CUÉNTASELO A LA MONTAÑA --- Proyecto de traducción de Brisa Vázquez

Título original: Go Tell The Mountain Género: Memoria / narrativa Edición original: 2.13.61 (Los Ángeles, 1998) Idioma: Inglés Páis: Estados Unidos ISBN: 1-880985-60-8 Extensión: 298 páginas

MEMORIA / NARRATIVA SINOPSIS Este libro va dirigido al público interesado en el rock, y en especial en los movimientos underground de los ochenta y a los seguidores de The Gun Club.

Poco antes de morir, Jeffrey Lee Pierce, cantante y fundador de la banda de culto The Gun Club, presidente del club de fans de Blondie, colaborador de la revista Slash y amigo y compañero de lecturas de William Burroughs, escribió la historia de The Gun Club desde sus comienzos en Los Ángeles, California. Vivió en Londres y Japón con su novia Romi Mori, fotógrafa de rock, quien también formó parte de The Gun Club durante algunos años.

The Gun Club es hoy una banda de culto, con seguidores en todo el mundo, y este libro es una lectura obligada para entender el underground postpunk de principios de los 80 que siempre se mantuvo al margen de las grandes disqueras. Y, como el mismo Jeffrey señaló, “este libro será el único testimonio de la extraña existencia de The Gun Club. Nadie volverá a escribir sobre esta historia, mucho menos yo. Con esta aportación a la nueva literatura, soy libre al fin”.

Jeffrey murió prematuramente antes de terminar sus memorias, las cuales fueron ordenadas y editadas por James Tamesy y Henry Rollins, cantante de Black Flag y fundador de la editorial 2.13.61.

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JEFFREY LEE PIERCE (Montebello, California,1958 - Salt Lake City, Utah,1996) Fue el cantante y fundador de la banda de postpunk The Gun Club. La música de The Gun Club constituyó un medio profundamente personal a través del cual Pierce comunicaba y exorcizaba sus ------demonios interiores. Su magnética presencia escénica y su explosiva personalidad hicieron de The Gun Club una leyenda en Estados Unidos, Europa y Japón. Jeffrey Lee Pierce murió en 1996 a los “Jeffrey Lee Pierce se abrió paso a 37 años.

BRISA VÁZQUEZ (Ciudad de México,1967) través del rock’n’roll sin pedir disculpas, De 1985 a 1992 fue dueña del bar Tutti Frutti que, junto con Rockotitlán, el Bar 9 y el LUCC, ayudó a definir el rock mexicano de las décadas de 1980 y 1990. Desde 1994 hasta la fecha es baterista arruinando su propia vida y lastimando de Los Esquizitos y desde hace más de 15 años trabaja como traductora e intérprete para las empresas Propio LS (Kansas City) y Avaza LS (Nashville) en Estados Unidos. a algunos de sus seres queridos en el proceso. Cuéntaselo a la montaña es el relato de esa ruina”. Deadbeat Magazine ------EXTRACTO En algún lugar de mi mente aun me revoloteaban las escenas de peleas, discusiones, la cárcel, Como muestra, se presenta la introducción y un fragmento del tercer capítulo del libro. los bares y el agotamiento de los viajes. Los lloriqueos de Kiiroi sakuranbo en medio de sonidos de timbres, gritos, sirenas y trenes subterráneos de Londres, Osaka. Mi querida Osaka. Mi hogar. La ciudad ----- que amo. Por un momento me pareció ver Dotombori reflejado en sus ojos color castaño. Era mi luz de noche. Me puso a dormir. La señorita Kotoda me puso a dormir. Una mano suave y delicada rozó mi brazo. Éste, además de otros momentos posteriores, son la razón por la que este libro existe. El —¿Daijoobu? —susurró la voz. Expreso Sin Escalas que comenzó en el oeste de Los Ángeles y se detuvo en el lejano este, Osaka, con Los sueños revoloteaban como plumas. En mi cabeza los destellos de las máquinas de pachinko se un catastrófico terremoto que anunció su muy retrasado deceso. Una estela de promesas incumplidas, disolvían en un arabesco patrón de timbrazos y luces de neón. sueños rotos y muerte. Las piedras que incluso la arqueología teme tocar. Será el único documento —Kiiroi sakuranbo —resuena en medio de un estruendo de trenes subterráneos, altavoces y de la extraña existencia del Gun Club. No se volverá a escribir sobre él. Con seguridad no por mí. Con otros sonidos. esta aportación a la nueva literatura soy libre al fin. La guerra ha terminado y cojeo de regreso a casa. —¿Daijoobu? Escucho las campanas. ¿Puedes adivinar lo que dicen? La calidez de la mano de la señorita Kotoda. La tranquilizante tibieza de una mano humana. Dicen, “cuelga tus pistolas Johnny… no las necesitarás allá”. Un rostro amable y palabras suaves. Las luces de pachinko en mi cabeza poco a poco se alejaron. Me Oyasumi nasai… Estás en Osaka ahora… quedé dormido. Cuando desperté, estaba en Osaka, Japón, 1995. Me encontraba muy débil como para Jeffrey Lee Pierce moverme y no sabía qué día era, como si importara. Luego pensé que por fin estaba felizmente muerto Osaka, Japón y había ido a un cielo lleno de enfermeras orientales. Pero no. Ahí estaba la señorita Kotoda junto a mi Julio de 1995 cama, tranquila y buscando diligentemente con la mirada la más mínima señal de deseo o ansiedad. Ella era diferente a las otras, y sentí que podía liberar mis tormentos con ella y que con un suave pase ----- mágico los apartaría. —¿Daijoobu? 1984 Su voz era música suave para los oídos. Me preguntó si estaba bien, lo que significa mucho en un hospital. 1984 comenzó con un arponazo. Directo a la vena. Creo que fue Dialudid (hidrocloruro de hidromorfona). Susurré algo sobre el frío. Era enero, vientos severos invernales y una ligera nevisca. Entendió Un high seguro de buena morfina sintética. Quizá un Valium o dos para arrancar y un vodka con jugo de mi susurro y me cubrió con una manta. Se acercó tanto que pude distinguir sus ojos color café claro, naranja. Con todo logré demostrarle mi afecto a Lucy Kim (una vieja amiga mía que estaba sin casa en inusual en una japonesa. Combinaban con su cabello castaño claro. Su piel tersa y brillante. Manos ese momento). La instalé conmigo y con mi hermana. Al día siguiente se fue a recoger sus cosas a casa esbeltas y afiladas. Quería abrazarla, pero me sentía demasiado débil. Miró mis ojos amarillentos y se de su madre, y no la volví a ver en meses. levantó nerviosamente al sonar su beeper. Para marzo ya me habían echado y me pasé a vivir con Kid Congo en la Sunset y Western. A —Chotto. veces íbamos hasta San Francisco, donde andaba de un lado para otro y rolaba por North Beach con Volteó a mirarme. Debe haberme visto como gato recién atropellado. La miré fijamente con Will Shatter. Me quedaba en su apartamento de Broadway y nos atascábamos. Will se pasaba toda la deseo, ella también me devolvió la mirada, ligeramente confundida. noche cogiendo con su novia en la recamara escuchando a J.J. Cale, y yo me preguntaba cómo podía —Chotto. hacerlo con toda esa heroína encima. Le costó encontrar la palabra en inglés. Encontró dos: Flipper vino a L.A. y Will me atormentaba tocando algo que él llamaba Flipper . Will —One minute. andaba en speed y tenía un sentido del humor hábil e ingenioso. Como siempre, Kid y yo le seguíamos la onda. Era la primavera de 1984 y William Burroughs vino a la ciudad para hacer una serie de lecturas Cuánto la odié y cuánto la amé sin darme cuenta. Ahí, en esa condición absurda, desamparado y y promover un documental sobre su vida. Durante una firma de libros, su representante me reconoció por vulnerable, sentía el abrumador deseo por una mujer que apenas conocía. Quería verla reír y llorar, ser amigo de y me invitó al estreno. Los más dañados de mis amigos estaban ahí, hasta húmeda y seca, triste y feliz, fría y tíbia. Sí, el paquete completo, sin envolturas y al desnudo, únicamente Rob Ritter. The Place of Dead Roads se había estrenado y William llevó al público al borde de la histeria con un gran moño encima. Irradiaba vida, desvió mi muerte. Tenía que intentarlo de nuevo, tenía que con sus historias sobre la asquerosa naturaleza de los perros, las juntas de comité de viejos dinosaurios sobrevivir. y su definición de un buen pito o de una buena cagada. James Grauerholz, su representante, me dijo Regresó a mi lado y me observó con curiosidad. que me acercara a la puerta de la cabina de proyección, y ahí estaba el viejo, bebiendo vodka con Coca- —¿Doshita no? —preguntó. Cola. Me ofreció un poco y lo echó en un vaso de palomitas vacío. Parecía irritable e incómodo. Y así Mis ojos estaban húmedos, pero no podía explicarlo. Ella los secó. comenzó el encuentro con el más influyente de todos mis maestros.