A Trasluz

Apuntes para una biografía de Carlos Castillo Peraza

Por Federico Ling Altamirano

A Trasluz

Apuntes para una biografía de Carlos Castillo Peraza

Por Federico Ling Altamirano

Senado de la República Primera edición: octubre de 2004 © Senado de la República

ISBN: 970-727-044-6

Impreso y hecho en México Printed and made in A g r a d e c i m i e n t o s

A Julieta López de Castillo, por su valiosa ayuda a lo largo de esta obra

A Carlos, Julio y Juan Pablo Castillo López, con mi mayor afecto

A Emmanuel Lazos Celis, colaborador atinado y fiel, por su imprescindible ayuda

A Irene Mancha, por su acertada revisión del texto

A Alberto Ling Altamirano, por su apoyo sostenido para escribir estos apuntes

A Leticia Navarro, mi eficiente Secretaria, por el paciente trabajo de poner en limpio los manuscritos

A Bernardo Ávalos, por el bello y sustancial prólogo

A mi querida esposa Mercedes por su aliento y consejos atinados

A mis hijos Federico, Adrián y Alfonso, para que sepan un poco más de nuestro inolvidable Carlos

A Bernardo Graue y Juan Estrada, por sus colaboraciones directas

A mis camaradas del PAN, como siempre

Sumario

Prólogo ...... 13 Entrada ...... 21 Como todos los niños… o casi todos ...... 24 La flecha vuela ...... 29 El triple concurso ...... 32 La temprana opción ...... 34 Tramos de color ...... 38 La campaña de Correa Rachó y otras pinceladas electorales ...... 40 La presidencia de ACJM ...... 43 Julieta ...... 47 Boda y partida ...... 51 Roma ...... 55 El viaje a Israel y Jordania ...... 58 La familia… un poco después ...... 62 Friburgo ...... 63 El ingreso a la Universidad ...... 65 Se instalan en Friburgo ...... 67 Los estudios ...... 69 Radio Suiza ...... 73 Por fin, la licenciatura ...... 77 El regreso ...... 79 La plataforma del 79 ...... 81 La ponencia multiusos o “Black & Decker” ...... 90 El congreso femenino de ...... 94 El Instituto de Estudios y Capacitación ...... 98 Un pequeño vértigo de actividades ...... 101 Política, docencia y compromiso ...... 106 Las tareas en la Cámara de Diputados ...... 108 Intermedio (paréntesis en Chihuahua) ...... 112 En defensa de la vida ...... 115 La Democracia Cristiana y Acción Nacional ...... 120 Campaña a Gobernador en Yucatán ...... 123 Diario de Yucatán ...... 127 El terremoto del 85 ...... 129 Otra vez en México ...... 133 La revista Palabra de Acción Nacional ...... 135 La entrevista con Octavio Paz ...... 140 Sudamérica, un viaje ilustrativo ...... 150 El ogro antropófago ...... 154 La segunda diputación ...... 159 Decisión crucial de Acción Nacional ...... 170 Compromiso Nacional por la Legitimidad y la Democracia ...... 180 Presidente de Acción Nacional ...... 188 El equipo de trabajo ...... 200 Carlos y las egotecas ...... 203 “La Fuerza de la Democracia”. Un gran discurso ...... 205 La Procuraduría General ...... 213 Mandar y delegar ...... 216 Algo más sobre el estilo de Carlos ...... 218 La ruptura con la prensa ...... 224 Decide no reelegirse ...... 229 Disiento ...... 234 Resumen de la presidencia de Carlos Castillo en el PAN 246 Adiós ante los pares ...... 249 La relación con los presidentes de México ...... 254 La doctrina panista ...... 262 El Carlos Castillo internacional ...... 273 Intermedio ...... 277 El béisbol ...... 282 La huella marista ...... 285 La ética del perdón ...... 288 ¿Gran alianza? ...... 292 El dolor y el sufrimiento ...... 301 La lesión ...... 307 La música ...... 310 La amistad ...... 317 El Padre Paco ...... 324 Penúltima palabra ...... 328 Amistad con Gerardo Medina ...... 333 La puesta en marcha de Humanismo, Desarrollo y Democracia ...... 336 ¿Libre al fin? ...... 340 Campaña a Jefe de Gobierno, 1997 ...... 342 Volverás ...... 354 Testimonios ...... 360 La renuncia al PAN ...... 362 Respuesta de Felipe ...... 365 La cuenta corta y la cuenta larga ...... 369 El viaje a Italia con los muchachos ...... 372 La pequeña liturgia de los viajes ...... 377 El testimonio de Guillermo León Escobar Herrera ...... 379 Final ...... 384 Índice de personas y lugares ...... 387 Memoría Gráfica ...... 405

Prólogo

Escrituras: en la huella del tiempo Bernardo Ávalos

“Alguien me deletrea”, suscitó Octavio Paz al paulino Castillo Peraza que buscaba su pagano, en aquella primigenia y memorable entrevista citada en esta bio- grafía del político yucateco. Creo que, a su vez, el senador Ling nos presenta aquí a un Carlos hecho es- critura para ser leída y, en algunos párrafos, deletreada. ¿Qué Carlos-escritura pone a nuestra disposición el autor de esta biografía?, ¿qué Carlos leemos? Pues he leído éste: Carlos, el católico del sesentayocho. Sólo los ojos correligionarios del autor podrían haber ela- borado así la escritura de la existencia de quien viniera a ser presidente de Acción Nacional. Ni asombrarse: otros católicos se desenvuelven prominentemente en las otras formaciones políticas. Y este es el asunto so- ciológico y político de fondo que se deja leer en este Carlos Castillo Peraza del senador Ling Altamirano: el de la Iglesia católica, semillero de líderes en este país. Nuevamente: fe y política, uno de los grandes deba- tes pendientes en este país que ha carecido de Me- dioevo, de Reforma y de Renacimiento. En uno de los libros que Carlos me regalara –una reflexión osada de Alain Minc sobre la neo- medioevalización del mundo contemporáneo–, el amigo escribió esta dedicatoria: “Para Bernardo Ávalos, mi amigo, alter ego, asesor, Pepe Grillo, gra- mático y, por encima de todo, hermano”. Nunca entendí cabalmente lo de “alter ego”. Pero, luego de leer el texto de Ling Altamirano, lo hice: Carlos, como yo, somos católicos del sesentayocho. Y en ese hu- mus vital, existencial, floreció nuestra amistad de tintes políticos, como una alteridad hermana. Y es que los nacidos a fines de los cuarenta –a unos cuantos años de aquella ignominia llamada Hiroshima y Nagasaki, nuestro suelo histórico– contamos con un doble estampada cultural, “imprinting cultural”, que dice Edgar Morin, impreso a lo largo de nuestra vida infante, adolescente y joven: gracias a la vivencia católica, por un lado y a la del sesentayocho, por el otro. Este es el Homo Catholicus que fue Carlos: una es- ponja empapada de Ur-catolicismo, ese catolicismo primigenio y originario fundado en el Medioevo y fundido de toda aquella devoción pietista, con su pro- pia Weltanschauung, su propia visión del mundo, de corte agustiniano-tomista elaborada desde el Conci- lio de Trento, como una esplendorosa catedral gótica, y en la cual nuestros padres y maestros, párrocos y catequistas, alentaron la piedad de nuestra infancia e infundieron los temores ante el ardor de nuestras adolescencias. Pero también, pasado el tiempo, Car- los es una revuelta incomprensible a primera vista pero asimilada después, surgida en la Holanda cató- lica (su Catecismo para adultos), y enriquecida finalmente por los debates y conclusiones del Conci- lio Vaticano II de Juan XXIII alrededor de las ideas de

— 14 — los teólogos malditos del XX, entre quienes destaca- ba Teilhard de Chardin. Poco después, esta fenomenología de la conciencia católica se encontró con la Carta Pastoral de los Obispos mexicanos del sesentayocho sobre el cambio radical de estructuras en México y con los documentos del CELAM de Medellín, guías pastorales que produjeron una con- moción tectónica en las placas y fundamentos de la conciencia cristiana mexicana y latinoamericana, y textos por los cuales aquel pietismo medieval se trans- formó en compromiso social –en la laicicidad del Mundo– con la Justicia Social ante la miseria genera- lizada latinoamericana y nacional. Durante su juventud aquella conciencia católica his- tóricamente forjada le llevaría a la elección de una de las tres alternativas para proyecto de vida de todos aquellos conmocionados por la cuadriga Vaticano II/ Carta de los Obispos mexicanos/Medellín/Congreso de Teología organizado por los curas progresistas mexicanos de los sesenta: a) opción partidaria, b) in- serción en el barrio de los pobres urbanos (obreros y sindicatos) y en el campo de las miserias (mundo cam- pesino-indígena), o c) el camino de las armas (guerrilla). Carlos saltaría, así, de una de las más sóli- das organizaciones católicas (la ACJM), al partido político, Acción Nacional. Pasada la vida, el católico sufriría una especie de atolondramiento en la fe, inca- paz ya de hablar al Mundo (al que Carlos se entregara, como lo pedía el Vaticano II y sus secuelas sudameri- canas), y se dedicaría a una incansable y dolorosa búsqueda en una prolongada noche de fe, a duerme- vela del alma, sin saber si se adentraba en la medianoche o se encaminaba hacia la luz del alba. Pero precisamente en medio de la efervescencia de aquella fenomenología de la conciencia católica en nuestro país, los católicos, estremecidos en su fe de aquella singular manera, se encontraron irreme-

— 15 — diablemente con los batallones de otros ejércitos de jóvenes venidos de otras guerras infames que habían causado ya innumerables bajas de cuerpos y de áni- mas. Se trataba de la conciencia de izquierda cultivada en los campus universitarios de la UNAM y del IPN en la Ciudad de México, de Berkeley, en San Francis- co, y de La Sorbone, en París. Todos eran caminantes y protestantes de la Rue Saint Germain, con el gurú Louis Althusser por guía de la mano del cual hacían nuevas distinciones escolásticas entre materialismo dialéctico y materialismo histórico, entre modo y método de producción, entre formación social y modo de producción. Esos jóvenes padecían en su interior una revuelta mundana y su conciencia se precipitaba en caída li- bre a la Nada, acicateada por la aventura americana en Vietnam, masiva intervención militar editada se- gún una concepción paranoica de la Guerra Fría y en el marco catastrófico de la guerra nuclear que conci- bió la estrategia MAD (Mutual Assured Destruction). Aquella caída vertiginosa era incentivada también por la historia sacra y revolucionaria de unos barbu- dos de la Sierra Maestra, que con arrojo y astucia –foquistamente, decían– derrumbaron un imperio de corrupción y prostíbulos para instaurar, con el tiem- po, otro semejante. O por la devoción al guerrillero-con-rostro-de-Cristo que se aventuró en las selvas de , guiado por las quimeras de un marxismo mal digerido y con sacrificio propio de un eremita cristiano del siglo IV. Estaba motivada por el escalamiento democrático a la ilusión socialista diri- gido por Salvador Allende en un domesticado acríticamente por las versiones marxistas socialdemó- cratas. Aquella conciencia se encontraba sostenida en la más violenta erupción del volcán reprimido de pasiones y concupiscencias febriles de jóvenes que devinieron amor-y-paz en las comunas hippies gri-

— 16 — tando en protesta contra la guerra de Vietnam, por el amor, ante el autoritarismo victoriano de las socieda- des al norte y al sur del planeta. Finalmente, se encontraba humillada y agobiada por la angustia existencial frente al peligro inasible de los submari- nos y misiles nucleares –fruto de la Segunda Guerra Mundial y de una de las más grandes revoluciones científicas, la de Einstein–, artificios del hombre por medio de los cuales se hizo realidad el infierno de poder destruir 19 veces consecutivas el planeta Tie- rra entero una vez que algún presidente –ruso, chino, francés o estadounidense– oprimiese el bo- tón de su maletín nuclear siempre a la mano. Y pasaría –anquilosada– a una de las mayores crisis de conciencia social luego que Rudolph Bahro enmarcara teóricamente el curso histórico del desfondamiento práctico del Socialismo Real con la caída del Muro de Berlín en 1989. Carlos fue un hijo de aquellas conmociones de la fe y de estas revueltas mundanas, y el estampado cul- tural de estas dos marcó su alma y su conciencia y le hizo, ciertamente, el alter ego que incomprensible- mente había escrito en la dedicatoria de aquel libro y que ha quedado dibujado palmariamente en la bio- grafía del senador duranguense. Carlos, el católico, fue formado por los maristas en la Mérida de su infancia incipiente, en el seno de cu- yas escuelas devino campeón de oratoria, de poesía y de cuento, auspiciado y ciertamente conmocionado por los fulgores retóricos de los predicadores. Peque- ño e inocente vistió aquel traje blanco para recibir la primera comunión y quedar fulgurantemente fotogra- fiado en un aura de devoción tridentina. Dirigió su adolescencia imberbe queriendo encaminar su vida por los pasos de la vida consagrada religiosamente, pero devino militante y finalmente presidente nacio- nal de la ACJM. Se casó con otra militante

— 17 — acejotaemera, Julieta, con quien engendró tres hijos que bautizó fervorosamente. Habiendo ya destacado por la luz de su inteligencia y el fuego de su palabra, fue becado por el obispo yucateco y partió a la Gregoriana de Roma con los jesuitas y desembocó, luego, en la universidad de los dominicos en Friburgo. Con ellos, dominó las intrincadas destrezas del discu- rrir metafísico y filosófico escolástico, a fin de saber pensar conforme a las reglas estipuladas por Aristóteles, como se manifiesta en aquella pacomia de Tepeji del Río, en busca de la doctrina panista y algunos de cuyos textos se transcriben en este libro. Cultivó allá su conciencia católica postvaticana y medellinezca, en medio de un trajín de ires y venires de latinoamericanos y europeos. Durante su vida pecó venial y gravemente, como el “mal católico” que contradictoriamente pregona- ba ser. Clamó por la justicia a lo largo de su vida y siguió la ruta abierta a los laicos, la del Partido, en una organización política humanista engarzada en la concepción filosófica que le fue inculcada y con un compromiso político por la democracia en la libertad y la justicia. Siguió siempre aquella metodología marista simple y punzante: ver, juzgar, actuar. Dedi- có su vida –apóstol– a la Palabra, al Logos, como si tuviera siempre presente aquella tradición mística cristiana desde Meister Eckhart hasta nuestros días: En el principio era el Verbo y el Verbo estaba a la vera de Dios. Terminó en solitario, fuera del Partido, en una aguerrida y árida búsqueda por la luz y la paz. Y su- cumbió ante la escritura (ahí quedó su primera aproximación en el Volverás postrero) antes de que lo hiciera ante la muerte que le cegaría la vida una madrugada, en Bonn, lejos de nosotros y para sepa- rarlo de todos nosotros. Falleció postrado.

— 18 — Pero Carlos fue también el sesentayocho desde su juventud. Lo fue en el aspecto formal de sus patillas o su barba, su guitarra y su canto. Lo fue cuando devino un hippie pobre que cantaba en bares y lugares pú- blicos durante su estadía en Europa para sobrevivir más que austeramente. Lo fue al momento que en- tendió el clamor latinoamericano proveniente de la pobreza y por la justicia, que él mismo cantara cada vez. Al escoger la lectura del compromiso social y la justicia expresada espléndidamente en aquel texto insigne, primitivo y fundacional, de Gómez Morín, 1915, el favorito de Castillo Peraza. Lo fue el día en que fue visto ante sus correligionarios blanquiazules como una especie de izquierda enquistada en él, una vez que la corriente más doctrinaria del solidarismo de González Luna, compañero y maestro de Carlos, se escindiera del Partido. Lo era cuando establecía relaciones solidarias y horizontales en los métodos de trabajo al interior del Partido durante su Presidencia. Lo fue al desembarazarse de todo empacho en hablar con el “otro” (adversario político) en búsqueda ecuménica de la verdad y el acuerdo. Lo fue siempre que era una sensibilidad alerta frente a cualquier sa- maritano encontrado en el camino al que socorría antes aun de preguntar siquiera su nombre. Lo fue al abrir la revista que fundó y dirigió, Palabra, a la crítica de los fuereños. Lo era, finalmente, siempre que dialo- gaba y escuchaba a las corrientes de izquierda partidaria y mantenía indoblegablemente su propia identidad panista, rancia de doctrina y concepciones añejas. Este Carlos es aquel que el ojo sutil y delicado de Fede nos ha entregado en este texto cuyo prólogo me ha concedido el honor y privilegio de escribir. Es el Castillo Peraza que hizo vivir en sí el nombre que distingue a la Iglesia Católica, Kat´ olós: según la uni- versalidad del todo. Ese Carlos deambula en los

— 19 — párrafos y se cuela en los intersticios de los renglones escritos por el autor de este libro. Pero hay un Carlos que el ojo del senador Ling ya no pudo ver y que apenas se percibe –se deletrea– a través de la neblina: el fragilísimo hombre del desti- no trágico en el que más de un católico sesentayochesco ha caído. Es éste el Castillo Peraza en solitario, adentrado ya kilómetros mar adentro en las procelosas aguas de su conciencia, batiéndose por encontrar su sitio en el torbellino de su triple consti- tución: de hombre, de católico y de político en el mundo contemporáneo que habita ya otra economía de las pasiones. Es éste el del hombre que ha margi- nado ya lo partidario para dar preeminencia a la escritura como aquella vía para enrostrar los difíciles problemas y las hondas angustias que el mundo des- pués de la caída del muro en 1989 nos dejara en medio del detritus con que habría de terminar el si- glo XX. Carlos ya no experimentó el asombro ni padeció la vergüenza de ver la otra caída, la de las Torres Gemelas, en el Nueva York de sus querencias: Su pensamiento no pudo ya considerar este colapso central con que comenzara el siglo XXI, nuevo humus histórico de los que vienen, nueva hum-illación cuyo último capítulo fue escrito en la tragedia de las esta- ciones de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia, en Madrid, el 11 de marzo de 2004. Esa tarea nos la dejó ciertamente a nosotros, que le sobrevivimos. Lo primero fue tenerle enfrente, dis- puesto a ser leído en las huellas del tiempo que la escritura del sabueso Ling ha perseguido.

México, D. F., junio de 2004

— 20 — Entrada

Cada partícula de arena que se tira a envejecer tibia- mente bajo el sol y ante el mar turquesa, intenta dividirse más y más para que la piedra caliza de la península que emerge con flojera geológica se con- vierta en talco; en impalpable blandura. Así la durísima roca que si acaso se muestra sensible ape- nas ante la barreta de acero de los fornidos poceros y la poderosa dinamita de los camineros, se vuelve mo- lécula del Caribe: blanda como un bambuco, base de estero biodiverso y pájaros con sueño. Entre sus de- dos corre el agua que vino por los ríos subterráneos, parpadeando su cristalina linfa a través de las cuevas y cenotes laberínticos y misteriosos. Ya corrían hace mucho tales aguas en efluvio total- mente peninsular, a su modo; suave y casi a escondidas. Después de la caída del meteorito que produjo el apocalipsis de los grandes saurios, todo ha sido así, año con año y mes con mes. Y no tenía por qué ser diferente aquel día 17 del mes de abril de 1947, cuando el matrimonio de Julio Enrique Castillo González e Isela Margarita Peraza Casares recibió la visita primigenia de Carlos, su hijo. Vino para que- darse con ellos… un tiempo; pero en aquel momento, como toda pareja que recibe sus invitados a la vida, estuvieron exultantes y como buen matrimonio de fieles católicos no preguntaron cuánto tiempo dura- ría la fiesta; obviamente uno no hace preguntas ante los dones de Dios. ¿Luz, olores y colores?: Los acos- tumbrados durante la primavera yucateca en la blanca, enamoradiza e iluminada capital del estado. Mérida es uno de esos lugares que gozan de una fama nada gratuita de ser verdaderamente ciudad blanca y emérita. Domina en la imaginación de mu- chas personas que no son de allá, especialmente entre los del altiplano mexicano, un concepto y una visión un tanto idealizados y románticos de la ciudad. La buena fama va sobre todo a cuenta del carácter hos- pitalario y abierto de sus habitantes, de su genio propio para la música, la limpieza, el arte en general y un gusto envidiable por la vida. Por extensión –o por no sé qué– se supone que la naturaleza es, ade- más de exuberante en su vegetación y cálida en sus vientos, de gran hospitalidad, tibieza y dulzura. Y bien puede ser así; sin embargo, la madre naturaleza en estas latitudes, cuando frunce el ceño, puede adqui- rir modos de mala suegra y poner en apuros a todos. En efecto, baste recordar su ubicación central en los corredores de los huracanes caribeños y la ferocidad de muchos de éstos, que suceden con frecuencia a las mañanas más apacibles y soleadas, para producir a renglón seguido las tardes y noches más violentas de vientos huracanados, lluvia torrencial y oleajes de miedo que marchan rasurando las someras superfi- cies de los esteros.1 Baste recordar al huracán “Gilberto”, que durante 1988 recorrió, con una furia propia de cabalgata esteparia, las aguas del mar Caribe, la península de Yucatán, el Golfo de México y, sin perder fuerza, de- vastó de manera impresionante los estados de Tamaulipas, Nuevo León y parte de Coahuila. Fue en

1 Ver geografía y clima de la península de Yucatán.

— 22 — verdad excepcional. Mas los yucatecos, al igual que el resto de los peninsulares, saben una historia más completa; la saben los mayas mejor que los mestizos. Todos juntos comenzaron la reconstrucción; saben que la propia naturaleza les devolverá poco a poco lo que les arrebató de golpe: los esteros de Río Lagartos y Celestún. Otro asunto muy serio en tales latitudes es la cues- tión de los colores, los olores y la textura de ese “acá”, que tan emocionadamente invocaría Carlos en ese pequeño pero importante libro, titulado Volverás, publicado recientemente, incompleto, hasta el pun- to en que logró redactarlo Castillo Peraza. Hemos de volver sobre estos curiosos y sentimentales tópicos para entendernos mejor y, sobre todo, comprender más profundamente el alma de este singular amigo. Carlos Enrique, un mes después de su llegada, el 17 de mayo de 1947, fue bautizado en el Sagrario Metropolitano; recibió las aguas lustrales de manos del presbítero, licenciado Arturo Arias Luján, y fue- ron sus padrinos don Pedro Montalvo Burgos y doña Carmen Casares de Peraza. Poco tiempo después nacería su hermana Beatriz, segundo y último vástago de la familia. La vida de ambos pequeños fue a partir de entonces la que co- rresponde a un hogar como el de ellos, de una clase media esforzada, familia con parentescos distingui- dos y con excelente aceptación en todas partes. El hecho de compartir con muchos el placer de llevar a los pequeños Carlos y Beatriz a las playas de Progre- so o Yucalpetén no era algo extraño. La constante era la solicitud de doña Isela y don Julio por tener un ambiente adecuado para su crianza conforme a los sueños de porvenir que comparten todos los padres por sus retoños.

— 23 — Como todos los niños… o casi todos

Los trabajadores yucatecos, especialmente los cam- pesinos, se han levantado mucho antes de que salga el sol; saben que una vez que éste inicie su carrera de cada día a través del firmamento, hasta las mismas piedras de la planicie se convertirán en el yunque donde el astro solar descargue su poderoso mazo. Los miles de escolares de las primarias se han levan- tado también temprano, han asistido fielmente –con la nada disimulada ayuda de la presión paterna– a sus planteles y se ha llegado la hora del recreo; los cientos de chiquillos se dispersan en todas direccio- nes en busca del aire abierto a los puntos cardinales y, momentáneamente, libres de la aritmética y de la gramática. Luego se agrupan por tribus de afinidades para platicar, jugar, practicar fútbol o básquetbol con algún equipo, ya que los campeonatos de los “pul- gas” de primaria y los “grandulones” de secundaria están en todo su apogeo. Nada como lograr un par de “canastas” o meter un gol para fortalecer la autoestima y hacer conciencia de grupo. Los maes- tros –maristas o seglares– lo saben bien desde tiempos del beato Marcelino Champagnat; o antes, con San Juan Bautista de La Salle; o más atrás aún, cuando comenzó la enseñanza del trivium y el cuadrivium, y por eso observan desde abajo de los

— 24 — pocos aleros a esa grey que resopla anhelante y trans- pira abundosamente en medio de una algarabía incontenible… Poco a poco se llega el momento en que la chicha- rra o el silbato del prefecto han de marcar el fin del diario ritual. Los más agotados o prudentes de los chiquillos van suspendiendo el juego y aprovechan los últimos segundos para tomar agua de los bebede- ros y pasarse el último bocado del refrigerio. Entre los que llegan corriendo atrabancadamente está Cas- tillo Peraza, Carlos, número seis de la lista del 5ºB. Con la frente perlada por las gotas de transpiración, logra apoderarse de una llave del bebedero, ávida- mente toma cuatro tragos del casi cristalino líquido, enjuaga a medias las manos terrosas a causa de algu- na revolcada mediana en el terreno del juego; con las mismas “se limpia” el raspón de la rodilla y corre con la cara enrojecida hacia la fila que ya va entrando al salón de clases. Para él, el día ha sido algo más largo que para los demás escolares, pues una vez más se ha despertado a las cuatro de la mañana, ya sin sueño. Desde ahí hasta la hora del desayuno ha bajado el libro de Salgari que corresponde al Capitán Tormenta –en realidad una hermosa mujer que combate con ropa de solda- do de la cristiandad a los moros en el Medio Oriente y en el Mediterráneo; ella oculta sus rizos y sus en- cantos bajo la ruda vestimenta castrense… y la imaginación de Carlos vuela muy lejos– junto con la de quienes leyeron en ese tiempo lo mismo. Él ha comenzado una larga travesía por el mundo de los libros, desde que aprendió a leer, y aprovecha las horas adicionales que le proporcionaba su condición de muchacho de muy poco dormir. No hay nada en- fermizo en ello. Una vez que pasó el susto de sus papás cuando se lo encontraban despierto por la casa, a las tres de la mañana jugando, leyendo, o despa-

— 25 — chando un bocado en la cocina, y el médico les dijo que no había “enfermedad”; simplemente era perso- na que toda su vida dormiría sólo cuatro o cinco horas. “Desde la más tierna infancia” se convirtió en explo- rador y lector infatigable de libros –confirma sonriente Luis Medina Cantillo, su entrañable compañero de es- cuela y amigo de toda la vida–, “en su caso no es exageración”.2 Así podemos entrever desde temprano en la vida de Carlos algunos rasgos perdurables de su persona- lidad. Y no nos cabe duda de que la vieja fórmula usada en algunos seminarios, de “miel de abeja, li- bros y fútbol”, operaba en la formación de aquel escolar, sin que por ello dejaran de verse, en todo momento, los rasgos de espiritualidad profunda que habría de desarrollar más adelante. Por lo pronto, la miel, los libros, el fútbol y el básquetbol habrían de hacer su parte. Adquirió así tórax de atleta y piernas “de jugador de fútbol americano y explorador”. Y aun- que ciertamente no se dedicaría después ni al fútbol ni a las exploraciones, es un hecho que habría de ha- cer uso de esa condición. Al menos habría que recordar dos de las célebres caminatas políticas que mucho más adelante habría de hacer: aquella con Isi- dro Miranda en el Valle de Mexicali y la “Caravana por la Democracia”, al lado de Luis H. Álvarez, a prin- cipios de 1986 desde Chihuahua hasta Querétaro, amén de las que emprendía eventualmente con sus hijos, cuando podía. Las tareas de scout no le eran desconocidas, en la variedad yucateca del excursionismo; es decir, no era un trepador de montañas ya que, como él mismo decía, “la altura más elevada de Yucatán era la torre de catedral”. Así, las caminatas eran por las planicies y la aventura estaba cerca en las expediciones a la 2 Entrevista con don Luis Medina Cantillo realizada por el autor en Mérida, Yucatán, en febrero de 2001.

— 26 — cercana costa. Ahí las tareas scouts eran los nudos marinos y echar los botes al agua. Pero, el mismo niño que ha aprendido a leer a los cuatro años de edad, como puede y ayudado por su mamá que es maestra, leyó en el periódico su prime- ra palabra: A-C-R-O-S.- ACROS.- Un anuncio. Si bien esa palabra no entraba en su vocabulario de expresio- nes públicas, sí fue la palabra mágica que puso a su alcance el poder de la lectura; el “ábrete sésamo” de la magia grande. Al paso del tiempo, como hemos dicho, la catarata de libros leídos fue muy abundante. Mientras tanto, el niño y después el jovencito cre- cía en el seno familiar. “Siempre fue obediente” –dice su padre. “Cuando muy pequeño, peleaba con su her- mana, como todos los niños, pero se le fue quitando esa actitud y al paso del tiempo llegó a estimarla y amarla”. Era de una gran generosidad. Entendió muy pronto el valor de la amistad y ésta llegó a ser sin duda su mejor cualidad. Las amistades que fue ha- ciendo iban siendo su mejor tesoro y también ocasión propicia para verter su generosidad incansable a lo largo de los años. Casi coincidiendo con la entrada a la primaria, Car- los hizo la primera comunión, recibida de manos del Padre don Domingo Herrera, en la capilla del Sagra- do Corazón de la ciudad de Mérida, Yucatán, el día primero de diciembre de 1953, a la edad de seis años, siendo sus padrinos don Pedro Montalvo Burgos y doña Mercedes Casares de Montalvo, bien prepara- do para la ocasión. Las huellas de las prácticas cristianas de los sacra- mentos fueron perdurables a lo largo de su vida. De joven y de adulto conservó intactas las prácticas de la confesión bien hecha y la comunión con alma limpia y reconciliada. Ya mayor, también; en la medida que le era posible, acudía al “hospital de almas”, como solía decir con afecto de la Iglesia. A pesar de que

— 27 — hubiera transcurrido un tiempo sin hacerlo, animaba discretamente a los amigos cercanos a darse una pasadita por el confesionario, para tirar el polvo acu- mulado de los pecados veniales o tal vez algo más serio. Su personal forma de ser creyente, es algo que pertenece al núcleo más íntimo de su personalidad. En todo caso, nunca tuvo demasiado lejos la ayuda espiritual. Entre los testimonios recientes a la muerte de Car- los y que se refieren a esa cualidad adquirida desde pequeño y que se llama amistad, habrá oportunidad de volver más adelante. Pero entre los datos que sa- bemos de aquellos primeros tiempos está la narración hecha por el propio Carlos en algún medio radiofónico. En ella describe, palabras más, palabras menos, que estando en segundo de primaria en el coro, el maestro de música pidió que abrieran el li- bro o cuaderno de cantos y Carlos no tenía tal libro o cuaderno, porque había ingresado apenas ese año y además era bastante pobre. Entonces, su pequeño compañero Luis Medina le dio el suyo. Ese detalle sencillo –según contaba Carlos– hizo que naciera una amistad que duraría toda la vida. Crecerían y estudia- rían juntos, se escribirían cuanto estaban lejos, se harían compadres, y estarían pendientes uno del otro. De cualquier forma, Carlos Castillo había comenza- do su vida escolar con esos rasgos narrados; detalles especiales y el resto, la vida en común de quien jue- ga básquetbol con los más allegados y fútbol en compañía de “los once saraguatos que, hechos un lo- dazal, llevaba a su casa”, pues tuvo siempre el gusto de llevar amistades a la casa de sus padres, sin parar en mientes acerca de si su mamá tenía o no comida para ofrecer y obligando a doña Chela a realizar mila- gros para multiplicar los panes.

— 28 — La flecha vuela

En la entrevista concedida por don Julio Castillo a la revista La Nación durante los días inmediatos que si- guieron a la inesperada muerte de Carlos en Alemania, hay un pasaje por demás interesante y que describe la explicación que dio el joven becario en Europa para mudarse de Roma a Friburgo, hecho que en su mo- mento resultaba un tanto inexplicable. Y la razón que obtuvo don Julio de Carlos fue la siguiente: “Es que en Roma están los santos, pero en Friburgo están los sabios”. Esta pequeña explicación revela, en la medida en que se la analiza, una profundidad muy grande y deja avizorar la parte nuclear de esa personalidad crecien- te, de una manera casi suficiente para establecer el sentido de la trayectoria en este mundo de aquella alma inquieta hacia otras etapas de su porvenir. A se- mejanza de la forma en que se puede determinar la trayectoria de una flecha en cualquier instante de su viaje, conociendo simplemente dos puntos de la mis- ma: de qué lado está la punta, la velocidad inicial y el ángulo de tiro, puede estimarse el resto del recorri- do, sabiendo de dónde venía la encendida flecha y conociendo también a dónde iría después del tramo Roma-Friburgo.

— 29 — Por poco que se deje sentir en la perspectiva am- plia el sello del practicante católico en busca de la santidad, no cabe duda que la niñez y la juventud de Carlos tuvieron tal sello.3 No quiere decir esto que dejara de lado su calidad de creyente en la etapa adulta, a pesar de las misteriosas expresiones que el propio Castillo Peraza tenía, calificándose a sí mismo como “católico malo” y a la Iglesia Católica como “hospital de almas”. No hay que dejarse engañar: detrás de esa fachada está la acendrada condición de creyente. De creyente e intelectual adjetiva Ricardo Arias Calderón a Carlos Castillo Peraza. Y tiene razón clara para ello.4 “Es desde esa doble vertiente de su espíritu, afirma Arias, como intelectual y como cris- tiano, que cabe comprender su tránsito por la política –y digo tránsito a propósito. En efecto, Carlos fue an- tes que nada un intelectual, un filósofo de formación y vivía con intensidad las ideas que permiten com- prender al mundo y nuestra propia situación en él. Amaba el lenguaje de la razón”… “Lo inspiraba una fe cristiana profunda, por momentos iconoclasta, que le proporcionaba una vivencia de la trascendencia como sello indeleble de la vocación humana; proyec- taba sus percepciones intelectuales y sus convicciones religiosas hacia la cultura, hacia la política, hacia la historia de su pueblo.” En esta perspectiva es que Carlos se dirige a dos campos que no abandonaría tan fácilmente: el perio- dismo, la prensa, el cuarto poder, como se acostumbra decir, por un lado; y la política, la sociedad política en la que ocurren principalmente los hechos del po- der, por el otro. Pero dentro de esos campos, sólo acepta hacerlo en relación con el bien; de ahí sus posicionamientos ante la prensa concreta (de los que 3 Ver entrevista con don Julio, en La Nación. 4 Ver discurso de Ricardo Arias Calderón en el homenaje a Carlos en el alcázar de Chapultepec, realizado en noviembre de 2000.

— 30 — se dirá una palabra en su momento); y de ahí también su participación concreta en un partido político que sólo acepta la participación en la lucha por el poder en términos del Bien Común.

— 31 — El triple concurso

Qué tan alto podría volar la flecha de ese joven espí- ritu, habría de verse pronto y con claridad. Acerca del asunto a narrarse, recurro a las palabras de don Julio Castillo en la entrevista concedida a La Nación: “Para esto, la universidad local había organizado un triple concurso de cuento, poesía y oratoria entre sus preparatorias incorporadas. Mi esposa trabajaba en la preparatoria México y fuimos a la final. “Él estaba sentado delante de nosotros y al men- cionarse al ganador de Cuento, se volteó y me dijo: ‘Ese, papá, soy yo’. El de Poesía, ‘papá, ése soy yo’. Vino la final de oratoria con tema libre. A él le tocó hablar de la mujer. En la gayola, varios muchachos le empezaron a gritar: ‘saca tu rosario’, ‘te mandó el ar- zobispo’ y cosas por el estilo, que lo empezaron a calentar. Las palabras de su tema nos sacudieron a todos. Algunas mujeres hasta lloraron. Después de hablar de la mujer y aprovechando un silencio, se paró, se volteó y palabras más, palabras menos, les gritó a los de gayola: ‘les cuadre o no les cuadre, la Virgen María es su mera Madre’. “Ese día ganó los tres concursos. Al salir, se acercó y me entregó los tres cheques y me dijo: ‘ten, papá, mis amigos me invitan a celebrar y creen que me voy a gastar el dinero con ellos’. Ese dinero se convirtió

— 32 — en varias maletas de libros, porque él, desde que lo parieron, nació con un libro al lado. Era un lector in- cansable. “En poco tiempo se convirtió, digamos, en orador taquillero, pues lo anunciaban: ‘el bachiller Carlos Castillo Peraza, el triple campeón… de no sé qué’.”5

5 Entrevista concedida por don Julio Castillo a la revista La Na- ción, en septiembre de 2000, tras la muerte de Carlos.

— 33 — La temprana opción

Desde muy temprano, Carlos toma en forma natural la importante opción de probarse para la vida reli- giosa dentro de una orden. El testigo de calidad, don Julio, su padre, nos dice que su hijo, el jovencito Car- los, que había asistido, durante el quinto año de primaria que cursaba en el Colegio Montejo, a la Iglesia de Monjas, “que administraban los Misioneros del Es- píritu Santo” a estudiar doctrina, hizo muy buena amistad con los padres, dado su carácter y su inteli- gencia. “Un día, el padre Mariano Rodríguez, de esa orden, se presentó y nos dijo que se lo quería llevar a la Es- cuela Apostólica de Tlalpan, en el Distrito Federal. Carlos tenía 11 años. ‘Está muy chico padre’, le diji- mos. No se preocupen, éste no se pierde en ningún lado’ y se lo llevó. Supongo que esa escuela todavía existe, estaba incorporada a la SEP. Ahí terminó la primaria y la secundaria”, describe don Julio y hace gala de buena memoria y precisión. “Cuando terminó –prosigue el señor Castillo–, fue su madre a verlo y Carlos le dijo que se quería regre- sar. Mi mujer, confundida, fue a decírselo al director, Benedicto Gutiérrez: ‘Padre, que Carlos quiere regresarse a Yucatán’. –‘¿Quién se lo dijo señora?’, preguntó el director. –Él, respondió mi esposa. –‘¡Ah,

— 34 — pues lléveselo señora, este muchacho puede hacer más fuera de aquí, que dentro’. “Regresó a Mérida y los estudios de la secundaria, tras ser revalidados, le permitieron entrar al bachille- rato de la preparatoria del Colegio Montejo, con sus viejos amigos”. Para la mayoría de los jovencitos con indicios o ba- rruntos de vocación religiosa temprana, ahí hubiera terminado el asunto; en cierto modo, la aventura. Pero no para Carlos, cuyo espíritu tenía la posibilidad de elevarse con facilidad hacia lo absoluto. Nos puede quedar poca duda de que regresó feliz a su Colegio Montejo y al contacto con sus queridos maestros, los hermanos maristas en Mérida, pero el vector de su vida se abría hacia Cristo, hacia la caridad y rumbo a una verdadera espiritualidad. Veremos más adelante cómo esa constante de su personalidad seguiría ac- tuando hasta el final de su vida. A veces más visible en la superficie, otras ocasiones menos visible, y aun en la etapa en que él mismo llegó a calificarse como simple “cliente de ese hospital de almas que es la Iglesia”. Se daba perfecta cuenta de lo que pasaba en este punto a lo largo de su vida. Tenía días de fervor ico- noclasta y entonces expresaba críticas agudas contra la jerarquía eclesiástica de los tiempos actuales, pero no se limitaba a México ni a la situación contemporá- nea, sino que recorría la historia para encontrar ejemplos. Dos episodios, entre muchos, eran sus fa- voritos para provocar la reflexión: uno, la conversión prodigiosa del emperador Constantino y el cambio súbito del estatus de iglesia perseguida en iglesia oficial. El cristianismo pasó a ser religión de Estado y el emperador entrega a los cristianos los templos pa- ganos; y más adelante, al paso del tiempo, la configuración del Sacro Imperio Romano-Germánico, la guerra de las investiduras y muchas cosas más. Veía

— 35 — lo bueno y lo malo que tenía el cambio de estatus. Cesaban las persecuciones, pero el emperador se permitía meterle mano a la teología, como en el fa- moso caso del “filioque” del Credo. EL otro caso, eran esas singularísimas épocas de Savonarola, Giordano Bruno, Galileo y Maquiavelo,6 que produjeron cielos azafranados por las hogueras inquisitoriales y convul- siones científicas y políticas. Después de todo, no da lo mismo que la Tierra gire alrededor del Sol y no al revés.7 Otro tema que surgía recurrentemente en sus plá- ticas entre dirigentes de la Acción Católica, y luego también entre panistas, era el desenlace de la guerra cristera, primera, que culminó con los llamados “arre- glos” entre la jerarquía de la Iglesia Católica mexicana y el gobierno encabezado por Emilio Portes Gil. Tales arreglos, que produjeron un desánimo generalizado entre los seglares católicos militantes, como los jóve- nes de la ACJM, se volvían frecuentemente motivo de discusión y de críticas al alto clero. Carlos también hacía críticas, a veces muy duras, contra los mencio- nados arreglos y también señalaba el contraste entre la actitud del heroico bajo clero (que finalmente fue el que produjo los santos mexicanos, recientemente canonizados), acompañante fiel del pueblo en la lu- cha por la libertad de conciencia, y la asumida por algunos obispos que se veían tibios o débiles, o aun opuestos al movimiento armado. Pero las andanadas de Carlos en esos señalamientos no pasaban de ciertos límites cuando los hacía en público. Tenía un gran respeto hacia los obispos y car- denales, en especial, porque sabía de las virtudes e inteligencia de muchos de ellos; y sobre todo porque nunca dejó de sentirse realmente vinculado a la cau- 6 Savonarola (1452-1498), Giordano Bruno (1548-1600), Galileo (1564-1642), Maquiavelo (1469-1527). 7 Galileo Galilei.

— 36 — sa de la Iglesia Católica. Era un creyente de verdad, aunque por temporadas poco practicante de la litur- gia. Eso sí, comprometido hasta lo más hondo de su ser con la suprema virtud de la caridad. De ello se podrían mencionar docenas de ejemplos que han venido a ser conocidos después de su muerte. En vida, ninguna ostentación hacía de sus prácticas de amor al prójimo, de amistad auténtica con innumerables per- sonas y de solidaridad humana. Incluso en la política como “forma superior de la caridad” traía el sello de los cristianos verdaderos. La temprana opción por la vida religiosa vino de todas formas a rendir sus frutos más tarde.

— 37 — Tramos de color

Así como el globo rubicundo y rotundamente amari- llo del sol de los mayas deja caer su mirada sobre el maíz y lo fecunda; avanza luego a lo largo de la ave- nida de los Itzáes y la convierte en una serpiente de fuego que llamea entre las jacarandas y los framboyanes, y prosigue tocando con brasas de oro la cantera de la blanca ciudad; aminora la marcha, como debe de ser en el Paseo Montejo, prosiguien- do más allá del monumento patrio hacia Itzimná y García Ginerés, también Carlos Castillo y su pequeña y cambiante tropa de amigos que sueña el porvenir que se va construyendo con el cumplimiento de las pequeñas obligaciones, las aventuras y travesuras de hoy, avanza por la ciudad, la que cruzan una y otra vez; las casas y los parques, así como las excursiones al mar cercano. O los paseos por aquellos límites de la ciudad que no era todavía tan grande. Todo es vir- ginal, piensan ellos, ya que, aunque otros han pisado los viejos senderos desde tiempo inmemorial, ellos no lo han hecho, y para esas pequeñas tribus de co- frades de la alegría y de ensueños, es nada menos que estrenar el mundo. De pronto, hay que suspender la pequeña y semibohemia costumbre. Ha comenzado la campaña electoral. Corre el año de 1967 y parece haber condi-

— 38 — ciones políticas para que en Yucatán se repita lo que acaba de ocurrir en Sonora un poco antes: el PAN ganó la capital de aquel estado norteño, Hermosillo, y otros seis o siete municipios pequeños situados a lo largo de algo civilizador: la vía del ferrocarril. En Mérida había buenas condiciones, en especial por el magnífi- co candidato a la presidencia municipal: el destacado abogado Víctor Manuel Correa Rachó. Entre los jóvenes que acuden al llamado de la cam- paña política está Castillo Peraza. Es obvio que su conciencia social ha tenido oportunidad de desarro- llarse. Para él resultó ser una decisión natural y a los 20 años de edad traba contacto con la política activa y militante.

— 39 — La campaña de Correa Rachó y otras pinceladas electorales

Cedo la palabra al bardo yucateco, compañero de lu- cha del PAN en la lejana península, testigo de horas negras, casi trágicas y horas más dulces en la larga lucha, Roger Cicero McKinney, para escuchar de él, en su original vuelapluma, el testimonio de aquella memorable lucha de 1967, decidida búsqueda de la presidencia municipal de Mérida: “De la campaña del PAN y Víctor Manuel Correa Rachó en pos de la alcaldía de Mérida, yo sólo supe de oídas y de leídas. Por el Diario de Yucatán y por las voces cercanas me enteré de las hazañas de un gru- po de gente que se pronunciaban en contra del ‘partido-gobierno’ y a favor del ‘bien común’ ondean- do por toda la ciudad y sus comisarías unas banderas blancas con siglas azules que, se me hizo saber, eran las del Partido Acción Nacional. “Alguna vez –por pura imitación– aplaudí el paso de un VW con bocinas en el techo que amplificaban la voz joven de Carlos Castillo, entre los más reitera- dos. Y me los dejé ahí en algún accidente de la memoria porque a alguno identificaba yo como Fer- nando Castellanos. Pero no fui a ninguno de los mítines a los que se invitaba, por lo que a los oradores panistas no los conocía más que de nombre, a lectura de las notas periodísticas y a otras referencias. Así supe que

— 40 — eran Rosario ‘Capullo’ Cáceres, Luis Mario Baeza, Alfredo Fajardo Peniche y Carlos Castillo Peraza. Para decir verdad, esos ‘iris’ políticos no me significaban gran cosa. Yo andaba con la poesía de los pies a la cabeza, buscándole cuanta forma tiene y hasta tratan- do de inventarle alguna más, a la par de Alberto Cervera, Raúl Renán, Jorge Rosado, Alberto Peón y Fernando Espejo. “Pero fui a votar. De modo que hasta mis 38 años –mea culpa– me desperté en las cuestiones de la con- ciencia ciudadana. O me despertó quien me inspiró ese mi primer voto un tanto cuanto casual aunque triunfador: el licenciado Correa Rachó, que resultó electo. “Luego su ayuntamiento de Mérida, 1968-1970, desde sus inicios fue dando al traste con mis inercias en las responsabilidades que la comunidad nos recla- ma, hasta el punto de causar alta en la militancia panista en 1969.” Así fue, pues, como Carlos comenzó a ser conoci- do. El testimonio de Roger Cicero no es sino una prueba más de que aquellos jovencitos estaban cum- pliendo con la consigna gomezmoriniana de “mover las almas”. Carlos aportaba, como ya nos ha contado con sencillez su padre, el brillo de ser un bachiller triple campeón de oratoria, cuento y poesía. Junto con los compañeros de partido y apasionados participan- tes en aquella memorable campaña pudo ver cómo se movían los corazones en aquella lucha tan esforzada y tan dispareja a pesar del brillante candidato. Pero me gustaría dejar correr el testimonio de Cicero McKinney:8 “En tanto, Carlos Castillo estaba por la Universidad Nacional Autónoma de México y por la de Friburgo, Suiza, obteniendo las licenciaturas de Filosofía y la de

8 Revista La Nación, números de septiembre y octubre de 2000.

— 41 — Letras, respectivamente. En Suiza hizo también la es- pecialidad de Filosofía Política. Es a su regreso de Europa, y en las oficinas que el licenciado Correa te- nía en su casa de la colonia García Ginerés, cuando formalmente conozco a Carlos. Llegó a la cita tarde y, además, anunciando prisas. Los dirigentes del PAN que ahí estábamos no tuvimos precisamente la mejor impresión del joven filósofo. Su primera diputación federal –LI Legislatura del Congreso de la Unión– me hizo tratarlo más y conocer a sus fieles discípulos del ‘Montejo’, Luis Correa, Manuel Fuentes y Miguel Gutiérrez. Acaso algunos más que sólo esporádicamente continuaron en la lucha panista. Por ese tiempo se dio la fugaz presidencia del comité regional de Rafael Castilla Peniche y la de Antonio Wu Manrique, que ya no tenía competencia en el de- canato de nuestras filas, toda vez que era el de registro más antiguo a vista del libro de actas de 1945. Y fue Antonio Wu el que hubo de presidir la convención en la que a Carlos Castillo se le confirió la candidatura al gobierno del estado, para enfrentar la del General Graciliano Alpuche Pinzón, que apareció ante los ojos de los yucatecos con su banderita del PRI, como por arte de magia. El acto panista tuvo lugar en el local del comité ubicado en la planta alta de un predio del costado poniente del Parque de la Mejorada. Fue el domingo 6 de septiembre de 1981, es decir, casi 19 años antes del reciente deceso de Carlos, en Bonn, Alemania.” Muchos detalles y anécdotas habría de tener aque- lla aventura. Doce años habían transcurrido desde los días del bachiller correísta de 1967, a los del filósofo y líder político y diputado federal de 1981. Pero vol- vamos al orden que el tiempo impone a los trabajos biográficos como éste.

— 42 — La presidencia de ACJM

Ahí está ahora ante sus jóvenes compañeros de ACJM. Puesto de pie sobre el pequeño estrado recibiendo la bandera principal de la asociación: la tricolor mexica- na con la cruz de malta y la imagen de la Virgen de Guadalupe en el centro. La pesada bandera llena de resplandores de historia; el “gonfalón excelso donde se refugió la morenita del Tepeyac”. El peso del astabandera gravita entre las manos del joven líder católico con apenas 20 años de edad, delgado, casi frágil, al menos en apariencia, dispuesto a rendir la protesta debida. Una pregunta flota como dispersa entre todos los asistentes y aun dentro del ánimo del propio Carlos: ¿es demasiado pronto para tal cargo? Ahora su vida se verá envuelta por un gran com- promiso ante la institución, aquella que ha proveído a México de luchadores sociales de primera catego- ría, que ha ocupado toda clase de trincheras, pero especialmente en el campo de la lucha por la liber- tad de conciencia y ha proporcionado el ardor propio de la juventud a la causa y –según se decía entonces y se comprobaría años después– también aportaría su cuota de mártires y aun de santos, orgullo ahora, en el año 2000, para México. Pero la ACJM ha tenido que atravesar una década de vicisitudes, aunque no es la única institución del

— 43 — mundo católico mexicano que ha pasado por ello. En efecto, los vientos del aggiornamiento que generó el concilio ecuménico Vaticano Segundo, han sacudi- do las conciencias de todos, clérigos y seglares; se han generado controversias muy significativas. Pro- gresistas e integristas han tenido amplia oportunidad de ventilar sus opiniones en temas muy delicados; por ejemplo, la liturgia en lenguas vernáculas, el ce- libato, la píldora anticonceptiva, la relación con otras iglesias, reconocidas como parte de una pluralidad, el diálogo entre diversas culturas, el desarrollo de los pueblos, y tantos otros. Y hay que recordar que Car- los pertenecía a la llamada generación del 68; los sesentayocheros, quienes protagonizaron la llamada “crisis de conciencia”, con todos sus erizamientos, avizoramientos y rebeliones. Es la generación bisagra de los años sesenta; post-conciliar y rebelde ante una sociedad necesitada de cambios. Ya puede suponerse que aquellos años del joven Castillo eran de pobreza y esfuerzos inauditos. El pri- vilegio de servir a aquella causa era el cultivar las jornadas heroicas. Había que hacer durar la ropa y los zapatos; hacer las comidas frugalmente y muchas veces a deshoras. Como en aquella ocasión que se encontró en la esquina de Guillermo Prieto y Serapio Rendón de la Colonia San Rafael al presidente de la Acción Católica, el duranguense y seglar ejemplar, Carlos Garcinava Veyán, cerca del mediodía y aparte de abrazarse por gusto, en esa ocasión lo hacían por necesidad, para no caer desfallecidos: ambos habían trabajado dos días seguidos sin probar alimento, sin dormir y casi sin descansar. Los documentos que ha- bían preparado para la ACM y la ACJM estaban listos pero ellos estaban listos… para el arrastre. Ahí hubie- sen quedado si no hubieran conseguido unos cuantos pesos, indispensables para comer.

— 44 — Resulta emocionante para los que conocieron a aquellos dirigentes, recordar los méritos de aquel par de Carlos, Garcinava, lleno de vigor y talento organi- zador, que elaboró manuales para dirigentes locales y desarrolló al extremo las particularidades de la for- mación y capacitación, mientras Castillo Peraza hacía lo propio con los cuadros de la juvenil ACJM. Para muchos asociados que vivieron esa época y que co- nocieron a este par implacable, ésta fue la época de oro de la Acción Católica y de la ACJM. Su constancia en el trabajo de dirigencia y fundación de nuevos gru- pos, sus frecuentes viajes por el interior de la República, y su talento para mantener el carisma de las agrupaciones, prometían un crecimiento y nuevo florecimiento. Carlos tenía en especial aprecio a la ACJS (Asocia- ción Católica de Jóvenes Sonorenses), cuyo estatus dentro de la Asociación era la de cierta especie de “estado libre asociado”: eran y no eran al mismo tiem- po parte de la ACJM. Los jóvenes sonorenses habían desarrollado por su cuenta la asociación estatal; y hasta la fecha que se describe eran más o menos autóno- mos y autosuficientes: ellos, por un lado, se financiaban los viajes a los congresos, tenían sus pro- pias promociones e insistían en permanecer así, pero finalmente constituían una de las ramas más fieles y activas, hecho que era singularmente apreciado por Carlos, sobre todo cuando se lanzaron a formar los grupos más allá de la frontera, especialmente en Arizona y en Los Ángeles, California. Respecto a las otras ramas de la ACM, las femeni- nas, la UCM y la rama hermana y paralela, la JCFM, nos consta el respeto que el pequeño Piolín guardó siempre por las señoras de quienes, decía, eran la verdadera columna vertebral de la asociación y el “poder tenuamente visible” de la misma. Aquellas señoras poseían una fidelidad y una mística invenci-

— 45 — bles para con la causa. Relativamente eran las ricas, porque eran organizadas, generosas y austeras. Él compartía la opinión de que en los lugares en donde las damas del lugar se reúnen para cualquier cosa, pero especialmente para hacer funcionar pro- yectos sociales, finalmente son las que alcanzan su realización; más allá de los inútiles sueños de los se- ñores que los dejan en pláticas de café o los proyectos gubernamentales que acaban costando diez veces más. Ellas saben mejor que el registro civil, quién es quién; quién se casó con quién y cómo les va. Sa- ben quién tiene dinero y cómo lo consiguió y a manos de quién irá a parar por razones de herencia y discor- dias en los negocios; ellas conocen la salud de curas y obispos y cuánta gente importante existe. Por ello, sus recursos sociales, sutiles y menos evidentes que los de los políticos, son más efectivos. Ellas deciden el rumbo de la vida local. Con las muchachas de “la J”, Carlos compartió los eventos comunes y fue ocasión propicia para que conociese a Julieta López Morales. En un ambiente de alegre tropa juvenil, un buen número de almas jóvenes se reunía para llevar a cabo, con todo el áni- mo posible, sus tareas de apostolado seglar, llevando impresa la divisa con que el Padre Bernardo Bergoend dotó a la asociación: “Estudio y Piedad”. Una fecunda labor ya tradicional se realizaba en medio de penu- rias sin cuento y sin cuenta. Pero, ¿cuándo y dónde han podido detener las circunstancias de escasez eco- nómica y trabajo duro el oleaje impetuoso de jóvenes idealistas? Entre ellos había descendientes directos de los católicos de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa entreverados con hijos y nietos de la lucha cristera en su primero y segundo levantamientos. Ellos eran una fuente de cuadros dirigentes de muchas construcciones sociales e instituciones públicas y pri- vadas.

— 46 — Julieta

De ahí nació el conocimiento, el aprecio mutuo, des- pués el noviazgo y finalmente el matrimonio. ¿Cómo fue todo ello? Tendríamos que preguntarle a Julieta, pero dejémosla hablar a ella:

Entre las jóvenes de la JCFM no tardó Carlos en ser notado por su juventud y talento. Parloteaban ellas con interminables cotilleos de pasillo y de café. Estaban acostumbradas a que los presidentes de ACJM fuesen los mayores entre los jóvenes; es decir, los de 28 años, que ya tenían una trayectoria apreciable dentro de la Asociación y se habían vuelto conocidos en el ámbito nacional; por lo mismo, llamaba la atención que el nuevo presidente fuese un hom- bre tan joven y además casi desconocido en otras partes, excepto en Yucatán, donde ya te- nía méritos reconocidos. ¿Por qué habría sido escogido para un cargo tan importante? ¿Por qué tan joven, tan pronto y traído de tan lejos?

Estas y otras preguntas se formulaba también Julieta López Morales, una inquieta jovencita de 18 años, quien ya pertenecía a la Acción Católica. Una de sus hermanas, Virginia, que pertenecía al mismo círculo,

— 47 — fue quien primero le dio datos que no se conocían entre aquellos jóvenes católicos y católicas de la Ciu- dad de México: ese jovencito había dirigido con vigor y acierto a muchachos muy jóvenes de los apostolados seglares de Yucatán; su inteligencia era evidente y tenía incluso fama de genio. –¿Qué fue lo primero que te gustó de él?, pregun- ta Guadalupe Chávez en alguna entrevista, a quien algo más adelante se convertiría en su esposa. Y ella responde sin duda ni titubeos: “Su oratoria”. En un principio se preguntaba la joven Julieta, reco- nociendo las evidentes luces intelectuales que tenía Carlos y su pulida y brillante oratoria, si de veras sería “un genio” y, en caso de serlo, ¿cómo sería una rela- ción personal con él? Tal vez no fuese muy cómodo. Pronto pudo salir de dudas, ya que en los eventos comunes de la JCFM y la ACJM, así como en las fies- tas que se organizaban comenzó a tratar al estudiante de filosofía de la UNAM, que a la sazón era Carlos y aceptó sus primeras invitaciones y a compartir gran- des alegrías en fiestas y bailes que, como es lógico suponer, organizaban con frecuencia aquellas juveni- les y jocundas tropas. Mientras iba madurando la relación, Julieta avanza- ba en su carrera universitaria de economía y Carlos comenzaba la de filosofía, ambos en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ella comprobaba que la relación con un “genio”, al menos en ciernes, no era tan incómoda y seguramente seguía creciendo, por el conocimiento y el trato, primero la admiración y después el orgullo por aquel intelectual y cristiano comprometido con él mismo, que la vida de ella se transformaría radicalmente. Al cabo de unos ocho meses se hicieron novios, cada uno alimentando la ilusión de que al paso del tiempo llegarían a algo más. Con todo, no podían prever en aquellos meses que se iban acumulando, cuánto tiempo duraría esta eta-

— 48 — pa. Después de todo no era cualquier tarea el aten- der los estudios universitarios y al mismo tiempo cumplir con el compromiso de dirigentes de Acción Católica. El estudiante de filosofía, como presidente nacional de la ACJM, tenía que viajar por toda la Re- pública y atender y resolver las mil y una cosas de su cargo. Es en esta época en que Carlos vivió primero con su tío, el ingeniero Luis Castillo, y un poco más tarde con aquel grupo entre los que estaban Miguel Ángel Portillo, Jorge Ojeda y otros, cuadrilla que era al mis- mo tiempo fragua de caracteres y experimento inútil de conciliar la conservación de la mística propia de los apostolados cristianos con el mínimo orden para que aquello no pareciese una casa de locos y al mis- mo tiempo contemporizar los intereses propios de la edad, tan plausibles –por lo general– cuanto heterogéneos en lo individual. Gratos recuerdos con- servó Carlos toda su vida, de esta singular etapa. El amor a Dios, el amor a la Patria; el exultante floreci- miento de amistades múltiples y perdurables y el acompañamiento en todo esto por el amor de aque- lla joven que habría de admirarlo y quererlo no sólo en aquellos felices años de la juventud, sino toda la vida. Era natural, pues, que al paso de otros dos años de tratarse como novios, Carlos y Julieta comenzaran a pensar en casarse, una vez terminados los tres años de Carlos al frente de la ACJM; pero además las in- quietudes intelectuales de Carlos lo llevaban a buscar horizontes más altos y más amplios. Y por ello co- menzó a explorar las posibilidades de hacer sus estudios en el extranjero; específicamente en Euro- pa. Y hay que entender que si bien ya existía el Conacyt, no había becas disponibles para proseguir estudios de humanidades; asimismo, las embajadas en general auspiciaban estudios técnicos, científicos,

— 49 — administrativos, pero no de humanidades; menos aún de filosofía. De manera que parecía que se quedarían los planes reducidos al ámbito nacional, que si bien podría satisfacer a muchos, no así a Carlos, cuyo espí- ritu seguía siendo una flecha lanzada al infinito. Así fue como –la Providencia dirige las causas se- gundas en el momento preciso– Carlos ve realizados sus deseos de superación, cuando se le ofrece la op- ción de una beca. Estaba ya cansado de gestionar y sondear publicaciones y organismos que vieran cues- tiones humanísticas, instituciones y personas que pudieran ayudarle en su empeño, sin encontrar abso- lutamente nada. “El Señor Castro Ruíz, Arzobispo de Yucatán, le pro- puso, como idea de la jerarquía, ir a prepararse en cuestiones filosóficas. Querían mandar a laicos y no solamente a sacerdotes, por eso le ofrecieron la beca para hacer estudios adicionales en la Universidad Gregoriana en Roma”.9 Los recursos para la misma fue- ron conseguidos por el propio Sr. Arzobispo Castro Ruíz.

9 Entrevista con Julieta López M.

— 50 — Boda y partida

La boda, así, se convertía en algo necesario, ya que se preveía la condición de que para que la beca fuera otorgada tenían que ir casados y para hacer las ges- tiones correspondientes tuvieron que tomar la curiosa y peculiar decisión –sobre todo entre novios católi- cos– de casarse por lo civil, dejando para muchos meses después la boda religiosa. Recuerda Julieta –no sin un dejo de diversión y son- risas– que el asunto, aunque completamente racional, no dejó de causar, por lo menos, sorpresa y extrañeza tanto en su casa como en la de Carlos y, por supuesto, un poco de alarma. Pero una vez que se aclaró muy bien la necesidad del “papelito” y que cada uno se- guiría viviendo en su casa hasta que llegara el día de la boda religiosa, los papás de ambos estuvieron de acuerdo. Así transcurrieron ocho meses más. La boda, planeada originalmente para noviembre, tuvo que ser adelantada para septiembre, con lo cual la vida de la pareja cambió intempestivamente. “Pero así era siempre la vida con Carlos”, aclara enseguida Julieta. Y en medio de un vértigo de actividades, que iban desde hacer (y luego ajustar) el vestido de no- via, desmontar el departamento previsto, vender los muebles y hacer el agitado recorrido de despedida de solteros, imprimir y repartir las invitaciones y, en

— 51 — fin, la larga lista de actividades que acompañan a es- tos eventos, llegaban, cansados y ojerosos, y entre semana para mayores señas, Julieta y Carlos frente a la pequeña pero hermosa iglesia del Santo Niño de la Paz, en la calle de Praga, cerca del Paseo de la Re- forma, para contraer matrimonio religioso, pletóricos de sueños, ilusiones y proyectos para poner sus in- tenciones delante de Dios y todo ello en medio del bullicio y la animación de aquella sociedad que había sido testigo de cómo había nacido y crecido la rela- ción, hasta llegar a aquel 30 de septiembre de 1971 en que culminaba la misma, apresurada pero ejem- plarmente. Cabe aclarar que no se trataba de una boda cual- quiera. En aquel círculo de católicos sociales no escaseaban, como es lógico suponer, los matrimonios entre militantes de la causa. Y baste recordar los an- tecedentes de José González Torres y María de las Nieves Martínez, quienes habían formado una ejem- plar familia cristiana. No menos afamado había sido el matrimonio de Abel Vicencio Tovar y María Elena Álvarez Bernal, quienes eran dirigentes de las ramas juveniles de la ACM. Con el tiempo, ambos matrimo- nios y ambas familias habían de pasar a formar parte de los cuadros más distinguidos del Partido Acción Nacional. También Julieta y Carlos lo harían, pero en su propia ruta y trayectoria vitales. Por el momento ahí estaban, en espera de que se reunieran los ocho sacerdotes convocados para concelebrar la misa nupcial; algo memorable. Sin embargo, se tuvo la circunstancia de que ya reunidos siete de los ocho sacerdotes, no aparecía el octavo y la ceremonia parecía retrasarse indefinidamente más y más. Hasta que Carlos tomó la decisión de ya no esperar más. Debe haber pensado que quedarían igualmente casados si aquella misa era celebrada por siete o por ocho padres y teniendo en cuenta que al

— 52 — día siguiente –sí, al día siguiente– tenían que tomar el avión para salir a Roma, no había mucho que pen- sar y sí mejor proceder. Tras la bella y emotiva ceremonia en la que estuvieron los padres de Julieta y los de Carlos, quienes habían hecho el viaje ex pro- feso desde Mérida; los amigos y familiares de cada uno, apenas quedaba tiempo para festejar, terminar de empacar y salir con rumbo al aeropuerto. Eran los años en que operaba aquella combinación de las líneas aéreas Icelandic y Air Bahamas, que se habían especializado en vuelos intercontinentales a Europa muy baratos. Mientras que KLM o Lufthansa cobraban unos 8,000 pesos por el viaje redondo, Icelandic cobraba 6,500 y aun menos a estudiantes, con lo que habían capturado como clientela prefe- rente a los estudiantes que iban y venían todo el tiempo al Viejo Continente. Los DC-8 largos, con los que operaban, iban repletos de aquellas tropas estu- diantiles y turistas que deseaban economizar unos pesos o dólares y muchas veces con guitarra en mano alborozaban toda la noche. El centro de operaciones en Europa era Luxemburgo. Y ahí desembocó la feliz pareja de recién casados, con la cartera un tanto ma- gra. De ahí tenían que proseguir al destino asignado: Roma. Sin embargo, no tenían previsto a dónde llegar. “Absolutamente nada”, según recuerda Julieta. Luxemburgo era solamente el lugar de llegada del avión. Pero la Providencia, que con tanta frecuencia se metía en los asuntos de Carlos Castillo y en los de todos los que en ella confían, no los iba a dejar solos. Había ocurrido que “unos días antes de la boda de Carlos y Julieta y dentro de mi cargo en el Movimiento Familiar Cristiano”, comenta don Julio, “me hablaron de México y me pidieron que atendiera a un sacer- dote que venía de Luxemburgo, que hablaba español. Nosotros lo recibimos en el aeropuerto, lo atendimos

— 53 — y lo llevamos a pasear y a conocer Mérida; tiempo después, vino dos o tres ocasiones más a vacacionar. “Nos enteramos que además de párroco era cate- drático universitario y que solía volar Luxemburgo-Nueva York-Nassau. Faltando pocos días para la boda de Carlos pensé: ¡No habían pasado ni ocho días de que el padre Joseph había estado! Pero la fe era grande. Me dije: le voy a escribir al padre Joseph, a ver qué pasaba. Le puse la carta”. Cuando Carlos y Julieta arribaron a Luxemburgo, ahí estaba el padre Joseph esperándolos en el aeropuer- to. Les había pagado una suite para que pasaran en la ciudad su noche de bodas. Al día siguiente ayudó a ponerlos en contacto, por teléfono, y Carlos habló con los hermanos maristas de Roma y éstos les consiguie- ron alojamiento en una pensión de monjas españolas.

— 54 — Roma

El viaje de Luxemburgo a Roma fue por tren, como se acostumbra en todo el continente europeo, donde los países están intensamente cubiertos de redes ferro- viarias, amén de las grandes rutas troncales que cruzan internacionalmente los diversos territorios. Al descender del tren y en plena operación de jun- tar las maletas en el andén, se escuchó una voz que exclamaba:“¡Hola Piolín!” y que les asombró mucho porque si bien en México era Carlos muy conocido por ese nombre, oírlo en su aparentemente impensa- da llegada a la Ciudad Eterna, era algo más que extraño; más bien insólito, casi misterioso. “¡Hola, Piolín! ¿Qué haces acá?”, decía aquel hombre en el que Carlos reconoció de inmediato a uno de sus maes- tros maristas en el Colegio Montejo de Mérida, quien justamente era de los que les habían conseguido pensionarse con las monjas hispanas. La vida en aquella pensión de las religiosas men- cionadas estaba bien mientras Julieta y Carlos se establecían en sus misiones y objetivos de estudiar y cultivarse en la capital italiana, era adecuada; inclu- so, según recuerda Julieta, la madre Pilar, de quien guarda muy buenos recuerdos, le enseñó a cocinar, cosa “que le agradeceré toda mi vida, ya que en aque- llos días, yo no sabía hacer ni huevos fritos”, dice

— 55 — sonriendo al tiempo que le vienen de golpe los re- cuerdos de aquellos primeros meses en Europa.10 Carlos se concentraba poco a poco en sus estudios de filosofía en la afamada Universidad Gregoriana, haciendo esfuerzos para sacar el mayor provecho de aquella oportunidad tan largamente buscada, espe- rada y conseguida. Por su parte, Julieta aprovechaba el tiempo en aprender italiano en el Instituto Dante Alighieri. Las condiciones económicas eran de austeridad. Los amigos y familiares, en lugar de hacerles los tradicio- nales regalos de boda que no podrían aprovechar, les aportaron diversas sumas de dinero, con las que formaron un fondo de reserva, lo cual no significa- ba que pudieran darse el lujo de tener grandes diversiones como paseos caros o restaurantes bue- nos; más bien, tenían que andarse con mucho cuidado con los gastos. Ella recuerda que la vida con las monjas españolas, con todo y ser buena y agradable en general, no de- jaba de tener sus incomodidades muy concretas. Por ejemplo, se extrañaban aquellas buenas personas que los dos nuevos huéspedes quisieran bañarse todos los días. Casi los consideraban maníacos por aquel insen- sato afán de darse un baño diario. ¿Qué les pasaba? En todo caso, podían bañarse, pero éste era un servi- cio que se tenía que pagar por separado, lo que resultaba una incómoda carga sobre el austero presu- puesto. El caso es que poco después, unos dos meses, decidieron cambiarse a un departamento que estaba por ese rumbo, mismo que era muy agradable. La parte académica no iba del todo mal, pero la vida en la Italia de aquellos años se había vuelto re- flejo de la inestabilidad política del régimen parlamentario que obligaba a gobernar por medio de continuos “arreglos de pasillo” e interminables 10 Entrevista con Julieta López M., mayo de 2001.

— 56 — cabildeos entre los partidos grandes, como el de la democracia cristiana y el Partido Comunista, el más grande en su tipo fuera de la URSS; el socialista, y otros once partidos pequeños, incluidos entre éstos el verde y el “de la bisteca” (que todos tenían vindicaciones con seguidores) y así sucesivamente, hasta completar 14 partidos, todos beligerantes. Los primeros ministros se sucedían rápidamente uno tras otro, como había ocurrido unos 15 años antes, duran- te la Cuarta República Francesa, antes de que fuera invocada a gritos la presencia del General De Gaulle. Pero en aquella Italia no había De Gaulle, y sí, en cam- bio, muchas vicisitudes políticas y económicas. Las secuelas del Concilio Ecuménico Vaticano II eran muy fuertes, como cabía esperar en Roma, y las to- mas de posición entre conservadores, integristas, progresistas y “ultra-todo” de cualquier género lle- gaba a todas partes.

— 57 — El viaje a Israel y Jordania

Todavía estando en Roma, se ofreció la posibilidad de llevar a cabo una misión periodística en el Medio Oriente. Era 1972 y los conflictos en aquella región estaban al rojo vivo. Debe recordarse que apenas cin- co años antes había ocurrido la llamada “Guerra de los Seis Días”, en la que Israel había hecho pedazos a la República Árabe Unida, encabezada por Nasser y había derrotado en toda la línea a la coalición de paí- ses árabes, y ocupado los territorios desde el Sinaí hasta el Canal de Suez, la franja de Gaza, en Cisjordania, y las alturas del Golán, en Jordania. Desde 1967 hasta esas fechas, los países árabes, en especial Egipto, Jordania y Siria, habían estado recla- mando a Israel la devolución de los territorios ocupados y lo hacían de manera cada vez más insis- tente; hoy sabemos que todavía empeoraría hasta que el 6 de octubre de 1973 en que habría de estallar la Guerra del Yom Kipur (El día del perdón). La media- ción de las Naciones Unidas fracasó en mayo de 1972. El mediador Gunnar Jarring intentó presionar a las partes para que aplicaran la Resolución 242, pero no todas las partes aceptaron su propuesta. Israel había comenzado a ver los territorios ocupa- dos como una salvaguarda de su seguridad contra los ataques de los árabes, incluso llegó a considerarlos su

— 58 — propiedad legal y no estaba dispuesto a entregar los territorios ocupados en 1967; cuando mucho a nego- ciar una parte de ellos. Las fronteras provisionales o definitivas se habían vuelto confusas.11 No eran, pues, tiempos propicios para hacer viajes turísticos a tan candente región, pero sí para misio- nes periodísticas y justamente las entrevistas y noticias resultarían de gran interés para el Diario de Yucatán, donde seguía colaborando Castillo Peraza, cuanto para El Universal, del que era corresponsal el padre Mi- guel López. Había que hacerlo y lo hicieron. Julieta los acompañó con la misión de traducir prontamente al español las conversaciones y notas que se genera- ran; prometía ser especialmente interesante la entrevista con el Rey Hussein, de Jordania, quien re- cientemente había formulado y dado a conocer su propuesta de paz para el Medio Oriente. Los trámites de pasaporte y visas eran muy delica- dos y las revisiones en las fronteras muy estrictas y con justificada suspicacia. No acostumbraban poner la visa en los pasaportes porque muy probablemente les cerrarían el ingreso a un país sabiendo que iría a otro país enemigo o que provenían de éste. Y así fue como ocurrió el incidente que ha relatado Julieta. “Primero tuvimos que tramitar en la embajada de Israel las visas para ese país, diciendo que teníamos interés de ir allá para hacer entrevistas; pero que te- níamos que ir también por razones de trabajo a Jordania, con el Rey Hussein. Pero cuando vimos cómo estaba de terrible la revisión en la frontera, le dije a Carlos: ¡dame los papeles de las visas; yo me los guar- do aquí, entre la ropa! Pero cuando vio cómo estaba la cosa, dijo ¡no!, porque tú tienes que ir allá sola con las mujeres y nosotros con los hombres. Entonces, él aprovechó que traía una guayabera; tomó los pape- les de las visas y los acomodó en las bolsas bajas de la 11 La Guerra de los Seis Días, en la Enciclopedia Microsoft Encarta.

— 59 — prenda, que son grandes; y cuando llegó a revisión, mostró displicencia y colaboración subiéndose los faldones de la guayabera, con lo cual mostraba la cin- tura, pero ocultaba las bolsas de la prenda yucateca. Afortunadamente nunca se dieron cuenta de ello y así pudimos pasar, ¡pero fue un sufrimiento que para qué te cuento! “Además –continúa–, ése fue para mí, tal vez, el viaje más interesante que hicimos mientras estudiá- bamos en Europa, porque, en primer lugar, estuvo la entrevista con el Rey Hussein, quien desde luego era jefe del ejército y todo su trabajo lo llevaba a cabo entre los militares: Creo entonces que fui una de las primeras mujeres que entró ahí a la oficina del Rey Hussein; porque como eran cuestiones de ejército y la mujer no tenía entonces –y ahora tampoco– acceso a muchas partes, ni siquiera a asomar la nariz. Fue, entonces, de veras, mucha suerte que me dejaran entrar y estar en la entrevista, con el saludo de los militares jordanos, como agregado. Fue una experien- cia muy bella. “Lógicamente, Carlos Castillo y el padre López tu- vieron un gusto muy grande por el éxito de la misión periodística y se congratularon mucho por ello. Pero su cometido iba más lejos. De Jordania seguimos a Israel y llegamos en Jueves Santo a Jerusalén y fue muy interesante ya que Carlos logró una entrevista con un sacerdote del rito griego ortodoxo. Entrevistó también a Rosario Castellanos, embajadora de Méxi- co en Tel Aviv, con la que sostuvimos una conversación maravillosa a orillas del Mediterráneo. Al poco tiempo ella moriría en un accidente casero. Por cierto que, a diferencia de la versión que circuló mucho en México acerca de que se había electrocu- tado con una secadora de pelo estando en la bañera, en Europa los diarios decían que efectivamente ha- bía recibido una descarga eléctrica pero de alguno

— 60 — de los cables enmarañados que tenía el aparato con el que se comunicaba con Relaciones Exteriores des- de su casa.” Más adelante tendrían oportunidad de visitar otros países, en ocasiones no muy pensadas, y planeadas como aquella del viaje a Medio Oriente, en que el avión de ida descendió en el Cairo sin que ellos su- pieran previamente que lo hacía para pernoctar, de modo que con visas de turistas en tránsito, se queda- ron unos días en Egipto y pudieron asomarse a esa cultura y anotar en su bitácora de viajes un continen- te más: África

— 61 — La familia… un poco después

Como a los cinco meses de casados, Julieta recibió la visita impensada de la cigüeña. La pareja, como es natural, se llenó de ilusiones y comenzó a considerar la vida en compañía de un hijo o una hija, que al mis- mo tiempo que bendición sería una seria responsabilidad. Era el sueño normal de todo matri- monio joven dispuesto a llamar a la vida a un nuevo ser, hijo de Dios. Pero las ilusiones que incluían el tejido de sueños y de chambritas se vieron interrum- pidas en una fase temprana del embarazo. La tristeza vino primero, luego la resignación. Y tras el consejo médico de mejor esperar a que maduraran las condi- ciones biomédicas de Julieta antes de intentar un nuevo embarazo, fueron aceptando la idea de cons- truir la familia un poco después; unos tres años más tarde, por ejemplo. Pasada la crisis, comenzaron a ver el positivo lado del asunto, que significaba la oportunidad de concen- trarse más en los estudios, sin sobresaltos médicos o económicos. Y así lo hicieron. Poco después dejarían Italia e irían a Suiza, pero siempre con la mira de ade- lantar y profundizar en los conocimientos académicos y vivir las experiencias propias de su estancia en aquellos remotos lugares.

— 62 — Friburgo

Así fue como, por estas y otras razones de mayor peso, tomó Carlos la decisión de dar un paso adelante en lo que él verdaderamente deseaba: El contacto más metódico con la filosofía y una vida más adecuada para ello. Es entonces cuando da a su padre aquella explicación que hay que considerar algo más que un pretexto superficial o simple afán de cambiar: “es que en Roma están los santos, pero en Friburgo están los sabios”. Sería bastante exacto decir que Carlos no acababa de sentirse a gusto con el programa académico de la Universidad Gregoriana y las excesivas inquietudes de los jesuitas en materia social. Muchos de ellos ha- bían optado por el compromiso preferencial con los pobres, cerraban en México y muchas partes los pres- tigiados colegios e institutos que, como el Instituto Patria en nuestro país, se concentraban en la educa- ción de las clases acomodadas y las élites socioeconómicas. Avanzaban otros en dirección de la teología de la liberación y otros estudiantes más es- taban en excesos de experimentación litúrgica. Carlos no estaba necesariamente en contra de todo esto; una parte le parecía valiosa y le gustaba. Pero en todo caso, le faltaba en Roma el ambiente tranquilo y pro- picio para los estudios.

— 63 — Había que agregar a todo ello que Carlos y Julieta eran seglares inmersos en un mudo de sacerdotes, frailes y monjas y comenzaban a extrañar los amigos que tuvieran una condición de laicos, igual que ellos. Mantenía Carlos en su vida un ancla, misma que con- servaría, prácticamente contra viento y marea, toda su vida: sus colaboraciones periodísticas con el Diario de Yucatán.

— 64 — El ingreso a la Universidad

Algunos inconvenientes académicos ofrecía el cam- bio de la Universidad Gregoriana de los jesuitas en Roma, a la Universidad suiza de Friburgo, con los do- minicos al frente. Ya había tenido Carlos el inconveniente de haber dejado trunca su carrera de filosofía en la UNAM. Dos años y medio de estudios parecían desperdiciarse, junto con los tres años y medio que había adelantado Julieta en la carrera de economía. Ahora había que agregar un nuevo retraso en el inicio de la carrera, ya que el escaso año pasado en Roma no abonaba oficialmente a sus curricula aca- démicos. Al ir a Friburgo tuvieron que enfrentarse a algunos hechos muy suizos y muy concretos: los es- tudios universitarios realizados en México eran comparables a los efectuados en la Universidad de Ghana. Esta universidad y la UNAM estaban parejas en calidad y prestigio académicos; esto es, casi nu- los. Recuérdese que durante los conflictos del 68, la UNAM no aumentó su prestigio académico. Así las cosas, los famosos dos y medio años que llevaba Carlos de carrera, le sirvieron solamente para que le perdonaran el examen de admisión. Se podía dar por bien servido, tomando en cuenta que, ade- más, le perdonaron el examen de idioma, en este caso el francés. En cambio, no le perdonaron el acre-

— 65 — ditar conocimiento de latín. Sin embargo, por media- ción de los misioneros del Espíritu Santo consiguió la constancia de haber tomado dos cursos completos de latín, que en verdad había realizado en Italia. Pero para Julieta, las cosas fueron más duras ya que a ella no le perdonaron el examen de francés ni va- lieron sus estudios, a pesar de que llevaba ya siete semestres de economía. Así que con todos los bene- ficios de haberse cambiado al país helvético, estaban los inconvenientes mencionados, amén de alargarse mucho la estancia prevista en un principio.

— 66 — Se instalan en Friburgo

Nadie mejor que la propia Julieta para referirnos la suerte de la pareja en sus primeros tiempos en Suiza: “Bueno, en Suiza sí tuvimos mucha suerte de veras, porque la vida allí es el doble o triple de cara que en Italia. Y yo consideraba los precios de Italia el doble de los de México; o sea que teníamos que irnos con cuidado al escoger dónde vivir. Por suerte encontra- mos un departamentito en un chalet suizo de tres pisos. Ese chalet había sido una casa de veraneo de los condes de Friburgo, de apellido Comte y habían dividido ese chalet en tres departamentos y nosotros conseguimos el de hasta arriba y ya amueblado, lo que para nosotros era magnífico el evitarnos un gas- to como ese, así que era una maravilla y vivimos allí durante cuatro años. Estuvimos muy contentos por- que estaba, además, a la mitad de un bosque: atravesaba uno el río que divide la parte alemana de la parte francesa de la ciudad y que constituye la fron- tera lingüística, y me parece que se llama el río Saaringen. Entonces, atraviesa uno la ciudad vieja, cruza el río y está en la parte nueva, que es la parte alemana; y empieza a subir la montañita y en medio de ella estaba ese chalet; esto es, que teníamos una vista maravillosa tanto hacia la parte antigua, como hacia la parte nueva.

— 67 — “La vida allá fue todo el tiempo de mucho estudio, de mucho trabajo. Ahí no era lo que se ve por acá de ‘voy tres o cuatro horas diarias a la universidad’. Allá había que ir en la mañana y había que ir en la tarde y cumplir cierta cantidad de horas de biblioteca a la semana. Los que sí eran muy divertidos eran los fines de semana, porque teníamos el grupo de latinoame- ricanos; perdón, de Iberoamérica, en que nos reuníamos todos los extranjeros de ahí que hablába- mos el mismo idioma y que estudiaban diferentes carreras; allí no había sólo religiosos o monjas, tam- bién había laicos. Entonces allí nuestro horizonte de vida de pareja, de poder convivir con otras parejas, se amplió mucho; hicimos amistades que hasta la fe- cha todavía perduran”.12

12 Entrevista con Julieta López de Castillo, abril de 2001.

— 68 — Los estudios

Pero no sólo Carlos estudiaba, ella también lo hacía y aunque tuvo que suspender sus estudios de econo- mía, realizaba en tanto la carrera de maestra de lengua francesa. Y la terminó con éxito; pero como lo que seguía era la especialidad en letras francesas, prefirió retomar sus estudios de economía y tratar de conse- guir lo que llamaban “la media licencia”, que consistía en dos años de economía con una especialidad en mercado de valores. Así, la vida de ambos daba gi- ros a veces casi espectaculares, pero siempre alrededor de un eje central: los estudios. Por su parte, Carlos avanzaba exitosamente en sus estudios filosóficos. Lo estricto de los métodos esco- lares y el alto nivel académico iban fortaleciendo los sólidos conocimientos que Castillo Peraza llegó a te- ner; pero además su espíritu iba desplegando sus alas. Seguramente las horas de biblioteca y elaboración de trabajo de investigación estimulaban su ánimo inqui- sitivo y a veces su entusiasmo lo llevaba más por las exuberancias del periodismo que por el rigor acadé- mico. Afortunadamente, ahí estaban a la mano el famoso sabio Innocent Marie Bochenski, dominico po- laco que tantas aportaciones hizo a la filosofía social y también al análisis del capitalismo y del marxismo; y cuyo rigor como maestro de filosofía era proverbial.

— 69 — Si no en el aula, en su cubículo se podía obtener pro- vecho, y seguro Carlos lo hizo. Otro pensador de gran talla estaba en aquella universidad, me refiero al pa- dre Arthur Fridolin Utz. Con gran paciencia y benevolencia, ellos, junto con toda la planta docente y los métodos de aquella uni- versidad, fueron templando el político ánimo del estudiante Castillo Peraza, quien al entrar en Friburgo tenía mucho más talante y oficio periodístico que fi- losófico. La mano templada de aquellos ejemplares maestros fue modulando los ímpetus y las imprecisiones del joven periodista para que adqui- riera, además de las virtudes del explorador, las del investigador minucioso y riguroso. Ante la mirada del educando iban desfilando los contingentes de las diversas escuelas y corrientes fi- losóficas que han dejado su huella a lo largo de la historia. Desde los presocráticos, seguidos por Sócrates, Platón, el Estagirita; los estoicos y los epicúreos; los árabes y los de la baja Edad Media; y luego San Alberto Magno, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino… y el magistral tratamiento de estos últimos y de toda la filosofía medieval que ha hecho Etienne Gilson, por cierto, que había de dejarle mu- chas enseñanzas perdurables, al igual que la línea aristotélico-tomista de la escolástica, la Summa Teológica y la Summa contra Gentiles del aquinate. Tanto el desfile mencionado como el intrépido via- je seguían por las procelosas aguas de los pensadores modernos, a partir de Descartes y la discusión de la Duda Metódica; continuar por los terrenos de John Locke, Hobbes, Stuart Mill. Y encontrarse con la críti- ca y los prolegómenos de Kant; los socialistas llamados utópicos, el socialismo autocalificado de científico de Carlos Marx. Y luego el arribo a la doctrina social-cris- tiana y el estudio a fondo de las grandes encíclicas sociales. Las llamadas preconciliares: La Rerum

— 70 — novarum y la Cuadragesimo Anno, así como las del Papa Juan XXIII, Mater et magistra y Pacem in Terris, seguidas de los documentos de Paulo VI, Eclesiam suam, Popularum progressio y desde luego la consti- tución pastoral Gaudium et spes. Estaba Carlos en Europa cuando llegaban a su final los años de pontifi- cado de Paulo VI, pero alcanzaron a conocer y estudiar la carta apostólica Octogesima adveniens de 1971. En esta materia, nunca dejaría Carlos de estudiar fielmente los grandes mensajes. Por ejemplo, hay que recordar cómo al elaborar la plataforma política de 1982, insistía en incorporar, a veces con la oposición de ciertos dirigentes del PAN, algunos elementos de la encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo hu- mano, publicada tan recientemente por Juan Pablo II, como el año 1981, en 1990 aniversario de la Rerum novarum. No se diga menos de las encíclicas que si- guieron, como la Sollicitudo rei socialis y la esperadísima Centesimus annus, en el centenario de la Rerum novarum, de 1991, apenas año y medio des- pués de la caída del muro de Berlín. En una carrera de filosofía, sin embargo, éstas eran especializaciones que cada quien hacía con mayor o menor amplitud y gusto. Lo central estaba en otra parte; los rigores de esta disciplina académica siem- pre han sido muchos. La cuestión era sumergirse en la historia de la filosofía, que se estudiaba con la ver- sión amplia de la obra del padre Hirschberger, tomando apuntes y sacando fichas bibliográficas para trabajos académicos diversos; y luego, con los volu- minosos lexicones en las manos, buscar un lugar en las mesas de trabajo de la biblioteca, en la que debía completarse el número exigido de horas semanales. Al paso del tiempo, Castillo habría estado de acuer- do con el consejo que daba el profesor Jesús Silva Herzog, muy afamado académico de la UNAM, quien alguna vez fue requerido por sus alumnos para que

— 71 — les diera un consejo, o la receta, para llegar a ser sa- bios. Ignorando el tinte de adulación implícito en tal pregunta, don Jesús respondió con una sonrisa: –Miren, lo primero es que se compren unos panta- lones de cuero. Sorprendidos los muchachos por tal consejo, que parecía no tener relación con la pregunta, dijeron: –Y eso, ¿con qué objeto, profesor, para qué los pan- talones? –Pues bien, con tales pantalones vayan e instálense en la biblioteca con buenos libros y lean, lean… y cuando los pantalones se les desgasten del todo, ya estarán más cerca de la sabiduría. –¡¡¡ Carlos era de los dispuestos a reunir los requisitos de la obligación establecida e ir más allá. A las horas no exigidas por el reglamento, agregaba de su cose- cha más horas a las reglamentarias, y se ocupaba en largas y a veces meticulosas indagaciones y pesqui- sas aventureras a través de los anaqueles plenos de libros interesantes. Quizá muchas de esas lecturas no eran las recomendadas por los maestros tutores, pero ciertamente eran las que la intuición recomendaba a Carlos. “En Friburgo estaban los sabios”… y los libros. Así topó con las referencias sobre Proudhon. La fle- cha estaba en pleno vuelo.

— 72 — Radio Suiza

Entre los matrimonios conocidos por Julieta y Carlos en la universidad había uno de un muchacho que ya estaba terminando la carrera de filosofía: Manolo Samanillo, quien trabajaba en la Radio Suiza, en el servicio en español los viernes por la noche, cuando hacían los programas en Berna. Había decidido, con su esposa, venir ya a México y como sabía que Carlos escribía y mandaba sus artículos para el Diario de Yucatán y escribía para revistas y publicaciones de Acción Católica, le propuso ocupar su puesto en Ra- dio Suiza, los viernes. Una vez que fue aceptado, comenzó con la rutina semanal que consistía en tras- ladarse los viernes, saliendo a buena hora de Friburgo por tren. Afortunadamente podía hacerlo en forma rápida y puntual, conforme a la bien ganada fama de los suizos, llegando a Berna para hacer la emisión del programa radiofónico, y regresando a las cuatro o cin- co de la mañana del sábado a Friburgo. El programa era muy escuchado incluso en lugares muy lejanos. De hecho, en numerosas ocasiones fue escuchado en Yucatán, en la onda corta. Ahí, en la radio helvética, tuvo Carlos la suerte de trabajar a las órdenes de Jaime Ortega, con quien habría de forjar una amistad muy fuerte y duradera. Muchas cosas aprendió de este colombiano sobre el oficio de pe-

— 73 — riodismo radiofónico y siendo Jaime un excelente crí- tico cinematográfico, también le infundió a Carlos el gusto para ver, apreciar y valorar diferentes clases de películas. Eran muy recordadas por Carlos las festivas expre- siones de Jaime acerca de las mujeres y sus luchas feministas; eran aquellas como pequeños dardos en- venenados. Pero no se limitaban a esto sus punzantes ocurrencias; los suizos también eran objeto de sus críti- cas, pues los conoce más que bien, así como sus conceptos de la puntualidad y el orden, o los largos inviernos del montañoso país. La abundante migra- ción turca era asimismo blanco de sus penetrantes observaciones. Y nuestro filósofo, tan dado a encon- trar fiesta en las expresiones más inverosímiles no sólo de Jaime, sino de cualquier ingenio; siempre disfrutó tales manifestaciones y, además, las repetía y cultivaba. Hasta sus últimos días Carlos consideró que la casa de los Ortega en Berna era la suya cuando iba o pasa- ba por Suiza. La esposa de Jaime, Haydi y los hijos –Carlos Humberto, su ahijado y Alejandro, el menor de la casa– eran, asimismo, como parte de su familia. De hecho, a ellos correspondió recibir la última vi- sita de Carlos muy poco antes de marchar a Bonn, Alemania. De los trabajos realizados por el periodista Castillo Peraza para Radio Suiza, él mismo recordaba con es- pecial aprecio cuando cubrió el momento histórico del encuentro, en el punto exacto convenido, de las perforaciones del gran túnel europeo bajo los Alpes para comunicar Francia con Italia bajo el Monte Blan- co. Con una precisión de herramienta suiza se encontraron tales perforaciones con sólo una diferen- cia de medio metro de desnivel entre los ejes que se habían trazado bajo las poderosas rocas alpinas. ¡Una maravilla!

— 74 — El otro trabajo que era su orgullo como reportero y periodista fue la entrevista que logró realizar con el gran Pablo Picasso, al parecer en la ciudad de Gine- bra. Mucha satisfacción le produjo la plática con el notable maestro. En Europa, a pesar de sus saturados días de estu- diante y periodista, no dejaba Carlos de tener contacto con las amistades más cercanas; incluidas, por supues- to, la del padre Francisco Merino y Luis Medina. Ambos han dado testimonio de ello después de la muerte del común amigo. El padre Paco ofició la misa de cuerpo presente en la capilla ardiente del velatorio de Gayosso, en la ca- lle de Félix Cuevas, cuando, tras una larga e interminable espera repleta de trámites, su cuerpo pudo ser regresado a México. Ahí acudió una abiga- rrada multitud de dolientes, incluido el Presidente y su señora esposa, además de perio- distas, profesores, panistas, intelectuales y algunas personas de origen humilde que por razones de gra- titud deseaban acompañar a la familia viuda y huérfana. A temprana hora el padre Paco ofició la misa y durante la homilía nos leyó una carta del amigo que estaba en Suiza estudiando y que guarda como asun- to valioso. Se escribían, pues. En cuanto a Luis Medina, la amistad ya esbozada antes era un instrumento afinado y de calidad supe- rior. Tanto que –cuenta Medina– estando Carlos en Suiza nació el retoño de Luis e Isabel; unos días des- pués se programó el bautizo y la criatura fue llevada a recibir el primer sacramento. Sin embargo, la ma- dre de Luis se puso bastante grave esa tarde y tuvo que ser internada en el hospital. Esa misma noche sonó el teléfono en casa de Luis, quien levantó el au- ricular para escuchar... nada menos que la voz de Carlos que, en tono amable le preguntaba con un dejo de preocupación, si se encontraba bien. “Le contesté

— 75 — que sí y que ese día había sido el bautizo, que estaba bien”. Pero Carlos continuó preguntando si no le pa- saba nada. “Entonces –comenta Luis– le dije que ciertamente no me ocurría nada a mí; pero a mi mamá sí y que estaba internada en el hospital”. “¡Ya ves!”, le dijo Carlos, “cómo me latía que algo pasaba!” Todo ello desde Suiza y, por supuesto, en un pri- mer momento, piensa uno que estas cosas son producto de la casualidad, mera coincidencia, pero después queda uno preguntándose si hay algo más que ocurra en este tipo de percepciones, especial- mente cuando existe una gran afinidad entre dos espíritus. Han pasado muchos años desde entonces y don Luis Medina Cantillo relata lo anterior dejando flotar en el ambiente la hipótesis de una percepción extraordinaria en ese caso concreto...

— 76 — Por fin, la licenciatura

A principios de 1976 culminaba Carlos sus estudios de la licenciatura y había comenzado la fase final de la investigación para su tesis profesional sobre aquel personaje del socialismo utópico, Proudhon, y había acumulado una gran cantidad de fichas bibliográficas. Proseguía asimismo con su trabajo en Radio Suiza, del cual obtenía grandes satisfacciones y seguía disfru- tando de la compañía de aquellos colegas latinoamericanos como Jaime Ortega y su esposa Haydi, cuya amistad había crecido. Ocurrió que durante un viaje turístico de la pareja yucateca integrada por el doctor Jorge Muñoz y su esposa, miembro ella de la familia Menéndez del Diario de Yucatán, a la que ambos han profesado siem- pre un gran afecto, le comunicaron a Carlos que tiempo atrás algunos integrantes de esa familia pe- riodística se habían separado del Diario. Por tanto, necesitaban ayuda de cuanto colaborador de calidad e importancia hubiese. Carlos, con la lealtad que siem- pre tuvo por esa institución, estuvo a punto de regresar a México en forma inmediata. Afortunadamente estaba Julieta a su lado para im- pedir con argumentación clara y firme que regresara sin recibirse, lo que hubiera sido una lástima, ya que estaba a un paso de conseguirlo. El joven filósofo lo

— 77 — pensó bien y resolvió culminar a toda prisa el trabajo de la tesis; dejó de asistir a Radio Suiza unas tres se- manas, y encerrado en trabajo febril con sus fichas bibliográficas logró en ese breve plazo dar cima a una carrera de filósofo que, como se puede ver, había es- tado en gran medida sujeta a las contingencias de la vida y a la ayuda de la Providencia. Y esto, visto en perspectiva, no era la primera vez; tampoco sería la última, sino que, más bien, constituía el sello de su vida entera.

— 78 — El regreso

El 2 de julio de 1976 regresa con Julieta de aquella estancia en Europa de la que tanta experiencia había tenido. Atrás quedaban la ilusión primera y los natu- rales sueños de recién casados. Ratos muy duros habían tenido, sobre todo en aquel crucial momento en que se acabó el dinero. Los ingresos, aunque ma- yores, siempre se acercaban a tocar cero, pues los gastos también eran mayores. Don Julio Castillo rela- ta aquel momento de manera viva:

Cuando terminó su carrera, que fueron cuatro años, me escribió diciéndome que quería que- darse un año más para hacer un curso de perfeccionamiento, pero la cuota en ese enton- ces era de cinco mil pesos mensuales y yo francamente no podía disponer de esa suma. Él había heredado de su tío una casa en la colo- nia García Ginerés. Le escribí que hipotecaría su casa en 60 mil pesos para que tuviera fondos para todo el año. Te voy a ayudar pagando los intere- ses y cuando regreses haces lo que quieras. A vuelta de correo me pidió que ya no hiciera nada, que había conseguido un trabajo en Ra- dio Suiza, en Berna. Ese programa lo

— 79 — escuchábamos aquí, por onda corta, a las siete de la noche. Era un programa cultural que de- dicaban a América hispana, en español. De eso y de otros trabajos se sostuvieron. Al terminar, regresaron a México.13

13 Entrevista en La Nación, Núm. 2137, septiembre 27 de 2000.

— 80 — La plataforma del 79

En septiembre de 1978 acudió Carlos al llamado del entonces Presidente Nacional del PAN, Abel Vicencio Tovar, para colaborar con la nueva directiva en un pro- yecto tan importante como necesario: la plataforma legislativa con la que participaríamos el año siguien- te. Acudió con gusto y sólo estaba la incomodidad de un nuevo cambio de residencia; cambio impor- tante para la familia, ya que por fin venía un hijo en camino y faltaban unos dos meses para que naciera, cuando Julieta tuvo que levantar el vuelo, dejando casi de improviso atrás la vida en Mérida que tanto habían disfrutado. El ajetreo intermitente, las idas y venidas de Mérida a México no eran novedad; de hecho, ella había estado viajando cada tres meses a la capital de la República a fin de presentar en la Uni- versidad Nacional los exámenes para terminar las materias que le faltaban de su carrera de Economía en el sistema de universidad abierta; ocasiones que aprovechaba para visitar a sus papás y a sus herma- nas; con tanta actividad, no era fácil desmontar la casa en Yucatán, montar departamento en México, tratar de recibirse y tener al niño, casi todo al mis- mo tiempo. Carlos, por su parte, enclaustrado en alguna casa de retiro en Tlalpan, se concentró en avanzar en la enco-

— 81 — mienda de elaborar la plataforma. Era novedad en el PAN de esas fechas el elaborar, discutir y presentar una plataforma específicamente legislativa, ya que se elegían solamente diputados federales y, además, competiría por primera vez con candidatos de izquier- da y alternaría en su momento con ellos en la Cámara. El documento deseado debería contener propues- tas que fueran sensatas, viables, y que identificaran claramente al Partido. Por ello, la pista que busca- ban Vicencio Tovar y Castillo Peraza fue encontrada con acierto. Y la opción fue una propuesta sobre cua- tro derechos fundamentales: Derecho a la vida, derecho a la verdad, derecho a la justicia y derecho a la libertad. Algunos, no sin razón, han pretendido ver en ese esfuerzo un trabajo pionero en la promoción y defen- sa de los derechos humanos, así fuesen los más esenciales, y ello en los tiempos en que esta cuestión no había cobrado la importancia que hemos visto en los años ulteriores y ni siquiera se había constituido Comisión de Derechos Humanos alguna en México. En el documento de marras, publicado bajo el lema “Compromisos sólo con el Pueblo”, se da razón de su contenido cuando en la introducción expresa: “Es el Estado mexicano el que está en crisis. Crisis doble: por un lado, tiende a crecer desmedidamente; por otro, es incapaz de responder a las necesidades de la Nación”. Acerca de la conciencia nacional, postula: “La formación de tal conciencia y de la Nación impli- can la existencia de un proyecto de organización justa de la sociedad. Ese proyecto, que es el de un futuro común, es el que Acción Nacional propone al pueblo de México a través de esta Plataforma Política. Lo llamamos “Estado Solidario y Democrático”. Y explica con el estilo sintético de un documento de este tipo: “El Estado Solidario y Democrático tie- ne para Acción Nacional, el compromiso de atender

— 82 — y satisfacer las necesidades sociales mediante una acción encaminada a que existan los elementos ne- cesarios para que todos y cada uno de los hombres y las mujeres de México puedan realizarse plenamen- te. Así, lo que pudiera interpretarse como ampliación de la intervención del Estado, no lo es, pues supone la integración democrática del mismo y, en conse- cuencia, la acción solidaria tendiente a la promoción de la satisfacción de necesidades sociales. Acción Na- cional está en contra del totalitarismo estatal, porque está a favor de la difusión real del poder entre el pue- blo y de hacer social al Estado, hoy propiedad exclusiva de una facción. “El problema de México es que el Estado se ha con- fundido con el Gobierno, y éste se ha identificado con el Partido que inventó para organizar el control polí- tico del pueblo y la perpetuación de un grupo en el poder… Acción Nacional denuncia, en consecuencia, a este régimen de facción que padece México y que, bajo el manto de Estado Social, organiza una amplia manipulación política y niega la vigencia real de los Derechos Humanos; denuncia el PAN el desprecio de las garantías individuales que se manifiesta en ese fenómeno de personas que, para no calificar de muer- tas, les llama ‘desaparecidas’; denuncia asimismo la notoria y crónica irresponsabilidad de un régimen que, sin tomar en cuenta al pueblo, desquicia la economía nacional a su capricho y acude cuando le place a me- dios de represión que luego lo obligan a inventar perdones.14 “En consecuencia, Acción Nacional somete al pue- blo de México su propuesta… La hace en forma de afirmaciones que agrupa bajo el rubro de los cuatro derechos fundamentales individuales y sociales, que a juicio del partido debe respetar y promover un Es-

14 Plataforma 1979-1982. Antecedentes, p. 8.

— 83 — tado Solidario y Democrático: los derechos a la vida, a la verdad, a la justicia y a la libertad”.15 Respecto al derecho a la vida, las afirmaciones prin- cipales son las siguientes: 1. Este derecho le pertenece al ser humano desde su concepción. Va en consecuencia en contra del abor- to. La plataforma ofrece argumentos. Fueron los de Castillo Peraza hasta su muerte.16 Después, en un avance pionero para su tiempo, exige: 2. Establecer mecanismos jurídicos para someter a principios éticos la manipulación y control genéticos, los trasplantes e implantaciones biológicos humanos, la regulación de los bancos de tejidos y órganos, in- cluyendo la sangre humana y, en general, adecuar la ley constantemente a los avances de la ciencia y la tecnología. Hoy, más de 20 años después de esta formulación se ve, a la luz de la bioética actual, que se tenía razón sobrada. 3. Como complemento del derecho a la vida, la pro- moción de los derechos que lo complementan y posibilitan como el derecho al trabajo y a condicio- nes laborales satisfactorias; el derecho a una habitación digna; el derecho a alimentos sanos y baratos; el de- recho a la salud, al descanso, al esparcimiento y a la diversión; el derecho a un medio ambiente libre de contaminación de aire, agua y suelo, así como de rui- dos estridentes y gases tóxicos. 4. Se enumeran algunas medidas concretas. Respecto al derecho a la verdad se sostiene:17 1. Se postula el diálogo, la tolerancia, el pluralismo y la necesidad de institucionalizar aquél.

15 Idem. 16 Recuérdense los últimos artículos de Castillo Peraza en la revista Proceso, en El Universal, y otras polémicas en agosto de 2000. 17 Plataforma 1979-1982, p. 14.

— 84 — “El diálogo implica dos condiciones previas: creer que la verdad existe y que la única forma humana de en- contrarla es en la libertad, por una parte, y por la otra el esfuerzo por utilizar la palabra para mostrar la realidad, no para ocultarla. La verdad es un deber individual y social. En este sentido, Acción Nacional denuncia la perversión del uso de la palabra propiciada por el régi- men y afirma el derecho que tenemos los mexicanos a un gobierno que, cuando menos, sea coherente, que haga lo que dice y que diga lo que hace”. 2. Derivado del derecho a la verdad es el derecho a la información, que debe ser plural, sin pretendidos monopolios papeleros o mediáticos. 3. Asimismo, de ahí procede el derecho a la educa- ción: “El Estado no educará para la democracia si no reconoce en la teoría y respeta, en la práctica, el plu- ralismo educativo. Allí donde hay historia oficial, arte oficial, concepción oficial del mundo y ciencia oficial, no hay ni historia, ni filosofía, ni arte, ni concepción del mundo, ni ciencia. Todo se vuelve propaganda”. 4. Se defiende a las universidades ante el acoso es- tatal y otros apremios y a las juventudes, su derecho a educarse hasta niveles superiores. “El derecho a la verdad, prosigue, exige información y educación li- bres y plurales, pero quedaría incompleto si no existiera el derecho a la comunicación, en especial la que se da horizontalmente entre ciudadanos, sin interferencias fuera de la ley, y verticalmente entre autoridades y ciudadanos. 5. Luego enumera 12 medidas que promoverán los diputados del PAN. En relación con el derecho a la justicia se afirma:18 1. Acción Nacional concibe la justicia como valor cohesivo de la sociedad. No hay verdadera unidad entre personas de una sociedad –ni entre naciones, en el ámbito internacional– sin justicia. 18 Idem.

— 85 — Los mexicanos tenemos ese derecho y a no ser dis- criminados. En especial las mujeres que reciben trato y hasta propaganda y publicidad que las consideran de segundo rango. 2. El sistema de procuración e impartición de justi- cia debe proporcionar reconocimiento a la personalidad jurídica y dar protección a los derechos de personas y grupos. 3. La propiedad debe cumplir una función social. La propiedad privada, ante un Estado propietario de todo, omnívoro, es salvaguarda y ocasión de promo- ción del hombre. Ataca con vigor: 4. “El régimen ha prostituido la diferencia entre Es- tado y gobierno al hacer de la función pública premio de complicidades, privilegio de familiares, compa- dres, amigos y lacayos, dádiva contra recomendación y premio de consolación para fracasados, caídos en desgracia, rivales peligrosos, defraudadores intoca- bles, y ex funcionarios enfermos de intervencionismo. De este modo, los mejores no son precisamente quie- nes tienen a su cargo las responsabilidades más altas de la función pública. 5. Los trabajadores tienen derecho a asociarse sindicalmente para defender sus intereses, proteger y aumentar sus derechos, tener acceso a los órganos de decisión y administración en la empresa, buscar una más justa distribución de las utilidades de las unidades productivas, de los beneficios culturales que de aquellos proceden y del enriquecimiento espiri- tual que propicia la vivencia de la justicia, y luchar en orden a lograr ser copropietarios de la empresa. Ha sido tradición honrosa del partido defender la in- dependencia sindical, la libertad política de los sindicatos y la libre afiliación política de los sindicalizados.

— 86 — 6. El pueblo mexicano tiene derecho a una econo- mía sana y justa, se dice. Se señalan los síntomas de problemas económicos graves: desempleo y petrolización, por ejemplo. Hay que atender la ecología. Se apunta el esbozo de lo que hoy conoce- mos como desarrollo sustentable. “No se puede sostener un modelo de desarrollo de capitalismo de- pendiente”. 7. Se enlistan hasta 20 propuestas, especialmente legislativas, para atender el diagnóstico. Finalmente, aborda el derecho a la libertad.19 Nóte- se por la redacción el contexto político en que esto se escribe y mídase el avance que se ha tenido desde entonces. 1. El Partido Acción Nacional seguirá haciendo uso –pese a las limitaciones que impone el régimen– del derecho que los mexicanos –personal y colectiva- mente– tenemos de pensar, expresarnos y opinar libremente, de asociarnos con fines pacíficos y de re- unirnos con el objeto de realizar acciones lícitas. Los militantes de Acción Nacional, como los de otras agru- paciones cívicas y políticas que sostienen criterios divergentes de los oficiales, saben que estos dere- chos, aunque pueden ejercitarse hoy con más libertad que ayer, se ven limitados por el régimen y constre- ñidos por la desigualdad económica, social y cultural. Interferencias telefónicas, espionaje, amedrenta- miento y, en ocasiones, agresión física, detenciones ilegales y torturas son prácticas comunes que deben terminar. 2. Se defiende la libertad del ciudadano para em- prender actividades económicas. Pero “Acción Nacional ha señalado de manera constante su preocu- pación por la empresa y ha denunciado los actos irresponsables e inmorales de aquellos empresarios que olvidan la función social de las unidades produc- 19 Plataforma 1979-1982, p. 35.

— 87 — tivas, así como las prácticas evasivas y las quiebras fraudulentas… Ha promovido un cambio en la con- cepción misma de la empresa. Ve a ésta como unidad de convivencia, donde empleadores y empleados practican la cogestión y son propietarios comunes”. 3. Apoya el funcionamiento libre y eficaz de las agru- paciones intermedias, base social de participación responsable en las decisiones del bien común. Y de- fiende la libertad política de los trabajadores sindicalizados. Y culmina con algunas precisiones en torno al Esta- do Solidario y Democrático:20 “Libertad y justicia son las fuerzas sociales de pro- greso y unidad, respectivamente. Todo orden social debe buscarlas, promoverlas y preservarlas. Al Esta- do Solidario y Democrático toca dar amparo eficaz a la vida y distribuir equitativamente los frutos del tra- bajo nacional para poder ser gestor de una sociedad más libre y más justa, sin olvidar que la fiebre de la abundancia, la divinización del bienestar material y la búsqueda exclusiva del desarrollo económico, pre- sentan con frecuencia una disminución de la calidad general de vida. El Estado Solidario y Democrático es aquél que pone los medios y los organiza natural y humanamente de manera que, con vistas a desapare- cer, se atenúen progresivamente las desigualdades que generan hostilidad entre los hombres sin olvidar que la satisfacción de necesidades no debe destruir la capacidad de superación y de sacrificio, que es la fuerza creadora de la actividad humana”. El Estado Solidario y Democrático es corrector de los efectos nocivos que puede haber en una sociedad que trabaja por mejorarse constantemente. Es un Es- tado que, con honradez y eficacia, interviene, administra, cobra impuestos, emprende obras produc- tivas, regula la actividad económica de la comunidad 20 Ibid, p. 46.

— 88 — nacional con el objeto de garantizar la libertad y la igualdad reales de las personas. Tal Estado vela no sólo por los derechos individuales, sino por los dere- chos sociales: vida, salud, trabajo, educación, habitación, etc. Es el fruto de la vinculación sana en- tre gobierno y gobernados. El documento, polémico y novedoso en su tiempo, fue aprobado después de una interesante discusión en la vigésima octava Convención Nacional de marzo de 1979. Además, se aprobó el Programa mínimo de acción política. El PAN se había puesto en condicio- nes de compartir con éxito el escenario de la contienda electoral nacional de ese año.

— 89 — La ponencia multiusos o “Black & Decker”

Los panistas teníamos aún a la vista los residuos del conflicto del 75-80 del PAN en el nuevo escenario, con grandes cicatrices internas en vías de sanar; la natural polémica entre quienes pretendían desde una constante disidencia con la dirigencia nacional, decir, que el partido se estaba desviando de su posición original y natural, hacia quién sabe qué rumbos infortunados. Mas éstos no eran los “Custodios del Santo Sepulcro”, allegados políticamente a don Ma- nuel Gómez Morín y don Efraín González Luna –algunos de ellos ya fuera del Partido–, sino quienes recelaban del mando de Abel Vicencio, a quien ha- bían llevado a la jefatura y quisieran que éste no se apoyara en algunos de nosotros para ciertas cosas; éramos sospechosos de cualquier error ideológico a la mano. Para analizar los resultados electorales de 1979 nos reunió Abel Vicencio en las oficinas de Serapio Rendón. Carlos, como autor de la plataforma de ese año, y yo, como presidente del PAN en el DF, éramos de los “sospechosos”. Por ello decidimos presentar al alimón una ponencia que tuviera éxito. Y lo tuvo. Ante la improvisación de quienes nos acusaban, pre- sentamos un documento creo que bien estructurado.

— 90 — No hubo duda de quién había ganado la partida. El mismo documento conquistó cierta fama entre diri- gentes, especialmente jóvenes y se nos requería para presentar la argumentación de la ponencia en los más variados foros regionales, juveniles, femeninos, de- claraciones, etc. Fue así como, en vista de su variada utilidad, la bautizamos como la “BlacK & Decker”. En adelante así decíamos: “llevemos la Black & Decker”, o “como decimos en la B&D…” y nos entendíamos bien. La reflexión principal de esos días era la evidencia de la pluralidad de la sociedad mexicana, manifesta- da especialmente ese año por la irrupción de la izquierda –proveniente de la clandestinidad o no– en el escenario electoral y político; en consecuencia, había que pensar en realizar algo amplio en lo que ahora se menciona como sociedad civil, había que fortalecer nuestra cohesión interna y desarrollar nues- tras potencialidades, especialmente entre jóvenes y mujeres. En esos días, tuvimos que acostumbrarnos a perder el monopolio de la oposición en México. Los comu- nistas habían aprovechado las circunstancias para salir de la clandestinidad y hacer política de partidos re- conocidos en la ley como entidades de interés público. Nos gustara mucho o poco la nueva situación, lo cierto es que teníamos que trabajar con nuevas premisas. Y una de ellas era que el debate público y el discurso político de Acción Nacional deberían con- tar con interlocutores nuevos y habría necesidad de entenderlos. Marxistas-leninistas, socialistas, sindica- listas, ex guerrilleros estaban ahí, prestos para la batalla, transitando ahora por los caminos abiertos y trillados por Acción Nacional a lo largo de su historia, lo cual representaba, por el momento, una victoria inicial de nuestra parte: las urnas electorales, las tri-

— 91 — bunas parlamentarias y los medios de comunicación social representaban el nuevo campo de batalla. Pero ello no significaba que no tuviésemos que debatir tesis económicas y políticas con ellos. Había mucho que estudiar, especialmente marxismo y otros socialismos. La mayor parte de los panistas teníamos conocimien- tos elementales en la materia. Por ello fue tan oportuna la llegada de Carlos Castillo, quien venía con el baga- je de conocimientos necesarios y, además, acostumbrado a los debates plurales y abiertos que tenían lugar en Europa en aquellos años. Sus conoci- mientos cercanos sobre cómo se habían generado los socialismos utópicos y el llamado socialismo científi- co de Marx, su trabajo de tesis sobre Proudhon y su simpatía por “cristianos por el socialismo” y otras co- rrientes contemporáneas, lo hacían muy valioso y útil para los tiempos que íbamos a vivir y en especial en la trinchera que a él le había tocado: la Cámara de Diputados. Unos pocos años antes, Efraín González Morfín nos había advertido la necesidad de pensar anticipada- mente en una sociedad post-marxista. Una sociedad en la que triunfase la virtud de la solidaridad por en- cima de la “inevitable” lucha de clases; una sociedad en cuyo orden interviniese de manera decisiva el prin- cipio de subsidiariedad o de “complementariedad escalonada” y al servicio del Bien Común. Los erro- res del materialismo dialéctico, tarde o temprano se harían evidentes, aunque en aquellos tiempos está- bamos lejos de predecir un derrumbe tan espectacular del “socialismo real” en Europa del Este, apenas 10 años más tarde. Para comenzar el nuevo diálogo interno de Acción Nacional, trabajos de reflexión, como el que ahora poníamos a consideración bajo la guía de Carlos, re- sultaban oportunos; nos hacían confirmar que Gómez Morín, González Luna, Preciado Hernández, Ulloa

— 92 — Ortiz y tantos más, habían acertado en lo fundamen- tal, y en consecuencia podíamos permanecer unidos, al tiempo que podríamos afrontar los nuevos retos.

— 93 — El congreso femenino de Guadalajara

En mayo de 1980 tuvimos un congreso de mujeres panistas organizado por la directiva nacional del par- tido. A la cabeza del grupo organizador, como siempre en esos tiempos, Florentina Villalobos y Ma- ría Elena Álvarez. Entre los conferenciantes, Carlos Castillo Peraza y Jesús González Schmal. Mezclados con los asistentes estaban varios diputados federales, compañeros de Carlos y Jesús, quienes deseaban acompañar a sus esposas y a sus hijos. Otros iban acompañando a los jóvenes del partido que, sin com- promiso por ser solteros, deseaban relacionarse con la parte femenina del PAN, presintiendo que habría presencia tan agradable como interesante y apoyar un evento de ese tipo que por primera vez se llevaba a cabo en el ámbito nacional. Guadalajara, la ciudad escogida, tiene suficiente atractivo propio para ir y pasar unos días agradables. El tema encomendado a Carlos fue “La mujer, teje- dora de sociedad”. Después de pensar mucho en la forma de presentarlo, llegó a la conclusión de que ha- bía que colocar entre las asistentes la idea de que la mujer, aún más que el hombre, está en aptitud de hacer tejido social. No habían entrado fuertemente las corrientes actuales de formación de ONG’s y de- sarrollo de lo que se ha venido llamando sociedad

— 94 — civil. En aquellos días sí se podía fijar la cuestión en términos muy simples. La sociedad había estado des- articulada ante el Estado, al parecer todopoderoso. Habría que actualizar las tesis tradicionales del parti- do sobre el desarrollo de grupos verticales, sindicatos de profesión, obreros, burócratas y campesinos. Sin- dicatos auténticos, por supuesto; y además, las asociaciones de padres de familia, de vecinos y de- más. Con respeto a los fines de cada asociación específica, sin partidizar su funcionamiento, etc. Pero era necesario ayudar a construir el tejido social con- formado por tales organizaciones para salir de la indefinición, la desarticulación y el aislamiento. Esto nos metía por supuesto en la vieja discusión acerca del trabajo prepolítico por desarrollar y darle oportunidad al trabajo político específico del parti- do. Y entraban lógicamente en el horizonte los temas metapolíticos. Hay que recordar que se aproxima- ban los días de lo metalegal, como la resistencia civil activa y pacífica y se asomaba en el horizonte la im- portancia de los medios de comunicación, las campañas mediáticas para el homo videns; especial- mente le resultaba importante a Carlos en aquella época la política de la cultura; intentaba superar los esquemas planteados por Gramsci al respecto, y tam- poco se debe olvidar que algunos de estos temas habían sido tratados mucho a raíz de la visita del Papa a México el año anterior y el llamado Documento de Puebla. La exposición de Carlos fue brillante al tratar implí- citamente la cuestión del género al hablar subrayando metódicamente la diferencia de género entre la so- ciedad y el Estado, al tiempo que iba describiendo todas las ventajas de que las mujeres tomaran para sí, como campo propio de lucha, la construcción del te- jido social. Aunque habría que decir que algunas compañeras encontraban en el intelectual no sólo al

— 95 — expositor brillante, sino al joven dirigente un tanto engreído, de catedrático suficiente que parecía de- cirles con su actitud: “siéntense y escuchen esto”. Sin embargo, Carlos venía del mundo académico europeo en donde justamente esa era la costumbre dominante; la autoridad de un catedrático, desple- gando su saber ante sus discípulos, desde la cátedra, con clara separación física entre el maestro y los alum- nos: nada de esas cosas modernas que por entonces comenzaban a utilizarse, como interacción en clase, dinámicas de grupo, con los oyentes convertidos en verdaderos participantes en mesas de seis con rela- tor, coordinador, etc. Y el catedrático caminando por los pasillos para atender el taller. A él le sentaba más la clásica conferencia magistral a la que sólo hacía la pequeña concesión de contestar dos o tres preguntas como remate. Teníamos que conceder los del Institu- to que había que dejarle a él su propio estilo, los demás usaríamos el formato que creyéramos más conveniente; porque, entre otras cosas es verdad lo que dijo Felipe Calderón en el homenaje del Castillo de Chapultepec acerca del Carlos –maestro– en cor- to que se sentaba con los demás en rueda, incluso sobre el suelo, para tratar todos los temas en que de- seábamos adelantar. Así lo vimos, con sus “jeans y sus zapatos flexi”, hablar con los demás sobre los asun- tos más importantes y delicados con absoluta informalidad. Así, en el departamento de Juan Mi- guel Alcántara, a un costado del Parque de Los Venados, o en casa de los Mejía, en Coyoacán. De hecho, para esas fechas se había echado a andar el proyecto principal para el que había sido llamado por la presidencia del partido a la Ciudad de México: el Instituto de Estudios y Capacitación Política y, de paso, la creación de un Centro de Investigación y Documentación (CID). De ambas instituciones vale la pena conocer cómo nacieron y alcanzaron cierto apo-

— 96 — geo. El esfuerzo conjunto duraría en total unos ocho años. Veámoslo con algo más de detalle.

— 97 — El Instituto de Estudios y Capacitación

Para septiembre de aquel 1979, mes lluvioso pero con ratos de sol después de las intempestivas grani- zadas, estábamos listos para echar a andar, bajo la dirección de Carlos Castillo, el Instituto Nacional de Estudios y Capacitación, el ansiado proyecto básico para Carlos y también para Abel Vicencio, a la sazón Presidente del Partido. Habían comenzado las sesiones en la Cámara de Diputados y con ellas podíamos disponer ocasional- mente de la presencia de acrisolados panistas para impartir conferencias o pequeños cursos especiales en lo que se elaboraban los programas y contenidos de los cursos que se habrían de impartir. La base del equipo de capacitadores era el que des- pués llamábamos entre nosotros del pre-instituto; esto es, aquellos que habíamos intentado respaldar e ir sustituyendo la labor abnegada y pionera de Florentina Villalobos y Luis Calderón Vega, misma que llevaba varios años en acción y casi sin refuerzos. Entre los del pre-instituto estábamos los hermanos Ling, Javier y Julio Paz, Sergio Lujambio, Martha Limón, Edmundo Becerril y Florencio López. Con la llegada de Carlos convocamos a varios más, entre ellos a Juan Landerreche Gómez Morín, Eduar- do Carrillo, Felipe Calderón y a Jesús Galván, de

— 98 — manera que las filas de los formadores y capacitadores del partido iban engrosando sustancialmente. Sin embargo, las necesidades del Partido en ese aspecto eran entonces –como siguen siendo hoy día– ingen- tes. En muy pocos comités estatales o municipales se atendía de manera metódica la difusión y el conoci- miento de la doctrina y los programas del Partido. Quienes no estaban inmersos en las secuelas del con- flicto, estaban absortos por un pragmatismo que no conducía a mayor cosa; o bien eran presa de una gran indolencia. Todo indicaba un síndrome post- traumático. Pero sobrevivimos. El cambio había llegado. Incipiente y limitado a al- gunas regiones del país, pero había llegado. En realidad podría situarse en aquel episodio de Monclova en 1978. Tras la travesía del túnel que ha- bíamos cruzado durante el conflicto, prácticamente sin victoria alguna, ahora esa pequeña luz en Coahuila nos parecía el alba de una nueva y promisoria etapa. En 1979, las cuatro mayorías conseguidas (Fernando Canales, en Monterrey; Adalberto Núñez, en San Ni- colás de los Garza; Juan Antonio García Villa, en Torreón; y Carlos Amaya, en Ciudad Obregón) fueron una oportuna bolsa de oxígeno para Acción Nacional. Carlos Castillo participó mucho en aprovechar las oportunidades abiertas. Aparte del ejemplo sonorense de un triunfo completo en Cajeme. La presidencia municipal de Ciudad Obregón con Adalberto Rosas, la diputación federal con Carlos Amaya y las dos di- putaciones locales a cargo de José Antonio Gándara y César Dabdoub, fueron los panistas victoriosos. Los del Instituto aprovechamos a los entusiastas vence- dores de Monclova como plaza especial de cursos nuevos y enjundiosos del Instituto. De hecho el curso básico, que incluía Doctrina, Historia del Partido y otras materias, como estatutos y planeación, se daba durante las cinco noches entre semana y el de

— 99 — Profundización Ideológica y de Profundización para la Acción se iba dando cada vez con mayor precisión los fines de semana. Memorables fueron entre estos últimos, los del propio Monclova, Monterrey, Guadalajara y Durango, ya que a ellos acudió todo el plantel. El que se dio en la ciudad de Durango fue de los más concurridos y mejor organizados y hay que reconocer que para entonces se había incorporado como capacitador estrella, ese hombre extraordina- rio con el que Carlos Castillo había coincidido en los tiempos en que ambos fueron dirigentes de Acción Católica a finales de los sesenta. Me refiero a Carlos Garcinava Veyán. Vuelvo a la crónica: Aquel septiembre de 1979 ha- bía sido inaugurado el Instituto con un ciclo de conferencias impartidas por Luis Calderón Vega y Luis Castañeda Guzmán, compañeros diputados que es- taban a la mano y bien dispuestos. Vale decir en este punto que Calderón Vega fue quizá quien más disfru- tó esta bolsa de oxígeno que el Instituto representaba en las tareas de capacitación, pues hay que recordar que durante varios años aquellas habían sido atendi- das con auténtico espíritu misionero por don Luis y otras pocas personas. El nutrido tropel de miembros del nuevo instituto acometió de frente la tarea y sin titubeo alguno se lanzó a altamar, una vez que estuvieron los diseños de cursos.

— 100 — Un pequeño vértigo de actividades

Una vez terminadas la Asamblea y Convención na- cionales de marzo de 1979, en los que se aprobaron la plataforma legislativa y el Programa mínimo de Acción Política, requisitos impuestos por la ley, nos lanzamos a la campaña electoral, en un esfuerzo gi- gantesco para recuperar el terreno perdido en 1976, pero ahora con un nuevo acicate: los comunistas que habían logrado registrar una coalición para competir por las curules y escaños del Poder Legislativo; salían numerosos de ellos de la clandestinidad y se mostra- ban ansiosos por mostrar su fuerza, que muchos suponían suficiente para colocarse de inmediato como la primera fuerza política de oposición y en condicio- nes de disputar prontamente el poder al PRI. Nada agradable resultaba para los panistas some- terse a semejante incógnita y tal presión. Se hacía la consideración siguiente: cuando después de ganar muchas competencias electorales algún partido polí- tico pierde el poder, no resulta demasiado extraño que pueda recuperarlo una o dos elecciones más tar- de; pero si un partido como Acción Nacional había conseguido mantenerse muchos años en el segundo lugar y monopolizando de hecho la función de ser oposición real, perdía ese segundo puesto y caía a tercero o peor lugar, sus oportunidades históricas se

— 101 — esfumarían quizá para siempre. Por lo tanto, se trata- ba de hacer un esfuerzo muy grande, único. Carlos ocupó el noveno lugar en la lista plurinominal y, sin tener que disputar un distrito en especial, se dedicó a recorrer la República, con especial énfasis, como se- ría de esperarse, en Yucatán, Sinaloa, Distrito Federal y Baja California. En este último estado tendría que comenzar a desarrollar una habilidad muy importan- te en su vida política, me refiero al diálogo convincente. Sucedía que la ley electoral vigente (LGOPPE) es- tablecía financiamiento público para los partidos políticos a través de un capítulo de prerrogativas: Tiempos en radio y televisión; franquicias postal y te- legráfica; papel para impresos, acceso a locales oficiales para celebrar reuniones, mamparas para fijar propaganda en plazas y camellones y un cierto nú- mero de vehículos, principalmente. Otros partidos ni siquiera lo pensaron y aceptaron acceder a todo eso. Pero en Acción Nacional las cosas eran diferen- tes. Dada la confusión tan fuerte que existía todavía entonces entre Estado, Gobierno y PRI, no resultaba claro establecer en la práctica si el financiamiento y las prerrogativas las daba el Estado, el Gobierno, o incluso el PRI. ¿Cómo demostrar independencia ante el gobierno si la gente en buena parte repudiaba, como todavía lo hace, cualquier transacción o nego- ciación política poco clara? ¿No interpretarían los ciudadanos que era el Gobierno, no el Estado; o peor aún que era el PRI y no el Estado mexicano quien proveía el financiamiento? Además existía el peligro muy cierto de que, contratando para todas las tareas habituales a personal de tiempo completo, se destru- yese nuestra militancia de trabajo voluntario? La polémica entre las dos posiciones habría de du- rar unos 10 años en el Consejo Nacional y sería hasta después de la campaña de Clouthier –como digo en

— 102 — otra parte– que se aceptaría plenamente el financiamiento con todo y sus riesgos. Pero en aquel entonces el CEN decidió que se aceptaran la propa- ganda ya impresa en las varias toneladas de papel asignado; me parece que también se aceptaron los cinco coches (para toda la República). Aún así, en al- gunos comités estatales y parte de la militancia, la decisión no fue aceptada por considerar que era el “principio de la corrupción del Partido”. Se negaban a hacer campaña; en algunos lugares ni siquiera que- rían lanzar candidatos. Don Manuel González Hinojosa renunció a su privilegiado lugar en la lista plurinominal, que le garantizaba una diputación. Con- sideraba él que la aceptación de tan incipiente financiamiento era el inicio de un mal camino. Como decía, a Carlos Castillo le fue encomendado visitar los lugares más álgidos, y en general tuvo éxi- to en dulcificar las ariscas posturas de compañeros radicales. Gracias a sus buenos oficios, aunados a los de otras personas, se pudieron lanzar algunos de los 300 candidatos a diputados federales que se resistían y las 100 plurinominales. No hubo huecos; pudimos dar la decisiva batalla en condiciones aceptables. Debe recordarse que sufríamos las secuelas de la crisis del 76-78. La aportación principal de Carlos era el esta- blecimiento de las distinciones necesarias entre lo que eran asuntos de importancia doctrinal y los de simple conveniencia política. Una curiosa distinción entre lo ético y lo estético. “Escogemos casi sistemáticamente el modelo del Quijote de la Mancha, como una op- ción de ética superior, sin darnos cuenta que lo que realmente nos atrae del personaje es su superioridad estética”. “Es bello identificarse con alguien que se pone la armadura, se cala la visera y enristra la lanza, pero no suele ser útil ni es obligación ética enfrentar- se a cualquier molino de viento que se cruce en nuestro camino”.

— 103 — Marchaban así, en paralelo, las principales activi- dades políticas de Carlos, la dirección del Instituto de Estudios y Capacitación y las funciones propias de una diputación federal. Cualquiera de ellas sería sufi- ciente para demandar la atención de tiempo completo y, entrampadas juntas, abrumarían a cualquier perso- na, pero Carlos era especial para el trabajo; verdadero adicto al mismo, se tenía que reconocer a sí mismo como “workcoholic”, ya que no sólo se las ingeniaba para cumplir con ambas responsabilidades, sino que proseguía con sus clases de filosofía en la Universi- dad La Salle, sus infaltables colaboraciones periodísticas en el Diario de Yucatán; Ovaciones (don- de escribió con el seudónimo de Vogel, traducción sustituta al alemán de su sobrenombre, Piolín), en la revista La Nación, amén de continuar con sus lecturas de Nouvelle Observateur, Le Point y Paris Match, por mencionar solamente algunas publicaciones en fran- cés que se procuraba, apostándose casi diariamente frente a la Librería Francesa de Paseo de la Reforma y Niza. El domicilio escogido por Julieta y él era bastante adecuado, en la calle de Río Niágara, en la Colonia Cuauhtémoc. Los acompañaba ya su primer vástago, el pequeño Carlos, recibido con grande e íntima sa- tisfacción. La antigua y amenazante sombra de no poder tener familia, desapareció. Mientras el peque- ño comenzaba a crecer, la certeza de tener entre los brazos semejante favor del cielo llenó de felicidad a la joven pareja y por extensión a los parientes y ami- gos cercanos. Recuerdo con singular satisfacción una ocasión es- pecial que representa bastante fielmente ese estado de promisoria plenitud en la vida familiar, en la vida política y académica de Carlos; ¡la vida en suma!, ¡con porvenir abierto, y el presente que se abría paso en un mundo ancho, propio y ajeno y plural! La ocasión

— 104 — mencionada fue el viaje a Taxco para dar un curso básico de fin de semana. Era uno de los primeros cur- sos; Carlos y yo aprovecharíamos, como lo hicimos en ocasiones anteriores para afinar el fondo y la forma de aquéllos y el director del Instituto, para no sepa- rarse de la familia, aprovechó la generosa invitación de nuestro compañero de diputación Delfino Parra Banderas, de instalarnos y dar el curso en el Hotel Ran- cho Taxco Victoria, que era ya vetusto, pero una verdadera delicia de escalinatas, jardines y rincones. Así que a bordo del vocho azul de Carlos, los cua- tro recorrimos los hermosos parajes del camino, al suave vaivén de la sinuosa carretera, bajo un sol ra- diante, hacia el esplendor de aquel final de semana. Unas cuantas gotas de lluvia vespertina y el arcoiris en la tarde del domingo sellaron el final de la motivante expedición. Pocas veces vi a Carlos tan fe- liz. Estas cosas sencillas nutrían de manera notable su espíritu.

— 105 — Política, docencia y compromiso

Era evidente ya entonces que la política sería, proba- blemente hasta el fin de su vida, un compromiso prácticamente total. Las aptitudes para los trabajos doctrinales eran muy claras, pero no solamente esta- ba presto para la ideología, sino, también, para los trabajos organizativos, de jefatura, de liderazgo. Y jun- to con todo ello, también le resultaba irrenunciable el seguir dando sus clases de filosofía en la Universidad La Salle de Benjamín Franklin. Era algo que le gusta- ba mucho. Con frecuencia tenía que hacer algunas citas con panistas en la cafetería de la Universidad para librar los compromisos. Así fue como el ahora antiguo plan para la campaña llamada “Un panista por Manzana” lo tuvimos que diseñar, discutir e incluso redactar en alguna mesa cualquiera de dicha cafetería, en medio del habitual jolgorio de estudiantes que nos rodea- ban. Uno que otro venía a consultar algún detalle con Carlos. Él estaba como pez en el agua entre estudian- tes. Puede decirse que en medio de todas las vocaciones que tuvo a lo largo del tiempo, la de maes- tro era la que probablemente le salía más natural. Eso sí, su estilo era una importación de lo que vivió en Europa. La clase no era un salón lleno de muchachos con un profesor más o menos informal al frente, con

— 106 — el gis en la mano. La suya era un aula llena de mucha- chos pero con un catedrático que con o sin gis en la mano, capturaba la atención con relatos eruditos pero llenos de color. Pasaba ligero sobre las arideces de la Lógica y los silogismos, abriendo muchas jóvenes mentes hacia la sabiduría. Pero además, junto con el director de la facultad, el profesor Muñoz y el profesor Dacal, publicaban Logos, la revista de la escuela, cuyos contenidos fueron sin- gularmente valiosos. Destacan entre ellos, las redacciones de Castillo sobre una adecuada valora- ción de Maquiavelo y otra acerca de los vericuetos más difíciles de Emanuel Kant. Las fuerzas le daban aun para asesorar, junto con Bernardo Ávalos y otros esforzados conferenciantes, a las huestes femeninas de la Asociación Nacional para la Superación Integral de la Familia, dirigida enton- ces por Carmelita Moncayo, Asociación que tantos méritos tiene en su haber. No había llamado por una buena causa al que no acudiera. En ese tiempo no sabíamos muchos de nosotros nada del Padre Paco.

— 107 — Las tareas en la Cámara de Diputados

A la sazón todavía en la calle de Donceles, los traba- jos de la Cámara habían comenzado desde mediados de agosto con las tareas propias del colegio electo- ral. El debate de colegios electorales era en general sumamente rudo y agresivo, pero también agudo, ingenioso; la ironía y el sarcasmo se intercambiaban entre los presuntos diputados de todas las fraccio- nes; aquello parecía una sala de esgrimistas y en vista de que esta figura política y electoral ya des- apareció de nuestras leyes, vale la pena que el lector consulte el interesante libro de Juan José Rodríguez Prats titulado Colegio Electoral, donde se describe la función que cumplía: en mucho mascarada y un poco de desahogo para las enconadas pasiones po- líticas, reducidas a esa instancia jurisdiccional, facciosa e insuficiente, aún en aquellos tiempos para hacer justicia electoral, pero que también servía de caja de resonancia de la voz de los partidos y de los propios diputados.

Intervenciones del diputado

Carlos tuvo once intervenciones en aquel tórrido ve- rano. Desde la primera hasta la última de ellas mostró que traía afilada la espada; con argumentos letales, o

— 108 — por lo menos ingeniosos, puso “de luces” a algunos de los pomposos académicos, o palurdos poderosos que tanto pululaban por la Cámara en aquellos días. 1. Versus lo dicho por el presunto diputado Hesiquio Aguilar, Madero, Monterrey, N. L. 2. III Distrito de Sinaloa 3. Hechos 4. Hechos 5. IX Distrito de Sinaloa 6. Solidaridad de mexicanos ante el gobierno nor- teamericano 7. II Distrito de Baja California, Tijuana 8. “48 paquetes sin actas” 9. Hechos 10. Hechos sobre el curioso caso de tres actas dis- tintas. 11. XII Distrito de Sinaloa.21 Pero la forma de argumentar del joven filósofo ya indicaba, por lo novedosa, diferente y profunda, que al paso del tiempo, como interlocutor político en cual- quiera de los frentes habituales, Carlos llegaría a calar de manera incisiva cuando llegare el momento del verdadero diálogo, años más tarde. Un párrafo selec- to de aquella ocasión fue en una intervención del 21 de agosto, el discurso conocido como el de “malicia en el País de las maravillas”; en su cuarta interven- ción de ese día, para “rectificación de hechos” se expreso así: “Cuando, Sr. Presidente, señores miembros del Co- legio Electoral, estaba yo en la secundaria, en un ejercicio de la clase de literatura, se nos dejó leer los cuentos de “Alicia en el País de las maravillas”; y hay un curioso diálogo en esos cuentos, que refleja un poco la situación que estamos viviendo en este Cole- gio Electoral. 21 Se pueden consultar los textos completos en el Diario de los debates, del 15 al 30 de agosto de 1979.

— 109 — –“Alicia le dice a un personaje ‘¿Qué significan las palabras?’ –“El personaje le dice: ‘Lo que uno quiera’, y lógi- camente Alicia le pregunta: ‘Entonces, ¿cómo hacemos tú y yo para podernos entender?’ y el per- sonaje le responde: ‘Eso depende de quién de los dos tenga el poder’. “Pues eso pasa aquí. A la hora de las casillas decide el sentido de la ley el que tiene el poder; a la hora del cómputo, decide el sentido de la ley, la oportuni- dad del tiempo, la forma y la materia, el que tiene el poder; del recurso de queja, decide el que tiene el poder, y así sucesivamente. Y las palabras práctica- mente no sirven para nada. “Y justamente el primer signo de descomposición de un país es esa crisis de lenguaje. Aquí, en la le- gislatura pasada, un día se objetó que un artículo de una ley era contradictorio con otro, y aquí se respon- dió: ‘Señores del PAN, ya terminó el tiempo de la lógica aristotélica, estamos en el tiempo de la dialéc- tica y puede haber contradicciones en la ley’. Pero hoy volvemos al aristotelismo; estamos de nuevo en el hilemorfismo: cuando hay materia para protestar, no hay forma; cuando hay forma no hay materia. “Definitivamente ya no sabemos por donde objetar estos casos ante tal cerrazón”. Y en otra parte de ese Colegio en que se había lo- grado devolver el dictamen a comisión; pero a los dos días volvió a tratarse el mismo sin modificación alguna en las conclusiones, dijo: “No quiero alargar todos estos argumentos, porque ya los oyeron ustedes una vez y porque es muy difí- cil que la Comisión pierda un segundo round; pero sí quiero decir que estos análisis que la Comisión nos dice siempre que los hace profundos, hay que de ver- dad hacerlos profundos para ver en qué consisten las irregularidades o los errores que pueden viciar este

— 110 — proceso y empañar el principio deficiente de una re- forma política.” Si estos análisis “profundos” llevan siempre a la misma conclusión favorable a los dictámenes de las Comisiones, posiblemente se deba a que hemos con- fundido argumentar profundo con caer muy bajo.22

22 Citado por Rodríguez Prats, en Colegio Electoral. Epessa, Méxi- co, 1999.

— 111 — Intermedio (paréntesis en Chihuahua)

A mediados de aquel Colegio comicial surgió una muy particular necesidad partidista en el estado de Chihuahua. Se había acentuado la posición abstencio- nista de los compañeros: ya no querían participar más en elecciones. El año siguiente, 1980, venían eleccio- nes locales, incluida la de gobernador. Abel Vicencio, jefe nacional, se había hecho el propósito de estimu- lar la participación precisamente en los estados que renovaban gubernatura, pues se habían vuelto muy esporádicas nuestras incursiones en esas lides y aven- turas. Y para hablar con los estimados chihuahuenses y tratar de convencerlos “para que le entraran” nos mandó a Carlos y a mí. Esa vez comprobé el miedo que él tenía a los viajes en avión: mucho me sorpren- dió en cierto momento que, siendo buen conversador, de pronto me dejase con la palabra en la boca; pero es que no podía hablar. Aferrado a los brazos del asien- to miraba a través de la ventanilla el ala del avión, en donde acababa de caer un rayo. Unos asientos más adelante viajaba Alfonso Arronte, quien a la sazón fungía como secretario general y acudía gustosamente a Chihuahua, tan gustosamente que al terminar de descender por la escalerilla, se hincó y

— 112 — en el más puro estilo papal besó el suelo, al tiempo que exclamaba: “¡bendita tierra de Chihuahua!”. Nos instalamos en la Posada Tierra Blanca, lugar habitual para los visitantes panistas. Compartimos habitación, lo que aprovechamos para preparar una batería de argumentos para la ineludible discusión que tendríamos durante los dos días siguientes. A favor operaba la buena impresión que había dejado una reciente visita a chihuahuenses, incluidos algunos empresarios, y que fue promovida por Luis H. Álvarez y Salvador Beltrán del Río, por una parte; y por Carlos Amaya y Carlos Castillo, por otra. El brillo del triunfo de los sonorenses, especialmente en Ciudad Obregón, producía un efecto mágico en la mente de aquellos luchadores de Chihuahua. Con todo ello, no resultó difícil preparar las exposi- ciones y argumentaciones: el papel de la sociedad política y la sociedad civil dentro de la sociedad glo- bal, además de la valoración práctica de la coyuntura, la amenaza real de los comunistas y socialistas que nos pisaban los talones en el resto de la República, y nos aventajaban ya en algunos distritos del Estado de México y el Distrito Federal. La polémica viva e incisiva se llevó a cabo en el comité estatal. Fue un puro disfrute del choque de ingenios. El licenciado David Alarcón Zaragoza, Pe- dro César Acosta, Guillermo Prieto Luján, amén de Luis Álvarez, Alfonso Arronte, un joven de apellido Uranga, entre los que recuerdo, hicieron valer sus ra- zones para mostrarse escépticos. Debe recordarse que desde 1970, el PAN chihuahuense encabezaba la co- rriente que más que el abstencionismo promovía una especie de “huelga electoral activa” para intentar des- enmascarar a un gobierno hipócrita y simulador, que en el exterior intentaba pasar por democrático, cada vez con menos éxito, mientras que dentro de Méxi- co cometía toda clase de abusos y fraudes; era preciso

— 113 — demostrar que el gobierno era “candil de la calle y oscuridad de su casa”. Pero en aquella ocasión se había encendido una luz de esperanza; especialmen- te en el norte del país, donde habíamos triunfado en dos distritos de Monterrey (Fernando Canales y Adalberto Núñez Galavíz), en Torreón (Juan Antonio García Villa) y Ciudad Obregón (Carlos Amaya), ade- más de varios triunfos locales. Chihuahua no podía quedarse a un lado. El panismo de ahí era de los que Carlos y yo acostumbrábamos llamar “panismo Triple A”, junto con el de Baja California, Guanajuato y Yucatán. Así, el ambiente se iba tornando animoso, de compañerismo y poco a poco se iban mencionando nombres para entrarle a las candidaturas; primero entre risas nerviosas y des- pués como abierto desafío. Todo remataría con una inolvidable velada en casa de Francisco Valdés y Félix. “Alea jacta est”, dijo Carlos en voz baja “la suerte está echada”. “Participarán”. Y participaron el año siguien- te con Carlos Chavira Becerra como abanderado para gobernador. Un cóctel, mezcla de buenos argumen- tos y alegre camaradería había producido el efecto deseado. A lo largo de los años siguientes vi a Carlos usar el viejo cóctel de argumentos sensatos y alegre camaradería para conseguir muchas cosas. Volvimos a México a tiempo para terminar el Cole- gio electoral, rendir la protesta de ley como diputados en funciones, y asistir al tercer informe presidencial de José López Portillo. En Bellas Artes, un primer mandatario clamaba en contra de los que no creían en la administración de una mítica abundancia. A los pocos días, por encargo de Vicencio Tovar, Castillo Peraza y unos cuantos más echábamos a andar el Ins- tituto de Capacitación, que habría de convertirse en almácigo de dirigentes futuros y en cierta forma el cuarto de mapas ideológicos.

— 114 — En defensa de la vida

También por esos días, diciembre de 1979, tuvo lu- gar la culminación de uno más de los innumerables debates sobre la tan traída y llevada cuestión de la legalización del aborto. Por aquellos tiempos, aun- que el debate y combate había consumido prácticamente todo ese año, no se matizaba como ahora entre legalización versus no punibilidad en al- gunos casos y la defensa de la vida humana y de la dignidad de su persona. Más bien se trataba de un choque frontal de todo o nada sin matices entre “proabortistas” y “antiabortistas”. Mucho habíamos expuesto en cientos de conferencias, reparto de fo- lletos y volantes para dar a conocer la posición del PAN. Finalmente se decidió presentar con prontitud una iniciativa de reforma constitucional en términos de defensa de la vida. La iniciativa fue presentada por Carlos en la sesión del 13 de diciembre de 1979: 23 –El C. Presidente: Se concede el uso de la palabra al diputado Carlos Castillo Peraza para presentar una iniciativa. –El C. Carlos Castillo Peraza: Señor Presidente. Se- ñoras y señores diputados. Con fundamento en lo 23 Cámara de Diputados, Diario de los debates, 13 de diciembre de 1979.

— 115 — dispuesto por el artículo 71, fracción segunda de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, los diputados del grupo parlamentario del Partido Ac- ción Nacional se permiten proponer la presente Iniciativa de Adición al artículo Cuarto de la Constitu- ción General de la República.

Consideraciones

Considerando que todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona, sin distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa. Considerando que el ser humano aún no nacido es sujeto de derecho por sí mismo y no porque resulte deseable a sus padres o a la sociedad, y que, en con- secuencia, someter el derecho a la vida al deseo de quien fuere, equivale a instaurar la arbitrariedad como raíz de un orden jurídico que tenderá inevitablemen- te al totalitarismo y a imponer la ley del más fuerte, cuyo capricho quedaría instaurado como creador de sujetos de derecho. Considerando que los regímenes totalitarios de todo signo no han tenido inconveniente alguno para sacri- ficar a millones de seres con el objeto de imponer sus propias doctrinas políticas hegemónicas y sistemas antidemocráticos de gobierno, así como sistemas eco- nómicos no participativos, en nombre de una pretendida superioridad racial, de un supuesto cono- cimiento de las leyes de la historia o de una inhumana doctrina de la seguridad nacional. Considerando que el atentar contra la vida de los seres humanos todavía no nacidos forma parte de la política antinatalista con que las potencias hegemónicas pretenden someter a las naciones y a los pueblos subdesarrollados o en vías de desarrollo.

— 116 — Considerando que, además del atentado de lesa humanidad que implica atentar contra la vida en el interior del seno materno, esto implica una grave deformación de la conciencia, que mina las bases morales y sociales sobre las que puede edificarse la democracia en el país, como sistema de vida y de organización política fundada en el reconocimiento de quien es diferente y en el respeto a sus derechos. Considerando que la vida humana es un proceso en el que no se pueden introducir divisiones de hecho a partir de distinciones de razón y que el ser humano en gestión no es parte biológica ni existencial de su madre y que, en consecuencia, ésta no puede dispo- ner de aquél como si fuera una parte de su propio cuerpo. Considerando que el ser humano en gestación es persona en simbiosis transitoria y que no deja de serlo por depender provisionalmente del organis- mo materno. Considerando que el niño no nacido ya está en rela- ción con la sociedad y que los seres humanos que se consideran a sí mismos socializados no pueden eri- girse, sin atentar contra los principios más elementales del derecho y constituirse en tribunal arbitrario, en creadores de sujetos de derecho, por lo que esto sig- nificaría un grave daño al mismo consenso general, que es el fundamento de la libertad y la justicia en su amplia acepción democrática, es decir, el derecho a la vida de todos y de cada uno de los miembros de la colectividad, en los términos de la Declaración Uni- versal de los Derechos Humanos. Considerando que el artículo 14 de la Constitución general de la República establece la garantía de au- diencia antes de ser privado de la vida, de la libertad o los derechos y, en la especie, al afectado en su vida y en sus derechos, se le niega toda posibilidad de ser oído porque es precisamente su representante legal

— 117 — quien, amparado en argumentos endebles, pretende hacer tal privación y pretende que la ley justifique la privación de la vida de un ser indefenso. Los diputados del Grupo Parlamentario de Acción Nacional, ante esas consideraciones proponen ante esta Asamblea el siguiente proyecto que adiciona con un tercer párrafo el artículo Cuarto de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Artículo Primero. Se adiciona un tercer párrafo al artículo Cuarto de la Constitución Política de los Esta- dos Unidos Mexicanos, para quedar como sigue: Artículo Cuarto. –Todo ser humano, por su dignidad, gozará de pro- tección jurídica desde su concepción hasta su muerte.

Transitorio

Artículo único. La presente adición entrará en vigor al día siguiente de su publicación en el Diario Oficial de la Federación.

México, D. F., Cámara de Diputados del H. Congre- so de la Unión, 13 de diciembre de 1979.

Atentamente: Diputados Graciela Aceves de Rome- ro.- Esteban Aguilar Jáquez.- David Alarcón Zaragoza.- Rafael Alonso y Prieto.- Carlos Amaya Rivera.- Fran- cisco Xavier Aponte Robles Arenas.- Armando Ávila Sotomayor.- David Bravo y Cid de León.- Luis Calde- rón Vega.- Fernando de Jesús Canales Clariond.- Luis Castañeda Guzmán.- Carlos Enrique Castillo Peraza.- Juan de Dios Castro Lozano. -Álvaro Elías Loredo.- Hiram Escudero Álvarez.- Juan Antonio García Villa.- Jesús González Schmal.- Edmundo Gurza Villarreal.- Ma. del Carmen Jiménez de Ávila.- José Isaac Jiménez Velasco.- Juan Landerreche Obregón.- Federico Ling Altamirano.- Juan Manuel López Sanabria.- Pablo

— 118 — Emilio Madero Belden.- Miguel Martínez Martínez.- José Gregorio Minondo Garfias.- Salvador Morales Muñoz.- Rafael Morelos Valdés.- Rafael Morgan Álvarez.- Adalberto Núñez Galaviz.- Antonio Obregón Padilla.- Eugenio Ortiz Walls.- Delfino Parra Bande- ras.- Alberto Petersen Biester.- Carlos Pineda Flores.- Cecilia Martha Piñón Reyna.- Manuel Rivera del Cam- po.- Augusto Sánchez Losada.- Carlos Stephano Sierra.- Francisco Ugalde Álvarez.- Raúl Velasco Zimbrón.- Abel Vicencio Tovar.- Esteban Zamora Camacho.

–El C. Presidente: Túrnese a la Comisión de Gober- nación y Puntos Constitucionales.

— 119 — La Democracia Cristiana y Acción Nacional

La Democracia Cristiana tiene una larga historia que contar dentro de Acción Nacional. Casi desde el ori- gen de los movimientos demócratas cristianos de Italia y de Alemania encabezados por el Padre Luigi Sturzo y Alcide de Gasperi en aquélla y Konrad Adenauer y otros en ésta, varios dirigentes e intelectuales del PAN identificaron la cercanía doctrinal e ideológica. El ascenso de tales partidos fue tan rápido y exitoso al terminar la Segunda Guerra Mundial, que comen- zaron a ser tomados como modelo en países latinoamericanos que aspiraban a aprovechar las con- diciones de un mundo más abierto y moderno. Entre ellos estuvieron desde un principio la COPEI de Ve- nezuela, la Democracia Cristiana de Chile, el Partido Social Cristiano de Costa Rica y otros. En México parecía lógico que también adquiriese Acción Nacional, como Partido de la misma familia ideológica y cultural, la denominación demócrata cris- tiana. Hubo varios acercamientos entre dirigentes desde finales de los años 50 y especialmente con los jóvenes panistas, a principios de los 60. Un grupo encabezado por Hugo Gutiérrez Vega, Manuel Rodríguez Lapuente, Enrique Tiessen y otros, como los hermanos Arreola en Jalisco o los Trevizo en Chihuahua, amén de Horacio Guajardo y Alejandro

— 120 — Avilés, entre los adultos, hizo el intento formal de dar el paso hacia la afiliación. Pero el horno no estaba para bollos. En los comienzos de los años 60, el asunto de una denominación religiosa en la política mexicana abriría heridas mal cerradas del conflicto cristero, se- gún lo explicaba el licenciado Adolfo Christlieb. También don Manuel Gómez Morín prefería dejar de lado el compromiso de afiliarse a una Internacio- nal. Para él, el pensamiento de Acción Nacional era en muchos aspectos anterior y superior a la doctrina manejada en , Chile, etc. El asunto puede rescatarse documentalmente en las páginas de la re- vista La Nación de aquellos años; además, el rescate puede hacerse también en la célebre entrevista de los Wilkie con el fundador del PAN, en 1964.24 Sin embargo, las circunstancias estuvieron evolu- cionando a fines de los años 60 y toda la década de los 70, así que, cuando le tocó su turno en la jefatura al licenciado Abel Vicencio Tovar, ya estaban el CEN y el Consejo del Partido en condiciones de abrirse en forma limitada y sostener relaciones cercanas y con- tinuas con los partidos semejantes. Jesús González Schmal y Carlos Castillo Peraza atendieron, con espe- cial diligencia esas relaciones. Durante una larga temporada, digamos los años 80 y principios de los 90, nos vimos limitados a ser invitados sólo como ob- servadores a las reuniones de la IDC y de ODCA. Las condiciones estarían maduras hasta 1998, año en que el Consejo Nacional aprobó la afiliación del PAN como miembro de número a tal Internacional. El acompañamiento cercano siempre estuvo a cargo de la Fundación Konrad Adenauer.25 24 Carta de don Manuel Gómez Morín, citada en el documento “Acción Nacional y Democracia Cristiana”, del doctor Fernando Estrada Sámano, junio de 1988. 25 Para esta última etapa, consultar el artículo “Ingreso del PAN a la Internacional Demócrata Cristiana”, en la revista Palabra, Núm. 47, México, enero-marzo de 1999.

— 121 — Los jefes del Partido que habían influido mucho en la toma de semejante decisión, Felipe Calderón (1996- 1999) y Luis Felipe Bravo Mena fueron invitados a aceptar un lugar destacado entre los puestos directi- vos de la Internacional y en la ODCA. Europa había sido para nosotros, especialmente con los cursos que se impartían en Bonn, el vivero donde muchos jóvenes y algunos adultos panistas se compenetraron con el pensamiento, los métodos y las personas encargadas de la causa en diversas lati- tudes. En otras partes de este escrito aparecen pequeñas acotaciones de la cercana relación de Car- los con algunos distinguidos elementos de la organización.

— 122 — Campaña a Gobernador en Yucatán

Una vez que, a principios de 1981, marchó Carlos con su familia a Yucatán, para desplegar allá su campaña a gobernador, dejó su departamento de la Ciudad de México, prácticamente sin ser desmontado, para be- neficio de varios compañeros diputados federales de provincia, entre los que recuerdo a Esteban Aguilar Jaques, Esteban Zamora, Antonio Obregón Padilla, Rafael Morgan y, de vez en cuando alguno más, quie- nes, agradecidos, disfrutaron la oferta y las instalaciones bajo el jocundo lema de “de rincón a rincón todo es colchón”. Antes de marcharse organi- zó Carlos, junto con algunos de la alegre tropa, mi despedida de soltero y después, en los días de Navidad y fin de período legislativo, efectuamos el brindis de despedida, para lo cual vaciamos algunas bote- llas de vino tinto por la dicha y prosperidad de todos, incluidos nuestros queridos y ausentes anfitriones: Julieta y Carlos. Seguía pues, por todo ello, una nueva etapa con sede en Yucatán para las actividades de Carlos. De la misma debe darse cuenta en una relación como ésta, ya que puede considerarse como una etapa puente entre su primera llegada al escenario nacional y la segunda, que sería definitiva, al menos en lo político.

— 123 — En enero de 1981 nació el segundo hijo: Julio. La alegría fue grande porque entre matrimonios como el de los Castillo-López, llenos de gusto por llamar a invitados al banquete de la vida, así eran y siguen siendo las cosas. Y junto a la felicidad y el gusto, la responsabilidad y el trabajo aumentaron. Julio fue in- vitado a este mundo acogedor pero siempre ajetreado, casi en vísperas de ir a Yucatán con motivo de una aventura inexcusable en los días en que la figura de Carlos Castillo se estaba convirtiendo, poco a poco, en un haber y un icono de Acción Nacional en la ma- yor parte de la República. ¿Cómo podría ser diferente en Yucatán? La esperanza de Carlos al acudir a su tierra natal y dar tan dispareja y desproporcionada lucha en contra del PRI, del sistema dominante, la red de cacicazgos y complicidades políticas locales, era, sin duda, se- gún lo expresaba él mismo, terminar con la prolongada sequía política que para el PAN y la opo- sición en general habían sido los años que iban de 1969 a 1981; dos largos sexenios en los que a la ma- licia y brutales controles mencionados, se agregaban las dificultades internas propias del PAN. Tras el frau- de cometido en contra de los ciudadanos yucatecos, fuertemente unidos en torno del candidato a gober- nador, Correa, y la represión subsecuente que incluyó el asesinato de ciudadanos en algunos municipios rurales, el comité regional no lograba recomponerse plenamente. La tormenta interna del Partido, que en 1976 impidió una participación nacional y el haberse quedado sin candidato a la presidencia de la Repú- blica, hacía aún más que difícil inyectar ánimo y estímulos para la participación. En Yucatán, en espe- cial, no había problemas mayores respecto a la división que había en el ámbito nacional, especialmente en algunos estados de la República muy politizados; hu- biera bastado que la candidatura de Pablo Emilio

— 124 — Madero hubiese salido adelante en las sombrías con- venciones de 1975 y principios de 1976 para que el panismo peninsular saliera de sus dificultades y ma- rasmo. Esto era claramente perceptible en las actitudes de los líderes naturales como el propio Víctor Manuel Correa Rachó, Roger Cicero Mckinney, doña Carmen Robleda y otros. Pero, como es sabido, no fue así y habían de transcurrir varios años más bajo el mando del propio Cicero y Tomás Vargas Sabido para llegar al punto en que algo se pudiera hacer. Y ese momento fue el año de1981, con Castillo Peraza. El PRI había decidido dar una especie de cuota de poder a los militares, al postular como candidato a gobernador al General retirado Graciliano Alpuche Pinzón. Acción Nacional, desde la llegada de Abel Vicencio a la jefatura nacional, había tomado como política no dejar de postular candidatos a goberna- dor en todos los estados en que hubiera ese tipo de elección. Así, en 1980 había postulado a Carlos Chavira Becerra, en Chihuahua; Beatriz Garcinava Veyán, en Durango; Carlos Stephano Sierra, en Zacatecas; Luis Castañeda Guzmán, en Oaxaca y seguirían otras más que volvieron a darle presencia al PAN en muchas partes. Así que cuando le llegó el turno a Yucatán, el propósito firme era dar oportunidad de recomponer- se al panismo yucateco. “De cómputos de tiempo hablando –menciona Roger Cicero– digamos que esa segunda asonada del PAN pretendiendo el gobierno de Yucatán se dio 12 años después de la primera que, como es sabido, ter- minó en el fraude electoral más barato de los anales de la historia política peninsular, sin que se olvidara la tragedia cívica de 1911 que condenó al culto y ca- balleroso vallisolitano Delio Moreno Cantón a sufrir la más canallesca de las trampas, ni la de 1917 en con- tra del tribuno por excelencia y escritor sin par, José Castillo Torre, autor de El país que no se parece a otro,

— 125 — piedra insustituible de la bibliografía vastísima que nos honra a los yucatecos. “Corre que te corre llegó 1981 y la convención re- ferida en el local del Parque de la Mejorada. El candidato del PAN, Carlos Castillo, inicia sus recorri- dos al interior del estado, y me veo honrado con un par de encomiendas: ser su chofer y su orador. Para lo primero se me proporcionó una Brasilia VW; para lo otro, un elemental equipo de sonido y la mejor de las suertes… “Menos mal que había garganta, cierta experiencia y el tesón que se requería para seguirle el paso a Car- los, e ir sacando adelante los programas diarios de cuatro y cinco mítines, sin menoscabo de una u otra jornadas que nos obligaron a más. Dos, quizá tres ca- beceras municipales dejamos de visitar, y nada más que por falta de tiempo, pues el entusiasmo no nos permitió seguir de largo por los pueblitos y comisa- rías que cruzábamos. Ninguno ni ninguna marginamos. Aunque fuese nada más para pasar información acer- ca de las elecciones de noviembre y cómo participar en ellas. No recuerdo habernos quedado sin el salu- do de alguien, de algún grupo en las tantas y tantas de las comunidades visitadas. Con la excepción de Chumayel, un mediodía, en que el discurso panista no lo oyeron más que los esbirros oficiales apostados enfrente del Palacio Municipal, cariacontecidos y ce- jijuntos. “Y la reflexión: “¿Fue aquí donde se escribió el mejor de los libros del Chilam Balam?” “Sí. Se escribió o encontró aquí. Libro de profecías como ésta: ‘Despertará la tierra por el norte y por el poniente. Itzam despertará”.

— 126 — Diario de Yucatán

Tras la ruda experiencia de la campaña a gobernador por su tierra, Carlos se vio en la necesidad de tener trabajo nuevamente en sus latitudes peninsulares. Lógicamente, una primera opción era la del empleo que tenía antes de ir a México en 1978, el Diario de Yucatán. Nuevamente los Menéndez lo acogieron como a un hijo pródigo; capaz de seguir colaborando con una columna propia en el Diario y más aún, ser enviado como misionero del periodismo a abrir, en Campeche, la versión local del diario; en este caso, el Diario de Campeche, cosa a la que procedió con al- gún remilgo, pero finalmente con decisión. En aquella tierra pródiga se relacionó con cierta facilidad con el magisterio y con el clero; concretamente con el se- ñor arzobispo. Las condiciones del lugar no eran las más favora- bles para tener éxito pleno en la tarea encomendada. Los viajes entre Campeche y Mérida se sucedían uno tras otro, ya que Carlos no deseaba perder la ocasión de convivir algo más con su esposa y sus hijos. A ello se añadía su compromiso con el seminario emeritense, de impartir la cátedra de filosofía a los seminaristas. “De todo había entre ellos”, contaba Carlos; había alguno que otro talento que sacaba pro- vecho de sus clases, pero más bien dominaban los

— 127 — que eran más reacios que una piedra ante las sutile- zas de la escolástica. Tan era así que “me vi tentado”, decía, “a darles el viejo y sabio consejo de aprove- char la siguiente noche de luna nueva y con la protección de la oscuridad correr por toda la huerta del seminario hasta la barda trasera, escalar ésta, des- cender del otro lado y seguir corriendo sin parar hasta perderse en el infinito...”. La verdad es que le gusta- ban mucho, tanto el oficio de periodista, para el que tenía verdadera vocación, como la de maestro de jó- venes, a los que les tenía, por verdadera inclinación magisterial, una grandísima paciencia.

— 128 — El terremoto del 85

Durante el terremoto del 19 de septiembre de 1985, Carlos residía con su familia en Yucatán, pero ese día estaba en la Ciudad de México por no sé qué motivo y se había alojado, como de costumbre, con la familia Galván, por el rumbo de Balbuena. Todos sabíamos de su relación tan cercana con todos los miembros de la familia. Al ingeniero Jesús Galván Moreno y doña Luz María Muñoz Zermeño les tenía una predi- lección especial, ya que tenían méritos acrisolados desde los tiempos de la Acción Católica, pero tam- bién en las filas de Acción Nacional. En compañía del doctor Juan Alcocer y el ingeniero Luis Torres Serra- nía, el ingeniero Galván había sido la base del PAN en Salamanca, Guanajuato. Y habían apoyado las ta- reas del mismo en su tierra, Lagos de Moreno, y múltiples sitios más. Don Jesús trabajaba en Petróleos Mexicanos. Casi desde la llegada de Carlos a México, en 1978, y sobre todo a partir de 1979, la amistad con Jesús se había ido consolidando a partir de que se conocieron una tarde en el Instituto de Capacitación recién insta- lado en la casa que había donado la chihuahuense, doña Josefina Uranga, en la calle de José Vasconcelos, en Tacubaya. Era el tiempo en que la mancuerna for- mada por Tarcisio Navarrete y el propio Jesús

— 129 — lideraban a las huestes juveniles del PAN, conjuntadas nacionalmente. Galván Muñoz acudió a solicitarle a Carlos alguna plática para el evento nacional juvenil que se llevaría a cabo en noviembre de 1979 en el viejo hotel “Ontario”, situado en el mero centro de la Ciudad de México. Carlos aceptó gustoso y se que- dó en larga charla con Jesús, de suerte que de inmediato fueron encontrando elementos y datos para identificarse. Casi enseguida se incorporaría éste a la planta “docente” del Instituto. Pero los fraternales lazos llevaron a algo más: Casti- llo había sido llamado por la Unión Social de Empresarios de México (USEM) para dirigirla; de ello da cuenta Carlos Wagner26 al describir cómo fue lla- mado Carlos para dirigir esa institución a principios de 1981, en pleno aliento renovador de los socios lea- les. No pasó mucho tiempo para que Jesús fuese invitado a trabajar como subdirector. Así, durante una temporada tuvieron despachos contiguos. Muchos días salían a comer juntos en alguno de los restauran- tes de la avenida Insurgentes, que estaba a un paso. De hecho, cuando Carlos se marchó a Yucatán para hacer su campaña a gobernador en 1981, Jesús asu- mió la dirección de la USEM. Ya para la temporada de 1982 a 1985 en que Carlos iba a la capital mexicana como visitante, se quedaba “en su casa de México”, la de los Galván, como un hijo de familia más. Estando ahí esa terrible madrugada del gran terre- moto, comenzó la conmoción física, primero, y luego el frenesí social con los medios informativos a la ca- beza… La confusión era manifiesta en los primeros minutos; malas noticias sobre el derrumbe de cente-

26 Carlos Wagner, “Carlos Castillo Peraza. In memoriam. Recuerdos de un antiguo militante de la USEM y el PAN”, en la revista Palabra de Acción Nacional, Núm. 54, México, octubre-diciem- bre de 2000.

— 130 — nares de edificios de departamentos, de escuelas, de oficinas burocráticas llegaban momento a momento. Se confirmaban múltiples tragedias y los daños que parecían menores, se habría de ver que no lo eran tanto: falta de luz, de agua potable y de semáforos, además de algo que resultó importante: la falta de servicio telefónico; en especial el de larga distancia. Tras el susto y la preocupación por los más inme- diatos, Carlos y Jesús –quien por entonces era diputado federal–, salieron a las calles para ver qué estaba suce- diendo. Los que estaban a salvo permanecían más o menos tranquilos; pero sus familiares en los estados de la República no lo estaban tanto; las noticias que se difundían a lo largo del día los tenían alarmados. Los pocos teléfonos sobrevivientes a la situación no cesa- ban de llamar. Carlos era corresponsal itinerante del Diario de Campeche y del Diario de Yucatán; pero du- rante varias horas, corresponsal aislado. A lo largo de la tarde, los que éramos diputados organizamos una especie de enlace a través del sis- tema de radio del Ejército para avisar a nuestros familiares, por medio de las zonas militares, que es- tábamos bien. Se hizo una lista que se dio las autoridades castrenses. Resultó una ilusión; pocos habrán recibido el mensaje. Los del PAN teníamos varios compañeros desaparecidos o atrapados en al- gún derrumbe. Entre ellos, Rubén Rubiano Reyna, de Reynosa, atrapado durante 14 horas en las ruinas del hotel donde se alojaba; y María Esther Silva, de Querétaro, desaparecida para nosotros durante dos días y a quien ya dábamos por fallecida. Mientras tanto, medio millón de jóvenes capitali- nos dio muestras de una solidaridad en grado heroico durante la tragedia: trepados en los restos de edifi- cios caídos, hicieron cadenas para retirar a mano lo que podían de piedras y escombros y tratar de resca- tar a todas las personas que se pudiera. Se organizaron

— 131 — espontáneamente en todos los rumbos de la ciudad para ordenar el tránsito sin más elementos que frane- las rojas y a grito pelado. Los albergues altruistas se fueron organizando por docenas y a gran velocidad, principalmente por el mujerío mexicano. Los hospi- tales no se daban a basto. Esto es lo que fueron comprobando a lo largo del día Castillo y Galván. Por radio se fue notando el es- fuerzo de comunicación promovida por ese medio. Continuamente se leían listas de personas que avisa- ban a sus familiares que estaban bien. Ante la magnitud de la tragedia, el Ejército y el Plan DN-III quedaron parcialmente rebasados... Esa noche, después de cenar en casa de mi padre, vimos llegar a Jesús y Carlos, quienes nos platicaron su odisea particular, que había culminado con un via- je hasta la cercana ciudad de Cuernavaca, a donde habían acudido a un hotel para poderse bañar, ya que en su rumbo no había agua. Carlos contó entonces su preocupación porque no había podido avisar a Julieta, que estaba en Mérida, seguramente preocupada por falta de noticias. Nuestro teléfono había estado errá- tico todo el día. Ciertamente no había podido yo avisar a Mercedes en Durango, pero algún otro lugar –no sé si Querétaro o Monterrey– estuvo accesible. Hici- mos la prueba a Mérida y –¡oh sorpresa agradable!– entró la llamada de Carlos, quien pudo informar que se encontraba bien y comentar algunos datos sobre los efectos del macrosismo. Unos días más tarde, en junta especial del Instituto de Estudios y Capacitación del PAN, hicimos una va- loración más afinada del fenómeno. No dejamos de lamentar la ocasión de solidaridad social que había- mos vivido y que había sido trágicamente desperdiciada por las autoridades. La reflexión al res- pecto continuaría y Carlos era de los que podían leer de manera más profunda los signos de los tiempos.

— 132 — Otra vez en México

Tras la segunda odisea electoral en Yucatán (la com- petencia por la alcaldía de la Mérida), Carlos fue tomando contacto con algunos líderes del PAN, es- pecialmente con Luis H. Álvarez, su esposa Blanca Magrasi y Norberto Corella en la ciudad de Chihuahua; también, con Esteban Zamora, Jorge del Rincón y otros sinaloenses, y con Héctor Terán, Rafael Morgan, Eugenio Elorduy y Fortunato Álvarez de Baja California, amén de muchos otros. Con los Álvarez viajó a Europa y fueron definiendo algunas ideas para la conducción política del PAN y, en la medida de lo posible, de México. Al comenzar 1986 tuvo lugar la elección de Francisco Barrio Terra- zas, como candidato a gobernador de Chihuahua. Luis Héctor Álvarez, que venía terminando su gestión como alcalde del municipio de Chihuahua, capital, decidió, junto con algunos partidarios, hacer una “Ca- ravana por la Democracia”, misma que, partiendo de Chihuahua, pasara por poblaciones importantes y, después de alguna muy significativas caminatas por Durango, Fresnillo, Zacatecas, Aguascalientes, Lagos de Moreno, León, Irapuato y Celaya, desembocara en Querétaro para lanzar un manifiesto por la democra- cia en esa histórica ciudad.

— 133 — Carlos participó entusiastamente en la caravana y las marchas, de manera que quedó muy vinculado con Álvarez. Gracias a ello, cuando éste ganó la pre- sidencia nacional del PAN, en 1987, tras levantarse de aquel histórico ayuno de 40 días en el quiosco del parque Lerdo, en Chihuahua, resultó muy natural que fuese llamado para colaborar muy de cerca con la je- fatura nacional. Para ello, tuvo que mudarse una vez más a la Ciudad de México con todo y familia, para comenzar de nuevo. En la gigantesca urbe habría de residir hasta el final de sus días.

— 134 — La revista Palabra de Acción Nacional

Entre las prerrogativas y financiamiento para parti- dos políticos que preveía la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales, apro- bada en 1986, estaba el recurso para publicar por obligación una revista trimestral de carácter doctrinal e ideológico. Los gastos para imprimir la revista en número tan amplio como decidiera cada partido se- rían recuperables ante la Comisión Federal Electoral, comprobando los mismos, en un cincuenta por cien- to. En la actualidad ese porcentaje es del 75 por ciento. A principios de 1987, con la llegada de Luis H. Álvarez a la presidencia del Acción Nacional se trans- formaron algunos rasgos directivos del Partido. Era natural: varios sucesos, especialmente electorales, habían cambiado la forma de hacer política, los roles de los partidos de oposición y del PRI-gobierno. En los últimos dos años se había transformado la corre- lación de las fuerzas actuantes, gracias a una herramienta nueva: la resistencia civil activa y pacífi- ca. Carlos Castillo había estado muy cerca de los chihuahuenses durante todo 1986; desde la “carava- na por la democracia”, de fines de enero y principios de febrero.

— 135 — Le fue encargado, pues, hacer un diseño inicial de la revista ideológica del Partido. Su carácter de pe- riodista e intelectual lo capacitaba perfectamente para dicha tarea. Veamos el testimonio que nos brinda Al- berto Antonio Loyola, compañero de Carlos desde las mocedades de éste, “cuando trabajó activamente en la Acción Católica Mexicana, primero en ‘Vanguar- dias’ y posteriormente entre los acejotaemeros. En ambos grupos se distinguió por sus afanes literarios y el deseo vehemente de profundizar en temas reli- giosos y sociales. Más de alguna vez, sus inquietudes lo pusieron al borde de problemas de los que siem- pre salió avante por su sagacidad e inteligencia. “Mi trato más directo con Castillo –dice Alberto Loyola– fue en los años ochenta, cuando me desem- peñé como secretario de prensa del Partido. Él era asesor de don Luis H. Álvarez, jefe nacional. Por es- tos motivos tuvimos que trabajar juntos en diversas tareas. Los diálogos cotidianos se iniciaban casi siem- pre así: –Tal medio publicó tal cosa, ¿Qué respondemos? ¡Nada! –¿Ya leíste lo que escribió fulano? –¡En primer lugar no presenta ninguna prueba y en segundo nadie le cree! Esperemos la segunda ‘volada’… al tercer día la nota volátil se diluía. –Excélsior asegura tal cosa. –¿Quién escribe? –¡Aurora! –Querrás decir Gobernación, por lo tanto déjalos ‘chillar’. “A Carlos sólo le interesaba lo que decían los editorialistas. Muchas veces nos dimos a la tarea de investigar a profundidad la personalidad de los escri- tores destacados de los diarios. A veces llegó a comentar en voz alta: ‘Si la gente pensante nos ataca,

— 136 — hay que tomarlo en cuenta, porque es difícil que un intelectual honesto venda su conciencia’.27 “En cierta ocasión, en una reunión con don Luis le comenté que urgía publicar la revista ideológica del PAN, que por ley debía editar el Partido. –‘Hable con Carlos’, me sugirió don Luis. ‘Ya lo hemos intentado’, contestó Carlos, ‘ha faltado colaboración, pero si me ayudas la podremos sacar pronto’. Le sugerí entonces el nombre de ‘Palabra’ y lo aceptó, no así la Secretaría de Educación Pública, que lo rechazó por existir ya otra revista con el mis- mo nombre. Vino entonces la sugerencia de Carlos: ‘Palabra de Acción Nacional’. La propuesta fue acep- tada y así quedó registrado el nombre de la nueva revista del Partido… Antes de un mes –en septiem- bre de 1987– ‘Palabra’ estaba en circulación. “Castillo Peraza se solazaba con la polémica inter- na. La sección ‘Como nos ven’ no fue bien vista por algunas personas destacadas del Partido. ¿Cómo per- mitir que en una publicación interna de Acción Nacional se enjuiciara al propio PAN? Mas no fue así, la mayoría de los escritores invitados –aún los más recalcitrantes– reconocieron los aciertos, subrayaron los errores y, sutilmente, recomendaban cambios. “La misma Palabra recogió –sigue y seguirá reco- giendo– no sólo el pensamiento de nuestros ideólogos, sino también el de importantes escritores contemporáneos europeos y americanos afines a nues- tros ideales democráticos… Trabajar con Carlos era difícil. La sintaxis y la ortografía eran el pretexto para exigir el cumplimiento de muchos otros detalles. La tarea debía ser pulcra, como lo fueron sus originales y sus conferencias”. Habrían de pasar 11 años continuos de la Palabra bajo la dirección de Castillo Peraza sin que nadie se preocupara del formato, el contenido y la ortodoxia 27 Revista Palabra, Núm. 54, México, octubre-diciembre de 2000.

— 137 — de una revista que se había ido acreditando como herramienta y al mismo tiempo arma ideológica del PAN. Me consta que en muchos casos bastaba un te- lefonazo de Carlos a éste o aquél intelectual o pluma valiosa en el análisis o el diagnóstico político para tener a los pocos días sobre su escritorio la colabora- ción de Federico Reyes Heroles, Amparo Casar o alguien así. “No te estoy preguntando –decía Castillo por el celular– si me quieres hacer el favor de...; sim- plemente, envíame antes de tres semanas tu colaboración. Sugiero tal tema... Ahora que si te da miedo...” Los artículos le llovían. Asimismo, utilizaba las ponencias propias y ajenas, especialmente las pre- sentadas en los congresos de la Democracia Cristiana, para enriquecer la revista. Debo decir también que era un poco celoso en cuan- to a dar acceso a las colaboraciones espontáneas; especialmente en el caso de personas que, después de calificarlo a él o a su obra como “heterodoxos”, una vez acreditado el buen nombre del órgano ideo- lógico del PAN, querían enviar artículos con la pretensión de que fuesen publicados. De ahí la ad- vertencia en la segunda de forros: Palabra no se compromete a publicar ni devolver originales no so- licitados expresamente. Tampoco asume necesariamente como suyas las opiniones manifies- tas en las secciones Huésped, Horizontes, Cómo nos ven, Personas, Vitrina u otras especiales. Con su renuncia al Partido vinieron, en 1998, las renuncias a los cargos; entre ellos, la Dirección de su amada revista. Felipe Calderón me pidió entonces que me hiciera cargo de la publicación. A partir del nú- mero 45, así fue. En determinados momentos ha costado un poco salir adelante, ya que todo el trabajo se hace con voluntarios que no reciben pago alguno por los artículos publicados, la dirección misma y los trabajos administrativos de revisión de texto, envío y

— 138 — manejo de suscriptores. Mérito especial tienen en ello Rosa María Cantero y Víctor Banda de la revista her- mana La Nación; ello amén de otras almas generosas.

— 139 — La entrevista con Octavio Paz

Entre las diversas entrevistas que Castillo Peraza rea- lizó En su función de periodista existen algunas con personajes sobresalientes. Desde luego, como políti- co y dirigente de un partido político se entrevistó con personalidades importantes o llamativas. Habría que contar entre éstas las hechas a Fidel Castro, Jacques Chirac, Felipe González, Patricio Aylwin, José María Aznar, entre los jefes de Estado, y muy espe- cialmente, el saludo a Su Santidad Juan Pablo Segundo. También habría que considerar las entre- vistas que tuvo con gente del poder económico y del poder político mexicano. Era común que se viese con Carlos Slim, Emilio “El Tigre” Azcárraga, Manuel Es- pinosa Iglesias; o también, limitándose a lo indispensable, con Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, en su carácter de presidentes. Sin embargo, tengo para mí que, en cuanto perio- dista, las entrevistas que más valoraba eran las que consiguió en sus años juveniles en Radio Suiza con Pablo Picasso. Y, sobre todas, la que consiguió con Octavio Paz, en la “casa-museo-biblioteca” de éste en la colonia Cuauhtémoc. La entrevista fue concedi- da para la revista católica italiana 30 Giorni, pero el texto completo está publicado en la obra del propio

— 140 — Paz Pequeña crónica de grandes días, editada en 1990. Vale la pena volverla a leer y seguir en esta entrevista el discurrir de dos espíritus brillantes como los de Paz y Castillo Peraza; seguir el atrevimiento del periodis- ta que desde la óptica del creyente lanza preguntas atrevidas al hombre grande y consagrado; cómo se resiste éste a dejarse acorralar y cómo también Carlos se resiste a dejar que las respuestas de don Octavio sofoquen su ánimo inquisidor. “El instinto paulino” de Carlos provoca la esgrima intelectual, brillante. Los dos son sinceros en el inquirir y el responder. EL ateo, o agnóstico, hace la confidencia de que “sigue bus- cando”. El católico no presiona más, tras escuchar la hermosa frase del poeta: “sé que soy escritura y al- guien me deletrea”. En ocho páginas del libro mencionado se aprecia ese discurrir y esa esgrima entre hombres de genera- ciones que tienen como antecedente inmediato un mundo que cierra un ciclo importante de la historia. Está cayendo el Muro de Berlín en el momento de la entrevista y se está derrumbando el “socialismo real” en Europa del Este. Hace apenas cuatro años que Paz ha hecho deslindes importantes en la famosa inter- vención en la Feria del Libro de Frankfurt, en 1984, y ha estado sufriendo las iras de quienes lo suponían en sus haberes y de su propiedad. Castillo tiene la plu- ma fresca para su ensayo. “El Ogro Antropófago”. Pero tratemos de escucharles durante la entrevista de esa tarde: “Cuando solicitamos la entrevista, nos dijo: “Soy un pagano”. “Su respuesta –le dijimos– despierta en cual- quier espíritu católico los instintos paulinos.” Y fuimos a hablar con él a su aerópago: una casa-museo-biblio- teca, tal vez parecida al templo del dios desconocido.” Carlos Castillo Peraza. –¿Por qué dice ser un pagano?

— 141 — Octavio Paz. –Fue un desafío. Es absurdo decirse pagano cuando se ha nacido dentro de una sociedad católica, en la que los valores en que se cree son cris- tianos del paganismo, sobre todo por lo que tenía de tolerante. Ningún filósofo de la antigüedad pensó que sus ideas, aunque le pareciesen verdaderas, le daban derecho para legislar sobre las creencias de los otros. Tampoco la cultura griega desconoce del todo la libertad. Los héroes de la tragedia son víctimas del destino de su causa y sufren las consecuencias pero, como lo dice Sófocles y lo ha subrayado Simone Weil, llegan a tener conciencia de su libertad. La tienen gracias a la conciencia del acto… La tragedia griega no es el único ejemplo. Los estoicos sabían que po- dían decir no. Epicuro afirmaba la libertad, no era un cerdo. (Castillo comienza el cerco). –Cuando usted dice “alguien me deletrea”, nos pa- rece escuchar a Kafka: trasladado de una prisión a otra, le queda la creencia de que “El Señor pasará casual- mente por el pasillo y dirá: a éste no debéis encerrarle de nuevo, viene a verme”. –Para mí la vida no es una prisión. Cuando dije “al- guien me deletrea” no sabía exactamente qué quería decir. Al releerme, como un lector más, me digo: una de dos, o ese alguien es otro como yo, o ese alguien está más allá de los hombres. Alguna vez creí que en Oriente, en el budismo, encontraría una respuesta, el nombre o un vislumbre del nombre de ese alguien. Pero descubrí que de Oriente me separa algo más hondo que el cristianismo: no creo en la reencarna- ción. Creo que aquí nos lo jugamos todo, no hay otras vidas. Sin embargo, en Oriente descubrí una “vacuidad” que no es la nada y que me hace pensar en el Uno de Plotino. Tal vez ese uno puede ser el que me deletrea. Pero de él no podemos decir nada…

— 142 — (El periodista Castillo valora lo dicho por Paz y se anima a dar un paso adelante). –Sin embargo, como todos los que dicen que nada se puede decir de Dios, ya dijo usted mucho de Él… –Es fascinante comprobar cómo son parlanchines los partidarios del silencio. Por ejemplo, los místicos. No es menos impresionante ver cómo los pesimistas y los obsesionados con la muerte, como Quevedo, se preocupan por la perfección de la forma… Las civili- zaciones atraídas por la muerte se enamoran, por compensación, de la forma y erigen hermosos mau- soleos que son templos vacíos. Templos a la negación. (Carlos Castillo tiene que replegarse un paso y suel- ta una pregunta, nada ingenua; Paz, noblemente, se abre a la confidencia). –¿Cuáles han sido sus relaciones con la religión ca- tólica? –Un día, en Goa, en el centro de una civilización que no era la mía, entré en la vieja catedral. Celebra- ba la misa un sacerdote portugués. La escuché con fervor. Lloré. No sé todavía si redescubrí algo. Tam- poco sé si mi infancia –yo iba a misa– o si reviví mi vida en la parroquia de Mixcoac. Pero sentí la pre- sencia de eso que han dado en llamar la “otredad”. Mi ser otro dentro de una cultura que no era la mía. Mi identidad histórica. (Castillo vuelve a dar un paso adelante, con el argu- mento en la mano, sin pretender ocultar sus armas ante una inteligencia tan clara como la de Paz). –¿Tiene algo que ver su identidad histórica de mexicano con el catolicismo? (En la respuesta, el fraseo de Paz es lapidario): –La gran revolución que se ha hecho en México, la más profunda y radical, fue la de los misioneros es- pañoles. En el ser del mexicano está el pasado prehispánico indígena pero, sobre todo, está el gran logro de los evangelizadores: hicieron que un pue-

— 143 — blo cambiara de religión. En esto ha fracasado el libe- ralismo y ha fracasado la modernidad. Esto yo no lo sabía, pero lo adiviné cuando escribí El laberinto de la soledad. Esta obra mía es un intento de diálogo con mi ser de mexicano y en el centro de ese diálogo está la religión, como lo está en mi ensayo sobre la poesía, El arco y la lira. No soy creyente pero dialogo con esa parte de mí mismo que es más que el hom- bre que soy porque está abierta al infinito. En fin, en México se logró la gran revolución cristiana. Ahí está mi emoción en la catedral de Goa. El diálogo de un no creyente mexicano con ustedes es un diálogo con una parte de nosotros mismos. –Usted parece decir que el problema esencial del hombre es religioso… –El problema esencial del hombre es que, siendo hombre, no es sólo eso. Hay en los hombres una par- te abierta hacia el infinito, hacia la “otredad”. Las estrellas que mira, en mi poema, la hermandad de los huérfanos. O la verdad que vieron en el cielo es- trellado del neoplatónico Ptolomeo y el cristiano San Juan y que nos trasciende a todos. Mirada hacia el cielo, el infinito y también mirada hacia la muerte. (Castillo mantiene por el momento el talante filosó- fico). –¿No cae usted en el gnosticismo? –Tal vez. Pero lo que quiero decir es que las res- puestas filosóficas no son suficientes. Yo tengo una amiga que es monja católica y que vivió muchos años en la India. Ella dice ahora que no sabe qué es, salvo que es contemplativa… (Y ahora una pregunta directa). –¿Por qué rompió usted con el catolicismo? (Respuesta directa). –Para mí el cristianismo era el orden y la burguesía. Soy “hijo de mi siglo y mi rebelión juvenil tenía que ser primero obra de demolición”.

— 144 — (Carlos, directo): –¿Es usted ateo? –Hay palabras muy gastadas. Con los surrealistas aprendí que hay fervor y fe en algunos ateísmos, Bretón era un temperamento religioso a pesar de que no era violentamente ateo. Él me dijo alguna vez que su ateísmo era como la apuesta de Pascal, pero al re- vés. No era un escéptico. El surrealismo fue un síntoma del vacío. Por esto fue también un momento impor- tante de la crítica a la modernidad. Bretón creía en el ocultismo y estaba fascinado, en el sentido fuerte de la palabra, con la tradición hermética. A mí, en cam- bio, esa tradición me atrae y me intriga pero no me conquista. Soy escéptico. Mi rebelión contra el cris- tianismo fue contra la modernidad… (Ante el rodeo de Paz, Castillo le hace notar): –Pero el catolicismo es para usted poco moderno, según se ha dicho. –Tiene usted razón. En realidad mi rebelión fue con- tra la institución. Eran los años en que la Iglesia de España estaba muy cerca de Franco. Y no me quedó sino la poesía. Creí en la frase de Rimbaud: la poesía podía cambiar la vida. –¿Qué le satisface hoy? –No puedo responder. Van respondiendo mis obras. Dije que “Alguien me deletrea”: dialogo conmigo mismo, con esa parte de mí mismo que no se reduce a la razón. (Carlos, el periodista, explora): –¿Qué le critica ahora a la modernidad? –Al capitalismo, lo mismo que decía Marx: Haber enfriado la vida humana en las aguas heladas del cál- culo egoísta. Al comunismo, querer imponer la comunión obligatoria. Sin embargo, cuando critico al capitalismo no me olvido que el liberalismo es la de- mocracia, la herencia liberal tolerante del siglo XVIII.

— 145 — Y aquí me entra la nostalgia por el paganismo tole- rante. –¿No son liberalismo y marxismo fruto de la misma matriz? (Paz categórico): –El marxismo es el tiro por la culata de la Enciclo- pedia. Trata de realizar en la historia el reino de la razón y la libertad pero acaba por imponer la supers- tición y la esclavitud. Es una fe militante, como el Islam. Sólo que el Islam afirma que todos los hom- bres son hijos de Dios y deja abiertas las puertas al infinito mientras que el marxismo-leninismo es una pseudo-religión. O más exactamente: una ideología, una creencia que no se sabe creencia y que se cree que es ciencia. –¿Concibe usted la lucha por una sociedad plural sin los católicos? ¿Puede haber pluralismo real si la vida pública es sólo para los laicos? –Durante algún tiempo fue necesario laicizar en la vida política mexicana, dado el carácter religioso mi- litante del Estado español. Ya no. Hay que integrar. En México, los católicos se aislaron. No siempre fue así: La independencia tuvo detrás a los jesuitas, los liberales tuvieron interlocutores católicos de altura. Sin embargo, desde la mitad del siglo pasado los ca- tólicos se automarginaron. Sólo los poetas como López Velarde –tal vez nuestro mejor poeta– se atre- vieron a ser católicos. Pero hubo pensadores. Vasconcelos es más romántico que católico. Esta marginación debe desaparecer. No por donde pien- san los teólogos de la liberación, más bien debe recuperarse la herencia de las teologías de la liber- tad. Pienso en los teólogos españoles del siglo XVI. Esto nos haría más fácil a los no creyentes dialogar, porque nos pondría ante una parte sepultada de no- sotros mimos. Algo tenemos que hacer todos los

— 146 — verdaderos liberales para sacar a este desdichado país del monólogo en que vive. –¿Qué monólogo? –En realidad son varios monólogos: el monólogo del poder, el monólogo del marxismo, el monólogo de los católicos marxistas que sólo se oyen a sí mis- mos, como el padre Cardenal, el monólogo de los que estamos fuera de la Iglesia, el monólogo de los católicos… –¿Tiene usted una obsesión antieclesiástica? (Obsérvese, por la respuesta, que el dardo de Cas- tillo ha dado en el blanco: Paz no evade y responde con admirable honestidad). –Es fruto de mi pasado intelectual. De mi rebelión juvenil contra una estructura jerárquica y contra una administración. Veo en la Iglesia no sólo a una comu- nidad de fieles sino a una institución cuyo modelo histórico fue el Imperio Romano. Por otra parte, en lo esencial, en lo íntimo, estoy más cerca de Pelagio que de San Agustín, y más cerca de Molina que de Pascal.28 –¿No le parece un angelismo pedir que una unidad de fieles carezca de una jerarquía? –Sí, pero las rebeliones juveniles como la mía son angélicas… o diabólicas… (Castillo va de nuevo a la esgrima): –¿Por qué siempre que habla de ángeles menciona a los demonios y cuando se refiere a Dios inmediata- mente menciona al diablo? ¿Es para darse una protección de intelectual liberal? –Un hombre con mi pasado tiene que ser cuidado- so para no desatar ciertas iras. Además, el diablo es

28 Pelagio: monje británico del siglo V, considerado hereje por refu- tar la idea del pecado original. Molina: (1536-1600), teólogo jesuita español. Su trabajo ideo- lógico causó controversia al intentar conciliar la potencia infinita y omnisciencia de Dios con la libertad humana.

— 147 — una realidad en la existencia humana. Es la presencia del mal. Y el mal es un misterio para el que no tienen respuesta Marx, ni los liberales, ni Epicuro, que se resigna ante él, pero que no lo explica. (Castillo ahora lanza una gran pregunta y Paz da una respuesta complicada pero memorable): –¿Cuál es la gran herejía de nuestro siglo? Haber sustituido a Dios por la historia. Si se es ateo hay que vivir en la negación o en la privación, no in- ventar sucedáneos quiméricos que son verdaderos testaferros afectivos e intelectuales. La historia, por lo demás, en un sentido riguroso no existe, no es una substancia ni una entelequia. La historia es nosotros los hombres. Divinizar a la historia es divinizarnos a nosotros mismos, criaturas mortales y falibles. La his- toria es imperfección, fracaso y crimen por ser obra de seres imperfectos: nosotros mismos. La historia es horrible como un ídolo y también, como todos los ídolos, fascinante. Pero no existe: es una ilusión, una proyección de nuestros sueños y temores. No niego, claro, al pasado ni a los procesos históricos; tampoco a los protagonistas históricos: los hombres, las sole- dades, las culturas. En cuanto a la vieja pregunta: ¿la sucesión de actos y de obras que llamamos historia es racional?, contesto: creo que a estas alturas nadie se atrevería a afirmarla. Tampoco digo que sea un proceso enteramente irracional. La historia no carece de sentido o, mejor dicho, de sentidos. La historia no es una, es plural. Hay tantas historias como civiliza- ciones y, dentro de cada proceso histórico, aparecen distintos sentidos y caminos, unos convergentes y otros divergentes. La sociedad humana es, como el universo, una realidad enigmática y difícilmente des- cifrable. Sin embargo, no es el resultado de la ciega casualidad. Lo dijo Einstein: Dios no juega a los da- dos con el universo. Esto es, quizá, lo que también quiso decir Mallarmé en su célebre poema: el azar

— 148 — obedece a una lógica que desconocemos. En fin, hay algo que me conturba como a todos los que se han asomado a la física moderna: sabemos muchas cosas del universo, pero todavía ignoramos cómo nació y cómo morirá. Desconocemos la última y la primera palabra. Son los vulgarizadores de la ciencia los que pretenden que ésta tiene una solución para todo. (Castillo no prevé que la culminación de la entre- vista está cerca; hace una pregunta lateral): –¿Es usted optimista en relación con América latina? –Sí y no. Las democracias vuelven, las dictaduras terminan. La democracia no es la solución de todos los problemas pero sí es el camino para, entre todos, buscar soluciones. Usted debe aceptar, porque es cris- tiano, que la historia es perdición… (Paz ha tocado de nuevo lo que Castillo llama su instinto paulino; con la visión de Damasco al alcance, repone): –No. Los cristianos sabemos que la historia es sal- vación… –La historia es valle de lágrimas, es el tiempo de la prueba. La salvación y la condenación personales son posibles para los cristianos, pero la historia es lugar de prueba… –¿Se siente usted hombre de fe, hombre de reli- gión, hombre de Iglesia? –No lo sé. Mentiría si digo que lo sé. Yo sigo bus- cando. Alguien me deletrea… Profundo y emocionado final de la entrevista. Cas- tillo ha alternado con este admirable gran hombre. Las preguntas han sido atrevidas. Las respuestas han sido honestas. Es 1988. A ambos les quedaba camino por delante: a Paz, el Premio Nóbel de Literatura; a Carlos, la Presidencia del PAN, éxitos; también fraca- sos. A ambos, la reflexión importante después del encuentro.

— 149 — Sudamérica, un viaje ilustrativo

A fines de la primera mitad de 1990, don Luis H. Álvarez sugirió que, en el Comité de Relaciones In- ternacionales del partido, se analizara la posibilidad de realizar un viaje a algunos países sudamericanos, con el objeto de dar a conocer, de viva voz, a gobier- nos y partidos políticos, la imagen de Acción Nacional, su política de oposición y de diálogo, su historia, sus luchas y sus triunfos, en aquella época recientes. El entonces Presidente nacional delegó en los li- cenciados Carlos Castillo Peraza y Juan Estrada Gutiérrez la organización del viaje, lo que incluía los países a visitar, los partidos políticos y la posibilidad de entrevistarse con los presidentes de cada nación. En aquella época, el Partido poco había hecho en el ámbito internacional de manera orgánica y metódi- ca. De forma más o menos consistente, los miembros de los comités de relaciones del Partido hacían inten- tos por acercar al PAN a las embajadas de los países acreditados ante el gobierno mexicano, encontrán- dose muchas de las veces con poco interés y cautela de los representantes diplomáticos extranjeros. Rara era la ocasión en que al Partido se le invitaba a los eventos que organizaban las embajadas y cuando lo hacían, se cumplía solamente el compromiso proto-

— 150 — colario; éramos el Partido de oposición dentro del régimen hegemónico, aceptado para bien o para mal por la comunidad internacional. Haber pensado y organizado el viaje a , Chile, Perú y Venezuela, resultaba congruente con nuestra doctrina respecto a latinoamérica, antes que con cualquier otro hemisferio y también se intentaba lograr la consolidación de nuestras relaciones políti- cas con la región, con los partidos políticos afines y con el resto del espectro político. Para cumplir con esos objetivos, continúa descri- biendo Juan Estrada, una vez que se concretó el viaje, en cada uno de los países se tuvieron reuniones con los Presidentes de las Repúblicas, con los partidos políticos y con miembros de la Academia. Cabe se- ñalar que la Cancillería Mexicana, acatando órdenes de la Presidencia de la República, ayudó a facilitar, por vez primera en Acción Nacional, los trámites y contactos con los gobiernos de aquellos países, me- diante la intervención de los embajadores mexicanos, para que se realizaran los encuentros de primer ni- vel. Es de señalarse, también, que al retorno del viaje se dio un palpable viraje en las posiciones que hasta entonces guardaba la diplomacia acreditada en Méxi- co con respecto al PAN, con el reconocimiento, sin ambages, de nuestra importante contribución a la de- mocracia y la firme postura que como Partido de oposición teníamos desde 1939. Asimismo, viaje permitió que los partidos afines a Acción Nacional mostraran un subrayado interés en establecer relaciones con el Partido; con los centros de estudio y fundaciones se acordó intercambiar pu- blicaciones e información, multiplicar los contactos y recíproca libertad para reproducir publicaciones. Todos los interlocutores, además, demostraron co- nocer el problema político de México y criticaron el régimen de partido único o hegemónico como algo

— 151 — que pertenecía al pasado y que la acción de una opo- sición responsable, como el PAN, capaz de dialogar y de luchar, de aceptar las situaciones difíciles, debía hacer cambiar las cosas. La etapa en España tuvo como fin cumplir con la invitación que a Luis Álvarez y a Carlos Castillo hicie- ran la Fundación Hans Seidel y el Partido Popular para participar en el Coloquio Europa-Centroamérica. Las conclusiones que Carlos Castillo obtuvo del via- je fueron las siguientes: 1.- Acción Nacional goza del respeto y admiración de virtualmente todas las personas visitadas. 2.- El tema de la integración latinoamericana es de interés para partidos y gobiernos; pero, en primer lugar, como un proceso que debe comenzar por la integración paulatina de economías abiertas, y en se- gundo, no como contradictorio o incompatible, con una relación comercial más estrecha de cada país, conjunto de países o del total de los países con los Estados Unidos. Se aprecia la urgencia de formar fren- tes comunes para entrar a los mercados norteamericano y europeo. 3.- En materia económica, los países, los partidos y los gobiernos visitados muestran tendencia favorable a ajustes de corte no-estatista, liberales o neoliberales, aunque aceptan que es preciso mitigar algunos efec- tos sociales del proceso. 4.- A excepción del Presidente Fujimori, que pare- ce conocer muy poco de política internacional y abrigar poco interés por la integración latinoamerica- na, los mandatarios conocen perfectamente la naturaleza del régimen mexicano y de sus acciones más recientes. La expresión “Perestroika sin Glasnost” fue escuchada varias veces. 5.- Hay gran actividad y presencia internacionales del PRD y el PRI, lo que normalmente opera en per-

— 152 — juicio nuestro, al menos como elemento de deforma- ción de lo que Acción Nacional es y hace. 6.- Las “internacionales políticas” (socialista, democristiana, liberal) pasan por un período de difi- cultades para precisar sus identidades respectivas. Crece la complejidad interna y los matices individua- les de los partidos miembros, al mismo tiempo que, para la constitución de las mismas, parece prevalecer cierto pragmatismo y una buena dosis de “capturar” miembros, sin parar demasiado en precisiones teóricas. En todos los países visitados hubo cosas interesan- tes que ver y venir a contar. El contraste era evidente entre la absoluta informalidad de Fujimori, despachan- do en el palacio de Pizarro en pantalones de mezclilla y una gran tocadora de cintas arrojada sobre el sofá, y el proceso de transición chileno, cuidadosa y meticu- losamente planeado y en plena marcha.

— 153 — El ogro antropófago

Debemos a Jorge Luis Ibarra Mendívil29 y a Alberto Ling Altamirano30 el haber analizado este libro de Car- los Castillo de dos maneras y en dos momentos diferentes, lo cual ayuda a su mejor comprensión. En efecto, Alberto Ling escribió casi desde el momento de la aparición de El ogro antropófago, publicado por Epessa, en 1989, una reseña del mismo en la sección “Vitrina” de la revista Palabra, en su número 8. Por su parte, Jorge Luis Ibarra Mendívil tomó esta obra de Carlos para estudiarla y expresar su opinión sobre la misma y, sobre todo, acerca de su autor. Desde luego que nada sustituye a la lectura directa de la obra para quien quiera conocerla mejor. No se trata, por supuesto, de un libro dedicado a abordar un sólo tema de principio a fin, mucho me- nos es una monografía; se trata, en cambio, de una colección de algunas de las conferencias y ponencias más destacadas. No es tampoco una refutación del libro de Octavio Paz El ogro filantrópico, aunque sí, en el capítulo que da nombre al libro, desenmascara las pretensiones teóricas del Estado benefactor mexi- 29 Jorge Luis Ibarra Mendívil, “Carlos Castillo Peraza. Un hombre libre”, en Palabra, Núm. 54, año 13, sección “Pensamiento”, Méxi- co, octubre-diciembre de 2000. 30 Alberto Ling Altamirano, “El ogro antropófago”, en Palabra, Núm. 8, año 2, sección “Vitrina”, México, abril-junio de 1989.

— 154 — cano y lo deja descaradamente al descubierto en sus consecuencias prácticas de devorador de ciudadanos. El libro es armado en la época en que Carlos ha vuelto a colaborar con el CEN, en la Ciudad de Méxi- co, y participa como asesor y operador político de Luis H. Álvarez, a la sazón Presidente nacional del PAN. El sentido básico del estudio que da nombre al li- bro es hacer irrumpir en el campo de la política, la cultura democrática. Por lo menos ocho o 10 años atrás, quizá desde los tiempos de la CELAM de Puebla, en 1979, Carlos había estado madurando las ideas de política de la cultura, la construcción del tejido social y el papel de la democracia en todo ello. La profun- didad de esta ponencia en lo particular se debe a la oportunidad que tuvo de agrupar sus pensamientos en torno a la materia. A la manera en que un buen vaquero o pastor a determinada hora del día decide reunir a su rebaño, que ha pastado libremente por sus llanos y apriscos naturales y ha explorado la exten- sión del pastizal, Castillo reúne los pensamientos que han ido por aquí y por allá, y los hace trabajar juntos, haciéndolo de manera organizada. Hacen su apari- ción algunos de los autores que mejor conocía; ahí se ve la mano de Norberto Bobbio, Roger Garaudy, Jean Ladriére, Jacques Maritain, Octavio Paz, Joseph Ratzinger, junto con otros dos que cada vez más se contarían entre sus favoritos: Augusto del Noce y Joseph Tischner. Hay otros autores en la bibliografía del estudio, pero estimo que estos últimos le abrie- ron el campo de reflexiones fecundas para el momento que se vivía y para el futuro que se aproxi- maba. Hay que recordar que el libro es escrito a pocos meses de ocurrido un gran acontecimiento: la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del socialismo real. A partir de entonces la dinámica de la reflexión im- plícita en el Ogro antropófago se vuelve veloz y

— 155 — confirma las intuiciones y pensamientos previos. Ve- remos más adelante la claridad que logra Carlos en algunos temas cuando escribe Disiento. En el siguiente capítulo: “Filosofía, Política y Traba- jo”, menciona que “la filosofía es el examen de la realidad en lo que ésta tiene de más hondo para des- cubrir lo que es y su sentido”. Es por esta razón filosófica que la política, siendo parte de la realidad, no debe escapar a su mirada. Por ello menciona que hablar de política, es decir vida en sociedad, armonía entre sus miembros y finalidad del conjunto. “No es casualidad que, a partir de que la filosofía negó la posibilidad de conocer esencias, la política se hubie- ra convertido poco a poco en violencia sorda y muda, en juego de fuerzas, en mecánica de músculos o de fusiles o megatones”. El autor comenta que de no ser por Kant, que cerró el paso al conocimiento de esencias, Maquiavelo no hubiera repercutido tan lejos, ni Hegel habría sociali- zado a la victoria como criterio de verdad. Recrea el autor a Bochenski cuando dice que “si el hegelianismo no es un totalitarismo de las categorías… no hay que ir a Auchswitz o al Gulag a buscar las razones de la barbarie” y parodiándolo, agrega que es más fácil encontrarlas en los libros de Filosofía. Luego pasa su mirada sobre el “Contrato Social” y viaja hasta la visión del “Leviatán, lo suficientemente riguroso como para sustituir el temor de unos por otros por el pánico de todos por uno”. No deja de tocar el tema del aborto, a manera de ejemplo y se pregunta “más allá de la política misma, ¿puede una ley CON- CEDER el derecho de vivir” y ¿“el Estado produce en la historia a Dios?”. El libro, de variadas y pertinentes reflexiones, in- cluye en el capítulo “Fe y Cultura”, elaborado en compañía del maestro Jorge Muñoz Batista, un con- cepto de cultura y el de evangelización para hacer la

— 156 — síntesis a la luz de la CELAM Puebla, entre ambos conceptos. Llegan a lo concreto de la realidad lati- noamericana, para evangelización de la cultura. La médula del marco de exposición son los valores religiosos y su relación con la finalidad de la exis- tencia humana y liberando las respuestas hacia lo trascendente. Evangelizar –explica Carlos Castillo– es para la Igle- sia católica encarnarse en los pueblos y asumir sus culturas. No es identificación sino vinculación, según el documento de Puebla. Ante una cultura en crisis –llamada “crisis de la modernidad”–, que nació en Europa y arranca de un específico proyecto del hom- bre y de la sociedad que, en último caso, se reduce al ateísmo y a la muerte de un dios ideologizado, in- ventado por la razón, debemos –señala Castillo Peraza– rescatar la trascendencia, alteridad y gratui- dad de los cercos de la razón y de los criterios de eficacia del hombre concebido, según el autor –que sigue aquí al filósofo argentino Scannone– en los “cen- tros modernos de poder”. El cuarto capítulo “Efraín González Luna, precursor del documento de Puebla”, demuestra la hipótesis, según la cual y de acuerdo con Alberto Methol Ferré, todo un philum latinoamericano hace eclosión en este hito de la historia eclesial y continental que tuvo lu- gar en la Conferencia Episcopal de enero de 1979. El caso mexicano se llama Efraín González Luna. La cas- cada de datos biográficos de González Luna muestra el océano que navegó y de qué color eran sus aguas. Carlos Castillo no se aleja de la objetividad del estu- dio, mas no puede dejar de imprimirle, a través de este trabajo, su filiación filosófica al sujeto de su aná- lisis. Es como un diálogo con la imagen del espejo donde encuentra las raíces de su identidad, es como un diálogo con lo trascendente y la fuerza de los

— 157 — interlocutores va quedando en forma de renglones explícitos de filiación e implícitos de paternidad. Castillo Peraza, con Efraín González Luna, tiene una frase paradigmática: “la cultura latinoamericana tie- ne como síntesis expresiva a María Guadalupe”. El autor descubre en hechos biográficos realidades que expresa en sentencias claras tales como: “digo un no rotundo a una religión del poder”. Los siguientes capítulos titulados “Notas sobre los valores en la política”, “Pluralismo y democracia: va- lores políticos”; “Maquiavelo: ética y política”, publicados en la revista Logos de la Universidad La Salle y presentados como ponencias o artículos en publicaciones de diversas instituciones, tienen inte- rés para comprender mejor los años 80 en la vida de Carlos Castillo. “Los valores en la obra de Manuel Gómez Morín” y “Una espiritualidad para los laicos de hoy” valen la pena por separado y quizá se debe decir alguna palabra adicional porque representan una constante en la vida del intelectual y del creyente. El libro está dedicado con singular afecto a su esposa Julieta y a sus tres hijos: Carlos, Julio y Juan Pablo, to- davía pequeños éstos mientras su padre realizaba la tarea filosófica, la política y otras más.

— 158 — La segunda diputación

En 1988, año álgido para nuestra democracia, llegó Carlos Castillo por segunda vez a la Cámara de Dipu- tados para desempeñar nuevamente el cargo de legislador. Para quien le da importancia a las meras estadísticas damos aquí el número de intervenciones en Tribuna durante los tres años del encargo: veinte. Tal vez no muy alto para los niveles de quienes lo- gran alcanzar 100 o más intervenciones en “la más alta Tribuna de la Patria”, pero son oportunas y agu- das. Algunas de ellas son de una excepcional calidad en su trazo discursivo. De nueva cuenta, al leer el Diario de los debates, es como si lo viésemos proceder durante el Colegio Elec- toral a elaborar tarjetas de apoyo, consultas con Abel Vicencio, el coordinador, y subir a Tribuna, lleno de confianza, con aquella indumentaria informal que lo identificaba como un buen muchacho sesentayochero: saco beige, jeans y flexis. Segura la mirada sobre el auditorio, con una muy peculiar sonrisa, apenas per- ceptible para quienes no le conocían muy bien. En las nueve intervenciones de Colegio Electoral –por cierto el último que calificó elecciones federa- les– se advierte que Castillo preparaba bien los casos que defendió. En primera instancia, la dignidad del propio Colegio y en un punto muy importante, que

— 159 — se volvería neurálgico en los tiempos que seguirían: el acceso a las pruebas, el acceso a los paquetes elec- torales guardados en el sótano de San Lázaro y custodiados ferozmente por soldados, que llegaron a cortar cartucho ante un considerable grupo de di- putados panistas que quisieron entrar por ellos. Y llegó 1989, y con él la esperanza de conseguir reformas constitucionales de orden electoral y una nueva ley en la materia que fuese un avance grande rumbo a la democracia. En el discurso inaugural del período de sesiones, Carlos, en nombre de Acción Nacional, manifestó en Tribuna: “Entre signos contradictorios, unos precursores y otros ominosos, vamos a iniciar esta tarea. Es momento de preguntarnos en conciencia, que no es lugar de la arbitrariedad sino del encuentro con lo mejor de no- sotros mismos y de los demás, si seremos capaces de hacer frente a este reto antes de que sea demasiado tarde. La política, y en ella las leyes y la elaboración de las leyes, tiene que referirse a la conciencia o será criminal. “Nadie está aquí para autoinmolarse; pero cada uno está aquí para no mentirse ni mentir y para no excluir y no ser excluido; estamos todos aquí enraizados en miles de mexicanos muertos, heridos, torturados, excluidos, defraudados y en representación de mi- llones de mexicanos que quisieron confiar en todos sus políticos; la esperanza de los mexicanos de hoy se alimenta con el sufrimiento y los logros de los de ayer, las voces de unos y otros, todos los mexicanos, como todos nosotros, son dignas de ser escuchadas, nos convocan; por ello lo que vamos a hacer tiene que ser nuevo, distinto y mejor de lo que todos hasta ahora hemos hecho. “Sobre un muro de esta ciudad, manos populares ávidas de esperanza escribieron una frase que podría orientar nuestra acción en este período de sesiones:

— 160 — ‘Estamos cansados de realidades, exigimos una pro- mesa’. Tenemos que ser capaces de hacer la nueva Ley Electoral como quien hace esa promesa espera- da, una promesa que, como las promesas genuinas, sea alianza entre la sangre de nuestros muertos y la esperanza de nuestros vivos para que mañana, en este país de todos, no haya verdugos ni víctimas.”31 Este es el momento en que comienza una lucha muy seria en México entre el PRD (que se funda en mayo de 89) y el PAN. Como se describe en otra parte de esta biografía, el PRD, en la convicción de haber ga- nado con Cuauhtémoc Cárdenas las elecciones presidenciales y, encabezado por este político, se lan- za a una política de “todo o nada”. Para ellos, la única opción era que renunciara Carlos Salinas, por ser es- purio, y entrara a gobernar Cárdenas. Todo o nada. Antes de analizar expresamente el papel que jugó el diputado Carlos Castillo Peraza durante esta coyun- tura, conviene decir algo más sobre sus intervenciones en Tribuna. Valórese, por ejemplo, su intervención del 20 de diciembre de 1990 sobre derechos humanos. Escuchémoslo; va de por medio la defensa de una convicción en materia de principios y que habría de seguir fluyendo con lo que expresó, curiosamente, en sus últimos artículos publicados en México, antes de su viaje a Alemania en el 2000. “Señor Presidente; señoras y señores diputados: acabamos de invertir no poco tiempo en reflexionar sobre cómo proteger el maguey, cómo evitar la tala inmoderada de los bosques. También hemos inverti- do tiempo para enfrentar la destrucción del huevo de la tortuga marina y la cacería del borrego cimarrón. Pero hace tres días el Congreso de Chiapas legalizó el asesi- nato de seres humanos, y eso es mucho más grave. “Es por eso que exponemos ante ustedes los si- guientes puntos: 31 Diario de los debates, México, 29 de agosto de 1989.

— 161 — “Considerando que todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona sin distinción alguna fundada en condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa, como lo señala la Declaración universal de los derechos humanos. “Considerando que el ser humano aún no nacido es sujeto de derecho por sí mismo y no porque resulte deseable a sus padres o a la sociedad, y que, en con- secuencia, someter el derecho a la vida al deseo de quien fuere, equivale a instaurar la arbitrariedad como raíz de un orden jurídico que tenderá inevitablemen- te al totalitarismo y a imponer la ley del más fuerte, cuyo capricho quedaría instaurado como creador de sujetos de derechos. “Considerando que los regímenes totalitarios…”32 Y por la vivaz mente del legislador van desfilando los considerandos que 11 años atrás había enfilado para presentar la iniciativa de ley a favor de la vida de los no-nacidos en nombre de Acción Nacional. Las cir- cunstancias han cambiado, las posiciones en torno al tema del aborto se han radicalizado tanto en pro como en contra. El Congreso de Chiapas aprobó dos días antes de esta intervención de Carlos la despenalización del aborto en varios casos y los diputados locales del PAN, que en ese momento estaban preocupados en su lucha contra el delito de motín y su tratamiento en el código penal de Chiapas, no habían reparado en la “bola rápida” que pasó ante ellos sin que metieran la mano. Carlos sale a la palestra y termina diciendo: “a nuestro juicio es contrario a los considerandos prece- dentes, por lo tanto resulta violatorio de los derechos humanos, pues permite atentar de manera impune contra la vida de indefensos y propicia así la desnaturalización de la democracia en sus bases mis- mas, los diputados del Partido Acción Nacional, con 32 Diario de los debates, México, 20 de diciembre de 1990.

— 162 — base en el artículo 58 del Reglamento para el Gobier- no Interior del Congreso General, venimos a presentar la siguiente proposición: ‘Que la Cámara de Diputa- dos del Congreso de la Unión formule un pronunciamiento ante la opinión pública nacional, con- denando el atentado a los derechos humanos que constituye la aprobación del artículo 136 del Código Penal del Estado de Chiapas y recomiende al Con- greso de dicho estado que, previa iniciativa, se proceda a derogar el citado artículo’.”33 El balance de la actuación de Carlos Castillo Peraza como diputado federal puede hacerse de mejor for- ma si tomamos en cuenta su propia apreciación. Ésta se halla consignada en la entrevista que concedió a Jorge Lara Rivera y Rosa Ma. Giorgana Pedrero para el libro Actores y testigos, que ambos realizaron jun- to con Juan José Rodríguez Prats.34 Habida cuenta de que Castillo Peraza ya no participó como Senador de la República, cosa que bien pudo ocurrir durante los últimos años, debemos atenernos a la experiencia de esas dos ocasiones que representó al pueblo mexica- no y a Acción Nacional en el poder legislativo. RP. –¿Cuál sería tu balance de 52 años en que el PAN ha tenido presencia en el Poder Legislativo en México? –Yo creo que los fundadores del debate parlamen- tario postrevolucionario somos los panistas después del debate del Constituyente y con el inicio de la he- gemonía política en el Congreso por parte de un solo grupo. El primer debate heterocrítico del México con- temporáneo lo da Acción Nacional; sin lugar a dudas… Cuando llegamos a la LI Legislatura y llegó también la coalición de izquierda, empezó la segunda etapa del debate parlamentario, del debate real. Esto fue

33 Idem. 34 Actores y testigos. Epessa, México, 1988, pp. 55 y 89. Entrevis- ta con Carlos Castillo Peraza realizada por J. José Rodríguez Prats, Jorge Lara y Rosa María Giorgana.

— 163 — en 1979. Se notaba la diferencia: muy superior el gru- po panista al grupo de la coalición de izquierda, puesto que ellos no tenían una tradición en el debate parlamentario, sino en otro tipo de debate. Yo creo que Acción Nacional, por su insistencia teórica y prác- tica de darle al Poder Legislativo su dimensión de legislador, de vigilante del Poder Ejecutivo, de con- trapeso real, manifestada en el debate y también en la presentación de iniciativas de ley que no vinieran del Ejecutivo, es uno de los hitos del México moder- no contemporáneo en términos políticos. RP. –¿Crees que el PAN ha logrado conciliar la dis- ciplina, la cohesión de un grupo, con los ímpetus de desarrollo del diputado en lo particular? –Yo creo que sí. Se ha mantenido una discusión in- terna siempre orientada por los principios doctrinales del Partido. Los grupos parlamentarios del PAN han sabido discutir, en su interior, las posiciones que ha- brían de tomar como grupo. Si finalmente alguien siente que en conciencia no debe votar como el gru- po, esto ha sido respetado; pero sin ceder a las fuerzas centrífugas individualistas, de protagonismo perso- nal que todos tenemos y que a veces afloran en los grupos parlamentarios. Era más fácil cuando los grupos eran pequeños; pero aún en los más pequeños había eventualmente… di- ferencias fuertes que se discutían fuerte… Siempre ha prevalecido el criterio de que la decisión de con- ciencia no equivalía a capricho, a la subjetividad erigida en último criterio de juicio, sino a conciencia debidamente formada e ilustrada. Una conciencia sin ilustración es un electrón sin núcleo, y, entonces, lo que nucleaba a los electrones del partido era la gran calidad de las personas, su esfuerzo de inteligencia y su disposición de voluntad a encontrar la posición colectiva que representara a Acción Nacional en es- tas circunstancias.

— 164 — RP. –¿Iniciativas? Entre las iniciativas de mayor trascendencia a lo lar- go de 52 años, Carlos recuerda “a botepronto”: “el voto de la mujer, el ordenamiento monetario, econó- mico y financiero del país; todas las de la materia electoral… otras importantes: las relativas al Poder Judicial, su independencia, su autonomía. También, las relativas al Seguro Social. Yo recuerdo el trabajo de benedictino que se puso sobre los hombros un di- putado joven, Rafael Morgan, de Baja California, en la Legislatura LI, de hacer una revisión completa de toda la cuestión de la seguridad social; él trabajó solo, con una gran pasión en esto, buscando en aquel en- tonces datos de esta materia que no siempre estaban disponibles. Las iniciativas en materia educativa, ban- dera del partido desde su fundación. Algunas otras que parecen curiosidades históricas vistas desde le- jos cuando ya se resolvieron; por ejemplo, la credencial para votar con fotografía. Caso de terque- dad democrática sin precedentes…” RP. –¿Debates? –Para mí memorables, vividos por mí, porque de los otros nos enteramos por lo que está escrito: un debate de horas y horas y horas que sostuvieron el diputado Juan de Dios Castro por el PAN y el diputa- do Rocha Cordero por el PRI en la legislatura LI, en el que finalmente el maestro Rocha Cordero dijo: “us- ted tiene razón” y luego se votó en contra de la razón por parte del PRI.35 En alguna otra ocasión, un debate en Comisiones, que me tocó personalmente, se de- 35 Nota del autor. El fondo era la resolución a capa y espada, por parte del PRI, para conseguir un techo ilimitado de endeuda- miento para el Ejecutivo y la obviamente contraria, que era poner topes fijos a la autorización para que el Presidente de la Repúbli- ca adquiriera deuda. Tras largas horas de debate intenso Rocha tuvo que declarar: “lo hacemos por razones de Estado”. “¡Pero fuera de la ley !”, concluyó Juan de Dios Castro. Yo también estu- ve ahí esa tarde y recuerdo el debate como uno de los más dignos de rememorarse.

— 165 — batía no me acuerdo si una iniciativa completa o una reforma a los Derechos de Autor. En la Comisión esta- ba por el PRI, representando los intereses de autores y los compositores, Venus Rey, y por el PAN estaba yo. Dije que la propuesta priísta tenía una contradic- ción y que legalmente esa contradicción conduciría a que cualquier abogado de una compañía disquera les ganara un amparo y que, por tanto, no quedarían sal- vaguardados los derechos de los autores e intérpretes mexicanos. Así venía la iniciativa y Venus Rey me dijo que se me había dormido la inteligencia en la lógica aristotélica, que ahora había una lógica dialéctica y que podían las leyes tener contradicciones porque así en la contradicción salía la verdad. Así lo aproba- ron y, obviamente, perdieron los amparos. Otro debate también anecdótico, quizá menor, pero desde mi muy personal mirada, un debate apasio- nante fue el que a mí me tocó en el Colegio Electoral de la LI Legislatura. Era el caso de un distrito electo- ral de Sinaloa, por el cual fue candidato priísta José Carlos de Saracho y por Acción Nacional Jorge del Rincón. Había tres actas distintas de la Comisión elec- toral respectiva que llegaron a mi poder –no me pregunten cómo–, pero Jorge del Rincón había gana- do la elección. La única acta que venía en el paquete a discusión, era la última. Yo subí a defender el caso y saqué el acta número dos, que tenía sellos, firmas, todo; entonces, por primera vez en la historia parla- mentaria, un caso de Colegio Electoral volvió a Comisiones. Por supuesto regresó de nuevo favora- ble al priísta y entonces saqué la tercer acta y, por primera vez en la historia parlamentaria, regresó el caso por segunda vez a Comisiones. Ya en la tercera fue la máquina que levantó las manos y nos aplastó. Yo recuerdo que José Carlos de Saracho fue a mi casa a pedirme que por favor no siguiera con ese asunto porque tuvo miedo de que, ante la evidencia docu-

— 166 — mental que ahí se presentaba, le fueran a quitar su falso triunfo. … Otro debate interesante en esa legislatura fue el de asuntos de educación. Todavía con un jacobinismo bastante exacerbado, algunos diputados del PRI, de manera inusitada, votaron en contra de una iniciativa presidencial. En sesiones siguientes se iba a discutir la Ley de Fomento Agropecuario de López Portillo, sobre la cual había expresado previamente un sector del PRI, vinculado a la CNC y encabezado por Beatriz Paredes, que votaría en contra. Un día antes del de- bate, yo conversé con un diputado priísta, Marco Antonio Muñoz, ex gobernador de Veracruz, y le pre- gunté si iba a haber una votación dividida, como la que se dio en el caso del asunto educativo. Todavía la Cámara sesionaba en el edificio de Donceles. Me dijo: “Mire usted el pasillo detrás de los palcos. ¿Ve usted a todas esas personas, esos jóvenes de traje y corba- ta? Son los suplentes de los que votaron en contra la semana pasada; los trajimos para que los propieta- rios vean que esto no es seguro y que, si no hay disciplina, los suplentes pueden entrar; así que no va a haber votos priístas en contra de la aprobación de la Ley de Fomento Agropecuario”. Y así fue, con un de- talle adicional, para mí terrible: Se obligó a subir a defender el proyecto de López Portillo a la propia Beatriz Paredes, quien había encabezado la disiden- cia públicamente. Recuerdo que bajó de la Tribuna llorando. Tuvo que hacer ese acto de sumisión públi- ca en contra de todo lo que había declarado. Para mí fue el conocimiento directo, cruel, de una disciplina más allá de lo humanamente aceptable, sin siquiera el escrúpulo de cortesía para decir “no votes” o “vota en contra pero te respetamos”; no, lo que le dijeron fue “sube y trágate tus palabras”. Fue de veras triste, repugnante, indignante, a pesar de que la bancada del PAN iba a votar a favor, puesto que la iniciativa

— 167 — recogía exigencias muy añejas y vigorosamente sos- tenidas por Acción Nacional en esta materia. RP. –¿Los mejores parlamentarios del PAN, desde tu punto de vista? Enumera Carlos algunos: Rafael Preciado Hernández, Efraín González Morfín, Adolfo Christlieb, Francisco Peniche Bolio –según el testimonio de las taquígrafas parlamentarias–, Miguel Estrada Iturbide, José Ángel Conchello, Juan José Hinojosa, el batallador Carlos Chavira, de Chihuahua. “De los que vi, escuché y dis- fruté como compañero de bancada, sin lugar a dudas Juan de Dios Castro y Gabriel Jiménez Remus”.36 RP.– ¿Tus sugerencias, de acuerdo a tu experiencia, a alguien que aspire a ser legislador del PAN? Que sea un buen panista, que conozca la doctrina del partido, la historia legislativa, las plataformas po- líticas de Acción Nacional; el pensamiento no sólo de los fundadores sino de quienes después lo han desa- rrollado o lo han aplicado. …Recomendaría también buscarse, si no son abo- gados, una elemental destreza jurídica, elementos de Derecho constitucional y elementos de todas las le- yes y reglamentos de la propia institución camaral y aportar dentro de todo esto la especialidad propia, ya sean ingenieros, médicos, agrónomos, comercian- tes, industriales. Eso nos dará una riqueza plural en la argumentación… RP. –¿Cuál es su opinión de la nueva configuración de la Cámara de Diputados, de las alianzas, de los grupos de oposición? –Pienso que fue un acierto buscar el acuerdo de gobernabilidad, pero fue un desacierto histórico en- tregar el liderazgo inicial de este pacto a un ex presidente del PRI. Me pareció un error dejarle el lu- gar que nosotros habíamos ganado a uno de aquellos contra los que habíamos combatido. Con todo, supon- 36 Actores y testigos, Op., cit., p. 98.

— 168 — go que ha habido un recentramiento muy adecuado, tanto en votación como en actitud, para garantizar al Partido Acción Nacional la centralidad que tiene por sí mismo hoy y, por su historia en este Congreso lla- mado de transición. Creo que haber asumido la iniciativa nacional en lo de Chiapas fue un acierto, pero no veo en el Congreso, en su conjunto, un dinamismo transicional. Toda transición es una articulación exitosa del pasado con el futuro, pero que esté conducida por lo que representa el futuro; sólo así se dan transi- ciones exitosas. Si es conducida por el pasado hay retroceso y en primer lugar temo que un PRD –que cada vez se parece más al más antiguo de los PRIs– arrastre la transición hacia atrás en lugar de que el PAN la impulse hacia adelante. Esto tiene que ver con la agenda legislativa. Me parece acertado que se haya anunciado por nuestra parte una agenda y creo que la responsabilidad fundamental de este Congre- so es dar los instrumentos legales e institucionales a la Nación, para garantizar que la transición sea hacia el futuro, lo que implica algo semejante a lo que Hans Jones, en relación con el principio de responsabili- dad, decía: esto es, cómo salvar el presente para que pueda haber futuro y no ahogarse hablando de un fu- turo sin hacer lo que hay que hacer en el presente.37

37 Nota. Esta entrevista fue realizada aproximadamente por las fechas en que Carlos renunció al Partido, en mayo de 1998.

— 169 — Decisión crucial de Acción Nacional

Así llegamos al punto crucial –para mi gusto y apre- ciación el mayor de todos, el que habría de traer consigo las consecuencias de mayor importancia– en la historia de Acción Nacional, y que se tomó básica- mente en el CEN dirigido por Luis H. Álvarez en noviembre de 1988, apenas unos días antes de que Carlos Salinas de Gortari asumiera la Presidencia de la República. Debe recordarse que los dos principa- les asesores-operadores de don Luis eran Diego Fernández de Cevallos y Carlos Castillo Peraza. Pero compongamos un poco el cuadro político de aquel final de año. Y comencemos por recordar que la campaña electoral de 1988 habría de resultar histó- rica, especialmente por las circunstancias en las que se desarrolló; circunstancias muy dignas de ser teni- das en cuenta, como también es el caso de las dos campañas presidenciales que siguieron y que habrían de culminar con la alternancia largamente buscada por el PAN durante décadas y que fue conseguida con el triunfo histórico de su candidato , el 2 de julio de 2000. Mas vayamos por partes. El PAN había lanzado, en noviembre de 1987, a Manuel Clouthier como su can- didato a la Presidencia de la República, en una

— 170 — convención apasionada y llena de vigor y que ya pre- sagiaba, de inicio, que habría de calar muy hondo en el ánimo popular. Por su parte, la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, recientemente salido del PRI, logró ser cobijada por las siglas de todos los partidos de izquierda, a través de la coalición denominada Frente Democrático Nacional; el PRD no existía y fue necesaria la renuncia de Heberto Castillo a la candi- datura del PMS (fusión del PMT, el Partido construido por Heberto) y el PSUM (que hasta ese momento aglutinaba las corrientes de izquierda más antiguas y acrisoladas). Desde los meses de enero y febrero se advertía que la campaña de Cárdenas prendería bien en el ánimo popular y tal vez superaría lo que estaba logrando Maquío. Debe recordarse asimismo que aquella cam- paña del líder sinaloense fue hecha sin que el PAN aceptara el financiamiento público estatal. Ya hacía tiempo que dicho financiamiento y las prerrogativas proporcionadas a los partidos políticos se las otorga- ban en virtud de ser considerados constitucionalmente “entidades de interés público”. Aun así, el consejo nacional del PAN no había tomado la decisión de aceptar el financiamiento. Resulta fácil de entender las dificultades agravadas que tuvo que vencer Ac- ción Nacional para llevar adelante una campaña tan competida, ya que todos los otros partidos, por su- puesto, habían aceptado el mencionado financiamiento. Por su parte, el PRI había realizado una pasarela en la que participaron algunos de los contendientes “fuertes” y otros de relleno para que las bases priístas se fuesen dando cuenta quién podría ser su candida- to. Entre los llamados “fuertes” estaba Alfredo del Mazo (“el hermano que nunca tuve”: ) y entre los otros, Ramón Aguirre y Sergio García Ramírez, además del escogido Carlos Salinas

— 171 — de Gortari, en cuya candidatura el Gobierno gastó ci- fras de dinero nunca antes vistas. Así planteada la competencia, el PRI vio reducirse sus márgenes de ventaja en la intención del voto; pero a diferencia de contiendas anteriores, el fuerte voto de castigo fue capitalizado no solamente por el PAN sino por el FDN. En todo caso, el PRI se veía en retroceso hasta niveles nunca antes vistos; ciertamente por debajo del 50% de los votos reales y libres, aunque la cifra oficial haya sido finalmente 50.2%. El mismo 6 de julio de 1988, y ya desde hora tem- prana, se dejó sentir en la oposición una fuerte sensación de fraude y agravio en contra de la volun- tad popular. Los comités nacionales de los partidos estaban reunidos y desde mediodía notaron la nece- sidad de adoptar posiciones más radicales. En el PAN, Maquío estaba casi fuera de sí y hablaba de ir a enca- denarse al asta-bandera del Zócalo. Al caer la tarde, la comunicación entre el PAN, el FDN y el PRT y sus respectivos candidatos Manuel Clouthier, Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Ibarra, tomaron la decisión inmediata de iniciar la protesta unidos. En muy pocas horas se pusieron de acuerdo para ir jun- tos ante la Secretaría de Gobernación y denunciar los hechos ante el entonces secretario y responsable de las elecciones. Recuérdese que entonces el IFE no es- taba ciudadanizado. Podemos escuchar a uno de los que intervinieron de manera cercana: Luis Felipe Bra- vo Mena, ideólogo entonces de la campaña de Maquío; Carlos Castillo Peraza junto con Diego Fernández y Luis H. Álvarez estaban ahí. A media tarde se reunieron en casa de Luis H. Álvarez, en la Colonia del Valle, al sur de la ciudad, con Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, mientras Luis Felipe Bravo iba por Rosario Ibarra de Piedra a su casa de la Colonia Roma. Una vez discuti- dos los términos del manifiesto, éste fue redactado

— 172 — por Castillo Peraza en su máquina de escribir portátil, que para tal efecto había llevado. Carlos sentía y así lo comentaba a sus amigos en los años que siguieron, que había sido partícipe en un hecho que alcanzó re- lieve histórico; esto es, la presencia de Clouthier, Cárdenas y Rosario Ibarra ante la Secretaría de Gober- nación con un manifiesto conjunto que ponía en clara evidencia la suciedad y todo tipo de abusos en el pro- ceso electoral. Esa misma noche México entero atestiguó uno de los más cínicos y desvergonzados fraudes electora- les: la llamada “caída del sistema”. La Secretaría de Gobernación, encabezada por Manuel Bartlett, anun- ció que la información en el sistema de cómputo de resultados electorales había dejado de fluir debido a que tal sistema se había caído. Asombrado y decep- cionado, el pueblo mexicano quedaba en desvalimiento informativo. Los resultados fluían con lentitud exagerada y por lo mismo sospechosa. Na- die dudaba que los resultados de innumerables casillas electorales podrían estarse alterando en beneficio de Carlos Salinas y perjuicio obvio de Cárdenas y Clouthier; mayormente en daño del primero.

Los resultados oficiales fueron:

PAN(Manuel Clouthier) 3,208,584 votos, 16.96 % PRI (Carlos Salinas de Gortari) 9,687,926 votos, 51.22 % FDN/PRD (Cuauhtémoc Cárdenas) 5,843,679 votos, 30.89 % PRT (Rosario Ibarra de Piedra) 74,857 votos, 0.40 %.38

38 Centro de Investigación para el Desarrollo, A. C. (CIDAC).

— 173 — Y todo el tiempo, hasta el día de hoy, los resultados numéricos fueron puestos en duda, y la legitimidad en sí. Pero en aquel momento, ¿qué hacer? Fueron dos las actitudes fundamentales asumidas por los dirigentes del FDN, que se disolvió, y Acción Nacional. Los primeros optaron por una política de confrontación, de “todo o nada”, de desconocimien- to radical de Salinas. Por su parte, la dirigencia nacional del PAN, apoyada en la opinión de su Con- sejo Nacional, declaró que los resultados reales de la elección, según encuesta amplia que se había levan- tado, eran mucho más apretados de lo que manifestaban los números oficiales, y en todo caso eran indiscernibles. Y se optó por el llamado gradualismo. No pudien- do corregir de golpe los vicios del sistema y aprovechando la situación en la que Salinas tenía una enorme necesidad de legitimación y no pudiendo legitimarse de origen, se optó por darle oportunidad de conseguir una legitimación secundaria: la que se adquiere en el ejercicio adecuado del poder.39 Las dos apuestas resultaban arriesgadas en cuanto al costo político que como oposición responsable ten- drían que pagar uno y otro partido. El PRD nacería en mayo de 1989 y sufriría el acoso y desprecio del pro- pio Salinas: “ni los veo ni los oigo”. El PAN elaboró un documento llamado Compromi- so Nacional por la Legitimidad y la Democracia. Fue dado a conocer a mediados de noviembre. Carlos era uno de los redactores principales de tal declaración, que servía para definir posiciones. En vista del es- cepticismo que tenían algunos militantes radicales del PAN, el mismo manifiesto tuvo que difundirse con todo y las explicaciones del caso. Pero la polémica

39 Entrevista a Luis H. Álvarez, en el video Partido Acción Nacio- nal: por una patria ordenada y generosa. Col. México siglo XX, Editorial Clío, México, 2000.

— 174 — interna suscitada por la adopción de tal política fue muy aguda y en algunos momentos hasta angustiante entre los diputados federales del Partido. Castillo Peraza, por su parte, aducía ante sus amigos y quie- nes querían escucharle, los argumentos en pro de tal decisión. Procuraba hablar en términos más bien en- tusiastas y a sabiendas de que era una apuesta arriesgada. El balance de logros y costos para Acción Nacional es algo que se ha seguido discutiendo los años ulte- riores a 1988. Entre los primeros pueden mencionarse el reconocimiento del triunfo electoral en Baja California. Primer Gobernador surgido de la oposición, Ernesto Ruffo; las reformas constitucionales a los artículos 3, 5, 24, 27 y 130 de la Carta Magna; las reformas graduales en materia electoral, por ejem- plo, los casi 10 millones de votos de Fernández de Cevallos en 1994 y su consecuencia lógica, los avan- ces electorales impresionantes del PAN en 1995: Jalisco, Guanajuato, Aguascalientes, etc.40 Por supues- to, para los irreductibles del “todo o nada” cualquier diálogo, concertación y negociación era “concerta- cesión”, “irse a lo oscurito”, traición, etc. El veredicto definitivo parece haber sido dado por el hecho de que el pueblo votó por el PAN y su candidato Vicen- te Fox para la Presidencia de la República en un espectacular e histórico triunfo.41 El artífice, el intelectual, el estratega de esta políti- ca fue sin duda Carlos Castillo. Inserto aquí algunos testimonios a favor de esta afirmación. En el homena- je que se le rindió en el Castillo de Chapultepec, dos meses después de su muerte, afirmó Ricardo Arias:

40 Juan José Rodríguez Prats, Documentos y decisiones cruciales en la historia de Acción Nacional. Epessa, México 2000. 41 Curiosamente Vicente Fox fue uno de los que en lo interno se opusieron a tal determinación. Fue muy conocida su frontal oposición a Salinas durante el Colegio Electoral de 1988.

— 175 — “¿Cuáles son, a mi juicio, desde una perspectiva de fuera de México, las grandes contribuciones de Car- los a su país y al PAN? En lo nacional, pienso que Carlos hizo su mayor contribución cuando llegó a ser Presidente del PAN y en tres años, de marzo de 1993 a marzo de 1996, es como si toda su actividad políti- ca anterior, con sus vericuetos y ajetreos, hubieran sido una preparación para ese momento estelar de tres años”.42 Prosigue Arias: “Ante una Asamblea Nacional del PAN, siendo Presidente, definió la estrategia que se- guía el propio Castillo: ha realizado un esfuerzo por mantener en este momento grave para el país una línea de pensamiento, palabra y acción que al mismo tiempo muestre a Acción Nacional como la mejor oposición en actos y como el mejor gobierno en po- tencia; esto nos obliga a evitar todo oportunismo, toda demagogia, toda propuesta que no podríamos eje- cutar si fuésemos gobierno, toda sumisión a un supuesta opinión pública manipulada o real que em- puje al país hacia salidas contrarias o ajenas al Estado de Derecho”. “Carlos recibió un partido que apenas comenzaba a salir de la oposición testimonial, acostumbrado a lu- char y a perder durante ya para entonces 50 años y, con la directiva que lo acompañó en la presidencia, dejó un Partido en plena oposición constructiva, decidido a ga- nar municipalidades, gubernaturas, legislaturas y por último la Presidencia de la República”. A su vez, en el mismo acto de homenaje, Héctor Aguilar Camín señaló: “Castillo se dedicó a decir lo que pensaba, y lo que pensaba no era halagador para los votantes ni para los medios; los medios lo hicieron el blanco de su ira y los votantes fueron a buscar en otro candidato lo 42 Homenaje póstumo a Carlos Castillo realizado en el Castillo de Chapultepec, en noviembre de 2000.

— 176 — que querían oír. Por las mismas razones que fue un mal candidato, Carlos fue un gran parlamentario y un extraordinario jefe de su Partido, Acción Nacional, porque en esas funciones de parlamentario y de jefe de Partido, su trabajo era defender lo que creía, fuera o no del gusto de la galería y mejor si era del disgus- to, pues la galería de aquellos tiempos era abrumadoramente favorable a los adversarios políti- cos de Carlos y su Partido, y la lucha por la democracia desde el PAN parecía una brega de eternidad mino- ritaria, como decía el fundador del Partido, Gómez Morín, una brega de eternidad arrinconada, margi- nada”.43 Y prosigue enfáticamente: “Reconózcase en Vicen- te Fox al triunfador de la alternancia en México, pero en Castillo Peraza y en sus congéneres del PAN reconózcase también a los más viejos y tenaces cons- tructores de la democracia mexicana durante largos años de desierto”. Y en otra parte de su intervención: “He pensado todo el día dudando si debía decirlo y lo voy a decir. Hay una reflexión que hacer respecto de lo que ha sucedido en México, el enorme cambio que ha suce- dido en México y de donde viene; lo resumiría de un modo provocativo, pero creo que no inexacto, di- ciendo que Vicente Fox ha ganado la Presidencia y la alternancia en México, pero el PAN, encarnado en panistas como Carlos Castillo Peraza y sus contempo- ráneos, el PAN, este PAN de Castillo Peraza, es el que ganó la democracia en México antes de que la alter- nancia fuera un hecho”. Un testimonio adicional, claro y rotundo, es el de Felipe Calderón Hinojosa, externado en la misma oca- sión del homenaje mencionado: “Carlos sabía luchar en la calle y en las mesas de las oficinas públicas; sabía del diálogo y de la pelea. Yo 43 Idem.

— 177 — diría que Carlos fue un estratega en política y, más que esto, fue un político con genio militar a la hora de decidir el rumbo; de hecho, acuñó para 1993 y un poco antes, la estrategia de política total. “Este régimen había que cambiarlo con todos los instrumento lícitos desde la ética, que estuvieran al alcance, independientemente de su validez legal. Es decir, había que dialogar, sí; había que negociar y defender el voto y proponer. Carlos sabía en térmi- nos militares, que al enemigo había que derrotarlo por aire, tierra y mar. Y lo derrotó. “Once años después de ese ‘Compromiso por la Legitimidad y la Democracia’ México pasó a la de- mocracia sin odio y sin violencia, como Carlos lo escribía de su puño y letra en aquel documento. Por eso digo que Castillo Peraza es el verdadero ideólo- go de la transición política mexicana; porque la concibió, la diseñó, la llevó adelante; porque supo entender que se requiere más valor para iniciar un diálogo desde la oposición en un régimen autocrático, que simplemente patalear y negarse radicalmente a entablarlo y transformarlo, frente a ese gobierno au- toritario. “Porque se requiere más valor para asumir el riesgo de la traición del poderoso, la incomprensión del radi- cal, negociar en la mesa del poderoso, que para hacer demagogia barata en la calle que ganaba las ocho co- lumnas de la prensa pero ninguna columna de la democracia. Porque él no aceptó la postura de la vocifería y porque sabía que no era el hecho de que el que gana más notas genera más cambio político. Por- que, como él decía: Sólo en Jericó y en la Biblia las murallas caen por el estruendo de las trompetas; en política, en todas las batallas, hay que entrar, derribar la puerta, exigir la capitulación, negociar la paz”. Existen otros testimonios y valoraciones parecidos y es de esperarse que a lo largo de estos meses y

— 178 — primeros años después de la muerte de Carlos sigan surgiendo opiniones al respecto; no todas serán tan favorables como éstas externadas por amigos y per- sonas cercanas, pero no cabe duda que aún entre sus adversarios vendrá poco a poco el reconocimiento. No deja de ser digno de apreciarse el gesto que tuvo Vicente Fox al pronunciar su discurso de toma de posesión de la Presidencia de la República, el pri- mero de diciembre del 2000, y hacer reconocimiento claro a un pequeño haz de personalidades plurales como constructores de la alternancia y del nuevo es- tado de cosas. Fox fue plural en esto; pero sin duda dice mucho haberlo hecho en un momento solemne. Manuel Gómez Morín, Manuel Clouthier y Carlos Cas- tillo fueron los panistas rememorados en dicho discurso. Pero retomemos este deshilvanado relato más o menos en el punto que nos habíamos quedado. Creo, sin embargo, que esta digresión tenía que venir me- jor en este punto de la vida de Castillo Peraza. Volvamos pues al año 1990.

— 179 — Compromiso Nacional por la Legitimidad y la Democracia

“El documento –dice en su recopilación de documen- tos Juan José Rodríguez Prats–, se emite 15 días antes de que Carlos Salinas de Gortari asuma el poder, sus- crito por Luis H. Álvarez como Presidente del PAN”. Es un texto que explica por qué el PAN había de vo- tar a favor de muchas de las iniciativas que se enviaron al Congreso en ese sexenio. Jaime Sánchez Susarrey, en un artículo publicado por el diario Reforma, en di- ciembre de 2000, lo explica: “El gradualismo sí funcionó y funcionó muy bien. Las negociaciones entre el PAN y el gobierno de Sa- linas de Gortari en 1988 abrieron la puerta para solucionar la crisis del 6 de julio. El entonces Presi- dente electo fue reconocido por Acción Nacional a cambio de una reforma electoral pactada, del respe- to de los triunfos de ese Partido y de la modificación de los artículos 3º, 27 y 130 constitucionales. Ya como Presidente, Salinas cumplió su palabra: en 1989 se aprobó la creación del Instituto Federal Electoral y Er- nesto Rufo se convirtió en el primer gobernador de oposición. Las reformas constitucionales de los artículos 3º, 27 y 130 se emprendieron en la segunda mitad del sexenio. Estos cambios abrieron paso a la alternancia y a una mayor pluralidad. El PRD y mu- chos intelectuales de izquierda los descalificaron.

— 180 — “Sin embargo, gracias a ese pacto encabezado por Luis H. Álvarez, Diego Fernández de Cevallos y Car- los Castillo Peraza, el país transitó de un régimen autoritario a una democracia cabal. Todo eso sucedió en un lapso de 12 años. Es cierto que el cambio no ocurrió sin sobresaltos (Chiapas, Lomas Taurinas, Ruiz Massieu, el error de diciembre), pero finalmente al- canzamos la alternancia con orden y estabilidad. Nos deshicimos del PRI sin que éste se hiciera pedazos y nos aplastara”. He aquí el Compromiso Nacional por la Legitimi- dad y la Democracia, del 16 de noviembre de 1988: “Dentro de pocos días, como última etapa de un proceso electoral viciado en medida tal que a nadie permite afirmar quién ganó la elección presidencial del 6 de julio, tendrá efecto una nueva ceremonia de toma de posesión de la Presidencia de la República. “Frente a este hecho, el Partido Acción Nacional hace públicas las consideraciones siguientes: “1. La mera formalidad en el traspaso del poder de ningún modo equivale a la legitimidad de origen del nuevo Ejecutivo Federal. “2. El poder que se constituirá con base en los re- sultados oficiales del proceso electoral, aprobados sólo con los votos favorables de los miembros priístas del Colegio Electoral, únicamente podrá legitimarse ante los mexicanos con el buen ejercicio del poder mismo y, en especial y de manera inmediata, con la conduc- ta que demuestre en los primeros comicios bajo su total responsabilidad que serán los de Jalisco, Guanajuato y San Luis Potosí. “3. El nuevo gobierno sólo conseguirá legitimarse si, desde el primer día de sus funciones, actúa como gobierno de transición que acata el mandato popular de democratización, pluralismo, justicia social y so- beranía nacional expresado por medio del voto

— 181 — realmente emitido el 6 de julio a pesar de todas las irregularidades registradas. “4. Acción Nacional exige que los actos de gobier- no vayan inmediatamente y decididamente en el sentido de una evolución pacífica y civilizada hacia formas de convivencia social y política basadas en el respeto de los derechos humanos, sociales y políti- cos de los mexicanos; en la observancia de las leyes vigentes por parte de las autoridades; en el cambio de estructuras jurídicas que garantice la legitimidad plena de los gobiernos que sucederán a éste; en la modificación de las estructuras económicas, sociales y educativas del país, de manera que avancemos ha- cia una sociedad más justa, más libre, más participativa y en la que el pluralismo sea parte de la estructura del Estado. “5. Acción Nacional se opone y se opondrá de ma- nera enérgica, con todos los medios lícitos a su alcance, a los actos de gobierno que no vayan en ese sentido. “6. Como para Acción nacional la oposición demo- crática responsable no es por sí misma obstáculo permanente frente a la acción gubernamental, sino que sus funciones tienen un alcance que rebasa los límites partidistas en la búsqueda del bien superior de México, exigimos al gobierno que entrará en fun- ciones el 1 de diciembre próximo, con el fin de iniciar el proceso de legitimación por ejercicio y transición a la democracia plena, la discusión pública de los puntos de concertación que abajo se citan, con miras a buscar en el diálogo razonable y respetuoso las mejores soluciones para el pueblo de México.”44

44 Documento publicado en la revista La Nación, el 1 de diciembre de 1988 y reproducido en el libro Documentos y decisiones cruciales de Acción Nacional, del senador Juan José Rodríguez Prats. Editorial Epessa, México, agosto de 2001.

— 182 — I POLÍTICA ECONÓMICA SOCIAL

A. Modificación de las normas jurídicas que rigen la actividad económica y elaboración de una política eco- nómica que permitan conseguir los objetivos siguientes: A.1 Un ingreso justo, suficiente, para que todo tra- bajador mexicano pueda fundar y/o sostener una familia en condiciones dignas de alimentación, vi- vienda, educación y salud. A.2 Una situación lo más cercana posible a la de pleno empleo y el acceso de los mexicanos a los be- neficios del desarrollo. A.3 Una mayor libertad de acción económica que propicie el incremento de la producción de bienes y servicios. A.4 La recuperación del control del Congreso de la Unión en materia de ingresos, presupuesto, cuenta pública, plan de desarrollo y endeudamiento. A.5 La revisión de acuerdos y documentos relacio- nados con las obligaciones financieras contraídas por el gobierno en el exterior, como paso previo a una renegociación sensata del pago de la deuda externa, bajo el principio ético que no se puede pagar con cargo a la miseria del pueblo. A.6 El cese de endeudamiento público en el exte- rior. A.7 La fijación de un porcentaje del total de las ex- portaciones efectivas para destinarlo al pago de la deuda –tomando en cuenta variables como el ingre- so por turismo, la balanza comercial y los precios internacionales del petróleo–, y la negociación –en el marco del Derecho Público Internacional y no del Comercio Privado– de una reducción del principal en términos reales. B. Reestructuración de la legislación y la política agra- rias, con miras a lograr los propósitos que siguen:

— 183 — B.1 Elevar el nivel humano del campesino B.2 Recuperar, conservar y fomentar el recurso na- tural de la tierra, para propiciar la producción y la productividad agropecuarias. B.3 Fomentar la agricultura y la explotación racio- nal del agro mediante las formas constitucionales de propiedad de la tierra –ejido, propiedad comunal y pequeña propiedad–, así como la corrección del minifundismo ejidal y no ejidal, y garantizar la segu- ridad jurídica, política y fáctica de las formas de tenencia establecidas por la Constitución. B.4 Garantizar al campesino los recursos necesarios para asegurar el abasto nacional y, con el fruto de su trabajo, lograr un nivel económico suficiente y deco- roso. B.5 Reafirmar a la pequeña propiedad como base del sistema de tenencia de la tierra. B.6 Establecer un mecanismo de fijación de precios justos de garantía para los productores del campo en beneficio de los productores ejidales y no ejidales. C. Supresión de los cuerpos policíacos inconstitucio- nales y organización, reagrupación y capacitación de legales, para garantizar a los mexicanos tranquilidad, seguridad y orden tanto en las ciudades como en el campo y las carreteras. D. Supresión de las disposiciones constitucionales que restringen los derechos humanos, y vigilancia estric- ta del respeto de éstos por parte de las autoridades.

II POLÍTICA EDUCATIVA

A. Modificación de las normas constitucionales y se- cundarias relativas a la educación, con miras a conseguir los objetivos siguientes: A.1 Garantizar el acceso al saber de la mayoría de los mexicanos, respetando la diversidad cultural de

— 184 — los grupos sociales que han convivido y conviven dentro de la totalidad de la nación. A.2 Garantizar a los padres de familia su derecho primario a escoger el tipo de educación para sus hi- jos. A.3 Evitar que el Estado imponga a los educandos una ideología o concepción del mundo. A.4 Integrar en el esfuerzo educativo nacional, con plenos derechos y reconocimiento, el trabajo educa- tivo de los particulares. A.5 Suprimir las disposiciones coercitivas, limitativas o discriminatorias contra las escuelas de todo tipo y sus egresados. A.6 Garantizar plenamente la autonomía y la sufi- ciencia económica de todos los centros de educación superior, sin interferencias estatales o partidistas.

A.7 Reconocer la procedencia legal del amparo en materia educativa.

III DEMOCRACIA POLÍTICA

A. Modificación de las leyes electorales, así como de los ordenamientos constitucionales relativos, y crea- ción de los conceptos necesarios para conseguir los objetivos siguientes: A.1 La inclusión de los derechos políticos en el marco de las garantías individuales. A.2 El reconocimiento legal de la procedencia del amparo en materia política, dentro del marco legis- lativo que lo haga operante y eficaz. A.3 La recuperación del control de la constitucionalidad en materia electoral para la Supre- ma Corte de Justicia.

— 185 — A. 4 La definición de la función y las responsabili- dades de los medios de información y comunicación en materia política. A.5 La elaboración de un padrón electoral confiable y eficaz, bajo el control de los partidos políticos en todas sus etapas. A.6 La prohibición de afiliación corporativa, volun- taria o forzosa, a partidos políticos, y la supresión de tal afiliación en los estatutos de todas las sociedades intermedias. A.7 La prohibición de usar indebidamente los re- cursos del erario público o el empleo de servidores públicos para fines partidistas, así como del uso de los colores de la bandera nacional en los distintivos electorales de los partidos políticos. “Acción Nacional considera que los puntos señala- dos no son todos ni los únicos que deben tomarse en cuenta, pero sí opina que constituyen una primera agenda de diálogo, discusión y concertación para lo- grar un consenso básico en relación con acciones inmediatas, tanto en el orden legislativo como en el político, que permita iniciar el proceso de legitima- ción de ejercicio del nuevo gobierno, con miras al bien superior de México y a la solución de los graves problemas que aquejan a los mexicanos. “El diálogo debe ser público y razonable. No somos partidarios de la política del todo o nada, ni hemos escogido –aun en circunstancias especialmente antidemocráticas y facciosas– el camino de la revuel- ta ni el de la convocatoria irresponsable a la rebelión. Nuestra línea es hoy en buena parte compartida por no pocos que ayer eran nuestros críticos. Casi medio siglo de vida partidista dentro de la historia nacional demuestran voluntad democrática y nuestra seriedad política. Somos Partido de oposición con el mayor número de representantes en el Congreso de la Unión

— 186 — y contamos con el apoyo de un segmento importan- te de los mexicanos. “Desde nuestra filosofía política y nuestra historia, desde nuestra invariable identidad y nuestros sóli- dos principios, invitamos al gobierno y a las demás fuerzas políticas del país, al diálogo, a la reconcilia- ción y a la unidad, a través de un claro, público y formal compromiso nacional por la legitimación y la democracia. Estamos convencidos, con Manuel Gómez Morín, de que hoy ‘el deber mínimo es el de encontrar, por graves que sean las diferencias que nos separan, un campo común de acción y de pensamien- to, y el de llegar a él con honestidad, que es siempre virtud esencial y, ahora, la más necesaria’.”

POR UNA PATRIA ORDENADA Y GENEROSA Comité Ejecutivo Nacional

Luis H. Álvarez Abel Vicencio Tovar Presidente Secretario General

— 187 — Presidente de Acción Nacional

La campaña para alcanzar la Presidencia de Acción Nacional fue hecha con un puñado de amigos que se lanzaron, con Carlos a la cabeza, por toda la Repúbli- ca para contactar, reunir y convencer, uno por uno, a todos los consejeros nacionales del Partido. La ocasión era peculiar. La elección de Presidente del Partido tenía antecedentes, de tiempo atrás, de absoluta institucionalidad; de seguridad jurídica. Pero los consejeros veteranos recordaban bien y tenían presente, en ese comienzo de 1993, las veces en que no todo había sido armonía y cordialidad, especial- mente en 1975 y 1990. En esas ocasiones la pasión política, la política interna de grupos y las circuns- tancias en que se daba el relevo habían producido episodios duros y más bien amargos. Muchos de los viejos consejeros recordaban las es- pinosas circunstancias en que en 1975 se eligió Presidente. Las figuras centrales del drama: José Án- gel Conchello y Efraín González Morfín, dos personajes de primera magnitud en la historia de Acción Nacio- nal. Se configuraron en torno de ellos dos constelaciones de consejeros nacionales claramente distintas, dos enfoques y actitudes distintas que, unos meses más tarde, habrían de protagonizar la división más dolorosa que ha sufrido el Partido. Pero esta cri-

— 188 — sis tiene que ser narrada y analizada en toda su mag- nitud en otro tipo de trabajo. Lo que viene a cuento en esta biografía es simplemente un antecedente di- fícil en la historia de la elección de Jefe Nacional. La votación “se atascó” por cinco o seis ocasiones, sin que nadie obtuviera el porcentaje establecido de 65%. Al final de ese día, en medio de la conmoción de sus seguidores, el Presidente en funciones, Conchello, aceptó que no había conseguido la reelección y que Efraín González Morfín, quien había encabezado to- das las votaciones de la jornada, era el nuevo Presidente del Partido Acción Nacional. La declina- ción de José Ángel Conchillo, en esas circunstancias, enconó los ánimos al máximo conocido hasta enton- ces, produciendo las lágrimas de unos, el coraje en otros y la amargura generalizada. Pero en 1990 se había suscitado un episodio seme- jante cuando compitieron por la Presidencia de Acción Nacional el jefe en funciones, Luis H. Álvarez y Gabriel Jiménez Remus. Era significativo el que apoyasen a éste varias figuras muy distinguidas del Partido; en- tre ellas, Pablo Emilio Madero, José González Torres y otros más, incluido José Ángel Conchello, así como dos ex secretarios generales: Jesús González Schmal y Bernardo Bátiz. Parecía que tendrían una buena oportunidad de ganar, al tiempo que combatían la política seguida por Luis Álvarez y algunos de sus operadores y apoyadores importantes; entre ellos, Diego Fernández de Cevallos, Juan Manuel Gómez Morín, Carlos Castillo Peraza, Felipe Calderón, Rodolfo Elizondo y otros más. Lo que estaba de por medio, en resumen, era la forma de conducir el Partido; en opinión de algunos, con desviaciones doctrinales de- nunciadas por quienes más adelante formarían el Foro Doctrinal y Democrático, y que al paso de tres años saldrían de Acción Nacional; sin embargo, había un numeroso grupo que apreciaba la situación a la luz

— 189 — de los avances electorales del PAN y, en lo central, una política prometedora, precisamente a la luz de los principios y objetivos de Acción Nacional. Entre éstos, como ya se ha dicho en varias partes, estaba Carlos Castillo. El caso es que nuevamente la elección de Presiden- te volvió a apretarse mucho. De hecho, en 1987 la elección entre Pablo Emilio Madero y Luis H. Álvarez se había decidido por muy estrecho margen –apenas unos diez votos– y sólo el pacto entre ambos, de acep- tar la primera votación como única y definitiva, impidió vernos envueltos en enconadas e interminables ron- das de votación. Subsistía para 1990, sin embargo, un residuo de confrontación seria. En su haber tenía Álvarez una carta de triunfo importante: la gubernatura de Baja California, conquistada a media- dos de 1989 por Ernesto Ruffo Appel. El frío mes de febrero presenció el calentamiento de los ánimos hasta el punto de ebullición. Cuatro rondas de votación fueron necesarias para lograr la elección, saliendo triunfador de la contienda Luis H. Álvarez. El ambiente, para configurar el CEN, confor- me a las nuevas reglas, fue sombrío y amargo. El ánimo de revancha y confrontación ruda acerca de personas concretas llegó a puntos de fría crueldad en algunos casos. Todavía no habían pasado dos años del segundo mandato de Álvarez, cuando comenzó de hecho la campaña por la siguiente jefatura. Hacia octubre de 1992 (durante los días del quinto centenario del des- cubrimiento de América) tuvo lugar una reunión del Consejo Nacional del PAN, y durante ésta los compa- ñeros del llamado Foro Doctrinal tomaron la decisión de salir del Partido, y la sucesión se concentró enton- ces en torno de tres figuras que parecían parejas en sus posibilidades de alcanzar la Presidencia de la ins- titución: Rodolfo Elizondo, Alfredo Ling y Carlos

— 190 — Castillo. Para el autor de estas líneas era verse en- vuelto entre los tres polos de la contienda; Elizondo, paisano del estado de Durango, con el que había li- brado memorables batallas por la democracia; Alfredo Ling, mi hermano, con el que también ha- bía vivido episodios dignos de recordarse, y Carlos Castillo, amigo entrañable y muy cercano en ideas importantes. Rodolfo Elizondo había tenido un año muy compli- cado durante 1992. La segunda campaña para gobernador de Durango había sido tan extenuante y complicada como la de 1986, que culminó en un gi- gantesco fraude, junto al ocurrido en Chihuahua, y ahora habíamos tenido que recurrir nuevamente a las tácticas de resistencia civil, sólo que en un ambiente menos favorable y, además, la experiencia de haber ido en candidatura común con el único resultado de recibir los airados reclamos del PRD, en especial de Cuauhtémoc Cárdenas, quien lo acusó de traidor, y verse obligado a prolongar la lucha más allá de lo necesario. Todo ello había acabado con una salud algo menguada y muy lastimado políticamente. Entrar a competir por la Presidencia del Partido en esas con- diciones se entiende por la preferencia que de él tenía don Luis Álvarez y su propio ánimo siempre compe- titivo; con naturalidad representaba lo que se dio en llamar “los búfalos del Norte”. Entró tardíamente a la competencia. Por su parte, Alfredo Ling había logrado configurar, con mucha paciencia, a lo largo de varios meses, una especie de constelación de consejeros que por su amplitud y diversidad difícilmente podría decirse que representaban una corriente de opinión dentro de Acción Nacional. Había saltado a la palestra con la carta principal del trabajo hecho en Guanajuato, como presidente del comité estatal: Bajo su mando se ha- bía ganado la primera alcaldía –San Francisco del

— 191 — Rincón–, y una diputación federal, más una diputa- ción local, la suya, en León, en 1985. Luego habían conquistado la alcaldía de León y otras más, para ve- nir a culminar el crecimiento del Partido con la campaña de 1991 de Vicente Fox por el gobierno de Guanajuato, misma que tuvo el apasionante y discu- tido resultado de la renuncia de Ramón Aguirre y la llegada al gobierno, interinamente, de Carlos Medina Plascencia. Los episodios vividos durante ese año, que concluyó con el triunfo categórico de los panistas en las elecciones municipales –ya que en éstas se dio una medición de fuerzas muy claras, ganando el PAN la suma total de votos en el estado– están descritos en un libro específico.45 Carlos Castillo tenía la fuerza de haber sido maestro de muchos consejeros jóvenes, compañero de mu- chos de los veteranos; dos veces diputado federal, autor de numerosos artículos para periódicos y revis- tas, haber competido ya por el puesto y ser asesor y operador político importante del Presidente del Par- tido. Las tareas llevadas a cabo al frente del Instituto de Estudios, sus ponencias, su colaboración con mu- chos compañeros en contiendas electorales, su creciente participación en el ámbito internacional, vía la Internacional demócrata-cristiana, la ODCA, la Fun- dación Konrad Adenauer, entre otras instancias, la dirección de la revista Palabra pero, sobre todo, las amistades bien sembradas y mejor cultivadas, lo ha- cían sin duda un contendiente muy fuerte. A mediados de octubre fui testigo de uno de los episodios curiosos de esta competencia. Había yo caído enfermo de consideración y recibí la visita de muchos de mis compañeros panistas en la sala de terapia intensiva. Coincidió que me visitaran a la mis- ma hora Alfredo y Carlos. Uno a cada lado de la cama, 45 Alfredo Ling Altamirano, Vamos por Guanajuato. Epessa, Méxi- co, 1992.

— 192 — les animé a que dieran una contienda ejemplar; que se redujeran las hostilidades de los seguidores de uno y otro a cauces razonable y, puesto entre la espada y la pared, les deseé suerte a los dos. En términos ge- nerales, así fue. Cada uno de los tres candidatos a la jefatura logró conseguir una cantidad limitada de recursos econó- micos; cada uno hizo el esfuerzo para aumentar al límite sus probabilidades de éxito. En giras vertiginosas, los tres imprimieron a la con- tienda una velocidad y una intensidad pocas veces vistas. Los tres equipos se movieron al ritmo necesa- rio con gran pasión, compromiso e inteligencia. Algo muy claro en esa ocasión fue el interés y apertura de los consejeros nacionales quienes, a título individual o por grupos, recibieron a los tres por igual, con muy pocas excepciones. Salvo uno que otro momento en que hubo quejas, éstas no fueron mayores ni dirigi- das en especial contra alguien. Curiosamente, hacia finales de febrero los tres equipos de apoyo tenían cuentas y cálculos optimistas. Para todos era eviden- te, sin embargo, que nadie ganaría en la primera ronda de votación y habían previsto los tres escenarios po- sibles para la segunda, y captar los votos de quien saliera en la primera tanda de votos. En ésta se cen- traban los cálculos políticos. Por su parte, cierto número de consejeros tenía detectado que podía votar de tanteo en la primera y más en serio en la segunda. Así llegó el 6 de marzo y el Consejo nacional, en- tonces compuesto por 230 personas, se reunió en número de 200. Y en un ambiente emocionado y de calidad superior comenzó la elección. Rodolfo Elizondo fue presentado por Luis Herrera, Alfredo Ling por Carlos Medina, y Carlos Castillo por Esteban Zamora.

— 193 — Y vino la primera votación: Carlos obtuvo (89) vo- tos, Alfredo (65) y Rodolfo (47). Este panorama, con Castillo Peraza como puntero, habría de transformar- se en la segunda vuelta. De hecho, Rodolfo y Carlos polarizaban más las opiniones, así que no habría de- masiados consejeros elizondistas que tras la eliminación de su candidato quisieran votar por Car- los. Al menos no con agrado. Así que en la segunda ronda, entre Alfredo y Carlos ocurrió lo que muchos esperaban, pasando la mayor parte de los votos del duranguense a la candidatura de Alfredo. Los oradores previos a la segunda ronda fueron Luis Felipe Bravo por Alfredo, y Felipe Calderón por Car- los. Ambos llevaron el ambiente a su punto más alto. Siendo los dos muy buenos oradores, la intervención de Luis Felipe resultó exitosa; la de Calderón, sin des- merecer, algo menos. A medida que los escrutadores contaban los votos, conforme salían de la urna, las emociones electriza- ron a los consejeros, ya que resultó una elección mucho más impactante de lo esperado. Nadie recor- daba algo semejante en la historia del Consejo Nacional. Once veces empataron durante el recuen- to, y al final el escrutinio favoreció a Alfredo Ling con 101 votos contra 99 de Carlos Castillo. Sin embargo, en vista de que ninguno lograba el 65 % requerido por los estatutos y reglamentos, había que recurrir a una tercera votación. Los dirigentes y los candidatos decidieron conjuntamente abrir, de nuevo, turno de oradores en vista de lo cerrado de la votación, y con la esperanza de establecer alguna diferencia. En esos momentos se cernía sobre el Consejo el fantasma de las apretadísimas y conflictuadas elecciones de 1975 y 1990. Tras un receso para que los consejeros hablaran en- tre sí y permitir, así fuera de manera limitada, el cabildeo de los operadores de cada candidato, se pasó

— 194 — a la siguiente fase: El “volado” había indicado que la primera intervención correspondía a Alfredo (o la persona que lo representara) y, así, fue a la Tribuna Juan Miguel Alcántara Soria. La idea era mostrar que Alfredo contaba con el apoyo de numerosos y desta- cados consejeros. Por parte de Carlos estaba previsto que hablara, si era el caso, Gabriel Jiménez Remus. A la pregunta del presidium: Por Carlos Castillo, ¿quién habla?, Gabriel comenzó a incorporarse desde su silla… en eso, pasó Carlos junto a él, le puso afectuosamente la mano en el hombro y le dijo: “¡Voy. Yo gano o yo pierdo!”, y avanzó hasta el podium para pronunciar un discurso muy bueno a favor de un “Partido con alma”. El Consejo, sensible a la argumentación, valoró mucho las palabras de Castillo. En la votación que si- guió había de reflejarse esto: 109 Carlos, 91 Alfredo. Volvía a ser cerrado el resultado. Los 133 votos nece- sarios conforme al reglamento estaban aún lejos. Otra vez rondaba el ambiente el fantasma de una elección empantanada. Fue entonces que Alfredo, con sensi- bilidad que le honra, decidió retirar su candidatura en otro emocionado discurso, y pidió que en la cuar- ta ronda, de manera simbólica, se votara sólo por Castillo Peraza. Una bocanada de oxígeno entró al preocupado y estremecido Consejo. Cumplido el trámite de la cuarta votación, Carlos alcanzó la Presidencia de Acción Nacional. Pasaron al frente los tres candidatos y se enlazaron en fuerte abrazo… en medio de los vítores y lágrimas emocionadas de muchos veteranos y ve- teranas que veían, casi incrédulos, aquella muestra viva de una grandeza de espíritu que parecía reco- brarse para siempre.

— 195 — En vista de lo memorable que para muchos conse- jeros resultó la intervención de Carlos Castillo, la transcribo aquí:46 Señoras y señores consejeros: En primer lugar quiero agradecer a todos ustedes lo que ha pasado hoy. En segundo lugar quiero de- cirles que había muy queridos amigos míos dispuestos a tomar ahora la palabra, pero prefiero asumir mi res- ponsabilidad en la victoria o en la derrota, porque soy el que encabeza. No quiero dejar a nadie heren- cias de ninguna especie en estas materias. No se las he dejado a nadie nunca y no lo voy a hacer ahora. No creo, señoras y señores consejeros, que en este momento esté en juego la unidad del Partido. Nin- guno de nosotros tres –ni Rodolfo, ni Alfredo ni yo– hemos siquiera imaginado que de este Consejo pu- diéramos salir con una crisis institucional. La decisión previa tomada por mí era más radical que otras por- que sé lo que cuestan al Partido las crisis institucionales. En mi primera intervención dije, y dije muy claro, que nunca he fundado una capilla enfren- te. Menos lo haría ahora que tenemos una basílica, no una capilla. Y esta basílica, que no es una capilla, no se va a disociar en capillas. Esta basílica sí se sostiene por el sentido institucional pero, ¿en dónde está la raíz del sentido de la institucionalidad? ¿Lo está acaso en esta manera de pensar, según la cual estamos fatalmente condena- dos a lo que ya hicimos? Sería éste un fatalismo ajeno al concepto de libertad que tenemos en Acción Na- cional y que hemos defendido a capa y espada en México y dentro del partido. A diferencia de Juan Miguel,47 creo firmemente que nunca ha sido 46 La victoria cultural, 1987-1996: Informes y mensajes de los Pre- sidentes del PAN, tomo 4; Luis H. Álvarez, Carlos Castillo Peraza, pp. 239-243, discurso “Un Partido con alma”, Epessa, México 1999. 47 Ibid. Ver la nota número 1 de la p. 239.

— 196 — antiinstitucional un voto de reflexión. Yo no les ven- go a pedir un voto “institucional”: ese apellido no lo tiene Acción Nacional, lo tiene otro partido.48 Estimo que precisamente porque no tenemos ese apellido, ni lo queremos, todos los votos deben ser de reflexión. Todos los votos deben ser de razón. Así se crean en la historia las instituciones: a base de ra- zonar lo que se hace y no de cegarse por la institución. Porque institución sin razón, institución sin visión, ins- titución sin mirada y que ni siquiera tome en cuenta el sentido de lo que dicen el Reglamento y los Esta- tutos para casos como éste, sería una pobre institución. Dicho esto, permítanme describirles el Partido que con muchos jóvenes, a lo largo de mucho tiempo, he soñado en un México de 40 millones de pobres. En un México de ecuaciones macroeconómicas casi perfectas que dan como resultado 40 millones de mexicanos pobres, sueño un partido que asuma esa causa. Ésa, la de los agraviados económicamente, la de aquellos que ni siquiera pueden pensar en votar, porque antes tienen que pensar en comer. A esos, quisiera yo que sirviera Acción Nacional, porque ade- más son la mayoría, y son los que dan los triunfos. Los triunfos que posiblemente puede dar una maquinaria tal vez no serán los triunfos de los pobres, sino de los maquinistas. En un México agraviado políticamente, sistemáticamente agraviado políticamente, en don- de los agraviados hemos sido nosotros, no pienso en un partido que pase una factura; sería erigir la ven- ganza en criterio de acción de un partido que es noble

48 El licenciado Juan Miguel Alcántara Soria, que habló a favor del licenciado Alfredo Ling Altamirano, antes que el licenciado Cas- tillo Peraza lo hiciera por sí mismo, y visto que la segunda votación favorecía a Ling Altamirano, aunque no llegaba al por- centaje requerido, había solicitado a los consejeros un voto “institucional” en pro de éste, ya que el primero fue de “corazón” y el segundo de “reflexión”.

— 197 — y que lleva la generosidad en su propio lema. Pienso en un partido que para resolver el agravio político pueda decir claramente lo que es a esos 40 millones de mexicanos, para que no los engañen con solidari- dades ficticias de programas, sino para que vivan la generosidad como virtud, que es la bandera de Ac- ción Nacional. En ese partido sueño. Sueño con un partido claro y bien organizado por claro. La claridad no viene de la organización, la cla- ridad viene de la reflexión. De la reflexión que muchas veces hemos dejado de hacer por sentido “institucional” o porque nos comen las campañas elec- torales y nos neurotizan las escaramuzas políticas. Un partido que se siente a pensarse a sí mismo frente a retos nuevos, pues cuando aún no hemos resuelto los problemas de ayer ni los de hoy, ya están aquí los de mañana. ¿Qué vamos a decir de la nación, que sí te- nemos como apellido, en un mundo que se integra en bloques comerciales? ¿Qué vamos a pensar de la variedad de culturas, cuando necesitamos tener la suficiente capacidad de universalidad para que haya ley, para que haya derecho, porque si no, nos desperdigamos y nos “yugoslavizamos”? Sueño con un partido al que no lleven al baile con el chantaje político de los recientes conversos a la democracia, o con el apapacho de los que apenas empezaron a hablar de política y mueren por el apapacho de un recién converso a la democracia. So- mos o no somos. Sueño con ese partido. En un partido que no se siente en una mesa a ver qué hace, sino que va a la mesa porque antes supo qué tenía que hacer. Y sueño con el partido, como les dije por la mañana, con ustedes. No desconozco, nadie puede desconocer hoy, lo que vale, lo que pesa y lo que cuenta una organiza- ción. Pero una organización sin alma se muere de sí misma, se carcome a sí misma: es una serpiente que

— 198 — se muerde la cola. Y hoy vengo aquí a defender una opción. Sépanlo claro, para que si el voto de ustedes es por mí en la que será la última votación –porque así lo he decidido: si voy abajo por un solo voto me reti- ro, piensen en esta opción. Piénsenla bien, señores consejeros, porque yo la tengo bien pensada y por eso hice esta campaña: el partido que tiene maqui- naria, pero no tiene alma; el partido que descuida el alma por crear la maquinaria; el partido que se juega a la institucionalidad, o el partido que va a decir a México, como lo dijo Gómez Morín con 50 años de anticipación, cómo iba a ser su futuro. Si no le damos futuro al partido y si no le damos futuro al pueblo, de nada nos servirían ni 50 mil co- mités municipales. Eso les invito a pensar. Esta es mi opción. La defenderé si gano y la defenderé si pier- do. Pero yo creo que es la opción que debe hacer Acción Nacional. No abrigo la ilusión de que la orga- nización lo resuelva todo. He visto organizaciones gigantescas, como el Partido Comunista de la Unión Soviética, desmoronarse en unos minutos porque ya no tenían alma, porque hasta el pobre ideal de com- prar un refrigerador fue más fuerte que la organización. Yo no quiero eso ni para Acción Nacio- nal ni para México.

Decidan.

— 199 — El equipo de trabajo

Congruente con las circunstancias en las que asumió la Presidencia de Acción Nacional y de acuerdo, ade- más, con las convicciones propias muy arraigadas, Carlos integró un equipo inicial de trabajo plural; se- rio, pero entusiasta y alegre, lleno de proyectos y optimismo. Un grupo que incluía, desde luego, a personas cercanas de gran confianza para él, como era el caso de Felipe Calderón Hinojosa, en la Secre- taría general y Jesús Galván Muñoz, en la Secretaría ejecutiva; pero también, como era lógico, ofreció la Secretaría de relaciones a Rodolfo Elizondo Torres, así como las secretarías de organización y acción electo- ral a Alfredo Ling Altamirano. Pronto fueron llamadas otras personas que, según apreciación del flamante jefe, podrían ayudar en algunas tareas concretas: Juan Estrada Gutiérrez, para dirigir la Fundación Preciado Hernández y Agustín Navarro para encargarse enfá- ticamente de las relaciones internacionales del Partido. Lourdes Torres Landa fue encargada de la te- sorería, Alberto Ling de formación y capacitación. Ratificó a Gabriel Jiménez Remus en la coordinación de los diputados federales; habría que recordar que en ese tiempo sólo don Héctor Terán Terán era sena- dor del PAN.

— 200 — Cristian Castaños era el líder de los jóvenes panistas; Gloria León de Muñoz se encargaba de la promoción política de la mujer. José González Morfín coordina- ba en el ámbito nacional a los diputados locales; Abel Vicencio siguió al frente de lo que en la actualidad sería la Secretaría de acción gubernamental. La revis- ta La Nación estaría dirigida por Marcela Cebrián, y el propio Castillo Peraza conservó para sí la dirección de la revista Palabra de Acción Nacional. La línea y política de comunicación del Partido era una trinchera atendida por un equipo de talento. En primer lugar, Bernardo Ávalos, compañero cercano en aventuras intelectuales, conferencias, lecturas, debates, etc.; Irma Pía González Luna, profesionista de grandes méritos profesionales y cumplidísima con los encargos que recibía; hija del inolvidable aboga- do jalisciense Ignacio González Luna. Ricardo Rojo, joven comunicador que mantenía gratos a los repor- teros consiguiéndoles entrevistas interesantes, enviándoles boletines, quien estaba creciendo profesionalmente en aquellos años. Y, por supuesto, el fidelísimo y eficiente Bernardo Graue, que lo mis- mo colocaba una antena en la torre de la iglesia para alguna transmisión satelital, que bloqueaba alguna entrada a piedra y lodo a la gente impertinente, o participaba en las chorchas amigueras, como buen mexicano. Sus secretarios privados fueron, primero Adrián Fernández Cabrera, muy joven entonces, con quien habría de tener gran amistad personal; un poco des- pués, Javier Paz Zarza, quien lo protegía de entrevistas impertinentes, pero que por poco lo mataba con agendas casi imposibles aun para un adicto al trabajo. Con él, la amistad ya venía de antiguo. Finalmente, volvió a tener como secretarias y cus- todias a Lulú y Cata, quienes se volvieron

— 201 — omnipresentes y casi imprescindibles en las activida- des del jefe del Partido.

— 202 — Carlos y las egotecas

Usamos entre amigos el término “egoteca” para des- cribir el conjunto de muros y estantes que suelen llenar los estudios y las salas de algunos personajes con vida pública y/o méritos académicos suficientes como para tapizar de diplomas varios muros y cargar varios estantes con carpetas y álbumes de fotografías y recortes de periódicos que dejan constancia de par- ticipaciones en foros, simposios y cursos; a veces también están cargados de souvenires deportivos personales y trofeos de cualquier especie. Es el lugar del “autoapapacho” y masaje espiritual que, en cier- ta medida, todos necesitamos. En consecuencia, existen egotecas simples (por ejemplo, aquellas que se integran con el álbum de fotos de la boda y el título profesional), si bien otras personas llegan al extremo de poner como fondo de su computadora personal las fotos de sus viajes para estarse viendo en tal espejo, además de tener la casa y la oficina en las condiciones descritas arriba. Carlos, más que egoteca, tenía un selecto muestra- rio de objetos y trofeos queridos que le acompañaban, como sus pelotas de béisbol autografiadas y su colec- ción de toda clase de dinosaurios de juguete, que ocupaban algunas mesas y anaqueles. No más. Tal vez Catalina Camarillo y Lourdes Ramírez –sus secreta-

— 203 — rias de siempre y celosas “doberman” de sus domi- nios– podrían abundar en este tema. Creo que fue Luis Correa, su fiel alumno, quien me mostró lo que habían logrado capturar de las colaboraciones de Cas- tillo Peraza en el Diario de Yucatán. Eran dos gordísimas carpetas como de mil hojas cada una y me dijo: “ya vamos como a la tercera parte de lo del Diario”. “Es cosa de no acabar”. Podemos suponer la alegría de sus padres cuando Carlos tuvo su primera aparición en revistas y perió- dicos, siendo muy jovencito. Tal vez guardaron los primeros recortes. Luego, hubiera sido pesada ruti- na. Con el tiempo, él mismo decía que prefería no mirar atrás, aunque recordaba prácticamente todo. Cuando llegó a la Presidencia del Partido, las referen- cias y recortes se multiplicaron sobremanera. No tendría caso la “egoteca”. El ego no le escaseaba, por cierto.

— 204 — “La Fuerza de la Democracia”. Un gran discurso

En esta alocución, dirigida a los convencionistas del PAN reunidos el 20 de noviembre de 1994 en el Pala- cio de los Deportes de la Ciudad de México, a fin de lanzar candidato a la Presidencia de la República, Car- los Castillo se muestra plenamente como máximo dirigente del Partido, como estratega político y como brillante orador. Ya desde el exordio de su pieza oratoria va mos- trando un gran aliento: repasa y revisa los fundamentos de la razón de ser del Partido y lanza un certero vista- zo a los momentos presentes, a la circunstancia política y luego tiende la mirada de águila hacia el horizonte cercano y lejano, para hacer sentir la fuerza central de Acción Nacional: su identidad democrática. “40 veces con la de hoy –inicia Carlos– hemos re- frendado nuestra voluntad democrática; 40 veces hemos corrido el riesgo de someter a la inteligencia y a la voluntad de delegados, democráticamente elec- tos, nuestra propuesta y nuestro programa; 40 veces hemos preferido construir el orden a imponerlo; 40 veces hemos privilegiado las dificultades y las com- plicaciones de la democracia sobre las facilidades de cualquier liturgia de “destape” o de coronación; 40 veces hemos demostrado que la democracia es con- tienda entre compañeros; 40 veces hemos

— 205 — comprobado que la democracia no divide, sino une; 40 veces hemos demostrado que la democracia no debilita, sino fortalece; 40 veces hemos dado prueba de que la democracia no genera violencia, sino que edifica la verdadera paz; 40 veces hemos dejado claro que, en democracia, la derrota no envilece y la victo- ria no diviniza; 40 veces hemos dado testimonio de que, en democracia, perder no humilla, obedecer no rebaja, ganar no ensoberbece y mandar no enferma”. En un párrafo que muchos recuerdan, afirma, reta- dor: “Los astrónomos no habían acabado de descubrir nuestro sistema solar, y nosotros ya éramos demó- cratas. Los físicos no habían creado la bomba atómica y nosotros ya éramos demócratas. Suiza no le había dado derecho de voto a las mujeres y nosotros ya éramos demócratas. Los norteamericanos de color no podían ser admitidos en muchas de las universida- des de su país, y nosotros ya éramos demócratas. La moda mundial eran los totalitarismos, y nosotros ya éramos demócratas. México no se había industrializado, y nosotros ya éramos demócratas. No había televisión, y nosotros ya éramos demócratas. No existían la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ni la Organización de los Estados Americanos (OEA) y nosotros ya éramos demócratas. Faltaban 20 años para que un Papa convocara al Concilio Ecumé- nico Vaticano II, y nosotros ya éramos demócratas, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano disfrutaba del privi- legio de correr por los jardines de Los Pinos mientras su padre urdía el fraude electoral contra Almazán, y nosotros ya éramos demócratas”. “Porque fuimos y porque somos capaces de ser y de actuar como demócratas, tenemos hoy autoridad moral para exigir democracia a quienes han tratado de cerrar el camino democrático a los mexicanos; a quienes no han sabido, no han querido o no han podi- do correr el riesgo de someter a la prueba del debate

— 206 — abierto y del voto libre sus ideas, sus propuestas o sus cualidades y defectos políticos, personales o grupales”. En el mismo tono grandilocuente, prosigue: “El re- conocimiento y la adhesión reales de la población nos permiten afirmar que somos hoy una fuerza cultural, social, política y electoral, inexpulsable de la vida nacional”. Y con orgullo: “Somos una fuerza porque sabemos luchar, sabemos gobernar y sabemos dialo- gar… ni horda, ni grupo de presión, ni fábrica de insolencias”. “Somos una fuerza con autoridad. La misma fuerza cuando nos oponemos, cuando gobernamos, cuando luchamos, cuando dialogamos y cuando proponemos. Somos una fuerza porque asumimos con entereza, honestidad, sensatez y voluntad de bien la compleji- dad de la realidad nacional y de la realidad del Partido que hemos llegado a ser. Somos, y lo decimos con legítimo orgullo, en el México de hoy, LA FUERZA DE LA DEMOCRACIA”. “Somos un poder legítimo… expresión política de una cultura, de un modo de ver y de juzgar acerca del hombre, del mundo, de la sociedad, del Estado, del gobierno, de las leyes, de las políticas públicas. Para nosotros, el conjunto de bienes públicos es la materia prima del bien común”… Y enumera un muestrario de esos bienes públicos propuestos en la plataforma del Partido”, e invita enfáticamente a “se- guir continuando”. Enlista, en cadena, los aciertos históricos y políticos del PAN: “No, amigos, no estábamos contra la patria cuando propusimos la seguridad social; ni cuando exigimos el voto para la mujer; ni cuando dijimos que la educación no debía ser monopolio estatal; ni cuan- do afirmamos que la organización del campo fracasaría bajo modelos estatistas-colectivistas; ni cuando postulamos que la iniciativa de los particula-

— 207 — res es la más viva fuente de desarrollo para el país, ni cuando señalamos que el Estado debía regular, pro- mover y procurar fines sociales para la economía, pero no ser propietario de ésta; ni cuando exigimos esta- tuto público para las Iglesias; ni cuando señalamos que el Banco de México debía ser autónomo”. Y pasa a describir las condiciones de la contienda: “En la contienda federal nos las veremos con dos competidores. Es una competencia de tres. Bien sa- bemos que todos los demás son recipientes vacíos de ideas, de militantes y de votos, a veces simples beneficiarios de un sistema que los engorda artificialmente y en ocasiones supuestos enemigos del pragmatismo propio, pero disponibles siervos del pragmatismo ajeno. Nosotros no podemos ni debe- mos olvidar que nuestros dos contendientes reales emergen de la misma matriz autoritaria. Sus voceros nos atribuyen la intención de buscar para México el bipartidismo, al mismo tiempo que tratan de arrojar- nos a punta de palabras hacia el PRI-gobierno, o de atraernos a base de chantajes verbales a la confusa constelación de su hermano gemelo en discordia. No somos nosotros, son ellos los que quieren dividir a México en dos: el priísmo y el ex priísmo, el dedazo y el autodedazo. Pero nosotros nacimos demócratas, por eso apostamos por nosotros mismos y, desde nuestro ser, buscamos aportar lo nuestro en la cons- trucción de lo común”. Sigue el gran alegato por dos de sus ideas más pro- pias y más queridas: “apostar por nosotros mismos” y la “victoria cultural”. Escuchémosle: “…Caminamos con México y por México. No fui- mos nosotros a apostar por la solución de nuestros problemas económicos a casinos extranjeros, ni so- mos nosotros los que solicitan abierta o veladamente al exterior presiones o intervenciones para que des- de ahí nos regalen o nos impongan la democracia.

— 208 — “Apostamos por nosotros mismos al apostar por la conciencia y la acción de los mexicanos. Nosotros queremos una democracia para la justicia y en la li- bertad, ideada, construida y conseguida por mexicanos. Nosotros nacimos para ser, somos y sere- mos una acción nacional. Sólo un recuerdo para apoyar mis palabras: cuando la moda oficial era la del internacionalismo de inspiración marxista y la autori- dad educativa ordenó dejar de lado los honores a los símbolos patrios, fueron mexicanos de convicciones panistas quienes reclamaron lo desquiciante de esa conducta. En ese entonces, los mellizos hoy enfrenta- dos compartían los beneficios del poder. Y juntos, no hay que olvidarlo, exigieron en 1986 el ‘fraude elec- toral patriótico’ contra los panistas chihuahuenses. Tenemos memoria. Por eso apostamos por nosotros mismos. “Nuestros dos adversarios y sus respectivos cóm- plices y comparsas quisieran que olvidáramos, quisieran también que nos avergonzáramos de nues- tra victoria cultural. Por eso hoy, del mismo modo que nos llamaron o nos hicieron llamar clericales, em- presariales y antinacionales, nos endilgan nuevos adjetivos, porque ya los hechos demostraron quié- nes son ellos y quiénes somos nosotros. Hoy como ayer, nuestros dos adversarios emplean o hacen em- plear innobles recursos de propaganda para descalificar a nuestro Partido. A los dos les resulta útil debilitar a Acción Nacional. Gómez Morín los desnudó a pocos años de la fundación del Partido… Actúan ahora como lo hicieron los avales, voceros y publicistas de Hitler y de Stalin; de Díaz Ordaz y de Echeverría, para vaciar de contenido a las palabras y llenarlas de significados útiles a sus intereses. A pe- sar de todo eso, aquí estamos con más votos que nunca. Acción Nacional no se ha ahogado ni se aho-

— 209 — gará en la saliva ni en la tinta de sus denostadores. Hemos visto otros vientos y otras tempestades”. Tras hacer algunas consideraciones y advertencias sobre la llamada sociedad civil y los peligros de una gran distorsión por la intensa proliferación de organi- zaciones supuestamente apolíticas pero que apuestan fuertemente para conseguir tajadas de presupuesto gubernamental, tal vez para no “vivir en el error”, defiende el Presidente Castillo Peraza el primado de la política: “Acción Nacional proclamó en su nacimiento el pri- mado de la política. Hoy reiteramos esta misma convicción frente a los partidos agonizantes, los par- tidos no natos, los membretes o crepúsculos que se autoerigen en representantes de la sociedad sin so- meterse al juicio de ésta y las doctrinas economicistas de cualquier signo. “Frente a las fuerzas poderosas de este siglo –con- tinúa– hay una fuerza mayor y potencialmente mejor que las otras: la fuerza de los hombres reunidos en sociedad, cuyo detonador y cauce es la democracia. También esta fuerza ha sido teorizada y manipulada en el marco de un falso debate que, en el fondo, es el reflejo de dos modos de pensar, programar y hacer la guerra: el debate entre el liberalismo capitalista y el socialismo marxista, uno y otro hijos de la cultura de la guerra. “Ambos, por razones diferentes, olvidaron al hom- bre y han esclavizado, encarcelado, matado, hambreado, humillado, empobrecido y vulnerado a decenas de millones de seres humanos. Son esos se- res humanos los que de Siberia a la Sierra de Puebla, de Sarajevo a Ometepec, de Somalia a Ciudad Nezahualcóyotl, de Palestina a los Cárpatos, de la Sie- rra Tarahumara a Calcuta, no quieren más caudillos ni vanguardias, no quieren redentores terrestres, no quieren que nadie venga a hacerles lo que suponen

— 210 — que es su bien sin preguntárselo a ellos mismos y sin respetarlos. Quieren, sí, ser autores de su presente y de su futuro. Quieren ser tomados en cuenta en las decisiones que tienen que ver con ellos. Quieren dis- tribución equitativa del tener, de las oportunidades de saber, de los ámbitos de poder. Quieren democra- cia. No quieren poner los muertos y los heridos en los conflictos de los que otros sacan provecho. Quieren trabajar, vivir y amar en paz dentro de un orden defi- nido por ellos mismos y realizado con su propio esfuerzo, sumado al esfuerzo solidario y respetuoso de otros como ellos. “La democracia desata esa fuerza, esas voluntades, esos ingeniosos deseos humanos de toda humanidad. La democracia encauza la fuerza, la ordena, la hace productiva, la puede hacer generosa. En México, los panistas hemos sido y somos la fuerza de la democra- cia por nuestra doctrina humanista, por nuestra afirmación del contenido social de la política y de la economía, por nuestra búsqueda sincera de una pa- tria ordenada y generosa”. Y tras advertir los riesgos del momento, en víspe- ras de la firma del Tratado de Libre Comercio, cierra su discurso con optimismo y confianza: “Démosle a cada momento de esta Convención su importancia y su dimensión justa, llevemos nuestra Convención Nacional a término, en modo tal que con- firmemos, ante nosotros mismos, ante nuestros adversarios y ante el pueblo de México que Acción Nacional puede y debe gobernar nuestro país”. Una larga y sentida ovación siguió a este discurso; los diecisiete mil convencionistas reunidos en el Pa- lacio de los Deportes hicieron cimbrar las estructuras del coloso. Era un día de mucho calor humano. Al término de los trabajos de ese día, Carlos se consoli- dó como Presidente del Partido, su figura se había agigantado y a su lado estaba el nuevo candidato a la

— 211 — Presidencia de la República. La convención postuló vigorosamente a Diego Fernández de Cevallos. Am- bos líderes habrían de dejar, cada uno a su manera, profunda huella.

— 212 — La Procuraduría General

Los partidos de oposición, con Acción Nacional a la cabeza, habían criticado en los regímenes priístas la falta de fiscalización externa en las dependencias gu- bernamentales, en especial cuando se trataba de gobiernos con fuerte hegemonía. Incluso criticaban la creación de la Secretaría de la Contraloría, ya que era un aparato demasiado grande para lograr el esca- so objetivo de que simplemente el Ejecutivo controlara y auditara al propio Ejecutivo. Era, pues, muy importante que la oposición encabezara la Con- taduría Mayor de Hacienda; al menos, la Comisión de Vigilancia del órgano de la Cámara de Diputados en mención. La Procuraduría General de la República estaría también en el caso. Durante el comienzo del mandato de Ernesto Zedillo se dieron condiciones propicias para avanzar en ese sentido, en el momento de nombrar a su gabi- nete el primero de diciembre de 1994. Carlos Castillo estaba en la Presidencia del PAN y jugó lo mejor que pudo la parte que le tocaba. Entre las propuestas para ocupar la Procuraduría estuvieron los eminentes juristas del PAN, Gabriel Jiménez Remus y Juan de Dios Castro Lozano; tam- bién el coordinador de los diputados federales del Partido, el distinguido abogado Antonio Lozano Gra-

— 213 — cia, y aun llegó a mencionarse al licenciado Diego Fernández de Cevallos. Este último, más allá de inclinaciones personales, honró su palabra dada en campaña, de no aceptar cargo alguno en el gabinete de quien había sido su competidor por la primera magistratura. Había que evitar confusiones y suspicacias. Recuérdese que eran otros tiempos y no había antecedentes apropiados de pluralismo en el gobierno. Como se sabe, y ante el generalizado asombro del mundo político mexicano, ese primero de diciembre de 1994, Ernesto Zedillo designó a Antonio Lozano Gracia como Procurador General de la República. El hecho sentó un precedente muy importante en la his- toria reciente de México y, desde luego, en la vida del Partido. Antonio Lozano se convirtió, así, en el funcionario público panista de mayor jerarquía en esos días. Tam- bién habría que recordar que en ese tiempo el Partido sólo tenía dos gobernadores electos popularmente –Ernesto Ruffo y Francisco Barrio– y uno interino, Car- los Medina. Se tenía una especie de presentimiento acerca de que estos hechos serían la semilla de una especie li- mitada de cogobierno. Pero también en esos momentos se cometía en el gobierno un serio error económico, que al paso del tiempo sería conocido como “el error de diciembre”, que tantas angustias y sufrimiento trajo consigo; la turbulencia política pro- seguía y, muy pronto, el flamante procurador Lozano tuvo que afrontar retos formidables, como la apren- sión de Raúl, hermano mayor del ex presidente Salinas de Gortari, y quien llegó a tener mucha fuerza y presencia. Asimismo, logró la aprensión del capo del cártel del Golfo, Juan García Ábrego, puesto casi de inmediato a la disposición de autoridades norteamericanas.

— 214 — Nada fácil resultaba cumplir el encargo. Tampoco era sencilla la tarea que tenía en manos Carlos Casti- llo, quien debía encontrar la forma de mantener el prestigio y el apoyo para un Abogado de la Nación, emanado de las filas del Partido. El giro que habrían de tomar las investigaciones ya no dependía de lo que hiciera o dejara de hacer Acción Nacional. Apar- te de los mencionados, estaba el asunto de la investigación de los casos no cerrados de los asesina- tos del cardenal Posadas Ocampo y del candidato Luis Donaldo Colosio. En este ámbito, de integrar a la oposición en deter- minados órganos de los poderes, se consiguió por primera vez que un diputado panista, Juan Antonio García Villa en este caso, presidiera la Comisión de Vigilancia de la Contaduría Mayor de Hacienda de la Cámara de Diputados. En medio de la gritería detractora que venía de la izquierda perrediana encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, de la malicia filosa de una parte de la pren- sa, y de otros factores, Carlos Castillo, plantado en el timón de la nave panista, tenía que conducir “entre arrecifes” situados a derecha e izquierda del camino de la institución. La decisión para el largo plazo se- guía siendo “apostar por nosotros mismos”.

— 215 — Mandar y delegar

Entre las múltiples formas que existen para delegar la autoridad, hay dos que producen efectos visible- mente contrarios. Es una de ellas la que acrecienta la confianza, el espíritu de cuerpo y la camaradería. La otra es tal que no solamente destruye la confianza, sino fomenta la sospecha, abona a favor de la disper- sión y tasajea los vínculos de amistad y compañerismo. Esta segunda forma se convierte, en breve, en marti- rio para quien delega y para quienes reciben esa delegación. Conduce a la parálisis cuando el jefe sos- pecha –y lo dice o da a entender– que los subordinados harán las cosas mal. Ante el gesto de desconfianza, éstos, indecisos, efectivamente harán, por dudas, las cosas mal; o no las harán. La forma en que Carlos delegaba pertenecía clara- mente a la primera especie. En ello operaba su convicción en un pequeño paquete de tesis que él mismo podría denominar “del alter ego” en los equi- pos de trabajo y toma de decisiones. Era congruente con esos pequeños postulados cuando ocupó la Pre- sidencia del PAN; aunque pienso que el modo se le fue aclarando a él mismo, precisamente en el ejerci- cio de su autoridad. “Para que haya ‘otro yo’, varios ‘otros yo’, el jefe debe hacerle saber y sentir a sus subalternos que, en efecto, son ‘yo’, es decir, darles

— 216 — toda su confianza. El subalterno debe saber que el jefe depende totalmente de él porque lo considera capaz de hacer las cosas bien, tal como el jefe mismo las haría, con su forma, su prestigio, su capacidad, e incluso su liderazgo. Debe sentir que lo que él hace lo está haciendo el jefe, y que el jefe responderá por él si se equivoca. Debe sentir que en lo que su jefe le encomienda el jefe es él, esto es, el alter de ese ego. Pero esto implica que el jefe deje su ego en ese alter. Y que lo deje en serio: en lo que se le encarga, el alter tiene que estar seguro de que él es ‘el perro de adelante’, y que el jefe no se pondrá ni antes ni al lado de él, sino detrás, que el jefe lo seguirá en lo que le puso en las manos; que leerá lo que le enco- mendó escribirle; que se sentará donde decida el alter al que le encomendó diseñar el presidium; que sólo cuando el subalterno le diga que ‘esto debe resolver- lo usted’, debe tomar el asunto en sus manos de jefe…” Del otro modo, nos repetía con frecuencia, se po- drá tener a la gente en el temor y en la disciplina, pero no en el entusiasmo y la creatividad, tan nece- sarias hoy en día en los partidos políticos y en todas partes. Lo que decía sobre el trato con los subalter- nos y en especial sobre la función de delegar era una convicción seria, y obraba conforme a ella. En lo que a mí toca, debo decir que esta forma me dejaba tran- quilo en las ocasiones más o menos frecuentes en que debía dejar encargado el despacho, aun en viajes pro- longados de dos o tres semanas. Yo sabía que si hubiera aciertos, Carlos los reconocería como míos y, en cambio, si hubiera errores los reconocería como de ambos. Lográbamos sentirnos cómodos todos. El suyo fue un verdadero equipo de trabajo que, esti- mo, tuvo más aciertos que fracasos. Era algo muy agradable para llevar adelante las tareas del Partido.

— 217 — Algo más sobre el estilo de Carlos

En su libro Congruencia histórica de Acción Nacio- nal, Juan José Rodríguez Prats nos cuenta la forma en que fue tratado por Carlos Castillo cuando hizo su pri- mer acercamiento formal hacia las filas del Partido. Forma que era muy típica del político yucateco, y que solía darle dividendos dentro del respeto absoluto a las normas del Partido. Cierta vez, telefónicamente y por carta, un grupo de dirigentes estatales de Colima comenzaron a que- jarse ante Castillo, de su Presidente de Comité Directivo Estatal, Remedios Olivera. Poco a poco el movimiento fue creciendo y llegó al punto en que un número importante de aquellos dirigentes –prácti- camente el comité en pleno– pidieron cita para entrevistarse con el Presidente Castillo. Carlos, cuan- do se dio cuenta que el movimiento contra Remedios había estado creciendo a espaldas de ésta, aceptó recibir a aquel grupo, pero citó media hora antes a la presidenta para poder hablar con ella pero, sobre todo, para que estuviera presente en la reunión y los com- pañeros pudieran externar, en su presencia, los motivos de su queja y pudiera ella dar explicaciones. Esto significaba transparentar sin dilación lo que has- ta el momento estaba turbio.

— 218 — Por supuesto, algunos compañeros que venían con todo listo para recoger la cabeza de Remedios, se sorprendieron mucho de verla en el CEN y pregunta- ron ¿qué hacía ahí?, ¿quién la había invitado? El presidente Castillo respondió de inmediato y con sen- cillez: “¡Yo! Me parece lógico que si el motivo de nuestra cita es escuchar lo que tienen que decir de Remedios, ¡qué mejor que ella escuche! y responda, si quiere”. Sintiéndose un poco atrapados por la situación y cohibidos por tener que repetir quejas y críticas de- lante de la interesada, optaron por “bajar el volumen” de aquéllas y comenzaron una dinámica de nuevo entendimiento. Como es sabido, Carlos era un madrugador nato e incorregible, adicto al trabajo. Pero no era un hombre hiperactivo y disperso, no. Aprovechaba de manera inteligente el poder levantarse temprano y sin sueño para emprender alguna actividad. Normalmente usa- ba para tres cosas esas horas del alba y del amanecer que tanto le gustaban. –No piolín, sino alondra o búho desvelado, opinaban sus amigos, que casi nunca sa- bían si había velado toda la noche o bien, se acababa de levantar y de desayunar. Pocas veces tenía rastro de fatiga en su fisonomía. En todo caso, no era raro que los colaboradores y empleados que llegaban temprano –digamos, a las ocho de la mañana– vieran salir de la casa prin- cipal de la calle de Ángel Urraza a Julio Scherer, Manuel Camacho o algún amigo del jefe menos conocido. Pasaban ellos de vez en cuando a tomar un café y a charlar en horas en que el trabajo era menos demandante. Escuchemos hablar al amigo que tiende la mano con apertura auténtica y al mismo tiempo al dirigente político. En ocasión de prologar el libro de Juan José

— 219 — Rodríguez Prats La congruencia histórica del Partido Acción Nacional, Carlos escribe:

Un día, durante aquellos que me tocó el privi- legio de encabezar al Partido Acción Nacional, participaba en una reunión política en la glorie- ta del Monumento a la Independencia cuando vibró en mi cinturón uno de esos aparatos ma- ravillosos y temibles que permiten localizarlo a uno donde esté y a cualquier hora. Era el me- diodía. Sol fuerte y cielo limpio, azul. Todavía no sé, o ya no recuerdo, quién envió aquel men- saje, pero el remitente me indicaba que me comunicara tan pronto como fuese posible con el diputado priísta Juan José Rodríguez Prats a un número telefónico de Villahermosa, Tabasco. Lo hice. Rodríguez Prats me dijo que quería ha- blar conmigo la noche de ese mismo día; que estaba dispuesto a subirse al avión en cuanto tuviera la certeza de que hablaríamos. Convini- mos en vernos a las nueve, en el departamento que aún habito en la Ciudad de México. Llegó Juan José puntual y cargando los libros que ha escrito. Hizo el favor de obsequiármelos. Luego me hizo saber con amazónica exuberan- cia que ya no aguantaba seguir en el Partido Revolucionario Institucional; que renunciaría a la militancia que le había permitido trabajar en diversos ámbitos y rangos de la administración pública. Sin embargo, reconoció que allí se ha- bían cerrado los caminos y que, sin democracia interna, no habría modo de abrirlos. También, honestamente, precisó que había buscado sin buen éxito una candidatura, que si las cosas hu- biesen sido por méritos personales y votación limpia, le habría correspondido. Añadió que, si se salía del PRI, era su deseo ingresar en el PAN,

— 220 — Partido político con cuyos diputados federales –compañeros suyos– había tratado y en los que había descubierto convicciones, talento y acti- tudes democráticas, así como puntos de vista que poco a poco había comenzado a compartir. Yo le dije que la decisión que pensaba tomar no era cosa sencilla ni desprovista de riesgos. Que para él equivaldría a poner punto final a toda una carrera política. Que incluso podría acarrearle represalias contra su persona y con- tra su familia. Le agregué que lo pensara bien porque si, además, venía al PAN, la ira de sus antiguos colegas sería mayor y, por otro lado, en Acción Nacional tendría que comenzar des- de abajo: acudir a su comité municipal, solicitar allí su ingreso, tomar sus cursos, hacer méritos, toparse con las naturales desconfianzas a un re- cién llegado de procedencia priísta y, si quería cargo o candidatura, habría que competir sin auxilio de especie alguna. Juan José me aseguró que estaba decidido a todo. Que en unos días haría lo que decía. Des- pués de algunos titubeos –por lo demás totalmente comprensibles– dejó el PRI después de dar pública razón de su renuncia desde la Tribuna camaral de San Lázaro. Se acercó des- pués al PAN, donde lo recibió con su proverbial bonhomía y generosidad el magnánimo Gabriel Jiménez Remus, a la sazón coordinador de los diputados federales panistas. Gabriel lo enca- minó hacia mí. Yo le dije que su camino panista tenía que empezar por la base. Con humildad, Rodríguez Prats lo recorrió, pese a las suspica- cias de sus nuevos compañeros. Ganó más adelante, frente a dos contendientes, la conven- ción tabasqueña que lo hizo candidato a la gubernatura de su estado natal. Degustó el sa-

— 221 — bor áspero y pedagógico de la democracia real y conoció el amargo y aleccionador de la de- rrota injusta. Se sumergió sin titubeos en la doctrina de su nuevo partido. Y, hay que decir- lo: lo hizo y lo sigue haciendo como pocos. De esa inmersión hecha con pasión y con prisa ha salido Juan José con el libro que el lector tie- ne ahora en sus manos. Es obvio que el autor deseaba encontrar en la hondura del pensa- miento de Acción Nacional los asideros de sus valientes decisiones políticas nuevas. Y es cla- ro que los halló. El gambusino descubrió y exhibe a un Partido político –Acción Nacional– fiel a su doctrina, hijo de la sociedad, leal a México, dueño de perfil propio, capaz de pro- poner ideas y políticas públicas inspiradas en la búsqueda del bien común temporal de la na- ción, apegado a la ley y dispuesto a transformarla para mejorarla; democrático, hu- manista, con mirada de horizonte y visión de futuro, arraigado en valores que le han permi- tido sobreponerse a todas las adversidades derivadas de la anormalidad política del país.

Describe Castillo Peraza la tarea realizada para lograr el libro y luego califica con fuerza: “Rodríguez Prats ofrece en esta obra un arsenal de documentación. No imagina: aporta; no supone: transcribe; no inventa, cita. Su obra ha sido, sospecho, importantísima para él mismo, para cimentar perennemente su vocación política. Pero también lo es para quienes deseen acer- carse al PAN real y comprenderlo tal como es, sin deformaciones ni afeites interesados, sin caricaturas ni canonizaciones absurdas… Este libro, sin lugar a dudas, será instrumento muy valioso para la prepara- ción de más panistas, a la vez que un testimonio apasionado y apresurado de esa búsqueda en la que

— 222 — Rodríguez Prats ha sido ejemplar: la congruencia per- sonal dentro de la congruencia histórica de una comunidad”.49 Esta largueza en la generosidad para con los amigos era algo muy típico de Carlos. No le temblaba el pulso ni el corazón para dar testimonio de ellos; así fueran vie- jos camaradas, amigos recientes, alumnos o parientes.

49 Juan José Rodríguez Prats, La congruencia histórica del Partido Acción Nacional, textos y propuestas. Epessa, México, 1997, prólogo de Carlos Castillo Peraza.

— 223 — La ruptura con la prensa

Hay un momento muy preciso en Carlos que rompe con la prensa. Casi todos los que estábamos cerca de él lo recordamos. Fue en Morelia, en julio o agosto de 1995, en ocasión de que el PAN lanzara candidato al gobierno de Michoacán. La convención prevista para aquel domingo había comenzado casi a la hora anunciada en el Centro de Convenciones moreliano. Carlos, conduciendo a toda velocidad su jetta y se- guido por una pequeña escolta y una comitiva reducida había llegado a los límites de la tensión: el esfuerzo de manejar a 200 kilómetros por hora, y los problemas pendientes de resolver en la jefatura y tal vez otras preocupaciones personales. Estábamos en- treabriendo la puerta del auto para bajarse cuando múltiples micrófonos, grabadoras, lentes de cámaras fotográficas y de televisión tejieron la habitual red de una entrevista de banqueta. Una de las reporteras, perteneciente a un diario local le espetó la agresiva pregunta: “¿Viene a dar el dedazo a favor de su can- didato Felipe Calderón?”. Quién sabe cuántas cosas habrán pasado por la cabeza de Carlos en fracciones de segundo, antes de responder: “Esas son chingaderas, señorita”. Por fin, la provocación había tenido éxito. Mostraron los de aquel grupo de perio- distas, de inmediato, una indignación fuerte, en parte

— 224 — natural ante la grosería y en parte regocijada porque al fin habían atrapado al personaje que, para ellos, era una rara mezcla de atención profesional a los medios y referencia a un nivel de periodismo de calidad que ellos sabían poco accesible a muchos “chicos de la fuente”. Pasado el primer momento, alguien más preguntó: “¿Y qué posibilidades reales tienen de ganar la gubernatura?”. Entonces le salió lo filósofo a Carlos, quien, acostumbrado a hacer de rutina la fundamen- tal distinción entre seres posibles y seres reales le hizo notar la contradicción al asombrado joven que formuló la pregunta. La doctoral respuesta, enfureció más a aquella constelación airada que, después de los for- cejeos verbales, permitió al Presidente del PAN entrar al auditorio donde los convencionistas, sin advertir lo que pasaba en la entrada, lo recibieron con un aplau- so atronador; mientras, los periodistas se agruparon para tomar una decisión: quemar sus acreditaciones y retirarse, desairando la convención. Unos lo hicie- ron y otros se quedaron, pero la suerte estaba echada para Carlos. A partir de ese momento, una suerte de venganza se fraguó contra el líder panista en los medios de co- municación. Las consecuencias para la campaña de Felipe Calderón fueron inmediatas y, como puede suponerse, fueron negativas, sobre todo al principio. Los principales periódicos y estaciones de radio de Michoacán tuvieron que ser abiertos otra vez a base de diálogo. La campaña finalmente resultaría exitosa pero es difícil decir de qué dimensión fue aquel daño inicial. Por otra parte, las habituales conferencias de los jueves en el CEN, se volvieron ásperas. Varios co- laboradores de Carlos salían de vez en cuando a atender los medios para evitar que la confrontación creciera.

— 225 — En una de las ruedas de prensa que siguieron Car- los les recordó a los asistentes que él también era periodista y que comprendía su labor. Entonces, uno de ellos preguntó incisivamente: “¿O sea que perro no come carne de perro?”. A lo que Castillo contestó secamente: “No sé, nunca he sido perro”. Siguieron risas tensas; los rostros de aquellos cazadores de no- ticias, sin embargo, se endurecieron. Más adelante, en noviembre, los encargados de comunicación social del CEN organizaron para Carlos una rueda de prensa, para que pudiera dar informa- ción abundante, y resaltar los grandes avances electorales del PAN durante ese año. Sin embargo, los resultados fueron ambiguos. Al momento de las preguntas y respuestas, las primeras comenzaron a recaer sobre cualquier tema, menos los tratados por Castillo; en consecuencia, éste se limitaba responder con los monosílabos: sí… o… no, lo que hizo enojar a más de uno. Una periodista, impaciente, le dijo: –Bueno, usted odia a los periodistas, ¿verdad? –No, señorita –respondió Carlos–, para odiar algo se necesita suponer que el mundo sería mejor sin ese algo; y la verdad, el mundo sería igual con ustedes que sin ustedes. Podemos suponer el furor de aquéllos; pero no se amilanó la periodista, quien pretendió acosarlo: –¿Entonces el PAN sería igual con usted que sin usted? –No, señorita, sería mejor sin mí. –Se da cuenta –repuso ella amenazante– que trata con el cuarto poder? –No creo –opuso Carlos–, ustedes no son el cuarto poder, sino la ¡primera impotencia!… Puede el lector suponer el clima de furia que privó a partir de entonces. Sin duda, un político ordinario habría intentado recomponer prontamente sus rela- ciones con los medios, pero él no lo hizo. Los últimos

— 226 — meses de su jefatura fueron, en grado sumo, de un trato hostil por parte de la prensa. Todo era revertido en su contra. Incluso cuando poco después decidió Carlos no buscar su reelección como jefe del Partido y comenzó a conocerse que casi to- dos los dirigentes nacionales y estatales le pedían que siguiera, en varios periódicos se comentaba: “Manio- bra de Castillo Peraza para reelegirse sin oposición”. O “Los castillistas se aferran al poder”, etc.; y me cons- ta que Carlos había asumido su decisión sin titubeo alguno, una vez que la hubo externado.50 Esos episodios habrían de agravarse más adelante, cuando Carlos tuvo la candidatura a Jefe de Gobierno del Distrito Federal, en 1997. Las aguas que se habían apaciguado desde marzo de 1996, en que dejó la presidencia partidista y se dedicó a echar a andar su despacho hasta marzo del 1997, se agitarían de nue- vo en su contra. Las consecuencias fueron por supuesto perjudiciales para la causa de esa candida- tura. Los malos resultados electorales tuvieron diversos orígenes, mismos que varios analistas han ponderado. Uno de ellos, aquella ruptura del líder panista con los medios. Sin embargo, creo que debe decirse que para él era una forma de rechazar y no asumir la vertiente sadomasoquista entre políticos y periodistas como cosa natural. Necesitarse y no que- rerse no podía ser algo que pudiera ponerse al servicio

50 Han pasado ya casi diez años desde que Carlos tomó aquella decisión. La interpretación completa no ha sido dada a conocer en su probable crudeza. La versión que nuestro camarada quiso que fuese la verdad oficial acerca de tan extraña decisión fue la real o supuesta idea del Padre Vázquez Corona, quien en su ju- ventud le habría dicho: “tú, Carlos, eres bueno para iniciar proyectos, mas no para seguirlos”, y él estaría aplicando aquel respetado pensamiento a la ocasión de aquel entonces. A mi parecer, también influía en él la deteriorada situación con el Pre- sidente Zedillo y algunas poderosas opiniones internas, tal vez no muy sinceras. Y aprovechaban circunstancias difíciles en la vida personal de Carlos. Nota del autor.

— 227 — de la verdad, de la información y del conocimiento de los hechos. Esto ha sido valorado claramente por Ricardo Arias Calderón y Héctor Aguilar Camín en los homenajes póstumos al intelectual insobornable.51

51 Ver los discursos del Castillo de Chapultepec, en Palabra de Ac- ción Nacional, Núm. 54, México, octubre-diciembre de 2000.

— 228 — Decide no reelegirse

Si uno observa con cuidado la trayectoria de Carlos a lo largo de su vida se da cuenta de que la decisión que tomó a fines de 1995, de no intentar su reelec- ción como Presidente de Acción Nacional, no fue algo tan extraño o sin sentido. Así fueron muchas deci- siones importantes de su vida, y casi todas en el sentido de dar una oportunidad al intelectual, al es- critor, al creyente, al maestro, a la persona humana que había en él por desarrollar hasta su plenitud y sus facultades primordiales que tenía, apuntaban más bien en ese sentido que en el del político o dirigen- te partidista. La libertad para pensar y expresarse, para poner en marcha su creatividad y hacer planes de vida más personales y familiares, le hacía anhelar un trabajo, por supuesto que asegurara el sustento adecuado, pero más como free-lancer que como alguien comprome- tido con líneas de pensamiento y acción decididas por otros, así fuera en común con él. Asunto de vo- cación, de libertad de vuelo. Y también –por qué no decirlo– de circunstancias especiales, únicas en su vida. A quienes lo conocieron sólo en el tramo vital de la jefatura del Partido y observaron sus éxitos en el cam- po de la política les resultaba una decisión

— 229 — inexplicable, porque la lógica de una “carrera políti- ca” no era cancelar ésta de manera intempestiva. Quienes vieron de cerca su actuación al frente de Acción Nacional y pudieron apreciar la forma dolo- rosa y llena de dificultades iniciales que tuvo su gestión, le daban gran valor a los éxitos que sobrevi- nieron en 1994 y 1995. Basta recordar que en 1991, el PRI había conseguido una recuperación muy im- portante en las elecciones federales para renovar la Cámara de Diputados. Del 50 %, reconocido Salinas de Gortari en 1988, se alzaba a más del 60 % y conse- guía la mayoría absoluta en dicha Cámara, ya no se diga en la de senadores, donde mantenía una pro- porción de 20 a 1 sobre la oposición. Así que afrontar la responsabilidad de la campaña de 1994 era, de entrada, transitar por un campo muy nublado políti- camente y quizá minado por asechanzas muy reales. Recordemos que 1994 comenzó con hechos muy som- bríos para el desarrollo político de México: El asesinato, en marzo, de Luis Donaldo Colosio, en Lo- mas Taurinas, tras de haber iniciado el primero de enero con el levantamiento armado en Chiapas. Días aciagos y difíciles para la sociedad política mexicana. Hace muy poco tiempo, el conocido periodista de fondo, Julio Scherer, se animó a publicar en la revista Proceso52 amplias declaraciones de Carlos sobre lo que a éste le había tocado vivir en relación con la elimina- ción de Colosio como candidato del PRI; las horas que siguieron, el papel y las actitudes que tuvieron per- sonajes como Manuel Camacho, Ernesto Zedillo, Diego Valadés, Carlos Salinas de Gortari, el Estado Mayor Presidencial, el CISEN y otros. Cerca del vérti- go y del vacío se sintió Castillo Peraza cuando en esos días fue llamado por Salinas y aquél pudo pulsar el derrumbe anímico del Presidente de la República. La

52 Proceso, Núm. 1426, México, 29 de febrero de 2004.

— 230 — campaña presidencial del PAN de Fernández de Cevallos fue suspendida de inmediato, para no gene- rar ingobernabilidad. Y fueron tiempos de gran tensión para él cuando tuvo que coordinar la campaña presidencial de Diego Fernández de Cevallos, porque éste, en general para bien, tomaba el timón de manera muy personal. No ha sido nunca Fernández de Cevallos persona que se deje llevar de la mano en la toma de decisiones que le atañen. Simultáneamente, Carlos llevaba la cam- paña federal del PAN, hasta llegar el día de las elecciones en que se elegirían 96 senadores y 500 diputados. Así, desde aquel aciago 23 de marzo en Tijuana hasta la fecha del famoso debate entre Ernes- to Zedillo, Cuauhtémoc Cárdenas y el propio Diego Fernández de Cevallos, que fue claramente ganado por este último, según la opinión de todos los analistas, la estrategia fue del Comité de Campaña al CEN del PAN, con Felipe Calderón, el Secretario ge- neral, quien en medio del formidable ajetreo de la competencia comicial hacía esfuerzos muy grandes, por encargo de Carlos Castillo, para mantener el mí- nimo de coordinación necesario. No siempre fue fácil conseguirlo. Luego que, en agosto, terminara el período de elec- ciones, sobrevino el otro atentado tremendo de ese año, el asesinato, a balazos, de José Francisco Ruiz Massieu, recién nombrado coordinador de los dipu- tados federales priístas; la balacera en pleno centro de la Ciudad de México sacudió la vida política na- cional. En la tremenda infamia de aquel homicidio, Castillo Peraza perdió a un amigo. Eran amigos por- que compartían el amor a los libros y a la política civilizada. Ruiz Massieu, Secretario general del PRI, había llevado una relación política cordial con el Presidente del PAN. Carlos lamentó sinceramente aquella pérdida. Algunos libros de José Francisco fue-

— 231 — ron entregados en prenda de amistad por su viuda a Castillo. Para acrecentar la tensión en la vida de Carlos, éste fue convencido por Jorge Carpizo, Secretario de Go- bernación, y por Jorge Tello Peón, encargado del órgano de seguridad nacional, de usar desde aquel mes de septiembre en adelante una escolta, un gru- po no muy grande de guardias personales, discretos y muy profesionales. Tras las resistencias e incomodi- dades personales, pudo ir organizando su vida y sus actividades cotidianas. Hubo un momento en que la natural aprehensión ante guardias de ese tipo lo im- pulsó a rechazar la proposición de Carpizo; mas éste le explicó que no era opcional: en cualquier caso es- taría sujeto a vigilancia y protección. “Estás, en las listas que se han hecho en Seguridad Nacional, entre los secuestrables y asesinables de este país. Si ya fue asesinado el candidato presidencial del PRI y tam- bién su Secretario general, no es impensable que el Presidente del Partido mayor de oposición pudiera ser el blanco siguiente. Así que es mejor que aceptes la guardia e incluso que te entrenes en los procedi- mientos que ellos te explicarán. Son muy profesionales”, arguyó crudamente el Secretario de Gobernación. Así que Carlos aceptó, incluso hizo las prácticas de los procedimientos de seguridad que incluían espo- rádicos entrenamientos para tirar con pistola uno que otro sábado, en el campo de tiro. Poco a poco, tales guardias se fueron convirtiendo en sus ayudantes para todo: lo acompañaban en los viajes clave y extendían la protección y ayuda a Julieta y los muchachos. Todo comenzó a influir para que rechazara buscar su reelección al frente del Partido. Se había vuelto la comprometida vida de un dirigente político de esa importancia en contra de su propia familia. Sus hijos Carlos y Julio estaban en plena adolescencia y Juan

— 232 — Pablo todavía en la niñez; sobra decir que necesita- ban mucho de la figura paterna. Julieta, más acostumbrada a los avatares de la vida de su esposo desde hacía mucho, resentía las ausencias y el poco tiempo que podían compartir. El propio Carlos hacía esfuerzos grandes para mantener la costumbre de ser él quien llevara personalmente los hijos a la escuela –un detalle de la fuerte vinculación que se empeña- ba en tener con ellos–, pero la convivencia comenzó a reducirse a los fines de semana en que lo permitía la cruel agenda política. De las conversaciones con varios de sus allegados se deduce que, además, estaba cruzando una de esas hondas arideces espirituales. En algunas cartas deja- ba entrever esa situación. Terminaba algunas de ellas con la petición expresa de “ruega a Dios que tenga misericordia de mí”, o lo expresado en la conferen- cia de despedida de los diputados y senadores: “todos necesitamos ser perdonados”, expresión que también aparece en el libro Disiento, como puede verse en otra parte de esta narración. Vistas las cosas en re- trospectiva, advertimos al hombre al borde del agotamiento físico, con grandes preocupaciones, y con cierto desinterés por participar con un compromiso total en las tareas de dirigente. Y, sobre todo, las an- sias de libertad, de emprender el vuelo hacia otras regiones en que podría desarrollarse mejor. Las plá- ticas sostenidas con Octavio Paz, con quien había ido formando y estrechando lazos de amistad, habrían también de tener peso en la decisión de alejarse de la vida política partidista, tomada después de cam- paña de 1997, como veremos después.

— 233 — Disiento

Con rapidez transcurrían los días finales de Carlos al frente de Acción Nacional. La decisión de no hacer siquiera el intento de reelegirse estaba tomada en firme. Había resistido las presiones y los halagos para hacerlo; para demostrarle que era algo muy fácil de conseguir, le llegaron escritos de casi todos los comi- tés estatales de la República; pero no sólo cartas, faxes y correos electrónicos, también visitas personales, individuales y grupales. Todo un desfile de buenos argumentos esgrimidos de buena fe no fue suficiente para hacerlo cambiar la decisión. Se aferraba muy en serio a la explicación en la que insistió una y otra vez; aquella de que un director espiritual de su juventud –probablemente el padre Vázquez Corona, en ACJM– le había recomendado dedicarse a echar andar pro- yectos valiosos y dirigirlos en su etapa inicial (“para eso eres muy bueno”, le habría dicho), pero no los administres mucho tiempo, porque “para eso no eres tan bueno”. Y tomada la decisión no había sino dar cauce a la elección estatutaria de un nuevo Presiden- te del CEN. En mi calidad de Secretario general me tocó vivir el proceso de relevo de manera muy intensa, y la narración del mismo corresponde a otra parte de este trabajo. El hecho es que estábamos a fines de enero

— 234 — de 1996, cuando una tarde me llamó Carlos a su ofici- na y me confió que estaba en un apuro. Consistía éste en que tiempo atrás, tal vez unos seis meses después de pláticas con la editorial Plaza y Janés, habría hecho el trato de escribirles un pequeño libro de opiniones políticas. Tal vez entre 150 y 160 páginas fuese el ta- maño adecuado del libro de marras y se preveía que podría resultar un éxito editorial, ya que las opinio- nes del dirigente panista se cotizaban alto en ese momento. En vista de ello, Carlos pidió, contra su costumbre, cobrar por anticipado cinco mil dólares, cantidad que le fue concedida de inmediato. La fe- cha de entrega se había establecido para el 6 de febrero, ya que era el tiempo mínimo indispensable para hacer la impresión y poder contar con la edición para la tradicional feria del libro de fines de febrero, en el Palacio de Minería. El único problema es que faltando 10 días no había escrito una sola línea. Y para su mayor pena, ya se había gastado el anticipo en dólares, en el reciente viaje a Europa, donde había hecho un pequeño derroche y había aprovechado que tenía, cosa rara, cierta holgura, para comprar algunos regalos para su familia. Por tanto, la única salida honrosa era escribir el libro a un ritmo de lo- cura, entregarlo a tiempo y rogar a Dios que todo saliera bien. En consecuencia, se encerró en su oficina, abrió la “lap top” que usaba como máquina de escribir y du- rante casi todo el día, con excepción de las veces que salía a atender algún asunto urgente, no cesó en el empeño de escribir el libro. Nadie sabía el contenido del mismo; decía Carlos que eran algunas ideas im- portantes que traía en la cabeza sobre la vida política nacional y que se le habían quedado en el tintero. Faltando un día para la fecha fatal de entrega le que- daban 30 cuartillas por redactar; estaba perdido. Más lo estaba cuando tuvo que ocupar casi toda la maña-

— 235 — na en asuntos de Presidencia. Cuando nos despedi- mos en la noche me dijo que había hecho sólo seis de las cuartillas faltantes; que trabajaría en la noche. Al llegar la mañana siguiente al trabajo me sorpren- dió verlo de pie en su oficina, revisando papeles del Partido; el rostro tranquilo. Deduje que se había re- signado; después de todo, aun para él era demasiado pedir. Grande fue mi sorpresa cuando me informó que a las siete de la mañana había entregado completo el escrito y que ya estaba en la imprenta, junto con las entregas previas. Había redactado cerca de ¡30 cuar- tillas en una noche! ¡Lo había logrado! El grupo de colaboradores cercanos nos sentíamos satisfechos y parte del asunto: un grupo unido que cerraba filas y le permitía a su jefe lujos como el descrito. Días más tarde, durante la presentación del libro en la ex capilla del Palacio de Minería, llena a reven- tar, ahí estábamos. Los presentadores invitados fueron Germán Dehesa, como siempre, amable y festivo; Sarmiento, serio crítico. Entre ambos dieron relieve a la presentación, y el numeroso público aplaudió con entusiasmo. Durante la noche de presentación se ago- taron todos los ejemplares disponibles, y la primera edición, durante el mismo mes de febrero. La segun- da edición se mandó imprimir de inmediato. Entre las muy diversas opiniones expresadas por Carlos Castillo Peraza en Disiento, la más conocida, quizá porque despierta la imaginación y echa a andar en cascada las reflexiones consecuentes, es la que él llama “la cultura del mural” y que consiste en “una concepción de la historia en general y la historia mexi- cana en particular, que se propone imponer a sus contempladores”. “Lados luminosos, personajes rutilantes y erguidos, escenas victoriosas, y lados te- nebrosos, personajes grotescos y encogidos, escenas de desastre. Aquellos y éstos separados por una lí- nea tan invisible como precisa para dividir

— 236 — tajantemente y para la eternidad al bien del mal, a los buenos de los malos, a los que deben vencer siem- pre y a los que deben ser derrotados en todas las ocasiones. Murales-destinos-manifiestos, sin parar mientes en los hechos: Cuauhtémoc perdió, pero como debió haber vencido, de acuerdo con la parti- tura intelectual de la historia, aparece pintado con los ganadores. Cortés triunfó, pero como según la mis- ma pauta debió haber salido derrotado, aparece dibujado con los vencidos. O dicho de otro modo, los mexicanos divididos para siempre en nacidos para perder y nacidos para ganar, en tolerados como vícti- mas necesarias y predestinadas como inevitables propietarios de la silla. En guadalupanos históricos como el cura Hidalgo y guadalupanos anecdóticos como los cristeros”. “Habría que intentar descifrar estos enigmas”, agre- ga Castillo. No podía ser menos clara la referencia a los maniqueos del dogma oficialista. La intolerancia ele- vada a categoría de credo político y social. Muchos sabían de las feroces persecuciones e intentos de ani- quilamiento. La verdad histórica en su categoría de bien público, transformada en propiedad privada de una facción que, como bien se sabe, cumple con la definición clásica de corrupción: Apropiación priva- da de los bienes públicos. Otras opiniones vertidas por Carlos en Disiento son menos conocidas, pero son muy de él, muy de su forma de pensar y de construir opiniones. Vemos, por ejemplo, su repaso de las violencias brutales de la historia nacional, sublimadas por la estética de los him- nos guerreros, de los corridos vernáculos y la canción popular. La “política petrificada” y broncínea de los monumentos, de pasajes y personajes de la historia. Con sarcasmo iconoclasta y divertido, acude Castillo a combatir ya no sólo la cultura del mural sino la de la

— 237 — historia (sólo virtual) de los signos exteriores, espe- cialmente los oficiales. De la belicosidad exacerbada del himno nacional, con todo el aparato de guerra omnipresente, dice que es hijo de “La Marsellesa”, inspiradora de las san- grientas belicosidades libertarias de casi todos los himnos latinoamericanos y que si bien se explica por las circunstancias del tiempo en que fue compuesto, también es un tanto el antecedente musical del mu- ral. Al menos éste y la partitura histórica oficial se anudan muy bien en la expresión “mas si osare un extraño enemigo” que el himno aplicaba sin duda a la entonces muy reciente invasión norteamericana; la cultura de mural, el maniqueísmo, lo aplicaba cotidianamente a sus enemigos –extraños o no– y aun a sus simples adversarios políticos, y aun disidentes menores de su propio campo. Nada ni nadie debía alterar la eterna majestuosidad del mural (que por su lado práctico les dejaba pingües ganancias y oportu- nidades de hacer negocios que nada tenían qué ver con lo dogmático). Parte del poderoso mural es “la Silla”. Para que al- guien pudiera decir gráficamente por qué y para qué se había peleado en la Revolución, nada despertaba más la imaginación del pueblo que la silla. Tomar el poder era “sentarse en la Silla” y en buena medida nuestra gente habla en esos términos: gana “el que se sienta”; en los conflictos estatales y municipales por el poder local, así se habla: “¡Sí, se sienta!” “o como amenaza” “¡No se sienta en la Silla!”. Todo es posible para la disidencia de alguien, mientras ese alguien no se siente. Una vez sentado, es tarde. Y para que alguien se siente es necesaria la Silla. La más importante de todas, y de hecho la única, que contaba verdaderamente era la Silla presiden- cial. Todo un icono del poder. Por eso cuando Castillo Peraza analiza en Disiento el poder presidencial y sus

— 238 — perversiones maniqueas, llega a afirmar que “fuera de la Silla todo es zona de tolerancia”. Tal vez el pro- pio Carlos se sorprendería al comprobar que uno de los cambios más curiosos ocurridos con la llegada de Vicente Fox a la Presidencia es lo poco que usará la Silla; y no digo la oficial, que si acaso servirá para que le tomen la foto protocolaria, sino la del propio des- pacho presidencial de Los Pinos, dado su itinerante estilo de gobernar. Otra cuestión concita las reflexiones y expresiones de Castillo Peraza: el hecho de que en México no ha- bía habido prácticas aceptables de diálogo y consenso. De negociación, vamos. En cambio, se practicó mien- tras fue posible la cultura del “arreglo”, cuyo propósito fueron “los arreglos” que dieron, por ejem- plo, fin a la guerra cristera y pasaron en tiempos más recientes a las llamadas “concertacesiones”. “Arre- glos y concertacesiones” que, como diría el vate López Méndez, algo tienen de cruz y de calvario, pero no la práctica que ahora, en el sexenio que terminará en el 2006, se prevé como general, normal, cotidiana y no sujeta a sospechas, para resolver algunas de nuestras controversias. Describe y opina vívidamente sobre una etapa de nuestra lucha por la democracia y que produjo, ade- más de algunos escepticismos, el que las aguas democráticas comenzaran a moverse cada vez más rápido: las prácticas de resistencia civil ante el atro- pello. En los momentos como el 86, los fraudes electorales nos confirmaban que “nuestros murales eternos son apoteosis fulgurante de Prometeo. Nun- ca vida cotidiana es calvario repetido de Sísifos”.53 Cuando aborda la cuestión de la transición en curso en los medios de comunicación, muestra todo el es- cepticismo que tuvo sobre ella, por lo menos los cinco 53 Carlos Castillo Peraza, Disiento, Ed. Plaza & Janés, México, 1996, pp. 49 y 55.

— 239 — últimos años de su vida. El asunto, como se sabe, lle- garía a su punto culminante durante la campaña electoral de 1997 en el Distrito Federal. Pero dos años antes expresaba en Disiento: “Como lo que debió ser información pública se consideró y se trató como in- formación privada, ahora toda información privada se vuelve de efectos públicos. La Silla fue boca única y oreja universal. Hoy parece haber tantas bocas como orejas, es decir, exactamente el doble. Sin pasar por la gloria de que importara lo que se dice y no quien lo dice –veníamos de un México en que sólo impor- taba quien lo decía, que era el Presidente–, llegamos al infierno de que ya no tiene relevancia ni lo que se dice ni quien lo diga. Lo que cuenta es decir. Y los decires multiplicados al infinito, sin ton ni son, nos tienen en una sociedad al mismo tiempo silenciosa por estrepitosa y arruinada, incierta, confundida, an- gustiada, desesperanzada en y por su estrépito. Antes, todos supusimos que uno solo sabía todo. Hoy supo- nemos que cada uno todo lo sabe. Transitamos de la desinformación de Estado al estado de desinformación”. Agrega un juicio semejante respecto a la seguri- dad pública: “no pasamos –dice– de la seguridad de Estado a la seguridad jurídica, sino al estado de inse- guridad, hijo de los vaivenes en ocasiones repugnantes y despreciables del estado de desinformación; algunos medios que, para usufruc- tuar la arbitrariedad o para salvarse de ésta aceptaron el papel de incensario sexenal del Presidente, adop- tan el de silla eléctrica del ex Presidente para ver si así se mantienen a flote en los siguientes seis años”. En el capítulo titulado “La Sociedad de los Políticos Muertos” emite su opinión sobre el conflicto –el real y el artificial– entre lo que se ha dado en llamar so- ciedad civil y los partidos políticos. Describe el oportunismo de muchas Organizaciones No Guber-

— 240 — namentales disfrazadas de auténtica sociedad civil que aprovecha los flancos débiles que ciertamente tienen los partidos en los tiempos que corren, para desprestigiar no sólo a aquellos, sino a la tarea y pro- fesión políticas. Algo así como decir que algún asunto “se politizó” significará que está excluida toda solu- ción “decente”; y más aún, significará que la posición “neutral” de las organizaciones civiles fuesen la solu- ción perfecta; ciertamente, sabiendo que tal solución nunca será puesta a prueba y permanecerá en el ám- bito químicamente puro de las propuestas civiles. Llevada la situación al extremo, una o dos decenas de miles de ONG’s tendrían en sus manos, en con- junto, el paquete completo de soluciones sociales perfectas y los partidos políticos y sus militantes, pro- puestas y acciones, tendrían que morir y desaparecer porque no son neutrales y “todo lo partidizan”. Ha- bría que preguntarse sinceramente sobre las intenciones de quienes, tan recién llegados al esce- nario de la vida social tienen un interés tan señalado en que desaparezca la política de la faz de la tierra. Afirma Carlos respecto a Acción Nacional: “Nuestro Partido habla de las ‘sociedades interme- dias’, que es la forma en que antes, y desde nuestra perspectiva, se hablaba de ‘sociedad civil’. Es por to- dos sabido que el PAN nunca creó sindicato y no hizo confederaciones o agrupaciones para incluirlas en el Partido. Es más, en algunas ocasiones nos sentíamos incómodos porque nos creíamos ineficientes; errónea- mente algunos decíamos: ‘todos los partidos están haciendo sindicatos menos el nuestro, y desde afuera les decimos a todos que se salgan’. Ahora, cuando en las genuinas organizaciones sociales no se quiere que estén los partidos, sabemos que quienes defendieron la división de ámbitos tuvieron razón y, al prevalecer, mantuvieron al partido respetuoso de la sociedad.

— 241 — “Gracias a esto, prosigue, podemos ser y decir que somos un Partido de ciudadanos, con afiliación per- sonal, no colectiva, y con una tarea específicamente política, en la dimensión política de la persona, den- tro de esa forma social que se llama partido político. “Creemos que hemos acertado y que la tendencia humana a lo social, que se encarna en las diversas formas de agrupación que hay y que no tienen finali- dad política o partidista específica, debe seguir siendo respetada. Con una condición: que sean grupos sociales y no la capucha oportunista de algún partido que se disfraza debajo de ésta, ni cementerio en el que espe- ran resurrección decenas de partidos políticos fallecidos o batallones de políticos ineptos. Lo que debe promoverse es la auténtica sociedad que asume formas variadas y diferentes. No esa ‘sociedad civil’ que sólo es ‘sociedad de los políticos muertos’. “Pienso, además, que a todos estos movimientos nuevos que expresan deseos, anhelos, intereses legí- timos de los diversos grupos sociales, hay que ofrecerles el cauce, el apoyo y el canal para que lle- ven la expresión de aquellos hasta el ámbito de lo político y puedan así participar en el fortalecimiento de la política, de lo político, del Estado mismo. Pro- feso un gran respeto hacia lo que es genuinamente social; lo veo como un gran reto para lo político”. Porque… “La desaparición de la política, de lo po- lítico, puede ser también proyecto de un cierto –lo digo con todo cuidado– imperialismo económico, y puede ser un intento de privar a las naciones de lo político con el propósito de someterlas a un propósi- to, no de la misma nación sino del exterior, que no tiene más escollo para imponerse que el ámbito polí- tico. Tenemos que ser muy cuidadosos en esto por interés nacional”. Otra de las ideas que estuvo desarrollando Carlos lo más que pudo los últimos años fue el de la retórica

— 242 — y el espacio público. En Disiento dice seguir en ello a maestros de calidad probada: Jaques Maritain, Emmanuel Mounier, Paul Ricoeur, Emmanuel Levinas, Augusto del Noce, Philibert Secretan, y Battista Mondin, entre otros. Para una mejor comprensión de la fina trama con- ceptual es mejor leer, o releer con cuidado el capítulo entero donde se analiza la relación entre doxa y epísteme; las utopías, el triunfo de las ideas, la sinra- zón del “todo o nada”. Defiende abiertamente la recta opinión como “la mediación necesaria entre la igno- rancia y la ciencia… con la que el espacio público se hace arena política y no campo de batalla, historia en movimiento y no inmóvil mural, tiempo y no eterni- dad”… Consenso conflictivo como dice Ricoeur, sin el cual se impondría la ley del más fuerte y gracias al cual una comunidad política asume y puede superar sus inevitables conflictos y divisiones. En el capítulo dedicado a la democracia como opor- tunidad, argumenta de manera lúcida contra quienes afirman que votar por gente sin experiencia es muy riesgoso. “Resulta profundamente antidemocrático sostener de palabra y aceptar con la inteligencia que la democracia es un método para poner a los electo- res a merced de los inexpertos. Algo implica de perversión cultural y política convertir a la democra- cia en un peligro de manera que se olvide o se soslaye que es una oportunidad”. Relata cómo resultaba casi imposible convencer a inversionistas, aún los profe- sionales del riesgo acerca de que la “incertidumbre” de los mercados frenaban las oportunidades de alter- nancia democrática. “Luego entendería, agrega –con las cifras de las inversiones extranjeras occidentales en China, infinitamente más altas que las hechas en Rusia– que al liberalismo económico le gusta más el totalitarismo político como garantía contra riesgo, a pesar de sus cantos y loas a la democracia”.

— 243 — Prosigue Castillo la argumentación. Diversos voce- ros pontificaron en 1994: “Si gana el PAN se elevarán las tasas de interés y se devaluará el peso. Eso fue exactamente lo que pasó, pero con el PRI en la Presi- dencia. Quienes ofrendaron su voto en el altar de lo imaginario e imaginadamente peligroso, consiguie- ron lo que les hicieron temer se hiciese realidad. El miedo los llevó a perder la oportunidad. Algunos te- merosos tuvieron el valor de reconocer que cometieron tal error. Demasiado tarde. Será hasta la próxima”. Para el 2000, y así fue. Afirma estar en el caso de querer “un ejercicio pre- sidencial de un liderazgo fuerte que promueva, propicie y encabece la transición a la plenitud de- mocrática”. Da sus argumentos y cierra el capítulo con expresiones que resultarían proféticas a corto plazo: “La perspectiva democrática y del Estado de derecho, construida desde abajo por el pueblo mismo y garantiza- da desde arriba por el liderazgo presidencial, permitiría el acuerdo con el pasado, la tranquilidad del presente y la esperanza activa con miras al futuro. El pueblo, cierto de que su voto generará cambios reales, confiado en que imperará la ley; el ayer sin angustias de persecución extralegal o de venganzas insensibles a la realidad de un sistema cuyos lodos ensuciaron a casi todos por interés o por necesidad; la construcción de un equipo político abier- to y de mirada amplia que encabece la transición; la redención de la política frente a la cultura e historia de la guerra; la definición consensada de políticas de Estado para combatir la pobreza y reactivar el tejido productivo del país, son, a mi juicio, los instrumentos mínimos nece- sarios –tal vez no suficientes– para activar el detonante que desencadene la edificación esperanzada y justa del país distinto y mejor que queremos. La democracia no es el peligro. La democracia es la oportunidad.” El reto para los actores políticos que avizoraba que podrían realizar la transición en México es insistente.

— 244 — Pone finalmente ante ellos ejemplos claros de quienes realizaron otros inicios partiendo de condiciones igua- les o peores a las circunstancias mexicanas de 1995-1996: Vaclav Havel, Lech Walesa, Adolfo Suárez, Patricio Aylwin. “O, si se quiere, en otras latitudes: Nelson Mandela, Anuar Sadat, Yasser Arafat, Ytzhak Rabin”. “Yo disiento –culmina– de quienes claman justicia sin parar mientes en el Estado de derecho, porque creo que si lo puramente legal no basta, sí es el justo medio entre lo justo y lo bueno. Disiento de quienes piensan que el país sólo puede rehacerse después de una especie de juicio de Nuremberg, porque es fácil nombrar a los acusados de la primera fila mirando al pasado inmediato, pero no a los de la segunda si se ve un poco más atrás, ni a los jueces si se revisan to- dos nuestros calendarios. Disiento de quienes prefieren no hacer nada y mantener a los mexicanos en estado de sobrevivientes. Disiento de quienes se erigen en jueces porque sé y reconozco que no soy inocente. Disiento de quienes no se permiten perdo- nar porque soy consciente de que yo también necesito ser perdonado. “He escrito todo esto, en primer lugar, porque así lo pienso después de 30 años de militar en política. Lo he hecho cuando ya mis ideas y sus expresiones no me comprometen más que a mí, y no al Partido que he encabezado durante tres años. No tengo legi- timidad democrática ganada en las urnas para encabezar esta operación a mis ojos necesaria, pero sí la decisión firme de apoyar y seguir a quien, desde tal legitimidad, asuma la responsabilidad y corra el riesgo personal y político de capitanearla”.54 54 La alusión a Ernesto Zedillo no puede ser más clara. Con frecuencia escuchamos a Carlos aludir y defender la legitimidad de origen del Presidente de la República de ese momento. “Está desaprovechando ese capital político”. Si se observa con cuidado, son varias alusiones parecidas entreveradas en estos interesantes textos de los meses finales de Castillo Peraza en la jefatura de Acción Nacional.

— 245 — Resumen de la presidencia de Carlos Castillo en el PAN

En la presentación del tomo 4 de los Informes y men- sajes de los Presidentes del PAN, María Elena Álvarez Bernal toma con ojo perspicaz, del informe de mayo de 1995, algunos datos verdaderamente relevantes de los logros del PAN durante la administración castillista; los reproduzco textualmente por su clari- dad y concisión:55 “En el trienio de 1993 a 1996, Carlos Castillo inspira la acción del Partido en la frase “apostar por nosotros mismos”, a fin de reaccionar enérgicamente ante el acoso que el gobierno y su partido dirigían contra Acción Nacional, desacreditando sus acciones de go- bierno y desprestigiando a la institución. “Al inicio del período, el Comité Ejecutivo Nacio- nal se marcó tres objetivos para la campaña presidencial de 1994: 1) alcanzar el 35 % de la vota- ción nacional; 2) cubrir el 80 % de las casillas con representantes panistas, y 3) conseguir informes, el mismo día de la elección, del 40 % de las casillas elec- torales. “El primer objetivo no se alcanzó: con el licenciado Diego Fernández de Cevallos como candidato a la Presidencia se obtuvo el 25.94 % de la votación, que triplicó la de la campaña anterior, pero no se alcanzó 55 Informes y mensajes... Op. cit., pp. 6 y ss.

— 246 — el 35 % deseado. El segundo objetivo se superó, al cubrir el 80.25 % de las casillas de todo el país; al igual que el tercero, pues se logró en 24 horas obte- ner los resultados del 50 % de las casillas. “Nuevamente se dificulta en el país el avance hacia procesos electorales limpios y equitativos; pero, pese a ellos, se alcanza el mayor número de puestos de gobierno en la historia del Partido: se obtienen 25 senadurías, 118 diputaciones federales, 56 alcaldías, 2600 regidurías y 192 diputaciones locales y Acción Nacional gobierna el 23.66 % de la población, que suman 19.5 millones de mexicanos. “Internamente se inicia un proyecto de redimensionamiento del Partido en un eje teórico de información-comunicación, que no llega a consolidar- se nacionalmente, pero que estimula nuevas formas de trabajo partidista. “A petición del Ejecutivo, y considerando que el Partido debe tomar riesgos y responsabilidades, se aceptó que el licenciado Antonio Lozano Gracia en- cabezara la Procuraduría General de la República, y en los primeros meses de gestión fue el funcionario más apreciado y reconocido. “En el Poder Legislativo se iniciaron cambios signi- ficativos: un diputado panista encabezó la Comisión de Vigilancia de la Contaduría Mayor de Hacienda, y en las Cámaras de Diputados y de Senadores, así como en la Asamblea legislativa del Distrito Federal, la Comisión de Justicia es presidida por un legislador panista. Acción Nacional alcanza una gran victoria cultural al aprobarse reformas constitucionales pro- puestas por el Partido, desde su fundación, sobre los artículos 3º, 27, 115 y 130”. La crisis económica de 1995 dificultó muchas cosas para los mexicanos, pero facilitó en gran medida que se pudieran manifestar electoralmente por la oposi- ción. Es necesario pasar de los inicios de 1995 en los

— 247 — que, según el propio Castillo Peraza, el cambio de- mocrático no se ve cercano, a principios de 1996, y ver el texto completo de su informe para percibir el nuevo talante participativo del pueblo en las filas de la oposición, especialmente en el PAN.

— 248 — Adiós ante los pares

El mensaje postrero de su informe final como jefe de Acción Nacional, habiéndolo escuchado con atención y emoción en su momento, y releído en ocasión de preparar estas líneas biográficas, se advierte preñado de multitud de emociones y pensamientos agolpada en la puerta de la historia que habría de escribirse en el trienio de Felipe Calderón, de 1996 a 1999. Se dirige Carlos al propio Felipe Calderón y a Er- nesto Ruffo, los aspirantes a sucederlo: “También, por si les puede servir, comparto aquí, brevemente con ellos y con las señoras y señores con- sejeros esta experiencia: un Presidente de Acción Nacional, por sentido de Estado y amor a la patria, por cuidar al país y cuidar al Partido, tiene con fre- cuencia que nadar contra la corriente y las tendencias ideológicas o políticas dominantes, y toparse, inclu- so dentro de la institución con resistencias de diversa índole. A veces, el precio personal que hay que pa- gar por ejercer adecuadamente el cargo es alto, y sólo puede pagarlo quien no ve en la Presidencia oca- sión de ventaja personal. El salario del Presidente es la tribulación; su única meta: la unidad y el vigor de Acción Nacional; su único objetivo final: la democra- cia para la justicia en la libertad para el país de todos.

— 249 — “Añado y confirmo que cualquiera que sea el que gane, me pongo sin reticencias a sus órdenes. Nunca ha pasado por mi mente dejar de ser panista. Mi de- cisión de no buscar la reelección es sólo la expresión de una voluntad de poner mis modestas suelas en las huellas amplias, profundas y luminosas de don Ma- nuel Gómez Morín, quien nos enseñó a todos que no hay que aferrarse al poder, ni siquiera cuando natural y hasta legítimamente puede uno hacerlo. Ha que- dado concluida una etapa en la vida de nuestra institución y es menester hacer frente a las necesida- des y posibilidades de una etapa nueva... No porque se haya agotado la tarea, que nunca terminará, sino porque a ella se han sumado nuevas posibilidades y responsabilidades nuevas que requieren también nue- vas capacidades y métodos y vocaciones nuevos... “Los tiempos que vive el país no son fáciles. La eco- nomía sigue produciendo desempleados, pobres y miserables, y se debate en callejones sin salida para la pequeña y la mediana empresas, así como para los deu- dores; el fraude electoral aniquila a la política; el gobierno y su partido lanzan una ofensiva virulenta contra Acción Nacional; los restos de todos los naufragios políticos se coagulan y lanzan el anzuelo a algunos panistas que parecen necesitar sicológicamente credenciales demo- cráticas firmadas por adversarios de su propio Partido; las peores mafias políticas se apoderan de la cúpula priísta; las intenciones democratizadoras del titular del Ejecutivo –verificables en la mayoría de las elecciones locales de 1995– se ven frenadas por un caciquismo lo- cal empecinado en volver al pasado, ahora por medio de atracos electorales perpetrados con guante blanco y amparados bajo la cobertura del federalismo. Los aca- bamos de ver en Puebla y en Quintana Roo. “Acción Nacional no puede ni debe admitir retro- cesos en la democracia. Los fraudes electorales municipales no son asunto de coyuntura: son la es-

— 250 — tructura misma, permanente, del sistema político mexicano, al que hemos combatido durante 56 años.56 En este lapso el país ha sido objeto de cuantos expe- rimentos económicos y sus consiguientes fracasos han dividido los diversos gobiernos. Lo único que les da común denominador, estructura, es el fraude electo- ral. Y porque queremos precisamente un cambio estructural, ponemos todo el énfasis en el combate contra tal regreso a la barbarie. Nuestra convicción e historia democráticas así nos lo imponen. Estamos, pues, en la batalla. En la misma batalla por la demo- cracia, que ilustra y signa nuestra acta de nacimiento como Partido político. Nuestra voluntad de diálogo está más que probada. Nuestra seriedad política no está en duda. Pero los abusos no son tolerables, ni nos tolerarían soslayarlos nuestros militantes y electores vulnerados por el atraco. No hay fraude electoral insigni- ficante ni pequeño: por eso nos levantamos de las mesas políticas, decisión, que, al parecer, irrita más al sistema que las guerrillas, el terrorismo o la violencia. “Estimo que se avecinan tiempos difíciles y que debemos estar anímica y organizativamente prepa- rados para enfrentarlos. La batalla por el federalismo auténtico y la autonomía municipal pasan por la lucha a favor de la democracia. La sobrevivencia de la nación 56 Debemos recordar que apenas dos meses atrás se había consu- mado el fraude electoral contra el pueblo de Huejotzingo, Puebla. Las huestes del entonces gobernador de Puebla, Manuel Bartlett, se ensañaban visceralmente contra el PAN. Hubo necesidad de recurrir nuevamente a acciones de resistencia civil en el munici- pio durante muchos días, hasta que se logró que se corrigiera tal atentado a la democracia municipal. Parecía por aquellos días que había concluido en definitiva la etapa de los fraudes electo- rales y a algunos panistas les parecía exagerado emplearse tan a fondo por rescatar un municipio cuando ya se nos reconocían triunfos estatales completos. Afortunadamente, la presidenta estatal, Ana Teresa Aranda, Carlos Castillo, Diego Fernández de Cevallos y el Comité Ejecutivo Nacional decidieron defender con todo vigor el triunfo panista. La democracia se defendía así en todo y en todas partes.

— 251 — depende de que sepamos construir una política demo- crática nacional, a través de un sistema de partidos. La informalización de la política, como la de la economía, sólo es solución aparente. Como Partido político, Acción Nacional no puede ni debe ceder a la tentación antipolítica a la moda, ni callar frente a las opiniones inexactas, si no es que dolosas, de los que descalifican a quienes milita- mos políticamente en un partido. Hipócritamente el gobierno manda a sus agentes a Washington para defen- der el trabajo del Procurador General de la República, al mismo tiempo que su Partido lo arremete casi cotidianamente.57 Nuestros gobiernos municipales y es- tatales están siendo objeto de una campaña de agresión y desprestigio, que se suma, en la mayoría de los casos, a la mezquindad centralista en la distribución de los recur- sos fiscales. También en este ámbito tendremos que actuar. Ya hemos empezado a hacerlo en el evento municipalista mencionado. Repito: no serán fáciles los años que se ave- cinan. Me atrevo a sostener, una vez más, que tenemos con qué dar la batalla, y lo tenemos en el interior de nuestra organización; que debemos renovar la apuesta por noso- tros mismos. “Quiero agradecer al Consejo Nacional, como órgano toral de Acción Nacional, su respaldo, su apoyo y su en- tusiasmo constantes, inquebrantables. El Partido tiene entre sus hijos su Consejo Nacional, siempre ancla y vela- men del navío: factor de serenidad, por un lado, impulso hacia delante, por el otro. Reitero que, como lo dije hace tres años, lo aterrador y riesgoso de la función del Presi- dente se convierte en alentador y esperanzador en virtud de la comunidad de militancia. El nombre del Presidente es el del peligro; el nombre de panista es el de la salva- ción. Les agradezco lo que en cada momento hicieron para salvar al militante del Presidente. Este agradecimien- to se extiende y profundiza hacia quienes, de manera 57 En esos momentos el Procurador era el licenciado Antonio Lo- zano Gracia, emanado de las filas de Acción Nacional.

— 252 — directa, estuvieron conmigo en el Comité Nacional y en las coordinaciones legislativas supliendo mis deficiencias, moderando mis intemperancias, corrigiendo mis fallas, y ayudándome a evitar todos los males evitables que pue- de generar un hombre precario y contingente, falible y pecador, que asumió la responsabilidad de encabezar a Acción Nacional tal vez con poca conciencia de lo que esto significaba e iba a significar. “Me parece conveniente subrayar que el equipo técnico y de servicios que consiguió para el Partido tantos y tan importantes logros, es un grupo de pro- fesionales muy jóvenes. Finalmente les pido, señoras y señores consejeros, que transmitan a los dirigentes y militantes del Partido, al corazón de Acción Nacio- nal, mis palabras de acción de gracias. “Los hechos están allí. Son parte del pasado. El pre- sente es el de cambio de mando. Del futuro ya no me toca hablar a mí. Apenas me toca pedir perdón por lo que hice mal y agradecer lo que tantos, por el Parti- do, hicieron bien. “Al final de este intenso tramo de vida que ustedes me ayudaron a disfrutar, no encuentro mejores palabras para decirles lo que siento, que aquéllas de José María Pemán:

“Señor, ya no tengo nada de cuanto tu amor me diera; todo lo dejé en la arada en tiempo de sementera; allí regué mis ardores, vuelve tus ojos allí, que allí he dejado unas flores de consuelos y de amores: ellas te hablarán de mí.

Hasta la vista.”

— 253 — La relación con los presidentes de México

En buena parte, la relación de Castillo Peraza con Car- los Salinas de Gortari quedó definida por la situación post-electoral de 1988 y la crisis de legitimidad del propio Salinas. En otra parte se analiza la posición del PAN en torno a ese asunto de primera importancia y también el papel que jugó Carlos Castillo en ese lan- ce político, como asesor destacado de Luis H. Álvarez. Durante los primeros años de gobierno salinista se decía, incluyendo las opiniones de algunos dirigen- tes panistas bastante imprudentes, que Salinas de Gortari había “robado” el programa de gobierno de Manuel de Jesús Clouthier, “Maquío”, y del PAN, es- pecialmente la parte económica. Ni tardos ni perezosos, los adversarios del PAN y de Clouthier se lanzaron en contra en sucesivas y furibundas oleadas de ataques públicos. En efecto, los priístas y defensores de Salinas des- mentían que su jefe se hubiese robado ideas de gobierno, ya que éstas le sobraban, y menos lo habría hecho de un partido tan “conservador y reaccionario como el blanquiazul”, y aprovechaban el viaje para mostrar al Presidente como hombre moderno y efi- caz. Esto era, por supuesto, políticamente normal y natural. Sin embargo, la izquierda cardenista había

— 254 — entrado en una dinámica de confrontación total. Sus dirigentes se aislaron viendo enemigos en todo tipo de grupos y de ciudadanos que no estuvieran de acuerdo con aquella política de todo o nada. Quie- nes no les dieran la razón eran automáticamente calificados como “cómplices de Salinas” y enemigos del pueblo. El PAN no escapaba de las virulentas diatribas perredianas; se asimilaba a este partido a las políticas conjuntas del PRI y del PAN, “todos neoliberales y enemigos del pueblo mexicano y sus clases popula- res, de sus pobres y de la democracia”. En su utópica “República de las etiquetas”, ellos asignaban roles a todos los demás. El “líder moral” de aquel extremis- mo, “el Tatita”, se reservaba no solamente el Olimpo para él solito, sino el Parnaso para sus corifeos. En algunas ocasiones, Carlos acompañó a Los Pinos al Presidente del PAN, Luis Álvarez, para tratar di- versas cuestiones electorales, presupuestales y legislativas. Poco a poco se fue llegando al punto en que fue posible realizar reformas a los artículos terce- ro, quinto, 24 y 130 de la Constitución General de la República, mismos que durante muchas décadas no fue posible siquiera imaginar que pudieran ser toca- dos para alguna enmienda. En ello había una carga emocional e histórica muy viva por parte de los vie- jos luchadores del PAN, quienes vieron una oportunidad de plasmar en la ley los objetivos de las luchas innumerables por la libertad de conciencia, la libertad de educación, el reconocimiento de la per- sonalidad jurídica de las Iglesias y un mejor modo de hacer funcionar la propiedad agraria y las organiza- ciones de producción en el campo mexicano. El paquete legal, aun con sus imperfecciones, no era despreciable. Carlos Castillo opinaba que el importante asunto relacionado con la libertad religiosa y de conciencia

— 255 — había tenido que esperar la llegada al poder de un presidente genuinamente laico para que se lograran las reformas pertinentes. Un presidente ateo, masón, enemigo simplemente de la Iglesia Católica –la más importante, por supuesto, en este asunto–, o simple- mente seguidor de la línea histórica del sistema dominante, no haría jamás esfuerzo alguno en tal sen- tido reformador –meditaba Carlos–, mientras que un presidente católico se vería en serios apuros para sa- car de la ilegalidad y el estatus de tolerancia que habían sufrido los católicos mexicanos desde los lla- mados “arreglos” de 1929 y aun antes. Ese presidente debía ser –para bien o para mal– laico natural, sin com- ponentes pasionales en el asunto, justo como era Carlos Salinas, quien podría llevar adelante las modificacio- nes constitucionales. Y Carlos apreciaba la voluntad que mostró Salinas en esto y algunas otras cosas de esa reforma, como la liquidación histórica del reparto agrario, la disposición para modernizar la economía y otras áreas. “El hombre no era fácil, pero una vez que comprometía su palabra, la cumplía”, decía Car- los Castillo por aquellos días en que ya gobernaba en Baja California Ernesto Ruffo, primer gobernador emanado de las filas panistas y en cuyo reconocimien- to del triunfo electoral conseguido en las urnas se vio la voluntad de Salinas y la mano, por cierto, de Luis Donaldo Colosio. Más adelante, ya como Presidente del PAN, Carlos Castillo tuvo que continuar el trato con el inquilino de Los Pinos. En general, dicha relación se limitó a tratar lo estrictamente indispensable. En la segunda mitad del mandato de Salinas Carlos Castillo se re- plegó un poco en sus contactos con el Primer mandatario y los fue sustituyendo, en especial duran- te 1993, con un trato más directo y abierto con el Secretario de Gobernación, Patrocinio González Ga- rrido. Toda la materia electoral importante (es bueno

— 256 — recordarlo ahora que la autoridad electoral está ciudadanizada) pasaba por los salones y pasillos del Palacio de Covián, en la calle de Bucareli, pues el Pre- sidente del Instituto Federal Electoral era todavía el Secretario de Gobernación. Todo mundo sabía y pre- veía que pronto podrían cambiar las cosas, pero subsistía ese resto fósil de Gobierno metido central- mente en la organización de las elecciones. Con alguna regularidad, también veía a otros se- cretarios de Estado. Manuel Camacho Solís y Luis Donaldo Colosio eran de los que mantenían con él una relación más o menos frecuente. En ello no erra- ba su olfato político; intuyó con tiempo que ambos llegarían a la final en la sucesión presidencial de 1994. Los acontecimientos que llegaron con el último año de salinato habrían de obligarlo a estar en comunica- ción algo más cercana con Salinas de Gortari, al menos durante las secuelas de tales acontecimientos, tan duros políticamente y tan llenos de consecuencias en lo electoral. No es, por supuesto, objeto de este tra- bajo biográfico entrar en demasiadas consideraciones sobre aquel año que comenzó, en enero, con el le- vantamiento armado en Chiapas, y concluyó con el desastroso “error de diciembre”, cuyas consecuen- cias están a la vista nueve años más tarde, sino hacer notar que Salinas de Gortari y su sucesor, Ernesto Zedillo, tuvieron como interlocutor por parte de Ac- ción Nacional a alguien tan calificado para mantener la relación institucional estable y capaz de darle a los importantes hechos políticos del momento su ade- cuada perspectiva histórica, como era Carlos Castillo Peraza. Durante el levantamiento en armas del EZLN, y durante las horas que siguieron al asesinato de Colosio, era natural que el Presidente de la República se comunicara, entre otros, con el Presidente de Ac- ción Nacional para pulsar el sentir de una institución

— 257 — que ofrecía, como pocas, capacidad y estabilidad, cosa que ciertamente no ocurría en el PRI debido a la in- evitable y atípica sustitución del candidato presidencial. Lo que restaba del año después de las elecciones, corría, para el PRI, por cuenta del doctor Zedillo. Y no fueron hechos blandos los que siguie- ron. Mencionaré sólo tres de ellos, por la importancia que tuvieron para México: El asesinato de José Fran- cisco Ruiz Massieu, ex gobernador de Guerrero y recién nombrado coordinador de los nuevos diputa- dos federales del Partido Revolucionario Institucional; el nombramiento de Antonio Lozano Gracia como coordinador de los diputados en San Lázaro también era un dato nuevo, inédito, en nuestra vida pública, pues se designaba al frente de tan delicado puesto a un abogado emanado de las filas de la oposición panista. Finalmente, 1994 terminó con el gran derrum- be económico de diciembre. Cada episodio mencionado tiene importancia por sí mismo y mere- ce un estudio pormenorizado. Aquí sólo se apuntan como ocasiones en las que tenía que haber una co- municación más o menos cercana con quien dirigía los destinos de la nación. Carlos estableció una rela- ción seria con esos dos titulares del Ejecutivo, porque así le correspondía hacerlo. Carlos Castillo tenía ple- na conciencia de a quién representaba. Más adelante, durante el primer año de Zedillo, la relación tuvo sus altibajos. Ciertamente, durante los avances electorales del PAN, muy abundantes en 1995, no ofrecieron éstos dificultades especiales, con excepción de Yucatán. La elección o reelección dis- frazada de Víctor Cervera Pacheco como gobernador de aquel estado peninsular culminó, como era de es- perarse de los priístas más que rezagados en los modos democráticos, con un gran fraude electoral, que tuvo que ser denunciado con toda la capacidad política de Acción Nacional, el que desató una bien

— 258 — montada campaña de denuncia, incluso a nivel inter- nacional. El triunfo del candidato panista Luis Correa Mena fue defendido con todas las armas legales y protesta política al alcance del Partido. Se aplicó una ración importante de resistencia civil. La situación era muy tensa: sabíamos todos que el grado de reconoci- miento de triunfos de la oposición había aumentado en forma apreciable desde 1989, año en que se reco- noció el triunfo electoral para gobernador de Ernesto Ruffo. Sin embargo, el safari por la democracia tenía rezagos muy importantes en el sureste del país, muy especialmente Yucatán. Luego, a mediados de 1995, vino el triunfo del PAN en Guanajuato, con Vicente Fox, con lo que cambiaba rápidamente el ánimo político en cuanto a las posibi- lidades de que el PAN siguiera cosechando triunfos. Más aún cuando se consiguió un meritorio triunfo en Aguascalientes, lo que daba al PAN una importante ciudad capital y la mayoría en el congreso local. Pero hubo necesidad de poner límites a las maniobras del gobernador priísta Otto Granados. Siguieron los triunfos casi inusitados en varias capi- tales de estados, especialmente Oaxaca y Tuxtla Gutiérrez. La ola de votos azules se convirtió en una verdadera amenaza para el PRI-gobierno, y por pri- mera vez comenzó a hablarse con seriedad, entre dirigentes panistas, de un triunfo en la campaña pre- sidencial del 2000. Lo que había empezado en febrero de ese año, con la victoria del ingeniero Alberto Cár- denas Jiménez como gobernador del importantísimo estado de Jalisco, había seguido con el triunfo de Vi- cente Fox Quesada como gobernador en el central y neurálgico estado de Guanajuato. Las relaciones en- tre Castillo Peraza y Zedillo Ponce de León fueron en general muy aceptables ese año. Sin embargo, a fines de 1995 una fuerte disputa tuvo lugar entre ambos, ocasionada por un grave malen-

— 259 — tendido en cuanto a la reforma legislativa del Seguro Social y el nacimiento de las llamadas Afores, nada menos que los fondos de retiro para los trabajadores mexicanos. El malentendido o enredo se debía a la impresión que había tenido el doctor Zedillo sobre la posición del PAN y de la diputación panista en la materia; daba por descontado que Acción Nacional aceptaría sin ningún reparo la iniciativa de ley del Presidente. No era así en el momento de discutir los dictámenes de las Comisiones, aunque hay que decir que en un principio tanto el PAN, como sus diputa- dos y senadores, estaban de acuerdo en abstracto; era evidente que había que reformar al Seguro So- cial. No obstante, hasta no verificar que los reglamentos que definen y acotan las Afores se defi- nían perfectamente, se reservaban dar su apoyo. El doctor Ernesto Zedillo pensó que contaba con el decidido y convencido apoyo de Castillo y con la au- toridad moral de éste sobre sus grupos parlamentarios. Se entiende que, tal como lo confirmaban las opinio- nes de algunos colaboradores cercanos, el Presidente había apostado muy alto a esa carta. Carlos no era contrario, en principio, al proyecto; después de con- sultar con economistas y financieros de su confianza, le parecía bien, en general; no así la inquietante falta de conocimiento de la reglamentación que se pre- tendía dejar en el terreno resbaladizo de las promesas y de las cartas de intención. Largas horas deliberó Carlos Castillo con sus dipu- tados y sus senadores sobre los procedimientos que se estaban empleando, y cuando se dio cuenta que eran “un batidero” de improvisados cambios, parches y hasta mentiras de algunos legisladores priístas que se dieron “el lujo” irregular de cambiar el dictamen entre la primera y segunda lecturas, en contra de la práctica parlamentaria correcta, decidió dejar en li- bertad a los diputados panistas quienes, en gran

— 260 — número, NO votaron a favor. Vino entonces el recla- mo airado de Ernesto Zedillo sobre Castillo Peraza por la “falta de apoyo y compromiso”; y aunque Car- los procuró explicar la situación, la verdad es que las relaciones entre ellos se deterioraron seriamente. De hecho, el 5 de febrero de 1996, a punto de terminar su cargo Castillo para ser sustituido por Felipe Calde- rón, durante una gira por Baja California, el Presidente Zedillo se despojó de la incipiente imparcialidad que había guardado en materia electoral y renovó su com- promiso total sólo con el PRI. Se “puso la camiseta” tricolor, pues. Al paso del tiempo, poco a poco, se restableció el aprecio entre ambos. Así fue como vimos al doctor Zedillo asistir, acompañado de su señora esposa, Nilda Patricia Velasco, a la agencia funeraria donde se vela- ba a Carlos, para externar su pésame a la familia y emitir un juicio de muy sincero aprecio por un inter- locutor político de reconocida estatura moral. Zedillo estaba todavía en funciones y había logrado dar el testimonio por la transición democrática el 2 de julio de 2000, apenas dos meses antes; algo a lo que Car- los lo había conminado repetidamente, en especial en el libro Disiento.

— 261 — La doctrina panista

En agosto de 1997 se reunió el Consejo Nacional del PAN en un hotel cercano a San Juan del Río, Querétaro, para evaluar las recientes elecciones federales, lleva- das a cabo un mes antes para establecer líneas fundamentales de acción para el futuro inmediato. Fungía como Presidente de Acción Nacional Felipe Calderón Hinojosa. Los resultados habían sido clara- mente inferiores a los de los comicios de los tres años anteriores, no así a los de 1994, año de elección pre- sidencial. Desde luego, el análisis admitía varias interpretaciones, porque entre otros datos duros, era la primera vez que, juntos, el PAN, el PRD y el resto de la oposición tenían más diputados que el PRI, pero nos preocupaba que el PRD tuviera más curules que nosotros, amén del triunfo conseguido por Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal, justamen- te en detrimento de la candidatura de Carlos Castillo y de las demás candidaturas panistas en tal entidad federativa; de hecho, sólo ganamos mayoría en un distrito federal y en dos distritos locales.58 Pero de la candidatura de Carlos y su situación como dirigente panista se hablará en otra sección. Dolorosa fue la derrota, porque se trató de un casi inexplicable de- 58 José Espina Von Roherich en el XV distrito federal, y Arne aus den Ruthen y Pablo de Anda en dos distritos locales.

— 262 — rrumbe que, algún día, un grupo de sociólogos, que no políticos, habrá de desentrañar. En lo que viene a cuento, debo decir que el Consejo Nacional escogió en aquella ocasión de la evaluación postelectoral de Querétaro, 11 líneas de acción, entre las que recuerdo como importantes una reforma estatutaria integral, el desarrollo de la doctrina panista, la reducción de la conflictividad interna, posicionarnos como primera fuerza política, etcétera. Con tal motivo pedí autorización a Felipe Calderón para, en breve, echar a andar una nueva proyección de principios, con miras al desarrollo doctrinal; Felipe asintió. Así fue como intenté comenzar a realizar el trabajo mencionado y, como era lógico, traté el asunto con Carlos Castillo. Debo decir que fue idea de ambos constituir un grupo nuclear (es decir, un centro peque- ño en número) y reunirnos prontamente. Para estar de acuerdo, los dos convinimos en un pequeño grupo de cinco personas, quienes nos reunimos unas cinco o seis veces; en ocasiones sólo reuniones cortas en la Funda- ción Preciado (tres o cuatro horas en la tarde y noche) y otras más prolongadas en la casa de campo que nos facilitó una amable familia en el Estado de México. Ahí estuvimos Carlos Castillo, Bernardo Ávalos, Luis Morfín, Javier Brown y yo. No llegamos muy lejos en cuanto a la elaboración de un documento parecido a ponencia o dictamen listo para su discusión en los foros partidistas. De hecho, preferi- mos tocar los temas más importantes con cierta profundidad para después decidir el formato y la re- dacción que con todo y ser importantes venían a ser secundarias en relación con el desarrollo de conteni- dos. Para no incurrir en la descripción de los pormenores de nuestras discusiones, remito a los lectores de estas líneas a la versión estenográfica de las mismas.59 59 Proyecto de Principios de Doctrina, 1998. Deliberaciones inicia- les, versión estenográfica.

— 263 — Una vez que fuimos tan profundo como pudimos en el asunto primordial de definir en forma sencilla, pero honda y sólida lo que entre nosotros es el con- cepto de persona humana, su eminente dignidad, cómo alcanza su desarrollo humano pleno en nues- tros días, pasamos a tratar, también con la mayor hondura que nos fue posible, el tema de comunidad, y exploramos muchos de los temas conexos: bien común, sociedad, sociedad política y sociedad civil, organismos intermedios, ONG’s, patria, comunidad internacional, etcétera. Un tercer tema fundamental fue el concepto de cul- tura, que resultó muy fecundo. A partir de una definición adecuada, según puede verse en la trans- cripción, se pueden derivar consecuencias de interés conexas con el otro conjunto de principios, indepen- dientemente de cómo se les ordene. Y todavía tuvimos oportunidad de tratar un cuarto tema funda- mental: el trabajo. Sobra decir que éste es prioritario entre los fundamentales y entronca con los de comu- nidad, persona, economía, familia, desarrollo, etcétera. Hasta ahí pudimos llegar. Diversas circunstancias nos fueron alejando la oportunidad de reunirnos para pro- seguir el trabajo. Tal vez en el siguiente impulso partidista fuese posible llegar más lejos. Sin duda habría de ser así, aunque el esquema o formato fuese diferente. Quedan consignadas en la transcripción que se hizo las aportaciones de Carlos. Simplemente pongo a disposición del lector algunos pasajes que pueden ser útiles y que, además, revelan en forma viva el talante de aquellas reuniones; dos de ellas, las de Tepeji, maratónicas. Se diría que “merodean” en las discusiones, como es lógico, las meditaciones e inquietudes de todos, especialmente las de Carlos Castillo; se nota el afán de ver la misma cuestión desde un ángulo y después

— 264 — desde otro; son invocadas la voz y la opinión de los autores recientemente leídos, cuando viene al caso: Ricoeur, Mazowiecki, Tischner, Lonergan, Maritain, Mounier y muchos más. (Una predilección curiosa de Carlos eran los libros de Alvin Toffler, de quien decía que era el insólito caso de un futurólogo “que le ha atinado a todo”). A manera de muestra, transcribo algunas partes de la discusión, para observar la especial participación de Castillo Peraza en algunos tramos del camino. Se trata de la transcripción magnetofónica lograda por el licenciado Javier Brown.60 Federico Ling. (Hace introducción del tema. Se refi- rió al documento de metodología para tratar de definir lo que puede entenderse como nivel doctrinal). Javier Brown.– La distinción entre ideología y doc- trina toma como base al enunciado. Los enunciados doctrinales contemplan principios y los enunciados ideológicos se derivan de los enunciados originales. La idea es fijar un conjunto de enunciados básicos que contemplaran los principios y definiciones para, a partir de ahí, derivar otros enunciados de corte ideo- lógico. Como base hemos considerado a la persona humana, cuál es su definición, qué principios se pue- den aplicar y de ahí derivamos enunciados. Hemos trabajado ya los temas de persona y comunidad. Carlos Castillo Peraza. Lo que yo diría es que hay que fijar enunciados de tipo doctrinal y luego los de tipo, digamos, ideológico y luego los elementalmente programáticos, que en el documento de principios serán enunciados a nivel muy general, muy universal. Luis Morfín. –La diferencia entre enunciados, prin- cipios doctrinales y plataforma merece una repensada para discutir qué conviene más. El nombre “princi- pios de doctrina” entiendo que los fundadores lo 60 Proyecto de Principios. Discusiones de 1998, Tepeji del Río, Querétaro, quinta reunión, 23 de mayo de 1998.

— 265 — usaron, y adecuadamente, para una toma de posición. Y esos principios de doctrina quedaron consignados y fueron la referencia y es, digamos, nuestro punto de partida. Los principios de doctrina tienen dos in- gredientes fundamentales: uno, al que hemos llamado ideología; que habría que aclarar si por ello entende- mos filosofía u otra cosa para saber por dónde caminamos, y otro que es la doctrina, lo que hay que enseñar, con lo que se forma a la gente. Estas distin- ciones son útiles y nos ayudarían a decir qué va primero y, obviamente, esto requiere una platafor- ma que va a ser cambiante pero que a lo mejor tiene un núcleo que está bien recogido en los principios de doctrina. Tuvimos una discusión, que me parece muy intere- sante, en donde la pregunta fue: ¿Cómo se legitima una visión filosófica? Esta cuestión está en actas. El argumento es finalmente, ¿cómo me apropio?, ¿cómo lo verifico?, ¿cuál es el principio? Y nos enfrascamos en la cuestión del punto de partida. La parte aprove- chable de todo esto es que ahora, al empezar la tarea, creo que es posible llegar a un consenso (buscarlo por lo menos) sobre cuáles son las posibilidades de lo que nosotros tenemos como tarea y, dentro de esto, qué orden tienen y de ahí para adelante, hasta don- de podamos llegar. A mí me parece que la plataforma sería lo último a lo que llegaríamos. CCP.–Nosotros no tenemos como tarea la platafor- ma. Tenemos como tarea los que podrían llamarse enunciados doctrinales, los enunciados ideológicos y los enunciados programáticos muy generales. Esto es un Partido político, no es una academia de filosofía. A nosotros nos corresponden los enunciados de la doc- trina y, entonces, toda la justificación filosófica, creo que debe hacerse en cursos del Partido, pero no en el folleto que le dan al militante, el cual tiene que ser algo muy sencillo y comprensible.

— 266 — En el proceso de formación del propio Partido, en los cursos, iremos ampliando estas cosas y les dare- mos fundamento. Pero yo creo que como el folleto de principio de doctrina para el militante, no tendría- mos que ir al principio del principio. Me parece que es decir demasiado, porque, entonces, a alguien que llega al PAN le dicen: “lee este tomo de Antropolo- gía, de Epistemología, de Ontología, etc.” Evidentemente debe estar claro en la parte del Parti- do que se dedica a la formación, a la capacitación, a la profundización de estas cuestiones, pero nuestra tarea no es darle al Partido eso, sino darle, digamos, el pequeño Vademécum de enunciados que el Parti- do sostiene, y luego que venga la discusión en otros ámbitos. BA. –Creo que en la cuarta reunión llegamos a un resultado positivo, cuando le dimos historicidad a los principios. Los principios de doctrina de Acción Na- cional, en términos de principios, son aquella roca indiscutible, indisputable, de enunciados con los que se fundó una comunidad y que gracias a esos princi- pios indiscutibles últimos que encontraron esos fundadores se incluyen a o se excluyen gentes. En ese sentido, son principios para Acción Nacional. CCP. –Es un trabajo ciertamente teórico, cuyo pro- ducto tiene que ser político. Está encaminado a un Partido político. BA. –Yo lo que quiero decir es que hablábamos de un abismo. Si yo me meto al término de principio como (arché), en términos filosóficos, sería entrar a la Barranca del Cobre, pero no es, como dice Federico, la Barranca del Cobre lo que buscamos. CCP. –No… Los principios de 1939 no los vamos a revisar, ya están dados, históricamente dados. Tene- mos que proyectarlos en el tiempo, ver qué nueva reformulación se puede hacer, y ya hicimos un poco el ejercicio de reformular en dos casos, más en per-

— 267 — sona que en comunidad, incluso en la cuarta reunión vimos que el principio de los principios, la roca, don- de la roca tiene hierro fundido es PERSONA. Yo sugeriría que reformulemos cada uno de los princi- pios, como hicimos con persona. Cerrar persona y pasar al que sigue. (Tras la lectura de varios documentos, renace una objeción de Castillo Peraza). CCP. –Tengo varias observaciones. Primera: me ima- gino la palabra “hontanar” en Chalchicomula. La palabra hontanar me parece preciosa, pero éste es el folleto, el Vademécum, que el que quiera ser panista en San Ignacio Río Negro, cuando le digan hontanar y otras cosas que están acá (sólo escogí esa porque me parece muy poética) no comprenderá. Esto de forma pero de fondo, yo diría esto: ¿En Acción Na- cional consideraríamos que el ser humano es persona en la medida que…? Si no hace esto, ¿no es persona? LM. –Hemos estado hablando de seres humanos; no es lo mismo ser humano que persona, y Acción Nacional le apuesta a las personas. CCP. ¿Y el loco? LM. –El loco, potencialmente, en los momentos que está lúcido. CCP. –¿Y si no está nunca? LM. –No es persona. CCP. –Entonces, ¿qué es? LM. –Ser humano. Digno de respeto. Pero la sepa- ración de esos dos (ser humano y persona) te introduce todo el dinamismo. Porque somos personas por gra- dos, por eso se le quita la responsabilidad a uno cuando se verifica que no está actuando con estas ca- racterísticas. No es culpable. CCP. –Lo que estás introduciendo aquí es una dis- tinción entre ser humano y persona. Y estás reservando persona para…

— 268 — LM. –En términos aristotélicos. El que actualiza su potencialidad. La potencialidad es digna de respeto, sí, pero no lo tomes tan en serio cuando está hablan- do. Porque no es persona. CCP. –Para entendernos mejor, qué merece respe- to absoluto a su vida, ¿el ser humano o la persona? LM. –Desde el ser humano. El ser humano merece respeto absoluto a su vida. CCP. –Y también, si a tu servidor le suscitó una pre- gunta, entonces hay que dejar en el texto clara la distinción. Hay que decir de quién son los derechos fundamentales. BA. –(tercia): ¿De quién son? CCP. –Del ser humano, porque si sólo son de la per- sona, el que defina quién es persona es el que mata. LM. –Y curiosamente los derechos humanos son obligaciones colectivas. De tal manera tiene esto que quedar explícito, para que elimine, si es posible, las interpretaciones torcidas y las malas intenciones. CCP. –Yo creo que se puede redactar así: el ser hu- mano es persona que hace x, y, z, y que es persona en la medida que a, b, c; que por tanto, los derechos a la vida, a la libertad, a la justicia y al a verdad son del ser humano pero se realizan con la persona. Por así decirle… BA. –Tú se lo otorgas al ser humano en reverencia a la (dínamis). CCP. –En reverencia a lo que es en potencia. BA. –Esto tiene una delicadeza ética extraordina- ria. CCP. –Por el hecho aristoteliquísimo de que forma educitur de potencia materiae. Es decir, tú no pue- des hacer cañones con talco. Con talco tú puedes hacer otras cosas, pero nunca cañones. LM. –La materia de la que habla Aristóteles; ésa ya no es la materia prima. JB. –No, es la materia segunda.

— 269 — CCP. –Es segunda porque la materia prima en Aristóteles es tan eterna como la forma. JB. –Es meramente inteligible. BA –No es nada. CCP. –Pero, veamos. Aquí hay otro asunto que me preocupa, que también es político. Uno, muchas ve- ces, en la expresión en el discurso, en el lenguaje, en el mitin; por ejemplo, cuando se trata de los pobres, oye uno decir: vamos a devolverles su dignidad, ¿en- tonces los dignos son los ricos?; por decirlo muy groseramente, es pobre, ¿entonces no es digno? Y por tanto, ahora vamos a darle casa para que sea dig- no. Se usa mucho. Yo creo que también esto hay que cuidarlo, en esos sentidos del discurso político, por- que si no, te estás poniendo en una torre en la que nadie es digno si no ha llegado a donde tú estás. A mí esos lenguajes me parecen peligrosos, porque al mismo tiempo que revelan una preocupación de jus- ticia, están anclados en una antropología criminal: ¡pobres inditos!, como son pobres y analfabetas, aho- ra nosotros llegamos y los hacemos dignos. Un momento, eso es ser indigno; se es digno por sí, no porque sea pobre o rico. (Sigue una sabrosa discusión acerca de la eminen- cia de la dignidad humana): BA. –Se podría pensar que dentro del proceso de personalización descrito puede haber retrocesos. O sea, un ser humano que ya fue persona, por ciertas vías y ciertas decisiones… se va entropizando y re- gresando (lo voy a decir también peligrosamente) a un estado inferior. Entonces, optar por esa definición tiene una serie de problemas, donde la persona es un construendum, en donde es una emergencia siste- mática, frágil y débil, como la flama de una hoguera que puede soplar el viento y se termina; tiene esta dificultad evidentemente y propone, además, un reto ético, histórico, moral, político, extraordinario, por-

— 270 — que dices: bueno, se te pueden acabar las personas; tú mismo ni lo tienes garantizado, puedes equivocar- te en tu existencia, ir caminando en un rumbo en donde tú crees que vas subiendo y resulta que termi- nas hecho un guiñapo en donde ya no distingues la persona, ya no percibes, ya no entiendes, ya no ima- ginas, ni decides, no ejerces tu libertad. CCP. –Coincido con las alertas que pones. Quisiera hacer dos distinciones: Primera: desde mi punto de vista, el enunciado del principio persona, en los documentos oficiales, fun- damentales y fuentes del PAN, tiene una gran insistencia, que podríamos entender con las dos no- ciones diferentes que hay en filosofía griega para FUERZA. Un tipo de fuerza en la filosofía griega es la (energueia), la energía, que es lo que mantiene uni- do a un ser en su materia, su forma, su potencia y sus actos (para que la potencia no esté aquí y el acto acá), y el otro es la (dínamis), que es lo que de la potencia y el acto junto va haciendo caminar; potencia que es acto, acto que es otra vez potencia y genera una vida. Entonces hay la energueia y hay la dínamis. ¿Qué significa esto, desde mi mirada a los principios de doctrina de Acción Nacional? Significa que los funda- dores estaban en la energueia, es decir, su preocupación fundamental es esta: aquí está la per- sona, y yo creo que por razones de enunciado político no atendieron tanto a la dínamis, porque si ellos plan- tean la dínamis en un momento político, en el que lo que está agraviado y agredido es la energueia, ellos sienten que lo que el sistema político está haciendo es romper a la persona, entonces la insistencia es la energueia y no ven la dínamis. Esta es una interpreta- ción. Yo creo que hoy tendríamos que, si no insistir sólo en la dínamis, sí ponerlas juntas: aquí hay dos fuerzas.

— 271 — Entonces podríamos decir que, en términos de la energueia, hablamos de ser humano, y en términos de dínamis, hablamos de persona, para entendernos aquí nosotros. Y así prosigue la prolongadísima reflexión; sin duda era Carlos Castillo quien armonizaba en ella la políti- ca y la filosofía.

— 272 — El Carlos Castillo internacional

En forma natural se fue introduciendo Carlos en el ámbito internacional. El mundo “ancho y ajeno” era un reto formidable y un imán insoslayable para una personalidad como la de él, tan abierta a los vientos de múltiples corrientes de pensamiento, cultura y aconteceres. Para él, lanzarse al mar internacional era tan natural como del impetuoso río lanzarse finalmente al inmenso océano. Poco a poco, el contacto cada vez más frecuente con otras realidades, hechos, historias y costumbres, lo fue convirtiendo en ciudadano uni- versal, en hombre universal. En un principio, seguramente, los libros fueron las primeras ventanas para asomarse al mundo. Podemos estar seguros que los libros a los que tuvo acceso despertaron su imaginación y conocimiento. Segura- mente los libros de estampas de lugares lejanos y atrayentes pasaron por sus manos como heraldos de otros reinos. Los libros de aventuras hicieron su parte y de entre ellos, en aquella época, los que hacían aparecer el personaje central de los libros de aventu- ras: el barco. El barco pirata desde luego, como un residuo fósil del romanticismo decimonónico, pero también los barcos mercantes de vapor y los inmen- sos veleros perfeccionados para la competencia con la máquina de Watt y Stephenson; y todo esto en las

— 273 — décadas de los 50 y 60 en que sus majestades trasatlánticas Queen Mary y Queen Elizabeth señoreaban los mares a pesar de las tragedias de prin- cipios de siglo, del Titanic y del Lusitania, víctimas, respectivamente, del poder y la furia de los elemen- tos naturales, y de la furia y brutalidad de los hombres. Al igual que muchos jóvenes y niños de los años treinta, cuarenta o cincuenta, se leyó la colección com- pleta de obras de Emilio Salgari, con todos los temas tratados y que, quienes las leyeron no olvidan: la su- pervivencia de náufragos en islas desiertas; los corsarios del mar Caribe; las intrigas de los estrangu- ladores de la India; o el célebre Sandokan, de Borneo, los misteriosos sacerdotes egipcios, etc. Pero termi- nado Salgari siguió con las clásicas novelas de ciencia-ficción de Julio Verne; La Isla del Tesoro de Stephenson, el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, y tantas otras que daban un conocimiento novelado aproximado del mundo; todas o casi todas con un dejo romántico heredado del siglo XIX. A todo esto se unía la plática familiar propia de una familia que, si bien ha tenido profundas raíces yucatecas, también contaba entre sus haberes los des- plazamientos de abuelos y bisabuelos casi legendarios por parajes diversos del sureste mexicano; y también las aventuras de tíos pintorescos, como el Tío Ney, perteneciente a la escuela mexicana de ingenieros de grandes puentes y “habitante cero de Cancún”; “llegó con la maquinaria de desmonte”, explicaba Carlos. Como tantas familias mexicanas de clase me- dia, con poco capital, pero buena y abundante cultura, los Castillo Peraza estimulaban en muchas formas al Carlos estudiante en Mérida para un mejor conoci- miento del mundo a través de muchos y diversos países. No cabe duda, sin embargo, que una influencia fun- damental en materia del mundo muy ancho y no tan

— 274 — ajeno de aquellos años fue la Iglesia universal, la ca- tólica. Los horizontes ilimitados de una Iglesia milenaria y mundial eran absorbidos desde los tiem- pos de la temprana opción de Carlos por la vida religiosa. En las largas y acumuladas lecturas de re- fectorio oyó de las legendarias figuras que suelen proponerse como modelo a esos jóvenes: El Santo Cura de Ars, o la admirable vida del Padre Damián en Molokai, la isla de confinamiento de leprosos en el lejano Pacífico. O las lecturas bíblicas que, bien he- chas, no pueden dejar de producir conocimiento y comprensión de los pueblos del Medio Oriente. O conocer de la explosiva actividad misionera de San Francisco Javier, y… quiénes eran los grandes padres de la Iglesia, de Oriente y Occidente, así como de las tareas evangelizadoras en la América española. Lo anterior era como el trasfondo cultural para te- ner presente el dilatado campo de las numerosas y diversas naciones del mundo y verificar que Carlos tenía abiertas esas ventanas desde muy joven y po- seía también el deseo de todo adolescente de salir y conocer el mundo, deseo que operaba en él de ma- nera muy viva. Durante su vida, nada sería comparable a la huella profunda que dejó en su espíritu la estadía en Europa durante varios años consecutivos; además en compa- ñía de Julieta, su joven esposa. A lo largo de los años, Italia y Suiza, sobre todo, fueron vivencias a las que pudo volver de manera recurrente debido a los via- jes ulteriores y, por lo mismo, los recuerdos acudían una y otra vez; los conocimientos adquiridos no le abandonaron nunca. Al paso del tiempo se fueron agregando otros paí- ses. Tal vez el más importante a partir de los años ochenta fue Alemania y, un poco después, España. Pero fue el país teutón el que habría de atraer conti- nuamente al inquieto Carlos. La razón principal fue la

— 275 — vinculación metódica, creciente, con la Fundación Konrad Adenauer, institución de la democracia cris- tiana alemana y de la propia democracia cristiana internacional. Y además del nexo institucional, las amistades personales que Carlos iba generando en sus tareas de fomentar relaciones. Hasta que se hizo costumbre ir y venir. Pero hubo una primera vez. Me parece que en 1982.

— 276 — Intermedio

El tren está parado, detenido en la estación ferrocarrilera de Berna, Suiza. Dos jóvenes latinoame- ricanos observan con aire de diversión las actitudes del conductor del tren, quien observa con aparente displicencia el tablero de avisos de salida situado al frente, a su derecha. El mes de enero ha sido el punto culminante de un crudo invierno más. Abrigos, bu- fandas, botas y gorros dominan el escenario de enjambre en los diversos andenes. ¿Serán tan pun- tuales como dicen los ferrocarriles suizos?, se preguntan los jóvenes panistas mexicanos poco acos- tumbrados a la rudeza casi cruel de los inviernos europeos. El frío los muerde filosamente a pesar de las pesadas vestimentas de lana que portan mientras arrojan por la boca su cuota rítmica de vaporcito. La salida está anunciada a la 11:17 horas. En broma ha- cen la cuenta regresiva en voz baja y sonrisa divertida (7… 6… 5… 4… el conductor se apresta… 3… 2… 1), salida totalmente exacta. Han comprobado que una vez más los suizos ritualizan en torno al reloj. Ya ni les llama la atención que la puntualidad reciba cul- to cotidiano… como si se celebrara la puntual salida del sol cada mañana. Como todas las virtudes popu- lares, cuando son auténticas, se ejercen en forma

— 277 — natural, sin sobresalto y sin llamar la atención. Así, los italianos cantan, los alemanes cumplen sus deberes y los suizos son puntuales. Carlos Castillo y Alberto Ling gozan de los trasla- dos en tren por la vieja Europa durante esta invitación que les ha formulado y cumplido la Konrad Adenauer Stiftung (KAS), para conocer un poco sus instalacio- nes, sus cursos y…lo que está pasando en Berlín, siete años antes de la caída del muro; pero que en aquel momento parecía muy lejana, si no imposible. Durante el principio de los ochenta fue cuando el PAN comenzó a revisar su política de relaciones in- ternacionales y bajo el mando de Abel Vicencio empezó a tener contacto y una relación cada vez más formal con las embajadas de numerosas naciones en México. Dio comienzo poco a poco una serie de con- tactos por medio de comidas y cenas; cócteles y entrevistas con los más importantes embajadores, aun- que sólo un reducido número de panistas cultivaba tal relación: Jesús González Schmal, Carlos Castillo Peraza y el propio Abel Vicencio, entre ellos. Una afinidad mayor existía con la Organización Demócrata Cristia- na de América (ODCA). También, y especialmente, con el señor Ulrich Erler, representante en México de la Fundación Konrad Adenauer. Los mencionados panistas y uno que otro más, cenaban de vez en cuando en casa de Erler, en la capital mexicana. Llegó el momento en que “la Konrad” invitó al PAN para que enviara un par de elementos a Alemania, para conocerse mejor. Fueron seleccionados Carlos Castillo y Alberto Ling, director y subdirector del Ins- tituto de Estudios y Capacitación. Ambos aprovecharon para extender un poco el viaje y visi- tar los lugares de Italia, Suiza y Francia que deseaban. Eran tiempos diferentes a los de hoy los que el PAN vivía. Ahora es frecuente para dirigentes y funciona- rios públicos del Partido viajar a los cuatro puntos

— 278 — cardinales. Pero en aquel tiempo, no. Carlos deseaba hacer una pequeña gira del recuerdo. El punto inicial fue Bonn, en cuyo aeropuerto, para recibirlos, hizo su aparición el señor Hans Weiss, quien al paso del tiem- po se volvería un amigo especial de Carlos que, como sabemos, adoptó la casa de Hans como la suya pro- pia en esa ciudad alemana. Hans llevó, pues, a Carlos y a Beto a conocer las instalaciones de la Konrad en la capital de la Repúbli- ca Federal Alemana, y como punto culminante visitaron Berlín y el tristemente célebre muro, en la Puerta de Brandenburgo, tras una breve incursión por el Berlín oriental, el viejo paseo Unter den Linden y la caminata hasta la Alexander Platz. El propio Hans Weiss les tomaría la foto ante el muro, con los brazos alzando la “V” de la victoria: algún día del imprevisi- ble futuro tendría que desaparecer aquella infamia. Algunas peripecias de ese viaje, más bien diverti- das, están incluidas en el artículo publicado por Alberto en la Revista Palabra de Acción Nacional, en el número dedicado a Carlos Castillo. Mientras tanto, Gabriel Jiménez Remus cultivaba otras amistades, en especial la de Manuel Fraga Iribarren, uno de los líderes históricos de Alianza Po- pular en España, hoy Partido Popular, en el poder.61 Sobre base tan buena, también Carlos comenzó a tra- tar y “hacer migas” con Fraga Iribarren y con José María Aznar y otros distinguidos españoles, incluido al paso del tiempo alguien de tan fácil trato político como Felipe González.

61 Nota del autor. En los días en que se escribieron estas líneas, efectivamente el Partido Popular estaba en el poder, con José Ma. Aznar a la cabeza. Sin embargo, al revisar el manuscrito definitivo, tenemos una semana con la noticia de los atentados terroristas en Madrid y la caída del PP, y la consecuente eleva- ción de José Luis Rodríguez Zapatero en las elecciones del 14 de marzo de 2004. El impacto de ambos acontecimientos, se per- cibe, es enorme en todas partes.

— 279 — La dimensión internacional de Castillo Peraza cre- ció muchísimo, por supuesto, durante los tres años en que dirigió nacional e internacionalmente al PAN. Sin embargo, una vez retirado del cargo, primero, y luego de la institución, al instalar su despacho de ase- soría, junto con la natural clientela de gobernantes panistas, se acrecentó en gran medida la clientela in- ternacional de políticos e inversionistas que buscaban su consejo. Una mancuerna excelente tuvo Carlos, durante su jefatura del Partido, en la persona del doctor Agustín Navarro, su Secretario de Relaciones Internacionales. Las aptitudes naturales, el carácter pulido y la cultura de Agustín se completaban muy bien con las auda- ces visiones del dirigente panista para romper moldes y paradigmas anteriores. El trato con el embajador de Estados Unidos, Jones; el embajador inglés, Thorpe, y por supuesto con el embajador de Francia, Bruno Delaye, mejoraron mucho y se fue ampliando la gama de contactos con los diplomáticos chinos, alemanes, así como con los del bloque latinoamericano. De parte de la democracia cristiana le nacieron amis- tades que habrían de perdurar hasta su muerte: Enrique “El Tigre” Fernández, de Venezuela; Manuel Herrera Campins; el propio y Arístide Calvani entre los venezolanos; Vinicio Cerezo, de Guatemala, Miguel Ángel Rodríguez, de Costa Rica; Gutenberg Martínez Ocamica, de Chile y, sobre todo, Ricardo Arias Calderón, de Panamá y varios más se fueron constituyendo su familia en ODCA, ya no di- gamos Conrado Marrero y otros líderes de Central de Trabajadores Latinoamericanos. Cuando, como ob- servadores, viajaban Carlos Castillo y Jesús Galván a los congresos de ODCA eran tratados como si fuesen miembros de número, y las invitaciones para que el PAN perteneciera a la organización eran reiteradas.

— 280 — Entre los logros más señalados en el ámbito inter- nacional estuvo la visita a Cuba de senadores del PAN, encabezados por el coordinador Gabriel Jiménez Remus y el jefe nato del grupo parlamentario, Carlos Castillo Peraza, quien convirtió la visita, con la cola- boración y simpatía de varios dirigentes cubanos, casi en una visita de Estado; tales fueron los honores y distinciones dispensados por los isleños a los legisla- dores panistas. Era evidente la espontánea simpatía que el embajador cubano en México, doctor Curbelo, y el propio Fidel Castro Ruz tenían por Carlos; y en éste había una simpatía recíproca. Junto con esa visita, Carlos valoraba mucho haber sido recibido en el Palacio del Elíseo por el propio Presidente Jacques Chirac. Había sido un logro que la entrevista, originalmente agendada para diez minu- tos, se prolongara hasta casi una hora de plática “en un francés culto”, que tanto extrañaba Castillo. “Des- de mis tiempos de Friburgo, no había tenido ocasión para usar tan útilmente mi francés”, decía. Las fotografías que dominaban en su oficina perso- nal eran las tomadas con Fidel Castro, Chirac, Lech Walesa y, por supuesto, con su Santidad Juan Pablo Segundo. Su espíritu se expandía con aquellos mo- mentos en que se dejaba deslumbrar por la verificación de un mundo amplio y plural, soñado como mejor y asumido, sin embargo, como es, desde su propia perspectiva de intelectual occidental.

— 281 — El béisbol

A los ojos de quienes les tocó escucharlo cuando se descosía hablando de béisbol, una de las facetas más impresionantes de Carlos era justamente dar la idea de que sabía todo absolutamente sobre el llamado “rey de los deportes”. Varios de los compañeros de charla han dicho que “era una enciclopedia andante de béisbol”; no estoy tan seguro de esto, pero sin duda tenía entre sus mayores aficiones a algunos peloteros de los “Yankees” de Nueva York, como ído- los. Entre ellos a Mickey Mantle, Roger Maris, Yogi Berra, y desde luego a los colosos de más atrás: Babe Ruth, Lou Gehrig y otros. En relación con este último, obraba la fascinación durante los años noventa acerca de si Cal Ripken, Jr., jugador en el Hall de la fama de los Orioles de Baltimore, podría romper la marca de Gehrig, el inmortal “Caballo de Hierro” de los Yankees de finales de los años 20. Finalmente, el día que Ripken sobrepasó la marca de Gehrig y siguió de frente para acumular muchos juegos más de su equipo, sin dejar de jugar uno solo, Carlos lo celebró y compartió el gusto con varios amigos. Después de todo creía de veras en la pluralidad y le daba gusto saber que al- guien mejoraba el récord más difícil, según los expertos. Algo parecido ocurrió cuando Pete Rose,

— 282 — de los Rojos de Cincinnati, superó la marca de Ty Cobb en cuanto a número de hits. Le divertían mucho las reseñas radiofónicas de los juegos de grandes ligas que hacía Buck Canel, sim- pático cubano que, por ejemplo, describía al forzudo cuarto bate de los Rojos de Cincinati, Ted Kluszewski, como “un hombre lleno de mújculos… tiene mújculos en los mújculos y tiene mújculos que todavía no co- nocen los profesores de anatomía”… La jerga beisbolera lo fascinaba: “El pitcher recetó tres chocolates y dejó a los alteños del line-up con la carabina al hombro”. O bien: “La casa está llena de oropéndolas, mientras los mulos de Manhattan ame- nazan con dejarlos tirados en los senderos con el rifle de Springfield”; o “el cuadro se cierra buscando la doble matanza”, y así sucesivamente, y aseguraba burlonamente que Yogi Berra tenía razón cuando afir- maba que “hay que ir a los funerales de los amigos, porque, si no, ellos no irán a los tuyos”. Estas y otras ociosidades lo deleitaban. Si el tiempo lo permitía, mostraba a los demás uno de sus tesoros más queridos: las pelotas de béisbol autografiadas por los más grandes peloteros y que había adquirido en eventuales cacerías por tiendas de souvenirs. Y re- cordaba entonces cómo había perdido la oportunidad de comprar las que alcanzaban precios estratosféricos; digamos la de Ted Williams, 200 dólares, la de Ralph Kiner, 250 dólares, la de Roger Maris, 600 dólares… y sin contar con que las de otros consagrados de los diamantes, ya ni existían en el mercado. En suma, Carlos Castillo era alguien que se divertía mucho con este juego, pero no era fanático recalci- trante, ni puede compartirse la idea de que era un obsesionado con las célebres e interminables estadís- ticas que origina. Pero en el “disco duro” de gran capacidad que era su memoria, registraba los muchos datos que en forma intermitente y desordenada le

— 283 — llegaban. Una vez registrados, los sacaba a relucir cuan- do juzgaba oportuno. Y quizá, si los Leones de Yucatán, equipo de sol y sombras, hubiera sido más consistente, hubiera colgado el banderín de los mis- mos al centro de su oficina. Es bastante reveladora una fotografía de Carlos to- mada cuando era un niño de pocos años, en uniforme completo de beisbolista y en pose de bateador fiero y dispuesto a conectar un home run.

— 284 — La huella marista

Para indicar la medida en que Carlos fue educado aca- démicamente y formado humanamente por los hermanos maristas, basta relatar un par de anécdotas para ver los efectos de una naturaleza tan bien dis- puesta para los estudios y la formación. Durante los años y meses finales de su vida partici- paba en forma habitual en programas radiofónicos de opinión. Uno de los más recientes, el programa ma- ñanero de Raúl Peimbert. En una de las emisiones vino a cuento la cuestión de si era tan cierta, como se de- cía, la costumbre marista de hacer que sus alumnos se aprendieran de memoria listas enormes de datos, cifras y hechos, a lo que Carlos respondió afirmativa- mente. Y entonces –dice el propio Peimbert–, “le pregunté si recordaba la tabla periódica de los ele- mentos químicos”. A lo que Carlos comenzó a recitar, sin pausa, aquello de… “Litio, Sodio, Potasio, Cesio, Rubidio… Calcio, Estroncio, Bario… Argón, Neón, Kriptón… Carbón… Silicio,… Azufre, etc., hasta re- matar con Uranio… y los transuranianos: neptunio, plutonio, americio, curio, berkelio”. Una demostración improvisada de la excelente memoria del entrevis- tado y de la efectividad de los métodos maristas, ya

— 285 — que 40 años después podía recitar aquella impresio- nante lista. La otra anécdota, que él mismo platicaba sabrosamente a sus amigos, es aquella que ocurrió cuando terminaron la prepa en el CUM de Mérida. Después de adquirir el grado de bachilleres se sen- tían ya listos para grandes cosas, pues eran ya “casi adultos”. Así que rebozando optimismo y alegría decidieron Luis Medina, su querido y antiguo com- pañero, y él, incluir en las celebraciones una visita a un bar de adultos y echarse una copa o unas cervezas. Una vez instalados en confortable mesa rinconera, comenzaron la libación y la despreocupada plática. Después de un rato notaron que un par de mucha- chas, instaladas en la barra, con propósitos obvios, dirigían sus miradas hacia el par de jóvenes. Alguno de los dos inició la toma de decisiones. ¿Habría que abordarlas o dejarlas que tomaran ellas la iniciativa y vinieran? Pero, ¿estaban seguros acerca de las inten- ciones de ellas? ¿Los miraban por interés o mera curiosidad? Y suponiendo que pudieran abordarlas, ¿para qué? Y en la hipótesis de que fuese para algo, ¿sería una conducta adecuada de estudiantes serios? ¿Y si así fuese, no sería del todo probable que el asunto se supiera en toda Mérida? Es probable que el asunto haya ascendido a las cumbres de la filosofía moral; el hecho es que se quedaron paralizados y el tiempo transcurrió hasta consumirse. Ellas se fueron y ellos salieron del bar. Apenas en la banqueta, se miraron uno al otro, sólo para sacar prontamente la conclu- sión del silogismo envueltos en la dulzura y calor de la noche yucateca: “¡Lo que nos perdimos por haber- nos educado con los maristas!”. Cariñoso y agradecido reclamo. Años más adelante, ya durante la década de los noventa, se dio comienzo a la obra de la Universidad marista de la Ciudad de México. Muchos ex alumnos

— 286 — distinguidos se dejan ver en las fotografías del día de arranque. Y entonces la perspectiva del tiempo y co- sas muy fundamentales del ser humano en sociedad se dejan notar: el pluralismo, mucho más allá de la política, de la obra educadora de los hermanos maristas. Baste, decir a guisa de ejemplo, que duran- te el brindis fueron sorprendidos por la cámara fotográfica en amena charla Mario Moya Palencia, Porfirio Muñoz Ledo y el propio Carlos Castillo Peraza. Tres connotados miembros de tres partidos políticos distintos, educados por la misma mano formadora. Los tres respondiendo al llamado del colegio para vincularse agradecidamente con la obra superior de hacer funcionar una universidad que seguramente será de calidad. Este tipo de hechos se sucedían de manera segura- mente intermitente, pero a lo largo de toda la vida. Es seguro que los profesores que le conocieron se sienten también orgullosos de haber formado a los muchachos de aquella generación y las siguientes, pues la vida para un maestro no se detiene.

— 287 — La ética del perdón

En la reunión celebrada en San Juan del Río, Querétaro, del 25 al 28 de febrero de 1996, entre senadores y diputados federales del PAN, Carlos Cas- tillo Peraza, entonces Presidente nacional de este Partido, compartió con ellos varios pensamientos so- bre temas diversos que, por su riqueza y profundidad, bien merecen ser leídos y releídos por todos los que con él creyeron que es tiempo de “que Acción Na- cional inicie la tarea modesta, pero osada, de ver hacia delante y darle la tradición de mañana a los que vendrán. No podemos ofrecerles a ellos nues- tro brillante pasado como su bello futuro. Hay que mirar hacia delante”. Recuerdo haber pasado muy largos ratos en el jar- dín aledaño al salón de juntas platicando los temas que se iban tratando con Alfredo Ling y César Leal, uno de los veteranos panistas que mejor llegaron a comprender y querer a Carlos. Los temas tratados fueron “El humanismo”, “La pa- radoja de la democracia”, “El Estado”, “México en los procesos de integración”, “La ética del perdón” y “El liderazgo”. Valdría la pena rescatar el contenido de la plática pero, por fortuna, el mismo fue recupe- rando en un folleto publicado por los legisladores de

— 288 — ese tiempo; sin embargo, la cuestión de “la ética del perdón” representa un punto culminante de las re- flexiones dominantes en su espíritu durante los últimos días de su mandato al frente del Partido. Es muy con- temporánea del libro Disiento. Ante un público receptivo y emocionado, Carlos dijo: “Hemos vivido muchos años en México como un país de sobrevivientes. Un país donde debe haber diez santos, treinta estoicos y sesenta masoquistas, que en México no han sido contaminados por un sistema que nos ha obligado a todos a sobrevivir como podamos. “Si empezamos a tirar los hilos en una operación manu pulite (manos limpias) –no sé quién va a cerrar la puerta. Entre la mordida, la pasada de la aduana, el llamar para que un amigo bien ubicado le consiga plaza a un hijo o a un primo, todos hemos puesto la mano en esto. Perdón, regularmente no todos, pero casi todos. “Pero, como resolución global para el problema del país, creo que no nos queda otra que refundarlo con un acto público de contrición y de perdón. Si no, no vamos a poder volver a empezar. Y va a pasar lo que decía Maritain: ‘Aquí no habrá un cambio real, sino una volteada del estiércol’. Yo recuerdo –por que soy sesentayochero– que cantábamos guitarra en mano: ‘¿Cuándo querrá el Dios del cielo que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda’. Y no nos dábamos cuenta que esto era sólo darle la vuelta a la misma cosa, pero no había cambio alguno. Y tiene que haber un cambio: Así no pode- mos seguir. “Es complejo lo del perdón y la reconciliación, pero creo que es el único punto de partida moral que pue- de sustentar una política a futuro. Miren, la palabra perdón es terrible, pero también es bella. No hay nin- gún idioma occidental en el que la palabra del perdón no quiera decir dar : perdonare, pardonner, to forgive,

— 289 — vergeben; y el acto de dar es el único acto fundacional, ético, que puede haber en el mundo. Ésta es una con- vicción personal que puede ser errónea; que seguramente es compleja en su aplicación, pero no veo cómo un país embadurnado durante casi setenta años como el nuestro pueda empezar sin decir: ‘Aquí le paro, no vuelve a pasar, y si pasa después, casti- go’. Pero tenemos que pintar una raya, porque si no vamos a estar removiendo el estiércol por toda la eter- nidad. Y lo único que vamos a lograr es que cada seis años pasen del pan a la mierda y de la mierda al pan los que estaban del otro lado. Perdón, pero así es”. Y se despide de sus compañeros: “Finalmente, no les aburro más. Esta es una especie de despedida. Yo soy un católico muy malo, no lo oculto. Pero yo no puedo decir que el catolicismo es malo. Creo que tiene grandes aportaciones. Hace al- gunos años, cuando andaba yo con temperaturas espirituales superiores a las que padezco ahora, asistí a una conferencia de un hombre, que debe ser uno de los diez santos. Un religioso. Y se trataba de una conferencia sobre la Virgen María, que parece que no es muy apta para legisladores. Se preguntaba ese hombre por qué los católicos podían llamar a la Vir- gen ‘Señora Nuestra’. Señora, es decir, líder. Una muchacha humilde, sencilla. Cuando se le pierde el Hijo, recordaba, éste le dice: ‘Y a ti qué te importa, yo tenía que ocuparme de lo mío’, y cuando lo de las bodas de Caná le dice: ‘Y a ti qué, no es tu asunto’. Y todavía va camino a la cruz y la hacen a un lado. Se- ñora, entonces, ¿cómo? ¿Cómo si ella no se considera la señora sino la esclava, la sierva? “Y la conclusión de ese hombre, que a mí me ha servido desde entonces para efectos de liderazgo político, es que se le puede decir ‘Señora Nuestra’, porque ella fue señora de sí misma. Y fue señora de sí misma porque siempre consideró que esas cosas hu-

— 290 — millantes que le pasaron, eran lo que ella merecía. Y por eso, fue dueña, señora de sí; porque consideraba que no merecía nada, y que por lo bueno que le toca- ra sólo tenía que profesar gratitud. “Adiós, yo me voy. Todo lo que me tocó de malo me lo merecí. Y todo lo que ustedes hicieron de bue- no por nuestro Partido y este Presidente que se acaba, lo agradezco”. Estas palabras, que parecían perderse en el vértigo político de los años que siguieron, habrían de reco- brar su vigencia cuando llegó el momento de la alternancia y el cambio en el 2000. Después de las elecciones del 2 de julio, Carlos comenzaba apenas la reflexión en torno a expurgar el pasado por medio de posibles comisiones de transparencia y comités investigadores de la verdad, cuando llegó a término ese reflexionar con“Alma, vida y corazón”, el suyo se detuvo el 9 de septiembre. Sin embargo, estoy seguro que en los meses –y ya años– que han seguido hubiera compartido el punto de vista del actual embajador en España, Gabriel Jiménez Remus, acerca de no emprender “cacerías de brujas” y redadas de todo lo sucio y malo que hubo en el pasado, pues “la cola nos alcanzaría a todos”. “Dios nos puso los ojos en la frente para mirar hacia delante, no en la nuca”. Según lo que se ve en estos días, por parte del go- bierno foxista se tienen intenciones de acabar con la impunidad, pero no darse el gusto escatológico de hurgar en un pasado que desde el punto de vista ju- rídico ya prescribió. Más útil puede resultar el crear, tras los escarmientos que sean imprescindibles, la nueva cultura de la honradez, la verdad y la justicia social.

— 291 — ¿Gran alianza?

A mediados de 1999 estaba ya en efervescencia en la vida política nacional el tema de las alianzas y las coa- liciones entre los partidos políticos, con miras a las elecciones federales del 2000. En el ambiente flotaba la sensación de que si alguna vez iba a ser posible derrotar al PRI tendría que ser necesariamente a tra- vés de una gran alianza de todos los partidos de oposición. No es el objeto de este libro describir to- das las peripecias en torno a este importante asunto. Las anécdotas recorren todo el iris que va de lo subli- me a lo ridículo. En el PAN, ciertamente, había crecido la necesidad de explorar a conciencia esa posibilidad desde la lle- gada de Luis Felipe Bravo Mena a la Presidencia del Partido. Él se ha mostrado como político moderno y analista conocedor de las tendencias y modas políti- cas, no sólo en México sino en muchos países del mundo, favorable a la promoción de alianzas electo- rales como forma de aceptar el pluralismo que todos postulamos y reconocemos y, además, como forma de superar obstáculos, como el inmenso que tenía la oposición mexicana en 1999. Carlos Castillo tenía otros pensares al respecto. De entrada habría que decir aquí dentro de su postura favorable a una política total que echa mano de todos

— 292 — los recursos lícitos, no cabía por entero la política de alianzas hasta el extremo de propugnar cualquier alian- za para lograr los fines de la organización. El otro polo de la política total propuesta por Carlos era el “apos- temos por nosotros mismos”. Así que en aquellos días sus análisis se detenían bruscamente ante la posibili- dad más o menos real de hacer alianza con el PRD. Para él, que había sufrido en carne propia el tratar de lograr acuerdos con dirigentes de ese Partido, sin poderse sentir a salvo de las contradicciones de fon- do entre ellos y nosotros y, además, haber tenido que ver, en 1994, la declinación del PRD, y en 1997 el resurgimiento de esa figura tan representativa de la cultura del mural, maniqueísta y opuesta a fondo a lo que ha sido Acción Nacional, como es Cuauhtémoc Cárdenas. Sus convicciones al respecto llegaban a veces a un radicalismo serio. Para convencerse de ello, basta volver a leer sus artículos editoriales y de análi- sis de aquellos meses. Operaba una situación adicional: en marzo de 1999 el PRD había realizado el cambio de dirigente nacio- nal. Salía Andrés Manuel López Obrador y entraba Amalia García. Pero se habían hecho fraude entre las diversas tribus de ese Partido. ¿Cómo confiar en ellos para hacer una alianza? Más aún, era del todo evi- dente que sería muy poco probable que Vicente Fox y Cuauhtémoc Cárdenas declinaran uno a favor del otro. Tendría que hacerse por medio de una elección abierta o por una gran encuesta, confiables para am- bos. Prontamente, como se sabe ahora, se llegaría a punto muerto; ninguna vía de las propuestas se vol- vió transitable para todos. Pero antes de que esto se hiciera evidente, el PAN debía tomar la decisión, en el CEN, sobre intentar o no la gran alianza. Las argumentaciones en pro y en contra se fueron haciendo más agudas y profundas. A ninguno de los miembros del Comité Nacional se le escapaba que

— 293 — era un asunto de la mayor relevancia. Para algunos se volvió algo que tocaba las fibras más profundas del discernimiento y la conciencia política. Carlos estaba ya fuera del Partido, pero en su propio campo de ac- ción, argumentaba.62 A la sazón yo era Secretario General y, siguiendo la línea de la presidencia, la víspera del día en que el CEN tomaría su decisión Luis Felipe Bravo y Luis H. Álvarez me encargaron poner orden en la discusión prevista y redactar una especie de dictamen que con- tuviese la argumentación básica en pro de la alianza y proponerla. Conocía yo bastante bien la argumen- tación para hacer el trabajo, y lo hice. Durante la mañana y la tarde redacté el documento pedido. Y fue entonces que tuve que repetir un ejercicio del todo parecido a otro que habíamos hecho durante la secundaria. Me permito relatarlo de manera sucinta, porque alguna utilidad tendrá: En la clase de Historia de México, un día el maes- tro dividió al salón en dos partes iguales y encargó arbitrariamente a una de ellas preparar una argumen- tación en pro de la Conquista de México, y a la otra, preparar una argumentación en contra. Tendríamos que hablar ante todos para presentarla. Me tocó ha- cerlo y disertar en contra. Tuve que buscar y encontrar argumentos con gran esfuerzo, ya que no estaba muy convencido del asunto. La sorpresa fue mayor cuan- do el maestro nos indicó: “Ahora, para la clase siguiente, los que hablaron en pro tendrán que ha- blar en contra y los que hablaron en contra hablarán en pro”. En ese momento, confieso que consideré que el maestro estaba loco. Pero lo hicimos como dijo y tuvimos que abrir nuestros criterios para hallar los ar- gumentos que necesitábamos. A lo largo de los años el ejercicio me ha servido para estar atento y abierto a las argumentaciones de 62 Ver artículos de Carlos en El Universal y Proceso de esa época.

— 294 — todos, aun las más contrapunteadas, como ocurre de vez en cuando en las juntas del CEN. Y éste era el caso previsible que tendríamos en relación con la gran alianza. Unos minutos después de haber entregado el documento en pro a quienes lo habían encargado, llegó, “chillando las llantas” de la motocicleta, el fiel amigo Bernardo Graue y le recibí un sobre con una carta de Carlos Castillo, en la que, en tono amable, pero muy decidido, manifestaba su opinión en con- tra de tal alianza y, tras algunos argumentos, me decía en tono amable: “Estimado Fede, ¿Los Pinos, bien valen una misa… negra?”. Tras reflexionar un rato más en el asunto, me decidí por votar en contra de los intentos de configurar la llamada gran alianza; en proporción de dos a uno venció en el CEN la opción a favor de la coalición. La política de “apostemos por nosotros mismos”, pro- movida por Carlos durante largos años parecía ir quedando atrás. En realidad, tuvimos que apostar por nosotros mismos y sólo a través de la alianza con los verdes pudimos conseguir algunos votos más y –muy importante– dar una imagen de apertura e inclusión, hecho que no salió sobrando. Es bien sabida la causa principal por la que no se logró la alianza grande; ésta fue la imposibilidad de acordar un método satisfactorio para ambas partes –léase Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox– para es- coger al candidato a la Presidencia. Ni el método de elección abierta a todos, sin seguridad contra even- tuales fraudes, era aceptable para Fox y el PAN; ni el método de encuesta amplia resultaba aceptable para Cuauhtémoc Cárdenas. Las memorables jornadas en casa de Diego Fernández de Cevallos, convertida temporalmente en el centro de reuniones de los negociadores de los partidos, y luego del llamado “consejo de notables” que definirían el método de selección se vieron inte-

— 295 — rrumpidas en un clima de inminente fracaso. No fue aceptado el método y, en consecuencia, el pro- yecto de la gran alianza habría de quedarse para mejor ocasión. Entre los dirigentes panistas la sensación era ambi- gua ¿estaríamos sacrificando las posibilidades de Fox, yendo solos, o en alianza menor con los ecologistas?, ¿tendría oportunidad el votante mexicano de lograr la alternancia en la Presidencia de la República? Y, por otra parte, ¿aceptar el método de elección abier- ta, no hubiera conducido a una elección sin controles, sin autoridad, y previsiblemente sucia y fraudulenta, como había sido la realizada en marzo de ese año para elegir Presidente del PRD? Y aun en caso de haberse acordado la alianza, ¿no hubiera sido un galimatías de candidaturas de 10 partidos entremezclados para luego terminar en una “colaboración” parecida a una misa negra? Tal vez en el futuro pueda pensarse en acciones se- mejantes a la que se frustró en 1999. Pero tendrían que darse algunas condiciones que todavía no exis- ten. Todo indica que, finalmente, en aquella ocasión la visión de Castillo Peraza, aun contaminada por sen- timientos y ánimos personales anticardenistas y cuanto más se quiera, era la correcta. Durante los días en que se han escrito estas líneas se dio, en Tribuna, en el marco del primer informe presidencial de Vicente Fox, el rompimiento de la alianza que hizo el Partido Verde Ecologista de Méxi- co para apoyar a Fox mediando un programa o plataforma conjuntos entre el PAN y el PVEM. La crí- tica al gobierno de Fox ha sido agria y meticulosa: suponen los verdes que hay un abandono por parte del Presidente de los propósitos comunes. La secue- la de consecuencias involucra necesariamente a las dirigencias partidistas y, lamentablemente, a la rela- ción entre grupos parlamentarios con resultados poco

— 296 — previsibles; el futuro dirá. El que tal vez ya no tenga nada que decir en el futuro es Jorge Emilio González Martínez, después de verse envuelto en un video- escándalo de tráfico de influencias. Pero aquel rompimiento era hasta cierto punto na- tural. Las alianzas electorales, aunque tienen buenos propósitos, tienden a disolverse o al menos decaer después de que se tienen a la vista los resultados elec- torales y la adjudicación de puestos. Podemos pensar que si esto ocurre entre partidos que comparten mu- cho de sus programas económicos y sociales, como es el caso, ¿qué hubiese ocurrido si se hubiese con- cretado la llamada gran alianza? Vuelvo por un momento a 1999, año en que Castillo Peraza escribió, en su artículo del 10 de agosto para El Universal: “Los anuncios oficiales formulados por diversos par- tidos que parecen interesados en competir juntos contra el PRI en el proceso electoral federal del 2000, han generado una especie de euforia en algunos me- dios de información. Parecería que éstos, sin parar mientes en lo que la construcción de tal alianza im- plica y exige en términos de cumplimiento de requerimientos legales, tratan de presentar la aso- ciación como un hecho consumado. Quizá, hacerlo ver así, en el fondo no sea más que la expresión de los deseos de los presentadores, o un medio para pre- sionar a los posibles aliados para que hagan lo que los publicistas de la alianza quieren o esperan. “Independientemente de lo que se imagine o se desee en relación con la eventual alianza, entre la euforia periodística y la concreción de aquélla hay un trecho largo. Y más vale saberlo para que la fabrica- ción de ilusos no desemboque en la troquelación de desilusionados. Las normas clarificadas y dadas a co- nocer hace unos días por el Instituto Federal Electoral (IFE) indican la longitud del camino y los escollos que

— 297 — lo pueblan. Y esto, sólo en lo que atañe a los procedi- mientos y requerimientos de la ley obligatorios en la materia. Habrá, además, que salvar otros obstáculos, entre los que destaco de manera eminente uno: el del método para seleccionar al candidato común de los coaligados. Como se sabe, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas insiste en que aquél sea esco- gido por medio de una elección que se ha dado en llamar ‘primaria’ y ya le mostró a la neopresidenta del PRD quién es el que manda allí y qué quiere el que manda. Por el lado del PAN –muy razonablemen- te– se rechaza, al parecer de manera tajante, el recurso a las ‘primarias’: no es un secreto lo que las tribus perredistas son capaces de perpetrar las unas contra las otras en materia de comicios y es completamente previsible lo que harían, juntas, para que el abande- rado de la alianza sea el suyo. Acción Nacional, en esto al menos, muestra no ser ingenuo. Lo mismo puede decirse de su virtual candidato presidencial, aunque congruente con el sentido de predestinación que anida en la mente y se ostenta en los actos del ingeniero Cárdenas Solórzano: él es el delfín de su padre, otrora Presidente de la República, es decir, el legatario único y universal de aquél a quien Luis Ca- brera llamó ‘el niño Fidencio de la política mexicana’. “Pero volvamos a los asuntos legales que, por cier- to, deben quedar resueltos en sus aspectos medulares antes del 10 de diciembre del año en curso. Los so- cios en potencia habrán de registrar, con tal fecha como límite, principios, estatutos, programa de ac- ción y plataforma política comunes. Registrarlos implica haberlos elaborado. Y elaborarlos, supongo, no será tarea fácil, a menos que cada partido acepte capitular en asuntos que, precisamente, cada uno de ellos afirma y proclama como principios. Por supues- to que, en el afán del pragmatismo electoral de corto plazo, podrían aceptar como común algún documen-

— 298 — to vago, impreciso y abierto a todas las interpretacio- nes ulteriores. Pero entonces resulta imperativo –ética y políticamente– pensar cuál será el punto firme de referencia –eso es un principio– para resolver más adelante problemas cruciales de orden ideológico y programático. Si el cimiento es gelatinoso, el desti- no también lo será. Y la razón quedará previsiblemente en manos del que mañana cuente con mayores me- dios de presión sobre los demás… “La impresión que siguen dando los más promi- nentes y poderosos pilares de la eventual alianza –el PAN y el PRD– es la de partidos que en el fondo no quieren aliarse, pero tratan de que sea el otro el que diga públicamente que no y cargue con el costo polí- tico de la ruptura. Juegan, como el chino durante la revolución violenta, al ‘dí tú primero’, para evitar la ejecución. “En este póquer, el PAN cuenta con un as muy va- lioso: los fraudes electorales internos del PRD hacen más que razonable, ante la opinión pública, su recha- zo a las ‘primarias’ que empecinadamente exige Cuauhtémoc Cárdenas, no obstante que él mismo aceptó que la candidatura ‘de unidad’ –la de Amalia García– se decidiera por medio de una encuesta. No se puede sensatamente exigir al PAN que ceda en esta materia a sabiendas que iría al matadero. Pero, lamentablemente, no estamos en tiempos de sensa- tez, y sí en días de desmemoria: no sería extraño que Cárdenas, sus monaguillos más fieles, el PRD y los gatilleros periodísticos e intelectuales del caudillo transformaran la negativa panista en ‘traición’, ‘concertacesión’, ‘complicidad con el PRI’ y otras fal- sedades, a las que darían toda la difusión imaginable. “En fin que, al momento de escribir estas notas, to- davía parece largo el trecho entre la euforia del coro ‘aliancista’ y la efectiva constitución de la alianza. Es obvio que ésta no es, en términos absolutos, imposi-

— 299 — ble. Pero todavía se puede considerar poco proba- ble. Quizá ningún término la define mejor que el empleado por algún vocero del PAN para hablar de ella: ‘emulsión’. El diccionario enseña que significa ‘líquido de aspecto lácteo que tiene en suspensión pequeñísimas partículas de sustancias insolubles en el agua…’ Y que por más que se agite, como la ‘le- che’ Betty conserva los pedacitos casi invisibles de inmundicia y no dejan de ser lo que son, ni salvan del envenenamiento a quien la beba”.63

63 “Entre la euforia y el hecho”, en El Universal, 10 de agosto de 1999.

— 300 — El dolor y el sufrimiento

Es indudable la fuerza de espíritu que Carlos llegó a desarrollar al paso del tiempo. Era tal fuerza algo aprendido y cultivado, pero también era algo que te- nía en su naturaleza. Es casi extraño que una de las facetas menos conocidas de ese diamante no llegara a ser muy accesible a los demás mientras vivió: la capacidad para soportar el dolor físico y, en gene- ral, el sufrimiento; la capacidad de auténtica compasión cristiana. Esta última era un agregado que a veces entraba en el terreno de lo heroico. Podía añadir, y lo hacía cotidianamente, a su propia carga de dolor y esfuerzo, porciones de las cargas morales y físicas ajenas. Aun cuando su salud era en términos generales bas- tante buena, se le veía exponerla un tanto por esfuerzos físicos excesivos, como el soportar retrasos importantes en las horas de comidas para poder agre- gar más y más horas de trabajo a las tareas importantes; dejar concluidos y en orden los asuntos a su cargo. Lo hacía día tras día. Podía comportarse como austerísimo monje medieval si la tarea que se echaba sobre los hombros era, como él mismo decía, “labor de benedictino”. Y no porque fuese hombre inapetente; más bien, era lo contrario, en forma natu- ral. A lo largo de su vida fue pasando de la etapa

— 301 — juvenil, carnívora, a las moderaciones que la edad y algún ataque de ácido úrico le fueron imponiendo. La constante fue más bien el vino bien escogido y bebido con moderación. En determinados momentos se le veía cierta pali- dez en el rostro, resultado del esfuerzo que hacía por soportar el dolor de cabeza o de estómago o, sobre todo, de la columna vertebral, que tantas y constan- tes molestias le causara a partir de aquel malhadado cachazo que recibió en 1981. Cuando amanecía con aquel malestar o muy tenso, acudía temprano a na- dar en el Club Suizo de la Colonia del Valle. De vez en cuando iba con sus hijos. Bien a bien, de estas cosas sólo sabía la familia o personas muy cercanas a él, como Jesús Galván, Luis Correa y otros... Sin duda, también fue muy fuerte el esfuerzo que se impuso durante la campaña por la jefatura de gobierno del Distrito Federal, en 1997. Cerca de 700 eventos, entre chicos, medianos y gran- des, realizados en 70 días de lucha electoral le impusieron una agenda brutal y exigente, que ha- cían que al caer la tarde y luego la noche, Carlos, como candidato y líder de un grupo humano que lo siguió fielmente hasta el final, tuviera que soportar mucho más que los demás, quizá con la excepción de los muchachos de logística, que debían ir por delante de él y tener todo preparado. Castillo sabía muy bien que sólo el ejemplo arrastra; y el ejemplo había que darlo en todo tiempo pero, más aún, en tiempos difí- ciles y tempestuosos como aquéllos. No hay que poner en tela de duda el conflicto inte- rior y, en consecuencia, el sufrimiento que le produjo la ruptura con la prensa. Le sublevaba y le causaba daño el comprobar la enorme distancia que percibía entre lo que la prensa era en aquel último lustro y lo que a su juicio debía ser. Lo que se exigía a sí mismo –y no era poco– en calidad de redacción, en honra-

— 302 — dez intelectual, el respeto a la verdad de los hechos, lo exigía a los demás. Deploraba la escasa disposi- ción profesional, la falta de capacitación de muchos y por supuesto la corrupción de algunos. Más duro fue aún para él la alevosa exclusión que sufrió en 1997 en el debate televisado entre los prin- cipales candidatos al gobierno del Distrito Federal. Les vino bien a los abanderados del PRI y del PRD –gemelos en discordia– el haber logrado dejarlo fue- ra. Y no menos fue la humillación final de los resultados electorales, que lo relegaron al tercer lugar. Aquella herida y tal humillación tuvo que soportarlas de ma- nera muy difícil, pues Carlos era un hombre orgulloso y consciente de sus capacidades, con vanidad a flor de piel y con mucha dificultad contenida. Tuvo que sufrir por ello en esa y algunas otras ocasiones. Este tipo de heridas no le cerraban nunca por completo. La tarea de mantener bajo control este tipo de cosas la tenía que hacer frecuentemente. Una buena y cultivada práctica de amor al prójimo, hemos dicho, lo hacía encimar sobre su propia cruz algunas cruces que no le tocarían de ninguna manera cargar; eran ajenas –enfermedades, apuros económi- cos o morales– ciertamente. Pero resulta que el prójimo era para él, como él, la misma imagen y semejanza de Dios en otro cuerpo. No regateaba en esto, actuaba de inmediato, sin hacerse el remolón. La férrea disciplina que se imponía en esta materia lo hacía considerar un deber el ayudar a los demás. Lo hizo muchas veces –hoy lo sabemos mejor que cuando vivía– porque, afortuna- damente, la gente agradecida ha dado su testimonio. Lo mejor que hizo, sin embargo, tal vez no lleguemos a sa- berlo nunca. Una explicación plausible sería su práctica de la ora- ción. No era esa práctica, en su mayor parte, visible a los demás. Oraba principalmente en soledad y en recogido silencio, en el núcleo más íntimo de su per-

— 303 — sonalidad. Acompañaba a los demás, por supuesto, en las oraciones comunitarias. Tal vez sólo su guía es- piritual podría decirnos algo más de los acercamientos y alejamientos de las fuentes de su fe. En todo caso, sin renunciar al trato con eminentes prelados de la Iglesia católica, prefería el trato con sacerdotes sa- bios, aunque no fuesen obispos afamados. A ello agregaba su predilección por los humildes curas ru- rales o de parroquia proletaria. Algunos de sus mejores artículos periodísticos versaron sobre ellos: los soldados de Cristo que administran los sacramen- tos y el vino sagrado de la Palabra, así como los buenos consejos de esa hermosa sabiduría para almas senci- llas. Parecía recordar el Sermón de la Montaña: Beati qui lugent quoniam et ipse consolabuntur: Bienaven- turados los que lloran, porque ellos serán consolados. Y también: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque ellos heredarán la tierra. Lo llevaba a la políti- ca, con lo críptico que pudiera ser ello, pero también a lo social, a lo particular. Sabía muy bien que a los reyes hay que tratarlos como tales, pero a los humil- des hay que tratarlos como a nosotros mismos. No escatimaba pagar su cuota de dolor; sabía de éste en carne y espíritu propios. Consideraba que una de las mayores aportaciones de Gómez Morín, al lado de otras varias, era haber descubierto, o al menos hecho notar, en su famoso ensayo “1915”, que el vínculo más generalizado entre mexicanos y mexicanas de aquellos años era el dolor. Sobre el humo de las ruinas producidas durante la Revolución podía percibirse una calígine que se extendía a todo el ámbito de la nación: el dolor. Específicamente el dolor que unos hombres causan a otros y por lo tanto es remediable: evitable. Cuántas veces le oímos re- petir con gran convicción la prédica gomezmoriniana acerca de este asunto.

— 304 — En ocasión de la Convención Nacional del PAN de marzo de 1997, los candidatos a gobernador (Enri- que Salgado, de Sonora; Fernando Canales Clariond, de Nuevo León; Ignacio Loyola, de Querétaro, y el propio Carlos Castillo, del Distrito Federal) dirigieron sendos mensajes al panismo de todo el país, reunido en el Auditorio Nacional. El discurso de Carlos se cen- tró nuevamente en el mencionado texto de Manuel Gómez Morín, y tal vez contagiado de amargos pre- sentimientos de lo que a él le tocaría soportar personalmente. Muchos recordamos el final de su dis- curso: “¡Va por Usted, don Manuel!”. Especialmente difíciles le resultaban las ocasiones en que tenía que discutir fuertemente con camaradas y correligionarios; con amigos, pues. A veces la si- tuación llegaba a rompimientos dolorosos, pero casi siempre él ponía su parte para lograr la reconcilia- ción y conservar al amigo. Precisamente por el valor que él daba a la amistad, nada le dolía más que per- derla. Un hombre tan dado a la reconciliación, normalmente la conseguía. Sin embargo, hubo casos en que ya no hubo ocasión de hacerlo y, ya fuera que lo lograra o no, las heridas espirituales producidas por estos procesos no le cerraban; después de mucho tiempo seguían notándose las cicatrices. Estaba más allá de sus posibilidades borrar los rastros de esas batallas. Entre las lecturas de Carlos sobre los documentos de los fundadores del PAN, y otros diversos, se pue- de decir que le impactaron especialmente el texto mencionado de Gómez Morín, así como las manifes- taciones de Efraín González Morfín en “Cambio Democrático de Estructuras”, en el sentido de hacer un cambio a fondo de las estructuras y a paso de re- volución, en vista del largo y ya intolerable sufrimiento del pueblo mexicano. Asimismo, la lectura sobre es- tos temas, cuando tuvo que preparar la conferencia

— 305 — sobre Concepción Cabrera de Armida y la espirituali- dad del sufrimiento.64 Es curioso pero significativo que Castillo Peraza haya incluido en El ogro antropófago la conferencia “Una espiritualidad para los laicos de hoy”. Curioso, por- que es evidente que para la publicación de aquel libro seleccionó el autor algunos de sus mejores escritos y conferencias, por demás variados. Significativo, por- que revela que el talante intelectual de Carlos se conmovía ciertamente por cierta espiritualidad vin- culada al misterio del dolor en el mundo. Nos revela él mismo ese estado de ánimo y esa disposición, cuan- do dice en la introducción que agradece a las “Obras de la Cruz”; esto es, a los misioneros del Espíritu San- to y a las Religiosas de la Cruz, “el haberse visto obligado a acercarse a los escritos de Conchita, y los muchos bienes del orden del espíritu de los que sólo Dios sabe el número y la profundidad, recibidos gra- cias a ellas”.

64 Ver comentarios en la conferencia “Espiritualidad para los laicos de hoy”, en El ogro antropófago, Epessa, México, 1989.

— 306 — La lesión

En compañía de Julieta hacemos el intento de recor- dar cómo y cuándo fue que Carlos recibió un fuerte golpe en la columna vertebral que le produjo una le- sión que de vez en cuando se manifestaba de manera muy dolorosa, que lo acompañó hasta el final de su vida. Recordamos que durante el homenaje en el Castillo de Chapultepec, Héctor Aguilar Camín opinó que nuestro amigo y compañero Castillo, más que estar enfermo del corazón o padecer alguna otra en- fermedad crónica, ciertamente cargaba la pequeña pero constante cruz desde aquel episodio. Héctor era suficientemente cercano a él para saberlo. Sacando cuentas, señala Julieta, “sí fue durante la campaña para gobernador, en 1981, ya que recuerdo que estaba en el poder José López Portillo. Tuvo una recaída, tal vez durante la campaña de 1984, en bus- ca de la Presidencia municipal de Mérida, que lo tuvo mermado en su capacidad física”. Pero entre las se- cuelas de la campaña de 1981 estaba la lucha postelectoral en las calles de Mérida y de algunos municipios que ciertamente había ganado el PAN. Entre los triunfos por demás emblemáticos consegui- dos en los municipios rurales, estaba la muy ejemplar victoria conseguida en Chemax, comunidad maya de

— 307 — panismo acrisolado. En Mérida estaban “puestos” para manifestarse, ya que los resultados habían sido buenos. Sirve para acreditar lo anterior, saber que Castillo Peraza obtuvo en el municipio de Mérida más votos que su contrincante del PRI, el General Alpuche. Coincidió que por aquellas fechas, el Presidente López Portillo hizo una visita a la capital yucateca, y los panistas emeritenses aprovecharon la ocasión para manifestarse aun con más ardor ante el mandatario. Durante una de las protestas a la que asistía Carlos, un guardia presidencial se le acercó y le descargó con mucha fuerza un cachazo de pistola sobre la es- palda, lastimando algunas vértebras. Pero no fueron solamente las protestas, la agitación y los golpes a la mala, las secuelas de aquella memo- rable campaña en que el pueblo panista de Yucatán se puso de nueva cuenta en pie para librar ininterrum- pidamente desde entonces brillantes episodios electorales, incluidos la nueva tanda de triunfos en Mérida y eventualmente en diversos municipios; tam- bién surgió, entre los dirigentes del comité regional, la idea de pedirle a Carlos que trasladara su residen- cia a la capital yucateca, para aprovechar el terreno ganado ya, a fin de hacer crecer su liderazgo local con miras a las elecciones municipales siguientes, en 1984, en las que se podía prever un triunfo casi ga- rantizado. También el matrimonio Castillo-López volvió muy brevemente a la Ciudad de México. Había que darle continuidad a los trabajos del Instituto de Formación del que Carlos seguía siendo nominalmente director, aunque en lo operativo las funciones estaban a cargo del subdirector Alberto Ling. Asimismo, antes de volver a Mérida había que atender la Secretaría de Relaciones Internacionales del PAN, también encar- gada a Castillo.

— 308 — Con miras a ampliar y estrechar vínculos con la In- ternacional Demócrata Cristiana, ya había dado continuidad a las relaciones con los partidos miem- bros de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA). El camino seguía por la ruta del acercamiento con la Fundación Konrad Adenauer. Después de una serie de pláticas, en México, con Ulrich Erler, se recibió una invitación de la fundación alemana para que un par de panistas acudieran a Ale- mania, a fin de conocer sus programas de estudio y sus instalaciones en Bonn. Ese viaje fue atendido por el propio Carlos Castillo y Alberto Ling, y algunas de las peripecias del mismo han sido narradas en un artí- culo recogido en la revista Palabra.65 En otra parte de estos apuntes se rescatan unos frag- mentos del mismo.

65 Alberto Ling, “Compadres de nada”, en Revista Palabra, Núm. 54, año 13, México, octubre-diciembre de 2000.

— 309 — La música

Cae la tarde sobre la Ciudad de México, lo hace de una manera sólo vista, en este tipo de ciudades, ur- bes gigantescas. El día ha sido ajetreado pero ha llegado el fin de la jornada laboral. Un pequeño gru- po de jóvenes ha terminado la sesión de estudios a lado de Carlos Castillo y marcha en las inmediaciones del jardín del monumento a la madre. Los añosos ár- boles dan un marco verde al pausado caminar. Las chamarras, los suéteres y la mezclilla los identifican con una sabrosa informalidad; al pasar el grupo de cuatro o cinco camaradas junto a la herrumbrosa reja de una ventana de arco, con postigos, vidriera y toda la cosa, oyen que del interior sale una música. El acor- deón es el sello francés de la dulce melodía. Carlos se detiene y los demás, casi todos jóvenes panistas, ob- servan. El Charlie, como le conocen en la camaradería cotidiana, lleva el índice junto a la oreja y pretende identificar la melodía… Al fin lo consigue… “Plaisir d’amour”…, dice y explica: esta es una melodía de las más bellas; es una de esas linduras que a veces logran estos músicos franceses ya anónimos y que se cantan en muchos pueblitos del interior de Francia. Esta pieza la escuché, me parece que entre bretones”… “Un poco melancólica”, dice alguno de

— 310 — la tropa… “Pero bonita; nostálgica, diría yo”, tercia alguien, motivo más que suficiente para discutir la diferencia entre melancolía y nostalgia. Son los jales de andar con un filósofo. Por tanto, cruzan el Paseo de la Reforma y se instalan en alguna acogedora cafete- ría de la entonces floreciente Zona Rosa. La charla va derivando hacia las preferencias musicales de cada quien. Llega el momento en que alguien dice: “He oído mucho últimamente una canción que está en un disco de Frank Sinatra; más bien son dos de este can- tante; una, la famosa ‘A mi manera’, ‘My way’.” “–Ah, interrumpe uno, recuerda que el compositor de esa pieza es Paul Anka, aunque, quizá, nadie la ha canta- do como Sinatra”. ¿Y la otra? “Es una que muestra que los americanos también tienen producciones musicales buenas, se llama ‘If you go away’”, y procede a tararear la melo- día… Castillo interviene y dice: “Siento desilusionarte pero esa también es francesa; me parece que de Gilbert Becaud y en francés se llama ‘Ne me quittez pas’, esto es, ‘No me dejes’. Y en efecto, es de una traza emocional verdaderamente notable; es un grito civilizado pero desgarrador. No, si les digo que estos franceses se las traen…” –Entonces, le pregunta un tercero, ¿tu música fa- vorita son las canciones francesas? –Me gustan mucho algunas; pero si la pregunta es cuáles me gustan más, diría que sin duda las de la trova yucateca, en especial las de corte fino, pero tam- bién las que le escuché a mi abuelo, que no sólo se sabía las románticas sino las más picarescas bombas que a veces sin ton ni son, y que a troche y moche, cantaba y recitaba para deleite de cualquiera impro- visada peña. –¿Nos puedes cantar alguna? –Me salen mejor en Mérida, pero ya que la noche está dejando caerse de manera sentimental, les voy a

— 311 — confiar que una de las que más me gustan es aquella canción sudamericana que tiene aquellos versos de:

“… En la penumbra vaga de la pequeña alcoba donde una tibia tarde te acariciaba toda”…

Y se frota los brazos como indicando algún escalofrío. “Ah, ya vemos que tu debilidad va más bien por latinoamérica”. –Sí y no. Sí, porque dime quién puede hacer can- ciones más padres hoy en día que los que tienen a la mano los versos de Mario Benedetti como letra, por ejemplo aquello de:

“… Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo; y en la calle codo a codo, somos mucho más que dos”…

–Pero, Carlos, alguna vez dijiste que el canto gregoriano… y ahora vienes con esas cosas tan a flor de piel. –Ah, eso sí –repone Carlos:5on los verdaderos Meister Singer del canto gregoriano se acaba la ori- lla. Pienso e imagino lo que han de haber sido algunas tardes en la Abadía de… Cluny, por ejemplo… Déj- enme contarles que en cierta ocasión tuve oportunidad de ir a un retiro con cartujos un fin de semana com- pleto. Ahí, dos cosas me impresionaron mucho. Una, la vitalidad increíble de esos viejos monjes. Con de- cirles que una mañana los vi –gente de 70 o más años, desnudos de la cintura para arriba, salir a las cinco de la mañana a partir leña, y daban unos golpes tan fuer- tes con las hachas sobre los troncos, que ya quisieran los “aiskolaris vascos”… Pero la otra, fue el canto de

— 312 — media noche. Los seguí a distancia por los corredo- res y una vez reunidos en la capilla, los oí cantar en poderoso coro, rasgando la niebla nocturna, aquello de “Veni, Sancto Spirito”; Ven, Espíritu Santo… Era tan fuerte la invocación –agregó Carlos sonriendo–, que si yo fuera el Espíritu Santo, iba porque iba. El canto gregoriano es algo muy bien pensado y bien ejecutado, maravilla… Así transcurre la noche; la alegre tropa recuerda atrás tibias tardes y veladas; tibias por el calor de la amistad, de la hermandad. Aquellas en que habían ido a la casa campestre a preparar cursos o alguna ponencia, o las otras, urbanas. Unas con fogata, las otras con tamales o un simple trago para el frío… La música era una de las constantes. Muchas veces Car- los Castillo tomaba la guitarra; sabía acompañar de todo; desde las canciones de Cri-Crí hasta “Los her- manos Pinzones”, pasando por boleros rancheros. Más tarde, cuando fue Presidente de Acción Na- cional, hacía pasar a su despacho y se encerraba, hasta afuera se escuchaba que ponía con volumen muy fuer- te alguna de las versiones que tenía de la música de Bach: con órganos, con orquesta, con guitarra, con banda de jazz, o algunas piezas instrumentales de lo más variado. Los colaboradores cercanos llegaron a la conclusión de que Bach era autor predilecto del jefe y en alguna ocasión pensaron comprarle el me- jor compact disc que hubiese con música de aquel padre de la fuga y la armonía. Mucho se sorprendie- ron cuando Carlos reveló en charla de pasillo que le intrigaba saber qué harían los agentes de goberna- ción que espiaban las conversaciones de algunos líderes de oposición con toda la música que les en- viaba a sus micrófonos –estuviesen donde estuviesen–, ocultos bajo su escritorio o instalados para ser teledirigidos a sus ventanas.

— 313 — –Entonces, preguntó alguien, ¿pones Bach a todo volumen porque te gusta o para hacer barullo y enre- dar el espionaje; esto es, pones la música para tu placer o para perjuicio de los escuchas de Gobernación? –Por ambas razones: me gusta Bach; pero un técni- co me recomendó esa música porque disfraza bien la conversación, y, además, es una tortura para los primates que escuchen para espiar. Me divierte el asunto mucho… Así pues, Carlos Castillo era difícil de ser atrapado en preferencias musicales permanentes; de lo que no debe quedar duda es que entre lo que más le gusta- ba estuvieron los grandes y bellos productos de la trova yucateca. También la canción latinoamericana fina, si era de protesta, mejor. Pero en esto su alma era plural y sensitiva; lo vimos en las fiestas bailar de vez en cuando un danzón, o hacer pasos de polka, o desenvolverse bien con la salsa caribeña o, de vez en cuando, repatingarse en un sillón cómodo y disfrutar en la penumbra del atardecer el “aire para la cuarta cuerda”, de Bach… Como muchacho que fue de los sesentas –sesenta- yochero, para ser específicos–, era un adicto a los Beatles. Conocía cuanta cosa compusieron y tocaron los chicos de Liverpool. Disfrutaba los discos de los ingleses, pero más aún cuando se tenía a la mano quien los tocara en vivo. En la avenida Insurgentes había un lugar que le gustaba frecuentar con los más allegados y pasaba varias horas disfrutando al conjunto que in- terpretaba a los Beatles bastante bien. En una entrevista que le hizo Jordi Soler durante la campaña de 1997, el periodista le pregunta al candi- dato Castillo sobre sus gustos por libros, personajes, y por la música: –¿Le gusta la música don Carlos? –Me gusta la música.

— 314 — –¿Qué oye? Por ejemplo, otra vez, llegando a su casa, a su oficina, pone un disco… –Bueno, en la casa tengo que oír, casi forzosamen- te, dice con un dejo de resignación, lo que mis hijos oyen, porque ellos son los dueños de la música… –La democracia, ¿no? –… Y así está bien. Y ellos oyen lo que oye un mu- chacho de su edad: al TRI, oyen a Jaguares, oyen a Maná, y todo lo que va por ahí sonando. Pero tengo un hijo que toca la guitarra, que estudia guitarra, y, gracias a él no me quedo solo en esto de la música, porque él también toca clásico. Oye a Ana Belén, a Víctor Manuel, a todos estos muy gustados, a Sabina, etcétera. Pero también, por la disciplina musical que sigue, pues toca clásico. A veces entro y está tocan- do a Bach, o está tocando a Mozart, o está tocando, digamos, Los Miserables… en fin, él recorre todo el menú musical, cosa que a mí me es muy grata. Y yo ¿qué escucho?… Pues a mí hay cosas que me gustan mucho en la música; por ejemplo, me gusta mucho la nueva trova cubana, me encanta. Milanés y Silvio Rodríguez y Amauri, ¿no? Me gusta también la música cubana antigua, el contracanto, por ejemplo, Garay, Eusebio Delfín, música de principios de siglo, muy bella. ¿Por qué? Porque es la música que es her- mana de la música de Yucatán, que yo aprendí de mis mayores, de mis abuelos, etcétera. Hay cancio- nes yucatecas que se dice que son cubanas y hay canciones cubanas que se piensa que son yucatecas; pero no, es una misma música, de todo el caribe, de Colombia, el bambuco, todas éstas. Dominicana, Yucatán, Puerto Rico… Me gusta mucho la música clá- sica para trompeta, y ese intérprete maravilloso que es Maurice André, que toca estupendamente. Tam- bién me gusta esta música que se ha tocado recientemente, como la de Clannad, música irlande- sa, música muy dulce, música celta, digamos antigua.

— 315 — Tengo casi todos los discos de Clannad. Me gusta la música como la suena Maná; me gusta… –¿Le gusta? –La verdad, sí; ya ves que en gustos se rompen géneros… –¿Y estaciones de radio…? –Así es… Una última cosa. En materia de ópera no se puede afirmar que Carlos fuese un adicto; sin embargo, co- nocía lo suficiente para mostrar gusto y conocimientos. Disfrutaba, como lo hace ahora todo mundo gracias a la difusión de versiones populares, de arias conoci- das. Eso sí, respecto de algunas discusiones sobre la calidad equiparable entre Plácido Domingo y Luciano Pavarotti, decía que una vez que Plácido había inter- pretado a Otelo, de Verdi, y habiendo sido grabado en video, no hacía falta que nadie más lo volviese a interpretar...

— 316 — La amistad

La amistad era la porción superior de la personalidad de Carlos. Existen abundantes testimonios de ello. Pero digo mal: no era la porción o aspecto superior de su personalidad, sino el carácter primordial de ella; algo que penetraba toda su forma de ser y de actuar; una actitud fundamental de mano tendida, de brazos abiertos; y su consecuencia lógica: una lealtad total, absoluta hacia los amigos. Algo seguramente cultiva- do desde la niñez, postulado básico y regla de la vida en todo momento. Recibía muchas cosas buenas a cambio de ello, pero procuraba no ser vencido en el don de la amistad, pues no sólo brindaba a los ami- gos lo que éstos esperaban, sino también, inesperadamente, a veces ponía un “plus” que sor- prendía y convertía en potencia extraordinaria lo ordinario, lo común. Este sello personal se puso al descubierto y se evi- denció durante los días que siguieron a su muerte. Teresita de Arias Calderón lo ha expresado muy bien al decir: “Era amigo especial para todos los que lo fueron, porque sabía ser amigo en los términos de cada quien”. Y me gustaría abonar esta tesis por me- dio del testimonio del propio Carlos y algunas personas.

— 317 — Comenzaría por apuntar que, como dicen los edu- cadores, él pensaba en los demás continuamente y por eso llegaba a tener rasgos de amistad muy finos, de una entrenada sensibilidad para detectar las nece- sidades de los amigos, de los demás y atenderlas con prontitud si estaba a su alcance. Tampoco cabe duda que las fallas que llegaba a tener con alguien, incluso con los miembros de su familia, le mortificaban seve- ramente. Las dificultades para reconciliarse con alguien, cuando era el caso de un amigo y llegaba la hora de los malos entendidos, lo hacían sufrir mucho y se esforzaba tanto para no llegar a poner en peligro la amistad. Tengo a la mano una buena muestra de la amistad que cultivamos con Carlos, en el prólogo de un pe- queño libro de versos, y que dice: “Con el autor de los versos del libro que ahora prologo, me liga una amistad que es mejor que cual- quier poema. Como de sonetos, rondeles, hai-kais, décimas, espinelas y espenserinas; odas y elegías sólo sé que no sé, su invitación a escribir estas páginas introductorias únicamente puede tener un sentido: que él quiere que andemos juntos en el mismo con- junto de papeles, sencillamente porque somos amigos. “Y compartir estos espacios sólo tiene sentido para mí, si dejo testimonio de cómo nació, creció y se mantiene esta amistad. “Héctor Federico Ling Altamirano era el Presidente del PAN en el D.F. cuando llegué a esa ciudad, invita- do por el Presidente nacional del Partido, a ocuparme de algunos proyectos, entre los que era mi predilec- to el de inventar y echar a andar un Instituto de Estudios y Capacitación Política. Federico creyó que mi tarea tenía algo que ver con ideas y rumbos que él no deseaba, e hizo el favor de obsequiarme toda su suspicacia. Luego, se convenció de que no era ese el

— 318 — propósito de mi incorporación al staff nacional del PAN. “A partir de entonces comenzamos a pensar en voz alta jornadas enteras, y acabamos vecinos de curul en la LI Legislatura. Un día llenamos la cajuela de su des- tartalado ford con libros y nos fuimos a Oaxtepec, de donde no regresamos hasta haber terminado todos los esquemas para todos los tipos de cursos que daría el Instituto. Y luego viajamos por todo México, a po- ner algo de nosotros en la formación de militantes y dirigentes del PAN. Él, ingeniero, se burlaba de mi pánico en los aviones. Yo, exacejotaemero, aprendí que su padre –el inquebrantable don Guillermo–, le había puesto el primer nombre en memoria del per- sonaje central de la novela cristera –‘Héctor’– de Jorge Gram. Después de acabar con el freno de mano de mi flamante Brasilia, en la que la paseó por la Ciudad de México cuando ella vino de Durango, Federico se ca- saría con Mercedes, hija de Jesús Sanz Cerrada, precisamente la persona real que se escondía en aquel libro detrás del nombre del héroe troyano. Ahora tie- nen tres hijos, el mayor de los cuales –Federico Alonso– es mi ahijado de bautizo. “Viajar con Federico es siempre fructífero. Con él se puede hablar de las estrellas evocando a Kepler, y discutir sobre las Alfa de cada constelación. También se puede cantar el Tantum ergo –obviamente en la- tín–, discutir sobre la jocunda ancianidad de Goethe, entender la teoría de la relatividad, descifrar un capí- tulo de Messner, componer al alimón ‘calaveras’ para los dirigentes nacionales del PAN, amontonar anéc- dotas de campañas políticas, decidir visitar un templo para hacer una oración, aburrir a los acompañantes con recuerdos de Buenos Aires y de cómo se ve allí la Cruz del Sur, decidir retornar de Guadalajara pa- sando por Morelia, para beber un vaso de vino blanco

— 319 — y convenir en que, para no perder el tiempo, en todo restaurante se debe pedir carne a la tampiqueña. “También se puede hablar de Monseñor Ketteler (‘el obispo rojo de Maguncia’), de por qué el PAN no se hizo demócrata cristiano en los sesentas, del sistema de dotación de agua del Distrito Federal, de las hijas guapas de los panistas viejos, de los primos de Nue- va Orleans o de Berlín, de las próximas reuniones del Partido, de la suspensión de los Volkswagen, de las novias pasadas y de las copas vacías; de Chichén-Itzá y sus astrónomos. “Pero también se puede elaborar un documento político fundado en análisis estadísticos, comentar un libro de filosofía, prepararse para dar una batalla inte- lectual o electoral, encontrar los mejores argumentos para sostener una posición política, matizar opinio- nes y llegar a conclusiones comunes. “Estuve a punto –dado el estado de salud de su padre– de ser quien pidiera para él la mano de Mer- cedes. Él firmó como testigo el acta de nacimiento de mi segundo hijo. Podemos pedirnos dinero pres- tado sin más trámite. Nos hablamos por teléfono para Navidad. Él me enseña algo cada vez que volvemos a conversar. Y yo le prologo este libro de poemas. “Otros dirán si los versos –que los hay de amor, de paisaje, de lucha, de viajes, de sentimientos y de con- vicciones– son buenos o malos. Yo sólo digo: he aquí palabras de un amigo”. Entre los numerosos testimonios que se tienen, so- bre todo a raíz del fallecimiento de Carlos,66 hemos espigado solamente algunos de los más significati- vos para entender mejor las complicadas facetas que tenía el carácter de Castillo Peraza. Y para empezar con algo que está a la mano mencionaré lo narrado por Ricardo Gutiérrez, viejo camarada panista y quien 66 Proyecto de antología de la obra de Carlos Castillo, edición en proceso.

— 320 — ahora tiene la preparatoria México, en la ciudad de Mérida, y en la que tanto trabajo, fervor y dedicación puso doña Chela, la mamá de Carlos. Ricardo, o Rich, como mejor lo conocemos en el PAN, durante el ho- menaje a Carlos en Mérida, en el parque de Santa Lucía, paraje de bohemios y enamorados, narró la his- toria del traje que llevaba puesto. Sencilla era la historia, pero llena de esas hermosas pequeñeces que les ocurrían a los amigos de Carlos cuando se encon- traban cerca de él. No hacía mucho y estando en la Ciudad de México, había decidido Rich visitar al viejo y entrañable ami- go, pero había ido difiriendo la tal visita por angas o por mangas, en especial, en consideración a las ocu- paciones del director del despacho Humanismo, Desarrollo y Democracia (HDD), que eran muy de- mandantes y, ¿cómo presentarse sin un asunto específico a quitar el tiempo al amigo, como en los viejos tiempos? De duda en duda, refirió, llegué sin embargo a las inmediaciones de la oficina de Carlos en la avenida México, en Coyoacán, y coincidió que Carlos venía llegando y al verlo le preguntó cómo estaba y qué hacía por allí. Un poco atrapado por la situación Ricardo le dijo que estaba de paso para sa- ludarlo y que estaba por ir a comprar un traje... Carlos le contestó que le daba gusto verlo y que lo acompa- ñaría con gusto a comprar el traje mencionado. ¿Qué mejor forma de aprovechar el tiempo que ir con un amigo y comprar ropa? Ni modo de negarse, y esto tuvo como consecuencia el compartir un rato de ale- gre camaradería y lo menos que había pagado el ideólogo y consultor para su amigo era una corbata. “El traje y la corbata comprados aquella tarde son los que porto en este momento y lo hago como homena- je a la amistad, la gran amistad que tuve con el amigo que ya se ha ido. Pienso usarlos cada año por estas fechas, aún con el calor de Mérida”.

— 321 — El mismo Ricardo nos platicaba hace poco que te- nía una especie de pacto con Carlos. Compromiso que podría formularse aproximadamente en los términos siguientes: “Una vez que la vida nos devuelva nues- tra libertad para hacer lo que queramos con nuestro tiempo, hemos de volver a la vida bohemia y sin pre- ocupaciones. Y para defendernos del estruendo del mundo, nos refugiaremos en algún rincón –acogedor o no– de alguna construcción que nos guste. Y ahí hemos de tocar la guitarra, recitaremos todos los ver- sos que nos dé la gana y escucharemos las melodías mejores para el espíritu; en especial las canciones de Yucatán. Es claro que tal construcción se irá deterio- rando porque nadie le dará mantenimiento; tendrá goteras y el caliche caerá sobre nosotros, que estare- mos sentados junto al fuego y con la barba blanca. Ciertamente tendremos el peligro de que una piedra nos caiga encima, pero para eso es que hemos esco- gido estar ahí, ataviados con sendos cascos prusianos; de ésos que tienen pico y toda la cosa… Pero Carlos ya no cumplió su parte; se marchó mucho antes del tiempo previsto”, continuó narrando Rich con los ojos húmedos. Estoy seguro que con muchas personas tendría pac- tos individuales de la misma especie. Sensatos o no, tenía una especie de pacto con cada quien. De ahí lo dicho por Teresita de Arias: “Sabía Carlos saber ser amigo de cada uno, en los términos de cada quién”. Y como acostumbraba decir él mismo: “la amistad es ohne warum”, esto es, sin un por qué. A principios de 1971, Luis Medina e Isabel, su es- posa, informan vía telegrama que ella está embarazada, que ha encargado un bebé. Reciben la siguiente respuesta:

— 322 — México, D.F., a 3 de febrero de 1971

“Muy queridos hermanos:

Recibí el telegrama en que Luis me comunica el aso- mo del retoño, hijo de ambos. Me dio un gusto grande, lo mismo que a Julieta, quien les envía felici- taciones y saludos.

Yo no me aguanté y les garabatié esto:

¡Germinó la semilla, labradores! El grano recibió calor, arrullo, de la tierra fecunda y el capullo se asoma entre una aurora de verdores

La luna tiró al agua sus fulgores y el río los hizo plata con orgullo. (Ya se escucha argentígeno murmullo en la entraña feliz, taller de amores).

Amanece la vida ya en su era, como un don que de arriba se derrama, premio al trabajo de su sementera

que los cuidados de su amor reclama. ¡Qué septiembre amanezca en su ribera con un pequeño sol que estrene llama!

Con el afecto de siempre:

Carlos.

— 323 — El Padre Paco

Como llevamos dicho, el sacerdote amigo y guía es- piritual de nuestro personaje fue el padre Francisco Merino, quien sostuvo con Carlos una amistad en pro- fundidad que duró toda la vida. En el número 2209 de la revista La Nación se dedi- can varias páginas a conmemorar a Castillo Peraza en ocasión de su tercer aniversario luctuoso. Entre ellas, diversos testimonios de figuras amigas y, también, la bella entrevista con el Padre Paco, realizada por Ma- ría Elena de la Rosa. Me permito transcribirla: LA ESPIRITUALIDAD DE UN FILÓSOFO DE ACCIÓN. Conversación con su confidente, consejero y confesor. Tras el pensamiento y liderazgo de Carlos Castillo hay un principio y fin de toda su vida: su espirituali- dad, en el más amplio sentido humano. En esta ocasión platicamos con quien más profundamente lo conoció en ese sentido. Se trata de su confidente, con- sejero y confesor, todo a la vez, el sacerdote Francisco Merino. Ambos conocíamos a Carlos desde muy jó- venes, interesados todos en el periodismo y el apostolado. –La Nación (LN): Padre Paco, ¿cómo conceptúas la espiritualidad de Carlos Castillo? –Francisco Merino (FM). –Hablar de la espirituali- dad de Carlos es hablar de todo su quehacer político

— 324 — o intelectual, es una dimensión que globalizaba toda su vida. Una espiritualidad que, en términos muy sen- cillos, yo expresaría que era movida por un inmenso amor. Una de sus pasiones grandes era el amor a Dios, que él expresaba como gratuidad, porque Dios lo tomó desde pequeño a él, lo llamó. Y sentirse amado de Dios hacía que Carlos viviera en un espíritu de agradecimiento constante al Señor, queriendo siempre responder a ese llamado en to- dos los campos de su vida. Respondía con humildad, porque era un hombre humilde; como político pudo muchas veces presentar una cara de soberbia; pero no, era un hombre profundamente humilde. Concebía su espiritualidad como un proceso de con- versión permanente a Dios, que le llevaba a poner su vida al servicio de los demás, 24 horas al día. Era una espiritualidad que situaba a Dios como el absoluto máximo de su vida, el que regía todo. Lo llevaba tam- bién a dejarse mover por el espíritu del Señor, a estar siempre atento a su llamado a través de los signos de los tiempos. Se sentía un hombre de Iglesia en el co- razón del mundo, siempre atento a los signos de los tiempos, cuya lectura él hacía con su capacidad de análisis, de reflexión política; siempre había el matiz que le permitía entender qué era en la historia lo que Dios le revelaba y que él interpretaba para actuar. Otros rasgos de su espiritualidad eran su práctica sacramental y una oración muy del hombre de ac- ción, no una que le hiciera evadirse o se refugiara en ella, sino una que le alimentaba para vivir los conflic- tos propios de su dimensión política, de hombre filósofo. LN. –Su trabajo intelectual parece revelar un inte- rés más por el espíritu que por las cosas del mundo, ¿hay manifestaciones en ese sentido? FM. –Sí, yo creo que dada su formación política y filosófica, la explicación está en sus raíces, en su for-

— 325 — mación apostólica. Podemos ver que grandes pensa- dores católicos influyeron en él. Había leído los grandes documentos de la Iglesia, la doctrina social de la misma, que conocía al dedillo, con un sentido del bien común, de justicia social, de poner en el cen- tro a la persona y no tanto a la economía. Para Carlos, la persona era el centro, algo que está en el pensa- miento de toda la doctrina social de la Iglesia. LN. –¿De qué manera viviste tú su espiritualidad como amigo y como el padre de familia que conocis- te? FM. –Como amigo hay muchísimos rasgos: el estar ocupado del amigo, por ejemplo. Yo le decía a Carlos “No te preocupes por mí”. –“No, yo no me preocu- po, yo me ocupo de ti”, respondía. Estaba atento a las necesidades del amigo y se ocupaba de las nece- sidades del amigo y de la familia más que de su persona. Su familia ocupó un lugar importantísimo en su vida, lo que no quiere decir que haya sido el hombre per- fecto como padre o como esposo; era un hombre que vivía los conflictos propios de toda familia, y en esos conflictos, Carlos trataba de ser lo más coherente po- sible. LN. –Como líder político, en su quehacer para cam- biar al país, por la conquista y buen uso del poder, ¿cómo existía esa espiritualidad en Carlos en una lu- cha por las cosas del mundo y no del espíritu? FM. –Carlos no contraponía su vida espiritual a su quehacer político como si fueran dos cosas totalmen- te distintas; al contrario, lo vivía como su gran apostolado: el amor a Dios, el amor al prójimo expre- sados en esos dos mandamientos fundamentales, y la dimensión política era la mediación eficaz a través de la cual él amaba al prójimo. Entendía que meterse en política era meterse en esa dimensión que tiene su propia lógica, su dinámica, su autonomía frente a

— 326 — la Iglesia y frente a la fe; y yo creo que lo vivió con un espíritu crítico, siempre buscando ser fiel a sus prin- cipios y a la verdad. Mantuvo sus principios siempre firmes, no claudi- có nunca. Cuando se tocaban temas fuertes, como el aborto o el control de la natalidad, Carlos era un de- fensor de la vida, y si se metió a la política fue para defender la vida en todas sus dimensiones, movido por su espiritualidad. LN. –Entre los jóvenes del Partido hay una gran ad- miración hacia él, ¿cuál es el aprendizaje o ideal que vale la pena resaltar ante ellos de Carlos Castillo? FM. –Los jóvenes deben aprender del Carlos Casti- llo joven. Muy jovencito fue campeón de oratoria y fue presidente de la Acción Católica Juvenil. Como joven era un líder que atraía; su imagen era alegre: el Carlos que cantaba, que tocaba la guitarra, pero que siempre estaba atento a los demás. Contagiaba su entrega, su servicio a los demás. Yo lo recuerdo siem- pre líder, siempre destacando; desde joven de 15, 16 años, ya destacaba como líder, contagiaba su ale- gría, su claridad de pensamiento, su capacidad de organización y también su sed enorme de conoci- miento. Era de ver cómo se devoraba los libros desde jovencito, su pasión por la lectura. Esto permitió que años después Carlos fuera el gran intelectual. Enton- ces ¿qué deben aprender los jóvenes de hoy? Ese camino de superación.

— 327 — Penúltima palabra

En su última colaboración para esa amada criatura suya, la Revista Palabra de Acción Nacional, realizada para el número 51 (enero-marzo de 2000), Carlos aborda un muy filosófico tema que le dio quehacer especial durante los dos últimos años de su vida. Es uno de esos temas frontera que obligan a quien los considera con cuidado a emplearse hasta el límite de sus fuerzas en el análisis y en la obtención de conclu- siones. El contexto nacional era el de la víspera de la alternancia en el poder; faltaban cuatro meses para las famosas elecciones del 2000. El filósofo trata el tema de los quanta y los qualia a propósito de la tran- sición mexicana. Entre las orientadoras reflexiones, sigue Carlos al filósofo francés Jean Guitton en su libro Historia y des- tino: “Al igual que el mundo de la materia tiene como unidad de tiempo los pequeños saltos que los sabios llaman quanta, se podría decir que la historia está compuesta de qualia. Es decir, de unidades cualitati- vas que consisten en momentos desconectados, abiertos sobre un vacío llamado futuro.” Añade Guitton que nuestra existencia histórica está hecha de puntos cualitativos que vivimos dolorosa, radiante o monótonamente, “ocupando de manera furtiva pequeños islotes de duración rodeados de in-

— 328 — certidumbre, en los que, en momentos decisivos, hemos de tomar partido a través de sombras”. Y agre- ga Carlos: “son islotes de libertad. No pertenecen al orden de la cantidad sino de la calidad. Son aquellos momentos en que tomamos las decisiones que nos comprometen, en los que somos capaces de hacer historia… Así que junto a los quanta de la materia pura, están los qualia del hombre, que es más que materia.” Prosigue Castillo con la explicación de una conclu- sión de Pierre-Joseph Proudhon, “quien muchos siglos después que los griegos pensó que una sociedad en movimiento necesita una fuerza centrípeta que la mantenga siendo una, y una fuerza centrífuga que le permita modificar su modo de ser. A la fuerza cohesiva, centrípeta, la llamó justicia; a la fuerza mo- dificadora la llamó libertad.” Ningún extremo le hace bien a la sociedad y el mecanismo regulador parece ser la ley, el mundo del Derecho “que nos permite mantener la unidad de la sociedad, en la medida que ayuda a hacerla justa y, al mismo tiempo, nos permite avanzar y transformar- nos como sociedad, en tanto que garantiza las libertades. “El Derecho no pertenece al orden de la naturaleza material, es obra de los hombres y de su libertad y, por tanto, pertenece al orden de la cultura, de la his- toria. Permite transitar y darle la dimensión específicamente humana, es decir, ética, a nuestros cambios. “Estoy convencido, continúa Castillo, que en Méxi- co estamos en una transformación cuántica razonablemente exitosa. Me parece que lo que nos hace falta es la parte cualitativa de este cambio. Y estimo que esa parte tiene, fundamentalmente, que ver con la ley, con el Derecho. Con su producción –problema de legislación, de Poder Legislativo– y con

— 329 — su vigencia –problemas de los poderes Ejecutivo y Judicial… Si éstos renuncian a aplicar el Estado de Derecho por razones políticas, de oportunidad o de propia conveniencia, nuestra democracia, ya cuantitativamente aceptable, podría naufragar frente a la playa de la calidad, que es la de la justicia social y la seguridad jurídica.” Después de analizar lo ocurrido en Seattle, durante la reunión de la Organización Mundial de Comercio, como lección, continúa: “Y es que si la democracia cuantitativa no es capaz de construir la justicia, la so- ciedad pierde la unidad, se divide en bandos que acaban por enfrentarse, con lo que suele ser destrui- da la democracia misma, víctima de su falta de calidad en la energía, lo cohesivo, la fuerza unificadora del sujeto del cambio, que es la sociedad misma. Y si esta democracia no es capaz tampoco de generar Dere- cho y Estado de Derecho, acabará siendo una sociedad de privilegios, de leyes privadas, de triunfo de quien logre acumular más capacidad de presión o más fuer- za económica o política. De aquí hay un paso a la anarquía y, de ésta, sólo unos cuantos centímetros a la dictadura como única vía para recuperar un orden que, si bien no es nunca tal por ser dictatorial, sí pue- de ser apetecible y hasta bienvenido para quien ha padecido el efecto de las arbitrariedades particulares en pugna.” ¡Ojo! Todo habría comenzado proclaman- do el “derecho a la diferencia” y se habría terminado en la Diferencia de Derecho.” Advierte penetrantemente: “Cuando los partidos políticos amparan, si es que no impulsan, a tales grupos y al mismo tiempo sus legisladores son, valga la redundancia, legislativamente improductivos, la democracia cuan- titativa, necesaria pero no suficiente, se ve aún más peligrosamente amenazada. Cuando, además, la au- toridad –sea el Estado o el Gobierno– se permite a

— 330 — ella misma lo que prohíbe a ciudadanos comunes, esto se agrava aún más, porque éstos consideran justifica- da su pretensión de excepcionalidad. “Estimo que el reto de nuestra democracia y nues- tro desarrollo, cuantitativamente innegables, lo constituyen al menos tres qualia: el de la justicia so- cial, el de la producción de leyes, que necesitamos tanto para aumentar el lado cualitativo de la demo- cracia, cuanto para darle elementos de calidad cada vez mayor, y la vigencia del Estado de Derecho o im- perio de la Ley.” Más adelante, Carlos se dispone a culminar el men- saje dirigido en vivo a un conjunto de dirigentes empresariales, estudiosos de la realidad, altos funcio- narios públicos y privados, políticos destacados y profesionales renombrados, pertenecientes al grupo que Jean Daniel llama “de los responsables”. Sostengo, dice Castillo, “junto con ese mismo au- tor, que es en nuestras mentes y nuestras voluntades, en ese espacio ético que es el de la decisión ilustrada y libre, donde puede gestarse y producirse la revolu- ción de la calidad que tanto le urge a nuestra democracia y que tan necesaria es para el perfeccio- namiento humano de los cambios. “Alguna vez leí que la única ley privada que un pueblo puede tolerarle a sus élites es la de la genero- sidad y la abnegación. En las condiciones mexicanas de injusticia social y de crisis del Estado de Derecho, esta ley es más ley que nunca. Es una ley del ámbito de la calidad. Sometámonos libre y alegremente a ella. Si no por razones altruistas o caritativas, al me- nos por propia sobrevivencia y por ganas de que un país democrático, económicamente fuerte, unido, soberano, socialmente justo y en libertad reciba en los próximos años ese nombre que todavía nos hace vibrar y soñar, y trabajar y esperar: el nombre de México.”

— 331 — Este mensaje del intelectual profundo, político des- pierto, analista prestigiado, del Carlos pleno en el desarrollo de su personalidad, se quedó como un ras- tro luminoso de ese espíritu en pleno vuelo.

— 332 — Amistad con Gerardo Medina

El oficio de periodista tiene cierto embrujo y hace una especie de captura dramática de la persona, quien no puede resistirse, una vez que ha empezado. Como todas las vocaciones auténticas, cuando se ven refor- zadas por estudios profesionales, los logros llegan a ser notables; más cuando se tiene talento. Era el caso de Gerardo Medina Valdés y de Carlos Castillo Peraza. Aquél, uno de los primeros y más bri- llantes graduados de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, cuando dicha institución era una pro- moción de la Acción Católica Mexicana; éste, un aventajado discípulo del Diario de Yucatán, con el Sr. Menéndez a la cabeza. Cada uno comprendía perfec- tamente el trabajo del otro. Hubo una temporada en que compartieron la casa de cerrada de Eugenia, en la Colonia del Valle, en México. Ambos tenían sus oficinas ahí, así que traba- jaron codo con codo; más bien pared de por medio. Ya para entonces, Gerardo había decidido aceptar que otras personas dirigieran la revista de sus amores: La Nación de Acción Nacional y redactar una especie de historia legislativa del Partido. En ambos lados del muro se iban acumulando las cuartillas; las de Gerardo salían por el rodillo de la antigua máquina Remington y que había perteneci-

— 333 — do a don Carlos Septién García, fundador de la revis- ta, 50 años atrás. Las de Carlos salían de la impresora de su lap-top, misma que usaba como mera máquina de escribir, aunque con las ventajas del procesador de palabras, que puede borrar, cortar, pegar, inter- cambiar párrafos. Tanto la historia de las legislaturas panistas, así como los artículos para Palabra, Nexos, La Jornada, El Sol de México, Proceso y otras publica- ciones, avanzaban a buen ritmo. Infaltables eran en aquella simpática casa, Irene Mata, de La Nación; Ca- talina Camarillo y Luz Chávez, de la oficina de Carlos. Muchos episodios periodísticos habían tenido oca- sión de compartir este par de profesionales de la pluma, la mecánica y la electrónica, antes de trabajar en la etapa que se describe. Y sin duda cada uno ha- brá aprendido del otro. Y puede además afirmarse que quienes deseábamos mejorar algo nuestra redac- ción o pulir alguna ponencia o escrito, acudíamos con gusto con cualquiera de estos amigos para que nos llenaran de correcciones con tinta roja nuestros pini- tos de párvulos de la redacción. Mucho se podría comentar al respecto. Sin embar- go, aquí la intención es subrayar la calidad que adquirió esa amistad en los meses finales de Gerardo, quien se hallaba desesperado cuando confirmó que le que- daba muy poco tiempo de vida debido al mortal y despiadado cangrejo que atenazaba partes vitales de su cuerpo; entonces, reunió todas sus fuerzas de hom- bre siempre en pie de lucha, sus recursos de cristiano para afrontar la situación. Para entonces Medina Valdés ya había pronunciado una de las más estremecedoras piezas de oratoria que se hayan di- cho en el recinto de Donceles, hoy Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Es el discurso que conocemos como “El Plantón Espiritual” para ro- gar al Altísimo dejara vivir más tiempo a Gerardo. Sólo un poco más le fue concedido.

— 334 — No obstante, le desesperaba la situación en que dejaría a su esposa e hijos, especialmente Eugenio, quien había nacido con limitaciones grandes y pro- bablemente no se pudiera valer en la vida. Carlos notó, en conversaciones con el amigo, la angustia que le producía no poder solucionar tal asunto. Fue enton- ces que propuso a Medina, para su tranquilidad, la formación de un fideicomiso especialmente destina- do a que nada le faltara a Eugenio, el hijo de Gerardo, quien aceptó verdaderamente agradecido. A quien pudo y sin ningún respeto humano, Carlos pidió colaboraciones fuertes a aquellos que podían prestarlas, y pequeños sablazos al montón de amigos comunes con Gerardo. No se detuvo en Partido, cre- do o raza; bastaba con pedir a personas que tuviesen respeto por el enfermo. En menos de tres meses re- unió una cifra que, bien administrada, podía solventar los gastos previsibles. A mayor abundamiento, él se ofreció como admi- nistrador del fideicomiso y, de común acuerdo con Jesús Galván, quedó éste de suplente. Mientras vivió Carlos, cumplió fielmente con esa carga que se había echado sobre los hombros por un amigo. Así fue siem- pre: sin pregonarlo ni esperar agradecimiento público. Me consta, porque algo semejante hizo conmigo para pagar un hospital muy costoso y me inclino a pensar que nunca se sabrá el total de estos gestos de amis- tad efectiva que siempre tuvo. Me alienta saber que nuestro amigo Jesús Galván Muñoz, otra alma gene- rosa, haya sido el suplente de tal arreglo.67 Si alguien se va acercando al paraíso y escucha un rumor de teclas sobre el papel “revolución”, puede estar seguro que por ahí andan los amigos de esta bella historia.

67 Nota del autor, según plática sostenida con CCP, poco después del fallecimiento de Gerardo Medina.

— 335 — La puesta en marcha de HvuHumanismo, Desarrollo y Democracia

Cedo la palabra a quien mejor conoce este episodio de la vida de Carlos Castillo: Bernardo Graue Toussaint: En marzo de 1996, una vez tomada la decisión de Carlos Castillo Peraza de no buscar reelegirse como Presidente Nacional del PAN, nos convocó a un pe- queño grupo de amigos y colaboradores. La idea: asociarse para formar un despacho profesional que se dedicara al análisis político de coyuntura para el cálculo de riesgos de inversión. Tuvimos una segunda reunión en un pequeño hotel campestre de San Juan del Río, Querétaro. Ahí nos dimos a la tarea de definir todos los aspectos de la nueva empresa. Se llamaría, por iniciativa de Carlos. “Humanismo, Desarrollo y Democracia, S. C. (HDD)”. El logo de la empresa fue creación magnífica de Gonzalo Tassier (otro amigo entrañable de Carlos). Los socios de la firma: Jesús Galván Muñoz, Xavier Abreu Sierra, Germán Martínez Cásares, Bernardo Graue Toussaint, Catalina Camarillo Rangel, Lourdes Ramírez, Felipe Palafox Montoya. El inicio del despacho fue difícil, pero en un tiem- po breve se pudo lograr una cartera de clientes sumamente interesantes, principalmente bancos, ins- tituciones del sector financiero y bursátil y grandes

— 336 — empresas. Semanalmente se entregaba a estas insti- tuciones un informe completísimo de análisis político, con una magnífica descripción de los diversos hechos políticos de la semana, su interpretación y el pronós- tico político, jurídico y legislativo de los mismos. En la tarde de los viernes, ese mismo informe se entre- gaba en su versión en idioma inglés (dado que muchos clientes lo retransmitían a sus filiales y representacio- nes en el exterior), gracias al excelente trabajo de traductoras profesionales como Hilda Tejeda y Susa- na Lizardi. Se integró como asesor externo del despacho el Dr. Bernardo Ávalos Casillas, de quien conservo un cariñosos recuerdo y a quien considero un verdade- ro talento en materia de análisis de medios de información Su conocimiento aportó al despacho –en las juntas semanales– un valor incuestionable. Ver debatir a Ávalos y a Carlos era un deleite cultural, a los cuales siempre he de agradecer las aportaciones que, hasta hoy, me han sido de enorme utilidad. En 1997 Carlos fue a la candidatura por la jefatura de gobierno del D. F. Durante la campaña, el despa- cho no dejó de atender a sus clientes, lo que implicó un esfuerzo adicional para Carlos (como cabeza y ac- tivo más importante de la firma) y para los socios. Luego de la dolorosa derrota, recuerdo que Carlos Castillo realizó un viaje a Europa con su hijo Carlos (quien luego se integraría al trabajo) y volvió para entregarse con mayor intensidad a la atención de nuestros clientes. Fue invitado a participar como analista en el pro- grama de televisión “Primer Plano”, que se transmite –hasta nuestros días– en el Canal 11 del Instituto Po- litécnico Nacional. Carlos participaba en esa mesa de análisis político con Federico Reyes Heroles, Carlos Elizondo Mayer-Serra, Jesús Silva Herzog-Márquez y Lorenzo Meyer, a quienes profesó, hasta su muerte,

— 337 — un profundo cariño y respeto por la diversidad de criterios que representaba el panel. Me tocó prepa- rar en HDD con Carlos Castillo toda la información de la semana que pudiera ser útil para el desarrollo de “Primer Plano”. Era un ejercicio que realizábamos todos los domingos en la mañana (el programa se producía y transmitía los lunes y todavía es así). Varios socios se retiraron de las actividades de la firma. Xavier Abreu y Luis Correa regresaron a Yucatán. El primero para competir y ganar la alcaldía de la ciu- dad de Mérida. El segundo se retiró de las filas del PAN y empezó a laborar exitosamente en una em- presa constructora de esa entidad. Germán Martínez marchó a hacer un postgrado en la Universidad Complutense de Madrid y luego a la Cámara de Di- putados. Jesús Galván está actualmente en el Senado de la República. HDD representó no solamente una firma importan- te de análisis para el sector privado; era el lugar donde siempre se podía encontrar la orientación y sensata opinión de uno de los políticos más relevantes de la historia democrática de este país. Era el lugar donde siempre se podía encontrar al Carlos periodista, polí- tico, intelectual. Al Carlos Castillo Peraza poco conocido por su magnífico sentido del humor. Al Car- los fanático de la música y el béisbol. Pero sobre todo representaba el lugar donde siempre se podía encon- trar a Carlos Castillo Peraza, el amigo incondicional. Fue un honor para mí haber colaborado con él en esos términos y siempre le estaré profundamente agradecido. Lo que ya no dice Graue, por modestia, es el doble papel que jugó para apoyar al amigo en el sosteni- miento del despacho de análisis y, al mismo tiempo, estar al lado de Carlos, el candidato de 1997, tratan- do de cumplir agendas increíblemente complicadas que lograban sacar adelante casi siempre por la ayu-

— 338 — da y apoyo tenaz de Bernardo, amigo fiel e incondi- cional. Baste decir que se atendieron en los setenta días que duró la campaña, cerca de 700 eventos; es decir, casi diez diarios. Quien ha estado en campañas sabe de lo que hablo.

— 339 — ¿Libre al fin?

Una vez que Carlos quedó sin el pesado compromiso de la jefatura nacional, y teniendo ya formado su des- pacho de asesorías y análisis político, Humanismo, Desarrollo y Democracia (HDD), se sintió libre para hacer y emprender lo que quisiera; libre en mayor grado que en muchos años absolutamente cargados de trabajos y responsabilidades. Porque, a fin de cuentas, ¿quién puede quedar completamente en libertad después de haberse comprometido conse- cutivamente con todas las causas nobles que le salieron al paso? Previsible era que permaneciera dentro de las fi- las de Acción Nacional en apoyo de algunas de las áreas más queridas por él, como Formación, Rela- ciones Internacionales o, incluso, como perseguidor de fondos económicos en la que fue tan exitoso du- rante su mandato. La libertad adquirida fue, como había de verse más tarde en ocasión de su renuncia al Partido, ocasión de cambiar de compromisos para completar su trayec- toria de ser humano. Así lo habría de expresar con toda claridad en su momento. Sin embargo, en ese punto de la vida política en la capital, todo mundo sabía que el PAN tenía una bue- na oportunidad de ganar –y así estrenar– la

— 340 — recientemente establecida figura de Jefatura de Go- bierno del Distrito Federal, y ello sería tanto más factible si el candidato era Carlos Castillo. También, con otros candidatos Acción Nacional, tendría bue- nas oportunidades. Así son las encuestas y así es la vida. El jefe nacional, dijo Carlos a sus amigos, le pedía que aceptara la competencia. El episodio concreto se narra enseguida.

— 341 — Campaña a Jefe de Gobierno, 1997

“Soy un panista silvestre”, expresaba Carlos en su arenga a la multitud de panistas reunidos en el audi- torio Juan de la Barrera, aquella mañana de marzo de 1997. “¡Queremos una ciudad con alma!”, continua- ba, y a medida que brotaban las sentencias de sus labios, los varios miles de almas reunidas en la Con- vención Regional ovacionaban al orador. En el auditorio, Vicente Fox, entonces Gobernador de Guanajuato, escuchaba atentamente desde el palco de invitados de honor, cerca del podium. Colocados en medio de la multitud, sus hijos, acompañando a Julieta, su esposa, presenciaban el emotivo y memo- rable evento, ahí por la quinta o sexta fila de los presentes. En esa reunión, los panistas del D. F. se habían dado cita para elegir candidato a Jefe de Gobierno por vez primera. Los precandidatos, que habían recorrido casi todos los comités en la entidad, hoy se medían para elegir entre ellos dos, quien sería abanderado de las aspiraciones panistas. Ambos eran desde su juven- tud; ambos eran hijos de sendas amigas; ambos oriundos de la tierra del faisán y del venado: Francis- co José Paoli Bolio y Carlos castillo Peraza. Como era costumbre en el Partido, antes de escu- char a los precandidatos había un orador para presentar

— 342 — a cada uno de ellos. Paco había escogido al “Charro” Armando Salinas y Carlos se había decidido por Beto Ling, mi hermano. Se lanzó una moneda al aire y fue Armando quien habló primero. Hizo una presenta- ción impecable, curricular, muy completa de los atributos académicos de su candidato. Luego vendría Beto a presentar a ese “panista silvestre”, al amigo, quien habiendo sido candidato panista a gobernador en Yucatán, hoy lo intentaba en el Distrito Federal. Vinieron luego los candidatos a exponer su pensa- miento político, sus aspiraciones y sus sueños. Terminado el turno de oradores, se pasó a votación; las urnas transparentes recibieron los miles de bole- tas decisorias. La Jefatura de Gobierno se disputaba por primera vez y en esa ocasión sería por tres años. Carlos resultó triunfador y con las mangas de la camisa de mezclilla enrolladas hasta los codos, subió a hablar de nuevo y a electrizar nuevamente a las almas ahí re- unidas. El gafete con su nombre, pendiente del cuello, oscilaba cada vez que levantaba las manos mostrando la “V” de la victoria. Otras veces señalaba porciones de auditorio con el pulgar hacia arriba como saludo. Fue inolvidable aquel domingo de marzo. Al apuntar el sol de mediodía el PAN ya tenía candidato. Un mes antes de la Convención Regional, en el lla- mado Palacio de las Ferias, en el centro de la ciudad, se había realizado una presentación-debate entre ambos precandidatos para que expusieran con más tiempo sus planes y proyectos, sobre la problemáti- ca del D. F. Ahí se comprometieron con la Plataforma Política confeccionada por el PAN. A principios de año, hubo una reunión en casa de Jesús Galván Muñoz, todavía en la colonia Balbuena, con Carlos Castillo y un grupo de amigos comunes. Ambos, Carlos y Jesús, deseaban la precandidatura; sin embargo, luego del análisis de probabilidades y guerra de generosidades, Jesús declinó para que Car-

— 343 — los, ya para entonces ex jefe nacional, pudiera com- petir con Paco Paoli por la candidatura. Fue emocionante, porque Carlos había dicho que ante el único que podría haber declinado era su amigo Jesús. Sin embargo, fue al contrario. Todo era resultado de los viejos lazos fraternos entre ellos. La precampaña habría de culminar con un acto en la Delegación Iztapalapa, tras vertiginosa gira por co- mités panistas. Ante más de un millar de panistas, en un restaurante de aquella zona, no había sino un in- menso arreglo de pantallas múltiples que amplificaban las imágenes. Gran optimismo se había despertado. Iniciada la campaña formal, se fue integrando el equipo. Se alquiló un edificio de cuatro pisos de la Avenida Chapultepec, en la colonia Condesa, como cuartel general. Quedó al frente Luis Correa Mena y, como lugartenientes, Xavier Abreu y Germán Martínez con José Ramón Rojo. Adriana Cuevas se encargó del análisis de medios; ahí ayudaron Brenda Hernández y Gustavo Garza. Fidel Rodríguez Zepeda, veterano fotógrafo del PAN, fue el responsable de rea- lizar y conservar algunas imágenes magníficas. A manera de incidente, un día apareció un burlón artículo de Guadalupe Loaeza en el periódico Refor- ma, haciendo mofa de Julieta, la esposa de Carlos. Tal artículo produjo una reacción de enojo y furia entre los miembros del equipo de campaña, especialmen- te los jóvenes, mismos que elaboraron, por propia iniciativa, una carta durísima dirigida a la redacción del diario. Germán se encargó de hacerla llegar. Felipe Calderón era Presidente Nacional del PAN, y Gonzalo Altamirano Dimas del Comité Regional. Eran tiempos de Óscar Espinosa Villarreal como regente y Ernesto Zedillo como Presidente. Los contrincantes. De Carlos a la Jefatura de Gobier- no –que no de gobernador– por el Distrito Federal fueron Alfredo del Mazo, por el PRI; Cuauhtémoc Cár-

— 344 — denas por el PRD; Jorge González Torres, por el PVEM; Manuel Fernández Flores, por el PPS; Baltasar Valadés Montoya, por el PDM, y Pedro Ferriz Santacruz por el Partido Cardenista. El comienzo de la campaña fue una visita al Zócalo con un número considerable de periodistas. Viajaron en Metro, mezclados con la gente, desde el cuartel general de Av. Chapultepec, hasta la estación Pino Suárez. En el trayecto y mientras se comentaban mu- chas cosas, el convoy se detuvo en la estación “Cuauhtémoc”; los periodistas, sabiendo que Cuauhtémoc Cárdenas era su contrincante más fuer- te, le hacían el señalamiento del nombre de la estación y con cierta “jiribilla”, lo señalaban por la ventanilla del vagón. Carlos contestó ágilmente: “En efecto, águila que cae”; es decir, la traducción literal de la palabra Cuauhtémoc. Bernardo Graue, fiel como ninguno en la campaña, se había trasladado horas antes a las afueras del edifi- cio donde despachaba el último regente para volantear entre la gente. Se buscaba una entrevista con aquél o, en su defecto, lograr un acto spot. Al llegar a la estación Pino Suárez se apearon to- dos, Carlos con su equipo y los periodistas caminaron la distancia que separa al Zócalo de dicha estación del Metro. Mientras comentaba algunas cosas, las manos del candidato repartían propaganda, consis- tente básicamente en trípticos con un ideario. El diseño era sencillo, con una foto discreta del candi- dato, aunado a una decena de ideas y el lema que tanto le gustaba: Por una ciudad con alma. Como era de esperarse, el candidato no fue recibi- do por las autoridades, y la puerta del edificio donde despachaba el regente se mantuvo cerrada. Tras un breve acto de manifestación, la comitiva regresó al cuartel general.

— 345 — Existió una agria lucha por el logotipo y el lema de campaña, cuando llegó el manual de campaña del CEN, con la sorpresa de que los “mercadólogos pro- fesionales” habían alterado el logotipo oficial, al diseñar un escudo redondo rodeado por una estela en espiral en color naranja rojizo, a manera de ga- laxia y con la leyenda por la ciudad que todos queremos ver. El color azul oficial del Partido había sido transformado en azul profundo, como una mez- cla de azul marino y negro. De inmediato se solicitó un encuentro entre el equi- po de campaña y los encargados del CEN para resolver la cuestión de manera ágil. La solución que se propu- so fue cambiar el escudo redondo por el tradicional, cuadrado con esquinas redondeadas, de color azul profundo y los fuegos artificiales, color naranja, a su alrededor. El lema de campaña sería: Por el D. F. que todos queremos ver. El uso de la internet. Carlos Castillo fue el primer candidato en estar en un chat cotidiano con sus elec- tores. “Hasta un mexicano en Brasil platicó con Carlos”, terminó diciendo Enrique Caballero, encargado de mantener el correo electrónico al día, de contestar, previo acuerdo con Carlos, las preguntas personales que se le hacían. Probablemente más de 10 mil co- rreos fueron contestados, clasificados y atendidos. Uno de los sitios de internet, en su página Web, con el nombre de “Ágora”, hizo alguna vez una vota- ción virtual entre los tres candidatos más importantes: Castillo, Cárdenas y Del Mazo. Después de estar unos 15 días interactiva, se dio el resultado, siendo Carlos ganador por cerca del cinco por ciento sobre Cárde- nas. Faltaban aún unos 40 días para la elección real. Debe decirse que ese resultado no es representativo de la composición sociológica del D. F. El amplio pobrerío no participa en internet. Y, además, debe aceptarse que del lado panista, y del candidato mis-

— 346 — mo, se cometieron los errores que habrían de produ- cir el conocido y pobre resultado real. El experimento de Enrique Caballero es, de todas formas, rescatable. Cierta mañana hubo un encuentro con la comuni- dad libanesa en la Ciudad de México. Comenzó puntualmente el desayuno al que asistían personajes importantes. En la comisión de bienvenida estuvo, ¡cómo no!, Fauzi Hamdán, quien lo recibió fraternal- mente. Carlos sentía algo especial por la historia y por la cultura de esta comunidad procedente de tie- rras distantes; conocía tradición, costumbres y sentimientos, y su discurso fue inolvidable. Les habló de filósofos, poetas, artistas y artesanos del país de los Cedros. Luego pasaría al tema de campaña, don- de el impulso económico, la inversión y la seguridad pública deberían hacerse para el mejoramiento de la ciudad y las relaciones de convivencia. Reunión con las “sexoservidoras” de La Merced. Carlos decidió, a diferencia de otros candidatos, en otras campañas históricas, reunirse con las prostitu- tas, hoy “sexoservidoras”, especialmente las del barrio de la Merced. Su lideresa y algunas otras expusieron las vejaciones y extorsión de que eran víctimas, amén de la explotación de los “chulos”. Asimismo, señala- ron las condiciones a las que se ven sometidas algunas de ellas, debido a su estatus de madres solteras de niños pequeñitos que, muchas veces, tienen que de- jar amarrados o encadenados en cuartuchos de hotel que usan como hogar. Ante ello, el candidato habló de mejorar las condiciones sociales, erradicar la co- rrupción y la opción de fuentes alternativas de trabajo y de promoción humana. Reunión con los enfermos de SIDA. Habría de re- unirse Carlos con representantes de enfermos de SIDA, así como con representantes de algunas enti- dades no gubernamentales involucradas en el problema. Ante ellos hablo claro, rechazó los prejui-

— 347 — cios sobre la enfermedad que la relacionan con el homosexualismo y reclamó, de ellos, desechar los prejuicios contra el PAN, al que acusan de mojiga- tería. Luego, se pasaría al problema económico de los medicamentos, caros y escasos para combatir y paliar la enfermedad. La reproducción de casos y el costo para las entidades públicas habían hecho de la pandemia un auténtico asunto de “salud pú- blica”. Sin embargo, en esa ocasión, el diálogo con los enfermos, fuerte, duro, pero sincero, dejó en claro el tamaño del problema y de la posición políti- ca del Partido ante el mismo, al menos en el Distrito Federal. La visita a los comerciantes del Mercado de Tepito. Como el estado mayor de la campaña de Carlos Cas- tillo básicamente venía de Mérida, no dejaron de verse algunos estilos de hacer campaña allá. Luis Co- rrea y Xavier Abreu, enamorados de la efectividad de hacer campaña en el mercado municipal meridano, trataron de repetir la experiencia en la Ciudad de México. Los chilangos del equipo les hicieron saber que los mercados públicos en la capital del país no eran lo mismo que en provincia; que no estaban cen- tralizados, que había más de 300 de ellos, que solamente de manera paradigmática se podrían visi- tar, para la campaña mediática. Pero aquéllos insistieron y fueron al Mercado de Tepito y la Lagunilla, resultando luz y sombra el evento y, ade- más, desangelado. Los líderes de tales mercados, todavía sometidos al priísmo local, se encargaron de hacer el resto. Con los representantes de otras Iglesias. Durante mayo se reunió Carlos con los representantes de Igle- sias Cristianas Evangélicas. Los laicos y ministros ahí presentes cuestionaron al “panista católico”. Le pi- dieron definiera qué haría, en caso de ganar, con el pluralismo religioso. Esto dio ocasión para que Casti-

— 348 — llo Peraza puntualizara su concepción sobre el mis- mo. Habló específicamente de “revaluar la palabra empeñada”, respetar todas las manifestaciones de otras religiones, de no usar el aparato gubernamental para reprimir y la aplicación de la ley. Asimismo, ex- presó que no buscaba el voto como católico, pero que no podía dejar de serlo. Bromeando dijo: “soy sufi- cientemente malo; tanto, que hasta me atrevería a dialogar con ustedes”. Hizo un recuento de algunos evangélicos y de otras religiones, o ateos que han militado en el PAN desde siempre. El caso de los coches tsuru negros. Un amigo de Carlos, de la ciudad de Mérida, “prestó” seis coches compactos tsuru de color negro. Como el candidato disponía de una camioneta y chofer, dejó en manos de los dirigentes la administración de los mismos. La regla para tales coches en el equipo de campaña, era que todo aquel que usara alguno, debería llevarlo cada noche a encerrar en el edificio del comité de Av. Chapultepec. Cierta vez, Xavier Abreu, subdirector de la campa- ña, terminó un evento muy entrada la noche y había otro al día siguiente, muy temprano. A Xavier le re- sultó fácil y natural quedarse con el auto por unas horas, en lugar de llevarlo a guardar. El velador, al no tener noticia de tal decisión, reportó a la policía judi- cial el auto como robado. Cuál no sería el susto de Abreu al salir del evento de aquel domingo por la mañana, al enfrentarse a la policía judicial capitalina, que quería detenerlo por estar usando un auto roba- do. Bastaron uno o dos telefonazos para aclarar la situación, pero fue una lección para todos. Por otro lado, hubo necesidad de meter orden en la cuestión de donativos y de notas de gastos de cam- paña que venían abultadas y otras cosas de ese jaez que ocurren en todas partes. Era importante como

— 349 — parte de la auditoría interna de los gastos directos de campaña, tan vulnerables, como se ha visto en tiem- pos más recientes. El sector universitario en la campaña. En el equipo se abrió una oficina especialmente destinada al seg- mento universitario, gracias a la iniciativa de Klaus Ling Gómez y otros, quienes habían propuesto crear una vanguardia juvenil para ir abriendo el campo uni- versitario a las visitas del candidato. En la álgida presentación ante los estudiantes de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde Cas- tillo fue majaderamente agredido por grillos profesionales, al punto de casi desatarse la violencia, Klaus, Yuri y los demás cerraron filas para proteger a Carlos de la intolerancia. Por otra parte, se aseguró el éxito de las visitas, con trabajo previo, en el Tec de Monterrey, campus Ciu- dad de México, que resultó espectacular, y son de mencionarse las visitas a la Escuela Bancaria y Comer- cial, y especialmente al Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE). Las huestes de José Luis Luege se encargaban de recoger las redes para captar y que no se perdieran valiosas voluntades. Y las mujeres, encabezadas por Gloria “Yoyis” León de Muñoz, hacían su parte. La agenda del candidato la llevaba con eficiencia y capacidad en el comité de campaña la infaltable y leal Lourdes, “Lulú” Ramírez. Protegía, como debe ser, el valioso tiempo del candidato. Era verdadero guardián del acceso a Carlos, sobre todo cuando apa- recían algunos despreocupados queriendo simplemente “charlar con él un rato”. Se las ingenia- ba para darles a entender cortésmente lo inútil de la espera. Las reuniones y proyectos especiales. Había un gru- po de personas, adjuntas al equipo de campaña, como Eduardo Carrillo, Roberto Colín, Silvia Dorantes, y

— 350 — muchas más, que se reunía los sábados, básicamente para estudiar y ofrecer propuestas para segmentos de sociedad, así como para traducir las propuestas de la Plataforma a propuestas de gobierno con datos, cifras, fechas y cantidades probables de presupuesto asignable. El coordinador era Alberto Ling, ayudado por Luisa Ma. González Garza. Bernardo y Lupita Ávalos estaban encargados de los proyectos especiales, consistentes en hacer pro- puestas concretas de los programas de la plataforma en eventos realizados con fuerza publicitaria, coordi- nando los esfuerzos de promoción entre el comité de campaña y el directivo regional, cuya secretaria ge- neral era Cecilia Romero Castillo. Algunos de estos proyectos se dieron a conocer en lugares espléndidos, como el World Trade Center y, especialmente, el Museo de la Ciudad de México, en la calle de Pino Suárez. Los temas de estos foros fueron variados, pero algunos de ellos fueron espe- ciales: “Ciudad de México, Vocación y Destino”; “Seguridad Pública y Justicia”, presentado el 31 de mayo en el WTC; “Fomento Económico y Empleo”; “Educación y Cultura”, expuesto el 20 de junio en la antigua casa de los condes de Calimaya. El “Pángelus”, a las 12 del día. Para reducir la exce- siva seriedad inicial en el comité de campaña de Av. Chapultepec, un grupo de los miembros del mismo decidieron, con Alberto, mi hermano, entre ellos, re- unirse todos los días de la semana, justo al mediodía, en el tercer piso, para cantar el Himno del Partido. Esto se practicaba formando un círculo con todos los presentes en el edificio, tomados de las manos y le- vantando los brazos. Así se ratificaba día con día la “levantada convicción”. Era un acto de motivación lle- no de gritos entusiastas y “vivas” a México y a Acción Nacional. El equipo de panistas bautizó la extraoficial

— 351 — ceremonia, por realizarse al mediodía, como el “Pángelus”. Fiesta de agradecimiento y erupción del Popo. Ya todo estaba listo para la fiesta de agradecimiento des- pués de la campaña. Las luces del cuartel general eran muy tenues; el personal, militantes y visitantes ha- bían dejado las instalaciones para dirigirse a la reunión. Los pasos de Carlos en aquellas instalaciones vacías apenas eran perceptibles, pues pisaba suavemente la alfombra del cuarto piso. El candidato se introdujo en el elevador acompañado por Bernardo Graue, su inseparable amigo. Apretaron el botón de “sótano” y lentamente se cerraron las puertas y el artefacto co- menzó a descender por las entrañas del edificio-cuartel. El elevador depositó a los pasajeros justo enfrente de la camioneta que tan buenos servicios prestó en la gesta electoral. El chofer, guardián amigo, estaba sen- tado al volante, atento siempre a la seguridad de Carlos. Cerraron la portezuela, se abrió la puerta del estacionamiento y el vehículo emprendió su destino en medio de la oscuridad; no por la hora de partida, pues serían las siete de la noche; más bien porque el Popocatépetl, “don Goyo”, había decidido esparcir sobre todo el territorio capitalino la última bocanada de humo y polvo del día. En el camino Carlos introyectaba su pensamiento. Se concentraba en las palabras que iba a pronunciar ante su equipo de campaña para no trasminar a los demás el dolor que embargaba su corazón por no haberlos llevado al triunfo. Ráfagas de presentimien- tos envolvían su mirada política: ¿Todo estaba perdido?... La derrota; una derrota como la que ha- bía sufrido su candidatura; en las circunstancias en que había ocurrido todo... ¿Qué decir? Al llegar a la puerta del salón de fiestas, la alegría y alboroto de los “camaradas castrenses” que estaba

— 352 — dentro se desbordó al máximo. Aquel concierto de almas en movimiento estremeció la propia de Car- los, que no dejó entrever a nadie el nudo en la garganta que se le había formado. Con resolución, el líder avanzó entre vítores hacia el centro del salón... Poco a poco, Carlos había ido llamando a su despa- cho, uno por uno, a todos los colaboradores para darles un pequeño recuerdo de campaña y reconocerles su participación. Grande en la victoria y grande en la derrota. Así era él, sobre todo en la amistad. Cuando lo supe, recordé la ocasión en que me re- galó el libro América Ladina, con la siguiente dedicatoria: Fede: Lo único que gocé en el lapso que comparti- mos oficina, fue saberme contigo, co-Presidente del PAN.

— 353 — Volverás

Quienes tratábamos con gusto pero intermitentemen- te a Carlos hacia el final de su vida ya no tuvimos oportunidad de saber de algunos de sus proyectos. Uno de ellos, muy acariciado, querido y trabajado con amor especial por él, fue la novela Volverás –una es- pecie de biografía novelada de la familia, con un sabor propio de gran nostalgia, escrita para Charly y corre- gida y pulida al alimón con éste. Una vez que se evidenció que ya no escribiría ni una línea más en beneficio de ese proyecto, ni para otro cualquiera, supimos que Charly había decidido dar a conocer al menos parte del trunco borrador. En las páginas de la revista Proceso, con la que había estado vinculado como colaborador durante los años finales, comenza- mos a conocer la prosa deslumbrante: “Volverás a buscar los granizados y encontrarás, quizá sólo en tu memoria, el hielo y los jarabes de nancen, de caimito y de grosella que el viejo soldado prepa- raba bajo el laurel, junto a aquellas rejas pobladas de esferas, custodias de los areneros, de los columpios y de los árboles sinuosos, tus primeros maestros de la escalada en esta llanura interminable y sin crestas. Muy cerca está la fuente con sus elevadas serpientes de piedra, bocabajo, cada una un chorro vigoroso en

— 354 — esta tierra huérfana de cascadas. Treparlas fue tu pri- mer reto, tu ensayo general de la cordada”. Entre los personajes curiosos –de la familia o no– desfila aquel tío abuelo que soñaba reintegrarse a Yucatán desde Veracruz, tras “maldecir la arena grue- sa y oscura de aquellas playas, incomparable con la de las nuestras, que es fina y blanca. Tú conociste ésta antes de cumplir cinco años, cerca del muelle viejo que el ciclón ‘Gilberto’ se llevó en 1989 y que era de zapote en recias y gruesas tablas. Como la inquietan- te viga labrada del castillo de Chichén Itzá, corona vegetal de la pétrea y solar escalinata que subiste agarrado de la cadena gorda y casi eterna. Volverás”. Más adelante entra a los consejos; entre ellos el si- guiente: “La fe es esto: dar crédito a un testigo. Tienes que estar seguro de que éste transmite fielmente lo que vio, de que su testimonio es digno de confianza. Lo que tú mismo ves no necesita intermediarios, pero tienes que convertirte en buen testigo ante ti mismo. Ver mucho, mirar, volver a ver, comparar lo visto con lo oído y lo vuelto a ver con lo escuchado; cotejar lo mirado y lo escuchado con lo recordado. Ver dos o más veces da mejor resultado que haber visto una sola vez. Mirar es aún mejor, pero implica ver de nue- vo, volver a ver. Para ver otra vez, ver mejor, mirar y no olvidar, volverás. Hazte de buenos ojos para saber. Para no tener que creer ni en mí, volverás”. Sobre la estancia en Villahermosa, a mediados de los cincuenta, escribe Carlos: “De los diarios locales recuerdo un titular voceado por una garganta infantil sostenida por unos pies descalzos: ¡Un hombre murió a balazos y otro a garrotazos! De un tiro mataron en su despacho al abogado que llevaba la sucesión de los Ortiz. Nadie supo por qué. El pistolero entró, sa- ludó a la sudorosa clientela, sacó la escuadra de la copa del sombrero que llevaba en la mano izquierda, terminó su encargo en quince segundos y salió im-

— 355 — pávido por donde había entrado. Todos los que allí esperaban audiencia, bajo un abanico eléctrico en cá- mara lenta, las aspas de madera, lo oyeron. Ninguno lo vio. Los muertos eran visibles. Los asesinos, trans- parentes. El pasado no tenía lengua ni cuerdas vocales. El presente carecía de ojos y de memoria. No había oídos para el futuro”. Y más adelante: “Conversaciones capturadas en el silencio impuesto por los mayores, o desde la hama- ca donde éstos me suponían dormido, me informaron de los tiempos en que las barcazas naufragaban al tra- tar de salir por el río al mar, atrapadas en la barra. También de los días en que los niños tenían que rom- per una imagen pía –o pisotearla, o escupirla– para ser admitidos en las escuelas públicas tabasqueñas. Asimismo, de los matones como un tal Prats, que no tenían cliente aborrecido. Se murmuraba que la Nestlé elaboraba un proyecto cuya realización permitiría re- coger leche bronca en lanchas, y llevarla a pasteurizar a una fábrica todavía inexistente. “Para mí, Tabasco sólo era residencia de vacacio- nes. Tu abuela completaba los ingresos domésticos cosiendo vestidos, urdiendo frivolité con el que ador- naba servilletas, pañuelos, mantillas y manteles de estilo antiguo para amigas tabasqueñas de cuño nue- vo. Era infatigable. Atendía a la familia, aceptaba encargos, enseñaba a rezar, declamaba en el grupo de Damas de la Santa Cruz, asumía la dirección de las kermeses del colegio, actuaba en obras de teatro, promovía las cajas populares, escribía cartas, visitaba enfermos. Le dolían los dolores de todos. Encontraba el modo de comprarnos juguetes en Navidad y de festejarnos el día del santo. Pedía prestado para que estrenáramos. Dibujaba flores a lápiz. Se hacía su pro- pia ropa y guisaba para fiestas ajenas allá. Dirigió aquí una escuela. Obtuvo su título de odontóloga después de cumplir 55 años, ante un sínodo formado por vie-

— 356 — jos compañeros que se habían graduado a tiempo. Nunca bajó la guardia. Tú la disfrutaste sana. También la sufriste enferma. Cuando vuelvas encontrarás a los que fueron sus ahijados o sus alumnos. Te hablarán de ella. De sus manías y de sus obsesiones, de sus extremos y de sus mañas, de su eventual incapaci- dad de perdonar, de sus trucos para salirse con la suya. Te dirán también de sus virtudes, que fueron más que sus defectos. Qué quieres. No puedo ser imparcial. Como algún día escribió Camus, entre mi madre y la justicia, mi madre. O con el Pemán cuyos poemas admiras: Yo madre, de tu partido; yo contigo frente a todos. Volverás. En Tabasco la catedral se construyó no sólo en con- tra de la fuerza de gravedad, sino de la fuerza del gobierno y de la incuria de una generación y media de fieles perseguidos y asediados. Carlos nos dice en Volverás: “La catedral empero, todavía es hoy un gal- pón de madera y láminas. Inconclusa. No como la de acá, que existe desde antes que tú, que yo, que tu abuelo y que el mío tuviésemos memoria. No es lo mismo nacer con catedral que sin catedral. Volverás”. En un conmovedor párrafo expresa: “Cuando mue- ra, incinérame. No vayan a jugar tus hijos con mis despojos pero, si se diera el caso, tómalo con buen humor. Riega mis cenizas donde quieras, pero acá. Si viejo y deteriorado no puedo o no quiero bañarme, amárrame a una silla y lávame con la manguera. No me dejes pudrir en vida ni inspirar repugnancia. Entálcame, perfúmame, péiname, rasúrame, vísteme limpio, léeme, rézame y sácame por la tarde a tomar el fresco de acá. Llévame cuando puedas a ver el mar. El que vimos y nadamos juntos del lado de Chelem y Chuburná, o cerca de Telchac. El nuestro. Nuestro mar. Volverás”. Desde los tiempos de Graham Greene, Tabasco ha- bía cambiado: Ahora, “si a Greene lo inmovilizara una

— 357 — bala, ésta quizá no saldría del cañón de la carabina de un rabioso comecuras, sino de la boca de una metra- lleta de un sicario del sindicato petrolero, del vomitadero de la escuadra de un guardián del fraude electoral o del fusil de un redentor blanco y barbado de indígenas prietos y lampiños. Tendría que repen- sar la gloria y redefinir el poder. O tal vez, como el barón Von Humboldt durante su segundo viaje a nues- tro Continente, imprecaría: ¿Qué hicieron con mi paraíso? “Es un paraíso extraño en el que los aparentemente peores saben que la misericordia divina y la terrestre brotan entre el humus de las llagas y de la crueldad de los hombres. No sé quién podrá escribir la nove- la que descubriera o inventara cómo hacer frutecer las maravillas del perdón y la generosidad en las nuevas tierras de la impiedad, en el nuevo mundo atroz, pródigo, mafioso, descreído, optimista, iluso, coriáceo y agotado que siguió al boom petrolero. Tal vez tú. Son otros tiempos. Los tuyos. Son otras tierras. No sé de quién”. Y entre los párrafos finales, vuelve a las andanzas por Mérida en compañía de Charly: “Recordamos ya de noche aquellas andanzas del 81 y el 84, en las que hasta tú, sin darte cuenta, te jugaste el pellejo. Te expliqué por qué creo que todo lo que hicimos des- pués germinó aquí, gracias a las semillas que sepultó y regó el P. Cruz. Hiciste como que no te dabas cuenta de que, mientras te hablaba de estas nuestras raíces más nobles, me brillaban inundados los ojos y se me tronchaba la voz. Para beber en estos aljibes de mis mejores lágrimas y en estas acequias mis sueños más entrañados volverás. En San Cristóbal fui bautizado y aquí mismo empuñé mis primeras armas por antiguas y señeras, toda- vía actuales causas. Este lugar me dio cuna, memoria, juventud y pertenencia. Cuando regre-

— 358 — ses acércate a mis hontanares, que son los tuyos. Abre- va en ellos. Con mucha más sed que yo. Volverás”.

— 359 — Testimonios

Entre los testimonios post-mortem recibidos por Julieta, todavía dolida por una viudez intempestiva, se han entresacado algunos para la Antología de la obra de Carlos que está en proceso de publicarse, y que ayudan a completar el caleidoscopio de formas diversas en que era valorado. No faltan menciones a su capacidad intelectual, ni referencias a sus habilida- des políticas, ni opiniones sobre sus confrontaciones con algunos periodistas; pero sin duda el común de- nominador es la invariable referencia a la amistad. Todas las personas que hacen estas manifestaciones, dan a entender que se sentía cada quien un amigo especial del intelectual, el ideólogo, el maestro, el político, el jefe, el articulista, y el hombre singular que fue el inolvidable amigo yucateco. “Carlos tuvo el don de ser amigo de cada uno en los términos de cada quien”. En ese interesante paquete de testimonios pode- mos leer a exclamar, tras las palabras de pésame para Julieta: “Nos vimos por última vez en Mérida este pasado enero. ¿Ahora con quién voy a hablar de la literatura francesa?”. Podemos atender las palabras de Ángeles Mastretta cuando confiesa que se preguntaba, ante las actitu- des de suficiencia y discutida soberbia que a veces

— 360 — adoptaba Carlos, la mayoría de las veces en forma inconsciente, durante la conversación: “¿Quién se cree este hombre?”, para concluir llanamente más adelan- te: “Se creía quien era”. O bien, se puede leer en el cuidadoso estilo de Mi- guel Ángel Rodríguez, Presidente demócrata cristiano de Costa Rica, el pésame que lleva consigo una valo- ración delicadamente hermosa de la figura del político amigo, hermano en el espíritu, que ha muerto. No falta el pequeño pero sincero mensaje de con- dolencia a la familia de parte del entonces Presidente electo Vicente Fox. En su peculiar estilo, Fernando Espejo, dice y da a entender su dolor por la pérdida del amigo y las ale- grías futuras que iban a tener y que quedaron mutiladas por un designio superior. De este sentimien- to habla también Marco Levario T., y expresa una especie de pequeña sublevación interior; se indigna y pone en duda una de las convicciones más acrisola- das de Carlos: “A Dios nadie se le cae de maduro ni lo corta verde en la rama”. Lo acompaña moral y fiel- mente en sus andanzas contra los malos periodistas y hace lo que muchos amigos hicimos por esos días: postular un hipotético próximo encuentro para ce- nar, cantar, grillar, charlar juntos. También lo hace Federico Reyes Heroles en su artículo “¿Y la comi- da?”, en alusión a la que iban a tener y se quedó pendiente.

— 361 — La renuncia al PAN

Durante los primeros días de mayo de 1998, el licen- ciado Carlos Castillo Peraza envió, por escrito, al Presidente de Acción Nacional su decisión de retirar- se de la política partidista activa. En la misiva expresó: “Tú y muchos de mis compañeros más próximos saben que mi vocación personal, íntima, es la lectura, la reflexión, la escritura, la investigación y la ense- ñanza. La muerte de mi querido y admirado amigo Octavio Paz me ha puesto de nuevo –y mucho más radicalmente que otras veces– frente a una antigua disyuntiva estrictamente personal: la de optar entre la vida intelectual fuera de toda militancia partidista y la pertenencia a Acción Nacional. “Se trata de una opción por las ventajas y las des- ventajas de la independencia y de la libertad intelectuales, semejante a la que han hecho algunos de mis maestros mexicanos y extranjeros. Dados los años que he cumplido y las reflexiones que suscitó en mí la muerte de Paz, releí, entre otras, aquella fra- se suya ‘la única profesión de fe del intelectual debe ser la crítica, el examen y la duda’... he decidido re- tornar definitivamente a mi ruta original y consagrarme única y exclusivamente al trabajo que considero específicamente mío, durante el tiempo que Dios me conceda aún de vida.

— 362 — “He tomado, por tanto, la decisión de retirarme de la política partidista. Me enganché libremente como tripulante de este barco que es Acción Nacional. In- gresé –a la manera de tantísimos otros compañeros– como grumete y me fue dado ascender –en esto con- siste la verdadera democracia– sin haber sido hijo de marineros, ni heredero de armadores, ni asignatario de navieros. No me propongo dejar la mar, pero en los muelles del puerto en que ahora estoy surto he decidido emprender lo que suele llamarse la ‘ruta en solitario’.” En la carta personal entregada al Presidente, reitera su convicción panista: “Por mi adhesión a los princi- pios, seguiré siendo panista de alma y corazón, pero no de uniforme y credencial. Tampoco quiero com- prometer a la institución con mis juicios, mis opiniones, ni mis puntos de vista. Es de ese modo personal, pero no partidista como de aquí en adelan- te concretaré mi compromiso con nuestro país: lejos de los reflectores, pegado a la reflexión, sin marca a la que mis productos perjudiquen, sin etiqueta que los catalogue antes de ser probados, sin nada que dé razón o pretexto para sospechar que una opinión o un juicio míos están respectivamente motivados por, o relacionados con aspiraciones y operaciones –incluso legítimas– orientadas por el afán de conquistar algún poder o algún puesto político, ni dentro ni fuera de Acción Nacional”. Es Felipe Calderón quien sigue leyendo: “Recibe y transmite tú, por favor, como Presidente, mi agradecimiento a la institución. Estoy convencido de que, puestas las cosas en la balanza, pesa mucho más lo que me fue dado que lo que di. Con sólo con- tar las amistades leales y verdaderas que me obsequió el Partido, estoy de sobra pagado. Nada tengo que reclamar, recriminar ni lamentar. Todo que agrade- cer, especialmente al corazón y al alma del Partido:

— 363 — los miles de panistas que en pueblos, municipios, dis- tritos y estados, compartieron conmigo afecto, entusiasmo, dolor, anhelos, esperanzas, marchas, mí- tines, persecución, represión, derrotas y victorias. Mucho tengo, por otra parte de qué pedir perdón a quienes, en cualquier circunstancia, herí u ofendí. Es- toy convencido, estén seguros todos los panistas, de que Acción Nacional, por su doctrina y su historia, no sólo es el mejor: es el único Partido político de Méxi- co hasta hoy. Lo que sucede es que, por las razones que he dado y sólo por ellas, he decidido no formar parte de Partido político alguno. Ni del mejor”. Concluye expresando a todos los miembros del Partido su disposición a colaborar “en todo aquello en que estimen que puedo hacerlo. No hay sentimien- to, resentimiento ni razón algunos que me lo impidan, dadas esas condiciones, libre el Partido, libre yo para decidir, tal colaboración posible y eventual, será sin duda buena para ambos, recíprocamente gratificante y mantendrá viva la llama de los amores, la solidari- dad y la amistad en el noble ideal de la vida, la verdad, la justicia y la libertad, que sin duda seguiremos com- partiendo, cada uno en el ámbito de su propia opción y en el espacio de su propia trinchera libremente es- cogidas. “Sólo me resta desearte a ti y a Acción Nacional, por el bien de México, lo mismo que escribí en la tarjeta cuya foto cuelga en tu despacho: ‘¡Qué todo te salga bien!’.”

— 364 — Respuesta de Felipe

Felipe Calderón respondió públicamente por medio de un artículo publicado en el diario Reforma el 7 de mayo de 1998 y reproducido íntegramente en la re- vista La Nación. Se hace lo mismo aquí: “Conocí a Carlos Castillo Peraza –inicia Calderón– en el año de 1978. Había regresado de Europa y a sus 32 años era el último y prácticamente único contacto entre la dirigencia nacional del PAN, entonces presi- dido por Abel Vicencio Tovar, con uno de los pocos ‘solidaristas’, es decir, uno de los más persistentes y leales seguidores de Efraín González Morfín que aún permanecían como miembros activos del Partido Acción Nacional. Se trataba de mi padre, a quien Car- los buscaba insistentemente con el objeto de persuadirlo de que abandonara la idea de renunciar a una candidatura a diputado y al Partido mismo. Al final no tuvo éxito: justo el día en que yo participaba por primera vez como militante regular en una con- vención nacional, mi padre renunciaba a una militancia activa que se remontaba a los trabajos preparatorios de la fundación misma del Partido. “Con el tiempo me tocaría estar con respecto a Car- los en una situación parecida. Tratar de persuadirlo de que no renunciara. Al final su decisión prevaleció sobre un cúmulo de razones bien diferentes a las de

— 365 — aquella renuncia que circunstancialmente nos había ‘presentado’ 20 años antes. La motivación de Carlos Castillo es la opción personal por una vocación ínti- ma, la de la vida intelectual, que lo ha acompañado toda su vida y que hoy, cumplida a plenitud una tra- yectoria política, le reclama también plenamente. “En la renuncia de Luis Calderón había señalamientos severos y una enérgica protesta a la conducción y a la línea ideológica asumida entonces por la dirección del Partido. En la de Carlos hay una profunda reflexión respecto de su vocación intelectual, un agradecimien- to profundo y sincero a lo mucho que el Partido en el que militó le ha dado, una disposición a seguir cola- borando en lo que sea requerido y una muy significativa expresión en la que pide perdón a quie- nes hubiese ofendido. “Carlos Castillo fundó a principios de los ochenta el Instituto de Estudios y Capacitación Política del Parti- do Acción Nacional. Ahí convocó a un grupo de militantes, fundamentalmente jóvenes, para que tra- bajáramos en la formación ideológica del Partido. Hoy recuerdo con nostalgia que fuimos vistos con recelo y desconfianza por el grupo que tenía la hegemonía de las decisiones del PAN, integrado precisamente por quienes después constituirían el llamado Foro Doctri- nario. Les resultábamos francamente incómodos. “Tiempo después Carlos se fue a Yucatán a conten- der electoralmente. Si aún hoy es punto cercano al heroísmo y en algunos casos al martirio la militancia opositora en Yucatán, hay que imaginar lo que era hace 15 años. La política gubernamental era simple- mente brutalidad. Cada uno de nosotros siguió su camino y su propia militancia de soldado raso en al- gunos de los comités básicos de las entidades donde residíamos.

— 366 — “Esporádicamente nos reuníamos a conversar y ana- lizar los temas del Partido. Nunca cometimos la deslealtad de atacar públicamente las declaraciones o acciones de la dirigencia ni esbozamos un proyecto político hacia adentro. Nos había unido la genuina preocupación de la Patria Ordenada y Generosa, de la Vida Mejor y más Digna para Todos. A lo más que llegábamos era a organizarnos para hacer valer en al- guna convención nuestros puntos de vista, de mucho mayor compromiso social, para que fuesen incorpo- rados a la plataforma del PAN. Nuestros adversarios de debate resultaban ser algunos de los famosos y ya excesivamente denostados ‘dhiacos’ que habían sido invitados de honor durante las secretarías generales de Bernardo Bátiz y Jesús González Schmal y bajo la Presidencia de Madero, en las que se consideraba a tales organizaciones como un ejemplo de las ‘socie- dades intermedias’. Sorpresas te da la vida. “A la llegada de Luis H. Álvarez a la Presidencia del PAN, tuvimos nuevamente la oportunidad de aportar al discurso, propuesta y pensamiento de este Partido, nuestra visión humanista, solidarista, doctrinaria. La campaña electoral de 1988 le dio al PAN nuevos cuadros pero no le dio votos suficientes. De hecho Acción Nacional fue tercera fuerza política. Lo más importante, en el balance, es que surgía con vigor una organización política que dejaba atrás el terreno del mero testimonio y abordaba también con vigor el compromiso de vida pública. ‘Mar adentro’ se tituló un ensayo de Castillo Peraza que describía esta importantísima operación política. Desde ahí, ins- talados en la coyuntura definitoria de la vida del país, el PAN puso alma y corazón en iniciar, con todos los riesgos que nadie quería correr en aquel entonces, la transición política mexicana que hoy es festinada por tirios y troyanos.

— 367 — “Llegado el fin de los dos períodos de Álvarez, puestos en el escenario sucesorio interno, decidimos llevar adelante una candidatura que respondiera al anhelo de millares de panistas: ‘precisión ideológica’ y ‘política total’. Si bien es cierto que el repunte medular en términos electorales se había dado bajo la Presidencia de Álvarez, el PAN creció como nunca en la Presidencia de Castillo. Estando yo en la Secre- taría General, fui alentado en el quehacer político, la toma de decisiones, la delegación de responsabilida- des, el aprendizaje del muy ingrato pero también muy emocionante oficio de dirigir este Partido. Al concluir la misma, él tomó una decisión entonces sorprenden- te, pero fundamental para comprender su decisión actual, de la que fue premonitoria: optó por un retiro parcial y creciente de la actividad política al anunciar su no-reelección. “La elección de 1997 dejó lecciones para todos. En lo que a la dirigencia respecta, hemos aprendido la nuestra y estoy seguro que Carlos ha aprendido la suya. Lo medular es que vio completa y satisfecha su vocación y trayectoria política. No tengo para él sino palabras de agradecimiento, de afecto, de reconoci- miento, de recuerdo. Un abrazo grande y sentido. Un pesar por el derrotero ‘en solitario’ del amigo. Al to- mar yo posesión como presidente del PAN, me dejó una tarjeta en el escritorio, junto con las llaves de la oficina y una botella de champaña. Estoy seguro que desde el ámbito intelectual, que es verdaderamente suyo, realizará trascendentes aportaciones a la vida nacional. La tarjeta que conservo contiene un escue- to mensaje que desde lo profundo de mi espíritu dirijo hoy al amigo, al maestro, al Presidente, al militante, a ese gran mexicano a quien seguramente la historia reivindicará: ‘¡Qué todo te salga muy bien!’.”68

68 Artículo publicado en Reforma, el jueves 7 de mayo de 1998.

— 368 — La cuenta corta y la cuenta larga

El prólogo de la magnífica compilación titulada His- toria de Yucatán, realizado por Carlos Castillo Peraza, está fechado en Mérida, en agosto de 1978, dato que es muy indicativo de los quehaceres e inquietudes in- telectuales del joven filósofo, justamente en los meses que precedieron su partida a la Ciudad de México, para incorporarse al Partido Acción Nacional. La obra mencionada es una respuesta a la preocu- pación de los educadores yucatecos de acercar a los alumnos de preparatoria las fuentes de la historia de Yucatán, dentro del curso de Historia de México. Declara el compilador el deseo suyo y de los editores de una “lectura crítica” de dichas fuentes para prove- cho cultural y estímulo de los estudiantes interesados en esos temas. Uno de los textos seleccionados dejó en Castillo Peraza una marca singular, pues fue referencia casi obligada en las alocuciones políticas de su vida que tenían que ver con los plazos cortos y los plazos lar- gos; lo inmediato, lo mediato, y lo lejano; la impaciencia y la paciencia con lo que no perece el día de hoy, la semana actual, o el año en curso, sino que ha de venir en “la cuenta larga”, pero puntual- mente. El texto mencionado es el capítulo XII del libro

— 369 — La civilización maya, de Sylvanus G. Morley, dedica- do a la escritura y la cronología de los mayas. Observaron los arqueólogos que había forma de determinar de manera práctica a qué Katún (período de 20 años) se refería una plática o escrito cronológico por medio del día en que terminaba dicho katún (como si dijéramos 8 de enero para referirnos al siglo XIX y luego 10 de abril para referirnos al siglo XX, de acuerdo con el día en que iniciaba el siglo). A esta forma simplificada se la llamaba “la cuenta corta” y era práctica porque no había necesidad de tener a la vista y presentes los baktunes (períodos de 400 años), los pictunes (períodos de 8000 años) y aun calabtunes (de 160,000 años) que hubiesen pasado. La simplici- dad era la esencia de esta cuenta que se denominaba “la cuenta corta”. Pero cuando se trataba del calendario que comen- zaba con la Serie Inicial (arbitrariamente fijada por los sacerdotes astrónomos) había que tomar en cuenta, junto con los kines, uinales, tunes, katunes, baktunes, pictunes, calabtunes, kinchiltunes y alautunes (estos últimos, períodos de 23040 millones de días) para entrar a buscar el ámbito infinito del tiempo. La dife- rencia de actitudes podía oscilar, pues, entre lo cotidiano, el largo plazo, y el borde infinito del dis- currir del tiempo. Carlos tenía bien asimilado que había una “cuenta corta” y un conjunto de cosas que a ella pertenecen; cuenta para lo efímero, como las noticias políticas; pero también que había una “cuenta larga” para lo trascendente. A ella se acogía, como filósofo envuel- to y a veces acosado por lo cotidiano y coyuntural; así, a veces burlaba algunos insensatos y urgidos acosos periodísticos y otras necedades diarias. Aun en esto, nuestro personaje era orgullosamente yucateco e hijo también de la cultura heredada de los

— 370 — misteriosos y efectivos matemáticos que fueron los mayas.

— 371 — El viaje a Italia con los muchachos

Un poco después de la campaña electoral de 1997 en busca de la jefatura de gobierno del Distrito Federal, hubo ocasión, ¡al fin!, de que Carlos pudiera mejorar la convivencia con sus muchachos y mejorara así la vida familiar. Esto era obviamente algo necesario para aliviar un poco las naturales tensiones y preocupacio- nes de los miembros de la misma familia. Resultaba una cruel ironía para el jovencito Carlos (Charly, para distinguirlo) y el adolescente Julio, no poderse bene- ficiar del maestro y orientador nato que era su padre; Juan Pablo, por su parte, estaba entonces pequeño todavía. Además de la faceta de Carlos Castillo Peraza que tanto le ayudó en la vida: hacer amigos, y de la que, por cierto, cuando había ocasión también ellos disfrutaban. Sale sobrando recordar la opinión gene- ralizada no sólo entre educadores, sino en todas partes, la falta que hace la figura paterna en la forma- ción del carácter y la personalidad de hijos adolescentes. Pero llegaba ahora una ventana de oportunidad que no sería fácil que se presentara nuevamente: un viaje a Italia. Así que sin perder tiempo organizaron un viaje de aproximadamente un mes, en el que habrían de recorrer con provecho las tierras de aquella pe- nínsula mediterránea.

— 372 — Como clientes fieles de Lufthansa volaron primero Carlos con sus hijos Carlos y Julio a Frankfurt, Alema- nia, y de ahí, por tren, fueron a Roma. ¡Roma! La grande, la pontificia: la Ciudad Eterna. Pronto echa- ron pie a tierra para recorrerla de acuerdo con un plan que no tenía que ser tan cuidadoso, porque Carlos conocía muy bien esa ciudad y no necesitaba una agenda turística para ir rápidamente al grano: mu- seos, plazas, edificios, calles, lugares para detenerse para un breve refrigerio; pero si bien no necesitaban un plan, sí necesitaban una magnífica condición físi- ca. Y es que era cosa de levantarse de madrugada para ser los primeros en llegar a la hora en que abrían los museos y caminar y moverse como pudieran de un lugar a otro: y así fue aquella mezcla de intensa exploración scout y curso intensivo de historia y de arte. Nada de ello fue obstáculo para disfrutar la conver- sación nocturnal para hacer el recuento, la cosecha de experiencias y planear sabrosamente, en torno de vasos de vino bien escogido, el próximo día... Des- pués de haber visto mucho, mas resignándose a no ver otro tanto, como suele suceder en esta ciudad y otras del viejo continente, se enfilaron a la terminal ferroviaria para marchar hacia otra de las mecas del viaje: la incomparable Florencia. La receta era la misma: Castillo Peraza les fue intro- duciendo en los valores artísticos e históricos de la ciudad. Alguien tan avezado como él en saber la im- portancia de los personajes históricos y las luchas comenzadas hace mucho tiempo en este lugar, hacía entender “en vivo y a todo color” a los muchachos la forma en que Florencia llegó a ser tan notable centro de la vida medieval y del Renacimiento. Maestro ameno como era, iba salpicando la plática con anéc- dotas famosas, con bromas ocurrentes y conclusiones de todo tipo. Mucho bien podemos suponer que pro-

— 373 — dujo aquella incursión en los jóvenes Castillo López; pero no hay duda del beneficio que recibió el maes- tro, compañero y amigo de éstos: su padre. Y no es una mera suposición, ya que a su regreso a México, platicaba de este viaje como una de las gratas tareas que había hecho jamás: mostrar a sus hijos la Italia que tan digna de amarse es. Luego, en sucesión alucinante y en viajes muy a la europea, o sea en tren, vinieron Pisa, Milán y Venecia, en donde, por supuesto, la sesión vespertina en la plaza de San Marcos se prolongó para ellos, como suele pasarles también a los visitantes que están más allá de las obligaciones de los turistas con horario fijo: mientras haya vino, o palomas en la Plaza de San Marcos, o no les quiten el campanil o el Mar Adriáti- co, o el palacio del Dux, no hay por qué abandonar la mesa, la charla y el vino, así haya que sacarlo de algu- na bodega después de medianoche. A eso de las dos de la mañana dijeron adiós a la vetusta y encantadora ciudad. Siguió el viaje (no necesariamente en este orden) por Rávena, Orvieto, Asís ¡Ah, Asís!, Viterbo y Verona, para rematar en Roma. La siguiente etapa sería volar a París, donde se abriría otra vez una de las más im- portantes y bien aprovechadas visitas. Pero, ¿cómo abandonar Roma sin intentar estar presentes en la audiencia de los miércoles de Su Santidad Juan Pablo Segundo? Tras contactar con el embajador mexicano ante la Santa Sede, Guillermo Jiménez Morales (con el em- bajador ante la República italiana, Mario Moya Palencia, ya habían cenado y charlado sabrosa y divertidamente; en todo caso, Mario también es ex alumno marista), tuvo éste la gentileza de hacerles llegar al hotel pases para la audiencia solicitada. Con la suerte de que eran pases de ¡primera fila! Como se sabe, en esas reuniones, los 35 o 40 de la fila de ade-

— 374 — lante pasan a saludar de mano al Sumo Pontífice. ¡Qué suerte! Fue éste el momento en que se dieron cuenta cabal de que no llevaban ropa formal, pues habían estado viajando con ropa cómoda y buena, pero uno no va a saludar al Papa ataviado con sus mejores galas de mezclilla. Por lo tanto, tuvieron que aprovechar el martes, víspera de la cita, en correr por diferentes lados de la ciudad para comprar desde calcetines hasta corbatas, pasando por camisas y trajes adecuados. Tras conseguir aguja e hilo y hacer el dobladillo de los pantalones, se llevó buena parte de la noche termi- nar de plancharlos. Al final, cansados pero felices, Carlos, Charly y Julio estaban listos. A la hora convenida, pasó el automóvil de la emba- jada de México en el Vaticano por ellos. Tras de cruzar por puertas especiales y recibir el marcial saludo de la Guardia Suiza llegaron a la gran aula de audiencias pontificias y ocuparon sus lugares al frente, siguien- do con devoción y muy conmovidamente la ceremonia. Entre los asistentes, como ha ocurrido con frecuencia, estaban presentes los infaltables grupos de mexicanos y de polacos; de ellos consiguieron al- gunas banderitas rojiblancas. Al término del acto, fueron pasando los fieles de la fila frontal a saludar de mano a Su Santidad. La emo- ción fue muy grande, afirma Carlos Castillo López: “fue quizá la ocasión en que vi a mi padre más emo- cionado y feliz... había que tener en cuenta quién fue para él Juan Pablo Segundo...”. Poder saludarlo en compañía de sus muchachos fue para él algo verda- deramente especial. Ese viaje a Europa tuvo, después de Italia, su cul- minación con seis días en París. Pero, ¿qué puede verse y conocerse de esta ciudad en seis días? Sin embargo, si es que hay una forma de sacar el mayor provecho de una visita tan corta, el trío de nuestra

— 375 — narración la debe haber encontrado. Fatigados y con- tentos volvieron a México.

— 376 — La pequeña liturgia de los viajes

Para una persona que viajaba tanto como Castillo Peraza era fácil tener identificados los lugares de al- gunas ciudades que se habían convertido, con los años, en sus favoritos. Procuraba entonces, si el tiempo se lo permitía –y si no se lo permitía, de todas formas procuraba– hacer un recorrido no muy amplio pero con un sentido que podría calificar de “litúrgico”, pre- cisamente por esos lugares. Nueva York era una de esas ciudades que merecía ese recorrido. Carlos chico, que acompañó a su padre una media docena de veces a la ciudad de los rasca- cielos, relata la liturgia neoyorkina en la forma siguiente: Lo primero al llegar del aeropuerto, después de instalarse en el hotel, era tomar lo estrictamente in- dispensable y marchar a una cafetería francesa llamada Au bon pain para disfrutar una taza de café y algún delicioso panecillo francés. Una vez hecho esto, la emprendía al alto Manhattan, para llegar a The Cloisters, esto es, aquel monasterio francés que Rockefeller había hecho trasladar piedra por piedra a Estados Unidos y reconstruir en aquella boscosa coli- na. Era difícil pensar un mejor lugar para esas construcciones. Carlos no se cansaba de ver esos bos- ques y las vetustas piedras, como una síntesis de la

— 377 — cultura occidental que tanto amaba. Paseaba por ahí hasta que comprendía que era hora de retirarse; eso sí, con la promesa en el corazón de volver lo antes posible. A continuación venía la esperada visita a la librería Barnes & Noble. Nada menos que cinco grandes pi- sos repletos de libros. Encontrar novedades ahí era lo normal; pero también libros escasos o raros, así como aprovechar el servicio que ofrecen de conseguir co- pia fotostática de “cualquier libro, el que sea” y recibirla en el domicilio indicado. En ocasiones salía con unos cuantos libros, pero en otras, salía con dos pesadas bolsas en las manos. Cuestión de dólares dis- ponibles, no de ganas. La parte opcional de estas rutinas era por las tar- des, pero normalmente se cumplía: visita a la tienda de ropa “Abercrombie” para comprar aunque fuese un par de corbatas; y como esta tienda está situada a la vera de la tienda de los Yankees de Nueva York, en Seaport, pasaba Carlos a ver los más variados souvenirs de su equipo favorito y salir con algún libro, revista o pelota de béisbol en la mano. Eso sí, al llegar la noche no podía faltar a la función, en Broadway, de “Los Miserables”. Estos hábitos de viaje no eran obstáculo alguno para emprender otras correrías por lugares interesantes con esa insaciable sed de mundo, en especial el mundo espiritual. Asimismo, como en la majestuosa ciudad del Hudson, también podemos imaginarlo en París, o en Berna, donde “tenía el Caribe en los Alpes”, gra- cias a la presencia de Jaime Ortega y su familia. Y aun en su natal Mérida, cuando tenía varios días disponi- bles, era cosa de comenzar la primera noche con una visita al local de la Trova para un rato bohemio y de expansión...

— 378 — El testimonio de Guillermo León Escobar Herrera

Hace pocas semanas recibí estas líneas de Guillermo León Escobar, actual embajador de Colombia ante la Santa Sede y ante la soberana Orden Militar de Mal- ta, mismas que son un ejemplar y sentido testimonio de un verdadero amigo de Carlos: “No recuerdo quién me presentó algún día, en los años setenta, a Carlos Castillo Peraza. Debió ser en algún Seminario organizado por la fundación Konrad Adenauer. A veces pienso que fue en Cobren- Gondorf, cerca de Tréveris (Augusta Treverorum) porque, evocando, me veo con él en una cava de vi- nos del Mosela, en la sala de armas del Burg Elz o debajo del arco principal de la Porta Nigra. En todos estos sitios estábamos Carlos, Rudolf Baumeister, Guillermo Laurent y yo. Desde el principio sabíamos que si bien no nos habíamos visto nunca antes, nues- tra comunicación espiritual e intelectual había comenzado desde siempre. Quienes no somos bió- grafos y no aspiramos a elaborar biografías, ni a que se escriba la nuestra, vamos por la vida desordenan- do el tiempo. Yo no recuerdo cuándo fue, ni el año, ni el mes, y eso no importa, porque para quienes viven profundamente, la organización de lo temporal, el orden del tiempo, carece de importancia o al menos

— 379 — de la tanta importancia que le confieren gentes del común. “Desde entonces, hacia la mitad de los años seten- ta, nosotros, los ‘hijos del 68’ dialogábamos con la mirada, con los gestos, con las actitudes y con las palabras. “Acude a mi memoria la ruta de un viaje que reali- zamos varias veces: comenzaba saliendo de Colonia en un barco turístico que iba hasta Bingen-Brücke, y aquello duraba horas interminables para los turistas pero fascinantes para nosotros que, viendo los casti- llos de ambos lados del Río Rhin, teníamos siempre una meta intermedia, que era descubrir de lejos la curva del ‘Lorelei’. “Nos sentíamos bien: amantes de la filosofía tomista, repasábamos a Santo Tomás, en especial la obra So- bre el bien, que comenzábamos a discutir rescatando desde la idea que el filósofo Platón tenía, en donde el bien compendiaba las virtudes de la fortaleza, de la justicia, de la piedad, de la amistad y tantas otras que eran negadas o tergiversadas por los sofistas. Pasába- mos por el diálogo del Timeo, transitábamos la Ética de Aristóteles, hacíamos una pausa en el bien metafí- sico y la experiencia religiosa de Plotino, para llegar al gran Doctor de la Iglesia, con sus consideraciones sobre el bien y sobre el mal, en donde éste se conce- bía como la privación debida a la perfección. “Lo mismo hicimos con San Agustín, con Maritain, con Mounier, con Teilhard de Chardin, con el teólogo Congar, con Garrigou-Lagrange, o también comentan- do sobre los autores literarios que atraían nuestra atención entonces, como Paul Claudel, Bernanos, Machado, Ronsard, Neruda o Juan Rulfo. “En las horas sin fin de este viaje, nos separaban tan sólo dos interminables tazas de café y una enorme cortina de humo de dos fumadores casi irredentos, que disculpaban su adhesión a este vicio, hoy repro-

— 380 — bable, con el manido argumento que ‘quien no era fiel a sus vicios, tampoco lo era con sus virtudes’. “Había un pueblecito río arriba, en la margen iz- quierda, que despertaba en Carlos emociones encontradas. Era la población de Unkel. Nunca logré adivinar si alguna parte de su corazón o de su alma –que en él eran dos dimensiones muy diferentes– ha- bían quedado en aquel pequeño poblado. “Dialogábamos de política, hacíamos planes para renovar viejos partidos o para fundar unos nuevos. Nuestros bolsillos terminaban llenos de planes de capacitación política para jóvenes, para empresarios, para sindicalistas y no faltó uno que otro plan para formar políticamente a sacerdotes y obispos en la América latina. “Sólo cuando se llegaba a la curva del Lorelei, Car- los se levantaba, abría los brazos, respiraba profundamente y permanecía todo el tiempo que du- raba el barco en recorrer la curva del río en esa posición absorta de quien está pagando una cuenta debida a la belleza o a la historia. Era el éxtasis que le permitía de nuevo retornar a su puesto, pedir una nueva taza de café y fumar un nuevo cigarrillo y cambiar de tema, ya que de ahí en adelante su problema, su preocupa- ción, su amor inclaudicable, era la historia de México. “Lo que yo sé de México, de sus revoluciones, de sus pensadores, de los soñadores de la nueva políti- ca, de las virtudes y falencias de sus gentes, lo sé por Carlos, quien padecía de amores con la historia de su patria. Terminado el viaje de ida, retornábamos por la misma vía fluvial. Bien recuerdo que en medio de nuestros sueños y en medio de nuestras reflexiones y meditaciones ‘creamos’ la unidad de todos los gru- pos políticos que, partiendo de la doctrina social de la Iglesia y del pensamiento social cristiano –que no son lo mismo– ansiaban crear una nueva América la-

— 381 — tina. ‘Nuestra América’, la de Martí, que se asomara sin vergüenza a la historia del Tercer Milenio. “Recuerdo que con Carlos creamos una conferencia modelo sobre las ‘grandes amenazas’ para el por- venir de la América latina que dictábamos en muchas partes, ya que, después de aquellos viajes tuvimos el privilegio de coincidir en múltiples se- minarios y jornadas de reflexión que nos convirtieron en interlocutores de una misma idea y de un mismo destino. “Todavía recuerdo una broma que se convirtió en distintivo entre nosotros y entre nuestros amigos, cuando él afirmaba en el puerto fluvial de la ciudad de Bonn, en una noche plena de estrellas, que yo no debía olvidar nunca que él –Carlos– era ‘el astro lu- minoso del hemisferio Norte y yo –Guillermo León– el del hemisferio Sur’. Pensamiento que se convirtió en una verdad real referida a Carlos y en un deseo incompleto referido a mí. “No te olvides –me decía al despedirnos– que para unos la verdad es sembrar, en tanto que para otros la verdad es cosechar. Nosotros somos –añadía– sem- bradores. Con esta certeza nos convertimos en los mejores amigos del espíritu, de la inteligencia y dia- logábamos cada vez que podíamos; encontrarnos era reconocer que nunca nos habíamos separado porque la sintonía espiritual continuaba. Por eso pienso que yo creo saber lo que él ‘ahora está pensando’ desde la cómoda eternidad grandemente merecida. “Un día recibí la noticia de su muerte ocurrida en Alemania. Me había prometido pasar por Roma para visitarme, como Embajador de Colombia ante la San- ta Sede, porque, me repetía, el desempeño de esta función era el mejor puesto al que yo podría arribar creando y construyendo esperanzas realizables. Algo así hubiera deseado ejercer él el día que abandonó la política, esa ‘esquiva novia’ de su inteligencia.

— 382 — “Sin embargo, Carlos Castillo Peraza no se ha ido de mi vida. Sigo recordándolo dentro de aquel ma- ravilloso ritual de los amigos que consideramos que el recuerdo es esa pequeña eternidad que regala- mos a los que llevamos en el alma. “Después de su viaje sorpresivo que lo llevó a ini- ciar la vida eterna, regresé en un verano a Colonia, tomé el mismo barco de siempre y fui durante todo el transcurso del tiempo leyendo en el trayecto, salu- dé los recuerdos de Carlos en Unkel y al llegar al ‘Lorelei’, lo descubrí a él con los brazos alzados en un diálogo eterno con la creación y con la historia”.69

69 Correo electrónico de Guillermo León Escobar, primavera de 2003.

— 383 — Final

Digo yo, en esta tarde gris y melancólica en la que me toca poner punto final a esta biografía de mi que- rido y desaparecido amigo Carlos Castillo, que quizá debiera dejar como palabras últimas las inmediatas anteriores de Guillermo León Escobar. Pero siento que sigue fluyendo con puntualidad, conforme a “usos y costumbres” de la naturaleza, la vida misma. Hora, lugar y modo son los mismos de antes. En efecto, len- tamente, con discreción ancestral, con silencio profundo de cavernas fluviales con suaves pendien- tes, el agua cristalina marcha hacia los meandros previos a los esteros maravillosos de Celestún y Río Lagartos. Mientras esto ha ocurrido y ocurre, alguien, muchos seguramente con Carlos Castillo a la cabeza, ha amado intensamente las horas, los lugares y los modos no solamente de la “cuenta corta”, sino algo aún más interior y profundo del mundo maya: la “cuenta larga”. Y así como las rocas se hacen polvo de playa y los ciclones, al menos algunos, revuelven caóticamente las playas y la selva, los céfiros de aquel pulmón del trópico; y los siglos, años, días, horas, minutos, segundos y polvo del tiempo inmemorial, el gran sueño sagrado que en la península se va en- carnando en cada pequeño soñador. Muchos más habrá.

— 384 — Entonces se verá con claridad, sin discusión, que en aquellas aguas, sin perder nunca la raíz propia, Car- los vio desfilar las estrellas de Polonia y España; Italia y Suiza; Francia y Alemania; y Chile; Uru- guay y Perú; Estados Unidos e Inglaterra; Costa Rica y Panamá... sabiendo que las estrellas y las constelacio- nes, como su querida Cruz del Sur, son las mismas para todos los pueblos. Y se verá que Carlos Castillo Peraza, como piloto y vigía que fue se guiaba en la altamar política y social, no por pasiones, sino por ideas; no por arrecifes, sino por estrellas.

México, D. F. a 8 de febrero de 2004

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Índice de personas y lugares

Abreu Sierra, Xavier ...... 336, 338, 344, 348, 349 Aceves de Romero, ...... Graciela 118 Acosta, Pedro César ...... 113 Adenauer, Konrad ...... 120 Aguascalientes ...... 133, 175, 259 Aguilar Camín, Héctor ...... 176, 228, 307 Aguilar Jáquez, Esteban ...... 118, 123 Aguilar Madero, Hesiquio ...... 109 Aguirre Velázquez, Ramón ...... 171, 192 Alarcón Zaragoza, David ...... 113, 118 Alcántara Soria, Juan Miguel ...... 96, 195, 196, 197 Alcocer, Juan ...... 129 Alemania ...... 29, 42, 74, 120, 161, 275, 278, 309, 373, 382, 385 Allende, Salvador ...... 16 Almazán, Juan Andrew ...... 206 Alonso y Prieto, Rafael ...... 118 Alpuche Pinzón, Graciliano ...... 42, 125, 308 Altamirano Dimas, Gonzalo ...... 344 Althusser, Louis ...... 16 Álvarez Bernal, María Elena ...... 52, 94, 246 Álvarez, Luis H...... 26, 113, 133, 134, 135, 136, 137, 150, 152, 155, 170, 172, 174, 180, 181, 187, 189, 190, 191, 196, 254, 255, 294, 367,

— 387 — 368 Amaya Rivera, Carlos ...... 99, 113, 114, 118 Ana Belén (Cantante) ...... 315 André, Maurice ...... 315 Anka, Paul ...... 311 Aponte Robles Arenas, Francisco Xavier.... 118 Arafat, Yasser ...... 245 Argentina ...... 385 Arias Calderón, Ricardo ...... 30, 175, 176, 228, 280 Arias Calderón, Teresita de ...... 317, 322 Arias Luján, Arturo ...... 23 Aristóteles ...... 18, 269, 270, 380 Arizona ...... 45 Arreola, Hermanos ...... 120 Arronte, Alfonso ...... 112, 113 Asís ...... 374 Auchswitz ...... 156 Ávalos Casillas, Bernardo ...... 7, 13, 14, 107, 201, 263, 337, 351 Ávalos, Guadalupe de ...... 351 Ávila Sotomayor, Armando ...... 118 Avilés, Alejandro ...... 121 Aylwin, Patricio ...... 140, 245 Azcárraga Milmo, Emilio ...... 140 Aznar, José María ...... 140, 279 Bach, Johann Sebastian Bach ...... 313, 314, 315 Baeza, Luis Mario ...... 41 Bahro, Rudolph ...... 17 Baja California ...... 102, 109, 114, 133, 165, 175, 190, 256, 261 Banda, Víctor ...... 139 Bartlett Díaz, Manuel ...... 173, 251 Bátiz, Bernardo ...... 189, 367 Baumeister, Rudolf ...... 379 Beatles (Grupo Musical) ...... 314 Becaud, Gilbert ...... 311 Becerril, Edmundo ...... 98 Beltrán del Río, Salvador ...... 113 Benedetti, Mario ...... 312 Bergoend, Bernardo ...... 46 Berlín ...... 278, 279, 320

— 388 — Berna ...... 73, 74, 79, 277, 378 Bernanos ...... 380 Berra, Yogui ...... 282, 283 Bingen-Brücke ...... 380 Bobbio, Norberto ...... 155 Bochenski, Innocent Marie ...... 69, 156 Bolivia ...... 16 Bonn ...... 18, 42, 74, 122, 279, 309, 382 Borneo ...... 274 Bravo Mena, Luis Felipe ...... 122, 172, 194, 292, 294 Bravo y Cid de León, David ...... 118 Bretón, André ...... 145 Broadway ...... 378 Brown César, Javier ...... 263, 265 Bruno, Giordano ...... 36 Buenos Aires ...... 319 Caballero, Enrique ...... 346, 347 Cabrera de Armida, Concepción ...... 306, 388 Cabrera, Luis ...... 298 Cáceres, Rosario “Capullo” ...... 41 Cajeme, Sonora ...... 99 Calcuta ...... 210 Caldera, Rafael ...... 280 Calderón Hinojosa, Felipe ...... 96, 98, 122, 138, 177, 189, 194, 200, 224, 225, 231, 249, 261, 262, 263, 344, 363, 365 Calderón Vega, Luis ...... 98, 100, 118, 366 Calvani, Arístide ...... 280 Camacho Solís, Manuel ...... 219, 230, 257 Camarillo Rangel, Catalina ...... 203, 334, 336 Campeche ...... 127, 131 Camus, Albert ...... 357 Canales Clariond, Fernando ...... 99, 114, 118, 305 Cancún ...... 274 Canel, Buck ...... 283 Cantero, Rosa María ...... 139 Cardenal, padre ...... 147 Cárdenas Jiménez, Alberto ...... 259 Cárdenas Solórzano, Cuauhtémoc ...... 161, 171, 172, 173,

— 389 — 191, 206, 215, 231, 262, 293, 295, 298, 299, 345, 346 Cárpatos ...... 210 Carpizo McGregor, Jorge ...... 232 Carrillo, Eduardo ...... 98, 350 Casar, Amparo ...... 138 Casares de Montalvo, Mercedes ...... 27 Casares de Peraza, Carmen ...... 23 Castañeda Guzmán, Luis ...... 100, 118, 125 Castaños, Cristian ...... 201 Castellanos, Fernando ...... 40 Castellanos, Rosario ...... 60 Castilla Peniche, Rafael ...... 42 Castillo González, Julio Enrique ...... 21, 23, 29, 30, 32, 33, 34, 41, 53, 63, 79 Castillo López, Carlos ...... 7, 104, 354, 358, 372, 375, 377 Castillo López, Juan Pablo ...... 7, 158, 232, 372 Castillo López, Julio ...... 7, 124, 158, 232, 372, 373, 375 Castillo Peraza, Beatriz ...... 23 Castillo Torre, José ...... 125 Castillo, Heberto ...... 171 Castillo, Luis ...... 49 Castro Lozano, Juan de Dios ...... 118, 165, 168, 213 Castro Ruíz, (Arzobispo) ...... 50 Castro Ruz, Fidel ...... 140, 281 Cebrián, Marcela ...... 201 Celestún ...... 23, 384 Cerezo, Vinicio ...... 280 Cervera Pacheco, Víctor ...... 258 Cervera, Alberto ...... 41 Champagnat, Marcelino ...... 24 Chávez, Guadalupe ...... 48 Chávez, Luz ...... 334 Chavira Becerra, Carlos ...... 114, 125, 168 Chelem ...... 357 Chemax ...... 307 Chiapas ...... 161, 162, 163, 169, 181, 230, 257 Chichén-Itzá ...... 320, 355 Chihuahua ...... 26, 112, 113, 114,

— 390 — 120, 125, 133, 134, 168, 191 Chile ...... 16, 120, 121, 151, 280, 385 Chirac, Jacques ...... 140, 281 Christlieb Ibarrola, Adolfo ...... 121, 168 Chuburná ...... 357 Chumayel ...... 126 Cicero McKinney, Roger ...... 40, 41, 125 Cisjordania ...... 58 Ciudad Obregón ...... 99, 113, 114 Clannad (Grupo Musical) ...... 315, 316 Claudel, Paul ...... 380 Clouthier, Manuel J...... 102, 170, 172, 173, 179, 254 Coahuila ...... 22, 99 Cobb, Ty ...... 283 Cobren-Gondorf ...... 379 Colín, Roberto ...... 350 Colombia ...... 151, 315, 379, 382 Colonia ...... 380, 383 Colosio Murrieta, Luis Donaldo ...... 215, 230, 256, 257 Comte, Condes ...... 67 Conchello, José Ángel ...... 168, 188, 189 Constantino, Emperador ...... 35 Corella, Norberto ...... 133 Correa Mena, Luis ...... 42, 204, 259, 302, 338, 344, 348 Correa Rachó, Víctor Manuel ...... 39, 40, 41, 125 Cortés, Hernán ...... 237 Costa Rica ...... 120, 280, 361, 385 Cruz, Padre ...... 358 Cuauhtémoc (Emperador Azteca) ...... 237, 345 Cuba ...... 281 Cuevas, Adriana ...... 344 Curbelo Padrón, Abelardo ...... 281 Dabdoub ...... 99 Dacal, José Antonio ...... 107 Damián, Padre ...... 275 Daniel, Jean ...... 331 de Chardin, Teilhard ...... 15, 380 De Gasperi, Alcide ...... 120 De Gaulle, Charles ...... 57

— 391 — De la Madrid Hurtado, Miguel ...... 171 de la Rosa, María Elena ...... 324 De las Nieves Martínez, María ...... 52 Defoe, Daniel ...... 274 Dehesa, Germán ...... 236 Del Mazo, Alfredo ...... 171, 344, 346 Del Noce, Augusto ...... 155, 243 Del Rincón, Jorge ...... 133, 166 Delaye, Bruno ...... 280 Delfín, Eusebio ...... 315 Descartes, Reneé ...... 70 Díaz Ordaz, Gustavo ...... 209 Distrito Federal ...... 34, 102, 113, 227, 240, 247, 262, 302, 303, 305, 318, 320, 334, 337, 341, 342, 343, 344, 346, 348, 372 Domingo, Plácido ...... 316 Dominicana ...... 315 Dorantes, Silvia ...... 350 Durango ...... 100, 125, 132, 133, 191, 319 Echeverría Álvarez, Luis ...... 209 Eckhart, Johann ...... 18 Egipto ...... 58, 61 Einstein, Albert ...... 17, 148 El Cairo ...... 61 Elías Loredo, Álvaro ...... 118 Elizondo Mayer-Serra, Carlos ...... 337 Elizondo Torres, Rodolfo ...... 189, 190, 191, 193, 200 Epicuro ...... 142, 148 Erler, Ulrich ...... 278, 309 Escudero Álvarez, Hiram ...... 118 España ...... 145, 152, 275, 279, 291, 385 Espejo, Fernando ...... 41, 361 Espinosa Iglesias, Manuel ...... 140 Espinosa Villarreal, Óscar ...... 344 Estado de México ...... 113, 263 Estados Unidos ...... 152, 280, 377, 385 Estrada Gutiérrez, Juan ...... 7, 150, 151, 200, 391

— 392 — Estrada Iturbide, Miguel ...... 168 Estrada Sámano, Fernando ...... 121 Fajardo, Alfredo ...... 41 Fernández Cabrera, Adrián ...... 201 Fernández de Cevallos, Diego ...... 170, 172, 175, 181, 189, 212, 214, 231, 246, 251, 295 Fernández Flores, Manuel ...... 345 Fernández, Enrique «El Tigre»...... 280 Ferriz Santacruz, Pedro ...... 345 Florencia ...... 373 Fox Quesada, Vicente ...... 170, 175, 177, 179, 192, 239, 259, 293, 295, 296, 342, 361 Fraga Iribarren, Manuel ...... 279 Francia ...... 74, 278, 280, 310, 385 Franco Bahamonde, Francisco ...... 145 Frankfurt ...... 141, 373 Friburgo ...... 18, 29, 41, 63, 65, 67, 70, 72, 73, 281 Fuentes, Carlos ...... 360 Fuentes, Manuel ...... 42 Fujimori, Alberto ...... 152, 153 Galilei, Galileo ...... 36 Galván Moreno, Jesús ...... 129, 130 Galván Muñoz, Jesús ...... 98, 129, 130, 131, 132, 200, 280, 302, 335, 336, 338, 343, 344 Gándara, José Antonio ...... 99 Garaudy, Roger ...... 155 Garay y García, Antonio Gumersindo ...... 315 García Ábrego, Juan ...... 214 García Ramírez, Sergio ...... 171 García Villa, Juan Antonio ...... 99, 114, 118, 215 García, Amalia ...... 293, 299 Garcinava Veyán, Beatriz ...... 125 Garcinava Veyán, Carlos ...... 44, 45, 100 Garza, Gustavo ...... 344 Gehrig, Lou ...... 282 Gilson, Etienne ...... 70 Ginebra ...... 75

— 393 — Giorgana Pedrero, Rosa Ma...... 163 Goa, India ...... 143, 144 Goethe, Johann Wolfgang von ...... 319 Gómez Morín, Juan Manuel ...... 189 Gómez Morín, Manuel ...... 19, 90, 92, 121, 158, 177, 179, 187, 199, 209, 250, 304, 305 González Garrido, Patrocinio ...... 256 González Garza, Luisa María ...... 351 González Hinojosa, Manuel ...... 103 González Luna, Efraín ...... 19, 90, 92, 157, 158 González Luna, Ignacio ...... 201 González Luna, Irma Pía ...... 201 González Martínez, Jorge Emilio ...... 297 González Morfín, Efraín ...... 92, 168, 188, 189, 305, 365 González Morfín, José ...... 201 González Schmal, Jesús ...... 94, 118, 121, 189, 278, 367 González Torres, Jorge ...... 345 González Torres, José ...... 52, 189 González, Felipe ...... 140, 279 Gram, Jorge ...... 319 Gramsci, Antonio ...... 95 Granados, Otto ...... 259 Graue Toussaint, Bernardo ...... 7, 201, 295, 336, 338, 345, 352 Greene, Graham ...... 357 Guadalajara ...... 94, 100, 319 Guajardo, Horacio ...... 120 Guanajuato ...... 114, 175, 181, 191, 192, 259, 342 Guatemala ...... 280 Guerrero ...... 258 Guitton, Jean ...... 328 Gurza Villarreal, Edmundo ...... 118 Gutiérrez Vega, Hugo ...... 120 Gutiérrez, Benedicto ...... 34 Gutiérrez, Miguel ...... 42 Gutiérrez, Ricardo ...... 320, 321, 322 Hamdán Amad, Fauzi ...... 347 Havel, Vaclav ...... 245 Hegel, Georg Wilhelm Friedrich ...... 156

— 394 — Hermosillo ...... 39 Hernández, Brenda ...... 344 Herrera Campins, Manuel ...... 280 Herrera, Domingo ...... 27 Herrera, Luis ...... 193 Hidalgo y Costilla, Miguel ...... 237 Hinojosa, Juan José ...... 168 Hiroshima ...... 14 Hirschberger ...... 71 Hitler, Adolf ...... 209 Hobbes, Thomas ...... 70 Holanda ...... 14 Huejotzingo ...... 251 Hussein de Jordania, Rey ...... 59, 60 Ibarra de Piedra, Rosario ...... 172, 173 Ibarra Mendívil, Jorge Luis ...... 154 India ...... 144, 274 Inglaterra ...... 385 Israel ...... 58, 59, 60 Italia ...... 56, 57, 62, 66, 67, 74, 120, 275, 278, 372, 374, 375, 385 Jalisco ...... 120, 175, 181, 259 Jarring, Gunnar ...... 58 Jerusalén ...... 60 Jiménez de Ávila, Ma. Del Carmen ...... 118 Jiménez Morales, Guillermo ...... 374 Jiménez Remus, Gabriel ...... 168, 189, 195, 200, 213, 221, 279, 281, 291 Jiménez Velasco, José Isaac ...... 118 Jones, Hans ...... 169 Jones, James R...... 280 Jordania ...... 58, 59, 60 Joseph, Padre ...... 54 Juan Pablo II ...... 71, 140, 281, 374, 375 Juan XXIII ...... 14, 71 Kafka, Franz ...... 142 Kant, Emmanuel ...... 70, 107, 156 Kepler, Johannes ...... 319 Ketteler, Wilhelm Emanuel ...... 320 Kiner, Ralph ...... 283

— 395 — Kluszewski, Ted ...... 283 La Salle, San Juan Bautista De ...... 24 Ladriére, Jean ...... 155 Lagos de Moreno ...... 129, 133 Landerreche Obregón, Juan ...... 98, 118 Lara Rivera, Jorge ...... 163 Laurent, Guillermo ...... 379 Lazos Celis, Emmanuel ...... 7 Leal, César ...... 288 León de Muñoz, Gloria ...... 201, 350 León Escobar, Guillermo ...... 379, 383, 384 Levario T., Marco ...... 361 Levinas, Emmanuel ...... 243 Limón, Martha ...... 98 Ling Altamirano, Alberto ...... 7, 154, 200, 278, 279, 308, 309, 343, 351 Ling Altamirano, Alfredo ...... 190, 191, 192, 193, 194, 195, 196, 197, 200, 288 Ling Altamirano, Federico ...... 14, 19, 114, 118, 132, 166, 192, 265, 267, 318, 319, 215, 216, 234, 261, 283, 295, 353, 368 Ling Altamirano, Guillermo ...... 319 Ling Gómez, Klaus ...... 350 Ling Sanz Cerrada, Adrián ...... 7 Ling Sanz Cerrada, Alfonso ...... 7 Ling Sanz Cerrada, Federico Alonso ...... 7, 319 Lizardi, Susana ...... 337 Loaeza, Guadalupe ...... 344 Locke, John ...... 70 Lonergan, Bernard ...... 265 López Méndez ...... 239 López Morales, Julieta ...... 7, 18, 46, 47, 48, 49, 50, 51, 52, 53, 54, 55, 56, 59, 62, 64, 65, 66, 67, 68, 73, 77, 79, 81, 104, 123, 132, 158, 232, 233, 275, 307, 323, 342, 344, 360 López Morales, Virginia ...... 47 López Obrador, Andrés Manuel ...... 293

— 396 — López Portillo, José ...... 114, 167, 307, 308, 394 López Sanabria, Juan Manuel ...... 118 López Velarde, Ramón ...... 146 López, Florencio ...... 98 Lorelei ...... 380, 381, 383 Los Ángeles ...... 45 Loyola, Alberto Antonio ...... 136 Loyola, Ignacio ...... 305 Lozano Gracia, Antonio ...... 213, 214, 247, 252, 258 Luege Tamargo, José Luis ...... 350 Lujambio, Sergio ...... 98 Luxemburgo ...... 53, 54, 55 Machado, Antonio ...... 380 Madero Belden, Pablo Emilio ...... 119, 125, 189, 190, 367 Madre Pilar ...... 55 Madrid ...... 20, 279, 338 Mallarmé ...... 148 Maná (Grupo Musical) ...... 315, 316 Mancha, Irene ...... 7 Mandela, Nelson ...... 245 Manhattan ...... 283, 377 Mantle, Mickey ...... 282 Maquiavelo, Nicolás ...... 36, 107, 156, 158 Maris, Roger ...... 282, 283 Maritain, Jacques ...... 155, 243, 265, 289, 380 Marrero, Conrado ...... 280 Martí, José ...... 382 Martínez Cázares, Germán ...... 336, 338, 344 Martínez Martínez, Miguel ...... 119 Martínez Ocamica, Gutenberg ...... 280 Marx, Karl ...... 70, 92, 145, 148 Mastretta, Ángeles ...... 360 Mata, Irene ...... 334 Mazowiecki, Tadeusz ...... 265 Medellín ...... 15 Medina Cantillo, Luis ...... 26, 28, 75, 76, 286, 322 Medina Plascencia, Carlos ...... 192, 193, 214 Medina Valdés, Gerardo ...... 333, 334

— 397 — Medina, Eugenio ...... 335 Medina, Isabel de ...... 75, 322 Menéndez, Familia ...... 77, 127, 333 Mérida ...... 17, 22, 26, 27, 35, 39, 40, 41, 53, 54, 55, 81, 127, 132, 133, 274, 286, 307, 308, 311, 321, 338, 348, 349, 358, 360, 369, 378 Merino, Francisco ...... 75, 107, 324, 343 Messner, Johannes ...... 319 Methol Ferré, Alberto ...... 157 Mexicali ...... 26 Meyer, Lorenzo ...... 337 Michoacán ...... 224, 225 Milán ...... 374 Milanés, Pablo ...... 315 Mill, Stuart ...... 70 Minc, Alain ...... 14 Minondo Garfias, José Gregorio ...... 119 Miranda, Isidro ...... 26 Molina, Luis de ...... 147 Monclova ...... 99, 100 Mondin, Battista ...... 243 Montalvo Burgos, Pedro ...... 23, 27 Monterrey ...... 99, 100, 109, 114, 132, 350 Monzón Wilkie, Edna ...... 121 Morales Muñoz, Salvador ...... 119 Morelia...... 224, 319 Morelos Valdés, Rafael ...... 119 Moreno Cantón, Delio ...... 125 Morfín, Luis ...... 263, 265, 268, 269 Morgan Álvarez, Rafael ...... 119, 123, 133, 165 Morin, Edgar ...... 14 Morley, Sylvanus G...... 370 Mounier, Emmanuel ...... 243, 265, 380 Moya Palencia, Mario ...... 287, 374 Mozart, Wolfgang Amadeus ...... 315 Muñoz Batista, Jorge ...... 77, 156 Muñoz Ledo, Porfirio ...... 172, 287 Muñoz Zermeño, Luz María ...... 129 Muñoz, Marco Antonio ...... 167

— 398 — Nagasaki ...... 14 Nasser, Gamal Abdel ...... 58 Navarrete Montes de Oca, Tarcisio ...... 129 Navarro, Agustín ...... 200, 280 Navarro García, Leticia ...... 7 Neruda, Pablo ...... 380 Ney (Tío de Carlos) ...... 274 Nezahualcóyotl, Ciudad ...... 210 Nueva Orleans ...... 320 Nueva York ...... 20, 54, 282, 377, 378 Nuevo León ...... 22, 305 Núñez Galavíz, Adalberto ...... 99, 114, 119 Oaxaca ...... 125, 259 Oaxtepec ...... 319 Obregón Padilla, Antonio ...... 119, 123 Ojeda, Jorge ...... 49 Olivera, Remedios ...... 218 Ometepec ...... 210 Ortega, Alejandro ...... 74 Ortega, Carlos Humberto ...... 74 Ortega, Haydi ...... 74, 77 Ortega, Jaime ...... 73, 77, 378 Ortiz Walls, Eugenio ...... 119 Orvieto ...... 374 Palafox Montoya, Felipe ...... 336 Palestina ...... 210 Panamá ...... 280, 385 Paoli Bolio, Francisco José 3 ...... 42, 344 Paredes, Beatriz ...... 167 París ...... 16, 374, 375, 378 Parra Banderas, Delfino ...... 105, 119 Pascal, Blaise ...... 145, 147 Paulo VI ...... 71 Pavarotti, Luciano ...... 316 Paz Zarza, Javier ...... 98, 201, 397 Paz Zarza, Julio ...... 98 Paz, Octavio ...... 13, 140, 141, 142, 143, 145, 146, 147, 148, 149, 154, 155, 233, 362 Peimbert, Raúl ...... 285 Pelagio ...... 147 Pemán, José María ...... 253, 357

— 399 — Peniche Bolio, Francisco ...... 168 Peón, Alberto ...... 41 Peraza Casares, Isela Margarita ...... 21, 23, 28, 34, 321 Pérez, Amauri (Cantante) ...... 315 Perú ...... 151, 385 Petersen Biester, Alberto ...... 119 Picasso, Pablo ...... 75, 140 Pineda Flores, Carlos ...... 119 Piñón Reyna, Cecilia Martha ...... 119 Pisa ...... 374 Platón ...... 70, 380 Plotino ...... 142, 380 Polonia ...... 385 Portes Gil, Emilio ...... 36 Portillo, Miguel Ángel...... 49 Posadas Ocampo, Juan Jesús ...... 215 Prats ...... 356 Preciado Hernández, Rafael ...... 92, 168 Prieto Luján, Guillermo ...... 113 Progreso, Yuc. 23 Proudhon, Pierre Joseph ...... 72, 77, 92, 329 Ptolomeo ...... 144 Puebla ...... 95, 155, 157, 210, 250, 251 Puerto Rico ...... 315 Querétaro ...... 26, 131, 132, 133, 263, 305 Quevedo y Villegas, Francisco de ...... 143 Quintana Roo ...... 250 Rabin, Ytshak ...... 245 Ramírez, Lourdes ...... 203, 336, 350 Ratzinger, Joseph ...... 155 Rávena ...... 374 Renán, Raúl ...... 41 Rey, Venus ...... 166 Reyes Heroles, Federico ...... 138, 337, 361 Reynosa, Tamps...... 131 Ricoeur, Paul ...... 243, 265 Rimbaud, Arthur ...... 145 Ripken Jr., Cal ...... 282 Rivera del Campo, Manuel ...... 119 Robleda, Carmen ...... 125 Rocha Cordero ...... 165

— 400 — Rodríguez Lapuente, Manuel ...... 120 Rodríguez Prats, Juan José ...... 108, 111, 163, 175, 180, 182, 218, 220, 221, 222, 223 Rodríguez Zepeda, Fidel ...... 344 Rodríguez, Miguel Ángel ...... 280, 361 Rodríguez, Silvio ...... 315 Rodríguez, Mariano ...... 34 Rojo, José Ramón ...... 344 Rojo, Ricardo ...... 201 Roma ...... 18, 29, 50, 53, 54, 55, 57, 58, 63, 65, 373, 374, 382 Romero Castillo, Cecilia ...... 351 Ronsard, Pierre de ...... 380 Rosado, Jorge ...... 41 Rosas, Adalberto ...... 99 Rose, Pete ...... 282 Rubiano Reyna, Rubén ...... 131 Ruffo Appel, Ernesto ...... 175, 190, 214, 249, 256, 259 Ruiz Massieu, José Francisco ...... 181, 231, 258 Rulfo, Juan ...... 380 Ruth, George Herman «Babe» ...... 282 Sabina, Joaquín ...... 315 Sadat, Anuar ...... 245 Salamanca ...... 129 Salgado, Enrique ...... 305 Salgari, Emilio ...... 25, 274 Salinas de Gortari, Carlos ...... 140, 161, 170, 171, 173, 174, 175, 180, 214, 230, 254, 255, 256, 257 Salinas de Gortari, Raúl ...... 214 Salinas Torre, Armando «El Charro» ...... 343 Samanillo, Manolo ...... 73 San Agustín 147, ...... 380 San Alberto Magno ...... 70 San Buenaventura ...... 70 San Cristóbal ...... 358 San Francisco del Rincón, Gto...... 191 San Francisco Javier ...... 275 San Juan (Apóstol) ...... 144

— 401 — San Juan del Río, Qro...... 262, 288, 336 San Luis Potosí ...... 181 Sánchez Losada, Augusto 1 ...... 19 Sánchez Susarrey, Jaime ...... 180 Santo Cura de Ars ...... 275 Santo Tomás de Aquino ...... 70, 380 Sanz Cerrada Gómez Palacio, Mercedes .... 7, 132, 319, 320 Sanz Cerrada, Jesús ...... 319 Saracho, José Carlos de ...... 166 Sarajevo ...... 210 Sarmiento, Sergio ...... 236 Savonarola, Girolamo ...... 36 Scannone, Juan Carlos ...... 157 Scherer, Julio ...... 219, 230 Seattle, Washington ...... 330 Secretan, Philibert ...... 243 Septién García, Carlos ...... 333, 334 Siberia ...... 210 Silva Herzog, Jesús ...... 71 Silva Herzog-Márquez, Jesús ...... 337 Silva, María Esther ...... 131 Sinaloa ...... 102, 109, 166 Sinatra, Frank ...... 311 Siria ...... 58 Slim Helú, Carlos ...... 140 Sócrates ...... 70 Sófocles ...... 142 Soler, Francisco Gabilondo Cri - Cri ...... 313 Soler, Jordi ...... 314, 400 Somalia ...... 210 Sonora ...... 39, 305 Stalin, José ...... 209 Stephano Sierra, Carlos ...... 119, 125 Stephenson, George ...... 273 Stephenson, Robert ...... 274 Sturzo, Luigi ...... 120 Suárez, Adolfo ...... 245 Suiza ...... 41, 62, 67, 74, 75, 76, 206, 275, 278, 385 Tabasco ...... 356, 357 Tamaulipas ...... 22 Tassier, Gonzalo ...... 336 Taxco ...... 105

— 402 — Tejeda, Hilda ...... 337 Tel Aviv ...... 60 Telchac ...... 357 Tello Peón, Jorge ...... 232 Tepeji del Río ...... 18, 264, 265 Terán Terán, Héctor ...... 133, 200 Thorpe, Adrian ...... 280 Tiessen, Enrique ...... 120 Tijuana ...... 109, 231 Tischner, Joseph ...... 155, 265 Toffler, Alvin ...... 265 Torreón ...... 99, 114 Torres Landa, Lourdes ...... 200 Torres Serranía, Luis ...... 129 Trento ...... 14 Tréveris ...... 379 Trevizo ...... 120 Tuxtla Gutiérrez ...... 259 Ugalde Álvarez, Francisco ...... 119 Ulloa Ortíz ...... 92 Unkel ...... 381, 383 Uranga ...... 113 Uranga, Josefina ...... 129 Uruguay ...... 385 Utz, Arthur Fridolin ...... 70 Valadés Montoya, Baltasar ...... 345 Valadés, Diego ...... 230 Valdés y Félix, Francisco ...... 114 Vargas Sabido, Tomás ...... 125 Vaticano, Ciudad de el ...... 375 Vázquez Corona, Padre ...... 227, 234 Velasco de Zedillo, Nilda Patricia ...... 261 Velasco Zimbrón, Raúl ...... 119 Venecia ...... 374 Venezuela ...... 120, 121, 151, 280 Veracruz ...... 167, 355 Verdi, Giussepe ...... 316 Verne, Julio ...... 274 Verona ...... 374 Vicencio Tovar, Abel ...... 52, 81, 82, 90, 98, 112, 114, 119, 121, 125, 159, 187, 201, 278, 365

— 403 — Víctor Manuel (Cantante) ...... 315 Villahermosa ...... 220, 355 Villalobos, Florentina ...... 94, 98 Viterbo ...... 374 Von Humboldt, Alexander ...... 358 Wagner, Carlos ...... 130 Walesa, Lech ...... 245, 281 Washington ...... 252 Watt, James ...... 273 Weil, Simone ...... 142 Weiss, Hans ...... 279 Wilkie, James W...... 121 Williams, Ted ...... 283 Wu Manrique, Antonio ...... 42 Yucalpetén ...... 23 Yucatán ...... 22, 26, 34, 39, 40, 47, 48, 50, 73, 81, 102, 114, 123, 124, 125, 127, 129, 130, 133, 258, 259, 284, 308, 315, 322, 338, 343, 355, 366, 369 Zacatecas ...... 125, 133 Zamora Camacho, Esteban ...... 119, 123, 133, 193 Zedillo Ponce de León, Ernesto ...... 75, 140, 213, 214, 227, 230, 231, 245, 257, 258, 259, 260, 261, 344

— 404 — Memoria Gráfica

Los primeros seis meses. Con Beatriz, “mi querida hermanita”.

— 406 — La buscada excelencia académica en el Montejo.

— 407 — Ante la Dirección del Montejo.

— 408 — Título de Bachiller en el Montejo.

— 409 — Practicó activamente el deporte en secundaria. Aquí equipo de fútbol del CUM.

— 410 — Con su madre, doña Isela, en Graduación de Prepa.

— 411 — Feliz matrimonio civil con Julieta López.

— 412 — Ante el altar.

— 413 — Explorando la antigüedad.

— 414 — Carlos, en Jerusalén.

— 415 — Capta unas ruinas romanas.

— 416 — El joven estudiante y periodista.

— 417 — Grato acompañamiento, en Europa.

— 418 — Trabajando con otros latinoamericanos las emisiones en español de Radio Suiza.

— 419 — El profesionista.

— 420 — Director del Instituto de Capacitación.

— 421 — En compañía del Arzobispo Primado y futuro Cardenal, Miguel Darío Miranda. Darío Miguel Cardenal, futuro y Primado Arzobispo del compañía En

— 422 — Las aguas lustrales para Carlos, su primogénito.

— 423 — Atendiendo a sus cachorros.

— 424 — El Candidato a Gobernador (1981).

— 425 — Carlos Hidalgo, Juan José Osorio, Gerardo Medina y Castillo durante un homenaje a Gerardo por recibir el Premio Nacional de Periodismo.

— 426 — Carlos presenta sus respetos a Juan Pablo II.

— 427 — Con el “Jefe” Diego, Juan Pablo y Julieta durante la campaña a Jefe de Gobierno del D.F., en 1997.

— 428 — El Jefe nacional Carlos Castillo apoya campaña presidencial de 1994.

— 429 — Con los veteranos Alvarez y Conchello en 1994.

— 430 — electoral en Huejotzingo. panistas, reparte volantes de protesta en el Aeropuerto, contra fraude Último acto público como Jefe Nacional: acompañado por Federico Ling y otros

— 431 — Con Felipe Calderón y Federico Ling (sus secretarios generales) al terminar jefatura nacional.

— 432 — Gabinetazo.

— 433 — Difícil pero fructífera relación con Fidel Castro Ruz.

— 434 — Después de una larga y memorable entrevista, se despide en el Elíseo de Jacques Chirac.

— 435 — Con el escritor Carlos Fuentes.

— 436 — Una de centenares conferencias.

— 437 — Con Alberto y Klaus Ling en diciembre del 97.

— 438 — Visita al CIDE en compañía del Dr. Carlos Elizondo Mayer-Serra, durante la campaña del ’97. Carlos Elizondo Mayer-Serra, al CIDE en compañía del Dr. Visita

— 439 — Bajo Los reflectores.

— 440 — Baño de pueblo en 1997. D. F. Baño de pueblo en 1997. D.

— 441 — Con Alberto Ling durante la campaña del 97 por Jefatura de Gobierno.

— 442 — Durante las elecciones del 97.

— 443 — Con sus hijos, Carlos y Julio, acompaña a Lech Walesa.

— 444 — Con Federico Ling.

— 445 — A Trasluz, Apuntes para una biografía de Carlos Casti- llo Peraza, de Federico Ling Altamirano, se terminó de imprimir en octubre de 2004, en los talleres de Diseño 3 y/o León W. García Dávila, Valle de San Juan del Río No. 10, Col. Vista del Valle, Naucalpan, Estado de México. Se tiraron 1,000 ejemplares en papel cul- tural de 45 kilogramos. Se usó tipografía ZapfHumnst en 10 y 14 puntos.

Cuidado de la edición: Laura Guillén Soldevilla. Formación: María Luisa Soler Aguirre.