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única manera en que se podía garantizar que se diera cabida a todos los especialistas en esas temáticas. Si hubiera acotado sus congresos, seguramente éstos no habrían tenido la repercusión que alcanzaron. Con la tenacidad que la caracterizó, Elsa estaba convencida de que el conocimiento no podía quedarse encerrado en cuatro pa- redes, así como tampoco debía centralizarse en la ciudad de México. Es por ello que promovió la iniciativa para que varios de los con- gresos se realizaran en diferentes estados de la república, lo cual garantizaba que los especialistas locales, muchos de los cuales no podían mostrar sus trabajos por falta de recursos, pudieran exponer sus investigaciones o inquietudes profesionales. Un ejemplo de lo anterior es el de un investigador que logró recons- truir la historia de una botica en la ciudad de Zacatecas. Ese es el tipo de información que Elsa quería que el mundo académico conociera, y no hubiera sido posible si solamente se apelara a los espacios intelectuales tradicionales. No queda la menor duda de que Elsa ha dejado un enorme vacío en el campo de la difusión no sólo del inah, sino también en el de la historia de la salud-en- fermedad y en el de la antropología de la muerte. Y aunque un equipo de especialistas pudiera retomar lo que ella hacía con tanta pasión, nunca se remplazará el don que tuvo para reunir a tantos investigadores con una finalidad en común: difundir la historia de la salud-enfermedad en sus diversas disciplinas.

David Graham Phillips: la destrucción del personaje

Peter Duffy

Tomado de Book Review (enero de 2011). Traducción de Antonio Saborit.

Es fácil imaginar cómo podría usar un novelista a una per- sona de verdad como base para un personaje de ficción. Es

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A fin de cuentas ¿quién dice que la igualmente fácil imaginar la forma en la que dicha persona po- menor figura social de Gerlach, dría apreciar las similitudes y acaso molestarse. A fin de cuen- sólo uno de numerosos candidatos, tas, el narrador ha hecho un voto al servicio de un llamado fue en realidad el modelo para superior a los meros sentimientos. ¿Por qué habría de preocu- Gatsby? parse F. Scott Fitzgerald por la delicadeza de Max Gerlach al crear a Jay Gatsby? Luego de la publicación de una novela con frecuencia apare- cen egos apaleados y amistades deshechas. En una carta de 1949, incluida en una nueva edición de su correspondencia, Saul Bellow describe la forma en la que los conocidos “se vuelven fríos y hoscos mientras que si fuera fotógrafo de perros o exper- to en peces tendrían sentimientos más amables hacia mí”. A veces hay demandas, aunque son notablemente difíciles de ganar. En un caso que se dio contra Joe Klein y Random House, por parte de una mujer que creía ser la modelo de un personaje que tiene un amorío con un candidato presidencial clintonesco en Primary Colors de Klein, una corte de Nueva York determi- nó que la similitudes superficiales no eran suficientes: la des- cripción “debe ser muy exacta” a la de la persona que sostiene ser difamada para que “el lector del libro, conociendo a la per- sona real, no tenga dificultad de vincular a ambas”. A fin de cuentas ¿quién dice que la menor figura social de Gerlach, sólo uno de numerosos candidatos, fue en realidad el modelo para Gatsby? Por fortuna, pocas representaciones narrativas son tan ofen- sivas para sus (supuestos) modelos para que luego se dé la vio- lencia. La excepción notable —acaso el crimen más espectacular en la historia literaria de Estados Unidos— se dio hace cien años, cuando Fitzhugh Coyle Goldsborough manifestó su abso- luto desacuerdo con lo que él creía era la descripción de su fa- milia en la novela The Fashionable Adventures of Joshua Craig metiéndole seis balazos a su autor. David Graham Phillips, el autor en cuestión, acababa de ser bautizado por H. L. Mencken como “el más destacado novelis- ta de Estados Unidos”. Hoy casi olvidado, fue una estrella du- rante la primera década del siglo xx, una especie de Tom Wolfe de la era del progreso —incluidos sus trajes blancos, que le die- ron un sitio aparte en las oficinas de redacción donde dejó su marca originalmente. Al igual que Wolfe, Phillips era un agudo crítico social que empleó su renombre periodístico para montar una exitosa ca- rrera como narrador, produciendo unas dos docenas de novelas agilísimas que contenían revelaciones de los mundos de los se- guros, las finanzas y la política en relatos de amor romántico. Y al igual que Wolfe, quien expuso sus quejas en el muy debati- do ensayo de 1989, “Stalking the Billion-Footed Beast”, Phillips creía que muchas de las novelas de Estados Unidos eran “en

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buena medida imitativas de los ideales y de los métodos que son estrechos y que son completamente inadecuados como descrip- ción de la vida como es hoy en día en Estados Unidos”, y en su lugar se propuso, como lo dijo The Saturday Evening Post, “do- minar” a Estados Unidos, “aprenderla de memoria, inspirado por la tarea de expresar e interpretar al país”. Como periodista, Phillips fue un cruzado quintaesenciado. En 1906 escribió una famosa serie de artículos sobre varios senadores de Estados Unidos a los cuales (con un lenguaje “más generoso en adjetivos que en hechos”, dijo Upton Sin- clair) alegaba habían corrompido figuras como Rockefeller, Vanderbilt y Carnegie. La serie inspiró al presidente Theodore Roosevelt a atacar a Phillips como “The Man with the Muck Rake” (El hombre con el rastrillo para el estiércol) en un discurso en el Gridiron Club, introduciendo al lenguaje el tér- mino (por extensión: persona que se dedica a des- cubrir escándalos). Estos artículos, muy bien pagados por la revista Cosmopolitan de , ayudaron a transitar con éxito la Enmienda 17, la cual, para desgracia de algunos miembros del Partido del Té en la actualidad, puso fin al papel de las legislaturas estatales en la elección de los senadores. Pero en Fitzhugh Coyle Goldsborough, Phillips encontró un enemigo aún más formidable que Roosevelt. Goldsborough cla- maba desde la dorada aristocracia, a la que Phillips considera- ba como algo sumamente destructivo para Estados Unidos. Los Goldsborough de eran venerables. Un ancestro fue delegado al Congreso Continental, al que llegó para ser uno de los firmantes de la Declaración de Independencia. Otro fue un comandante en la Guerra de 1812 que más adelante llegó a ser senador. El padre de Fitzhugh, un médico y veterano de la Guerra Civil, reubicó a la familia en Washington, D. C., en donde se crió Fitzhugh en una casa a unas cuantas cuadras de la Casa Blanca. The Fashionable Adventures of Joshua Craig, publicado en 1909, era una sátira briosa de ese mundo. Muestra el romance entre un aspirante a político duro pero brillante de Minnesota (Craig) y Margaret Severance, miembro de una familia “frívo- la, ociosa”, que vive en una “atmósfera enfermiza, aduladora”. Como todas las novelas de Phillips, ésta vendió muy bien, pero The New York Times hablaba ciertamente por Goldsborough, quien para entonces se había metido en una carrera como con- certista de violín, al decir que la obra era “innecesariamente cruda” e “innecesariamente ruda”. No sólo Goldsborough creyó que Margaret Severance (descri- ta como la “tontita de moda”) se basaba en su adorada herma- na. También se convenció de que Phillips tenía el poder para

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Uno de los panegiristas de leer en la mente de Fitzhugh, lo que en su diario llamó “método Phillips escribió que si bien sus lucrativo de vampirismo literario”. Cada vez más enloquecido, libros “acaso no lo sobrevivan Goldsborough dejó repentinamente su lugar como violinista en mucho tiempo”, debían honrarse la Orquesta Sinfónica de Pittsburg y se mudó a Nueva York, tanto su “ávida mirada hacia el rentando una habitación en la Calle 19 Oriente con vista al de- futuro como la voz nítida con la partamento de Phillips ubicado hacia el sur, en el National Arts que dijo lo que ahí vio”. Club, en Gramercy Park. “Es un enemigo de la sociedad”, según decía Goldsborough. “Es mi enemigo”. La tarde del 23 de enero de 1911 Phillips salió de su depar- tamento, caminó por el borde del costado poniente del parque y dobló a la derecha en la Calle 21 Oriente, con dirección al Princeton Club, localizado en ese entonces cerca de la esqui- na de la Avenida Lexington. En el 115 de la Calle 21 Oriente, a unos cuantos pasos de su destino, vio de frente a un Golds- borough armado, quien le gritó “¡Aquí tienes!” antes de jalar del gatillo. “Tras disparar el sexto balazo Goldsborough hizo una pausa para echar un vistazo a su víctima a través de la nube de pólvora, luego bajó de la banqueta”, informó The New York World debajo de uno de los numerosos titulares estriden- tes que aparecieron por todo Estados Unidos. “Sin volver a mirar a Phillips se llevó el arma a la sien derecha y se metió una bala en el cerebro al grito de ‘¡Aquí voy!’, causándose una muerte instantánea”. Phillips fue llevado a toda prisa hacia el Hospital Bellevue, sabía que agonizaba. “Le podría haber ganado a dos balas”, dijo. “Pero no a seis”. Murió al día siguiente. Alcanzó una es- pecie de fama póstuma con el manuscrito que dejó sobre su mesa al momento de morir, Susan Lenox: Her Fall and Rise, el retrato de una prostituta impenitente. Condenada en un prin- cipio por obscena, más adelante se la sanitizó en una película de 1931 con y . Uno de los panegiris- tas de Phillips escribió que si bien sus libros “acaso no lo sobre- vivan mucho tiempo”, debían honrarse tanto su “ávida mirada hacia el futuro como la voz nítida con la que dijo lo que ahí vio”. Phillips “colaboró con ese futuro, ayudando a crear al Estados Unidos que ahora cobra forma, y él le pertenece y nos pertene- ce de una manera muy hermosa”. ¿Y qué pasó con los cargos de Goldsborough? ¿De verdad di- famaba a una distinguida familia de Washington? Los amigos y la familia de Phillips insistieron en que él nunca había oído hablar de los Goldsborough. Todos los periódicos mencionaron el “inventado agravio” de un “violinista enloquecido”. Y Phi- llips, minutos después del tiroteo, ofreció su propia respuesta a la pregunta de si conocía al asesino. “No”, contestó, como si hablara por todos los novelistas a los que alguna vez se acusó de una gran indiferencia ante las re- putaciones de la gente de verdad. “No conozco al hombre”.

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