SPAL

Revista de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla 20 Homenaje al Prof. Dr. Manuel Bendala Galán I

2011

Sevilla 2012 Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede re- producirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, in- cluyendo fotocopia, grabación y sistema de recuperación, sin permiso escrito de los editores

CONSEJO DE REDACCIÓN DIRECTOR Fernando Amores Carredano (Universidad de Sevilla) Secretario Eduardo Ferrer Albelda (Universidad de Sevilla) Vocales José Beltrán Fortes (Universidad de Sevilla) Miguel Córtes Sánchez (Universidad de Sevilla) Rosario Cruz-Auñón Briones (Universidad de Sevilla) José Luis Escacena Carrasco (Universidad de Sevilla) Daniel García Rivero (Universidad de Sevilla) Leonardo García Sanjuán (Universidad de Sevilla) Enrique García Vargas (Universidad de Sevilla) Consejo Asesor Científico Manuel Acién Almansa (Universidad de Málaga) Germán Delibes de Castro (Universidad de Valladolid) Carlos Fabiao (Universidad de Lisboa) Mauro S. Hernández Pérez (Universidad de Alicante) Bernat Martí Oliver (Servicio de Investigación y Museo de Prehistoria. Diputación de Valencia) M.ª Isabel Martínez Navarrete (Centro de Estudios Históricos. CSIC) Marisa Ruiz-Gálvez Priego (Universidad Complutense de Madrid) Gonzalo Ruiz Zapatero (Universidad Complutense de Madrid)

Spal es una revista de Prehistoria y Arqueología que tiene como objetivo publicar artículos origi- nales, notas y recensiones con una cobertura temática amplia, que abarca aspectos teóricos y me- todológicos de la Arqueología y estudios por períodos cronológicos, desde el Paleolítico hasta la Arqueología Industrial. Se dará prioridad a los trabajos centrados en el sur peninsular, aunque tam- bién tendrán cabida aquellos que se refieran a la Península Ibérica y el Mediterráneo occidental.

Dirección de la redacción: Departamento de Prehistoria y Arqueología Facultad de Geografía e Historia Universidad de Sevilla c/ María de Padilla, s/n. 41004 - Sevilla.

© De los textos, sus autores, 2012 ISSN: 1133-4525 Depósito Legal: SE-915-1993 Maquetación: AM Centrográfico,954540271 Impresión: Ulzama Digital Prof. Dr. Manuel Bendala Galán

El Departamento de Prehistoria y Arqueología de Sevilla, y con él algunos de los amigos y colegas que se han querido unir a este homenaje, tuvieron oportunidad de compartir con Manuel Bendala Galán sus primeros años de andadura académica en la Universidad de Sevilla y en el Co- legio Universitario de Cádiz. En aquellos momentos la Arqueología hispana comenzaba a tomar verdadera conciencia de disciplina comprometida con la honestidad del dato arqueológico, más firme frente a las presiones ideológicas que habían determinado, en diferentes direcciones, las vi- siones de investigadores precedentes. Fueron también los años de una intensa labor de campo en Itálica, Mérida, Carmona, Cabra, Cerro Macareno; buena parte de ellas son excavaciones unidas a la historia del Departamento sevillano que sentaron las bases metodológicas y científicas de la in- vestigación desarrollada en adelante en el mismo. Manuel Bendala Galán encarna a la perfección a esa generación de arqueólogos españoles que supieron sacar provecho de la sabiduría integral y generalista de sus antecesores, a la que añadieron, no obstante, una renovada amplitud de miras, una visión analítica y crítica, no amedrentada por los antiguos principios de autoridad. No resulta nada fácil encontrar las palabras adecuadas para acompañar y presentar un vo- lumen en homenaje al profesor Manuel Bendala Galán. Ello se debe, especialmente, al hecho de que todos sabemos que será aún mucho, y durante largo tiempo, lo que nos reserve de su sa- biduría, su magisterio y su buen hacer, tanto en lo académico como en lo personal. De ahí que estas líneas sean tan sólo un breve alto en el camino para tomar conciencia de algo que, no obs- tante, muchos celebramos y agradecemos: el haber podido disfrutar de estas décadas de ense- ñanzas, amistad, controversia, fructífero intercambio científico, y el saber que podremos seguir haciéndolo en adelante, aún mejor si cabe: más liberado de sus constantes desvelos universita- rios, y mucho más cerca, ahora que pasará más tiempo con nosotros en el Sur.

SPAL Nº 20 Sevilla 2011 ISSN: 1133-4525 Departamento de Prehistoria y Arqueología Facultad de Geografía e Historia Universidad de Sevilla

ÍNDICE

MANUEL PELLICER CATALÁN: Esbozo del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla de hace treinta años ...... 9

LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR: Evolucionismos y Ciencias Históricas: darwinismo vs. lamarckismo en Arqueología ...... 23

CÉSAR FORNIS: Un sendero de tópicos y falacias: Esparta en la ficción y en la historia popular ...... 43

JOSÉ MANUEL RODRÍGUEZ HIDALGO: Andanzas de una lápida conmemorativa colocada en el anfiteatro de Itálica en el año 1862 ...... 53

MARÍA DOLORES SIMÓN VALLEJO / MARÍA MERCÈ BERGADÀ ZAPATA / JUAN FRANCISCO GIBAJA BAO / MIGUEL CORTÉS SÁNCHEZ: El Solutrense meridional ibérico: el núcleo de la provincia de Málaga ...... 67

DANIEL GARCÍA RIVERO / JUAN FOURNIER PULIDO: Las evidencias arqueológicas de época calcolítica en la alcazaba de Marchena, Sevilla ...... 81

MANUEL CASADO ARIZA: Cerámica grabada tartésica del Carambolo: nuevos testimonios ...... 93

JOSÉ LUIS ESCACENA CARRASCO / FERNANDO AMORES CARREDANO: Revestidos como Dios manda. El tesoro del Carambolo como ajuar de consagración ...... 107

JORDI H. FERNÁNDEZ / Mª CRUZ MARÍN CEBALLOS / ANA Mª MEZQUIDA: Afrodita en una terracota del Puig des Molins (Ibiza) ...... 143

TERESA CHAPA BRUNET / MARÍA BELÉN DEAMOS: Viaje a la eternidad. El grupo escultórico del Parque Infantil de Tráfico (Elche, Alicante) ...... 151

ANTONIO TEJERA GASPAR / Mª ANTONIA PERERA BETANCOR: Las supuestas inscripciones púnicas y neopúnicas de las Islas Canarias ...... 175

ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS: Los tipos anfóricos del Guadalquivir en el marco de los envases hispanos del siglo I a.C. Un universo heterogéneo entre la imitación y la estandarización ...... 185

Normas de publicación ...... 285

ESBOZO DEL DEPARTAMENTO DE PREHISTORIA Y ARQUEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA DE HACE TREINTA AÑOS

MANUEL PELLICER CATALÁN*

Resumen: En este trabajo se explica la creación del Departa- Abstract: This paper presents an overview of the creation of mento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Se- the Department of Prehistory and Archaeology of the Univer- villa. La cátedra de Historia de España antigua y media se di- sity of Seville. The teaching of the Ancient and Middle History vidió en tres departamentos, siendo dirigido el de Prehistoria of Spain was divided between three departments. The Depart- y Arqueología por el profesor A. Blanco desde 1959 hasta ment of Prehistory and Archaeology was directed by Profes- 1973, y por el profesor Pellicer desde 1975 hasta 1992, fecha sor A. Blanco from 1959 to 1973, and by Professor Pellicer de su jubilación. En este trabajo se describen las vicisitudes, from 1975 to 1992, year in which he retired. This overview de- los cambios y las actividades docentes de esos momentos. scribes the vicissitudes, changes and teaching of those times. Palabras clave: Departamento de Prehistoria y Arqueología, Key words: Department of Prehistory and Archaeology, Uni- Universidad de Sevilla, creación, historia. versity of Seville, origin, history

En este homenaje al profesor Bendala Galán pre- con la creación de la Comisión de Investigaciones sento un esbozo de mis recuerdos de aquella época en Paleontológicas y Prehistóricas. Entre tanto, surgieron que él era profesor del Departamento de Prehistoria y las primeras cátedras de Prehistoria y Arqueología en Arqueología de la Universidad de Sevilla y del que yo las universidades de Barcelona, ocupada por P. Bosch en me hice cargo. 1916, y de Madrid, ocupada por H. Obermaier en 1922. En la segunda mitad del siglo XIX, en España la ar- En la escuela madrileña del paleolitista H. Obermaier queología histórica estaba mayoritariamente cultivada destacaron J. Pérez de Barradas, J. Martínez Santa por eruditos locales, y la prehistórica por geólogos profe- Olalla, A. García y Bellido y M. Almagro, mientras que sionales directamente influenciados por sus colegas fran- en la catalana del arqueólogo P. Bosch sobresalieron L. ceses. Las desordenadas excavaciones arqueológicas del Pericot, J. Serra y A. del Castillo, entre otros, cuya for- XIX fueron controladas en España con la ley de 1911, mación se completó como becarios en universidades ale- que organizó las investigaciones, prohibiendo la venta y manas. Conforme se creaban cátedras de Prehistoria y exportación de bienes arqueológicos y gestionando los de Arqueología, las titulaciones y contenidos carecían de trabajos de campo la Junta Superior de Excavaciones unidad en las once universidades existentes y, al crearse y Antigüedades, creada en 1912. Las investigacio- los departamentos, se desdoblaron las titulaciones y con- nes prehistóricas relativas al Paleolítico se organizaron tenidos de las cátedras. En el caso concreto de la Universidad de Sevilla, J.M. Carriazo, formado en el Centro de Estudios * Universidad de Sevilla Históricos de Madrid, había sido nombrado catedrático

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 9-22 10 MANUEL PELLICER CATALÁN de Historia antigua y media en 1927, adquiriendo sido pirateado a mansalva con desconocimiento de la cierto renombre, como prehistoriador con su publica- propiedad intelectual”, contestándole A. García Bellido ción en 1947 sobre la Edad del Bronce en la monumen- haber revisado el plano de Itálica en 1955 bajo los aus- tal Historia de España (I, 1: 755-852) dirigida por R. picios del profesor Carriazo, para rectificar las inexac- Menéndez Pidal, y como arqueólogo por sus excava- titudes del plano del profesor Wegner de 1954, y, por ciones en Itálica (1934; 1935; 1961; 1963) y en el po- otra parte, refiriéndose a J.M. Carriazo, proclamó que blado tartesio del Carambolo (1959; 1960; 1963; 1970; “quien así habla convendría que se apease ya del alto 1973). Su estrecho colaborador, como arqueólogo de coturno con el que quiere andar entre arqueólogos, por- campo, fue siempre F. Collantes de Terán (1977), cuya que todos nos conocemos y sabemos qué coturnos cal- tesis sobre la topografía de la Sevilla antigua y me- zamos”. dieval sirvió de base a J.M. Carriazo (1980) para su Después de tres decenios de iniciadas las excava- Protohistoria de Sevilla. ciones en Itálica por J.M. Carriazo, la arqueología his- Al jubilarse J.M. Carriazo en 1969, la cátedra de pana echaba de menos, efectivamente, una obra deta- España Antigua y Media se desdobló en tres departa- llada sobre tan interesante yacimiento. Ese vacío de in- mentos: Prehistoria y Arqueología, cuya cátedra fue formación sobre Itálica se rellenó, en parte, con el li- ocupada por A. Blanco, Historia Antigua, cuya cátedra brito de A. García Bellido de 1960. fue ocupada por F. Presedo, e Historia Medieval, cuya La actuación de J.M. Luzón, como director de las cátedra fue ocupada por M. A. Ladero en 1975. excavaciones de Itálica en los años setenta, supuso un En los años sesenta hubo lamentables desavenencias notable avance en el conocimiento de la Nova Urbs con de J.M. Carriazo con A. Blanco y con A. García Bellido la excavación de mansiones, vías, registros de cloacas, por competencias en investigaciones. Nombrado J.M. parte de la muralla septentrional y teatro, utilizando va- Carriazo Comisario del Distrito Universitario de Sevilla liente e inteligentemente maquinaria pesada para levan- en 1956 y jubilado en 1969, A. Blanco, catedrático de tar la capa superficial estéril (Luzón 1975; 1982). Por Arqueología de Sevilla, intentó sustituirlo, producién- otra parte, J.M. Luzón (1973) realizó el primer corte dose cierto enfrentamiento entre los dos. Legalmente estratigráfico de la Uetus Urbs en la plaza del Pajar de el cargo de Comisario correspondía al catedrático de Artillo, en el centro de Santiponce, donde había apare- Arqueología, o, si no existía tal catedrático, al de ma- cido un tesorillo de monedas áureas romanas. La estra- teria similar. tigrafía se fechó a partir del 206 a.C., según el relato de Descubierto casualmente el tesoro tartesio del Apiano, pero, cuando yo me encargué de las excavacio- Carambolo en 1958, J.M. Carriazo inició las exca- nes de Itálica, revisé el material, observando que el de vaciones en el yacimiento, publicando someramente los dos estratos inferiores era prerromano, de los siglos el hallazgo en el Illustrated London News de enero IV-III a.C. (Pellicer 1982; 1998). de 1959, a la vez que aparecía un documentado tra- En el Carambolo J.M. Carriazo trabajó primera- bajo sobre el tema, firmado por E. Kukahn, profesor mente en el lugar donde había aparecido el tesoro, con- de la Universidad de Bonn y miembro del Instituto siderado un fondo de cabaña, y, ante los problemas que Arqueológico Alemán de Madrid, y por A. Blanco presentaba el complejo yacimiento, requirió la ayuda y (1959). La enemistad entre los dos catedráticos, el jubi- el consejo de J. Maluquer (1992; 1994). lado y el sucesor, duró indefinidamente. J.M. Carriazo En 1966, siendo yo director de la sección de arqueo- prosiguió sus excavaciones en el Carambolo hasta la logía del recién creado Instituto Central de Restauración publicación de su monumental memoria sobre los tra- de Madrid, la Dirección General de Bellas Artes me en- bajos, y, como director de las excavaciones de Itálica, cargó el montaje de una gran exposición de cerámica había publicado someros trabajos. española desde la Prehistoria hasta nuestros días, para Por lo que respecta a Itálica, A. García Bellido ha- la cual solicité a J.M. Carriazo un lote de cerámicas va- bía solicitado autorización a J.M. Carriazo para revisar riadas, causando sensación el llamado tipo Carambolo directamente la urbanística del yacimiento, publicada decorado con geometrismos pintados. en su valiosa obra Colonia Aelia Agusta Italica (1960). El Instituto Arqueológico Alemán de Madrid ex- En el VIII Congreso Nacional de Arqueología, cele- cavaba entonces el yacimiento romano de Munigua brado en Sevilla y Málaga en 1963, A. García Bellido (Villanueva del Río y Minas, Sevilla), cuyo director de (1964: 454-460) presentó una comunicación con el tí- la excavación era K. Raddatz, quien solicitó de J.M. tulo “Las casas de Itálica”. J.M. Carriazo insinuó que Carriazo autorización para realizar un corte estratigrá- el plano de Itálica mostrado por el comunicante “había fico en Carmona (Carriazo y Raddatz 1960; 1961). La

SPAL 20 (2011): 9-22 ISSN: 1133-4525 ESBOZO DEL DEPARTAMENTO DE PREHISTORIA y ARQUEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA DE... 11 excavación de Raddatz fue del máximo interés, habién- L. Abad y P. León, y, por otra parte, la asignatura de dose obtenido por primera vez en Andalucía occiden- Prehistoria estaba transferida al Departamento de tal una estratigrafía de una potencia de 4 m con cinco Historia de América y Antropología, explicando la ma- estratos correspondientes al Bronce Final, al Período teria I. Moreno en Sevilla y S. Rodríguez Becerra en el Orientalizante y al Púnico-Turdetano. Unos años des- Colegio Universitario de Cádiz, dependiente de Sevilla. pués, en el V Simposio de Prehistoria Peninsular, de- Mis esfuerzos por recuperar la materia de Prehistoria dicado a Tartessos y celebrado en Jerez de la Frontera para el Departamento de Prehistoria y Arqueología en 1968, tuve la ocasión de revisar el corte estratigrá- fueron vanos en principio; pero a través del rectorado fico de Carmona (1969) y corregir la cronología de los se consiguió, arguyendo yo que la Prehistoria corres- estratos inferiores, según los resultados de mis excava- pondía al Departamento de Prehistoria y Arqueología ciones en el poblado protohistórico de Tutugi (Galera, y, por otra parte, que el programa explicado por el Granada) (Pellicer y Schüle 1962; 1963; 1966), en la Departamento de Antropología era absolutamente in- necrópolis fenicia de Almuñécar (Pellicer 1963) y en adecuado. la colonia fenicia de Toscanos (Torre del Mar, Málaga) Cubierta la docencia de Arqueología por mí y por (Schubart y otros 1964; 1969). los doctores o licenciados J.M. Luzón, M. Bendala, F. Al obtener A. Blanco la cátedra sevillana en 1959, Chaves, R. Corzo y M.L. La Bandera, discípulos de A. creó un departamento de Arqueología clásica, orientado Blanco, y sin profesores suficientemente preparados también hacia las investigaciones del mundo orientali- en Prehistoria, en el curso 1975-1976 llegó para im- zante (Blanco 1960; 1964; 1980; 1983; 1984; Blanco partir la materia A. Tejera, a quien yo dirigía la Tesis y otros 1969; 1970; 1975; 1981; 1982; 1985) y hacia Doctoral, y, en el curso siguiente, la profesora agregada el mundo romano, especialmente italicense (Blanco de Prehistoria P. Acosta, trasladada por concurso a la 1975; 1978; Blanco y Luzón 1974). A. Blanco, licen- Universidad de Sevilla. ciado en Filología Clásica y doctorado bajo la direc- E. Vallespí, especialista en Paleolítico e industrias ción de A. García Bellido en 1947 con una tesis sobre líticas, profesor titular de la Universidad de Oviedo, la minería y metalurgia antigua, estuvo becado en las completó el profesorado de Prehistoria en Sevilla. universidades de Oxford, como discípulo de Beazley El profesor Vallespí formó un grupo de arqueólogos, (1947-1949) y de Bonn, como discípulo de Jacobsthal dando a conocer con sus investigaciones el Paleolítico y Langlotz (1954-1959). En los años cincuenta fue pro- inferior y medio, prácticamente inédito, de las terrazas fesor adjunto de Arqueología Clásica con su maestro del bajo Guadalquivir y la industria lítica de diferentes A. García Bellido en la Universidad Complutense de yacimientos prospectados o excavados de Andalucía Madrid, convirtiéndose en la máxima figura española occidental (Vallespí 1986; 1988; 1995). en toréutica orientalizante (Blanco 1956; 1960). La docencia y la investigación de Prehistoria y En 1974, fallecido A. García Bellido y habiendo Arqueología en la Universidad de Sevilla y en los cole- quedado libre la cátedra de Arqueología clásica de la gios universitarios de Cádiz y La Rábida se normalizó Complutense, A. Blanco la obtuvo por traslado, sa- en el curso 1976-1977 con los profesores M. Pellicer, liendo entonces a concurso la cátedra de la Universidad P. Acosta, E. Vallespí, J.M. Luzón, M. Bendala, F. sevillana, a la que yo concursé y la que obtuve. A la Chaves, R. Corzo, M. L. La Bandera, A. Tejera, R. sazón, J. Maluquer, catedrático de la Universidad Cabrero y R. Cruz-Auñón. Por falta de espacio en la de Barcelona y nombrado Comisario General de Universidad sevillana, la Prehistoria se impartió en el Excavaciones Arqueológicas (1974-1976), me insistió edificio de Puerta Osario, donde se instaló el laborato- en que firmara la cátedra de Sevilla para encargarme de rio de Arqueología. la excavación de Cerro Macareno, extraordinario ya- En el Colegio Universitario de Cádiz la Arqueología cimiento tartesio en trance de destrucción. Acepté su era impartida por las licenciadas en Arte M.D. López ruego, comunicándole que no podría presentarme en e I. Pérez y, a partir de 1976, la Prehistoria y la Sevilla hasta el curso 1975-1976, por mi labor pen- Arqueología por M. Pellicer, P. Acosta, A. Tejera y L. diente de docencia e investigación en la Universidad de Mora-Figueroa. Poco después impartieron Prehistoria La Laguna, donde yo era catedrático. en Cádiz sucesivamente M. Belén, como profesora ti- En 1975 llegué a Sevilla y advertí en el departa- tular, J. Luis Escacena, A. Caro y J. Ramos. M. Belén, mento de Prehistoria y Arqueología ciertas anomalías. formada en la Complutense con el profesor M. Almagro A. Blanco había llevado a su departamento de Madrid Basch, tuvo que someterse a una nueva oposición a la a dos profesores doctores del departamento sevillano, titularidad de Prehistoria de Sevilla, donde alivió la

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 9-22 12 MANUEL PELLICER CATALÁN docencia, ejerciendo una prestigiosa investigación en Calcolítico y Bronce Final, exponentes de la Prehistoria Protohistoria (Belén 1976; 1987; 1993; 2006), habién- del sistema cultural donde sensiblemente solo se cono- dose encargado de la dirección de las excavaciones de cía por algún conjunto megalítico estudiado por los Carmona con un preparado equipo de la Universidad de Leisner (1943) y por C. Cerdán y los Leisner (1952), y Sevilla (Belén 1994; 1997). por algunos poblados prospectados por R. Cabrero pos- J.L. Escacena obtuvo la titularidad de Prehistoria teriormente (Cabrero 1985; 1986; 1987; 1988; Cabrero del departamento sevillano, habiendo sido coautor de la y Florido 1988) y J.A. Pérez Macías (1987; 1994), así publicación de Cerro Macareno (Pellicer y otros 1983), como por V. Hurtado y L. García (1994) y por el depar- destacando por sus investigaciones sobre el Neolítico tamento de Arqueología de la Universidad de Córdoba. de la Marismilla (Escacena 1987; 1996), el Bronce del Los datos ofrecidos por el C-14 en la cueva exca- Berrueco de Medina-Sidonia (Escacena y De Frutos vada han documentado un Neolítico antiguo de la se- 1985), el período orientalizante de Coria del Río gunda mitad del VI milenio y principios del V milenio (Escacena e Izquierdo 2001; Escacena y otros 2005) y a.C., un Neolítico pleno de la segunda mitad del V mi- sobre protohistoria de Andalucía occidental. lenio a.C., un Neolítico reciente de la segunda mitad A. Caro, docente al principio en el colegio univer- del IV milenio a.C., así como un Calcolítico relacio- sitario de La Rábida, pasó a la Universidad de Cádiz, nado estrechamente con Portugal (Acosta 1983; 1986; donde obtuvo la titularidad de Prehistoria, habiéndose Pellicer y Acosta 1982). La fauna fue estudiada por E. dedicado intensamente a la investigación arqueológica Bernáldez. de Lebrija (Caro y otros 1987; 1991; 1995). En los años ochenta se solicitó la publicación de la Al ocuparme del Departamento de Prehistoria y excavación a la Dirección General de Bienes Culturales Arqueología de Sevilla, me documenté intensamente de la Junta de Andalucía, siendo denegada por haber sobre las investigaciones arqueológicas de Andalucía sido efectuada la excavación con anterioridad a la trans- occidental, para programar excavaciones estratigráfi- ferencia de cultura a la Junta. El documento-trabajo re- cas a realizar sobre el Neolítico, poco conocido pero dactado por P. Acosta y M. Pellicer quedó inconcluso con grandes perspectivas, y sobre el Calcolítico, del por el fallecimiento de la profesora, y en la actualidad que se conocía el megalitismo. El Bronce Pleno se está en preparación por M. Pellicer, J.L. Escacena y R. presentaba como un interrogante a resolver. En la Cruz-Auñón. La cueva de la Dehesilla (Algar, Cádiz), Protohistoria del Bronce reciente, orientalizante y tur- fue visitada por indicación de L. Perdigones y, obte- detano había que poner orden y, respecto al mundo ro- nida la autorización para su excavación, se realizaron mano, había que trabajar en Itálica siguiendo la pauta dos campañas de excavaciones en 1977 y 1981, dirigi- iniciada por J.M. Luzón. Las múltiples prospecciones das por P. Acosta, con la participación de M. Pellicer, F. llevadas a cabo por el departamento en los años se- Amores, J.L. Escacena, R. Cruz-Auñón, M.M. Ruiz, E. tenta y ochenta, relativas a diferentes horizontes cul- Rivero, J. Cuenda, E. Núñez, C. De Bock y A. Hueso. turales desde el Paleolítico a la romanización, sirvie- La estratigrafía, de una potencia de 3’40 m, entregó ron a los miembros del departamento, y especialmente una sucesión cultural de Neolítico antiguo, pleno, re- a los alumnos, como prácticas absolutamente necesa- ciente y Calcolítico. El abundante material de artefac- rias para su formación arqueológica. tos, especialmente cerámicos, y la planimetría fueron La Cueva Chica de Santiago de Cazalla de la dibujados por E. Núñez, F. Lacomba, F. Amores y J. Sierra (Sevilla) fue prospectada con la ayuda de R. Cuenda, y las estadísticas de los materiales, sincróni- Corzo en 1976, advirtiéndose un rico yacimiento neo- cas y diacrónicas fueron efectuadas por M. Pellicer. lítico y calcolítico de especial importancia por su si- La fauna estudiada por K. Boesneck y A. von den tuación en plena Sierra Morena, mal conocida en es- Driench (1980) y la estratigrafía fue fechada por el pro- tos horizontes culturales. Entre los años 1976 y 1980 fesor Gakushuin, de la Universidad de Tokio, y por la se efectuaron tres campañas de excavaciones bajo la di- Universidad de Granada, definiendo un Neolítico- an rección de P. Acosta, con la participación de los pro- tiguo fechable desde la primera mitad el VI milenio a fesores M. Pellicer, R. Corzo, V. Hurtado, L. Mora- mediados del V a.C.. El yacimiento se publicó parcial- Figueroa, R. Cabrero, J.L. Escacena, M.M. Ruiz y M.L. mente en varios artículos (Acosta 1980; 1987; 1990). de la Bandera, y los alumnos J. Cuenda, J. Fernández Habiendo solicitado su publicación completa a la Junta Lacomba y E. Núñez. Se obtuvo una estratigrafía de Andalucía, obtuvimos igualmente la negativa por ser de siete niveles en dos cortes de una potencia de 2´50 m, la excavación anterior a las transferencias, por lo que correspondientes a horizontes culturales de Neolítico, tuvimos que recurrir al Instituto de Estudios Jerezanos,

SPAL 20 (2011): 9-22 ISSN: 1133-4525 ESBOZO DEL DEPARTAMENTO DE PREHISTORIA y ARQUEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA DE... 13 que gentilmente accedió a su publicación, aunque sala de la Torca, profundizando hasta el Epipaleolítico. con deficiencias de formato, excesivamente reducido El Paleolítico fue estudiado por el equipo de F. Jordá (Acosta y Pellicer 1990). (1986) y la fauna por el equipo de A. Morales (1995). La cueva del Parralejo (San José del Valle, Cádiz) Los análisis de C-14, efectuados por los laborato- fue prospectada por indicación de L. Perdigones, ha- rios de la Universidad de Tokio y de Groeningen, en- llándose totalmente removida por excavaciones clan- tregaron unas dataciones del VII milenio a.C. para el destinas de los americanos de la Base de Rota y, tam- Epipaleolítico, VI milenio a.C. para el Neolítico anti- bién, por la extracción de murcielaguina para abono por guo, V milenio a.C. para el Neolítico medio y IV mile- parte de los agricultores de la zona. Dado el interés de nio a.C. para el reciente. la cerámica neolítica de superficie, y solicitada -auto En 1988 la Dirección General de Bienes Culturales rización, practicamos un sondeo, resultando la estrati- desautorizó arbitrariamente las excavaciones en la grafía revuelta e inaprovechable. El equipo estuvo for- Cueva con el sorprendente argumento de “mantener el mado por M. Pellicer, M. Bendala, L. Mora-Figueroa y yacimiento en reserva, dado su peculiar interés”. Ante L. Perdigones, con la ayuda de tres obreros. esta insólita prohibición, renuncié a la dirección de la La cueva de Nerja (Málaga) es uno de los yaci- Comisión de Investigación del Patronato de la Cueva. mientos prehistóricos andaluces más interesantes por Lebrija (Sevilla) había sido minuciosamente pros- su estratigrafía del Paleolítico superior, Epipaleolítico, pectada por A. Caro en su Tesina (1991) y en trabajos Neolítico y Calcolítico. Desde su descubrimiento en posteriores, pero en la calla Alcazaba, ladera del casti- 1959 fue excavada por M. Pellicer (1963; Hopf y Pellicer llo, había aparecido cerámica prehistórica y protohis- 1970), A.N. Cuadra Salcedo, J.M. Muñoz Gambero y A. tórica. Solicitada la autorización, A. Caro, P. Acosta y Arribas, quedando estos trabajos inéditos. J.L. Escacena practicaron un corte estratigráfico de va- Constituido el Patronato de la Cueva, la in- rios metros de potencia, hallando una sucesión cultural mensa cavidad se dedicó al turismo y, ante su dete- desde el Neolítico hasta el Medievo con algunos hiatos rioro medioambiental, se creó en 1978 una Comisión (Caro y otros 1987; Caro 1990). Con el fallecimiento Científica para su protección y estudio, formada por M. de A. Caro el estudio permanece todavía inédito. Pellicer (Neolítico-Calcolítico), F. Jordá (Paleolítico), En los años ochenta el geólogo L. Menanteau M. Hoyos (Geología), F. Marín (Biología) y J.L. descubrió un extraordinario poblado calcolítico en Sanchidrián (arte rupestre). Esta Comisión publicó Cantillana, a la orilla del Guadalquivir, llamado hasta 1996 seis volúmenes de “Trabajos sobre la cueva Patronatas o La Morita. El departamento efectuó un de Nerja”: 1 (Pellicer y Jordá 1986), 2 (Marín 1991), 3 sondeo dirigido por P. Acosta con la participación de R. (Carrasco 1993), 4 (Sanchidrián 1994), 5 (Morales y Cabrero, R. Cruz-Auñón, V. Hurtado y otros (Acosta y Pellicer 1995) y 6 (Pellicer y Acosta 1996, con la co- otros 1987). La estratigrafía entregó los típicos platos o laboración de M. García y S. Jiménez: antropología fí- fuentes carenadas y los de borde almendrado, anterior- sica, J.M. Rodanés: industria ósea y A. Cava; industria mente conocidos en Valencina de la Concepción (Ruiz lítica tallada). Mata 1975) y en el Alentejo portugués. El departamento realizó en Nerja siete campa- El Cerro Macareno fue excavado en el verano de ñas de excavaciones desde 1979 a 1986, subvencio- 1976 con participación plena del departamento. Había nadas por el Patronato y dirigidas por M. Pellicer y sido descubierto por A. Cuenca en 1971, siendo explo- P. Acosta, en las que participaron profesores y alum- tado como cantera de áridos por el contratista M. Castro nos de las universidades de Sevilla, Málaga y Cádiz: y propiedad de la Marquesa de Valencina. En 1975 J. J. Rodríguez Vidal, A. Pérez Macías, J. Ramos, Maluquer, Comisario Nacional de Excavaciones, ha- Bartolomé Ruiz, V. Hurtado, F. Amores, M.M. Ruiz bía autorizado la excavación a varios arqueólogos Delgado, A. Caro, E. Rivero, I. Rodríguez Temiño, de la Universidad Autónoma de Madrid (J. Sánchez Eduardo Ferrer, J. Fernández, J. Cuenda, Ester Núñez, Meseguer, D. Ruiz Mata y J.C. Martín de la Cruz), del A. Hueso, C. Pereda, F. Martínez, R. Rodríguez, I. Museo Arqueológico de Sevilla (F. Fernández Gómez) Franco, P. Fernández, M. Vera, I. Santana, M.R. Ojeda, y de la Universidad de Sevilla (R. Corzo). J.C. Martín S. Rodríguez de Guzmán, J. Mancebo, A. Pérez Paz, F. presentó como Tesina en el departamento sevillano García del Junco, M.L. Lavado, P. Cáceres, C. Barroso el perfil estratigráfico F del yacimiento (Martín de la y Margarita Díaz. Cruz 1976). J. Maluquer quiso integrarme en uno de Se abrieron tres cortes en la sala de la Mina, muy los equipos, pero preferí realizar la excavación según afectada por anteriores excavaciones, y otros tres en la mi proyecto. Declarado el yacimiento “bien de utilidad

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 9-22 14 MANUEL PELLICER CATALÁN pública”, se le prohibió al contratista la extracción de seleccionándose algunos para su posible excavación áridos y la destrucción del cerro. y estudio. El Paleolítico fue incluido en el programa Confeccioné la planimetría del yacimiento en una su- con la presencia del profesor E. Vallespí, dedicado al perficie de 5 ha, dividiéndolo en tres zonas. La zona A, estudio de la industria lítica tallada de las terrazas del situada al SE, permanecía intacta en 1 ha; la zona B, si- Guadalquivir y de algunos yacimientos de Andalucía tuada al NE y de unos 8000 m2, se hallaba con la super- occidental (Vallespí 1986, 1988, 1995). ficie removida, donde excavaban los equipos arqueoló- El Institut of Archaeometry Studies de Londres se gicos; y la zona C, de 3 ha, entre las otras dos zonas y interesó en 1973 por el estudio de la minería y me- en el centro, estaba totalmente destruida. Mi proyecto talurgia calcolíticas de Riotinto, consideradas por consistió simplemente en la realización de un corte es- B. Rothenberg el foco primigenio de Europa. B. tratigráfico de 4 por 4’50 m de superficie en- laperi Rothenberg era un judío que había trabajado con equi- feria sureste de la zona A, que se conservaba intacta. pos arqueológicos de Israel en el Sinaí como fotó- Mi equipo estuvo compuesto por tres profesores de cla- grafo (Rothenberg 1979), y especialmente en el yaci- ses prácticas del departamento, M. Bendala, R. Corzo miento calcolítico de Timna (Rothenberg 1972; Conrad y M.L. de la Bandera, y por 15 licenciados y estudian- y Rothenberg 1980), encargándose de los hallazgos en tes: J.L. Escacena, R. Cabrero, V. Hurtado, F. Amores, el Nechustan Pavillon de Israel. En mis conversacio- E. Núñez, L. Perdigones, J. Fernández, F. Rubio, S. nes con él en Riotinto, observé que tenía conocimien- Fajarnes, S. Tossato, C. de Bock, T. Cárdenas, A. Oliva, tos de minería y metalurgia antiguas, pero, en reali- G. Osuna y E. Rivero. Además, cinco obreros. dad, era un profano en Arqueología, y especialmente El trabajo se dividió en cuatro secciones: excava- en cerámica. En su trabajo de campo contrataba a un ción, topografía, cribado y limpieza y signatura de ma- técnico de excavación, Philip Andrews, sorprendente- teriales. Los lotes o materiales prototípicos inventaria- mente no arqueólogo. A principios de los años 80 la dos, con un total de 2.395 elementos, fueron transpor- empresa Volkswagen me solicitó, a través del profe- tados provisionalmente al laboratorio instalado en la bi- sor H.G. Niemeyer, un informe arqueológico sobre B. blioteca de arte de la Universidad, donde fueron dibu- Rothenberg, cuyas excavaciones subvencionaba la em- jados por E. Núñez, F. Amores, J. Fernández Lacomba presa. El informe no laudatorio ocasionó el cese de las y algún otro alumno. subvenciones. En la excavación se detectaron 9 estratos y 26 ni- En el verano de 1976 A. Blanco y B. Rothenberg me veles en una potencia de 7’50 m, correspondien- habían visitado en la excavación de Cerro Macareno, tes el inferior, I, al Bronce final, los niveles II-III al invitándome a trabajar con ellos en su proyecto de Período Orientalizante, el IV al Prototurdetano, el V Riotinto. En 1977 me encargaron de la excavación del al Turdetano antiguo, los niveles VI-VII al Turdetano yacimiento de Quebrantahuesos, que era una prolon- pleno, el VIII al Turdetano reciente y el IX a inicios gación del Cerro Salomón excavado por A. Blanco, de Época Romana republicana. Con el corte estratigrá- J.M. Luzón y D. Ruiz (1970). En la excavación de fico del Cerro Macareno (Pellicer y otros 1983) se ha- Quebrantahuesos colaboraron A. Tejera, A. Canto, dos bía conseguido una tipología y cronología bastante pre- alumnos de la Universidad Autónoma de Madrid y tres cisa de las estructuras, artefactos y ecofactos del bajo de la de Sevilla: F. Rubio, L. Bernáldez y R. Sánchez. Guadalquivir tartesio y turdetano, fechados ambos pe- Quebrantahuesos correspondía a un poblado minero riodos según las cerámicas fenicias y áticas, las ánfo- metalúrgico orientalizante y turdetano de los siglos ras (fenicias, púnicas, corintias y romanas) y la cerá- VII-IV a.C. (Pellicer 1983). mica campaniense. La numismática romana fue estu- En 1978 dirigí la excavación del poblado de diada por F. Chaves (1980) y la fauna por A. von den Chinflón (Zalamea la Real, Huelva), participando en Driesch (1985). los trabajos V. Hurtado, como codirector, J.L. Escacena, A partir del curso 1976-1977 se proyectó y orga- J. Ramón, J. Cuenda, E. Rivero, P. Florido, F. Amores nizó en el departamento un vasto programa de inves- y M. Hunt, todos ellos formados en el departamento tigación prehistórica (Neolítico, Calcolítico y Bronce), de la Universidad de Sevilla. El yacimiento era super- protohistórica (fenicia, orientalizante y turdetana) y ro- ficial y de corta vida, correspondiente exclusivamente mana en Itálica, cuya dirección estaba a cargo de J.M. al Bronce final precolonial, sin intrusiones calcolíti- Luzón. Mediante prospecciones y cartas arqueológicas cas ni orientalizantes. Terminado el estudio del yaci- por parte de las tesinas de los licenciados fueron de- miento, B. Rothenberg me sugirió que hiciera cons- tectándose y localizándose centenares de yacimientos, tar sus orígenes calcolíticos, a lo que me opuse por no

SPAL 20 (2011): 9-22 ISSN: 1133-4525 ESBOZO DEL DEPARTAMENTO DE PREHISTORIA y ARQUEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA DE... 15 haber aparecido ese horizonte. Sin atender a los datos calle Moret 15 de Santiponce, la casa donde había apa- científicos aportados por los materiales arqueológicos y recido la famosa Venus, cuya cabeza era necesario re- especialmente cerámicos de la excavación, A. Blanco y cuperar…, proyecto de excavación incluible en el mío. B. Rothenberg, relacionando erróneamente el poblado A pesar de que era común creencia la fecha del 206 de Chinflón del Bronce final con el contiguo grupo dol- a.C. aplicada a la fundación de Itálica, según el texto ménico del Pozuelo, rehusaron incluir nuestro trabajo de Apiano (Iber. 38), existían en la “Colección Lebrija” (Pellicer y V. Hurtado 1980) en su publicación sobre varios vasos griegos de los siglos IV-III a.C., proce- Exploración Arqueometalúrgica de Huelva (1981), por dentes, al parecer, de Itálica (León 1976). En el Museo no contar con las teorías apriorísticas de su proyecto. Arqueológico de Sevilla se exhibía una ánfora com- En 1980 juzgué conveniente repetir en Carmona pleta, clasificada romana del tipo Dressel 1, que, en rea- el corte estratigráfico practicado por K. Raddatz lidad, era corintia del siglo IV-III a.C. Después de mi (Carriazo y Raddatz 1960), para revisar la estratigra- excavación en el Cerro Macareno (Pellicer 1978; 1982; fía del Bronce reciente, del Período Orientalizante y de Pellicer y otros 1983), y según su estratigrafía y su cro- la Etapa Turdetana, fechada esta última excesivamente nología bastante precisa, observé que los horizontes baja, y para relacionarla con la del Cerro Macareno. En culturales y la cronología aplicada a la estratigrafía del la excavación de Carmona participó prácticamente todo Pajar de Artillo de Santiponce (Luzón 1973), no era co- el departamento de Sevilla: M. Pellicer, P. Acosta, F. rrecta en los dos estratos inferiores, cuyos inicios tur- Amores, M.L. de la Bandera, R. Cabrero, V. Hurtado, detanos había que elevarlos, al menos, en dos siglos, y, R. Cruz-Auñón, F. Chaves, J.L. Escacena, M.M. Ruiz, por otra parte, observé igualmente que el supuesto tem- E. Rivero, J. Cuenda, J.M. Rodríguez, F. Serrano, P. plo romano capitolino de los Palacios de Santiponce Florido, E. Núñez, J. Morales, M. Valor e I. Rodríguez. (Bendala 1975; 1982) presentaba una estructura no La excavación se inició junto al antiguo corte de templaria, y la abundante cerámica hallada, especial- Raddatz, alcanzando la estratigrafía una potencia de mente las ánforas, eran iberopúnicas prerromanas de 7’50 m, con diez niveles del Calcolítico, Fenicio u los siglos IV-III a.C., y en consecuencia, las estructuras Orientalizante e Iberopúnico, algunos alterados por las excavadas correspondían a unas tabernae o almacenes fosas de cimentación de los gruesos muros (Pellicer y turdetanos, afirmación no admitida incomprensible- Amores 1985). La riqueza de la cerámica fenicia y las mente en las Primeras Jornadas sobre Excavaciones ánforas de los estratos inferiores sugerían la existen- Arqueológicas en Itálica de 1980 (Pellicer 1982; 1998). cia de un sector fenicio, relacionado con la próxima ne- Ante estos precedentes, inicié la excavación estra- crópolis de la Cruz del Negro (Amores y otros 1997; tigráfica en el patio de la casa de la Venus de laca- 1999; 2001). No habiendo localizado en este corte CA- lle Moret 15 de Santiponce, en cuyos trabajos parti- 80/A el Bronce reciente del corte de K. Raddatz, abri- ciparon profesores y alumnos del departamento: V. mos otro corte en el perímetro sureste de Carmona, en Hurtado, M.L. de la Bandera, J.L. Escacena, J. Cuenda, el Picacho, donde localizamos ese horizonte. E. Rivero, M.M. Ruiz, E. Núñez, C. de Bock, R.M. En 1977 fui nombrado director de las excavacio- Iglesias, P. Florido y C. Espín. La ejecución del corte nes de Itálica, suponiéndome una contrariedad por la estratigráfico, que profundizó hasta 5 m en una superfi- intensa labor de mis proyectos de excavación y por la cie de 20 m2, fue ardua debido a las constantes lluvias, a docencia en la Universidad de Sevilla y en el Colegio la aparición de un enorme contrafuerte romano de opus Universitario de Cádiz. En principio, me informé so- caementicium de 1’50 m de grosor, y de varios pozos bre el transcendente yacimiento con toda la bibliogra- negros, que dificultaron la estratigrafía, aunque pudie- fía posible, para preparar un proyecto adecuado, con- ron distinguirse 8 niveles, fechables los inferiores (I- sistente en la delimitación de todo el perímetro amura- II), en los siglos IV-III a.C., turdetanos o iberopúnicos, llado de la ciudad, incluyendo la Vetus y la Nova Vrbs, según las ánforas y vasos análogos a los de los niveles todavía no constatado. En segundo lugar, me interesaba 13-15 del Cerro Macareno; los niveles III-V, romanos la obtención de una correcta estratigrafía, porque tenía republicanos, según la cerámica campaniense y las án- severas dudas sobre la rectitud cronológica aplicada al foras, y los niveles superiores, VI-VIII, romanos impe- origen del yacimiento y, en tercer lugar, sentía curiosi- riales, según sus ánforas y la terra sigillata (Pellicer y dad por una estructura situada extramuros y al oeste de otros 1982). la Nova Vrbs. El objetivo de la delimitación del perímetro de J.M. Benjumea, Delegado Provincial de Excava- Itálica se consiguió parcialmente, descubriéndose unos ciones, me comunicó que se había comprado, en la 200 m de muralla con algunas torres en la parte oeste de

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 9-22 16 MANUEL PELLICER CATALÁN la Nova Vrbs. Efectuados 17 sondeos, se pudieron de- (1956-1962) y de La Laguna (1968-1975) dirigiendo limitar tres sectores (Pellicer 1982: 1988). El sector A, tesinas sobre cartas arqueológicas de zonas sensible- situado en el centro y en el noroeste de la Nova Vrbs, mente desconocidas arqueológicamente, impuse este corresponde a la zona más excavada, con unas veinte o criterio en el departamento sevillano. Con la confec- treinta insulae, construidas en una superficie de 20 ha. ción de cartas arqueológicas los recién licenciados to- El sector B, al oeste del A, de unas 10 ha, correspon- maron contacto y se familiarizaron con la Arqueología diente al Traianeum (León 1988) y a una parte mal co- de campo y con los materiales arqueológicos, detec- nocida, dispone de infraestructuras de cloacas y de tres tando en Andalucía occidental centenares de yacimien- canalizaciones procedentes de la gran cisterna occi- tos, catalogándolos culturalmente según sus artefactos dental. El sector C, al oeste de las Termas Mayores, de y obteniéndose una información necesaria para las in- forma triangular y de una superficie de 8 has, carece de vestigaciones del departamento. infraestructuras, surcada por las tres canalizaciones de Se confeccionaron unas veinticinco cartas arqueo- la cisterna. La estructura del extremo oeste del sector C, lógicas, correspondientes a diferentes zonas: Valencina considerada un cuartel por F. Zevallos y D. de los Ríos de la Concepción por D. Ruiz Mata, Aljarafe y Terrazas (1876), imperceptible en 1977 al inicio de nuestras ex- del Guadalquivir por J.L. Escacena, Cádiz por A. Mª cavaciones, fue localizada como una mancha blancuzca Gordillo, Calcolítico de Cádiz por A. Álvarez, río por fotografía aérea a 250 m al W-SW de las Termas Corbones por I. Rodríguez Temiño, Benaocaz por Mayores. La cisterna, excavada en 1978, construida L.J. Guerrero Misa, Sanlúcar-Trebujena por Mª L. en opus caementicium y opus latericium, y revocada Lavado, megalitismo de Cádiz por Regina Rodríguez, de opus signinum, de planta rectangular, con tres com- Barbate por A. Bernabé, Chipiona-Rota por F.J. Riesgo, partimentos abovedados, dispone de una capacidad de Arcos de la Frontera por L. Perdigones, Paleolítico de 1000 m3 de agua. En su excavación intervinieron, entre Huelva por J. Castiñeira, Almadén de la Plata-Real de otros, J.L. Escacena, M.M. Ruiz Delgado y F. Amores. la Jara por M.A. Vegas, Bronce de Los Alcores por A. Analizada la estratigrafía de los sedimentos y de- Jiménez, Palos de la Frontera por F. Pozo, Paleolítico rrubios de la cisterna, se distinguieron seis estratos, que del Bajo Guadalquivir por J.A. Caro, Osuna por J. dieron la cronología de la construcción, uso y derrum- Salas, habiendo sido publicadas 8: Alcalá de Guadaira bamiento a través de la numismática romana (Chaves (Buero y Florido 1999), Acueducto de Itálica (Canto 1978), la terra sigillata, las lucernas y las ánforas ro- 1979), Montellano (Oria y otros 1990), Alcores manas imperiales, pudiéndose fechar su construcción (Amores 1982), Lebrija (Caro 1991), Campiña sevi- en el segundo cuarto del siglo II d.C. y su abandono, llana (Ruiz Delgado 1985), Huelva N.W. (Pérez Macías por las grietas producidas por el bujeo, en la segunda 1987), Sevilla (Campos 1986) y Fuentes de Andalucía mitad del siglo III d.C., momento en que se iniciaría el (Fernández Caro 1992). derrumbamiento de las bóvedas y, en consecuencia, el Respecto a las tesis doctorales, fueron leídas 18 en- abandono paulatino de la Nova Vrbs (Pellicer 1998). tre 1983 y 1992, fecha de mi jubilación, de las cuales Terminada la excavación de la cisterna, la Con- 7 corresponden a Prehistoria (R. Cabrero, V. Hurtado, federación Hidrográfica del Guadalquivir, bajo la di- R. Cruz-Auñón, A. Ciudad, E. Rivero, J. Ramos y J.J. rección de M. Palancar (1983), restauró el monumento, Fernández Caro), 6 a Protohistoria (M.L. de la Bandera, según el plano axiométrico efectuado por el arquitecto F. Amores, J.L. Escacena, A. Caro, M. Mª Ruiz y J.M. V. García. Campos) y 5 a Arqueología romana y medieval (R. En 1980, obtenida por P. León la agregación de Corzo, J.J. Ventura, P. Caldera, J.A. de la Sierra y M. Arqueología de la Universidad de Sevilla, le propuse Oria). Estas tesis fueron dirigidas 8 por M. Pellicer, 3 que se encargase de la dirección de las excavaciones por P. Acosta, 2 por E. Vallespí, 2 por P. León y 2 por de Itálica, iniciando su interesante proyecto, consis- F. Chaves. tente en el estudio de una zona del sector B, al sur de la A mi llegada a Sevilla la biblioteca del departa- Termas Mayores, considerada por J.M. Luzón un com- mento era, en general, deficiente y fragmentaria, con plejo foral, donde habían aparecido restos de escultura grandes lagunas, careciendo de la bibliografía más ele- colosales. P. León, con minuciosa labor, dio a conocer mental de Prehistoria. Sorprendentemente el contiguo el magníficoTraianeum (León 1988). departamento de Historia Antigua conservaba un rico Al reorganizar el departamento en 1975, y aten- lote bibliográfico de Arqueología que fue cambiado por diendo al excelente resultado que yo había conse- lo existente de Historia Antigua en el nuestro. En un de- guido como profesor en las universidades de Granada cenio se compraron abundantes fondos de Arqueología

SPAL 20 (2011): 9-22 ISSN: 1133-4525 ESBOZO DEL DEPARTAMENTO DE PREHISTORIA y ARQUEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA DE... 17 y particularmente de Prehistoria, absolutamente nece- Autónoma de Madrid, Sevilla, Córdoba, Cádiz, Huelva sarios para la investigación. y La Laguna, 17 como profesores titulares en las uni- El nutrido grupo de profesores y doctores forma- versidades de Sevilla, Cádiz y Huelva, 6 como conser- dos en el departamento prosiguieron sus investigacio- vadores de los museos arqueológicos de Sevilla, Cádiz, nes arqueológicas con excelentes resultados, publi- Carmona y Cartagena, 18 en delegaciones culturales de cando trabajos de campo y de biblioteca, abarcando la Junta de Andalucía, 7 en instituciones culturales pú- un completo arco científico, particularmente relativo a blicas de Sevilla, Cádiz y Huelva, varios como profeso- Andalucía occidental desde el Paleolítico hasta la ro- res de institutos de enseñanza media. manización. Entre los investigadores y sus especiali- En los años noventa tuvo lugar un arbitrario cam- dades cabría enumerar en Paleolítico a E. Vallespí, J. bio político en la autorización de excavaciones arqueo- Ramos y J. Fernández Caro; en Neolítico a P. Acosta, lógicas por parte de la Dirección General de Bienes J.L. Escacena, J.C. Martín y J. Ramos; en Calcolítico a Culturales, al limitar o no autorizar la investigación de P. Acosta, V. Hurtado, R. Cabrero, E. Rivero, R. Cruz- campo y potenciar las excavaciones urbanas, subven- Auñón y M. Puya; en Bronce a J.L. Escacena, J.C. cionadas por los contratistas constructores. Los depar- Martín, L. García y M. Hunt; en fenicio a D. Ruiz Mata, tamentos de Arqueología de las universidades andalu- A. Tejera, I. Negueruela, L. Perdigones y A. Muñoz; zas se vieron privados de sus proyectos de investigacio- en período orientalizante a M. Bendala, J.M. Luzón, nes en el campo. Esta actitud política significa un di- F. Chaves, M.L. de la Bandera, Mª Belén, D. Ruiz recto e irracional atropello a la Arqueología y a la cul- Mata, F. Amores, J.L. Escacena, M. Mª Ruiz Delgado, tura andaluza por parte de la Consejería de Cultura de J. Fernández Jurado, J. Campos, P. Rufete, J.A. Pérez la Junta de Andalucía. Macias, P. Florido y S. Buero; en turdetano a J.L. En 1992, al cumplir 65 años, después de 40 años Escacena, A. Caro, M.L. de la Bandera, J. Fernández de docencia en investigación en las universidades Jurado, P. Rufete, E. Ferrer Albelda, E. García Vargas, de Zaragoza, Granada, Complutense de Madrid, La F.J. García Fernández; en romano a J.M. Luzón, P. Laguna y Sevilla, mediante un arbitrario decreto, poco León, F. Chaves, A. Canto, M. Bendala, J. Campos, E. después derogado, me jubilé, siendo nombrado profe- García Vargas, R. Corzo y J.M. Rodríguez Hidalgo, en- sor emérito vitalicio de la Universidad de Sevilla, pro- tre otros. siguiendo como docente durante una docena de años y Cabria aquí enumerar todo el acervo bibliográfico todavía como investigador. e historiográfico producido por el departamento en los Finalmente debo manifestar que me siento satisfe- últimos veinte años, pero esta prolija enumeración cae cho y orgulloso de haber contribuido con el trabajo y fuera de nuestro cometido. esfuerzo mío y de mis colegas a elevar la calidad cien- Puesto que la misión del profesorado universitario tífica del Departamento de Prehistoria y Arqueología de es la docencia y la investigación, los profesores A. Díaz la Universidad de Sevilla. Tejera, director del Departamento de Filología Clásica, y A. Blanco, director del Departamento de Prehistoria y Arqueología, habían creado en 1969 la revista cientí- BIBLIOGRAFÍA ficaHabis . Al hacerme cargo de la dirección del depar- tamento en 1975, fui nombrado junto con F. Presedo, ACOSTA, P. (1983): “Estado actual de la prehistoria an- director del Departamento de Historia Antigua, miem- daluza: Neolítico y calcolítico”, Habis 14: 195-205. bro del consejo redactor de la revista. En 1978 la re- — (1986): “El neolítico en Andalucía occidental. Estado vista correspondía a los tres departamentos, pero en actual”, Homenaje a Luis Siret: 136-151. Sevilla. 1981, por decisión unilateral de los departamentos de — (1980): “Avance de la estratigrafía de la Cueva de Filología Clásica y de Historia Antigua, la Prehistoria la Dehesilla (Algar, Cádiz)”, IV Cogr.Arq. Faro. lamentablemente fue eliminada de la revista. Diez años — (1987): “El neolítico antiguo en el Suroeste espa- después, el Departamento de Prehistoria y Arqueología ñol: La Cueva de la Dehesilla (Cádiz)”, Colloque afortunadamente logró crear se nueva revista Spal, Int. C.N.R. S. Montpellier: 653-659. Paris. bajo la dirección de E. Vallespí, que tan elevados fru- ACOSTA, P.; CABRERO, R.; CRUZ-AUÑÓN, R. y tos está dando. HURTADO, V. (1987): “Informe preliminar so- Los arqueólogos formados en el departamento fue- bre las excavaciones de la Morita (Cantillana, ron colocándose en diferentes puestos de trabajo, nueve Sevilla)”, Anuario Arqueológico de Andalucía como catedráticos de las universidades Complutense y 1985 II: 150-152.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 9-22 18 MANUEL PELLICER CATALÁN

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Fecha de entrada: 10/05/2011 Fecha de aceptación: 12/09/2011

SPAL 20 (2011): 9-22 ISSN: 1133-4525 EVOLUCIONISMOS Y CIENCIAS HISTÓRICAS: DARWINISMO VS. LAMARCKISMO EN ARQUEOLOGÍA*

LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR**

Resumen: El evolucionismo no es un pensamiento estanco. Abstract: Evolutionism is not a closed notion. On the Más bien se trata de un cuerpo científico que ha experimen- contrary, this scientific discipline has experienced some tado cambios. De una parte, pueden distinguirse en la actuali- changes. On one hand, it is possible to distinguish nowa- dad dos grandes corrientes: el lamarckismo y el darwinismo. days two major trends: Lamarckism and Darwinism. More- Por otra, el segundo sobre todo ha cambiado desde Darwin over, the latest has changed since Darwin’s times. This hasta hoy. Este trabajo analiza el desarrollo de estas dos gran- work examines the development of these two major evolu- des líneas teóricas desde el siglo XIX hasta la actualidad, y tionist theory trends from 19th century to date, making es- hace hincapié en la importancia de las mismas para el estudio pecial emphasis in their importance regarding the study of del animal humano, objeto-sujeto tanto de la Historia como the human animal, object-subject either in History and Ar- de la Arqueología. chaeology. Palabras clave: Evolucionismo, lamarckismo, darwinismo, Key words: Evolutionism, lamarckism, darwinism, evo- síntesis evolutiva, sociobiología, arqueología darwinista, ar- lutionary synthesis, sociobiology, darwinian archaeology, queología lamarckista. lamarckian archaeology.

1. INTRODUCCIÓN: OBJETIVOS, ahí el error, por ejemplo, de proclamar darwinista a co- METODOLOGÍA Y OTROS ASPECTOS rrientes evolucionistas que nada o poco tienen que ver con la propuesta teórica de Charles Darwin. Muchas Por regla general, cuando en las Ciencias Sociales veces se han venido haciendo críticas al evolucionismo se hace mención del evolucionismo, suele darse por sa- sin conocerse bien a qué versión del mismo se refie- bido que dicha corriente teórica es algo muy concreto y ren, con lo que, al confundirse el todo con la parte, se homogéneo. Así, en lo que menos hincapié suelen ha- han hecho acusaciones globalizadoras que carecen de cer los estudiosos del tema es en la diversidad de posi- fundamento. O no han sabido precisar sus autores la cionamientos teóricos que encierra dicho concepto; de corriente epistemológica concreta, o no han compren- dido de qué evolucionismo estaban hablando. Para ilus- trar el caso citaremos un fragmento de la obra de Susan * Agradezco a los doctores J. L. Escacena Carrasco y J. C. del Bock sobre los hunos: “Cuando los chinos llegaron a Río Andrade los consejos y la ayuda que en todo momento me han una zona donde tuvieron que cambiar sus instituciones prestado. económicas por razones geográficas (donde tendrían ** Becario FPU. Dpto. de Prehistoria y Arqueología, Universi- dad de Sevilla. Este trabajo se enmarca dentro de las actividades de in- que abandonar la agricultura por irrigación y diversifi- vestigación del grupo “HUM-402” del Plan Andaluz de Investigación. car su modo de existencia), pusieron un límite artificial

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 23-41 24 LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR a su propio avance en este caso, la Gran Muralla. Esta La publicación de El origen del hombre usada para este será una frontera de exclusión para las tribus del otro trabajo, de Ediciones Petronio, viene a respetar grosso lado y de inclusión para ellos mismos. […]. Contraria- modo la obra original en inglés, no tratándose de una mente a la teoría de la evolución darviniana, no siem- síntesis de la misma. pre se evoluciona desde la caza-recolección al pastoreo 2) Estudio de corrientes interpretativas en Arqueo- y finalmente a la agricultura y al urbanismo en este or- logía. En esta fase se ha priorizado especialmente la de- den” (Bock 1992: 56-57). terminación de los esquemas evolutivos que las grandes En el anterior párrafo, la autora de esta obra sobre tendencias de pensamiento arqueológico han asumido. la Antigüedad Tardía demuestra su pobre conocimiento Para ello se ha acudido a la literatura general existente epistemológico sobre las tendencias evolucionistas. sobre el tema y no tanto a obras concretas que expre- Se trata de la confusión común entre lamarckismo y san las nociones particulares de autores como teóricos darwinismo. Este problema se debe en gran parte a la individuales. Los estudios consultados para tal fin han ignorancia general que los humanistas presentan sobre sido: Alcina (1989), Fernández Martínez (2000), Ha- teoría evolutiva, horizonte que también es poco o nada rris (1996 [1979] y 2004 [1981]), Hernando (1992), Jo- estudiado por los arqueólogos, según se desprende de hnson (2000), Renfrew y Bahn (1998) y Trigger (1992). los manuales clásicos de teoría arqueológica y de los No se han encontrado apenas referencias en ellos a la programas de estudio de asignaturas de tendencias in- Arqueología darwiniana, razón por la cual se ha tenido terpretativas en la disciplina. Por ello, gran parte de que acudir a escritos puntuales de arqueólogos que par- nuestro trabajo intentará esbozar las diferentes posicio- ticipan de este modelo evolutivo: Escacena (2002a), nes habidas dentro del evolucionismo, con lo que dedi- Hart y Terrell (2002), López y Cardillo (2009), Mas- caremos un importante apartado a la explicación de la chner (1996), Muscio (2002 y 2006) y Rindos (1990). teoría evolutiva, haciendo especial hincapié en el posi- cionamiento darwinista. El desarrollo del trabajo aquí abordado puede ser 2. EVOLUCIONISMOS: dividido en dos fases estratégicas que han resultado DESARROLLO TEÓRICO esenciales: 1) Estudio de teoría evolutiva. Dentro de este paso 2.1. Propuestas predarwinianas podemos a su vez distinguir dos momentos: A) Se ha comenzado con la lectura crítica de una serie de ma- Mucho antes que Darwin ya se era consciente del nuales y obras de carácter general con la finalidad de polimorfismo de lo viviente, de forma que se lleva- introducirnos en el tema. Tales referentes bibliográfi- ron a cabo diversos intentos para explicarlo. Las dis- cos han sido: Boyd y Silk (2004), Burnie (2000), Farr- tintas propuestas pueden agruparse en dos grandes ington (1967), Grasa (1986), Makinistian (2004), Mayr bloques. Estarían por una parte las explicaciones fijis- (1995), Moreno (2003) y Templado (1974). B) Por otra tas, que postulaban la invariabilidad de las especies y parte, para discernir con propiedad los postulados la- aceptaban la aparición única y espontánea de las mis- marckianos de los darwinianos se han leído la Filoso- mas. Con ellas chocarían, de otra parte, los postulados fía zoológica (Lamarck 1986 [1809]), El origen de las transformistas, que hacían derivar las especies unas de especies (Darwin 2003 [1872] y El origen del hombre otras, siendo las diferencias producto del tiempo (Grasa (Darwin 1973 [1871]). La obra original de Lamarck en 1986: 31). francés constaba de dos volúmenes, expresándose su Algunos autores han hablado de filósofos preso- percepción evolucionista sobre todo en el primero de cráticos como Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxí- ellos. La primera parte, además, ha sido la única tradu- menes, Heráclito y Empédocles como los primeros cida al castellano, con lo que se ha tenido que acudir transformistas; otros prefieren utilizar el término de a la edición francesa del segundo tomo para verificar protoevolucionistas para referirse a dichos pensadores algunas cuestiones puntuales (Lamarck 1830). El ori- (Ruse 1983: 21). Sin embargo, se ha reconocido la di- gen de las especies de Darwin vio la luz por primera ficultad para encajar a dichos filósofos en cualquiera vez en 1859. Al calor del debate que este libro generó de las corrientes al uso a partir del desarrollo científico en la época su autor fue corrigiendo y matizando una que siguió a la Ilustración (Grasa 1986: 32; Makinistian serie de aspectos en las sucesivas ediciones. Aquí se 2004: 16 y 21). En contraposición a tales filósofos es- emplea la última de ellas (1872) al considerarse que en- taba Parménides de Elea, quien sostenía que la realidad cierra el pensamiento definitivo expresado por Darwin. era inmutable, influyendo su pensamiento en Platón y

SPAL 20 (2011): 23-41 ISSN: 1133-4525 EVOLUCIONISMOS Y CIENCIAS HISTÓRICAS: DARWINISMO VS. LAMARCKISMO EN ARQUEOLOGÍA 25 en Aristóteles. Este último, a pesar de defender una vi- que implica que, cuando un ser vivo tiene la voluntad sión fijista de la naturaleza (Ruse 1983: 32-33),- pro de realizar una acción, el jugo nervioso fluye al órgano puso una ordenación jerárquica de los animales, yendo correspondiente y provoca movimientos para fortale- la secuencia desde aquellos más simples hacia los más cerlo, ampliarlo, desarrollarlo o crear un órgano nuevo complejos1. Si bien su planteamiento carecía de una co- que sería transmitido a las generaciones posteriores, herente sistematización, resultó ser útil durante siglos haciendo por tanto la función al órgano. para ir caracterizando a los seres vivos (Solís y Sellés Desde su formulación, la teoría de Lamarck ha ve- 2005: 124-127). Tan prestigioso fue este filósofo para nido recibiendo una serie de críticas. A saber: A) no la cristiandad que sus escritos fueron encumbrados a sigue el primer principio de la Termodinámica (la mate- nivel de dogma junto a los textos bíblicos, predomi- ria ni se crea ni se destruye, se transforma); B) su insis- nando el creacionosmo fijista de una forma incuestio- tencia en la linealidad del proceso evolutivo es incapaz nable desde el periodo tardoantiguo hasta los siglos de conciliar coherentemente las afinidades y diferen- XVIII y XIX (Makinistan 2004: 25-26). cias de estructuras reveladas por la Taxonomía y por la Serían importantes pensadores transformistas, actual distribución de los seres vivos y el registro fó- como el conde de Buffon, Charles Lyell o Jean Bap- sil, en el sentido de que, según el creacionista y catas- tiste de Lamarck, quienes irían abriendo el camino a trofista Georges Cuvier, tal teoría no daría cuenta de Darwin. El francés Jean-Baptiste de Monet, caballero la distribución de los animales en el espacio y en el de Lamarck, fue capaz de formular una propuesta trans- tiempo (Farrington 1967: 29-30). Se preguntan J. L. Ar- formista que daba explicación a cómo y por qué se pro- suaga e I. Martínez (2004: 32) que si fuera cierto eso de ducían los cambios que motivaban el polimorfismo en que existen hilos invisibles que han dirigido la evolu- la naturaleza (Ruse 1983: 48). Su importancia radica ción lineal de forma ordenada hasta nosotros ¿qué ha- en que, incluso después de que Charles Darwin expre- cemos entre tanta diversidad? Ello es una evidencia de sara su teoría, seguiría existiendo una corriente teórica, que las especies no se ordenan en secuencia alguna. No que llega hasta nuestros días, que se proclama hija de se aprecia una escalera ascendente dirigida hacia noso- Lamarck: el lamarckismo y el neolamarckismo (Grasa tros, sino un inmenso árbol con numerosas ramas y sin 1986: 34). Expondría su teoría de forma elaborada en ningún tronco o eje central. Estamos de acuerdo con S. su obra Filosofía zoológica (1809). J. Gould (1994a: 47) cuando comenta que si la cinta Pues bien, en atención a la síntesis elaborada por de la vida rebobinara y volviera a empezar otra vez, R. Grasa (1986: 34-37), a la hora de hablar de la teo- el planeta Tierra estaría poblado por una variedad di- ría lamarckiana habría que tener presentes cuatro prin- ferente de seres vivos entre los que probablemente no cipios de la misma: 1) Los seres vivos se distribuyen estaríamos nosotros, puesto que somos una mera cir- en una escala que va de la simplicidad a la comple- cunstancia evolutiva. C) El conocimiento de las leyes jidad, siendo el transformismo, es decir, la evolución, de la herencia ha permitido descartar la teoría lamarc- la respuesta a dicho escalonamiento2. 2) Los organis- kista, ya que las transformaciones experimentadas por mos se adaptan a las circunstancias al actuar el medio el fenotipo no son heredables; solamente serán transmi- sobre ellos ocasionando necesidades que movilizan la tidos a la descendencia aquellos posibles cambios que energía biológica para crear o modificar sus órganos, modifiquen la información genética que portan las cé- cuestión por la que algunos autores han hablado de la lulas reproductoras. D) El hecho de que la teoría la- necesidad sin azar3. 3) Que los caracteres adquiridos se marckista afirme que la función crea el órgano haría heredan, es decir, que ciertas particularidades logradas a las especies inextinguibles, puesto que, ante nuevas se conservan en la descendencia, beneficiándose así de necesidades, los seres vivos desarrollarían característi- los esfuerzos de los progenitores. 4) Que la generación cas renovadas y órganos con funciones específicas na- espontánea puede influir sobre la forma del cuerpo, lo cidas ad hoc. Esto les permitiría adaptarse a cualquier circunstancia. El registro fósil, empero, es el principal apoyo para fundamentar esta crítica. 1. A. A. Makinistian (2004: 24) advierte que no se debe confun- dir tal gradación con una trayectoria evolutiva, ya que ésta es ajena al pensamiento aristotélico, en el que no se llegó a expresar “una rela- ción ancestro-descendiente entre unas formas y otras”. 2.2. Propuesta darwiniana 2. De hecho, Lamarck reconoció explícitamente este principio (Lamarck 1986: 105). 3. R. Grasa se refiere en concreto a J. Ruffié (1976), sin citar La figura de Charles Darwin es esencial a la hora de página. comprender la teoría evolutiva. Su propuesta supuso un

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 23-41 26 LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR antes y un después, ya que fue él quien asentó las ba- se pusieron de acuerdo para presentar conjuntamente la ses de las investigaciones posteriores, siendo por ello, teoría que habían descubierto en la Linnean Society de como bien comenta B. Farrington (1967: 9), una “fi- Londres (Darwin y Wallace 2006 [1842-58]: 367-391). gura central de una gran revolución en el campo del En cualquier caso, Wallace reconoció siempre la pri- pensamiento”. De hecho, tanto Darwin como Copér- macía de Darwin por haber llegado antes que él a ta- nico se tienen por los principales modificadores del les conclusiones. Por su parte, Darwin nunca dejó de lugar del hombre en la naturaleza en relación con el reconocer a Wallace como coautor de dicha propuesta pensamiento anterior a sus épocas (Reale y Antiseri teórica. A raíz de esto Darwin publicó El origen de las 1995: 336). En cuanto a las propuestas de Darwin, se especies en 1859. han citado muchas influencias cruciales. Fue receptor A la hora de explicar cómo las especies cambiaban de ideas que ya venían esbozándose con anterioridad, a lo largo del tiempo, la teoría de Darwin y Wallace de ahí que algunos hayan considerado importantes la parte de tres postulados que deben considerarse funda- lectura de su abuelo Erasmus Darwin, la de Lamarck, mentales (Boyd y Silk 2004: 19-25): 1) La capacidad las relaciones en Cambridge con su mentor el geólogo de la expansión de una población es infinita, pero la Charles Lyell, la travesía que hizo a bordo del Bea- capacidad de los hábitats para soportar a las poblacio- gle, la lectura del tratado del economista Thomas R. nes es limitada. Darwin se refirió a la competencia por Malthus, etc. Sin embargo, aun teniendo en cuenta la los recursos como la lucha por la existencia (Darwin importancia de tales influencias en su pensamiento, he- 2003 [1872]: 118-119)4. De ello se deduce que, cuando mos de considerar el interés que desde niño, en Shrews- hay más individuos en una determinada población que bury, mostró hacia la naturaleza, aficionándose a la los que pueden soportar los recursos limitados, se pro- colección de animales, plantas y minerales que estu- duce una lucha por la existencia entre los componentes diaba en un improvisado laboratorio de química que su de dicha población, con el resultado de que sólo so- hermano mayor formó en el cobertizo del jardín (Farr- brevive una parte de ellos. 2) Los individuos varían y ington 1967: 11-23). Estas aficiones harían de Darwin dichas variaciones afectan a sus capacidades de super- un gran explorador del mundo natural. Muchas claves vivencia y de reproducción. Así, Darwin sostiene que de su teoría fueron ya apuntadas antes de embarcarse “un grado elevado de variabilidad es favorable, pues da en el Beagle gracias al estudio de plantas y animales sin limitación los materiales para que trabaje la selec- domésticos (Escacena 2002a: 206). Su famoso viaje le ción […]. Las muchas diferencias ligeras que aparecen permitió más bien recopilar una rica y diversa cantidad en la descendencia de los mismos padres, o que pueden de información que corroboraba tales ideas. Fueron de presumirse que han surgido así por haberse observado tremenda importancia los datos obtenidos en el sur del en individuos de una misma especie que habitan una continente americano y en las islas del Pacífico. Darwin misma localidad confinada, pueden llamarse diferen- volvió a Inglaterra de su trayecto alrededor del mundo cias individuales. Nadie supone que todos los indivi- en 1836; sus vivencias y apuntes le hicieron reflexio- duos de la misma especie estén fundidos absolutamente nar sobre la extinción de las especies, las similitudes en el mismo molde. Estas diferencias individuales son entre fósiles y la fauna actual, así como en la rica dis- de la mayor importancia para nosotros, porque frecuen- tribución de los seres vivos en el planeta (lo que en el temente, como es muy conocido de todo el mundo, son lenguaje moderno se conoce como biodiversidad). Em- hereditarias, y aportan así materiales para que la selec- pezó a investigar para tratar de explicar las variaciones ción natural actúe sobre ellos y las acumule…” (Darwin observadas entre especies semejantes que ocupaban 2003 [1872]: 91 y 96-97). Algunos individuos tendrán diferentes lugares en los ecosistemas (como las exis- un mayor éxito que otros a la hora de alimentarse y re- tentes en Sudamérica y el archipiélago de las Galápa- producirse, con lo que se inicia un proceso de selec- gos por ejemplo). En torno a 1839 Darwin ya disponía ción. 3) A través de dicha pauta selectiva, denominada más o menos de la base de su teoría. En 1842 escribi- por Darwin selección natural (Darwin 2003 [1872]: ría un breve resumen de la misma para proseguir ela- 117), aquellas características ventajosas acordes con borándola en mayor detalle en los siguientes años. Sin embargo, en el verano de 1858 recibe desde las Islas Malucas el ensayo de Alfred Russell Wallace titulado 4. En estas mismas páginas Darwin aclara que dicha expresión On the tendency of variates to deport indefentely from ha de ser entendida “en un sentido amplio y metafórico, que incluye la dependencia de un ser respecto a otro y –lo que es más importante– the original type. Wallace había llegado a las mismas incluye no sólo la vida del individuo, sino también el éxito de dejar ideas que él trabajando de forma independiente. Ambos descendencia”.

SPAL 20 (2011): 23-41 ISSN: 1133-4525 EVOLUCIONISMOS Y CIENCIAS HISTÓRICAS: DARWINISMO VS. LAMARCKISMO EN ARQUEOLOGÍA 27 el éxito de supervivencia y de reproducción tenderán a otras en sentido absoluto, sino que todo dependería de mantenerse. En cambio, aquellas que resultan desven- las circunstancias. La evolución carecería de propósito, tajosas desaparecerán5. y lo que es favorable en un momento dado no tiene por Estos postulados se sustentan sobre cinco pilares: qué serlo en otro. 1) las pruebas aportadas por los estudios sobre la he- Las ideas de Darwin fueron acogidas por un consi- rencia y la crianza de las distintas especies de seres derable número de naturalistas; sin embargo, su pro- vivos; 2) las provenientes de la distribución biogeográ- puesta despertó una importante resistencia y críticas por fica; 3) aquellas observadas en el registro fósil; 4) las parte de destacados intelectuales del momento. En resu- que se apoyan en las comparaciones de reciprocidad midas cuentas, a Darwin se le vinieron a reprochar sus entre los distintos organismos; y 5) aquellas otras evi- planteamientos por: A) La falta de pruebas directas so- dencias que vienen de la mano de la embriología y de bre la selección natural. Hemos de tener en cuenta que la constatación de órganos vestigiales (Reale y Anti- desde el siglo XVIII hasta parte del siglo XX la concep- seri 1995: 338). ción de ciencia que se tenía era la marcada por los plan- Sin embargo, entre Charles Darwin y Russell Wallace teamientos positivistas. Los datos empíricos eran de existían una serie de diferencias que distinguen el pen- vital importancia para considerar y valorar la objetivi- samiento de uno respecto de las ideas del otro. La pro- dad de una ciencia (Mayr 1995: 61-80). El propio blemática entre ambos naturalistas gira en torno al ser Darwin era consciente de que la selección natural no po- humano. Wallace no era partidario de imbricar a los día ser observada directamente; sin embargo, en su día hombres en el análisis planteado al mismo nivel que tal respuesta no tuvo mucha aceptación. Actualmente, cualquier otro ser vivo, por considerar su intelecto fruto desde los trabajos llevados a cabo por el genetista Tho- de la actividad divina. Darwin, por su parte, y sobre mas H. Morgan con Drosophila melanogaster o mosca todo a raíz de la publicación de El origen del hombre del vinagre, se ha constatado la realidad del proceso se- (1871) y de La expresión de las emociones en los ani- lectivo. B) La falta de evidencia de formas transiciona- males y en el hombre (1872), hizo todo lo contrario6. les entre dos especies conocidas. Esto es algo que En cuanto a la propuesta de Lamarck, la teoría también se le achacó al planteamiento darwinista. En su darwiniana, aun compartiendo términos como el de momento fue una polémica que trajo de cabeza al pro- adaptación y de heredabilidad de los caracteres adqui- pio Darwin (incluso hoy en día sigue siendo un difícil ridos, postularía mecanismos distintos. Lamarck habla problema para muchos paleontólogos de marcada línea de transmisión y de respuesta directa de los organis- gradualista8). Esta crítica parte de la obsesión de los in- mos. Darwin, en cambio, habla de una variación aza- vestigadores por el registro fósil, la cual no ha permitido rosa, no orientada, aleatoria y sin dirección adaptativa; ver a muchos que los seres vivos no son solamente hue- y de una selección que opera sobre dicha variación. La sos o conchas. Sin embargo, en la actualidad se han selección actuaría sobre los individuos y con el tiempo apuntado soluciones fundamentadas en la conjugación transformaría a las poblaciones, ya que aquellos indi- de las tesis microevolutivas y macroevolutivas (Burnie viduos con caracteres ventajosos lograrían el éxito re- 2000: 133). C) La formación de órganos complejos, productivo y su descendencia sería heredera de tales rasgos. Actualmente sabemos que no existe ningún me- dicho término no se hace en su acepción vulgar, como un sinónimo de canismo que informe a los genes y les indique una di- casualidad accidental o fortuita, sino en cuanto a su definición mate- rección adaptativa para que éstos puedan modificarse mática, es decir, entendiéndose como posibilidad probabilística sobre en beneficio propio. Lamarck imprimió a su propuesta la base de un repertorio de variables dadas (Milner 1995: 56-57). Tal un carácter progresivista; Darwin, al introducir el fac- hecho fue comprendido desde un primer momento por partidarios de 7 la teoría darwiniana tales como F. Galton, W. R. F. Weldon o K. Pear- tor azar , considera que no hay variantes mejores que son (Peña 2001: 38-41). 8. “Una de las características fundamentales de la teoría original de Darwin era la de que el cambio evolutivo tuvo que haberse pro- 5. Wallace, de forma independiente a Darwin, acuñó la expre- ducido por «grados lentos e insensibles» –una progresión de cam- sión de “ley reguladora de la aparición de nuevas especies” (Delibes bios minúsculos sumados hasta producir una nueva especie al cabo 2005: 46). Sin embargo, R. Boyd y J. B. Silk comentan que, en rela- de inmensos periodos de tiempo–” (Milner 1995: 306). El gradua- ción con tales expresiones, sería más apropiada una como “evolución lismo darwinista ha sido constantemente malinterpretado en Huma- por variación y retención selectiva” (Boyd y Silk 2004: 20). nidades y Ciencias Sociales por no haberse entendido la importancia 6. Para profundizar en este tema nos remitimos al trabajo de S. del factor azar y la multidireccionalidad de la teoría darwiniana. Si- J. Gould (1994b). guen siendo muchos los especialistas, parcos en conocimiento de teo- 7. Se encuentra aquí un concepto, el de azar, que ofrece resisten- ría evolutiva, que al referirse al gradualismo de Darwin aluden a una cia de cara a su comprensión. Cuando en teoría evolutiva se emplea ortogénesis lineal, unidireccional y escalonada.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 23-41 28 LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR como el ojo o el oído. Esto fue un argumento creacio- morir Darwin, el hallazgo fortuito de la radiación por nista (aún hoy día utilizado entre diversas corrientes re- Antoine Henri Becquerel permitió replantear la edad de ligiosas) ya tratado por el teólogo inglés William Paley nuestro planeta. Pierre Curie pudo medir la cantidad de en su obra Natural theology (1802). La intención de Pa- energía emitida por el elemento radiactivo llamado ra- ley era tratar de demostrar la existencia de Dios; para dio, comprobando que era altamente elevada la emisión ello usó la analogía del relojero. Insistía en la finalidad de energía y que declinaba a un ritmo casi impercepti- que tenían los maravillosos órganos de los seres vivos. ble. Dicho descubrimiento invalidaba la propuesta de Al igual que el reloj está complejamente diseñado para Lord Kelvin. Actualmente la edad aceptada es de 4600 marcar la hora, el ojo lo está para visualizar. “¿No su- millones de años aproximadamente, más que suficiente pone esto, se pregunta Paley, la existencia de un artista, para permitir la evolución de la vida. E) La herencia maestro en su obra, familiarizado con sus materiales?”9. mezcladora. A Darwin se le planteó que el efecto de La analogía de Paley demostró ser no valida. El propio cualquier variación útil se reduciría a la mitad cada vez Darwin respondería que el ojo no era un producto ma- que su portador se reprodujera, a menos que su pareja nufacturado, sino un órgano transmitido de generación poseyera también dicha variación, con lo que al cabo de en generación por proceso de crecimiento y reproduc- algunas generaciones la reducción haría que el carácter ción, favorecido por la selección natural. Richard Daw- se fuera diluyendo hasta desaparecer. Este problema no kins trata de responder a esta cuestión aludiendo al pudo resolverlo Darwin, pues no conocía el mecanismo experimento realizado por los científicos suecos Dan o las leyes de la herencia, las cuales, curiosamente, ve- Nilsson y Susanne Pelger, quienes en un ordenador esti- nían a ser descubiertas por George Mendel, pero eran maron el tiempo requerido para la formación del ojo de desconocidas por Darwin debido a la corta difusión de un pez a partir de la piel lisa. El resultado, aun tomán- la obra mendeliana en aquel entonces. La estructura in- dose valores pesimistas para el coeficiente de variación terna de la célula no pudo ser observada hasta 1900, y para la intensidad de la selección, fue de 400.000 ge- gracias al perfeccionamiento del microscopio. A partir neraciones, es decir, si partiéramos de la idea de que los de entonces, tres investigadores llegaron de forma inde- peces no tienen ojos y de que éstos se reprodujeran a pendiente a las mismas conclusiones que Mendel. No solo una generación por año, los ojos tardarían en for- obstante, dichos científicos redescubrieron y reconocie- marse 400.000 años (cifra que puede disminuir si bara- ron la labor de Mendel, naciendo así la Genética mo- jamos valores menos pesimistas y conservadores). Este derna. El problema de la dilución o de la herencia hecho aniquila la pretensión del artista o artesano del mezcladora fue resuelto: la fertilización tiene lugar ojo si tenemos en cuenta que se han documentado hasta cuando una célula reproductora masculina (espermato- el momento entre cuarenta y sesenta tipos de ojos. Aun zoide) fecunda una célula reproductora femenina así, si se pidieran evidencias paleontológicas, Dawkins (óvulo), produciéndose una fusión de cromosomas de comenta que 400.000 años de evolución resultan ser un manera que el óvulo fertilizado tiene el mismo número periodo demasiado corto a escala geológica (Dawkins de genes de ambos progenitores, genes que emitirán las 1995). Sin embargo, los biólogos sí han podido recons- instrucciones para la formación de un nuevo individuo. truir la evolución del oído humano a partir de una es- Las células reproductoras son, por tanto, el vínculo en- tructura ósea de un pez (Panderichthys) que vivió hace tre generaciones. El cuerpo o soma es el producto de un 370 millones de años. Dicha estructura acabó por con- óvulo fertilizado, pero las células reproductivas (óvulo vertirse en oídos (Brazeau y Ahlberg 2006). Tales ele- y espermatozoide) no son producto del soma, sino del mentos óseos tenían una función completamente germen-plasma. Las generaciones de individuos pere- diferente de la actual, la de ventilar la cara y sostener la cederos no son más que una especie de refugio creado mandíbula del pez. Esto demuestra que no existe finali- por el germen-plasma para sí mismo, alcanzando, de dad alguna ni linealidad en el proceso evolutivo. D) La este modo, una especie de inmortalidad (Farrington edad de la Tierra parecía no ser suficientemente antigua 1967: 65-71). Esto implica que la concepción de la he- para la lentitud que requería la selección natural; pero rencia que se venía teniendo, la de que los caracteres ad- los cálculos llevados a cabo por Lord Kelvin (quien le quiridos se heredan, era errónea. Los caracteres dio una edad entre 20 y 100 millones de años) resultaron adquiridos, como un brazo musculoso, son atributos del ser erróneos, ya que él no pudo contar con el factor del soma, no del germen-plasma, con lo que no pueden deterioro radiactivo. En 1896, catorce años después de transmitirse a la generación siguiente. La estructura de la molécula de ácido desoxirribonucleico (ADN) es tal 9. Tomado de Farrington (1967: 41). que puede emitir instrucciones para la formación de un

SPAL 20 (2011): 23-41 ISSN: 1133-4525 EVOLUCIONISMOS Y CIENCIAS HISTÓRICAS: DARWINISMO VS. LAMARCKISMO EN ARQUEOLOGÍA 29 nuevo individuo, pero el nuevo individuo no puede en- más genérica en la que se incluye el primero. A media- viar información al germen-plasma. Una vez fertilizado dos del siglo XIX casi nadie era evolucionista, a finales el óvulo, los genes se enhebran a lo largo de los cromo- de ese siglo la mayoría de la comunidad científica de somas, siendo dicha reordenación la que hace que los Inglaterra ya lo era, pero no darwinista. Muchos de es- hijos sean distintos de sus padres pese a tener genes de tos pensadores creían en la selección natural, pero argu- ambos10. En definitiva, los genes no se mezclan unos mentaban que no era tan eficaz como Darwin sostenía, con otros de forma que se diluyan, sino que sufren un apostando por otros mecanismos. Sólo un grupo mino- proceso de reordenación, con lo que si un gen es favore- ritario venía a estar de acuerdo con los planteamientos cido por la selección natural nada impide, salvo una mu- darwinistas. Otros autores rechazaban de plano cual- tación, que se difunda entre las generaciones siguientes. quier postulado transformista, mientras otros creían F) La idea de Darwin de que el hombre descendía del que la selección natural debía combinarse con macro- mono. Se consideraba que el ser humano era singular, la variaciones (Ruse 1983: 256). máxima creación de Dios (Teología Natural). La prensa El saltacionismo fue una corriente evolutiva que amarillista de la época victoriana caricaturizó constan- ganó importancia a fines del siglo XIX, teniendo par- temente a Darwin, a modo de crítica, en forma de mono. tidarios como T. H. Huxley y W. Bateson; recibió tam- Sin embargo, Darwin en ningún momento propuso la bién el nombre de mutacionismo. Sin embargo, sería a idea de que el hombre provenía del mono, sino que am- partir de 1901 con Hugo M. de Vries cuando adquirió bas especies debieron tener un antepasado común del más popularidad en el mundo académico. De Vries pen- cual descendían (Darwin 1973 [1871]: 33-35, 59 y 89). saba que había dos tipos de variaciones: por una parte Aun así, la singularidad de la especie humana se usa por la variabilidad individual, que no puede transgredir los muchos como argumento para reconocer a Darwin límites de la especie ni en las condiciones de selección como un gran biólogo y geólogo pero como mal filósofo natural más fuertes; por otra las variaciones disconti- y humanista, sobre todo al no poder comprender el nuas, que, dadas de forma súbita y espontánea, sí eran rasgo distintivo del hombre en relación con los demás foco de especiación, es decir, de la aparición de nue- animales: sus aspectos psíquico-intelectuales y sociales vas especies. T. H. Morgan, tras investigar con la mosca (cf. Farrington 1967: 73-85 y 101-117)11. Sobre esta del vinagre, aceptaría la propuesta mutacionista como cuestión se volverá luego para que conozcamos la res- agente de la evolución (Grasa 1986: 78-80). En defini- puesta de los darwinistas en el ámbito de las Ciencias tiva, los primeros genetistas veían en las leyes de Men- Humanísticas. del una prueba de lo absurdo que era el pensamiento darwiniano, puesto que un guisante era arrugado o liso, amarillo o verde, no habiendo valores intermedios, 2.3. Propuestas posteriores a Darwin siendo las variaciones discontinuas las que originaban especies. A partir de la década de los 70 del siglo XX Las propuestas de Darwin tuvieron muy poca acep- Niles Eldredge y Stephen Jay Gould cuestionaron nue- tación a nivel social y entre los eruditos del momento. vamente la tesis de que la macroevolución fuera el re- Antes de proseguir, cabe anotar la diferencia conceptual sultado de la microevolución. Fundamentándose en el entre darwinismo y evolucionismo: el primer concepto registro fósil se apoyaron en la idea de que la evolu- teórico encierra con peso la acción de la selección natu- ción avanza a saltos. Tal proposición se ha venido co- ral; el segundo, en cambio, se trata de una concepción nociendo como el equilibrio puntuado. Se basaron en la aparición de especies instantáneas como la desapa- rición súbita de un molusco de agua dulce en las costas 10. Otro factor de cambio es la mutación. Un gen concreto puede reproducirse durante centenares de generaciones sin sufrir africanas en 1980 y la aparición de nuevas especies que cambio alguno, pero en un momento dado puede sufrir un cambio re- le sustituyeron. Comenta David Burnie que en principio pentino, lo que se conoce como mutación, emitiéndose una informa- no se trata de una propuesta antidarwinista, como mu- ción diferente para la formación del individuo para aquella parte de chos han creído ver: significa que existen amplios pe- la que el gen es responsable. 11. Farrington establece dos fases en la evolución humana: riodos de tiempo donde hay equilibrio macroevolutivo 1) La evolución biológica por selección natural y 2) La evolución (estasis) antes de que se dé un salto que tienda a la es- psicosocial (que, en su opinión, es lo que diferencia al hombre del peciación; mientras tanto se irían produciendo peque- resto de los animales). Esta última vendría a entenderse sobre la base ños cambios microevolutivos (Burnie 2000: 132-133). del lamarckismo y no del darwinismo, hecho comprensible si se tiene en cuenta que el pensamiento marxista del autor tiende a politizar sus El neolamarckismo es una tendencia evolucionista investigaciones en función de unos fines concretos. que se reclama heredera de los postulados teóricos

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 23-41 30 LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR de Lamarck. Incluye entre sus preceptos la hereda- genética para que la selección natural actuara sobre ella. bilidad de los caracteres adquiridos. Dentro del neo- El zoólogo alemán se opuso firmemente a los plantea- lamarckismo encontramos distintas posiciones. El mientos neolamarckistas. Para ello cortó la cola a va- geoffroísmo, por ejemplo, otorga al medio ambiente el rias generaciones sucesivas de ratones recién nacidos y papel como motor del cambio. Por otra parte, las teo- comprobó que todos los ratones nacían con su cola, sin rías ortogenéticas, ya esbozadas por Cope, Nagëli y Ei- que se hubiese transmitido el carácter adquirido (Maki- mer entre otros, dan importancia motriz a las fuerzas nistian 2004: 158). Weismann rechazaba todo principio mentales (la consciencia), lo que implica una tendencia ortogénico y demostró que era el genotipo el que marca finalista, una linealidad evolutiva u ortogenética.- Re una gama de posibilidades fenotípicas. Uno de sus dis- cientemente, científicos prestigiosos como P. P. Grassé cípulos, S. Butler, llegó a afirmar en relación a la po- y P. Wintrebert han negado el papel del azar y de la mu- lémica del huevo y la gallina que “la gallina no es más tación en el proceso evolutivo, sosteniendo que éste es que el sistema que tiene un huevo de hacer otro huevo” ordenado y progresivo (Grasa 1986: 80-81 y 107-109); (Lacadena 2003: 5). sin embargo, en sus respectivos discursos se aprecian La consideración de los datos de la Genética y de prioridades religiosas por encima de sus labores cientí- la teoría de la selección natural dio origen a la Gené- ficas. Este hecho nos permite entender por qué el evolu- tica de poblaciones, que constituyó la base de la síntesis cionismo de orientación lamarckista no ha ocasionado evolutiva13. La evolución plantea un doble problema: tanto rechazo entre los sectores religiosos y los huma- hay que explicar por una parte la progresiva transfor- nistas antropocéntricos. Detrás de dicho ordenamiento mación de las especies (microevolución), pero también los primeros ven la mano divina (Makinistian 2004: hay que comprender cómo una especie da paso a otra 71-72; Templado 1974: 32), los segundos las intencio- ante la interacción ecológica (macroevolución). La sín- nes de un endiosado animal capaz de dirigir su propia tesis evolutiva se formuló inicialmente entre los años evolución. Lamarck, en la novena edición francesa de treinta y cuarenta del siglo XX de la mano de Theodo- la Philosophie zoologique, llegó a decir: “Un savant cé- sius Dobzhansky, Julian Huxley, E. Mayr, G. Simpson lèbre (Lavoisier, Chimie, tom. I, p. 202) a dit, avec rai- y B. Rensch; teniendo un posterior desarrollo y afian- son, que Dieu, en apportant la lumière, avoit répandu zamiento a partir de los años cincuenta. La variación sur la terre le principe de l’organisation, du sentiment continua (microevolución) fue fácil de explicar gracias et de la pensée” (Lamarck 1830: 81). a los cálculos biométricos y al reparto de las frecuen- Se suele decir que el neodarwinismo12 es la suma ar- cias de variaciones en una curva de Gauss, siendo las mónica de los trabajos de Darwin y de Mendel; sin em- variaciones extremas menos frecuentes que las medias. bargo, una vez redescubiertas las leyes de Mendel éstas Esta solución fue dada por R. A. Fisher, y sería la base no tuvieron por objetivo respaldar la propuesta darwi- de la Genética de poblaciones, sobre la que luego traba- niana; los primeros genetistas apreciaban sus trabajos jarían otros científicos. Se dedujo que, pese a ser el gen de laboratorio como una nueva línea teórica. Fueron la unidad de transmisión, conservación y mutación, la los trabajos del zoólogo alemán Auguste Weismann los unidad selectiva era el individuo; sin embargo, la uni- que, a partir de 1882 (Mayr 1995: 130-142), empezaron dad de evolución no era el individuo, sino la población a aplicar, en cierto sentido, el mecanismo mendeliano a que comparte determinado genoma. El darwinismo se las propuestas darwinistas. Weismann ya postuló que refinaría y saldría ganando con ello. La síntesis evolu- la selección natural actuaba sobre unas partículas de- tiva establece tres tipos de criterios selectivos: A) la nominadas determinantes (lo que en lenguaje moderno selección normalizadora (produce constancia en la po- conocemos como genes) a través de las células sexua- blación); B) la selección direccional (produce cambio les (el germen-plasma o plasma germinal). Gracias a directo continuo); y C) la selección disruptiva (produce dicha propuesta se descartó la herencia de caracteres adquiridos: era la recombinación cromosómica, el lla- mado crossing over, lo que proporcionaba variabilidad 13. Normalmente se encuentra en la literatura referencias a la teoría sintética de la evolución. Quizás sería preferible usar la ex- presión Síntesis Evolutiva, acuñada por Julian Huxley en 1942 a de- cir de Mayr (1995: 144), ya que no se trata de una nueva teoría sino 12. Es frecuente que se emplee incorrectamente la palabra neo- del acercamiento de genetistas y naturalistas para el refinamiento de darwinismo como término genérico para hacer alusión a toda la Bio- sus respectivos trabajos. El resultado de tal aproximación “supuso logía del siglo XX, incluyéndose la combinación con la Genética una reafirmación de la formulación darwiniana de que todo cambio poblacional de la década de 1930 y que dio origen al fenómeno cono- evolutivo se debe a la fuerza directriz de la selección natural ejercida cido como la Síntesis Evolutiva (Milner 1995: 471). sobre una variación disponible en abundancia” (Mayr 1995: 149).

SPAL 20 (2011): 23-41 ISSN: 1133-4525 EVOLUCIONISMOS Y CIENCIAS HISTÓRICAS: DARWINISMO VS. LAMARCKISMO EN ARQUEOLOGÍA 31 diversificación y favorece la macroevolución). El que que estas áreas de conocimiento han asumido los prin- se produzca un tipo de selección u otra depende de las cipios darwinianos sólo para explicar la evolución de relaciones habidas entre la población y el entorno. Para los caracteres fisiológicos, manteniendo los postulados que se produzca un cambio evolutivo ha de haber cierto de tradición lamarckista para entender la evolución de polimorfismo genético, fruto de las mutaciones genéti- la conducta y de la cultura, obviando tanto la obra ge- cas y las recombinaciones cromosómicas, cierto aisla- neral del mismo Darwin como las aportaciones de la miento reproductivo y presión selectiva. A la hora de Nueva Síntesis en las últimas décadas del siglo XX. explicar el proceso macroevolutivo existen diversas posibilidades: la especiación geográfica, la especiación por saltos, la especiación paratrápica (rápido proceso 3.1. Darwin y el hombre que implica a pocos individuos de una población) y la especiación parasitoipátrica (limitada a parásitos fitófa- Charles Darwin, en su obra El origen del hombre, gos y zoófagos). dedicó un primer capítulo a la estructura física y a la conducta fisiológica de Homo sapiens y de otros ani- males. En el segundo capítulo, pasaría a comparar las 3. INFLUENCIA DE LAS TEORÍAS facultades mentales del hombre y de los demás simios, EVOLUTIVAS EN HUMANIDADES concluyendo en la falta de diferencias fundamenta- les. El tercer apartado de su obra queda dedicado a si- Los pensadores darwinistas suelen comentar que en tuar los aspectos morales, la inteligencia, los sentidos los libros y manuales clásicos de evolución siempre se e intuiciones y las diversas emociones y facultades: el dedica un último apartado al hombre, lo cual no deja amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la imita- ser reflejo de la linealidad evolutiva que aún pesa so- ción, la razón, etc. Las analiza bajo la criba de la se- bre nuestro pensamiento. Cuando nos adentramos en el lección natural, no siendo particularidades exclusivas corpus teórico de esta corriente caemos en la cuenta de de la humanidad. Es en la cuarta parte donde mues- que desde la misma se sostiene que el ser humano no tra cómo la selección natural actúa tanto en la socie- ha dejado de ser un animal más y que sus peculiarida- dad humana como en las características somáticas de des caben ponderarse al mismo nivel que las de cual- sus miembros. Dicho argumento se prolongará en los quier otro ser vivo. El hecho de dedicar parte de este capítulos cinco, seis y siete, donde la selección natu- trabajo a la aplicación del darwinismo al conocimiento ral se extiende sobre el carácter civilizado y religioso sobre nuestra especie, y no a cualquier otra, no se debe del ser humano. En resumen, vemos cómo Darwin in- para nada a lo anotado, sino a razones de otro carác- tentó extender su propuesta teórica a nuestra especie ter, definidas por los objetivos y la razón de ser del pre- tanto en el plano somático como en el cultural. Esto sente trabajo. fue algo muy criticado en su época y aún hoy en día. Constituye un error el hecho de defender la imper- Tal y como comenta Richard Alexander, sigue siendo meabilidad de las distintas áreas disciplinares bajo el un hecho notablemente criticado por filósofos y per- afán de legitimar la autonomía y la consolidación aca- sonas que anteponen sus ideales religiosos a la cien- démica de las mismas. Lejos de estas posiciones, que cia (muchos científicos que han apostado por la tan llevan por ejemplo a diseccionar la Arqueología de la polémica propuesta del Diseño Inteligente quedarían Historia, las distintas ramas del saber han ido bebiendo aquí englobados). R. Dawkins coincide con Alexan- de un entramado general de teorías del conocimiento der al comentar que “la filosofía y las materias conoci- (epistemología), al cual, a su vez, han ido contribu- das como “humanidades” todavía son enseñadas como yendo desde sus respectivos campos de estudio. Pre- si Darwin nunca hubiese existido” (Dawkins 2006 cisamente ha sido en el seno de la Biología donde más [1976]: 2). J. L. Escacena nos matiza que por lo ge- ampliamente se ha reflexionado sobre la teoría evolu- neral Darwin ha sido dividido en dos partes: la pri- tiva en los últimos trescientos años, irradiando dicho mera es la explicación darwinista para la evolución debate hacia las denominadas Ciencias Sociales o Hu- somática, la segunda supone en realidad un rechazo al manas. Deberíamos recordar sin más la estrecha vincu- abordar la evolución de la conducta y la cultura desde lación que la Prehistoria tuvo respecto a las Ciencias presupuestos no darwinistas. Esta visión se ha prodi- Naturales durante el siglo XIX (Alcina 1989: 16-18; gado entre las Ciencias Sociales y Humanísticas (Es- Fernández Martínez 2000: 28-32). Aquí se defiende la cacena 2002a: 205 y 225). Esto es así porque se parte tesis de J. L. Escacena (2002a: 205 y 225) al entenderse de la idea de que el ser humano es un animal distinto,

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 23-41 32 LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR que su inteligencia le diferencia del resto de seres vi- 3.2. La Sociobiología vos hasta el punto de poder desarrollar la artificia- lidad. Por tomar un ejemplo que ilustre el tema nos La Sociobiología es una estrategia de investiga- remitimos a nuestra nota 11, referente a la obra de Fa- ción que analiza las diferencias y semejanzas sociocul- rrington. La crítica que este autor hace se puede re- turales en función de la selección natural, ya que ésta sumir en los siguientes puntos: 1) En El origen del favorece los caracteres conductuales y culturales que hombre Darwin puso de manifiesto el ser un mal filó- propician la difusión de los genes de los individuos sofo y humanista. 2) El hombre tiene unas capacida- con base en la reproducción. A esto se le ha llamado des intelectuales superiores a las de cualquier animal; principio de eficacia biológica inclusiva (Harris 2004: su conducta no se basa en instintos, sino en propósi- 630-631). Aquellos rasgos conductuales y culturales tos conscientes; y la complejidad que desprenden las que maximicen el éxito reproductivo serían favoreci- sociedades humanas está muy por encima de la apre- dos por la selección natural y se conformarían como ciada en otros seres sociales. 3) El lenguaje pertenece la norma o moda matemática dentro de dicha pobla- al dominio de la mente y no del instinto. La importan- ción (Ruse 1989: 24-25). En este aspecto, críticos como cia del lenguaje es tal que sin él no habría sociedad, ta- Marvin Harris han argumentado su discrepancia soste- reas organizadas, ni fines comunes.4) Su vida cultural niendo que los seres humanos no siempre buscan incre- se transmite por la práctica educativa de generación en mentar el éxito reproductivo, hecho que, por ejemplo, generación y no por vía biológica. y 5) El hombre ha caracteriza a las clases medio-pudientes en las actuales estado conscientemente comprometido en la modifica- sociedades industriales. Sin embargo, los partidarios de ción del medio natural hasta el punto de que su hábi- la Sociobiología han venido matizando que lo que im- tat es obra suya. La respuesta del darwinismo a estas porta de cara a la selección natural no es la calidad de seis críticas se irán resolviendo junto a otras cuestio- vida, sino la cantidad de vida. Además, habría que te- nes; se debe decir que los planteamientos arriba ex- ner en cuenta el costo o esfuerzo acorde con las distin- puestos, y que suelen ser frecuentes en los estudios tas situaciones15. humanísticos, se caracterizan por un profundo antro- Los partidarios de la Sociobiología son herede- pocentrismo que ha impedido estudiar a las sociedades ros de la Síntesis Evolutiva. Fue a partir de la década humanas con perspectiva científica: el animal humano de 1960 cuando una serie de estudiosos como Boul- es simplemente un ser vivo más, y tanto su conducta, ding, Georgescu-Roegen, Scott, Haldane y Wilson en- en gran parte cultural, como sus caracteres somáticos tre otros empezaron a caminar en este campo. En 1975 cambian según las leyes de la Física, de la Química y E. O. Wilson dio un paso más allá con su publicación de la Biología, y del mismo modo que un científico Sociobiología: la nueva síntesis, considerada por mu- puede estudiar a cualquier otro ser vivo en sus aspec- chos estudiosos el origen de la Sociobiología. Poste- tos somático, cultural y conductual, también podemos riormente otros autores se irían sumando al campo hacer una interpretación científica del animal humano. sociobiológico: Trivers, Alexander, Dawkins, Barash Una de las atribuciones con intención crítica que se le y Fox son claros ejemplos de ello. La idea marco del ha hecho al darwinismo es su asociación a ideologías pensamiento de Wilson es la de crear una Biología con- políticas capitalistas e incluso racistas. Sin embargo, temporánea que englobe Ciencias Sociales y Biológi- tales reproches carecen de una sólida base pues se ha cas, que abarque desde el estudio de las bacterias hasta venido confundiendo el llamado darwinismo social14 el del ser humano sobre la base de disciplinas como la con el análisis darwinista de la sociedad. Biología evolutiva, la Genética, la Bioquímica, la Eto- logía, la Antropología, la Psicología, la Sociología, etc. 14. La cuestión del darwinismo social no será tratada aquí con la Dentro de la Sociobiología coexisten diversas pos- profundidad que merece. En cualquier caso, cabe anotarse que es una turas que en ocasiones tienden a mezclarse entre sí corriente de pensamiento que nace sobre todo a partir de los trabajos (Grasa 1984: 124-126). El determinismo biológico ha de Herbert Spencer (siendo por esto más correcta la denominación de causado un gran temor y rechazo dentro del marco de spencerismo) y de la que se nutren diversos ideólogos para explicar el comportamiento social, justificando ciertas líneas políticas desde los estudios humanísticos, hecho que puede achacarse un plano biologicista. El spencerismo bebe directamente del lamarc- kismo: evolución social como proceso evolutivo progresista, unili- neal y ascendente a través de distintas fases, siendo los estadios so- 15. La Ecología, y otras disciplinas inspiradas en el análisis bio- ciales superiores más aptos que los inferiores. Para un darwinista la lógico, emplean para ello los modelos comparativos de reproducción evolución no tiene sentido ni fin alguno, ni tampoco sirve de instru- y de selección denominados estrategias K y r (Boyd y Silk 2004: mento político (cf. Harris 1996: 105-117). 195-223; Escacena 2005: 197).

SPAL 20 (2011): 23-41 ISSN: 1133-4525 EVOLUCIONISMOS Y CIENCIAS HISTÓRICAS: DARWINISMO VS. LAMARCKISMO EN ARQUEOLOGÍA 33 a las inclinaciones éticas y políticas de muchos investi- cuatro tendencias. Antes de enumerarlas deben acla- gadores. A día de hoy la cosa parece no estar tan clara rarse una serie de cuestiones previas. Aunger y otros como los críticos la veían años atrás, pues se han ve- tantos pensadores evolucionistas suelen distinguir la nido descubriendo hechos que corroboran el determi- Sociobiología como una entre dichas líneas interpreta- nismo genético al que se ve sujeto el comportamiento y tivas. Aquí se coincide más con la reflexión de R. Grasa la cultura, lo que vendría a afirmar el posicionamiento (1986: 124-126), pues se entiende a ésta en su ampli- monista de la Sociobiología (que sostiene que lo somá- tud como una nueva síntesis biológica en la que caben tico y lo conductual no son dos cosas separadas e in- distintos campos de estudio y distintas matizaciones terrelacionadas, sino que se tratan de dos caras de una bajo un único paraguas macroteórico, el darwiniano. Se misma moneda). Ejemplo de ello es el hallazgo de la comparte, con ello, la idea wilsoniana de la consilience química cerebral de las experiencias religiosas (Carter o confluencia del conocimiento (Wilson 1999). Debe 1998: 13; Rubia 2004:159-193) y del gen VMAT2 o decirse también que, lejos de guardar grandes contra- gen de dios (Hamer 2006: 98-121). Una particular pro- dicciones entre sí, cada uno de estos enfoques ha apor- puesta sociobiológica de gran aceptación, pese a sus- tado nociones conceptuales y analíticas de las que se citar polémicas entre sus detractores, es la de Richard han nutrido los demás, existiendo un refinamiento mu- Dawkins. Este etólogo británico sostiene que la cultura tuo en cuanto a planteamientos para solventar escollos entra dentro de la naturaleza de los seres vivos que la y problemas prácticos que se han ido presentando al ca- desarrollan (rechazándose así el concepto artificial). Lo lor de la crítica. Por tanto, las divergencias no resultan cultural sería una proyección adaptativa del sistema re- en última instancia tan acentuadas como en principio productor (Escacena 2002a: 217 y 219). Se defiende pudieran parecer. El más reciente de estos postulados, que la cultura no es exclusiva del hombre, aun siendo la Memética, ha sido por lo general presentado en la de gran importancia la transmisión cultural en el desa- bibliografía al uso en la vertiente que aquí denomina- rrollo evolutivo de éste. J. L. Escacena (2002a: 211) mos bajo el adjetivo de dualista. En la breve exposición comenta que la mayoría de la gente cree que lo que dis- que a continuación se hará se distinguirá también una tingue a los animales del ser humano es que los prime- Memética que podemos entender como monista. Dicho ros actúan por instinto, que no piensan y que carecen todo esto, sólo queda comentar estas cinco variantes in- de la capacidad de comunicarse mutuamente múltiples terpretativas: sensaciones y estados anímicos. El que se tienda a pen- 1) Las primeras reflexiones sociobiológicas plan- sar así es reflejo de un distanciamiento entre las per- teaban una determinación genética de la conducta, es sonas de a pie y los biólogos, puesto que los últimos decir, se esgrimía que el comportamiento está direc- han podido demostrar cómo hay especies de seres vi- tamente codificado por grupos de genes (Grasa 1986: vos que, como los delfines o los chimpancés, son racio- 124-125). La selección natural actúa sobre el geno- nales y capaces de transmitir sensaciones y emociones tipo, y por tanto también sobre los rasgos conductuales (Darwin 1973 [1871]: 14); que otras especies, como las y culturales (que adquieren una categoría fenotípica) abejas y los pájaros, poseen complejos sistemas comu- al beneficiar a unos genes en detrimentos de otros de nicativos (Aceña 1990: 20-24); las hormigas además cara a la maximización de la eficacia biológica (Aun- de tener una estructura social jerarquizada y haber de- ger 2004: 48). Si bien es cierto que existen conjuntos sarrollado vínculos de especialización económica, son de genes que regulan reacciones fisiológicas sobre las agricultoras de hongos y ganaderas de pulgones (Dia- que pivotan actitudes conductuales y culturales (cf. Ha- mond 1994: 239-253); así como árboles que tienden a mer 2006: 98-121), resulta excesivo pensar que todos absorber gran parte de los nutrientes del suelo donde los caracteres extrasomáticos quedan sometidos al con- crecen, desecando su entorno próximo y eliminando la trol exclusivo de estos replicantes. competencia de las «malas» yerbas (Ceccon y Martí- 2) La Psicología evolucionista16 es la combinación nez-Ramos 1999: 355-356); ni que decir de los castores entre los estudios cognitivos y la biología darwiniana constructores de presas (Ceña et al.2004: 91-95) y de (Sánchez Cánovas 2002: 22-23). Han sido numerosas los topos que hacen sistemas de túneles bajo tierra, así como de las aves que construyen casas para anidar, etc. R. Aunger (2004: 39-81) ha expuesto una síntesis 16. En la obra de Aunger (2004: 50) el término empleado es sobre las distintas posiciones biológicas actuales que el de “psicología evolutiva”, posible error en la traducción al caste- llano de Evolutionary Psychology que puede conducir a confusiones existen de cara a la interpretación de los fenómenos con- puesto que se trata de un área de conocimiento y no de un programa ductuales y culturales. Este autor distingue básicamente de investigación, como es el caso de la psicología evolucionista.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 23-41 34 LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR las aportaciones de los psicólogos evolucionistas a esta fracaso evolutivo es la presión selectiva. El proceso de área de estudio. Aquí nos interesa destacar las noveda- variación y retención selectiva es impredecible y no di- des que han aportado a nivel teórico para la compren- reccional, con lo que las intenciones tienen poco que sión del comportamiento y de la cultura. Piensan que aportar al respecto. Para los seleccionistas culturales el el cerebro es un órgano complejo formado por la selec- pensamiento poblacional juega un factor decisivo ya ción natural y dotado de unas estructuras innatas uni- que los rasgos culturales funcionales aumentan o dis- versales que permiten poner en marcha, a partir de la minuyen su frecuencia dentro de una población dada en toma de decisiones previas, una serie de conductas des- relación a su contribución a la eficacia biológica o fit- tinadas a la adaptación más que a la maximización del ness, es decir, aquellas variaciones culturales que pro- éxito biológico. Tanto los críticos externos como los pician aumentos demográficos son beneficiadas por la darwinistas de otras posturas han puesto de manifiesto selección natural, y aquellas otras que lo hacen en un lo problemático del hecho de partir de unos esquemas menor grado o van en detrimento de la cantidad de vida psíquicos universales, ya que no permiten explicar con tienden hacia los extremos en una campana de Gauss. coherencia la diversidad conductual y cultural. Los psi- Los meméticos dualistas han cargado contra los plan- cólogos evolutivos comentan que el conocimiento de- teamientos seleccionistas por la dependencia coevolu- sarrollado o adquirido mediante el intercambio de tiva que la cultura mantiene respecto a los genotipos, información responde a cuestiones adaptativas matiza- no concibiéndose a las unidades culturarles como ver- das por las circunstancias ecológicas. Pero desde este daderos replicantes (Blackmore 2000: 64-67). último principio no se pueden entender los casos de po- 4) La Memética dualista. R. Dawkins (2006 [1976]: blaciones distintas que viven en un mismo nicho ecoló- 251) acuñó, como complemento del concepto de gen, el gico y que tienen tradiciones conductuales y culturales término de meme para aludir a la unidad mínima de re- diferentes. Estos teóricos tienen en común con los so- plicación cultural17. Los memes pasan de un cerebro a ciobiólogos de la primera etapa el hecho de conside- otro mediante la copia o imitación. Al igual que ocu- rar a los genes como los replicadores que al fin y al rre con los genes, la fidelidad de la copia memética se cabo explican la respuesta conductual y cultural (Aun- hace casi imposible en cuanto a las infinitas posibili- ger 2004: 62). dades de recombinación así como los casos de error o 3) El Seleccionismo cultural se trata de una tenden- mutación memética. Los distintos memes compiten en- cia darwiniana que trata de explicar la evolución cul- tre sí, independientemente de la calidad de vida de sus tural y genética a partir de modelos coevolutivos. Se portadores, para lograr un espacio en los cerebros, me- considera lo cultural dentro del marco biológico y no dios de comunicación, libros, bibliotecas, etc. La Me- como algo aparte, puesto que se ve sometido a proce- mética plantea igualmente un modelo de trasmisión sos de variación, de herencia y de selección. Sin em- cultural que combina tanto procesos diacrónicos como bargo se le da, en parte, carta de naturaleza propia al sincrónicos (Escacena 2005: 192). Dawkins ya planteó entenderse que el bagaje cultural es adquirido mediante la posibilidad de que si bien los memes eran unidades enseñanza o imitación. Si en el mundo de lo somático de evolución, estos podían replicarse en grupos. Estos los genes son las unidades replicadoras y el fenotipo su conjuntos de memes coadaptados han recibido recien- expresión, en el mundo de la cultura los replicadores temente la denominación de memeplexes (Blackmore vienen dados por un conjunto de ideas que conforman 2000: 51). La Memética de Dawkins ha tenido, dentro una especie de receta, siendo el fenotipo cultural la de lo que cabe, buena acogida entre los investigadores puesta en marcha de sus instrucciones y la materializa- darwinistas, siendo desarrollada por investigadores de ción de las mismas. La cultura varía y se trasmite tanto distintas áreas de conocimiento y dando lugar a revis- de forma vertical (de generación en generación) como tas como Journal of Memetics. Evolutionary Models of horizontal (de individuo a individuo). Los críticos han Information Transmission. Aún debe enfrentarse a pro- visto en la transmisión cultural sincrónica el argumento blemas como estrategia de investigación incipiente, ta- vertebrador para sostener que la evolución cultural es les como la rigurosa comprensión de los mecanismos lamarckiana, al ceñirse al postulado de la herencia de de copia o el alojamiento físico de los memes (Black- los caracteres adquiridos. Desde el darwinismo actual more 2000: 97-98). ¿Por qué hemos iniciado este suba- se acepta tanto a nivel genético como conductual-cul- partado bajo el título de “Memética dualista”? La línea tural el intercambio de replicantes dentro de los proce- sos de reproducción y variación (cf. Margulis y Sagan 17. La palabra meme “deriva de un término griego que significa 2003: 36-40); sin embargo, lo que asegura el éxito o el «aquello que es imitado»” (Aunger 2004: 29).

SPAL 20 (2011): 23-41 ISSN: 1133-4525 EVOLUCIONISMOS Y CIENCIAS HISTÓRICAS: DARWINISMO VS. LAMARCKISMO EN ARQUEOLOGÍA 35 abierta por Dawkins y sus seguidores más fieles parte de fecundidad, etc. El éxito o el fracaso es siempre cir- de la base del meme como autorreplicante, es decir, le cunstancial, el azar queda de fondo y las probabilidades confieren autonomía evolutiva respecto a los genes18. pueden cambiar. El meme o memeplex que en un con- Los memes, también egoístas, compiten por hacerse un texto dado es un buen replicante, en una situación dife- hueco en las limitadas memorias independientemente rente puede fracasar. “La selección multinivel implica del beneficio o prejuicio que puedan aportar a los ge- la posibilidad de que un rasgo sea favorecido a un ni- nes: su objetivo primero es perpetuarse a toda costa. Se vel pero seleccionado en contra en otro” (Soler 2003: establece así una disyuntiva entre lo genético y lo me- 80). Desde la Memética monista se trata de no caer en mético. En el siguiente punto se explicarán una serie el error de los primeros genetistas, quienes vieron en de matizaciones hechas a la Memética dualista sobre la su disciplina una teoría o ciencia en sí misma y se limi- misma base del pensamiento darwiniano. taban a explicar cómo los genes se replican. Tenemos y 5) La Memética monista. Puede considerarse la que preguntarnos también por qué se replican, y es en aceptación desde el Seleccionismo de las líneas gene- esta cuestión donde la selección natural darwiniana co- rales de la Memética, sin dar de lado a aportaciones de bra fuerza explicativa y la Memética sentido evolutivo. las otras tesis sociobiológicas. ¿En qué se diferencia, por tanto, de la anterior? Los partidarios de esta revi- sión proclaman que tanto Dawkins como sus herederos 4. EVOLUCIONISMOS Y ARQUEOLOGÍAS meméticos han caído en el error del dualismo cuerpo/ mente. Esto les hace separar el cuerpo de la conducta y En los apartados anteriores se ha puesto de mani- de la cultura, considerando a los memes como un repli- fiesto la diversidad de corrientes evolucionistas que cante autónomo por méritos propios. Todo pivota sobre han venido desarrollándose, incluso antes de Darwin, una trampa impuesta por la capacidad de autoconcien- hasta la actualidad; enfoques que se han aplicado tanto cia del cerebro a la Filosofía. El cerebro ha engañado al animal humano como al resto de seres vivos. En este a la Filosofía. Es imposible dar credibilidad científica a apartado se abordará concretamente la influencia que la existencia de una nube de memes independientes de- las principales vías evolucionistas (el lamarckismo y el seando competir entre ellos para infectar un número re- darwinismo) han tenido dentro del pensamiento histó- ducido de cerebros y de medios de comunicación. Los rico y arqueológico. Se ha de volver a recordar que la memes no existen al margen de los cerebros, del cuerpo amplia mayoría de las posiciones teóricas ha aceptado en general, sino que son su resultado. Bajo esta óptica la propuesta darwinista para explicar los cambios del sí podemos considerar la conducta y la cultura como el cuerpo, pero a la hora de entender la evolución cultural fenotipo extendido. Así, los genes emiten instrucciones ha abandonado el darwinismo a favor de otros enfoques para desarrollar un fenotipo capaz de soportar un feno- teóricos que, precisamente, beben directa o indirecta- tipo extendido semiautónomo. Se entiende con ello que mente del evolucionismo lamarckista (pese a usar, en los replicantes meméticos constituyen una estrategia de ocasiones, términos de corte darwinista). los genes para replicarse. En la fase de replicación y variación los memes son autónomos, pero en la fase de selección no lo son, puesto que la criba de la selección 4.1. Lamarck y la Arqueología natural es incapaz de distinguir entre el genotipo, el fe- notipo y el fenotipo extendido. Por tanto, existe una in- La mayoría de las propuestas teoréticas de las que terrelación intensa a este nivel respecto a los genes. El se nutre la Arqueología a nivel interpretativo han be- hecho de que en la fase de la replicación19 se adquie- bido más de Lamarck que de Darwin. Se ha dicho que ran unos conjuntos de memes y no otros lleva a pensar el enfoque lamarckista viene muy bien para explicar en la existencia de varios niveles de presión selectiva. los cambios culturales, puesto que permite comprender Es decir, la selección natural beneficiará a unos memes cómo la herencia cultural se transmite por aprendizaje sobre otros en función de una serie de criterios como de una generación a otra (Querol 2001: 35). Se comen- el de la longevidad, la fidelidad de copia, el potencial tarán brevemente los casos del denominado evolucio- nismo del siglo XIX, del historicismo, del marxismo, del procesualismo, del estructuralismo y del postpro- 18. Aunque tampoco rechazan interacciones entre ambos repli- cesualismo. cadores para determinados casos. 19. Transmisión de la información modificada por recombina- La influencia que los historiadores y arqueólogos ción, mutación, etc. del siglo XIX han tenido sobre las tendencias teóricas

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 23-41 36 LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR contemporáneas en sus disciplinas ha sido de gran re- (los cambios) debía ser la respuesta a dicho escalona- levancia. Los esquemas evolutivos que éstos asumie- miento. B) La unidireccionalidad y la teleología. Cada ron (los lamarckianos) eran los de mayor aceptación en escalón cultural constituye un estadio evolutivo. Existe la ciencia de dicha centuria, en la que todavía no exis- en la humanidad cierta unidad psicológica (cualidad in- tía una clara línea divisoria entre los trabajos de los na- telectual o racional) que hace que todas las sociedades turalistas y de los primeros prehistoriadores. Piénsese vayan progresando desde los estadios más simples ha- por ejemplo en las colecciones de artefactos prehistóri- cia los estadios más complejos en una constante bús- cos que en muchos museos de Ciencias Naturales deci- queda de las mejoras de las condiciones de vida. C) La monónicos se custodian. Inspirándonos en el trabajo de aparición consciente de rasgos culturales y la heren- V. Scheinsohn (2009), podemos explicar la trascenden- cia de los caracteres adquiridos. Las innovaciones que cia que sus postulados tuvieron para las generaciones las sociedades van inventando se heredan y perfeccio- posteriores acudiendo al fenómeno denominado efecto nan de generación en generación. Se plantea también fundador. Desde la autoridad de sus cátedras univer- la existencia de distintos ritmos evolutivos (hecho que sitarias y la escasa bibliografía del momento inyecta- explica la gradación de la línea evolutiva), lo cual hace ron el lamarckismo en Arqueología. Los discípulos, por coexistir a pueblos que se encuentran dentro de la van- lo general más jóvenes y cada vez más especializados guardia cultural con otros pueblos más atrasados. Tales en temas históricos y arqueológicos y menos en teoría estadios inferiores pueden heredar de los estadios más evolutiva, asumieron los planteamientos de sus maes- altos caracteres culturales (difusión) que permiten ir tros sin apenas cuestionarlos. El efecto fundador vino adquiriendo complejidad y ascender progresivamente dado dentro de una población académica con un nú- hacia horizontes superiores. mero reducido de individuos al comienzo. El riguroso En este contexto teórico hemos de situar la sistema- control de las instituciones y de las revistas de investi- tización y caracterización cronológica de los materia- gación como medios de perpetuación de ideas ha be- les del Museo de Antigüedades de Copenhague llevada neficiado el lamarckismo arqueológico al resignarse a a cabo en 1834 por C. J. Thomsen, dando ello lugar aceptar explicaciones darwinianas para analizar el com- a su famoso Sistema de las Tres Edades: la Edad de portamiento y los fenómenos culturales en las socie- la Piedra, la Edad del Bronce y la Edad del Hierro. A dades humanas. Por ello han tenido mayor aceptación partir de este trabajo J. Lubbock acuñó el término Neo- aquellos estudios abordados desde posturas mentalistas lítico en su obra Prehistoric times (1865). Con tal pala- y adaptacionistas, pues parten del axioma del control bra, que significa piedra nueva, se quería distinguir un humano sobre el pasado, el presente y el futuro. Este cambio significativo en la fabricación del utillaje res- hecho hace al lamarckismo más goloso y atractivo en pecto a la anterior etapa de la piedra vieja o Paleolítico, un proceso de competencia de ideas, pero no por ello una permuta que tuvo como consecuencia importantes más correcto desde el punto de vista científico. La pro- modificaciones en los modos de vida (la producción de pia selección natural ha ido en contra de los darwinistas alimentos) (Bernabeu et al. 1994: 19-20). Otro claro en Humanidades, favoreciendo el antropocentrismo de ejemplo de tal enfoque teórico se ve reflejado en la obra sus contrincantes. ¿Por qué defendemos que el evolu- del norteamericano Lewis Henry Morgan, titulada An- cionismo de los arqueólogos del siglo XIX era de corte cient society (1877). Morgan fue un antropólogo evolu- lamarckiano20? Porque éstos explicaron el cambio cul- cionista partidario del unilinealismo. Tras estudiar a los tural asumiendo una serie de criterios: A) La evolu- indios iroqueses estableció una serie de estadios evolu- ción unilineal y progresivista. Las distintas culturas y tivos (Morgan 1987 [1877]: 82-84): salvajismo inferior sociedades se distribuyen en una escala que va desde (recolectores), salvajismo medio (pescadores), salva- lo más simple hacia lo más complejo. La evolución jismo alto (cazadores), barbarie baja (productores de re- cipientes cerámicos), barbarie media (domesticadores de animales y plantas), barbarie superior (productores 20. Son numerosos los autores (p. e. Hernando 1999) que han de armas y útiles metálicos) y civilización (conocedo- visto en la propuesta evolucionista de Darwin el marco teórico del que se nutre el evolucionismo del siglo XIX en su aplicación a las res de la escritura). Sin embargo él creía que en algu- ciencias humanas. Sin embargo, creemos que tal afirmación no es nos aspectos los pueblos primitivos eran superiores a del todo cierta ya que dichos autores no se han parado a diseccionar los civilizados, ya que desconocían la propiedad pri- el variopinto horizonte teorético del evolucionismo para ver qué co- vada; además, intuía que todavía podía desarrollarse un rrientes han influido en mayor o menor grado en las Humanidades. Para respaldar nuestro posicionamiento véase Lamarck 1986 [1809]: estadio evolutivo superior de civilización marcado por 105, 175 y 192-194. la propiedad colectiva de los recursos. El historicismo

SPAL 20 (2011): 23-41 ISSN: 1133-4525 EVOLUCIONISMOS Y CIENCIAS HISTÓRICAS: DARWINISMO VS. LAMARCKISMO EN ARQUEOLOGÍA 37 cultural asumió, grosso modo, los criterios evolutivos buscarse en la dinámica interna de las mismas. Para ex- generales de los prehistoriadores y arqueólogos deci- plicar dichos procesos se parte de una concepción sisté- monónicos. Sin embargo, tales esquemas evolucionis- mica y adaptativa de la cultura y de la teoría de alcance tas se conjugaron en parte con la crítica que la escuela medio de Binford. El procesualismo se encuentra ínti- del particularismo histórico de Boas hizo. Esto último mamente vinculado al pensamiento funcionalista, par- se reflejará claramente en el concepto normativo de la tiendo de la premisa de que todo sistema cultural tiende cultura que los historicistas han manejado en sus inter- a la estabilidad: cuando el medio ambiente desestabi- pretaciones del registro arqueológico con el objetivo de liza una pieza del sistema ésta cambia para adaptarse, ir definiendo los distintos círculos culturales en el es- lo cual hace que el resto de las piezas o subsistemas pacio y el tiempo (Johnson 2000: 34-37; Harris 2004 muten hasta conseguirse la estabilidad acorde a las nue- [1981]: 626-627). vas necesidades marcadas por el medio. Ante todo lo Lewis Henry Morgan sirve como pieza intermedia dicho, se aprecia una marcada similitud entre los pre- a la hora de explicar la influencia del evolucionismo la- supuestos procesualistas y las características 1, 2, 3 y 4 marckista en el pensamiento marxista (cf. Engels 2010 señaladas cuando se habló del lamarckismo. [1884]: 9-11). El marxismo clásico asume el idealismo Los estructuralistas ortodoxos tratan de buscar en la de que la sociedad progresa en una única dirección. K. cultura (la material incluida) el reflejo de la gramática Marx y F. Engels, para explicar el paso entre los dis- universal que rige la mente humana. Dicho esquema tintos estadios evolutivos21, se fundamentan en los es- queda reflejado inconscientemente a través de hitos tudios antropológicos de Maine y de Morgan y en el duales de opuestos. El objetivo de los autores partida- método dialéctico hegeliano: del comunismo primitivo rios de este enfoque consiste en desencriptar el signi- se pasa al Estado esclavista, del Estado esclavista al Es- ficado profundo, el gramatical, que se oculta a través tado feudal, del Estado feudal al Estado liberal burgués, de tales patrones de ideas binomiales. ¿Cómo se puede y del Estado liberal burgués se espera que se pase a explicar la existencia o razón de ser de dicha estructura un Estado socialista (la dictadura del proletariado) que universal? “los estructuralistas clásicos no están intere- culmine en una sociedad sin Estado, en una fase de co- sados en conocer el origen de los sistemas simbólicos” munismo terminal. El modelo evolucionista marxista, (Hernando 1992: 26). Aunque los más heterodoxos han de clara herencia lamarckiana como se aprecia, sería acudido al campo de las neurociencias para responder desarrollado sobre todo por la Arqueología soviética en a dicha crítica, “este análisis no se ocupa del cambio el periodo stalinista (Trigger 1992: 205-227). en el tiempo: es sincrónico” (Renfrew y Bahn 1998: La New Archaeology o Arqueología procesual apa- 447). Es decir, se parte del principio fijista de una gra- rece como respuesta crítica al historicismo y al difusio- mática inmutable con la que se escribe el texto de la nismo cultural. El procesualismo hace especial énfasis cultura humana. ¿Dónde queda Lamarck en el estruc- en los cambios culturales dentro de las sociedades hu- turalismo? En la herencia incondicional de un rasgo manas, las cuales pueden clasificarse escalonadamente fenotípico que para ellos no se ve sometido a presión en estadios evolutivos que van desde los más simples a selectiva alguna: el cerebro y la estructura de su pen- los más complejos (sociedades de bandas, de tribus, de samiento. Los arqueólogos simbólicos o contextuales, jefaturas y sociedades estatales). Sin embargo, el plan- el ramal más influyente dentro del postprocesualismo, teamiento de esta escuela responde a lo que sus parti- son en buena parte herederos de los postulados estruc- darios denominan la trayectoria cultural de las distintas turalistas, si bien es cierto que se han interesado por los sociedades; es decir, se rechazan las novedades por in- orígenes de los sistemas simbólicos y por interpretar fluencias externas: la evolución de las sociedades ha de los cambios. Si las cosas antes de ser practicadas han de ser pensadas, las mutaciones en la conducta y en la 21. Los peldaños de la escalera evolutiva de Marx y Engels se cultura han de ser vistas como el paso de una forma definen por los modos de producción que estos distinguieron; sin em- de comprender el mundo a otra forma distinta. Entien- bargo, el número de escalones no quedó fijado de forma precisa, no den que son las motivaciones de los individuos el fac- presentando una dinámica constante a lo largo de las distintas obras, ya que sus autores se encontraban siempre dispuestos a revisar sus tor explicativo del cambio, rechazando así la tendencia modelos para adaptarlos a la praxis en función de las novedades ex- adaptacionista del procesualismo. Para comprender el perimentadas en el conocimiento histórico, económico y etnológico. simbolismo de los signos culturales de los sujetos y las Así, hicieron referencias a la comunidad tribal (en la que se hace comunidades que éstos forman plantean hacer lectu- mención de la propiedad germánica o de la propiedad eslava, dife- renciándola de la propiedad romana) o al modo de producción asiá- ras contextuales que permitan una aproximación a las tico (para el Egipto faraónico, la China imperial o el Perú incaico). formas de pensar de tales individuos (emic) desde la

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 23-41 38 LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR hermenéutica. Al ser los individuos los que dirigen la En el ámbito hispanoparlante el enfoque darwinista evolución de sus entramados culturales se cae en una se ha trabajado muy poco e igualmente de forma re- metafísica teleológica donde la voluntad deja de ser di- ciente. En España se cuenta con los estudios llevados vina para ser humana. ¿Por qué un significado simbó- a cabo por J. L. Escacena y D. García Rivero, centra- lico y no otro? ¿por qué su expresión a través de unas dos sobre todo en la Prehistoria y la Protohistoria de la formas y no de otras? Al despojarse en apariencia del Península Ibérica. Aplicando la línea teórica y metodo- principio de adaptación22 pudiera parecer escasa la in- lógica darwinista, Escacena ha escrito artículos que tra- fluencia del lamarckismo, pero esta formulación men- tan temas como el de las murallas fenicias de Tartessos, talista puede enmarcarse igualmente dentro de lo que la sexualidad en el mundo tartésico, así como la belleza D. Rindos (1990: 3-9) ha venido a llamar “paradigma femenina y el papel de la religión y del sacerdocio en de la conciencia”. la Antigüedad (Escacena 2002b y 2005). D. García Ri- vero se ha dedicado a cuestiones de Taxonomía biocul- tural y al análisis del mundo campaniforme del suroeste 4.2. Darwin y la Arqueología peninsular (García Rivero 2008 y 2009). Por otra parte, en Argentina se tienen los trabajos de H. J. Muscio en- La aplicación del darwinismo a la Arqueología y tre otros24, dedicado a la Prehistoria surandina. Muscio a la Historia es una tendencia relativamente reciente (2002 y 2006) ha desarrollado su campo de investiga- y con poca tradición. Ha venido abriéndose paso so- ción en torno al estudio de la sociedad a través del arte bre todo en el ámbito anglosajón, donde se pueden ano- rupestre y al comportamiento ritual de los cazadores- tar las obras editadas por H. D. G. Maschner (1996) y recolectores. por J. P. Hart y J. E. Terrell (2002). Robert Dunnell es En cuanto a la aplicación teórica y metodológica del uno de los partidarios del darwinismo a la hora de in- darwinismo en Arqueología se enumeran a continua- terpretar la cultura material. Rechaza todos los mode- ción una serie de características y de líneas generales: los que implican una dirección de progreso en cuanto 1) Se parte de la idea de que la diversidad es consus- a evolución cultural, piensa que ésta se desarrolla de tancial a la vida (incluida la humana) sobre la Tierra, forma similar a la evolución biológica. Para Dunnell tanto en lo somático como en lo cultural y conductual. los rasgos culturales surgen al azar y no son una res- De este principio se deduce que en la historia humana puesta a las condiciones sociales o medioambientales. nunca hubo situaciones igualitarias debido a la compe- Lo realmente importante es cómo dichas pautas cul- tencia, entre poblaciones e individuos, por unos mis- turales se van fijando a través de la selección natural. mos recursos que se encuentran dentro de un mismo David Rindos también ha mantenido una postura in- nicho ecológico y que son limitados. 2) Se define la cul- terpretativa darwinista. Este autor ha explicado el ori- tura como un dispositivo extrasomático de adaptación; gen de la agricultura como una coevolución selectiva la tecnología, por ejemplo, contribuye a la reproduc- de grupos humanos y plantas acompañantes que se be- ción diferencial de individuos y poblaciones, expan- neficiaron mutuamente: rechaza la idea antropocéntrica diéndose o retrayéndose a la vez que sus portadores, de que la agricultura fuera un invento humano23, defi- de ahí que evolucione también por selección natural. niendo la domesticación en general como un proceso 3) El objetivo de la Sociobiología arqueológica o Ar- de simbiosis mutualista entre diversas especies en el queología darwinista es dar cuenta de cómo y en qué que se obtienen beneficios evolutivos positivos refle- proporciones lo somático, lo cultural y lo conductual jados en el incremento demográfico de dichas especies. incrementaron o restringieron la demografía de las po- Por tanto, según Rindos, la naturaleza, a través de la se- blaciones en los distintos ecosistemas. Para ello emplea lección natural, tirará más de aquellos grupos que prac- una metodología basada en: la descripción de las carac- tican la agricultura y la ganadería como base principal terísticas somáticas, culturales y conductuales; la clasi- de su economía que de aquellos que practican la caza y ficación de éstas y la aplicación de métodos analíticos la recolección. darwinistas tales como la deriva o cuellos de botella, el aislamiento o alopatría, el efecto fundador o la ley de Fisher, la homología evolutiva, la Memética, las estra- 22. En apariencia en cuanto a que se niega como elemento direc- tegias comparativas K y r, etc. 4) Las transformaciones tor la adaptación al medio, pero se defiende una adaptación a la vo- luntad humana, sea esta explicada o no a través de las estructuras uni- versales de la mente humana. 24. Ver por ejemplo la publicación coordinada por G. López y 23. Sobre este tema ver también Diamond (1994: 241-243). M. Cardillo (2009).

SPAL 20 (2011): 23-41 ISSN: 1133-4525 EVOLUCIONISMOS Y CIENCIAS HISTÓRICAS: DARWINISMO VS. LAMARCKISMO EN ARQUEOLOGÍA 39 culturales y conductuales, por tanto, también se obser- tener en teoría evolutiva. Con este trabajo se ha preten- van bajo la lente de la selección natural. Los cambios dido dar un paso en contra de esta tendencia general. Se no tienen un destino prefijado independientemente de han puesto sobre la mesa los principios generales que la funcionalidad que tengan (funcionalidad que no tiene definen a las dos grandes corrientes evolucionistas y por qué ser siempre la misma). 5) Al asumir un sentido la postura de las tendencias interpretativas en Arqueo- no teleológico de la evolución, la Arqueología darwi- logía ante el fenómeno del cambio cultural, viéndose nista nada tiene que decir sobre qué características son una clara predilección por el modelo de Lamarck. Han o no deseables para la humanidad ahora o en el futuro, sido escasos los trabajos que pueden definirse en pleni- ciñéndose sólo a las repercusiones evolutivas que sobre tud como darwinianos, y que pueden insertarse dentro los grupos humanos han tenido unas u otras tendencias del amplio marco de la Sociobiología (en su variable conductuales y culturales. arqueológica). Ahora cabe preguntarnos, ¿fue Darwin “La crítica cultural del darwinismo lo ha tenido un mal filósofo y humanista? Quizás tanto la cuestión realmente difícil, por el enorme éxito de este paradigma como la posible respuesta sean muy relativas si se tiene capaz de explicar acontecimientos fundamentales de la en cuenta que él no trató de destacar dentro del mundo realidad a largo plazo. Pero precisamente es a esto úl- de las Humanidades, sino de comprender, desde el en- timo a lo que se han agarrado los críticos: la evolución foque de la teoría evolutiva que venía a proponer, la nos dice lo que pasa en una escala de tiempo de mi- evolución humana tanto en el campo de lo somático llones de años, cuando los seres vivos en comparación como en lo cultural y conductual. Más que incluir su apenas vivimos unos segundos. […] el dawinismo ex- enfoque en el campo de las Humanidades trató de in- plica la evolución pero poniendo la vida entre parénte- cluir al ser humano dentro de su enfoque. sis” (Fernández Martínez 2000: 241). La cita anotada viene hecha desde el campo del postprocesualismo. Sin embargo, los diversos trabajos de los distintos especia- BIBLIOGRAFÍA listas arriba nombrados no aluden precisamente a pa- réntesis de millones de años. Empleando más o menos ACEÑA, J. M. (1990): “El sistema de comunicación de el mismo juego de palabras de Dobzhansky se podría las abejas”, Didáctica (Lengua y Literatura) 2: 19-26. terminar diciendo que no hay aspecto cultural, con- ALCINA, J. (1989): Arqueología antropológica. Edi- ductual o somático que no pueda ser entendido bajo el ciones Akal, Madrid. prisma de la selección natural. Cosa muy distinta es que ALEXANDER, R. (1994): Darwinismo y asuntos hu- no se quiera entender así, actitud igualmente explicable manos. Salvat, Barcelona. desde la Sociobiología. ARSUAGA, J. L. y MARTÍNEZ, I. (2004): La especie elegida. La larga marcha de la evolución humana. Temas de Hoy, Madrid. 5. CONCLUSIONES AUNGER, R. (2004): El meme eléctrico. Una nueva teoría sobre cómo pensamos. Paidós, Barcelona. Como se ha visto, a la hora de hablar de evolucio- BERNABEU, J., AURA, J. y BADAL, E. (1995): Al nismo se han de tener presente las posturas que hay oeste del Edén: las primeras sociedades agrícolas dentro de esta tendencia teórica; posicionamientos en la Europa mediterránea. Síntesis, Madrid. que pueden llegar incluso a ser radicalmente distin- BLACKMORE, S. (2000): La máquina de los memes. tos entre sí. De ahí que, estando o no de acuerdo con Paidós, Barcelona. unos u otros, no se deben hacer referencias al evolu- BOCK, S. (1992): “Los hunos: tradición e historia”, cionismo como si de algo homogéneo y único se tra- Antigüedad y Cristianismo IX: Monografías histó- tase. Se han de intentar comprender los enfoques que ricas sobre la Antigüedad Tardía. Universidad de éste engloba y precisar a cuál de ellos nos estamos re- Murcia, Murcia. firiendo para tratar de no cometer el error de confun- BOYD, R. y SILK, J. B. (2004): Cómo evolucionaron dirlos entre sí. El evolucionismo de corte lamarckiano los humanos. Ariel, Barcelona. ha sido determinante entre los arqueólogos para expli- BRAZEAU, M. D. y AHLBERG, P. E. (2006): “Te- car los cambios culturales, quedando apenas relegado trapod-like middle ear architecture in a Devonian el darwinismo a la explicación evolutiva de lo fisioló- fish”, Nature 439, 19 January: 318-321. gico. Tal hecho suele pasar incluso desapercibido de- BURNIE, D. (2000): Qué sabes de evolución. Edicio- bido a la escasa formación que los humanistas suelen nes B, Barcelona.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 23-41 40 LUIS GETHSEMANÍ PÉREZ AGUILAR

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Fecha de entrada: 11/03/2012 Fecha de aceptación: 26/03/2012

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 23-41

UN SENDERO DE TÓPICOS Y FALACIAS: ESPARTA EN LA FICCIÓN Y EN LA HISTORIA POPULAR*

CÉSAR FORNIS**

Resumen: Nos ocupamos en este artículo de la imagen de Abstract: In this paper we deal with the image of and Esparta y de los espartanos en la ficción y la historia popular, the Spartans in fiction and popular history, that is to say, in esto es, en el cine, la televisión, el cómic y la novela histó- cinema, television, comics and the historical novel. We shall rica. Comprobaremos que, como a lo largo de todo el pensa- see that, as it has been throughout western thought, this is a miento occidental, se trata de una idea estereotipada, distor- stereotype, distorted and tainted by myth and the product of sionada y teñida por el mito, producto de un uso acrítico de an uncritical use of ancient sources, though one very much to las fuentes antiguas, pero muy del gusto de las masas. Conse- the taste of the masses. Consequently, such media perpetuate cuentemente, estos medios retroalimentan y perpetúan tal mi- and feedback on this image, even though in recent decades it rage pese a que la historiografía moderna la ha demolido, o has been demolished, or at least nuanced, by specialized mod- por lo menos matizado, en las últimas décadas. ern historiography. Palabras clave: Esparta, espejismo, mito, modelo, estereo- Key words: Sparta, mirage, myth, model, stereotype, distor- tipo, distorsión, imagen, cine, televisión, novela histórica. tion, image, cinema, television, historical novel.

Hace poco, en el número de una revista que home- Roma como modelo de inspiración para la posteridad. najeaba a George Huxley, Paul Cartledge declaraba con Pero al mismo tiempo, en tanto objeto de apropiación, sinceridad que «para bien o para mal, Esparta es una el pasado y el particular kósmos de Esparta fueron so- marca registrada (a brand), no sólo un nombre»1. Efec- metidos, ya desde la propia Antigüedad, a un fenómeno tivamente Esparta ha sido el estado griego que, por de- continuado de distorsión e incluso invención –tanto es- lante incluso de Atenas, ha dejado mayor impronta, crita como visual– que fue atinadamente bautizado por mayores secuelas en el pensamiento y el imaginario el historiador francés François Ollier como le mirage occidental, ya sea como fascinación, ya como abomi- spartiate2. En otras palabras, nació y creció imparable nación, y casi siempre como ejemplo militar, político, una Leyenda de Esparta, título de otra obra seminal, social, educativo, etc., siendo superada únicamente por ésta del sueco Eugene Tigerstedt3. En este lugar nos va- mos a ocupar del mirage más reciente, el plasmado en * Este trabajo se inscribe en el marco del proyecto de investiga- ción HAR2010-15756, del Ministerio de Ciencia e Innovación. Aun- que puedan ser incluidos dentro de la llamada cultura popular, no 2. Ollier (1933-1943), que hacía referencia a la tradición litera- contemplo aquí el caso de los videojuegos que tienen como protago- ria. Mucho más recientemente, gracias a nuestro mejor conocimiento nistas a espartanos. arqueológico de la ciudad, Cartledge (2001: 169-184) ha propuesto ** Dpto. de Historia Antigua, Universidad de Sevilla. ampliar la definición de la expresión a los objetos materiales. 1. Cartledge (2006: 41). 3. Tigerstedt (1965-1978).

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 43-51 44 CÉSAR FORNIS la ficción y la historia popular a través de distintos me- y acomodadas de Esparta, son presentados deformes y dios (cine, televisión, cómic y novela histórica) y que pustulosos; Gorgo, esposa de Leónidas, goza de una re- por su esencia misma tienen como destinatario a un pú- levancia política imposible para cualquier mujer en la blico muy amplio y heterogéneo. Grecia antigua, ni siquiera en Esparta, pues está pre- En 2006 la maquinaria de Hollywood, en concreto sente en la recepción de los emisarios persas y participa la Warner, contribuyó a apuntalar la mitología sobre en los debates y en la toma de decisiones junto a los an- la polis del Eurotas al recrear en la película 300 uno cianos del Consejo; precisamente, a falta de cualquier de los episodios más dramáticos, y a la sazón heroi- acercamiento a esta última institución, lo único que in- cos de su historia, incluso en la derrota (Hdt. VIII 27.1 teresa es presentar a sus miembros, los gérontes, como lo describe como un «trauma»), como es el de las Ter- políticos y, por ende, maquinadores, arribistas, sin que- mópilas. Fue todo un éxito en taquilla, la segunda ma- rencia por la patria, frente al soldado honesto, noble yor recaudación mundial de 20074, que engendró al y patriota. Obviamente se exalta la acción por encima año siguiente una disparatada secuela caricaturesca, de la negociación y la discusión. y es que, abundando Casi 300 (título original: Meet the Spartans), con en este aspecto, detrás de todo este volcán escenográ- unos espartanos bastante afeminados, en ropa interior fico y toda esta farándula no se esconde otra cosa que de cuero y dispuestos a enfrentarse a un ejército en el una ideología neocon, esto es, reaccionaria, belicista que militan Rockie Balboa y los Transformers. Otra y neoimperialista7, tendente a resaltar las diferencias prueba de que con 300 Esparta ha entrado de lleno en entre Este y Oeste, y a jalear el enfrentamiento entre la globalizada cultura de masas es el gran número de culturas como vía de justificación propagandística de videoclips que en la web de YouTube recrean como pa- determinadas políticas actuales en el Oriente Medio; rodia las escenas de la película, multiplicando las re- así, por ejemplo, los persas, embozados y sin rostro –de cepciones del heroico episodio a la vez que desafiando ahí, sin identidad–, podrían confundirse fácilmente con las categorías y procedimientos de la recepción clásica iraquíes de la insurgencia, o bien la masculinidad, per- contemporánea5. fección física y austeridad de los espartanos, que con- Dirigida por , en realidad 300 no se trasta con la ambigüedad sexual, las deformidades y el atiene a los textos clásicos –aunque engulle y tritura lujo de los medos, empezando por el mismísimo Jer- todos los clichés sobre Esparta–, sino al cómic, o no- jes, cargado de piercings y más parecido a una drag vela gráfica homónima creada en 1998 por Frank Mi- queen que al Rey de Reyes que gobierna sobre medio ller (quien hace de productor ejecutivo y consultor de mundo conocido. El mensaje al espectador no admite la cinta), como queda patente por la estética en negro y dudas: los espartanos encarnan la libertad y la defensa rojo que subraya el carácter épico, por los efectos espe- de Occidente, los persas la dictadura, el fanatismo y la ciales generados por gráficos por ordenador en 3D y por intolerancia que en no pocos sectores de la sociedad toda una cohorte de criaturas fantásticas más propias norteamericana –y por extensión occidental– se identi- de los videojuegos que transitan por la película6. Por fican con el mundo islámico8. Muy sintomáticamente, tanto, la película desdeña todo rigor histórico: suprime Gorgo espeta «La libertad no es libre en absoluto. Se la diarquía (no hay mención del otro rey, Leotíquidas paga con sangre», coreando la inscripción del Memo- II); silencia el esclavismo hilótico, lo que realza la ser- rial de Veteranos de la guerra de Vietnam, santo y seña vidumbre, tanto en terminología como en actitudes, de de la política de los halcones del Pentágono9. los súbditos de Jerjes; Leónidas, que en 480 a.C. supe- raba la cincuentena, es interpretado por Gerard Butler, un actor de treinta y tantos años y en plenitud física; los 7. Fandiño Pérez (2008) lo tilda sin tapujos de neofascismo. éforos, que eran miembros de las familias más rancias 8. Además de la nota anterior, véase Alvar (2007); Nisbet (2008: 139-142); Prieto (2009: 181-184). Contra, Fotheringham (2012), que entiende que las interpretaciones políticas están más en la audien- 4. Sólo por detrás de Piratas del Caribe. Obtuvo también di- cia que en los creadores del filme. Por su parte, Lillo Redonet (2010: versos premios: Mejor Película de Pelea en los MTV Movie Awards 154-161) no sólo se sumerge de lleno en el mirage al aceptar acríti- 2007, Mejor Película del 2007, por IGN, Mejor Película de Acción, camente las fuentes, lo que adereza con algún que otro error (como Aventura y Thriller, por Saturn Awards, y Mejor Adaptación de un el ver en los éforos y no en los gerontes la institución clave de la po- Cómic, por IGN. liteia espartana o el atribuir al cómic escenas/pasajes que en realidad 5. Nisbet (2012). ya están en los autores antiguos), sino que además no repara, o bien 6. En Fotheringham (2012: passim, esp. 394-395) se hallará una no le interesa, la evidente carga política subliminal de la película. reciente aproximación al cómic 300, de Miller, desde la óptica del 9. Lapeña Marchena (2011: 429) habla de la «vertiente cristoló- historiador de la Antigüedad. gica» de Leónidas, que junto a sus trescientos serían convertidos por

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De muy diferente cuño es la cinta The 300 Spar- separan esta película de 300: los enemigos son otros, el tans (1961) conocida en España como El león de Es- formato del mensaje es distinto, pero el método, subli- parta, traducción del título de la novela de John Burke minal, no ha variado. Alberto Prieto ha hecho hincapié que creció a partir del guión de George St. George, y en que también estaba reciente la guerra civil griega, presentada como «la aventura más valiente del mundo en la que las fuerzas progresistas fueron aplastadas por antiguo, el espectáculo más poderoso del mundo mo- un gobierno conservador instaurado bajo los auspicios derno». Se trata de un peplum en toda regla y, conse- de las potencias occidentales, lo que se traduce en que cuentemente, más respetuoso con las fuentes, al menos en el filme –con el griego Spyros Skouras al frente de en el relato de los acontecimientos, toda vez que mues- la 20th– las grandes diferencias entre oligarquía y de- tra a los espartanos con cabello corto y portando todos mocracia se vean diluidas y la victoria del “demócrata” un escudo con una anacrónica lambda, para remarcar ateniense Temístocles en Salamina relativizada por un la homogeneidad (aunque eso sí, no podía faltar la le- apoyo divino de los espartanos autoinmolados en las gendaria capa roja)10. Se obvian, sin embargo, aspectos Termópilas13. Algo más atrás quedaba la II guerra mun- escabrosos como el hilotismo, la exposición de recién dial, a la que se alude expresamente en el pressbook de nacidos deformes y la brutal educación espartiata, que la película cuando, en medio de referencias un tanto podrían deshumanizar a los héroes ante los espectado- erráticas a las guerras médicas, se establece una analo- res de los años 60, pero que sí se hacen explícitos en gía entre la defensa de las Termópilas y el desembarco 300, cuya audiencia tiene otra sensibilidad ante la vio- en Normandía el día D, por un lado, y entre Jerjes y lencia. Rodada en Cinemascope para la Fox por el es- Hitler por otro14. En su lucha por la libertad frente a tadounidense de origen polaco Rudolph Maté, el filme un soberano persa que simboliza la esclavización, cu- abordaba también el sacrificio de estos tres centenares yos súbditos son percibidos como esclavos, se olvida de espartiatas en defensa de la libertad: «la griega y que la esclavitud era un elemento sustancial, estructu- la nuestra» exclama la voz en off de la introducción11, ral, de las sociedades griegas, ya sea bajo la forma de en alusión a la amenaza de la tiranía comunista propa- esclavitud mercancía o de esclavitud étnica (no deja de gada por los mass media y la industria cinematográ- ser curioso que los espartanos hagan proclamas liberta- fica norteamericana del momento; con la guerra fría en rias teniendo subyugados a los hilotas mesenios, que no su punto álgido –era el año de la crisis de los misiles y sólo eran griegos, sino tan dorios como ellos). Además, uno después de la fracasada invasión de Bahía de Co- los griegos se nos muestran unidos, en un bloque sin fi- chinos–, en la contienda entre griegos y persas rever- suras, cuando en realidad muchas ciudades y pueblos bera un potencial conflicto entre la OTAN y el pacto medizaron –el mismísimo oráculo délfico aconsejó no de Varsovia, para el cual, entre lealtades y traiciones, resistir al invasor– y sólo 31 estados aparecen inscri- se hacen continuos llamamientos a la unidad de Oc- tos en el monumento conmemorativo que los vencedo- cidente a través de una anacrónica unidad helénica y res erigieron en Delfos. Un último apunte significativo se nos muestra una Esparta menos egoísta de lo que se refiere al papel de las mujeres: en el bando persa no probó ser, capaz en la ficción de hacer suya y aban- son sino meros objetos, mientras las espartanas son or- derar la llamada “causa griega”12. Treinta y seis años gullosas madres, esposas e hijas que cumplen con sus deberes cívicos. la industria cinematográfica estadounidense en mártires de la demo- Precisamente el archiconocido epigrama de Simó- cracia occidental. nides de Ceos que sirvió de epitafio a los hoplitas es- 10. Como es sabido, los espartanos de pleno derecho llevaban el partiatas caídos en las Termópilas («Extranjero, ve y di cabello largo, en observancia de los dictados de un Licurgo que creía a los lacedemonios que aquí yacemos en obediencia de que así parecerían «más altos, más libres y más fieros» (X.Lac. 11.3; Plu. Lyk. 22.2). Los escudos de la época estaban personalizados con dibujos coloristas elegidos por cada hoplita. 11. Lapeña Marchena (2011: 437) nos recuerda que la voz del la tumba al soldado desconocido en la ateniense plaza Syntagma. Le- narrador, como los letreros informativos, «asumen el papel del histo- vene (2007) expone los mecanismos de adaptación de la famosa ba- riador que narra a los espectadores lo sucedido en el pasado o lo que talla a la audiencia estadounidense de los años 60: panhelenismo (al sucederá posteriormente, ellos poseen la misma autoridad que se le diluir las diferencias entre griegos), aproximación de Esparta a los supone a un libro de historia, no admiten discusión o matiz alguno». ideales democráticos modernos, comparación con la resistencia del 12. «Pero Grecia vivirá», responde Penteo en la escena final, en fuerte tejano de El Álamo en 1836... la que rechaza el último ofrecimiento de Jerjes de respetar las vidas 13. Prieto (2009: 174-178); cf. también Lillo Redonet (2008: de los pocos supervivientes a cambio del cadáver de Leónidas, para 117-118, 120). cerrar con la imagen del epitafio de Simónides de suma obediencia a 14. Lillo Redonet (2008: 120 y 2010: 146-147), que recoge las leyes inscrito en piedra y, enlazando de nuevo pasado y presente, otros posibles paralelismos con la II GM.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 43-51 46 CÉSAR FORNIS sus mandatos») daría título en 1978 a un crudo filme a los neonatos y despeñan por el Taigeto a los no aptos, sobre la guerra de Vietnam: Go, Tell the Spartans (do- para después golpear, azotar y matar de hambre a los blada al español como La patrulla), dirigida por Ted jóvenes, incluyendo la célebre anécdota de Plutarco so- Post y protagonizada por Burt Lancaster en el papel del bre el zorrillo escondido por un muchacho que prefiere oficial Asa Barker, obligado a defender del Vietcong un morir por las heridas que le causa a desvelar que lo ha enclave rural con apenas un puñado de soldados sin ex- robado. En otra serie de dibujos animados producida en periencia pero deseosos de gloria que, naturalmente, 1998 por la Disney, Hercules (también conocida como pagarán con su vida la observancia de las órdenes del Disney´s Hercules y doblada al castellano como Hércu- alto mando. les: la serie animada) el mito espartano es pasado por Como curiosidad podemos recordar también que el tamiz norteamericano, de modo que en el capítulo el director español Pedro Lazaga rodó en 1962 para la 41, The Spartan Experience, los protagonistas llegan Metro Gladiators Seven, la historia de siete gladiado- a una Esparta que el díscolo Ícaro define como “cuna res espartanos –«pero que luchan con la furia de milla- de la brutalidad, ciudad de cachas”, una ciudad que res»– en el imperio romano del siglo I de nuestra Era, se asemeja bastante a una academia de marines en la que se ganan la libertad en la arena para regresar a Es- que sádicos oficiales “forman” a los cadetes bajo rigo- parta y librarla de la tiranía del éforo Hiarba, una extra- res castrenses llevados al límite. Varias décadas antes, polación de Nabis, el rey tirano que resistió la creciente en los años 60, el décimo capítulo del cómic argentino expansión romana por Grecia a comienzos del siglo II Mort Cinder, titulado La batalla de las Termópilas, re- a.C. (época en la que, por cierto, los juegos gladiato- vivía la gesta espartana en el famoso desfiladero en la rios no habían alcanzado el desarrollo que se les su- piel de uno de sus protagonistas, dado que Mort Cinder, pone en la película)15. Una vez más la lucha en aras de el hombre eterno, fue otrora Dineces, aquel espartano la libertad y contra la injusticia, siempre al servicio del que se ufanaba de que combatiría a la sombra si los espectáculo16. persas ocultaran el sol con sus flechas. Tras la muerte En época del emperador Vitelio se ambienta Ma- de Leónidas, Dineces-Mort Cinder es capturado y debe ciste, gladiador de Esparta, mediocre peplum italo- enfrentarse a la tortura. Asombrado ante su valor, Jerjes francés dirigido por Mario Caiano en 1964, donde el le pregunta «¿Qué clase de hombre eres, espartano?», musculoso héroe –su fuerza y su pericia en la lucha a lo que se le responde: «Tú mismo lo has dicho, un parece ser lo único que remite a la vieja Esparta– se espartano». Vencido y desmoralizado, Jerjes le libera dedica a defender a otra clase de oprimidos, unos in- con la siguiente sentencia: «Tú eres más rey que yo: fortunados cristianos a los que les aguardan las fieras eres rey de ti mismo. Vete». Tenemos también frecuen- del circo17. tes referencias humorísticas a la historia y la sociedad En el mundo de la novela gráfica, la tira cómica y la espartanas en el primer volumen de la irreverente Car- animación el ya citado no ha sido el único toon History of the Universe de Larry Gonick18, que es beber de la fecunda tradición espartana. La imagen por lo menos revela una aceptable familiaridad con las estereotipada de Esparta aparece en la duodécima en- fuentes clásicas –que va más allá del omnipresente Plu- trega de Astérix, Astérix aux Jeux Olimpiques (1968; tarco– a la hora de tratar, con notables dosis de morda- hay trad. esp. en Salvat), con unos espartanos que se nie- cidad, la conquista de Mesenia y las guerras médicas y gan a participar en los juegos olímpicos si se les sigue del Peloponeso, las leyes y costumbres, la servidum- alimentando con frugalidad –objetan que en su tierra no bre hilótica, la extensión de la homosexualidad y la pe- se obligados a contemplar cómo los demás toman sucu- derastia, la libertad de la mujer o las victorias atléticas; lentas viandas–, o en el capítulo 6, Le siècle de Périclès «Nuestros únicos placeres son el trabajo bien hecho, (1980), de la conocida serie infantil Il était une fois... una muerte gloriosa y tirarnos muchachitos», es el co- l´homme (doblada y emitida por TVE como Érase una lofón de un espartano a la descripción de las privacio- vez... el hombre), donde unos atenienses instruidos que nes que caracterizaban su día a día. construyen la acrópolis, aprenden música y discuten de filosofía en las calles se contraponen de manera mani- quea a unos espartanos brutotes que sumergen en vino 18. La traducción española, Historia del universo en cómic (Barcelona, Ediciones B, 1995), no se ha esmerado precisamente con los términos griegos (“ilota”, sin la preceptiva “h” inicial que exige 15. Sobre el Nabis histórico, Fornis (2003: 233-243). el espíritu áspero; “Mesina” en lugar de Mesenia, que da lugar a con- 16. Prieto (2009: 184-185). fundir el sudoeste del Peloponeso con el topónimo siciliano; “Aegis- 17. Ibid. potamai” y no Egospótamos; “Quimón” por Cimón).

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El cliché trasciende, cómo no, al deporte: un buen contamos con algunos ejemplos relevantes. El historia- número de equipos universitarios estadounidenses y de dor Edward Bulwer Lytton, contemporáneo de George países pertenecientes al bloque de la antigua Unión So- Grote, escribió también novela histórica, alguna de no- viética se denominan Spartans o Spartak, mientras que table éxito, como The Last Days of Pompeii (1834). no sabemos de ninguno que se haga llamar «los ate- Pero aquí nos interesa su Pausanias, the Spartan, pu- nienses»; también en el mundo de la moda, en la que blicada inacabada por su hijo a la muerte de Lytton en les spartiates es un modelo de sandalia de la firma K 1873 y que se centraba en la figura del regente espar- Jacques19; se ha introducido incluso en un fenómeno tano Pausanias, vencedor en la batalla de Platea, pero callejero que ha tomado una de las plazas más con- que reveló una conducta hibrística (soberbia), tiránica curridas de Nueva york: los llamados «Union Square y paradójicamente orientalizante durante su ulterior go- Spartans» son aficionados al boxeo y a las artes mar- bierno en Bizancio. Salida de la pluma de un político – ciales que pelean individualmente, a pecho descubierto Lytton fue parlamentario por Huntingdonshire en 1831 y con los nudillos al desnudo, por el placer de exhi- y Secretario Colonial en 1858, además de Barón y Par birse públicamente y por el desafío de ver quién queda del Reino–, la obra quiere ser una reflexión sobre la am- en pie20. Los amantes del chocolate sabrán seguramente bición de poder, tanto para el individuo como para el que Léonidas es una conocida (y refinada) marca de propio estado, y sobre temas eternos como la lealtad y chocolate belga, cuyo emblema es la efigie de un gue- la traición. De hecho, su Pausanias es un político ade- rrero griego con casco que sin duda evoca al legendario lantado a su tiempo en cuanto su medismo es una pose rey espartano. y no quisiera olvidarme de la topogra- y sus planteamientos caminan por la negociación de un fía. En los Estados Unidos encontramos hasta un cen- tratado con Persia que permitiera a Esparta mantener tenar de ciudades denominadas Sparta: en Illinois, en bajo control a Atenas, hechos que históricamente acon- Wisconsin21, en New Jersey, además de una Esparta in- tecerían, como Lytton bien sabía, en 386, con la lla- olvidable, la de Tennessee, retratada en la película de mada paz del Rey o paz de Antálcidas, que ponía fin a Norman Jewison In the Heat of the Night (1967, do- la durísima guerra de Corinto22. blada como En el calor de la noche), en la que no por Virtud y patriotismo versus maldad y traición es casualidad Sydney Poitier, en el inolvidable papel del igualmente el eje sobre el que gira la novela A Victor inspector Virgil Tibbs, llega a una ciudad sureña empe- of Salamis: A Tale of the Days of Xerxes, Leonidas and cinadamente conservadora y racista. (1907), de William Stearn Davis, con un En el género de la novela histórica Esparta tam- papel tangencial de los espartanos, subsidiario del de bién ha dejado un rastro indeleble, con las guerras mé- los atenienses. En 1910 John Buchan realizó un cru- dicas como momento cenital, clave, primero porque se cero por el Egeo en el curso del cual desembarcó en piensa que es cuando las virtudes espartanas eclosio- las Termópilas; del sentimiento que le embargó nace- nan al servicio de la llamada “causa griega”, y segundo ría la idea de escribir The Lemnian (1912), en la que un porque sin duda con Heródoto como fuente hay más nativo de Lemnos se introduce en el campamento de margen para el dramatismo, las acciones individuales los espartanos y se siente obligado a luchar con ellos y las «cosas maravillosas» (thaúmata) que con un Tu- frente a los persas. Ese mismo año 1912 Caroline Dale cídides, por poner un ejemplo. En la época victoriana Snedeker publica The Coward of , retitu- lado más tarde The Spartan, cuyo héroe Aristodemo sólo dota de sentido a su vida en la defensa de las Ter- 19. Véase a este respecto Matalas (2007). Una firma deportiva, mópilas, o lo que es lo mismo, de la libertad de Gre- Spartan Athletics, comercializa equipo y material de entrenamiento cia frente a la amenaza de la barbarie oriental («Nadie (llamado Spartan Fight Gear) especial para combates y artes mar- ciales. sino un griego podía dar a una concepción tan idea- 20. Noticia extraída del diario El País, 2/11/2008. lística una devoción tan apasionada»), de modo que 21. En la Sparta de Wisconsin un hotel utiliza en su publicidad según la novelista norteamericana la civilización occi- el siguiente eslogan: «Esparta fue derrotada en Leuctra en 372 a.C. dental tiene contraída una perenne deuda con aquellos [en realidad en 371], por lo que no esperen encontrar en este hotel habitaciones espartanas» (la anécdota es contada por Cepeda Ruiz hombres. En 1928 la longeva y prolífica autora esco- 2006: 940). Cartledge (2009: 250) cuenta que en esta misma ciudad cesa Naomi Mitchison publicó Black Sparta, una serie tienen también una escultura que copia el modelo del busto llamado «Leónidas» y de las estatuas modernas levantadas en Esparta y las Termópilas, sólo que con una Σ (de espartanos se entiende) inscrita 22. Sobre esta novela de Lytton, Bridges (2007: 407). Un aná- en el escudo en lugar de la Λ (de lacedemonios), más correcta aunque lisis exhaustivo de la guerra de Corinto y de la paz del Rey en For- anacrónica (vid. supra n. 10). nis (2008).

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 43-51 48 CÉSAR FORNIS de historias y poemas conectadas entre sí en las que re- novelas en llegar a las librerías han sido El hombre de fleja la vida y padecimientos de los hilotas, pero tam- Esparta (2005), del valenciano Antonio Penadés, que, bién la autoconcienciación espartiata de lo legítimo de con la estructura de una tragedia griega, tiene sin em- su explotación, sin que la autora tome partido por unos bargo como escenario la ciudad de Atenas en vísperas u otros (le interesan los personajes, no el fenómeno de la guerra del Peloponeso y como nudo las vicisi- del esclavismo)23. En 1961 ya hemos mencionado que tudes y los cambios experimentados por el ateniense John Burke redactó la novela The Lion of Sparta a par- Isómaco a través de su rivalidad con el espartano Alci- tir del guión para el filmeThe 300 Spartans, con el que noo; La joven de Esparta (2006), de la escritora fran- comparte idénticos presupuestos ideológicos; la publi- cesa de origen español Cristina Rodríguez, incorpora cidad del libro incide en que los trescientos espartanos la óptica femenina a través de la protagonista, Thyia, «no eran hombres ordinarios. Para ellos no había re- que se traviste de hombre para entrar en el ejército es- tirada, ni rendición. Su más elevada expectativa, una partano y vivir, como sirviente, aventuras y pasiones, gloriosa muerte». Un año después Roderick Milton, en entre las que se cuenta la batalla de las Termópilas; Hi- la misma atmósfera prebélica de la guerra fría, novela jos de Esparta (2008), de Nicholas Nicastro, una re- la defensa de las Termópilas en Tell them in Sparta – creación de la primera derrota de los espartanos, en de nuevo el epigrama de Simónides– como «una lec- el islote de Esfacteria, frente a Pilos (el título origi- ción para nuestro propio tiempo la de este pequeño nal es más explícito: The Isle of Stone), cuando, según pero libre pueblo en su desesperada lucha por la liber- el autor, «dejaron de ser más que humanos y se con- tad contra las vastas fuerzas de un estado totalitario»24. virtieron en simples hombres»; Hijos de Heracles. El Dirigido a los niños, en 1964 Mary Renault escribe el nacimiento de Esparta (2010), del sevillano Teo Pala- libro Lion in the Gateway. The Heroic Battles of the cios, ambientada en la Esparta más arcaica y que tiene Greeks and Persians at Marathon, Salamis, and Ther- como hilo conductor las guerras contra Mesenia en el mopylae, una dramatización didáctica de esas grandes exterior mientras en el interior se suceden intrigas y re- batallas. beliones en la corte de Teopompo y Anaxándridas, al En las últimas décadas el flujo de historias novela- primero de los cuales identifica, merced a las licencias das sobre Esparta ha sido incesante, todas ellas cons- literarias, con Licurgo, el legendario arquitecto del or- truidas sin excepción sobre la imagen deformada de denamiento constitucional y social lacedemonio; Are- una sociedad militarizada y culturalmente pobre –casi tes de Esparta (2010), de Lluís Prats, que se anuncia estéril– que inculca a sangre y fuego en sus ciudada- como «una historia de los hombres más valerosos que nos/héroes el ideal de sacrificarse en el campo de bata- hayan pisado la Tierra, inmortalizada por la memoria lla en beneficio de la comunidad. En 1980 el novelista de una mujer» y en la que curiosamente es el miedo británico Ernle Bradford populariza la segunda gue- al persa (y no al peligro de sublevación hilota) lo que rra médica en The Year of Thermopylae (edición para ha convertido a Esparta en lo que es ahora, en vísperas USA: Thermopylae, the Battle for the West), donde se de la guerra del Peloponeso, cuando no hay tiempo ya ciñe bastante a la tradición clásica. Más que conside- para la música y la poesía. rable aceptación ha tenido Lo scudo di Talos (1986)25, En este imaginario novelesco Esparta puede estar de Valerio Manfredi, profesor de Arqueología Clá- incluso fuera de Esparta, como en Amazons of Black sica en la Universidad Luigi Bocconi de Milán, que Sparta. The Women Warriors of Dahomey (1998), de también la ambienta en el período de las guerras mé- Stanley Alpern, sobre un reino africano de los siglos dicas y que presenta la novedad de estar narrada por XVIII y XIX, una Esparta negra poblada por amazo- primera vez desde la perspectiva de un hilota, Talos; nas guerreras que compartían con la Esparta griega su en realidad Talos nació espartiata bajo el nombre de militarismo y su colectivismo (aunque las amazonas Clidemo, pero fue abandonado por ser tullido, sal- de Dahomey mataban a los soldados varones) hasta vado de su cruel destino y criado por los hilotas, para que desaparecieron en 1892 ante la potencia colonial finalmente superar su discapacidad, demostrar su va- francesa. lor y ser devuelto a su antiguo estatuto. Las últimas Incluso un reconocidísimo especialista en la histo- ria, la sociedad y la cultura espartana, Paul Cartledge, flamante A.G. Leventis Professor of Greek Culture en 23. Véase Fotheringham (2012: 394). la Universidad de Cambridge, se ha dejado seducir en 24. Bridges (2007: 408-410). 25. Traducida ese mismo año como Talos de Esparta por Alianza más de una ocasión por los cantos de sirena de la indus- Editorial. tria y, además de asesorar a la BBC, el History Channel

SPAL 20 (2011): 43-51 ISSN: 1133-4525 UN SENDERO DE TÓPICOS y FALACIAS: ESPARTA EN LA FICCIÓN y EN LA HISTORIA POPULAR 49 y el Channel Four en sus documentales de televisión de cabecera de aquéllos acantonados en Irak y Afga- sobre los griegos y, particularmente, los espartanos, ha nistán28. No en vano Pressfield sirvió en el segundo ba- firmado dos libros idénticos titulados The Spartans26 tallón del sexto cuerpo de marines –no llegó a entrar plagados de los estereotipos contra los que ha luchado en combate, pero sí experimentó el duro entrenamiento en su producción científica (habla de «a powerful and preparatorio para el mismo–, cuyos miembros se auto- unique people, radically different from any civilization denominaban The Spartans y se tatuaban en sus ante- before or since»). El insigne historiador cantabrigense, brazos la lambda de los escudos lacedemonios29. Para que es ciudadano honorario del moderno municipio de intensificar el realismo, Pressfiel demuestra especial Sparti, ha escrito asimismo para el gran público Ther- crudeza en la descripción de los horrores físicos y psi- mopylae. The Battle that Changed the World (2006), cológicos del campo de batalla, a la vez que hace uso una reconstrucción pseudonovelada de «la batalla que de un lenguaje extraordinariamente violento e impac- enfrentó civilizaciones»27; similar timbre épico, desti- tante, unos recursos estilísticos que contribuyen a des- nado a conmover y avasallar al lector bajo el peso de pojar de gloria el sacrificio de los espartanos30. Pero la tanta gloria, reviste el Leonidas. Hero of Thermopylae estructura del relato no puede ser más clásica: un na- (2004) de Ian MacGregor Morris, dentro de una colec- rrador principal, el griego Jeones, único superviviente ción de alta divulgación titulada Leaders of Ancient de las Termópilas, responde a la curiosidad del histo- Greece. Colección divulgativa con un gran número de riador real persa, Gobartes, sobre el modo de vida de adeptos, que sin embargo no renuncian a la exigencia esos asombrosos guerreros espartanos (como Demarato académica, es la Biblioteca Osprey de Grecia y Roma, ilustró a Jerjes en el texto de Heródoto) y, entre ambos, en la que naturalmente la sombra de Esparta es alar- con la ayuda de otros narradores secundarios, relatan gada; en ella, por ejemplo, aquilatada y sin dejarse ce- los acontecimientos bélicos anteriores y posteriores a gar por el mito se presenta la organización y recreación la batalla entreverándolos, con saltos temporales y es- del ejército lacedemonio (con abundantes láminas) paciales, con las experiencias y vidas de los personajes. realizada por Nick Sekunda en Guerreros espartanos En 2005 nuevamente las guerras médicas son la (2009, trad. de la 3ª ed. inglesa de 2003), pero también trama de otro éxito editorial, Persian Fire. The First alcanza una meritoria simbiosis de intereses científicos World Empire and the Battle for the West, que Tom Ho- y comerciales Philip de Souza en De Maratón a Platea lland plantea como un choque entre Oriente y Occi- (2009, trad. de la 1ª ed. inglesa de 2003) y Nic Fields dente en el que «de haber sido derrotados los griegos en en Termópilas (2011, trad. de la 1ª ed. inglesa de 2007, Salamina, Occidente no sólo habría perdido su primera un volumen que también se incluye en la Biblioteca Os- lucha por la independencia y la supervivencia, sino que prey de Grandes Batallas). es improbable que alguna vez hubiera existido una en- Los ejemplos del párrafo anterior se deben a profe- tidad como Occidente en absoluto»31. En este sentido sores, a especialistas en el mundo griego antiguo que se los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 han aventuran en empresas editoriales orientadas a un pú- avivado la demanda de conocimiento, y a la par de le- blico amplio, pero venían precedidos del enorme éxito yenda, por parte del gran público –muy en particular editorial alcanzado por Gates of Fire (1998), del nove- del anglosajón– acerca de un pueblo que les ha sido lista profesional Steven Pressfield, bestseller en Esta- presentado como cultor de la guerra y de la muerte, en dos Unidos y Gran Bretaña –Universal Studios tiene los derechos para una película– que figura incluso entre las lecturas recomendadas por la Comandancia de los 28. Hay igualmente traducción española del año siguiente en la marines norteamericanos y se considera auténtico libro editorial Grijalvo: Puertas de fuego. «Las armas y las tácticas evolu- cionan, la gente es la misma», asegura un capitán de los marines en un artículo publicado en The Washington Post el 17/7/2005 (el dato 26. Cambia el subtítulo, que en el caso del editado por Vintage es suministrado por Bridges 2007: 405). Veteranos norteamericanos Books en 2004 es The World of the Warriors-Heroes in the Ancient desde la guerra de Corea hasta nuestros días vierten sus opiniones Greece, from Utopia to Crisis and Collapse y en el de Channel 4 de acerca del libro y sus experiencias en una web de Amazon. un año antes es An Epic History. Este último es el recién traducido al 29. Información sacada de la web del propio Pressfield. Menos español por la editorial Ariel: Cartledge (2009). sorprendente resulta que el primer cuerpo del ejército griego luzca en 27. El libro fue vertido al castellano enseguida por Ariel: Cart- su emblema el μολὼν λαβέ («ven y cógelas») que dio como respuesta ledge (2007). El enfrentamiento entre Occidente y Oriente está siem- Leónidas a la exigencia persa de entregar las armas. pre presente, aunque sin la carga panfletista y proselitista que se 30. Véase el análisis de éstos y otros recursos, con abundantes alcanza con Hanson (véase más abajo). Muy significativamente Cart- ejemplos, en Bridges (2007: 411-419) y Fotheringham (2012: pas- ledge dedica el libro (p. XIX) a la memoria de su hermana, fallecida sim, esp. 398-401). en el atentado terrorista de Londres del 7 de julio de 2005. 31. En 2007 vio la luz la traducción al español en Planeta.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 43-51 50 CÉSAR FORNIS la línea de lo que se viene llamando «historia popu- violencia es el pan de cada día, será el inverosímil sal- lar». A esta tendencia literaria se han incorporado algu- vador del mundo libre», para enseguida colgar la eti- nos estudiosos que no son ajenos a intereses políticos, queta de esclavistas a los espartanos, como si el resto como Victor Davis Hanson, que en 2002 publica un es- de los estados griegos no conociera esta forma extrema tudio en el que pretende examinar la guerra desde Sala- de dependencia; sólo los ponderados comentarios del mina a Vietnam y al que da el explosivo título de Why profesor Anthony Spawforth (University of Newcastle) the West Has Won; Hanson lo culmina de la siguiente acerca de la naturaleza del relato de Heródoto ponen guisa triunfal: «La civilización occidental ha dado a la bridas al caballo desbocado de la mitificación. Precisa- humanidad el único sistema económico que funciona mente es la nómina de notables helenistas (Paul Cartd- [el capitalismo], una tradición racionalista que nos per- lege, Jennifer Roberts, Barry Strauss, Josiah Ober, mite el progreso material y tecnológico, la única estruc- Donald Kagan, etc.) que contribuyen con sus comen- tura política que garantiza la libertad del individuo [la tarios lo que aporta dosis de consistencia y equilibrio a democracia], un sistema de ética y religión que saca lo los dos largos capítulos que conforman el documental mejor del ser humano, y la más letal práctica de las ar- The Rise and Fall of the Spartans (2002)34, tres horas mas concebible [en los griegos hundiría sus raíces The que relatan la historia de Esparta con los éxitos milita- Western Way of War, el libro con el que Hanson se dio res como hilo conductor –y las Termópilas en un lugar a conocer hace dos décadas]32». de honor–, pero también describen su sociedad, sus le- Señeras cadenas de televisión anglosajonas tam- yes, sus costumbres y hasta su esplendor cultural du- bién han invertido notables esfuerzos y recursos en la rante el arcaísmo, analizándose al menos las causas que producción de documentales que llevaran a la pequeña motivaron la conversión en «un estado militar que con- pantalla, con el apoyo de comentarios de especialistas trolaba a los ciudadanos de la cuna a la tumba»; al mar- (no necesariamente del ámbito académico, pues inclu- gen de los inevitables guiños al pueblo norteamericano yen también a novelistas), los tres días de lucha descar- (se dice que Patton se inspiró en los espartanos para su nada y henchida de heroísmo de las Termópilas. De un aserto de que «no quiero que maten por mí, sino que lado la excesiva dramatización de los hechos en aras mueran por mí» y que al día siguiente de la caída de El del objetivo de captar audiencia, de otro el estar diri- Álamo, un periódico tejano publicó «ya tenemos nues- gidos fundamentalmente a un público norteamericano tras Termópilas»), el contrapeso lo pone el tono más conducen cuando menos a una simplificación que en encendido y dramático del narrador, que comete algún no pocas ocasiones se convierte en clara distorsión o in- que otro error de cierta importancia, como afirmar que cluso en disparate. Es el caso de Last Stand of the 300 el armamento y las tácticas hoplíticas fueron creadas (2007), creado por Limulus Productions para el His- por los espartanos (las perfeccionaron en todo caso) o tory Channel, donde escuchamos por ejemplo que las que la liga del Peloponeso fue diseñada con el objetivo tropas de Jerjes suponen ante todo una amenaza para de hacer frente a Atenas (que a finales del siglo VI dis- la democracia naciente o vemos primero a los hoplitas taba mucho de ser una potencia militar), amén de lla- atenienses portando en Maratón escudos con la lambda mar en alguna ocasión «campesinos arrendatarios» a de “lacedemonios”33. Por su parte, en los dos episodios los esclavos hilotas. del documental Spartans at the Gates of Fire producido En nuestro días el mito espartano sigue muy vivo, por Atlantic Productions para la BBC (2004), el tema es se retroalimenta con el cine, el cómic y la novela his- introducido por el narrador de la siguiente manera: «El tórica como viveros, sin olvidar las publicaciones de legendario reino guerrero de Esparta, una tierra donde carácter divulgativo que hacen un uso acrítico de las los débiles son esclavizados y asesinados, donde la fuentes porque lo que importa es avivar ese mito. Bien distinto es el panorama en la historiografía moderna es- 32. En 2004 se tradujo al español por las editoriales Turner y pecializada, que ha sometido a Esparta en las últimas FCE como Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge de la ci- décadas a una auténtica labor de zapa académica tras la vilización (la cita es de la p. 501), que se desprende de la carga polé- cual ha quedado arrumbada en su singularidad, ha sido mica del título original. 33. El documental acoge también algunas “perlas”, como que banalizada, y los espartanos convertidos en un pueblo los niños espartanos eran «máquinas de matar» en una Esparta que se corriente, en absoluto diferente del resto de los griegos asemejaba a «una sociedad con novatadas continuas y brutales», los belicosos espartanos que no fueron seleccionados para la batalla en- tendieron que «se perdían una fiesta» o llamar a Temístocles el Wins- 34. Distribuido asimismo por History Channel, se dobló al es- ton Churchill de su tiempo o a los diez mil inmortales persas «los pañol como Esparta. Código de honor-Mareas de guerra (los títulos chicos malos». de los dos capítulos).

SPAL 20 (2011): 43-51 ISSN: 1133-4525 UN SENDERO DE TÓPICOS y FALACIAS: ESPARTA EN LA FICCIÓN y EN LA HISTORIA POPULAR 51 que les rodeaban. El fiel de la balanza se ha inclinado FORNIS, C. (2008): Grecia exhausta. Ensayo sobre la casi por completo del lado de un escepticismo rayano guerra de Corinto. Hypomnemata 175. Göttingen. en el pirronismo hacia los autores griegos y romanos FOTHERINGHAM, L.S. (2012): «The Positive Por- que abordan un aspecto u otro del kósmos lacedemo- trayal of Sparta in Late Twentieth-Century Fiction», nio35. Edmond Lévy avisaba no hace mucho de los pe- en S. Hodkinson e I. MacGregor Morris (edd.), ligros de este exceso de “negacionismo” que da alas a Sparta in Modern Thought: 393-428. Swansea. reconstrucciones modernas sin sustento alguno en las LAPEÑA MARCHENA, O. 2011: «Algunas reflexio- fuentes, que las desprecian por completo36. Diluido el nes acerca del tratamiento cinematográfico de las espejismo cual azucarillo, el mito de Esparta parece ha- guerras médicas», en Grecia ante los imperios, berse agotado para los historiadores de la Antigüedad, Anejos de Spal XV: 427-438. Sevilla. al menos por el momento. Pero en la calle, como ha LEVENE, D.S. (2007): «Xerxes Goes to Hollywood», proclamado Paul Cartledge desde su cátedra cantabri- en E. Bridges, E. Hall y P.J. Rhodes (edd.), Cul- gense, «¡Leónidas vive! Con él también Esparta»37. tural Responses to the Persian Wars. Antiquity to the Third Millennium: 383-403. Oxford. LÉVy, E. (2003): Sparte. Histoire politique et sociale BIBLIOGRAFÍA jusqu´à la conquête romaine. Paris. LILLO REDONET, F. (2008): «Sparta and Ancient ALVAR, J. (2007): «Jerjes, ¿una drag queen?», Clío. Greece in The 300 Spartans», en I. Berti y M. Revista de Historia 69: 14-18. García Morcillo (edd.), Hellas on Screen. Cine- BRIDGES, E. 2007: «The Guts and the Glory. matic Receptions of Ancient History, Literature and Pressfield´s Spartans at the Gates of Fire», en E. Myth: 117-130. Stuttgart. Bridges, E. Hall, y P.J. Rhodes (edd.), Cultural Re- LILLO REDONET, F. (2010): Héroes de Grecia y sponses to the Persian Wars. Antiquity to the Third Roma en la pantalla. Madrid. Millennium: 404-421. Oxford. MACGREGOR MORRIS, I. (2004): Leonidas. Hero of CARTLEDGE, P. (2001): Spartan Reflections. London. Thermopylae. New york. CARTLEDGE, P. (2003): «Raising Hell? The Helot MATALAS, P. (2007): «Sparta in the Contemporary Mirage: A Personal Re-View», en N. Luraghi y S. World of Images» [en griego, con resumen en in- Alcock (edd.), Helots and their Masters in Laconia glés], en N. Birgalias, K. Buraselis y P. Cartledge and Messenia: Histories, Ideologies, Structures: (edd.), The Contribution of Ancient Sparta to Polit- 12-30. Washington D.C. ical Thought and Practice: 463-481. . CARTLEDGE, P. (2006): «Spartan traditions and re- NISBET, G. (2008): Ancient Greece in Film and Popu- ceptions», Hermathena 181: 41-49. lar Culture. Exeter2. CARTLEDGE, P. (2007): Termópilas. La batalla que NISBET, G. (2012): «“This is Cake-Town!”: 300 cambió el mundo, Barcelona (original inglés de 2006). (2006) and the death of allegory», en S. Hodkin- CARTLEDGE, P. (2009): Los espartanos. Una historia son y I. MacGregor Morris (edd.), Sparta in Mod- épica. Barcelona (original inglés de 2002). ern Thought: 429-458. Swansea. CEPEDA RUIZ, J.D. (2006): «La ciudad sin muros: OLLIER, F. (1933-1943): Le mirage spartiate. Étude Esparta durante los períodos arcaico y clásico», An- sur l’idéalisation de Sparte dans l’antiquité tigüedad y Cristianismo 23: 939-951. grecque, I-II. Paris. FANDIÑO PÉREZ, R.G. (2008): «Una vez más fasci- PRIETO, A. (2009): «Esparta reinventada: el cine», en nante fascismo. Comentarios sobre 300 de Zack Zin- J.M. Caparrós (coord.), Historia & Cinema: 171- der (2007)», Historia Actual Online 15: 145-156. 186. Barcelona. FORNIS, C. (2003): Esparta. Historia, sociedad y cul- TIGERSTEDT, E.N. (1965-1978): The Legend of tura de un mito historiográfico. Barcelona. Sparta in Classical Antiquity, 3 vols. Stockholm.

35. Sin duda la afirmación de Finley (1977: 248) de que no se Fecha de entrada: 13/09/2011 podía remontar más allá de mediados del siglo VI a.C. para la historia Fecha de aceptación: 07/10/2011 arcaica de Esparta sería hoy suscrita –puede que incluso extendida a los períodos clásico y helenístico– por muchos autores. 36. Lévy (2003: 7-8). 37. Cartledge (2009: 251).

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ANDANZAS DE UNA LÁPIDA CONMEMORATIVA COLOCADA EN EL ANFITEATRO DE ITÁLICA EN EL AÑO 1862

JOSÉ MANUEL RODRÍGUEZ HIDALGO

Resumen: El 23 de septiembre de 1862 Su Majestad la Reina Abstract: On September 23rd 1862, Her Majesty Queen Isa- Isabel II acudió a las Ruinas de Itálica. Lo hizo para ver las ex- bella II visited the Ruins of Italica. The reason of her visit was cavaciones que se efectuaban en el Anfiteatro. Para recordar y to see the excavations being carried out in the amphitheatre. conmemorar el acto, las distintas instituciones organizadoras To commemorate the event, the various organizing institu- acordaron colocar una lápida de mármol. Tras el triunfo de “La tions decided to place a marble plaque. After the victory of Revolución Gloriosa”, el día 13 de octubre de 1868, el Ayunta- the “Glorious Revolution”, on October 13th 1868, the Provi- miento Provisional Revolucionario de Sevilla ordenó a la Co- sional Revolutionary Seville City Council ordered the remo- misión de Monumentos retirarla. En este artículo se descri- val of this plaque by the Monuments Commission. This ar- ben las varias vicisitudes que acompañaron a esta lápida hasta ticle describes the various vicissitudes that surrounded this su recuperación y colocación actual. También se tratan las vi- plaque until its recovery and current location. We also deal vencias de otras modernas placas conmemorativas que existen with the histories of other modern commemorative plaques en el actual Conjunto Arqueológico de Itálica. that currently exist at the archaeological site of Italica. Palabras clave:Excavaciones en el Anfiteatro, Reina Isabel II, Key words: Excavations in the amphitheatre, Queen Isabella “Revolución Gloriosa”, lápida conmemorativa, visitas Reales, II, Glorious Revolution, commemorative plaque, royal visits.

El 23 de septiembre de 1862, siguiendo una tradi- Esta visita Real supuso un gran respaldo a la Itálica ción centenaria, Su Majestad la Reina Isabel II acudió del momento y a unas excavaciones que intentaban pa- a las Ruinas de Itálica. Rodeada de un amplio séquito liar las muchas destrucciones patrimoniales que se pro- pisó la tierra donde según la tradición erudita, además dujeron entre 1836 y 1856, cuando se cambió el trazado de Trajano, nacieron Adriano, Teodosio, el poeta Silio, de la Carretera de Badajoz a su paso por Santiponce. Allí el mártir San Geroncio, etc., y sobre la que afamados donde Ivo de la Cortina (1839/40) y José Amador de los poetas, como Fernando de Herrera, Rioja, Caro y otros Ríos (1840-46) simultanearon sus excavaciones con las muchos, evocaron con amargas lágrimas la destruc- obras de la carretera y los enfrentamientos con el Go- ción de un pueblo cuyo esplendor expresaba un desga- bierno Civil, que ahora, además de promover y ejecutar jado Anfiteatro, que ahora estaba siendo excavado bajo las obras civiles, tenía que tutelar los bienes patrimoniales la dirección de Demetrio de los Ríos y el patrocinio de desamortizados, entre los que se encontraban las ruinas la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos, de Itálica, hasta entonces, 1835, propiedad del monasterio dependiente de la Junta Central de la Real Academia de San Isidoro del Campo, desde su fundación en 1301. de la Historia, y también de la Diputación Provincial En aquellos momentos, pese a la descentralización de Sevilla. y la mayor proximidad con los problemas que supuso la

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Figura 1. Fotografía de Charles Clifford, 1862. Estado del Anfiteatro tras las excavaciones realizada por Demetrio de los Río durante 1860-62, objeto de la visita de Isabel II. Colección J.M.R. Hidalgo. creación, el 13 de junio de 1844, de Comisiones Provin- Demetrio de los Ríos director facultativo de las exca- ciales de Monumentos Históricos y Artísticos, se prodi- vaciones que habrán de hacerse en las ruinas de Itá- garon las denuncias públicas en la prensa, y también en lica. Con sus excavaciones en el Anfiteatro, Demetrio los despachos oficiales, pero aún así se siguieron pro- de los Ríos dio comienzo a una nueva etapa y lo hizo duciendo destrozos por la explotación de “las canteras cambiando el quehacer arqueológico, que repercutió en de Itálica” y la destrucción de los restos arquitectónicos la fisonomía de las ruinas de Itálica, y especialmente en que se exhumaban en esas excavaciones. Los enfrenta- la de su Anfiteatro. Como arquitecto que era, con sus mientos entre ambas posturas fueron especialmente vi- excavaciones en el Anfiteatro preconizó una arqueolo- rulentos en 1855; de una parte estaba el ingeniero jefe gía más moderna frente a los criterios anteriores, más de la provincia de Sevilla, José Soler de Mena, y de propios del modo de actuar del anticuariado de siglos otra, Demetrio de los Ríos, el arquitecto de la Provincia precedentes. Él mismo en la página 33 de su libro Me- (Rodríguez Hidalgo, J. M., 2002, pp. 15-16) moria Arqueológico-Descriptiva del Anfiteatro de Itá- Con el fin de resolver los litigios y paliar la situa- lica (Madrid, 1862), se expresó en estos términos: ción, el 5 de diciembre de 1855, el gobernador civil, Mariano Castillo, convocó en la propia Itálica, al pie “…al hacerme cargo de la dirección expresada, juz- de las obras, a la Diputación Arqueológica, presidida y gué de mi deber, para que fuesen realmente útiles las representada por Juan José Bueno y, su secretario, An- tareas que se proyectaban, el aconsejar a la Comisión que destine la suma concedida en el presupuesto de la tonio María de Ariza, a la Universidad Literaria y a la provincia a la investigación del Anfiteatro, por pare- Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Ar- cerme preferible un estudio positivo a vagas explora- tísticos. Además de los citados, entre otros, estuvieron ciones, sometidas al acaso, y por tanto de dudosos o presentes Antonio del Canto Torralbo y Demetrio de los estériles resultados”. Ríos, que asistía en calidad de arquitecto de la Acade- mia de Nobles Artes de San Fernando, de individuo de Precisamente esta Memoria Arqueológico-Descrip- la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hun- tiva, publicada por la Real Academia de la Historia, era gría, como arquitecto de la provincia de Sevilla y como el resultado de ese propósito aceptado por la Comisión Catedrático de la Escuela de Bellas Artes. Entre otras y le sirvió a su autor para exponer los resultados y las cuestiones, esa reunión de autoridades y expertos con- deducciones a las que llegó tras las excavaciones efec- cluyó aceptando la necesidad y el compromiso de crear tuadas, especialmente entre los años 1860 y 1862. una plaza de guarda para las Ruinas de Itálica y de re- Ese mismo año de la publicación del libro, en con- dactar y desarrollar un plan de excavaciones. creto el 20 de mayo de 1862, Demetrio de los Ríos Tras unas primeras intervenciones arqueológicas obtuvo el reconocimiento de sus trabajos, cuando la realizadas durante 1856-7, la Comisión de Monumen- Diputación Arqueológica de Sevilla se dio cita en el tos Históricos y Artísticos de Sevilla, en la sesión ce- Anfiteatro para presenciar los resultados de las exca- lebrada el 24 de enero de 1860, acordó nombrar a vaciones. Gracias a la crónica que redactó Aurelio Gali

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Figura 2. Tarjeta postal, La Unión Postal. Fotografía anónima realizada en la década de 1890. Colección J.M.R. Hidalgo.

Figura 3. Fotografía anónima, hacia 1900. Colección J.M.R. Hidalgo.

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Figura 4. Nuevo Mundo, jueves 19 de abril de 1906. Don Alfonso XIII y los infantes Dª María Teresa y D. Fernando, la condesa de París y su hija la princesa de Orleans, visitando las ruinas de Itálica el día 11 de abril de 1906. Colección J.M.R. Hidalgo.

Gobernador civil, que tenía a su derecha al Presidente Lassaletta (1892, pp. 77-78) podemos reconstruir los de la Diputación Sr. Bueno y a la izquierda al Secre- actos que acompañaron a esa visita: tario Sr. Ariza: estos señores indicaron el objeto de aquel acto solemne, que no era sólo colocar el hu- “En una altura conveniente, para que desde ella milde monumento que se ha colocado en el Anfitea- pudiera divisarse el Anfiteatro, se había levantado tro, sino también el ocuparse de la manera de con- una espaciosa tienda adornada con banderolas y al- tinuar las excavaciones en lo sucesivo con el mejor fombrada con flores rústicas y yerbas aromáticas que éxito. Por el Sr. Marqués de Cabriñana, y a excitación embalsamaban el ambiente. A las tres de la tarde llegó del Sr. Presidente, se leyó la célebre oda de Rioja con el Sr. Gobernador civil de la provincia, acompañado una ligera biografía del ilustre poeta; por el Sr. La- de 16 individuos de la Diputación, que ocupaban marque, la oda de Rodrigo Caro; por el Sr. Bueno, la cuatro carruajes, siendo recibidos por una Comisión oda de D. F. Núñez; y por el Sr. Collantes, el soneto compuesta de los Sres. Hernández, Collantes y Se- de Pedro Quirós. El Sr. Cisneros leyó una Memoria cretario Ariza, a los cuales estaba encomendada la di- alusiva al acto. El Sr. Marqués de Cabriñana un so- rección de la ceremonia. A las tres y cuarto llegó una neto a las ruinas de Itálica. El Sr. Lamarque una oda a Comisión de la que formaban parte los Sres. Gago, las ruinas y dedicada a la Diputación; y por último, el pro. Lionnet, Cabriñana y Rapin, que habían pasado Sr. Bueno un soneto y una octava. a la hacienda del Sr. D. Fernando Rodríguez de Ri- Terminada la sesión, se trasladaron los con- vas, para examinar las antigüedades descubiertas en currentes al centro del Anfiteatro, donde está co- la misma. Los concurrentes ocuparon una galería cu- locado el trozo de columna que constituye el mo- bierta que domina las ruinas, e inmediatamente se numento, en el cual se han grabado los siguientes abrió una sesión extraordinaria, presidida por el Sr. versos de Rioja:

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Figura 5. Fotografía de un viajero ingles fechada en 1910. Colección J.M.R. Hidalgo.

“Este despedazado anfiteatro Cisneros (D. Antonio), Lamarque, Collantes, Her- Impío honor de los dioses cuya afrenta nández, Almonte, Fernández de los Ríos, Cañaveral, Publica el amarillo jaramago, Ojeda, presbítero, Cortés, Ariza y en representación Ya reducido a trágico teatro, de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísti- ¡Oh fábula del tiempo! Representa cos de la provincia, el Sr. Colón. A causa del mucho calor que se hizo sentir a la hora para que se citó a los Cuánta fue su grandeza y es su estrago. socios, dejaron de concurrir muchos señores”. La Diputación Arqueológica de Sevilla MDCCCLXII

Visitadas después las ruinas inmediatas, se trasla- Pero el mayor reconocimiento a Itálica y a la labor daron las personas que asistieron a la tienda, en cuyo de Demetrio de los Ríos se produjo con y tras la visita centro estaba preparada una mesa cubierta de man- que, el 23 de septiembre de 1862, efectuó a las excava- jares, dulces y vinos. En este momento llegaron los ciones S. M. Isabel II. El fastuoso acontecimiento no Sres. Ríos y Colón; el primero de los cuales leyó una pasó desapercibido en la prensa local y nacional, tam- Memoria relativa al progreso de las excavaciones de poco en las múltiples crónicas regias que se redactaron algún tiempo a esta parte. Durante la comida brinda- ron los Sres. Gobernador Civil, Bueno y Almonte. tras esta visita inscrita en el viaje que SS. MM. y AA. Poco después visitaron los concurrentes el resto de las RR. realizaron por las provincias de Andalucía y Mur- ruinas, regresando enseguida a la ciudad. En la sesión cia. Antes de la visita, ya el diario La Andalucía, de Se- reinó gran entusiasmo y una extraordinaria animación. villa, del domingo 21 de Septiembre, hacía una reseña Concurrieron los Sres. Gobernador Civil de la provin- sobre lo que sería la visita a Itálica y las personalidades cia, Bueno, Cabriñana, Gaga, Lionnet, Rapin, Pila, que allí recibirían a SS. MM. El mismo día de la visita,

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Figura 6. Portada del diario ABC de 18 de abril de 1910. Congreso de otorrinolaringólogos visitando las ruinas de Itálica.

Juan J. García de Vinuesa escribió en el diario El Por- pasando por las villas de Camas y Santiponce (…) venir de Sevilla lo siguiente: Junto al extinguido monasterio de S. Isidoro del Campo se presentarán a SS.MM. los individuos de “… SS.MM. han resuelto ir hoy a la Cartuja, magní- la comisión nombrada para arreglar este paseo de una fico establecimiento de los señores Pickman y Cía…, manera cómoda y decorosa, componiéndola miem- y después a las célebres ruinas de Itálica, (…). A la bros de la Diputación Provincial, y Ayuntamiento, y una de la tarde saldrá la familia regia del palacio de S. de las Comisiones de Monumentos Históricos y Ar- Telmo (…) Acto continuo se dirigirán SS.MM. a las queológicos. Allí se invitará a las reales personas ruinas de Itálica por el arrecife provisional construido, a que penetren en la iglesia (…) Seguidamente se

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Figura 7. Fotografía de R. Salas tras el inicio de las excavaciones emprendidas por A. Parladé en la primera mitad de la década de 1920. Colección J.M.R. Hidalgo.

dirigirán SS.MM. a Itálica, apeándose al son de músi- de los venerables Santos, cas militares y de otras de los pueblos circunvecinos célebres poetas en un extenso campamento, compuesto de numerosas e insignes Emperadores tiendas, las cuales distribuidas por la planicie y las estuvo en Itálica cumbres cercanas forman un pintoresco paisaje. En el el día 23 de Septiembre de 1862 centro se elevará la que se destina para descanso de La Diputación Provincial El Ayuntamiento de Sevilla las excelsas personas; ostentando en su remate el pa- y la Comisión de Monumentos Históricos bellón de España y apareciendo exornada con estan- y Arqueológica dartes romanos de seda galoneadas de oro, en que es- cuidaron de perpetuar en este mármol tán impresos con letras del mismo metal los nombres la memoria de tan fausto suceso de los emperadores naturales de Itálica, de la arrui- nada colonia, su antiguo obispo y de los poetas que Después el Presidente de la Comisión de Monu- han celebrado sus glorias. mentos llamará la atención de los reyes acerca de la Luego que SS.MM. tomen asiento descorre- importancia de las excavaciones, que se costean de los rán los altos dignatarios, a quienes corresponda esta fondos provinciales, y don Demetrio de los Ríos; ar- honra; a los acordes de la marcha Real, la Cortina de quitecto director de las mismas, mostrará a SS.MM. el seda que cubrirá una lápida de mármol colocada en el plano de la famosa y arruinada ciudad, por si gustan circo con la inscripción siguiente: examinarlo, a fin de que puedan conocer su períme- tro, la situación de sus principales monumentos y el S.M. la Reina Doña Isabel segunda circuito de sus murallas; presentándoles además una deseosa de ver la patria reseña de los trabajos ejecutados bajo su dirección.

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SS.MM. pasarán a ver detenidamente el despedazado el Ayuntamiento Provisional Revolucionario de Sevilla el anfiteatro, penetrando en los departamentos - descu día 13 de octubre de 1868, duró hasta el año 1991. biertos y galerías subterráneas, para cuyo fin se han dispuesto terraplenes y escalinatas que faciliten el … ofreciéndose el Ayuntamiento Reunido en Cabildo tránsito. Terminada la inspección de las ruinas, se ob- otra nueva inscripción… Al propio tiempo estimó sequiará a las reales personas con un ligero refresco, si oportuno el Excmo. Ayuntamiento que se agregase a se dignaran a aceptarlo y después regresarán SS.MM. la inscripción lo siguiente: Borrada la inscripción con- a Sevilla; cuidándose por la diputación arqueológica memorativa que antecede, el Consejo Municipal de de que se tome una vista fotográfica del acto. M.N.M.L.M.H. e I. ciudad de Sevilla, presidido por el Excmo. Sr. Don José Luis de Solís y Jácome, Marqués Afortunadamente para Itálica, la visita Real llevó de Fablantes, acordó en Cabildo de 20 de noviembre aparejada la asignación de 10.000 reales para continuar de 1875, volver a colocar en este sitio la piedra que ad- los trabajos arqueológicos emprendidos. Con ellos De- vierta a la posterioridad tan glorioso acontecimiento. metrio de los Ríos continuó con la excavación de la Lo que tengo la satisfacción de participar a V.I. para su debido conocimiento y a fin de que sirva dar arena durante el año 1863 (fig.1). Unas excavaciones noticia del citado acuerdo a la Comisión que tan dig- que se sucedieron con continuidad hasta el año 1868, namente preside esperando que al mismo tiempo ten- más concretamente hasta que “La Revolución Glo- drá bondad de dar las órdenes oportunas al encargado riosa” disolvió la Academia Española de Arqueolo- de la custodia de las mencionadas ruinas de Itálica gía del Príncipe Don Alfonso y con ella las diputacio- para que no le ponga impedimento a los dependientes nes existentes en las provincias. Poco tiempo después de esta Alcaldía, que han de llevar a cumplido efecto de triunfar la Gloriosa, ésta tuvo su primera repercu- lo dispuesto en el Municipio. sión en Itálica. El día 13 de octubre de 1868, el Ayun- tamiento Provisional Revolucionario de Sevilla dirigió Como respuesta a lo trasladado por la Comisión de a la Comisión de Monumentos la siguiente imposición: Monumentos el encargado de la custodia de las ruinas de Itálica, el guarda de las mismas, Manuel Fuentes, re- Suprimidas las lápidas establecidas en varios edi- mitió, con fecha 16 de enero de 1876, la siguiente mi- ficios públicos, con el fin de consignar el viaje de la siva de contestación: Corte a esta población en 1862, el Ayuntamiento se di- rige a V.I. esperando que se servirá ordenar se retire la En contestación a la respetada orden para aberi- que se colocó en las ruinas de Itálica para conmemo- guar el paradero de la losa que en el, se refiere, echas rar la visita que hizo a aquel sitio Dª Isabel de Borbón. las bestigaciones necesarias a dicho objeto le parti- cipo que se halla la referida losa en la casa del ayun- Durante el Sexenio Revolucionario, a pesar de la cri- tamiento en poder del alcalde de esta villa. Lo que tengo el honor de participar a V.I. para los fines opor- sis política que se atravesaba, por documentos del Ar- tunos a que haya lugar. chivo de la Comisión de Monumentos, sabemos que en 1870 se realizaron obras en el Anfiteatro, aunque no pode- Con lo informado por el guarda Manuel Fuentes, la mos especificar nada de las mismas porque la documenta- Comisión de Monumentos remitió al Sr. Alcalde Presi- ción existente es parca al respecto, limitándose tan sólo a dente del Excmo. Ayuntamiento de Sevilla el siguiente anotar la continuación de los trabajos existentes. Segura- escrito: mente se seguiría excavando la arena. Esto quedó confir- mado con una misiva del Gobierno Provincial de fecha 28 En contestación a su atento oficio debo manifes- de Diciembre de 1871, según la cual la Comisión de Mo- tarle, que esa Corporación de su digna Presidencia numentos invirtió 4.000 escudos en el Anfiteatro; tampoco puede excusarse de esculpir otra lápida y exponerse a se especificó nada al respecto, aunque presumiblemente cometer en ella errores involuntarios, si emplea para se invirtieron una vez más en la excavación de la Arena. su restitución en el Anfiteatro de Itálica, la misma que La Restauración borbónica, al igual que la Revolu- allá se colocó en la Visita Regia de 1862, a la que ese Excmo. Ayuntamiento puede agregar lo que tenga por ción, también tuvo repercusiones en Itálica. Con la carta, conveniente. que a continuación leeremos, remitida por el Alcalde de Al efecto indico a V.E. que la lápida en cuestión Sevilla, José de Solís y Jácome, el día 21 de diciembre de se halla depositada en la Casa Capitular de la villa 1875, a la Comisión de Monumentos se inició una aje- de Santiponce y que esta Corporación, se congra- treada situación en torno a la ya mencionada lápida de la tula de la reaparición en su lugar de semejante monu- visita de Isabel II, que, iniciada con la Orden dictada por mento conmemorativo, a cuyo acto contribuirá con su

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Figura 8. Fotografía aérea de finales de la década de 1960. En la parte central izquierda se observa la Casa-Museo donde, en 1912, tras su declaración como tal, se colocó la placa de mármol: ITÁLICA Monumento Nacional. Archivo del Conjunto Arqueológico de Itálica.

Figs. 9. Fachada de la Casa-Museo demolida en los primeros años de 1970, sustituida por la actual sede institucional del Conjunto, antes Museo. Archivo del Conjunto Arqueológico de Itálica.

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Figs. 10 y 11. Porche de la actual sede institucional donde, en noviembre de 1991, se colocaron las distintas placas conmemorativas rescatadas en 1983.

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Figura 12. Fotografía aérea del Anfiteatro, 1983. En ella se aprecian los trabajos de restauración en la fachada principal y también los del cuadrante sureste del podium.

cooperación de la misma manera que lo hizo en la pri- 1906, ahora para la visita de S. M. Alfonso XIII. Al- mera colocación de la precitada lápida. guien debió de acordarse de la lápida que en su día se colocó para conmemorar la visita de la abuela del joven Aunque desconocemos la fecha exacta, la lápida Monarca, también Reina, y se dio la orden de colocar fue repuesta, aparentemente en su lugar de origen y allí la lápida en el camino que entonces permitía el acceso permaneció, hasta que en la campaña de los años 1924- de bajada a la “plaza del anfiteatro”, la arena (fig. 4). 25, Andrés Parladé vació y excavó la estancia situada En ninguna de las fotos anteriores a la referida fecha de a la derecha de la Avenida Triunfal del Anfiteatro, so- 1906 se evidencia la mencionada lápida, algo que nos terrada hasta entonces y en cuya parte superior, adhe- induce a manifestar que en 1862 se colocó en un lu- rida a un gran bloque de opus caementicium, se encon- gar apartado del objetivo de las múltiples cámaras que traba la inscripción (Parladé, A., 1926, pp. 3-4). Ésta fotografiaron el Anfiteatro. Tampoco es descartable la fue arrancada nuevamente, el bloque roto, la tierra eva- posibilidad de que una vez arrancada en 1868 no que- cuada y la sala excavada, el Nemeseion (Beltrán Fortes, dasen restos del mortero de cal con que se fijó la placa J. y Rodríguez Hidalgo, J. M., 2004, pp. 55-60). de mármol, como suele ser lo habitual (figs.5, 6, 7). La observación de las fotos de la época nos induce En el año 1983 el arquitecto Alfonso Jiménez Mar- a pensar que, pese al interés manifestado por el Excmo. tín ejecutó un proyecto que comportaba la restauración Ayuntamiento de Sevilla y el asentimiento de la Co- de la fachada del Anfiteatro, allí donde el alzado de misión de Monumentos, la lápida no se recolocó hasta la misma tendría su máximo desarrollo en altura. El muchos años después (figs. 2 y 3). Creemos que fue en citado proyecto comportaba la reconstrucción de los

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Figura 13. Detalle de la restauración de a fachada principal del Anfiteatro realizada en 1983. En primer término, sobre un bloque de opus caementicium se aprecia la impronta que dejó la placa que colocó la Comisión de Monumentos en reconocimiento a las personas e instituciones que colaboraron en las excavaciones practicadas en Itálica.

Figura 14. Detalle de la fachada y columna conmemorativa del evento realizado en la arena del Anfiteatro el 20 de mayo de 1862.

SPAL 20 (2011): 53-66 ISSN: 1133-4525 ANDANZAS DE UNA LÁPIDA CONMEMORATIVA COLOCADA EN EL ANFITEATRO DE ITÁLICA EN EL AÑO 1862 65 dos pilares que, situados a la izquierda de la Puerta existente entre la solería original de la avenida triun- Triunfal del edificio, habían sido expoliados hasta los fal y la regalada por el Duce. Desde entonces y hasta cimientos y también de la escalera izquierda. Esta es- 1991 permaneció guardada, pero, además de recordar calera, que permitía la subida desde la fachada hasta aquel evento pasado, era necesario evitar el acceso a el deambulatorio de la primera planta, se presentaba los camiones que, desde el año 1981, entraban en el in- despojada de su forro de sillares y era prioritario re- terior del Anfiteatro, para montar y desmontar el esce- cuperar su función y facilitar así la subida del público nario y graderío provisional de los Festivales de Itálica visitante. (figs. 13 y 14). Previo a las tareas de reconstrucción fue necesario desalojar el entorno inmediato. Allí, a principios de la década de 1970 J. Mª. Luzón, en su etapa de director, BIBLIOGRAFÍA había depositado todas las cornisas que en su día co- ronaban el podium del Anfiteatro y que hasta entonces ARCHIVO DE LA COMISIÓN DE MONUMENTOS permanecían diseminadas por la arena. Fue necesario HISTÓRICOS y ARTÍSTICOS DE SEVILLA. catalogarlas y también realizar una excavación, para al- COS-GAyÓN, FERNANDO. Crónica del viaje de SS. canzar los cimientos de esos pilares que se iban a re- MM. y AA. RR. a Andalucía y Murcia en septiem- construir. En ese proceso previo de ordenación de la bre-octubre de 1862. Madrid, 1863. superficie de trabajo, donde A. Parladé no había con- BELTRÁN FORTES, JOSÉ y RODRÍGUEZ HI- cluido la excavación de la fachada, donde por tanto no DALGO, JOSÉ MANUEL. Itálica. Espacios de pudo colocarse el pavimento que Benito Mussolini re- culto en el anfiteatro. Sevilla, 2004 galó con motivo de la Exposición Ibero Americana, y GALI LASSALETTA, AURELIO. Historia de Itá- donde se había generado un majano de piedras de dis- lica. Municipio y Colonia Romana. S. Isidoro del tinta naturaleza, es donde pudimos recuperar la olvi- Campo. Sepulcro de Guzmán El Bueno. Santiponce, dada “lápida de Isabel II”. Pero no sólo recuperamos Sevilla. Sevilla, 1892. ese recuerdo de la memoria de Itálica. Allí estaban tam- MAIER ALLENDE, JORGE y SALAS ÁLVAREZ, bién otras dos placas de mármol; una, aunque fragmen- JESÚS. Comisión de Antigüedades de la Real Aca- tada, recordaba que Itálica era Monumento Nacional; demia de la Historia. Andalucía. Catálogo e Indi- en la otra la Comisión de Monumentos relacionaba a ces. Madrid, 2000. una serie de personas e instituciones que llevadas por PARLADÉ y HEREDIA, ANDRÉS, CONDE DE su amor a la cultura habían contribuido a la excavación AGUIAR. “Excavaciones en Itálica. Memoria de Itálica (figs. 8 y 9). de las excavaciones practicadas en 1924-1925”. Una vez recuperadas estas tres placas de mármol Junta Superior de Excavaciones y Antigüeda- fueron almacenadas y en otoño de 1991, al poco tiempo des, Núm. Gral.: 81. Núm. 11 de 1924-25. Ma- de ser nombrado director del Conjunto Arqueológico drid, 1926. de Itálica, las coloqué a la vista pública en el porche PONGILIONI, ARÍSTIDES E HIDALGO, FRAN- del edificio administrativo, antes Museo (figs.10, 11 y CISCO DE PAULA. Crónica del Viaje de SS. MM. 12). En esa misma fecha se ubicó en su posición ac- y AA. RR. a las provincias de Andalucía en 1862. tual, en el eje de la Puerta Triunfal del Anfiteatro, unos Madrid, 1863. dos metros por delante de la línea de fachada, la co- RÍOS y SERRANO, DEMETRIO DE LOS. Memoria lumna donde en su día se grabaron los versos de Rioja Arqueológico-Descriptiva del Anfiteatro de Itálica. para conmemorar la visita que la Comisión de Monu- Madrid 1862. mentos giró a Itálica, el 20 de mayo de 1862, para pre- RODRÍGUEZ HIDALGO, JOSÉ MANUEL. “La co- senciar las excavaciones realizadas por Demetrio de los lección arqueológica de Itálica. Apuntes sobre su Ríos y que concluyó con un recital poético donde se le- ampliación e institucionalización durante el siglo yeron los versos de aquellos afamados poetas que evo- XIX”, en J. Beltrán et al., eds., Arqueología, Colec- caron con amargas lágrimas la destrucción de Itálica. cionismo y Antigüedad. España e Italia en el Siglo ya en 1929, durante la pavimentación de la explanada XIX. Sevilla, 2006. de entrada al Anfiteatro regalada por Benito Musolini, RODRÍGUEZ HIDALGO, JOSÉ MANUEL. “Deme- se colocó aquí, aunque en la línea de fachada; pero fue trio de los Ríos e Itálica”, en Ríos, Demetrio, Me- necesario arrancarla durante las obras de restauración moria Arqueológico-Descriptiva del Anfiteatro de de 1983, ya que en ellas se repuso el tramo de losas Itálica. Madrid 1862, (reed. Sevilla, 2002).

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 53-66 66 JOSÉ MANUEL RODRÍGUEZ HIDALGO

TUBINO y RADA, FRANCISCO MARÍA. La Corte VELÁZQUEZ y SÁNCHEZ, JOSÉ. Crónica Regia, en Sevilla. Crónica del Viaje de SS. MM. Y AA. RR. viaje de la Corte a Sevilla en 1862. Sevilla, 1872. a las provincias andaluzas. Sevilla, 1863.

Fecha de entrada: 02/02/2012 Fecha de aceptación: 27/02/2012

SPAL 20 (2011): 53-66 ISSN: 1133-4525 EL SOLUTRENSE MERIDIONAL IBÉRICO: EL NÚCLEO DE LA PROVINCIA DE MÁLAGA

MARÍA DOLORES SIMÓN VALLEJO* MARÍA MERCÈ BERGADÀ ZAPATA** JUAN FRANCISCO GIBAJA BAO*** MIGUEL CORTÉS SÁNCHEZ****

Resumen: La provincia de Málaga es una de las áreas con mayor Abstract: The province of Malaga is one of the areas with número de yacimientos solutrenses del sur de la Península Ibé- the greatest number of Solutrean sites in southern Iberia. rica. En este trabajo abordamos el contexto estratigráfico, sedi- In this paper we treat the sedimentary, chronological and mentario y paleoambiental del Solutrense en esta área, sobre todo paleoenvironmental contexts of the Solutrean in this area, a partir de los análisis efectuados en Cueva Bajondillo, y trata- especially from the analysis in Bajondillo Cave. We also an- mos su correlación con otros registros del Mediterráneo ibérico. alysed its correlation with other records in the Iberian Med- Así mismo, el análisis de la secuencia tecnocultural, las iterranean. estrategias de subsistencia desde una perspectiva morfológica Also, the techno-sequence analysis, the subsistence y funcional o de las manifestaciones simbólicas nos permiten strategies as well as the symbolic manifestations allow the identificar los principales rasgos culturales del Solutrense en identification of the main characteristics of the regional So- este ámbito geográfico. lutrean. Palabras clave: Málaga, Solutrense, Paleoambiente, Secuen- Key words: Málaga, Solutrean, Paleoenvironment, Se- cia, Simbolismo. quence, Simbolism.

LOS YACIMIENTOS SOLUTRENSES DE distribución de los emplazamientos sobre esta circuns- MÁLAGA: MARCO HISTORIOGRÁFICO cripción administrativa de 7.306km² es desigual pues la mayoría de ellos aparecen concentrados en las proximi- La provincia de Málaga reúne una de las mayores dades de la costa actual y sólo unos pocos se localizan concentraciones conocidas de yacimientos arqueoló- en el interior (Fig. 1, Tabla 1). A esta repartición hetero- gicos del Pleistoceno superior del sur de la Península génea hay que añadir que los enclaves localizados en el Ibérica (Cortés y Sanchidrián 1999). No obstante, la área de influencia costera destacan también porque son

* Museo Arqueológico de Frigiliana, c/ Cuesta del Apero, 10. *** Departamento de Arqueología CSIC-IMF. Investigador Ra- 29788-Frigiliana, Málaga. [email protected] món y Cajal, c/ Egipciaques, 15. 08001-Barcelona. [email protected] ** SERP. Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Ar- **** Departamento de Prehistoria y Arqueología. Facultad de queología. Facultad de Geografía e Historia. Universidad de Barce- Geografía e Historia, Universidad de Sevilla, c/ María de Padilla s/n. lona, c/ Montealegre, 6-8. 08001-Barcelona. [email protected] 41004-Sevilla. [email protected]

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 67-80 68 Mª D. SIMÓN VALLEJO / Mª M. BERGADÀ ZAPATA / J. F. GIBAJA BAO / M. CORTÉS SÁNCHEZ

Figura1. Mapa de la provincia de Málaga con la ubicación de los yacimientos citados en el texto.

los que disponen de unas secuencias estratigráficas me- (Bj/9) y evolucionado (Bj/8 a 6) (Cortés 2007b). De jor contrastadas. Así, de occidente a oriente tendríamos este segmento de la secuencia disponemos de regis- las siguientes cavidades (Tabla 1, Figura 1): tros polínicos, isotópicos, sedimentológicos, microes- Cueva del Toro o Calamorro (Benalmádena). Se tratigráficos y cronológicos. En este último apartado, trata de un yacimiento con arte parietal (Fortea y Gimé- cuatro dataciones, una de 14C-AMS y tres de termolu- nez 1973). Hasta el momento no se ha realizado ningún miniscencia (Tabla 2), permiten contextualizar crono- sondeo, aunque es previsible conserve algún relleno lógicamente este tramo estratigráfico. pues en superficie se documentan materiales neolíticos Cueva Navarro IV (Málaga) es un yacimiento de (Cortés et al. 2010). arte parietal caracterizado por la existencia de un único Cueva Bajondillo, en realidad un gran abrigo abierto zoomorfo (un uro) junto con numerosos signos simples en el edificio travertínico de Torremolinos, cuenta con atribuidos al Solutrense (Sanchidrián 1981). La exis- 19 estratos arqueológicos, de los cuales cuatro de ellos tencia de diversos artefactos líticos tallados en superfi- (Bj/9 a Bj/6) han sido atribuidos al Solutrense pleno cie recogidos por este autor y el hecho de que la boca

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Tabla 1. yacimientos de la provincia de Málaga

yacimiento Ámbito Secuencia Municipio m. s.n.m. Arte Fuente en cueva geográfico estratigráfica Toro Benalmádena 500 Sin sondear Parietal Fortea y Giménez 1973 Roca Chica Torremolinos 5 Sin sondear No Inédito Bajondillo Torremolinos 15 Bj/6-Bj/7-Bj/8-Bj/9 Mobiliar Cortés 2007a Hoyo de la Mina Málaga 125 HM/7 No Ferrer et al. 2006 Navarro Málaga c. 10* Sin sondear Sí Sanchidrián 1981 Abrigo 4 / Málaga 5 Tramo medio No Ramos y Durán 1998 Complejo Humo Abrigo 6 / Málaga 16 Estrato 10 No Ramos et al. 2006 Complejo Humo Costa Rincón de la Victoria 70 Sin sondear Sí Cantalejo et al., 2007 Victoria Rincón de la Cacho y López 1979 Higuerón 80 No Sí Victoria Cantalejo et al. 2007 V/IX-VIII-VII Cortés et al., 2006 (Quadra 1962.1963) Simón 2003 V/9-8-7 Aura et al. 2001, 2006, Nerja Nerja 158 Sí (Jordá 1979-187) Jordá 1986 Mina-80A/8-7 Jordá y Aura 2006 (Pellicer 1980) Cava 1997 Breuil et al. 1915 La Pileta Benaoján 670 Sí Sí Cortés y Simón 2008 Cueva de Ardales Ardales 565 Material superficie Sí Cantalejo et al. 2006 Interior Colección Tajo de Jorox Alozaina 570 Sí Marqués y Ruiz 1976 sin contexto Zafarraya Alcaucín 1.100 Sí No Barroso 2006

* Se trata de un valor estimativo pues la entrada original se encuentra obstruida por derrubios y el acceso se realiza desde la parte final de la cueva.

Tabla 2. Dataciones efectuadas en los yacimientos de Bajondillo y Nerja

Estrato AMS Cal. BP ** TL Muestra Laboratorio Bajondillo/6 — — — — — Bajondillo/7 — — 16.438±1497 Carbonatos MAD-3927 Nerja V8/s* 17.940±200 19638±459 — Hogar UBAR-98 Bajondillo/8 — — 17.582±1521 Carbonatos MAD-3926 Nerja V/8k-l* 18.420±530 20104±663 — Carbón UBAR-158 Bajondillo/9 — — 18.701±2154 Sílex MAD-2405 Bajondillo/9 19.990±480 23886±596 — Hueso AA 34710 Nerja-V/9a* 21.140±190 23346±397 — Bráctea Pinus sp. — *Aura et al. 2006, ** CalPal2007_HULU

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 67-80 70 Mª D. SIMÓN VALLEJO / Mª M. BERGADÀ ZAPATA / J. F. GIBAJA BAO / M. CORTÉS SÁNCHEZ de entrada a la cavidad se encuentre sellada hace man- recientemente (Aura et al. 2006), se desglosa en una tener expectativas sobre la presencia de niveles ocupa- fase A, la más antigua y que correría paralela al desa- cionales paleolíticos. rrollo del Solutrense inferior ibérico; otra plena o B, Cueva del Hoyo de la Mina (Málaga) es una cavi- que sería sincrónica al Solutrense medio/pleno ibérico; dad conocida a partir de las excavaciones de M. Such y por último la C, más reciente, que sería coincidente (1920) y, sobre todo, por el análisis posterior de J. For- con el Solutrense evolucionado de facies ibérica. Las tea (1973). Recientes trabajos han permitido constatar dataciones permiten ajustar relativamente la cronología la secuencia estratigráfica del yacimiento, en la que se del Solutrense en el yacimiento (Tabla 2). documenta la presencia de arpones en la serie magda- Además de estos enclaves hay otros emplazamien- leniense y, como novedad más significativa para este tos con algunos indicios pendientes de contrastación, trabajo, la presencia de niveles solutrenses que han como sería el caso de Cueva de la Roca Chica (Torre- aportado un utillaje diagnóstico muy claro que permite molinos). Aunque esta cavidad, localizada en las inme- ser atribuido al Solutrense evolucionado, no final (Fe- diaciones de la costa, fue parcialmente destruida en la rrer et al. 2006). década de los años setenta del siglo XX se conservan El Complejo kárstico de Humo (Málaga) dispone diversos materiales depositados en la Sección de Ar- de varios abrigos y cuevas, de los cuales los abrigos 4 queología del Museo Provincial de Málaga que apuntan y 6 han aportado indicios atribuibles al Solutrense. El hacia la existencia de industrias atribuibles al Paleolí- Abrigo 4 consta de una amplia secuencia estratigráfica tico superior (Cortés 2010). Así mismo, la ausencia de de 14 m de potencia, no sondeada hasta el momento de sondeos estratigráficos tanto en Toro como en Navarro forma sistemática, y de la cual procede una colección o la falta de profundización en la secuencia de Victo- industrial que permite identificar la presencia de ocu- ria hacen mantener expectativas sobre la posibilidad de paciones solutrenses (Ramos et al. 2006). Abrigo 6 es que estas cavidades dispongan de depósitos potenciales el yacimiento que podría está llamado a ser la referen- para ampliar el conocimiento del Solutrense en la pro- cia para el sector oriental de la bahía de Málaga pues vincia de Málaga. los sondeos practicados hasta el momento, de poca en- Por su parte, los yacimientos del hinterland (Fig. 1, vergadura, han entregado un rico registro atribuible a Tabla 1) aportan una información secuencial más po- la Prehistoria reciente, Epipaleolítico, Magdaleniense bre pero significativamente más rica en el apartado y Solutrense, en este caso parece que pleno (Ramos et simbólico. al. 2006). Cueva de La Pileta (Benaoján) fue el primer yaci- Cueva Victoria (Rincón de la Victoria) es otra de las miento del sur peninsular cuyas manifestaciones artísti- cavidades que conserva arte parietal atribuible al So- cas parietales fueron atribuidas al Solutrense. Además, lutrense, con un único uro y diversos signos asociados la cavidad cuenta con la más rica y compleja dispo- (Cantalejo et al. 2007), si bien el registro estratigráfico, sición de pinturas y grabados de toda la mitad meri- apenas sondeado por el momento, se limita a niveles neo- dional de Iberia (Breuil et al. 1915, Sanchidrián 1997). líticos, epipaleolíticos y magdalenienses (Fortea 1973). Así mismo, la revisión de los materiales arqueológicos Cueva del Higuerón (Rincón de la Victoria) es co- recuperados en la intervención de 1943 en la Sala de nocida dentro de la historiografía solutrense por algu- los Murciélagos permite apuntar la presencia de una nos artefactos diagnósticos recuperados en actividades secuencia arqueológica muy amplia, en la que proba- no arqueológicas (Cacho y López 1979). No obstante, el blemente estén representadas ocupaciones solutrenses vaciado integral e incontrolado de la caverna ha hecho (Cortés y Simón 2008). desaparecer posiblemente uno de los mejores registros Cueva de Ardales o de Doña Trinidad (Ardales) de la costa de Málaga. Así mismo, la cavidad dispone constituye un yacimiento de primer orden pues muestra de diversos vestigios gráficos adscribibles al Solutrense. una secuencia gráfica que arrancaría en el Paleolítico Cueva de Nerja (Nerja) es el yacimiento con la se- superior inicial (Gravetiense) y cubriría el Solutrense y cuencia del Pleistoceno superior reciente mejor con- el Magdaleniense con una importantísima colección de trastada hasta el momento en la costa de Málaga y, sin motivos reconocidos a partir de una exhaustiva labor de duda, una de las referencias claves para el conocimiento investigación (Breuil 1921, Cantalejo et al. 2006). Así de los aspectos secuenciales, económicos o simbólicos mismo, recientemente se ha puesto en marcha un ambi- del Paleolítico superior del sur de Iberia (vid. p.ej. Jordá cioso proyecto general de investigación sobre el relleno 1986, Jordá y Aura 2006, Aura et al. 2001, 2002, 2006, sedimentario de la cavidad que, a buen seguro, depa- Simón 2003). La secuencia solutrense, sistematizada rará importantes novedades a corto plazo.

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Finalmente, se han definido como solutrenses al- En otro orden de cosas, las colecciones proceden- gunas piezas líticas descontextualizadas recogidas en tes de estos yacimientos, como ocurre en muchos de los Tajo de Jorox (Alozaina) (Marqués y Ruiz 1976), Ar- emplazamientos de la mitad meridional ibérica, apare- dales (Cantalejo et al. 2006), una colección de materia- cen caracterizadas por una notable presencia de buriles les procedente de los niveles superiores de relleno de (Cortés y Simón 1997). Cueva del Boquete de Zafarraya (Alcaucín) (Barroso et al. 2006) y las ya mencionadas de La Pileta (Cortés y Simón 2008). SECUENCIA ESTRATIGRÁFICA Y La secuencia de todos los yacimientos solutrenses APROXIMACIÓN PALEOAMBIENTAL con estratigrafía (Nerja, Abrigo 4 y 6 del Complejo del Humo, Zafarraya, Bajondillo y Hoyo de la Mina) y los A la hora de establecer la secuencia estratigráfica, demás indicios expuestos definen un conjunto de- ca sedimentaria y paleoambiental solutrense en el sur pe- racteres que entroncan con el esquema general del So- ninsular nos hemos centrado principalmente en el yaci- lutrense Ibérico (Cortés 2007b) tanto desde el punto de miento de Bajondillo (Bergadà y Cortés 2007, Cortés vista tecnológico como tipológico o, en cuando existen et al. 2008, 2011), aunque también hemos establecido dataciones, cronológico. correlaciones con el registro de Cueva de Nerja (Jordá No obstante, los datos procedentes de los yacimien- 1986, Jordá y Aura 2006, Aura et al. 2002, Aura et al. tos mejor conocidos, Nerja (Aura et al. 2006) y Ba- 2006, Aura et al. 2010). jondillo (Cortés 2007a), son aún poco resolutivos para Para relacionar los episodios documentados con la articular una propuesta de evolución detallada como la cronoestratigrafía basada en los proxies de alta resolu- existente para el sector central del Mediterráneo Ibé- ción, obtenidos a partir del estudio de los testigos de rico. Así, los datos sobre los momentos más antiguos hielo de los sondeos de Groenlandia, especialmente del del Solutrense son muy pobres, de modo que sólo puede GRIP y del NGRIP (Lowe et al. 2008), se han calibrado apuntarse que Nerja y Bajondillo parecen mostrar entre las fechas radiocarbónicas mediante la curva de cali- ca. 21-19ka B.P. unos conjuntos industriales marcados bración CalPal2007-Hulu (Weninger et al. 2004). Fi- todavía por una fuerte influencia gravetiense a la que se nalmente, hemos comparado las curvas de probabilidad incorporan algunos elementos tipológicos solutrenses. acumulada de las fechas calibradas con la del GIC005 Si esta tendencia se confirmara en nuevos trabajos y re- (Lowe et al. 2008) y también se ha tenido en cuenta la gistros quizás podría concretarse un proceso de atomi- curva de variación de la temperatura de la superficie del zación geográfica del Gravetiense final de facies ibérica mar, construida a partir del análisis de las alquenonas previa a la generalización de los procesos tecnológicos del sondeo MD95-2043 situado en el Mar de Alborán solutrenses (Cortés 2007b) que, en la actualidad, consti- en el sur de Málaga (Cacho et al. 2001). tuye más una hipótesis que un hecho contrastado. El registro que proporciona Bajondillo (Fig. 2) El resto de niveles, colecciones y yacimientos pue- muestra la existencia de un hiatus entre el horizonte con den atribuirse por la presencia/ausencia de elementos industrias gravetienses (Bj/10) y las primeras ocupacio- diagnósticos (empleando para ello la seriación levan- nes solutrenses (Bj/9). Por su parte, en Nerja se detecta tina para el Solutrense de facies ibérica), y en algún un proceso erosivo neto entre las unidades 1 (niveles caso de dataciones disponibles, a un Solutrense me- gravetienses) y 2 (ocupaciones solutrenses). dio-evolucionado. Así, las fases más antiguas queda- El primer episodio sedimentario adscrito al Solu- rían asociadas a la presencia de piezas de cara plana y trense de Bajondillo está fechado entre ca. 19´9ka B.P. algún foliáceo (Nerja Vestíbulo/8 y Bj/9), en tanto que (AMS de Bj/9) – 17´5ka B.P. (TL de Bj/8) represen- el Solutrense superior y evolucionado estaría caracte- tado por Bajondillo T (Bj/9, Solutrense pleno y Bj/8, rizado por la presencia de puntas de aletas y pedún- Solutrense evolucionado) y caracterizado, en un ini- culo y de escotadura/muesca (Bajondillo/6-8, Nerja/ cio, por aportes eólicos vinculados a un ambiente árido Mina-80A-8, 7 y Vestíbulo-7, Higuerón, Tajo de Jorox, y frío, muy especialmente en Bj/9, mientras que, en Abrigo 6 y Zafarraya). una fase posterior, se acentúa un proceso de geliflu- En el caso de La Pileta, el utillaje solutrense se li- xión, caracterizando un ambiente más húmedo. Esta mita a una punta de cara plana pero el aspecto general fase se situaría con la máxima probabilidad (95%) en- y de conjunto del utillaje complementario (raspadores, tre 24970 y 22930 años cal BP (Fig. 3) y se adscribiría buriles, etc.) podría quizás sintonizar mejor con mo- bien al final del GS-3, en las postrimerías del evento mentos plenos del Solutrense (Cortés y Simón 2008). frío Heinrich 2, bien a los inicios del GS-2c (Cortés

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 67-80 72 Mª D. SIMÓN VALLEJO / Mª M. BERGADÀ ZAPATA / J. F. GIBAJA BAO / M. CORTÉS SÁNCHEZ

Figura 2. Litoestratigrafía de Cueva Bajondillo (Torremolinos, Málaga): registro Solutrense.

et al. 2011). Dichas condiciones fueron disminuyendo datado entre 25770-24650 años cal BP, que presentan paulatinamente en Bj/8, fechado en 17582±1521 (TL). “unas características sedimentológicas indicativas de Por su parte en Nerja, en la zona del Vestíbulo, apa- un clima fresco, pero más húmedo que el reconocido rece representado por un episodio sedimentario enmar- para la Unidad 1” (Aura et al. 2006: 71) y situados en cado por los niveles NV/10 (Solutrense A, sincrónico el episodio del GS-3 (Aura et al. 2010). Solutrense al inferior de facies ibérica) y NV/9 (Solu- El segundo episodio de Bajondillo, entre ca. 17´5ka trense asimilable por cronología al Solutrense pleno), (TL de Bj/8) y <16´4ka (TL de Bj/7), corresponde a

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Figura 3. Curvas de probabilidad acumulada obtenidas a partir de la calibración CalPal2007- Hulu (Weninger et al. 2007) de las fechas de los yacimientos de Bajondillo, Nerja y Malladetes y su comparación con las curvas de variación de δ18O obtenidos de los sondeos de NGRIP y GRIP según GICC05 Age Model (Lowe et al. 2008).

Bajondillo U (Bj/7 y Bj/6, Solutrense evolucionado). Su Las actividades cinegéticas se concentran en la caza formación responde a una disgregación de la pared con al- del conejo y la cabra montés, más esporádica sobre guna caída de bloques y a un proceso de arroyada que re- ciervo y jabalí y, más puntual aún, del caballo y el uro, moviliza el relleno. Tras la formación de Bj/7, fechado en así como de algunos pequeños carnívoros (Riquelme et 16438±1497 (TL), se registraría un proceso erosivo que al. 2005). conllevaría la reactivación kárstica y, más tarde, la forma- En relación al Gravetiense regional, la economía so- ción de espeleotemas. Con posterioridad, reaparece la se- lutrense documentada en la costa de Málaga manifiesta dimentación de Bj/6 con la misma dinámica que seguía la explotación de recursos marinos (p.ej. mamíferos Bj/7, si bien las condiciones tienden a suavizarse respecto como la foca monje, aves, peces o moluscos) desde mo- al episodio anterior, y que podría correlacionarse con el mentos avanzados del último máximo glacial (Cortés et GS-2b. En Nerja se detecta asimismo un contacto erosivo al. 2006). Un hecho a destacar es la presencia de fauna que se correlacionaría con el GI-2, con un nuevo episodio de carácter frío como el molusco Modiolus modiolus o sedimentario, NV/8, con ocupaciones adscritas al Solu- las diversas aves invernantes registradas en Nerja, de trense C (equiparable al Solutrense evolucionado) y que, clara adscripción circumboreal. Así, en el nivel Nerja/ por “sus rasgos sedimentarios indican un clima fresco y XI y X de las excavaciones de A.M. de la Quadra, to- húmedo que hacia el techo se hace más seco” (Aura et al. das las especies de aves son invernantes, en el IX su- 2006: 71) y fechados entre 23380 y 20860 años cal BP ponen el 55% y en el VIII representan el 70%, datos (NV/8) y 22190 y 20990 años cal BP (NV 8/s) respecti- que definen un contexto paleoambiental que concuerda vamente, puede ser adscrito al GS-2c (Aura et al. 2010). bien con condiciones propias del Último Máximo Gla- cial (Cortés et al. 2006). Los recursos subsistenciales explotados por la pa- LAS ESTRATEGIAS DE SUBSISTENCIA: leocomunidades solutrenses eran ciertamente diversi- EL APORTE DE LOS ANÁLISIS ficados y basados en una depredación sistemática de ARQUEOFAUNÍSTICOS Y TRACEOLÓGICOS mamíferos de pequeño (conejo) y mediano tamaño (ca- bra y ciervo), aves marinas acuáticas y no acuáticas, Los estudios de fauna durante el Solutrense en la peces y moluscos marinos y continentales (Cortés et provincia de Málaga cuentan con los datos procedentes al. 2006). de Nerja, Abrigo 6 y Hoyo de la Mina. Dado que la in- Por su parte, el estudio traceológico realizado sobre formación de los dos últimos permanece inédita, en la el utillaje de Nerja nos ha permitido constatar que, aun- actualidad sólo disponemos de los datos procedentes de que existe una amplia variedad de materias trabajadas Nerja con una colección que supera los 28.000 restos con los instrumentos líticos, sobresale especialmente el (vid. Riquelme et al. 2005, Cortés et al. 2008). uso destinado al descarnado de animales, el tratamiento

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LA ESFERA SIMBÓLICA

El Solutrense supone con diferencia el segmento cronocultural con mayor cantidad y variedad de ma- nifestaciones simbólicas en el área de estudio de este trabajo. Así, contamos con siete cavidades con arte ru- pestre atribuido a estos momentos: La Pileta, Ardales, Toro/Calamorro, Navarro, Victoria, Higuerón y Nerja (Breuil et al. 1915, Fortea y Giménez 1973, Sanchidrián 1981, 1994, 1997, Cantalejo et al. 2006, 2007). Desde un punto de vista cuantitativo y de comple- jidad de los desarrollos topoiconográficos destacan La Pileta, Ardales y Nerja. En el caso de Higuerón, los vestigios gráficos se restringen a áreas recónditas que han quedado sustraídas de la degradación antrópica y natural de las paredes, por lo que no podemos tener un panorama próximo al original. Por último tenemos los “santuarios” con un número más restringido de zoo- morfos, uno en Toro y Navarro, y dos en Victoria, com- plementados por diversos signos. En el ámbito de la costa (Fig. 1), todas las cavida- des con manifestaciones gráficas rupestres solutrenses aparecen asociadas a enclaves con ocupaciones de esta Figura 4. Instrumentos usados para: 1. Descarnar, 2. Raspado adscripción cronocultural (Nerja, Higuerón y Pileta) o de piel seca y 3. Raspado de hueso con buril. Fotos macro a muy cerca de los principales yacimientos solutrenses 40X y micro a 200X. de la región (Toro de Bajondillo, mientras Navarro y Victoria se localizan muy próximos a los abrigos 4 y 6 de Humo e Higuerón). Este hecho creemos que pone de de la piel y el trabajo del hueso. Asimismo y aunque manifiesto un marcado carácter territorial, relacionado, de manera testimonial, hemos registrado algún posible a nuestro juicio, con una auténtica “apropiación simbó- proyectil y unas pocas piezas empleadas sobre madera, lica” del contexto costero y de su ámbito de influencia piedra y vegetal indeterminado (Fig. 4). inmediato (Simón y Cortés 2007) y estrechamente vin- Hay que reseñar así mismo una cierta vinculación culado a la explotación de los territorios de subsisten- entre determinadas características de estos útiles y el cia solutrenses de esta comarca. trabajo realizado. Así, para el corte de materias blandas En el interior (Fig. 1), Cueva de La Pileta dis- como la carne y la piel se han seleccionado soportes la- pone de un denso complejo topo-iconográfico estruc- minares de filos muy agudos sin retocar. En cambio para turado en tres ciclos paleolíticos por H. Breuil (Breuil las tareas de raspado, caso de la piel, el hueso o la ma- et al. 1915) y desglosado en el segmento solutrense en dera se eligieron lascas o láminas de filos más abruptos, 5 horizontes (D-E-B-A-C) (Sanchidrián 1997). De és- habitualmente retocados. Entre estas últimas hemos do- tos existe una datación directa obtenida de un bóvido cumentado algunas con retoque lateral, buriles, muescas (20.130±350) del horizonte C (Sanchidrián y Valladas o raspadores. En este punto nos parece interesante des- 2001). No obstante, la identificación de manos posi- tacar el hecho de que haya instrumentos empleados so- tivas y serpentiformes (Fortea 2005), considerando la bre piel seca y fresca, ya que ello nos indica que quizás antigüedad atribuida convencionalmente a estos mo- todo el abanico de tareas necesarias en el tratamiento de tivos, inducen a pensar en que algunos de las repre- esta materia se hacía en el propio asentamiento. sentaciones agrupadas en los horizontes A y B puedan En cuanto al resto de útiles, cabe apuntar el empleo de haber sido ejecutadas en momentos sincrónicos al de- una laminilla y una laminilla de dorso como posibles ele- sarrollo del Paleolítico superior inicial en la región que, mentos de proyectil, el uso de una lasca empleada segura- como sabemos en la actualidad, arrancaría con el Auri- mente para raspar una materia mineral y la utilización de ñaciense y se consolidaría durante el Gravetiense (Cor- un buril para raspar una materia vegetal, quizás madera. tés 2007, 2011, Aura et al. 2010). En este contexto y

SPAL 20 (2011): 67-80 ISSN: 1133-4525 EL SOLUTRENSE MERIDIONAL IBÉRICO: EL NÚCLEO DE LA PROVINCIA DE MÁLAGA 75 reconociendo que La Pileta constituye un complejo pa- como animal central asociada a un cáprido localizados limpsesto gráfico de dilatado recorrido cronológico, te- en el área denominada Los Órganos. Esta misma com- nemos la percepción de que, con ser muy importante el posición se repite también en la Sala de la Cascada ciclo Solutrense, la extensión temporal parece ser mu- (Ne 35 a Ne 37). Desde el punto de vista cronoestilís- cho mayor, en el sentido de los apuntado por J. For- tico se encuadrarían en momentos avanzados del Solu- tea (2005); aspecto sobre el que resultará en un futuro trense, contemporáneos por tanto del Solutrense Tipo B próximo necesario profundizar pues las propuestas de Aura y colaboradores (2006). más recientes de ordenación de los horizontes ha sido, Por último, encontramos conjuntos finisolutrenses, a nuestro juicio, un poco errática. En la misma línea encuadrados por edad en sentido amplio dentro del So- apunta también la secuencia arqueológica de La Pileta lutrense C. Este sería el caso del denominado Panel del (Cortés y Simón 2008), que dispone de indicios relacio- Puente, definido por el diseño de una cierva caracteri- nados quizás con la frecuentación de la cavidad durante zada por la prolongación del cuello y prótomos de dos el desarrollo de este último segmento crono-cultural. caballos y un ciervo, con evidentes paralelismos en Ar- Cueva de Doña Trinidad o Ardales por su parte dales. A a estos momentos habría que sumar otros con- cuenta también con un dispositivo topo-iconográfico juntos del tramo final de laSala del Cataclismo. de cronología muy amplia que cubre buena parte del En cuanto al resto de cavidades, tendríamos que Paleolítico superior y entre las que destaca significa- Toro, Navarro y Victoria contienen representaciones tivamente el repertorio de representaciones zoomorfas muy arcaicas en su concepción estilística y que quizás solutrenses (Breuil 1921, Cantalejo et al. 2006), sobre pudieran ser asignadas a momentos iniciales del Solu- todo caballos, algunos antropomorfos y signos graba- trense como apuntó ya Fortea (1978) o incluso podria- dos concentrados en una zona relativamente reducida mos retrotraernos a momentos presolutrenses en el caso de la cavidad. de Toro y Victoria (Cortés et al. en prensa). Cueva de Nerja constituye el tercer yacimiento más Frente a esta riqueza de manifestaciones rupestres, rico en representaciones, en este caso básicamente pic- el arte mueble Solutrense es bastante pobre en la pro- tóricas. Las asignadas al Solutrense muestran parale- vincia de Málaga pues sólo aparece representado por los en otras cavidades andaluzas con las que comparte algunas piezas en Nerja y Bajondillo (Sanchidrián unas pautas compositivas similares. A nivel interno se 1994, Simón y Cortés 2007) y tan solo se ha podido han individualizado dos grandes conjuntos (Sanchi- identificar un ideomorfo. drián 1994). El ciclo más antiguo se localiza en las Ga- En el apartado ornamental, a la espera del estudio lerías Altas de la cavidad y aparece caracterizado por de los elementos procedentes de Hoyo de la Mina, se figuras ubicadas en paneles bien despejados y de fácil limita al uso sistemático de moluscos marinos en los visibilidad. Una datación por C14/AMS efectuada sobre casos conocidos de Nerja y Tajo de Jorox y que ponen un fragmento de carbón hallado en una pequeña cornisa de manifiesto la presencia de una movilidad o red de situada a pocos centímetros por encima de una repre- intercambio de soportes malacológicos de origen ma- sentación de cérvido dio una edad de 19.900±210 B.P. rino desde la costa hasta el interior (Simón et al. 2006). (Sanchidrián y Valladas 2001) y encuadrada por tanto Para finalizar este apartado dedicado al ámbito sim- dentro del rango cronológico del Solutrense B de Nerja bólico cabe recordar la revisión del conjunto de enterra- (Aura et al. 2006). También en las Galerías Altas de mientos documentados en la Sala del Vestíbulo durante Nerja, se encuentran un grupo de figuras con caracterís- la campaña de 1962-1963. Aunque tradicionalmente han ticas estilísticas adscribibles a momentos finales de la sido atribuidos al Solutrense, una datación directa me- secuencia Solutrense, en concreto (Fig. 5) un conjunto diante C14/AMS del individuo Nerja-1 ha puesto de re- de zoomorfos de la Sala de las Columnas de Hércu- lieve que se trataba de una inhumación neolítica (Cortés les, dos équidos, una cierva y probablemente el deno- et al. 2006). En este sentido, hay que reseñar que la data- minado Camarín de los Peces (Cortés et al. en prensa). ción fue obtenida a partir del análisis de un fragmento del Además, todos ellos comparten entre otros atributos la húmero derecho de este individuo depositado en el Mu- ubicación en ámbitos espaciales de difícil visualización seo Arqueológico de Málaga. Este hecho conviene recor- o la colocación de los animales en posición vertical (ca- darlo, por cuanto el resto no fue afectado por el humo o el ballos Ne. 293 y Ne. 295) u oblicua (cérvido Ne. 294). fuego, como ocurrió con el resto de la colección antropo- El segundo grupo de Nerja lo hallamos en las Ga- lógica remitida en su día al Laboratorio de Antropología lerías Bajas y está caracterizado por una gran profu- de la Universidad de Barcelona debido al incendio for- sión de signos asociados a escasos zoomorfos, cierva tuito producido en esta institución, acontecido en 1969.

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Figura 5. Zoomorfos pintados del Solutrense evolucionado de la Sala de las Columnas de Hércules de la Cueva de Nerja (elaboración propia a partir de calcos de Sanchidrián 2004).

DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES Desde el punto de vista estratigráfico, sedimenta- rio y paleoambiental son interesantes las correlaciones El conocimiento del Solutrense en el extremo más que se pueden establecer entre el área objeto de nues- meridional de la península Ibérica se sustenta básica- tro estudio y el Levante ibérico, en concreto con la mente en los yacimientos de la costa de Málaga. Esta Cueva de Malladetes (Barx, Valencia), por poseer una distribución circunstancial, fruto más del azar de los adscripción cronocultural afín (Fumanal 1986, 1995). hallazgos que heredera de una decidida investigación Así, podemos reseñar la coincidencia de procesos entre sobre esta área y temática, ha provocado un panorama Nerja-Bajondillo y Malladetes: aberrante en el que la costa polariza la mayor parte de Existencia de un hiatus cronoestratigráfico entre el los emplazamientos frente a unas cuantas estaciones Gravetiense y el Solutrense, documentado en Bajondi- con arte rupestre distribuidos en los macizos kársticos llo y en Nerja. En Malladetes se detecta un horizonte interiores. de difícil adscripción cultural (N.VII) y de un “mar- En contraposición a esta distribución, los yaci- cado empobrecimiento industrial” (Fumanal 1986:77). mientos del interior se circunscribían hasta hace poco Durante el Solutrense inferior/pleno o tipo A y B de a alguna colección descontextualizada (Tajo de Jorox) Aura y colaboradores (2006), se aprecia un ambiente y a un conjunto de emplazamientos con un gran po- frío o fresco. Esta segunda connotación se registra es- tencial investigador y que testimonian la circulación pecialmente en Nerja, mientras que en Bajondillo es solutrense por el hinterland malagueño: Ardales o La más árido en sus inicios pero, posteriormente, es más Pileta (Cantalejo et al. 2006, Cortés et al. 2008). A húmedo. este grupo hay que añadir una serie de sitios que, a En Malladetes, el nivel VI, fechado con la máxima buen seguro, enriquecerán en los próximos años el co- probabilidad (95%) entre 27910-24270 años cal BP nocimiento que tenemos sobre el Solutrense meridio- (Fig. 3) y adscrito al Solutrense inicial, se distingue nal ibérico (Gorham, Higueral de Valleja, Hoyo de la por un medio húmedo con pulsaciones frías (Fuma- Mina o La Pileta). nal 1986), mientras que el nivel V, datado entre 25040

SPAL 20 (2011): 67-80 ISSN: 1133-4525 EL SOLUTRENSE MERIDIONAL IBÉRICO: EL NÚCLEO DE LA PROVINCIA DE MÁLAGA 77 y 23120 años cal BP con industrias del Solutrense Por otra parte y desde el punto de vista del simbo- pleno, se caracteriza por una humedad ambiental así lismo, el Solutrense constituye el momento de mayor como por el cese de las condiciones rigurosas (Fuma- número de indicios de todo el Paleolítico superior me- nal 1986). Dicho horizonte cronocultural quedaría ads- ridional ibérico, al constatarse diversos “santuarios” in- crito al Greenland stadial 3. tegrados en los principales emplazamientos (Nerja e La transición cultural de Solutrense pleno a evolu- Higuerón), sus inmediaciones (Navarro y Victoria) o cionado se manifiesta estratigráficamente de forma dis- inscrito dentro de las presumibles áreas subsistencia- tinta en los yacimientos de Málaga. Así, en Nerja se les (Toro). No obstante, hay que reseñar que es posible aprecia un contacto erosivo (entre NV 9 y NV 8), mien- que algunos de los “santuarios” puedan tener un origen tras que en Bajondillo es gradual (Bj/8). En Malladetes que se remonte a momentos presolutrenses (p.ej. Toro, por su parte se detecta un hiatus cultural reflejado en el Navarro y Victoria). Así mismo, una aproximación tec- N IV del perfil Z-II, caracterizado por gelifractos (Fu- noestilística permite apuntar que el conjunto del “Ca- manal 1986). marín de los Peces” de Nerja concuerda mejor con el Durante el Solutrense evolucionado o tipo C de conjunto gráfico más reciente del Solutrense (Cortés et Nerja resulta complejo poder establecer una secuen- al. en prensa). cia de episodios ya que, en Bajondillo hay algunas da- El arte portátil es en contrapartida pobre y, por taciones con una definición poco ajustada. A pesar de el momento, sin ninguna representación zoomorfa ello, podemos deducir que, en los registros analizados, clara (Nerja y Bajondillo). Los adornos, presentes se aprecia una tendencia hacia unas condiciones benig- desde el Gravetiense en Nerja, se generalizan du- nas y húmedas, más suaves que en el episodio anterior, rante el Solutrense, fundamentalmente sobre molus- correspondiente como indicamos al Solutrense inferior/ cos marinos. pleno. En Nerja, el NV8 se adscribiría al GS-2c, mien- En resumen, aunque hay que reconocer la precarie- tras que en Bajondillo y en Malladetes dicha secuencia dad documental del Solutrense en el ámbito de Málaga, parece ser más dilatada en el tiempo. En ella se aprecia los datos disponibles ponen de manifiesto un pobla- una sucesión de distintos procesos que, en el caso de miento articulado por las áreas más próximas a la costa Bajondillo, se traducen en disgregaciones de las pare- y apuntan a la existencia de un territorio subsistencial des, arroyadas, reactivaciones kársticas y erosiones que y simbólico plenamente adaptado a las condiciones pa- reflejan un ambiente más suave y húmedo, que podría leoambientales rigurosas, especialmente durante sus correlacionarse al GS-2b; por su parte en el Levante co- inicios. Así mismo, lo datos sedimentoclimáticos obte- rrespondería a la Interfase D de Malladetes de M.P. Fu- nidos en los yacimientos de la costa de Málaga permi- manal, cuyo techo estaría representado por el nivel III, ten su correlación con información similar procedente fechado en 16.300 ± 1.500 BP y atribuido al Solutrense del Mediterráneo central ibérico y avanzar en la crea- evolucionado o solutreogravetiense y caracterizado por ción en un marco de referencia de escala macrorregio- “…unas condiciones ambientales templadas, biostáti- nal para el Solutrense. cas…” (Fumanal 1995: 120). A nivel tecno-tipológico, los registros disponibles en la actualidad no son lo suficientemente diagnósticos AGRADECIMIENTOS como para articular una secuencia diacrónica clara y, en este sentido, tendríamos sólo las tendencias esbozadas Este trabajo es una versión actualizada del trabajo en Nerja (Aura et al. 2006). Así, opinamos que los yaci- presentado al Colloque international Le Solutréen 40 mientos de la costa de Málaga sólo permiten una agru- ans après la publication du Smith’66 celebrado en pación genérica en dos segmentos (Cortés 2007), uno Preuilly-sur-Claise (Francia), 28-31 de octubre de más antiguo, en el que están presentes los artefactos 2007 y que nunca llegó a publicarse. Los resultados y esquemas operativos propios del Solutrense medio/ de este artículo han sido patrocinados por la Fundação pleno, y otro más reciente o Solutrense evolucionado, para a Ciência e a Tecnologia (Portugal) and the Euro- en el que existen las características puntas de muesca o pean Science Foundation (III Community Support Fra- escotadura mediterránea. mework) y se han obtenido en el marco del proyecto El apartado funcional sólo ha podido analizarse de “Estudio y contextualización de las antiguas excava- momento en una pequeña colección de Nerja, en la que ciones del Patronato de la Cueva de Nerja. 1959-1978” sobresalen los instrumentos destinados al trabajo de autorizado por la Consejería de Cultura de la Junta de materias animales como la carne, la piel y el hueso. Andalucía.

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Fecha de entrada: 26/01/2012 Fecha de aceptación: 27/02/2012

SPAL 20 (2011): 67-80 ISSN: 1133-4525 LAS EVIDENCIAS ARQUEOLÓGICAS DE ÉPOCA CALCOLÍTICA EN LA ALCAZABA DE MARCHENA, SEVILLA

DANIEL GARCÍA RIVERO* JUAN FOURNIER PULIDO*

Resumen: Se presentan detalladamente los materiales arqueo- Abstract: This papers presents in detail some prehistoric ar- lógicos prehistóricos hallados bajo el tramo norte del recinto chaeological materials found in the Northern section of the de la alcazaba de Marchena (Sevilla). Este hallazgo supone la enclosure of the Islamic castle of Marchena (Seville, Spain). evidencia de un poblamiento prehistórico del III Milenio a.C. This finding is an evidence of a prehistoric settlement of the en la zona donde actualmente se encuentra el casco urbano de Third Millennium BC in the area where it is the current vil- dicha localidad, ocupación aquélla más o menos coetánea a lage. This prehistoric settlement is approximately contem- otros núcleos de población prehistórica conocidos en los alre- porary of other known prehistoric villages nearby. Finally, a dedores. Se realiza, finalmente, una breve discusión sobre el brief discussion about Chalcolithic human occupation over poblamiento de época calcolítica en el entorno próximo, es- this geographical area, especially the related with the Bell pecialmente sobre el vinculado al fenómeno campaniforme. Beaker phenomenon, is made. Palabras clave: Cultura material, Prehistoria, Calcolítico, Key concepts: Material culture, Prehistory, Chalcolithic, Campaniforme. Bell Beaker.

1. INTRODUCCIÓN conocida como Portillo (cf. Bellido Márquez 2008) (fi- guras 1 y 2). El hallazgo de las evidencias prehistóricas que se La dirección y la asesoría científica de la interven- presentan a continuación se produjo en una excavación ción arqueológica –a cargo de T. Bellido Márquez y arqueológica preventiva del año 2007 y financiada por M.A. Tabales Rodríguez, respectivamente– encomen- el Excmo. Ayuntamiento de Marchena, cuyo objetivo daron desde el inicio el estudio del material cerámico fundamental era la documentación previa y asistencia a uno de nosotros (JFP). En el transcurso de dicha ex- arqueológica a la fase de rehabilitación arquitectónica cavación arqueológica, sobre todo en los niveles in- del tramo nororiental del recinto de la alcazaba y el área feriores que asientan sobre el nivel geológico base, aparecieron algunos restos arqueológicos prehistóri- cos, entre los que destacaban algunos fragmentos ce- rámicos y especialmente dos de tipo campaniforme, * Trabajo elaborado en el marco del grupo de investigación contactándose entonces con otro de los autores de este HUM-402 del Plan Andaluz de Investigación. Departamento de Pre- trabajo (DGR). historia y Arqueología, Facultad de Geografía e Historia, Universi- dad de Sevilla. C/ Doña María de Padilla, s/n. 41004, Sevilla (Spain). Una vez concluida la excavación, se realizó el Emails: [email protected] / [email protected] pertinente estudio y, finalmente, se elaboraron y

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 81-91 82 DANIEL GARCÍA RIVERO / JUAN FOURNIER PULIDO

Figura 1: Ubicación de la localidad de Marchena en el sur de la Península Ibérica. entregaron en tiempo y forma las partes correspon- documentada. En relación con la interfacie superior dientes para el informe preliminar y memoria defi- del nivel geológico base, la arqueóloga de la interven- nitiva de la intervención (cf. Fournier Pulido 2008; ción no ha cerrado la cuestión sobre la posible exis- García Rivero 2008b). tencia de dos estructuras arquitectónicas prehistóricas Recientemente ha visto la luz un publicación mono- (UUEE 44 y 45/67), de ciertas envergaduras, confor- gráfica con los resultados de esta intervención arqueo- madas por posibles bloques de piedra, ambas rectilí- lógica (cf. Bellido Márquez 2010). Dado que el interés neas y paralelas entre sí, que finalmente no se sabe si y objetivos básicos de la obra se centran en dar a co- pudiesen responder a la propia formación geológica nocer las estructuras y episodios constructivos docu- natural del sustrato, y tampoco sobre una posible ter- mentados, especialmente los relacionados con la propia cera estructura (UE 83) (cf. Bellido Márquez 2010: muralla medieval, no se ha puesto suficiente atención 73-77); sólo unos restos de mampuestos de menor ta- en ítems arqueológicos muebles, como por ejemplo el maño (UE 86), documentados a modo de derrumbe, material cerámico, y aún menos en los de época prehis- sobre aquéllas y sobre un nivel geológico blanque- tórica. Por ello mismo, se ha creído oportuna la publi- cino (UE 63) han sido confirmados como la primera cación del presente trabajo, el cual contribuye con dar a evidencia estructural del área excavada. Esta eviden- conocer el estudio específico del registro arqueológico cia del posible derrumbe de alguna estructura cons- prehistórico hallado en esa zona y, asimismo, aprove- tructiva prehistórica aparece inserta en un potente cha dicha coyuntura para realizar una breve discusión estrato (UE 62) en el que se encuentra industria lí- sobre el poblamiento calcolítico del territorio circun- tica en sílex; al parecer también se insertaban en este dante, especialmente el relacionado con el fenómeno mismo paquete restos de fuegos y una fina capa de ce- campaniforme. nizas (UE 68), así como un individuo articulado –sin que, desafortunadamente, se haya inferido algo so- bre la naturaleza de su deposición– y numerosos res- 2. LOCALIZACIÓN Y CONTEXTO tos óseos humanos sin articular (cf. Bellido Márquez ARQUEOLÓGICO 2010: 77-80). Según se desprende del citado trabajo, parece Los restos arqueológicos prehistóricos aparecen que éstas son las únicas evidencias que pueden en- en los niveles inferiores de la secuencia arqueológica tenderse dentro de un contexto in situ propiamente

SPAL 20 (2011): 81-91 ISSN: 1133-4525 LAS EVIDENCIAS ARQUEOLÓGICAS DE ÉPOCA CALCOLÍTICA EN LA ALCAZABA DE MARCHENA, SEVILLA 83 prehistórico, el cual ha sido documentado en el Son- deo IV. También el estrato basal del Sondeo II, de- nominado UE 29, ha aportado básicamente material prehistórico, pero se ha encontrado un fragmento de cerámica común romana (Fournier Pulido 2008: 86- 87; Bellido Márquez 2010: 67). Desafortunadamente, pues, parece que las cerámi- cas prehistóricas rescatadas aparecen descontextuali- zadas de su deposiciones originales, ya que los estratos adonde se encuentran parecen fecharse en épocas pos- teriores. Puede ser que aquéllas hayan sufrido los procesos postdeposicionales relacionados con las acti- vidades históricas efectuadas en la zona, de forma que hayan sido removidas de sus estratos de deposición originales. Es posible también que algunas de ellas pudieran proceder de cotas superiores del reborde de la planicie sobre la que se encuentra la muralla y la propia alcazaba, y que hubiesen sido arrastradas por procesos erosivos. Incluso no puede descartarse tam- poco que algunas de ellas pudieran proceder de otra área distinta a la intervenida, habiéndose depositado ahí junto a otros posibles aportes de tierra y materiales en la construcciones y actividades efectuadas en épo- cas históricas. En cualquier caso, precisemos ahora cuáles son las unidades estratigráficas en las que aparecen las cerá- micas prehistóricas calcolíticas, así como el resto de materiales prehistóricos extraídos. En el Sondeo II, Figura 2: Localización concreta de los hallazgos prehistóricos aparecen concretamente en las UUEE 6 (un fragmento en el norte del recinto de la muralla medieval. Elaboración de tipo campaniforme), 9 (un fragmento de tipo cam- propia a partir de Bellido (2010, figura 3) paniforme), 11 (tres fragmentos amorfos, uno de ellos con restos de almagra en la pared exterior), 13 (un fragmento amorfo liso), 15 (dos fragmentos amorfos 103-106, figura 1 y fotos 1 y 2; Bellido Márquez 2010: lisos), 18 (un fragmento de borde de tendencia hemis- 62 y 66). férica, cinco fragmentos amorfos lisos con diferen- En el Sondeo IV, aparecen en las UUEE 49 (un nú- tes tonalidades de pastas y acabados diversos –y dos cleo de sílex y dos lascas de extracción en la misma lascas de extracción sin retoque alguno en sílex–), 19 materia prima) y 62 –ya se había adelantado sucinta- (un fragmento amorfo), 23 (cuatro fragmentos amor- mente arriba– (extremo distal de una hacha o azuela fos, dos bordes de cuencos hemisféricos y uno de ca- fragmentada, una lámina fragmentada de sílex, una zuela carenada –más un fragmento de cuchillo de lasca de sílex, un posible diente de hoz, un núcleo de sección triangular en sílex con ambos lados retocados, sílex, varios restos de talla de la misma materia prima un fragmento de cuchillo de sección trapezoidal en sí- y, por último, un fragmento de cuarcita quemada (Four- lex y lasca en la misma materia prima–), 26 (tres frag- nier Pulido 2008: 91-102 y lámina 12). mentos amorfos lisos), 27 (un fragmento de galbo de forma indeterminada y liso) 28 (un fragmento de galbo de forma abierta con carena) y 29 (ocho fragmentos 3. EL CONJUNTO PREHISTÓRICO de diversas formas que conservan la parte correspon- diente al borde, un fragmento amorfo con restos de al- 3.1. Cerámicas lisas magra en la pared exterior y, por último, treinta y siete fragmentos amorfos de pastas y tonalidades diversas) Se trata de un total de 73 fragmentos. Sólo 12 de (Fournier Pulido 2008: 58-87; García Rivero 2008b: ellos se corresponden con la parte del borde de los

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 81-91 84 DANIEL GARCÍA RIVERO / JUAN FOURNIER PULIDO recipientes. Los fragmentos restantes son amorfos, y II/29/707: Fragmento de borde redondeado de un posiblemente algunos de ellos pertenezcan al mismo recipiente cerrado probablemente globular. Las super- recipiente aunque no se conserven aristas adjuntas. ficies están alisadas y son de color marrón muy oscuro. La cocción es reductora. II/29/708: Fragmento de borde levemente apun- Descripción de los fragmentos tado. Se trata de un recipiente abierto, de un cuenco de con forma (cf. Figura 3): tendencia esférica. La superficie exterior está alisada y es de color marrón. La interior es igualmente marrón II/18/378: Fragmento de borde de cuenco o cas- pero está espatulada, algo más cuidada que la otra. La quete de tendencia esférica. Ambas paredes están espa- cocción es reductora. tuladas y presentan un color beige rojizo. La cocción de II/29/709: Fragmento de borde redondeado y la pasta es reductora. cuerpo abierto de tendencia esférica. Tiene 17 cm de II/23/528: Fragmento de cazuela que conserva la diámetro en el borde. Se trata de un cuenco de tenden- parte correspondiente a la carena y al borde recto. Am- cia esférica y de escasa profundidad (6-8 cm). Las su- bas paredes están espatuladas. El color de la exterior es perficies muestran un tratamiento cuidado mediante un marrón con manchas rojas y el de la interior es negro. ligero bruñido, y son de color marrón de tonalidad muy La cocción de la pasta es reductora. oscura. La cocción es mixta y sandwich, según las par- II/23/529: Fragmento de borde de cuenco de ten- tes del recipiente. dencia esférica. El tratamiento de las paredes es espatu- lado, y el color de ambas es marrón rojizo. La cocción de la pasta es mixta-irregular. Adscripción tipológica de los ejemplares de la UE 29: II/23/530: Fragmento de borde de cuenco hemisfé- rico. Las paredes están alisadas. El color de la interior La cerámica lisa procedente de la UE 29 de Corte II es gris y el de la exterior marrón con manchas grises. –que aquí interesa más por tratarse éste de un estrato La cocción es reductora. posiblemente prehistórico (cf. Figura 4)– se puede sub- II/29/701: Fragmento de cuello carenado hacia el dividir en varios grupos con base en sus formas. interior y borde engrosado. Diámetro del borde entre En primer lugar, los casos 701, 703, 705 y 707 34 y 40 cm. Ambas superficies están alisadas, aunque (figura 3) serían del grupo de los recipientes ce- la exterior apenas muestra cuidado siendo muy tosca rrados de tendencia globular. ya hemos anotado el o rugosa. Tienen un color beige-crema. La cocción es carácter achatado del caso 703, con cuerpo subcir- mixta-irregular. cular. El caso 701, aunque de borde entrante y apa- II/29/702: Fragmento de borde recto con ligera in- rentemente cerrado, tiene un diámetro muy notable flexión hacia el interior en la parte inferior. El diámetro que le confiere características de gran recipiente del borde se comprende entre 40-42 cm. Las superficies abierto. están bien cuidadas, con un ligero bruñido. Son de co- Los restantes casos se podrían incluir dentro del lor marrón claro. La cocción es reductora. grupo general de recipientes abiertos, y más concre- II/29/703: Fragmento de borde apuntado y cuerpo tamente como cuencos de tendencia hemisférica. Los elipsoidal de un recipiente globular achatado. Las su- casos 702 y 708 muestran paredes más verticales que perficies están alisadas y son de color anaranjado. La reflejan recipientes de mayor profundidad y más cer- cocción es de tipo sandwich. canos a una forma semiesférica. Los dos restantes, los II/29/704: Fragmento de borde saliente de un re- casos 704 y 709, son recipientes muy abiertos, de poca cipiente abierto. El borde tiene 18 cm de diáme- profundidad y pequeños (18 y 17 cm de diámetro, res- tro. Se trata de un plato de mediana dimensión y pectivamente). de cierta profundidad. Las superficies están espa- El fragmento II/29/701 es muy anómalo debido a la tuladas y son de color marrón claro. La cocción es tosquedad de su fabricación. Presenta muchas irregula- mixta. ridades en la parte conservada y posiblemente su orien- II/29/705: Fragmento de borde levemente engro- tación oscile según los criterios adoptados. Se trata de sado de un recipiente cerrado de tipo globular. El una forma peculiar. (Su pobre manufactura podría es- grosor, considerable, es de 1 cm. Las superficies es- tar relacionada con la insuficiencia o alejamiento de pa- tán alisadas y son de color marrón. La cocción es trones o modelos técnicos de una producción con cierta reductora. especialización).

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Figura 4: Selección de fragmentos de cerámica prehistórica lisa hallados en la UE 29.

fig. 12, nº 14 y 15), aunque estos casos conservan es- casa parte del cuerpo y, por lo tanto, podrían ser tanto troncocónicos como esféricos. Aunque pudiera enten- derse más abierto el perfil de la pieza, de forma que el recipiente tuviera menos profundidad y se pareciese más a un plato, la curva o el arqueamiento del propio borde desecha esta posición. Los fragmentos nº 705 y 707 son muy pequeños y de diámetros indefinidos, y no permiten mucha infor- mación en este sentido, más allá de que pertenecen al grupo de globulares cerrados. El registro nº 703 tiene una forma bastante común en los conjuntos calcolíticos, aunque no podemos saber el diámetro de esta pieza. Ejemplos similares serían al- gunos documentados en La Zarcita (Camalich Massieu y otros 1984, fig. 4, nº 5 y fig. 6, nº3). Figura 3: Dibujo arqueológico de los fragmentos de cerámica La parte conservada del fragmento nº 702 es muy prehistórica lisa de los que pueden inferirse sus correspon- reducida. En la parte inferior presenta indicios de una dientes formas. posible curvatura. Si esto fuera cierto, y dado su amplio diámetro, podría corresponderse con una cazuela care- nada de paredes rectas1, pero francamente podría co- Se conocen bastantes recipientes de tendencias rresponderse con otra forma si el cuerpo se desarrollase globulares con el cuello vuelto hacia el interior en sin una carena pronunciada. época prehistórica. A modo de ejemplo, podríamos ci- El fragmento nº 708 tiene una forma muy común. tar los vasos nº 47 y 51 de La Zarcita (Camalich Mas- Se trata de un recipiente abierto de forma hemisférica. sieu y otros 1984, fig. 13, nº 4 y 5). Recipientes de No es posible estimar el diámetro de esta pieza, por lo características troncocónicas de esta apariencia se- que podría corresponderse tanto con un cuenco de pe- rían básicamente el Tipo II de J. Otero Prieto (1986: queñas dimensiones como con un recipiente mucho 412 y ss.). Sin embargo, no es común que el borde de mayor (por ejemplo, véase algunos casos de Valencina este grupo presente un engrosamiento tan desarrollado de la Concepción (Ruiz Mata 1975, fig. 11, nº 3 y 5). como en la pieza que ahora presentamos. En este sen- tido, se podría relacionar por ejemplo con otros regis- 1. Por ejemplo, véase aquellas documentadas en San Pedro I, tros de Valencia de la Concepción (Ruiz Mata 1975, Fuentes de Andalucía (Fernández Caro 1992, fig. 2, nº 3, 4 y 5).

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El registro nº 709 presenta igualmente una forma El fragmento que nos ocupa puede tomarse como muy frecuente, un cuenco de tendencia hemisférica de un vaso con decoración impresa, seguramente a peine, escasa profundidad denominada frecuentemente cas- pero en cambio no puede clasificarse en el grupo Ma- quete esférico. Formas idénticas se identifican en nu- rítimo. La mitad inferior del fragmento conservado, merosos contextos, y correspondería con el Tipo I, refiriéndonos a su cara exterior, muestra dos bandas variedad 2 de M. D. Camalich Massieu y otros (1984: paralelas inter-espaciadas y rellenas con líneas parale- 195), como por ejemplo algunos casos de Cueva de la las oblicuas que intercambian el sentido en una y otra Mora (Camalich Massieu y otros 1984, fig. 36, nº 2). banda. Esta composición es típica del grupo Marítimo y Por último, el ejemplar nº 704 es un fragmento de se conoce con el apelativo de herringbone acuñado por pequeño tamaño. El borde está ligeramente indicado al R. J. Harrison (1977: 13 y ss.) y como bandas tramadas exterior, y la superficie exterior tiene un ligero engro- o “achuradas” (hachuré y hatched en los mundos fran- samiento. Parece tratarse de un plato de medianas di- cófono y anglosajón, respectivamente). mensiones. Existe una gran variabilidad en los bordes En este fragmento las líneas que definen las bandas de platos calcolíticos, y esta forma no es muy frecuente. parecen haberse realizado mediante incisiones, aun- que ya se sabe que a veces es difícil asegurarlo, puesto que algunos casos aún pareciendo incisiones se tratan 3.2. Cerámicas campaniformes de impresiones con peines de cortas puntas que apenas dejan improntas de éstas. Asimismo, la parte superior Se han encontrado dos fragmentos de cerámica muestra una serie de triángulos invertidos. Ambas pun- campaniforme. Ambos proceden del Corte II, pero de tualizaciones, la incisión y el motivo de triángulos, im- estratos diferentes: el fragmento nº 176 de la UE 9, y el piden la filiación en el grupo Marítimo. fragmento 77 de la UE 6 (figuras 5 y 6). II/6/77: Es un fragmento de galbo correspondiente a la parte cercana a la base, como demuestra la orien- tación de la decoración y su propio ángulo de incisión. Descripción de los ejemplares: La cara externa que se conserva está profusamente de- corada, pero en la interior se advierte un tratamiento II/9/176: Este fragmento corresponde al borde de espatulado. El color de la pared externa es beige, mien- un recipiente abierto con labio ligeramente apuntado. tras que por el interior es negra. La cocción es reduc- Las superficie exterior está bruñida y la interior espa- tora, pero se ha procedido a una introducción final de tulada, y son ambas de color beige con manchas ne- oxígeno que ha provocado una fina capa exterior de co- gras. La cocción es mixta; se trata de una fase principal lor beige rojizo. El desgrasante es medio. reductora y una posterior donde se introduce oxígeno Dado el ínfimo tamaño conservado del recipiente aclarando las gamas de colores de las paredes hacia un no se puede saber a que tipo corresponde. beige con matices rojizos. El desgrasante es fino. La decoración se realiza enteramente mediante inci- Aunque el fragmento es de reducido tamaño, dado sión. La parte conservada presenta bandas a base de líneas el diámetro del borde, que se aproxima a los 14 cm., se- paralelas horizontales intercambiadas con bandas de retí- guramente pertenezca a la forma clásica del vaso cam- cula incisa. Esta composición es típica del complejo deco- paniforme. Este tipo de recipiente es muy estándar no rativo comúnmente conocido como Ciempozuelos. Este sólo a niveles regionales, como ponen de manifiesto nombre se debe al yacimiento meseteño epónimo donde algunos trabajos (García Rivero 2008: 45-49), sino surgieron por vez primera estas cerámicas. Aunque son también a lo largo de toda el área de expansión cam- abundantes y predominan en el repertorio campaniforme pa niforme, fundamentalmente en la morfología aunque de la Meseta, se encuentran por toda la Península Ibérica. también en aspectos decorativos y de producción. Tanto es así, que varios autores lo han considerado elemento guía para el estudio de este fenómeno a nivel interna- Adscripción tipológica de los ejemplares: cional, máxime aquellos decorados con impresiones de conchas, y más escasamente con ruleta o peine, dentro Los dos fragmentos de cerámica campaniforme, ya del grupo conocido como Marítimo internacional (Sa- se ha anotado arriba, son de estilos o complejos deco- lanova 2001); otros autores proponen incluso el uso ri- rativos distintos. tual de estas cerámicas a escala internacional (Burgess El espécimen II/9/176 (figuras 5 y 6) se encuadra- y Shennan 1976). ría entonces dentro del Complejo Carmona, máxime

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Figura 6: Fotografía de los dos fragmentos de cerámica cam- Figura 5: Dibujo arqueológico de los dos fragmentos encon- paniforme. A la izquierda, el fragmento II/9/176; a la derecha trados de cerámica campaniforme. el fragmento II/6/77. combinando las técnicas incisa e impresa (Harrison Generalmente, este grupo decorativo es el más tar- 1977: 22 y ss.), pero dada la confusión de nombres y ti- dío dentro del fenómeno campaniforme. En el marco pologías resaltada por algunos autores (Lazarich Gon- geográfico que nos ocupa tiene un marco cronológico zález 1999; 2000; 2005: 357) convendría más bien similar al Puntillado geométrico, aunque el momento clasificarlo como Impreso geométrico o, como más inicial puede ser algo posterior a dicho grupo. se usa, Puntillado geométrico. Este grupo es predomi- nante y posiblemente originario de la zona del estuario del Tajo, en la península de Lisboa, pero se extiende co- 3.3. Industria lítica múnmente por todo el área suroccidental de la Penín- sula Ibérica. Prueba de ello, es que se trata del grupo A continuación sólo se tratarán de forma especí- decorativo mejor representado en Andalucía, sobre todo fica y detenida los ejemplares de industria lítica que en la Depresión del Guadalquivir (Lazarich González procedan de estratos propiamente prehistóricos y 2005: 357). Se caracteriza por decoraciones impresas que además sean más relevantes. Es decir, se tratan mediante conchas, peines y ruletas, pero añadiendo un aquellos que constituyen utensilios líticos con usos gran elenco de motivos decorativos geométricos tales particulares y/o los que permitan inferir alguna infor- como triángulos, bandas en zig zag, rombos, etc. mación interesante acerca de sus cadenas de produc- Respecto a la cronología relativa, generalmente ción tecnológica. Siguiendo esto, por tanto, todos los este grupo parece emerger algo después de las cerá- ejemplares tratados específicamente proceden de la micas marítimas y antes de las incisas (Soares y otros UE 62, que es un nivel datado en época propiamente 1972; Farinha dos Santos y otros 1972: 182-183; Car- prehistórica (figuras 7 y 8). doso 2001: 145; Kunst 2005: 198-199), aunque en re- ferencia al sur peninsular algunos autores señalan una sincronía entre ellos (Lazarich González 2005: 357); se Descripción y adscripción de los ejemplares: ubica entre mediados del III Milenio y el 1.600 A.C. El ejemplar II/6/77 (figuras 4 y 5) es del grupo In- IV/62/926: Fragmento proximal de hacha o azuela ciso. En Andalucía es el complejo decorativo más abun- elaborada en caliza micrítica. dante en términos absolutos, sin embargo en el área del El soporte seleccionado se aproximaba bastante al Bajo Guadalquivir es un estilo secundario (Lazarich objetivo final, de modo que una de las caras cuenta con González 2005: 358). una superficie natural rodada que apenas es modificada,

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Figura 8: Dibujos arqueológicos de los ejemplares más rele- Figura 7: Dibujo arqueológico del hacha o azuela encontrada vantes de industria lítica encontrada en el nivel prehistórico en el nivel prehistórico UE 62 del Sondeo IV. UE 62 del Sondeo IV. mientras que la otra y uno de los flancos se han regula- No obstante, el resultado fue parcialmente infructuoso rizado mediante repiqueteado hasta obtener una super- pues la lasca extraída resultó reflejada. El percutor uti- ficie regular y lisa. lizado fue duro. IV/62/930: Lámina de sección triangular frag- El talón está despejado mediante la preparación de mentada por el extremo proximal. En la parte supe- aristas despejadas y cornisa abrasionada, hecho común rior derecha, presenta un negativo de extracción para la en la industria lítica de la Prehistoria Reciente. configuración del lateral del núcleo, lo que apuntaría a IV/62/932b: Diente de hoz confeccionado sobre sí- una preparación de éste mediante crestas. Esta lámina lex de buena calidad de aspecto rosáceo debido a la conserva aún parte de la corteza en la parte distal. Di- fuerte termoalteración del soporte. La pieza procede de cho córtex es rodado, prueba de que el núcleo utilizado una lámina ancha fragmentada distal y proximalmente fue un canto rodado de origen fluvial. y retocada mediante truncaduras directas; el borde ac- Todo el segmento conservado del filo derecho pre- tivo dispone de un denticulado realizado mediante reto- senta microextracciones directas que apuntan que dicha ques simples profundos inversos. lámina ha sido usada, al igual que los tramos superior e inferior del borde izquierdo. Asimismo, la pieza pre- senta pátina de suelo y desilificación del soporte vincu- 4. EL CONTEXTO CULTURAL Y EL lada probablemente a su exposición al aire libre durante POBLAMIENTO CALCOLÍTICO un cierto tiempo. DEL ENTORNO PRÓXIMO IV/62/931: Lasca de regularización del núcleo. Es decir, se trata de una lasca correspondiente al lateral Los escasos fragmentos recuperados de cerámica o arista de núcleo vinculada al intento de readecua- lisa no permiten afinar mucho en aspectos cronológi- ción de la curvatura del plano de extracción de láminas. cos. Primero porque conservan tamaños pequeños e

SPAL 20 (2011): 81-91 ISSN: 1133-4525 LAS EVIDENCIAS ARQUEOLÓGICAS DE ÉPOCA CALCOLÍTICA EN LA ALCAZABA DE MARCHENA, SEVILLA 89 insuficientes para estimar los perfiles completos de las posiblemente Los Cantones I y Chiclana I correspon- formas. Segundo porque las formas más completas son den a época calcolítica. bastante comunes en diversos periodos prehistóricos e Se han localizado recientemente algunos otros asen- incluso históricos. tamientos calcolíticos en las prospecciones del término Además, si se atiende a las pastas de estas cerámi- municipal de Marchena, dirigidas por E. Ferrer Al- cas, sólo los fragmentos 702, 705, 707, 708 y 709 son belda, aunque como ya adelantan en algunos resultados claramente calcolíticos. El resto presenta pastas que preliminares el registro prehistórico está escasamente son menos comunes en este periodo aunque se deber representado (Ferrer Albelda y otros 1998: 1036). Son a la peculiaridad de algunas fuentes de arcillas locales. por ejemplo los casos de Montoto y posiblemente de No obstante, en nuestro reducido conjunto destaca un Cerro del Judío (cf. Gavira Berdugo: 2007: 248 y 461). ejemplar de pasta muy clara de tonalidad beige, el caso Las cerámicas campaniformes seguramente fun- 701, que junto a otros factores, como su forma pecu- cionaron como objetos de prestigio o status, porque se liar, hacen dudar de la adscripción prehistórica de este trata de una vajilla de compleja y costosa elaboración recipiente. Recordemos, que en este mismo estrato se (Clarke 1976), y porque generalmente aparece en de- ha documentado también un fragmento amorfo de ce- terminadas zonas concretas de los asentamientos, como rámica a torno de época romana. en las ciudadelas, no sólo en Andalucía (Lazarich Gon- Tomando estas cerámicas en conjunto, podría- zález 2005: 360) sino en otras regiones como el me- mos situarlas cronológicamente en el III Milenio diodía portugués y de la Cuenca Media del Guadiana a.C. El recipiente globular achatado (nº 703) es una (García Rivero 2008: 69 y ss.; 2009; 2010). Además, se forma constante durante todo este periodo, y no nos asocia frecuentemente a otros ítems singulares, como sirve para precisar en este sentido. Si efectivamente objetos trabajados en hueso, otros metálicos, otras ce- el ejemplar 702 se prolongase hacia abajo mediante rámicas finas y cuidadas, etc. una curvatura o carena, y pudiera tomarse por tanto Se han relacionado con el uso de bebidas probable- como una cazuela carenada de paredes rectas, posi- mente alcohólicas en ceremonias y rituales, algunas de blemente se tratara de una de las formas más antiguas ellas funerarias, pero seguramente con un trasfondo de del conjunto. En ese caso, podría situarse desde ini- redes de clientelas sociales y con pactos políticos (Ga- cios de época calcolítica, o en lo que algunos autores rrido Pena y Muñoz López 2000; García Rivero 2007). clasifican como Neolítico final, si bien siguen mante- Con base en las fechas radiocarbónicas calibradas niéndose en proporciones reducidas durante el III Mi- disponibles, el inicio del fenómeno campaniforme en el lenio a.C. Pero, como anotábamos arriba, francamente marco suroccidental peninsular se podría fechar alrede- no podemos asegurarlo debido al escaso tamaño con- dor del 2750 A.C. Las cerámicas marítimas son las pri- servado del recipiente. meras que desaparecen, no más acá del 2000 A.C. en Las formas muy comunes, bien globulares (nº 705 y Andalucía occidental por ejemplo. En esta zona, la fe- 707) o abiertas tipo cuencos (nº 708 y 709), insistimos, cha final de este fenómeno ha sido situada cuando me- son características de diversos periodos prehistóricos, y nos a mitad del II Milenio A.C., debido a problemáticas concretamente dentro del Calcolítico podrían situarse fechas absolutas como la procedente de la Universidad en cualquiera de sus fases. Laboral (Fernández Gómez y Alonso de la Sierra 1985; Por último, el fragmento n º 704 tiene un borde que Castro Martínez y otros 1996), pero probablemente no parece una variante poco peculiar o un tipo antecesor debe llevarse más acá del 1800-1700 A.C., aproxima- de los conocidos platos calcolíticos, y nos referimos damente (cf. Lazarich González 2005, figura 4). más a aquellos de borde almendrado. Son característi- Hallazgos de cerámicas campaniformes se conocían cos éstos de lo que se viene llamando Calcolítico pleno. previamente en el propio término municipal de Mar- Si nuestro ejemplar se puede clasificar dentro de este chena. Por un lado, en la Fuente de San Ginés, a 1 km. grupo general de platos, podríamos situarlo dentro de del pueblo, se localizaron diversas sepulturas donde, al un amplio lapso del III Milenio a.C. parecer, se encontraron dos recipientes campaniformes Asentamientos calcolíticos de entorno próximo son de tipo Ciempozuelos para algunos autores y de tipo aquellos detectados por J.J. Fernández Caro en la Carta Marítimo para otros (Lazarich González 1999: 335- Arqueológica de Fuentes de Andalucía (1992). Según 337). Por otro lado, en una pequeña elevación conocida este autor, los sitios de Los Álamos I, Barrero I, Los como la Loma de la Lombriz aparecieron dos frag- Cantones II, San Pedro I, San Pedro II, S. José de la mentos con decoración impresa geométrica e incisa. Herradura, Loma Lombriz I y II, Verdeja Nuevo II y Los asentamientos de San Pedro I y II, previamente

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 81-91 90 DANIEL GARCÍA RIVERO / JUAN FOURNIER PULIDO anotados, también tienen materiales campaniformes (Portugal)”, en F. Nicolis (ed.), Bell beakers today. (Fernández Caro 1992: fig. 2 y 5). También hay que Pottery, people, culture, symbols in prehistoric Eu- citar algunos fragmentos campaniformes del Museo rope, Vol. II : 139-154. Proceedings of the Interna- de Écija recogidos en prospecciones de la Vega del tional Colloquium Riva del Garda (Trento, Italy), Corbones (Rodríguez Temiño 1984), de procedencia 11-16 May 1998. imprecisa pero posiblemente procedentes de estos ya- CASTRO MARTÍNEZ, P.V.; LULL, V.; MICÓ, R. cimientos anteriores. (1996): “Cronología de la Prehistoria Reciente de la Por último, más recientemente se han hallado me- Península Ibérica y Baleares (c. 2800-900 cal ANE)”, diante prospección arqueológica otros emplazamientos BAR, Int. Series 652. Oxford: Tempus Reparatum. prehistóricos con adscripción campaniforme. En Ce- CLARKE, D.L. (1976): “The Beaker network. Social rro del Maravilloso I, además de cerámicas campani- and economic models”, en J.N. Lanting y J.D. Van formes, se han encontrado otras cerámicas calcolíticas der Waals (eds.), Glockenbecher Symposium (Obe- e industria lítica prehistórica, mientras que en Cerro del rried, 1974): 459-476. Bussum-Haarlen, Fibula-van Maravilloso IV se han encontrado diversos fragmen- Dishoek. tos cerámicos a mano y, entre ellos, uno campaniforme FARINHA DOS SANTOS, M.; SOARES, J. y TAVA- (Gavira Berdugo 2007: 379 y 382). En el asentamiento RES DA SILVA, C. (1972): “Campaniforme da denominado La Conejera se han hallado cerámicas a Barrada do Grilo”, O Arqueologo Portugués, Série mano, con presencia de campaniforme, y alguna indus- III, Vol. VI: 163-192. tria lítica prehistórica (Ferrer Albelda y De la Bandera FERNÁNDEZ CARO, J.J. (1992): Carta arqueoló- Romero 2007: 57; Gavira Berdugo 2007: 341). gica del término de Fuentes de Andalucía (Sevilla). En definitiva, los nuevos datos aquí presentados Fuentes de Andalucía: Ayuntamiento de Fuentes de constituyen las primeras evidencias materiales de un Andalucía. poblamiento de época calcolítica en la zona que ocupa FERNÁNDEZ GÓMEZ, F. y ALONSO DE LA SIE- la localidad actual de Marchena, concretamente en el RRA, J. (1985): “Un fondo de cabaña campani- área septentrional de la meseta que ocupa el recinto an- forme en la Universidad Laboral de Sevilla”, Noti- tiguo. Este asentamiento se corresponde cronológica- ciario Arqueológico Hispánico 22: 7-26. mente con otros enclaves detectados a lo largo de este FERRER ALBELDA, E. y DE LA BANDERA RO- término municipal y de la cuenca del río Corbones. MERO, M.L. (2007): “Santuarios, aldeas y granjas: el poblamiento durante el Bronce final y el periodo orientalizante”, en E. Ferrer Albelda (coord.), Ar- BIBLIOGRAFÍA: queología en Marchena. El poblamiento antiguo y medieval en el valle medio del río Corbones: 39-79. BELLIDO MÁRQUEZ, T. (2008): Intervención ar- Sevilla, Universidad de Sevilla. queológica preventiva en el mirador almohade de FERRER ALBELDA, E.; ORIA SEGURA, M.; GAR- la muralla de Marchena. Informe preliminar iné- CÍA VARGAS, E.; DE LA BANDERA ROMERO, dito depositado en la Delegación Provincial de Cul- M.L. y CHAVES TRISTÁN, F. (1998): “Informe de tura de Sevilla. la prospección arqueológica superficial de urgen- — (2010): Análisis arqueológico de las murallas de cia del término municipal de Marchena (Sevilla)”, Marchena, Scripta I. Sevilla: Universidad Pablo de Anuario Arqueológico de Andalucía 1998/ III. Acti- Olavide. vidades de Urgencia: 1032-1046. BURGESS, C. y SHENNAN, S. (1976): “The beaker FOURNIER PULIDO, J. (2008): “Estudio de materia- phenomenon: some suggestions”, en C. Burgess les”, en T. Bellido, Intervención arqueológica pre- y R. Miket (eds.), Settlement and economy in the ventiva en el mirador almohade de la muralla de Third and Second Millenia B.C. British Archaeolo- Marchena: 48-103. Informe preliminar inédito de- gical Reports 33. Oxford. positado en la Delegación Provincial de Cultura de CAMALICH MASSIEU, M.D.; MARTIN-SOCAS, D. Sevilla. y ARCO-AGUILAR, M.C. (1984): “Aproximación GARCÍA RIVERO, D. (2007): “Campaniforme y te- al estudio de la cerámica neolítica-eneolítica de la rritorio en la cuenca media del Guadiana”, Spal 15: provincia de Huelva”, Tabona V: 93-189. 71-102. CARDOSO, J.L. (2001): “Le phénomene campani- — (2008): Campaniforme y rituales estratégicos en la formes dans les basses vallées du Tage et du Sado cuenca media y baja del Guadiana (Suroeste de la

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Fecha de entrada: 15/02/2012 Fecha de aceptación: 26/03/2012

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 81-91

CERÁMICA GRABADA TARTÉSICA DEL CARAMBOLO: NUEVOS TESTIMONIOS*

MANUEL CASADO ARIZA

Resumen: Con este trabajo pretendemos, simplemente, dar a co- Abstract: With this paper we simply aim to present new nocer nuevos datos referentes a la cerámica con decoración gra- data on Tartessian pottery with engravings. Specifically, the bada tartésica. Concretamente los testimonios documentados en evidence documented in the field during campaigns of Ca- el yacimiento del Carambolo durante las campañas 2002-2005. rambolo in 2002-2005. We conclude with some thoughts Concluiremos con una serie de reflexiones acerca de este tipo ce- about this ceramic type on its functionality and symbolic rámico, sobre su funcionalidad y contenido simbólico, así como content, as well as ethnic implications that can be extracted las implicaciones étnicas que se deducen de las mismas. from them. Palabras clave: Tartessos, fenicios, cerámica grabada, deco- Key words: Tartessos, phoenicians, engraving pottery, geo- ración geométrica, El Carambolo. metric decoration, El Carambolo.

1. SOBRE LA CERÁMICA CON DECORACIÓN los investigadores, o quizá a que su presencia ha que- GRABADA GEOMÉTRICA dado eclipsada por su hermana pintada: la cerámica tipo Carambolo. Dentro del repertorio vascular tartésico, la cerámica La mencionada imprecisión ataca a la cerámica grabada debe incluirse en el grupo de la vajilla fina, grabada desde el momento mismo en que hacemos ya que el acabado de la superficie se realiza mediante alusión a ella a través de su decoración. Existe cierto la técnica del bruñido. Pero si comparamos la profu- relax a la hora de dar a esta vajilla una terminología sión de su estudio con otras integrantes de esta alfare- concreta en este sentido. Por citar algunos ejemplos, ría fina, observaremos cómo el conjunto de los escasos se puede comprobar en la bibliografía cómo algu- trabajos centrados, de alguna manera, en ella adolecen nos autores la llaman grabada (Chaves y De la Ban- de cierta imprecisión y ligereza a la hora de abordar al- dera, 1984:152; Aguayo y otros 1985: 299; Escacena gunos aspectos fundamentales. Quizá esta situación se y otros 1998; Torres 2002) y otros incisa (González deba a que, dada su exigua representación en el registro y otros 1995: 215; De la Bandera y otros 1993: 17; arqueológico, no ha llamado lo suficiente la atención de Ruiz Mata y otros 1981: 246; Ruiz Mata 1986:545; Ruiz Mata y Pérez 1989:291). Los dos apelativos an- teriores son los que usa la mayoría de autores, aunque * Este trabajo se enmarca dentro del Proyecto de investigación algunos investigadores han utilizado también el tér- de excelencia código HUM-3482, denominado “La construcción y mino esgrafiado (Murillo 1994:250; Ruiz Gil y López evolución de las entidades étnicas en Andalucía en la Antigüedad (si- glos VII a.C. – II d.C.)”, bajo la dirección del Dr. D. Gonzalo Cruz Amador 2001:56; Esteve 1950:17; Martín Córdoba Andreotti. 1993-94:7).

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Para empezar por el principio, veamos que dice el estudia, y que pueden servir para realizar una aproxi- diccionario de la Real Academia Española1 sobre los mación, por exclusión, a una definición más exacta. Es términos que aquí se tratan. La primera acepción de el caso del grafitado, que, según los autores, consiste “grabar” es: “Señalar con incisión o abrir y labrar en en “aplicar grafito a la superficie de la vasija antes del hueco o en relieve sobre una superficie un letrero, una proceso de cocción, bien cubriendo toda la superficie o figura o una representación de cualquier objeto”. Como amplias bandas de ésta, o bien realizando motivos por se puede apreciar el diccionario no hace referencia al- lo general geométricos, como reticulados, triángulos guna a la dureza de la superficie en cuestión, tampoco rellenos, rombos, líneas paralelas, etc.” (Eiroa y otros cuando habla de “incisión”, que se describe de la si- 1999:189). J. J. Eiroa hace mención también al grupo guiente manera: “Hendidura que se hace en algunos de las esgrafiadas, término ampliamente usado entre al- cuerpos con instrumento cortante”. Sin embargo, es en gunos investigadores para referirse a las grabadas. Se- el término “esgrafiar” donde encontramos una diferen- gún los autores esta técnica “[…] consiste en el raspado cia ostensible en la ejecución de la técnica, siendo su en seco de la superficie previamente tratada con un definición la siguiente: “Trazar dibujos con el grafio en capa de pintura o engobe que ya ha sufrido un proceso una superficie estofada haciendo saltar en algunos pun- de cocción” (Eiroa y otros 1999:189). tos la capa superficial y dejando así al descubierto el Incluso algunos autores que han realizado tablas de color de la siguiente”. clasificación de decoraciones sobre cerámica, caen en Atendiendo ahora la literatura específica sobre téc- la contradicción con respecto a algunos de estos térmi- nicas decorativas en cerámica, encontramos que, por nos. Por ejemplo, en el trabajo propuesto por R. Mai- ejemplo, A. Llanos y J. Vegas analizan en su obra la in- cas: dentro del grupo de la incisión, descrito como cisión y el grabado. El primero de estos tipos decorati- “[…] presión continuada de un instrumento apuntado vos se corresponde con el grupo 2 que describen de la sobre la arcilla tierna”, encontramos el subgrupo de es- siguiente manera: “Trazos conseguidos por la aplica- grafiadas: “[…] incisión muy fina obtenida por presión ción corrida de un instrumento apuntado bien sobre la sobre la arcilla seca o cocida.” (Maicas 1994:19). En pasta tierna o una vez realizada la cocción de la cerá- una nota a pie de página la autora aclara que a este úl- mica”. Dentro de este grupo los autores especifican el timo grupo se le llama también “grabadas”. subgrupo 2.4 que se corresponde con la técnica grabada De las obras anteriormente citadas se desprende y que definen como sigue: “[…] cuando el trazo es fino que inciso, grabado, esgrafiado y grafitado no son, en y poco profundo. Normalmente esta técnica se realiza absoluto, términos que podamos aplicar a una misma sobre pasta muy seca o incluso una vez cocida” (Llanos técnica decorativa, siendo “grabada” la nomenclatura y Vegas 1974:286). He aquí dos diferencias claras en- que encaja mejor con la decoración que aquí se estu- tre ambas técnicas: el estado de la pasta en el momento dia y, por tanto, el más oportuno a la hora de referirse de realizar la decoración, usándose el término inciso, a esta cerámica y no crear confusión con otros tipos, generalmente, cuando está aún blanda y grabado una ya que los motivos se realizan siempre posteriormente vez esta se ha secado o incluso ya realizada la cocción; al bruñido y a la cocción del recipiente, resultando tra- y, por otro lado, la profundidad de los trazos que com- zos finos. En la prehistoria en general, la tradición his- ponen los motivos, siendo el grabado de menor pro- toriográfica ha aplicado el término grabado siempre a fundidad y más fino que la incisión, característica ésta decoraciones aplicadas sobre superficies duras: hueso, consecuencia directa de la anterior. roca, etc. J. J. Eiroa coincide con los autores anteriores en la Muchas veces el dibujo realizado mediante grabado descripción que hace de la incisión en su apartado 5.2: ha sido, además, rellenado de pasta roja para realzar el “[...] se realiza desplazando sobre la superficie blanda motivo y dar un mejor acabado a la decoración (Bláz- de la arcilla un objeto duro más o menos afilado, de quez y otros 1970:16; de la Bandera y otros 1993: 17; forma que éste genere una línea cuyo diseño responda Ruiz Gil y otros 1990:19; Ruiz Mata y otros 1981:246). al diseño de dicho objeto” (Eiroa y otros 1999:182). Generalmente los motivos que decoran esta vajilla son Esta obra, sin embargo, aunque no hace mención al gra- puramente geométricos. Entre estas composiciones se bado sí describe otras técnicas decorativas que han ser- pueden reconocer algunos motivos que abundan tam- vido a veces para nombrar a la cerámica que aquí se bién en la tipo Carambolo. Algunos de estos recursos comunes son muy sencillos y se dan también en cerá- 1. . Se ha usado la vigésima segunda edición del Diccionario de micas de otras cronologías y áreas geográficas, como el la Lengua Española, de la Real Academia Española (2001). caso de las sucesiones de triángulos tramados.

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Lámina 1. Diferencias entre las técnicas decorativas citadas. De izquierda a derecha: incisa (fragmento procedente de Acinipo, Ronda, Málaga), grabada (fragmento procedente de Acinipo, Ronda, Málaga) (Martín Ruiz 1995: figs. 229 y 230), esgrafiada (fragmento procedente del antiguo barrio de San Juan de Acre, Sevilla)

Las formas elegidas para plasmar esta decoración Las numerosas concomitancias, en cuanto a formas suelen ser siempre cazuelas y cuencos carenados de y decoraciones, entre la cerámica grabada y la pintada superficies previamente bruñidas, aunque también tipo Carambolo, así como lo inusual de ambos tipos, puede encontrarse en soportes de carrete (Schubart pone estas variedades cerámicas en relación casi de ma- 1979: lám. VII). nera automática. Sin duda la vajilla que aquí se analiza En cuanto al área de dispersión, podemos decir que no debería usarse como servicio de mesa o cocina por aunque de manera más discreta que otros tipos cerá- el cuidado que se pone en su elaboración y la escasez micos de su familia, se reparte por lo que se ha con- con la que aparece. El hecho de que en el área de Cádiz siderado el territorio tartésico. Empero, también se se haya documentado cerámica grabada cumpliendo documenta fuera de los límites clásicos de Tartessos, la función de contenedor funerario (Ruiz Mata y Pé- en colonias fenicias de la costa africana, concretamente rez 1989: 291, González Rodríguez y otros 1995:219) en Lixus (Bokbot 1998) y Cartago (Mansel 2011). Se proporciona datos acerca de la utilización de este tipo observa una mayor presencia de cerámica grabada en con fines sacros. No hay que olvidar que, al margen el área de Cádiz. Ante esta circunstancia se ha suge- del Carambolo, los yacimientos donde se encuentran en rido que la especie cerámica que aquí tratamos sea ca- un número más elevado de ejemplares, como Acinipo o racterística de dicha zona (González Rodríguez y otros Doña Blanca no han dado muestras de contener recin- 1995:219); pero, como más de una vez se ha demos- tos sagrados de tipo templario. Tampoco hay que per- trado en la historia de las investigaciones, el lugar der de vista el hecho de que en otras ocasiones se han donde las cosas aparecen en más cantidad, o lo hacen documentado ánforas y otros tipos de contenedores de por primera vez, no tiene por qué ser su zona de origen ámbito doméstico cumpliendo la función de urna cine- (Escacena 2000:59 y ss.). Las posibles zonas de pro- raria, sin que este sea el fin concreto para el que habi- ducción y vías de redistribución de esta cerámica solo tualmente se fabricaba dicho tipo . podrán llegar a conocerse con relativa seguridad me- diante análisis y comparación de pastas. En lo que a la cronología se refiere, los fragmen- 2. LA CERÁMICA GRABADA tos de cerámica grabada que aparecen estratificados, EN EL CARAMBOLO permiten colocarla dentro del marco cronológico que comparte con el resto de las cerámicas bruñidas tarté- 2.1. El yacimiento del Carambolo sicas, tradicionalmente siempre entre los siglos VIII y VI a.C., aunque cabe realizar alguna reflexión para ma- Situado sobre el cerro que le da nombre, en localidad tizar el asunto de la datación de este tipo cerámico. Las la sevillana de Camas (fig. 1), este yacimiento fue exca- recientes aportaciones de referencias cronológicas ba- vado en 1958 por J. de M. Carriazo a raíz del hallazgo del sadas en análisis de C14 y en la calibración de estas, así famoso tesoro. Las excavaciones en la zona dejaron al como las dataciones asignadas a los niveles fundacio- descubierto una estructura oval excavada en la tierra vir- nales del propio Carambolo, apuntan a que habría que gen, donde aparecieron las piezas de oro, y que propor- subir estas fechas, al menos los límites superiores. cionó gran cantidad de materiales. Entre las variedades

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Figura 1. Localización del Carambolo, frente a Sevilla.

cerámicas recogidas en la excavación destacan las co- una superficie, una vez derribado el edificio de la Real nocidas como pintada tipo Carambolo y de retícula bru- Sociedad de Tiro Pichón, de aproximadamente 5.300 m2 ñida, consideradas posteriormente como fósiles guía de (Fernández Flores y Rodríguez Azogue 2005: 844). Los la cultura tartésica. Un poco más abajo, en la ladera no- nuevos datos aportados por estas campañas han sido de- roeste del cerro, se exhumó un conjunto de estructuras de cisivos, a todos los niveles, para aclarar algunos de los muros rectos que también proporcionó gran cantidad de debates más recurrentes en los últimos años sobre el yaci- materiales, entre los cuales se cuenta numerosa cerámica miento, en especial sobre el llamado “fondo de cabaña”. fenicia. Este conjunto fue bautizado como poblado bajo La digestión de dichos datos ha puesto sobre el tapete una o Carambolo bajo, frente a la estructura oval que se co- realidad que hace necesaria la revisión de los paradigmas noció como fondo de cabaña o Carambolo alto. vigentes durante las últimas décadas sobre el Carambolo El yacimiento se interpretó como un poblado tarté- en particular y sobre Tartessos en general. sico, aunque otros autores posteriormente lo identifi- caron con un santuario (Blanco 1979; Blázquez 1995). Finalmente, en los últimos años de la década de los 90 2.2. Primeros fragmentos del siglo XX, los profesores M. Belén y J. L. Escacena lo reinterpretaron como un santuario fenicio donde se En la voluminosa y exhaustiva obra de J. de M. Ca- daba culto a Astarté (Belén y Escacena 1998). rriazo sobre el Carambolo (Carriazo 1973), el autor no Las recientes campañas de excavación en el cerro hace alusión clara en el texto a la cerámica grabada. (2002-2005), con motivo de la construcción de un ho- Las únicas referencias que aparecen son las fotografías tel en la corona del mismo, han aportado relevantes y de la página 543, en las que J. de M. Carriazo se refiere espectaculares resultados, corroborando algunas de las a estos testimonios como “Dos pequeños fragmentos hipótesis que se habían avanzado en años anteriores. La de vasos con decoración que deriva del campaniforme” intervención de urgencia dirigida por A. Fernández Flo- y “Pequeños fragmentos de vasos con excepcional de- res y coordinada por A. Rodríguez Azogue actuó sobre coración grabada con temas geométricos”; y también

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Lámina 2. Fragmentos de cerámica grabada hallados por J. de M. Carriazo en el transcurso de sus excavaciones. en la página 565 dice: “Dos fragmentos decorados con en ajedrezado y algunos elementos más complejos ajedrezados con paralelos en Europa central” y “Otros como triángulos superpuestos tramados con rombos en fragmentos únicos de cerámicas de tradición neolítica, reserva. Como veremos más adelante, en las piezas do- el uno con punto y raya” Podemos contar en las fo- cumentadas durante las campañas de 2002 – 2005 se re- tos ofrecidas por el autor un total de siete fragmen- gistran también estos motivos decorativos. tos (lám. 2). Es difícil averiguar dónde y cómo fueron recogi- das las piezas arriba citadas, ya que la única referencia 2.2. Nuevos testimonios a ellas, como decíamos, son los pies de foto. Tampoco es fácil averiguar si procedían del Carambolo alto o Ca- Durante las campañas de 2002-2005 se han docu- rambolo bajo ya que las fotos aparecen dentro de los mentado un total de 35 fragmentos, de los que mostra- apartados referidos a la cerámica de ambos sectores. mos una amplia representación en las figuras 2 y 3. En Como se observa en la lámina 2, ninguno de los su gran mayoría se trata de formas que se pueden en- fragmentos presenta forma reconocible, a excepción cuadrar dentro de las llamadas cazuelas carenadas y al- – en todo caso– de la pieza situada a la izquierda en la gunos casos dudosos que probablemente pertenezcan a fotografía 1 (que, por otro lado, es la misma que la de soportes de carrete o formas de almacenamiento. Las la esquina superior derecha de la fotografía 4, pero in- pastas y superficies, bruñidas en su totalidad, muestran vertida) que parece un borde, aunque resulta complejo una coloración general en varios tonos de castaño. En reconocer la forma. muchas de las piezas se conserva pintura a la almagra En lo que a la decoración se refiere apreciamos en la tanto en las líneas de grabado, resaltando así la decora- lámina la presencia de triángulos tramados, reticulados ción, como en la superficie interior de los recipientes.

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En cuanto a los motivos y elementos decorativos es 3. ANÁLISIS DE LOS NUEVOS HALLAZGOS muy abundante la sucesión de aspas (fig. 2 CAR-1185- 14; 2170-17; 1071-15; 2175-5), de triángulos trama- 3.1. Formas dos (“dientes de lobo”) simples o con varios niveles superpuestos (fig. 2 CAR-2199-102+106+85; 2547-19; En el aspecto tipológico las piezas documentas, 2096-31; 2544-58; 2199-294; 2125-5; 2094-5), o en- como hemos dicho antes, en su mayor parte se englo- frentados y separados por triángulos mayores con sus ban dentro del grupo comúnmente denominado cazue- lados también tramados (fig. 2 CAR-2199-329; 2199-5; las carenadas. Se trata de formas abiertas, profundas, 2199-189). También observamos reticulados oblicuos con una carena suave (en la mayoría de casos) que di- formando rombos, tramados de manera alterna (fig. 2 vide el cuerpo del recipiente en dos. El tramo supe- CAR-2199-292), o cuadrados tramados de igual modo rior, de tendencia vertical y con dimensiones próximas (fig. 2 CAR-2199-246). Por otro lado, también se dan a los tres centímetros, da paso a un borde ligeramente algunas composiciones más complejas que se comen- exvasado y con labios redondeados. La zona inferior tarán con mayor profundidad en el apartado dedicado presenta forma hemisférica y solo en uno de los casos a las decoraciones (por ejemplo, fig. 2 CAR-2478-6). (fig. 2 CAR-1071-15) se intuye una base plana; el resto Por otro lado, estos testimonios sí ofrecen informa- de piezas no la conservan. Los diámetros oscilan en- ción sobre los contextos estratigráficos en los que fue- tre los 12 y los 20 cm. La pieza CAR-2199-329 (fig. 2) ron hallados. La totalidad de las piezas pertenecen al muestra una sección inferior bastante menos profunda Complejo A, es decir, al área correspondiente al edi- y cuya forma se aproxima al casquete de un cuarto de ficio monumental interpretado como santuario- (Fer esfera, constituye la excepción en la tendencia. nández Flores 2005:77; Fernández Flores y Rodríguez Formalmente este tipo de cazuelas presenta un per- Azogue 2005: 848 y ss.). Concretamente se encuadran fil óptimo para el desarrollo de la decoración grabada, dentro de las zonas que los excavadores delimitaron aprovechando el campo que proporciona el amplio es- como Ámbitos 2 y 3, principalmente este último, y con pacio entre la carena y el borde, aunque esto no implica algún caso aislado en el Ámbito 1. Dichos espacios se que no se de esta técnica decorativa en formas con un configuran a partir de la fase IV del Carambolo, esto es, menor desarrollo del borde. tras la primera gran remodelación del santuario (Fer- Hay tres piezas que por sus dimensiones y por el nández Flores y Azogue 2007: 109 y ss.). Esta fase se desarrollo de sus bordes nos hace pensar que pueda podría situar cronológicamente entre el último cuarto tratarse de grandes soportes de carrete (fig. 2 CAR- del siglo IX a.C. y principios del siglo VIII a.C. (Fer- 2096-31, CAR-2199-292, CAR-2478-6). Tipológi- nández Flores y Rodríguez Azogue 2007: 125). camente se vincularían con el tipo D.II de Ruiz Mata El Ámbito 3, donde se concentra la mayoría de las (1995:276; fig. 21), fundamentalmente por la tenden- piezas documentadas, se corresponde con el núcleo cia de los bordes, ya que las piezas no conservan un central del edificio. La planta es rectangular de aproxi- porcentaje de la forma lo suficientemente extenso. La madamente 33 m por 17 m y se articula de manera si- pieza CAR-2405-52 (fig. 3) podría pertenecer al cuerpo métrica en torno a un patio central abierto, la estancia de uno de estos grandes soportes de carrete. La tenden- A-29, que ocupa el espacio en el que se ubicaba la fase cia de estos grandes bordes exvasados y la inclinación anterior (Carambolo V) (Fernández Flores y Rodríguez de los mismos también deja abierta la posibilidad de Azogue 2007:116). En dicha estancia es donde se con- que pudiera tratarse de recipientes de almacenamiento centra el mayor porcentaje de cerámica grabada ex- tipo E.I.b de Ruiz Mata (1995:270; fig.11), parecidos humada durante las recientes campañas. Las unidades a los vasos à chardon, aunque los diámetros de estas estratigráficas 2405, 2404, 2509, 2408 y 2549, perte- piezas suelen ser superiores a las que aquí presenta- neciente a la fase IV del santuario, son niveles uso y mos. En cuanto a la relación forma-decoración en esta relleno, por deposición continuada de residuos, de la disyuntiva, se han documentado soportes de carrete estancia A-29. Similares características de formación con motivos grabados, por ejemplo en la necrópolis de presenta la unidad 2199, correspondiente a la fase II2. Las Cumbres, en el Puerto de Santa María (Cádiz) y en Morro de Mezquitilla (Málaga). Sin embargo, en lo que concierne a los grandes vasos de almacenamiento, 2. Agradecemos a Álvaro Fernández Flores y Araceli Ro- que generalmente no presentan decoración grabada o dríguez Azogue, director y coordinadora de las campañas 2002-2005 en El Carambolo, haber puesto a nuestra disposi- pintada, solo podemos señalar fragmentos en los que ción esta información. se intuye –al igual que en estos del Carambolo– la

SPAL 20 (2011): 93-105 ISSN: 1133-4525 CERÁMICA GRABADA TARTÉSICA DEL CARAMBOLO: NUEVOS TESTIMONIOS 99 posibilidad de esta forma, por su diámetro e inclina- está realizado sobre cerámica gris a torno y, al no pertene- ción de la pared. Ejemplo de esto serían los fragmentos cer estrictamente al tipo de vajilla que aquí estudiamos, lo procedentes del Cerro Mariana (Escacena y otros 1998: incluimos simplemente como ejemplo de la técnica deco- fig. 2:1; Escacena 2007: 63 y ss.). En Cartago sí se han rativa del grabado sobre otras series cerámicas. Procedente documentado algunos ejemplares de formas parecidas también del Cabezo de San Pedro (Huelva) (Blázquez y con decoración grabada, donde al menos un fragmento otros 1979:172), el animal representado en este fragmento conserva la zona de inicio del cuerpo de la vasija (Man- de cuenco pertenece, en esta ocasión, al mundo mitoló- sel 2011: 72 y s.; fig. 8). Como ya hemos mencionado, gico, se trata de un grifo en actitud rampante. El estilo es es difícil decantarse por una de las dos opciones, dado más naturalista que en los ejemplos citados arriba. el estado fraccionario de las piezas en cuestión. Al margen de estos casos, los esquemas composi- En lo que a las formas se refiere encontramos pa- tivos de la cerámica grabada, al igual que la tipo Ca- ralelos a las cazuelas en otros yacimientos del suroeste rambolo, se basan en elementos geométricos simples andaluz y que presentan también decoración grabada. (aspas, triángulos, líneas, cuadros, etc.) cuya repeti- Por ejemplo en la zona de Cádiz vemos formas simila- ción y combinación dan forma a motivos más o me- res en la necrópolis de Las Cumbres (Puerto de Santa nos complejos. María) (Ruiz Mata y Pérez 1989: 294), o en el material En los testimonios exhumados en El Carambolo, recogido en las prospecciones de Asta Regia (Mesas de durante las campañas 2002 y 2005, se da una repre- Asta, Jerez de la Frontera) (González Rodríguez y otros sentación relativamente amplia de estos motivos de- 1995:219; lám. 2 nº 10). Comprobamos que se trata de corativos, como se puede ver en los ejemplos de las igualmente de formas profundas, con perfiles relativa- figuras 2 y 3. El más recurrente, sin duda, es el trián- mente suaves, y con un espacio muy desarrollado entre gulo, presentado de diversas formas (fig. 2 CAR-2199- el borde y la carena, en el que se ubica la decoración. 102+106+85; 2547-19; 2096-31; 2544-58; 2199-294; ya hemos citado algún ejemplo de soportes de ca- 2125-5; 2094-5; fig. 4:1), seguido del aspa (fig. 2 CAR- rrete decorados mediante la técnica del grabado, proce- 1185-14; 2170-17; 1071-15; 2175-5; fig. 4:2). Gene- dentes de la necrópolis de Las Cumbres y de Morro de ralmente aparecen con el interior tramado con líneas Mezquitilla (Málaga) (Schubart 1979: lám. VII, c y e; oblicuas. En el caso de las aspas es frecuente dejar en fig. 15, f y g). reserva el rombo formado por el cruce de las dos fran- jas que componen el aspa. Ambos elementos decora- tivos se muestran en motivos más complejos, bien en 3.2. Decoración repetición o bien como parte de una composición más compleja. El uso de estos elementos es muy habitual en La gran mayoría de los elementos decorativos habi- la cerámica grabada y en la tipo Carambolo. tuales en la cerámica grabada son puramente esquemá- También se han documentado, entre las piezas que ticos y geométricos, solo podemos citar dos ejemplos aquí presentamos, ejemplos de reticulados, tanto hori- de motivos zoomorfos: un caprino –al cual parece que zontales y verticales formados ajedrezados mediante el precede otro– procedente del Castillo de Doña Blanca tramado de cuadrados (fig. 2 CAR-2199-246), como (Puerto de Santa María, Cádiz) (Ruiz Mata 1988: 46), y diagonales (con los rombos resultantes tramados de un fragmento del Cabezo de San Pedro (Huelva) (Bláz- manera alterna) (fig. 2 CAR-2199-292) (fig. 4: 3 y 4). quez y otros 1970: lám. XXIX y XXXIII) donde apa- Se dan también composiciones decorativas más rece representada una procesión de aves. La aparición de complejas que combinan los elementos simples. Un este tipo de animales, principalmente caprinos y aves, es ejemplo, que encontramos en varias piezas del Caram- también común en la cerámica tipo Carambolo (Buero bolo, es el que muestra una sucesión de medias aspas 1984; González Rodríguez y otros 1995) y otro tipo de (dos bandas tramadas que se cruzan en un punto, for- soportes decorados, por ejemplo los huevos de aves- mando triángulos superpuestos, cuyo punto de unión truz. La simbología y el mensaje religioso contenidos está en reserva), a las que se añade, en los espacios li- en estos motivos decorativos, como mencionaremos en bres entre estas, una sucesión de triángulos tramados y el último apartado de este trabajo, es fundamental para enfrentados (fig. 4:5). ahondar en la funcionalidad de este tipo cerámico. Muy parecido al motivo arriba descrito, encontramos Un tercer fragmento se podría citar como ejemplo de otro algo más complejo. Los triángulos tramados aquí representación no geométrica ni esquemática mediante la son sustituidos por triángulos superpuestos formados por técnica del grabado en cerámica de época tartésica, pero dos bandas tramadas, dejando igualmente en reserva el

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Figura 2. Nuevos testimonios de cerámica grabada documentados en las campañas 2002-2005 en el yacimiento del Carambolo.

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Figura 3. Más ejemplos de nuevos fragmentos de cerámica grabada hallados en las campañas 2002-2005 en el yacimiento del Carambolo.

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Figura 4. Selección de motivos decorativos (simples y complejos) documentados en la cerámica grabada durante las campañas 2002-2005. rombo resultante de la unión de ambas y a los que se ado- 4. REFLEXIONES FINALES: ETNICIDAD, san unos “flecos” formados por varias líneas. Estos flecos FUNCIONALIDAD Y SIMBOLOGÍA podemos encontrarlos en un testimonio procedente de Es- tepa (Sevilla) (Blázquez y otros 1970), en la que al trián- Hemos tratado en trabajos anteriores las circuns- gulo tramado se le adosan también una especie de flecos, tancias ideológicas e historiográficas que propiciaron, también a base de líneas que parten del vértice superior basándose en unos fundamentos bastante apriorísticos del triángulo. Estos pequeños flecos crean un efecto pare- y precipitados, que el bagaje cerámico documentado cido a unos roleos que, en ocasiones, aparecen en tipo el en la fosa excavada por J. de M. Carriazo se tomase Carambolo y huevos de avestruz, rematando triángulos. como la representación material indudable de la cultura

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Lámina 3. Ejemplos de la cerámica grabada hallada en las campañas 2002-2005 en el yacimiento del Carambolo. tartésica, entendida desde un punto de vista indigenista. hemos propuesto, también en los citados trabajos, una Igualmente hemos analizado las circunstancias en las nueva línea de interpretación, a nuestro modo de ver que ha nacido, de las cenizas de viejos axiomas his- mucho más coherente, para la cerámica con decoración toriográficos, una línea de trabajo en la que la consi- geométrica tartésica (tanto la grabada como la tipo Ca- deración étnica de Tartessos queda vinculada con los rambolo). Esta línea de trabajo se basa sobre todo en pueblos de origen oriental asentados en la península la lectura de la decoración y del contenido simbólico ibérica (Casado 2003; 2004; 2010). En este contexto de esta, mayormente la de tipo naturalista, y que hace

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 93-105 104 MANUEL CASADO ARIZA alusión a una serie de atributos de una diosa oriental, BLÁZQUEZ, J. M.; RUIZ MATA, D.; REMESAL, J.; Astarté para los fenicios del primer milenio, en su advo- RAMÍREZ SADABA, J. L. y CLAUSS, K. (1979): cación, principalmente, como regidora del ciclo vital y Excavaciones en el Cabezo de San Pedro (Huelva). señora de la vida y la muerte. Señalamos, una vez más, Campaña de 1977. EAE 102. Madrid, Ministerio de la relación que guardan los motivos decorativos de la Cultura. cerámica geométrica tartésica con las cáscaras de hue- BOKBOT, Y. (1998): “Une céramique à graffito à vos de avestruz, de marcado carácter religioso (Casado Lixus”, Bulletin d´archeologie Marrocaine, Tome 2003; 2010). Al margen de esto, la relación de ambos XVIII: 321-323. tipos con el yacimiento del Carambolo (de cuya impor- BUERO, M. S. (1984): “Los motivos naturalistas en la tancia en el mundo religioso de los fenicios del suroeste cerámica pintada del Bronce Final del Suroeste pe- andaluz ya no cabe duda), acentúa el carácter sacro de ninsular”, Habis 15: 345-364. estas vajillas. Hay que tener en cuenta, también, que se CARRIAZO, J. de M. (1973): Tartessos y El Caram- ha documentado cerámica grabada en contextos fune- bolo. Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia. rarios (en la necrópolis de Las Cumbres en el Puerto de CASADO, M. J. (2003): “Reflexiones sobre la -cerá Santa María, Cádiz), incluso desempeñando la función mica tipo Carambolo. ¿Un posible axioma de la ar- de contenedor cinerario. Este hecho encajaría perfecta- queología protohistórica del Suroeste andaluz?”, mente con la vinculación de su decoración al entorno Spal 12: 285-298. religioso de la diosa Astarté. Por todo esto, se podría re- — (2004): La cerámica con decoración geométrica lacionar la cerámica grabada con algún ritual, dentro de grabada de época tartésica en Andalucía occiden- los oficios religiosos de las comunidades fenicias oc- tal. Memoria de Licenciatura inédita. Universidad cidentales. Al margen de su presencia, escasa en cual- de Sevilla. quier caso, en enterramientos, su finalidad podría ser la — (2010): “Nuevas perspectivas para el estudio de la de contener alguna sustancia o realizar pequeñas ofren- cerámica a mano con decoración geométrica du- das, tal vez de carácter doméstico. rante el Hierro I en el ámbito del suroeste andaluz”, en F. J. García Fernández y O. Rodríguez Gutié- rrez (eds.), Tendencias y Aplicaciones en la Inves- BIBLIOGRAFÍA tigación Arqueológica. Encuentros de Jóvenes In- vestigadores 2006-2007. Universidad de Sevilla: AGUAyO, P.; CARRILERO, M.; DE LA TORRE, Mª 131-146. Sevilla, Dpto. Prehistoria y Arqueología del P. y FLORES, C. (1985): “El yacimiento pre y Universidad de Sevilla / Junta de Andalucía. protohistórico de Acinipo (Ronda, Málaga). Cam- CHAVES, F. y DE LA BANDERA, M. L. (1984): paña de 1985”, Anuario Arqueológico de Andalu- “Avance sobre el yacimiento arqueológico de Mon- cía / 1985, II Actividades Sistemáticas: 294-304. temolín (Marchena, Sevilla)”, Papers in Iberian Ar- Sevilla, Consejería de Cultura. chaeology. BAR International Series 193: 141-186. BELÉN, M. y ESCACENA, J. L. (1998): “Testimo- Oxford. nios religiosos de la presencia fenicia en Andalu- DE LA BANDERA, M. L.; CHAVES, F.; ORIA, M.; cía occidental”, en El Mediterráneo en la Antigüe- FERRER, E.; GARCÍA VARGAS, E. y MAN- dad: Oriente y Occidente (Cunchillos y otros eds.) CEBO, J. (1993): “Montemolín. Evolución del Sapanu. Publicaciones en Internet II, http://www.la- asentamiento durante el Bronce Final y el período bherm.csic.es. orientalizante (Campaña de 1980 y 1981)”, Anales BLANCO FREIJEIRO, A. (1979): Historia de Sevilla. de Arqueología Cordobesa 4: 15-48. La Ciudad Antigua (de la Prehistoria a los Visigo- EIROA, J. J.; BACHILLER, J. A.; CASTRO, L. y dos). Sevilla, Universidad de Sevilla. LOMBA, J. (1999): Nociones de tecnología y tipo- BLÁZQUEZ, J.M. (1995): “El legado fenicio en la for- logía en prehistoria. Barcelona, Ariel Historia. mación de la religión ibera”, en I Fenici: Ieri, Oggi, ESCACENA, J. L. (2000): La arqueología protohistó- Domani. Ricerche, scoperte, progetti (Roma 3-5 rica del sur de la Península Ibérica. Historia de un marzo 1994): 107-117. Roma, Academia Nazionale río revuelto. Madrid, Síntesis. dei Licei y Consiglio Nazionale delle Ricerche. —(2007): “Cerámica protohistórica con decoración BLÁZQUEZ, J. M.; LUZÓN, J. M.; GÓMEZ, F. y grabada procedente del Cerro Mariana”, en J. Bel- CLAUSS, K. (1970): “Las cerámicas del Cabezo de trán Fortes y J. L. Escacena Carrasco (eds.) Ar- San Pedro”, Huelva Arqueológica I. queología en el Bajo Guadalquivir. Prehistoria y

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Fecha de entrada: 31/01/2012 Fecha de aceptación: 27/02/2012

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 93-105

REVESTIDOS COMO DIOS MANDA. EL TESORO DEL CARAMBOLO COMO AJUAR DE CONSAGRACIÓN*

JOSÉ LUIS ESCACENA CARRASCO** FERNANDO AMORES CARREDANO**

Al ver la estrella sintieron grandísimo gozo, y, llegando a la casa, vieron al niño con María, su madre, y de hinojos le adoraron, y, abriendo sus cofres, le ofrecieron como dones oro, incienso y mirra. (Mateo 2, 10-11)***

Resumen: A la luz de la nueva interpretación del yacimiento Abstract: In the light of the new interpretation of the Caram- del Carambolo, el tesoro aparecido allí en 1958 puede ser in- bolo site, the treasure that was discovered there in 1958 can terpretado como ajuar sagrado. Sus diferentes piezas se usa- be interpreted as an assemblage of sacred ornaments. The dif- rían como adorno para dos bóvidos y como vestimenta litúr- ferent pieces were used as adornments for two bovid and as gica del sacerdote encargado de ofrecerlos en sacrificio a los liturgical dress for the priest in charge of their offering in sac- dioses. rifice to the gods. Palabras clave: Fenicios, templo, altar, toro, tesoro, liturgia, Key words: Phoenicians, altar, sanctuary, bull, treasure, lit- sacrificio, sacerdote urgy, slaughter, priest

1. INTRODUCCIÓN fenicio fundado a la vez que la propia Sevilla (Belén y Escacena 1997: 109-114). Con las excavaciones re- El yacimiento arqueológico del Carambolo, en cientes, realizadas entre 2002 y 2005, se ha podido Camas (Sevilla), ha experimentado en los últimos verificar esta segunda hipótesis (Fernández Flores y años un importante cambio en su valoración histó- Rodríguez Azogue 2005a, 2005b, 2007; Rodríguez rica. Tenido de siempre por asentamiento tartésico Azogue y Fernández Flores 2005). Por tanto, los ves- (Carriazo 1970; 1973), a finales de los noventa del pa- tigios rescatados en este yacimiento pueden ser leídos sado siglo nuevos planteamientos teóricos y metodo- bajo el prisma de ese nuevo papel reconocido para el lógicos vieron ya en él, por el contrario, un santuario sitio, lo que afecta tanto a la documentación última- mente aportada como a todos los hallazgos anteriores. Así, podemos ver ahora objetos sagrados donde antes * Trabajo elaborado en el marco del Proyecto HAR2008-01119 sólo percibíamos ricas alhajas de un rey. y del Grupo HUM-402 del III Plan Andaluz de Investigación. Entre estos cambios puede incluirse nuestra pro- ** Universidad de Sevilla *** Las citas bíblicas del presente trabajo están tomadas de la puesta funcional del tesoro que dio fama al lugar desde traducción de E. Nácar y A. Colunga (1991). el mismo día de su hallazgo, hace ya más de cincuenta

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 107-141 108 JOSÉ LUIS ESCACENA CARRASCO / FERNANDO AMORES CARREDANO años. Si J. de M. Carriazo, quien primero lo estudió, donde se expresaron las primeras dudas acerca de que percibió aquellas joyas como “un tesoro digno de aquel promontorio de la cornisa oriental del Aljarafe Argantonio” (Carriazo 1958), hoy podemos sugerir que albergara sólo un simple poblado de finales de la Edad nos encontramos ante un ajuar litúrgico destinado por del Bronce (Blanco 1979: 95-96). Poco antes, el pri- la comunidad fenicia a los sacrificios llevados a cabo en mer excavador del yacimiento había dado a conocer el honor de sus principales dioses. El conjunto incluiría el tesoro y los demás restos materiales con todo lujo de atuendo sacerdotal más los atalajes de sendos bóvidos detalles y de fotografías en color, por entonces esca- ofrecidos a Baal y a su compañera Astarté1. Esta idea sas en las publicaciones arqueológicas (Carriazo 1973). fue expuesta ya por nosotros en un congreso celebrado Entraremos en algunos pormenores recogidos en estas en Sevilla en 2001, cuyas actas se publicaron dos años obras, porque la historia del Carambolo y de su tesoro más tarde (Amores y Escacena 2003). Si hoy volvemos es también, en realidad, el relato paralelo de los cam- sobre ella es precisamente para matizar algunas de las bios mentales que los expertos han experimentado a lo afirmaciones contenidas en aquel trabajo y para refor- largo de al menos cincuenta años, cuyo resultado ha zar sus conclusiones; sobre todo porque la nueva docu- sido ver cosas muy distintas con la misma documenta- mentación con que hoy contamos permite robustecer ción de siempre. aquella hipótesis, que entonces estaba conformada por bastantes ideas intuitivas y por no menos conjeturas. Con ello, queremos contribuir a homenajear desde EL CONTEXTO ARQUEOLÓGICO: la revista Spal a quien fue uno de nuestros primeros DE CABAÑA HUMANA A MORADA DIVINA profesores de arqueología en la Universidad de Sevilla y luego compañero en diversos trabajos de investiga- El 30 de Septiembre de 1958 apareció en el ce- ción. Por aquellos años en que M. Bendala se iniciaba rro del Carambolo, junto a la población de Camas, un en la docencia universitaria, el tesoro del Carambolo grupo de joyas de oro que acaparó inmediatamente la ejercía sin duda el papel de buque insignia de Tartessos, atención de los arqueólogos y del resto de la sociedad. lugar preeminente que tal vez puede hoy desempeñar, Para los investigadores, ese día Tartessos comenzó a en realidad, todo el yacimiento. Como discípulo del pasar del mito a la historia, hasta el punto de que tal ha- profesor Blanco Freijeiro, nuestro amigo M. Bendala llazgo se ha considerado un verdadero cambio de era en vivió además muy de cerca, durante los años en que la historiografía protohistórica del sur de la Península fuimos estudiantes en la Universidad de Sevilla, la ges- Ibérica (Pellicer 1976: 235; Bendala 2000: 43-51). tación de trabajos tan relacionados con el Carambolo Asimismo, y después de los trabajos de campo lleva- como el dedicado al nacimiento de la antigua Hispalis, dos a cabo al poco de producirse este descubrimiento, la comunidad científica y social de la época asumió que en aquel cabezo se emplazó un poblado tartésico, per- 1. En cananeo, la voz ba’al significa simplemente “señor”. Con este único apelativo genérico nos referiremos al dios fenicio identifi- teneciente por tanto a los indígenas que los colonos fe- cado muchas otras veces con diversos nombres, siempre referidos en nicios habrían encontrado al aparecer por la zona del cualquier caso al compañero de Astarté. De hecho, Melqart sólo es el Guadalquivir inferior. Tal lectura de aquellos restos ar- Baal de Tiro (Ribichini 1985: 45.; Xella 2001: 72.;). En Mesopotamia, queológicos llegó pronto a convertirse en axioma, es dirigirse a la divinidad de esta forma se constata ya en Nippur, donde el nombre Enlil contiene la idea acadia de “señor” -ilu- (Brelich 1966: decir, en algo no necesitado de demostración. 165 y 183). Al emplear en nuestro artículo sólo el nombre de Baal no En torno a cincuenta años antes, G. Bonsor había proponemos necesariamente un monoteísmo masculino fenicio, pero propuesto una implantación de comunidades orien- reconocemos con ello ciertas reflexiones sobre este problema ya ex- tales agrícolas y ganaderas en algunos territorios de presadas con anterioridad (p.e. Del Olmo 2004: 28-29). La personifi- cación masculina de la trascendencia, entendida como lo hizo Brelich Andalucía occidental (Bonsor 1899), pero estas ideas (1966: 28), se une siempre a la misma diosa como pareja de patro- habían perdido pujanza después de medio siglo de vida. nos locales: Baal Samem-Astarté en Biblos, Esmún-Astarté en Sidón, Por el contrario, durante la segunda mitad del siglo XX Melqart-Astarté en Tiro y en la fase arcaica de Cartago (aquí Baal ganaba adeptos a pasos agigantados el acuerdo acadé- Hammon-Tanit en época púnica) o Reshef-Astarté en Kition. Estos nombres podrían referirse a dioses diferentes, desde luego ubicados mico de que las poblaciones siropalestinas que arriba- en los panteones urbanos fenicios siempre en la cima (Bonnet y Xella ron a Occidente se habrían limitado en el mediodía ibé- 1995: 320). Pero, más que ante un politeísmo peculiar, como lo ha de- rico a poblar algunos puntos de la costa mediterránea y finido P. Xella (1986: 30), podríamos estar ante advocaciones diver- atlántica, y que sus fundaciones coloniales perseguían sas para un mismo ente divino. De ahí que todos esos dioses cono- cieran parecidos avatares de muerte y resurrección en sus respectivas sólo servir de plataformas comerciales, tomando las re- historias míticas (Bonnet y Xella 1995: 323). ferencias del mundo griego a los mercaderes fenicios

SPAL 20 (2011): 107-141 ISSN: 1133-4525 REVESTIDOS COMO DIOS MANDA. EL TESORO DEL CARAMBOLO COMO AJUAR DE CONSAGRACIÓN 109 como la única actividad económica destacable (Álvarez total o parcialmente (Díaz Tejera 1982: 20; Lipinski Martí-Aguilar y Ferrer 2009: 167). En el olvido de la 1984: 100; Correa 2000). Por lo demás, la relación en- tesis de Bonsor, que había dado un papel preponderante tre el Carambolo y el nacimiento de Sevilla ha sido una a la comunidad fenicia en la fundación de muchos en- constante historiográfica en la literatura especializada claves del Hierro Antiguo bajoandaluces, pudo influir (Pellicer 1996: 92; 1997: 248); y esto ha ocurrido se notablemente la confluencia de factores que, desde po- tuvieran ambos sitios como tartésicos o como fenicios siciones ideológicas, políticas y epistemológicas dis- (Escacena 2010: 101-104). tintas, acabaron por reivindicar como lo genuinamente El pensamiento más común vio al menos durante andaluz unas raíces prehistóricas casi eternas o perma- medio siglo en el Carambolo, en efecto, un poblado in- nentes, que habrían constituido las esencias patrias de dígena surgido con antelación a la más vieja presencia lo hispano (Álvarez Martí-Aguilar 2005: 72-77; 2009: fenicia en la zona. Aun así, las primeras excavaciones 81; 2010: 67). Hasta hace muy pocos años, esta visión condujeron a Carriazo a proponer la posible existencia se ha pavoneado sin rival por el panorama científico. de elementos sagrados y hasta de una posible pira fune- Algunos estudios contrarios a este análisis de la do- raria (Carriazo 1970: 58-59; 1973: 233-234). Sin em- cumentación arqueológica sostuvieron explicaciones bargo, a pesar de que la hipótesis de que el Carambolo más complejas sin menoscabo de su parsimonia, so- pudo acoger un centro religioso comenzó pronto, se bre todo al poner de manifiesto que esas mismas comu- mantuvo casi siempre sin partidarios. Sólo A. Blanco nidades cananeas del primer milenio a.C. habrían es- Freijeiro ahondó algo en ella al reconocer de manera ex- tado necesitadas de bases en el interior del territorio plícita la existencia de un templo en la corona del cerro. tartésico, y esto aun si estas últimas hubiesen servido Para él, se trataría de un templo tartésico dentro de un sólo para establecer una rentable trama de intercam- asentamiento también tartésico (Blanco 1979: 95-96). bios comerciales2. Añadido a esto, la expansión asiria De forma paralela, pero sobre todo desde finales del sobre las ciudades-estado de la costa libanesa pudo ha- siglo pasado, quienes intuyeron que todo el Carambolo ber generado migraciones hasta el poniente extremo pudo ser un santuario oriental, y nunca un asentamiento del Mediterráneo; en cuyo caso podría contarse con un perteneciente a la comunidad autóctona, acumula- sector demográfico importante desplazado cuya- eco ron pruebas a favor de la nueva interpretación del ya- nomía estaría basada más en el sector rural que en el cimiento (Belén y Escacena 1997: 109-114; Izquierdo comercio (González Wagner y Alvar 1989; González y Escacena 1998). En este contexto, la zona denomi- Wagner 1993; 2005). y, en cuanto al Carambolo y a su nada “Carambolo Bajo” habría sido en su día, en rea- ámbito inmediato –la paleodesembocadura bética– la lidad, básicamente un barrio de servicios originado al defensa más clara de una presencia oriental fue soste- calor del templo. Por tanto, no estaríamos tanto en un nida por F. Collantes de Terán cuando argumentó que poblado con su templo como en un templo con su po- Sevilla surgió como fundación fenicia en el punto de blado. Que esto no es un juego de palabras quedaría re- máxima penetración fluvial, Guadalquivir arriba, de la forzado por la idea colateral de que el verdadero há- navegación marítima (fig. 1). Esta idea se ha fortale- bitat al que perteneció tan importante centro de culto cido luego con base en el topónimo original de la ciu- fue la propia *Spal (Belén y Escacena 1997: 113-114; dad (*Spal o Hispal), que muestra vínculos semitas Escacena 2001: 92). En esta trayectoria investigadora que negaba el ca- rácter indígena del Carambolo había que ofrecer nece- 2. En el presente trabajo usamos el término “cananeos” como sariamente una relectura funcional del conjunto de jo- sinónimo de “fenicios”. Aunque en la bibliografía especializada no yas que desde 1958 dio renombre al lugar. Y la respuesta suele darse esta correspondencia, el étnico con que se referían a sí mismos los fenicios era can’ani (Aubet 1994: 17). La palabra Canaán vino de la mano de nuestro trabajo ya citado (Amores y como nombre de su tierra natal era común en Palestina todavía en los Escacena 2003), cuyo núcleo principal estaba inspirado siglos V y IV a.C. (Liverani 2004: 327), a pesar de que los expertos en una vieja intuición de uno de nosotros (F. Amores) reservan la voz “cananeos” para los grupos humanos que habitaban en la que ambos veníamos trabajando desde 1982. Este la zona en el segundo milenio a.C. Esta continuidad en la denomina- ción del propio país es otro reflejo de que la gente del primer milenio año convivimos durante al menos una semana en Cádiz a.C. era descendiente directa de la que ocupaba la zona en el anterior. mientras se realizaban las excavaciones del Berrueco Tal ausencia de grandes rupturas culturales es importante para nues- de Medina Sidonia, y desde entonces pudimos iniciar tro enfoque –usaremos textos y testimonios arqueológicos de diver- la larga tarea de recabar datos y argumentos a favor de sas épocas–, y está especialmente aceptada hoy en lo referente a las creencias (Marín 2002: 16). A favor de una ruptura se mostraron otros la nueva idea. Es más, con el permiso de su autor ésta autores, pero de esto hace casi dos décadas (p.e. Aubet 1994: 138). fue usada ya en 1992 para explicar el conjunto áureo al

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Figura 1: Ubicación del Carambolo en su contexto paleogeográfico, con indicación de otros asentamientos coetáneos. exponerse las piezas originales del mismo con motivo al sacrificio y en vestimenta litúrgica del sacerdote ofi- de la Exposición Universal de Sevilla de 1992 (Caballos ciante. Aunque todos los detalles de la hipótesis no es- y Escacena 1992: 66). Para esta otra lectura, el tesoro taban perfilados desde su nacimiento, sus líneas genera- dejaba de ser lujoso atuendo de un monarca para con- les sirvieron sin duda para acumular más razones favo- vertirse en ropaje sagrado de unos bóvidos conducidos recedoras del cambio de paradigma sobre el Carambolo

SPAL 20 (2011): 107-141 ISSN: 1133-4525 REVESTIDOS COMO DIOS MANDA. EL TESORO DEL CARAMBOLO COMO AJUAR DE CONSAGRACIÓN 111 y sobre el papel de este sitio en la colonización fenicia del suroeste ibérico. Así que los trabajos de campo lle- vados a cabo en el yacimiento en la primera década del siglo XXI no han hecho más que confirmar el carácter oriental del asentamiento y su función sagrada, mien- tras originaban de forma indirecta cada vez más pro- blemas a la explicación contraria. Como arquetipo ge- nuino de un arraigado axioma, la interpretación tradi- cional del Carambolo apenas trabaja hoy en reforzarse a sí misma. Teniendo al yacimiento aún por un sitio in- dígena, y además no costero, permanece de brazos cru- zados a la espera de un traspié de su antagonista. En la bibliografía especializada sobre este tema, principalmente en la posterior a los años setenta del siglo XX, el término “fondo de cabaña” usado por Carriazo para describir la estructura en la que se excavó la fosa de ocultación del tesoro acabó por asimilarse al de “Carambolo Alto”, el sector del yacimiento ubicado en la cima de la colina y que el mismo excavador ha- bía distinguido del “Poblado Bajo”. No obstante, diver- sos investigadores han mantenido vigente casi hasta la actualidad esa interpretación de la fosa, entre ellos M. Almagro-Gorbea y M.E. Aubet. El primero reconoció que aquella oquedad se había colmatado a escasa velo- cidad, por lo que su duración habría sido larga. De esta forma, los materiales arqueológicos que contenía mos- traban una vida relativamente prolongada (Almagro- Figura 2: “Fondo de cabaña” del Carambolo, según Carriazo. Gorbea 1977: 140-141). Para la segunda, estaríamos ante una de las manifestaciones más singulares de las viviendas de un extenso asentamiento (Aubet 1992: 33- diosa (Blázquez 1995: 115). Asumía así los dos postu- 34; 1992-93: 331-332). En consecuencia, y dada la re- lados esenciales de A. Blanco: que allí hubo un templo conocida autoridad de ambos autores, esta interpreta- y que la divinidad al que éste estaba consagrado era la ción se ha mantenido relativamente estable, reforzada diosa fenicia. De hecho, A. Blanco Freijeiro había sido además por su reproducción casi automática en algu- también uno de los primeros en vincular la Astarté de nos de sus más conspicuos discípulos. De ahí que, aún bronce del Museo de Sevilla con el Carambolo (Blanco a comienzos del presente siglo, mantenían la propuesta 1968: nota 5; 1979: 98). tanto M. Torres (2002: 273 ss.) como A. Delgado (2005: Si el conocimiento científico se basara en la -asun 587-591). Para terceros especialistas, la tradición edili- ción de acuerdos mayoritarios, habría quedado sancio- cia manifestada por el “fondo de cabaña” del Carambolo nada firmemente la idea de que el lugar concreto del ha- enlazaría además con raíces calcolíticas locales (Ruiz llazgo del tesoro era sin duda alguna un verdadero fondo Mata y González Rodríguez 1994: 210 y 225), una idea de cabaña. Casi todos los arqueólogos defendieron du- que no deja de recordar la vieja nomenclatura aplicada rante cincuenta años tal interpretación (fig. 2). Se trataba a comienzos del siglo XX al megalitismo de la zona por además de la escasa información conseguida en 1958 so- M. Gómez Moreno (1905), quien llamó a los dólmenes bre un poblado tenido por aborigen, cuya datación prefe- de Antequera “arquitectura tartesia”. nicia, asumida también mayoritariamente, se habría visto En contra de esta inercia interpretativa, J.M. Bláz- reforzada por el radiocarbono. En esta línea, los contex- quez acogió favorablemente la idea de A. Blanco tos supuestamente sincrónicos de dicho asentamiento acerca de la posible existencia en el Carambolo Alto ofrecerían dataciones que se tenían por anteriores a la de un lugar de culto, por lo que aceptó que en aquel ca- colonización cananea en la Península Ibérica (Castro y bezo se habría adorado a Astarté, y que el tesoro forma- otros 1996: 198). No obstante, como el excavador de- ría parte del ajuar litúrgico de los ritos dedicados a esa fendió la existencia de datos que sugerían el carácter

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Figura 3: El Carambolo V. Planta y reconstrucción virtual. sagrado del lugar (Carriazo 1973: 292-293), la hipóte- Los trabajos recientes en la cima del Carambolo han sis de que en el Carambolo hubiera un centro religioso llegado a confirmar plenamente la segunda hipótesis, la además de un poblado, enfatizada por Blanco y asumida que veía en el cerro un complejo ceremonial religioso. por Blázquez, fue reconducida por autores más recientes. Según esas intervenciones de campo, el edificio se ini- En los últimos años del siglo XX se planteó abierta- ció como una sencilla estructura rectangular con eje ma- mente que el Carambolo fue un santuario con sus servi- yor este-oeste y dotada de tres espacios internos: un pa- cios anejos, y no una ciudad con su correspondiente tem- tio y dos estancias cubiertas al fondo de éste (fig. 3). Se plo (Belén y Escacena 1997: 113). En esta explicación, el accedía al recinto por la fachada oriental, que disponía de anterior fondo de cabaña se interpretaba como un bóthros una pequeña puerta con una suave rampa para subir hasta sobre la corona del cerro. A esta fosa para la “basura” sa- el umbral desde el exterior y con dos escalones para ba- grada habrían ido a parar los restos de los sacrificios y la jar al interior. Tanto el umbral como los dos peldaños in- vajilla inservible usada en el ritual, que en ocasiones, y ternos se pavimentaron con conchas marinas del género si ésta era de barro cocido, podía romperse adrede como Glycymeris. Cada habitación del fondo del edificio dis- se ordena en Levítico 6, 21 a propósito de las ofrendas de ponía de un acceso independiente desde el patio. Aunque hostias por el pecado. Ese pozo estaría asociado a un cen- estas dos capillas aparecieron destruidas parcialmente tro religioso construido por los fenicios para Astarté. por obras modernas, la meridional mostraba en su centro A la luz de lo que hoy es el Carambolo (Fernández un altar circular. Los análisis radiocarbónicos sitúan este Flores y Rodríguez Azogue 2007), parece claro que templo más arcaico, levantado sobre un cabezo enton- también esta última explicación contaba con algunos ces deshabitado, en la segunda mitad del siglo IX a.C., y errores. Nadie podía sospechar de hecho, antes de los desmontan por tanto la línea historiográfica que sostenía últimos trabajos de campo, que debajo de las instala- la existencia en aquel emplazamiento de un poblado in- ciones deportivas del Tiro de Pichón se encontraran aún dígena a la llegada de los primeros influjos fenicios. Que los restos evidentes de ese santuario. Lo negaba incluso existieran en el lugar restos prehistóricos muy anteriores una prospección geofísica recién finalizada, que descar- no implica que hubiese allí una comunidad indígena en taba la existencia de muchas más estructuras que las ya el momento inaugural de ese complejo religioso. localizadas en su día por Carriazo3. Por eso esta expli- En momentos posteriores, ya del siglo VIII a.C., se cación, anterior a las excavaciones de 2002-2005, situó desmonta esta sencilla construcción, de forma que su incorrectamente el edificio de culto en el Carambolo superficie se convierte en patio trasero central deun Bajo. No podía darle otra ubicación sin refutar la vali- complejo templario mayor con planta de tendencia cua- dez del informe geotécnico, lo que no estaba en manos drada. A esta etapa de grandes reformas corresponde de sus autores. la construcción de un gran espacio abierto de entrada pavimentado con cantos rodados, así como de un con- junto de estancias rectangulares al fondo que se arti- 3. Informe inédito elaborado por la empresa Terra Nova LTd. por encargo de la Delegación Provincial de Sevilla de la Consejería culan en torno al patio central que antes fuera primer de Cultura de la Junta de Andalucía. edificio (fig. 4). Separando estos dos ámbitos –gran

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Figura 4: El Carambolo III, una de las fases de máximo desarrollo del santuario. Planta y reconstrucción virtual.

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Figura 5: Altar taurodérmico del Carambolo IV (izquierda) y III (derecha). explanada de acceso y salas del fondo– se extiende una Éste apenas levantaba unos centímetros del suelo, pe- zona alfombrada con moluscos marinos de la misma ralte sólo logrado al final de su vida y por los mu- especie ya empleada en el templo primitivo. Tales sue- chos retoques, restauraciones y repintados que expe- los de conchas debieron de representar un alto costo rimentó. De hecho, en origen se limitó a una ligera para el santuario; pero el mantenimiento constante de impronta rehundida dos o tres centímetros en el pa- acciones gravosas es una característica propia de la re- vimento (fig. 5), rasgo que tenía por objeto recordar ligión, un rasgo que contribuye a reforzar su arraigo y aún más la sensación de estar ante una piel extendida credibilidad en la población (Dennett 2007: 97). sobre el suelo de la estancia y que tal vez tenga su co- Al norte del pequeño patio oeste, aunque separado rrespondencia literaria en un texto de la Biblia hebrea de él por una estancia de servicio alargada, se cons- donde se rechazan los altares a los que hay que ascen- truyó una capilla con bancos adosados a sus paredes der por escalinatas: longitudinales, que se pintaron de blanco y rojo. Este último color se aplicó sucesivamente al suelo de esa No subirás por gradas a mi altar, para que no se capilla mediante delicadas capas de color. En el in- descubra tu desnudez. terior de esta sala, a la que se accedía desde la acera (Éxodo 20, 26) de conchas marinas, existió en su día una especie de pilar de adobes que se ha interpretado como la base Parecido al de Caura y a otros muchos altares pro- de un altar. Pero la cella mejor conservada de esta tohistóricos hispanos que siguen este modelo de piel fase expansiva se sitúa al sur del patio central trasero, de toro extendida, este altar del Carambolo es, en cam- aislada de éste por una estancia más estrecha desti- bio, de silueta más esquemática, y sobre todo de mayor nada al parecer a la preparación de ofrendas. De esta forma, el edificio adquiría un núcleo central con si- muchos elementos que intentan imitar las pieles de los bóvidos, la metría casi perfecta. También esta habitación contaba usamos por vez primera en los textos de la exposición conmemora- con bancos de adobe adosados a las paredes, cuyos tiva del cincuenta aniversario del hallazgo del tesoro del Carambolo flancos se decoraron en parte con un ajedrezado tri- (Amores 2009: 58 ss). Como supuesto sinónimo de “piel de toro”, la color en rojo, negro y amarillo, esta última tonalidad literatura arqueológica ha utilizado a veces “piel de buey”. La pala- bra ugarítica que alude a Baal como bóvido es alp (“res bovina ma- conseguida mediante reserva de pintura para dejar li- cho”). En sentido castellano estricto, el buey es un toro castrado, que bre el tono pajizo del enlucido. En el centro de esta no puede ejercer por tanto su faceta reproductora.; su imperfección le gran capilla sur se dispuso un altar taurodérmico4. impide ser apto para sacrificarlo a los dioses (Del Olmo 1998: 133). De hecho, en Levítico 22, 24 yahvé prohíbe a los sacerdotes de Israel que le ofrezcan animales con los testículos magullados o extirpados. 4. En alusión a los altares con este diseño, la voz “taurodér- Por tanto, si la forma de los altares se refiere a la piel de Baal, es del mico”, que tan bien define la silueta de estos altares y la de otros todo inapropiado el nombre “piel de buey”.

SPAL 20 (2011): 107-141 ISSN: 1133-4525 REVESTIDOS COMO DIOS MANDA. EL TESORO DEL CARAMBOLO COMO AJUAR DE CONSAGRACIÓN 115 tamaño que todos los hallados hasta la fecha en el área tartésica; además, en casi todas sus características simi- lar al diseño de las dos piezas, conocidas comúnmente con el nombre de «pectorales» (Carriazo 1970: 5 ss.), del tesoro que medio siglo antes apareciera unos 35 m más al norte (fig. 6). En atención al exvoto de Astarté procedente del Carambolo, ya hemos adelantado que se ha pro- puesto la consagración del santuario a esta diosa, lo que no niega en absoluto la celebración en él de cul- tos a la divinidad masculina bajo la advocación de Baal. De ahí se deduciría su carácter semita, una vin- culación étnica y cultural acrecentada por otros ha- llazgos, entre ellos diversos fragmentos de huevos de avestruz, algunos escarabeos y un barco votivo de cerámica con la forma del híppos fenicio (Escacena y otros 2007). El Carambolo, situado al oeste de *Spal > Hispalis en una de las lomas más pronunciadas del reborde oriental de la meseta del Aljarafe, ocupaba una eleva- ción singular de la orilla derecha del paleoestuario del Guadalquivir, muy cerca –apenas 10 km– de su antigua Figura 6: Dibujo de uno de los “pectorales” del Carambolo, según Arribas (1965). desembocadura entre las ciudades de Caura y Orippo. Precisamente entre Coria del Río y el Carambolo, este tramo más costero de la vieja ría bética contaba con mayor anchura que los sectores situados más al norte Esta historiografía del Carambolo, forzosamente (Arteaga y otros 1995: 109), hasta el punto de formar extensa para comprender la nueva hipótesis sobre la una gran llanura de inundación que pudo dar más im- función y el simbolismo del tesoro que otorgó fama presión de zona marítima que de cauce fluvial, y ello a mundial al yacimiento desde 1958, denota la transfor- pesar de que en estos tramos finales del Guadalquivir mación radical experimentada en su interpretación, podrían estar formándose ya los principales meandros que lo ha hecho pasar de vivienda humana del Bronce históricos del río (Borja y Barral 2005). Hay que recal- Final tartésico a residencia divina levantada por los fe- car así, una vez más, que el Carambolo y Sevilla cons- nicios ya en la Edad del Hierro. Como en tantas otras tituían sitios costeros (Barral 2009), y por tanto es con ocasiones, el hallazgo arqueológico reciente no ha he- esta característica geográfica con la que deben ser inter- cho más que certificar el descubrimiento mental pre- pretados ambos enclaves. vio, y ha permitido poner a prueba las distintas lectu- Si estuviéramos ante el paisaje descrito por Avieno ras que de los mismos datos se han hecho a lo largo de en Or. Mar. 259-261, y si es acertada la verosímil hi- medio siglo. En el nuevo contexto, el papel social del pótesis de M. Belén (1993: 49) sobre la ubicación del tesoro puede ser estudiado desde una perspectiva dis- Mons Cassius en el Cerro de San Juan de Coria del tinta de la que proporcionó cobijo a la explicación ori- Río, el Carambolo podría corresponder al sitio que el ginal. Es más, ahora estamos obligados a ofrecer pro- poeta latino llamó en los mismos versos de su poema puestas que den cuenta de las joyas en el ámbito de un Fani Prominens. Tradicionalmente, este topónimo se santuario de la mayor categoría, condición inexistente ha traducido como “cabo sagrado” o “cabo del tem- hasta hace muy poco. En consecuencia, dicha visión plo” (Schulten 1955: 159), en la idea de que el vocablo renovada deberá sacar necesariamente al conjunto áu- prominens indicaría un avance horizontal de la costa. reo de otros usos profanos planteados para explicar las Sin embargo, es posible también asignarle la acep- acumulaciones de orfebrería protohistórica, por ejem- ción vertical de su significado, acorde con lo que fue plo la adquisición de mujeres con fines matrimonia- el Carambolo en su entorno inmediato entre la segunda les avanzada por M. Ruiz-Gálvez (1992), un territo- mitad del siglo IX y el primer cuarto del VI a.C.: el rio teórico en el que antes sí podría haberse alojado su “promontorio del santuario”. explicación.

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PRIMERA APROXIMACIÓN AL TESORO así, todos los datos parecen indicar que, a lo largo de toda su historia, el complejo fue siempre un centro reli- Las joyas del Carambolo han sido mil veces deta- gioso. Aclararemos, además, que las distintas fases del lladas. Recurriremos por tanto a nuevos análisis des- templo protohistórico han sido numeradas por los ar- criptivos sólo cuando lo afirmado nos parezca erróneo. queólogos de campo según el orden de aparición con- Corregimos: más bien cuando exista la posibilidad de forme se exhumaban, desde Carambolo I (edificio más una lectura diferente. De hecho, de este primer nivel de reciente) a Carambolo V (construcción más vieja), es estudio se han derivado interpretaciones que podrían no decir, en una secuencia inversa al discurrir cronológico. ser válidas funcionalmente. De igual forma, no nos in- Carambolo I corresponde en realidad a un momento en teresan ahora detalles minuciosos sobre su composición que el templo ha sido asaltado y sus ajuares de bronce metálica más allá de que se trata en todo caso de piezas están siendo fundidos en hornos para su reutilización de oro reunidas en diferentes lotes. Igualmente, pode- como simple materia prima. Prueba de ello son los “go- mos prescindir de un preciso examen de la tecnología terones” metálicos de este episodio, bien identificados con que cada elemento fue elaborado. De hecho, estos con los análisis oportunos (Hunt y otros 2010: 287). últimos rasgos hablarían de quienes fabricaron las jo- Esos residuos denotan una metalurgia de reciclaje, no yas, pero no necesariamente de quienes las usaron. y es una industria primaria. Por eso podemos vincular el úl- este último aspecto el que aquí nos interesa: quiénes y timo uso ritual del lote de joyas a la fase Carambolo II para qué. Sobre los temas que ahora soslayamos existe con bastante seguridad. Esto no impide admitir que to- una completa bibliografía disponible (De la Bandera dos los elementos del tesoro o parte de ellos estuvie- 1987; 2008; Nicolini 1990; De la Bandera y otros 2010; ran ya en pleno funcionamiento en las fases Carambolo Perea y Armbruster 1998; Perea 2000: 150-152; 2005: IV y III. En definitiva, trataremos el conjunto de jo- 1081-1084). Igualmente, aunque los últimos análisis de yas como un único servicio litúrgico, sobre todo porque la materia prima han revelado que el grupo de joyas es así muestra una coherencia interpretativa mayor y por- el producto de varios «encargos» –¿regalos?–, y que que no existen datos que contradigan dicha estrategia. pueden distinguirse en los «pectorales» y placas, desde Lo cual concuerda –repetimos– con la composición del este punto de vista, las mismas dos agrupaciones ya de- lote en el momento de su hallazgo en 1958. tectadas a través del análisis estilístico de sus decora- Algunos de los escollos en los que ha tropezado la ciones (De la Bandera y otros 2010: 304-305), debemos lectura funcional de las joyas nacieron con su propio advertir que trabajaremos con el conjunto total hallado descubrimiento. Uno de ellos tiene que ver con el co- en 1958. Lo trataremos de alguna forma como un solo llar, otro con las piezas que se denominaron entonces lote funcional porque los detalles que Carriazo pudo re- «pectorales». cabar sobre las condiciones en las que apareció revelan En relación con la primera dificultad, el mismo un único momento de ocultación como un todo. Dicho Carriazo sostuvo que, en origen, el collar debió con- esto, entraremos de lleno en el objetivo del presente tra- tar con ocho sellos en vez de con los siete conserva- bajo, que tiene que ver sólo con el papel religioso del dos, algo que siempre rechazaron los obreros que lo en- conjunto áureo en las ceremonias del santuario en los contraron para alejar de ellos la sospecha de un posible momentos en que el ajuar estaba completo. hurto. Que dispusiera de ocho colgantes es un supuesto Según la cronología del momento de peligro en que, mantenido hasta hoy al menos como posibilidad que el tesoro fue escondido, estaríamos en la etapa fi- (De la Bandera y otros 2010: 298), permitía argumen- nal del templo, que podríamos situar poco después de tar que las dos cadenillas sueltas que salen de la pieza haber sido rebasado el primer cuarto del siglo VI a.C. bitroncocónica de la que penden los sellos correspon- y en la fase Carambolo II. En esta etapa, la fosa-ba- derían a la sujeción de la cápsula extraviada (Carriazo surero donde se enterraron las joyas estaba práctica- 1973: 154). Ante el desconocimiento de cómo se ensam- mente saturada de residuos, porque se había excavado blan las cadenillas en el interior oculto de ese elemento y usado como vertedero sagrado en momentos ante- bitroncocónico, esta conjetura es plausible, pero tam- riores del santuario (Carambolo III). En esta etapa del bién puede sostenerse que los dos cabos sobrantes po- Carambolo II existían aún diversas capillas en el re- drían constituir sólo los extremos de un único cordón cinto, pero algunas de ellas, antes más amplias, habían que entra y sale múltiples veces, tantas como son nece- sido subdivididas. De hecho, el gran altar taurodérmico sarias para sustentar sólo siete estampillas. De ser así, de la cella sur, correspondiente a las fases IV y III, es- deberíamos trabajar la nueva lectura funcional del tesoro taba en desuso y oculto bajo nuevas estructuras. Aun con un collar de siete sellos, por lo que estaríamos en

SPAL 20 (2011): 107-141 ISSN: 1133-4525 REVESTIDOS COMO DIOS MANDA. EL TESORO DEL CARAMBOLO COMO AJUAR DE CONSAGRACIÓN 117 consecuencia ante una pieza completa (fig. 7). Aunque dilucidar este extremo no impide el nuevo papel global que le adjudicaremos al conjunto, que fueran sólo siete elementos facilitaría su relación con el mundo oriental. Con tal composición, el collar puede ser emparentado con los «siete sellos» referidos en algunos textos anti- guos de Asia anterior. Su número y su significado sim- bólico vendrían a señalar la encriptación absoluta de los secretos divinos, a los que sólo tendrían acceso los sa- cerdotes (Apocalipsis 4-8). De esta forma, el cordonci- llo que enlaza los siete sellos en un mismo conjunto, y las connotaciones apotropaicas que tiene esa precisa ata- dura única, denotarían la exactitud de su número en ori- gen, esto es, que se trata de emblemas recogidos por un solo vínculo y en posesión del personaje que tiene dere- cho exclusivo a usar el distintivo. Sin esa precisión, que- darían automáticamente eliminados los poderes y las fa- cultades que tal símbolo imprimía a su portador. En esta línea argumental, no sería producto del mero azar que los extremos de esa cadenilla quedasen a la vista, por- que esos cabos podrían representar en la pieza verdade- ras ínfulas, símbolo de nuevo de que poseía poderes es- peciales quien se revestía con tal aderezo. Figura 7: Collar del Carambolo. Las cápsulas signatarias unidas en número de siete en un mismo collar pueden considerarse, en consecuen- cia, una de las enseñas que mejor identificaría al clero fe- y otros 2010: 298 ss.), ha sido su propio nombre tra- nicio de origen oriental, que seguramente se trasladó a dicional lo que más ha lastrado el nacimiento de nue- Tartessos como Zakarbaal lo hizo a Cartago junto a la vas hipótesis interpretativas distintas de la que ofre- reina Elissa. Al menos desde la Uruk del cuarto milenio ció Carriazo. Al llamárseles con un término claramente a.C., el sello era en Oriente la mejor garantía de preserva- alusivo a su función, por pura lógica mental nadie ha ción en múltiples facetas de la vida económica, jurídica, reparado en concederles a unos «pectorales» otro papel administrativa y social, por lo que adquirió en el ámbito que el de pectorales. Es más, al haberse insistido en que cultual la categoría de emblema de los misterios sagrados su diseño, que se repite hoy hasta la saciedad en plantas (Liverani 1995: 113). Además, hoy conocemos diversos y cubiertas de sepulturas, en altares y en otros muchos aspectos del mundo religioso y simbólico de los feni- elementos arqueológicos de la protohistórica hispana, cios de Tartessos ligados al siete, lo que reforzaría nues- copia el de los lingotes de cobre chipriotas, se han in- tra hipótesis. Así, son siete los orificios que muestra en terpretado como emblemas del poder económico y po- su base el “Bronce Carriazo”, destinados a otros tantos lítico (Almagro-Gorbea 1996). Sin embargo, el análi- objetos que enganchaban en ellos (Maluquer de Motes sis cladístico de ese símbolo y de sus réplicas en di- 1957; Carriazo 1973: fig. 20-21; Marín y Ferrer 2011: versos tipos de elementos ha demostrado que se trata fig. 3); siete los botones de oro que formaban parte de de un calco fiel de las pieles de toros, que se recorta- la prenda que se ocultó en la acrópolis del asentamiento ban con esta forma en el proceso de curado (Escacena portugués de Castro dos Ratinhos (Berrocal-Rangel y 2006: 131-132); y que, en todo caso, los lingotes tam- Silva 2007: 172-173), tal vez parte de un ropaje ceremo- bién imitaban a las pieles. No hay por tanto una deuda nial; y siete algunas combinaciones de conchas usadas directa en esta ocasión con el lingote de cobre chipriota. como pavimentos apotropaicos en el Cerro Mariana (Las Como mucho, entre estas joyas, los altares y los lingo- Cabezas de San Juan, Sevilla) y en el mismo Carambolo tes existe una relación de parentesco evolutivo basada (Escacena y Vázquez 2009: 58-76). en una plesiomorfía, es decir, en el hecho de compar- Problema distinto presentan los denominados tradi- tir caracteres primitivos sustentados en una inspiración cionalmente «pectorales». En relación con éstos, que se ancestral común. Esto supone que el lingote no influyó han denominado también “colgantes” (De la Bandera sobre la forma del resto de los objetos similares, sino

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 107-141 118 JOSÉ LUIS ESCACENA CARRASCO / FERNANDO AMORES CARREDANO que fue simplemente un hermano más de la familia. En el caso de los altares, hoy tenemos claros ejemplo de la procedencia oriental de los modelos (Escacena y Coto 2010; Gómez Peña 2010).

EL ALTAR DE CAURA: CLAVES PARA DESCODIFICAR UN SÍMBOLO

Una decena de kilómetros al sur de Sevilla aguas abajo del Guadalquivir, las investigaciones arqueoló- gicas de los pasados años noventa en el Cerro de San Juan, cabezo identificado con la antigua Caura (Coria del Río), han desenterrado un templo contemporáneo del que hubo en el Carambolo. En este santuario urbano el culto duró también sólo los siglos correspondientes al Hierro Antiguo. La construcción del edificio se llevó Figura 8: Planta del altar de Coria del Río en sus fases antigua a cabo en cuatro ocasiones al menos, lo que originó una (izquierda) y reciente (derecha). clara superposición de estructuras. Una quinta fase pa- rece probable, aunque en este último momento el ci- miento-zócalo perimetral del complejo se retiró lo su- animales sacrificados perdían su sangre y con ella su ficiente de los muros externos de los templos anterio- vida, y por tanto en ese punto anatómico residía el alma res como para ofrecer ciertas dudas sobre si se trata o (Del Olmo 1998: 51 y nota 44). De ahí que sea vero- no del mimo santuario. El recinto era un espacio abierto símil que el hueco que en este sitio presenta al altar de con patios empedrados y algunas capillas cubiertas, es- Caura estuviese destinado a depositar una muestra de tas últimas pavimentadas con una delicada película de la sangre de la víctima inmolada. arcilla roja. Se documentó bien un altar del Santuario Sobre la superficie castaña de esta mesa sagrada se III, datado en el siglo VII a.C. en primera instancia instaló el hogar, una ligera cavidad motivada más por (Escacena e Izquierdo 2001). el uso que por su diseño original. Dicho rebaje quedó Si bien el resultado final fue un solo altar, en rea- afectado por el calor de las ascuas en las que se quema- lidad la obra está compuesta por dos aras embutidas. ban las ofrendas, que rubefactó y endureció el fondo; La más nueva incorpora de hecho la vieja y la remoza todo lo cual denota unas costumbres de fabricación y (fig. 8). El conjunto, compuesto por las fases A (anti- uso del altar parecidas a las descritas en algunos párra- gua) y B (reciente), permite reconstruir con pulcritud fos bíblicos: cómo se trabajaban los cueros en la época, y demues- tra por tanto que ese altar y otros elementos parecidos, Me alzarás un altar de tierra, sobre el cual me entre ellos los «pectorales» del Carambolo, imitan pre- ofrecerás tus holocaustos, tus hostias pacíficas, tus cisamente ese elemento animal, la piel de un bóvido. ovejas y tus bueyes. (Éxodo 20, 24) El altar de Coria consistió básicamente en una pla- taforma de barro de tendencia rectangular con los la- Degüella el novillo ante yavé, a la entrada del ta- dos cóncavos. En su forma prístina, esta mesa con rec- bernáculo de la reunión; toma la sangre del novillo, tángulo central de color castaño y contorno amarillento y con tu dedo unta de ella los cuernos del altar, y la disponía en su lado oriental de un apéndice alusivo al derramas al pie del altar. Toma todo el sebo que cu- cuello (fig. 9). Este elemento pudo tener en la liturgia bre las entrañas, la redecilla del hígado y los dos ri- un significado especial, porque hay que tener en cuenta ñones con el sebo que los envuelve, y lo quemas todo el hecho de que, para matar al ganado bovino, la cos- en el altar. 5 tumbre de la época era el degüello, no apuntillarlo en la (Éxodo 29, 11-13) cerviz. Es lógico, por tanto, que la palabra que en uga- rítico se refiere a “cuello” se relacione con elementos 5. Los “cuernos del altar” podrían ser sus esquinas, es decir, los extremos de la piel alusivos a las patas del animal en el caso de las de muerte. Así, npšn (sepultura) tiene que ver con npš aras taurodérmicas. En algunas tradiciones constructivas, estos apén- (garganta). Era por esta parte del cuerpo por donde los dices giraban hacia arriba hasta formar sendos pináculos verticales

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Figura 9: Fase antigua del altar de de barro de Coria del Río. El apéndice que se ve en primer plano, correspondiente al cuello de la piel de toro imitada, se ubica en el flanco oriental del ara.

Posteriores arreglos de esta capilla del Santuario III Figura 10: Altar de Coria del Río en su fase reciente. Puede acabaron por cubrir la parte del ara alusiva a la por- observarse la composición de colores usada para imitar la piel ción de piel del cuello, con lo que el resultado final de un toro castaño. fue un altar simétrico desde sus cuatro costados, que ahora se presentaba como un mero rectángulo de la- dos cóncavos (fig. 10). Esta forma se prodigó en otros superpuestos de la piel correspondientes a las patas del santuarios hispanos posteriores. En cualquier caso, las bóvido (fig. 11). Este mismo relieve proporciona sin excavaciones recientes en estos lugares de culto del duda la mejor explicación para el diseño, esbelto y es- Bajo Guadalquivir han demostrado que desde el si- quemático, de los «pectorales» del tesoro (fig. 12). glo VIII a.C. convivían ambas versiones, la más rea- Básicamente, la forma y los colores del altar de lista (tipo Caura) y la más estilizada y abstracta (tipo Caura señalan cómo se curaban las pieles entonces: re- Carambolo). De hecho, el altar del Carambolo IV-III re- gularizados los contornos y reservada un área central presenta una modalidad extremadamente esquemática que conservaba el pelo de la bestia, se procedía luego a del mismo símbolo. Aún así, cuenta con una clave asi- rasurar la periferia, que mostraba así tono pajizo (Chapa ria que proporciona una más que suficiente explicación y Mayoral 2007: 76-78). Es éste el mensaje simbólico de su forma. En ella se representa un pellejo de grandes de la forma del altar de Caura, y por tanto también el proporciones que sirve de montura de caballería (Parrot de la silueta y pormenores de los «pectorales» del te- 1970: fig. 65). En la escena, la piel se dobló por su mi- soro del Carambolo. En estos últimos, se llega al punto tad, hacia la grupa del animal, desde la cincha, que no de rematar los cuatro extremos en tubos dobles, lo que se observa al quedar oculta bajo la pierna del jinete; supone una evidente alusión a que el animal cuya piel por ello aparecen por detrás del personaje los extremos extendida se emula es de doble pezuña, es decir, que su extremidad remata en dos dedos. Esto impide rela- cionarlo con otros cuadrúpedos de un solo apoyo, por en los cuatro ángulos. De ser así, los altares sobreelevados orientales con vértices a modo de pequeñas pirámides supondrían una versión ejemplo con cualquier tipo de équido. Tal combinación más de los altares en forma de piel de toro. de formas, detalles y colores caracteriza también a otros

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altares de barro, por ejemplo a los descubiertos en la co- lonia fenicia de Malaka (Arancibia y Escalante 2006: 338) y al del poblado alicantino del Oral (Abad y Sala 1993: 179), certificando así que el de Coria del Río no obedece a un capricho estético de quien lo levantó sino a un prototipo mental impuesto por el dogma y/o por el objeto copiado. En este caso se trataría del prototipo más realista por su extremado parecido formal y cromá- tico con las pieles auténticas. Tanta preocupación por descender a estos detalles mínimos, que queda plasmada en estos casos en la re- plicación concreta de un pellejo con pelo castaño, de- nota una estrecha relación entre estos altares de tierra y el toro, lazos simbólicos que quedaron claramente establecidos gracias a la imitación de su piel también en otros muchos elementos religiosos con la misma forma. De ahí que el ritual celebrado en dichos altares pueda relacionarse con la adoración de una divinidad cuya expresión animal es una taurofanía, demostración fehaciente de su fuerza física y de su potencia fecun- dante. Una taurofanía que la mitología ugarítica con- cretó a veces en la piel del animal, sobre todo cuando Baal, antes de descender a los infiernos, transfiere su piel de toro a su hijo para hacerlo depositario de su po- Figura 11: Que el altar del Carambolo imitaba una piel de der (Del Olmo 1998: 107-108). Se trata en el fondo de toro queda demostrado con este relieve asirio. El jinete reposa una manifestación más de la omnipotencia divina, que sobre un cuero doblado que le sirve de silla de montar. en el mundo fenicio se plasmó también al representar

Figura 12: “Pectorales” del tesoro del Carambolo.

SPAL 20 (2011): 107-141 ISSN: 1133-4525 REVESTIDOS COMO DIOS MANDA. EL TESORO DEL CARAMBOLO COMO AJUAR DE CONSAGRACIÓN 121 al dios como león (Melqart/Hércules) y como comba- tiente victorioso (Reshef), o al identificarlo con el pro- pio Sol. Los rasgos concretos relacionables con el toro guiaron así muchos aspectos de su culto en el mundo antiguo (Delgado 1996; Rice 1998: 10-30; Ornan 2001: 20). Por su enorme importancia en fin, y según refiere la Biblia hebrea (Levítico 7, 8), el sacerdote oficiante de un holocausto ostentaba a veces el privilegio, a la vez simbólico y económico, de quedarse la piel de la víc- tima (Martínez Hermoso y Carrillo 2004: 261).

DE JOYAS REALES A VESTIMENTAS LITÚRGICAS

La hipótesis más barajada hasta ahora sobre el pa- pel del tesoro del Carambolo la sostuvo en su día el profesor Carriazo: las joyas pertenecerían al ajuar de un monarca tartésico. Tal interpretación fue propuesta en obras destinadas a los especialistas, pero también en artículos de prensa destinados a un público menos exi- gente con los cimientos de esa lectura (Carriazo 1958). De forma simultánea, el propio Carambolo se tenía, como hemos visto, por asentamiento también tartésico, idea en la que se ha insistido con bastante empecina- miento hasta hace muy poco, incluso después de ha- Figura 13: Hipótesis de Carriazo sobre la función de las joyas. berse dado a conocer los últimos trabajos arqueológi- cos. No obstante, Carriazo percibió que la iconogra- fía antigua sobre atuendos tan lujosos se refería por Carriazo, dispuso de un lugar importante dentro del re- lo común a personajes identificados como sacerdotes, corrido historiográfico de la muestra; pero ésta- tam no como reyes. Eso le sugería que la sociedad tarté- bién incluyó la primera obra plástica con la que se ex- sica habría conocido jerarcas que desempeñaban a la presó la hipótesis (Amores 2009: 34), el lienzo del pin- vez cometidos importantes en el culto. Así, cada vez tor y cartelista Juan Miguel Sánchez (fig. 13). que se asumía esta interpretación –porque dicha super- La nueva interpretación que ahora ofrecemos re- posición de roles políticos y religiosos se prodigaba toma la idea que ya dimos a conocer hace casi una dé- en otras culturas de la época–, quedaba sin duda for- cada (Amores y Escacena 2003), y la vigoriza con nue- zado el papel de los «pectorales» como tales pectora- vos datos y argumentos. A la vez, lleva a cabo algunas les; igualmente, el de las placas rectangulares como matizaciones de la misma. De alguna forma, esta otra partes de un cinturón (juego con rosetas) y de una co- lectura funcional del conjunto áureo afianza los testi- rona o tiara (lote sin ellas). Pero encontrar argumen- monios sacerdotales encontrados por Carriazo para dar tos para la función de todas estas piezas y para su ubi- cuenta de la función de algunos elementos del tesoro. cación en el atuendo de un solo personaje obligó a Sin embargo, cambia de forma radical el cometido asig- construir un Argantonio gigantesco, figura en la que nado tanto a las placas como a los «pectorales». De he- sólo una especie de horror vacui solucionaba la colo- cho, nuestra hipótesis defiende que el lote de joyas apa- cación de tan generoso equipo. Ese titánico maniquí recido en 1958 supone el ajuar litúrgico utilizado para de metacrilato fue durante años la solución del Museo la procesión presacrificial de un toro y una vaca inmo- Arqueológico de Sevilla para explicar las joyas a sus lados respectivamente para Baal y Astarté. De esos ri- visitantes. En la exposición celebrada en dicho museo tos o de acciones religiosas parecidas suministran cum- con motivo de haberse cumplido medio siglo del ha- plida cuenta, al menos de manera sucinta y quizás par- llazgo, aquel busto transparente, revestido con una de cial, algunos himnos cananeos de Ugarit datados en el las copias del tesoro a la manera que sostuvo en su día segundo milenio a.C., sobre todo los del ciclo de Baal:

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¡Oh Baal, arroja, sí, al fuerte de nuestras puertas, al poderoso de nuestros muros! Un toro, oh Baal, (te) consagraremos, una ofrenda votiva, Baal, cumpliremos, un macho, Baal, (te) consagraremos. un sacrificio, Baal, cumpliremos, un banquete, Baal, te daremos. Al santuario de Baal subiremos, la senda del templo andaremos. (KTU 1.119)6

Atuendo sacerdotal

La iconografía del clero hispano protohistórico sumi- nistra claves importantes para otorgar una nueva función a una parte del tesoro (fig. 14). Así, en exvotos de algu- nos santuarios ibéricos aparecen figurillas sacerdotales tonsuradas que se adornan sólo con brazaletes y colla- res (Chapa y Madrigal 1997: 193 y fig. 1). Testimonios parecidos recogió ya Carriazo (1973: 163) del mundo chipriota, por lo que aquí nuestra propuesta se separa poco de la tradicional (fig. 15). No obstante, cabe adver- tir que, con la nueva visión que ahora tenemos del yaci- miento del Carambolo, estamos aún más seguros de que el collar de los siete sellos refleja sólo una tradición reli- giosa oriental, por lo que no puede considerarse la plas- mación de una prenda litúrgica que, por pura analogía evolutiva, hubiese alcanzado en Occidente, a partir de progenitores distintos, una función similar a la desempe- ñada en el Próximo Oriente. Tal vínculo con el este del Mediterráneo se ha sostenido en cuestiones relativas a su Figura 14: Figurillas ibéricas que representan sacerdotes ton- tecnología de fábrica, pero ahora incumbe sobre todo a surados, según Chapa y Madrigal (1997). su simbolismo: el del sello como garante del hermetismo de los secretos divinos sólo conocidos por los sacerdo- tes; y el del número siete como expresión de totalidad suministrado datos arqueoastronómicos de gran valor y perfección, creencia ampliamente extendida entonces (Escacena 2009). Un dato del mayor interés, coetáneo también por el Oriente Próximo y Egipto. Aunque am- de nuestras joyas al estar fechado en el siglo VII a.C., bos aspectos eran comunes a muchas culturas de aquel es la representación en marfil de un personaje mascu- entorno, a la Península Ibérica arribaron con la coloniza- lino revestido con tales prendas, al menos con los bra- ción fenicia, que abrió el camino para la llegada hasta el zaletes porque la incisión de la base del cuello no re- mediodía hispano de diversas comunidades levantinas. fleja con claridad un collar (Ferjaoui 2007: 140-141 y En atención, pues, a lo que hasta ahora conocemos 380). El testimonio, procedente de Cartago, muestra un de esas civilizaciones, podemos afirmar que el juego orante identificable como posible sacerdote. La figura collar-brazaletes constituía parte de la vestimenta litúr- eleva los brazos hacia al Sol, que se diviniza mediante gica del oficiante, indispensable al menos en las fies- la norma usual, la colocación de alas (fig. 16)7. El valor tas religiosas principales y en los rituales más signifi- cados; por ejemplo en la ceremonia solsticial que con- 7. Diversos testimonios escritos y/o arqueológicos permiten es- memoraba la resurrección de Baal, y para cuya iden- tablecer una identificación nítida entre Baal y el Sol. Un ejemplo evi- tificación precisamente el santuario del Carambolo ha dente lo constituye una carta de El Amarna: “Al rey, mi señor, mi Sol, mi dios: correo de Abi-Milku, tu servidor. Me postro a los pies del rey, mi señor, siete veces y siete veces. No soy más que polvo bajo los 6. Versión de G. del Olmo (1998: 257). pies y las sandalias del rey, mi señor. ¡Oh rey, mi señor!, tú eres como

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Figura 15: Carriazo encontró este paralelo chipriota para los sellos del collar del Carambolo. de este documento no solo radica en los atributos que porta la figura humana representada, sino también en su datación, sin duda sincrónica del tema que ahora abor- damos. Tal extremo merece recalcarse porque una de las observaciones publicadas contra nuestra hipótesis se refiere en concreto a que las imágenes tonsuradas de época ibérica que usamos en 2003 como explicación del atuendo sacerdotal distaban mucho, en el tiempo y en su contexto cultural, de la fecha asignada al tesoro del Carambolo (De la Bandera y otros 2010: 323-324).

Toros engalanados

Durante la Antigüedad, la dedicación de primicias a los dioses que consistían en sacrificios de animales iban normalmente precedidas de la correspondiente proce- Figura 16: Marfil de Cartago con un posible sacerdote en actitud sión. Algunas pinturas murales del palacio de Zimrilim orante ante el Sol divinizado. Imagen tomada de Ferjaoui (2007). en Mari muestran ya este pormenor, en concreto con la representación de un bóvido que, atado con un cordel a una argolla sujeta al hocico y ataviado con diversos de carácter comunitario, que precedía a su muerte, las adornos, es conducido ceremonialmente como ofrenda bestias se llevaban ante el ara y se mostraban a la con- sagrada por un sacerdote que lleva al cuello su corres- currencia que participaba como simple público o como pondiente collar (fig. 17). Con esta exhibición externa parte del séquito. Las costumbres religiosas de entonces, como mu- el Sol, como Baal en el cielo” […] (El Amarna 149. Tiro). Traducción chas que todavía practicamos herederas de aquéllas, a partir de Moran (1987: 382). requerían por tanto la vestimenta adecuada para la

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se ofrecían en su honor. En los relieves que muestran este triple sacrifico, los animales elegidos desfilan en columna ritual hacia el ara con guirnaldas, cintas y flo- res en sus cabezas y con el fajín preceptivo denominado dorsuale (Daremberg y Saglio 1969: 387). Lo mismo se hacía con un bóvido macho adulto en el taurobolium, el sacrificio por antonomasia para Atis. Engalanar las reses que iban a ser inmoladas tenía en tiempos romanos una larga tradición, pues se cono- cía desde mucho antes en diversos contextos culturales del mundo perimediterráneo según hemos visto ya en el palacio de Mari. En esos testimonios, milenarios si se tienen en cuenta algunos grabados rupestres africanos (fig. 19), y en otros muchos posteriores, aparece casi siempre como atavío principal esta ancha banda que cae Figura 17: Procesión de un bóvido en un fresco del palacio de por los dos flancos del animal desde la espina dorsal Mari. El animal muestra los cuernos envainados y una lúnula hasta el vientre. Así plasmadas, esas imágenes abundan en la testuz. El personaje que lo conduce al sacrificio tira de más en los momentos a los que pertenecen las joyas del él con una cuerda atada a una anilla nasal. Carambolo y en épocas posteriores. En Egipto se repre- sentó al toro Apis con un cincho parecido al que lleva el bóvido sahariano recién citado, pero también con ocasión. De ahí que los animales se engalanaran con- otras bandas colocadas sobre la cruz o sobre los cuar- venientemente antes de ser presentados a la divinidad. tos traseros (fig. 20). También en el mundo romano de Eso explica la lúnula que cuelga de los cuernos en el la Península Ibérica se conocen esculturas de bóvidos bóvido de Mari y las vainas que forran las puntas de sus que van engalanados con el dorsuale, como el torito vo- astas, pero también otros muchos adornos que conoce- tivo de piedra que publicaron J.M. Luzón y M.P. León mos bien en cortejos religiosos posteriores, por ejem- (1971: 246-250) procedente de Ronda (fig. 21). plo en la suovetaurilia romana (fig. 18). Es este último Para la época tartésica, algunos toros representados un ejemplo paradigmático, por el cual Júpiter recibía un sobre vasijas pintadas en rojo y negro llevan esta prenda cerdo (Sus), un carnero (Ovis) y un toro (Taurus), que u otra parecida que cuelga de la espalda del animal, unas

Figura 18: Suovetaurilia romana. El toro de consagración se cubre con un dorsuale.

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Figura 19: Grabado rupestre sahariano representando un Figura 20: Representación egipcia del bóvido con dorsuale y collera. toro Apis con dorsuale. veces a mitad de la panza y otras sobre el lomo y los cuartos traseros (Juárez 2005: fig. 2). Resulta ejemplar en este último caso el testimonio procedente del Cerro de San Cristóbal, en la localidad sevillana de Osuna (fig. 22). Pero una buena muestra de toro con adorno a esta altura del cuerpo es también una escena de deco- ración vascular procedente de Montemolín (Marchena, Sevilla). En ella se aprecia un bóvido, pintado al estilo de las cerámicas “orientalizantes” del ámbito tartésico, que desfila hacia la izquierda sobre una roseta de ocho pétalos (Chaves y De la Bandera 1992: fig. 7), en la tí- pica asociación toro-astro de origen oriental (Delgado 1996: lám. 30). De tal composición interesa ahora espe- cialmente el centro del cuerpo de la bestia, que aparece recorrido verticalmente por una especie de paño de bor- des festoneados. Para que no caiga hacia los lados, esta Figura 21: Pequeña escultura de tradición ibérica procedente de Ronda (Málaga). Toro con dorsuale de consagración. prenda se sujeta al cuerpo de la res mediante una re- tranca o baticola que pasa por debajo del rabo (fig. 23), un sistema de agarre constatado también en un ánfora de Cabra (Córdoba) que reseñamos a continuación. Un simbólico y cultual mucho más antiguo, que el mundo fe- poco posterior, pero inserto como epifenómeno evi- nicio llevó hasta Occidente y que tiene sus raíces directas dente en la secuencia evolutiva de esta misma cerámica en la Ugarit del segundo milenio a.C. entre otros sitios. pintada figurativa denominada “orientalizante”, es el De las ruinas de esa ciudad procede la pátera de oro alu- posible toro que adorna este vaso recién citado de la dida en el párrafo anterior, que muestra la imagen de un colección cordobesa del Museo de Cabra (fig. 24). Se toro-león divinizado mediante el recurso típico para ello, trata precisamente de un ánfora –nº 8 del catálogo– de- la adición de unas alas (Feldman 2006: fig. 9). La com- corada en toda su parte central con una procesión de binación del león y del toro en el mismo ser irreal se co- cuadrúpedos fantásticos o divinizados, y por tanto con noce, pues, en el mundo cananeo, pero inspiró también alas (Blánquez y Belén 2003: 104-105). esculturas pétreas urarteas que sirvieron de posibles mo- En estos últimos documentos puede constatarse la ma- delos a los toros echados protohistóricos de la serie his- nifestación material y la tradición religiosa de un universo pana más arcaica (Chapa 2005: 38). En el recipiente sirio

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los antecedían. Estos desfiles culminarían tal vez en la explanada delantera del santuario, porque allí, y no den- tro de las capillas techadas, se llevaba a cabo la matanza y descuartizamiento de los animales según se desprende del texto hebreo ya citado de Éxodo 29, 11 –“degüella el novillo ante yavé, a la entrada del tabernáculo de la reu- nión”–. Eso imponía la norma y eso parece indicar el pe- culiar registro de los restos de fauna de las excavaciones recientes (Bernáldez y otros 2010: 358). En este sentido, estos mismos muestreos agrupan las epífisis distales de las tibias de los bóvidos del Carambolo en dos nubes de puntos diferenciadas, que sugieren que se daba muerte a dos razas o a dos sexos distintos (Bernáldez y otros 2010: 372-373). Convertida a partir del siglo VIII dicha superficie del Carambolo en un gran patio de acceso, en determinado momento incluso llegó a empedrarse con cantos de río para permitir el paso firme de los animales y de la muchedumbre. y pudo ser durante esa solemne Figura 22: Procesión de bóvidos en un píthos de Osuna procesión que precedía al sacrifico propiamente dicho (Sevilla). Sobre el cuerpo del animal aparecen los cuando a las víctimas se las lucía ante la comunidad de ajuares de consagración. fieles convenientemente ataviadas y embellecidas. En tal ambiente cúltico, un texto latino de procedencia his- pana referente al taurobolium sugiere que en el cincho que colgaba del dorso de los toros se disponían adornos de metal para que relucieran con la luz solar:

Luego, es conducido hasta allí un enorme toro bravo y sin domar en apariencia, con los flancos cu- biertos entre guirnaldas entretejidas y con los cuernos envainados, de forma que el testuz del animal brilla con reflejos dorados y el pelambre se ve engalanado con el brillo de las placas metálicas.

(Prudencio, Peristephanon 10, 1010-1015)

Para nosotros, este texto suministra una buena prueba del posible papel que pudieron desempeñar las placas Figura 23: Escena de procesión presacrificial pintada en un rectangulares del tesoro del Carambolo dentro de nuestra vaso cerámico de Montemolín (Marchena, Sevilla). El bóvido hipótesis. Éstas se dispondrían sujetas de alguna forma se adorna con un dorsuale asegurado a su cuerpo mediante al dorsuale e irían unidas entre sí mediante cordoncillos una retranca. textiles que pasaban por los múltiples orificios con que todas esas piezas huecas cuentan en sus laterales mayo- res, veintiséis en las placas con rosetas y veintitrés en de oro, dicho icono lleva sobre su espalda unos comple- las del lote con semiesferas de polo rehundido. La figura jos adornos textiles y/o de cuero del mismo tipo que ahora que sintetiza nuestra hipótesis muestra esas placas al fi- estudiamos (fig. 25). Se trata en este caso de un ropaje ex- nal de los lados de unas bandas o cintas tejidas –el dor- tremadamente parecido en diseño, composición y forma suale latino– cuyos extremos se resuelven en veintiséis de aparejarse al que colocan aún al Toro de San Marcos o veintitrés cordoncillos pasantes respectivamente, que en algunos lugares de España, por ejemplo en la pobla- quedarían anudados al final y que dejarían en la base fle- ción jiennense de Beas de Segura (fig. 26). cos colgantes. Estas bandas que portarían las placas se El Carambolo pudo conocer sacrificios parecidos, y pondrían directamente sobre la piel del animal o encima por tanto las correspondientes paradas procesionales que de un faldellín más ancho, manteniéndose naturalmente

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Figura 24: Toro alado sobre un ánfora de la colección del Museo Figura 25: Pátera de oro de Ugarit con la representación de Cabra. Puede observarse la baticola o retranca que sirve de de un toro-león, divinizado mediante la adición de estabilizador del aparejo-dorsuale, una cinta que atraviesa alas y del ajuar de consagración que porta horizontalmente el centro de los cuartos traseros del animal. sobre su espalda. sobre el lomo del bóvido. Si todo ello constituyera un lleva al cuello el bóvido ya comentado del grabado ru- único atalaje, éste podría quitarse y ponerse a los bóvidos pestre sahariano (fig. 27). Pero este distintivo no debe ser con relativa facilidad, y por supuesto guardarse igual- confundido en ningún caso con el collar de los siete se- mente para otras ocasiones; sobre todo porque, engar- llos del tesoro. De hecho, el cordón de oro de la pieza del zadas de esta forma sobre la base textil, sería viable do- Carambolo que sostiene todo el conjunto de caireles tiene blar la prenda completa con las láminas de oro incluidas. las medidas adecuadas para envolver un cuello humano, Esta última posibilidad explicaría la peculiar disposición no el pescuezo de un cuadrúpedo del porte de un toro. en que aparecieron las piezas en 1958: “puestas con todo Respecto a esta otra posibilidad, que representa una cuidado y simetría” (Carriazo 1970: 4; 1973: 126). simple variante de nuestro supuesto original, cabe re- La nueva hipótesis puede materializarse también en cordar que esos collares de Apis, que se imponían al otra versión que no contemplamos en 2003. Porque las toro elegido para indicar de alguna forma que había sido placas podrían ir colocadas al modo como muestran ungido, es decir, que no era un simple bóvido más de las colleras que en Egipto adornaban con frecuencia a la cabaña ganadera egipcia, muestran a veces extremos los dioses-toro Apis y Min, un colgante similar al que que se abren en forma de trapecio o abanico, de manera

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Figura 26: Al igual que los bóvidos de Montemolín y de Cabra aquí aludidos, los elementos que engalanan al Toro de San Marcos de Beas de Segura (Jaén) se sujetan al animal con dos cinchos más o menos horizontales, que parten del dorsuale y que van a parar al rabo, a modo de baticola, y a la parte inferior del cuello. que sus puntas son siempre más anchas que la parte evolucionadas a su vez a partir del antiguo orarium central. Los animales conducidos al sacrificio mostra- (fig. 28). Esos mismos bóvidos llevan en ocasiones gar- ban así en sus cuellos una prenda con estructura similar gantillas mucho más enjutas y apretadas que son extre- a la de las actuales estolas de los sacerdotes cristianos, madamente parecidas a las que ciñen el cuello de algu- nos toros españoles, por ejemplo el de Villajoyosa y el de la Albufereta, más la pieza 7 de Monforte del Cid (Chapa 2005: 26 y 29). La costumbre de que el ganado sagrado y/o elegido como ofrenda portara colleras recubiertas con distintos aderezos no se limitó al mundo egipcio. De hecho, en una terracota cartaginesa en la que se modeló una vaca, el animal exhibe al cuello un cincho –en la realidad tal vez de cuero– decorado con tachuelas en forma de ro- seta8. Esa decoración tiene muchos paralelos orientales,

8. Conocemos este testimonio por nuestra colega y amiga M. Belén Deamos, compañera en el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla. Conocedora de nuestra inter- pretación del tesoro del Carambolo, tomó interesantes fotos de la pieza Figura 27: Toro Apis sobre una cama de Apis, engalanado con en noviembre de 2009 en el Museo de Cartago. Desde estas líneas le colleras. agradecemos el dato y el permiso para poder publicar las imágenes.

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Figura 28: Escena egipcia con procesión presacrificial. Los bóvidos adultos portan colleras, el ternero de la parte inferior un dorsuale. Imagen tomada de Rice (1998).

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claro sobre la frente (fig. 30)9. En la pieza de Villajoyosa se trata de un verdadero rebaje que pudo albergar en su día una placa de metal (Llobregat 1974; Chapa 2005- 06: 248). Sin embargo, la escultura de Monforte del Cid muestra menos profundidad en este motivo, acercán- dose más bien sólo al contorno grabado de la silueta (Chapa y otros 2009: fig. 10: 2). A estos dos testimo- nios, que pertenecen a un grupo de esculturas de toros más bien del Hierro Antiguo que de época ibérica pro- piamente dicha (Chapa 2005-06: 247-249), puede su- marse también la cabeza de animal representada sobre el guerrero de piedra procedente de la antigua Lattara (Py y Dietler 2003), hoy la ciudad de Lattes (fig. 31). Este último documento, que puede parecer en principio geográficamente muy distante del contexto que ahora nos incumbe, se comprende mucho mejor si se recuerda que en esa ciudad de la costa mediterránea gala cer- cana a Montpellier se ha documentado un importante sustrato feniciopúnico, materializado por ejemplo en el uso, como en tantos asentamientos coloniales fenicios hispanos, de pavimentos de conchas marinas coloca- dos como alfombras apotropaicas en los umbrales de las casas (De Chazelles 1996: 295-296; Belarte y Py 2004: 392). Por eso esta escultura francesa se ha usado ya como explicación del emblema que estos toros his- Figura 29: Detalle de la collera con remaches de rosetas en la panos llevan entre los ojos (Chapa 2005: 36). cabeza de vaca de cerámica de Cartago. Foto M. Belén. La consecuencia inmediata de esta nueva ubicación y del distinto papel de los «pectorales» es sin duda asig- narles otra denominación. Por eso mismo, y en aten- pero el que ahora nos interesa señalar corresponde a ción al nombre castellano que reciben hoy unos ador- una correa o cinta de tendencia semicircular que cuelga nos parecidos, que se usan como testeras para los bó- sobre la frente en una escultura de bóvido elaborada en vidos en algunas romerías andaluzas, propusimos ya piedra, de época asiria y localizada en las inmediacio- en 2003 llamar a estos jaeces en adelante «frontiles». nes de Alepo (Dussaud 1930: 366). En la versión autén- Se trata de una voz que, estrictamente, se refiere a la tica de estos aparejos, caracterizados de forma tan rea- “pieza acolchada de materia basta, regularmente de es- lista en la pieza cerámica de Cartago (fig. 29), tales re- parto, que se pone a los bueyes entre la frente y la co- maches pudieron ser de metal, lo que puede abrir posi- yunda, a fin de que esta no les haga daño” (diccionario bilidades interpretativas nuevas a determinados hallaz- de la RAE). Pero en la actualidad estos protectores han gos arqueológicos procedentes de templos y santuarios. adquirido también un enorme valor estético a la vez que El texto antes citado de Prudencio señala clara- un importante simbolismo, expresión de identidades de mente, además, la colocación de algún otro ornamento grupo y plataforma para lujosos atavíos (fig. 32). metálico en la frente del toro –“el testuz del animal bri- La hipótesis de Carriazo sobre la función de sus lla con reflejos dorados”–. Esta alusión nos permitirá «pectorales» necesitó, como ya hemos señalado, un entrar a fondo en el punto final de nuestra hipótesis, que personaje descomunal para encajar las dos piezas en tiene que ver con las piezas denominadas tradicional- la parte delantera de su pecho. Pero tal interpretación mente «pectorales». contaba también con otros cuatro problemas que la de- Para este extremo son ahora los documentos arqueo- bilitaban. El primero era la falta evidente de paralelos lógicos los que han proporcionado más detalles; sobre todo porque, entre los toros de piedra ibéricos, se cono- 9. Agradecemos a la profesora Teresa Chapa, del Departamento cen dos ejemplares alicantinos –el de Villajoyosa y uno de Prehistoria de la Universidad Complutense, la foto que nos ha pro- de los de Monforte del Cid– con un signo taurodérmico porcionado del toro de Monforte del Cid.

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Figura 30: Esculturas en piedra. Toros de Villajoyosa (izquierda) y de Monforte del Cid (derecha), este último en foto de T. Chapa. Los rebajes en sus testuces aluden a los frontiles del ajuar de consagración. iconográficos para sostenerla. De hecho, Carriazo no pudo mostrar ninguna imagen antigua que exhibiera pectorales de silueta taurodérmica colocados tal como él los imaginó. En segundo lugar, esa lectura necesitaba que la protuberancia oval que los supuestos pectorales tenían en uno de sus lados menores –conservada en un caso y perdida en otro según se ha señalado en múlti- ples ocasiones (Kukahn y Blanco 1959: 39; Carriazo 1973: 130; Perea y Armbruster 1998: 127)– tuviesen una función específica como anillas de suspensión. Pero hoy sabemos, gracias a los altares de Coria del Río y de Málaga, que estos apéndices son meramente simbólicos, y que aluden a la porción de cuero del cue- llo del animal cuya piel extendida se imita. Una tercera razón en contra se refiere precisamente al hecho de que, para suspender los hipotéticos pectorales en la parte de- lantera de su personaje, Carriazo tuvo que echar mano de un cordón que los uniera entre sí y que pasaría por la cerviz de quien los portara. Tal cadenilla fue imagi- nada también de oro en el óleo de Juan Miguel Sánchez que sintetizaba la hipótesis prístina; pero en realidad se trataba de una mera invención porque dicho dispo- sitivo no apareció en el conjunto cuando se produjo el Figura 31: Posible cabeza de toro de Lattes, según Py y Dietler (2003). La testuz aparece decorada con un elemento hallazgo. En último lugar, aquella explicación dejaba similar a los frontiles del tesoro del Carambolo. sin utilidad los tubos pasantes de sección circular que rodean perimetralmente ambos frontiles, que con la nueva propuesta adquieren un papel funcional prepon- En efecto, este prótomo de bóvido en cerámica derante hoy sancionado por la cabeza de vaca proce- muestra bien a las claras una roseta en su testuz, en di- dente de Cartago (fig. 33). seño similar al ritón de la tumba IV de Micenas (fig. 34),

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Figura 32: Frontiles de los bóvidos que portan las carretas de la romería de Pentecostés a la aldea del Rocío (Almonte, Huelva). Salida de la Hermandad de Sevilla en la peregrinación de 2011.

algunas esculturas ibéricas de bóvidos, pudiendo ser la roseta elemento exclusivo de las hembras. Porque, según la opinión que hemos recabado de varias per- sonas expertas, parece incuestionable que en la pieza de Cartago se ha querido representar en concreto una vaca10. Este detalle encaja a la perfección con nuestra hipótesis, que ya en 2003 sostuvo que el juego de fron- til y placas del Carambolo que lleva rosetas estaba de- dicado a engalanar la hembra sacrificada para Astarté; una tesis que se basaba sobre todo en la alianza bien demostrada entre tal símbolo astral, alusivo al planeta Venus, y la diosa. En la imagen cartaginesa, ese ele- mento que engalana la frente del animal va sujeto a su cabeza mediante dos cintas en aspa que se indican con sendas incisiones profundas cruzadas en el centro de la testuz, justo debajo del botón-emblema. Sus extremos buscan la parte inferior de la mandíbula, donde queda- Figura 33: Cabeza de vaca de Cartago. El animal va revestido ría oculto el nudo que aseguraba el atalaje. Esa es pre- con collera y frontil, ambos elementos decorados con rosetas. cisamente la técnica con que se fijarían los frontiles de El emblema de la frente se ata con cintas cruzadas en aspa, de oro del Carambolo a las correspondientes reses condu- la misma forma que se sujetarían los frontiles del Carambolo. Foto M. Belén. cidas al sacrificio, lo que proporciona una contundente y abre muchas posibilidades para interpretar como re- 10. Agradecemos la información suministrada especialmente a Manuel Valdecantos Ángel, Ingeniero Técnico Agrícola, y a Esteban presentación de adornos que fueron un día realidad las García-Viñas, Licenciado en Biología e investigador del Laboratorio rosetas y otros motivos plasmados sobre el rostro de de Paleobiología del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico.

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Telegráfico, recoge de manera sintética sólo la versión que dimos a conocer en la exposición El Carambolo. 50 años de un tesoro. En ella el sacerdote luce el co- llar y los brazaletes, mientras que la vaca aparece en- galanada con el juego de frontil y placas que dispone de rosetas y el toro con el que carece de ellas (fig. 35). Los dos bóvidos van sujetos con cuerdas que parten de sendas anillas metálicas insertas en los orificios nasa- les. De hecho, a pesar de que el mundo cananeo co- noció aguijadas para la doma de las reses bovinas, esa larga vara dotada de un extremo punzante se empleó más que nada cuando la fuerza animal se aplicaba al transporte o al arado (Pardee 2005: 41)12. y, aunque es posible que dicho instrumento esté presente en algún relieve romano de suovetaurilia, no suele aparecer en las escenas antiguas de procesión ritual con animales engalanados. Por el contrario, el bóvido que desfila en las pinturas de Mari con una lúnula en su frente mues- tra esta otra fórmula de control mediante anilla al ho- cico para ser sometido por el personaje que lo conduce, un procedimiento que, por el dolor que causa, se ha re- velado de gran efectividad a tenor de su éxito histórico. Conducir a los bóvidos en este desfile requeri- ría, en cualquier caso, que fuesen ejemplares relativa- mente dóciles para que no perdieran la compostura, con lo que se trataría siempre de animales amansados y tal vez criados para tal fin por el propio templo. Con ello se lograría que su conducta se atuviera a la solemni- dad del acto. Algo de esto se conoce de hecho en el Mediterráneo oriental. En este sentido, y en relación Figura 34: Bóvido micénico con roseta en la testuz. con el control que los templos ejercían sobre los ani- males que iban a ser consagrados, resulta del mayor in- terés un párrafo de Heródoto que describe el riguroso función a los tubos huecos que orlan ambas piezas. Así descaste de las víctimas. Esta selección exhaustiva la lo propusimos en 2003 y así se presentó la idea al pú- llevaba a cabo el clero egipcio para el toro de Apis, en blico en la exposición conmemorativa del medio siglo un proceso en el que intervenía precisamente el sello del hallazgo (Amores 2009: 63). Para esta ocasión, se como garantía última del nihil obstat sacerdotal: montó una segunda copia del tesoro sobre tres imáge- nes de bulto redondo a escala natural fabricadas en po- Consideran que los bueyes pertenecen a Épafo y, liuretano expandido, obras del escultor Félix Vaquera por este motivo, los examinan como sigue. Si advier- Millares: la de dos bóvidos (toro castaño y vaca blanca) ten que tienen un pelo negro, aunque sea uno solo, se le considera impuro. Esta revisión la hace un sacerdote y la un sacerdote11. encargado de este menester, tanto con el animal puesto La imagen que ahora presentamos de nuestra hipó- en pie como patas arriba; además, le hace sacar la len- tesis, trabajada mediante infografía por el taller Servicio gua para ver si está exenta de las señales prescritas [..]. y también examinan si los pelos del rabo han crecido 11. En la muestra, celebrada en el Museo Arqueológico de normalmente. Pues bien, si el animal está exento de Sevilla entre el 2 de octubre de 2009 y el 28 de febrero de 2010, y de todo ello, lo marca con un trozo de papiro que enrolla la que fuimos comisarios los dos autores del presente artículo, se ex- puso el conjunto original de joyas. Además, se usaron para las dos hi- pótesis aquí barajadas sendas copias del tesoro elaboradas en metal 12. Agradecemos a José Á. Zamora, del Centro de Ciencias dorado, la del propio museo y la que realizó en su día el orfebre F. Humanas y Sociales (CSIC), la noticia de la existencia de este tra- Marmolejo, propiedad hoy de sus herederos. bajo, que desconocíamos.

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Figura 35: Restitución virtual de la función del tesoro del Carambolo. En atención al texto del Peristephanon de Prudencio, en esta versión de la nueva hipótesis las placas formarían parte del dorsuale.

alrededor de sus cuernos y, luego, le aplica una capa como recuerdo del tono rojizo del Sol a ciertas horas del de arcilla sigilar y en ella imprime su sello; sólo así se día. Así se hizo luego en Roma para algunas parejas divi- lo llevan; y está prescrita la pena de muerte para quien nas, y así quedó también representado en una pintura mu- sacrifica un buey carente de marca. ral asiria de la época. En este fresco, dos reses miran ge- (Heródoto II 38, 1-3)13 nuflexas a un altar taurodérmico en el que se representó el focus mediante una gran roseta (fig. 36). Como acabamos de adelantar, el ajuar que engala- UN JUEGO PARA LA VACA ASTARTÉ naba a la hembra sería el que muestra de forma insistente Y OTRO PARA EL TORO BAAL la roseta, representación gráfica de una hierofanía de la diosa madre (Kukahn 1962: 80) e icono de Astarté en Desde que aparecieron las joyas del Carambolo, to- tanto que Lucero (Escacena 2011: 177 y 191) y reina del dos los estudiosos de la orfebrería antigua han recono- cielo (López Monteagudo y San Nicolás 1996: 452), tal cido que, por lo que se refiere a su decoración, el con- como la definieron ya algunos textos de la Biblia hebrea junto de placas y frontiles está formado por dos equipos. (Jeremías 7, 18 y 44). Y así, por exclusión, el otro lote Ambos grupos cuentan con elementos semiesféricos, revestiría al macho consagrado a Baal, lo que encajaría aunque sólo uno muestra rosetas. Esta dualidad permite con este dios si las medias esferas constituyesen alusio- un ejercicio de mayor precisión a nuestra hipótesis. Así, nes solares. Rosetas y semiesferas están presentes, en fin, presumimos que el sacrificio consistía en dedicar una en los brazaletes, prenda reservada al clero encargado de vaca para Astarté, de capa blanca como símbolo cromá- llevar a cabo el sacrificio. Y, si en este caso están presen- tico de la pureza de la diosa, y un toro para Baal, castaño tes ambos símbolos en un mismo elemento, se debe sin duda a la unicidad del maestro de ceremonias, sacerdote 13. Traducción de C. Schrader (1983). que ejercería como celebrante principal del rito aunque

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Figura 36: Pintura parietal de un palacio urarteo. Siglo VIII a.C. Una vaca blanca y un toro castaño se arrodillan ante un altar taurodérmico.

el sacrificio de los animales tuviera un doble destino. La oposición de M.L. de la Bandera a la nueva pro- Cuando se usara el espectacular y rico ajuar litúrgico re- puesta se basa, con razón, en que el oro era entonces un presentado por el tesoro del Carambolo, tal responsabi- metal de uso exclusivo para los dioses, hasta el punto lidad recaería sin duda en el sumo sacerdote de la comu- de haberse considerado reflejo especular de los mismos nidad, de cuya existencia tenemos noticia en el mundo (Blanco 2005: 1227-1228; Celestino y Blanco 2006). El semita antiguo, unas veces como figura encarnada en la párrafo del evangelio de Mateo que encabeza este artí- realeza (Amadisi 2003: 46-47) y otras en calidad de pre- culo es fiel reflejo de esa acertada idea de nuestra co- sidente de ritos sacrificiales vinculados a determinados lega; pero pueden añadirse otras citas textuales más an- acontecimientos astronómicos (Del Olmo 1989). tiguas que aluden a las caras doradas de las divinidades, como alguna egipcia del Libro de los Muertos fechada a mediados del segundo milenio a.C. (Wengrow 2007: SOLUCIÓN A UN PROBLEMA FINAL 27). Insistiendo en esta idea, sabemos hoy además que, como mucho, el oro se reservó también para los reyes La más importante objeción publicada hasta la fe- cuando estaban divinizados o cuando ejercían como sa- cha en relación con nuestra hipótesis ha venido de una cerdotes principales en alguna ceremonia especial. Este de las personas que mejor conoce la orfebrería medite- argumento contrario a nuestra hipótesis nos parece del rránea de la época. Así, M.L. de la Bandera ha soste- mayor peso, pero en ningún caso destruiría la nueva fun- nido recientemente que nunca las piezas del Carambolo ción considerada para el tesoro si tuviésemos en cuenta que hemos colocado sobre los bóvidos se podrían ha- que, al destinarse al sacrificio, los animales en realidad ber usado con tal función concreta en animales rea- encarnaban a la propia divinidad, lo que manifestaría un les. Sostiene a este respecto que, en todo caso, habrían precedente efectivo de lo que más tarde será la eucaristía adornado imágenes de culto con la forma de dichos ani- cristiana. Es más, la representación de retrancas en al- males, estatuas que serían tal vez de madera; pero las gunas imágenes de toros engalanados, como en los cita- piezas de oro no habrían engalanado a bestias vivas (De dos del píthos de Montemolín y del ánfora de Cabra, de- la Bandera y otros 2010: 323-324)14. muestra que se trata de prendas que se colocaban sobre animales genuinos, y por tanto vivos y en movimiento. De lo contrario, carece de sentido esta correa horizontal 14. Aunque M.L. de la Bandera firma este trabajo con otros au- que pasa por debajo del rabo de los bóvidos y que sólo tores, los detalles de este rechazo son cosecha propia. Así lo ha mani- tiene como misión impedir que el ropaje se desequili- festado en diversos foros, y así lo defendió con valentía en la corres- bre y caiga del lomo de la bestia. Este recurso sería por pondiente sesión del congreso El Carambolo. 50 años de un tesoro. completo innecesario en esculturas estáticas de bóvidos. En numerosas ocasiones le hemos mostrado agradecimiento a su ac- titud crítica, sin la que habría sido imposible la solución conciliadora La solución que proponemos a las observaciones de que ofrecemos en este último apartado de nuestro artículo. M.L. de la Bandera no le quita en absoluto la razón a su

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 107-141 136 JOSÉ LUIS ESCACENA CARRASCO / FERNANDO AMORES CARREDANO autora. Por el contrario, al aceptar esa crítica hemos lo- sacrificial tenemos constancia también en otras cultu- grado acotar mejor nuestra idea y darle a la misma una ras no semitas del mundo antiguo. vuelta de tuerca más si cabe, ya que podemos ofrecer En Egipto, la sustitución de un viejo toro Apis por ahora mucha más concreción al uso religioso de las jo- otro joven se realizaba después de una búsqueda ex- yas. Así, al recibir el ajuar litúrgico sobre sus cuerpos – haustiva y rigurosa del nuevo animal por todo el país. ya de por sí seleccionados de acuerdo a estrictas direc- Una vez seleccionado de entre múltiples candidatos, y trices–, el dogma de la época sostendría que los anima- comprobado que tenía los rasgos idóneos, determina- les experimentaban una transustanciación de su condi- dos protocolos litúrgicos convertían al nuevo toro en ción carnal, proceso por el que se convertían en la pro- el dios encarnado. La ceremonia implicaba el sacrifi- pia divinidad. De hecho, ésta era en el mundo romano la cio del antecesor, que era comido por los fieles en una misión principal del dorsuale: la consagración del ani- celebración eucarística en la que podía participar el fa- mal al que se le imponía. Con ello, su consumo por parte raón. Como comensal, el monarca recibía así la fuerza de los oferentes y demás fieles que asistían a la ceremo- y el poder del toro (Conrad 2009: 132-133 y 170). La nia se convertía en realidad en una común-unión de san- esencia de esta liturgia recuerda determinadas cenas ri- tidad con el dios. Por eso no es casual que en la tradi- tuales conocidas también en el mundo griego coetá- ción cristiana, heredera en parte del universo religioso neo, algunas de las cuales implicaban ingerir la carne semita del Próximo Oriente asiático, la institución de la cruda o asada de la víctima (Conrad 2009: 188 y 2004; eucaristía esté ligada al episodio de la muerte de Jesús, Dyckinson 2010: 274). porque en ese contexto ideológico y cultual dicho trance De alguna forma, al engalanarla como al dios, la era absolutamente necesario para que los fieles pudiesen bestia era apartada de su condición animal y preser- consumir su cuerpo. En la misma práctica religiosa he- vada por tanto de cualquier acción que pudiera llevarse brea precristiana, algunos sacrificios de animales aca- a cabo con ella cuando aún contaba con sus característi- baban con una comida tenida por acto de la mayor san- cas meramente naturales, tales como el trabajo o el con- tidad, como se narra en las prescripciones sacerdotales sumo y/o intercambio rutinario de sus productos. En la bíblicas relacionadas con las víctimas por el delito: mentalidad primitiva, y no sólo en ella, este ritual de se- paración es por cierto necesario para que el don aban- Esta es la ley del sacrificio por el delito. Es cosa done el mundo contingente del espacio y del tiempo or- santísima. La víctima del sacrificio por el delito será dinarios y adquiera categoría de materia trascendente degollada en el lugar donde se degüella el holocausto. y sobrenatural, libre ya de las ataduras terrenales pro- La sangre se derramará en torno del altar. Se ofrecerá pias del hombre, de los animales y de las cosas munda- todo el sebo que recubre las entrañas, los dos riño- nes, con el sebo que los cubre y el que hay entre los nas. Se trata de un gesto dirigido precisamente a cum- riñones y los lomos, y la redecilla del hígado sobre plir con el requisito básico de toda ofrenda sagrada: re- los riñones. El sacerdote lo quemará en el altar. Es tirar la primicia de lo cotidiano mediante signos y ritua- combustión de yavé, víctima por el delito. Comerán les adecuados a tal fin (Segarra 1997: 276). Por esta ce- la carne los varones de entre los sacerdotes en lugar remonia, lo entregado al altar, a veces encarnación del santo; es cosa santísima. propio dios, deja el plano de lo vulgar y prosaico para (Levítico 7, 1-3 y 6) acceder al ámbito de lo santo. Por efecto de esa liturgia, que sólo está en manos sacerdotales, los creyentes que Por esas mismas razones, y por la enorme acumu- toman el alimento compartido en la reunión ingieren la lación de riqueza que supone el tesoro del Carambolo, carne y la sangre de la divinidad, recibiendo así sus ca- sospechamos que su empleo como atuendo sagrado racterísticas e incorporándolas a sus propios cuerpos y pudo estar reservado a la fiesta de laégersis , la más im- espíritus. Sólo de esta forma tiene sentido que el oro co- portante del credo fenicio. En ella se evocaba y se re- locado sobre los bóvidos para su consagración fuera en producía cada año, posiblemente durante el solsticio de realidad oro reservado a los dioses. verano, la incineración de la divinidad en las ascuas del altar y su resurrección al tercer día, y en su liturgia el sumo sacerdote de la comunidad intervenía como ce- BIBLIOGRAFÍA lebrante principal bajo el apelativo de mqm ’Im, lite- ralmente el resucitador de dios (Xella 2001: 75; 2004: ABAD, L.; SALA, F. (1993): El poblado ibérico de El 42). Como veremos, de estos rituales y creencias que Oral (San Fulgencio, Alicante) (Trabajos Varios del tienen que ver con la transustanciación de la víctima S.I.P. 90). Diputación de Valencia, Valencia.

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Fecha de entrada: 26/11/2011 Fecha de aceptación: 27/02/2012

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 107-141

AFRODITA EN UNA TERRACOTA DEL PUIG DES MOLINS (IBIZA)*

JORDI H. FERNÁNDEZ** Mª CRUZ MARÍN CEBALLOS*** ANA Mª MEZQUIDA**

Resumen: Se analiza en este trabajo una singular terracota Abstract: In this work we analyze a singular piece of ter- hallada recientemente en el hipogeo nº 11 (y algunos frag- racotta which has been recently found in hypogeum num- mentos en el 8) de la necrópolis del Puig des Molins, Ibiza. ber 11 (and some pieces in number 8) in the Puig de Mo- Representa a la diosa Afrodita en un paraje agreste, junto a un lins necropolis in Ibiza. It represents the goddess Aphrodite árbol, posiblemente un manzano o granado, y acompañada in a rough landscape, beside a tree, possibly an apple tree or de Eros. La diosa se cubre con un gran velo que retira con la pomegranate tree and accompanied by Eros. The goddess is mano izquierda en el conocido gesto de la esposa (anakalyp- covered by a veil that she is taking off with her left hand in sis). Se dataría posiblemente en el siglo IV y podría tratarse the spouse gesture known as anakalypsis. It is possibly dated de parte del ajuar funerario de una joven fallecida antes del in the 4th century B.C. and it could have been part of the grave matrimonio. goods of a young woman who died before her marriage. Palabras clave: Afrodita, Eros, terracota, matrimonio, man- Key words: Aphrodite, Eros, terracotta, marriage, apple tree, zano, anakalypsis anakalypsis.

El evidente interés de esta terracota hallada en la re- La terracota (figs. 1 y 2), sin duda una pieza única ciente excavación de una tumba del Puig des Molins, entre los muchos ejemplares de coroplastia documen- Ibiza, nos ha movido a presentarla al público con mo- tados hasta la fecha en la isla de Ibiza, fue hallada en tivo de este merecido homenaje a Manuel Bendala, an- el transcurso de las excavaciones llevadas a cabo en la tiguo compañero de uno de nosotros en la Universidad gran necrópolis urbana del Puig des Molins entre los de Sevilla. años 2003 (Fernández y Mezquida 2004: 9-20) y 2005. Estas campañas formaban parte de un proyecto de in- vestigación que se inició en el año 20001 y que tuvo una duración de seis años (Fernández y Mezquida 2008). La pieza, que se encontró fragmentada e incompleta, * Este trabajo se ha elaborado como actividad del grupo HUM- 650 del PAI y en el marco de los proyectos “Tinnit en Ibiza. La cueva fue hallada en el hipogeo 11, al menos la mayor parte, de Es Culleram” (HUM 2007-63574) y “Religio Phoenicia Occiden- talis: cultos fenicio-púnicos en el Extremo Occidente” (HAR2011- 27257), cofinanciados por el Ministerio de Ciencia e Innovación y el 1. El proyecto, autorizado por el Consell d’Eivissa, fue finan- Fondo Europeo de Desarrollo Regional. ciado por la empresa del Diario de Ibiza S.A., siendo dirigidos los tra- ** Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera (MAEF) bajos de excavación por Jordi H. Fernández, Director del MAEF y la *** Universidad de Sevilla (USE) arqueóloga Ana Mezquida.

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terracota aquí estudiada, se recuperaron fragmentos de algunas piezas repartidas entre dos cámaras. Cuando se procedió a la limpieza de los materiales recuperados en el interior de la cámara sepulcral nº 8 –excavada en el transcurso de los trabajos realizados en el año 2003– para proceder a la catalogación de los objetos en ella hallados, se pudieron identificar varios fragmentos de nuestro ejemplar en un estrato de tierra de color marrón (ue. 1073), que prácticamente colma- taba la cámara hasta el techo. Se trataba de un relleno de tierra muy húmedo donde, además de piedras, se hallaron fragmentos cerámicos, vidrio, metal y restos óseos removidos por toda la cámara, aunque en su ma- yoría se localizaban arrinconados contra las paredes. De este mismo estrato proceden dos amuletos egipcios, uno representando a la gata Bastet (21337/369) y el otro al enano-pateco (21337/370), una navaja de afeitar (21337/371), una jarra de la forma Eb. 64 fragmentada (21337/417), otras dos similares a la forma Eb. 30 b pero con pico vertedero (21337/416 y 425), numerosos fragmentos de platos de pocillo (21337/439, 445, 448, 496-598), de lucernas de plato (21337/434, 455-463), y diversas cuentas de collar de pasta vítrea (21337/404), que evidencian que este hipogeo inicia su utilización a principios del siglo IV a.C. Sin que pueda determinarse otra unidad estratigráfica diferente, se recogieron numerosos fragmentos de un- güentarios macizos y de labio escalonado (21337/467- Figura 1: MAEF 21337/667. Foto MAEF. 480), de otros ejemplares del tipo Eb. 80 (21337/466), de cuencos púnicos de imitación (21337/413), de ja- rras de la forma Eb. 30 a (21337/417,418 y 420), otras ya que unos pocos fragmentos se localizaron en el inte- de la forma Eb. 69 (21337/696), y de morteros púnicos rior del número 8. Ambas cámaras se encontraban co- (21337/655), que indican que la cámara continuó en municadas por orificios de saqueo, al igual que otros uso a lo largo de los siglos III-II a.C. A este momento muchos hipogeos de esta gran necrópolis. Este hecho se pueden adscribir también las monedas púnicas halla- es fácilmente explicable debido a la enorme concentra- das, entre las que hay un conjunto de ejemplares frus- ción de tumbas abiertas en el Puig des Molins, que hace tros (21337/356-359, 380-387, 399-402), mientras que que sus cámaras se encuentren muy juntas unas de las otras se clasifican en el grupo XII de M. Campo, data- otras, sin dejar apenas espacios libres entre ellas. Por das entre el 214-150 a.C. ello, a los saqueadores de todas las épocas les resultaba De igual manera, la presencia de numerosos frag- mucho más fácil perforar las paredes de una cámara mentos de ungüentarios de vidrio tubulares, algunos para poder acceder a las contiguas, que intentar locali- casi intactos como el ejemplar del grupo IV de Migué- zar su pozo de acceso, vaciar la tierra que lo rellenaba y lez (21337/367), o los muy abundantes de paredes fi- retirar la losa que cerraba el acceso al recinto (Costa y nas (21337/535-537, 544-546), el cubilete del tipo 1 de Fernández 2003: 26). De esta forma, se creó una intrin- Mayet (21337/668), así como los igualmente frecuentes cada red de pasadizos que horadan todo el cerro en el de terra sigillata, que han permitido incluso la recons- que se encuentra el yacimiento, de cuyo saqueo los hi- trucción de algunas piezas (21337/583-616, 620-624, pogeos nos 8 y 11 no son más que otro ejemplo. Las cá- 729-731, 735-744), nos hace ver que la cámara conti- maras se hallaban colmatadas por tierra y piedras entre nuó en uso durante el Alto Imperio. Por último hemos las que aparecieron los materiales, dispersos y revuel- de mencionar los fragmentos pertenecientes a cuen- tos en las sepulturas e, incluso, como es el caso de la cos de cerámica africana de cocina de la forma Hayes

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Figura 2: MAEF 21337/667. Dibujo de José Mª López Gari.

197 (21337/516, 517, 625) y de la forma Hayes 23B Asimismo se hallaron dos monedas del grupo XVIII (21337/745), que indicarían una continuidad a lo largo (21542/1018,1019) y una del grupo XIX de M. Campo de los siglos II-IV d.C. (21381/1020), datables entre 214-150 a.C., además de Por lo que al hipogeo nº 11 se refiere, se inició su una jarra de la forma Eb. 69 (21381/1055), otra de la excavación en el 2004, finalizando en el 2005, por forma Eb. 30 a (21542/ 121), fragmentos de ungüenta- lo que no se concluyó la limpieza de sus materiales rios de la forma Eb. 80 (21542/129, 131, 163, 163,164, hasta principios de 2006. Fue entonces cuando pudi- 268), de otros casi macizos (21542/124-128, 130,133- mos identificar nuevos fragmentos de la terracota ob- 137, 161,162, 264, 266) o de un ánfora PE 16/T-8.1.3.1 jeto de estudio y determinar que la mayor parte de (21542/181), que permiten determinar que la cámara, ellos procedían del estrato ue. 2088, que rellenaba la que debió de abrirse a fines del siglo V-inicios del IV cámara, en la que también se recuperaron un amu- a.C., continuó siendo objeto de deposiciones funerarias leto egipcio de la gata Bastet (21542/90), un pen- a lo largo de los siglos III-II a.C. diente amorcillado (21542/113), fragmentos de una Por último, la presencia de fragmentos de ungüenta- jarra de la forma Eb. 64 (21542/ 279), y de ánforas rios tubulares de vidrio (21381/995, 1000-1004, 1028, PE 14/T-8.1.1.1. (21542/117,178, 186, 191,194, 207). 1029, 1043, 1044; 21542/83, 94, 11, 112), alguno de

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 143-150 146 JORDI H. FERNÁNDEZ / Mª CRUZ MARÍN CEBALLOS / ANA Mª MEZQUIDA ellos quemado (21542/117), además de otros de pare- manto que aparta con la mano izquierda levantada en des finas como las tazas Mayet XXXVII (21381/1051), el típico gesto de la anakalypsis, del que hablaremos Mayet XXIX (21381/1054), o el ejemplar Mayet XII más adelante. Puede apreciarse la mano derecha apo- A (21542/119), así como diversos de terra sigillata; yada sobre la falda. La parte inferior del cuerpo apa- (21542/360-367, 370-383, 386-393) o de cerámica de rece cubierta, además de por la túnica, por el manto, cocina africana (21381/970-973; 21542/395-396), nos cuyo extremo cae hacia su lado izquierdo en una posi- indica que la cámara continuó utilizándose durante los ción muy característica de las figuras de diosa sentada. siglos I a.C. -II d.C. A su derecha, un árbol de frondosas ramas y frutos de forma redondeada, que ha perdido la parte inferior del tronco, sobresale por encima de la cabeza femenina en- DESCRIPCIÓN DE LA PIEZA marcándola parcialmente. Apoyado en la rodilla dere- cha de la figura femenina y pegado a la misma puede Se trata de una placa de terracota con decoración en verse el cuerpo de un niño desnudo al que le faltan ca- relieve, sin duda fabricada a molde, con la parte pos- beza, cuello y sin duda las alas, ya que con toda eviden- terior cerrada manualmente, que apareció fragmentada cia debe tratarse de Eros3, que parece sujetar un objeto en varios trozos, pero que ha sido recompuesta en su indeterminado con su mano derecha. En la parte infe- mayor parte, a la espera de su restauración definitiva. rior izquierda de la figura sentada, se puede distinguir Está trabajada en una pasta homogénea de color ocre con bastante claridad el contorno de un ave, sin duda anaranjado claro y conserva restos del engobe blanco o una paloma. capa de preparación para la pintura, realizada con cal, En nuestra búsqueda de paralelos para esta pieza no así como restos de pintura de color rojo en el árbol y en hemos hallado réplicas exactas, pero sí representacio- el plinto. Mide 17,7 cm de altura, 13, 8 cm de anchura nes de Afrodita entronizada, o simplemente sentada, máxima y de grosor máximo 1 cm. Nº de inventario: realizando el gesto de la anakalypsis, a veces con un ár- MAEF 21337/667. bol o tronco a su lado, y siempre con Eros en su proxi- Como ha quedado indicado, estaba muy fragmen- midad, sea subido a un hombro, frente a ella, o a su tada, faltando el torso y el brazo derecho de la figura lado. Entre ellas cabe destacar una terracota de exce- central, la cabeza –y posiblemente las alas– del niño lente calidad procedente de Cirene (fig. 3), actualmente que acompaña a la imagen femenina, y parte del borde en el Museo del Louvre (nº 4866), en la que la diosa, inferior de su túnica. La nariz de ésta ha sufrido tam- sentada sobre una especie de roca, apoya su codo dere- bién un golpe. cho sobre el tronco de un árbol, sujetando el velo con Se representa como motivo central a una mujer sen- la mano levantada, mientras que descansa la otra so- tada en posición ligeramente girada hacia su derecha, bre su pierna izquierda sosteniendo con ella un díptico sin que pueda apreciarse detalle alguno del asiento, (se la ha llamado la “Afrodita del libro”), al que dirigen de lo que se deduce, junto con la presencia del árbol, su mirada ambas figuras, ya que en este caso Eros apa- que no está entronizada, sino que se sitúa en un paraje rece sobre su hombro izquierdo. El extremo del manto quizás agreste, como en otros ejemplos que más abajo atraviesa la falda para caer hacia el lado izquierdo en se mostrarán. La imagen, con rostro de rasgos correc- forma semejante a nuestro ejemplar. Se ha datado en el tos que evoca el llamado estilo severo2, se adorna con 370 a.C. (Mollard-Besques 1954: 115-116 C 199, lám. peinado separado en dos bandas por una raya central 83; Winter 1903: 2, 199, nº 2; Heuzey 1883: 14, lám. que le cubre en ligeras ondulaciones frente y sienes, 41; LIMC, Aphrodite nº 863, p. 93). Igualmente cita- terminando en varios mechones que caen a ambos la- remos otra figura en terracota, también en relieve, en dos del rostro. Se viste con larga túnica, aparentemente este caso procedente de Cízico (fig. 4), en que la diosa, un peplos, apoyando los pies sobre un plinto. Luego tocada con una especie de kálathos ricamente deco- un manto o himation le cubre la cabeza a manera de rado, aparece en posición frontal sobre un trono, sos- velo, cayendo sobre su hombro y brazo izquierdo, teniendo una pátera con su mano derecha, junto a la

3. Estas composiciones en las que aparecen Eros y Afrodita en 2. Como es sabido dicho estilo corresponde, dentro de la evolu- un contexto silvestre, a veces en escenas relacionadas con la prepara- ción de la estatuaria griega, a los años comprendidos entre 480-450 ción al matrimonio, son características de la cerámica ática y en espe- a.C., lo que no indica necesariamente que nuestra terracota sea de cial del estilo del llamado pintor de Meidias. De la misma forma, las esa época, sino que ha recibido el influjo de dicho estilo. Véase Rid- representaciones escultóricas de ambos dioses se generalizan a partir gway 1970. de fines del s. V (Pirenne-Delforgue 1994: 72-73).

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Figura 3: Museo del Louvre 4866. Figura 4: Museo del Louvre, D 532. Cízico. Mollard- Cirene. Besques 1970-71, lám. 115 c. que se representa un cabrito, y retirándose el velo con segundo, se considera en Grecia en relación con el amor la izquierda. A su derecha, en el ángulo superior, se nos y el erotismo. Era una manzana o un membrillo el fruto muestra Eros, que sujeta el velo de la diosa, como ayu- que tomaba la esposa, de manos de su marido, antes de dándola a quitárselo, y a su izquierda un árbol de forma consumar el matrimonio, según una ley soloniana (Plut. indeterminada. Se ha datado en la segunda mitad del s. Solon, 20, 4). Recuérdese que Afrodita es obsequiada con IV a.C. (Mollard-Besques 1970-71: 90, lám. 115, c, D una pieza de oro en el juicio de Paris y que ella misma 532). En actitudes muy parecidas encontramos a Afro- ayuda a Hipómenes a vencer en la carrera proporcionán- dita en la pintura cerámica (LIMC, Aphrodite, nº 806, dole tres manzanas de oro (Ov. Met. X, 644-651, entre 89, 440-430 a.C., y nº 857, 92, 410-400 a.C. (fig. 5), otros). Con frecuencia se la representa además con una con frecuencia en la proximidad de un árbol (LIMC, de ellas en la mano, sin duda del jardín de las Hespéri- Aphrodite, 1271, 122, final del s. V; LIMC, Aphrodite, des. Respecto del granado, fruto de fecundidad, se re- nº 1368, 130, 330 a.C.). laciona con la diosa de una manera especial en Chipre Son diversos los frutos que se relacionan con la (Ath. Deipnosofistas 3.84c), simbolizando la consuma- diosa: mirto, granado, manzano y membrillo funda- ción del matrimonio y la pérdida de la virginidad y, por el mentalmente, de tal manera que resulta difícil definirse mismo motivo, con Hera, diosa del matrimonio. en la interpretación del árbol de nuestra terracota, que De la paloma, pese a su posición un tanto excén- bien pudiera ser un granado o un manzano4. Respecto del trica en nuestro ejemplar, es bien conocida su relación con Afrodita, destacándose en ella la especial conexión de Afrodita Urania con Oriente. Los testimonios son 4. V. Pirenne-Delforgue (1994: 138, 410-412) recuerda que la palabra griega μῆλον que utiliza Pausanias para nombrar el fruto que la diosa suele llevar en la mano, en este caso en Sicione (Paus. 2, tanto a la manzana como a la granada o el membrillo. Todos estos fru- 10, 4-6), hace referencia a una pieza redonda, pudiendo corresponder tos están relacionados con la diosa de una manera u otra.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 143-150 148 JORDI H. FERNÁNDEZ / Mª CRUZ MARÍN CEBALLOS / ANA Mª MEZQUIDA

Figura 5: Hydria. Mus. Jatta, Ruvo, I559, LIMC, Aphrodite nº 857. muy numerosos (Pirenne-Delforgue 1994: 415-417). Nos detenemos ahora en el gesto de la anakalyp- Recordemos además su participación en los ritos, por sis. Simboliza el desvelamiento que la esposa realiza ejemplo en los sacrificios a la Afrodita Pandemos en en la ceremonia de la anakalypteria, dentro del ritual Atenas, o el viaje de ida y vuelta que estas aves realiza- del matrimonio, frecuentemente representado en los ban anualmente a Libia desde el santuario de Afrodita vasos griegos. y, fuera ya del contexto ritual, el gesto en Eryx (Ael. NA 4.2). hace referencia a la modestia de la mujer (Llewellyn- Las representaciones de Afrodita sentada o entroni- Jones: 2003) y por ende a la condición de la mujer ca- zada no son sin embargo frecuentes (LIMC, Aphrodite, sada (Deschodt 2011). Desde esta perspectiva, son 87-88; Furtwängler 1965: 410; Bernoulli 1873). Cons- varias las diosas que lo efectúan, entre las cuales es- tituyen, en todo caso, una característica de época ar- pecialmente Hera, Amfítrite y Afrodita6. En el caso de caica (Möbius 1927; Kranz 1972; Jung 1982) que, en nuestra pieza, como en otras imágenes de esta última, opinión de Higgins (1967: 87), no es frecuente en Si- es evidente que el mencionado gesto, así como el hecho cilia más allá del siglo V, aunque esto no es así para el de aparecer sentada con cierta solemnidad, muestra, de mundo púnico, y muy especialmente Ibiza, debido a la un lado, el pudor de la mujer ante el matrimonio, pero tendencia arcaizante característica de la plástica en te- a la vez se está aludiendo a la importancia y significado rracota, por la reutilización reiterada de moldes y so- de este rito de paso, con una clara alusión al erotismo, bremoldes a lo largo del tiempo (Bisi 1978: 218-220). que representa la propia Afrodita, junto con Eros, como En opinión de Delivorrias (LIMC, Aphrodite, 88), la vía para la fecundidad dentro del matrimonio7, quizá imagen entronizada respondería a una concepción ar- caica de la divinidad que confiere, en este caso a Afro- 6. A. Pautasso (2008) cree que en la Sicilia de época dionisiana dita, una especial solemnidad5. el gesto está relacionado también con el culto a Deméter y sobre todo a Kore-Perséfone con motivo de la celebración de su theogamia con Hades. 5. Para la discusión sobre si este uso se debe o no a la influencia 7. Resulta de interés a este respecto la aproximación entre Afro- oriental véase, a favor, Möbius 1927, y en contra Kranz 1972. dita y Hera en relación con el matrimonio. Un xoanon de Afrodita

SPAL 20 (2011): 143-150 ISSN: 1133-4525 AFRODITA EN UNA TERRACOTA DEL PUIG DES MOLINS (IBIZA) 149 patente en la presencia del fruto del árbol que acom- BIBLIOGRAFÍA paña la escena, sea éste el manzano o, más probable- mente, el granado. BERNOULLI, J. (1873): Aphrodite. Ein Baustein zur Cabe plantearse finalmente dos cuestiones básicas. griechischen Kunstmythologie. Leipzig, Verlag von De un lado la clasificación digamos “técnica”, de nues- Wilhelm Engelmann. tra terracota. De otro el significado de su presencia en BISI, A.M. (1978): “Le terrecotte figurate di tipo greco- una tumba púnica de la necrópolis de Ibiza. Ninguna punico di Ibiza. III. Musei di Ibiza”, RSF VI, 2 : de las respuestas que podamos dar a tales preguntas re- 161-226, tavv. XXXII-LIII. sulta fácil, sobre todo por el carácter claramente ex- BONNET, C. (1996): Astarté. Dossier documentaire et cepcional de la pieza. Con respecto a la primera, y en perspectives historiques. Contributi alla Storia della cuanto a su cronología, nos decantaríamos por una fe- Religione Fenicio-Punica- II, Roma, CNR. cha dentro del siglo IV, lo que encajaría de un lado con BONNET, C. y PIRENNE-DELFORGUE, V.(1999): el contexto arqueológico de los hipogeos nos 8 y 11, “Deux déesses en interaction : Astarté et Aphro- y de otro con los paralelos en cuanto a la escenogra- dite dans le monde égéen” en C. Bonnet et A. Motte fía, tanto en terracota como en la pintura cerámica, así (eds.), Les syncrétismes religieux dans le monde como por las características generales de la imagen di- méditerranéen antique, Tournhout, Brepols : 249- vina (vid. supra). Su origen ya es más difícil de preci- 273. sar, pero muy probablemente haya que situarlo en el BUDIN, ST. L. (2004): “A Reconsideration of the Mediterráneo Central, y más concretamente en Sicilia, Aphrodite-Astart Syncretisme”, Numen 51: 95-145. de donde proceden la mayor parte de los modelos de las CAMPO, M. (1976): Las monedas de Ebusus. Asocia- terracotas de Ibiza. En cuanto al segundo punto, su sig- ción Numismática Española (A.N.E.). Barcelona. nificación en el contexto de ambas sepulturas, nos sen- COSTA, B. y FERNÁNDEZ, J.H. (2003): “El Puig tiríamos inclinados a pensar que está relacionada con des Molins, de campos de cultivo a Patrimonio de un enterramiento femenino, en cuyo caso, y en un con- la Humanidad: Un siglo de Historia (1903-2003)”. texto griego, estaríamos quizá en la línea de quienes Miscelánea de Arqueología Ebusitana (II). El Puig piensan que la presencia de tales imágenes en ambien- des Molins: Un siglo de investigaciones. Traballs tes funerarios, cuando se trata de jóvenes, quizá falle- del Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera nº cidas antes de tener acceso al matrimonio, podría hacer 52, Ibiza. alusión al status al que hubiesen aspirado caso de no DELIVORRIAS, A. (1984): voz “Aphrodite”, en LIMC haber muerto8. No olvidemos, sin embargo, que se trata (Lexicon Iconographicum Mithologiae Classicae), de una tumba púnica, y no sabemos hasta que punto II. Zürich, Artemis Verlag: 2-151. la cultura griega puede haber calado en la concepción DESCHODT, G. (2011): “Images et mariage, une ques- de la vida y la muerte de un ciudadano de ‘ybsm. Ni tion de méthode : le geste d’anakalypsis”, Cahiers siquiera somos capaces de asegurar si tras esta ima- « Mondes anciens », 2. gen de la griega Afrodita el ebusitano estará viendo a http://mondesanciens.revues.org/index370.html la Astarté fenicia, deidad que, como es bien sabido, se FERNÁNDEZ, J.H. y MEZQUIDA, A. (2004): “Ex- identificó profundamente con la griega (Bonnet 1996: cavaciones en la necrópolis del Puig des Molins 147-150; Pirenne-Delforgue 1994; Bonnet y Pirenne (2000-2003)”. Fites: 9-20. Delforgue 1999; Budin 2004). — (2008): Memoria de las excavaciones realizadas en la necrópolis del Puig des Molins entre el 2000- 2005. Ejemplar dactilografiado en depósito en el Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera. Ei- vissa. Hera recibía culto en una colina espartana, y a ella sacrificaban las FURTWÄNGLER, A. (1965): voz “Aphrodite” en madres con ocasión del matrimonio de sus hijas (Paus. 3.13.9). Am- Roscher, W. H., Ausführliches Lexicon der grie- bas diosas se relacionan pues con esta institución, aunque desde dos planos distintos (Pirenne-Delforgue 1994: 197-198). chischen und römischen Mythologie. Hildesheim, 8. Tal interpretación sería acorde con la teoría expuesta en una Georg Olms, vol. I, 1, columnas 390-419. de las líneas de investigación del Groupe de Recherche sur la Coro- HAyES. J. W. (1972) : Late Roman Pottery. The Bri- plathie Antique (GReCA) con el título “Formes et signification des tish School at Rome. London. offrandes dans les sanctuaires de divinités feminines et dans les tom- bes” http://coroplathie.recherche.univ-lille3.fr/themesrecherches/2_ HEUZEY, L. (1883) : Les figurines antiques de terre formes_offrandes.html cuite du Musée du Louvre. Paris, V. A. Morel et Ce.

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Fecha de entrada: 08/01/2012 Fecha de aceptación: 27/02/2012

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TERESA CHAPA BRUNET* MARÍA BELÉN DEAMOS**

Resumen: El hallazgo casual de varias esculturas ibéricas al Summary: Several archaeological campaigns starting in norte de la ciudad de Elche provocó la realización de algunas 1972 followed the accidental finding of some Iberian sculp- campañas de excavación a partir de 1972. Entre las figuras des- tures at the north of the town of Elche. Among them stands the taca una esfinge en piedra caliza que lleva sobre sí una figura figure of a Sphinx in limestone carrying a male and a female masculina y otra femenina. En este trabajo se realiza un estu- figure. In this paper an iconographic study is performed, as dio iconográfico de la pieza, así como una revisión de las carac- well as an overview of the characteristics of the finding. The terísticas del hallazgo. El varón es interpretado como el alma man is interpreted as the soul of a deceased, and the women de un difunto, mientras que la mujer se entiende como la re- as a representation of the goddess Tinnit, very popular in this presentación de la diosa Tinnit, muy popular en esta zona en area during Iberian times. The sphinx acts as a suitable trans- época ibérica. La esfinge actúa como transporte al más allá. Es- port for the journey to the underworld. These remains are un- tos restos son analizados en su contexto regional y cronológico. derstood in their regional and chronological context. Palabras clave: Península Ibérica; Elche; Edad del Hierro; Keywords: Iberian Peninsula; Elche; Iron Age; Iberian sculp- Escultura ibérica; Escultura en piedra; Esfinge; Tinnit. ture; Stone sculpture; Sphinx; Tinnit.

La singularidad del grupo escultórico recuperado en rimos afectuosamente al homenaje que el Departamento el Parque Infantil de Tráfico de Elche (Alicante) a prin- de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevi- cipios de los años setenta del siglo XX, hace que sea una lla dedica al profesor Manuel Bendala y reconocemos su obra reiteradamente comentada en la bibliografía espe- relevante aportación científica en este campo temático. cializada (fig. 1). Sin embargo no ha sido objeto hasta el momento de un análisis técnico y estilístico porme- norizado como el que aquí nos proponemos abordar, en CARACTERÍSTICAS Y CONTEXTO la línea del proyecto de investigación que desarrolla- DEL HALLAZGO mos sobre escultura ibérica1. Con este estudio nos adhe- Los primeros hallazgos escultóricos aparecieron de forma casual, al abrir una zanja para instalar una con- * Departamento de Prehistoria. Facultad de Geografía e Historia. Universidad Complutense de Madrid. E-mail: [email protected]. ducción de agua potable al este del Parque Infantil de ** Departamento de Prehistoria y Arqueología. Facultad de Geo- grafía e Historia. Universidad de Sevilla. E-mail: [email protected] 1. “Escultura ibérica: estudio iconográfico, tecnológico e histo- (HAR2011-272579), aprobados y sostenidos económicamente por riográfico” (HUM2007/60074), financiado por el Ministerio de Cien- el mismo organismo. Queremos expresar nuestro sincero agradeci- cia e Innovación. El trabajo se adscribe también a los proyectos “Tin- miento a D. Rafael Ramos Fernández, director del Museo Arqueo- nit en Ibiza” (HUM 2007/63574) y “Religio Phoenicia Occidentalis” lógico y de Historia de Elche, por facilitarnos el estudio de la pieza.

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Figura 1. Localización de los yacimientos citados en el texto. 1. yacimientos de Elche; 2. Monforte del Cid; 3. Agost; Figura 2. Primeros hallazgos escultóricos en el Parque Infantil 4. Corral de Saus; 5. El Monastil; 6. El Salobral; 7. Bogarra; de Tráfico: partes delanteras de la esfinge y el toro (a partir de 8. Nerpio. Ramos Folqués y Ramos Fernández 1976).

Tráfico. Consistieron en la parte delantera de la esfinge, de acometida y calentamiento de agua (Ramos Fer- la mitad delantera de un toro que en un principio fue cla- nández 1987: 681). Posteriormente, la zona se dedicó sificado como pájaro, y el extremo de una pata de caballo al cultivo, dividiéndose en huertos servidos por ace- en altorrelieve (fig. 2). Estos descubrimientos provoca- quias que perduraron hasta época reciente. En 1946 el ron el desarrollo de excavaciones arqueológicas a par- Ayuntamiento transformó las huertas en el “Parque de tir de 1972 en las que se recuperaron otros muchos restos Elche”2, en cuyo recinto se construiría después el “Par- escultóricos, arquitectónicos y cerámicos, entre los que que Infantil de Tráfico”. Este se sitúa inmediatamente hay que reseñar la parte posterior de la esfinge, cuyo al norte de la vía férrea, hoy soterrada. En su zona occi- cuerpo pudo ser así completado, y el torso de un gue- dental se abre el profundo cauce del Vinalopó, mientras rrero con su espalda vaciada (Ramos Folqués y Ramos que al oriente de la zona excavada discurre un camino Fernández 1976: 684; Ramos Molina 2000: 45-47). que desde Elche se dirige a las sierras situadas al norte A pesar de que el entorno queda todavía en un área de la población. A poco más de 600 m, también hacia ajardinada, son muchas las alteraciones que ha sufrido el este, pasa el “Camino de Castilla”, ruta histórica que el terreno hasta la actualidad. Los restos ibéricos, si- tuados a una cota de –1,90 m, fueron afectados por una 2. Información consultada en http://www.turismedelx.com/es/ edificación romana con infraestructuras subterráneas palmeras/1/, (30_08_2011)

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Figura 3. Localización del hallazgo en la foto aérea del “vuelo americano” de 1956 y en la imagen de satélite de Google Earth. Figura 4. Hallazgo de las esculturas en el recinto del “témenos” (según Ramos Fernández y Ramos Molina 1992). enlazaba la costa con la Meseta, a lo largo de la cual hay una notable concentración de monumentos escul- tóricos ibéricos (fig. 3). lugar de culto preexistente, que siguió siendo utilizado Durante las excavaciones arqueológicas se localizó en épocas posteriores (fig. 6). un alineamiento ovalado, formado en su mayor parte El monumento al que se suele asociar la esfinge, por piezas escultóricas fragmentadas. Su eje mayor dis- tal como queda expuesta en las salas del Museo Muni- curría en dirección norte-sur, y solo su lado oeste se cipal de Elche, está compuesto por sillares cuyos res- había conservado bien, ya que el oriental había sido tos formaban parte de los muros de la villa romana. Su muy afectado por las construcciones romanas. Las pie- asignación a época ibérica se basa en la existencia de dras bordeaban un estrato de arcilla de hasta 60 cm de un rebaje cuadrado de 3,30 m de lado y una profun- grosor (fig. 4). En la parte central de esta plataforma didad de 40 cm, situado en la parte norte de la plata- arcillosa se situaba una piedra de forma subcircular, re- forma de arcilla, junto a un área quemada. El tamaño cortada y aplanada artificialmente (fig. 5). En los már- y morfología de las piedras labradas han llevado a re- genes del lado occidental, y en un estrato de 16 cm de construir esta edificación como una torre de remate pi- grosor, se recuperaron unos 5.000 fragmentos cerámi- ramidal sobre una base de sillares ciclópeos de 1,90 m cos infrapuestos y superpuestos a los restos escultóri- de longitud. Su altura total propuesta sería de 3,30 m cos. Además, al exterior de esta zona se reconoció la y la longitud del segundo cuerpo de 1,22 m, práctica- existencia de un curso de agua en cuyo lecho también mente coincidente con la longitud de la esfinge, que se se recogieron numerosos restos “rotos intencional- ha colocado adosada a uno de sus lados3 (fig. 7). mente”, entre los que destacaban fragmentos de ánfo- ras ibéricas de asa acanalada (Ramos Fernández 1989: 508). Los excavadores consideraron que las piezas es- 3. Las dimensiones no coinciden con las del rebaje en el que su- puestamente encajaba la base del monumento. En su exposición ac- cultóricas, una vez desmontadas del monumento al que tual, la torre se presenta acortada en altura por los condicionantes de hubieran pertenecido, se emplearon para delimitar un la sala.

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femenina de pie sobre sus patas delanteras que se re- clina sobre el cuello y pecho del animal y un personaje cabalgando sobre su lomo. Falta la cabeza, el extremo del ala y la garra delantera derecha de la esfinge, así como la parte superior del tronco y cabeza del perso- naje masculino. La figura femenina, aunque práctica- mente completa, tiene la cabeza tan deteriorada que apenas se aprecian detalles del rostro y cabello. Para facilitar su comprensión, en la exposición museográ- fica se han reconstruido las partes perdidas (figs. 7 y 8). La obra es un altorrelieve concebido casi como bulto redondo, al limitar la zona no tallada del bloque a la parte externa del lado derecho. La perspectiva visual preferente de la pieza es, por tanto, su lado izquierdo, si Figura 5. Piedra central del “témenos” (Foto T. Chapa). bien también puede ampliarse al frente y parte trasera. El lado derecho está muy erosionado y presenta huellas de roce en sentido vertical sobre el costado de la esfinge, Las limitaciones de este trabajo no permiten abor- pero su acabado no es el que se esperaría en una pieza dar el estudio integrado de la esfinge y el monumento al pensada para ser adosada a un sillar. En cualquier caso, que supuestamente pertenecería, por lo que vamos a li- parece claro que esta parte derecha no iba vista. La pie- mitarnos a realizar un análisis técnico e iconográfico de dra en la que se ha realizado es una caliza procede de las la escultura que esperamos arroje alguna luz sobre esta cercanas canteras de El Ferriol, cuya explotación fue co- sorprendente pieza de la estatuaria ibérica. mún en época ibérica (Gagnaison et al. 2007: 76). La longitud de la escultura es de 120 cm, su gro- sor máximo de 32 cm y la altura conservada de 64 cm. DESCRIPCIÓN DE LA PIEZA Dado que contamos con la longitud original de la pieza, esto nos permite hacer una serie de propuestas sobre La escultura representa a una esfinge posada en tie- su posible modulación. La división de esta longitud en rra que soporta a dos personajes humanos: una figura tres segmentos de 40 cm nos marca áreas clave de la

Figura 6. Reconstrucción del “témenos” indicando el lugar ocupado por la esfinge (según Ramos Fernández y Ramos Molina 1992).

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altura se reduce a dos tercios de la longitud, podemos aventurar también una posible altura máxima para esta pieza de 80 cm, que coincide prácticamente con la res- titución de la cabeza que hoy se presenta en el Museo de Elche (fig. 9). Con estas dimensiones máximas, la escultura habría sido tallada sobre un bloque calizo que tendría en torno a 130 x 40 x 90 cm, lo que equivale a un peso próximo a 600 kg. La figura de la esfinge es la base de la representa- ción. Su cuerpo, largo y poderoso, causa hoy menos impacto a los espectadores debido a la falta de la ca- beza, de cuyo peinado descienden por el cuello dos tira- buzones unidos que alcanzan la curva delantera del ala. Esta surge sobre el brazo a partir de una doble incisión también curva, y se compone de dos cuerpos. El delan- tero es liso, mientras que el posterior, separado por otra doble incisión, indica unas plumas horizontales, anchas y cortas, marcadas mediante relieves escalonados. La parte alta del ala superaba el brazo y el hombro, ex- tendiéndose sobre la zona central del lomo, donde su curvatura indica un posible arco. El final del ala no se- ría totalmente exento, sino que se adosaría a la cabeza del personaje central, facilitando así la talla y asegu- rando la estabilidad de este apéndice. La reproducción actual en el Museo de Elche la sitúa como elemento in- Figura 7. Esfinge adosada al monumento de sillería con dependiente, pero su curvatura rompe con la que mues- remate piramidal (Foto T. Chapa). tra el ala original. El codo se encuentra parcialmente fracturado, aunque permite apreciar su alargamiento exagerado, como sucederá con la zona de la rodilla. El distribución interna de la representación, encajando la antebrazo da paso a la garra mediante tres resaltes ver- primera de las líneas con el centro del brazo delantero de ticales bien marcados que han sido denominados “pul- la esfinge y posiblemente la parte trasera de su cabeza, seras” (Ramos Fernández 1988: 367), aunque pudieran mientras que la segunda nos indica el arranque de la ga- ser una manera de marcar la transición entre estas par- rra posterior, el límite delantero de su cintura escapular tes anatómicas. La garra tiene dedos gruesos, angulosos y el punto de inflexión del final del lomo. Basándonos y apuntados, y se curva hacia el lado derecho para for- en cómo se aplicó la modulación a las dimensiones del mar el frontal inferior de la representación, cerrando la “torito” de Porcuna (Chapa y Vallejo e.p.), en el que la base de la figura femenina que sostiene.

Figura 8. Vistas delantera, posterior y perspectiva delantera izquierda de la esfinge (Fotos MAHE).

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Figura 9. Encuadres proporcionales de la esfinge de Elche y el toro de Porcuna (Fotos T. Chapa).

para dar esta impresión. La garra trasera izquierda pre- senta de nuevo los rebordes o “pulseras” y sus dedos son angulosos, más próximos a un modelo humano que animal (fig. 10). Sobre el anca del animal se aprecian incisiones cir- culares muy finas con una compartimentación interna geométrica (fig. 11). Son tres, situándose en una zona central una de ellas y las otras dos a sus lados en po- sición más alta. Su disposición es irregular, situándose las superiores a distinta altura y la central ligeramente desplazada hacia la izquierda y la parte inferior res- pecto al centro del anca. Las primeras han sido cubier- tas por una costra o pátina fina que afecta a buena parte de la pieza, y de ellas sólo se puede apreciar parte del círculo exterior y alguna línea de su compartimentación Figura 10. Garra trasera derecha de la esfinge (Foto T. Chapa). interna. La central se conserva mejor y permite apreciar que los dos segmentos de círculo que la componen se realizaron con compás, cuya punta ha dejado una clara El resto del cuerpo de la esfinge corresponde al de marca en la zona central de apoyo. Las líneas que se un felino, cuyo vientre se adelgaza y eleva notoria- asocian a la parte interior de los cuadrantes y a una de mente hasta entrar en contacto con los cuartos traseros. sus zonas abiertas se han grabado a mano y son mucho La parte superior del muslo izquierdo queda delineado más irregulares. Tres orificios paralelos, pequeños y su- mediante una semicircunferencia, estrechándose en su perficiales, se sitúan algo más arriba del punto central. parte inferior para dar paso a la rodilla y a la pata do- El diámetro de este círculo incompleto es de 7,2 cm. blada bajo el cuerpo. Entre el muslo y la muñeca se re- Como se ha indicado, la esfinge es el elemento-so- presenta el extremo apuntado de la cola, que se curva porte de dos figuras humanas. La femenina, situada de hacia arriba y entra en contacto con la ingle. En la zona pie sobre las patas delanteras del animal, está práctica- trasera se ha representado el inicio de esta cola, aunque mente completa, aunque se encuentra muy erosionada. la erosión impide definir con detalle sus características. Se ha representado por sus lados frontal e izquierdo y Es ancha y ligeramente aplanada, y a pesar de que se su volumen se ciñe a esta parte del bloque general, que representa su extremo por el lado izquierdo, en la zona se ensancha en esta zona. Esto indica que su perspec- trasera parece que termina con un reborde redondeado tiva no debía ser totalmente frontal, sino que los espec- que indicaría su introducción entre las dos patas, aun- tadores debían observar esta parte de la pieza desde su que el resalte que adquiere en esta zona es excesivo ángulo delantero izquierdo. Esto induce a una posición

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Figura 11. Incisiones localizadas en el muslo izquierdo de la esfinge (Fotos T. Chapa). forzada del hombro y brazo derecho, que deben mos- trarse sin respetar una perspectiva correcta de perfil, así como el hecho de que sea en el lateral izquierdo, y no en el centro, donde se cruzan las alas que cubren la tú- nica (fig. 12). La figura, cuya altura máxima es de 52 cm, inclina ligeramente su cabeza hacia la derecha, marcando cla- ramente el lateral del rostro por este lado con un corte rectilíneo que la separa de algún elemento no conser- vado que se prolonga por su costado derecho. Sus ras- gos faciales están muy perdidos, pero se advierten ligeros indicios de los ojos, una nariz longitudinal, la boca y la barbilla. La parte superior de la cabeza está di- vidida por un profundo surco, quizás fruto de la erosión o de un peinado original. Sin espacio para el cuello, el cuerpo cilíndrico surge directamente de la barbilla. Los brazos están desnudos a partir de los hombros y son lar- gos y desproporcionados. El izquierdo está doblado so- bre el vientre y sujeta con la mano el brazo derecho, atrayéndolo hacia sí, de forma que la mano de este lado, de grandes dimensiones, queda extendida a la altura de la rodilla izquierda. La talla adquiere en este caso un gran detalle, señalándose con cuidado los dedos, los nudillos y las uñas. La vestimenta que porta es compleja, advirtiéndose un velo o manto corto y una túnica que cubren parcial- mente dos alas con otras tantas capas de plumas, re- plegadas sobre el lateral izquierdo con la ayuda de la mano derecha. Las plumas son más anchas en la banda inferior (hasta 3 cm), que en la superior (c. 2 cm). Se puede considerar, y así lo han reconocido varios au- tores, como una divinidad alada (Ramos Fernández 1984-1985: 65; Marín Ceballos 1987: 66; Prados 2002- 2003: 216; López Pardo 2006: 131). En su escote o pe- Figura 12. Detalles de la figura femenina y de su vestido de chera se ha representado en relieve una flor trilobulada alas (Fotos T. Chapa).

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la planta del pie es muy marcado y su extremo se afina notablemente en la zona de los dedos. La falta de la cabeza impide de nuevo aportar detalles que hubieran sido de gran interés para la valoración tecno-estilística de la pieza, pero lo más probable, como se ha dicho an- tes, es que formara un mismo cuerpo con el extremo del ala de la esfinge. Además de la túnica, el personaje muestra sobre su tobillo cuatro incisiones paralelas muy finas situa- das a distancia entre 0,8 y 1,4 cm, que parecen limi- tar la parte superior de un calzado o bota. Estas marcas pudieron estar relacionadas con la definición de cier- tos elementos diseñados mediante la aplicación de pin- turas de colores o tonalidades diferentes. En el brazo de este personaje se realizaron igualmente una serie de surcos irregulares que van de la muñeca al codo. El ini- cio, junto a la muñeca, forma una línea quebrada de cu- yos extremos surgen dos paralelas que se cruzan sobre el brazo. No puede reconocerse un motivo concreto, aunque de nuevo pudiera marcar elementos relaciona- dos con la decoración, ya que el antebrazo no iría cu- bierto por la túnica.

ESTUDIO ICONOGRÁFICO

La esfinge y su jinete

La figura del Parque Infantil de Tráfico presenta -di Figura 13. Detalles del brazo y pie del personaje montado sobre la esfinge (Fotos T. Chapa). versos rasgos individualizadores respecto a otras es- finges ibéricas y seguramente el más importante es su asociación directa con figuras humanas. Lo primero que adquiere especial relevancia por su tamaño propor- que podría resaltarse es que a su condición de ser mons- cional y su alta visibilidad. La figura se apoya directa- truoso se añade lo exagerado de su tamaño. Aunque las mente sobre las patas delanteras de la esfinge y no se dimensiones del bloque obligan a representar a una es- indican los pies. Por otro lado, su parte posterior es lisa finge cuyo cuerpo tiene en torno a un metro de largo, la y ligeramente curva, resaltándose bien respecto al cue- proporción que adquiere respecto al varón que monta llo y cuerpo de la esfinge. Se trata, por tanto, de la re- sobre su espalda nos indica la diferencia relativa entre presentación de una efigie o estatua. ambos, que supera en mucho la que existiría entre un En cuanto a la figura central, es la más sencilla y pa- jinete y su caballo. Sus alas son así lo suficientemente rece representar a un varón que viaja sobre el lomo de anchas para sujetar al personaje en este vuelo protec- la esfinge (fig. 13). Su pequeño tamaño indicaría qui- tor hacia los infiernos (Olmos 2011: 122). Sin embargo, zás que se trata del alma de un difunto en su traslado al hay que tener presente otra posibilidad, y es que no es- más allá. El cuerpo es desproporcionado, con un brazo temos ante una representación del cuerpo real de un di- izquierdo muy fino que alcanza a tocar con el extremo funto, sino de su alma, que habitualmente se muestra de sus dedos los tirabuzones de la esfinge, aferrándose como una figura de dimensiones reducidas. a su cuello. Un ligero resalte sobre su codo parece in- Por ello, en varias ocasiones se ha relacionado la dicar que llevaba túnica de manga corta. El extremo in- iconografía de la esfinge de Elche con la del Pilar de las ferior de la pierna y el pie del mismo lado, de tamaño Arpías de Xanthos (Chapa 1986: 378), un friso de már- algo exagerado, surgen bajo el ala del animal, apoyán- mol en relieve de poco más de un metro de altura, si- dose oblicuamente sobre su cuerpo. El arco que forma tuado sobre un pilar de 5 m (fig. 14). La denominación

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Figura 15. Arpía del conjunto escultórico de Porcuna (Jaén) (Foto González Navarrete 1987).

su cuello se inserta con un resalte en V sobre el cuerpo Figura 14. Monumento de las Arpías de Xanthos con el (fig. 15). González Navarrete (1987: 159-162) consi- traslado del alma de una difunta. British Museum (Foto deró que la cabeza sería femenina y por tanto de una si- © Trustees of the British Museum Ref. AN32808001). rena, pero el cuello en resalte y no rebajado respecto al cuerpo parece corresponder mejor con una cabeza de ave, lo que convertiría a esta pieza en una arpía. Esta de arpías para estos pájaros con cabeza femenina que consideración viene condicionada por la seguridad de transportan a dos mujeres, representadas como minia- que algunos de estos seres infernales debieron repre- turas humanas, procede de la interpretación inicial de sentarse en las escenas de combate entre guerreros. ya esta escena como la del rapto de las hijas del rey Panda- Blanco Freijeiro (1988, fig. 6) hizo esta conexión, co- reo de Licia que llevaron a cabo estos monstruos. Con mentando la presencia de unas patas de ave sobre el posterioridad se han clasificado correctamente como si- guerrero muerto, a lo que habría quizás que añadir, si- renas que se llevan las almas de dos difuntas relaciona- guiendo las características de los escultores de Porcuna, das con la familia enterrada en este monumento4 (Cook que las marcas incisas que presenta el guerrero bajo es- 1976, fig. 55). tas patas podrían ser de los picotazos del ave. Debemos La presencia de arpías no ha sido considerada en la recordar igualmente que en el conjunto de Porcuna hay escultura ibérica salvo en el caso de Porcuna. La figura otro pájaro, clasificado por González Navarrete (1987: que se consideró como tal tiene las alas explayadas y 210-211) como posible lechuza, que podría encajar por su tamaño con el que se asienta sobre la víctima, aun- que ciertamente no le corresponde (fig. 16). 4. Perseus Digital Library Project. Ed. Gregory R. Crane. Acceso: 1 de septiembre de 2011. Tufts University. http://www.perseus.tufts. Uno de los rasgos más llamativos de la figura edu/hopper/artifact?name=London%20B%20287&object=Sculpture exenta de sirena o arpía de Porcuna es que tiene una

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Figura 16. Porcuna (Jaén). 1. Escultura interpretada como Figura 17. Dióscuro a caballo sobre esfinge. Locri Epizefiri. lechuza; 2-3. Personaje abatido en combate con restos de (Foto © Atlas of italian art garras de ave e incisiones sobre el hombro, posible evidencia http://www.atlantedellarteitaliana.it/). de picotazos. (Fotos González Navarrete 1987).

ancha banda en su cintura, de la que salen cuatro plie- Su presencia terrenal se relacionaría directamente con gues a cada lado, dejando el frente libre. Como señaló su carácter de guardianas y marcadoras de un espacio González Navarrete (1987: 160), la configuración de liminar entre vivos y muertos, moviéndose en un itine- estos pliegues corresponde a la de unas alas pegadas al rario que para ellas era de doble dirección. cuerpo, con sus extremos redondeados. La gran frac- ya resaltaron Ramos Fernández y Ramos Molina tura que sufrió la pieza por este lado impide ver su co- (1992: Lám. XIV) el paralelismo de esta pieza con una nexión con el ala, con la que seguramente existiría una gran acrótera de terracota procedente del Templo de continuidad. En todo caso, estas alas plegadas dan la Casa Marafioti, en el área de Locri Epizefiri (fig. 17). sensación de un faldellín, acercándose a la idea que se Representa probablemente a uno de los Dióscuros, que representa en la figura femenina que precede a la es- monta sobre un caballo que se apoya sobre una gran es- finge de Elche. finge. Esta, con sus manos, aguanta a su vez las palmas Sin embargo, en este último caso, la esfinge no se de los pies del joven. La delicadeza de la acción, a pe- representa en vuelo, ni siquiera en una actitud próxima sar de su complejidad técnica nos indica el carácter ser- a remontarlo, aunque la elevación del vientre puede ser vicial de la esfinge cuando el personaje humano con el una indicación en este sentido. Se aproxima así al carác- que se relaciona tiene un carácter semidivino o heroico. ter básicamente estático que muestran otros ejemplares La esfinge de Elche no ha perdido sus poderosas ga- de esfinges ibéricas, también echadas, como las de El rras que, aunque esquemáticas, tienen un tamaño consi- Salobral, Bogarra o El Macalón. Otros casos, como las derable. Han adquirido, en todo caso, un cierto carácter esfinges sentadas de Agost (Olcina Doménech y Ramón humano, al no mostrar con demasiada franqueza las Sánchez 2009) o las sirenas de Corral de Saus o El Mo- uñas afiladas. Las pulseras, si es que lo son y no re- nastil (Izquierdo 1999), permiten apreciar que su sen- cursos iconográficos para indicar la frontera entre bra- tido vehicular quedaba implícito en su representación. zos y garras, apoyarían esta intención humanizadora.

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Figura 18. 1. Koré de Alicante; 2. Cabeza femenina de Úbeda la Vieja (Fotos Blech y Ruano 1993); 3. Cabeza de La Alcudia (Foto T. Chapa).

Sin embargo, su poder queda fuera de toda duda. Esta ibéricas de piedra que conservan tanto el cuerpo como insistencia en la amenaza que puede residir en ellas se la cabeza (Agost, Bogarra) nos señalan la presencia aprecia también en la pata trasera de la esfinge de El Sa- de una diadema asociada al peinado de mechones más lobral conservada en Paris o, mucho más esquemática- gruesos, aunque aquella nunca alcanza la misma enver- mente, en las de El Macalón y Bogarra (Chapa 1980: gadura de Úbeda la Vieja o Alicante (fig. 18). Láms. V, VI y VII). Ignoramos si las cabezas de esfinge asociadas a los La falta de la cabeza es, como se ha dicho, una difi- mechones finos, como es el caso de la de Elche, ten- cultad importante a la hora de valorar esta pieza, puesto drían el mismo tocado o si este sería más sencillo. La que podría aportar muchos detalles a su carácter. Sus única cabeza humana que presenta este tipo de mecho- mechones, que caen oblicuamente sobre el cuello, nos nes procede de La Alcudia y se conserva en su Museo vuelven a recordar en cierta medida a la esfinge de El Monográfico. Se trata de una figura de pequeño tamaño Salobral, distanciándose de otras, como las ya citadas caracterizada por su sonrisa y sus ojos rasgados. Su pei- de Bogarra y Agost, o la sirena de Villaricos (Alma- nado consiste simplemente en mechones finos que se gro-Gorbea y Torres 2006), cuyos tirabuzones, en to- muestran en el flequillo y bajo un gorro liso que parece dos los casos, adquieren notable relieve, siendo casi cubrir la parte posterior de la cabeza. En el mismo sec- siempre múltiples. Se asemeja así su peinado al de cier- tor del yacimiento, situado en el extremo oriental, se tos jóvenes ibéricos, hombres y mujeres, que recogen recuperaron el cuerpo de una leona con el costillar mar- sus largos cabellos en dos gruesas trenzas, desapare- cado, un tronco de toro, una cintura correspondiente a ciendo éstas al llegar a la edad adulta, como nos mues- un varón y varios relieves (Ramos Fernández y Ramos tran los exvotos de bronce de los santuarios de Jaén Molina 2004: 136-137). Como en los casos anteriores, (Rueda 2007: 232). pudiera tratarse de una cabeza humana, pero tampoco Se ha propuesto reiterativamente que ciertas ca- es incompatible con la de una esfinge. bezas femeninas con peinado de mechones ondulados Junto con las garras y la envergadura de su cuerpo, sobre la frente y tocado de diadema alta podrían co- el ala del ejemplar del Parque Infantil de Tráfico fue rresponder a esfinges. Es el caso de la koré de Alicante otro de los elementos más llamativos de esta pieza. (Verdú 2009, con bibliografía anterior) o de la cabeza Surge de la mitad superior del brazo y continúa la lí- de Úbeda la Vieja (Blech y Ruano 1993: fig. 1). La pri- nea del omóplato, para elevarse sobre el cuerpo defi- mera no muestra indicios de mechones sobre su cuello, niendo una curva que sólo queda esbozada, a falta de pero en la segunda pieza se aprecia el arranque de va- su extremo. Consta de dos cuerpos paralelos longitudi- rios tirabuzones. Como hemos visto, esto no indica ne- nalmente y muy claramente definidos. Uno de ellos es cesariamente que se trate de una esfinge y no de una liso, y llega hasta el final del ala. En principio podría figura humana, pero la primera opción no puede des- pensarse en una decoración pintada, de tipo plumón, cartarse. En todo caso, los raros ejemplos de esfinges como sucede en el pínax de Ibiza (Blázquez 1956) o en

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Figura 19. 1. Detalle del ala de la esfinge de Elche (Foto T. Chapa); 2. Estatuilla femenina entre esfinges de Galera (Granada) (Foto M.A.N.); 3. Dibujo parcial de la Fuente incisa de El Gandul (Sevilla) (a partir de Fernández Gómez 1989); 4. Pinax con esfinge de Ibiza (Foto Fontan y Le Meaux 2007-2008: catalogue 238); 5. Ala de sirena de Villaricos (Foto M.A.N.); 6. Esfinge en bronce de Cástulo (Jaén) (Foto Centro Andaluz de Arqueología Ibérica). las esfinges de marfil, tanto próximo-orientales- (Bar en las esfinges que flanquean a la dama sedente de -Ga nett 1977: 47) como griegas arcaicas. Es el caso del lera (Olmos 2004), en las que el primer cuerpo se de- ejemplar de Perachora, que repite el diseño longitudi- cora finamente con trazos horizontales y un plumón nal del ala con cuerpos paralelos, pero decorando con perlado, o en la “sirena” de Villaricos (Almagro-Gor- círculos el primero de ellos (Osborne 1998, Lám. 24). bea y Torres 2006), cuyas plumas surgen también de En el caso de Elche no hemos podido apreciar a simple un cuerpo liso. El ala de la esfinge de Elche surge y cu- vista indicios de pintura, aunque Ramos Fernández y bre el hombro del animal, mientras que en los casos Ramos Molina (1992: 35) señalan que conservaba res- antes citados y en otros que siguen modelos orienta- tos de color rojo. Este hecho coincide con otros ejem- les, como la esfinge de bronce de Cástulo o las que de- plares, como las esfinges de El Salobral, con restos bien coran la bandeja de El Gandul (Jiménez Ávila 2002, documentados (Navarro Gascón 2001). fig. 245), las alas suelen dejar libre esta zona. Sin em- En la Península Ibérica las alas largas, de cuerpos bargo, este no era un rasgo normativo, puesto que en paralelos y plumas cortas, tienen su mayor desarrollo otros ejemplares del mismo contexto general podemos en época preibérica (fig. 19). Este es el modelo seguido ver cómo las alas cubren los hombros y tienen la misma

SPAL 20 (2011): 151-174 ISSN: 1133-4525 VIAJE A LA ETERNIDAD. EL GRUPO ESCULTÓRICO DEL PARQUE INFANTIL DE TRÁFICO (ELCHE, ALICANTE) 163 configuración formal. Así sucede en los grifos - pinta dos sobre el píthos de Carmona (Belén et al. 1997: figs. 33-34, foto 13), en el que decora un vaso del conjunto de Lora del Río (Remesal 1975: fig. 1), o en los pa- tos que flanquean la figura femenina central del Bronce Carriazo (Maluquer 1957). Tampoco hay que olvidar, y menos en el caso que estudiamos, la relación de las esfinges con las divini- dades femeninas y su asociación directa con los tronos en los que se sientan. De alguna forma, también en es- tos casos se convierten en soportes divinos y por ello podemos vincularlas a la figura apoyada en las patas delanteras del ejemplar de Elche. En el contexto ibé- rico el caso más conocido es el de la figura de Galera, en el que las esfinges se nos representan como anima- les “reales”, y no meras decoraciones en relieve de un trono, aunque su presencia como soportes iconográfi- cos también es muy frecuente. Así sucede en los llama- dos “tronos de Astarté” de ámbito fenicio, que alcanzan épocas relativamente tardías (Delcor 1983) (fig. 20). La proximidad entre las esfinges y las figuras divi- nas o humanas de la más alta condición se evidencia Figura 20. Trono votivo de Astarté flanqueado por esfinges también en el caso de Porcuna, donde una esfinge en procedente de Khirbet et-Tayibeb (Tiro, Líbano), s. II a.C. pie se adorna con vestimentas que caen del cuello hasta Museo del Louvre AO4565 (Foto © Musée du Louvre /C. el suelo, perfilando el interior de las patas delanteras Larrieu). (fig. 21). La tela surge de dos adornos situados a los la- dos del cuello y una tira oblicua, que queda prendida en el lado derecho, impide que la vestimenta se abra y conforma una especie de escote en pico. Se conserva algo mejor este lado, apreciándose que sobre el final del hombro hay una línea en resalte curvo que daría paso al ala. Blanco Freijeiro (1988: 208-209 y fig. 3) propuso que el relieve triangular, en forma de “cartabón”, que se sitúa bajo el inicio del ala de la esfinge sería un posible apoyo pensado para dejar la figura exenta, cosa que al final no se completó. Su morfología, sin embargo, per- mitiría relacionarla con un ala plegada, aunque esta po- sición sería muy inusual. La vestimenta de la esfinge se remata en borlas, aunque los pliegues del lado izquierdo son diferentes en su relieve y morfología respecto a los del lado dere- cho. Estos remates se aprecian en algunas de las figu- Figura 21. Esfinge de Porcuna (Jaén) (Foto Museo de Jaén). ras humanas del mismo conjunto, aunque la forma se acerca más a la del “sacerdote” que a la de la “sacer- dotisa”, por el hecho de que los pliegues de la esfinge cuello muestra signos evidentes de girar hacia la dere- son verticales, como en el primero de estos personajes, cha, indicaría una visión preferente por este lado. La mientras que los de la escultura femenina son oblicuos. humanización y dignificación de su cuerpo con las ves- La esfinge de Porcuna esta tallada por ambas caras, y tiduras indica, como sucedía en Egipto, una estrecha su plinto se desarrolla también por igual, aunque en el asociación con las divinidades y las élites dominantes. lado izquierdo parece que el resalte triangular apuntado La figura ya citada de Galera nos lo muestra con clari- no se habría marcado. Este detalle y el hecho de que el dad, al decorar los cuellos de las esfinges con collares

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 151-174 164 TERESA CHAPA BRUNET / MARÍA BELÉN DEAMOS de complejos dibujos (Almagro Gorbea y Torres 2010: denominaba “Asterios”, y las estrellas que le recubrían 193) y sus grupas con cintas, como si todo su cuerpo se representaban como flores. Aunque presentan -seg felino estuviera vestido con una túnica de remates de- mentos circulares, los motivos incisos de la esfinge de corados. Quedan finalmente por analizar los motivos Elche no pueden interpretarse como rosetas o motivos circulares incisos que la esfinge lleva marcados sobre florales, ni tampoco como ruedas, aunque no sería des- su anca izquierda (fig. 11). Su morfología no puede ser cartable que sugieran el giro que engendra movimiento, definida con detalle, debido a la costra que los cubre y por extensión el tránsito astral. parcialmente y que impide su visualización completa. Este hecho y la erosión apreciable tanto en las incisio- nes como en las puntuaciones que a ellas se asocian, La diosa del vestido de alas permiten considerar que estos motivos son contempo- ráneos al uso de la escultura, pero complican un estudio La iconografía de la figura femenina que encabeza detallado de las mismas. el grupo escultórico se relaciona con las imágenes an- ya hemos reconocido en otros trabajos el empleo tropomorfas aladas que desde mediados del II milenio de incisiones finas sobre las esculturas ibéricas,- ape a.C. se asocian en Egipto al mundo de ultratumba (Ló- nas visibles para un espectador no advertido o sin la pez Grande 2003). Las diosas Maat, Nut, Isis y Nef- iluminación precisa (Chapa et al. 2009 a y b). En el tis, entre otras, ofrecían protección al difunto bajo sus caso de Elche los motivos son discretos pero aprecia- alas y le garantizaban la vida eterna. Una versión sin- bles, y teniendo en cuenta la presencia en ciertos puntos gular de estas representaciones fueron los vestidos que de la estatua, como el pie del jinete, de otras incisiones incorporan las alas plegadas sobre la túnica, bien caí- que pudieran delimitar elementos de vestido rellenos de das desde la cintura y cruzadas sobre la parte inferior pintura, no podemos descartar que estos motivos cir- del cuerpo, o bien envolviéndolo en capas. Desde la di- culares también fueran pintados, haciéndose aún más nastía XVIII esta indumentaria divina fue compartida evidentes. La falta de incisiones u orificios más profun- por las madres, esposas e hijas del faraón que tenían la dos impiden pensar en que fueran el asiento de apliques condición de damas sagradas (Idem: 43-55) (fig. 22), lo metálicos, como debió suceder en el “torito” de Por- que hace que sea imposible conocer la identidad y natu- cuna (Blanco Freijeiro 1960: 38). raleza divina o mortal de los personajes en ausencia de La existencia de motivos incisos y/o pintados en inscripción que las acredite (Robins 2008: 129). los omóplatos y ancas de los animales es un hecho fre- La iconografía de las deidades con alas, femeninas cuente, especialmente en el arte del Próximo Oriente y y masculinas, pasó de Egipto al Próximo Oriente en- Orientalizante en general. La expansión del motivo de- tre fines del II y principios del I milenio a.C. y desde nominado “flame and frond” (Herrmann 1989; 2000: allí los fenicios lo difundieron en su expansión por el 13) fue general en todo el Mediterráneo, y la Península Mediterráneo (Keel 2007: 186), conservando su rela- Ibérica no fue una excepción (Almagro-Gorbea 2008: ción con el ámbito funerario. No se excluye la transmi- 412). Además de los animales “marcados” de los mar- sión directa desde territorio egipcio a Cartago (López files orientalizantes andaluces y extremeños, tenemos Grande 2003: 133-134), donde el motivo aparece por también evidencias similares en la decoración de las primera vez en la decoración de un peine de marfil del cerámicas de carácter ritual, como las de Montemolín siglo VI a. C. (López Grande y Trello 2004: 341, fig. 6), (Chaves y De la Bandera 1986). aunque el tipo de las alas pegadas sobre el cuerpo como Marcas naturales o añadidas debieron tener un sig- parte del vestido sólo se conoce con seguridad a par- nificado importante en su asociación con los animales, tir del siglo IV a.C., si bien pudo crearse con anteriori- ya que en ocasiones se relacionan con símbolos divi- dad (Aubet 1976: 74). El ejemplo más renombrado es nos. En leyendas antiguas, como la de la fundación de sin duda el sarcófago de la necrópolis de Sainte-Moni- Tebas, el oráculo de Delfos indica a Cadmo que siga a que fechado en los siglos IV-III a.C. Las alas salen de una vaca y construya una ciudad allí donde el animal la cintura y envuelven las piernas de la figura femenina caiga exhausto. El héroe escoge para ello a la que lle- esculpida en la tapa, dejando ver el borde inferior de la vaba en sus flancos un disco blanco que identificó con túnica a la que se superponen y los dedos de los pies la luna (Grimal 1993: 79 “Cadmo”) y el animal le con- (Sznycer 1995: 101). De personalidad controvertida dujo a través de Beocia hasta el lugar donde debía ser por ser anónima –sacerdotisa revestida con atributos di- levantada la ciudad. Como también recuerda Blanco vinos para unos, la efigie de la diosa Tinnit, para otros–, Freijeiro (1961-1962: 187) al Minotauro cretense se le la talla aúna influencias estilísticas egipcias y griegas,

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de tamaño casi natural, con cabeza leonina y falda es- trecha con dos capas de plumas sobrepuestas. Las pie- zas se suelen datar en el siglo I d. C., aunque podrían ser más antiguas de acuerdo con las fechas que ahora se proponen para el inicio de la actividad cultual en el complejo sacro. En cualquier caso, esta iconografía hí- brida mantuvo plena vigencia después de la imposición del poder romano sobre la antigua colonia cartaginesa y su territorio. Un personaje femenino leontocéfalo ves- tido con falda de plumas, figura en un denario acuñado por Q. Caecilius Metellus Pius Scipio a mediados del I a.C. El tipo monetal se acompaña del rótulo G T A en el que se ha leído G(enius) T(errae) A(fricae), in- terpretando que se refiere a Tinnit, la antigua divini- dad poliada de Cartago, convertida ahora en patrona de la provincia africana (Marín Ceballos 1995: 837-840). En el ámbito semita extremo occidental, diosas con uno o dos pares de alas desplegadas están representa- das sobre distintos soportes de época orientalizante, sin ser un motivo frecuente (Le Meaux 2010: 65-68 y 93), pero como en el resto del Mediterráneo, el vestido de alas sólo está documentado en época púnica. Los me- jores ejemplos nos lo ofrece la colección de exvotos de la Cueva de Es Culleram, al NE de la isla de Ibiza, un santuario consagrado a Tinnit, según consta en una inscripción del II a. C. que la invoca como “poderosa y Gad”, resaltando su carácter de divinidad poliada (Marín Ceballos et al. 2010: 155). El conjunto más re- presentativo entre las terracotas procedentes del yaci- miento son cerca de 1.000 figuras femeninas de forma acampanada revestidas con dos grandes alas, general- mente de dos capas de plumas, que cubren el cuerpo a modo de manto. Muchas presentan una flor de tres pé- Figura 22. La reina Tiy con vestido de alas (Foto Chr. Ziegler talos sobre el pecho, por lo común identificada como 2008: 19). loto (Le Meaux 2010: 102-103) (fig. 23), y con menor frecuencia motivos astrales, con o sin caduceo. Para Aubet (1976: 76-77) esta singular versión del personaje como es común en el arte fenicio y púnico. Más popu- femenino con vestido de alas, prácticamente descono- lar parece haber sido la falda envuelta por varias capas cida fuera de Ibiza, es una recreación púnica con rasgos de alas, que encontramos en joyas (Quillard 1987: 196- originales respecto a los modelos egipcios que la ins- 197, pl. XXIII: 311 y XLI: 4), terracotas (Aubet 1976: piraron y a la coroplastia griega siciliota cuya influen- 73-74, lám. V) y navajas de afeitar (Marín Ceballos cia es igualmente notoria (Marín Ceballos et al. 2010: 1987: 68, fig. 9), procedentes de contextos sepulcra- 142). Lamentablemente, la falta de contexto estratigrá- les con cronología comprendida entre el IV y el II a.C. fico impide datar con precisión estas figuras acampa- Con frecuencia el vestido de alas se asocia a imágenes nadas. Las fechas de los siglos IV y III a. C. propuestas leontocéfalas, asimismo deudoras de la iconografía re- por Aubet (1976: 66) son posibles, pero en opinión de ligiosa egipcia (Marín Ceballos 1995). A unos 60 km Ramón (1982: 20-21) la mayor parte de las piezas de- de la capital tunecina, en Thinissut, un santuario rural ben corresponder a la etapa de apogeo del santuario, en el que se daba culto a Tinnit desde época tardo-pú- que se desarrolla entre el siglo III y mediados del II a.C. nica (III-II a. C.) (Bullo y Rossignoli 1998), se hallaron Los ejemplos comentados, principalmente los de fragmentos de varias estatuas femeninas en terracota Thinissut y Es Culleram por estar refrendados por

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compartieron funciones, iconografía y lugares de culto, de Oriente a Occidente, a lo largo de gran parte del I milenio a.C. (Hvidberg-Hansen 1979; Lipinski 1995: 199-215; Bonnet 1996).Tan estrecha es la relación en- tre ambas que para algunos autores (Lipinski 1995: 205), Tinnit no fue más que una hipóstasis de Astarté, “la forma púnica” de la gran diosa semita del I mile- nio, en palabras de G. Ch. Picard (1954: 65). Aunque no parece que ninguna de ellas llegara a suplantar a la otra, los fenómenos de interpretatio de que fueron ob- jeto, reflejan de modo inequívoco la afinidad que se les reconocía (Bonnet 1996: 97-108). Estas asimilacio- nes las presentan como diosas curótrofas, astrales, ma- rinas, políadas y ctonias, sin que podamos establecer con claridad cómo fueron evolucionando con el tiempo tan variadas funciones, que se traducen en diferentes tipos iconográficos, muchos de ellos igualmente com- partidos por ambas, que resaltan una u otra dimensión de sus complejas naturalezas y las dotan de una ima- gen multiforme. Tinnit es una diosa de origen oriental conocida a través de la epigrafía al menos desde el si- glo VIII a.C., pero su promoción en el ámbito semita norteafricano a partir de fines del V a.C. no supuso la anulación de Astarté, que está muy presente en la ono- mástica cartaginesa y todavía se le rendía culto después de la conquista por los romanos de los antiguos domi- nios púnicos (Bonnet 1996: 97-108). Una inscripción de la localidad libia de Mididi, en Túnez, grabada en caracteres neopúnicos y fechada en el I a.C., recoge la dedicación por los ciudadanos del lugar de un templo a Ashtart, “esposa de Baal”. y a la inversa, la epigra- fía monetal también documenta el culto de Tinnit en Oriente, hasta el siglo II d. C. Son, pues, diosas distintas Figura 23. Terracota de la Cueva de Es Culleram (Ibiza) (Foto pero muy próximas. Su estrecha relación se expresa en cortesía del Proyecto “Tinnit en Ibiza”, HUM 2007/63574). los documentos epigráficos mediante fórmulas de sin- cretismo o de parentesco. En la famosa inscripción ha- llada en Sarepta, fechada en el VII a.C., se le dedica una testimonios epigráficos, prueban la relación del vestido estatua a Tinnit-Ashtart, como si se tratara de una única de alas con la diosa Tinnit en el ámbito púnico del Me- entidad divina. El teónimo compuesto es una forma sin- diterráneo centro occidental. Sin embargo, no podemos crética que Xella (1990: 174-175) considera indicativa concluir de ahí que fuera una iconografía canónica de de la estrecha relación entre las dos diosas, una unión la diosa, que parece que nunca tuvo, sino una forma que enriquecía su naturaleza y ampliaba sus respectivos de expresar una faceta concreta de su compleja per- campos de acción, sin que por ello perdieran su indi- sonalidad. Tampoco fue la única divinidad semita que vidualidad ni la facultad de mostrarse de forma inde- usó este tipo iconográfico, porque algunos documen- pendiente (cf. Hornung 1999: 88-90). C. Bonnet (1991) tos nos muestran en la misma imagen a distintas deida- ha llegado a sugerir una relación fraternal entre ambas, des con faldas de alas, como el escarabeo de Tharros en basándose en una inscripción bilingüe greco-latina ha- el que dos personajes femeninos de cabeza felina ves- llada en Deir el-Qal’a, en la montaña libanesa. Se fecha tidos de ese modo, flanquean a un tercero, asimismo en el II-III d.C. y menciona a Hera-Juno, que la autora de cuerpo híbrido, pero desnudo y con alas desplega- cree interpretatio de Astarté, y a Hera Néôtera que en das (Marín Ceballos 1995: 829, fig. 1). Astarté y Tinnit la inscripción latina se convierte en Caelestis, la diosa

SPAL 20 (2011): 151-174 ISSN: 1133-4525 VIAJE A LA ETERNIDAD. EL GRUPO ESCULTÓRICO DEL PARQUE INFANTIL DE TRÁFICO (ELCHE, ALICANTE) 167 romana que encubre, en opinión mayoritaria, a la Tinnit antropomorfa y simbólica de una diosa sobre cerámica púnica (Cadotte 2007: 65-81), que aquí aparece como (González Alcalde 1997), los pebeteros en forma de ca- hermana menor, en una relación de parentesco que re- beza femenina (Moratalla y Verdú 2007: 344-346) y la cuerda a las egipcias Isis y Nephtys con las que tanto interpretatio latina de las devociones de la ciudad (Po- tenían en común. Resulta sugestivo evocar aquí a la pa- veda 1995), son otros testimonios de la influencia pú- reja de diosas leontocéfalas con falda de alas que figura nica en la religiosidad de la antigua Ilici entre el siglo en un anillo de oro hallado en la necrópolis cartaginesa III a. C. y la etapa romana. Como se ha señalado (Ben- de Sainte-Monique, fechado en el III a. C. (Quillard dala 2005, entre otros), la impronta púnica de la cultura 1987: 196, lám. XXIII: 311), por más que no pueda ase- ibérica contestana, muy acusada en el entorno del anti- gurarse que sean las diosas semitas hermanadas. guo golfo ilicitano, no puede entenderse sin considerar La historiografía española reciente asume que el la presencia estable de población de origen púnico en culto de Astarté, introducido por los fenicios durante la zona y una larga etapa de interacción entre iberos y la etapa colonial, continuó también en Iberia al menos semitas. Las tradiciones púnicas, que se afianzan en la durante los últimos siglos prerromanos, quizá en sin- zona sobre todo en la etapa cartaginesa, arraigan sobre cretismo con Tinnit que parece omnipresente en el sur un sustrato fenicio arcaico bien documentado en los úl- y sureste peninsular a partir del siglo IV a.C. y, sobre timos años (Sala Sellés 2004). todo, en la época de dominio bárquida (Ferrer 2002: 209; Moneo 2003: 431). Esta opinión, acorde con lo que se sabe del desarrollo histórico del culto de ambas CONCLUSIONES diosas en el norte de África, no ayuda a resolver el pro- blema de la identidad de las imágenes, de ahí que las La presencia de la esfinge no es una novedad en- opciones vacilen a favor de una u otra divinidad sin cri- tre las manifestaciones escultóricas ibéricas, pero la terios claros, con la complicación añadida de los sin- pieza encontrada en el Parque Infantil de Tráfico de El- cretismos y superposiciones que debieron producirse che presenta una asociación singular con dos figuras, en las distintas situaciones de contacto cultural. Es el una de ellas humana y otra divina. Esto la convierte caso de la figura femenina del grupo escultórico de El- en un caso único, como ha reconocido unánimemente che, que unos identifican con Astarté (Prados 2002- la investigación, aunque son muchos los interrogantes 2003: 216) y otros con una deidad local asimilada a que todavía presenta y que distan mucho de poder re- Tinnit (Marín Ceballos 1987: 66 y 68), o con una am- solverse. La interpretación del contexto arqueológico bigua Astarté-Tinnit igualmente sincretizada (Poveda llevó a datar la obra en el siglo V a.C. (Ramos Fernán- 1999: 38-39) que se justifica en la dificultad de dife- dez y Ramos Molina 1992: 29), fecha que se avenía renciar los rasgos característicos de una y otra. El ves- bien con los rasgos estilísticos antiguos que presenta la tido de alas y la flor de tres pétalos que cubre su pecho, talla de las alas del animal, pero el modelo iconográfico la caracterizan como divinidad a la vez urania y del in- de la diosa con vestido de alas, en sus distintas versio- framundo, guía segura en el viaje al Más Allá, protec- nes, no se conoce en el mundo púnico antes del siglo tora en el reino de la muerte y garante del retorno a la IV a.C., como bien señaló Marín Ceballos (1987: 66). vida, de la regeneración simbolizada en la flor de loto. Estas fechas más recientes coinciden con una época de El tamaño desmesurado de la mano derecha habla de crecimiento económico en la Contestania ibera que po- la generosidad de la diosa y de su compromiso con los tencia las relaciones de intercambio, los contactos y los que en ella confían. La estética y el simbolismo de la cambios sociales. Es también la etapa de auge de la pro- imagen son púnicos y posiblemente están inspirados ducción escultórica (Sala Sellés 2007: 52) que ahora en una estatua de culto. La supremacía de Tinnit en el incorpora corrientes estéticas y modas de procedencia mundo púnico, su reiterada y ubícua presencia en el su- púnica (Prados 2007). Muchas de estas novedades de- reste peninsular a partir del siglo IV a.C. (Marín Ceba- bieron llegar a través de Ibiza, entre otras la iconogra- llos 1987) y la forma con que se expresa su condición fía de Tinnit alada que adopta la diosa psicopompa del de diosa alada, bien conocida como tipo de la diosa grupo para el viaje a la eternidad. cartaginesa, inclinan nuestra opción a su favor. En la Como se ha señalado al comienzo, la esfinge se en- transmisión del modelo pudo haber intervenido Ibiza, contró partida en dos grandes trozos que se incluyeron que mantenía relaciones comerciales estrechas con en un murete ovalado junto a otros fragmentos de es- las comunidades iberas del área contestana. La arqui- culturas ibéricas. Entre ellos, un toro, una garra de es- tectura religiosa (Prados 2002-2003: 207), la imagen finge, patas y un posible resto de cuadrúpedo, parte de

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Figura 24. Fragmentos escultóricos descubiertos en el área del Parque Infantil de Tráfico de Elche (Fotos T. Chapa). un faldellín y un torso masculino con la espalda va- simplificados y de limitado relieve, sobre una superfi- ciada. Es de suponer que en el lado oriental del “té- cie plana, y apenas los eleva sobre la altura de su pata. menos”, destruido por la construcción romana, hubiera Aunque lleva una “pulsera”, esta se encuentra dividida otras piezas, además de las que pudieran completar a en secciones, mientras que en la gran esfinge es lisa. En las ya citadas. general, y aunque sabemos que hay diferencias entre La asociación de estas esculturas supone un caso esculturas de un mismo conjunto, en este caso el tipo excepcional en la estatuaria ibérica. Dado que el lado de labra y de alisado no presentan afinidades suficien- derecho de la esfinge corresponde a un bloque informe tes, por lo que consideramos que pudieron pertenecer a o muy dañado por los golpes y la erosión, se ha su- grupos distintos. puesto que formaba parte del monumento de sillería También nos vamos a permitir en este trabajo, al cuyos bloques fueron recuperados en los muros de la menos hipotéticamente, disociar el monumento de si- villa romana, situándose su emplazamiento original in- llares respecto a las esculturas recuperadas en el alinea- mediatamente al norte del “témenos”. Aunque el re- miento. En una primera presentación provisional en el baje interpretado como asentamiento de los sillares de Museo de Elche, la base de la edificación, bastante más base indicaba unas dimensiones de 3,30 m de lado, las ancha que el resto del alzado, servía como repisa para dimensiones que se proponen para la base del monu- la colocación de otros restos escultóricos. Como sabe- mento no superan 1,90 m, reduciéndose a 1,22 m la mos, en el momento actual esa situación se reserva para longitud del segundo cuerpo. Si la figura de la esfinge la esfinge, pero lo cierto es que no conocemos por ahora estaba preparada para formar parte de la edificación en ejemplos de esculturas adosadas a un lienzo de sille- este nivel y no iba adosada, como se presenta hoy en ría, sino más bien de piezas que cumplen por sí mismas el Museo, su longitud debería añadirse a la de la pa- una función arquitectónica. Pensemos, por tanto, que red, acercándose más al tamaño que presenta la huella esta escultura formaba parte integrante de un muro, de que habrían dejado los sillares en el suelo. La existen- piedra o arcilla, que no tuvo necesariamente que ser el cia, además, de una garra que pudiera corresponder a del monumento de remate piramidal, o por lo menos no otra esfinge ha hecho pensar en un monumento turri- hay prueba alguna que los reúna incontestablemente. forme con cuatro esculturas de esquina, lo que modi- Tampoco las figuras que se recuperaron con la es- ficaría la altura y las proporciones del edificio (Prados finge formaban, en principio, parte del monumento. 2008: 260). Las más significativas son el toro y el torso de varón, Debemos resaltar, sin embargo, que la morfolo- que son figuras exentas (fig. 24). En el primer caso gía comparada de las garras no permite asegurar que nos encontramos con una escultura que sigue las nor- se trate de figuras gemelas. La diferencia en - laen mas de un tipo muy original de bóvidos que se extien- vergadura y la forma de los dedos es suficientemente den desde Sagunto a la desembocadura del Segura, grande como para atribuirlas mecánicamente a una con una concentración importante en el Valle del Vi- misma pareja. La garra aislada curva sus dedos, muy nalopó (Chapa 2005 y 2005-2006). Se trata de toros en

SPAL 20 (2011): 151-174 ISSN: 1133-4525 VIAJE A LA ETERNIDAD. EL GRUPO ESCULTÓRICO DEL PARQUE INFANTIL DE TRÁFICO (ELCHE, ALICANTE) 169 posición echada, que tienen en general orificios para in- soportes y actuarían como esculturas exentas relaciona- sertar elementos postizos representando cuernos, orejas das con el culto. Vincular el personaje masculino cuyo y lengua (Llobregat 1974). En su testuz a veces se di- torso conservamos parcialmente y el alma del difunto buja un rectángulo de lados cóncavos, y en varios ejem- que la esfinge transporta no puede pasar, hoy por hoy, plares se ha vaciado una zona inferior del cuerpo que de una idea incontrastable. serviría para albergar algún elemento no determinado o El paisaje de época ibérica en esta zona debió de para ser encajada en un soporte. constar de una serie de monumentos de carácter reli- El toro del Parque Infantil de Tráfico sigue la norma gioso y quizás funerario, aunque hasta el momento no en lo referente al vaciado inferior y a los elementos ac- se han hallado restos de enterramientos. Algo más al cesorios, aunque también muestra considerables ele- sur del Parque de Elche, dentro del casco antiguo, se mentos originales. Los más importantes se refieren a las recuperaron, siempre de forma casual, algunas de las numerosas arrugas que cubren completamente su cue- mejores piezas escultóricas ibéricas ilicitanas (fig. 25). llo y cabeza, formando diseños entrelazados que dejan Una de ellas es una figura exenta de felino de excelente espacio para incluir un ojo ovalado con pestañas indi- factura conservada en el Museo Municipal. La primera cadas. El segundo es la disposición de sus omóplatos, noticia la dio Ramos Folqués (1964: 673), quien indicó que se unen en la parte superior, lo que, junto a la mala que conservaba líneas de pintura roja en la zona del conservación del ejemplar, hizo que se clasificara ini- cuello. Su hallazgo se produjo en terreno urbano, frente cialmente como “pájaro”. En tercer lugar, la posición al Parque Municipal, al extraer tierras para cimen- del animal es anómala respecto al resto, ya que si acep- tar un nuevo edificio. Aunque la pieza se encontraba a tamos la propuesta expositiva, este toro estaría alzado dos metros de profundidad, los informantes aseguraron sobre sus dos patas delanteras. Consideramos que no que junto a ella había cerámica moderna, lo que llevó debe descartarse, en todo caso, la posibilidad de que a Ramos Folqués a suponer que la escultura apareció estuviera echado, como todos los demás ejemplares de en La Alcudia y fue trasladada a una colección parti- este grupo tipológico. cular en Elche, que finalmente se deshizo de ella. Más Finalmente, el torso varonil vaciado por la espalda adelante, Ramos Folqués y Ramos Fernández (1976: tiene su paralelo geográfico más cercano en la pro- 671) concretan que el subsuelo en el que apareció la pia Dama de Elche. En el ejemplar del Parque Infan- leona correspondía a la casa llamada “Torre del Par- til de Tráfico el orificio es proporcionalmente grande, que” (Ramos Folqués y Ramos Fernández 1976: 671). dejando un reborde exterior de unos 5 cm. El interior Otro fragmento de escultura se encontró en la cimenta- estaba ennegrecido, por lo que se le ha asignado una ción de una vivienda en la Glorieta. Corresponde a la función de estatua-urna, sin que quede claro que su parte inferior de una pierna de guerrero revestida con condición de busto sea original o fruto de la fractura una espinillera decorada, a la que se aferra una mano inferior de la pieza. Tampoco resultan fáciles de enten- humana (Ramos Folqués 1966). der los relieves que presenta su superficie, que han sido La presencia de restos de escultura en un entorno descritos como elementos de la vestimenta y el arma supuestamente alejado del núcleo urbano es un hecho de un guerrero (Ramos Molina 2000: 46). La presen- relativamente frecuente en esta zona y los numerosos cia de torsos con la espalda vaciada se extendió al me- descubrimientos en los humedales de Monforte del Cid nos hasta Baza (Granada), donde apareció una figura de así parecen demostrarlo (Abad Casal et al. 1997). Sala las mismas características. Aunque desgraciadamente Sellés (2007: 57) ha propuesto que la dedicación reli- fuera de contexto, se considera obra de época ibérica giosa de estos espacios serviría para marcar un área de tardía (Chapa y Olmos 1999). frontera entre la depresión meridional ilicitana y la cu- En definitiva, debemos pensar que cerca de donde beta del Vinalopó medio. Lo que parece claro es que se colocó finalmente el alineamiento con los fragmen- la presencia de agua es un elemento importante para la tos tallados, existió un lugar en el que, entre otros restos concentración de estos monumentos, que tendrían una no conservados o que apenas han dejado huella, hubo dedicación votiva y quizás funeraria, aunque no se ha- una estructura en la que se incluyó la esfinge con las fi- yan encontrado restos de verdaderas necrópolis. guras humanas, un toro con vaciado interno e impor- Esto nos hace preguntarnos por las razones que con- tantes elementos postizos, y un torso de varón en el que dujeron a eliminar las esculturas de su primitivo emplaza- parecen haberse depositado cenizas, ya sean de una cre- miento y a fracturarlas significativamente. El monu mento mación funeraria o de ofrendas quemadas. Probable- del Parque Infantil de Tráfico se encuentra, como indica mente estos dos últimos elementos tendrían sus propios Ramos Fernández (1987: 681) afectado por una villa

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Figura 25. Esculturas de leona y mano agarrando una pierna con espinillera halladas al norte de la ciudad de Elche (Fotos T. Chapa). romana encajada en el sistema de centuriación, pero los continuó funcionando al menos hasta fin de siglo (Ra- datos que se aportan en las distintas publicaciones del mos Fernández y Ramos Molina 1992: 25), sin que se- yacimiento no permiten relacionar la formalización del pamos más sobre posibles perduraciones o indicios de “témenos” con la reordenación romana del paisaje. Si- abandono hasta época romana. Aunque sin un ensaña- guiendo las indicaciones de Ramos Fernández y Ra- miento especial, puesto que los fragmentos escultóricos mos Molina (1992: 21) el monumento fue privado de son grandes, el hecho de golpear las esculturas hasta su decoración escultórica en la segunda mitad del s. V romperlas y recolocar por separado sus trozos no es co- a.C. Las estatuas fueron troceadas, entibadas con frag- herente con un respeto a su función ni a su representati- mentos más pequeños de las mismas y colocadas deli- vidad religiosa. Debemos pensar que pierden su sentido mitando un área de carácter religioso preexistente, que original para pasar a un nuevo contexto, en el que su ca- rácter sacro es más que dudoso. Aunque en otro contexto cronológico más tardío, los hallazgos recientemente excavados en Monforte del Cid5, muestran un procedimiento de fragmentación y reutilización bastante próximo al del Parque Infantil de Tráfico de Elche (fig. 26). Las figuras incluyen varios toros y una pareja humana. Con ellas, embutidas en ba- rro y piedras, se había formado un recinto cuadrangu- lar que delimitaba una balsa. La fecha que proponen los excavadores para la realización de esta obra es el s. II o I a.C. Esta fecha permite relacionar el troceado de las esculturas de Monforte con las nuevas necesidades

5. Agradecemos a Gabriel Segura, responsable de la empresa Arquealia, el envío de la imagen que incluimos en este trabajo, ya que en este momento los hallazgos están todavía en proceso de es- Figura 26. Alineamiento con restos escultóricos ibéricos tudio. Una noticia de los mismos puede revisarse en http://www.ar- encontrado en Monforte del Cid (Alicante) (Foto cortesía de quealia.es/uploads/noticias/Toros%20Monforte.pdf (consultado el Gabriel Segura. Arquealia). 29 de enero de 2012)

SPAL 20 (2011): 151-174 ISSN: 1133-4525 VIAJE A LA ETERNIDAD. EL GRUPO ESCULTÓRICO DEL PARQUE INFANTIL DE TRÁFICO (ELCHE, ALICANTE) 171 y modos de explotación agrícola que sobrevienen en BLANCO FREIJEIRO, A (1960): “Orientalia II”, Ar- ápoca romana, y que comenzaron por la desecación de chivo Español de Arqueología 33: 1-43. los campos afectados por los humedales del Vinalopó — (1961-1962): “El toro ibérico”, Homenaje al Prof. medio (Frías Castillejo 2010: 189). La extensión del C. de Mergelina: 163-195. Universidad de Murcia, área cultivada debió entrar en contradicción con los an- Murcia. tiguos monumentos que ocupaban ciertas áreas y que — (1988): “Las esculturas de Porcuna. III. Anima- no tenían cabida en la nueva estructura político-reli- lia”, Boletín de la Real Academia de la Historia giosa romana. El paisaje ibérico, que daba una singu- CLXXXV: 206-234. lar importancia a la conmemoración religiosa mediante BLÁZQUEZ, J. M. (1956): “Pínax fenicio con esfinge edificaciones y esculturas de carácter sacro, debió verse y árbol sagrado”, Zephyrus VII: 217-228. sustituido por una dedicación estrictamente económica BLECH, M. y RUANO RUIZ, E. (1993): “Dos escul- que desplazó los antiguos usos indígenas y restringió turas ibéricas procedentes de Úbeda la Vieja (Jaén), sus expresiones escultóricas a los santuarios. Boletín de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología 33: 27-44. BONNET, C. (1991): “Tinnit, soeur cadette d’Astarté? BIBLIOGRAFÍA A propos des cultes de Deir el-Qal’a près de Be- yrouth”, Die Welt des Orients 22: 73-84. ABAD CASAL, L.; SALA SELLÉS, F. y ALBEROLA — (1996): Astarté. Dossier documentaire et perspec- BELDA, E. M. S. (1997): “La necrópolis y el área tives historiques. (Contributi alla Storia della Reli- sacra ibéricos de “Las Agualejas” (Monforte del gione Fenicio-Punica II). CNR, Roma. Cid, Alicante)”, Lucentum XIV-XVI: 7-18. BULLO, S. y ROSSIGNOLI, C. (1998): “Il san- ALMAGRO-GORBEA, M. (2008): “Objetos de marfil tuario rurale di Bir Bou Rekba (Thinissut): uno y hueso”, en M. Almagro-Gorbea (dir), La necró- studio iconografico ed alcune riconsiderazioni polis de Medellín II. Estudio de los hallazgos: 401- di carattere architettonico-planimetrico, en M. 512. Bibliotheca Archaeologica Hispana 26-2. Real Khanoussi, P. Ruggeri y C. Vismara (eds.), L’A- Academia de la Historia, Madrid. frica Romana. Atti del XII convegno di studio ALMAGRO-GORBEA, M. y TORRES, M. (2006): vol. 1: 249-273. Editrice Democratica Sarda, “Plástica sirio-fenicia en Occidente. La sirena de Sassari. Villaricos y el origen de la plástica ibérica”, Madri- CADOTTE, A. (2007): La romanisation des Dieux. der Mitteilungen 47: 59-82. L’interpretatio romana en Afrique du Nord sous le — (2010): La escultura Fenicia en Hispania. Biblio- haut-Empire. Brill, Leiden-Boston. theca Praehistorica Hispana 32. Real Academia de CHAPA, T. (1980): “Las esfinges en la plástica ibérica”, la Historia, Madrid. Trabajos de Prehistoria 37: 309-344. AUBET, Mª. E. (1976): “Algunos aspectos sobre ico- — (1986): “Influences de la colonisation Phocéenne nografía púnica: Las representaciones aladas de Ta- sur la Sculpture Ibèrique”, La Parola del Passato. nit”, Homenaje a García y Bellido, vol. 1, Revista de Rivista di Studi Antichi 104-107: 347-392. la Universidad Complutense XXV: 61-82. Madrid. — (2005): “Las primeras manifestaciones escultóricas BARNETT, R.D. (1977): Illustrations of Old Testa- ibéricas en el oriente peninsular”, Archivo Español ment History. British Museum Publications Limi- de Arqueología 78: 23-47. ted. Londres. — (2005-2006): “Iconografía y economía: un ejemplo BELÉN, M.; ANGLADA, R.; ESCACENA, J. L.; JI- aplicado a los orígenes de la escultura ibérica en el MÉNEZ, A.; LINEROS, R. y RODRÍGUEZ, I. área del Bajo Segura (Alicante)”, Homenaje a Jesús (1997): Arqueología en Carmona (Sevilla). Exca- Altuna t. III. Munibe 5: 243-256. vaciones en la casa-palacio del Marqués de Salti- CHAPA, T.; BELÉN, M.; MARTÍNEZ-NAVARRETE, llo. Consejería de Cultura de la Junta de Andalu- M. I.; RODERO, A.; CEPRIÁN, B. y PEREIRA, J. cía, Sevilla. (2009a): “Sculptor´s signatures on Iberian stone sta- BENDALA GALÁN, M. (2005): “La Contestania tues from Ipolca-Obulco (Porcuna, Jaén, Spain)”, Ibérica y el Mundo Púnico”, en L. Abad, F. Sala Antiquity 83: 723-737. e I. Grau (eds.), La Contestania Ibérica, treinta CHAPA, T. y OLMOS, R. (1999): “El busto de varón años después: 37-52. Universidad de Alicante, de Baza (Granada). Una propuesta de lectura”, en Alicante. C. San Martín y M. Ramos (coords.), El guerrero

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Fecha de entrada: 17/02/2012 Fecha de aceptación: 26/03/2012

SPAL 20 (2011): 151-174 ISSN: 1133-4525 LAS SUPUESTAS INSCRIPCIONES PÚNICAS Y NEOPÚNICAS DE LAS ISLAS CANARIAS

ANTONIO TEJERA GASPAR* Mª ANTONIA PERERA BETANCOR**

Resumen: Estudiamos en este trabajo una serie de inscripcio- Abstract: In this article we study one series of alphabetical nes alfabetiformes encontradas en las islas canarias de Lanza- inscriptions from the islands of Lanzarote and Fuerteventura rote y Fuerteventura, diferentes a la escritura líbico-bereber, (Canary Islands), different to the lybico-berber alphabet, conocida desde el siglo XIX. Han sido interpretadas como es- known in these islands from the XIX century. There are dif- critura latina, pero también como signos alfabéticos púnicos ferent interpretations about these inscriptions, as latin letters, o neopúnicos. and also as punic or neopunics. Palabras clave: Inscripciones púnicas, neopúnicas, latinas y Keywords: Inscriptions punic, neopunic, latin and lybico- líbico-bereberes. berber.

En estas pocas líneas plantearemos algunas cuestio- La aparición de aquella escritura contribuiría al des- nes sobre uno de los hallazgos más interesantes de ca- cubrimiento posterior de un buen número de yacimien- racteres alfabéticos encontrados en las islas Canarias, tos en esta isla, y en la cercana de Fuerteventura, siendo en 1983, dados a conocer en esa fecha por sus descu- las únicas por el momento, en las que se ha documen- bridores, José de León Hernández1, Roberto Hernán- tado este alfabeto. Existe, sin embargo, cierto parecido dez2 y Ma Antonia Perera (1983). Se documentaba por con algunos signos de La Gomera, grabados en el asa vez primera en Lanzarote un nuevo tipo de escritura, de un recipiente de madera, aunque por el momento no que se parecía bien poco a la líbico-beréber, que desde se han podido determinar con toda certeza. Si bien hoy el último tercio del siglo XIX se había localizado en la resulta relativamente fácil adscribir cultural e históri- isla de El Hierro (fig. 1), de la que hoy contamos con camente la escritura líbico-beréber, tanto la del con- un repertorio epigráfico en todo el Archipiélago, que tinente africano, como la de las islas Canarias, mucho conforma, sin duda, un patrimonio de un valor extraor- más controvertida es, sin embargo, la valoración de es- dinario3 . tos otros caracteres alfabéticos, a los que se les deno- minó desde su descubrimiento como escritura “latina * Universidad de La Laguna (Tenerife) cursiva pompeyana”, o de manera más simplificada ** Cabildo de Lanzarote. “latina.” Se trataba de signos alfabéticos en extremo 1. De León, Hernández y Robayna (1988): 129-201; íd. (1995): diferentes a lo documentado hasta la fecha, por lo que 455-535; de León y Perera (1996): 49-105; de Hernández (1990): 83-89. se le buscó este otro origen, al observar ciertas similitu- 2. Hernández y Perera (1983); íd. (1987): 59-78; íd. (1990); Hernández et alii (1987): 223-294; Hernández y Perera (s/f). des con aquélla en los trazos de algunas letras. Esta de- 3. Springer (2001); Springer, Perera y Marrero (2001: 6-13). nominación se ha ido generalizando, hasta el extremo

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Figura 1. Inscripción líbica-bereber de la isla de Hierro Figura 2. Inscripción bilingüe líbico-latina de que algunos investigadores, como veremos, los con- libio se hacía referencia al nombre de Libia, utilizado sideran propios de la citada escritura4. por los griegos para denominar al África mediterránea, Una dificultad similar sobre su denominación y ads- situada al oeste de Egipto, que conocemos en la actua- cripción cultural, se produjo en fechas cercanas, con el lidad con el apelativo árabe de Magreb. y con el de descubrimiento en el norte de África de un alfabeto en canario se ponía de relieve la única zona fuera del con- el que existía un cierto parecido con algunos signos de tinente, las islas Canarias, en donde también se había los encontrados en Canarias, y que al no poderlos de- localizado esta escritura. Nos referimos al yacimiento finir tampoco de manera precisa, algunos investigado- de “Bu Njem” en la actual Libia, en donde existen al- res, como Th. Monod (1993: 381-386) y M. Milburn gunos caracteres que poseen mucha semejanza con los (1983: 8-11), optaron por denominarlos con un término canarios, y para los que René Rebuffat6 había utilizado igualmente impreciso. El de “inscripciones enigmáti- la denominación de “líbico de Bu Njem”, o de alfabeto cas” (fig. 4). “Bujenien”. y como quiera que no se han podido ads- El problema de esta escritura radica no sólo en la cribir de manera segura a ningún contexto cultural, el determinación correcta de su contexto y adscripción citado investigador quería que con esa denominación cultural, sino en el de definir su denominación precisa. no se prejuzgara la naturaleza histórico-cultural de los En un trabajo nuestro anterior, propusimos sustituir el textos hallados en este yacimiento, del mismo modo término de “escritura latina” por otro menos compro- que hemos propuesto con los de Lanzarote y Fuerte- metido, denominándola líbico-canaria, hasta tanto no ventura (fig. 5). pudiéramos precisar debidamente su adscripción cultu- ral y cronológica5. Con este nombre compuesto quería- mos expresar su origen norteafricano. Con el término 6. Rebuffat (1969: 189-212, pp. 189-195: rôle des fortresses sa- hariennes”, pp. 195-212, fouilles de Bu Njem, avec plan du camp et des principia); íd. (1972: 319-339); íd.. (1974-75 : 165-187) ; íd. 4. Para esta discusión se puede consultar el trabajo de Tejera y (1975: 495-505); íd..(1982: 188-199); íd. (1983 : 911-919) (“signifi- Perera (2011: 565-572). cation d’inscriptions de Menaa, Castellum Dimmidi, Lambèse et Bu 5. Tejera y Perera (1996: 107-131); Tejera (1990: 533-542); Te- Njem (entre 158 et 259 ap. J.-C.)”. “Le sens `autel du cierge´ rapporte jera y Chausa (1999 : 69-74). à un culte en rapport avec Flore et les Floralia (3 mai).

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Figura 3. Mapa en el que figura la relación de los alfabetos líbico-bereberes norteafricanos y su afinidad con los de las islas Canarias, según J.A. Belmonte et alii (2001).

HIPÓTESIS SOBRE SU ADSCRIPCIÓN CULTURAL

La singularidad y novedad de este alfabeto ha plan- teado una seria discusión científica del máximo interés, sobre todo –como hemos señalado–, en lo que respecta a su adscripción cultural, propiciando una serie de hi- pótesis para explicar su origen y contexto cultural. De las diferentes propuestas –todas ellas muy discutidas, como veremos–, destacamos tres. Algunos investigado- res han interpretado estos signos como propios del al- fabeto latino; otros le han buscado un origen púnico o neopúnico, frente a quienes se han decantado por en- marcarlos en una tradición autóctona norteafricana, cuyo origen se podría remontar incluso a una etapa an- Figura 4. Escritura de Bu Njem en Libia, según R. Rebuffat terior a la presencia en el Magreb de las culturas pro- tohistóricas mediterráneas. H. J. Ulbrich (1990: 7-319) los emparentó asimismo en sus primeras publicaciones algunos caracteres con esa escritura, resulta, a nuestro con escrituras ibéricas, aunque más tarde se inclinaría juicio, muy difícil de adscribirlos en su totalidad como por atribuirles igualmente una filiación latina (fig. 6). propios de aquél. La comparación con el alfabeto latino ha sido, sin El supuesto origen latino de algunas inscripcio- duda, la hipótesis que ha hecho mayor fortuna, y aun- nes alfabéticas de las islas, ya había sido defendido que ciertamente parece existir una aparente afinidad de por el investigador Pedro Hernández Benítez (1955:

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 175-184 178 ANTONIO TEJERA GASPAR / Mª ANTONIA PERERA BETANCOR

Figura 5. Ubicación del yacimiento de Bu Njem en Libia, según R. Rebuffat.

182-186), quien en 1955 interpretó como tales unas lí- neas de texto halladas en Fuerteventura7. Se trata de unos epígrafes aparecidos en 1874 y 1878, en el ba- rranco de la Torre, y en unas construcciones monumen- tales de trazado laberíntico halladas en Jandía. Fueron descubiertos por el Marqués de La Florida, don Luis Benítez de Lugo, y por el erudito majorero don Ramón Castañeyra (Álvarez Delgado 1964: 398-399), dados a conocer en la obra de Sabino Berthelot (1980: 220), quien los consideró “un fragmento de inscripción lapi- daria con signos grabados muy parecidos a los de Los Figura 6. Escritura líbico-canaria de Fuerteventura, que Letreros de la isla del Hierro” (ibid. 142). Se trata de un W. Pichler la ha considerado como alfabeto latino con su transcripción en castellano. bloque pétreo del que ignoramos las medidas, que con- tenía cinco o siete signos dispuestos en posición ver- tical, aunque probablemente de lectura horizontal. J. Álvarez Delgado también consideró estos signos epi- quienes más tarde “…dominaron a los naturales con gráficos como propios de aquélla escritura norteafri- los que comerciaban, visitando nuestro archipiélago cana, para la que propuso la siguiente lectura. Uno de periódicamente”. Después de hacer una serie de dis- ellos, lo lee (a) mdlrny y lo traduce por el tuareg “ama- quisiciones históricas de la supuesta presencia de los del-aranah”, o amadal-iranay “tierra mala”; y el otro, romanos en las islas, especialmente en Gran Canaria, (b) idyn, lo considera un plural beréber de eidi con el y en ésta de Fuerteventura, concluye diciendo que uno significado de “perro” o bien como iudayan con el de de los epígrafes, el localizado por el Marqués de La “demonio” (Álvarez Delgado 1964: 399) (fig. 7). Florida en 1874, es un texto votivo para el que propo- El citado investigador P. Hernández Benítez (1955: nía la siguiente lectura: “Centum Vir Iulius Iovi Op- 183), como decíamos, se había inclinado por conside- timo Maximo”, y “cuya versión a la lengua vernácula rarlas de origen latino-romana, para las que proponía sería: `El Centuviro Julio a Júpiter Optimo Máximo” una fecha próxima a nuestra era. Para defender su hi- (ibid., 185), la misma que Álvarez Delgado había leído pótesis utilizaba argumentos históricos, sosteniendo por el tuareg, “amadel-aranah”. La otra inscripción que las islas habían sido descubiertas por los romanos, encontrada cuatro años después, en 1878, por don Ra- món Castañeyra, fue también considerada por Sabino Berthelot como signos de tipo líbico-beréber, aunque 7. Un estudio clarificador y enjundioso sobre los supuestos ca- racteres latinos de Canarias puede verse en el trabajo de M. Ramírez para nuestro investigador se trataba igualmente de un Sánchez (2004: 2112-2130). texto latino, similar al anterior, aunque en esta ocasión

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inscripciones para determinar si los caracteres conside- rados púnicos, son vocálicos o silábicos. El autor opta indistintamente por darle un sentido de lectura sinistró- gira, es decir de izquierda a derecha, a los signos con- siderados púnicos, mientras que propone una lectura de abajo arriba para la escritura líbica. Pero como quiera que en estas escrituras la dirección puede ser diferente en cada caso, el problema no resulta fácil de solucionar. Más complejo aún es determinar si en realidad son pú- nicos estos signos escriturarios –los mismos, por cierto, que W. Pichler considera latinos–, ya que, a nuestro jui- cio, esta escritura nada tiene que ver con los alfabetos fenicio-púnicos que conocemos hasta el momento en la cuenca del Mediterráneo. MDLNRy IDyN Figura 7. Escritura líbico-bereber de Fuerteventura, interpretada en otro momento como signos latinos, La Piedra de Anaga según J. Álvarez Delgado. La supuesta presencia de escrituras fenicio-púnicas en las islas, no es, como pudiera pensarse, un hecho lo interpretaba sin discusión como una “piedra milia- nuevo, ya que a fines del siglo XIX se dio a conocer un ria” que tradujo como “Piedra miliaria.-Cinco millas” breve texto con una serie de caracteres que se preten- (ibid., 185-186), leída, en cambio, por J. Álvarez como dieron emparentar, entre otros alfabetos, con el fenicio. “iudayan”. Se hallaban inscritos en la conocida y muy discutida “Piedra de Anaga”, encontrada el año 1886 en el en- torno de Roque Bermejo (Anaga, Santa Cruz de Tene- El origen púnico y neopúnico rife) (Mederos, Escribano y Ruiz 2000: 47), en la que Manuel de Ossuna8, su descubridor, pretendió ver sig- Otra de las explicaciones dadas a esta escritura ha nos similares a los púnicos, hebreos, árabes e ibéricos, sido la de considerarla de origen púnico o neopúnico. turdetanos y líbicos a la vez (Álvarez 1964: 398). Mu- La raíz púnica de los signos la puso de manifiesto R. chos investigadores consideraron este hallazgo como Muñoz, en su análisis de un conjunto de líneas de texto una piedra falsa, atribuyéndole “sus trazos a simples fi- procedentes de Lanzarote y Fuerteventura. Este investi- suras naturales del aragonito en que aparece” (ibídem) gador pensaba que los caracteres considerados de escri- (fig. 8). tura latina eran en realidad púnicos. y partiendo de esta Se trata de una piedra cristalina de 8 cms de lon- escritura establece una serie de lecturas de muchas de gitud, que en una de las caras, convenientemente re- las líneas de texto de Fuerteventura, siguiendo el corpus bajada, se hallaban los citados signos de escritura. En publicado por W. Pichler (1992: 313-453; íd. 2003), así recientes revisiones se ha vuelto a poner de manifiesto como también de las conocidas en Lanzarote. Con rela- el valor de los caracteres inscritos en ella, considerán- ción a una de las inscripciones de esta isla, quizá la más dolos en esta ocasión de origen neopúnico9, para los que divulgada por ser de las primeras que se dieron a cono- se propone la siguiente lectura: “Debido a la fractura cer –comúnmente leída por el latín como SINCICAVA del sello, puede darse el caso de no estar completa parte (Balbín, Fernández y Tejera 1987: 19-54)–, este inves- de su lectura:]-ht II. Los dos últimos signos, dos trazos tigador piensa que “no es latina, sino púnica” (Muñoz verticales paralelos consideramos que corresponden a 1993: 40). un numeral, posiblemente el número dos. Si atendemos Asimismo se refería R. Muñoz a la existencia de unos pocos textos bilingües líbico-púnicos de Fuerte- 8. Ossuna y Van Den Heede (1889); Tarquis (1971: 169-177). ventura, para los que propone su propia lectura (Mu- 9. Mederos, Escribano y Ruiz (2000: 47). En el texto, los au- ñoz 1993: 34-35), y sobre los que quisiéramos hacer tores no se refieren a la escritura como de origen neopúnico, aun- que sólo aparece tal clasificación en el pie de foto de la p. 47, en la algunas consideraciones. El primer problema radica que se dice: “Piedra de Anaga. Caliza cristalizada con sello inscrito en saber cuál es el sentido de la lectura de las dos neopúnico”.

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Figura 8. La denominada Piedra de Anaga cuyos grabados han sido interpretados como escritura púnica, según J. Farrujia. a la posibilidad de un antropónimo seguido de un nu- entiende con este término. Bajo tal denominación se meral, podemos hallarnos ante un nombre finalizado en agrupan todas las manifestaciones culturales arraigadas ´ht “hermana”, femenino de ´h “hermano”, con caída en la tradición fenicio-púnica, que después del 146 a.C. del primer ´aleph. Pero también hay otras alternativas pervivieron en el Magreb bajo la ocupación romana a la utilización de un nombre personal, como puede ser (Fernández Ardanaz 1994: 97-114). La escritura neo- la referencia a un producto, o también a una zona geo- púnica, conocida en distintos ámbitos del Mediterrá- gráfica, origen probablemente de una determinada mer- neo, sigue la pauta de los caracteres fenicios antiguos, cancía” (Mederos, Escribano y Ruiz 2000: 49). Por su aunque con algunas evoluciones formales, que se desa- parte, A. José Farrujia (2002) en un trabajo muy docu- rrollarán en distintos contextos culturales, ya sean de mentado sobre las circunstancias del hallazgo de este tradición autóctona, en según qué lugares del Medite- objeto, así como en todo lo relativo a su discusión cien- rráneo, o de los fenicios que continuaron sus modos de tífica, cree que “la presencia en ella de un nombre ter- vida durante siglos en las costas de este mar, o en dis- minado en ht, “hermana” haría referencia a un teóforo tintas zonas del norte de África, en donde esta escritura o teónimo identificable con una deidad femenina, Tanit, convivió con otras, como la latina, a lo largo de varias paredra de Baal Hammón. En relación con este hecho, centurias después de la ocupación romana del conti- en la isla de Fuerteventura ya se ha señalado la presen- nente. Esta asociación es muy común en muchos otros cia de una inscripción bilingüe, en púnico y líbico –sólo ámbitos norteafricanos, sobre todo en Túnez, en donde, que en un soporte inmueble–, donde también se ha do- en algunos casos lo hace con la escritura líbico-beréber, cumentado el mismo teóforo”10. como está muy bien documentado en muchas estelas Sobre el supuesto valor atribuido a los citados ca- bilingües púnico-latinas. O coexistiendo también con racteres como propios de una escritura neopúnica, el latín en dedicatorias de carácter público, como la co- conviene tener en consideración dos aspectos. En pri- nocida de la scaenae frons del teatro romano de Leptis mer lugar, nos parece pertinente determinar lo que se Magna en Libia, que se fecha en el año 1 ó 2 de la Era. No existe pues una escritura diferenciada que poda- 10. En el texto alude a la obra de R. Muñoz (1994: 35-36). mos definir como neopúnica, distinta a la de tradición

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transcurrido el tiempo suficiente para poder echar la vista atrás con la mirada reflexiva y, sobre todo, crí- tica, que nos impone nuestra condición de historiado- res. Pero a juzgar por varias publicaciones recientes, algunos colegas prefieren desempolvar estos trabajos como justificación de algunas líneas de investigación que parecen estar en boga hoy en día, a juzgar por el nú- mero de publicaciones que, de forma reiterada, preten- den demostrar, en ocasiones con más vehemencia que argumentos, la existencia de inscripciones neopúnicas y latinas en Canarias (González et alii 1995; González et alii 2003). Rescatada del olvido la piedra de Anaga Figura 9. Supuestos signos de escritura púnica grabados en la nada parece contradecir la posibilidad de que los traba- Piedra de Anaga (Tenerife), según P. Tarquis. jos de Hernández Benítez puedan resucitar de la mano de algún historiador que, con vocación de epigrafista o filólogo, pretenda confirmar las teorías del sacerdote fenicia, sino que se trata de los mismos signos de esta teldense” (Ramírez Sánchez 2004: 2120). antigua escritura, cuya evolución gráfica se ha hecho a partir de otros más antiguos. Pero a la postre es el mismo sistema alfabético, y de grafía similar a aquélla, La hipótesis de un origen africano: que se parece bien poco por cierto a la conocida como ¿es una escritura de los garamantes? líbica o púnica de las dos islas citadas. Pero sobre todo, para explicar un objeto de estas ca- Una última propuesta ha sido la de considerar que racterísticas con caracteres alfabéticos de escritura neo- esta escritura, circunscrita por ahora en Canarias a es- púnica, como la de la piedra de Anaga de Tenerife, o los tas dos islas orientales, y en el norte de África al área de textos púnicos, o los bilingües libio-púnicos señalados la provincia de la Tripolitania, podría explicarse como en Fuerteventura, habría que entenderlos, a nuestro jui- la interpretación que hicieron las poblaciones libias de cio, con relación a la presencia de aquéllos en las islas, la escritura latina aprendida de los romanos, después de o en su caso, a unas posibles relaciones continuadas con una primera etapa de contacto, y más tarde como resul- el Archipiélago, ya que de lo contrario resulta muy difí- tado de un largo proceso de aculturación entre ambas cil entender un objeto de estas características, completa- comunidades. Se trata sólo de conjeturas, ya que nada mente descontextualizado, en una isla en la que no existe de esto se halla bien definido por el momento, pero ninguna evidencia arqueológica de esta cultura, ni nada que cabría tenerla en consideración, en el supuesto de hay tampoco, a nuestro juicio, “en la arqueología de las que el proceso de mestizaje se hubiera hecho con una Islas Canarias que nos permita siquiera atisbar la presen- cierta rapidez, ya que a pesar de que la destrucción de cia de gentes fenicio-púnicas, a pesar de que en época Cartago se fija en el 146 a.C., la presencia efectiva de romana, este Archipiélago formó parte de las tierras ex- Roma en esta parte del continente, sólo se manifiesta tremas del mundo antiguo. Pero hasta donde sabemos desde mediados del siglo I a.C., es decir, casi cien años por la investigación, bien contrastada en la actualidad, después de aquélla primera incursión bélica. y sobre sólo alcanzamos a conocer que fueron pobladas por gru- todo, a partir del mandato de Augusto (27 a.C.-14 d.C.), pos libio-beréberes norteafricanos, en una fecha proba- reflexión a la que W. Pichler se acerca también en su ble que iría desde fines del siglo I a.C., al primer tercio planteamiento. del s. I d.C. y hasta tanto no existan evidencias materia- Los signos escriturarios del yacimiento de “Bu les más precisas y mejor definidas sobre estas cuestiones, Njem” están bien fechados en los siglos III y IV d.C. en la supuesta presencia de fenicios y púnicos en estas islas, una etapa perteneciente al Bajo Imperio. Tiempo que no deja de ser más que un problema histórico y arqueo- consideramos suficiente para que en el continente se lógico, reiteradamente estudiado desde antiguo, y que en hubiera producido ese proceso de mestizaje, mientras ningún caso permite vincular las antiguas culturas cana- que para los signos de Canarias, por el contrario, no rias con ese mundo” (Tejera y Chávez, 2011:265). contamos con ninguna fecha, ni siquiera aproximada, Quisiéramos terminar estas consideraciones con para ubicarlos en una secuencia histórica determinada. las palabras autorizadas de M. Ramírez Sánchez “Ha Se ha hablado de que la presencia de esta escritura en

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 175-184 182 ANTONIO TEJERA GASPAR / Mª ANTONIA PERERA BETANCOR las islas pudo ser resultado de la llegada de indígenas Se trata una vez más de conjeturas, pero no cabría norteafricanos romanizados, de gentes aculturadas, que desdeñar que algo de eso pudiera estar reflejando al- en el continente habían conocido, siquiera de manera gunos de los signos escriturarios que se encuentran en rudimentaria, la lengua y la escritura latinas (Pichler muchos lugares del Mediterráneo, entre los que existe 2003: 141-142). En ese caso, y siguiendo los modelos un cierto aire de familia, aunque por el momento re- africanos de esos mismos procesos de aculturación, ca- sulte muy arriesgado decantarse por una propuesta en bría pensar que tales acontecimientos hubieran tenido este sentido, pero creemos que conviene dejar abierta lugar al menos por las fechas a las que nos hemos re- esta otra posibilidad que complementaría algunas de las ferido para “Bu Njem”, que por ahora –y con todas las que aquí se hemos recogido. reservas que requiere el caso–, pueden servir de refe- Estas y otras muchas hipótesis creemos que pueden rencia para explicar la presencia de estas gentes en Lan- ser manejadas hasta tanto se conozca algo más sobre zarote y Fuerteventura, ya que en el caso canario, al este aspecto relevante y novedoso de la epigrafía anti- no contar con datos cronológicos precisos, no podemos gua de Canarias, y en especial de estos alfabetos, que decantarnos por ninguna. por ahora sólo se han documentado en las islas de Lan- G. Camps, entre otros investigadores, ha planteado zarote y Fuerteventura, y cuya determinación cultural otra hipótesis no exenta tampoco de problemas, fun- ha de contribuir, sin duda, a entender mejor el origen damentada en la posibilidad de que la base de este al- antiguo de las etnias insulares. fabeto se encontrara en la protohistoria norteafricana, pudiendo atribuírselo a los garamantes, o a otras etnias relacionadas con culturas mediterráneas de fines del II Escritura y poblamiento antiguo y principios del primer milenio a.C., y que se corres- de las islas Canarias ponde con una época muy anterior a la presencia ro- mana, e incluso a la llegada de fenicios y griegos al El poblamiento de Fuerteventura y Lanzarote puede Norte de África (Camps 1987: 202). En ese mismo sen- servir de argumento para explicar el origen, y en parte tido se manifestaba R. Rebuffat (1975: 167), al con- la antigüedad misma de esta escritura. Resulta cuanto siderar que los garamantes, como otras gentes de la menos sugerente que nos encontremos ante un hecho Tipolitania meridional, tuvieron en común una forma de esta relevancia, cuál es la génesis de un alfabeto que de escritura particular. Es en el Fezzan en donde se en- sobre una base indígena preexistente, unas poblaciones cuentran los signos más próximos a la escritura de “Bu asumieran y adoptaran algunos caracteres latinos hasta Njem”, como asimismo en los yacimientos de “Mak- llegar a crear unas formas propias en donde se refleja- nusa” y en el “Tmed el-Koumas”. ría la influencia de ambas tradiciones. De ser así, con- En apariencia podría pensarse que definir esta es- taríamos con una documentación excepcional para fijar critura como perteneciente a los garamantes sería como el poblamiento de estas dos islas, ya que en ese caso la no decir nada, pero no es así, en absoluto. Por nuestra llegada de sus gentes no se habría producido en una fe- parte, creemos que es esta una perspectiva de inves- cha anterior al l46 a.C., mediados del siglo II, período tigación que encierra un gran interés por si estuviera en el que, como hemos visto, los romanos penetraron relacionada con viejas escrituras prelatinas, aún por en el Norte de África. analizar, emparentadas de alguna manera con otras de Nuestra propuesta es que el poblamiento de Cana- la cuenca mediterránea, que acaso pudieran relacio- rias, y en concreto el de estas islas orientales, debió de narse con el sustrato cultural de los llamados “pueblos haber tenido lugar a partir de la presencia romana en el del mar”. En este sentido conviene recordar aquí una Magreb, momento en el que las islas habrían sido po- vieja discusión, aún no resuelta, acerca de la presen- bladas con gentes castigadas por los romanos, a causa cia de carros de dos ruedas grabados en muchos yaci- de las revueltas y de la tenaz resistencia que sostuvie- mientos rupestres que se asociaron con la llamada “ruta ron los beréberes ante el sometimiento de Roma, de- de los carros saharianos”, y que se creyeron vinculados bido a una serie de acontecimientos que tuvieron lugar con prototipos micénicos. Una revisión minuciosa de en los primeros años del siglo I d.C. Nos referimos a todos estos aspectos, en los que habrían de incluirse las las insurrecciones de las etnias que habitaban un ex- que han sido consideradas “inscripciones enigmáticas”, tenso territorio que se extiende desde el Atlas marro- podría si no resolver el problema, al menos replantear quí hasta Túnez, y que se alzarían contra el poder de estas cuestiones con una perspectiva diferente a la que Roma después de que les hubieran usurpado sus terri- manejamos actualmente. torios. De todas ellas, destaca la protagonizada por la

SPAL 20 (2011): 175-184 ISSN: 1133-4525 LAS SUPUESTAS INSCRIPCIONES PÚNICAS y NEOPÚNICAS DE LAS ISLAS CANARIAS 183 tribu de los Musulames que tuvo lugar entre los años 5 FERNÁNDEZ ARDANAZ, S. (1994): “La cuestión de y 6 d.C. Con posterioridad, otras etnias formarían parte la supervivencia del mundo púnico en el Mediterrá- de la gran confederación que luchó de manera coali- neo Occidental de los siglos III-IV d.C”, Coloquios gada contra la presencia romana en el Magreb bajo el de Cartagena, I. El Mundo púnico. Historia, Socie- mando del célebre númida Tacfarinas, junto al que par- dad y Cultura (Cartagena, 17-19 de noviembre de ticiparon muchas tribus en uno de los episodios más 1990): 97-114. Murcia. cruentos acaecidos durante el sojuzgamiento por Roma GONZÁLEZ ANTÓN, R.; DE BALBÍN BEHR- de las provincias africanas, y que coincidió con el man- MANN, R.; BUENO RAMÍREZ, P. y ARCO dato del emperador Tiberio (14-37), quien sofocaría AGUILAR, Mª C. (1995): La Piedra Zanata. Santa estas revueltas iniciadas el 17 d.C., asesinando a Tacfa- Cruz de Tenerife. rinas el año 22 d.C. Los enfrentamientos de las tribus HERNÁNDEZ BAUTISTA, R. (1987): “Los carac- beréberes no terminaron con su muerte, sino que conti- teres alfabéticos líbico bereberes del Archipiélago nuaron durante varios siglos hasta el Bajo Imperio, con Canario”, en M. Olmedo Jiménez (ed.), España y periodos muy cruentos, como ha sido bien estudiado el Norte de Africa. Actas del I. Congreso Hispano- por M. Rachet (1970) y M. Benabou (1976), entre otros Africano de las Culturas Mediterráneas (Melilla historiadores (Tejera 2006: 96-98). Otros investigado- 1984): 59-78. Granada. res11, sin embargo, sugieren la presencia de los roma- — (1990): “Los grabados rupestres de Fuerteventura”, nos en el Archipiélago, pero relaciona da con algún tipo en V. Valencia y T. Oropesa, Los grabados rupes- de actividad comercial o exploratoria (Tejera y Chausa tres de Canarias. Viceconsejería de Cultura y De- 1999: 69-74). portes, Gobierno de Canarias. En todo caso, y hasta tanto no tengamos una se- HERNÁNDEZ BAUTISTA, R. y PERERA BETAN- cuencia cronológica y cultural más precisa, conviene COR, M.A. (1983): “Primeras inscripciones latinas dejar abiertas estas y otras posibilidades que el futuro en Canarias”, periódico La Provincia. permitirá determinarlas con más precisión. HERNÁNDEZ BENÍTEZ, P. (1955): “Dos inscripcio- nes latino-romanas”, III Congreso Nacional de Ar- queología: 182-186. Zaragoza. BIBLIOGRAFÍA HERNÁNDEZ CAMACHO, A.; CEJUDO BETAN- CORT, M.; ROBAyNA, M.A. et alii (1987): “Ar- ÁLVAREZ DELGADO, J. (1964): Inscripciones líbi- queología de la Villa de Teguise”, I Jornadas de cas de Canarias. Ensayo de interpretación, La La- Historia de Fuerteventura y Lanzarote, T. II: guna. 223-294. BALBÍN, R.; FERNÁNDEZ, M. y TEJERA, A. (1987): HERNÁNDEZ DÍAZ, I. y PERERA BETANCOR, “Lanzarote Prehispánico. Notas para su estudio”, M.A. (s/f): Los grabados rupestres de la isla de XVIII Congreso Nacional de Arqueología: 19-54. Fuerteventura. Cabildo Insular de Fuerteventura. BELMONTE, J.A.; SPRINGER BUNK, R.; PERERA HERNÁNDEZ, J. de (1990): “Los grabados rupestres BETANCOR, M.A. y MARRERO, R. (2001): “Las de la isla de Lanzarote”, en V. Valencia Afonso y T. escrituras líbico-bereberes de Canarias, el Magreb Oropesa, Grabados Rupestres de Canarias: 83-89. y el Sahara y su relación con el poblamiento del Ar- Santa Cruz de Tenerife. chipiélago canario”, Revista de Arqueología 245: LEÓN HERNÁNDEZ, J. de; HERNÁNDEZ CUR- 6-13. BELO, P. y ROBAyNA FERNÁNDEZ, M.A. BERTHELOT, S. (1980): Antigüedades Canarias. Goya (1988): “La importancia de las vías metodológias Ediciones, Santa Cruz de Tenerife. en la investigación de nuestro pasado, una aporta- CAMPS, G. (1987): Les Berberes. Mémoire identité. ción concreta: los primeros grabados latinos halla- Editions Errance, Paris (2ªed). dos en Canarias”, Tebeto I: 129-201. FARRUJIA, A.J. (2002): El poblamiento humano de — (1995): “Los grabados rupestres de Lanzarote y Canarias en la obra de Manuel de Ossuna y Van Fuerteventura. Las inscripciones alfabéticas y su den Heede. Estudios Prehispánicos de Canarias 12. problemática”, IV Jornadas de Estudios sobre Lan- Gobierno de Canarias. zarote y Fuerteventura: 455-535. LEÓN HERNÁNDEZ, J. de y PERERA BETANCOR, 11. de León et al. (1988); Valencia y Oropesa (1990); Hernán- M. A. (1996): “Las manifestaciones rupestres de dez y Perera (1991). Lanzarote”, en Las manifestaciones rupestres de las

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Fecha de entrada: 31/07/2011 Fecha de aceptación: 12/09/2011

SPAL 20 (2011): 175-184 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C. UN UNIVERSO HETEROGÉNEO ENTRE LA IMITACIÓN Y LA ESTANDARIZACIÓN*

ENRIQUE GARCÍA VARGAS** RUI ROBERTO DE ALMEIDA*** HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS****

Resumen: La dinámica de la investigación actual sobre la cul- Abstract: Current research trends on the material culture in tura material tardorrepublicana y tempranoaugustea en la Ulte- the province of Hispania Ulterior in the late republic and the rior y en el resto de los territorios que constituyeron el Imperio early years of the Augustean reign, make any systematisation hace que cualquier sistematización de las ánforas fabricadas en of amphorae in the Guadalquivir valley (in a wide sense) li- el valle del Guadalquivir (en sentido extenso) durante este pe- able to be soon superseded by new finds and evidence. The riodo quede enseguida superada por nuevos hallazgos y mate- present work aims at reviewing the state of the question of riales. El presente trabajo pretende ser un estado de la cuestión 1st century b. C. amphorae, not exhaustively but taken as actual respecto al estudio de éstas ánforas del siglo I a. C. que, many contexts into account as possible, including produc- sin ser exhaustivo, incluya el mayor número de contextos posi- tion and consumption areas. Starting with the material evi- bles, tanto de las áreas de producción como de las de consumo. dence, we propose a typology divided in seventeen regional Sobre esta base material, se ensaya una ordenación tipológica amphora types in four groups, according to ‘commercial suc- que incluye diecisiete tipos anfóricos regionales incluidos en ess’ and the duration of the type. The morphological analy- cuatro grupos cuyo criterio de formalización es, fundamental- sis, which includes new proposals on the origin and devel- mente, el “éxito comercial” y la duración, mayor o menor de la opment of types such as Haltern 70, Oberaden 83 and Ur- “vida” de los contenedores que los componen. Al análisis mor- ceus, is offered along a historic-economic contextualisation fológico, que incluye novedosas propuestas de trabajo sobre el and the comparison with other coeval amphoric repertoires in origen y el desarrollo formal de tipos como Haltern 70, Obera- the Iberian Peninsula. The result is a complex typological and den 83 y Urceus, se añade una contextualización histórico-eco- functional proposal which, in our opinion, responds better to nómica y la necesaria confrontación con los repertorios anfóri- the archaeological record for the chronology and geographi- cos contemporáneos de otras áreas productivas peninsulares. El cal context in hand. Obviously, the proposal aims at becom- resultado es una propuesta tipológica y funcional compleja que, ing the base for further discussion in the future. a nuestro juicio, es la que mejor parece ajustarse al estado ac- Keywords: Amphorae, Guadalquivir Valley, Roman Repub- tual del conocimiento arqueológico sobre los tipos anfóricos de lic, 1st. century B.C., tipology la Ulterior interna durante el siglo I a. C. Evidentemente, la pro- puesta se presenta como tema de reflexión y base para la discu- sión y confrontación de ideas en los próximos años. Palabras clave: Ánforas, valle del Guadalquivir, República romana, siglo I a.C., tipología

* El presente trabajo se inserta en el Proyecto “Amphorae ex *** Bolseiro da Fundação Para a Ciência e Tecnologia, Univer- Hispania: paisajes de producción y consumo” (HAR2011-28244). sidade de Lisboa – UNIARQ ** Departamento de Prehistoria y Arqueología, Universidad de **** Instituto Catalán de Arqueología Clásica, Universidad Au- Sevilla tónoma de Madrid

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 186 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS

0. INTRODUCCIÓN Y RAZONES El boom inmobiliario de la primera década del siglo PARA UN ESTUDIO XXI ha permitido, sin embargo, contar con los prime- ros datos al respecto en la propia zona de producción, La investigación enmarcada en la amplia región poniendo, además, en evidencia, el hecho de que las fa- productora del Guadalquivir (en cuya cuenca se in- ses primeras de producción de ánforas de tipología ro- cluye también la del subsidiario Genil y otros afluen- mana en el valle del Guadalquivir tuvieron lugar, a di- tes menores como el Corbones y el Guadaira) viene su- ferencia de la dinámica posterior, en los espacios urba- friendo una evolución particular, sobre todo en los úl- nos o peri-urbanos de las principales ciudades del valle timos 20 años, que no va a la par de la desarrollada bajo del río como Carmona (la antigua Carmo), Alcalá en otras grandes zonas productoras, como pueden ser del Río (Ilipa Magna), Italica y la propia Sevilla (His- la Bahía gaditana y su hinterland inmediato, la Gallia palis) y no prioritariamente en ámbito rural (Chic Gar- Narbonense o el cuadrante nororiental de la Hispania cía y García Vargas 2004; García Vargas 2010) (fig. 1). Tarraconensis. Observando y analizando ese proceso En la actualidad, el mundo productivo de las ánfo- con alguna distancia, e intentando hacerlo de un modo ras republicanas de tipología romana del valle del Gua- imparcial (en tanto sea posible), resulta en gran medida dalquivir comienza a delinearse fundamentalmente en lógica la atención e inversión dedicada a los demás ám- torno a dos núcleos de los que proceden la mayor parte bitos provinciales. de la información arqueológica: Carmona y Sevilla. De Podemos decir que gran parte de la investigación la antigua Carmo, en el valle medio del río Corbones, dedicada a los temas anfóricos del Guadalquivir es el afluente del Guadalquivir, se conoce una importante resultado de una “descentralización” o “despolariza- área de alfares en la zona occidental de la ciudad, in- ción” de los objetos de estudio. En otras palabras, que mediatamente extramuros, que se hallaba en funciona- gran parte de esa investigación, su consecuente evo- miento hacia los últimos decenios del siglo I a.C. Por su lución y consolidación, se ha realizado fuera del área parte, los contextos portuarios de Hispalis arrojan datos de producción original, con un elevado número de tra- de primer orden acerca de la circulación de las cerámi- bajos y aportaciones centrados en lugares de consumo cas locales y de importación en la ciudad entre las dé- por todo el mundo romano. El mejor ejemplo y expo- cadas finales del siglo II y el último cuarto del I a.C. (cf. nente máximo de este paradigma lo representan las ex- García Vargas e.p.). cavaciones españolas en el Monte Testaccio en Roma, Estos novedosos datos, junto a los proporcionados seguida por una serie interminable de investigaciones por contextos cerámicos contemporáneos a los de Car- y proyectos desde el Finisterre occidental que es el mona y Sevilla, documentados en otros puntos del va- “mar exterior” atlántico, cruzando todo el Mediterrá- lle como Italica e Ilipa, la actual Alcalá del Río (Gar- neo hasta llegar a Iudaea, sin olvidarse de las fronteras cía Vargas 2010), permiten hoy por hoy ampliar el co- de Europa septentrional germanas y británica, y de todo nocimiento de las ánforas del Guadalquivir más allá de el norte de África. la consolidada investigación acerca de los tipos “canó- Mientras que en ámbitos como las bahías gaditana nicos” y bien conocidos de la región, como son las ubi- y de Algeciras se ha ido definiendo desde los años no- cuas Haltern 70 y, sobre todo, las Dressel 20 béticas. venta del siglo XX y “desde dentro” la evolución de los Una primera aproximación al panorama anfórico repertorios cerámicos locales, incluyendo el estudio de del Guadalquivir que incluya las estratigrafías (pro- los procesos de “romanización” de las morfologías an- ductivas o no) del propio Guadalquivir, permitirá co- fóricas (García Vargas 1996; Lagóstena Barrios 1996a; nocer las grandes líneas de la “evolución” morfoló- García Vargas 1998; Bernal Casasola (dir) 1998; Lagós- gica de las primeras ánforas romanas de la región y, al tena Barrios y Bernal Casasola (eds.) 2004; García Var- mismo tiempo, tendrá como resultado “ordenar” y do- gas y Bernal Casasola 2008; Sáez Romero 2008), en el tar de sentido a los contextos republicanos con ánfo- interior del valle del Guadalquivir, la falta de excava- ras del valle bético conocidos en el resto de la Penín- ciones y la ausencia generalizada de niveles pre-tiberia- sula Ibérica o fuera de la misma. Estos son los objetivos nos en los escasos alfares excavados (cf. Sáez Fernán- principales de este artículo, en el que los autores hemos dez y otros 1997), así como de materiales preimperiales querido que converjan los esfuerzos que cada uno de en los muchos prospectados (cf. Berni Millet 2008; Ba- nosotros hace en un espacio geográfico diferente para rea Bautista y otros 2008) ha ocultado a la investigación la misma época. Pero además, una ordenación del ma- durante mucho tiempo las fases más antiguas de pro- terial anfórico republicano del Guadalquivir pretende ducción de las ánforas de la Ulterior tardorrepublicana. constituir una aportación meditada a la comprensión de

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 187

Figura 1. Valle del Guadalquivir y algunos de los principales núcleos urbanos en el siglo I a.C.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 188 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS la dinámica económica y artesanal que se encuentra de- de Montealegre, Vigo: González Ruibal y otros 2007: trás del surgimiento del mismo y para contextualizar su 59) y Marruecos ( Lixus, actual Larache: Aranegui, ed. desarrollo hasta la “cristalización” de las morfologías 2005: 129). anfóricas imperiales de la región, ampliamente expor- Hacia las décadas centrales del siglo I a.C., un mo- tadas hacia el Atlántico, el Mediterráneo y la frontera mento en el que las ánforas de tradición prerromana si- reno-danubiana desde los últimos años del siglo I a.C. guen fabricándose y distribuyéndose en cierta cantidad en el valle de Guadalquivir, al lado de éstas últimas co- mienza a consolidarse en la región (y hasta en los mis- 1. LA ECONOMÍA DE LA ULTERIOR Y mos alfares, caso de Carmona) un elenco de tipos an- EL SURGIMIENTO DE UN REPERTORIO fóricos de morfología plenamente romanizada, cuyos ANFÓRICO PROVINCIAL EN EL ejemplares más antiguos, imitaciones más o menos fie- VALLE DEL GUADALQUIVIR les de prototipos de la costa tirrénica italiana (las co- nocidas Dressel 1), se remontan a los primeros dece- Las alfarerías turdetanas del Valle del Guadalqui- nios del siglo. A diferencia de las ánforas turdetanas, vir habían venido fabricando una serie de contenedo- muchos de estos tipos anfóricos del interior del valle res anfóricos hoy relativamente bien conocidos (Be- del Betis van a conocer una considerable difusión ex- lén Deamos 2006; Ferrer Albelda y García Fernández terior, lo que se ha interpretado tradicionalmente como 2008, con bibliografía anterior) cuyo origen se encuen- un indicio de primer orden sobre la expansión agrícola tra en las formas de la tradición artesanal semita. Aun- en la región y sobre el papel de la misma en el abasteci- que los centros de producción de estas ánforas turdeta- miento en géneros alimenticios de los mercados milita- nas han sido, en general, escasamente estudiados, pue- res y civiles que emergen un poco por todas partes en el den señalarse en la actual provincia de Sevilla algunos Mediterráneo occidental como consecuencia de la con- talleres con cronologías de los siglos V al II a.C., como quista romana (Carreras Monfort y Morais, eds 2010). el del Cerro Macareno, en San José de la Rinconada; Aunque la conquista y el control de los territorios el del Albollón, en el núcleo urbano de Carmona; el de hispanos por los ejércitos de Roma desempeñó un pa- Pajar de Artillo, junto al teatro de la ciudad romana de pel de primer orden en el “boom” comercial experi- Italica, en Santiponce, y el del Palacio Arzobispal de mentado por las mercancías agrícolas del área interior Sevilla (García Fernández y Ferrer Albelda 2010), la bética, y aunque una buena parte de este excedente ali- vieja Spal prerromana. Todos tienen en común la ubi- menticio estuvo dedicado al abastecimiento de los ejér- cación periurbana con respecto a oppida prerromanos citos que se esforzaban por controlar a beneficio de la más o menos importantes (Chic García y García Var- República romana las áreas interiores de la Península, gas 2004: 310-311; Ferrer Albelda y García Fernández resulta evidente que el abastecimiento militar no debe 2008: 204) y la fabricación de un repertorio homogé- considerarse en exclusiva como la causa de este “des- neo de ánforas cilíndricas de cuello indiferenciado y pegue” económico regional. asas semicirculares conocidas en la bibliografía regio- El gran esfuerzo militar realizado tras la parte de nal como Pellicer B-C y Pellicer D ( cf. Pellicer Cata- la guerra contra Cartago que se libró en suelo peninsu- lán 1978). Recientes análisis de residuos orgánicos en lar, continuó prácticamente sin pausa hasta las guerras el interior de ánforas de la forma Pellicer D procedentes de la cornisa cantábrica ya en época de Augusto. A las de contextos de los siglos III-II a.C. de Alcalá del Río continuas guerras de conquista, materializadas princi- (la antigua Ilipa Magna) y de Sevilla, sugieren aceite palmente en el conflicto celtibérico-lusitano (154-133 de oliva como uno de los contenidos de esta clase an- a.C.), hay que sumarle las operaciones de control y so- fórica (García Fernández y García Vargas 2010: 118), metimiento de las poblaciones vencidas, y las guerras lo que indica una “tradición” regional en la producción civiles que desde Sertorio a la batalla de Accio tienen y puesta en circulación de ánforas olearias. La difusión en Hispania uno de sus campos de acción principales. de estos contenedores no parece, sin embargo, haber Los contextos militares del siglo II y del primer tercio superado en mucho los límites geográficos del suroeste del I a.C., nos muestran que, en estas fechas, el abas- peninsular, por lo que suelen considerarse ánforas des- tecimiento de mercancías en ánforas para las tropas en tinadas a la distribución local o regional de las produc- combate se hace desde la costa púnica hispana y afri- ciones agrícolas del campo turdetano, si bien en deter- cana y, sobre todo, desde la Italia tirrénica. El mismo minados casos, se documenta su presencia en áreas at- panorama muestran los contextos “civiles” de consumo lánticas relativamente alejadas, como Galicia (Castro en ciudades como Hispalis, o Ilipa (Alcalá del Río),

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 189 donde los contextos del último cuarto del siglo II y las inicial más amplia de lo esperado en los yacimientos de primeras décadas del I a.C. (García Vargas y García mineral de plata del área de Riotinto, controlada desde Fernández 2009) están dominados aún por los contene- castella con guarnición militar como el de El Castillejo dores campanos del tipo Dressel 1A, seguidos a distan- (El Campillo, Huelva: Pérez Macías y Delgado Domin- cia por las salazones gaditanas (tipos 7.4.3.3. y 9.1.1.1) guez 2011: 48-56) que en tantos aspectos se asemeja al y por los vinos y aceites itálicos (Lamboglia 2 y ti- del Castelo da Lousa (Mourão: Alarcão y otros 2010) y pos ovoides brindisinos). Sin embargo, ya a principios que vuelve a poner sobre el tapete el controvertido tema del siglo I a.C., hacen su aparición, en la propia Sevi- de las “casa-fuerte”1. lla y en otros lugares del interior de la región como la Con independencia de que se trate de estableci- mina de La Loba (Fuenteovejuna, Córdoba: Blázquez y mientos de defensa del territorio o de casas-fuertes de otros 2002), las primeras Dressel 1 de fabricación local funcionalidad agrícola y ganadera (cf. Moret y Chapa que parecen preludiar un abastecimiento regional cuyo eds. 2004) vinculadas a la explotación del territorio, la máximo no se alcanzará hasta al menos, mediados o el nueva realidad territorial que surge a principios del si- tercer cuarto del siglo I a.C. (García Vargas 2010: 65). glo I a.C. en torno a las áreas mineras debe llamar la Otro de los factores que incidió decisivamente en la atención hacia el hecho de que los desarrollos económi- creación de una economía agraria excedentaria, orien- cos de estos momentos estaban poniendo las bases de tada a la exportación y al abastecimiento de las nece- una red de aprovisionamiento y circulación de bienes sidades del estado romano, fue la demanda que se creó envasados en ánforas que quedaba regularizada a tra- en las minas del sur y del levante peninsular. ya desde vés de las mismas ciudades, en cuyas manos se encon- finales del siglo II o principos del I a.C., las amoneda- traba no sólo el control de los recursos y de las vías de ciones del grupo de cecas que emite con una “A” en comunicación, sino también, la gestión de los “medios el reverso (Chaves Tristán y García Vargas 1994: 384- de pago” de un “entramado comercial” que comenzaba 385), grupo integrado por Ilipa (Alcalá del Río, Sevi- a demandar abundante numerario, no tanto para finan- lla), Ituci (Tejada la Nueva, Paterna, Huelva), Laelia ciar los tráficos como para hacer frente a las numerosas (Cerro de la Cabeza, Olivares, Sevilla) y Caura (Co- transacciones menores y pagos de servicios (Chaves ria, Sevilla), y también por Onuba (Huelva) y Myrti- Tristán y García Vargas 1994) que un mundo econó- lis (Mértola, Portugal), ya fuera del Bajo Guadalquivir, mico en desarrollo precisaba. Recientemente, F. Cha- parecen indicar la existencia de una relación estructu- ves Tristán (2005, 2008) ha caracterizado el siglo I a.C. ral entre estas ciudades y las grandes rutas de salida del hasta el comienzo de las Guerras Civiles en la Penín- mineral del Cinturón Pirítico luso-onubense-sevillano, sula como una época de transición en la que las acuña- a través de las cuencas del Guadiana (Mirtylis), el Tinto ciones ciudadanas hispanas (es decir, las comunidades (Onuba e Ilipa), el Guadiamar o Menoba (Ituci y Lae- que están tras ellas) comienzan a mostrar un cierto inte- lia) y el Guadalquivir (Caura e Ilipa). Dicha relación, rés por la imitación de tipos y patrones monetales , in- habla bien a las claras del hecho de que, tras los últimos cluidos los motivos ideológicos que traslucen los pri- episodios de innestabilidad en la región ligados a las meros. La autora, no duda en calificar estos motivos consecuencias de las guerras lusitanas, el “esqueleto” ideológicos como claramente itálicos, lo que, al igual administrativo y comercial de la región minera del Su- que la imitación de tipos cerámicos, especialmente roeste está perfectamente diseñado (García Vargas y otros 2008: 252-253). Es probable que entre los “itá- licos” que según Diodoro (5.36) se abalanzaron ahora sobre las minas de Iberia, atraídos por las posibilidades 1. El sistema de organización y control territorial planteado para los territorios mineros meridionales, puede extenderse a otras regio- de negocio en la región e impulsados igualmente por la nes peninsulares, como ciertas áreas de la Tarraconense. Un ejemplo convulsa situación en la Península Itálica , se encontra- similar lo tendríamos en la zona de Tarraco, donde dicha ciudad ac- ran no sólo personas interesadas en el trabajo directo en tuaría como puerto de recepción de mercancías, tanto de su propio las minas, sino también un buen número de emprende- ager como de otras regiones mediterráneas, y donde está documen- tada la presencia de una serie de “casas-fuertes” que defenderían los dores dispuestos a aprovechar las oportunidades de ga- pasos interiores hacia la zona ilergeta o el valle del Ebro. Uno de es- nancia que la circulación del dinero estaba abriendo en tos establecimientos de carácter militar parece ser el castellum de el ya no tan lejano Occidente (Chic García 2008a: 341). Puigpelat (Alt Camp), en el que junto a una buena importación de Los trabajos recientes de J. A. Pérez Macías y A. ánforas itálicas y tarraconenses, se ha podido constatar la presencia de algunas béticas costeras y de una Ovoide 5 con las típicas pastas Delgado Domínguez (2007; 2011) están poniendo del valle del Guadalquivir, anteriormente clasificada como Dressel en evidencia una explotación republicana e imperial 12 (Díaz García, 2010, fig. 42, 4).

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 190 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS anfóricos, apunta hacia el papel creciente de los ele- combate: Fabiao 1989), la discusión acerca de si el mentos de procedencia italiana en la región. abastecimiento anfórico en el sur de Hispania a estas A partir de esta primera romanización efectiva que alturas de siglo tuvo carácter civil o militar carácter ci- incluyó, como se ha indicado, los primeros ejemplos vil o militar es, en cierto sentido, una falsa polémica. de una ocupación del paisaje a la romana, las eviden- En primer lugar, porque la presencia militar en el su- cias de la presencia de elementos romanos civiles o mi- roeste no se restringe a los momentos de tensión bélica. litares, que necesitaban de un abastecimiento adecuado J. A. Pérez Macías y A. Delgado Domínguez (2007: en alimentos elaborados, no hace más que ampliarse 123-130) han propuesto un sistema organizativo del a lo largo del siglo I a.C. De hecho, la activa partici- coto minero de Riotinto en torno a vici mineros, vías pación de ciudadanos romanos residentes en la Ulte- de comunicación y puestos de control militar o castella rior en el contexto de las guerras civiles que enfrenta- desde época de Augusto-Tiberio (un momento en el que ron a pompeyanos y cesarianos hacia mediados del si- supuestamente la Provincia Bética era inerme como co- glo I a.C., muestra una situación “étnica” que incluye rresponde a un territorio de la administración senato- ya claramente a comunidades de romano-itálicos con rial), aunque es probable que la emergencia de este sis- fuertes raíces en la región. En un contexto económico tema se esté gestando ya a mediados del siglo I a.C., y y cultural en el que el estatus de una persona depen- que incluso acabe sirviendo de referencia para la or- día de su capacidad para adquirir y cultivar tierras, no ganización de otros saltus mineros importantes como es descabellado pensar que una buena parte de aque- los de Panonia-Mesia Superior (Dušanić 1989). En se- llos negociantes itálicos, unidos a soldados asentados gundo lugar, porque la actuación administrativa y orga- en la región y a aquéllos que de una u otra manera ha- nizativa del ejército en los cotos mineros borra en cierto bían adquirido la ciudadanía romana, habían acabado sentido las diferencias entre la administración civil y la ingeniándoselas para establecerse como possessores en militar en un territorio en el que la ausencia de ciudades las escasas ciudades privilegiadas de Hispania o en los requería de la coordinación de esfuerzos para mantener más numerosos conuentus ciuium Romanorum estable- en funcionamiento las delicadas infraestructuras mine- cidos en los oppida peregrinos. Hacia mitad del siglo I ras. y en tercer lugar, porque el abastecimiento a los co- a.C. debieron ser ya tantos como para que fuera posible tos mineros se debía organizar de forma centralizada a reclutar una legión vernacula (creada hacia 55-52 a.C. partir de los territorios urbanizados colindantes con los según Marín Díaz 1988: 176) cuyos integrantes, como saltus, desde cuyos oppida se vehicularía el transporte era de esperar, tenían domicilium aut possessiones in de materias primas (madera, instrumental férrreo, etc.), Hispania (Bellum Ciuile, 1.86.3). Que una buena parte productos de consumo básico (cereal, aceite en ánforas de estos legionarios hispanienses eran naturales del sur olearias) y de “prestigio” como los vinos y las salazo- de Iberia se deduce del hecho de que en el contexto de nes envasadas en ánforas (Chic García 2008b). la rebelión contra el gobernador cesariano de la Ulte- Desde fines del siglo II a.C. existe una correspon- rior, Q. Casio Longino, “no había entre los (romanos) dencia casi exacta entre las importaciones anfóricas que nacidos en la provincia, ni entre los soldados de la le- alcanzan las áreas mineras y los registros cerámicos de gión vernácula, ni entre los que la asiduidad (en la re- los oppida turdetanos y de las incipientes ciudades ro- gión) había ya hecho provinciales... nadie que no coin- manas de la zona. Las coincidencias formales entre los cidiera con toda la provincia en el odio a Casio”(Bellum registros de Hispalis, Ilipa o Italica hablan, pues, a las Alexandrinum, 53.4); de modo que parece lógico con- claras del carácter portuario y distribuidor de estos es- cluir (García Vargas 2001: 106-107) que debe haber tablecimientos urbanos con respecto a los cotos mine- sido en el entorno de los conuentus ciuium Romanorum ros más o menos cercanos. Hacia mediados del siglo I del valle del Guadalquivir donde surgieron a lo largo a.C. la red de distribución de las ánforas romanas pro- del tercio central del siglo I a.C. la mayoría de los tipos ducidas en el valle del Guadalquivir alcanza también anfóricos “italianizantes” que, en su conjunto, constitu- las áreas mineras del Mondego y el Tajo, donde se ob- yeron el repertorio formal a partir del cual “cristaliza- serva un cambio importante de las estrategias de con- ron” las morfologías regionales en época tempranoim- trol territorial a partir del periodo de gobierno de Cé- perial (García Vargas 2009). sar en la Ulterior (ha. 61 a.C. cf. Fabião 2004a: 60), Aunque parece claro que fueron acontecimientos una época que estuvo presidida para el futuro dicta- como la guerra sertoriana los que provocaron un pri- dor por el interés de éste en abrir nuevas rutas hacia los mer incremento considerable de la capacidad produc- centros atlánticos de distribución de metales (Brigan- tiva de la Ulterior con vistas a abastecer las tropas en tium, en este caso. Cf. Chic García 1995). Aunque este

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 191 esfuerzo puede considerarse relativamente fracasado del pecio de la Madrague de Giens que se fecharía en hasta la culminación de la tarea en la futura conquista la primera mitad del siglo I a.C. (Tchernia 1990). Pero de la Galia libre por parte del propio César, lo cierto es sólo el tipo Clase 67/Lomba do Canho 67 encontró una que los movimientos de romanos y gaditanos (represen- definición adecuada en los estudios anfóricos gracias a tados por Balbo, praefectus fabrum de Cayo Julio Cé- los trabajos de C. Fabião (1989) en el yacimiento ho- sar en esta aventura militar por el Atlántico peninsular) mónimo, de J. Molina Vidal (1995; 2001) al respecto de debieron abrir para la administración romana los ricos hallazgos y localizaciones del Levante peninsular y de recursos auríferos de la región del Mondego, y posible- J. Boube (1979-1980; 1987-1988) para las produccio- mente también del Tajo, en el cual, una vez ya contro- nes autóctonas documentadas en la costa marroquí y en lada la principal urbe de su desembocadura (Olisipo), se el yacimiento de Sala (Chellah, Marruecos), que hacen consolida la presencia romana en el área de su cuenca que estas ánforas hayan recibido la denominación alter- baja, donde la ciudad de Scallabis (Santarem) emergi- nativa de Sala I. Fue el trabajo de C. Fabião en el Con- ría como importante centro regional en sustitución de greso Ex Baetica Amphorae (2001) el que abrió defini- Chões de Alpompé (¿Moron?: Fabião 2004a: 60). tivamente el “espacio tipológico” a una serie de con- Los repertorios anfóricos de establecimientos mili- tenedores republicanos del Guadalquivir independien- tares como el de Lomba do Canho (Arganil, fechado tes de las Haltern 70 y que, si bien inicialmente agru- en el tercio central del siglo I a.C.: Fabião 1989) o la pados en la propuesta de un tipo o Clase 24 siguiendo Alcáçova de Santarém-Scallabis (Almeida 2008) están la tipología de Peacock y Williams (1986), finalmente estrechamente emparentados en lo que se refiere a su han sido “desdoblados” en varios tipos “ovoides” de repertorio de ánforas del Guadalquivir, evidenciando la Ulterior por R. de Almeida (2008) y analizados por un importante movimiento de mercancías alimentarias el mismo autor en el contexto de las producciones re- de esta procedencia justo en el momento en el que los publicanas del valle bético (cf. Almeida 2010). Con cotos mineros del centro-norte de la costa portuguesa los añadidos y matices propuestos por E. García Var- comienzan a ponerse en funcionamiento. También aquí gas (2010 y e.p.), es este mismo universo de produc- se repite un esquema de ocupación militarizado, basado ciones republicanas del Guadalquivir (ovoides o no) el en la presencia de campamentos y castella cuyo abaste- que nos proponemos reexaminar en este trabajo con- cimiento no es más que el flujo principal de unos movi- tando con los últimos hallazgos y aportaciones cono- mientos de mercancías que alcanzaron sin duda los es- cidos (González Cesteros e. p.; Almeida 2010; García tablecimientos civiles de igual modo que los militares, Vargas 2010). y cuya demanda en ánforas béticas era a la vez causa Junto con la articulación temporal propuesta por E. y consecuencia de la prosperidad regional de las cam- García Vargas (2010 e.p.), fundamentada en la cronolo- piñas del Guadalquivir y del Guadalete, así como de la gía de las producciones y dividiéndolas en un periodo costa del Estrecho (cf. Fabião 2001). de formación, otro de consolidación y uno definitivo de expansión, proponemos ahora una clasificación com- plementaria basada en la repercusión que tuvieron los 2. PANORAMA ARQUEOLÓGICO Y ESTADO distintos envases republicanos del Guadalquivir, ya que DE CONOCIMIENTO ACTUAL SOBRE pensamos que en cierta medida éste fue un proceso “se- LAS ÁNFORAS DEL GUADALQUIVIR lectivo” en virtud del cual únicamente perduraron un ENTRE EL FINAL DE LA REPUBLICA conjunto restringido de tipos que son los que constitu- Y EL INICIO DEL PRINCIPADO yeron la base sobre la que “cristalizó” el repertorio re- gional en circulación durante época imperial. 2.1. Los tipos del Guadalquivir: propuesta cronológica, tipológica y funcional 2.1.1. Primer grupo. Contenedores precedentes Hace tan sólo unos años, las ánforas republicanas con demostrado éxito provincial del Guadalquivir eran absolutamente desconocidas, y por lo tanto obviadas en los estudios sobre economía Si bien los tipos republicanos de la Ulterior de ma- productiva y comercial de la Hispania preimperial. Se yor personalidad y de acreditado “éxito comercial” fue- aceptaba una cierta “profundidad” cronológica en al- ron los producidos a partir de las décadas centrales del gunas producciones imperiales, como las Haltern 70, siglo I a.C., no deja de ser cierto que su aparición no forma a la que se asignaba un ejemplar nunca publicado se hizo en un vacío tipológico. La producción regional

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 192 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS de ánforas se remonta a fechas muy anteriores en el fenicios imitados en la región durante la Edad del Hie- tiempo (Belén Deamos 2006; Ferrer Albelda y García rro. En particular, las Pellicer D parecen sustituir a las Fernández 2008), aunque a partir de principios del siglo también turdetanas Pellicer B-C (García Vargas y Gar- I a.C. se observan algunas modificaciones en las tradi- cía Fernández 2009: 148). Ninguno de los contextos ciones artesanales implicadas en la configuración de las productivos de la Turdetania fechados entre fines del si- formas anfóricas del valle del Guadalquivir. Así, mien- glo V a.C. (Cerro Macareno-Fernández Gómez y otros tras una parte de las producciones regionales de morfo- 979; Ruiz Mata y Córdoba Alonso 1991) y fines del IV- logía turdetana aparentemente continúa hasta época de principios del III a.C. (Itálica-Luzón Nogué 1973; Car- Augusto (infra), otra parte de los contenedores que se mona, Albollón-Belén Deamos 2006) se asocia con cla- comienzan a fabricar, seguramente en los mismos alfa- ridad a fallos de cocción del tipo Pellicer D (Belén Dea- res, denuncia un proceso complejo de cambio tipoló- mos 2006: 237-240), aunque sí a evidencias de produc- gico que asimila morfologías exteriores y que, en buena ción de su “predecesora” la forma Pellicer B-C, lo que medida, se limita a imitar más o menos fielmente, tipo- invita a revisar los contextos de consumo que han ser- logías externas exitosas en el Mediterráneo occidental vido de base para darle una datación inicial a las Pellicer y, por ello mismo, frecuentes en los “mercados” loca- D a fines del siglo IV. Es probable, por tanto, que se trate les y regionales, donde llegaban de la mano de merca- de un contenedor surgido durante la primera mitad del tores y negotiatores romanos o romanizados, para satis- siglo III a.C. en el Guadalquivir y no antes de la mitad facer la demanda local de vinos, salazones y aceite, so- de esta centuria en la bahía de Cádiz (cf. Niveau de Vi- bre todo de los dos primeros . lledary y Mariñas 2002: 239-240 y nota 8.). Se asume, Las “tradiciones” alfareras que sirvieron de referen- por tanto, una dualidad de producciones de la misma cia a este movimiento de “imitación” de morfologías forma en talleres del Guadalquivir y de la costa atlán- exteriores fueron la púnica-gadirita y la romano-itálica, tica, sin que hasta el momento se haya asignado con cla- responsables de una buena parte de los contenedores en ridad la producción de este tipo a ninguno de los talleres circulación en la zona durante la primera mitad del si- gaditanos conocidos. Recientes trabajos dejan, sin em- glo I a.C. y vehiculadas seguramente por agentes co- bargo, pocas dudas (Sousa y Arruda 2010: 959) acerca merciales de las mismas procedencias étnicas que los de la procedencia gaditana de un grupo de estos conte- productos con que traficaban (lo que no significa nece- nedores y añaden, además, la posibilidad de una serie sariamente que cada grupo de comerciantes trabajara local “algarvia” de la forma. Por contra, se desvanece sólo con los productos de su propio origen). Resulta de momento la serie marroquí que ha sido propuesta a curioso que áreas “imitadoras”, como la bahía de Cá- partir de los trabajos de M. Ponsich (1969) en la alfare- diz (cf. García Vargas 1996) sean al mismo tiempo imi- ría de Kouass, en Arcila, pues los estudios más recien- tadas en sus producciones, pero en el fondo nos encon- tes no aseguran una pertenencia local para los ejempla- tramos ante la configuración de un mercado en proceso res de la forma detectados en este establecimiento (Ara- de estructuración en el que las mercancías de diversa negui y otros 2004: 366, Kbiri Alaoui 2007: 66). calidad y origen exigen una cierta diferenciación for- De todas las producciones turdetanas prerromanas, mal, sobre la que ignoramos qué pesó más, si el carác- las Pellicer D (Pellicer Catalán 1978) serán las úni- ter del producto contenido en el ánfora o el “público” cas que continúen produciéndose después de la con- preferencial al que éste iría dirigido. Como quiera que quista del territorio por Roma. Como se ha indicado, sea, estas primeras imitaciones tendrán escasa perdura- la forma fue probablemente también fabricada en al- ción como morfologías diferenciadas y, a excepción de fares del área de influencia púnica gadirita, siendo fre- los tipos de tradición turdetana, serán sustituidas antes cuente en el Castillo de Doña Blanca (Niveau de Vi- de la mitad del siglo I a.C. por otras ánforas diferentes, lledary y Mariñas 2002), Castro Marim, en el Algarve esta vez “inspiradas” en tipologías exitosas antes que portugués, donde, como se ha señalado, se propone fieles imitadoras de repertorios externos. una producción tardía del tipo (Arruda y otros 2006b: 171, con reservas) recientemente puesta en duda (Vie- gas 2011: 498). En Doña Blanca es omnipresente a lo Pellicer D (T.4.2.2.5) (fig. 2) largo de la segunda mitad del siglo III a.C., pero su pre- sencia se documenta de forma masiva en el II y todo el La Pellicer D es un contenedor de transporte que I a.C. en la costa atlántica andaluza, costa atlántica e responde a las características formales de las ánforas interior portugués (Sousa y Arruda 2010), costa occi- de tradición turdetana, derivadas a su vez, de prototipos dental gallega (González-Ruibal y otros 2007: 51-52) y

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Figura 2. Pellicer D. Prototipo y fragmentos producidos en el Guadalquivir. 1-2: Alcázar de Sevilla fase I; 3-5: Alcázar de Sevilla fase II; 6: Sevilla, Calle Alemanes Nº 7-9; 7-12: Carmona, calle Dr. Fleming nº 13-15.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 194 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS marroquí (Lixus: Alaoui y otros 2001: 160), además de El fin de la producción de las Pellicer D debe si- en el interior del valle del Guadalquivir (García Vargas tuarse poco antes del cambio de era, momento a par- 2010; García Vargas e.p.). tir del cual deja de documentarse en los lugares de con- Se trata de un ánfora tubular con borde entrante indi- sumo habituales, sin que tampoco convivan ya con las ferenciado de la pared del cuerpo, excepto por una línea Haltern 71 de época augustea tardía o tiberiana en los o resalte exterior que tiende a desaparecer desde fines del centros de producción (Sáez Fernández y otros 2001). siglo II a.C., al igual que lo hace el engrosamiento inte- Sí convive durante un breve período de tiempo ( ca. 30- rior del borde que caracteriza las producciones más anti- 20 a.C.) en los alfares tempranoaugusteos de Carmona guas. Los ejemplares del siglo I a.C. tienden, por tanto, a con Haltern 70 “iniciales” y otros tipos minoritarios presentar bordes que son la continuación de la pared del del Guadalquivir, como demuestran los abundantes fa- recipiente redondeada en su extremo, aunque en deter- llos de cocción de talleres como el excavado en la calle minados contextos productivos, como el alfar de la ca- Doctor Fleming 13-15 de esta localidad sevillana (Gar- lle Doctor Fleming 13-15 de Carmona (ca. 30-20 a.C.: .: cía Vargas 2010; García Vargas, e.p.). Hacia el cambio Conlin y Ortiz Navarrete, e.p.), donde conviven con for- de era, los fragmentos de Pellicer D en los yacimientos mas claramente romanas, se observa la continuidad de del Guadalquivir son terminales o residuales, desapare- rasgos “arcaizantes”, como la carena superior del borde ciendo antes del boom del aceite bético que es un fenó- (que a veces es plano en su parte superior) y el engro- meno augusteo y, sobre todo, julio-claudio. samiento interior. El resto de la morfología del ánfora resulta inalterada, con excepción de algunos ejemplares como los denominados Castro Marim I, que presentan Dressel 1 (fig. 3) una ligera carenación en el tercio superior del cuerpo que gira manteniéndose horizontal hasta el borde, otorgando A lo largo del siglo I a.C. varias fueron las regio- a la parte alta del ánfora una morfología característica. nes que comenzaron a fabricar contenedores que re- Las asas son de “oreja”, del tipo púnico, y los pivotes un producían la Dressel 1, el modelo vinario itálico, en- simple botón que culmina un fondo ojival. tendiéndose tal mecánica como la primera manifesta- En contextos de consumo, como el Patio de Ban- ción evidente de un proceso de romanización del ar- deras del Alcázar de Sevilla, conviven variantes anti- tesanado cerámico de transporte. Este fenómeno, que guas de bordes con otras muy evolucionadas. Las pri- se procesó con ritmos que no fueron siempre coinci- meras predominan, como es lógico, en los contextos dentes en las distintas zonas, ni tampoco tuvieron los de la primera mitad del siglo I a.C. (UEs 1919, 1713), mismos grados de éxito o de aceptación en los merca- donde, sin embargo ya están presentes los bordes sim- dos locales primero, y supra-regionales después, úni- ples, mientras que las segundas son más frecuentes en camente se puede observar en zonas que tenían ya una los del tercer cuarto del siglo I a.C. (UEs 1682, 1692), tradición de fabricación de ánforas, aunque estaba for- donde las formas antiguas de borde son tan frecuentes, malmente enraizada en las tradiciones artesanales loca- que apenas puede hablarse de residualidad. les (Fabião, 1998: 178), mediante tipos llamados “pre- A pesar de la perduración en el tiempo de algunos rromanos”, que se siguieron fabricando conjuntamente tipos de ánforas turdetanas, puede decirse que es den- con los itálicos durante algunas décadas más (García tro de la primera mitad del siglo I a.C. cuando, en el in- Vargas 2010; García Fernández y García Vargas 2009; terior de la provincia, la tradición productiva “turde- García Vargas e.p.). tana” (a falta de mejor designación), menos marcada El volumen de información del que hoy dispone- que la tradición púnica en el litoral, se vio profunda- mos, especialmente al nivel del consumo, confirma ple- mente alterada con el inicio de la reproducción y manu- namente el planteamiento hecho hace ya algunos años, factura de contenedores de morfología claramente ro- según el cual a finales del primer cuarto del siglo I a.C. mana. Asimismo, importa destacar que, por lo menos a habría ocurrido en el valle del Guadalquivir un verda- lo largo de la segunda mitad del siglo I a.C., van a con- dero fenómeno de “romanización de los contenedores”, vivir estas dos familias de formas, “turdetanas” y roma- más que una reorientación de las actividades producti- nas, reproduciéndose en cierta medida escenarios y di- vas en favor de nuevos productos. Las Dressel 1 son el námicas productivas semejantes a las observadas para ejemplo más notorio de esta nueva coyuntura produc- la bahía gaditana y de Algeciras, así como para la costa tiva y mediante su producción se intentó sacar partido de Málaga, aunque en nuestro caso con valores tal vez de una forma de demostrado éxito relacionada con un más reducidos (infra). contenido específico: el vino (Fabião 2001: 667). Las

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 195 imitaciones de esta forma, o mejor dicho formas, de de que se trate de otro tipo de envases, la observa- contenedores vinarios contemporáneos, oriundos de las ción conjunta de bordes –con sus variadísimos mati- costas tirrénicas de la Península Itálica fueron, a seme- ces–, asas, cuerpos y fondos, pone de relieve que esta- janza de la bahía de Cádiz o de Algeciras, las primeras mos ante copias de Dressel 1, con morfologías docu- formas en ser tempranamente producidas y exportadas mentadas próximas a todos los subtipos “clásicos” de desde el Valle del Guadalquivir (Fabião 2001; García la forma (A, B y C) establecidos por N. Lamboglia, es- Vargas 2001; García Vargas y Bernal Casasola 2008; tando la mayoría cercanas a las variantes A y B del pro- García Vargas 2010; García Vargas e.p.). Esa mecá- totipo itálico. No obstante, estas tipologías presentan nica es la que se puede verificar también para la tarra- particularidades propias, como queda evidente en el ta- conense oriental (Comas i Solá 1987; Miró 1988; Ló- maño de los contenedores (de formato reducido) o en la pez Mullor y Martín Menéndez 2007; López Mullor y morfología de los bordes y bases (Garcia Vargas e.p.). Martín Menéndez 2008). De esta forma, entendemos que dicha variabilidad con Creemos que la discusión sobre la poca solidez, y respecto a los modelos itálicos, solamente se puede en- consecuente rechazo, acerca de la existencia de una tender de dos maneras. Bien como una consecuencia Dressel 1 meridional hispánica, por asociación directa del fenómeno de imitación que discurre a la par que el la del Guadalquivir, y de la posibilidad de que estas pu- de interpretación y experimentación formal, hasta la fi- diesen ocultar un prototipo muy antiguo de la Dressel jación del tipo propiamente sud-hispánico (García Var- 12 (Étienne y Mayet 1995; Hesnard 1998: 293) ya no gas 2001: 62), o como una intención manifiesta de imi- tiene actualmente razón de ser. En primer lugar, y sin tar de manera lo más verosímil posible los contenedo- que pretendamos valorar excesivamente la línea pura- res itálicos contemporáneos, y que pasaría por hacerlo mente evolucionista, el hecho de que en la bahía de Cá- con todas sus variantes. Este último aspecto se puede diz se documenten a lo largo del siglo II a.C. imita- observar en las producciones tanto de la Bahía de Cádiz ciones locales de ánforas grecoitálicas (Bustamante Ál- (Lagóstena Barrios y Bernal Casasola 2004: 79), como varez y Martín-Arroyo Sánchez 2004; Bernal Casasola de las de Algeciras (Fernández Cacho 1995: 183). y otros 2003; Sáez Romero 2008: 574-580) –ánforas Por todo lo dicho, entendemos que antes que consi- que se consideran en sus lugares de producción original derar que las reproducciones provinciales de esta forma como las antecesoras tipológicas de las Dressel 1– dán- itálica se deben clasificar como prototipos antiguos de dose además el caso de que en los hornos de San Fer- Dressel 12 o Dressel 12 iniciales (Étienne y Mayet nando se documenaen en torno a fines de esta última 1995; Hesnard 1998: 293), es plenamente justificable centuria, formas de transición entre grecoitálicas tar- individualizar y considerar las Dressel 1 sudhispanas, días (Will E similes) y Dressel 1A de imitación que pa- en este caso las del Guadalquivir, objeto de nuestro es- recen sugerir una transición “reglada” y consecuente al tudio, como un tipo con identidad propia, en la línea tipo Dressel 1 “clásico”, en un proceso en todos los as- de lo que desde hace unos años se viene defendiendo pectos idéntico al operado en las regiones alfareras ori- (Fabião 2001; García Vargas 2001: 62; Bernal Casasola ginarias. Según esto último, estaríamos ante el surgi- y Jimenez-Camino Álvarez 2004: 600-601; Almeida miento de la reproducción o copia de este último en- 2008: 66-76; García Vargas 2010; García Vargas e.p.), vase, con toda su serie de variaciones y detalles morfo- Por lo tanto, no nos cabe ninguna duda de que existe lógicos inherentes , más que ante el paso a una forma toda una serie de imitaciones provinciales de Dressel novedosa, la Dressel 12, basada supuestamente en la 1 (cf. Almeida 2008: 60-61) que, por lo que hoy sabe- anterior, sin que existiese un proceso de asimilación y/o mos, pueden atribuirse a los alfares gaditanos, reparti- reproducción del mismo. Por otra parte, a nuestro jui- dos un poco por toda la bahía, a los de la bahía de Alge- cio, la existencia en paralelo de series de imitaciones de ciras, como el de El Rinconcillo, a los de la costa ma- Dressel 1 litorales y del interior viene a poner de mani- lagueña (Cerro del Mar, Vélez-Málaga), y a los del va- fiesto el propósito de realizar auténticas imitaciones de lle del Guadalquivir, que son los que aquí nos interesan estas ánforas itálicas. especialmente. Es cierto que las piezas hasta ahora conocidas y ma- Los centros de producción del valle del Guadalqui- nufacturadas en el valle del Guadalquivir parecen care- vir no se han localizado aún con claridad, pero la iden- cer de una estandarización mínima, tanto en la forma tificación en centros de consumo de ejemplares morfo- como en las dimensiones, por lo que suelen presentar lógicamente atribuibles al tipo Dressel 1 ha convertido detalles y morfologías singulares. Con todo, si ante la esta producción en una realidad tangible. Consecuen- presencia de fragmentos aislados pueden caber dudas temente, se asumió que un centro, o centros habrían

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 196 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS fabricado contenedores que reprodujeron esta forma, superior a los 85 cm. de altura total, como la forma del destinada probablemente a transportar vino local. Tal cuerpo y la escasa altura del pivote la dotan de un as- premisa parece verse hoy confirmada por el hallazgo de pecto singular. un cuello de Dressel 1A similis de pasta local recogido Aún en la cuenca del Guadalquivir se identificaron en superficie en el alfar de Dehesa de Arrriba (Posadas, más ejemplares en la ciudad de Munigua (Sevilla) (Fa- Córdoba), lo que permite identificar este área del en- bião 2006)3, pero en contextos de recepción poco cla- torno de Córdoba como una de las primeras en la pro- ros. Cabe destacar igualmente que además de los ejem- ducción de vinos de la región (García Vargas y Bernal plares de producción regional, ambos yacimientos pre- Casasola 2008: 672, García Vargas e.p.). sentaban también un porcentaje significativo de Dres- Los primeros indicios de la existencia de Dressel 1 sel 1 producidas en la bahía de Cádiz y en otras áreas del Guadalquivir surgen con la constatación de ejempla- indeterminadas de la costa Bética. res con las pastas “arenosas” características de las Hal- Actualmente, el inventario de piezas con origen en tern 70 y las Dressel 20 (Fabião 2001: 667), en la publi- el Guadalquivir ha aumentado en ámbito regional y su- cación preliminar de los materiales republicanos de Me- pra-regional, ganando su consumo una nueva dimen- sas do Castelinho, en Almodôvar (Fabião y Guerra 1994: sión con la identificación de fragmentos en diversos 280, fig. 7, nº 3). Sin embargo, considerando su grado de contextos de la costa atlántica y en su área de penetra- fragmentación, se hacía indispensable identificar algo ción más inmediata, en contextos algo posteriores, de más que fragmentos de boca para que se pudiese confir- la segunda mitad del siglo I a.C., como son Santarém mar que se trataba de una “réplica” del contenedor itálico (Almeida 2008), Mesas do Castelinho (Parreira 2009) (Fabião 1998a: 179). Mientras no surgía esa confirmación y Faro (Viegas 2011)4. categórica, fueron reconocidos diversos especímenes con La investigación en los centros de consumo hizo petrografías atribuibles al valle del Guadalquivir, parti- sentir en la zona de producción un cierto interés por cularmente en la región oriental hispánica incluida en la la forma, al contarse aquí con contextos cronológica- provincia Citerior Tarraconense (Molina Vidal 1997)2. mente más definidos y esclarecedores. De esta manera, Sin embargo, habría que esperar a la publicación de en la misma Hispalis, concretamente de la excavación nueve ejemplares fragmentarios y uno completo del po- de 2010 en el Patio de Banderas del Alcázar de Sevilla, blado minero de La Loba, en Fuenteovejuna (Córdoba) se recuperaron varios individuos, estando los más anti- (Benquet y Olmer 2002), para llegar a que las Dres- guos fechados en la primera mitad del siglo I a.C.5, y sel 1 del Guadalquivir fueran plenamente reconocidas como tipo propio. A pesar de que en la publicación de 3. Agradecemos al Prof. Carlos Fabião los datos, algunos publi- L. Benquet y F. Olmer se señala que un grupo de pastas cados parcialmente, otros en fase de conclusión, referentes al estudio de estas producciones podría corresponder a ejempla- de las importaciones anfóricas de Munigua. res del entorno de la bahía de Cádiz, lo cierto es que la 4. Poco más se puede añadir aparte de un reducido número de puntos en el mapa, que a pesar de todo resulta bastante significa- fotografía publicada de la misma (fig.151.3) nos parece tivo, dado el desconocimiento generalizado que se posee de su distri- igualmente compatible con el valle del Guadalquivir. bución (Almeida 2008: 64), destacando: Cerro do Cavaco (Tavira), Estas producciones de Dressel 1 surgen en número por- con un conjunto anfórico que se puede encuadrar en la primera mi- centualmente significativo, asociadas a una gran canti- tad del siglo I a.C.; Faro (Viegas 2011: 205 y 246; Est. 29, nºs 419 y 420), aparentemente en contextos del segundo y tercer tercio del si- dad de importaciones itálicas de contextos fechados en- glo I a.C.; Mesas do Castelinho (Almodôvar), con un conjunto nu- tre el final del siglo II a.C. y el primer tercio del siglo I meroso, con sólo algunos en contextos atribuibles al siglo I a.C. (Fa- a.C. (110-90 a.C.) (Benquet y Olmer, 2002: 323-328). bião y Guerra 1994: 279-280; Fabião 1998; Fabião 2001), y siendo Las Dressel 1 de La Loba pueden considerarse cercanas la mayoría de momentos iniciales del principado (Parreira 2009: 56; Est. XII y XIII); Lisboa, con un fragmento descontextualizado (Pi- formalmente a los subtipos A y B. El único ejemplar menta 2005); Scallabis (Santarém), varios fragmentos, la mayoría conservado por completo (Fig. 3) resulta próximo a la procedentes de estratos de construcción o remodelación del último variante A, pero tanto el pequeño tamaño del ánfora, no cuarto del siglo I a.C. y del primero del I d.C. (Almeida 2008: 68-69). 5. De la Fase I del Patio de Banderas del Alcázar de Sevilla se conocen dos ejemplares de borde similares a los de Dressel 1A. Am- 2. La información disponible se encuentra en el apartado de ca- bos pueden fecharse en torno al primer cuarto del siglo I a.C., en fun- racterización de las producciones anfóricas, en el cual el autor apunta ción de su contexto estratigráfico y cerámico, que incluye ánforas Pe- la existencia de Dressel 1B (un 1,8%) y 1C (un 1,6%) con pastas de llicer D, Dressel 1 itálicas, Lamboglia 2, ánforas púnico-gaditanas, de su Grupo 9 (Molina Vidal 1997: 138) –es decir, el grupo petrográ- la Tripolitania y brindisinas, alguna con sello APOLLON[i]. Es por fico del Guadalquivir, común a las Clase 67, Haltern 70, Dressel 25 y tanto un contexto muy próximo cronológicamente al de la mina de La Dressel 20– no volviendo a realizar otro tipo de referencia gráfica o Loba (Bernal Casasola y otros e.p), como indica la presencia en am- textual concreta a esta producción. bos del mismo sello brindisino.

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Figura 3. Dressel 1. Prototipos y fragmentos producidos en el Guadalquivir.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 198 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS los más recientes en el tercer cuarto de la centuria, to- (Naveiro López 1991; González-Ruibal 2004; Gonzá- dos ellos en contextos inmediatamente pré-augusteos6. lez-Ruibal y otros 2007). Igualmente, en Itálica (Santiponce, Sevilla) se recuperó La primacía del entorno gaditano en la producción el cuerpo de una Dressel 1C local, fechada a mediados y exportación de este tipo desde el último cuarto del si- del siglo I a.C.7 (García Vargas e.p.: 5). glo I a.C., está fuera de cualquier duda (Lagóstena Ba- Los datos ahora sintetizados revelan un cuadro de rrios y Bernal Casasola 2004), a pesar de haberse docu- producción y difusión enmarcado entre el primer cuarto mentado también su producción en la costa de Málaga del siglo I a.C. y probablemente los años finales del en un momento coetáneo, particularmente en Cerro del mismo siglo, en el cual se realiza sobre todo una co- Mar (Arteaga Matute 1985: 213; Ferrer Albelda y Gar- mercialización a nivel regional o supra-regional, puesto cía Vargas 2001: 550-551). De ese práctico monopolio que se desconocen de momento ejemplares fuera del dan testimonio la gran mayoría de los ejemplares iden- ámbito geográfico peninsular. No obstante, creemos tificados en los contextos de la fachada atlántica y fe- que la producción de este tipo muy probablemente se- chables en momentos tardíos de la República (Arruda y ría más numerosa de lo que se puede apreciar de la can- Almeida 1998; Pimenta 2005). No obstante, en el caso tidad de hallazgos actuales, y que seguramente tenderá de unos pocos fragmentos de Scallabis (Santarém) se a aumentar al realizarse un rastreo exhaustivo, acompa- puso sobre la mesa, a modo de hipótesis de trabajo, la ñado de una correcta caracterización petrográfica8. posibilidad de que tuviesen un origen en algún alfar del Guadalquivir (Arruda y Almeida 1998: 215). Esta coyuntura productiva y comercial ganó recien- Mañá C2b (T.7.4.3.3) (fig. 4) temente una nueva dimensión con la identificación y re- copilación de varios ejemplares con petrografías atribui- El tipo tradicionalmente conocido como Mañá C2b bles al Valle del Guadalquivir (Almeida 2008: con inven- es una de las más conocidas y difundidas producciones tario de sitios). Las características de las pastas identifi- tardorrepublicanas de la Ulterior, tanto a nivel de pro- cadas parecen apuntar hacia alfares ubicados en el curso ducción como de exportación. El mapa de su distribu- bajo del rio, o afluentes en el mismo paralelo, con gran- ción (Ramón Torres 1994: 635, mapa 83) revela que se des probabilidades de que se localicen también en el área trata de un contenedor ampliamente difundido y exten- de las Marismas. Al incluirse el valle del Guadalquivir en sible a toda la mitad occidental del Mediterráneo, par- el mapa de la producción de este tipo, se sumaron otras ticularmente en zonas costeras y de penetración fluvial cuestiones que se relacionan con el significado, el ám- inmediata asociadas a ellas (Lagóstena Barrios 1996b : bito, la cronología, el volumen de su producción y expor- 145), con zonas de mayor concentración como pueden tación, así como los que conciernen al producto o serie ser los yacimientos de la actual Andalucía, del sureste de productos envasados. Para algunas de estas cuestiones peninsular (Molina Vidal 1997) y de la fachada atlán- existen respuestas más o menos concluyentes, mientras tica, tal como certifican los hallazgos del actual territo- que para otras únicamente indicios o líneas de trabajo. rio portugués (Fabião 1989; Arruda y Almeida 1998; En lo que concierne el posible significado y ámbito Almeida y Arruda 2005; Pimenta 2005) y de Galicia de su producción, entendemos que la manufactura de este tipo se debe de integrar, tal como el propio título de este apartado indica, en el proceso de reproducción de contenedores de éxito, en este caso supra-regional. 6. Se trata de un borde subrectangular asimilable a la Dressel Así mismo, este modelo anfórico, con una buena adap- 1B, con pasta marrón similar a la de las Haltern 70 y Dressel 20 clá- tabilidad ya probada en el mundo cartaginés, y que fue sicas, que procede de la UE 1818 (nº inv. 1581) de la Fase II del Pa- tio de Banderas, fechada hacia 50-25 a.C. posteriormente elegido y asimilado por la industria sa- 7. Este ejemplar que se puede adscribir a la variante C de la lazonera gaditana para exportar un producto conocido Dressel 1 apareció en un depósito anfórico próximo al área portuaria y producido desde hacía tiempo en la región (Ramón (García Fernández 2004), asociado a ánforas Dressel 1b itálicas y lo- Torres 2004: 83) comercializándose hacia Occidente a cales, Ovoide 1, Ovoide 2, Ovoide 6 y Mañá C2b (o T. 7.4.3.3), una asociación que consideramos típica del periodo en torno a mediados la par que los productos tirrénicos, parece haber sido del siglo I a.C. (García Vargas e.p.). de igual modo asimilado y reproducido en algunos al- 8. Creemos que muchos fragmentos con origen en el Guadal- fares de la cuenca inferior del Betis. De ese modo, la quivir se encuentran “camuflados” bajo la designación genérica de Maña C2b del Guadalquivir representa la reproducción “Dressel 1 hispánicas” o “Dressel 1 béticas”, designaciones que son escasamente útiles dada la comprobada diversidad de áreas produc- de más “una forma de éxito internacional”, tal vez la toras que ofrece la Provincia. más exitosa tras las de los tipos vinarios itálicos.

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Figura 4. Mañá C2b. Prototipo y fragmentos con producción en el Guadalquivir.

Haciendo prevalecer el primado de la morfología y que contenían pepitas de uva o aún mejillones en vina- de la geografía, esta forma puede estar relacionada con greta (Aranegui Gascó y otros 2004: 373). Los distin- los primeros intentos de comercialización de produc- tos contenidos alertan de la posibilidad de un carácter tos derivados del pescado del interior de la Provincia, bivalente, o polivalente, donde, a pesar de todo, lo más en este caso con origen fluvial o marismeño, represen- probable es que hayan predominado los contenidos de tando el estadio precedente de los posteriores tipos in- salazones sobre los demás. cluidos en el grupo de las Dressel 7-11 de época impe- En lo relativo a la cronología y al volumen aparente rial producidas en el mismo ámbito, de las que ya dis- de su distribución, al contrario de la región gaditana, ponemos de numerosos testimonios de producción en donde la producción arranca aún dentro del siglo II a.C. el bajo Guadalquivir – especialmente en Orippo (Dos (Sáez Romero 2008: 571-572), la del Guadalquivir pa- Hermanas) y posiblemente también en Cerro de Overo rece desarrollarse en un momento avanzado, cercano a y Rancho Centeno (Carreras Monfort 2001)– pero tam- mediados del siglo I a.C., o ya en la segunda mitad, tal bién de consumo (Morais 2005; Almeida 2008). No como se puede deducir de los contextos de consumo at- obstante, si valoramos únicamente el aspecto formal, lánticos (Almeida 2008; Almeida 2010). Sin embargo, también son posibles otros contenidos. En este sen- el novedoso hallazgo de un ejemplar con pasta de las tido hay que recordar el titulus del ejemplar del Museo Marismas en Monte Molião (Lagos, Portugal), permite de Jerez de La Frontera que refiere ¿vin [um?]/du (...) confirmar su producción/exportación ya en la primera (García Vargas 1998: 203 y lám. 3.1), o los de Lixus, mitad del siglo I a.C. (Arruda y Pereira 2010: 706-707).

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La localización de los conjuntos conocidos actual- como Ovoide 2 y Ovoide 3, y otros tipos ovoides sin mente, limitada prácticamente a yacimientos del actual apenas difusión o con difusión limitada en el tiempo, territorio portugués9, la mayoría relacionados de alguna como las Ovoides 8 y 9, el tipo 10 y ciertas formas sin- forma con la presencia militar, no deja lugar a dudas gulares, documentadas por ejemplo en Valeria (Gonzá- en cuanto a una comercialización exclusivamente occi- lez Cesteros e.p.), que carecen de mejor caracterización dental para las Maña C2b manufacturadas en el Guadal- y definición, si bien no pueden considerarse como en- quivir, aunque desconocemos el volumen de su aporta- vases de tipología ovoide. ción dentro de la producción local y consecuentemente del destinado al comercio supra-regional. Sin embargo, los datos que ahora se barajan parecen justificar que si- Ovoide 2 (figs. 5-6) gamos considerándola como una producción minorita- ria en su área productiva (Almeida 2008: 58-59). Una de las recientes propuestas de trabajo respecto a los contenedores minoritarios procedentes del Gua- dalquivir, con base en el conjunto estudiado en Sca- 2.1.2. Segundo grupo. Contenedores de vida llabis, fue la definición del tipo Ovoide 2. A pesar de breve con escaso éxito en los mercados. que no existe una evidencia material manifiestamente abundante, las características propias y singulares que Dentro del segundo grupo de ánforas hemos in- presentaban los fragmentos de Santarém –que no solo cluido aquellas tipologías que por razones para las cua- no se encuadraban en ninguno de los tipos producidos les en principio no tenemos respuesta, sólo fueron pro- en el ámbito regional, sino que tampoco encajaban en ducidas durante un breve periodo, no llegando a tener el ninguna de las formas de referencia– fueron conside- éxito necesario para pervivir o evolucionar hacia nue- radas como suficientemente relevantes para su -indi vos modelos. Podemos decir que son tipos que se que- vidualización como tipo independiente. Se separaron dan por el camino, que en cierta medida pueden ser con- así de las ánforas ovoides “clásicas” del Guadalquivir siderados como experimentos “ que no llegan a conso- (como son las Ovoide 1 (LC67) y las Ovoide 4 (”Hal- lidarse y después de no más de dos o tres decenios des- tern 70 unusually small variant”) y constituyeron una aparecen”, bien sea debido a su rechazo o en los merca- nueva forma presumiblemente ovoide denominada tipo dos de consumo o por su descarte por parte de los alfa- Ovoide 2 y fechada en la segunda mitad del siglo I a.C. reros béticos. (Almeida 2008: 84ss). Dentro de esta categoría entrarían varios de los “ti- Los fragmentos de borde que se definieron como pos minoritários” que han sido recientemente definidos característicos de este tipo (Fig. 6) presentan un per- y caracterizados a raíz de ejemplares documentados fil simple y macizo, de sección tendente a subrectangu- en la fachada atlántica, y de los cuales apenas se tiene lar, que arranca directamente en la continuación de la constancia en escasos yacimientos, casi exclusivamente pared del cuello, con una altura entre los 2 y los 3 cm, peninsulares (Almeida 2008; Almeida 2010). Nos es- y definen bocas con diámetros comprendidos entre los tamos refiriendo principalmente a aquellos clasificados 13,5 y los 15,5 cm. En su cara externa el labio se pre- senta bastante vertical, y en la interna puede presen- 9. De momento, su presencia se encuentra documentada en: Ce- tarse tanto recto como ligeramente convexo. Termina rro do Cavaco (Tavira), un conjunto recogido en superficie y mayori- de forma abrupta y bastante marcada, asumiendo al ex- tariamente encuadrable en la primera mitad del siglo I a.C. (Almeida terior el aspecto de una banda recta. Al conjunto de las 2008); poblado de Mesas do Castelinho (Parreira 2009: 50), en con- características de estas bocas entendemos se asocia un textos del siglo I a.C. anteriores a la implantación del principado; Faro en contextos de la segunda mitad del I a.C. (Viegas 2011: 197); cuello de reducida longitud y de perfil bitroncocónico, Monte Molião (Lagos), en el interior de un espacio dedicado a acti- que conecta suavemente con el cuerpo, y del cual par- vidades metalúrgicas domésticas, fechado, como se ha indicado, en ten asas de perfil semicircular e igualmente cortas. la primera mitad del siglo I a.C. (Arruda e Pereira 2010: 706-707); Teniendo por base estas características, se pueden Quinta do Almaraz (Almada), también de superficie un conjunto con clara connotación tardorrepublicana (Barros y Henriques 2002); Sca- asimilar fácilmente los fragmentos del tipo Ovoide 2 a lllabis (Santarém), en contextos atribuibles a momentos finales de las producciones brindisinas o a otros tipos ovoides del la República e inicios del Imperio (Almeida 2008: 57-59). En la su- siglo I a.C. de procedencia indeterminada como lo fue- puesta área productora sólo conocemos un fragmento descontextuali- ron en su día las problemáticas formas 24 o 26 de la tabla zado de boca con pasta del Guadalquivir documentado recientemente en un nivel islámico (siglo XI) del Patio de Banderas del Real Alcá- de Dressel (Zevi 1966: 223; Beltrán Lloris 1970), hoy zar de Sevilla. bien caracterizadas y que se atribuyen a producciones

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Figura 5. Probables prototipos del tipo Ovoide 2 del Guadalquivir. especificas del Mediterráneo oriental y central, respec- que agrupar bajo la simple designación de “tipo ovoide tivamente. Clasificarlas como ánforas ovoides en gene- indeterminado” todos los ejemplares que comparten ral, es la solución más cómoda pero también la más pe- las características morfológicas indicadas supra, puede ligrosa, puesto que inscribir este “nuevo” tipo del Gua- complicar más que aclarar el panorama (Almeida 2008: dalquivir en la gran familia de las designadas “ánfo- 83), pues es sabido que bajo esta genérica designación ras ovoides” indeterminadas poco contribuye a su co- se pueden agrupar formas no sólo de distinta cronolo- rrecta definición y encuadre tipológico. Por otra parte, gía, sino también de distinta procedencia10. intentando establecer conexiones más concretas y cer- El origen de la forma Ovoide 2, cuya individuación canas, nos parece que la forma en cuestión no sólo no seguimos proponiendo, en la línea de otras publicacio- cabe dentro de la variabilidad formal establecida para nes (Almeida 2008, 2010, García Vargas e. p. González otros tipos ovoides del Guadalquivir, como pueden ser Cestros e. p.), parece radicar una vez más en parámetros las Ovoide 4, Ovoide 6 u Ovoide 5, sino que es impor- formales del repertorio suditálico y medioadriático, por tante procurar no confundirlas con las mismas, incluso lo que se puede admitir una producción “inspirada” o ti- cuando tan sólo se tienen evidencias fragmentarias. Es- pológicamente próxima a las mismas. Es el caso de las tas ánforas difieren igualmente de las “ovoides gadi- formas de la región apula incluidas en los tipos 1A ( nºs tanas”, tanto por su procedencia geográfica como por 1 y 2) y 1C (nº 3) de Baldacci (Baldacci 1972: 25-27 y la morfología de la boca y del cuello, únicos elemen- Tav.1, nºs 3, 4 y 10), y del Grupo Va de las actualmente tos que de momento se pueden analizar con alguna ob- designadas producciones de Apani (nºs 4 y 5) (Palazzo jetividad. Algunas de las ovoides gaditanas presentan, es cierto, bordes de labio corto con tendencia rectangu- 10. Se puede indicar que un escenario con estas características lar y sin moldura –ejemplares del Museo de Jerez de la es el que actualmente existe para gran parte de los naufragios fe- Frontera, de La Caleta (según García Vargas 1998: 74) chados en la primera mitad del siglo I a.C. en el Mediterráneo. En y del Convento de las Concepcionistas de Vejer de la conjuntos de enorme relevancia e importancia para la comprensión Frontera– pero, aun así, poseen bocas de una apertura del tráfico marítimo como pueden ser los pecios de Planier C, Punta Scalleta, Gianuttri, Melilla, Cap Sicié, Planier 5, Grand-Conglué más amplia y más exvasada, apartándose más del cue- 3 y Titán, en los cuales existe gran cantidad y enorme variabilidad llo del cual casi constituyen una prolongación (García de morfologías ovoides. Desgraciadamente, el grado de desconoci- Vargas 1998: 74; García Vargas 2001). miento que tenemos de las distintas regiones productoras existentes Como consecuencia de todo lo anterior, y pese a en el Mediterráneo antiguo, y de los tipos anfóricos manufacturados en ellas, no nos permite extraer datos más precisos, persistiendo la los riesgos que conlleva la individualización del tipo imprecisa denominación “ovoide” para referirnos a muchos de esos Ovoide 2 (ya algo más que provisional) consideramos contenedores.

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1989: 548-549, fig.3, 17-18). De la región del Lacio hay Los fragmentos actualmente documentados del tipo menos ejemplos, aunque ha de tenerse en cuenta el ma- Ovoide 2 con cronologías fiables siempre se encuadran terial de algunas de sus alfarerías, concretamente el de en marcos cronológicos ceñidos a la segunda mitad del Astura (Hesnard y otros 1989: 24)(fig. 5) siglo I a.C. Pese al descubrimiento de los nuevos frag- Hasta fechas cercanas sólo se conocían los ejempla- mentos que se presentan aquí, que apuntalan un tanto res de Santarém y otra posible pieza procedente de Itá- la definición del tipo, aún no se encuentran absoluta- lica y depositada en el Museo de Sevilla11, pero ahora mente disipadas las dudas metodológicas y tipológicas contamos con más ejemplares que pueden ser clasifica- referidas supra, acerca de la pertinencia de la formula- dos como Ovoide 2. Tal es el caso de algunos fragmen- ción del tipo Ovoide 2 (Almeida 2008: 83-85), pero es tos de Castro Marim, clasificados como Haltern 70/ quizás un referente más a la hora de discutir la existen- Ovoide 4 y Dressel 20A ( incluye Ovoide 6 y Oberaden cia de producciones singulares y minoritarias cuya co- 83. Berni, 1998) (Viegas 2011: 493-496; Estampa 104. rrecta definición se nos sigue escapando en el estado 1321; Estampa 106.1355; Estampa 109.1385), o igual- actual de la investigación (García Vargas e.p.) (fig. 6). mente del de las piezas de Lixus, del horizonte Mau- ritano Medio, también clasificadas como Dressel 20A (Bonet Rosado y otros 2005: 122, fig. 16.6 y 7). Más in- Ovoide 3 (fig. 7) teresante es el caso de un individuo de borde con cuello y arranque del asa de la ciudad de Valeria (Cuenca), en Al igual que el tipo anterior, también la forma el interior de la Península, para la cual ya se plantearon Ovoide 3 fue caracterizada y definida a partir de ejem- algunas dudas y reservas (González Cesteros e.p.). El plares de Santarém, representando otro caso de difí- borde y el cuello corto bitroncocónico se ajustan plena- cil clasificación debido a lo fragmentario de la eviden- mente al tipo Ovoide 2, pero la fractura del arranque del cia y a la práctica ausencia de paralelos en las tipolo- asa parece preludiar un asa hecha de forma tosca con gías de referencia. Las reservas expresadas al respecto dos bastones o rulos, a la manera característica de las desu individualización continúan aún siendo hoy total- posteriores Dressel 2-4. A pesar de ello, nos resistimos mente validas, pues hay que tener presente que el tipo a caracterizar esta pieza como una Dressel 2-4, ya que se encuentra justificado en la singularidad de sus deta- formalmente el labio y el cuello son completamente lles morfológicos, pero la definición del tipo debe ser distintos del tipo itálico, que además es posterior crono- tomada con prudencia y considerarse abierta la posible lógicamente. Además, en el caso de esta pieza, tampoco asimilación a otros tipos, aunque entendemos que ello habría lugar a que el asa tuviera un perfil semejante a es poco probable (Almeida 2008: 86-87). las de las Dressel 2-4, sino más bien ha de tratarse de Los fragmentos identificados en Santarém se carac- un asa corta, a semejanza de otros tipos ovoides. Por terizan formalmente como bordes que definen bocas este motivo, pensamos que o bien se trata de un asa con diámetros comprendidos entre los 16 y los 18cm, bífida corta o, como alternativa, puede representar un con labios macizos de perfil moldurado de aproxima- episodio de adaptabilidad mezclada con “savoir faire”, damente 3 cm de altura y sección de tendencia subrec- es decir, puede que eventualmente represente un esta- tangular. La parte externa del labio presenta una con- dio inicial o una variante de asa de cinta acanalada en cavidad acentuada en su área medial, asumiendo una el dorso, morfología que es típica del Guadalquivir12. forma en banda recta con surco, que define a veces un apéndice basal más o menos proyectado (García Vargas e.p.). Este apéndice recuerda en ocasiones el aspecto de 11. El posible ejemplar de Itálica, que no obstante, presenta al- una doble moldura, pero no puede clasificarse como tal, gunas características peculiares desde el punto de vista formal, se integra en un conjunto extremadamente interesante compuesto por Dressel 1 de producción itálica y regional, Maña C2b, Ovoide 6 y determinado. Un fenómeno similar pero a la inversa es el que podrá Ovoide 1. Hemos tenido la oportunidad de ver este conjunto en el existir en otros momentos, a raíz de la producción de las Dressel 2-4 Museo Arqueológico de Sevilla, y de estudiar algunas de las piezas del Guadalquivir, en las cuales se puede observar frecuentemente que (García Vargas e.p.). las asas son “falsas bífidas”. En este caso, en un asa larga con sec- 12. Si no se tiene la costumbre de fabricar un asa con sección ción longitudinal se practica un incisión profunda en ambos lados, ovalada y profunda acanaladura central, se puede conseguir un efecto acción bastante más sencilla, pero que a efectos prácticos permite si- similar con la simple unión de dos bastones circulares, lo que re- mular el aspecto del asa bífida característica de este tipo de contene- sulta típico de modelos orientales y suditálicos, y, por ejemplo, ali- dor vinario. Sobre este tipo de ánforas, las Dressel 2-4, debe decirse sar la parte inferior del asa. Con ello, se consigue obtener un dorso que, de momento, no están constatadas de modo seguro produccio- con aspecto cercano al de las “típicas” asas del Guadalquivir. Se trata nes del Guadalquivir hasta época imperial (García Vargas 2004 a y de una solución técnica simple ante la carencia de un “saber hacer” b; Almeida 2008).

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Figura 6. Formas comparativas sur-itálicas (arriba) y fragmentos atribuibles al tipo Ovoide 2 (abajo). ya que no se trata de dos molduras claramente diferen- Grand-Conglué 3, que fueron clasificadas original- ciadas. El labio termina de forma bastante abrupta, se- mente como “Dressel 10” (entiéndase tipo ovoide ga- parándose claramente del cuello. A las bocas con este ditano) (Liou 2001: 1102, lám. J, nº 5), hecho a nuestro conjunto de características se asocia habitualmente un entender bastante comprensible dados algunos rasgos cuello corto y bitroncocónico del que parten las asas, similares entre ambos tipos, son en realidad Ovoides 3. aparentemente cortas y en forma de cuarto de círculo, Parte de los detalles morfológicos descritos, particu- macizas y con una sección subcircular. Teniendo por larmente el labio “pseudo-moldurado”, recuerda tam- base todos estos elementos, se planteó un contenedor bién algunos rasgos de las ánforas de fondo plano Dres- de tendencia ovoide (Almeida 2008: 87), algo que pa- sel 28, en concreto un ejemplar del naufragio de La- rece confirmarse (infra). vezzi 1 (Liou 1990; Liou 2001: 1077, Lám.II, 4), pero Afortunadamente, y al contrario del tipo Ovoide 2 la forma más maciza del borde de nuestro tipo se aleja presentado con anterioridad, en este caso sí que con- de éstas. Así mismo, al diámetro superior y la particu- tamos con algún ejemplar completo para plantear una lar forma de las asas, observable a nivel de los frag- morfología general. De este modo, pensamos que al- mentos, se suma un cuerpo y pivote que se presentan gunas de las ánforas transportadas a bordo del pecio afines a las producciones ovoides provinciales, sobre

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Figura 7. Tipo Ovoide 3 completo (arriba) y fragmentos atribuibles al tipo Ovoide 3 (abajo). todo de producción del Guadalquivir, destacando la in- constitución de este grupo y su homogeneidad o varia- negable proximidad morfológica que guarda con el tipo bilidad interna. Ovoide 1, lo que en ocasiones podría llevar a equívocos Los fragmentos novedosos que entendemos como entre ambos tipos. integrantes del tipo Ovoide 3 proceden de nuevo de si- Actualmente, la identificación de nuevos ejempla- tios de la fachada atlántica peninsular, concretamente res, algunos conjugando las distintas características de- de la meridional: Castro Marim (Viegas 2011: 486ss) y finidas para el tipo, mientras que otros sólo con algu- Mesas do Castelinho (Parreira 2009: Est. XVI.158). Se nos rasgos que nos llevan a atribuirlos al tipo con algu- trata en ambos casos de ejemplares que han sido clasifi- nas reservas, contribuyen a la consolidación de la pro- cados como Ovoide 1 (Clase 67/LC. 67), aunque nos pa- puesta de una forma independiente para estos ejempla- rece que se deben separar de esta forma (cf. fig. 7). Tal res, aunque serán necesarias más piezas completas o como en otro momento se comentó a propósito de una ejemplares fragmentarios de mayores dimensiones a de las piezas de Santarém, acerca del motivo que llevó a los que tenemos hasta ahora, para confirmar la correcta su exclusión del tipo Ovoide 1 (Almeida 2008: 87), en el

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Ovoide 9 (fig. 9) 40 a.C. y época augustea, aunque clasificado como Dressel 12 (Morais 2010a: 214, Estampa XXXVI.82), Dos cuellos completos (nos. inv. 693 y 694) con y para otro fragmento de la colección del Alto dos Ca- borde, arranque de las asas y hombros procedentes del cos, un yacimiento con evidentes connotaciones mili- desmonte de unos testigos relacionados estratigráfica- tares, localizado muy cerca de la ciudad de Scallabis mente con el edificio de africanum de la excavación (Santarém), pero en la orilla opuesta del Tajo (Pimenta, del Patio de Banderas (García Vargas e.p.) (50-25 a.C.) Mendes y Almeida e.p.: Estampa 2.11). son también de difícil asignación según las tipologías al uso, si bien es indudable, en función del color y as- pecto macroscópico de sus pastas, que pertenecen a ti- Tipo 10 (figs. 10-12) pologías republicanas del Guadalquivir. Ambas piezas presentan borde alto subtriangular Una boca con cuello y arranque del asa del foro con un pequeño resalte en los extremos exteriores su- de Valeria publicado recientemente por uno de noso- perior e inferior, lo cual da a los bordes un ligerísimo tros (González Cesteros 2010) presenta unas caracte- aspecto moldurado. La parte alta del interior del borde rísticas realmente singulares, lo que nos ha aconsejado presenta, además, una tenue línea de carenación, mien- siempre clasificarlo aparte, a pesar de su “aire de fami- tras que la base exterior del mismo es plana y ligera- lia” con las Haltern 70 iniciales y con otras ánforas de mente biselada. Los hombros son rectos y parecen su- morfología ovoide (González Cesteros 2010: 33; Gon- gerir para el cuerpo un perfil ovoide similar o cercano a zález Cesteros e.p.; García Vargas e.p.). Sólo se con- los de las series ovoides que estamos describiendo. Es serva el tercio superior del recipiente, incluyendo un por esta razón por la que, siguiendo el ejemplo de pu- asa casi completa. El borde es rectangular, de unos 2 blicaciones anteriores de este mismo material (García cm. de altura, completamente recto con respecto al cue- Vargas e.p.), los incluimos provisionalmente dentro de llo y ligeramente convexo en su parte interna (Gonzá- las ánforas locales de morfología ovoide, dándoles el lez Cesteros e.p.). El asa se une al cuello por debajo nº 9 en su clasificación. Un paralelo bastante próximo del borde y presenta un ligero codo redondeado y aca- de esta forma lo encontramos una vez más en Apulia, naladura dorsal, lo que resulta común a la práctica to- en concreto en la variante B de la forma VII de los hor- talidad de las producciones republicanas del Guadal- nos de Apani (Palazzo 1988: 112-113; Palazzo 1989: quivir. El interior del cuello está marcadamente acana- 549 y 55313), una forma que arranca a finales del siglo lado. Por lo demás, sus rasgos morfológicos permiten II a.C. y de la que tal vez constituyan una variante pro- relacionarla con otros fragmentos de diversa proceden- vincial. Las asas de los ejemplares de Sevilla son muy cia que tienen un cuello y un perfil del borde similares. fragmentarias, aunque el fragmento conservado de una Entre ellos, destacan un par de cuellos sin asas proce- de ellas en el ejemplar 693 sugiere la presencia de una dentes del alfar tempranoaugusteo excavado en la calle acanaladura dorsal. Doctor Fleming nos. 13-15 de Carmona (García Vargas Un fragmento de bordes sin asas de la UE 1692 (nº e.p.: Fig.10.2-3), en el que las tipologías mayoritarias inv. 2126) del Patio de Banderas (fig. 9 abajo dcha.), son Pellicer D y Haltern 70. encuadrable en las mismas fechas, podría representar En un trabajo anterior, uno de nosotros (García Var- una variación interna del tipo (García Vargas e.p.) que, gas 2010: 594) había asimilado estos últimos fragmen- al igual que todos los demás tipos ovoides tendría cierto tos de Carmona con la forma definida como Ovoide 2 grado de variabilidad intrínseco. No obstante, siendo la del Guadalquivir (Almeida 2008: 83-85), pero la pos- morfología de éste último borde ligeramente diferente terior constatación de su cercanía morfológica con el a las de los dos ejemplares anteriores, menos engrosado ejemplar de Valeria, (cf. González Cesteros 2010; Gon- internamente, la superficie cóncava en su cara externa, zález Cesteros e.p.), más completo, aconsejó luego dar- el cuello muy corto y de tendencia cilíndrica, así como les un nombre propio: el de Ovoide 10 del Guadalquivir la ubicación de los arranques de asa, permiten afirmar (García Vargas e.p.). A la postre, este nombre puede ser que se está en presencia de un fragmento que se puede también inadecuado, ya que no existe seguridad de que atribuir al tipo. Lo mismo proponemos para un frag- perteneciera a un tipo/cuerpo de morfologia ovoide. mento procedente del Castelo da Lousa, fechado entre Un examen atento de las piezas en cuestión, per- mite tentativamente establecer un vínculo formal en- 13. cf. de forma complementaria la dirección http://www.dscc. tre estas piezas (con seguridad la de Valeria) y las án- uniba.it/Anfore/Leanfore.html. foras tardorrepublicanas apulas y medio-adriáticas del

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Figura 9. Tipo Ovoide 9. Propuesta de prototipo y ejemplares fragmentarios. tipo Lamboglia 2. Este es un hecho que ya se apuntaba o en la Figura 11, algunos de los muchos fragmentos también en trabajo anterior (García Vargas e.p.), en el recuperados en Cartagena (Márquez Villora y Molina que se señalaba que, aunque la apariencia general pa- Vidal 2005: figuras 50-54) nos parecen especialmente recía relacionarse con la de las Haltern 70 “iniciales”, próximos al de Valeria, con la salvedad de que el ánfora se separaban de éstas en la forma del borde y en el per- del Guadalquivir tiene unas dimensiones reducidas con fil y longitud del cuello y asas (sobre todo estos dos úl- respecto a las de la serie “original” de Lamboglia 2. timos aspectos), detalles morfológicos que recuerdan La relativa “miniaturización” de los contenedores bastante a los característicos de los tipos asimilables de imitación, parece, por otra parte, característica de a la forma Lamboglia 2 o sus sucesoras directas, las algunas series de ánforas “vinarias” del valle del Gua- Dressel 6 adriáticas. Concretamente, a modo de ejem- dalquivir como las Dressel 1 de La Loba o de Posa- plo, piezas como las ilustradas en la Figura 10 y pro- das (supra), lo que puede constituir un argumento más cedentes de Herdonia (Stefano 2008: 120, tav. XXIV), para sostener una conexión formal con ánforas itálicas

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Figura 10. Comparación entre el ejemplar de Valeria y bocas de Lamboglia 2 (arriba), propuesta de reconstitución del Tipo 10 y comparación con ejemplares completos de Lamboglia 2 (medio), comparación entre la propuesta del Tipo 10 y otros tipos (ovoides del Guadalquivir, Haltern 70 y Dr 12).

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Figura 11. Ejemplo de la variablidad formal dentro del tipo Lamboglia 2. Fragmentos procedentes de Carthago Nova (según Márquez Villora y Molina Vidal 2005).

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Figura 12. Propuesta de reconstitución del Tipo 10, ejemplares fragmentarios y variantes adscribibles al tipo. contemporáneas de nuestros ejemplares de Valeria y fue imposible localizarla entre los materiales proceden- Carmona. De momento, y con la provisionalidad a la tes de la intervención que consultamos en el Museo de que obliga la precariedad de nuestros datos, mantendre- Cádiz. Años después, y reparando en la forma del asa, mos el nº 10 que ya le otorgamos a la denominación de con la característica acanaladura y digitación terminal estas ánforas, pero suprimiendo la indicación “ovoide”, de unión al hombro, nos planteamos que pueda tratarse de modo que, nos referiremos a ellas como Tipo 10 del de una interpretación regional de la forma adriática, a Guadalquivir. lo que parece que conducen también las peculiaridades De cualquier forma, queremos subrayar el hecho de del borde. La fase siguiente del mismo solar presenta que los fragmentos comentados que proceden de con- ánforas Dressel 9 de producción local y época augustea textos muy diversos, sin ser numerosos, parecen suge- con asas acanaladas, con lo que quizás la pieza anterior rir un “horizonte” de imitaciones regionales de ánforas sea una manufactura de la propia figlina. Ante la im- Lamboglia 2 o al menos de producciones anfóricas ins- posibilidad de asegurar nada al respecto con el simple piradas en esta morfología de origen itálica meridional dibujo del ejemplar, lo traemos aquí solamente como y/o adriática. En 1998, uno de nosotros (García Var- ejemplo comparativo y como posibilidad de estudio en gas 1998: 345, fig. 27.3) publicó un diseño de ánfora el futuro con respecto a una línea morfológica influen- Lamboglia 2 procedente de las excavaciones en el al- ciada por las Lamboglia 2 en el sur de la Ulterior. far tardopúnico de la calle Gregorio Marañón de Cádiz. Dentro de esta línea de influencia de Lamboglia 2 Dado el estado entonces de la investigación, no la atri- vemos ahora como próximo al tipo 10 un ejemplar del buimos a una producción regional, puesto que, además, alfar de González Parejo nº 19 de Carmona que uno de

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 211 nosotros publica en una trabajo anterior como Ovoide 3 semejantes, que constituyen el grupo siguiente (2.1.4). (García Vargas e. p.) dadas las peculiaridades de su Los tipos de éste último derivan directamente de las borde. La forma del cuello y las concomitancias gene- formas del grupo que ahora tratamos, dándose las si- rales con las ánforas inspiradas o que imitan a las Lam- guientes derivaciones: Ovoide 4 – Haltern 70; Ovoide 6 boglia 2, creemos ahora que justifican la reubicación (Clase 24) – Oberaden 83. Obsérvese que las ánforas de tipológica de este cuello de Carmona en el interior de la forma Ovoide 1 (Clase 67/LC67) desaparecen sin de- los contenedores del Tipo 10. Tanto la pasta cerámica, jar “sucesora” en la fase siguiente. como el detalle de la digitación en la inserción inferior del asa, aseguran que se trata de un ejemplar manufac- turado en Carmona, tal vez en el mismo alfar en el que Ovoide 1 (=Clase 67 / LC67) (figs. 13-14) fue documentado. Otro de los nuevos fragmentos que integramos en Existe actualmente el consenso generalizado de este tipo proviene de Castro Marim. Aquí, procedente que, de entre las ánforas de morfología ovoide tardo- de la fase de ocupación tardorrepublicana comprendida rrepublicanas de producción hispánica, el tipo recien- entre 60-30 a.C.; este fragmento fue integrado en los ti- temente agrupado en el repertorio del valle del Guadal- pos olearios antiguos (Viegas 2011: 493, Est. 104). Sin quivir como Ovoide 1 es probablemente el mejor cono- embargo, entendemos que la particular morfología de cido, y simultáneamente el mejor ejemplo hispano re- su labio y cuello son perfectamente compatibles con al- sultante de la creación de un repertorio de ánforas pro- gunas de las morfologías “canónicas” conocidas para el pio con características occidentales, pero con clara ins- tipo Lamboglia 2, y por lo tanto, se debe adscribir a este piración romana. nuevo tipo del Guadalquivir. Aunque estas ánforas ovoides de cuello y asas cor- tos, borde almendrado y collarín o moldura bajo el borde en la separación con el cuello, son conocidas en 2.1.3. Tercer Grupo. Contenedores con la literatura arqueológica desde hace decenios (Lambo- éxito significativo en los mercados. glia 1955: figs. 15 y 16; Callu y otros 1965: 100-101; Domergue 1973; Nolla Brufau 1974-1975: 170 y figs. Frente a los contenedores del grupo anterior, que 16.4; Boube 1979-80: 100), su reconocimiento como alcanzaron una difusión muy limitada desde el punto un tipo singular no tuvo lugar hasta el trabajo de C. Fa- de vista cronológico y espacial, por lo que pueden ser bião sobre las ánforas del campamento romano de la considerados como formas claramente minoritarias, los Lomba do Canho (Arganil), donde las denominó Clase del presente grupo constituyen el núcleo morfológico 67 (Fabião 1989: 65-73), añadiendo una clase más a y funcional a partir del cual se desarrolló el repertorio la tipología abierta establecida algunos años antes por provincial bético de época imperial temprana (cf. apar- Peacock & Williams (1986). Sin embargo, el escaso tado 2.1.4). Su “éxito comercial” es mucho mayor que uso de la tipología británica en el ámbito de la investi- el de las formas precedentes, siendo así que la mayoría, gación peninsular llevó a que se generalizara con pos- si no todos los tipos se constatan no sólo en yacimien- terioridad en la bibliografía de referencia como LC67 tos peninsulares, sino también en las costas del Medite- o Lomba do Canho 67, de donde deriva su nombre. En rráneo occidental y en barcos hundidos que denotan las los años noventa, J. Molina Vidal dio un nuevo impulso rutas marinas por las que eran transportadas. al conocimiento y consolidación de este tipo, atesti- Aunque el proceso de definición de las formas de guando su presencia en contextos tardorrepublicanos este grupo ha sido largo y arduo (infra), puede de- del Levante español (Molina Vidal 1995). cirse que, hoy por hoy, las características de cada uno Este tipo surge en un momento paralelo o inmedia- de los tipos que lo conforman se encuentran práctica- tamente posterior al de la “reproducción de los mode- mente fijadas, sirviendo de referente claro a la investi- los itálicos”, dentro de lo que se viene definiendo como gación sobre el comercio de alimentos en ánforas du- el “proceso de romanización” de los contenedores (Fa- rante los años finales de la República Romana. La orde- bião 1998a: 398). Dada su nula conexión formal con las nación tipológica de esta serie ofrece, al mismo tiempo, morfologías anfóricas turdetanas, la producción de este referencias cronológicas importantes para la datación tipo también podría ser entendida objetivamente den- de las secuencias estratigráficas tardorrepublicanas en tro de la reproducción de los modelos itálicos . No obs- las que comparecen, a condición de que sepan distin- tante, no existen señales clareas de presencia de un pro- guirse de los ejemplares, a menudo formalmente muy totipo itálico en Hispania del que surgiera esta forma

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 212 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS directamente y sin variación, por lo que nos parece que valle del Guadalquivir, los escasos datos sólidos co- sería mejor incluirlo en este grupo 2.1.3, compuesto bran sentido a partir de los que se pueden inferir de por formas que surgen en un segundo momento de ese los centros de consumo y, complementariamente, de proceso de romanización del artesanado de transporte, otras regiones hispanas que produjeron tipos simila- posterior en todo caso al del grupo 2.1.1., correspon- res, con todos los peligros que conlleva el uso de di- diente a la “reproducción de contenedores precedentes chos paralelismos. Por su parte, los lugares de con- con demostrado éxito regional”. sumo nos muestran unas primeras importaciones ha- A pesar de que al principio se planteó un posible cia los años finales del primer tercio del siglo I a.C., origen formal enraizado en las producciones púnicas propuesta al principio por Fabião (Fabião 1989), y occidentales (Fabião 1989: 66), se dejó igualmente confirmada después por Molina Vidal en yacimientos abierta la posibilidad de que entroncara con las produc- del Levante peninsular (Molina Vidal 1995; 2001), ciones brindisinas (Fabião 1989: 67). Esta última idea por lo que creemos que el inicio de su producción de- es la que viene prevaleciendo en los últimos 10 años bió de ser por estas fechas. de investigación. Las propuestas que se vienen avan- La evidencia disponible certifica que el período de zando sucesivamente van al unísono (Molina Vidal máxima producción y exportación se sitúa indiscuti- 2001: 641; Fabião 2001: 672; Bernal Casasola y Gar- blemente en el tercer cuarto de esta centuria. Es lo que cia Vargas e.p. ; Almeida 2008: 70; García Vargas e.p.) se puede deducir de su exportación mediterránea (Mo- y son concordantes en cuanto que reconocen una es- lina Vidal 2001: 640), y de varios naufragios que do- trecha conexión con el universo de los modelos itáli- cumentan su circulación en los grandes ejes comercia- cos ovoides de las regiones meridionales (Molina Vidal les para esas fechas –Grand-Conglué 3 (Liou 2001: 2001: 641), un elenco formal igualmente problemático 1091, Lám. J-K), San Ferreol (Mas García 1985: 205) y de difícil caracterización. Éstos podrían ser concreta- o Rabat (Boube, 1979-1980)– pero sobre todo de su ya mente las formas apulas Baldacci 1C (Baldacci 1972: acentuada difusión en el extremo occidental del Me- 26-27 y Tav. 1.12) o las formas II/III y IV de los alfa- diterráneo, con una particular concentración en la fa- res de Apani (Palazzo 1988: tav. XXIX; Palazzo 1989), chada atlántica peninsular y en sus áreas de penetra- o, quizás con más probabilidad, los tipos medio-adriáti- ción más inmediata (Fabião 2001; Almeida 2008; Al- cos del Piceno, con labios moldurados y con asas de ca- meida 2010). Su desaparición de los entornos produc- racterísticas prácticamente idénticas a las del tipo his- tivos y de los mercados parece ocurrir en torno a los pánico, datados entre el cambio del siglo II al I y el 30 últimos decenios del siglo (Molina Vidal 2001) o in- a.C. (Carre y Mattioli 2003: 459-460 y Tav. I), docu- clusive en el inicio del primer tercio del siglo I d. C., mentados por ejemplo en el alfar de Cesano de Seniga- con base en los materiales de Santarém (Almeida llia (Cipriano y Carre 1989: 77-80) o en la colonia de 2008: 82). Herdonia (Stefano 2008: 120, tav. XXIV), y que tienen En cuanto a la geografía de la producción, resulta sus mejores referencias en el naufragio de Palombina paradójico que el ánfora más exportada de la Ulterior (Mercando 1975-81). republicana sea “opaca” a efectos de centros concre- Independientemente del parecido con unos u otros tos de producción en el Valle del Guadalquivir, no co- tipos del repertorio itálico meridional, lo que parece es- nociéndose ningún alfar que haya producido este tipo tar claro es que se configura un contenedor de produc- (Almeida 2008: 72), aunque sí referencias orales (Prof. ción sudhispana, que se encuentra directamente vincu- O. Arteaga Matute) acerca de una serie costera proce- lado con otros tipos tardorrepublicanos suditálicos y dente de los alfares no excavados de Toscanos (Vélez que este hecho, lejos de ser un fenómeno aislado, va a Málaga). Si esto es así, las producciones más antiguas marcar tendencia en una Hispania meridional, que pa- podrían haber sido la de los alfares malagueños y ga- rece ir progresivamente introduciendo sus productos ditanos (Lagóstena Barrios y Bernal Casasola 2004) envasados en ánforas en los circuitos comerciales ro- junto con la de ánforas Dessel 1 y “Ovoides gaditanas”, manos (Molina Vidal 2001: 641). mientras que en el área gaditana, su aparición y produc- En la cronología apuntada para las producciones ción parecen encontrarse vinculadas a los alfares ubi- itálicas, es coherente que el inicio de las (re)produc- cados en el ámbito rural y relacionados con propieda- ciones hispanas sea, naturalmente, posterior a la de des fundiarias de tipo villae. En todo caso, las crono- sus modelos itálicos. En lo referente al posible marco logías aceptadas en ésta última zona no van más allá cronológico para el arranque de su producción, dado de mediados del siglo I a.C., estando por el momento que no existe ningún tipo de evidencia directa para el ausentes de los contextos productivos periurbanos más

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Figura 13. Ánforas ovoides de producción sud-itálica, protótipos de la Ovoide 1 del Guadalqivir (arriba) y ejemplares completos y semi-completos de Ovoide 1 (=Clase 67/LC67) (abajo).

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 214 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS antiguos, como los de la isla de San Fernando (Cf. Gar- Posteriormente, C. Fabião (2001: 673) y otros autores cía Vargas 2001: 64). establecieron que, al igual que para otros tipos anfóri- También parece haber series costeras del tipo en la cos pre-augusteos, la propuesta más probable sería que bahía de Algeciras y la Tingitana atlántica. En la pri- se tratase de contenedores con un carácter polivalente, mera de estas dos regiones, su producción se encuen- habiendo servido para difundir diferentes artículos tra atestiguada en El Rinconcillo únicamente a partir de (García Vargas 2001). Esta misma premisa justificaba la fase III (Fernández Cacho 1995: 183, lám.4 nºs 3-5), la posibilidad de diferentes contenidos en función de cronológicamente mal caracterizada y que, pese a pro- los distintos ámbitos de producción, en la estela de lo puestas recientes de una mayor antigüedad (Bernal Ca- sugerido por otros autores (García Vargas 2001; Ber- sasola y Jiménez-Camino Álvarez 2004) nos inclina- nal Casasola y García Vargas e.p.). Por lo tanto, si bien mos a fechar en el tercio central del siglo I a.C. . Por su es cierto que su producción en las alfarerías costeras parte, también se encuentra documentada la producción y la forma de sus bocas incita a pensar en un contene- en el yacimiento marroquí de Sala hacia mitad del siglo dor para preparados piscícolas (tal como indica el refe- I a.C. (Boube 1987-88). rido titulus pictus del naufragio de San Ferreol), o que Este panorama dispar, entre producción interior y su producción en la costa atlántica marroquí puede re- litoral para el tipo14, y esto último en ambas costas del forzar esa posibilidad de utilización para el transporte Estrecho, contrasta enormemente con el panorama de de preparados piscícolas, pensamos que en el caso de los contextos de consumo del siglo I a.C. donde se se- las producciones del Guadalquivir, aunque se podrían ñala explícitamente procedencia de los fragmentos. En considerar igualmente su uso para envasar salazones ellos, la gran cantidad de especímenes muestran las tí- resultantes de ámbito fluvial o lacustre, la distancia a picas pastas con desgrasantes detríticos sedimentarios la costa sugiere un contenido diferente, probablemente del valle del Guadalquivir, cercana al 90/95%, lo que aceite o vino. En esta última dirección indica, la mor- aboga por un escenario productivo mayoritario cen- fología particular de estos contenedores, de evidentes trado en el bajo valle del Baetis. Esto es lo que se des- similitudes formales con las ánforas itálicas meridio- prende en el numeroso conjunto de yacimientos de la nales y medio-adriáticas, especialmente con las apu- Citerior (Molina Vidal 2001: 638) y de la franja cos- las, lo que hace pensar en el aceite, un producto abun- tera de la propia Ulterior, principalmente en el espa- dante en el valle del Guadalquivir ya incluso desde cio del territorio actualmente portugués, en sitios como momentos precedentes, como la referencia obligato- Lomba do Canho (Fabião, 1989: 60ss), Castro Ma- ria. Esta ánfora podría así haber constituido uno de los rim (Arruda 1996; Arruda y otros 2006b; Viegas 2011: primeros vehículos de exportación del aceite bético, 487-488), Faro (Viegas 2011: 201), Santarém (Arruda tan afamado y difundido de forma masiva en los de- y otros 2005: 286; Almeida 2008), y otros de menor en- cenios y siglos inmediatamente posteriores (Almeida tidad más al interior, sobre todo en el Guadiana, como 2008: 194-195), aunque tampoco se pueda descartar el es el caso de Castelo da Lousa (Morais 2010a), y en el vino o el defrutum como posibilidades. Alentejo Central (Mataloto2008). No obstante, para volver a dar una tuerca más a Tal como ocurre con los demás contenedores la discusión acerca de su contenido, hay que men- ovoides, el tipo Ovoide 1 carece de evidencias cla- cionar que recientemente se ha (re)lanzado la pro- ras acerca de su contenido habitual, si es que fue sólo puesta de su posible relación con el contenido de sa- uno. En la primera caracterización realizada por C. lazones, pero esta vez de ámbito costero. Su abun- Fabião, se avanzó la propuesta de que se destinaran dante presencia en Castro Marim, particularmente en al transporte de contenidos piscícolas (Fabião, 1989: un contexto fechado entre 60-30 a.C. (Arruda 1996: 66-68), sobre la base, sobre todo, del supuesto titulus 99), permitió reabrir la discusión, ya que se admite la del naufragio de San Ferreol (Mas García, 1985: 205). posibilidad de diversos productos, pero se apunta al contenido piscícola basándose en los opérculos recu- perados en dicho contexto, cuya analítica demostró 14. Las formas anfóricas con series costeras y del interior, como las LC 67 y las Clase 24, plantean un problema de denominación que un origen petrográfico en la bahía gaditana (Arruda resolveremos en lo sucesivo de forma simple: cuando esté constatado y otros 2006b: 173), defendiéndose que estas ánforas un origen litoral para un fragmento o un ánfora completa, utilizare- manufacturadas en el Valle del Guadalquivir se trans- mos la denominación genérica LC 67 y Clase 24, lo mismo que si la portarían vacías hasta la costa, donde se habrían re- pieza es cuestión es de origen dudoso. Sólo en el caso de que la ma- nufactura en el valle del Guadalquivir sea evidente, utilizaremos la llenado y sellado con opercula de producción local. nomenclatura regional: Ovoide 1 y Ovoide 6 respectivamente. Creemos que se trata de una lectura problemática que,

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Figura 14. Ánforas Ovoide 1 del Guadalquivir. Fragmentos de algunos contextos significativos.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 216 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS no obstante se debe mantener abierta como hipótesis Baetulo, en Tarraco y posiblemente en Iluro), y docu- de trabajo futuro15. mentándose también su presencia a lo largo del princi- En el reciente trabajo monográfico de síntesis rea- pal curso fluvial navegable, el Ebro (Celsa), hasta el su- lizado por uno de nosotros (Almeida 2008), se actua- reste de la provincia (Valentia, en los contextos de la lizó el mapa de difusión de este tipo, y se concluyó Plaza de La Reina y las Corts Valencianes), en prácti- que desde el momento de su definición había crecido camente todos los yacimientos con ocupación tardorre- de forma muy significativa el número de localizaciones publicana como Punta del Arenal, Duanes (Alicante), geográficas asociadas a la forma, por lo que se iba ale- El Monastil (Elda), Lucentum, Ilici, El Molinete (Car- jando ya de la condición de tipo minoritario (Almeida tagena), Loma de Herrerías (Mazarrón, Cartagena), o la 2008: 72-76). Este mapa, que se encuentra actualmente Cueva de las Peñas Blancas, en claro contraste con los en revisión, se ve ampliado con algunos sitios más, yacimientos de fundación augustea, como por ejemplo pero, sin embargo, poco cambia en lo que se refiere a el Portus Ilicitanus (Molina Vidal 1997; Molina Vidal sus principales aspectos y a las lecturas y propuestas 2001: 683; Márquez Villora 1999; Márquez Villora y entonces realizadas acerca de la difusión del mismo. Molina Vidal 2001). A pesar de que la comercialización de la Ovoide 1 En la propia provincia de la Ulterior, la zona lito- no parece ser porcentualmente significativa en relación ral es mucho más rica en hallazgos, destacando Cerro con el total de ánforas documentadas en los contextos del Mar, con su famosos “complejos 10 y 11”, que van del Mediterráneo, su recepción es un hecho incuestio- desde mediados del siglo I a.C. a inicios del principado nable tal como lo demuestra su exportación hasta pa- (Arteaga Matute 1985: 216-222), donde tal vez sean de rajes lejanos, estando presente en Cesarea Marítima, producción local, y en Baelo Claudia desde mediados en niveles herodianos (Oren-Pascal y Bernal Casasola del siglo I a.C., pudiendo todavía encontrarse aún en el 2001: 993, fig.4c), en Éfeso (Bezeczky 2004: 86, fig. comienzo del período imperial (Domergue 1973: 109). 18), en Ostia en el depósito de la Casa del Pórtico en En Cádiz y en su área de influencia inmediata, sólo se el tercer cuarto del siglo I a.C. (Van den Werff 1986), conoce un escaso número de ejemplares importados en en Albintimilium, (Lamboglia 1955: 259-269), Vieille la Casa del Obispo, en La Milagrosa (San Fernando) Toulouse (Fouet 1958), Fréjus (Février 1956: 52 y fig. y en el Convento de las Concepcionistas (Vejer de la 16) o en Lyon, en el yacimiento conocido como Cybèle, Frontera), en una interesante asociación fechada en el en contextos de 40-20 a.C. (Desbat y Lemaître 2001: último cuarto del siglo I a.C., constituida por ánforas 801, fig.1.11). ovoides gaditana, Ovoide 4 y Oberaden 83 u Ovoide 6 En la mitad oriental de Hispania (Cf. Almeida 2008: (García Vargas, 1998: 75). 77-76 y Mapa-Figura 17) se convierte en un tipo pro- En el mismo valle del Guadalquivir, además de los fusamente exportado en la segunda mitad del siglo I fragmentos identificados en la ciudad minera de Mu- a.C., con documentada presencia en toda la Tarraco- nigua (Fabião 2006: 106-107), el único ejemplar com- nensis desde su cuadrante nororiental (Ampurias, en pleto de Ovoide 1 publicado, que procede de un de- pósito anfórico de las cercanías de Itálica, y fechado en torno a la mitad del siglo I a.C., presenta un cuerpo 15. Los distintos tipos de opercula conocidos para el cierre de ovoide con amplios hombros y ligeramente apuntado las ánforas presentan medidas y morfologías cercanas, pudiendo ade- más ser utilizados indistintamente en varios tipos, o por lo menos en por la base (García Vargas 2010: Fig. 2.2.5., nº 3). Junto más de uno. Independientemente del aspecto exterior de las bocas de con él, se han dado a conocer varios fragmentos de la las ánforas, el cierre se realiza en la parte superior del interior del cue- actual calle Alemanes nº 25, fechado uno de ellos entre llo, y, a mayor o menor distancia desde la línea de la boca, los oper- 50 y 25 a.C., y apareciendo el otro de manera residual cula encajan prácticamente en la mayoría de los tipos conocidos. De no ser así, se perdería el carácter práctico y “universal” del opérculo, en un contexto del tercio central del siglo I d.C. (Gar- o de otros elementos de cierre. En última instancia, la manufactura en cía Vargas e.p.). En el Patio de Banderas del Real Alcá- un mismo alfar de distintos tipos o de un repertorio anfórico con sig- zar (García Vargas e.p.), nos encontramos este tipo en nificativa variabilidad conllevaría a la fabricación de idéntica propor- la UE 1911, datada también entre 50 y 25 a.C., ambas ción y variabilidad tipológica de los elementos de cierre. Asimismo, lo más probable es que los opercula hubiesen llegado acompañando de la época de máxima comercialización del tipo. a tipos anfóricos procedentes de la misma región productora, pues és- Pero sin lugar a dudas es en la fachada atlántica tos están presentes en número igualmente significativo en dichos con- donde podemos encontrar la concentración de hallaz- textos, nos referimos a las Maña C2b (T-7.4.3.3), las Dressel 1, las gos más grande, tanto en densidad como en número Clase 67/LC67 y las Dressel 7-11 con morfologías antiguas, todos ellos de la costa, a los cuales se les aplica los mismos tipos de opér- (Cf. Almeida 2008: 75 y Mapa-Figura 17). Destacan culos (Bernal Casasola y Sáez Romero 2008: 467-469). los hallazgos de Baesuris/Castro Marim (Viegas 2011),

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Figura 15. Ánforas itálicas de morfología ovoide, posibles prototipos del tipo Ovoide 4.

Osonoba/Faro (Viegas 2011) Scallabis/Santarém (Al- ovales, son trazos morfológicos típicos de determina- meida 2008), Mesas do Castelinho (Fabião 2001; Pa- das producciones itálicas, con sus mejores paralelos en rreira 2009), Lomba do Canho ( Fabião 1989), los cas- tipos del Lacio, concretamente de la alfarería de Astura tros de Vigo y de Santa Tecla (Peña Santos 1986), o (Hesnard y otros 1989: 24-25, fig.6), de la Apulia (Ci- aún el castro de Montealegre (González-Ruibal y otros priano y Carre 1989, fig.5; Toniolo 1991: 18, fig.7; -To 2007). La imagen disponible certifica que es desde la niolo 1996; Toniolo 2000: 183) y brindisinos de Apani, cuenca del Guadiana hasta la Gallaecia donde el tipo en particular de la forma VII (Palazzo, 1989: 548-549 Ovoide 1 está bien presente, principalmente entre 60- y fig.4) (fig. 15). 20 a.C., y en destinos con clara naturaleza militar o en Por otra parte, sus afinidades morfológicas y su cer- contextos civiles militarizados ya que aparece en con- canía con el bien conocido tipo Haltern 70 contribuyen textos civiles apenas en su momentos finales y sin que a que persista la incertidumbre de su aceptación como sean muchos los que revelen importaciones en número tipo bien individualizado desde fechas tardorrepublica- significativo. nas (por lo menos mediados del siglo I a.C.). Dichas similitudes con la forma Haltern 70 fueron en un pri- mer momento positivas, ya que permitieron reconocer Ovoide 4 (figs. 15-19) la existencia de una “anomalía formal”, con manifies- tas diferencias respecto al tipo Haltern 70 canónico. No El tipo Ovoide 4 sigue siendo hoy por hoy uno de obstante, a posteriori resultaron tener un efecto contra- los que más problemas de definición ofrece y, de igual rio, ya que acabaron llevando a una escasa valoriza- modo, uno de los que suscita más animada controversia. ción y menor atención de dicha singularidad por parte La cronología de su difusión y sus características de la investigación. Tal vez sea éste uno de los princi- morfológicas, sin precedentes en la producción de la pales motivos para que el “recorrido tipológico” de esta Ulterior interior, se entienden como un reflejo de los forma haya acabado siendo bastante tortuoso. influjos itálicos en la manufactura alfarera del Valle, Después de que D.P.S. Peacock y D. Williams in- y por lo tanto relacionables con las de los contenedo- dividualizaran una morfología de ánfora similar a las res itálicos que tradicionalmente se agrupan en el uni- Haltern 70, aunque de módulo menor, incluyéndola verso de las producciones ovoides (Fabião 2001; Al- dentro de su Clase 15 bajo la rúbrica “unusually small meida 2008: 100). Las bocas definidas por labios cortos variant” (Peacock & Williams 1986: 115-116), C. Fa- y rectos con tendencia subtriangular o subrectangular, bião, de nuevo basándose en otros ejemplares hallados así como los cuellos cortos, asas cortas y con secciones en el campamento militar tardorrepublicano de Lomba

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 218 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS do Canho (Arganil, Portugal), y que eran claramente Como alternativa a la genérica Clase 2417, intentán- integrables en esta “variante”, propuso la separación dose evitar probables connotaciones o asociaciones di- morfológica defnitiva entre ambos formatos, mante- rectas con otras designaciones tipológicas con las cua- niendo dentro de la Clase 15 a las Haltern 70 “aunténti- les estas ánforas no tienen por qué mantener un relación cas” y asignando la clasificación de Clase 15A a la “va- directa, y por mantener la secuencia interna dentro de riante pequeña” de los conocidos contenedores béticos la “familia” de ánforas ovoides de la Ulterior (Almeida (Fabião 1989: 61-64). Junto a ello, confirmaba también 2008), dentro del cual se individualizaron hasta 7 tipos, la existencia de otra forma republicana, a la cual se de- recientemente ampliados a 10 (García Vargas e.p.), se bería aplicar la designación de Clase 24 de la clasifica- propuso adscribir los diferentes subgrupos a dos tipos ción de Peacock y Williams, puesto que se trataba del diferentes. Por lo tanto, mientras que a los segundos, verdadero tipo precedente de los contenedores oleíco- los pertenecientes a la anterior Clase 24, con bocas de- las béticos de época altoimperial (Fabião 1989: 73-74). finidas por labios de sección “almendrada” o subcircu- Algunos años después, la constatación por parte del lar (afines a los de la posterior Dressel 20A u Obera- mismo investigador de los recurrentes problemas en su den 83), se atribuyó el tipo Ovoide 6, al subgrupo defi- identificación fragmentaria, el parecido formal con otros nido por las bocas que se pueden genéricamente clasifi- tipos o sub-tipos procedentes del Guadalquivir con cro- car como en collarín, que se corresponden con la ante- nología igualmente republicana, la gran variabilidad de riormente llamada Haltern 70 small variant, se atribuyó atributos formales existentes y las frecuentes dificulta- el tipo Ovoide 4, denominación con la que últimamente des en delimitar las fronteras tipológicas entre esos sub- empiezan a aparecer estas ánforas en las publicaciones tipos, especialmente entre la Clase 15A y la Clase 24, que incluyen materiales béticos de época republicana18. llevó C. Fabião a reformular el estado del conocimiento En lo que concierne a los atributos puramente mor- existente en esos momentos y a plantear la posibilidad fológicos que se consideran propios del tipo Ovoide 4, de que no se tratase de tipos diferentes, sino que repre- se encuentra una boca definida por un labio ligeramente sentaran distintas caras de un universo formal cuya prin- exvasado y corto, con una altura comprendida entre los cipal característica era su asumida diversidad. Por ello, 3 y 4 cm, con perfiles de tendencia triangular o rectan- propuso que se agruparan en la Clase 24 las dos varian- gular, pudiendo presentar igualmente un ligero engro- tes, la Clase 24 propiamente dicha y la anterior Clase samiento superior o la pared interna presentarse tam- 15A o Haltern 70 small variant (Fabião 2001: 667-669). bién ligeramente cóncava. La boca se presenta en forma A partir de entonces, y en gran parte debido a ese de collarín marcado, bien diferenciado y destacándose trabajo, integrado en las Actas del Congreso Inter- claramente del cuello. A su vez, éste último es bitron- nacional Ex Baetica Amphorae, que alcanzó rápida- cocónico y corto, con una longitud media de 10 cm, y mente una enorme repercusión, comenzó a denomi- de él arrancan unas asas igualmente cortas pero con una narse como Clase 24 a un conjunto de contenedores re- apertura considerable, describiendo un radio abierto y publicanos, que presentaban detalles morfo-tecnológi- un perfil cercano al semicírculo, algo que deriva di- cos y un “aire de familia” común a todas las produccio- rectamente de la forma del cuello, al igual que sucede nes republicana de la Ulterior. De este modo, la Clase en otros tipos ovoides. Las asas poseen una marcada 24 quedó marcada por una considerable heterogenei- acanaladura central que las recorre longitudinalmente, dad, por cuanto se incluían en ella bajo una misma de- nominación dos subgrupo de contenedores ovoides. El primero se caracterizaban por presentar bocas con co- de todo el conjunto incluido en la Clase 24 como el ánfora olearia bé- llarín marcado y exvasado, en definitiva similares a los tica probablemente más antigua, con morfología claramente romana, remontando su origen a mediados del siglo I a.C., al menos. de las Haltern 70, pero que destacaban por su pequeño 17. Debe recordarse que, como se señala en la nota 14, reserva- tamaño, su cuello corto y sus asas de reducido arco. El mos la denominación Clase 24 para las ánforas olearias republicanas segundo incluía bocas definidas por labios menos exva- de la Ulterior de procedencia incierta o de producción litoral, mien- sados y más engrosados, que se entendían como “más” tras que la misma forma producida en el valle del Guadalquivir será denominada por nosotros Ovoide 6. afines a los tipos olearios, acercándose a la morfolo- 18. De momento, carecemos de información acerca de la exis- gía de las llamadas Dressel 20 arcaicas, Dressel 20A de tencia de un grupo Haltern 70 small variant de producción costera, Berni (1998: 26-27 y fig. 4) u Oberaden 8316. por lo que no se presenta un problema de denominación similar al que referimos para Ovoide 1 y Ovoide 6. En cualquier caso, ejempla- res de formas próximas a Ovoide 4 de producción costera se han inte- 16. Una cuestión relativamente secundaria, casi colateral, pero grado aparentemente sin grandes problemas en el grupo de las Ovoi- igualmente significativa que aportó este trabajo fue la caracterización des gaditanas o Dressel 10 arcaicas (Berni Millet 2011: 85-86).

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Tchernia, que formaba parte del cargamento Muchos de estos rasgos tecno-morfológicos, sobre del barco romano hundido hacia 70-60 en la Madrague los cuales ya se ha llamado la atención en varias y repe- de Giens (Var) (Tchernia 1990: 296). Lo cierto es que tidas ocasiones (Fabião 1989; Fabião 2001; García Var- esta pieza no ha sido jamás publicada de forma gráfica gas 2001; Almeida 2008) resultan comunes a práctica- y no se conoce hasta la fecha ningún otro contexto, en mente todos los tipos del valle del Guadalquivir en la el segundo tercio del siglo I a.C., con algún ejemplar Republica tardía, de modo que, ante la ausencia de va- que podamos considerar como típica Haltern 70. (Figs. rios de los rasgos diagnósticos es, virtualmente impo- 16, 17 y 18). sible distinguir cuando no poseemos más que fragmen- Lo que sí que podemos constatar actualmente es que tos de labio, como ya había advertido C.Fabião (1989: los ejemplares más antiguos de Haltern 70 con los que 63). Posteriormente, principalmente con base en el es- a ciencia cierta se cuenta, provienen de contextos data- tudio de las piezas de Scallabis (Santarém), fue posible dos a partir del mediados del siglo I a.C., como el alfar constatar que como regla general los bordes pertene- de la calle Javier de Burgos en el Puerto de Santa María cientes a este tipo no sobrepasaban los 4 cm de altura. (Cádiz: García Vargas 1998; García Vargas 2001: 141, No obstante, una antigüedad basada exclusivamente en nº 6), donde fueron aparentemente fabricadas junto a el criterio de la altura del labio, aunque sea orientativa, ánforas púnicas de salazón del tipo 7.4.3.3.(Mañá C2b, no es taxativa, pues, como se puede constatar, existe antiguamente Dressel 18), ánforas ovoides gaditanas e una verdadera heterogeneidad morfológica a este ni- imitaciones locales del tipo Dressel 1C. Por lo tanto, tal vel, que remonta ya a los ejemplares más antiguos (Al- y como ya se ha comentado en otro momento (Almeida meida 2008: 102). 2008: 100-104), se torna difícil aceptar la existencia de Resulta significativo verificar que, al contrario de la la producción de Haltern 70 “típicas” en el espacio de generalizada aceptación de idéntica o mayor antigüe- tiempo comprendido en el 2º cuarto del siglo I a.C., dad en los entornos productivos costeros, desde siempre y consecuentemente habría que considerar la posibili- existió cierto prejuicio a la hora de aceptar la misma an- dad de que haya un error en la clasificación del ejem- tigüedad para las producciones de morfología romana plar recuperado en la Madrague de Giens, o, en alterna- en el interior de la Ulterior. Paradójicamente, y a pesar tiva, considerar que el ánfora documentada en ese nau- de la cercanía existente entre la Ovoide 4 y la Haltern fragio se corresponda en realidad con algún otro tipo 70, todos los ejemplares completos reconocidos en va- ovoide republicano extra-provincial, tal como también rios naufragios a lo largo del siglo pasado, como Titan hicieron notar R. Étienne y F. Mayet (2000: 90), segu- o Grand-Conglué 3, fueron sistemáticamente clasifica- ramente de Ovoide 4. dos, hasta fechas bien recientes (Liou 2001), como in- La documentación arqueológica actualmente exis- determinadas o como Dressel 10. tente certifica que en los contextos de mayor antigüe- Conviene de nuevo resaltar que el problema más im- dad, con fechas próximas a la del pecio de La Madra- portante acerca del origen, caracterización y evolución gue de Giens y en las dos décadas posteriores, única- formal de los contenedores de la forma Ovoide 4 del mente se documentan ánforas de morfología ovoide, Guadalquivir resulta ser, tal como se ha referido, el de en este caso del tipo Ovoide 4, tales como las conoci- sus conexiones tipológicas con las Haltern 70 “verda- das en varios naufragios del Mediterráneo, y siempre deras”, si es que podemos hablar en estos términos. Se- con carácter minoritario, como es el caso de la carga de gún la lectura realizada hace poco por uno de nosotros, los pecios de Grand-Conglué 3 (Liou 2001), Titan (Be- no estaba aún de todo claro si representan dos formas noit 1956), Portopí (Cerdá I Juan 2000), Cap Gros “C” sucesivas, derivadas la una de la otra (Ovoide 4-Hal- (Gauthier y Joncheray 1993), Cala Bona I o Illes Formi- tern 70), o si son dos tipos que surgen independiente- gues I, de donde procede el propio ejemplar del Museo mente y conviven, hasta la desaparición del primero de Marítimo de Barcelona publicado por Peacock y Wi- ellos antes del cambio de era (Almeida 2008: 103-104), lliams em 1986 (Martín Menéndez 2008). En contex- continuando la producción de las Haltern 70 hasta fines tos terrestres nos las encontramos entre el material del

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 220 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS

Figura 16. Ánforas del tipo Ovoide 4.

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Figura 17. Ejemplares fragmentarios de ánforas del tipo Ovoide 4.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 222 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS

Figura 18. Ejemplares fragmentarios de ánforas del tipo Ovoide 4.

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 223

Figura 19. Esquema comparativo entre ánforas de tipo Ovoide 4 y Haltern 70 del período augusteo inicial.

horizonte 1 del denominado santuario de Cibeles (Le- de la Ovoide 4, e incluso de otros tipos ovoides, com- maître, Desbat y Maza 1998), en el cardo D de Ampu- prendido de una forma genérica entre 30-20 a.C., ha- rias (Aquilué y otros 2004: 113 y fig.68.6), en el cam- brían seguramente coincidido con las primeras varian- pamento de Lomba do Canho (Fabião, 1989), Scallabis tes de Haltern 70, muchas de ellas con trazos morfoló- (Santarém) (Almeida 2008: 100-104), Mesas do Cas- gicos aún poco claros, fruto de una fase inicial de ex- telinho (Parreira 2009), Castro Marim (Viegas 2011), perimentación, que dificultan de sobremanera una co- Cueva de las Peñas Blancas (Lillo Carpio 1986: 125) o rrecta apreciación de los momentos y morfologías de lo Corts Valencianes, Valencia (Pascual Berlanga y Ribera que creemos que sería el paso de un tipo a otro. Por lo i Lacomba, 2001), si bien en algunos de estos lugares tanto, en términos de evidencia material, las Ovoide 4 las cronologías son menos finas. se constatan aún en contextos de los años 30-10 a.C., Basándonos en lo hasta ahora expuesto, pensamos como Corts Valencianes, en Valencia, con ciertas co- que el final de la vida de este tipo anfórico coincide y nexiones con las Haltern 70 iniciales (Pascual Ber- se solapa parcialmente con el de inicio de la Haltern langa y Ribera i Lacomba 2001: 576; Ribera i Lacomba 70. Nos parece evidente que, en este caso concreto y a 2010), o de los años 20-1 a.C., como el alfar de la ca- pesar de su posible filiación, el surgimiento de un se- lle González Parejo nº 19B de Carmona, donde, no obs- gundo tipo no supone la desaparición inmediata de otro tante, pueden ser residuales (García Vargas e.p.). anterior, constatándose la continuidad de producciones Es justamente en un momento tan temprano como que, a falta de mejor término, se pueden definir como principios del último tercio del siglo I a.C., cuando apa- “arcaizantes” hasta momentos relativamente lejanos de rentemente se produce la “cristalización” formal y el su fecha de aparición, y que conviven con los tipos do- inicio del empuje comercial de las Haltern 70 del Gua- minantes en un nuevo periodo. Así mismo, entende- dalquivir como tipo bien diferenciado de la Ovoide 4. mos como bastante probable que en el lapsus de tiempo Las figuras 17-19 que se presentan aquí, y las 27-28 correspondiente a lo que puede ser la etapa terminal que se presentan infra en el apartado de las Haltern 70

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(según la fig. 29 de Almeida 2008: 103; revisada y am- das en los alfares de la Calle Troilo (Niveau de Ville- pliada), son esclarecedoras respecto de las diferencias dary y Blanco Jiménez 2007: 216; fig. 10.1-2) o de Ra- morfológicas entre las Ovoide 4 y las “Haltern 70 ini- batún, en Jerez de la Frontera (García Vargas y López ciales”. Entendemos, por lo tanto, que las Ovoide 4 son Rosendo 2008: 295; fig. 10.4). anteriores a las Haltern 70, que éstas últimas proceden Una segunda región de mercado es el Occidente probablemente de aquellas a partir de formas interme- peninsular, particularmente los escenarios relaciona- dias, tendiendo a imponerse sobre las primeras en los dos con el proceso de conquista tardío (Almeida 2008; mercados atlántico-mediterráneos a partir de los dos úl- Almeida 2010), pudiendo documentarse casi de ma- timos decenios del siglo I a.C., época que vería la des- nera sistemática en todos los yacimientos con ocupa- aparición definitiva de las Ovoide 4 del Guadalquivir. ción clara atribuible a la segunda mitad del siglo I a.C., (Fig. 19). con clara connotación militar, o militarizados, es decir, Nuestra propuesta de trabajo al respecto de la dico- donde de algún modo se han instalado militares. Estos tomía del complejo “Ovoide 4-Haltern 70” del Guadal- representan un abanico más amplio, incluyendo sitios quivir es, por tanto, la siguiente (cf. fig. 19): militares propiamente dichos como Santarém o Lomba — Ánforas de morfología antigua, Ovoides 4, tout do Canho, pero también oppida más antiguos con pre- court, con inicios hacia 70 a.C. y desapare- sencia de efectivos in situ o en las cercanias, como pue- ciendo hacia el 20-10 a.C. den ser Mesas do Castelinho o Castro Marim y varios — Ánforas Haltern 70 iniciales, observables hacia de los castros del Norte de Portugal y de la actual Ga- 30 a.C, conviviendo con las anteriores. licia. Por último, aún relacionados con la clase de ya- — Ánforas Haltern 70 plenamente formadas (o cimientos “militarizados”, el tipo Ovoide 4 está siem- “clásicas”) documentadas a partir de c. 20 a.C. pre presente en los castella o establecimientos simila- res, sea en la cuenca del Guadiana (por ejemplo el Cas- La morfología del contenedor no parece ser el único telo da Lousa), en la zona circundante a Ebora (los re- punto de afinidad entre ambos tipos, pudiendo también cintos ciclópeos y los fortines del actual Alentejo Cen- ser el contenido. Esto al menos es lo que se puede de- tral: Mataloto 2008), o aún en los metalla del suroeste ducir de los ejemplares del pecio de Illes Formigues 1, ubicados en la cuenca del Odiel20 (Peréz Macias y Del- puesto que todos se encontraban resinados en su inte- gado Domínguez 2007). rior (Martín Menéndez 2008: 106-107), lo que no parece La tercera zona sería la mitad oriental de la Penín- apropiado para un contenedor oleario. Por lo tanto, con sula. En esta gran región se verifica su presencia en ya- base en esta evidencia, se puede apuntar el vino o un de- cimientos de idéntica naturaleza, con menor represen- rivado del vino como un probable contenido. No obs- tación en sitios militares o “militarizados” como Pozo tante, la ausencia de más datos concluyentes no exclu- Sevilla (Morin de Pablos y otros 2010), pero en con- yen la posibilidad de que se trate de un envase multiusos. trapartida con mayor número de ejemplos en los op- En lo que concierne a la geografía de su distribu- pida romanizados, especialmente en el sureste (Molina ción, se pueden observar tres grandes ejes, geográfica, Vidal 1997) y en los núcleos urbanos como Tarragona política y económicamente distintos. Analizando desde (Ruiz de Arbulo, y otros 2010; Gebellí Borras y Díaz el origen, en un primer nivel de mercado que podemos 2001; Díaz García y Otiña Hermoso 2003) o en algunos definir como de inmediato, se pueden encontrar varios rurales como El Vilarenc (Revilla Calvo 2010). contextos con el tipo en cuestión, tanto en las actuales Por último, pecios como los de Illes Formigues 1, Sevilla y Carmona (García Vargas e.p.), como en yaci- Cala Bona 1, Titán o Grand-Conglué 3 certifican de mientos con cronologías de mediados y de la segunda forma incuestionable la circulación de estos conte- mitad del siglo I a.C., dedicados principalmente a ac- nedores hacia mercados extra-peninsulares, configu- tividades mineras o alfareras, centrados esencialmente rándose la Galia meridional y sus principales ejes de en las provincias de Córdoba y Cádiz. Tal es el caso de las minas y escoriales de Ermita de San Sebastián, Dressel 1 de procedencia itálica y algunas piezas clasificadas como El Piconcillo y Calamón (Domergue 1987), todas en la Dressel 7-11, que parecen documentar casos claros de Ovoide 4. Por provincia de Córdoba19, o por ejemplo las documenta- lo tanto, deben retrasarse las referidas cronologías basadas en la pre- sencia de los tipos salazoneros. 20. En Cerro del Moro (Nerva, Huelva), creemos que algunos 19. Las tres estaban fechadas en entre la segunda mitad del siglo de los fragmentos clasificados como Haltern 70 en realidad se corres- I a.C. y inicios del I a través de un elemento común, las Dressel 7-11. ponden con Ovoide 4 (Peréz Macias y Delgado Domínguez 2007: En todas ellas los conjuntos cerámicos se componen sobre todo por 153; fig. 6.1,3,4 y 6).

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 225 penetración fluviales un mercado civil emergente ya en un claro intento de asegurar su adhesión al cuerpo, son el tercer cuarto del siglo I a.C., tal como parece entre- muy cortas y horizontales, dada la escasa longitud del verse en el horizonte 1 del santuario de Cybèle en Lyon cuello, la amplitud de los hombros y la “violenta” in- (Lemaître, Desbat y Maza 1998: 55). serción del primero en el segundo. Los ejemplares completos de los pecios de Illes Formigues I y Cala Bona I (Martín Menéndez 2008) Ovoide 5 (figs 20-21) muestran un cuerpo de perfil apuntado con hombros an- chos y rematado en un pequeño pivote macizo, morfo- Las ánforas del tipo Ovoide 5, propuestas como tal logía que recuerda con carácter general a la de las mal por primera vez por uno de nosotros (Almeida 2008: definidas Dressel 25, cuya producción se duda en atri- 126-134) e incluidas desde entonces en los reperto- buir al Egeo o al sur de Italia y, sobre todo, a las ánforas rios regionales (Almeida 2010; García Vargas e.p.), del tipo IV de Apani (Palazzo 1988: tav. XXIX.3) o nº representan en cierta medida un caso similar al de las 2 del pecio Cap Gros “C” (Gauthier y Joncheray 1993: Ovoide 4 (supra) por cuanto ha sido, y es, habitual cla- 178), suponiendo que este último ejemplar sea una pro- sificarlas como pertenecientes a otras formas con las ducción brindisina. que, no obstante, creemos que no deben ser confundi- No hay casi que recordar que estas producciones no das. En el caso de las Ovoide 5, se las suele asignar al pueden ya confundirse, ni ante pequeños fragmentos de tipo Ovoide 1 (Clase 67/LC 67) sobre la base de un borde, con las Dressel 12, por más que algunos ejem- rasgo común que, por lo demás, no es exclusivo de es- plares republicanos afines a éste último tipo que, para tos contenedores: la moldura o anillo medial que pre- simplificar, llamaremos Dressel 12 arcaica, presenten sentan en el cuello. Resulta evidente que rasgos morfo- también un anillo en la base del borde. Por una parte, lógicos del borde, del propio cuello, de la inserción de esta moldura se encuentra un tanto más arriba en las éste en los hombros o del cuerpo de las Ovoide 5 son Dressel 12 arcaicas y, por otra, los bordes de estas úl- tan peculiares y, en general, definen un recipiente de timas son de perfil redondeado u ovalado, muy lejos tan acusada “personalidad” que no conviene que quede del aspecto macizo de los bordes de la Ovoide 5; final- “oculto” o “sumido” en el interior de otras morfolo- mente, las pastas cerámicas de las Dressel 12 arcaicas gías, máxime cuando estas características formales son no corresponden, en lo que se conoce, con la de las del ya las propias del tipo desde el momento de su apari- bajo Guadalquivir, sino más bien con las de la costa del ción, sin que parezca que éste deba nada desde el punto Estrecho, mientras que la mayoría de las Ovoide 5 pre- de vista morfológico a las Ovoide 1 (Clase 67/LC 67). sentan pastas propias del valle de este río. Decimos la Para comenzar, los bordes de las Ovoide 5 son siem- mayoría, porque es posible que pueda separarse algún pre claramente diferenciables de los que corresponden día una serie costera de Ovoide 5 producida en los alfa- a las Ovoide 1; mientras los de éstas últimas son redon- res de la costa mediterránea. Es lo que se deduce de los deados o almendrados en la inmensa mayoría de casos, contextos del Cerro del Mar (Torre del Mar, Málaga), aunque existen ciertos ejemplares con borde de tenden- tanto los publicados por O. Arteaga (1985) como los cia subrectangular, los de las ánforas del tipo Ovoide 5 procedentes de la campaña del Deutsches Archälogis- son subtriangulares o, menos frecuentemente, subrec- ches Institut (y dirigidas por el propio Arteaga) en 1998 tangulares, comúnmente rectos y con un labio colgante que permanecen inéditos. En ambos casos, se asocian hacia el exterior “asumiendo casi la forma de un pe- a Dressel 1C, LC 67 y 7.4.3.3. (en un contexto general queño faldón” (Almeida 2008: 126). Los cuellos, y esto en el que están presentes las campanienses B: Lamb. 1, parece especialmente frecuente en los ejemplares de 2) y presentan pastas peculiares que pueden correspon- Ovoide 5, tienen una marcada tendencia cilíndrica, por der a producciones locales. La asociación a LC67 en lo que su inserción en los hombros del recipiente marca los mismos contextos parece demostrar una cierta inde- una violenta ruptura de curva, como si hubiesen sido pendencia tipológica entre un tipo y otro, independien- insertados en el cuerpo “a presión”, característica que temente de su lugar concreto de producción, si bien las sólo volveremos a encontrar en las Ovoide 9 y en algu- producciones del Guadalquivir parecen haber sido, si nos ejemplares de variantes tempranas de Haltern 70 es que existen verdaderamente otras, ampliamente ma- (tipo Flota de Agrippa, infra). Las asas, casi siempre yoritarias. con sección sub-circular, con surco dorsal poco pro- La escasa “visibilidad” arqueológica, hasta el día nunciado, y una marcada depresión en la base que pa- de hoy, de las Ovoide 5 (vid. ad.es. García Vargas y rece provocada por la presión del dedo del alfarero en Bernal Casasola 2008) les confiere, como sucedió en

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 226 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS su día a las Ovoide 4, un engañoso carácter de “con- (Parreira 2009: 66) y, aunque es interesante en este caso tenedor minoritario”. Sin embargo, una vez efectuada la individualización del tipo, que no es confundido con la necesaria separación de los ejemplares de Ovoide 1 ninguna otra forma bética, resulta excesivo darle una y Ovoide 5 (vide Bernal Casasola 2007: 349 para una nueva denominación derivada de un yacimiento en el demanda clara en este sentido) queda en evidencia que que, además, no fue producido, debiéndose clasificar el área de distribución de ambos tipos es coincidente en nuestra opinión estos fragmentos, al menos los que y que el número de ejemplares, completos o fragmen- se tenga seguridad de que proceden del Guadalquivir, tarios, de las ánforas cuya atribución hacemos ahora a bajo la etiqueta general de Ovoide 5. Uno de los cuellos Ovoide 5, sin ser de momento tan alto como el corres- más completos de Ovoide 5 de Mesas do Castelinho pondiente a Ovoide 1 (LC 67), está lejos de representar ya fue publicado por C. Fabião (2001: 682, fig. 1.2) a un tipo de carácter “minoritario”, dentro de los pará- en el artículo que inauguraba “con proyección interna- metros cuantitativos que caracterizan a las ánforas de la cional” los estudios de tipología de ánforas republica- Ulterior republicana. nas del Guadalquivir y del que los trabajos posteriores, De las recientes excavaciones en el Patio de bande- incluido éste, son como ecos inversos (de voz aumen- ras del Alcázar de Sevilla proceden una serie de ejem- tada). En aquel caso, se incluían aún entre las LC 67 lo plares fragmentarios (fig. 21) del tipo hallados en con- que, andando el tiempo, ha constituido, como se ha di- textos que se relacionan con la construcción del edifi- cho, un nuevo tipo por derecho propio. cio de africanum, una edificación cuya cronología ini- Otro tercio superior de Ovoide 5 procedente de cial ha sido establecida entre 50 y 25 a.C. En estos con- Mesas do Castelinho estaba hasta ahora inédito y aun- textos son incluso más abundantes que las Ovoide 4 y que en el trabajo que lo hace público (Parreira 2009: Ovoide 1 , lo que, aunque puede ser fortuito, también Est. XXIV, nº 229) se da como de pasta costera del puede considerarse una muestra de que no se trata de tipo 2, es probable que se trate de una producción de producciones menores en número. Un ejemplar proce- pasta verdosa similar a las de las cerámicas comunes dente de la UE 1921 (García Vargas e.p.:), carente de regionales del bajo Guadalquivir, que es la más fre- asas, resulta canónico de la forma Ovoide 5 y conserva cuente en los ejemplares de esta forma, pudiendo con- la totalidad del borde y el cuello completo con su ani- fundirse a simple vista con algunas pastas gaditanas, llo medial; muy similar es el cuello, también sin asas, de las que es posible distinguirla mediante un estudio de la UE 1915 (García Vargas) que procede, no obs- un poco más detallado. En la misma dirección apunta tante, de un contexto tardoantiguo que alteró profunda- la morfología del asa, de sección subredondeada y con mente las unidades republicanas. Fragmentos de los tí- una leve depresión dorsal más que un verdadero surco, picos bordes de Ovoide 5, aunque sin conservar el cue- lo que es frecuente en las producciones de Ovoide 5 llo y el anillo del mismo, se documentan en otras unida- del Guadalquivir. des, como 1920 (García Vargas e.p.), relacionada igual- Una solución similar del asa (y del borde con la- mente con la construcción del edificio de opus africa- bio en “faldón”) presenta el ejemplar completo de num en el tercer cuarto del siglo I a.C. Esta parece ser Ovoide 5 del pecio de Illes Formigues I (Martín Me- la fecha de máxima difusión de la forma también en néndez 2008: 108) fechado hacia mediados del siglo el área del bajo Guadalquivir, donde debieron encon- I a.C., donde se documenta junto a Ovoide 4 del Gua- trarse los talleres productores y donde no se constata dalquivir, Ovoides gaditanas y Ovoides tarraconenes. por ahora su perduración en época augustea. Algo más profundo es el surco del ejemplar ilustrado Ejemplares virtualmente idénticos a éstos del Pa- del naufragio Cala Bona I (Martín Menéndez 2008: tio de Banderas de Sevilla se documentan en Scalla- 116), con la misma solución del borde (junto a Ovoides bis (Santarém), donde las piezas que están en “su con- gaditanas y Ovoide 4) y el del tercio superior de la Co- texto”, es decir, no son residuales, se fechan entre 50 y lonia San Jordi (Guerrero Ayuso, 1987: 161 y fig. 16. 25 a.C. (Almeida 2008: 134), fase 1B/1C de la Alcáçova Un fragmento descontextualizado y clasificado de Santarém, en un contexto cerámico similar al de Se- como Dressel 12(Viegas 2009: Est 104, nº 1332) de villa, que incluía Ovoide 1 (LC 67). En Mesas do Cas- Castro Marim (fig. 21) presenta el arranque de las pa- telinho (Almodôvar, Portugal) se documentan bordes redes del cuello ligeramente convergente, lo que parece de la forma en contextos que se fechan desde mediados una morfología alternativa a la ¿mayoritaria? de rígi- del siglo I a.C. a mediados del I d. C., siendo evidente dos cuellos cilíndricos que hemos visto hasta el mo- que al menos estos últimos son ya residuales (Parreira mento y a la que corresponden los ejemplares de los 2009: 72). Aquí se le denomina ánforas Castelinho 1 pecios, incluyendo el completo “pescado” en aguas de

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Figura 20. Tipos sur-itálicos/adriáticos comparativos: ¿Dressel 25? (arriba izquierda), Apani IV (arriba centro), brindisino indeterminado (arriba derecha) y ejemplares del tipo Ovoide 5 (abajo).

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Ceuta (Bernal Casasola 2007). Cuellos de paredes lige- como de la documentación arqueológica con la que ramente convergentes también se documentan en: San- contamos, hay que aceptar que una parte del suministro tarém (Almeida 2008: 128, fig. 50, nº 3943); Lixus, cla- de los ejércitos, minas y ciudades hispanas, se efectua- sificados sistemáticamente como LC 67 (=Sala 1) (Iz- ría desde territorios extrapeninsulares, principalmente quierdo Peraile y otros 2001: fig. 3: 1033-780 y 1033- desde las distintas regiones itálicas. 958; Bonet Rosado y otros 2005: 2022-1344 y 2022- Al ingente número de Dressel 1 fabricadas en la 1370), todos ellos del período mauritano medio (80/50 vertiente tirrénica, que suceden a las ánforas grecoitá- a.C.-15 d.C.); en el SE hispano (Molina Vidal 1995: licas en yacimientos hispanos de finales del siglo II y 424, Lámina II, nº 16-17); tal vez en Baelo Claudia durante el I a.C., hay que sumarle el aporte de las pro- (Domergue 1973: 48, fig. 14, nº 1811); en el Patio de ducciones de la costa adriática, materializada principal- Banderas del Real Alcázar de Sevilla. mente por la presencia de contenedores vinarios de la La distribución de las Ovoide 5 es similar a la que forma Lamboglia 2 y de una buena representación de conocemos para otras producciones del Guadalquivir los distintos tipos de ánforas brindisinas, la mayor parte con “exito” en los mercados: costa atlántica de Marrue- de los cuales parecen haber sido contenedores olearios cos, costa atlántica de la Península Ibérica y proyección (Palazzo 1989). hacia los mercados mediterráneos, con presencia en con- Como ya ha sido mencionado para otros tipos ovoi- textos submarinos de “redistribución” de la costa del NE des (ver supra), creemos que está fuera de toda duda la peninsular y terrestres de las islas Baleares-Colonia Sant influencia que estas producciones de la vertiente adriá- Jordi, en Mallorca (Guerrero Ayuso, 1987), siendo este tica jugaron en el desarrollo de los tipos hispanos tar- último un ejemplar, descontextualizado y “canónico” dorrepublicanos, y en mayor medida en los del Guadal- desde el punto de vista de la forma del borde y del cue- quivir, y tal vez sea en los envases olearios donde con llo, robusto y cilíndrico –y probable ejemplar de borde mayor claridad se plasme. La mejor muestra de ello la de Dangstetten (Ehmig 2010: Tafel 15, 449-058-1) testi- tenemos en el tipo que, siguiendo a Peacock y Williams monia su exportación, aparentemente a reducida escala (1986), C. Fabião denominó como Clase 24 dentro del y ya del momento “terminal” del tipo, hasta los “merca- material estudiado en Lomba do Canho (1989: 73-74). dos” militares del limes germánico. Si bien en un primer momento Peacock y Williams Por su parte, la Ovoide 5 guarda un lejano parentesco incluyeron dentro de su Clase 24 a todos los contene- con las ánforas del tipo III de Brindisi (Palazzo 1988: dores olearios anteriores a la aparición de las Dressel tav. XXIX.3) y IV de Apani (Palazzo 1989: 548-549; 20, pensamos, tal y como se viene defendiendo (Fabião Fig. 1.4), un contenedor de cuerpo más panzudo, pero 1989: 73-74; Almeida 2008: 145-147), que las ánforas con asas de perfil (que no sección) “deprimida” simila- olearias de época augustea, a pesar de tener caracterís- res a las de la Ovoide 5 y que, como en esta, arrancan ticas comunes con sus antecesoras, han de ser tratadas desde debajo de la moldura del cuello y ruptura de línea como tipos aparte. Siguiendo la propia publicación de violenta entre el cuello cilíndrico y los amplios hombros. Scallabis, creemos que lo más correcto es denominar a No puede decirse, sin embargo, que proceda de esta úl- estas piezas como Ovoide 6 y asociarlas a la primera tima directamente, porque en el mundo de las ánforas denominación que C. Fabião le dio a los tipos olearios ovoides del Guadalquivir no se observan apenas deriva- presentes en la Lomba do Canho, es decir, a una Clase ciones directas de formas adriáticas, excepto quizás en el 24 en la que no se incluyan las variedades de los últi- caso de las Ovoide 4 y 6 y las escasas hasta ahora Lam- mos dos decenios del siglo I a.C.21 boglia 2 imitadas o en ésta inspiradas (fig. 20). A pesar de la diversidad formal, que nos lleva a po- ner múltiples matices a nuestra descripción, pueden in- tuirse ciertas características formales del tipo Ovoide 6. Ovoide 6 (figs. 22-24) De este modo, suele caracterizarse por un cuerpo ge- neralmente ovoide y ancho –similar al que tendrán sus Es bien conocido, que la producción de aceite de oliva en el valle del Guadalquivir alcanzó proporcio- 21. Al igual que en el caso de otras producciones ovoides, es- nes astronómicas durante la Antigüedad, convirtién- tas ánforas olearias también fueron producidas en el área costera del dose en una de las principales regiones exportadoras sur peninsular. A pesar de tratarse de una misma tipología, creemos durante todo el periodo romano (infra). Ahora bien, a lo conveniente denominar a las producciones del Guadalquivir como Ovoide 6 u Ovoide 6/Clase 24 y a aquéllas del ámbito costero única- largo del siglo II y los momentos iniciales del I a.C., a mente Clase 24, ya que no son, propiamente dicho, parte de la fami- tenor tanto de lo que nos presentan las fuentes escritas, lia de ánforas ovoides el Guadalquivir.

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Figura 21. Ejemplares fragmentarios atribuibles al tipo Ovoide 5.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 230 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS sucesoras las Oberaden 83 (infra)– con las paredes re- Saint-Roman-en-Gal), en otros suavemente lanceolado dondeadas y con perfil claramente ovoide, estando bien al exterior, con la parte superior de tendencia apuntada definido el diámetro máximo en el tercio superior del y la inferior marcando la ruptura con el cuello (Ma- cuerpo. Si bien es cierto que hay algunos ejemplares, taró, los primeros de Santarém –grupo IX.1 local– al- como uno proveniente de Benicarló (Ribera i Lacomba gunos de Castro Marim y de Mesas do Castelinho o y Ripolles Alegre 1977: 168 y 171, fig. 6.3), y otro de otros de Saint-Roman-en-Gal). Sin embargo, en la ma- las excavaciones de Santa Perpétua de Mogoda (Va- yoría de los ejemplares suele ser recto al interior y re- llès, Barcelona), que presentan un cuerpo mucho más dondeado o engrosado al exterior, donde la parte in- ancho de lo normal (56 cm en el caso de Benicarló). ferior del borde suele tener una arista bien señalada, Por el contrario, hay otros, como es el caso del ejem- que marca claramente su separación del cuello (Am- plar de Ampurias dado a conocer recientemente ( Berni purias, Malard, Santarém –grupo IX.4 local– y Faro, Millet 2008: 82), que probablemente pertenecen a un Castelo da Lousa, Ampurias, Itálica, Sevilla, Lyon-Lo- momento más avanzado dentro de la producción del yasse, Lyon-Cybèle). Cabe decir que el análisis de los tipo, cuya configuración del cuerpo y del cuello prác- yacimientos mejor conocidos, con limites cronológicos ticamente se inscriben ya en la línea de las posteriores bien determinados, parece revelar una mayor concen- Oberaden 83. tración de los últimos subtipos de bordes descritos en La forma de los pivotes parece variar bastante, aun- contextos fechados entre 40/30-20 a.C. que hay que destacar que en la gran mayoría de los ca- El perfil de las asas varía en función de la morfolo- sos cuentan con 5 y 7 cm de altura y suelen ser maci- gía del cuello y del cuerpo, de los que dependen direc- zos, con un perfil troncocónico y parte inferior ligera- tamente, pudiendo discurrir en paralelo al cuello, o ser mente protuberante, aunque no se descarta que en al- más abiertas y redondeadas, inclinándose suavemente gún caso puedan ser huecos o semihuecos, es decir, con hacia el cuello. Sin embargo, un elemento constante y un relleno de arcilla más pequeño, como parece entre- que se revela como un aspecto clave para su identifica- verse en la pieza presentada por P. Berni (2008: 82. Fig. ción, es la sección. En la totalidad de ejemplares cono- 28) procedente de Ampurias. Igualmente, en Scallabis cidos es siempre ovalada y con un surco longitudinal (Santarém) se documentaron un gran número de este que la recorre en toda su extensión, y que puede ser más tipo de fondos (tipos III y V), que se han atribuido a la o menos pronunciado, siendo rematado con una pro- mayor parte de los tipos ovoides ahí identificados (Al- funda digitación. Estas características, comunes a otros meida 2008: 180 ss). tipos ovoides y a la Haltern 70, están ausentes por com- Igualmente, pensamos que el cuello presenta carac- pleto en los tipo Oberaden 83 y Haltern 71, lo que, en terísticas más o menos comunes, y que la diversidad términos cronológicos, se traduce por su desaparición observada es una consecuencia directa de la modula- en los contenedores olearios en el segundo decenio a.C. ción de los cuerpos. De ese modo, aunque los diámetros En ejemplares muy fragmentarios, que parecen te- del mismo pueden variar considerablemente22, la mayo- ner cuellos menos altos y cuerpos más “cilindricos”, ría se presenta de tendencia recta y no excesivamente encontrándose ya muy cerca de las características defi- amplios. No obstante, en ejemplares como los de Santa nitorias de las Oberaden 83, únicamente las secciones Perpétua de Mogoda y Lomba do Canho, en los que el de las asas y los pivotes nos impiden clasificarlas como cuerpo es bastante más ancho en su parte superior, éste tales. Este parece ser el caso de ciertas piezas halladas asume un perfil corto y bitroncocónico, detalle que con- en contextos lioneses, como algunas del horizonte 2 del lleva naturalmente a la aplicación de asas más cortas santuario de Cybèle (Lemaître y otros 1998), o sobre y sobreerguidas con relación al punto donde ambos se todo del depósito 3 de Montée de Loyasse datado entre unen. (Figs. 22 y 23). el 30 y 15 a.C. (Desbat y Lemaître 2001). Por último, Desde el cuello se da paso a un borde que puede hay que resaltar que en el yacimiento luso de Castelo presentarse de varias formas, contándose con ejempla- da Lousa (Morais 2010a), aparecieron algunos ejem- res en los que aparece ligeramente exvasado y “almen- plares que han de ser clasificados como Ovoide 6 (es- drado” (Lomba do Canho, Santa Perpétua de Mogoda, tampa XXXIII, 63 y 64, pág. 211), si bien la tónica ge- Castro Marim, algunos de Mesas do Castelinho o de neral que parece apreciarse de las figuras expuestas se acerca más a tipos como Oberaden 83 e incluso algún borde podría entrar en la categoría de Haltern 71. 22. Hay que destacar el cuello exageradamente estrecho que presenta el ejemplar casi completo que se encontró en el área portua- Gran parte de las características que acaban de ser ria de Itálica (García Vargas e.p.). descritas para el tipo Ovoide 6 nos conducen claramente

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Figura 22. Ejemplares completos de Ovoide 6 (según Berni Millet 1998 y Almeida 2008, revisado y ampliado).

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Figura 23. Ejemplares fragmentarios atribuibles al tipo Ovoide 6.

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Figura 24. Tipos ovoides brindisinos relacionables con el tipo Ovoide 6 del Guadalquivir.Arriba: Apani (Palazzo 1989), Ostia (Panella 1973), Galia (Loughton 2003). Abajo: Giancola (Manacorda 2001), Agde (Cipriano y Carre 1989), Planier 3 (Tchernia 1968-1970), Apani (Palazzo 1989). hacia la filiación con las ánforas ovoides apulas, espe- Narbonense y comparando las dataciones de los mis- cialmente con algunos ejemplares de los poco claros ti- mos, parece ser un contenedor producido y exportado pos I o IV de Baldacci (1972), del tipo III de Apani, en un momento ligeramente posterior a las fechas de y creemos que principalmente con el grupo de ánfo- máxima expansión de la producción brindisina, cen- ras con sello M. Tuccius Galeo (Cipriano y Carre 1989: trada en la primera mitad del I a.C, y llegando a época 74-77), que tal vez no fuera producido exactamente en augustea inicial tal como se deduce de la evidencia del la región apula. A tenor de los hallazgos de este grupo, alfar de Giancola (Carre y Mattioli 2003: 460). Tipoló- concretados en Italia del sur y tirrénica, así como en la gicamente, pensamos que el ejemplar procedente de las

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Termas del Nuotatore de Ostia (Panella 1973: 494-496; Galeo sobre un asa proveniente de unos movimientos 625, fig. 2, con el número 66), cuya presencia en un de tierras para la construcción de unas viviendas frente contexto de época flavia es ciertamente residual, entra- a la playa de la Caleta, también en el casco viejo de ría dentro del grupo M. Tuccius Galeo. (Fig. 24). Cádiz, a poca distancia de la plaza de San Antonio. El Antes de seguir adelante, conviene destacar un autor no cita un contexto estrátigráfico concreto, pero ejemplar encontrado durante las excavaciones de la creemos que ya es de por sí significativo que el único plaza de San Antonio en el centro de la parte antigua sello de este tipo con el que se cuenta en todo el sur his- de la ciudad de Cádiz (fig. 22), ya que pensamos que es pano, se haya encontrado en el mismo núcleo urbano la mejor muestra del parentesco suditálico. Cuenta con donde se encontró una copia tan similar. un cuerpo similar al que C. Panella (1973) presenta en Actualmente, el número de piezas documentadas su número 66 de Ostia, y sobre todo al de la figura 7 de pertenecientes al tipo Ovoide 6, sin ser excesivamente M. T. Cipriano y M-B. Carre (1989: 75). Sin embargo, numeroso, sí que nos muestra que contaron con una la pieza gaditana se diferencia de las anteriores en que buena distribución a nivel local/regional que hasta hace acaba en un pequeño pivote que parece querer imitar a poco tiempo era desconocida (Almeida 2008: 145- menor escala la típica forma de los fondos de las ánfo- 146), pero que igualmente sobrepasa los límites de la ras de tradición griega (entre las que habría que incluir Península Ibérica, penetrando por el sureste francés y el repertorio suditálico), pero que por el contrario, es llegando a lugares como Narbona, la región lionesa e hueco en su interior, mostrando, a nuestro parecer, un incluso al área suiza donde se constata la presencia de rasgo típico de las ánforas de tradición púnica sudhis- un ejemplar en Augusta Raurica en un contexto ante- panas. Igualmente, las asas se inclinan suavemente ha- rior a la fundación colonial (Martin-Kilcher 1999). cia el cuello y la sección muestra el característico surco En lugares de consumo y de producción de la Ul- dorsal de otras producciones del valle del Guadalqui- terior, contamos con algunos ejemplares que confirman vir (a modo de una marca de fábrica). Es cierto que las impresiones obtenidas en otros ámbitos. En el alfar la parte superior del ejemplar de Ostia y de otras pie- de Jardín de Cano, en el Puerto de Santa María (López zas del grupo de M. Tuccius Galeo, son más altas, rec- Rosendo 2008; López Rosendo 2010) se documenta un tilíneas y con mayor distancia entre el borde y el inicio tercio superior de esta tipología junto con Dressel 1C lo- de las asas, pero si observamos otros envases que he- cales y ánforas de la forma LC 67. Es una pieza con pas- mos clasificado como Ovoide 6 (Clase 24), nos damos tas del Guadalquivir en un contexto productivo con ma- cuenta que guarda enormes paralelismos formales. terial claramente gaditano, pero homogéneo en fechas Volviendo a la pieza de Cádiz, nos encontramos que (60-30 a.C.) En la bahía de Algeciras, en la alfarería de el tipo de pasta nos indica un lugar de producción en la El Rinconcillo (infra) existen ejemplares de la forma de propia bahía gaditana, lo que parece corroborarse a ni- los que carecemos de datos para asignarlos a produccio- vel formal al presentar un pivote hueco, algo que como nes locales o a importaciones desde el interior (Fernán- ya ha sido mencionado, es un rasgo típico de la tradi- dez Cacho 1995, fig. 7.12-13). Volviendo al área gadi- ción púnica gadirita y se observa en las ánforas de sa- tana, las ánforas Clase 24 del alfar de Rabatún, en Je- lazones del Estrecho. No obstante, la producción de ti- rez de la Frontera (Cádiz: García Vargas y López Ro- pos olearios en zonas costeras de la Bética es de sobra sendo 2008: 294, fig. 10 9-11) tienen las mismas pastas conocida23. La diferencia con el valle del Guadalquivir que el resto de las producciones del alfar, lo que ratifica es sobre todo cuantitativa, ya que a pesar de que se ha la idea de que se trata de un tipo que se produjo simultá- puesto de manifiesto la existencia de almazaras y es- neamente en el área cercana a la bahía de Cádiz y en el tructuras de producción relacionadas con el aceite de interior del Guadalquivir, siendo, como en el caso de las oliva (Peña Cervantes 2010; Lagóstena y Mata 2007), Haltern 70 o de las Ovoide 1 (=Clase 67/LC 67) las pro- su volumen no tiene nada que ver con el del Baetis. ducciones del Guadalquivir las más numerosas. Hay que destacar que en 1969 García y Bellido En el entorno del bajo Guadalquivir, merece la (1969: 143-144) dio a conocer un sello de M. Tuccius pena destacar la presencia de algunos fragmentos de la forma en niveles augusteos del alfar de la calle Doctor Fleming 25 de Carmona (cf. García Vargas 2010: 597), 23. La cronología dada para el contexto de procedencia, que nos ciudad en la que se debió producir (aunque no hay frag- sitúa claramente en un momento tardoaugusteo, si bien junto a nues- mentos pasados de cocción) junto a otros tipos mayori- tra pieza aparecen igualmente ánforas ovoides gaditanas, por lo que por lo menos la residualidad de una parte del conjunto parece fuera de tarios como Ovoide 4 y Haltern 70. En Itálica, el depó- toda duda e impide datar nuestra pieza con mayor exactitud. sito anfórico del área portuaria que contenía Dressel 1,

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Ovoide 1 y Ovoide ¿2? presenta también un cuerpo ca- La presencia extrapeninsular de Ovoide 6, sobre rente de boca de Ovoide 6 con pasta del Guadalquivir todo circunscrita al área sur de la Galia y al eje fluvial (García Vargas e.p.), junto a un cuello completo de la del Ródano, marca ya la tendencia que va a desarro- misma procedencia. Igualmente, dentro de una crono- llarse a partir de época de Augusto, abriendo el que será logía amplia de la segunda mitad del siglo I a.C. apare- uno de los mercados más importantes de las productos ció un cuello probablemente residual procedente de la del valle del Guadalquivir durante el periodo romano. UE 161 de la calle Alemanes nº 25 de Sevilla (García Vargas 2009: fig. 4.15), mientras que unos hombros con arranques de asas (UE 1921, nº inv. 1702) y un borde, 2.1.4. Cuarto grupo. Primeras exportaciones adscibible al subtipo XI.1 de Santarém (Almeida 2008: masivas en época augustea. Último fig. 58) de la UE 1818 del Patio de Banderas (nº de inv. paso hacia la estandarización. 1578) deben corresponder a momentos en torno al ter- cer cuarto del siglo I a.C. (García Vargas e.p). Durante el principado de Augusto y en gran medida A nivel de difusión extrapeninsular, además de los una vez que las guerras de conquista de la cornisa can- contextos galos, hay que indicar que el Norte de África, tábrica han completado con éxito la unificación de todo podría ser otro de los ejes exportadores para este tipo, el ámbito peninsular bajo el dominio de Roma, puede ya que dentro del material de la fase púnico-mauritana asegurarse que asistimos a una nueva fase productiva II de Lixus (Aranegui y otros 2001), hoy en día pueden en las alfarerías hispanas, a la cual no son ajenos los constatarse algunos ejemplares de Ovoide 6 (Clase 24). centros del valle del Guadalquivir. El final de las ope- Decimos hoy en día pues si bien los dibujos de la pu- raciones militares en el norte de Hispania hacia el 19 blicación de 2001 no permitían determinar si eran ovoi- a.C., supone la liberación de un gran número de solda- des tardorrepublicanas o se ya se trataban de Oberaden dos que van a contribuir a acelerar el proceso de “ro- 83 (como parecia ser el caso), los nuevos hallazgos tes- manización” al participar en las tareas de construcción timonian la presencia del tipo más antiguo (Bonet Ro- de infraestructuras de todo tipo, fundamentales para la sado y otros 2005: 122-123, fig. 16). comunicación y ordenación de los distintos territorios Por desgracia, la mayoría de los contextos de recep- hispanos. Junto con ello, un gran número de soldados ción de la forma Ovoide 6 en el espacio extra-provin- son licenciados y empiezan a participar activamente en cial no parecen ser demasiado concluyentes y no con- la vida urbana peninsular, debido tanto al hecho de que tamos con la precisión cronológica que tenemos para adquieren tierras en el territorio de antiguas colonias y los envases de época augustea (infra). Asimismo, y a municipios hispanos, como principalmente gracias a la pesar de la difusión exterior con la que contaron, hay creación de nuevas colonias romanas, algunas de tanto que destacar que las Ovoide 6 (Clase 24) presentan calibre como Caesaraugusta, Augusta Emerita, o Bar- una gran variabilidad morfológica, más acusada que en cino. Este hecho supuso la creación de una gran masa otros tipos de ánforas ovoides sudhispánicas, lo que en de consumidores “urbanos”, que incidió en la consoli- cierta medida sorprende si tenemos en cuenta que di- dación y aumento del mercado interior dentro de His- fusión exterior y estandarización formal suelen ir uni- pania. das. A pesar de dichas lagunas, en piezas como la de No obstante, creemos que para la producción agro- Ampurias (Berni 2008: 82), de Malard (Anteas1993, pecuaria hispana en general, y del valle del Guadalqui- 86-87), de Cartagena o Mataró (Pérez Suñé y Revilla vir en particular, durante el principado de Augusto hay Calvo 2001: 596), parece intuirse, hacia los momentos un hecho aún de mayor trascendencia que la formación finales de producción del tipo, un cierto desarrollo for- de un mercado interno de cierta relevancia. Nos esta- mal, que llevaría a que estos envases se fueran distan- mos refiriendo a la creación y consolidación de los dos ciando cada vez más de los modelos apulos, evolucio- nando hacia las características de los envases olearios augusteos, aspectos que se pueden apreciar sobre todo borde, que por su parte es recto y redondeado en su cara externa. A 24 ella le podríamos sumar otra pieza aparecida en Mataró en un con- al nivel del cuerpo y asas . texto datado entre el último cuarto del siglo I a.C. y el primero del I d.C. (Pérez Suñé y Revilla Calvo 2001: 596), si bien las asas se incli- nan sobre el cuello. Aún más cercanas parece estar la parte superior 24. En Malard, a las afueras de Narbona (Anteas 1993: 86-87), de una pieza aparecida en el santuario de Cibeles en Lyon ( Lemaître apareció un ánfora que cuenta con un cuello más estrecho y alargado, y otros 1998: fig. 9, 1). Curiosamente, estos tres ejemplares, a pesar con asas que transcurren aproximadamente paralelas al mismo, de de contar con asas de sección oval, no tienen muy marcado el surco perfil ovalado y con mayor separación entre su final y el inicio del dorsal de las mismas.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 236 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS mercados extrapeninsulares más importantes para los cipalmente de los restos anfóricos, pero también de los productos de las tierras, campos y mares hispanos du- toneles que nos encontramos en un buen número de ya- rante todo el periodo romano. Estos no son otros que el cimientos germanos (Marlière 2002), fueron las provin- mercado militar de la nueva frontera septentrional y el cias occidentales las que en mayor número contribuye- mercado civil de Roma25. ron a suplir a las tropas en campaña, y hay que destacar La recepción de las importaciones hispanas en el en este periodo histórico que va de inicios del segundo área germánica constituye el tema de tesis doctoral de decenio a.C., hasta el segundo cuarto d.C., el porcentaje uno de nosotros, por lo que estamos en condiciones de abrumador, prácticamente de monopolio en productos afirmar que, una vez concluidas las campañas cántabras, como el aceite de oliva y las salazones, que las importa- un gran número de los contingentes son enviados desde ciones béticas alcanzan en dichos yacimientos. allí a la frontera germana, que pasa a ser el nuevo tea- Junto al extraordinario mercado militar que acababa tro de operaciones militares de relevancia, contando con de abrirse en Germania, se encontraba el no menos im- una enorme concentración de efectivos a partir del se- portante y ascendente mercado urbano de Roma. A pe- gundo decenio a.C. Se ha de tener en cuenta que los in- sar de los cruentos episodios de las guerras civiles que hóspitos territorios en torno al Rin, tanto por su clima sacudieron el convulso siglo I a.C., el aumento pobla- como por su geografía, nunca fueron propicios para el cional de la capital del mundo romano durante este pe- cultivo y elaboración de un buen número de bienes tí- riodo fue espectacular, motivado en gran parte por la picos de la dieta y forma de vida mediterráneas, la cual expansión del sistema de producción latifundista ba- era considerada fundamental para el buen funciona- sado en la mano de obra esclava (Carandini 1981), que miento de la cotidianidad de las legiones romanas (Da- enviaron a muchos medianos y pequeños campesinos vies 1971). La ausencia de bienes tan básicos como el itálicos a formar parte de la plebe urbana. Igualmente, aceite de oliva, el vino y en este primer momento de la concentración de riqueza en la capital del mundo ro- conquista probablemente la sal, supuso un desafío lo- mano, que al ser el lugar desde el que se administraba gístico al que la administración romana nunca se ha- y dirigía un imperio plenamente mediterráneo, atraía a bía enfrentado con anterioridad y que debía ser resuelto las fortunas más importantes del momento, aumentó las con celeridad y de la manera más eficaz posible. Como posibilidades de comercio de la urbs, influyendo en su bien nos muestran los restos arqueológicos encontra- capacidad de importación. Este crecimiento y concen- dos en los distintos campamentos de época augustea en tración demográfica no parece tener precedentes en el el área del Rin, para dar respuesta a esta problemática Mundo Antiguo, conformando una masa de consumi- se puso en funcionamiento la maquinaria estatal en una dores que apenas producían una minúscula parte de lo gran cantidad de las provincias que conformaban el na- que consumían y por lo tanto, al igual que las tropas en ciente Imperio romano, llegando hasta ellos productos Germania, demandaban todo tipo de productos27, que de territorios tan distantes como la costa del Levante y el eran traídos desde todos los rincones del mundo ro- Egeo26. Sin embargo, es evidente que, en función prin- mano. A tenor de yacimientos fechados en estos mo- mentos como La Longarina (Hesnard 1988), o poste- riores, como los presentados por G.Rizzo (2003) data- 25. El tema de la exportación de aceite de oliva bético hacia el dos entre época de Nerón y la mitad del siglo II d.C. y norte de Europa y Roma ha sido estudiado desde muy diversos aspec- tos, haciendo que la bibliografía al respecto sea muy variada. Única- sobre todo, gracias al extraordinario documento que su- mente destacaremos algunos trabajos, sobre todo centrándonos en la pone el Monte Testaccio, puede asegurarse que la Bé- investigación hispana, como pueden ser los dos congresos dedicados tica jugó un papel esencial en el aprovisionamiento de a la producción y comercio de aceite en la Antigüedad, celebrados en Roma durante todo el periodo imperial, fundamental- Madrid y Sevilla a inicios de los años 80, el volumen editado por Paul Erdkamp en el año 2002 titulado The roman Army and the Economy, los trabajos de la escuela española de Roma en el Monte Testaccio, o comercio abiertas por el interés del Estado para que se crease una co- los realizados por el profesor José Remesal Rodríguez sobre la expor- rriente suministradora de los productos básicos carentes en Germa- tación de aceite bético a Germania. nia. Para nosotros esta corriente estaría bajo un control riguroso de 26. Creemos que excede el ámbito de este artículo el analizar la administración romana, reforzada aún más tras los sucesos de Dal- el grado en el que la administración romana participa en la llegada macia del 5-6 d.C. de ciertos productos a los campamentos del Rin. No obstante, somos 27. Es evidente que en Roma las grandes fortunas demandaban de la opinión que si bien es cierto que habría ciertos productos como bienes de lujo, que no tienen que ver con los bienes básicos consu- los dátiles del Levante o algunos vinos de especial calidad como los midos por las capas sociales más humildes. Sin embargo, tanto unos de Chios, Cnidos o Falerno, que habrían sido consumidos por la je- productos como los otros provenían de todos los rincones del mundo rarquía militar y que probablemente hubiesen llegado gracias a la romano e incluso de fuera de sus fronteras, y llegaban mayoritaria- acción de negotiatores privados, éstos habrían seguido las líneas de mente vía marítima al puerto de Ostia.

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 237 mente como principal región exportadora de aceite de primera vez de forma individualizada por S. Loeschke oliva, un producto cuya utilidad en la Antigüedad medi- en sus trabajos sobre el material del yacimiento ger- terránea traspasaba el mero ámbito alimenticio. mano de Oberaden (Loeschke 1942) y es de ese mismo En este panorama de aumento sin precedentes de las lugar de donde toma su nombre al ser clasificado por el demandas de productos anfóricos y dentro del clima de investigador alemán con el número 83 de la tabla del estabilidad que se había creado después de Accio, no material cerámico. El propio marco cronológico del ya- es de extrañar que, una vez completado un periodo que cimiento alemán, con un preciso intervalo que va del 11 podría calificarse como de puesta en funcionamiento y a.C. al 8-7 a.C.28, nos indica el periodo de vida de esta formación de una base agropecuaria de alta producti- tipología, que debió de estar en vigor en las dos últimas vidad y de toda la serie de industrias subsidiarias que décadas antes de nuestra era. giran en torno a la misma, la producción sudhispana Formalmente, es un ánfora que aún muestra una se encontrara en unas condiciones óptimas para poder marcada heterogeneidad, probablemente debido a que dar respuesta a las grandes demandas que se plantea- si bien es cierto que está camino de conseguir cierta ban en el Occidente del mundo romano. Este proceso estandarización, aún le queda bastante para llegar a de causa-consecuencia tuvo un efecto inmediato en los ella. A grandes rasgos, puede afirmarse que presenta un envases del valle del Guadalquivir, asistiéndose a una cuerpo todavía un tanto ovalado o incluso cilíndrico, nueva transformación tipológica en pro de la definitiva aunque en ocasiones tiene tendencia globular, con una estandarización formal. altura media que sobrepasa los 70 cm. En su parte in- En los dos últimos decenios antes de nuestra era, ferior aparece un pequeño pivote semi-macizo (no su- observamos la progresiva desaparición de la mayor pera los 8 cm de altura), que en su parte externa infe- parte de los tipos caracterizados anteriormente, y cuya rior es semiplano con los bordes redondeados, y que al fase de mayor producción se había alcanzado en el ter- interior presenta el característico botón o pella de arci- cer cuarto de siglo I a.C. Para la debida comprensión de lla de las producciones del Guadalquivir, que no sobre- lo que se podría denominar como el final del primer ci- pasa los 4 cm de altura. Muchos pivotes muestran gra- clo de la producción anfórica romana del valle del Gua- fitos ante cocturam, bien sean equis o cruces en la cara dalquivir, cabe destacar que en los campamentos ger- exterior, astas, o pequeñas incisiones de los dedos del manos o en los yacimientos de la vertiente norte de Eu- alfarero en la parte superior de las pellas de arcilla. Es- ropa, Galia incluida, hasta la fecha estudiados, no han tas marcas parecen ser una característica común a los aparecido fragmentos que puedan ser asimilables con talleres del Guadalquivir durante el periodo augusteo, los tipos ovoides del Guadalquivir, sin que haya rastro como evidencia el que también aparezcan en Haltern de que sean las Ovoides 1 (Clase 67/LC67) 4 o 5, en 70 y Haltern 71. este caso un posible fragmento de Ovoide 5 en Dangst- En su parte superior, se caracteriza por tener un teten que no cambia en nada el panorama trazado. cuello más o menos recto, que acaba derivando suave- De este modo, a partir de c. 20/15 a.C., y hasta el mente en un borde ligeramente exvasado. El diámetro segundo tercio del I d.C., contamos con tres tipos anfó- de la boca suele estar entre los 13 y 15 cm, aunque es ricos fundamentales dentro de la producción del valle cierto que hay ejemplares que pueden superar los 15. del Guadalquivir, como son las Oberaden 83, las Hal- Cuenta con una altura por encima de 3 y normalmente tern 71, y las Haltern 70. Las tres son muestra inequí- sin sobrepasar los 4,5-5 cm. La forma del labio es lan- voca del nuevo rumbo que parece estar tomando poco a ceolada o ligeramente almendrada, con la parte supe- poco la producción anfórica, desapareciendo paulatina- rior redondeada, tanto en su cara externa como interna. mente las formas de tipo ovoide. A pesar de que hay ejemplares con labios bastante rec- tos y cuellos ligeramente exvasados, en ocasiones se observan cuellos más rectos con bordes más salientes. Oberaden 83 (fig. 25)

28. Los campamentos del valle del Lippe, donde se encuadra Se trata de un tipo oleario que a día de hoy sigue Oberaden, tienen una datación excepcional, debido tanto a la falta de siendo clasificado como Dressel 20 por un buen nú- ocupaciones posteriores al breve periodo de presencia romana, como mero de investigadores, pero que en realidad resulta al buen estado de conservación de los restos lígneos, que permiten evidente que ha de ser enmarcado dentro del denomi- hacer exhaustivos análisis dendrocronológicos. Al margen de ello, las series monetales y cerámicas nos aportan unos datos cronológicos nado Tipo A de contenedores olearios augusteos seña- también muy precisos que vienen a confirmar las dataciones (Sch- lados por P. Berni (1998: 26-28). Fue presentado por nurbein 1981).

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Para conseguir esta segunda solución formal, parece re- Lemaître 2001: 806-811), que serían la continuación de currirse a una ligera hendidura que se presenta en la las primeras importaciones béticas del periodo inme- zona media o inferior de su cara interna y que marca diatamente contiguo a la fundación de la ciudad en el una pequeña carena o ruptura con el desarrollo del cue- 43 a.C., y que irían aumentando progresivamente a me- llo. Podemos afirmar, que en líneas generales la forma dida que Lyon se va conformando como un núcleo civil de labio más extendida entre las Oberaden 83 viene a de primer rango, al amparo de su importantísimo papel coincidir con el tipo definido como IX.2 para Santarém como capital de la Galia Lugdunensis (27 a.C.) y como (Almeida 2008: 144, tabla 5). principal eje de comunicaciones terrestres y fluviales Las asas son otro elemento importante a la hora de hacia el interior de Galia y Europa septentrional. caracterizar a las Oberaden 83 y poder distinguirlas co- rrectamente de prototipos olearios anteriores y poste- riores. Suelen comenzar apenas termina el borde, mar- Haltern 71 (fig. 26) cando un suave paso con el mismo. Son de perfil más o menos redondeado, que generalmente se inclina leve- El siguiente paso en la evolución formal de los tipos mente hacia el cuello del ánfora, si bien es cierto que olearios del Guadalquivir lo encontramos en las Hal- hay ejemplares en los que las asas van más paralelas tern 71. En líneas generales estamos de acuerdo en asi- al cuello del ánfora. Si las comparamos con las asas milar este tipo con el B de P. Berni (1998, 30). En su de- de las Haltern 71 o de las Dressel 20, no son excesiva- finición, P. Berni delimita perfectamente el marco cro- mente macizas, presentando una sección generalmente nológico en el que pensamos que se mueven las Haltern redondeada u ovalada y sin acanaladura. Estos son ras- 71, es decir, entre el cambio de era y finales de1 rei- gos que individualizan perfectamente a este tipo. nado de Tiberio. Al igual que las Oberaden 83, el tipo En el estado actual del conocimiento, creemos que fue presentado por primera vez por S. Loeschcke, pero las Oberaden 83 empezarían a ser producidas coinci- esta vez en la publicación sobre el material del yaci- diendo groso modo con la instalación de los primeros miento de Haltern en 1909. Dicho yacimiento tiene una campamentos militares en la frontera del Rin, es decir, ocupación posterior al de Oberaden, con una cronolo- hacia el 20 a.C. Su principal área de importación pa- gía aceptada entre el 9 a.C. y el 9/16 d.C. Sin embargo, rece haber sido los propios campamentos germanos, en conviene precisar que al igual que en otros yacimientos donde se hallan en porcentajes muy altos, como ponen militares, en Haltern contamos con varios campamen- de manifiesto Oberaden, Neuss, Dangstetten, Vindo- tos que se superponen cronológicamente, realizándose nissa o Rödgen (González Cesteros y Tremmel e.p; Ca- la mayor parte de las excavaciones en el área del cam- rreras y González Cesteros e.p a; Ehmig 2010; Martin- pamento principal que abarca unas 20 ha, y que a su vez Kilcher 2003; Schönberger y Simon 1976). Igualmente, parece tener dos fases debido a que sufrió un proceso una parte de las ánforas clasificadas por S. Martin-Kil- de ampliación (Asskamp 2010). Actualmente, el mate- cher (1987: 53) dentro del grupo A de las olearias de rial de Haltern excavado con posterioridad a la segunda Augst, pertenecen a esta forma. Son piezas importadas guerra mundial está siendo objeto de estudio por uno en los momentos iniciales de la colonia Augusta Rau- de nosotros (H. González Cesteros , junto con la Dr. B. rica, fundada en torno al 15 a.C. Sin embargo, pensa- Tremmel y el Dr. P. Monsieur29). Estas excavaciones, mos que la mayor parte de ánforas clasificadas dentro como también parece ser el caso de las anteriores al de este grupo pertenecen en realidad a la forma Hal- conflicto bélico, se han centrado en la zona del campa- tern 71 y probablemente fuesen importadas a partir del mento principal, cuya datación parece ser dudosa, pero cambio de era. a tenor de los tipos cerámicos no sería muy anterior al Por el contrario, como ya ha sido mencionado, cree- cambio de era, aportando una buena muestra de las ti- mos que las ánforas, o por lo menos parte de las mis- pologías imperantes durante el primer decenio d.C. Por mas, aparecidas en el santuario de Cibeles de Lyon, o este motivo y por el material presente en otros yaci- las de Loyasse también en Lyon, aún no pueden deno- mientos con buena cronología de este periodo, creemos minarse Oberaden 83, sino que todavía habría que in- que la forma Haltern 71 aparecería en un momento cer- cluirlas dentro de las Ovoide 6 (Clase 24). Sin embargo, cano al cambio de era. sí que habría que integrar dentro de nuestro tipo tanto al ejemplar de las excavaciones del taller cerámico de La 29. Este proyecto de investigación dirigido por el servicio de ar- Muette (20-0 a.C.), como algunas piezas del horizonte queología de Westfalia y sus resultados verán la luz a modo de una 1 de Saint-Romain-en Gal (30/20-15 a.C.) (Desbat y monografía, cuya aparición esperemos no se retrase excesivamente.

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Figura 25. Ánforas del tipo Oberaden 83.

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Se trata de un envase que parte de los rasgos comu- grueso que en el tipo precedente. La boca suele ron- nes de las Oberaden 83, con las que en ocasiones es di- dar los 15 cm de diámetro y en general la altura de los fícil de distinguir si no se tienen fragmentos más o me- labios es algo menor que en el caso de las Oberaden nos amplios, existiendo probablemente formas inter- 83, estando entre 3 y 4 cm de media. La forma del la- medias o de transición entre uno y otro. Sin embargo, bio puede variar considerablemente de unos ejemplares puede decirse que las Haltern 71 ya se acercan bastante a otros, si bien creemos que pueden diferenciarse tres a las primeras Dressel 20 de época Julio Claudia, pre- grupos mayoritarios. El primero de ellos sería el más sentando un alto grado de estandarización formal, ma- cercano a los tipos olearios precedentes, ya que a pesar yor que en el caso de las Oberaden 83, que incluso pa- de ser más grueso sigue siendo fino y lanceolado, pre- rece manifestarse en los módulos de capacidad. Puede sentándose sin grandes rupturas con respecto al deve- afirmarse que son el último paso antes de la aparición nir del cuello. de las Dressel 20, un ánfora que se produjo en cantida- El segundo también guarda semejanzas con algunos des astronómicas en toda la Bética y con un elevado ín- labios de Oberaden 83, al recurrir en su cara interna a dice de estandarización, que hizo que en talleres dis- una hendidura para romper con la dirección del cue- tantes cientos de kilómetros fueran producidas exac- llo y de esta forma conseguir cierto exvasamiento. Sin tamente de la misma manera, algo que aún no ocurre embargo, en el caso de este grupo de labios, las hen- exactamente con el contenedor augusteo. diduras o surcos suelen ser ligeramente más pronun- Se ha de resaltar que contando únicamente con frag- ciados, iniciándose probablemente un desarrollo orien- mentos de borde o con pivotes, es bastante difícil po- tado a crear un borde en el que fijar bien las tapas del der llegar a discernir si se trata de Oberaden 83 o por el envase (Martin-Kilcher 1987: 53), que desembocará en contrario Haltern 71. Incluso en algunos casos, aún con los típicos bordes de las Dressel 20 de época flavia. El el cuello y las asas puede haber individuos que presen- último grupo presenta bordes de tendencia rectangular, ten características conjuntas de ambos tipos, como ocu- con la parte superior más o menos plana y con la carena rre entre el material del propio yacimiento de Haltern. y hendidura muy marcadas. Sobre este tipo de labio se No obstante, a excepción de los pivotes, sí que pueden han encontrado los primeros sellos que se tienen sobre resaltarse ciertas características que individualizan cla- ánforas olearias (Berni 2008: 82), procedentes de Hal- ramente a nuestro tipo. tern y de Augst (Martin-Kilcher: 1987). A pesar de es- Formalmente este envase se caracteriza por tener un tas diferencias, no podemos establecer ninguna secuen- cuerpo de tendencia globular, si bien se ha de resaltar cia cronológica entre unos y otros tipos de labios ya que que los alfareros aún no han conseguido llegar a fabri- nos pueden aparecer los tres en un mismo yacimiento, car ánforas plenamente globulares, algo que consegui- como puede ser el caso de Haltern o Anreppen. rán ya en época Julio-Claudia con las primeras Dressel Una característica bastante definitoria de este tipo 20. Dentro de estos intentos, un buen número de Hal- son las asas. La propia proporción del cuello hace que tern 71 presentan paredes más o menos rectas, que mar- sean más pequeñas y circulares que en sus predeceso- can suavemente el paso hacia la parte superior e infe- ras, mostrando generalmente un perfil más redondeado, rior del ánfora. La altura completa suele rondar los 65- con mayor separación entre las paredes del cuello y la 70 cm, ajustándose la gran mayoría de los ejemplares a cara interna del asa. La mayor parte de las ocasiones este canon, lo que es una muestra inequívoca del pro- suelen ir en paralelo a las paredes del ánfora, aunque en ceso de estandarización al que están sometidos los en- algunas presentan una tendencia curva, que las acerca vases olearios del valle del Guadalquivir. Los pivotes ya al cuarto de círculo. El inicio de las mismas se pro- suelen ser muy similares a los del tipo precedente, tal duce prácticamente desde el labio, juntándose con éste vez con alturas un poco menores (5-6 cm, y 2,5-3 cm en su parte inferior, donde normalmente se marca un la pella de arcilla o botón) y algo más abiertos debido a surco más o menos pronunciado en el punto de unión. que el cuerpo es menos ovoide y las paredes inferiores La parte más elevada del asa sobrepasa este punto de son más rectilíneas. Aún así, como viene de ser men- unión y se queda a la mitad o tres cuartos del labio. cionado, si únicamente se cuenta con pivotes es impo- La sección de las asas marca también alguna diferencia sible llegar a determinar si se trata de uno u otro tipo. con la de las Oberaden 83, ya que si bien suelen ser cir- Además del cuerpo, es en la parte superior de las culares, en muchas de ellas observamos una tendencia Haltern 71 donde mayor diferenciación se observa con a que la parte superior de la misma sea apuntada, o in- las Oberaden 83. El cuello generalmente es más curvo cluso hay ejemplares que presentan una pequeña cresta y de menor altura y acaba en un labio exvasado y más

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Figura 26. Ánforas del tipo Haltern 71.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 242 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS incipiente, que parecen configurar el modo de las pos- dentro del grupo formal de las Dressel 7-11 (cf. Beltrán teriores Dressel 20 de época Julio-Claudia. Lloris 1970) los tradicionales contenedores de las sala- Como puede verse a raíz de las características aquí zones béticas desde fines del siglo I a.C. a fines del I d. descritas, se trata de un tipo que en gran medida anti- C. Habría que esperar a la publicación del barco naufra- cipa las características formales de las primeras Dressel gado hacia 50 d.C. en Port Vendres (Colls y otros 1977: 20 y que ya está plenamente desligado de las ánforas de 33 ss.) para individualizarlas como un tipo aparte. Las tipo ovoide como son las Ovoide 6/Clase 24, pues se síntesis más recientes como las de Puig (2004), susci- encuentra evolucionando y adaptando todas sus partes tada a propósito de otro pecio con carga de ánforas béti- para alcanzar la forma redonda, algo que acontece pro- cas, el Culip VIII (VV.AA.: 2003), o la de Berni Millet bablemente ya en época de Claudio. (2011), han abogado por llevar a cabo una evolución A nivel de difusión, los campamentos germanos si- cronotipológica de este tipo que permita diferenciar las guen siendo uno de los destinos prioritarios de las Hal- diferentes fases de su producción, profundizando con tern 71, destacando su presencia en el Kops Plateau de ello en los trabajos previos que, en la misma dirección, Nimega, en Neuss, en Haltern, Holsternhausen y An- habían propuesto ya una síntesis coherente de evolu- reppen, entre otros. No obstante, es bastante probable ción formal de las Haltern 70, sobre todo imperiales (cf. que llegaran aún en mayor número a los mercados cen- Martin-Kilcher 1994, Carreras Monfort 2003). troitálicos, especialmente al de Roma. En el depósito Hoy por hoy, y al margen de las animadas contro- ostiense de la Longarina, datado en los 12 primeros versias acerca de su contenido específico (García Var- años de nuestra era (Hesnard 1980: 141-142) a tenor de gas 2004a; García Vargas 2004b; Carreras Monfort las fotografías sobre las piezas enteras, parece obser- 2004), se asume que es el segundo gran contenedor del varse la presencia conjunta de Oberaden 83 y Haltern valle del Guadalquivir en número de ejemplares pro- 71 (Hesnard 1980: Plate VI, Fig. 1 y 2). Creemos que ducidos y exportados, sólo superado por las Dressel 20 está fuera de duda la datación de dicho contexto, pero olearias (García Vargas 2001: 88), si bien no es ésta la también que una parte del material anfórico que se pre- única zona productora del tipo en la provincia (cf. Gar- senta debe de ser tomado como residual, lo que explica- cía Vargas 1998: 95-96). ría la presencia de ánforas olearias de Bríndisi, Tripoli- Aunque se asume que la forma aparece constituida tanas I, o la citada Oberaden 83. como tal en un momento tan temprano como en la dé- cada de 70-60 a.C., como ya se ha señalado al referir- nos al tipo Ovoide 4, esta idea parte de una mención a Haltern 70 (figs. 27-30) un supuesto ejemplar de este tipo hallado entre la carga del naufragio de Madrague de Giens (Tchernia 1986: Las ánforas de la forma Haltern 70 constituyen uno 142; Tchernia 1990: 296; ambas sin ilustrar). A pesar de los tipos occidentales que más tinta ha hecho co- de un cierto vacío temporal que abarca desde estas fe- rrer en la bibliografía especializada. Al igual que las chas hasta la siguiente constatación de la forma hacia el Haltern 71, fueron individualizadas por S. Loeschke en 30 a.C., entre otros lugares en Lyon (Desbat y Lemaî- su estudio del campamento militar de Haltern (Loes- tre 2001), se asume también en general que a lo largo chke 1909: 388-389), y englobadas por él mismo den- de su recorrido cronológico, las Haltern 70 conserva- tro de la forma 82 de Oberaden (Loeschke 1942). A pe- ron una morfología bastante homogénea que sólo ex- sar de darle un número aparte a esta tipología, Loes- perimentó transformaciones menores en la forma gene- chke (1942: 100) y una gran parte de los investigadores ral del borde, siempre sin moldurar, que pasaría desde de la primera mitad del siglo XX engloban a las hoy tan los ejemplos de sección subrectangular y poco desarro- bien conocidas Haltern 70, dentro de varias formas de llo en altura (4-5 cm) a otros de mayor desarrollo (6-7 la tabla tipológica de Dressel, principalmente dentro de cm), de forma rectangular y perfil relativamente ex- las Dressel 1030. La investigación española reprodujo vasado, que en ocasiones parece tener forma de “em- esta equivocación, siendo sistemáticamente incluidas budo” (García Vargas 2010b: 593). Sin abandonar este esquema general, bien asentado 30. El hecho de incluir a las Haltern 70 dentro de otras formas, en los estudios sobre este tipo anfórico, quisiéramos fue probablemente motivado por la falta de la misma entre el material también aportar algunas ideas acerca de la constitución que Dressel clasificó en Roma. Su ausencia en los contextos de Cas- tro Praetorio y Monte Testaccio es ciertamente sorprendente, sobre todo en el primero de ellos, con material que parece abarcar los últi- índice epigráfico registrado para el tipo, comparado con el de otros, mos años del siglo I a.C., y la primera mitad del I d.C. Tal vez el bajo sea lo que justifique su omisión en la tabla del investigador alemán.

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Figura 27. Ánforas Haltern 70 y ¿Ovoide 4? de la Flota de Agrippa, y ejemplares de comparación. del tipo en los primeros momentos de su “andadura” o por el contrario evolucionando paralelamente desde morfológica, desde su formación como tal hacia la dé- la Ovoide 4 y con influencia de tipos vinarios itálicos. cada de los 30 del siglo I a.C., hasta la consolidación de La hipótesis de evolución formal que ahora pro- su morfología tal como se constata en los contextos au- ponemos, cambia en gran medida los modelos evolu- gusteos datados en torno a las dos décadas finales del tivos existentes, que o bien proponen que estas ánfo- siglo I a.C. y las iniciales del I d. C. ras se habían inspirado directamente en la Dressel 1 itá- Al exponer la problemática ligada al tipo Ovoide 4 lica (García Vargas 1998: 98; Étienne y Mayet 2000: del Guadalquivir, ya se han señalado las estrechas rela- 86; Fabião 2001; García Vargas 2001), o defienden que ciones existentes entre esta forma y las Haltern 70 (Cf. sean resultado de una variación formal a partir de las Almeida 2008: 100-104), probablemente consecuencia Ovoide 1/Clase 67 (Molina Vidal 2001: 644, fig.1). Es de la derivación formal de la una (Haltern 70) a partir cierto que la influencia de las Dressel 1 en la formación de la otra (Ovoide 4), con problemáticos pasos interme- de las Haltern 70 ha de ser tenida en cuenta, pero por dios, de difícil caracterización y rastreo. el contrario creemos que es muy arriesgado buscar los Sólo a partir de la fase tempranoaugustea 30-15 a.C. antecedentes de esta forma en las Ovoide 1/Clase 67, (Puig 2004: 27-29) el tipo Haltern 70 arraiga en el inte- forma con la que la Haltern 70 apenas presenta simili- rior de la Bética, donde no se descarta que haya surgido tud formal en ningún aspecto, más allá de representar de forma paralela a las series detectadas en la zona cos- un cuerpo de tendencia ovoide. tera, si bien a día de hoy parece que lo hizo un poco más Dentro del proceso evolutivo que aquí proponemos, tardíamente. Para entonces, las Ovoide 4 parecen haber creemos que las Ovoide 4 parecen dar paso hacia 30 realizado ya un recorrido formal relativamente dilatado a.C. a un conjunto de contenedores que, de una ma- desde sus constataciones más tempranas en Lomba do nera general, se caracterizan por su mayor tamaño, con Canho (60-40 a.C.; Fabião 1989; Fabião 2001), Ampú- un cuello más alto o estirado, y en consecuencia, asas rias (c. 60 a.C.; Aquilué y otros 2003: 113), en contex- alargadas, y cuerpo con mayor longitud. Estos ejempla- tos de consumo de Hispalis (50-25 a.C.), Scallabis (se- res con bordes y arranque del cuello diferentes de las gunda mitad del siglo I a.C.: Arruda y Almeida 2001; Ovoide 4 y más próximas a la morfología “clásica” de Almeida 2008) y Mesas do Castelinho (segundo y ter- las Haltern 70 aparecen, como se acaba de indicar, so- cer tercio del siglo a.C.; Parreira 2009). Resulta difícil lamente en contextos fechados en la década de los 30 discernir si las Haltern 70 surgen evolucionando direc- del siglo I a.C.: Montée de Loyasse, en Lyon (Desbat y tamente a partir de las Ovoide 4 y dando lugar a las que Lemaître 2001); Saint-Roman-en-Gal (Desbat y Mar- podríamos denominar “Haltern 70 iniciales” de la costa, tin-Kilcher 1989: 362, fig.4); Raurica, Basileia, entre

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40 y 20 a.C. (Martin-Kilcher 1999: 79-83, Tafel 60, nº. Dressel 1 como algunas Lamboglia 2, pero en un cuerpo 37 y 39); Corts Valencianes, Valencia, con la particu- de morfología más ovoide. Los ejemplares conocidos laridad de la asociación entre una Haltern 70 “inicial” que podemos tomar como referencia para esta tipología y otra de morfología ovoide (Pascual Berlanga y Ri- radican en un conjunto de piezas relativamente comple- bera i Lacomba 2001: 576); Patio de Banderas del Al- tas procedentes del llamado “Campamento de la flota de cázar de Sevilla (García Vargas e.p.: fig. 11.2), etc. En- Agrippa”, en Fréjus (Goudineau y Brentchaloff 2009: tre 30 y 20 a.C., dichas “Haltern 70 iniciales”, por lla- 546, planche. 1), y un ánfora completa (fig. 30, arriba, marlas de algún modo, conviven aún con las Ovoide 4, centro) procedente de las prospecciones de la Universi- como parece ser el caso de un ejemplar de posible re- dad de Zaragoza de la ensenada de Bolonia (Tarifa, Cá- construcción (Figura 27) del conjunto del campo de la diz; García Vargas 2010b: Fig. 14). A un nivel más frag- Flota de Agrippa (Goudineau y Brentchaloff 2009), lo mentario podemos encontrar Haltern 70 con estas ca- que hace que a menudo se confundan unas por otras. racterísticas en Saint-Roman-en-Gal (Desbat y Martin- Sin embargo, como ya hemos remarcado a lo largo de Kilcher 1989: 362, fig.4); en el oppidum de Castellas, este trabajo, entendemos actualmente que se trata de donde han sido erróneamente clasificadas como Dressel dos series diferentes, de las que la primera (Ovoide 4) 12 (Barberan y otros 2009: 308); en Valencia (Pascual inicia su producción en un periodo precedente a la se- Berlanga y Ribera i Lacomba 2001: 576); o en Valeria gunda (Haltern 70). (González Cesteros e.p.). Al margen de las diferencias existentes entre am- El tercer grupo lo componen otros ejemplares de as- bos tipos, hay que resaltar que en el panorama de las pecto singular, para el que no sería descabellado propo- “Haltern 70 iniciales” creemos apreciar una conside- ner una explicación basada en la influencia de las ánfo- rable variabilidad formal a la vez que una marcada di- ras del tipo Dressel 1, sin que en ningún momento las ferencia con los ejemplares del mismo tipo documen- podamos considerar como reproducciones de las mis- tados en contextos ya posteriores al 20 a.C. Así, den- mas, dadas las manifiestas diferencias formales entre tro de estas Haltern 70 que denominamos de “primera ambos tipos. Además de en los fragmentos de Santarém época”, o iniciales (entre 30-20 a.C.), se pueden docu- (subgrupo VI1A) (Almeida 2008: 114, fig. 35), se pue- mentar principalmente tres grandes grupos morfológi- den encontrar buenos ejemplos de esta tercera variante cos. (Fig. 28). en Mesas do Castelinho (Fabião y Guerra 1994), siendo El primero sería un grupo de ánforas que presenta ambos conjuntos datables en los momentos finales de la una flexión exagerada de las asas dibujando un arco Republica. ya con cronología augustea, están presen- muy violento, en trayectoria generalmente ascendente tes en Ampurias (Aquilué y otros 2004: 113-114; fig. y que acaba en unos hombros próximos y bien marca- 68.7), en Braga, tipo 1 (Morais 2004: 554, fig.8, nº18), dos. Estas asas arrancan próximas o directamente pe- o aún en La Muette, Lyon (Desbat y Lemaître 2001: gadas al borde, por lo que hemos de suponer un cue- 796 y fig.8). Parece tratarse de ejemplares de la produc- llo relativamente corto, significativamente diferente del ción inicial de Haltern 70, que presentan trazos hereda- propio de las Haltern 70 clásicas, y más cercano al de dos de la morfología ovoide, concretamente la forma las morfologías ovoides precedentes. El borde se pre- del borde, pero que en la altura de los mismos (en torno senta subrectangular y prácticamente en la continua- a 6cm) y en los cuellos buscan una “identidad propia” ción del cuello. Este es el caso del ejemplar del depó- con referencias en los contenedores vinarios itálicos. sito de Montée de Loyasse (Desbat y Lemaître 2001: (Figs. 28 y 29) 805, fig. 6), de piezas de Santarém (Almeida 2008: 114; A partir de 20-15 a.C. las morfologías iniciales de grupo VI1B y VI2B) o de Carmona (García Vargas e.p.: Haltern 70 dan paso a una nueva generación de conte- fig. 12.2). nedores más estilizados, de bordes menos macizos y El segundo es un grupo con características particu- más esbeltos y cuellos que tienden a abandonar el per- lares. De cuello alto y con tendencia más cilíndrica que fil cilíndrico y se estrechan ligeramente en su sección bitroncocónica, presentan un labio macizo, con perfil central. Estas características se observan en los ejem- subrectangular, engrosado, sobre todo en su parte supe- plares de Culip VIII (figuras 29 y 30 en este trabajo), de rior, y netamente separado de la pared, constituyendo un Cartago (Freed 1996) y de La Muette, en Lyon (idem). destacado collarín. El cuerpo parece configurar una ten- Ésta morfología, que se fijará a partir de 20-15 a.C., es dencia aún levemente ovoide, con las asas terminando la que denominaremos Haltern 70 “clásica” augustea- en la base del cuello más que en los hombros. La forma tiberiana (ejemplo Culip VIII o Cabrera 5) para dife- del bocal y del cuello recuerdan tipos itálicos, tanto las renciarla de la Haltern 70 “inicial” (ejemplo Flota de

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Figura 28. Ánforas “Haltern 70 iniciales”. Contextos varios entre 30-15 a.C.

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Figura 29. Ánforas Haltern 70 “iniciales” y augusteas. Contextos entre 20 y 10 a.C.

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Figura 30. Comparativa de Haltern 70 del último tercio del siglo I a.C.

Agripa) y de la variante típica de época Claudia-ne- a excepción de la variante más tardía, están presentes roniana (ejemplo Port Vendres II) que quedará clara- prácticamente todas las variantes antiguas de la forma, mente constituida en la década de los cuarenta del siglo aunque con un lógico predominio de las variantes más I d.C. No obstante, en el campamento de Dangstetten tardías, las augusteo-tiberianas. (Fig. 30). (Baden-Württenberg, Alemania), ocupado entre el 15 y Antes de concluir el apartado dedicado a esta el 9 a.C. (Fingerlin 1986; Fingerlin 1998; Ehmig 2010), forma, queremos señalar que dentro de un conjunto

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 248 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS de ánforas de la variante clásica de Haltern 70 proce- Dicha individualización ha sido plenamente positiva, dentes de la prospección subacuática de las aguas de poniendo de manifiesto que en el valle del Guadalqui- la ensenada de Bolonia (Tarifa, Cádiz) (García Vargas vir, al igual que aconteció en las tierras del Ródano y en 2010b), apareció una pieza completa que presentaba el valle del Ebro, en época augustea se fabricaron enva- las características habituales de las ánforas del sub- ses de fondo plano con vistas a la presumible exporta- tipo, aunque el menor tamaño general de su cuerpo, ción de los vinos locales. Sin embargo, pensamos que de su cuello y de sus asas, nos ha hecho plantear la aún hay que avanzar mucho para que se llegue a dis- posibilidad de que se trate de un módulo menor de tinguir con mayor precisión las ánforas tipo Urceus de la forma que podría haber conservado las constan- sus sucesoras las Dressel 28, y para poder ahondar en tes métricas de las Haltern 70 “iniciales” o de las las el conocimiento de su evolución, incluyendo los prime- Ovoide 4 (fig. 30, abajo, izquierda). Un somero estu- ros estadios de su producción, probablemente a inicios dio métrico, demuestra, no obstante, que este ejem- del último tercio del siglo I a.C., y el momento final plar se encuentra dentro de los límites inferiores de de la misma, que parece sobrepasar el ámbito cronoló- varianza de la forma, por lo que no estimamos nece- gico de este estudio, llegando hasta el principado de Ti- sario establecer una diferenciación tipológica signi- berio o Claudio. Ésta es una tarea que de momento se ficativa entre las Haltern 70 “clásicas” de Cala Culip presenta bastante complicada, ya que en principio pa- VIII, entre las que pueden incluirse también las ex- recen existir varios subtipos (tal vez de carácter local o traídas del pecio Cabrera 5, en Baleares por ejemplo microregional), que parecen convivir en un mismo mo- (Cerdá I Juan 2000), y las similares a este ejemplar mento, siendo el caso más claro el de los ejemplares del “menor” de la ensenada de Bolonia cuyas caracterís- pecio de Sud-Perduto 2 y el campamento germano de ticas encontramos también entre algunos ejemplares Dangstetten. producidos en el alfar de la calle Montáchez nº 15 de A grandes rasgos, sus principales características Carmona (Gómez Saucedo e. p.). morfológicas serían el fondo plano o umbilicado, el cuerpo redondeado que en ocasiones presenta una es- pecie de carena a tres cuartos de altura y un cuello Ánforas tipo Urceus (figs. 31-32) corto, recto o bitrococónico, que acaba normalmente en una boca ligeramente exvasada y con un diáme- A pesar de que se trata de un tipo de compleja de- tro que tiende a situarse entre 14 y 18 centímetros, si finición que no debió de ser producido de foma gene- bien es cierto que como indica R. Morais es bastante ralizada en los talleres sudhispanos, hemos decidido posible que existan varios módulos, ya que en Cas- incluirlo en el apartado dedicado a las ánforas del va- telo da Lousa aparecen piezas de mucho menor ta- lle del Guadalquivir que llegaron a exportarse “masi- maño (Morais 2007b: 402. Fig. A, 30-38). Con res- vamente”, debido a que curiosamente a día de hoy la pecto a estos últimos, hay que considerar incluso la mayor parte de sus hallazgos se encuentran en ámbi- posibilidad de que se tratase de de recipientes meno- tos que sobrepasan en mucho el nivel local o regional. res, como jarros o botellas, producidos en los mismos A este respecto, hay que decir, que a tenor de los datos alfares, y que viajasen junto a los contenedores de la con los que se cuenta actualmente, su principal área de misma forma en calidad de servicio de consumo (con- difusión parece estar en la fachada atlántica peninsu- tenedor-”servidor”). lar (Morais 2007: 402; 2008), destacando el número de Los labios y asas son las partes del recipiente que piezas en los yacimientos portugueses de Braga, Aljube mayor variedad presentan, como bien puede verse en (Porto) y Castelo da Lousa (Alentejo). Sin embargo, el las imágenes que presenta R. Morais (2007b: 406) pro- reciente estudio del pecio de Sud-Perduto 2 en el estre- venientes de distintos yacimientos del norte de Portu- cho de Bonifacio (Bernard 2008), y los datos que aquí gal y Galicia. Dentro de esta marcada heteroeneidad, presentamos acerca de algunos ejemplares documenta- tal vez puedan distinguirse tres grupos, que sin em- dos en campamentos del área del Rin, nos amplían el bargo no pensamos que sean exactamente los mismos panorama de difusión más allá del ámbito peninsular que propone R.Morais (2008: 268). en época augustea. El primero (tipo 1 en fig. 31) coincidiría con el Esta forma ha sido definida hace relativamente poco grupo 1 de R. Morais, presentando un labio cuadran- tiempo, siendo Rui Morais el primero en individuali- gular, engrosado y plano en su parte superior, que no zarla a tenor del material trabajado tanto en Braga (Mo- suele llegar a los 3 centímetros de altura. El cuello pa- rais 2005) como en Castelo da Lousa (Morais 2010a). rece ligeramente estrangulado en su parte inferior y las

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Figura 31. Ejemplares completos de Urcei y de las posteriores Dressel 28. asas, que arrancan desde la parte media del cuello, son destacando la presencia de un par de piezas bien con- habitualmente de sección ovoide o rectangular y pare- servadas en el pecio de Sud-Perduto 2 (Bernard 2008: cen mostrar un pequeño surco en su parte superior. Se- fig.2), y sobre todo de varios bordes y un par de fon- ría el grupo mayoritario en Braga y Castelo da Lousa dos en Dangstetten, que U. Ehmig clasifica dentro de (Morais2007b: 406). su forma “Dangstetten 1” (Ehmig 2010, 56 y taf.32- El segundo grupo (tipo 2) englobaría los números 2 33), si bien por las descripciones que da de la pasta y y 3 de R.Morais que representan dos variantes distin- por la propia tipología, no hay duda de que se trata de tas. Como rasgos característicos presentaría labios más urcei béticos. variados que están ligeramente engrosados desde la pa- El último grupo (tipo 3) es a nuestro entender el que red del cuello y que pueden estar más o menos mol- más debió de influir en la formación de las Dresel 28, durados pero por lo normal son de tendencia cóncava. que acontece en torno a las décadas centrales del siglo I Dentro de estos bordes hay algunos que presentan una d.C. De hecho, el propio R. Morais (2008), al referirse a serie de pequeñas acanaladuras en su parte exterior un ejemplar del pecio augusteo de Sud-Perduto 2 opina (variante A), mientras que otros son lisos (variante B). que ya se trata de una Dressel 28, si bien creemos que El cuello suele ser más recto y las asas similares a las el borde y el cuerpo difieren considerablemente de los anteriormente descritas. Este grupo lo encontramos en de esta última forma. algún ejemplar en yacimientos de la fachada atlántica y Igualmente, a día de hoy puede decirse que esta úl- en la zona productora del Guadalquivir, como los ejem- tima variante es la versión que mayor homogeneidad plares provenientes del puerto de Hispalis (García Var- presenta y cuenta con un número más o menos impor- gas e.p.). Sin embargo, a día de hoy contamos con ma- tante de piezas completas o fragmentos de buen ta- yor número de ejemplos allende la Península Ibérica, maño, normalmente provenientes de contextos de fuera

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 250 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS del ámbito hispano. De este modo, si bien es cierto que Simons 1976), probablemente Dangstetten (Ehmig contamos con algún ejemplar de la región del Guadal- 2010), en la primera fase del campamento del Kops quivir (Osset, San Juan de Aznalfarache: Vázquez Paz Plateau de Nimega, que se enmarca entre el 12 a.C. y 2005), son los hallazgos de distintos pecios del estre- el 10 d.C., o en las fases augustéas de Neuss (Vegas cho de Bonifacio (Sud-Lavezzi 2, Lavezzi 1, Sud-Per- 1975). Igualmente, en el depósito de la Rue de la Fa- duto 2), de la pieza prácticamente entera encontrada en vorite en Lyon, datado groso modo en época augustea, el contexto lionés de Rue de la Favorite, o de las do- contamos con un ejemplar cuya pasta los autores cla- cumentadas en campamentos de la frontera germana sificaron como de posible procedencia rodia (Becker (Rödgen, Neuss, Kops Plateau en Nimega31 y tal vez en y otros 1986: 86). Este grupo parece haber pervivido Dangstetten32), los que nos dejan entrever una difusión durante más tiempo que el resto, ya que se encuentra externa de cierta importancia. entre el material de época tiberiana de Sud-Lavezzi 2 En este caso el labio presenta un característico es- (Liou y Domergue 1990) y en el del pecio de Lavezzi calón que hace que tenga dos molduras básicas (fig.31 1 (Liou, 1990) que creemos ha de datarse hacia media- tipo 3). El cuello es recto o ligeramente exvasado, cer- dos del siglo I d.C. Con esta misma cronología, se co- cano a los 18 centímetros, y las asas comienzan gene- nocen dos fragmentos de borde procedentes de la su- ralmente en la parte superior. El perfil de las asas es puesta área de producción en el Bajo Guadalquivir. Se algo más abierto que en los casos anteriores, contando trata de los ejemplares de la Plaza de la Aviación de con una sección oval, que normalmente presenta dos San Juan de Aznalfarache (Sevilla), la antigua Osset pequeños surcos dorsales poco marcados. En los ejem- (Vázquez Paz 2005), asociados a TSI de época tibe- plares que se conocen completos, el cuerpo presenta riana (Consp. 18 y 37). siempre una marcada carena en la transición del hom- El desarrollo de una “familia” de ánforas con bro hacia el cuerpo, aspecto que le confiere una morfo- fondo plano en época temprano-augustea no nos pa- logía particular. rece un hecho casual (Carreras y González Cesteros Como ya ha sido mencionado, el inicio de la pro- e.p. b). El que empiecen a fabricarse de manera más ducción de estas pequeñas ánforas parece centrarse en o menos contemporánea en los talleres ribereños del los momentos iniciales del principado de Augusto. De Ebro, caso de las Oberaden 74 tarraconenses, del Ró- este modo, en los contextos del último tercio del si- dano y su desembocadura, para las Gauloise 2, 3, 7 y glo I a.C. de Castelo da Lousa e Hispalis ya conta- tal vez 1, y del Guadalquivir en el caso de las tipo ur- mos con ejemplares que se encuadran dentro de los ceus, pensamos que se halla intrínsicamente ligado a dos primeros grupos de labios que acabamos de descri- la adecuación de los envases de fondo plano para el bir. Sin embargo, hay que destacar entre los bordes do- transporte fluvial en grandes barcazas de río (Carreras cumentados en recientes excavaciones en el casco ur- y González Cesteros e.p. b), descartando que se deba bano de Sevilla uno de ellos (c/ Alemanes 25-27) pro- al temprano desarrollo de un comercio fuertemente re- cedente de un contexto (UE 164) datado a fines del ter- gionalizado, casi autárquico, en las diferentes regio- cer cuarto a.C., que creemos se encuadrabien dentro nes occidentales del mundo romano ya en momentos de nuestro tipo 2 variante b, siendo, por tanto, el re- augusteos33. presentante más antiguo por ahora de un grupo que al- Con anterioridad a la aparición de las ánforas tipo canza los años finales del siglo I a.C., como se cons- urceus no está constatada la fabricación de ningún en- tata, por ejemplo, en Dangsteten. Por su parte, el grupo vase de fondo plano en la Ulterior, y no hay que des- con labio de moldura escalonada (tipo 3) ha sido ha- cartar que su producción fuera debida a un influjo ex- llado en yacimientos de carácter militar del último de- terno, si bien a tenor de la tipología, no creemos que cenio del siglo I a.C., o el primero del I d.C, tales como se pueda establecer una línea de filiación clara. Con Rödgen, datado entre el 11/10-8 a.C. (Schönberger y ello no queremos descartar que tanto las primeras án- foras galas (G.7, G.1 y sobre todo las G.2 y G.3), como las Oberaden 74 tarraconenses, pudieran haber influido 31. Esta pieza ha sido constatada por dos de nosotros durante la campaña realizada en Julio de 2011 para la clasificación del material anfórico del yacimiento del Kops Plateau, que en breve se espera pu- 33. Pensamos que esto no es válido para el principado de Au- blicar conjuntamente con otros autores. gusto, sino en todo caso para un momento tan alejado como siglo 32. Entre el material presentado por Ehmig dentro del apar- II d.C., cuando la romanización de la mayor parte de los territorios tado de indeterminado (2010, Taf. 33), la pieza dibujada con el nú- occidentales es un hecho constatado y el relativo clima de seguri- mero1337,054-1 que cuenta igualmente con una fotografía, creemos dad imperante incentiva la roturación de nuevas tierras y la produc- que puede corresponderse con el borde de un Urceus de este tipo. ción agrícola.

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Figura 32. Ejemplares fragmentarios pertenecientes de los distintos tipos de Urcei.

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Figura 33. Prototipo y ejemplares fragmentarios atribuibles al tipo 7-11. en la formación del modelo de ánfora plana del valle el impulso que provoca la presencia de tropas roma- del Guadalquivir. Sin embargo, la total ausencia de esta nas seguido a continuación por el asentamiento de ve- morfología anfórica en el conjunto de la Ulterior nos teranos y la creación y potenciación de una red urbana lleva a plantear que, antes que la imitación de una ti- de importancia en el interior de ambas regiones, que a pología de fondo plano y posterior desarrollo de una su vez se valdría de las posibilidades del comercio que línea de evolución tipológica, lo que acontece es más ofrecen las redes fluviales. En este sentido, en el Gua- bien la adaptación de una idea surgida en las tierras dalquivir, a semejanza de los envases galos y tarraco- del Ebro o en la desembocadura del Ródano y que se nenses, se explotarían las posibilidades de comercio muestra perfectamente adecuada para el ámbito geo- fluvial, que incluso llegarían a ser sobrepasadas, ex- gráfico del Guadalquivir, donde el transporte vía flu- portando los vinos envasados en estos pequeños con- vial es primordial. tenedores junto con el aceite y otros productos, a los Por último, hay que destacar que creemos que el mercados principales de importación, es decir, a las re- posible nacimiento de estas tipologías en el Ebro y en giones atlánticas, los campamentos militares de Ger- el Ródano, tendría que ver en un primer momento con mania y la ciudad de Roma (Fig. 32).

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Formas asimilables a los tipos Dressel 7-11 (fig. 33) estos envases estaban ya presentes en los mismos mer- cados que las ánforas olearias y las Haltern 70. Estamos Desde que C. Carreras (2001) individualizara una convencidos que en otros muchos lugares, tales como producción de estos típicos contenedores de la costa el valle del Ródano, las costas de la Italia tirrénica, o el bética con pastas de la región de las Marismas, los in- Levante penínsular, debieron de llegar Dressel 7-11 del vestigadores comenzaron a percatarse que, efectiva- interior, que han pasado desapercibidas al no hacerse mente, varias habían sido las regiones en las que esta distinción con las producciones costeras. forma había sido fabricada. No es nuestra intención ha- Actualmente, a tenor de las pastas documentadas, cer un repaso exahustivo de un grupo de tipos anfóri- nos atrevemos a plantear que la zona de mayor produc- cos (los que se engloban habitualmente bajo el nom- ción estaría situada en torno al tramo final del Guadal- bre Dressel 7-11 que es más bien una etiqueta para un quivir y las cercanías del antiguo Lacus Ligustinus. No grupo de tipos que un tipo en sí) ampliamente produci- obstante, la pasta de determinados ejemplares parece dos y exportados desde el último tercio del siglo I a.C. carecer de las típicas inclusiones de hematita que están cuyo contenido primordial fueron las salsas y conser- presentes en los ejemplares fabricados en esa área geo- vas de pescado. Sin embargo, conviene señalar su fabri- gráfica. Ello nos induce a pensar que algunos de estos cación en el valle del Guadalquivir como un tipo mino- envases podrían haber portado un contenido a base de ritario, pero que de la misma manera que los urcei, fue pescado de río, o en un momento determinado, otro tipo exportado siguiendo las líneas creadas por el comercio de salazones y salsas no piscícolas. de los principales productos del Guadalquivir. Desgraciadamente al igual que la práctica totalidad En el estado actual de nuestros conocimien- de los tipos descritos en este trabajo, en este caso tam- tos, puede afirmarse que morfológicamente no -exis poco se cuenta con alfares en los que se haya podido ten grandes diferencias entre las producciones coste- constatar su producción, lo que frena el aventurar más ras y las del interior, dándose por hecho que se trata datos acerca de su contenido y precisar aún más su cro- de un tipo que fue inicialmente producido en los alfa- nología. res situados entre la bahía de Cádiz y la desemboca- dura del Velez, evolucionando directamente de las án- foras “ovoides gaditanas”. Este sería el razonamiento 2.2. Los Contextos de Producción: evolutivo normalmente aceptado, en el que las produc- avances en el (des)conocimiento ciones del interior quedarían como imitaciones de unos envases que habían logrado un éxito sin precedentes en Cuando en 2004 se publicaban las actas del encuen- la costa. Sin embargo, los datos aportados por las ex- tro Figlinae Ex Baetica, G. Chic García y E. García cavaciones del foro de Valeria, donde apareció un pe- Vargas (2004: 307) constataban el absoluto descono- queño lote de ánforas en un contexto del último ter- cimiento acerca de los talleres productores de ánforas cio del siglo I a.C., clasificadas en un primer momento en el Bajo Guadalquivir durante la República. A ocho como Dressel 10-Ovoide 2 (González Cestero e.p) y años vista, la situación ha mejorado relativamente, ya que presentan pastas del bajo Guadalquivir, nos hace que, aunque todavía son escasas las noticias y las ex- plantear la posibilidad de que en ambas regiones se em- cavaciones relativas a figlinae republicanas en los ríos pezaran a producir envases para las salazones contem- Guadalquivir y Genil, una serie de hallazgos parcial- poráneamente. Igualmente, en campamentos germanos mente publicados aún (García Vargas 2010; García Var- como Oberaden, Kops Plateau, Neuss, Haltern o An- gas e.p.) nos ponen sobre la pista de los lugares de pro- reppen, se ha podido constatar la temprana presencia de ducción de las más antiguas ánforas de tipología roma- ejemplares con pastas del Guadalquivir (González Ces- nas del valle bético. teros y Tremmel e.p; Carreras Monfort y González Ces- En lo referido a las ánforas de tipología romanizada teros e.p. b). Por último, dentro del mapa de dispersión más antigua, en concreto, Dressel 1 con pastas del va- de esta tipología, no podemos olvidarnos de la costa at- lle del Guadalquivir, el panorama actual viene reve- lántica y del noreste penínsular, ya que están bien do- lando algunos datos escasos pero bastante novedosos, cumentadas en yacimientos como Santarém (Almeida que certifican la manufactura inequívoca en la región 2008), Braga (Morais 2001), Astorga (Carreras y Berni de imitaciones de esta forma de origen itálico. Se co- 2003) y Lugo (Carreras y Morais 2011). noce (García Vargas e.p.), un tercio superior, sin asas, De esta manera, podemos afirmar groso modo, que de un ejemplar de Dressel 1 del Guadalquivir proce- en época augustea, anteriormente al cambio de Era, dente de hallazgo superficial en el alfar de Guadalbaida

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 254 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS o Dehesa de Arriba en Posadas (Córdoba), la figlina en talleres del Bajo Guadalquivir hasta los años inicia- Trebeciana de CIL XV, 3814 (cf. Berni Millet 2008: les del principado de Augusto, momento en el que en 483). Esta alfarería, situada a la salida de la población la ciudad de Carmo, la actual Carmona, posee en su actual de Posadas (la antigua Detumo), aguas abajo de zona periurbana, sobre la Vía Augusta y a la salida de Córdoba, produjo ánforas Dressel 20 con seguridad la puerta occidental de su muralla (actual Puerta de Se- desde mediados del siglo I hasta el siglo III d. C., co- villa), un conjunto de talleres que se han ido excavando nociéndose para la segunda mitad del siglo I d. C. una en los últimos 25 años34 y que actualmente se encuen- producción, con sellos propios de este taller, de ánforas tran en curso de publicación (algunas noticias en Gar- vinarias del tipo Dressel 2-4 provinciales (García Var- cía Vargas 2010 y García Vargas e.p.). En general, las gas 2004a; 2004b). Esto parece sugerir la posibilidad evidencias de producción cerámica (incluidas ánfo- de que en fases anteriores a las documentadas en super- ras) de este sector occidental extramuros de Carmona ficie, la misma figlinaprodujera contenedores vinarios, se datan por el material cerámico entre 30 a.C. y 50 aunque el fragmento de Dressel 1 mencionado no es un d.C., produciéndose con seguridad en los hornos aquí defecto de cocción y, obviamente, no tiene por qué ser excavados ánforas de las formas Pellicer D, Ovoide 4, necesariamente una producción local. Ovoide 6, Tipo 10, Haltern “iniciales” 70 y Haltern 70 En cualquier caso, el perfil de esta Dressel 1¿A? de “clásicas” augusteo-tiberianas. la Dehesa de Arriba que conocemos gracias a la amabi- En otras localidades del valle del Guadalquivir lidad de Juan Solís (q.e.p.d.), se asemeja a lo del ejem- como Ilipa (Alcalá del Río, Sevilla), aunque los con- plar completo publicado como procedente del poblado textos de amortización indican la presencia de ánforas minero de La Loba (Fuenteovejuna, Córdoba, Benquet de tipología preimperial o tempranoaugusteas en luga- y Olmer 2002: 150a) en el tamaño reducido de la pieza res como calle Santa Verania, con Ovoide 4 y Haltern y en el borde corto que, sin embargo es morfológica- 70 (Cervera Pozo y otros 2007: 307-308) o la fosa de mente diferente (supra). Los contextos de La Loba se fundación de la muralla romana en la excavación del fechan en las primeras décadas del siglo I a.C., mo- Pasaje Real (Izquierdo de Montes 2007: 202, fig. 14, mento en el que en la ciudad de Sevilla ya se reciben con Ovoide 4, T. 7.4.3.3 gaditanas y LC 67), los escasos ánforas locales de imitación de la forma Dressel 1A, contextos de producción conocidos corresponden ya a razón por la que se ha propuesto (García Vargas 2010; época tardoaugustea, cuando no tiberiana (calle Meso- García Vargas e.p.) una fecha dentro de la primera mi- nes 40-44: García Vargas 2010b, fig. 13). tad del siglo I a.C. para las Dressel 1 regionales como Ninguna evidencia material más puede señalarse las que, supuestamente, debieron ser fabricadas en la hoy por hoy acerca de los centros de producción de las Dehesa de Arriba. ánforas republicanas del Guadalquivir. Allí donde se ha La ciudad de Posadas se encuentra unos 100 km al documentado unos inicios relativamente antiguos de sur de Fuenteovejuna y está relativamente bien conec- la producción rural de ánforas, como en Las Delicias tada por tierra con las mineralizaciones de las Subbéti- (Écija: Sáez Fernández y otros 1997) o en La Catria cas cordobesas, estribaciones a las que pertenece Fuen- (Remesal Rodríguez 1977-1978; Chic García 2001), teovejuna, de modo que no es difícil pensar que algunos Sevilla ( García Vargas 2003, a partir de material resi- alfares del curso medio del Guadalquivir comenzaran a dual en un área de alfar de la segunda mitad del siglo I producir ánforas vinarias para el abastecimiento minero d. C.), los testimonios iniciales de la producción no van en un momento (primeras décadas del siglo I a.C.) en nunca más allá de época tiberiana o claudia (Cf. Gar- que éste estaba aún dominado por las ánforas itálicas, cía Vargas 2010b). Esta es también la fecha en la que se como muestran los contextos de La Loba. Nada hay se- documenta el inicio de la práctica de sellado sistemá- guro, sin embargo, al respecto, excepto el hecho de que tico de los contenedores, de manera que cabe pregun- ésta es la fecha también en que las Dressel 1 locales apa- tarse si existe una relación más o menos directa entre recen en otros contextos de consumo de la región, como la práctica del sellado en las ánforas y los inicios de la la portuaria Sevilla (supra), lo que indica una cierta in- “industrialización” de su producción con la apertura de fraestructura productiva ya en estas fechas iniciales. los grandes talleres rurales como Las Delicias o La Ca- Por desgracia, y aunque los contextos de consumo tria, por poner sólo dos ejemplos bien conocidos. evidencian la progresiva expansión de la distribución comercial de las ánforas del Guadalquivir a lo largo del 34. Cf. Rodríguez Rodríguez 2001 para una publicacion de sín- segundo tercio del siglo I a.C., (García Vargas e.p.) no tesis. Vide también Gil de los Reyes y otros 1987; Cardenete y otros volvemos a tener evidencias de producciones locales 1989; Gómez Saucedo e.p.; Conlin y Ortiz Navarrete e. p.).

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Con anterioridad a 30-50 d.C. sólo se conocen de pretendemos es presentar una nueva herramienta de momento producciones suburbanas como las de Car- base, o mejor dicho una herramienta actualizada, que mona que, además, presentan la particularidad de no nos pueda servir (en primera instancia a los especia- estar dedicadas en exclusiva a la producción de ánfo- listas “hispanos”, los que más probabilidades tenemos ras y de que las ánforas que fabrican no son en todos de encontrarnos con este tipo de evidencia, pero igual- los casos de tipología romana. En los talleres más an- mente, a sabiendas que el carácter actual de su disper- tiguos de Carmona, las Haltern 70 de morfología tem- sión empieza a mostrarnos la importancia que puede te- pranoaugustea conviven con ánforas Pellicer D produ- ner para la investigación en otros ámbitos geográficos) cidas aún en cantidad similar o ligeramente superior a para ahondar en el conocimiento de la economía y so- la de las ánforas de tipología romanizada. Por su parte, ciedad de este área geográfica y de las regiones que im- la producción no anfórica en los talleres de Carmona es portaron sus productos. en buena medida una producción de morfología tardo- Sin embargo, consideramos que sería un error no turdetana, con predominio de urnas pintadas, cuencos- echar cuanto menos un vistazo a las evidencias históri- lucerna, platos con líneas pintadas o lisos y lebrillos, a cas y arqueológicas que nos presentan otros territorios veces decorados estos últimos con pintura roja al inte- peninsulares en este mismo periodo, ya que podemos rior reproduciendo líneas onduladas perpendiculares al afirmar que en el marco del comercio en la Antigüedad, borde o retículas formadas por líneas rojas en el inte- donde el ir y venir de personas y mercancías era cons- rior del recipiente. tante (cuanto menos en el final de la República y los La producción tardorrepublicana y tempranoaugus- dos primeros siglos de nuestra era), en rara ocasión las tea, al menos en Carmona, muestras, pues, escasas evi- ideas se desarrollaban en un único lugar al margen de dencias de “especialización”, lo que en parte puede de- la influencia externa. berse al carácter excéntrico de los talleres carmoneses En estos momentos tardorrepublicanos en todas las con respecto a los grandes ejes fluviales, como el Gua- regiones costeras mediterráneas y en la zona atlántica dalquivir y en parte al hecho de que la gran eclosión ex- meridional de la Península Ibérica, al igual que en el portadora de las ánforas del Guadalquivir hacia la Galia valle del Guadalquivir, asistimos a un proceso de in- y el limes reno-danubiano es algo posterior a las fechas fluencia y colonización itálica efectiva, que lleva a que de plena actividad de los alfares suburbanos de Car- la producción agropecuaria y la ordenación del territo- mona. Hacia 50 d.C., la actividad en las figlinaecarmo- rio empiecen a regirse por patrones de tipo itálico. De nenses ha desaparecido casi totalmente y no será hasta este modo, la orientación de la explotación de los recur- época flavia cuando comiencen a producir en cantidad sos de la tierra y el mar estará marcada por una produc- “industrial” las alfarerías de la desembocadura del Cor- ción intensiva con vistas a la exportación de sus exce- bones, a unos 15 km. al norte de Carmona, pero aún en dentes, que irán dirigidos principalmente a unos consu- el área de influencia inmediata de la ciudad. Es sellado midores de origen o costumbres romano-itálicas. Ello es ya habitual en estas producciones del Corbones, lo tiene evidentemente su reflejo en los envases destina- que, junto al elemento POR(tus?) denota una actividad dos a la exportación de estos excedentes, creándose un alfarera volcada totalmente a la exportación masiva de universo formal que tiene como modelo a los conte- ánforas olearias del tipo Dressel 20 (Chic García 2001). nedores itálicos más difundidos del momento, que en una primera etapa son literalmente copiados, pero que pronto adquirirán en cada región un marcado carácter 3. EL VALLE DEL GUADALQUIVIR local, fruto de las tradiciones alfareras precedentes. VERSUS OTRAS REGIONES ALFARERAS El caso de las tipologías ovoides es muy ilustrativo, HISPÁNICAS. PROBLEMAS EN EL ya que a pesar de ser el valle del Guadalquivir donde ESTUDIO DE UN UNIVERSO COMPUESTO mayor relevancia tuvieron, también fueron fabricadas POR DIFERENTES REALIDADES en otras regiones sudhispánicas, e incluso en el noreste (A VECES COINCIDENTES...). peninsular o en la costa occidental de la Lusitania. Este hecho resulta en ocasiones problemático para la inves- En este amplio artículo hemos intentado dar un tigación arqueológica, ya que parece que un mismo paso más para rescatar del anonimato a la producción tipo fue fabricado en distintas regiones –caso de las de envases cerámicos destinados a la exportación de Ovoide 1 (Lomba do Canho 67), de las Haltern 70, o los bienes agropecuarios del valle del Guadalquivir en de los distintos tipos de ánforas olearias, e igualmente época tardorrepublicana y augustea. Por lo tanto, lo que es posible que ánforas como las Ovoide 4 hayan podido

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 256 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS producirse en alfares de ámbitos geográficos distantes, que, a partir de finales del siglo II / inicios del siglo I o cuanto menos que se hayan alcanzado soluciones for- a.C., va adquiriendo un peso creciente el factor itálico. males muy similares para el envasado de productos si- Desde el tercer cuarto del siglo II a.C., dos nuevas milares– lo que puede llevar a confusiones entre ellos y series de contenedores, las ánforas T.7.4.3.2/7.4.3.3 y a imprecisiones a la hora de determinar la importancia las imitaciones de ánforas Dressel 1, sobre todo de la de las exportaciones de cada zona. variante C, van imponiéndose sobre el resto de los gru- En este apartado, hemos decidido centrarnos en las pos morfológicos aún en circulación, la casi totalidad demás regiones hispanas, principalmente la costa bé- de los cuales estaba integrada por formas de más an- tica y la Tarraconense nororiental, sin duda alguna las tiguo origen (series: T.12.1.1.0 y T. 9.1.1.1: Sáez Ro- áreas más activas en época tardorrepublicana y au- mero 2008). Este será el punto de partida para la gran gustea, al margen del Baetis, pero sin olvidarnos de la transformación de la morfología general de los conte- emergente Lusitania occidental. La Bética costera con nedores gaditanos que procederá según una serie de sus distintas áreas productoras comparte una serie de fases crono-tipológicas que pueden resumirse del si- características comunes con el valle del Guadalquivir, guiente modo (cf. Sáez Romero 2008: 517). ya que en cierta medida se trata de la zona natural de sa- lida de sus productos por vía marítima. La segunda de ellas, el litoral del noreste peninsular, es bastante más A) Ánforas gadiritas de transición entre el mundo distante y presenta una tradición prerromana bien dis- púnico occidental y el tardopúnico en vías tinta, por lo que creemos que es de gran interés obser- de romanización (140/30-80/70 a.C.). var la evolución de una y otra al amparo del influjo ro- manizador y ver su reflejo en el repertorio anfórico. La Las ánforas neopúnicas gaditanas del tipo 7.4.3.3 o Lusitania, cuenta actualmente con un volumen de in- Mañá C2b son viejas conocidas de la Arqueología tar- formación bastante menor, pero que empieza a mostrar dorrepublicana en Occidente (cf. Mañá 1951), dada su las primeras señales de que podría haber desarrollado enorme difusión entre el último tercio del siglo II a.C. un proceso similar, aunque a una escala aparentemente y los años iniciales del principado de Augusto (Ramón más reducida. Torres 1994: 635, mapa 83). Se trata de una versión lo- cal, relativamente fiel al original, de las ánforas púni- cas de Cartago del tipo Mañá C2b o 7.4.2.1/7.4.3.1, de 3.1. La Costa Bética: bahía gaditana, bahía las que surgen a través de una primera imitación occi- de Algeciras y litoral malacitano dental denominada 7.4.3.2. (Ramón Torres 1994: 212). Ésta última se interpreta más bien hoy, sin embargo, 3.1.1. Bahía de Cádiz. como una variante contemporánea del tipo más ha- bitual, razón por lo que se comienza a hablar de am- No resulta fácil realizar una síntesis de la produc- bos tipos como una sola forma con la denominación ción de ánforas en la bahía de Cádiz y las costas del Es- 7.4.3.2/7.4.3.3 (Sáez Romero 2008: 566). En cualquier trecho durante los años finales de la República romana, caso, el protagonismo de las 7.4.3.3. es evidente desde dada la complejidad en estos momentos de la evolu- principios del siglo I a.C., habiéndose señalado dos ción formal de las mismas. En efecto, desde antes del grandes fases productivas. La primera de ellas ocupa- fin del siglo II a.C., una serie de influencias morfológi- ría desde los inicios de la producción hacia 140-130 cas de diversas procedencias comenzarán a transformar a.C. hasta 80/70 a.C., y la segunda desde estas fechas lentamente las formas de hacer del artesanado cerámico hasta 40-30 a.C. En ambas fases se produjeron conte- local, hondamente arraigadas en las tradiciones alfare- nedores de morfología muy similar, aunque, como es ras semitas occidentales (Ferrer Albelda y García Fer- lógico, con variaciones formales apreciables entre un nández 2008). La alfarería tardopúnica del sur de Iberia momento y otro (Sáez Romero 2008: 567-569), aun- fue, pues, una suma de tradiciones que se superpusie- que, quizás, lo más interesante desde el punto de vista ron casi de forma estratigráfica y que afectaron también general de la estructura de la producción es que peque- a los territorios mauritanos, extendidos, entre el Medi- ños cambios en la morfología de las variantes de este terráneo y el Atlántico, al otro lado del estrecho de Gi- contenedor se asocian a esquemas productivos especí- braltar (Aranegui Gascó y otros 2004). Puede hablarse ficos: “suburbana” y concentrada en la primera fase, y entonces de un repertorio anfórico propio y común a to- dispersa en establecimientos rurales en las campiñas dos los enclaves púnicos del Círculo del Estrecho en el gaditanas durante la segunda fase de producción.

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 257

Las imitaciones de contenedores extrapeninsulares tipo de envases aún por sistematizar de manera precisa, no resultó ninguna novedad en los talleres púnicos ga- pero que ponen de manifiesto la existencia en los alfa- ditanos después de la conquista romana. Imitaciones res costeros de un proceso evolutivo muy similar al que de contenedores de tradición griega, como las ánforas acontece en el valle del Guadalquivir, resaltando el es- “marsellesas” fabricadas en Campo Soto en el siglo VI trecho vínculo entre una y otra zona, que se manifiesta a.C. fueron relativamente frecuentes en los alfares in- no sólo en la producción de un mismo tipo de ánforas sulares gadiritas, incluso antes de la presencia romana en los talleres de uno u otro ámbito, sino en la influen- efectiva. Se documenta así en la segunda mitad del si- cia de unos mismos modelos extrapeninsulares dentro glo III a.C. una serie amplia de ánforas Grecoitálicas del repertorio tipológico, que en este caso se plasma de morfología antigua, tipo Will A, Adria 3-4 o MSG V por medio de las ánforas de forma ovoide del sur de Ita- (Sáez Romero 2008: 573), a las que sigue hacia fines de lia, pero también de las Dressel 1 tirrénicas. este siglo y comienzos del II a.C. las imitaciones de las No obstante, hay que resaltar las diferentes adap- series “clásicas” de Grecoitálicas Will C-D, Adria 5-7 o taciones que de estos prototipos itálicos se efectúan en MSG V-VI (Idem: 574. Cf. García Vargas 1998: 69-71) uno u otro lugar, y que a nuestro modo de ver han de y, ya en el segundo cuarto del siglo II a.C. las Grecoitá- ponerse en relación con las diferentes orientaciones de licas “evolucionadas”, o de transición entre las Grecoi- la economía agropecuaria de cada espacio geográfico, tálicas finales (Will E o MSG VI) y Dressel 1A que per- primando el vino y el aceite en el interior y las salsas y duran probablemente hasta fines del siglo II (Sáez Ro- salazones de pescado en la costa. Este sería el motivo mero 2008: 574). por el que, mientras que en el Guadalquivir las produc- ciones de Dressel 1 tendrían a las variantes A y B como su principal referente, en el ámbito costero, habiéndose B) Primer horizonte de romanización de la producido igualmente estes subtipos (García Vargas y morfología anfórica gaditana (80/70-40/30 a.C.) Bernal Casasola 2008: 664-668), son la Dressel 1A35 y sobre todo la C las que en mayor número parecen haber Por encima del carácter tradicional o novedoso de sido fabricadas. La mayor producción de Dressel 1C en las imitaciones de formas itálicas en la alfarería tardo- el ámbito costero bético podría estar determinada por púnica gaditana, merece la pena señalar que los cam- la utilización de esta tipología como envase para pes- bios en los modelos de implantación de los talleres, cado en la propia Italia, como parece indicar la alta pre- consecuencia sin duda de nuevas realidades territoria- sencia de Dressel 1C de producción local aparecidas les en la Bahía, ponen de manifiesto una efectiva “ro- en las excavaciones de la pesquería y puerto de Cosa manización” de las estructuras de producción anfórica (McCan 1987: 201-204). Igualmente, las producciones que ya fue apreciada hace unos años (García Vargas ovoides gaditanas parecen adaptar las formas al conte- 1996). Ésta nueva fase, más romanizada, de la produc- nido salazonero, teniendo por lo general bocas más ex- ción está sin embargo presidida por la variante reciente vasadas, cuellos habitualmente algo más anchos, asas de los contenedores púnicos del tipo 7.4.3.3., caracte- más cortas y pivotes huecos, haciendo posible una más rizados por un cuello algo más esbelto que sus prede- fácil extracción de un contenido que suele ser en gran cesores y un labio más colgante y moldurado. A ellos, parte sólido (trozos de pescado en salazón o salmuera) se asocian sistemáticamente las imitaciones de ánforas o semisólido (salsas que debían ser frecuentemente ge- de tipología itálica que reproducen, con bastante fideli- latinosas). dad, el perfil de las Dressel 1 C. La mayoría de los ta- Estas primeras series gaditanas de morfología ro- lleres que produjeron estas formas se conocen sólo por manizada comparecen en cargamentos como los de los prospección (Lagóstena Barrios 1996a y b; García Var- pecios Titán, Grand Conglué C, Cap Bear, Illes Formi- gas 1998), pero, en general, se adivina un horizonte que gues I y Cala Bona I, así como en yacimientos terrestres se hace visible en los decenios iniciales del siglo I a.C. y que incluye las ánforas de tipología ovoide (Ovoi- 35. En los últimos años, han aparecido una serie de contene- des gaditanas), las primeras Dressel 12, que en ocasio- dores con pastas gaditanas y con restos de pescado en su interior en nes no es fácil distinguirlas de las Dressel 1C y, aparen- Baelo Claudia (Arévalo y Bernal Casasola, cord. 2007). Ello que tes- temente, también las series gaditanas de las ánforas del tificaría la utilización en el ámbito costero sudhispano para el enva- tipo Lomba do Canho / LC 67. sado de productos piscícolas, de una tipología que, si bien es bastante variable morfológicamente (Tchernia 1986: 312-320) y podría haber En este mismo contexto productivo empiezan a apa- portado múltiples contenidos, generalmente suele ser asociada a la recer las denominadas “ánforas ovoides gaditanas”, un exportación de vino.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 258 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS en Fréjus (Goudineau y Brentchaloff 2009), Cartago propias de la fase anterior, mientras que en la constitu- (Martin-Kilcher 1993), Toulouse (Benquet y Grizeaud ción del tipo Dressel 7 deben haber intervenido diver- 2009) o Petrisberg (Trier, Alemania). sas influencias formales, entre las que la de las Dres- En estos lugares no parecen acompañarlas las Dres- sel 1 y las Lamboglia 2 parecen haber sido las más im- sel 1C locales y las 7.4.3.3, lo cual es bastante significa- portantes. Su ámbito de producción mayoritaria es el tivo pues parece indicarnos que habitualmente no fue- mismo que para el grupo anterior: talleres rurales que, ron exportadas de forma conjunta. Sin embargo, los al- sin embargo, no se limitan ahora a las campiñas de la fares del entorno de la desembocadura del río Guada- desembocadura del Guadalete y a los talleres suburba- lete, muestran sistemáticamente, la producción de án- nos de la ciudad de Cádiz, sino que se extienden tam- foras “neopúnicas” y “romanizadas” al mismo tiempo. bién de manera súbita a las campiñas interiores de los Lo mismo sucede con los escasos talleres suburbanos, actuales términos de Chiclana, Puerto real y Jerez de la como el de la Calle Gregorio Marañón o el de la Ave- Frontera donde su manufactura aparece en parte ligada nida de Portugal, en Cádiz, y el de la calle Javier de a explotaciones rurales del tipo villa, en parte a centros Burgos de El Puerto de Santa María, una aglomera- alfareros aparentemente independientes en torno a aflo- ción rural cuyos orígenes se sitúan en un momento in- ramientos arcillosos importantes, como ocurre en el en- determinado del siglo II a.C., probablemente en su se- torno de Cerro de Ceuta (Puerto Real). gunda mitad. Por su parte, los pocos contextos de con- De los tipos del período anterior sólo la Dressel 12 sumo bien fechados en el Bajo Guadalquivir, como los sobrevive sin grandes cambios morfológicos aunque de Sevilla (calles Argote de Molina y Patio de Bande- presenta un cuello que ha perdido ya la moldura me- ras: Campos Carrasco 1986; García Vargas 2009; Gar- dial característica de los ejemplares tardorrepublicanos cía Vargas e.p.) están repletos de ánforas gaditanas del y desarrolla grandes bocas con bordes rectos y escasa- tipo 7.4.3.3 desde fines del siglo II a. C., siendo espe- mente moldurados. Se trata de la primera serie de án- cialmente abundantes en el tercio central del siglo I a.C. foras gaditanas con pivote macizo, un detalle morfoló- y perdurando, aparentemente, hasta época augustea ini- gico ajeno por completo a la tradición local, por lo que cial. Esta misma asociación de contenedores de éxito se supone una conexión directa entre las últimas Dres- de producción gaditana es la que circula a partir de me- sel 1C y las primeras Dressel 12. Hasta el punto de que diados de la centuria a los contextos de la fachada at- R. Etienne y F. Mayet (1995) propusieron considerar lántica, pudiéndose apuntar Castro Marim (Viegas a las Dressel 1C gaditanas como Dressel 12 arcaicas. 2011), Faro (Viegas 2011), Mesas do Castelinho (Pa- Resulta tentador trazar una línea evolutiva ininterrum- rreira 2009) o Santarém (Arruda y Almeida 1998; Al- pida entre las “Dressel 12 arcaicas” tardorrepublicanas meida 2008) como algunos de los casos mejor estudia- de la primera mitad del siglo I a.C. y las Dressel 12 dos y más emblemáticos. “terminales” de fines del siglo II – principios del III d. C. de Puente Melchor (Puerto Real Cádiz: García Var- gas 1998: fig. 57.2-4 y 58.1-2), pero basta un examen C) Horizonte de “cristalización” del atento de las características morfológicas de las Dressel repertorio anfórico tempranoimperial 1C del alfar de la calle Gregorio Marañón, que imitan gaditano (40/20 a.C.-10/20 d.C.) hasta en sus más pequeños detalles la morfología de sus homólogas tirrénicas, o de las Dressel 1A del depósito Hacia fines del siglo I a.C. (40/30 a.C.) hace su apa- de fines del siglo II a.C. de la ciudad de Baelo Clau- rición en la bahía de Cádiz un conjunto de tipos anfó- dia (Arévalo González y Bernal Casasola 2007; Ber- ricos de morfología romanizada que no constituyen ya nal Casasola y otros 2003) para advertir que estas án- imitaciones directas de ánforas itálicas, aunque sí de- foras Dressel 1 imitadas forman parte de la vieja tradi- ben estar inspiradas en las últimas series republicanas ción gadirita de producir series de imitación junto a las tirrenas y adriáticas. Se trata de la conocida familia de de morfología tradicional en la región y que esta “tra- las Dressel 7-11 cuyos ejemplares de morfología más dición” se va a alargar en el tiempo hasta al menos me- antigua hasta ahora conocidos proceden de los alfares diados del siglo I a.C., un momento en el que las Dres- de San Fernando (Gallineras, Cerro de los Mártires)(cf. sel 1 B y C del alfar de la calle Javier de Burgos de El García Vargas 1998). En un primer momento, se fabri- Puerto de Santa María mantienen los rasgos generales can exclusivamente las formas Dressel 7, 9 y 10. La que permiten que las reconozcamos como Dressel 1 en Dressel 9 y 10 derivan directamente de las ánforas de- un momento en el que, si hemos de confiar en los pe- nominadas Ovoides gaditanas o Dressel 10 arcaicas, cios, las Dressel 12 se encuentran totalmente formadas.

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No vamos a entrar en la polémica acerca de la exis- Velazquez en la ciudad romana de Baelo Claudia, en tencia de una serie de Dressel 12 del valle del Gua- plena costa del Estrecho de Gibraltar, se asumió, como dalquivir, ni en la de los contenidos prioritarios de las se ha indicado, una manufactura local de estas produc- Dressel 1 gaditanas, pero, en cualquier caso, la presen- ciones, con una cronología genérica de segunda mitad cia en esta región interior del Guadalquivir de una se- del siglo I a.C. Aunque Cl. Domergue propuso un ori- rie de Dressel 1 imitadas que desaparece sin dar paso gen en la propia Baelo para estas imitaciones locales de a una producción, al menos numerosa, de Dressel 12, ánforas itálicas, lo cierto es que la publicación casi si- parece ofrecer un argumento adicional para sostener multánea de unos hornos de ánforas en la playa de El que las imitaciones de Dressel 1 (como las que hemos Rinconcillo (Algeciras, Cádiz) entre cuyas produccio- apuntado supra de Lamboglia 2) constituyen un “epi- nes se contaban ánforas de la serie “clásica” de los con- sodio morfológico” con entidad propia en el sur de tenedores salsarios sudhispanos (Dressel 7-11 y Dres- Hispania, sin que sea conveniente diluirlo en el seno sel 12) con elementos epigráficos similares a los- do de una producción regional, como la de las Dressel cumentados sobre las ánforas republicanas de Baelo y, 12, conceptualmente diferente a pesar de las conexio- lo que es más importante, cuellos de Dressel 1C vir- nes entre ambas formas. También las Dressel 8 que no tualmente idénticos a los de Baelo (Sotomayor Muro hacen su aparición hasta época medio-augustea (Gar- 1969), hizo razonable una producción de estos conte- cía Vargas 2001: 77) o augustea tardía (García Vargas nedores en el Rinconcillo y su exportación a la relativa- 2010b: 590 presentan una serie de concomitancias for- mente cercana ciudad de Baelo Claudia (cf. Bernal Ca- males con las 7.4.3.3., incluso en la articulada moldu- sasola 1999). En cuanto a la cronología de la serie, se ración del borde, sin que parezca lícito denominar a las imponía la idea de que las ánforas Dressel 1C y Dressel primeras Dressel 8 iniciales o arcaicas. Aunque la línea 21-22 eran más antiguas fechándose en el tercer cuarto de continuidad entre las Ovoides gaditanas y las Dres- del siglo I a.C., como había supuesto Domergue, mien- sel 10 es mucho más directa, preferimos mantener la tras que las series de Dressel 7-11 y 12 correspondían primer denominación en preferencia de Dressel 10 ar- ya a época imperial. caicas para las primeras por razones que en este caso En 1970, Miguel Beltrán Lloris (1970) cambiaba no son tan directamente formales, como conceptuales los términos cronológicos de la cuestión al señalar una (conexión con el fenómeno hispano de las series ovoi- producción contemporánea entre Dressel 1C y Dressel des tardorrepublicanas) y económicas (pertenencia a 7-11 de El Rinconcillo, proponiendo una datación tar- unas estructuras de producción y distribución cierta- día (época augustea) para el inicio de su manufactura, mente diferentes), como la incipiente epigrafía sobre y un límite superior reconocido en época de Claudio Dressel 7-11 (sellos y tituli) se encarga, por otra parte que era la fecha propuesta por M. Sotomayor para la de certificar. actividad de los hornos excavados por él en Algeciras. Esta datación tardía de las Dressel 1C de El Rinconci- llo no ha podido mantenerse tras la excavación en 1991 3.1.2. Bahía de Algeciras y costa del Estrecho de otro sector de la alfarería por S. Fernández Cacho (1994; 1995), al que siguió una nueva intervención en Las ánforas republicanas de la costa del Estrecho y el yacimiento con escasos resultados cronológicos en la bahía de Algeciras presentan una situación paradó- 2000 y una final en 2002 que ha permitido intervenir jica desde el punto de vista de su conocimiento cientí- de nuevo en el área de los hornos excavados por Soto- fico: por una parte fue precisamente en el entorno del mayor y definir con algo más de claridad los límites del Estrecho donde por primera vez se propuso y definió la yacimiento (Bernal Casasola y otros 2004). existencia de series regionales de imitación de ánforas La estratigrafía obtenida en El Rinconcillo en 1991 itálicas (infra); al mismo tiempo, ha sido en esta zona por S. Fernández Cacho, consta de cinco fases suce- donde más dudas y dificultades se han mantenido a la sivas, de las que sólo las cuatro últimas corresponden hora de definir el carácter de las producciones detecta- a la actividad del alfar, para el que se propone el si- das y, sobre todo, su cronología exacta (cf. Bernal Ca- guiente esquema funcional y cronológico (Fernández sasola y Jiménez-Camino Álvarez 2004). Cacho 1994: 88-90): Después de la publicación por parte de Cl. Domer- — Fase II: Corresponde a la instalación y funciona- gue (1969: 449; 1973: 114) de los ejemplares de Dres- miento de un pequeño horno cerámico dedicado tal sel 1C y de Dressel ¿21-22? de fabricación local do- vez a la fabricación de los opérculos de cierre de las cumentados en los sondeos realizados por la Casa de ánforas. Segundo tercio del siglo I a.C.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 260 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS

— Fase III: Nivel de abandono de la actividad alfarera Ricci E y Dressel 1. El facetado del disco de la lu- en este sector de la alfarería y de amortización de cerna de la UE 18 (fase II) ilustrado por Fernández las estructuras. Sin propuesta cronológica explícita, Cacho (1995: fig. 14) nos parece que la encuadra en aunque los materiales parecen residuales y ofrecen las lucernas Dressel 2A, con canal en el pico y pro- una composición idéntica a la de las unidades estra- pias de mediados del siglo I a.C; tigráficas de la fase anterior. — La presencia de las formas de paredes finas Mayet 3 — Fase IV: Vertidos cerámicos procedentes de otras y 3A (UE 18, fig. 2), y ausencia de las formas I y II, áreas del taller que se superponen a los niveles de propias de los decenios finales del siglo II y los ini- amortización del mismo. Fines del siglo I a.C. y pri- ciales del I a.C.: mer cuarto del I d.C. — La presencia de las cazuelas de cocina itálicas Celsa — Fase V: Segundo vertido de material cerámicos so- 89.27 que se generaliza en estas fechas, aunque se bre el anterior: segundo cuarto del siglo I d.C. trata de un tipo anterior en el tiempo.

Según esta propuesta, la actividad del alfar se ini- Las fases IV y V deben ser fechadas en torno a la ciaría (fases II y III) con la producción de ánforas de las década de los 30 en función de: formas Dressel 1A y C, ¿Haltern 70? y LC 67, a las que — Las Haltern 70 de la UE 14 (Fernández Cacho 1994: se unirían hacia fines del siglo I a.C. (fases IV y V) las fig. 7.8-11) cuyos bordes, grosor del cuello y perfil Dressel 7-11 y las ánforas Clase 24. de las asas las asimilan a las Haltern 70 “iniciales” Sobre este esquema cronológico inicial D. Bernal (del tipo Bolonia-Flota de Agripa, supra) fechado Casasola y R. Jiménez-Camino Álvarez (2004: 600) en la década de los 30 del siglo I a.C.; proponen las siguientes modificaciones que afectan — Las Dressel 7, en todo similares a las producciones a la datación de las fases establecidas por Fernán- iniciales de los alfares gaditanos de Gallineras-Ce- dez Cacho: rro de los Mártires (García Vargas 1998). — Retrasar los inicios de la producción en el taller — Las Clase 24 similares a las de Montée de Loyasse (fase II) hasta 100-75 a.C.; (Lyon) para estas fechas 40-20 a.C. (Desbat y Le- — Establecer como límite cronológico superior (más maître 2001: 805) reciente) de actividad de las fases IV y V la época de Augusto. Finalmente, la fase V, con profusión de Dressel 7 iniciales, Haltern 70 y perduración de ¿LC 67? y Dres- Esto supondría admitir unos inicios para la produc- sel 1C? y con ollitas de borde vertical similares a las del ción de las variantes locales de Dressel 1 en el primer repertorio itálico contemporáneo, si no ellas misma itá- cuarto del siglo I a.C., momento en el que estarían acom- licas, se sitúa sin grandes problemas en torno a los de- pañadas por ánforas de la forma LC 67. Hacia el tercio cenios finales del siglo I a.C. (Desbat y Lemaître 2001: central del siglo I a.C. harían su aparición las Dressel 806, La Muette y Rue des Farges, Lyon). 7-11 junto a las ánforas de la Clase 24. No se ofrecen Los niveles de los sondeos 29 (Va) , 26 (VI) y 40 datos suficientes acerca del aspecto macroscópico de las (V) de Baelo Claudia que Cl. Domergue (1973: cuadro ánforas de los tipos Haltern 70 y Clase 24 que permitan de síntesis en p. 105) propone fechar en el tercer cuarto asegurar su manufactura en el taller, por lo que su ads- del siglo I d.C. presentan un material anfórico y no an- cripción a estas series locales de El Rinconcillo es hipo- fórico coherente con esta cronología y sustancialmente tética en el estado actual de la investigación. coincidente en tipología y características técnicas con Un examen detenido del repertorio cerámico docu- los de la fase II de El Rinconcillo, incluyendo entre las mentado en las excavaciones de 1991 en El Rinconci- formas anfóricas Dressel 1C, LC 67 y también ánfo- llo que incluya, además de las ánforas, el resto del ma- ras atribuidas a la forma 21/22 de Dressel que, en vir- terial cerámico, nos parece hace inclinarnos por la pro- tud de sus elementos epigráficos, debieron ser fabrica- puesta de datación inicial, la de Fernández Cacho, para das en los mismos talleres que los otros dos tipos. Este los inicios de la producción en el sector por ella exca- horizonte de Dressel 1C, LC 67 y “Dressel 21/22” es, vado (sector 3, fases II y III), en función de: pues, el característico de los decenios centrales del si- — La presencia de lucernas del tipo 2 de Dressel, más glo I a.C.36 en el Estrecho y puede considerarse como frecuentes en los contextos hispanos del tercio cen- tral del s. I a.C., que en los del primer tercio de la 36. La producción y uso de las Dressel 21/22 aún sigue centuria, donde son más frecuentes las lucernas siendo objeto de controversia, al igual que el origen exacto de su

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 261 una fase morfológica de clara influencia itálica previa romana en época republicana es la costa mediterránea a la formalización, a partir de 30 a.C., del repertorio de la Ulterior, integrada desde inicios de época impe- “clásico” antoimperial, centrado ya en las Dressel 7-11 rial en el conuentus Gaditanus. A pesar de que apare- y Dressel 12 a las que desde fines de época augustea cieron publicadas hace ya bastantes años (Arteaga Ma- se unirán las ánforas del tipo Beltrán IIA (Beltrán Llo- tute 1985), evidencias de una “industria” alfarera rela- ris 1977). tivamente desarrollada en la Costa del Sol durante los Que las facies mejor caracterizadas de las produc- siglos II y I a.C., lo cierto es que no se han experi- ciones anfóricas del Estrecho sean las que se fechan a mentado avances sustanciales en su conocimiento ar- partir de los años centrales del siglo I a.C. no significa queológico. El fenómeno del “boom” inmobiliario que que la producción comience necesariamente en estos ha permitido el reconocimiento y excavación de alfa- momentos. Recientemente (Bernal y otros 2011) se ha res púnicos y tardopúnicos en la bahía de Cádiz, no ha propuesto la existencia de una producción anfórica en tenido el mismo impacto en las costas malagueñas y el entorno de Carteia entre fines del siglo II y comien- granadinas donde todos los talleres excavados en es- zos del I a.C. sobre la base de fragmentos de desechos tos años arrancan de época alto o medioimperial (Figli- de alfar en distintos contextos de los sectores “púnico” nae Malacitanae 1997; Bernal Casasola, ed, 1998; Gar- y “romano” de este yacimiento de la bahía de Algeci- cía Vargas 2001). ras. Las piezas defectuosas corresponderían a ánforas Los trabajos en el Cerro del Mar (Torre del Mar, de la forma 7.4.3.3. y, tentativamente, 9.1.1.1., lo que Vélez-Málaga) permiten documentar la presencia de añadiría al panorama descrito con anterioridad una fase bordes de ánforas de la forma 7.4.3.3. junto a otros primera con ánforas de tipología tardopúnica a las que de las series tardías del grupo de las 12.1.1.0. ya a fi- habría que añadir las Dressel 1A de fabricación local nes del siglo II a.C. Si hemos de juzgar por la morfolo- documentadas tal vez como material residual en la fase gía del borde de las 7.4.3.3. del Cerro del Mar, y supo- II del sector 3 de El Rinconcillo. El panorama com- niendo que éstas sigan el modelo evolutivo de las gadi- pleto de las producciones anfóricas republicanas del tanas tal como ha quedado establecido por A. Sáez Ro- área del Estrecho en la orilla peninsular quedaría tras lo mero (2008: 567), las ánforas de este tipo de los com- expuesto del siguiente modo: plejos 14 al 10 (Arteaga Matute 1985) deben fecharse — Horizonte tardopúnico y romanización inicial: entre 80/70 y 40/30 a.C., estando acompañadas en es- fines del siglo 120-70 a.C. Formas producidas: tos niveles por ánforas de la forma Ovoide 5 (comple- Dressel 1A, 7.4.3.3. y ¿7.9.91?; jos 13 al 11) y por bordes de LC 6737 desde el com- — Horizonte de romanización: 70/60-30 a.C. For- plejo 11 al 9 y Dressel 1C con bordes muy moldurados mas producidas: Primeras Dressel 7-11, Dressel en los ejemplares más antiguos (complejos 14 al 11) y 1C, LC67, ¿Clase 24?, Dr. 21-22, ¿Haltern 70? más rectos en los recientes (10 y 9). Sólo en los con- — Primer horizonte imperial: 20 a.C. – 10 d. C.: textos del último tercio del siglo I a.C. (9 y 8), con pre- Dressel 7-11, Dressel 12, ¿Haltern 70?,¿LC 67?, sencia ya de TSI, las ánforas Dressel 1C, 7.4.3.3. y LC ¿Dressel 1? 67 (¿cuántos de los últimos tipos son residuales?) apa- recen acompañadas de Dressel 7-11, lo que situaría la aparición de la forma en la costa malagueña hacia 40- 3.1.3. Costa mediterránea de la Ulterior 30 a.C. Excavaciones inéditas en el Cerro del Mar en 1998 documentan una evolución muy similar, siendo Otra de las areas costeras sudhispanas en las que las pastas cerámicas de las Dressel 1, las 7.4.3.3. y las se documenta la producción de ánforas de tipología ánforas ovoides similares entre sí y de origen muy pro- bablemente local. producción, que parece estar en Italia meridional o tal vez en Sici- lia. Ante la falta de ejemplares completos de fabricación hispánica, 37. Según informaciones orales del Prof. Oswaldo Arteaga, no puede asegurarse plenamente que los ejemplares de El Rincon- en las excavaciones dirigidas por el Dr. Niemayer en el emplaza- cillo y Baelo Claudia sean versiones sudhispanas de estos envases. miento de Toscanos, en la orilla opuesta a la que ocupa el Cerro Sin embargo, el marco cronológico del tercer cuarto del siglo I a.C., del Mar en la desembocadura del río Vélez, el prof. Niemayer de- coincide perfectamente con un momento en el que ya se observa tectó un horno productor de estas ánforas LC 67 . Otra posible al- la presencia de ejemplares itálicos en Ostia (Van den Werff 1986: farería con producción de esta forma estaría ubicada en la antigua 114, 117; en contra Botte 2009: 145). Si bien creemos que este úl- Barbesula, actual yacimiento de Guadiaro (San Roque, Cádiz), en timo hace una mala lectura del texto de Van den Werff y de Boni- el límite entre las provincias de Cádiz y Málaga (Cf. García Var- fay 2004: 105). gas 2001: 71).

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Algunos fragmentos descontextualizados de bor- 3.2.1. Imitaciones de las producciones itálicas des en apariencia similares a los de las ánforas 7.4.3.3. (desde las décadas finales del siglo II a.C., en el alfar de la Calle Carretería, Málaga (Rambla y hasta el tercer cuarto del I a.C)38 Mayorga 1997: fig. 5, nº 17), han servido para- pro poner unos inicios de la producción cerámica en el En este proceso, al igual que en la Ulterior, se ha de mismo siglo I a.C. Pero lo cierto, es que, si se observa señalar una mínima producción de imitaciones de los con detenimiento, el borde de este ejemplar corres- tipos finales de ánforas grecoitálicas (tipos D y E de ponde a una Beltrán IIB un tanto peculiar, pero reco- Will), así como la constatación en Mataró de un lote de nocible, lo que, en principio, nos deja sin testimonio Lamboglia 2 con pastas típicas de la zona del Maresme alguno publicado para una producción cerámica repu- (López Mullor y Martín Menéndez 2008: 43-44, fig. 3. blicana en la capital malagueña, a no ser que el borde 4-6). Sin embargo, fundamentalmente se han de resal- de, esta vez sí, 7.4.3.3. publicado por A. López Má- tar las imitaciones de las variantes A, C y sobre todo B, lax-Echeverría ( 1971-1973) como procedente del al- de las Dressel 1, que en algunos casos parece que fue- far altoimperial de Puente de Carranque (1971-1973, ron exportadas allende la región catalana. fig. 11.8) corresponda a una producción del alfar. Del mismo lugar, se ilustra otro fragmento que puede co- rresponder a LC 67 (muy sumariamente dibujada: fig. 3.2.2. Inicio de producciones propias, ánforas con 11.2) lo que permite suponer, si las piezas aducidas co- rasgos “ovoides” (segunda mitad del siglo I a.C.). rresponden a las producciones iniciales del taller, unos inicios para la actividad del mismo en el siglo I a.C. sin El siguiente paso tras el periodo dominado por las más especificaciones. imitaciones itálicas, vendría dado, al igual que en el En conclusión, la evolución de la costa mediterránea caso del sur de Hispania, por la creación de un universo de la Ulterior parece similar a la de las costas atlánticas formal propio, que se concretaría en las denominadas de la provincia, con producción de ánforas de tipología Tarraconenses 1, 2 y 3 (López Mullor y Martín Menén- púnica (12.1.1.0 y 7.4.3.3.) y primeras ánforas itálicas dez 2008: 44-55). Esta serie de formas, con gran varia- del tipo Dressel 1 entre 120 y 80/70 a.C., una produc- ción formal entre unas y otras pero con rasgos comu- ción que incluye 7.4.3.3., Dressel 1C, LC67 y Ovoide 5 nes, empiezan a ser producidas en los años centrales del local, en las décadas centrales del siglo I a.C. y la apa- siglo I a.C., probablemente algo después del inicio de rición de la serie de las Dressel 7-11 hacia 40/30 a.C. las producciones ovoides béticas. La división efectuada por A. López Mullor y A. Martín Menéndez entre los tipos Tarraconense 1A hasta 3.2. La Tarraconense Oriental E, 2 y 3, si bien es cierto que no está exenta de pro- blemas, no es sino un valiente intento por poner orden Es evidente que en el área catalana se asiste a la ex- a un universo formal que, al igual que en el valle del pansión del cultivo de la vid durante el siglo I a.C., que Guadalquivir, se encuentra en plena evolución, convi- va acompañada de cambios en el sistema productivo viendo un buen número de morfologías tas. Más allá que han podido ser bien identificados y que se manifies- de las similitudes del proceso en sí, resulta evidente tan en varios niveles (Revilla Calvo 1995). Así, junto que ciertos tipos tarraconenses tienen una gran simili- con la creación de nuevos núcleos urbanos plenamente tud con algunas de nuestras tipologías ovoides. De este romanos y a la puesta en marcha de una nueva orga- modo, las tarraconenses 1C y sobre todo las 1D, guar- nización del territorio fundamentado en los esquemas dan gran parecido con las Ovoide 4 del Guadalquivir lógicos de centuriación territorial, se observa la apari- e incluso primeras formas de Haltern 70, mientras que ción y expansión del sistema de explotación del terri- el tipo Tarraconense 3, cuya producción únicamente ha torio basado en villae, en el que es innegable el papel relevante que juega el cultivo de la vid con vistas a su 38. López Mullor y Martín Menéndez (2007: 41-42) llevan la exportación excedentaria. Este fenómeno de expansión producción de Dressel 1 en la Tarraconense hasta la primera década del cultivo de la vid es un tema ampliamente conocido, de la segunda mitad del siglo I a.C., y si bien es cierto que remarcan que conlleva la aparición de tipologías anfóricas basa- que puede que perduren hasta el final del segundo cuarto a.C., cree- das en los prototipos romanos más comunes del mo- mos dudosa la presencia de Dressel 1 tarraconenses en yacimientos con cronologías posteriores como Dangstetten (Ehmig 2010), ya que mento y que podría dividirse en las siguientes etapas a día de hoy no tenemos su presencia constatada en contextos de la temporales: propia provincia, su principal área de expansión.

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 263 sido documentada en los vertederos asociados a la villa ser los mercados de la narbonense (Martín Menéndez de El Vilarenc (Calafell), es posible que pueda tratarse 2008: 103). de una especie de “imitación” local de las Ovoide 1 A modo de conclusión de este punto, tenemos que (Clase 67/LC67) del Guadalquivir. añadir que, en nuestra opinión, la aparición de las tipo- Las ánforas adscribibles al tipo Tarraconense 1A, logías con rasgos ovoides en el Noreste peninsular, se mayoritariamente producidas en la costa de la Laietania enmarca dentro de un proceso complejo que la falta de central y septentrional, son también más frecuentes de datos arqueológicos concluyentes impide precisar, pero lo que hace bien pocos años se podría pensar, particu- en el que creemos que hay varios factores que juegan larmente en contextos de la actual Cataluña y área fran- un papel importante, destacando dos de ellos. El pri- cesa cercana. A lo largo de las últimas tres décadas ge- mero sería que la exportación vinícola del Noreste his- neraron frecuentes problemas y dificultades en su cla- pano, y junto a ella evidentemente la producción anfó- sificación, definición y caracterización al ser confun- rica, ha alcanzado ya un punto cuantitativo que hace didas con las formas ovoides del Guadalquivir, princi- posible su reconocimiento en los mercados de impor- palmente el tipo Ovoide 1 (Clase 67/LC67). Afortuna- tación, sin que sea necesario recurrir al “préstamo” de damente, este panorama se encuentra hoy en gran me- otros tipos anfóricos. Por el contrario, se hace más bien dida superado, existiendo un buen cuadro de definición necesario el poder encontrar un envase de característi- formal basado no solo en los atributos formales si no cas propias que pueda asimilarse con un contenido ple- también en la petrografía de las producciones layetanas namente individualizado, en este caso los vinos de la (Martín Menéndez 2008; López Mullor y Martín Me- región. El segundo factor a tener en cuenta sería el re- néndez 2008). currir para los prototipos anfóricos a una corriente ge- Así mismo, para los casos actualmente conocidos neralizada, que en este caso se materializa con las ánfo- en que se posee una caracterización/ descripción pe- ras de tipología ovoide de la zona de Bríndisi, los tipos trográfica, o representación gráfica de calidad, y puede antiguos de ánforas tripolitanas, y desde nuestro punto llegar a determinarse la procedencia de la pieza, es po- de vista con las tipologías ovoides del sur de Hispa- sible verificar la presencia conjunta de los tipos Tarra- nia, entre las que habría que destacar a las Ovoide 1 conenses y de ánforas ovoides sudhispanas (principal- (Clase 67/LC67) y las Ovoide 4 y 5, que aparecen ya mente del Valle del Guadalquivir), en yacimientos te- en algunos contextos tarraconenses de inicios de la se- rrestres del sector oriental peninsular fechados groso gunda mitad del I a.C. (para el área de Tarraco: Gebellí modo en mediados del siglo I a.C. Aún más revelado- y Díaz, 2001; Díaz y Otiña, 2003; Díaz, 2000, 2009;), y res que los contextos terrestres –en los cuales pueden que son los tipos con los que mayor semejanza tipoló- esperarse dichas asociaciones, siendo más difícil de- gica parecen guardar. terminar la naturaleza o el grado de fiabilidad de las mismas– son los hallazgos subacuáticos, que ilustran de forma inequívoca la circulación de productos béti- 3.2.3. Consolidación de mercados más cercanos cos y tarraconenses en contenedores con morfologías y exportaciones masivas hacia Gallia (último similares. cuarto del I a.C., primero del I d.C.). Buen ejemplo de ello son los naufragios Illes For- migues I39 y Cala Bona I, que nos aportan no solo una Desde el último tercio del I a.C. o quizás un poco prueba segura de la contemporaneidad existente por lo antes, se produce en la mayor parte de los alfares del menos desde mediados del siglo I a.C., entre los tipos territorio del posterior conventus Tarraconensis, la Ovoide 3, 4 y 5 del Guadalquivir y los tarraconenses, forma Pascual 1, que es una de las ánforas de época concretamente varias variantes de Tarraconense 1, sino augustea que mayor difusión encontró, orientándose también una buena muestra de la comercialización con- su exportación principalmente hacia las regiones del junta de estos contenedores con procedencias distintas, sur de Galia, pero llegando en buen número al área at- dentro de un comercio que sobrepasaba el ámbito pe- lántica francesa, a los campamentos germanos del Rin ninsular inmediato, alcanzando otras provincias, que en y sus afluentes, y a los mercados itálicos tirrénicos. el caso particular de los pecios mencionados parecen La consolidación del mercado galo como el principal receptor de ánforas tarraconenses, llevó a que la ma- yor parte de los envases fuesen transportados por vía 39. Este naufragio es habitualmente conocido en la bibliografía de referencia como Palamós, cuyo conjunto anfórico fue revisado y fluvial aprovechando la magnífica red de ríos con la oportuna estudiado por A. Martín Menéndez (2008). que se cuenta al norte de los Pirineos. Ello se adaptaba

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 264 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS perfectamente a las características de las ánforas de Este cuarto periodo ha de ser considerado como un fondo plano, entre las que destaca la Oberaden 74, pro- paso peculiar dentro de la producción anfórica de época ducida en época de Augusto y Tiberio en varios alfa- romana, y nos atrevemos a asegurar que las regiones vi- res del noreste peninsular y que curiosamente parecen nícolas del conventus Tarraconensis, son las únicas zo- tener un destino destacado en los campamentos mili- nas productoras en las que, durante el periodo tardorre- tares del área renana (Carreras y González Cesteros e. publicano y altoimperial, tras haberse activado la fa- p. b), si bien hay que tener en cuenta siempre que se bricación de ánforas con unas tipologías propias, optan trata de un tipo minoritario tanto en los alfares en los por abandonarlas en pro de la imitación de prototipos que fue producida, como en los centros de importa- ajenos. No vamos a seguir por esta línea, ya que aden- ción localizados. trarnos en profundidad en los motivos de esta peculiar La producción de estos dos envases amplía el nú- evolución formal, sobrepasa con creces el ámbito tem- mero de alfares conocidos en el noroeste de la tarraco- poral de nuestro trabajo. nense con respecto al periodo anterior, aunque muchos Como es evidente, a excepción del vuelco tipoló- de los que estaban activos anteriormente parecen seguir gico de la última fase, podemos afirmar a grandes ras- haciéndolo en estos momentos, entre otras razones de- gos que estamos ante un esquema similar al que se de- bido a que en muchos de ellos se produjeron de manera sarrolla en el sur hispano, en el que partiendo de la imi- contemporánea los tipos Tarraconenses y las Pascual 1 tación de las ánforas itálicas más difundidas, se llega y Oberaden 74. Centrándonos en las características de a la aparición de un repertorio tipológico propio que los nuevos tipos que asoman en este periodo, si bien la tiene una primera fase “ovoidal”, en este caso materia- creación de los envases de fondo plano parece ser algo lizada por algunas de las distintas variantes de las for- totalmente nuevo que estaría en relación con la “con- mas Tarraconense 1 y 2 (López Mullor y Martín Me- quista” del interior por medio de los ríos en el norte néndez 2008), al que le sigue un nuevo envase que par- de Hispana y área galo-germana, resulta evidente que tiendo de los tipos ovoides más estilizados, se conso- las Pascual 1 son unas ánforas que guardan una gran lida al abrirse hueco de manera definitiva en los merca- similitud con algunos de los tipos señalados de Tarra- dos exteriores. Pensamos que es bastante lógico que el conense 1 y que han de derivar directamente de ellas. proceso evolutivo en el sur y noreste hispano sean simi- Sin embargo, en este caso, al contrario que en el valle lares, ya que puede asegurarse que en los dos casos se del Guadalquivir para la Haltern 70, no puede decirse persigue el mismo fin, que no es otro que exportar los que estemos ante un ánfora con “reminiscencias” ovoi- excedentes de la producción local agropecuaria en una des, ya que es plenamente cilíndrica, estando su cuerpo cantidad cada vez mayor y a mercados más amplios. más cercano de tipos tirrénicos como las Dressel 1 o las Dressel 2-4. 3.3. La Lusitania costera occidental

3.2.4. Cambio de mercados unido a cambios El arranque de la producción anfórica en época ro- tipológicos. La fabricación de Dressel 2-4 mana en la costa occidental lusitana, y las lagunas que tarraconenses (fines del siglo I a.C./siglo I d.C.). se hacen sentir actualmente en su estudio, recuerdan enormemente lo ocurrido en la investigación para la A mediados del principado de Augusto se da un pro- misma etapa en el valle del Guadalquivir. De hecho, ceso curioso de vuelta a la imitación de tipos dominan- parece que asistimos a un dejá vu que radica en: au- tes en las producciones tirrénicas. La causa de este pro- sencia de datos relativa a centros productores versus ceso viene motivada por un cambio de mercado, ya que abundantes datos en centros de consumo. Así mismo, progresivamente el mercado de las Galias comienza a el panorama de la evidencia material referente al ori- cerrarse para los vinos tarraconenses y pasa a ser Roma gen de la producción de contenedores de transporte el lugar de importación más relevante. No obstante, es cambió radicalmente en la última década, habiéndose cierto que las Dressel 2-4 tarraconenses tienen unas ca- pasado de consolidadas síntesis en que se subrayaba su racterísticas formales propias, y estamos de acuerdo carácter claramente romano y de época imperial (Fa- con A. López Mullor y A. Mártínez que tal vez sería bião 2004b: 401) a la existencia de producciones con más correcto denominarlas simplemente Dressel 2-3, origen incierto, pero seguramente atribuibles a la se- ya que la forma 4 de la tabla de Dressel no se produjo gunda mitad del siglo I a.C. (Morais 2004b; Morais y en los alfares del noreste peninsular. Fabião 2007).

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Las evidencias más antiguas de la producción ro- directos, presentando más bien una dispersión amplia mana remontan únicamente al período julio-claudio, en la fachada atlántica y en las áreas de penetración in- concretamente a época tiberiana, y proceden de los mediata, sobre todo en los cursos de los grandes ríos, alfares del Largo da Misericórdia (en el área urbana/ incluida la actual Galicia. Importa destacar la ausencia periurbana de la ciudad de Cetobriga, Setúbal: Silva momentánea de estos tipos anfóricos en la costa meri- 1996), Pinheiro y Abul (Mayet y Silva 1998 e Mayet dional de la futura provincia Lusitania, aspecto que no e Silva 2002), todos en el bajo Sado, y aparentemente se debe seguramente a la ausencia de investigación40, también en Morraçal da Ajuda, en Peniche (Cardoso y sino a otros factores para los cuales no existen respues- Rodrigues 2005; Cardoso otros 2006), en la costa cen- tas por el momento. Los sitios cuyos hallazgos de ejem- tral atlántica. Las formas producidas en esta esta etapa plares “lusitanos antiguos” los convierten en puntos de inicial, y que carecen aún hoy de sistematización, reve- atención obligatoria son groso modo los mismos de re- lan notorias afinidades con las existentes en la Hispa- ferencia para los circuitos de distribución de los produc- nia meridional, particularmente con las Haltern 70 del tos béticos del interior y de la costa a partir de media- Guadalquivir y la familia de las Dressel 7-11 de los ta- dos del siglo I a.C., mayormente coincidentes con con- lleres gaditanos, con las cuales a menudo se establecen textos de conquista o de control y gestión de los recur- conexiones formales (cf. Fabião 2004a y 2008, para de- sos o del territorio, con carácter militar o militarizado tallada problemática). –destacando Lisboa (Bugalhão 2001; Filipe 2008a; Fi- Este panorama, que actualmente ya sorprende como lipe 2008b), Santarém (Arruda, y otros 2006), Castelo tardío, contrasta sobre manera con una serie de yaci- da Lousa (Morais 2010a), sitios del Alentejo central mientos y conjuntos anfóricos, con contextos y crono- (Mataloto 2008)– y yacimientos urbanos y rurales in- logías no siempre muy claros o precisos, pero segura- tegrantes del proceso de “romanización” y articulación mente atribuibles a la segunda mitad del siglo I a.C., de los territorios interiores de las principales cuencas mayoritariamente al último cuarto de la centuria, donde fluviales –Alcácer do Sal (Pimenta y otros 2006), Co- se hace evidente la expresión y presencia significativa ruche (Quaresma y Calais, 2005), Aljube/Oporto (Mo- de fragmentos con características petrográficas atribui- rais y Fabião 2007) y gran número de yacimientos en el bles al complejo bajo Tajo/Sado y con morfologías que bajo Duero y Miño (Morais 2004b). se pueden relacionar con las formas romanizadas de las A pesar del gran número de sitios y conjuntos ma- ánforas béticas (Fabião 2008: 725-726). teriales hoy por hoy conocidos, nos parece - sin que Los tipos que cobran más relevancia son justamente poseamos una base empírica consistente, debido a la los que se pueden atribuir a la familia de ánforas ovoi- referida carencia de contextos y cronologías finas que des, que, tal como se encuentra definida actualmente permitan datar también el “arranque” de su recepción (Morais y Fabião 2007), presenta una gran variedad - que el inicio de producción/circulación no deberá re- formal. No obstante, el estado muy fragmentario de troceder hasta mediados del siglo I a.C., tal como últi- gran parte de los ejemplares conocidos tampoco per- mamente se viene planteando (Morais 2004: 40; Mo- mite lecturas tipológicas conclusivas (de hecho para la rais y Fabião 2007). El hecho de que sea justo en es- mayor parte de los mismos no se puede ni siquiera ase- tas fechas cuando se asiste al despegue de las importa- gurar su “condición” de ánfora ovoide...). Esta premisa ciones del Guadalquivir en territorio de la futura Lusi- parte de la evidente similitud formal al nivel de las bo- tania, coincidente con el proceso de conquista tardío de cas entre muchos de estos fragmentos (cf. Morais 2004 parte de ese territorio; su ausencia, por ejemplo, en los y Morais y Fabião 2007 para un análisis detallado) y contextos tardorrepublicanos de Santarém (Almeida parte de los tipos béticos romanos que se presentan en 2008: Capítulo 7; Arruda y otros 2006), o de Lisboa este trabajo, concretamente las Ovoide 1 y 4, pero tam- (Filipe 2008; Filipe 2008b), y su presencia significativa bién con morfologías ovoides de origen gaditano, e in- en Castelo da Lousa (Morais 2010a) o en otros caste- clusive morfologías atribuibles a las primeras formas lla y fortines del Alentejo central, del entorno de la ciu- de la serie de las 7-11. De un modo general, y dada la dad de Ebora (Évora) a la cuenca del Guadiana, estos tendencia que se desarrollará posteriormente, se acepta últimos de cronología aparentemente algo posterior, del que se trata de formas que se destinaban a contenidos piscícolas (Morais y Fabião 2007: 132). El mapa de distribución no se encuentra circuns- 40. El reciente estudio de C. Viegas (2011), para los núcleos ur- banos del Algarve central y oriental con certificada ocupación del si- crito a un área particular, aunque se observa un mayor glo I a.C. y d.C. no reveló la presencia de alguno de los tipos ovoi- número de ocurrencias en la cuenca del Tajo y afluentes des lusitanos.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 266 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS inicio del último cuarto del siglo I a.C. (Mataloto 2008: por los desarrollos de los establecimientos se- 139ss), nos lleva a considerar que es en un momento mitas de la costa andaluza; algo más avanzado, probablemente coincidente con el — Aquellos tipos que no imitan fielmente morfolo- inicio del principado, cuando debe de arrancar la pro- gías extrañas, sino que se inspiran en ellas (es- ducción de esas ánforas lusitanas de clara inspiración pecialmente en la suditálica) para dar lugar a bética. La estrecha afinidad entre los repertorios inicia- un conjunto de contenedores característicos del les de ambas provincias, con las debidas reservas im- Guadalquivir que sin embargo pueden ser consi- puestas por el lapsus de tiempo existente entre el inicio derados como formas de vida breve con escaso de la producción en cada una, parece sugerir, tal como éxito en los mercados (supra); otros autores han tenido la sagacidad de plantear, una — Un grupo conceptual y formalmente similar al relación que se puede deber al desplazamiento de alfa- anterior, pero que está integrado por morfolo- reros béticos hacia las alfarerías del extremo occidente gías regionales con éxito significativo en los peninsular (Morais y Fabião 2007: 132). mercados. La mayoría de las bien conocidas án- foras imperiales del valle del Betis derivan de uno u otro de estos tipos iniciales, también con 4. A MODO DE CONCLUSIÓN un reconocible “aire” suditálico, especialmente adriático; Dada la extensión que ha tomado ya este trabajo de- — Un grupo que es el que enlaza ya con las pro- dicado a la reordenación y actualización tipológica de ducciones imperiales y que corresponden a los la evidencia material sobre las ánforas republicanas del primeros contenedores que sufren un proceso de valle del Guadalquivir, quisiéramos desarrollar en este “estandarización” incipiente, y que será objeto apartado unas conclusiones no demasiado extensas, en de exportaciones masivas desde época augus- las que quedaran enmarcadas las líneas de trabajo que tea. Hay que señalar que en este grupo hemos creemos han de seguirse en el futuro, pero sin meter- incluído contenedores que si bien no fueron pro- nos de lleno en las conexiones conceptuales entre la ti- ducidos de forma masiva, si que llegaron a los pología y la investigación histórica y económica, sino mismos mercados que el resto. tan sólo retocar algunos apuntes de carácter tipológico, cronológico, funcional y económico que se desprenden La segunda es la posibilidad de “entroncar” las pro- de lo señalado hasta ahora, es decir, casi como si se tra- ducciones regionales con formas “de referencia” que tara de realizar una apretada síntesis de lo dicho en la parecen haber servido como punto de apoyo o como que enfaticemos sobre todo determinados aspectos de “inspiración” para el surgimiento de las morfologías de especial interés. la Baja Andalucía. El elenco de formas únicamente si- El primero de ellos es el esfuerzo por presentar una gue fielmente las características tipológicas de uno o tipología analítica que reúna en un mismo trabajo la varios “prototipos” de referencia durante la primera mi- sorprendente cantidad de tipos regionales producidos tad del siglo I a.C., en que se imitan ánforas itálicas entre fines del siglo II a.C. y fines del I a.C. A pesar de de las formas Dressel 1A-C y tardopúnicas gaditanas la aparente falta de unidad y de la caótica proliferación de la serie de las 7.4.3.3. Hacia el tercio central del si- de formas cerámicas para un mismo cometido o para glo I a.C., se desarrollan, sin embargo, formas muy va- cometidos muy similares, hemos propuesto algunas lí- riadas de las que, como se ha dicho, al menos algunas neas de sistematización tipológica que nos parecen al (Ovoide 1, Ovoide 4, Ovoide 5 y Ovoide 6) tuvieron menos útiles en el estado actual de la investigación. un cierto “éxito” interprovincial. De todas, tan sólo la La primera es la posibilidad de incluir los distintos Ovoide 6 se asocia claramente a un contenido concreto: tipos en varios grupos en función de la procedencia de el aceite, mientras que para la Ovoide 4 su morfología y de su “éxito” en los “mercados”. Es- tos grupos son: se deduce sobre la base de sus problemáticas rela- — Los tipos regionales que imitan contenedores ciones con Haltern 70, y en los ejemplares con el inte- de otra procedencia geográfica que alcanzaron rior resinado recuperados en Illes Formigues 1, un con- cierta distribución en las áreas interiores del va- tenido vinario o de productos relacionados con la uva. lle del Guadalquivir. En el grupo se incluyen En este segundo momento de producciones regionales las formas “heredadas” de la tradición artesanal “romanizadas”, no se observan copias fieles, sino, todo prerromana, muy influenciada desde siempre lo más, influencias cruzadas entre tipos que generan un

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Figura 34. Repertorio anfórico del Guadalquivir durante el siglo I a.C.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 268 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS

Figura 35. Mapa con los sitios referidos en el texto. 1. Caesarea Maritima 50. Ampurias 87.2. Puerto de Santa Maria, C/ Javier 2. Éfeso 50.1. Ampurias, Cardo D de Burgos 3. Brindisi 51. Illes Formigues I 87.3. Puerto de Santa Maria, Jardin del 4. Apani / Giancola 52. Iluro Cano 5. Herdonia 53. Mataró 88. Jerez de la Frontera 6. Palombina 54. Badalona, Baetulo 88.1. Jerez de la Frontera, C/ Troilo 7. Cesano de Senigallia 55. Santa Perpétua de Mogoda, Vallès 88.2. Jerez de la Frontera, Rabatún 8. Ostia 56. El Villarenc 89. Rancho Centeno 8. Ostia, Casa del Porche 57. Tarragona, Tarraco 90. Cerro Overo 8. Ostia, Termas del Nuotatore 58. castellum de Puigpelat, Alt Camp 91. Dos Hermanas, Orippo 9. Roma 59. Celsa 92. Coria, Cauria 10. Lavezzi 1 60. Benicarló, pecio 93. Osset, San Juan de Aznalfarache 11. Sud-Lavezzi 2 61. Valencia, Valentia 94. Cerro de la Cabeza, Laelia 12. Gianuttri 61.1. Valencia, Plaza de la Reina 95. Sevilla, Hispalis 13. Sud-Perduto 2 61.2. Valencia, Corts Valencianes 95.1. Sevilla, Calle Alemanes 25 14. Cap Gros “C” 62. Valeria 95.2. Sevilla, Palacio Arzobispal 15. Titán 63. Ercavica 95.3. Sevilla, Patio de Banderas del 16. Cap Sicié 64. Segobriga 17. Madrague des Giens 64.1. Segobriga, Rasero de Luján Alcázar 18. Planier 5 65. Pozo Sevilla 96. Santiponce, Italica 19. Grand-Conglué 3 66. Denia 97. Alcalá del Rio, Ilipa Magna 20. Port-Vendres II 67. Punta del Arenal (Duanes) 97. Ilipa 21. Albintimilium 68. Lucentum 98. Carmona, Carmo 22. Fréjus 69. El Monastil (Elda) 98.1. Carmona, Albollón 22. Fréjus, Campo de la Flota de 70. Portus Ilicitanus 98.2. Carmona, C/ Doctor Fleming Agrippa 71. Ilici 98.3. Carmona, C/ González Parejo 23. Castells 72. San Ferreol 98.4. Carmona, C/ Montánchez 24. Vieille Toulouse 73. Cartagena, Carthago Nova 99. Munigua 25. Malard 74. El Molinete (Cartagena) 100. Écija, Astigi 26. Sant-Romain-en-Gal 75. Loma de Herrerías (Mazarrón) 101. Posadas, Detumo 27. Lyon 76. Cueva de las Peñas Blancas 101.1. Posadas, Dehesa de Arriba 27.1. Lyon, Loyasse 77. Cerro del Mar 102. Córdoba, Corduba 27.2. Lyon, santuario Cybèle 78. Málaga, C/ Carreteria 103. La Loba 27.3. Lyon, rue de la Favorite 79. Guadiaro, Barbesula 104. Tejada la Nueva, Ituci 28. Augusta Raurica / Augst 80. El Rinconcillo 105. Cerro del Moro 29. Vindonissa 81. Baelo Claudia 106. El Castillejo 30. Dangstetten 82. Ensenada de Bolonia 107. Huelva, Onuba 31. Rödgen 83. Vejer de la Frontera, Convento de 108. Castro Marim 32. Trier las Concepcionistas 109. Cerro do Cavaco, Tavira 33. Neuss 84. San Fernando 110. Faro 34. Nimega 84.1. San Fernando, Campo Soto 111. Monte Molião 35. Haltern 84.2. San Fernando, Cerro de Los 112. Mesas do Castelinho 36. Oberaden Mártires 113. Mértola, Myrtilis 37. Anreppen 84.3. San Fernando, Gallineras 114. Castelo da Lousa 38. Cartago 84.4. San Fernando, La Milagrosa 39. Ceuta, pecio 85. Cádiz 115. Quinta do Almaraz 40. Kouass, Arcila 85.1. Cádiz, c/ Gregorio Marañón 116. Lisboa, Olisipo 41. Lixus 85.2. Cádiz, Casa del Obispo 117. Santarém, Scallabis 42. Thamusida 85.3. Cádiz, La Caleta 118. Alto dos Cacos 43. Sala 85.4. Cádiz, Plaza San Antonio 119. Chões de Alpompé, Moron? 44. Rabat, pecio 85.5. Cádiz, Avenida de Portugal 120. Lomba do Canho 45. Cabrera 5 86. Puerto Real 121. Porto, Aljube 46. Colonia San Jordi 86.1. Puerto Real, Cerro de Ceuta 122. Braga 47. Portopí 87. Puerto de Santa Maria 123. Castro Santa Trega 48. Culip VIII 87.1. Puerto de Santa Maria, Castillo 124. Castro de Vigo 49. Cala Bona I de Doña Blanca 125. Castro de Montealegre

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ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 270 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS elenco anfórico amplísimo con un cierto “aire adriá- menos próxima, de referentes ideológicos metropolita- tico”, o más concretamente, brindisino. Así, un mismo nos, pero a cargo de elementos subalternos socialmente tipo ovoide itálico, parece dar lugar o influir en la for- que, sin embargo, gracias a su ciudadanía romana o la- mación de varios tipos ovoides hispanos. Este es el caso, tina, comenzaron a destacar en medio provincial. por citar sólo un ejemplo, de la forma VII de Apani cu- La emergencia social de las elites provinciales es yos rasgos son reconocibles tanto en la Ovoide 4 como un fenómenos posterior y se encuentra ligada a la in- en la Ovoide 9 o 6, de la Ulterior, mientras que ésta úl- tervención estatal en la producción y distribución del tima recibe a la vez influjos “directos” de la forma IIIA aceite bético y, por eso mismo, se relaciona con formas de Apani. Sin embargo, la total ausencia de sellos en la anfóricas ya fuertemente estandarizadas, normalizadas Ulterior hasta después del cambio de Era, frente a su y selladas, cuyos primeros pasos se encuentran aún se- abundancia en Apulia, es un recuerdo oportuno de que, pultados en las decenas de alfarerías rurales del Gua- aunque pueda suponerse la existencia de artesanos emi- dalquivir y del Genil que esperan aún ser excavadas y grados de una zona a otra, no debieron ser similares cuyo estudio se encuentra ya fuera del marco cronoló- las estructuras de la producción entre ambos mundos, gico que aquí consideramos. y esto tal vez explique en parte las tempranas diferen- Con respecto a la distribución de las ánforas repu- cias formales. La existencia de dos mundos artesana- blicanas sudhispanas, si bien en principio muchas de les muy diferentes es evidente, por ejemplo, en detalles ellas se constatan en contextos militares previos a la técnicos como la morfología de los hornos cerámicos, etapa augustea, o abandonados durante estos años, tam- que en Italia mayoritariamente son de forma cuadrada bién las encontramos en núcleos civiles del interior pe- con sustentación de la parrilla medial mediante muros ninsular en el tercer cuarto del siglo I a.C. Según nues- con arcos, mientras que en el Guadalquivir casi siempre tra opinión, puede decirse que las necesidades de abas- suelen ser redondos con pilar central y parrilla sustenta- tecimiento que durante más de un siglo acuciaron a los das en un trasdós abovedado, lo que puede interpretarse ejércitos romanos en la Península Ibérica y las nece- como una perduración de las formas de hacer del arte- sidades de abastecimiento de las áreas mineras, aca- sanado local prerromano o turdetano41. baron haciendo que se desarrollase una producción De hecho, el interior del valle del Guadalquivir pa- agropecuaria significativa en el sur de la Península. rece diferenciarse también de la Apulia en que es una Ello llevó a que la región del Guadalquivir, perfecta- región que, si hemos de parafrasear la expresión de Es- mente comunicada con la costa pero también relativa- trabón (3.2.1 –141–), referida a la colonia hispalense, mente bien con el interior, se constituyese como uno estaba poblado de forma poco “brillante”, es decir, ado- de los“epicentros” abastecedores de estos contingentes, lecía de miembros de los ordines superiores de la so- principalmente con aceite, lo que no excluye que tam- ciedad con residencia fija en ella. Esta es una situación bién fuesen exportados vinos y otros productos deriva- contraria a la que encontramos en la Apulia republicana dos de la vid, como bien parecen mostrar desde las imi- (Manacorda 1988, 2001) donde los “medios de produc- taciones de Dressel 1 y algunos tipos ovoides, hasta la ción” relacionados con el cultivo y la exportación de las fabricación de envases de fondo plano, e incluso sala- mecancías agrarias se encontraban claramente en ma- zones como parece manifestar la producción de Dres- nos de élites locales y también de familias senatoriales sel 7-11. Unido a ello está el desarrollo de una pudiente emigradas o absentistas una parte del año, al tener su industria alfarera que satisface la demanda de envases. residencia en Roma. El punto álgido de este proceso se alcanza ya en el úl- El repertorio anfórico del Guadalquivir no creemos timo cuarto del I a.C., cuando una necesária producción que refleje entonces un mundo formal ligado a estas es- adquiere un volumen relativamente importante y alcanza tructuras sociales suditálicas, sino que más bien se ins- en altos porcentajes “mercados” exteriores, estando ca- pira en un “repositorio” formal surgido en otro lugar y pacitada para poder abastecer satisfactoriamente, junto que corresponde a otro universo de relaciones económi- con las producciones de la costa sudhispana, la increíble cas y sociales. En cierta medida puede verse cierto para- demanda que va a generar el mercado del Norte de Eu- lelismo en los tipos monetales de las ciudades de la Ul- ropa, principalmente militar, pero también el civil olea- terior republicana en este mismo siglo I a.C., los cuales rio y, en menor medida vinario, de Roma, ampliándose representan (Chaves 2005) una imitatio formal, más o el radio de recepción de las ánforas del Guaddalquivir en el Occidente del Imperio y más allá. 41. Cf. la aportación a este mismo volumen de F. J, García Fer- En este proceso de crecimiento y consolidación de nández y E. García Vargas. las mercancías agropecuarias sudhispanas no sólo se va

SPAL 20 (2011): 185-283 ISSN: 1133-4525 LOS TIPOS ANFÓRICOS DEL GUADALQUIVIR EN EL MARCO DE LOS ENVASES HISPANOS DEL SIGLO I A.C... 271 a “cristalizar” en un elenco provincial con personali- economía agropecuaria del sur peninsular que si bien dad propia (García Vargas 2010a), sino que, en un fenó- ya venía desarrollándose con un destacado ritmo pro- meno en buena parte contrario a éste, va a desechar la ductivo desde finales del siglo II a.C., sufre una rapi- mayor parte de las formas surgidas durante estos años, dísima evolución en la segunda mitad del siglo I a.C., que no conseguirán sobrevivir al proceso de “estanda- que llevará a que productos como el vino o el aceite bé- rización” que se consolida con el paso al imperio y al ticos se conviertan al final del periodo en mercancías que hacemos alusión en el título de este trabajo. La ra- protagonistas del proceso de integración económica de zón principal es, como se ha dicho, que no se consti- las provincias del extremo Occidente en la red “comer- tuye hasta relativamente tarde un elenco estándar y ple- cial” y económica del imperio, junto a los metales de la namente establecido, sino que los alfareros del valle del misma procedencia. Guadalquivir y, en menor medida, también los de la re- Los cambios constantes y vertiginosos que hemos gión gaditana, se encuentran durante unos años en pro- constatado en las tipologías anfóricas regionales y la ceso de “experimentación” ante la ausencia de una tra- enorme diversidad y líneas de desarrollo de las mis- dición regional consolidada que diese lugar a morfolo- mas se presentan de momento como un reflejo de con- gías bien definidas para el transporte de los productos tornos aún poco delimitados en un espejo arqueológico de la región. La constitución de estas morfologías re- que esperamos, sin embargo, no nos devuelva una ima- gionales se haría poco a poco, imperceptible e incons- gen en exceso distorsionada. cientemente, en medio de un mercado cada vez más ampliado por razones económicas y políticas. El “fer- mento” para este proceso serían, como se ha señalado, BIBLIOGRAFÍA las ánforas del sur de Italia, tomadas como referencia, pero no directamente imitadas, tanto para las series “vi- ALARCÃO, J.; CARVALHO, P.J.C. y GONÇALVES, narias” como para las olearias. A. (2009): Castelo da Lousa: Intervenções Arqueo- No quisiéramos poner fin a estas líneas sin enfati- lógicas de 1997 a 2002. Stvdia Lvsitana 5. Mérida, zar la necesidad de diferenciar con claridad en las pu- Museo Nacional de Arte Romano / EDIA. blicaciones de informes de excavación o de presenta- ALMEIDA, R.R. (2008): Las Ánforas del Gualdalqui- ción de contextos cerámicos los tipos anfóricos presen- vir en Scallabis (Santarém, Portugal). Aportación tes más allá de atribuciones genéricas, poco útiles para al Conocimiento de Los Tipos Minoritarios. Col. la investigación, del tipo “ovoide sudhispana” o “án- Leció Instrumenta 8. Barcelona, Publications de la fora ovoide republicana”. Dado el estado actual de la Universitat de Barcelona. investigación es ya inexcusable la diferenciación entre — (2010): “The incorporation of the Baetican Hinter- los repertorios anfóricos oriundos de cada región del land into the Western supply during the Late Re- Occidente romano (Italia adriática, costa de la Ulterior, public. A reading based on the distribution of the Noreste de la Penísula Ibérica, Tripolitania…). Sólo de Guadalquivir’s minority amphora types”, en Car- este modo puede determinarse con ciertas garantías en reras Monfort, C. y Morais, R. (eds.), The West- cada área de consumo el peso de las importaciones de ern Roman Atlantic Façade. A study of the economy cada región. Sin la exigencia de la mayor precisión po- and trade in the Mar Exterior from the Republic to sible en las atribuciones, si no formales por lo menos the Principat. BAR International Series 2162: 191- de procedencia, se corre el riesgo de perpetuar un esce- 196. Oxford. nario marcado por la indefinición de lugares de proce- ALMEIDA, R.R. y ARRUDA, A. M. (2005): “As ânfo- dencia, que amenaza con anular a efectos de interpre- ras de tipo Maña C em Portugal”, V Congresso In- tación histórica los loables esfuerzos realizados en la ternacional de Estudos Fenício-Púnicos. Cerdeña. contextualización y presentación de los materiales, y ANTEAS, J.M.F. (1993): “Les fouilles de Malard à presentarnos un panorama falseado o cuanto menos su- Narbonne. Résultats préliminaires d’un sondage sur mamente sesgado. un lit d’amphores du 1er Siécle aprés J.-C”, Cahiers Por otra parte, la correcta clasificación y, con ella, D’Archéologie Subaquatique XI: 67-79. la segura constatación de la presencia de las ánforas AQUILUÉ, X.; CASTANyER, P.; SANTOS, M. y republicanas sudhispanas, y en concreto del valle del TREMOLEDA, J. (2004): “Geografia del Con- Guadalquivir, en sus diferentes áreas importadoras y la sum de les Haltern 70. Les Àmfores Haltern 70 cuantificación de los porcentajes de presencia- permi d’Empúries”, en VV.AA., Culip VIII i les Àmfo- tirá una valoración más ajustada del desarrollo de la res Haltern 70, Monografies del Casc 5: 112-117.

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283 272 ENRIQUE GARCÍA VARGAS / RUI ROBERTO DE ALMEIDA / HORACIO GONZÁLEZ CESTEROS

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Fecha de entrada: 14/02/2012 Fecha de aceptación: 26/03/2012

ISSN: 1133-4525 SPAL 20 (2011): 185-283

Normas de publicación

1. Los trabajos deberán ser inéditos y no estar aprobados para su publicación en ninguna otra entidad. Se enviarán al Secretariado de la Revista (Dpto. de Prehistoria y Arqueología. Facultad de Geografía e Historia. C/ María de Padilla 2. Irán precedidos de una hoja donde se indique el título, el nombre del autor y su dirección y teléfono, además del nombre de la institución científica a la que en su caso pertenezca 3. Los originales, texto y figuras, se entregarán en soporte informático y en papel, impresos a doble espacio. 4. La extensión máxima de las colaboraciones será de: — Artículos: 15000 palabras. — Noticiario: 5000 palabras. — Reseñas: 3000 palabras 5. Los artículos incluirán título, resúmenes y palabras claves en castellano y en inglés. 6. Las ilustraciones se numerarán del 1 al infinito con el término figura, sean dibujos o fotografías. 7. Las leyendas de las figuras se remitirán al final del texto. 8. Las citas se incluirán dentro del propio texto entre paréntesis, indicándose el primer ape- llido del autor o autores en minúscula, año de publicación y página y/o figura [ej. Alma- gro 1943: 271)]. Al final del trabajo se incluirá por orden alfabético la bibliografía citada según los siguientes ejemplos: ALMAGRO, M. (1943): “Tres nuevos hallazgos del Bronce Final en España”, Ampurias V: 270-280. —— (1958): “A propósito de la fecha de las fíbulas de Huelva”, Ampurias XIX-XX: 198-207. CARRIAZO, J. de M. (1973): Tartesos y El Carambolo. Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia. CRIADO, F. (1989): “Megalitos, espacio, pensamiento”, Trabajos de Prehistoria 46: 75-98. 9. Los trabajos recibidos serán seleccionados por el Consejo de Redacción de la revista y serán sometidos a una evaluación externa por reconocidos especialistas en la materia. 10. La corrección de pruebas se realizará por medios electrónicos y no se admitirán variacio- nes extensas ni adiciones al texto. Dichas pruebas se devolverán en el plazo de diez días. 11. La publicación de trabajos en Spal no da derecho a remuneración ninguna.