiriquí trascenderá con menor estimación de la providencia. Lo que hace de Sogamoso un epicentro solar no es meramente su posición en el relato. Si la asimetría generacional refuerza el ejercicio de la transmisión de la autoridad, aquí el poder religioso auspicia el poder políti­ co. El mito afirma la relación de parentesco de los astros y evidencia cómo la simbología política se apoya en las relaciones sociales. La sucesión del

! Simón, 5.

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cacicazgo normalmente seguía de tío materno a sobrino y, según el relato, el Sogamoso, Luna, demanda al Ramiriquí ser Sol. La simbología reafirma esa prevalente relación de la transmisión del poder, argumentada desde los tiem­ pos primordiales, justificada por la primacía solar pues, a la postre, Tunja será el asiento del Hunza. La ascendencia solar de los caciques aparecía ya sugerida desde el relato de Iduakansas pero con mayor certeza porque Bochica fue el padre de la hu­ manidad e irradió su poder en los caciques. Aquí decididamente se identifi­ ca a los astros con los caciques. Además, el nombre del sol es epónimo: Hunza era el Sol, y es el nombre del cacique y el "pueblo". Desde entonces los astros se convierten en seres primordiales, ancestros de los caciques y por su interme­ dio, de la gente. Así, la ascendencia astral no sólo afirma la estratificación social, sino que la humanidad fue creada gracias a la jerarquía social, fue producto del poder. La antropogénesis fue un acto político. Los caciques son los creadores de la humanidad y representan el género por la materia creativa. La legitimación de la jerarquía no sólo se debe al poder lumínico del Sol, sino que la naturaleza del poder político es astral y social, ellos mismos personifi­ can los astros. Sin embargo, su poder es distinto: luna y sol no alumbran lo mismo. La encarnación fue iniciativa del Sogamoso, la Luna, quien ordenó la transformación de su sobrino en el Sol. La asimetría expresada en términos del parentesco reivindica la importancia de Sogamoso, desde donde también el mismo Bochica irradió el poder lumínico. Aunque los muiscas identificaban a Bochica como encarnación solar del cual se consideraban descendientes, esa cosustancialidad de la humani­ dad con el Sol no era homogénea. Mientras se le consideraba como el pro­ genitor primordial de la humanidad, el poder de la luminosidad solar habría sido transmitido en los caciques. De hecho, Simón asevera que aunque: dios universal de todos, en particular era el Bochica de los caciques y capitanes49. Esta herencia de Bochica será señalada en tiempos coloniales como característica propia por don Alonso de Silva, mestizo que pretendía el cacicazgo de Tibasosa:

"... asimismo, cuando hay alguna tempestad, o seca, o yelo de maíz, el tal caci­ que ordena y hace cierto sacrificio y mata a un niño, y ofreciéndolo la sangre al ídolo falso que ellos tienen, y para la fiesta de dicho sacrificio hace cierta borrache-

' Simón, 11.

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ra, a la cual acuden todos los indios e indias sin faltar ninguno y todos ofrecen oro y mantas en cantidad, así para el dicho cacique, como para el ídolo..." (AHNB. Cae. e Ind. t. 32, en Colmenares, 1978: 58).

Testimonio que, más allá del mito, pone en ejecución el poder heredado por los caciques sobre el control del tiempo, vinculándolo con la representa­ ción de los dioses y el sacrificio de infantes. Al referir las cosas de la vida política que enseñó Bochica, Simón relata cómo heredó el poder en el cacique de Sogamoso y fue causa que la hiciese muy grande en la sucesión de este cacicazgo. La certeza de sus anuncios se cono­ ció más allá del valle, atrayendo romerías para consultarle y engrosar su riqueza con ofrendas. Impuso rigurosas penas para guarda de los preceptos y acrecentó su reputación al subir a un monte que para esto tenía señalado donde, vestido con ciertas mantas y ritos propiciatorios, provocaba secas y hielos y terribles enfermedades que amenazaban a las gentes. Luego de morir le sucedió una hermana, Bumanguay, quien sólo guardó con celo aquellas leyes hasta que casó con un indio de Firavitova, quien la sucedió a su muerte. Éste remplazó las penas por el pago de oro y mantas, decayendo en sus manos la observancia de las leyes hasta que el cacicazgo de Sogamoso no fue hereda­ do por los sobrinos, como en los demás pueblos, sino por los caciques de Tobasa y Firavitova que eran sucesivamente elegidos por los de Busbanza, Gámeza, Toca y Pesca50. El relato contradice el orden histórico de Castella­ nos, quien dijo que se trataba del hechicero Iducansás y de sus herederos que si antes eran elegidos entre los caciques de tales pueblos fueron reemplazados por la sucesión en el sobrino51. Pero, adicionalmente, el relato argumenta que fue la sucesión en una mujer, Bumanguay, la causa de la pérdida de los pre­ ceptos y leyes impartidos por Bochica. También refiere la transformación del poder del Sol Fernández de Piedrahita, ahora por vía de Idacansas, en quien habría devenido Bochica52. Su versión de la elección, sólo vinculable con la anterior por el nombre del cacique, dice que Idacansas, que según él es el mismo Bochica, viendo que los caciques moscas andaban mezclados en gue­ rras de unos con otros, dispuso que eligiesen un rey supremo de todos, y él mis-

50 Simón, 3. 51 Castellanos, 3. 52 Piedrahita, 5.

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mo nombró al más apacible, Hunzahúa, de donde provinieron todos los zaques de Tunja, corrupción de Hunza53. Aunque sabemos que las fuentes de Piedrahita fueron Castellanos y Simón, su versión sobre el Hunza es intere­ sante por cuanto plantea, de nuevo, la sucesión del cacicazgo por vía de elec­ ciones, aunque a la postre el rey será nombrado por Bochica. Al saber que el orden histórico de los hechos puede ser traslapado en la mitología, lo que nos interesa destacar es que el relato humaniza la transmi­ sión del poder, de Bochica a los caciques y, para éstos, ilustra distintos procedi­ mientos de sucesión del cacicazgo. Además de la transmisión en el sobrino, Simón relata la extraordinaria sucesión del cacicazgo de Sogamoso en una hermana del cacique y de ésta en su esposo. Pero este equívoco conduce al relajamiento de las normas legadas por Bochica, que se traducirán en el pro­ ceso de elección del cacique de Sogamoso por los caciques de cuatro pueblos que le escogían de dos pueblos alternativos. Los "electores" deciden la suce­ sión política pero no ocuparán el cacicazgo. Más adelante, al discutir las reglas de sucesión cacical, retomaré dicha contradicción, que demanda in­ formación adicional54. Otro mito al tiempo que confirma el poder inseminador de la luz solar, insiste en las propiedades transformativas del poder. En el pueblo de Guachetá fue anunciado que el Sol procrearía en una doncella. Desde entonces las hijas del cacique remontaban al cerro de los muchachos, que tiene el pueblo a la par­ te del salir del sol esperando el amanecer, hasta que en una alborada una de ellas, virgen, quedó preñada de sus rayos y dio a luz una esmeralda grande y rica que cobijado por su madre se transformó en criatura llamado Go- ranchacha55, encarnación cacical del poder solar. Como hijo del Sol, fue cria­ do en la casa del cacique hasta que su edad le permitió ir a la corte de Ramiriquí y de ésta a Sogamoso, donde fue recibido y hospedado de acuerdo con su

53 Piedrahita, 4. 54 Desde las primeras Relaciones de la Conquista, los hispanos insistieron en que los muiscas habrían sido resultado de un proceso que, a través de guerras intestinas, habría conducido a la unificación política. Londoño (1983; 1996) con documentación colonial, halló la disputa política entre los indios del valle de la laguna al norte de Tunja, que argumentaban la pretensión expansiva del Ramiriquí sobre sus tierras en tiempos prehispánicos. Su confrontación con este relato podría sugerir el registro mítico de la discrepancia política. 55 Simón, 10.

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dignidad. A su regreso, cerca de las peñas de Paipa, supo que su paje dejado en Ramiriquí había sido ahorcado por el cacique. De su cólera dio muerte al Ramiriquí, tomó su lugar y retornó a Tunja donde sentó su casa y corte para asolar y usurpar el cacicazgo de Ramiriquí, que administró con tiranía y crueldad. Aquí lo que justifica la unificación del poder son, pues, hechos sociales, pero el relato también describe cómo su abuso conduce a la decadencia. Go­ bernó con señorío y crueldad, impuso penosos tributos y proscribió su cuerpo de la gente prohibiéndoles ver su cara y postrándose contra el suelo en su presencia. Profanó los mandamientos divinos con la veneración de otros muchos dioses; y castigaba las faltas con severísimos castigos corporales, con el empalamiento y la horca en el cerro que hemos dicho está sobre el pueblo. Hizo edificar un templo a su padre para venerarle ciertos días del año con sacrificios y con estaciones que caminaban en majestuosas y lentas procesio­ nes sobre las mantas finamente pintadas y dispuestas por los indios. Para sublimar la fábrica de este templo, mandó traer los gruesos y valientes mármo­ les que quedaron como hoy se ven, y en el camino de Ramiriquí y de Monquirá a Tunja. El templo, obra del cacique, sugiere el control de la religión al poder político y a ella las gentes bajo riesgo del sacrificio. Sin embargo, aquellos mármoles no llegaron al sitio porque supo que los españoles ya estaban en Santa Marta. Juntó toda su gente y avisó la llegada de aquellos que los había de maltratar y afligir con sujeciones y trabajos y, para no verlos pade­ cer se despidió, entró en el cercado y nunca más lo vieron, al tiempo que su pregonero de gran cola dio un estallido y se convirtió en humo hediendo. Pero, no obstante las expresiones transformativas del poder en la mito­ logía, Bochica es la representación paradigmática. Él aparece como la proyec­ ción humanizada del primigenio poder lumínico emanado del Sol, pues es el movimiento del astro el que orienta el cosmos y el territorio. Ordena el espa­ cio social epicentrándole en torno de templos ceremoniales. Su poder se ma­ nifiesta en el control sobre la naturaleza y sus efectos, la garantía sobre la vida y la muerte. En virtud de su transmisión, que legitima la jerarquía política, los caciques se convierten en los sucesores del poder manteniendo el control so­ bre el orden del universo, la naturaleza, la sociedad y la cultura. Su jerarquía está vinculada al espacio según el orden concéntrico que establece la antigüe­ dad de los caciques en torno del epicentro representado por Bochica; que será encarnado por el Sogamoso, cuyo estatus se destaca por hallarse (escucharle) más dentro del valle donde desaparecerá Bochica.

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Es sobre dichos argumentos del relato que los cronistas aseveran que Bochica predicaba las cosas de la fe, el bautizo, la gloria eterna, la salvación y la existencia de un dios que premiaba a los buenos con el cielo y castigaba a los malos con el infierno, según habían vivido en esta vida conforme a las cos­ tumbres de sus antepasados. También habría enseñado la reencarnación de la carne, pues que las almas eran inmortales y resucitaban otra vida: ... cuando salían de los cuerpos, los cuales habían de resucitar y tener otra vida, aunque entendían habían de tener necesidad de comidas como en esta, y a esto atinaban a ponérsela en sus sepulcros... Quien prohibió la mentira, el hurto, el asesinato y la infidelidad56. Ciertamente, los cronistas interpretaron las tradiciones amerindias de acuerdo con la escatología y la moral católicas, y pretendieron ver las acciones de Bochica como milagros de un predicador cuyo mensaje entendieron que enseñaba un decálogo de mandamientos que, parafraseando a Castellanos57, el obispo Piedrahita popularizó con el nombre de Código de Neméquene5". Su incertidumbre promoverá la reinterpretación del mito y verán en Bochica la imagen de un santo a su paso por tierras americanas, eventualmente identificado con el apóstol Santiago59. Tal es el caso de Medrano, quien pretendiendo dar veracidad a su testimonio afirma que: se le abrían los caminos, y se allanavan las sierras milagrosamente convertidas en carreras de piedra tan parejas y derechas como el cronista las vio en Bojacá, en Bogotá y, muchas, en la provincia de Sogamoso donde fue enterrado Bochica con el camello que montaba60. Piedrahita extiende tales carreras hasta los llanos61. Y Asensio, cuya versión identifica de manera decidida a Bochica con el apóstol Santiago, a su turno pretende que las carreras remplazaron los vestidos que se tendían para cruzar el río de Cota a Suba y en el Salto de Tequendama donde luego del milagro los indios pretendieron fle­ charlo sin empelerle, pues volvían muchas de ellas a los mismos indios que le tiraban61. Por su parte, Vargas Machuca ya había dicho que las pictografías

56 Simón, 3. 57 Castellanos,1955; IV: 150-152. 58 Piedrahita, 1942,1: 85-86. 59 Medrano, 1; Piedrahita, 3; Vargas M, 1; Asensio, 1; Simón, 2, 3. 60 Medrano, 1. 61 Piedrahita, 1942,1: 93. 62 Asensio, 1. Evidente alegoría de los milagros de Jesús Cristo. Pero fijémonos que el cronista no sólo funde los relatos muiscas con los

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habían sido grabadas con su propia uña63. Finalmente, Simón también pre­ tende materializar a Bochica en los rastros de las pictografías y petroglifos, en la cerámica, en los huesos del camello que conservaron los naturales para adoración en la lagunilla Baracio o en los ídolos que lo representaban con­ vertidos en fetiche. Incluso propondrá una explicación hidrográfica para dar cuenta del fundamento del relato sobre la desanegación de la sabana. Sin embargo, la presunta similitud que hallan los cronistas entre los relatos muiscas y los bíblicos no podría ser definitiva y de hecho, estos sacerdotes- cronistas evidenciaban su propias dudas. La pretensión de equiparar la cosmovisión de unos y otros, aunque buscaba una razón que acercara las explicaciones indígenas sobre su historia, a la postre pretendía justificar sus descubrimientos ante una incrédula Europa. Al fin, demostraba la superche­ ría, la infidelidad, la apostasía y la "gentilidad" de los indios que asentará los procedimientos de la Inquisición en América mediante la extirpación de las idolatrías.

La Luna Pero, la simbología dominante que describen los relatos muiscas, no obstante el filtro interpretativo de los cronistas, difiere de los judeocristianos. Refieren una distinta expresión del poder, de su territorialización, de su posi­ ción en la estructura del universo, su ejercicio y control sobre la sociedad y la naturaleza y, por supuesto, de sus relaciones sociales. Debemos, entonces, avanzar sobre la simbología que manifiestamente asociaba las relaciones del poder con el de los géneros. El mito muisca mejor conocido sobre el origen de la humanidad es el de Bachué, relatado por Simón y a continuación del origen del cosmos. No obstante los hechos ocurren en el distrito de la ciudad de Tunja, su generali­ zación a los muiscas fue hecha por el frayle, argumentándole como fundador del culto que se realizaba en todo el altiplano: ...en todas partes que hubiese aguas con algún extraordinario asiento o disposición no daban sin ofrecimientos

judeocristianos, sino los bíblicos: aquel que durante el éxodo convoca el poder de dios para cruzar el mar muerto, con el de la suspensión de Cristo sobre las aguas del mar que milagrosamente camina para convencimiento de los pesca­ dores que se convertirán en apóstoles. 63 Vargas M.,1.

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de unos o de otros..., que ejemplificó en y Bosa. Su análisis nos permitirá precisar otros elementos de la estructura del cosmos y de la concep­ ción del territorio, y discutir la simbología lunar y su identidad femenina que ya habíamos observado en la primera versión de la cosmogénesis. Según Simón, el mito le fue referido por los indios del pueblo de Iguaque64. En tiempos coloniales el pueblo de indios fue desplazado hacia la actual ciudad de Villa de Leyva, que comparte con otros pueblos el valle interandino del río Monquirá al noroeste de Tunja. Hacia el centro del valle se encuentran las ruinas megalíticas más sobresalientes del altiplano que aún se conocen por la infortunada denominación hispánica de . El "pueblo" indígena se recostaba sobre las faldas de una alta cuchilla en cuya cima, que demanda un tortuoso ascenso, se halla la laguna de Iguaque65, y que Simón ya describía como: coronación de empinadas sierras, tierra muy fría y tan cubierta de páramos y ordinarias neblinas que casi todo el año no se descu­ bren sus cumbres, sino al medio día por el mes de enero. Allí,... a poco de como amaneció o apareció la luz y criadas las demás cosas, de la laguna emergió Bachué llevando de la mano a un niño de hasta tres años. Con él descendió al llano y dispuso su casa donde permaneció hasta que él creció y pudo fecun­ darla. Entonces anduvieron por toda la tierra y de sus prolíficos partos, de cuatro o seis hijos, surgió la humanidad. Tiempo después, siendo ya ancia­ nos, volvieron al pueblo de Iguaque y, acompañados por su progenie, fueron hasta la laguna: Junto a la cual les hizo la Bachué una plática exhortando a todos lapazy conservación entre si, la guarda de los preceptos y leyes que les había dado, que no eran pocos, en especial en orden al culto de los dioses... Converti­ dos en grandes culebras, con singulares clamores y llantos de ambas partes, se despidieron y entraron en las aguas. Como los anteriores, este mito aparece vinculado con la realización de ritos y con la iconografía de los personajes que los cronistas asimilaron con ídolos. El relato concluye afirmando que mientras que al esposo le erigieron una estatua maciza de oro fino que adoraban en el pueblo de Iguaque, Bachué apareció después en otras aguas del altiplano: Pues no había arroyo, laguna ni río en que no tuviesen particulares ofrecimientos... Sin embargo, dichos sacrifi­ cios a las aguas, como entendieron los frayles las ofrendas a Bachué, se rela­ cionaban con invocaciones de pesca como ocurría en el río Bogotá, a la vera

Simón, 5 A 3.400 metros sobre el nivel del mar.

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del cerro Tabaco cerca de Bosa, en el que ... por ser mayor la pesca que hacen, ofrecían entre las peñas del río pedazos de oro, cuentas y otras cosas, para tener mejor suerte en las pesquerías... O, al oriente del anterior, donde se suponía enterrado el esqueleto del "camello" que habría traído Bochica:... un criminal tan grande como de vaca o camello, a quien hacían la adoración y orfrecimiento por estar en las aguas66. El relato afirma que Bachué, la Madre Ancestral, se habría desplazado de las sierras a los valles, pero su origen está en la laguna que corona la sierra de donde descendió a las tierras del valle para procrear la sociedad. Así, la transición se realiza desde dentro del agua hacia fuera en el valle, que sugiere su paso desde el más allá a la tierra. De la laguna emerge Bachué con su niño cargado en brazos, con quien, al crecer, procreará la humanidad en esta tie­ rra, y a la laguna retornan ya ancianos e infértiles. El ciclo de la antropogénesis indica, al mismo tiempo, el ciclo de la vida: la transición pasa de la vida intrauterina del niño a su fecunda madurez, para retornar a ese más allá67, que granearé de la siguiente manera:

Adentro - Ancestros

Afuera - Sociedad

66 Simón, 5. 67 Las lagunas como comunicación del cosmos es conceptualización común a otros pueblos de los de Suramérica. En puede observarse entre los kogui (Reichel-Dolmatoff, 1985), los u'wa (Osborn, 1995), los pasto (Mamián, 1996), los páez y guambiano (Dagua, et al. 1998). Los dos primeros, cultural y lingüísticamente emparentados con los muiscas, también enfatizan el poder procreador de la madre pero entre los primeros aparece como "Madre del Universo", mientras que entre los muiscas su poder procreador se restringe a su capacidad procreadora y civilizatoria, es la Madre de la Humanidad. Ahora bien, los kogui consideran esta vida como un estadio de paso entre el origen y el retorno a un más allá intrauterino (Reichel-Dolmatoff, 1984; 1987). También los u'wa conciben las lagunas como umbrales al más allá y los

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El relato también explica la antropogénesis como transición de la indi­ ferencia natural al orden social, de las nieblas al orden y la ceremonia: la paz y la conservación entre sí, la guarda de los preceptos y leyes que les había dado, que no eran pocos, en especial en orden al culto de los dioses. El relato describe el poder procreador de la mujer, su gestación de la humanidad y la instaura­ ción del rito que se realizaba en las aguas para memoria de los hechos pri­ mordiales y reactualización de sus poderes procreativos. La identificación femenina con las prominencias orográficas aparece otra vez cuando Simón relata que al norte de Muzo vio dos cerros, el más alto de nombre Furatena, según su traducción mujer encumbrada y, a su lado, otro más bajo, representación de su hijo, y famosos porque los muiscas les iban a adorar y ofrecer siendo los adoratorios más famosos de los moscas que ocupaban aquellas tierras6*. Lo que repite las expresiones míticas en la disposi­ ción topológica del universo destacando la orografía e hidrografía del terri­ torio cargada de contenidos simbólicos. La habitación de las gentes se hallaba protegida por las sierras cuyos pináculos estaban coronados por cuevas y lagunas de donde provenían y adonde se dirigían los padres de la gente, verdaderos um­ brales del universo por el que transitaban estos ancestros primordiales. Antes de seguir adelante, observemos que la antropogénesis habría sido resultado del acto creador de la unión de la madre con su virtual hijo o, por lo menos, a quien crió como tal hasta alcanzar los poderes fecundadores que la inseminan. Virtual, puesto que Simón sólo dice que esta mujer Sacó consigo de la mano un niño, de entre las mismas aguas, de edad de hasta tres años... Se trata de un padre-niño que a la postre permanecerá en esta tierra iconográ­ ficamente representado por una figura de oro, mientras que la Madre tras­ cenderá en el ritual de las aguas, que es su propio rito. Y no obstante el origen de la gente parte de una relación conyugal, el padre del niño de Bachué no aparece. Al contrario de la equidad de los géneros representada por los astros en el relato anterior de la antropogénesis, en este la intervención masculina

guambiano cuentan que la laguna primigenia, Nupisu, de las alturas de las sierras, es como una maíriz, un corazón; y agregan: ... el agua es vida, precisan­ do: el agua no es buena ni es mala (Dagua, et al. 1998: 52). Para los guambiano el aroiris es personificación del flujo del agua y del tiempo: puede estar eníre dos lagunas o dos ciénagas (Dagua et al., 1998: 32), que según nuestro análisis también aparece entre los muiscas. 68 Simón, 1981, IV: 423.

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aparece periclitada69. Bachué es la Madre primordial de las gentes, la Madre de la Humanidad, la Madre Ancestral, opuesta y complementaria, simbólica y socialmente, al Padre Ancestral. Bochica y Bachué aparecen como ordena­ dores del universo, de las gentes y sus comportamientos. Mientras que el relato de Bachué enfatiza el origen del orden social, Bochica se halla asociado con la instauración del orden político. A partir de la conyugalidad de los astros estos relatos de Bochica y Bachué aparecen como encarnación de los poderes generativos y procreativos de los géneros en la tierra. Pero, también, los relatos registran las transformaciones simbólicas que expresan las de la naturaleza y la sociedad. Según Simón, Bachué también era conocida con el nombre de Furachogua, que traduciría mujer buena. Al final del relato agrega otra deno­ minación, la de Labaque, posible contracción de la Baque con la cual la dis­ tingue Medrano70. Simón afirma que Bachué es la misma Chíe, Guitaca o Xubchagagua, mujer hermosísima y de grandes resplandores, quien vino des­ pués de Bochica para persuadir las gentes a la vida ancha, placeres, juegos y entretenimientos de borracheras. Confundió la doctrina y las buenas acciones del predicador e instó las gentes a la embriaguez con el zumo de una planta que les permitía adivinar y consultar como oráculo, a mascar tabaco que inducía hechicerías y adivinaciones, y equivocaría los diseños de sus mantas que más parecen signos de escribanos que otras cosas. También, dice el cronista, se les fue confundiendo la resurrección de la carne e inmortalidad del alma y les condujo a afirmar: que hubo siempre entre ellos tan grandes hechiceros, que cuando querían, se convertían en leones, osos y tigres que despedazaban los hombres... Debido a sus disipadas y demoníacas prédicas, contrarias al bene­ ficio de las gentes, Chimisagagua la convirtió en lechuza e hizo que no andu­ viera sino de noche, como ella anda7'. Estos rasgos del relato coinciden del todo con el descrito por Castellanos, sólo distinto por la ortografía de los nombres: Chíe, , Jubchrasguaya. Dice que a Chíe, quien no debía ser sino demonio... la gente le seguía en sus errores, ritos y ceremonias absurdas..., por lo que Neuterequeteua, que es otro nombre del mismo Bochica: le dio plumas y transformó sus miembros en lechuza72.

69 Ver también Correa, 1996a. 70 Medrano, 2. 71 Simón, 6. 72 Castellanos, 4.

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Piedrahita, quien ya había identificado al sol por la denominación de Zuhé y a la Luna por Chía73, aunque sigue a los anteriores cronistas, sus confusos relatos la convierten en quien habría anegado la Sabana74, según advertí, y asume otra transcripción de sus nombres, Yubucayguaya o Huytháca, agregando que: Chia era mujer de Vaqui y tuvo una hija que casó con el capitán de los demonios...73. Para Medrano, fue la madre de Chibcha- chun, Bochica, Chiminigagua y Cuza (sic), quienes convertidos en dioses fueron representados por estatuas dispuestas en templos a las que se ofrecía oro, esmeraldas, mantas, maíz, frutas y otras cosas. Ceremonias que serían el antecedente para que ... de aquí se fueron estendiendo a adorar a sus caciques y señores muertos, con tantas ceremonias y supersticiones, ques cosa de espanto76. Ofrecimientos sobre los que volveré más adelante. Pero, salta a la vista que los cronistas convirtieron los relatos de la Madre Ancestral en una diatriba contra la mujer. La estigmatizaban por su hermosura, su sensualidad, su dedicación al placer, y tergiversación de ante­ riores enseñanzas (la apostasía), que habría seducido a las gentes para con­ fundir la doctrina sobre la resurrección y la inmortalidad del alma impartida por el padre. Los últimos cronistas la casaron con el capitán de los demonios y pretendieron la inversión de los dioses convertidos en ídolos e hijos de la Luna cuyo ejercicio habría conducido a la inundación de la Sabana. Aún así, tam­ poco aquí escapan referentes muiscas. En lo que los cronistas ven hechicerías, reconocemos el consumo de yopo, coca o tabaco, y la transformación del sacerdote indica efectos propios del ejercicio terapéutico. También es notable la confusión de los diseños de las mantas, vale decir, de la identidad de las gentes representadas por la iconografía de los tejidos. Ahora bien, Chíe efec­ tivamente traduce luna y mes77, evidente asociación al ciclo de la primera, pero también traduciría "hortiga", que sabemos se la emplea en procesos chamánicos. La denominación Xubchagagua, y la del sol Chimisagagua, y su mensajero Chimizapagua, comparten el morfema con el que Simón distin­ gue al Sol, gagua, proximidad astral que es muy frecuente en las mitologías

73 Piedrahita, 1. 74 Piedrahita, 2. 75 Piedrahita, 2. 76 Medrano, 2. 77 Pero también: honrra, hortiga (en González de Pérez, 1987: 271).

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amerindias. La identificación de la Luna con la noche y su periodicidad lumínica, y el grueso mensaje de su caótica intervención opuesta al poder lumínico del Sol78, es evidente. Mientras que Bochica aparece como represen­ tación del perenne poder procreativo de la luz solar; Chía lo es de la periodi­ cidad del poder procreativo de la luz lunar. En conjunto resaltan la asociación masculina con el imperecedero poder político, y la asociación femenina con el poder de la fertilidad de las fuentes de vida y los ciclos de la naturaleza. Además, la transformación simbólica de las representaciones, de Bachué a la Luna, parecen correlativas de la transformación del poder de Bochica en manos de Idacansas. Nótese que mientras las representaciones icónicas pretenden represen­ tar cualidades femeninas en la lechuza, nocturna y volátil, y la sierpe, meto­ nimia de la tierra por ia que se desplaza, relación similar a ia que aparece en el relato de la china del cacique Meicuchuca quién también se convertirá en culebra de una laguna79, en los relatos no hay equivalentes iconográficos masculinos. Sin embargo, es evidente un contenido básico de las oposiciones simbólicas: sol/luna, día/noche, perpetuidad/periodicidad. Pero, sobre todo, los relatos míticos enfatizan la importancia de los ciclos hídricos, el flujo del agua insistentemente representado por sus fuentes, las lagunas, espejos don­ de los astros proyectan su reflejo de luz. Estos umbrales del cosmos eran, por cierto, sitios de enterramiento de los caciques, cuyos cuerpos se disponían a las puertas del más allá, donde iban los seres después de esta vida. Es lo que relata el mito de la laguna de Guatavita. Según Simón, la laguna de Guatavita era el más frecuentado y famoso adoratorio muisca. Como la de Iguaque, aún perdura en una hondonada que corona la sierra80 a cuyos pies descansan los valles interandinos que dan asien­ to a las gentes de los pueblos de Guatavita y Sesquilé. El mito la vincula con el cacicazgo de su nombre, que según las aseveraciones de los cronistas, a la

78 Hernández Rodríguez había observado el origen astral y luminoso de Bochica, mensajero de Chiminigagua y personaficación del sol. Destacó la oposición del Sol y la Luna, día y noche, transformados en Bochica y Huitaca como seres corpóreos (Hernández Rodríguez, 1975: 172-76). También resaltó el carácter benéfico del agua asociada con distintos ritos, notablemente del parto (Hernández Rodríguez, 1975: 165, 178). 79 Simón, 8. 80 A 2.990 metros sobre el nivel del mar.

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época era autónomo y más poderoso que el de Bogotá. Los sucesos habrían de reforzar su fama y promover las romerías que desde pueblos como Chocontá, Ubaté, Tunja y Bogotá, hacían venir las gentes con ofrendas me­ nores o mayores para propiciar el remedio de sus necesidades. Desde estos pueblos se habrían construido carreras empedradas que media legua antes confluían a la laguna. A la vera de sus aguas se hallaban las casas de los sacer­ dotes que oficiaban distintas ceremonias. Para necesidades comunes navega­ ban en balsas de espadañas acompañando al oferente hasta el centro, distinguido por dos cuerdas en cruz, donde conjuros y ceremonias propicia­ ban los ruegos. Ceremonias colectivas convocaban a los "dioses" que la habi­ taban para saber el comportamiento del tiempo venidero y las enfermedades que se aproximaban. Cuenta Simón que la laguna estaba habitada por un dragoncillo que el cacique de Guatavita reverenciaba. Y sucedió que a oídos del cacique llegó la noticia de que su más hermosa y estimada esposa le era infiel con un caballero de la corte, a quien mandó matar por empalamiento, según la costumbre. Y castigando y humillando a su esposa haciéndola comer guisadas las partes de la punidad de su amante, ordenó que los hechos fueran contados y canta­ dos para escarmiento de las mujeres. La esposa del cacique, acosada por la ignominia pública, decidió dejar esta vida para aplacar sus tormentos en la otra. A deshoras y en secreto, fue a la laguna con una muchacha que cargaba a su hija recién nacida del cacique, a quien arrojó yendo tras ella. Lo que advirtieron los jeques que habitaban las riberas y enviaron un emisario al cacique. Pero el cacique llegó cuando su mujer ya se había ahogado en la laguna. Entonces, mandó a su mayor hechicero que las recobrase. Luego de ciertas ceremonias, el jeque mandó hacer fuego y lo juntó con guijarros que colocó en unas balsas. Echó las brazas al agua y se hundió guiado por la lumbre, para retornar afirmando que había hallado la cacica viva ... que estaba en unas casas y cercado mejor que el que dejaba en Guatavita, y tenía el dragoncillo en las faldas; estando allí con tanto gusto que aunque le había dicho de parte de su marido... que saliera y que ya no trataría más del caso pasado, no estaba de ese parecer, pues ya había hallado descanso de sus trabajos a que no quería volver..., pues, comían y bebían y eran servidos de sus criados como en ésta... Al requerimiento del cacique de sacar por lo menos a su hija, el jeque se sumergió de nuevo. Trajo el cuerpo muerto de la niña, ciega por el dragonci­ llo: para que no siendo la niña sin ojos ni alma de provecho entre los hombres de ésta vida, la volviesen a enviar a la otra. El cacique, entendiendo que era orden

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del dragoncillo, devolvió la niña con su madre... pero, el infructuoso intento del cacique divulgó el suceso y confirmó la noticia que después de muertos había otra vida donde comían y bebían y eran servidos de sus criados como en ésta... Lo que inauguró las romerías que de todas partes llegaban a la laguna con ofrendas de oro, joyas, esmeraldas y comidas, para pedir remedio a la cacica en todas sus necesidades, sin percatarse, dice el frayle, de que era el demonio quien tomaba su cuerpo emergiendo, de vez en vez, con su torso descubierto y vestida de manta colorada para advertir a las gentes los tiem­ pos de secas, las hambres y enfermedades81. Habíamos visto que las lagunas, como las cuevas, eran umbrales al más allá. Pero este relato precisa que el más allá es semejante a esta tierra por su paisajes y labranzas, y no demandaba del trabajo para sustentarse. Partamos de la posición de los personajes. La infidelidad, falta femenina, se refugia en el agua donde el dragoncillo, cuyo diminutivo no opaca su poder, obedece la dura orden de la cacica: ciega la hija dándole "muerte". El amante no obstante ser caballero de la corte, asalta por partida doble la autoridad, política y so­ cial. Pero el cacique le da muerte y pretende ejercer autoridad sobre la esposa, tranzada con el rescate de la hija. Es con ella con quien la cacica se ahoga y es a ella a quien, en última instancia, busca rescatar el cacique; y será por su vida que la madre permanecerá en el fondo de la laguna. En adelante la cacica, sin abandonar las aguas, augurará los males para que la gente los sepa y preven­ ga sus acciones. El jeque, en cambio, aunque no resuelve las demandas del cacique, busca satisfacerlas auxiliado de la ceremonia que permite al fuego de las brasas hender el agua iluminando su camino al más allá. En donde se hallaba el dragoncillo, quien reverenciado por el cacique a la postre respalda la cacica como una suerte de contrapartida del jeque. El relato resguardará la memoria del quebrantamiento de la autoridad masculina por el adulterio de la esposa, quien huyó a la otra vida con la hija del cacique. Pero hay aquí otro mensaje. Fijémonos que los jeques, habitantes de la vera de las aguas de la lagu­ na, pueden pasar de esta tierra al más allá a través de la ceremonia, el conjuro y la lumbre chamánica, que interrumpen la oscuridad de las aguas para cru­ zar desde esta tierra al más allá iluminado como ésta. Sin embargo, la luz es distinta, se invierte al cruzar el umbral. La cacica da muerte a su vida terrena

Simón, 7.

[55] SIMBOLOGÍA POLÍTICA

sólo para vivir la placidez del más allá, lo que asegura con la transformación de su hija: mientras sus ojos estaban iluminados por el más allá, el retorno costaría la vida en las tinieblas de la ceguera. La hija retornará ciega a esta vida sumida en la oscuridad de la verdadera muerte. Pero la muerte, la pérdi­ da de la visión de esta vida, pasa a la iluminación del más allá. El paso al más allá no es muerte, sino tránsito del cuerpo de un estado a otro que se traspasa por el umbral que comunica estas dimensiones del cosmos al que iban las gentes y de donde podrían retornar a esta tierra. La muerte sólo era un estado transitorio que las gentes cruzaban en un sentido o en otro82. Será tal estado el que reconoceré como "ancestral" y cuyo análisis ocu­ pará los próximos capítulos. Tanto Bachué como la esposa del Guatavita, aun­ que permanecieron perennemente en el más allá, retornaron muchas veces a la gente. Por eso los vivos podían comunicarse con los "muertos" y por inter­ medio de ellos con el más allá. Esta comunicación era expedita a través de las lagunas que, como las cuevas, adentraban su fondo en las entrañas de la tierra, o bien, resurgían en las fuentes de agua que la socavaba hacia el más allá hasta alcanzar esa otra dimensión del universo similar a la de las gentes. Entonces, es claro por qué la inhumación de las gentes en los umbrales del universo podía realizarse tanto en cuevas como en las lagunas, lugares a través de los cuales emergen o se sumergen seres ancestrales y sitios de enterramiento de los caciques. El mito fue relacionado por Simón con el famoso tesoro de ElDorado porque las ofrendas se habrían acrecentado hasta la celebridad83. Pero dedi­ cando por lo menos dos capítulos de su obra discute la versión relatada en Quito para esclarecer la razón de su fama que, desde entonces, ya había pro­ vocado el desagüe de la laguna en búsqueda del tesoro84. La fama de ElDorado, y de la laguna de Guatavita, al que me referiré más adelante, fue particular­ mente difundida por Rodríguez Freyle, un contemporáneo de Simón cuya crónica conocida como , tempranamente publicada en Colombia, fue considerada por mucho tiempo como la historia de la Nueva Granada.

82 Epítome, 1972: 301; Oviedo, 1852, III: 128; Castellanos, 1955, IV: lí Simón, 1981,111:407. 83 Simón, 7. 84 Simón, 1981,111:323-330.

[56] LOS ANCESTROS PRIMORDIALES

Símbolos complementarios A pesar de que referentes conceptuales de los muiscas habrían sido afec­ tados por la evidente interferencia hispánica, los relatos míticos guardan símbolos prehispánicos dominantes que perduraban hasta mediados del si­ glo XVII. Y es que a través de ellos pretendían demostrar su superchería y gentilidad, aunque su incertidumbre les condujo a indagar por la época en que sucedieron (antes que llegaran los españoles), e intentaron la verificación geográfica buscando explicar los hitos en el paisaje. De dichas construcciones conceptuales, el espacio es dimensión funda­ mental de la cosmovisión y en los relatos aparece delineado por la inscripción de los actos de los "dioses" y las gentes. Unas veces sus acciones se dirigen a explicarle, como el origen del cosmos, pero otras responde a las característi­ cas del comportamiento del medio, como la inundación de la Sabana. Como resultado de la relación de la sociedad y la naturaleza, la geografía mítica enfatiza las distintivas características del paisaje altiplánico convirtiéndoles en símbo­ los espaciales que producen una "construcción religiosa del territorio"85, re­ sultado de la inscripción de las relaciones sociales y de la sociedad con la naturaleza. Los primeros cronistas informan que el gran espacio del universo habría sido distinguido por el poder luminoso del Sol. Luego, su poder encarnaría en Bochica, cuyos actos se inscribirán en una geografía mítica que dispone el orden a la naturaleza y al territorio. El poder del Sol precisa la estructura del universo. El camino solar orienta el espacio. En su desplazamiento delinea la orografía e hidrografía de ésta tierra que, sostenida por los grandes guayacanes, fueron reemplazados con los hombros de Chibchacum. El arcoiris, la corona celeste que enmarca su aparecimiento, comunica el cosmos aden­ trando sus pies por las lagunas de ésta tierra. El arcoiris recordará a las gentes su estructura pero, sobre todo, el origen mismo del cosmos, el poder del Sol, la descomposición de la luz sobre la tierra y el efímero tránsito por ella de las gentes que deberá ser alentado por la entrega de la vida, el sacrificio al Sol. La orientación del espacio no sólo es el eje del desplazamiento de Bochica, sino que el Sol mismo es su epicentro, lo que se relata al fin del camino en el Templo de Sogamoso cuando como astro se manifiesta levantándose de esta tierra al firmamento.

85 Vincent, Dory, Verdier, 1995.

[57] SIMBOLOGÍA POLÍTICA

De igual modo, los relatos dan cuenta de la característica orografía del paisaje en el que valles altiplánicos atravesados por ejes fluviales que acogen las tierras llanas se hallan enmarcadas por cordilleras. Fue en las sierras donde el padre ancestral distinguió sus cuevas como habitación de los ancestros y luego descendió a los valles para comunicar la civilización. También de las alturas provino Bachué, la madre que emergió de una laguna y descendió a los llanos para procrear la humanidad. Estas construcciones conceptuales no sólo oponen los géneros, sino sus representaciones simbólicas en el paisaje, los cerros y las lagunas. Así, les convierten en umbrales que comunicaban el más allá de los ancestros con las gentes. La asimilación de las sierras como fuentes de vida recuerdan que de sus cuchillas manan fuentes de agua que bañan los fértiles valles. Mientras en los primeros habitaban los ancestros, en los segundos se hallaban las gentes. Este argumento también es compartido por el relato de la esposa del Guatavita, quien al entrar en la laguna se con­ vierte en ser ancestral. Además, Bachué, la esposa del Guatavita, la madre del Ramiriquí, que pretendiendo el castigo de la hija provocó el represamiento del pozo de Donato, y aun la china del cacique Meicuchuca*6, ponen de manifiesto la estrecha rela­ ción femenina con las aguas, la expresión del poder femenino como control de la fertilidad opuesta a la representación solar de la sequía. La simbología no sólo distingue los géneros por vía de sus significados sino que, de acuerdo con las relaciones sociales, les articulan. Los relatos proponen una primera interpretación del orden de la naturaleza y la sociedad a partir del poder lumínico del Sol, inseminador y masculino, pero el origen de las gentes es producto del poder fecundador de la Madre. Esta relación de los géneros está representada en la mitología cuando la antropogénesis se concibe como re­ sultado del matrimonio. Los relatos parten de la fecunda complementariedad del Sol y la Luna, cuya distintiva oposición estatuye el matrimonio ideal, convirtiéndoles en padres de la humanidad. Por ello el astro del día es mascu­ lino y la luna femenina, y su oposición se resuelve en una relación comple­ mentaria que auna su poder lumínico en la naturaleza: la equilibrada relación matrimonial de la cual los muiscas son progenie. Además de la simbólica representación del comportamiento de los gé­ neros, los muiscas partían de la manifiesta asociación del sol y de la luna con

Simón, 8.

[58] EOS ANCESTROS PRIMORDIALES

el día y la noche. El origen del cosmos es obra de Chiminigagua, demiurgo creador de las cosas, quien amanece en la primigenia oscuridad transmitien­ do su poder lumínico cuyas cualidades el cronista califica de buenas y res­ plandecientes. Él mismo es la luz que abandona su encierro para desplegar su poder en el universo; es el Sol. Más tarde, su matrimonio con Luna apareja su poder lumínico como fecunda relación que procrea la humanidad. Su poder se transmite desde el firmamento para crear la gente en esta tierra. Y como ellos son diferentes por el género, distingue los astros por ser del día y la noche. Pero esta distintiva caracterización de los géneros posee cualidades transformativas que aparecen mediadas por otros contenidos simbólicos que articulan la sociedad con la naturaleza. A partir de la distinción de los astros, articulados originalmente por una relación conyugal armónica, el comporta­ miento del Sol y la Luna describen la potencial inversión de las paradigmáticas cualidades de los géneros, sociológicamente opuestos y complementarios. La relación de los astros y la naturaleza, el comportamiento, es más evidente a través de un nuevo eslabón simbólico que los relaciona con el del clima. Los relatos diferencian estos seres por haber sido los auspiciadores de la templan­ za de las aguas y la inundación. Dicha identidad se hace descansar en la desta­ cada diferencia del ejercicio del poder: lo que iluminan estos seres, Sol y Luna, hombre y mujer, se halla asimilado a la transmisión de sus cualidades cultu­ rales y el control de los elementos; oposición y complementariedad que, a la postre, pretenderá explicar los hechos de la sociedad y la naturaleza. Bochica, encarnación del Sol, aparece asociado con los tiempos secos, es el desinun- dador. Chía, la Luna, se halla asociada con el eventual descontrol de las aguas, la inundación de la Sabana. Expresado literariamente, el sol aparece como metonimia de la sequía y la luna, del crecimiento de las aguas. Esta oposición se traduce culturalmente: Bochica representa el orden de las gentes; como maestro de las artes y los cultivos es civilizador; y el objeto de sus enseñanzas fue la buena religión. Chía representa la permutabilidad social; del presunto orden originario induce las gentes al placer, al ocio y la embriaguez; y sus enseñanzas disipan y demonizan la religión. Dicha oposición y complementariedad de los géneros simboliza carac­ terísticas propias del poder. De partida, el poder solar de Chiminigagua fue difundido directamente en cosas y personas o lo engendró en su hijo, el caci­ que Goranchacha; Bochica, encarnación del Sol, legitimó el orden político; Hunzahua, de quien procedieron todos los reyes de Tunja, e Iducanzas lo here­ daron. Así, la transmisión del poder solar siempre se antropomorfiza en la

1591 SIMBOLOGÍA POLÍTICA

figura del cacique. Pero, el poder podría convertirse en su opuesto y conducir a la oclusión de su carácter procreador. Goranchacha será inhabilitado para tener hijos por su propio progenitor; Ramiriquí con su hermana incestuosa y su hijo se convertirán en piedras; Luna será convertida en lechuza; el Sol será Suegagua. Y aun el amante de la esposa adúltera del Guatavita será castrado, ella "morirá" y su hija será cegada por su propia madre. Lo anterior pone de presente cómo la comprensión del mito no sólo depende de las relaciones sociales, sino de la confrontación con sus reglas, ellas mismas ideal guía para la acción social. Estas elaboraciones conceptuales re­ gistran alternativas y transformaciones. Fijémonos que no se limitan a la etio­ logía de la antropogénesis y de la cosmogénesis, sino que de acuerdo con el comportamiento social cambian las características del poder lumínico de los astros transformando el contenido de los símbolos. Con base en ello, los relatos insisten en delinear las representaciones fe­ meninas en oposición a los símbolos masculinos, sea que desvanezcan la ima­ gen de su poder fecundador, como cuando las gentes son producto del demiurgo, sea cuando en el relato de Bachué el padre se convierte en padre- niño de la humanidad, sea al contraponer el resultado de sus actos. En el caso de Bochica, la encarnación de Chiminigagua refuerza la simbología del géne­ ro masculino, representado por el perenne orden solar como reconocimien­ to de la jerarquía política. No obstante, de acuerdo con la organización de la sociedad, los mitos antropogenéticos pendulaban los poderes procreativos de los géneros. Así, ese carácter de la Luna tiene como contrapartida a Bachué, quien no sólo aparece como la Madre de la Humanidad y Dueña de las Aguas, sino que antes de retornar a la laguna de Iguaque convertida en sierpe exhor­ tó a la civilización y el culto entre las gentes. Y aun en el relato del Guatavita, la esposa del cacique emergía desde el otro mundo a través de la laguna para advertir las sequías, las hambrunas, las enfermedades y muertes ocasionadas por los cambios imprevistos de la naturaleza. Así mismo, la representación simbólica de la estabilidad del poder masculino se transforma también en su opuesto. Cuchaviva, el Arco del cielo, es imagen negativa del control mascu­ lino sobre las aguas que, como vínculo entre la noche y la muerte, se opone al poder benéfico de Bochica. Cuchaviva es asociado con el tiempo que hiela, escarcha que quema los maíces, y Chibchacum inunda las tierras. La estabili­ dad y la variabilidad de los efectos asociados con los astros aparecen en la mitología como modelo de comportamiento de la naturaleza. La experiencia y el conocimiento permitían predecir la periodicidad de los astros y su coin-

60 EOS ANCESTROS PRIMORDIALES

cidencia con las épocas del crecimiento de las lluvias y con ellas del caudal de los ríos, de los humedales y lagunas; a diferencia del tiempo del amaine de las lluvias, del estiaje de los ríos y las concentraciones de agua. Pero la mitología no sólo cuenta con lo sabido, lo predecible y controlable. Como en el caso de las relaciones sociales, que del matrimonio se dirige a los extremos, el incesto y el adulterio, aquí advierte sobre la eventual inestabilidad de la sequía y el desbordamiento del cauce de las aguas, el descontrol de la naturaleza. Según los relatos, la creación había sido fruto del poder de Chimini­ gagua, mientras que el origen de las gentes, resultado de la unión conyugal del Sol y la Luna; de las acciones primordiales de los caciques de Sogamoso y Tunja; o, también, de una madre gestora de la humanidad, Bachué. Más allá de las diferentes estrategias narrativas, la etiología de la cosmogénesis y la antropogénesis explica la inscripción de la sociedad en el espacio como fun­ damento del orden social. El poder masculino solar simboliza el principio reproductivo de la organización política y el poder femenino lunar, el princi­ pio procreativo de la sociedad que, en virtud del comportamiento, se trans­ forman hasta ocluir sus poderes generativos. Como símbolos dominantes, representan la armoniosa relación conyugal y la templanza del clima y de las aguas. Pero, al mismo tiempo, el Sol y la Luna no sólo se casan entre sí, sino que, como las gentes, cometen incesto o son adúlteros. O bien, el Sol, que se asocia con el control de las aguas, también causa la sequía y la esterilidad de las tierras, y la Luna, representación de la templanza y la periodicidad de las aguas, también se asocia con las inundaciones. Otra versión de la antropogénesis sostiene, como la primera, que los muiscas habrían sido creados por el Sol, Hunza, y Luna, Sogamoso, aunque la conversión en astros había sido iniciativa del segundo. Se asemeja al primero porque la humanidad es el producto de la confluencia de su poder lumínico, pero se diferencia porque los astros son del mismo género. En cambio, se los distingue por la relación avuncular entre éstos: Luna es hermano de la madre del Sol. El relato precisa, pues, la precedencia de tal relación en la sucesión del poder. Argumentaré, entonces, que la mitología muisca aparece como una cons­ trucción conceptual que apelaba a los astros como mediación simbólica que abstraía de la experiencia el conocimiento sobre la analogía del comporta­ miento de la sociedad y la naturaleza. Ello es lo que parece traducir la identifi­ cación cultural de las gentes del altiplano central con el orden del universo, su ascendencia solar, la comunicación civilizatoria y el orden social y político

Í6il SIMBOLOGÍA POLÍTICA

que se expresa, según los relatos, como transmisión de las creencias y el culto. Aunque el sol y la luna iluminan esta tierra, sus cualidades son distintivas, del día y de la noche, de la sequía y las crecientes. Como astros, su desplazamien­ to refiere al movimiento de este a oeste, pero su variabilidad hacia el norte y el sur sin duda traduce el desplazamiento de su levante, y seguramente su orto, remarcando contra la cordillera los solsticios y equinoccios. Por otra parte, el sol es el centro o llega a él y desde la tierra se levantará al cielo; luna, fue llevada al firmamento. Estas asociaciones se enriquecen al oponer otras características topológicas del altiplano, los cerros y el llano, el arriba y el abajo, el lugar de los ancestros y las gentes. Ellas mismas expresaban la distin­ ción del adentro de los ancestros con el afuera de los vivos, ciertamente tra­ ducidos en el territorio como oposición entre el centro ceremonial y la periferia de los pueblos. Esta complementariedad simbólica acuñando polisémicos significados de la representación de la oposición y articulación de los géneros, también asociaba las orientaciones espaciales con la oposición y articulación de unida­ des políticas. En varias oportunidades Simón expresaba su pretensión de guiar­ se por el desplazamiento geográfico de los conquistadores87, pero cuando se refiere al desplazamiento de Bochica le propone de oriente a occidente aun cuando la descripción en el paisaje dice que proviene del sur y termina al norte. Sabemos, sin embargo, que el territorio muisca fue distinguido por los españoles en dos grandes unidades políticas: el zipazgo al sur y el zacazgo al norte, a cuyo interior destacaron los centros ceremoniales que permitían distinguir "cultos" dominantes, el primero asociado con el templo de la Luna en el pueblo Chía, y el segundo con el del Sol en Sogamoso. Dicha oposición simbólica en dos grandes mitades sería consecuente con la oposición y la complementariedad mítica de sus géneros. Es notorio que las mitades del territorio distinguidas por el comportamiento del Sol, en realidad, relacio­ nan el ocaso con el propio Sol, al norte, mientras que el levante pareciera acercarlo a la Luna, la noche, el Sol nocturno al sur del territorio muisca. La lectura del desplazamiento de Bochica, surgiendo al sur y declinando al nor­ te, puede despejarse si incorporamos la lectura del ciclo anual del camino del sol observando su levante sobre las cadenas montañosas por donde amanece y permite medir los solsticios y equinoccios. Propondré, entonces, un diagra-

' Simón, 1981; III: 155.

[62] LOS ANCESTROS PRIMORDIALES

ma que correlaciona las representaciones simbólicas de los géneros según su oposición espacial y la identidad política:

El Sol declina al norte El Sol declina al sur Masculino Femenino Sol Luna Seco Húmedo Hunza Funza

Los hechos sociológicos destacan que fue en el epicentro ceremonial del templo de Sogamoso donde se estableció el orden social: ia transmisión del poder seguiría el de la distribución espacial de los caciques de sus respectivas unidades políticas según la orientación del Sol como epicentro del universo. La inscripción de la sociedad en el espacio es jerárquico, depende de su orden político, afirmando que los caciques ganaron su reconocimiento en la me­ dida en que se acercaron a la palabra de Bochica. Cuanto más próximo, mayor autoridad, y cuanto más distante, menor su autoridad política. El ordenamiento del cosmos es el de la jerarquía política, el acercamiento al poder del Sol. Esta jerarquización del espacio evidencia su asimilación con el que se denomina "templo", el epicentro ceremonial de cara a la periferia de los "pueblos". El relato no solamente des-cribe la orientación del espacio sino, por cierto, el de la sociedad que orienta el territorio. En realidad, lo que asevera es que la sociedad territorializa el espacio de acuerdo con la organi­ zación política. Pero fijémonos que la creación de la sociedad parte de la indistinción política sólo para dirigirse a la legitimación de la jerarquía. Así, territorio y jerarquía, como principios del orden social, son producto de los "dioses". Pero, como veremos adelante, lo que parecería traducirse en una gran distinción panregional, es un modelo que al igual que la representación simbólica de la antropogénesis en una laguna, se replicaría por todo el alti­ plano. A la postre, y como siempre ocurre con los mitos, aparecen como modelos, abstracciones, que aunque toman su fuente en la realidad no se limitan más que al espacio y al tiempo de la sociedad. De acuerdo con ello, resumiré la lectura sobre la representación del poder que es posible derivar de los relatos. Uno de éstos afirma que la crea­ ción de la sociedad fue producto del Sol, Chiminigagua, quien encarnó su

[63] SIMBOLOGÍA POLÍTICA

poder en Chimizapagua, mensajero cuyo nombre persistió como Bochica y quien estableció el orden del espacio y la sociedad. Bochica también ordenó la cultura y las artes y, por supuesto, la sociedad y sus reglas, la política y la religión. Aquí el origen de la sociedad se propone como un orden político, pues la representación del poder es herencia o encarnación del Sol en los caciques quienes, a su turno, dieron origen a la sociedad. Más humano aún, los relatos argumentan la ascendencia solar de los caciques mientras que las gentes son su producto. Los mitos proponen no sólo la ascendencia solar de los caciques, sino la inmanencia del poder pues la sociedad fue, desde sus comienzos, jerarquizada al distinguir el linaje de los dioses del de los hom­ bres. Así la mitología argumenta no sólo la legitimidad del poder por la ascendencia astral sino la garantía de su autoridad, el control del poder lumínico cuyo ejercicio se manifiesta en el control de la naturaleza, la que permite reproducir la vida, pero también sobre su inestabilidad, el control sobre la enfermedad y la muerte. Sin embargo, el relato predijo el futuro de la historia, la transforma­ ción del poder en manos del extranjero: el reemplazo de Sedigua por Suegagua. El soñado, padre y fundador de la sociedad y la cultura que despierta por los nuevos hijos del sol en el sacrificio de la Conquista. Los muiscas, según los mismos conquistadores, les denominaron usachies, que el cronista descom­ puso por usa, sol y chía, luna, traduciéndole como hijos del Sol y de la Luna**. Al pretender explicar la asimilación que los muiscas hicieron de los españoles como hijos del Sol, Simón dice que los denominaron gagua pero, desengaña­ dos por los malos tratamientos, cambiaron su nombre por Suegagua, que quiere decir diablo o demonio con luz, porque con este nombre Suétiva nom­ bran al diablo, y éste le dan hoy a los españoles*9.

88 Epííome, en Ramos, 1972: 290. 89 Simón, 1981, III: 374-75. Estos últimos portan el morfema aplicado al Sol (sue), y al primero se agrega gagua, cuyo significado no aparece en los dicciona­ rios de la lengua muisca, mientras que suétiva trae el morfema tiva que, aparentemente, distinguía ciertas jerarquías sociales. Según el diccionario, diablo: Guhaioque (González de Pérez, 1987: 240), y bruxo o bruxa: supquaquyn (Quesada Pacheco, 1991: 47).

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