De vinieron los españoles: desmentida puelche al estigma de la extranjería en la Argentina

Adrián Moyano, licenciado en Ciencias Políticas

En la Argentina, al pueblo mapuche se le adjudica extranjería, como manera fácil de deslegitimar sus demandas territoriales. “Los mapuche vinieron de Chile”, suele afirmarse desde estamentos gubernamentales y desde el más irreflexivo “sentido común”. Pero un examen de las primeras crónicas españolas apunta la existencia de población puelche en la actual jurisdicción del Estado argentino, tanto en las provincias de Neuquén y Río Negro como en las de Mendoza y Chubut del presente. Los nombres de los longko que aparecen en los relatos e inclusive cierta toponimia que se expresa en mapuzungun, indican que moradores ancestrales del oriente de la cordillera de los Andes participaban de la gran cultura mapuche, aunque existieran diferencias formales y a veces sólo superficiales con los “indios de Chile”, según la terminología de la época. El vocablo puelche apareció tempranamente en los escritos españoles para designar a los habitantes cuyas residencias más usuales se situaban al naciente de las montañas, pero no sólo tenía connotaciones geográficas, a la luz del az mapu. El relato que sigue adopta como “lugar de enunciación” el lago Nahuel Huapi, denominación que se incluyó por primera vez en textos españoles en 1620, al recopilarla el cronista de una maloca que había partido de Calbuco. El análisis de este y otros sucesos permiten concluir la existencia de población mapuche puelche en el Puelmapu cuando la República Argentina no estaba en los planes de nadie. Si se ve la historia desde el gran lago, puede concluirse que en realidad fueron los españoles los que vinieron de Chile. También en la Argentina el pueblo mapuche es preexistente al Estado, al establecerse que los puelches y pegüenches de las añejas crónicas, formaban parte de la gran cultura mapuche. Además, podrá advertirse que los puelche intervinieron en sucesos claves de la historia mapuche, como el célebre combate de Millarapue (siglo XVI). Las fronteras estatales del presente son invenciones muy recientes.

Palabras clave: puelches preexistencia Puelmapu

Nawel Wapi significa isla del tigre en idioma mapuche, aunque esa traducción que se acuñó a comienzos del siglo XVII entraña problemas. Es muy difícil que hasta fines del siglo XIX algún mapuche supiera de la existencia de los felinos a quienes los españoles llamaban de esa manera. La hipótesis según la cual el vocablo nawel designaba a un animal extinto a la llegada de los invasores nunca pudo corroborarse y no faltan quienes arriesgan que en realidad, la voz nawel no refiere tanto a un ser concreto como a una actitud. En su “Historia General del Reyno de Chile”, Diego de Rosales abonó esa posibilidad, porque al describir a los puelches de “la famosa laguna de Naguel-guapi”, señaló que en sus islas habitaban “indios rebeldes” que por su “valentía se llaman tigres”. El religioso arribó a las costas del lago en 1653 y según el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, escribió su libro 20 años después. El valor del testimonio vale su reproducción.

Y así paso a la otra banda de la cordillera, el oriente, desde Chiloé a la famosa laguna de Naguel- guapi, que quiere decir su nombre: Laguna de tigres, a la cual pasé el año de 1653 por la Villarrica cuando fui a poner de paz y dar noticias del Santo Evangelio a los Puelches de la otra banda de la cordillera nevada. Es célebre esta laguna porque tiene de vox más veinte leguas y contiene en su ámbito muchas islas habitadas de indios rebeldes, que ni en la fortaleza de sus islas ni en las murallas y fosos de sus lagunas están defendidos del valor de los españoles y de los indios amigos de Chiloé. Y aunque por su valentía se llaman tigres, los españoles son leones, y pasan a maloquearlos por lagunas y cordilleras, sin embarazarse en su fragosidad ni estorbarlos las lagunas que atajan el paso, porque deshacen las piraguas que, que son embarcaciones de tres tablas cosidas, como arriba dije, y las llevan cargadas de unas lagunas en otros por las cordilleras […] (Rosales 1877:257) El párrafo aparece en el Libro II del tratado, cuyas páginas consagró el autor a describir la “Geografía e historia natural” del Reino de Chile y Nueva Extremadura. Que incluyera territorios que actualmente están en jurisdicción de la Argentina provocó escozor en quienes sólo se preocuparon por apuntalar una historia colonial del Nahuel Huapi, pero las representaciones territoriales que imaginaban y hacían prácticas las diversas parcialidades dos siglos antes de que se concretaran las conformaciones estatales, nada tenían que ver con las que hoy naturalizamos. En las páginas de su Capítulo XI, Rosales venía de describir las geografías aledañas a los llanos de Osorno, de ahí que afirmara “y así paso a la otra banda de la cordillera”. Las especulaciones sobre el significado de la palabra mapuche nawel reconocen larga data. A fines del siglo XIX, el alemán - chileno Francisco Fonck consagró algunos de los párrafos de su libro sobre los viajes de fray Menéndez a develar el misterio, sin conseguirlo. No obstante, recordó que la denominación original correspondía a la isla mayor del lago, para también designar al espejo de agua, a la misión jesuita que intentó instalarse sobre fines del siglo XVII y a “todo el país que le rodea”. En primera instancia, trajo a colación la versión más difundida, según la cual el nawel sería el tigre americano o yaguareté, que en tiempos remotos habría alcanzado latitudes tan australes en la distribución de su hábitat. Perspicaz, Fonck encontró problemático que un animal que fuera desconocido en Chile, diera en tiempos de la soberanía mapuche su nombre no sólo a “la famosa laguna” sino a la cordillera de Nahuelbuta o que también, sirviera para identificar a personas con nombres tales como “Quintunahuel, Nahuelquin, Nahuelgrú, Paginahuel y muchos otros”. Fonck mencionaba que también llamó la atención de Rodolfo Lenz, a quien describió como “hábil intérprete y restaurador de la lengua araucana”, el hecho tan singular de “que este animal exótico sea tan conocido por los araucanos”. Lenz había publicado por entonces un estudio de la concordancia entre el cuento mapuche “de un zorro y un tigre” con otro similar tupí de “la zorra y el yaguar”.

Como es algo difícil admitir que el tigre haya existido antes en el territorio propio de los araucanos, podría tomarse en cuenta otra eventualidad, la de que estos hayan vivido, en una época muy remota, más al Norte en un país recorrido por el tigre, como el Brasil, y hayan abandonado su residencia primitiva para venir a establecerse en sus asientos actuales, llevando consigo la tradición de este notable animal y conservándolas en sus cuentos y nombres. Las relaciones de los araucanos con los tupis, demostradas por Lenz, abogan fuertemente a favor de esta presunción. (Fonck 1900: 56)

Fonck completaba su especulación con menciones a la teoría de Rodolfo Philippi, para quien los araucanos habían migrado de sus “asientos primitivos para venir a avecindarse en Chile”. Como puede advertirse, el argentino Estanislao Zeballos y sus continuadores intelectuales del siglo XX no inventaron nada al acuñar el estigma de la extranjería mapuche. Pareciera que siempre habrá un discurso estatal capaz de adjudicar origen foráneo a los pueblos en rigor preexistentes. No fue el jesuita Rosales el primero que se refirió a los puelche del Nawelwapi. Continuadores y actualizadores del pensamiento colonialista durante mucho tiempo, los historiadores argentinos discutieron por varias décadas quién fue el descubridor del lago. En ese aspecto fueron tributarios de sus colegas chilenos, no menos interesados en justificar la dominación colonial que sobre fines del siglo XIX, Chile terminó de concretar al sur del Biobío. Para una perspectiva descolonizadora de la historia, no tiene la menor importancia si efectivamente, fue Diego Flores de León o bien su jefe, Juan Fernández, el primer español en divisar el contraste entre las aguas azules y las laderas verdosas. Además, los dos conformaban la misma expedición y si bien tocó que Flores de León escribiera la crónica, muy probablemente la inmensidad del Nawel Wapi se desplegara ante sus respectivas miradas más o menos de forma simultánea. El hecho que importa es que los expedicionarios dieron con los habitantes mapuche de ese espacio lacustre e isleño.

Salimos del puerto de Calbuco cuarenta seis hombres en piragua y navegamos hasta la boca del Purahilla 1 siempre al puelche 2; de allí rompe la mar siete leguas la falda de la cordillera hacia el norte entre dos ríos, y habiendo navegado otras siete, varamos las piraguas tres leguas de camino por tierra que hay hasta llegar a una laguna que se llama Qechucavi 3, en cuyos contornos había mucha gente, que ahora está despoblada, porque los soldados de aquella provincia la asolaron; allí cosimos las piraguas y navegamos por la dicha laguna hasta nueve leguas, siguiendo la derrota siempre al puelche, buscando paso para la cordillera, y subimos por un río que se llama Peulla hasta tres leguas, donde rompiendo la cordillera dimos en la otra banda, habiendo caminado por ella hasta cinco leguas de mal camino, por no estar abierto, donde topamos otra laguna muy grande que se llama “Navalhuapi” en la cual volvimos a coser nuestras piraguas navegando por ella hasta ocho leguas, que dimos en unos indios puelches los cuales examinados, nos dijeron que los caciques más principales de la tierra se llamaba “Ilaquilé” y Llaquilloy”, y que estos indios servían a las ciudades de Osorno y Villa Rica, cuando estuvieron pobladas, los cuales se sustentaban de caza y de algunas legumbres de la tierra, diferentes de las del Reino de Chile. Confinan estos indios con una nación muy belicosa y corpulenta, cuyos indios llaman “poyas” y el principal cacique que esta nación obedece, se llama “Yaguapana”, y tiene diferente lengua […] (Hanisch1982:92)

1 El nombre original del lago Llanquihue. Puede venir de pura y aylla, que significa ocho y nueve. Rosales explicaba su nombre porque antes de las malocas españolas, eran ocho “parcialidades que estaban pobladas en la ribera”. Página 256, tomo I.

2 El cronista quiso decir que su columna avanzaba hacia el este.

3 En la actualidad, Todos los Santos. La incursión española tuvo lugar en 1620 y llegó hasta el Nawel Wapi desde la zona de influencia de Chiloé, bastión austral de la dominación colonial que desde la gran insurrección mapuche liderada por Pelantaro y Anganamon, estaba aislada por tierra del resto de las posesiones españolas. Nótese que la “laguna muy grande” ofrecía nombre en mapuzungun o idioma mapuche y que a unos 40 kilómetros de rearmar sus embarcaciones, los forasteros encontraron a los primeros puelche de su periplo. Una novedad para Fernández y su gente pero no para sus interlocutores, ya que mencionaron la existencia de encomiendas que beneficiaron a señores de Osorno y Villarrica. Por la expresión “estos indios servían” hay que entender que antes del levantamiento de 1598, los moradores del Nawel Wapi se vieron reducidos a servidumbre para engrosar el patrimonio de los encomenderos de aquellas ciudades españolas. Existen menciones a las encomiendas que con base en las ciudades del oeste cordillerano, se abatieron sobre los puelche del oriente.

Al describir el emplazamiento de Villarrica, Rosales elogió el paso que atraviesa las montañas. El mismísimo Pedro de Valdivia había levantado el fuerte que dio origen a la ciudad en 1553. El jesuita apuntó que hacia el sur de su emplazamiento original, transcurría “una quebrada por espacio de treinta leguas, por camino llano” que daba hacia “las pampas que van a Córdoba y Buenos Aires”. Aproximadamente un siglo después de que prosperara el establecimiento español, el sacerdote transitó por el mítico camino y al comentar su experiencia explicitó que “por él se comunicaban los vecinos de la Villa con los indios pegüenches y puelches, que también les encomendó Valdivia, y los traían de mita a trabajar en sus labores por medio de sus mayordomos, y como gente simple, humilde y sin malicia, acudían a cuanto les mandaban con obediencia ciega” (Rosales 1877: 469). Como él mismo comprobaría en otras circunstancias, no siempre fue así… En relación a Osorno, su consolidación fue obra del gobernador García Hurtado de Mendoza hacia 1558, quien otorgó a los 50 vecinos que allí se establecieron, encomiendas sobre “ciento cincuenta mil indios, según refieren los autores y vecinos de aquella ciudad en quienes encomendó esta multitud de indios, dando a unos dos mil indios, y a otros cuatro mil, conforme los méritos y servicios” (Rosales 1877: 78). Si se tiene en cuenta la proximidad geográfica entre el Nahuel Huapi y los llanos de Osorno, resulta verosímil que aquellos puelche que dialogaron con Fernández 60 años después, se refirieran a sus abuelos o padres. La expedición había partido desde el fuerte de Calbuco. Su fundación se produjo en 1566 y al igual que la fortificación de Carelmapu, se levantó “para hacer desde allí la guerra a los rebeldes de Osorno y Cunco”, nos dice el texto de Rosales (147). Su cronología debería reavivar la polémica sobre el descubrimiento español del lago porque según anotó el jesuita, desde las dos posiciones “pasan los soldados del fuerte y los (indios) amigos en canoas a tierra del enemigo y hacen correrías a pie y a caballo, unas veces a Cunco, otras a Osorno, otras a Ranco y otras a los Puelches, pasando la cordillera nevada y la Laguna de Naguelguapi” (Rosales 1877:149). Para una historia de intención descolonizadora, destaquemos que los puelche del lago revistaban entre los rebeldes a los ojos de los invasores y que 64 años antes de la incursión de Fernández, ya ofrecían resistencia. La crónica que llevó Flores de León no especifica dónde vararon las piraguas españolas que navegaron el Nawel Wapi en 1620. Puede estimarse, porque el texto destaca un curso de ocho leguas. En la España conquistadora de territorios ajenos, la legua equivalía a 5,5 kilómetros aunque cronistas como Góngora Marmolejo, le otorgaron un valor de 7 kilómetros aproximados. Sí puede deducirse que desde el actual emplazamiento de Puerto Blest y después de superar la angostura que suponen la isla Victoria -la Nawel Wapi original- y la Península San Pedro, los forasteros continuaron hacia el este, porque pudieron apreciar que “hace esta laguna un caudaloso río, que es donde se volvió el gobernador Hernando Arias de Saavedra, que iba a descubrir los Césares, porque no tuvo en qué pasarle ni herramientas para hacer barcos […]” (Hanisch 1982: 93) Más allá de la imprecisión del comentario, es obvio que el contingente estuvo frente al Limay. Hubo una segunda expedición liderada por Juan Fernández que contó con el mismo cronista.

… hicimos otra maloca y entrada por la boca del “Purahilla” la vuelta al sur, y topamos con otro río llamado ”Puelo”, navegando por él hasta doce leguas, y de allí fuimos a pie abriendo grandes montes para pasar por la falda de la cordillera, y en algunos pasos tuvimos necesidad de hacer escaleras para pasar; al fin encimamos la cordillera y dimos en lo llano donde caminamos cosas de veinte leguas la vuelta al sur, y un día cogimos dos indios el uno puelche y el otro de la tierra adentro, que tenía las narices horadadas como los del Perú; éste nos dijo que por la parte sur, hacia el estrecho, señalando la otra mar, habían visto un navío que había invernado arrimado a una isla y que los indios de aquella isla peleaban con los de tierra firme, y que de ellas traían mariscos y cuero de lobo; preguntámosle que hacia qué parte quedaban los españoles, díjonos que él no los había visto, mas que habiendo ido la tierra adentro hacia el sur, había dado con unos indios que le dijeron venían de hacer mita a los güinca, que así llamaban a los españoles, y que le dijeron que eran como nosotros; dijímosle que nos guiase porque queríamos ir en busca suya y espantado de nuestra determinación se levantó en pie, que hasta aquel punto había estado sentado en el suelo, y cogiendo muchos puños de arena los echaba al aire diciendo que él guiaría, mas que supiéramos que había más indios que granos de arena tomaba él en sus manos. Preguntámosle que hacia qué parte le parecía caía la tierra de los españoles; señalónos hacia el sur, de suerte que a nuestro parecer, está cerca del Estrecho de Magallanes; llámase esta tierra “Tipallante” que quiere decir: “nacimiento del sol” y el cacique della toma el mismo nombre […] (Álvarez 1972: 66)

La descripción es inequívoca: en la actual jurisdicción de la provincia de Chubut residía gente que se expresaba en mapuzungun cuando todavía a ningún intelectual del colonialismo argentino se le había ocurrido la fábula de los invasión araucana a Pampa y Patagonia, representaciones territoriales que aún ni siquiera existían en la mente de los propios españoles. Obvio, en 1620 la Argentina tampoco estaba en los planes de nadie: juzgar los movimientos de los pueblos indígenas preexistentes al Estado desde su conformación actual incurre en una suerte de estado-centrismo antojadizo, que asigna una suerte de eternidad hacia atrás insostenible para instituciones que son muy recientes. Unos 100 kilómetros después de bajar de la cordillera, los maloqueros dieron con dos hombres que se expresaban en idioma mapuche, como resulta de la utilización de los vocablos wingka y Tripay Antü. El primero significaba originariamente “otra costumbre” y se aplicó a designar a los españoles, el segundo quiere decir “sale el Sol” y si bien es curioso que se utilizara para denominar tanto a un espacio territorial como a un longko, el hecho contundente es la presencia al menos de una parcialidad mapuche puelche en latitudes muy sureñas para las descripciones más difundidas, que siempre reservaron el sur del río Limay para los poyas o para los mal llamados tehuelches del norte. Como Fonck no tenía la necesidad de adjudicarle extranjería al pueblo mapuche en la jurisdicción actual de la Argentina, sugirió “fijarnos en la metáfora clásica de que se valió el indio de Nahuelhuapi para demostrar a Flores el gran número de los habitantes de la Patagonia. Ella es un ejemplo del talento oratorio propio a los indios araucanos. Es notable este modo de simbolizar y exaltar que se suele repetir en sus discursos” (Fonck 1900:17). Quizás el viajero e historiador alemán - chileno exagerara la extensión del país al cual llamaba como el lago, porque la expedición dio con el mapuche orador al menos 100 kilómetros al sur del río Puelo. Pero en sus cavilaciones no existía duda alguna: los interlocutores de los españoles fueron mapuche, quienes durante el siglo XIX y parte del XX recibían la denominación de araucanos por parte de chilenos y argentinos, vivieran en la península de Arauco o no. Ya vimos que a mediados del siglo XVII, el cura Rosales consignaba que “la famosa laguna” contenía “en su ámbito muchas islas habitadas de indios rebeldes”, quiere decir que aquellos puelche tuvieron que ser navegantes. Las investigaciones arqueológicas encontraron actividad humana en la isla Victoria que dataron en dos mil años antes del presente, a través de fechados con radiocarbono. Las aguas del lago ya se dejaban surcar por desafiantes embarcaciones cuando el imperio romano aún no afirmaba su dominación sobre Hispania. Desde 1978 hasta 2000 se encontraron varias canoas monóxilas o de un palo, no sólo en las playas del Nahuel Huapi sino también en los lagos Verde y Lácar, entre otros espejos de agua de la región, siempre al este de la cordillera. En la primera de las ocasiones, un equipo que encabezaron un arqueólogo y un buzo rescató un wampo en el área de Playa Bonita, a unos 7 kilómetros del centro de San Carlos de . Según el investigador, su hallazgo fue objeto de severas críticas por parte de “los especialistas, ya que por la época a que nos referimos no existían evidencias de que en la región lacustre del noroeste de Patagonia hubiesen habitado pueblos prehistóricos o protohistóricos navegantes”. Indirectamente, la aseveración de Jorge Fernández demuestra los límites que hasta no hace mucho cercaban el conocimiento sobre los puelches del Nahuel Huapi y su indubitable relación con las demás parcialidades mapuche del occidente cordillerano. No tanto por la escasez de hallazgos arqueológicos, sino más bien por el imperio de los estereotipos. Quienes los edificaron se abocaron sobre todo a justificar la empresa colonialista argentina y a disputar derechos soberanos con sus colegas chilenos. El wampo de Playa Bonita se construyó a partir de un coihue, con algo menos de 5 metros de eslora. Uno mayor se ubicó en el lago Correntoso gracias a la faena del mismo investigador. Fernández continuó con sus investigaciones hasta 2000, por entonces contabilizaba los hallazgos documentados de 15 embarcaciones antiguas, aunque tenía noticias de otras cinco. “Tanto cuantitativa como cualitativamente el tamaño y calidad de la muestra parecen suficientes como para convencernos de que no enfrentamos una circunstancia casual, sino que nos hallamos ante la comprobación -a través de sus restos arqueológicos- de un arte de navegar aborigen, indudablemente primitivo y antiguo” (Fernández). La conclusión es tan obvia que llama la atención su carácter tardío. Para el investigador, la construcción de “canoas de palo” recién se abandonó cuando se instalaron los primeros establecimientos madereros en las costas del Nahuel Huapi, hacia 1890. La libertad mapuche se había extinguido en el viejo país de los puelche cinco años antes. Para las antropólogas Romina Braicovich y Soledad Caracotche, las evidencias no permiten asegurar cuáles fueron las embarcaciones que navegaron desde y hacia la Nawel Wapi en tiempos remotos. Pero afirman que entre los registros arqueológicos indirectos, las crónicas que dejaron los españoles desde 1620 en adelante y los hallazgos de canoas de palo, se puede concluir la condición navegante de los puelche y sus antepasados, aunque ellas prefieran no arriesgar disquisiciones étnicas. Dan por sentado que deben existir más wampo semienterrados en las orillas de los lagos o bien al abrigo de las espesuras boscosas. A las investigadoras les llama la atención que los testimonios de los jesuitas que quisieron misionar en estas latitudes se refirieran más a las dalcas y a las canoas de corteza que a las de palo, cuando el registro arqueológico marcha en sentido contrario. Esa discordancia puede deberse a que los wampo no se utilizaran ampliamente en los momentos en que se produjeron las visitas religiosas o bien, a que los sacerdotes no concedieran importancia a describir los medios de navegación. La presencia de los jesuitas en el mapu de la Nawel Wapi fue muy discontinua y se estiró por un lapso de apenas 50 años. Tendemos a afirmar que el conocimiento que pudieron elaborar los compañeros de Jesús sobre los puelche fue más bien limitado y no sólo sobre su faceta navegante. El investigador Fernández comprobó esos límites cuando al desenterrar el wampo de Playa Bonita, recibió la reprobación de quienes habían leído -supuestamente- las fuentes jesuitas de forma minuciosa. “Podemos pensar, por ejemplo, que si la dalca permitía ser desarmada y ser porteada en los caminos de tierra, es presumible creer que sería la embarcación elegida para realizar viajes más largos, antes que una canoa monóxila. Esto se puede plantear si se cree que dalca y canoa monóxila existieron en la misma época”, conjeturan Braicovich y Caracotche. Rosales llamó piragua a una de las embarcaciones de las que se valieron los habitantes ancestrales del lago. Era la de uso corriente en el área de Chiloé y según su minuciosa descripción, se confeccionaba con tres tablas que se cosían después de cortar tres tablones de largo variable. La proa y la popa se lograban a través de la utilización del fuego y unas estacas, al igual que la quilla. Es realmente muy llamativo que quienes se arrogaran el monopolio del saber sobre el pasado del Nawel Wapi no repararan en la aseveración del sacerdote, cuando escribió: “de estas piraguas usan también los indios Pegüenches, que habitan junto a la famosa laguna de Naguelguapi y otros que confinan con Chiloé. Mas los serranos Pegüenches de la Villarrica navegan la laguna de Epulabquen (que significa dos mares, por ser dos lagunas continuadas en medio de la cordillera que parecen mares, si no en la grandeza, en la hinchazón de sus olas), en valsas y canoas” (Rosales1877:176). Los pewenche son los mapuche que identifican al pehuén o araucaria como newen preponderante en su espacio territorial, su área de dispersión se extiende al norte de la “famosa laguna”, en las cuencas de los ríos Agrio y Aluminé. De la aseveración del jesuita puede inferirse que confundió a dos parcialidades mapuche diferentes o bien, que al menos en una parte del ciclo natural, los pewenche que usualmente residían más al norte bajaban hasta las orillas del Nawel Wapi para cultivar la tierra, recolectar sus frutos o para cazar. Fueran puelche o pewenche, resulta concluyente que navegaban y difícilmente no pescaran. La identificación cultural con los vecinos del Chiloé no tiene por qué discutirse. En tanto, en mapuzungun, el vocablo lafken se utiliza tanto para designar al mar como a los lagos. Que los pewenche “serranos” navegaran Epulafken en balsas y en canoas apuntala la propuesta de las antropólogas, según la cual embarcaciones de distinta confección convivieron en el tiempo y se utilizaron según las circunstancias. Pero la polémica queda en segundo plano ante el hecho central: los puelche de Nawel Wapi fueron navegantes y se valieran de canoas, al menos hasta la generalización del caballo. Para el filósofo e historiador chileno José Bengoa, los antiguos mapuche fueron también leufuche, es decir, gente de los ríos. Lafkenche podemos sumar nosotros: gente de los lagos… Según el investigador, antes de la llegada de los españoles y la posterior incorporación del ganado caballar, fueron los ríos los que organizaron el territorio mapuche. La navegación de sus aguas sumaba dinámica a las comunicaciones y antes que agricultores, los mapuche del Ngulumapu fueron pescadores. Consciente de las tremendas modificaciones ambientales que siguieron a la conquista chilena y sus prácticas colonialistas, Bengoa advierte que “lo que hoy día son débiles arroyos fueron, hasta no hace mucho, ríos caudalosos. La Araucanía, al sur del Biobío, era un entramado intrincado de esteros, ríos y lagunas. A sus orillas se asentaron viviendas, en su entorno se organizó la geografía humana” (Bengoa 2007:44). Su contribución al conocimiento del pasado mapuche es innegable, pero flaquea un tanto al asumir las representaciones territoriales configuradas por los dos Estados que se repartieron el territorio mapuche. Con el título de su libro, el filósofo deja en claro desde dónde mira la historia: sus “antiguos mapuches” son “del sur”, es decir, la perspectiva es santiaguina. Más precisamente, penquista, ya que la abrumadora mayoría de las crónicas españolas en que se basa refieren acontecimientos que tuvieron lugar no demasiado lejos del Biobío. La limitación es comprensible, porque los historiadores necesitan documentos y archivos con tanta urgencia como al oxígeno. Las crónicas españolas que narran los primeros encuentros con los mapuche y las alternativas de la interminable Guerra de Arauco abundan en detalles para los espacios geográficos que quedaron bajo su dominación o para los inmediatamente linderos. Pero ocurre que después del futra malon que condujeron con soberbio talento Pelantaro y Anganamon, los españoles debieron abandonar no sólo las famosas siete ciudades, sino también los registros de los acontecimientos que tuvieron lugar en la franja territorial que mediaba entre el norte de la Araucanía y Chiloé. Por su parte, el país del Nawel Wapi nunca conoció la sujeción colonial de los europeos, al igual que la totalidad de la zona lacustre cordillerana, cuya similitud ambiental con el este de la Región de los Lagos, la Región de los Ríos y precisamente, la Araucanía, no es un secreto para nadie. En realidad, sólo en fechas muy tardías el Puelmapu sufrió arremetidas colonialistas concretas pero los invasores ya no se justificaban en Dios o el rey, sino más bien en la civilización, el progreso -suyo- y en las leyes de la República Argentina. Bengoa afirma que en el actual sur de Chile, “el asentamiento lacustre y ribereño fue y es el lugar privilegiado de habitación humana”. En el noroeste de la región que se conoce como Patagonia desde mediados del siglo XIX, ocurrió y ocurre otro tanto porque las nociones “sur de Chile” y Patagonia fueron ajenas al pueblo mapuche. La cordillera no operó nunca como límite para la vida y el desarrollo de las diversas parcialidades mapuche. Entre 1985 y 1987, se recopiló la contada que sigue en Ruka Choroy:

Eran dos muchachas que vivían con una viejita. Las muchachas se fueron a peinar en el lago. Cuando fueron a peinarse en el lago, fueron a bañarse, se pintaron bien. De repente, salió un gente desnudo, un hombre. Entonces ese hombre agarró a esas muchachas y las puso adentro del lago. Y las muchachas esas no aparecieron más. La viejita quedó sola. Lloraba la viejita, y no se sabía qué e´ lo que pasó a las chicas. Y de repente, un día a las doce, la vieron a una de las chicas. Estaba sentada arriba ´e la piedra, en medio del lago. Una sola chica. Entonces, la viejita decía que la llamaba la hija que estaba ahí, que no pudo salir. No le decía nada. Y se quedó la muchacha ahí sentada. Después, esa muchacha, de repente salió. Tenía un chiquito, un nenito. Al año que pasó salió la muchacha esa. Dijo la muchacha: - Nosotras fuimos porque nos agarró el lago. No podíamos salir, no nos largaban, por eso no salimos. La madre le dijo: - ¿Por qué me dejaron sola ustedes? - Porque a nosotras nos agarró un hombre del lago, por eso fuimos. Allí hay cualquiera cantidá e carne, hay cualquier vaca, hay de todo. Allá son ricos la gente, por eso nos fuimos. Como nos agarró el hombre, no podemos venir más. Ahora me dieron permiso pa´ venir, por eso vine. Y tenía un nenito. Despué le dijo: - Usted si quería carne mamita, nosotra le vamo a sacar. Le vamo a sacar todo lo que quiera usté. Si quiere carne, le vamo a traer capones. A la mañana, cando iba a sacar agua la viejita, dicen que le sacaban pescado cualquiera cantidá. Y agarraba y los traía la viejita. Un día vino otra vez la hija, y la viejita le dijo: - No se va a ir más mi hija. Venga a cuidarme otra vez de vuelta. Entonces, vino un viento grandote, hizo humo y se perdió la muchacha. No supo nada la viejita que le pasó a la hija. Se jué. Y siempre dicen que sacaba pescado. A donde iba a sacar agua a la mañana temprano, dice que una tendalada ´e pescado. Esto lo contaba mi finada mamá, que se lo contó una viejita.

Quienes produjeron la recopilación, la publicaron con el título “La leyenda del lago Ruca Choroi” y la escucharon de labios de Ester Ñanco a orillas de ese lago (Bendini 1992:86). Al momento de confiarla, la mujer mapuche contaba con 50 años. Puede asociarse sin dificultad con el relato del Sumpall, que según los especialistas es tan antiguo como el de Tren Tren y Kai Kai. Bengoa afirma que escuchó una versión similar “hace muchos años” en Lanalhue, a través del relato de Juan Millabur. Ese lago no queda tan cerca de Ruka Choroy, está al poniente de la cordillera de Nahuelbuta en la actual Región del Biobío, entre las localidades de Cañete y Contulmo. Pueden adivinarse las objeciones: la contada migró junto con los mapuche que “vinieron de Chile”. Pero la presencia mapuche en la zona de Ruka Choroy es antiquísima: los sacerdotes la registraron con detalle bastante antes de que comenzara el hipotético proceso de Araucanización de Pampa y Patagonia. Queremos decir que esa relación esencial que el filósofo chileno encontró entre los “antiguos mapuche del sur” de su país con los ambientes ribereños y lacustres, también es válida para los mapuche que tuvieron sus hogares en los lagos y ríos de las actuales provincias argentinas de Neuquén, Río Negro e inclusive Chubut. Ahora bien, ¿a quiénes llamaron puelche los españoles de los siglos XVI y XVII? Su percepción de los puelche, ¿coincidió con la mapuche de entonces y de la actualidad? En ocasiones sí pero la mayoría de las veces, no... Sobre todo, porque la noción de mapu en el mapuche kimün no refiere solamente al espacio o al territorio tangibles en sus aspectos exclusivamente materiales. Para designar a la tierra de la experiencia sensible, los antiguos mapuche acuñaron el concepto específico de nag mapu pero la voz mapu abarca también dimensiones espirituales. Entonces, es verdad que Puelmapu puede traducirse como Territorio del Este, pero el vocablo encierra además otros significados no solamente geográficos (Millalén Paillal 2006: 36). Cronistas contemporáneos a Pedro de Valdivia dieron temprana cuenta de la existencia de los puelche, junto con y diferenciados de los pikunche, los lafkenche y los williche. Es el caso de la “Crónica de Bibar”, que su autor finalizó en 1558, es decir, casi un siglo antes del escrito de Rosales. La existencia concreta de Gerónimo de Bibar estuvo en duda durante mucho tiempo pero se confirmó hace unos 60 años y el manuscrito del texto se publicó por vez primera en 1966. Si es verdad que escribió en forma más o menos simultánea a los sucesos que presenció o protagonizó, la suya es la primera referencia escrita a los puelche en términos cronológicos. Su narración se enmarca en una descripción de “la cordillera nevada” y si bien faltan detalles, es de importancia central.

Dentro de esta cordillera a quince y veinte leguas hay unos valles donde habita una gente, los cuales se llaman Puelches y son pocos. Habrá en una parcialidad quince y veinte y treinta indios. Esta gente no siembra; susténtase de caza que hay en aquestos valles. Hay muchos guanacos y leones y tigres y zorros y venados pequeños y unos gatos monteses y aves de muchas maneras. De toda esta caza y montería se mantienen, que la matan con sus armas y flechas. Sus casas son de cuatro palos y de estos pellejos son las coberturas de las casas. No tienen asiento cierto, ni habitación, que unas veces se meten a un cabo y otros tiempos a otros. Los vestidos que tienen son de pieles. De los pellejos de los corderos aderénzanlos, y cósenlos tan sutilmente como lo puede hacer un pellejero. Hace una manta tan grande de como una sobremesa y ésta se ponen por capa o se la revuelven al cuerpo. De éstas hacen cantidad y los tocados que traen en la cabeza los hombres son unas cuerdas de lana que tienen veinte y veinte cinco varas de medir 4, y dos de estás que son tan gordas como tres dedos juntos. Hácenlas de muchos hilos juntos y no las tuercen. Esto se revuelven a la cabeza y encima se ponen una red hecha de cordel. Este cordel hacen de una hierba que es general en todas las Indias; es a manera de cáñamo. Pesará este tocado medio arroba y algunos una arroba 5. Encima de este tocado en la red que dije meten las flechas que les sirve de carcaj […] (Bibar 1966: 136).

Lamentablemente para nuestros intereses, Bibar no detalló “a quince y veinte leguas” desde dónde se situaban los valles que menciona. A esa altura de su crónica, la mayoría de sus andanzas habían tenido lugar “en la provincia de Mapocho”, aunque junto con su jefe pronto se aventurarían hasta el Biobío, adonde los españoles arribaron el 23 de enero de 1550. Inmediatamente después de su descripción de los puelche, la narración continúa con una semblanza de los “pormocaes”, nombre que los europeos tomaron de la designación que dieron los servidores de los Incas a los mapuche que habitaron desde el sur de hasta el río Maule. Y antes, se había referido a “los naturales de la provincia de Mapocho”. Podemos deducir entonces a raíz de la disposición de su relato, que los primeros puelche que conocieron los españoles de Chile fueron los que habitaron el oeste de la actual provincia argentina de Mendoza, desde el norte hacia el sur. Bibar diferenció que “pormocaes” fue una designación que impusieron los enviados de los Incas, “porque de antes se llamaban picones, porque estaban a la banda del sur y al viento sur llaman pico” (Bibar 1966: 138). En realidad, en idioma mapuche pikun significa norte y pikunche gente del norte. No sabemos a qué obedeció la confusión, pero destaquemos su precaución de aclarar la imposición de una identidad étnica por parte de los primeros invasores y su continuidad, en contraposición a la designación primera u original. Resaltamos esa operación, porque en el caso de los habitantes de más allá de la cordillera, su texto expresa sin dubitaciones que “se llaman Puelches”, quiere decir que podemos arriesgar que tales vecinos se expresaban en mapuzungun. Por su parte, al describir a los habitantes primeros de Mendoza, enumeró Rosales 95 años más tarde: “Puelches, Morcoyames, Siquillames, Ultuc-llames, Mentuyames, Tunayames, Chomes, Otoyames, Cuc-yames, Voyeos,

4 Aproximadamente 84 centímetros.

5 La arroba oscilaba entre los 11 y los 12 kilos. Zoquillames, y otros que dejo por no cansar con nombres tan extraños” (Rosales 1877: 97). Si se acepta que el sacerdote alcanzó a comprender y hablar corrientemente el mapuzungun, podrá concluirse que su extrañeza se refería a los pueblos que se expresaban en un idioma distinto y que se daban a sí mismos nombres ajenos al “habla de la tierra” que correspondía a los “indios de Chile”, es decir, el pueblo mapuche. La semblanza de Bibar coincidirá en varios aspectos con la que escribirá Rosales pero en otros diferirá. Quizá porque el soldado y el sacerdote trataron con distintos grupos o parcialidades de puelche. El compañero de Valdivia describió un carácter aguerrido que el jesuita más bien pasó por alto.

Es gente belicosa y guerreros y dada a ladronicios y no dejarán las armas de la mano a ninguna cosa que hagan. Son muy grandes flecheros y, aunque estén en la cama, han de tener el arco cabe sí. Estos bajan a los llanos a contratar con la gente de ellos en cierto tiempo del año porque señalado este tiempo, que es por febrero hasta en fin de marzo que están derretidas las nieves y pueden salir, que es al fin del verano en esta tierra, porque por abril entra el invierno y por eso se vuelven en fin de marzo, rescatan con esta gente de los llanos. Cada parcialidad sale al valle que cae donde tiene sus conocidos y amigos y huélganse este tiempo con ellos y traen de aquellas mantas que llaman llunques (itálica en el original); y también traen plumas de avestruces, y de que se vuelven llevan maíz y comida de los tratos que tienen. Son temidos de esta otra gente porque ciento de ellos juntos de los Puelches correrán toda la tierra sin que destotros (sic) les haya ningún enojo porque, antes que viniesen españoles, solían abajar ciento y cincuenta de ellos y los robaban y se volvían a sus tierras libres. No sirven éstos a los españoles por estar en tierra y parte tan agria y fría e inhabitable […] (Bibar 1966: 137).

El párrafo encierra algunas contradicciones, pueden obedecer a la distancia que hubo entre circunstancias que su autor observó de manera directa y las que conoció a través de intermediarios. Seguramente, las diferencias idiomáticas hicieron su parte pero rescatemos la existencia de intensos vínculos entre los puelche y los mapuche del valle del río Mapocho o bien, los pikunche del Maule. Llama la atención que Bibar señalara que “bajan a los llanos a contratar con la gente de ellos”. Esa expresión puede significar que hubo puelche residentes al oeste de la cordillera de forma más o menos permanente o bien, que las tramas del “parentesco estratégico” 6 ya hubieran superado las montañas con

6 Para abundar en la noción de parentesco estratégico, ver la obra citada de José Bengoa. anterioridad a la llegada de los cristianos. También, que los sentidos de pertenencia a un espacio político, económico y cultural común, pueden remontarse a varios siglos antes de que apareciera el concepto explícito de “pueblo mapuche”. “Cada parcialidad sale al valle que cae donde tiene sus conocidos y amigos y huélganse este tiempo con ellos”, detalló Bibar. En el español del siglo XVI, holgar quería decir divertirse. Contrasta esa descripción con la que sigue, porque nadie se divierte con su enemigo o su ladrón, menos aún si se tiene en cuenta que bajo el liderazgo de Michimalongo, los españoles habían encontrado una férrea resistencia por parte “de estos otros”. Difícil que la gente que residía en los valles del Aconcagua o el río Mapocho, se dejara robar de manera impasible por sus parientes del este. Por otro lado, su descripción del período invernal apuntala la hipótesis según la cual los puelche con quien trató vivirían en latitudes norteñas en relación al Nawel Wapi y la actual Araucanía, porque aquí la nieve no estira tanto su permanencia sobre los pasos. ¿Cómo pudo haber puelche al oeste de la “cordillera nevada? En primera instancia, es posible entender a los puelche como la gente del este pero desde la lógica del mapuzungun, hay que resaltar que puel también es una palabra compuesta: pu es el artículo las o los y el, significa hacedor o creador. Entonces, al pronunciar el término puel, los primeros mapuche que conversaron con los invasores pudieron referirse al oriente geográfico, pero también a significados de su espiritualidad que los cristianos difícilmente comprendieran. Puel es el este, pero también el espacio que se asocia a los küme newen o energías positivas, a la renovación que supone cada aparición del Sol. Inclusive en la actualidad, los rewe se disponen de manera tal que los participantes de los kamarikun y demás ceremonias enfrenten al este. Preocupación mapuche hasta el presente es que las ruka miren en dirección a la salida del Antü para precisamente, acompañar y reproducir los movimientos que en el antiguo Wallmapu, caracterizan a la naturaleza (Millalén Paillal 2006: 37). La existencia de gente que se expresaba en mapuzungun y que entonces, participaba del riquísimo andamiaje cultural del pueblo mapuche al este de la cordillera de los Andes, también se concluye del relato que aportó Bibar, al ocuparse de describir el itinerario que siguió Francisco de Villagrán el retornar desde Perú por la actual jurisdicción de la Argentina. Después de anotar la presencia de “los Xuris” y “los Comechingones”, el cronista apuntó que “de esta provincia a la de Cuyo hay treinta leguas”. En la última “son de las costumbres de los de Mapocho y algunos caciques sirven a la ciudad de Santiago”. Con estas referencias, puede arriesgarse con mayor precisión la ubicación de los puelche de Cuyo, porque al atravesar la cordillera Villagrán desembocó en el valle del Aconcagua (Bibar 1966: 165). Al afirmar que “estos indios de Cuyo” eran “de las mismas costumbres de los de Mapocho” y como el de Burgos no apuntó diferencias de idioma, puede pensarse que no sólo se valían del mapuzungun, sino que también entendían el universo a la manera mapuche. La expedición de Villagrán trató con ellos en 1551, bastante antes de que comenzara la presunta migración en masa de araucanos hacia Pampa y Patagonia, que los historiadores colonialistas magnificaron para acuñar el estigma de la extranjería mapuche sobre el territorio que (recién) desde fines del siglo XIX, controla la Argentina. Los puelche del Nawel Wapi tuvieron la buena fortuna de permanecer ajenos a las prepotentes visitas españolas, cuando Pedro de Valdivia se aventuró en dirección al sur, desde la ciudad que había fundado con su apellido como denominación. En estos párrafos de su crónica, Bibar escribió en primera persona del plural y por la redacción, queda claro que fue protagonista de los sucesos. La columna dio con el río que su jefe llamó Las Canoas y con el Bueno (Wenu), cuyo nombre persiste. A la altura del lago que en nuestros días se denomina Ranco, “también nos dieron noticia que, detrás de este lago, estaba otro lago en la cordillera, y que desaguaba a la mar del norte, que detrás de la cordillera nevada estaba otra provincia muy poblada de mucha gente” (Bibar 1966: 167). Felizmente para los williche, los expedicionarios se abstuvieron de fundar ciudades en su territorio. Según Bibar, el gobernador de Chile encontró la muerte al incrustarse en su cuerpo una lanza que blandió Teopolican, es decir, Kewpulikan, toki que se destacó en el combate de Tucapel, trascendente victoria mapuche que dató el 1ro de enero de 1554. En este caso, puede decirse que el cronista no fue de la partida y por eso salvó su cuero: “me informé de yanaconas ladinos e indios que allí se hallaron y escaparon” (Bibar 1966: 171). Por su parte, Alonso de Ercilla hizo su arribo a Chile en 1557, quiere decir que tuvo que recurrir necesariamente a testigos u otras fuentes para narrar en forma poética los sucesos de Tucapel en “”, a la que terminó de escribir en 1569. Como contrapartida, sí participó de manera directa en el combate de Millarapue, que según otras fuentes tuvo lugar el 30 de noviembre de 1557, no muy lejos del Biobío y cerca del mar (Góngora Marmolejo 2015: 244). El poema de Ercilla aporta a nuestra argumentación, porque del “ejército araucano” que seguía la guía del toki Kewpulikan, formaron parte huestes puelche.

El gran Caupolicán, con la otra parte y resto del ejército araucano, más encendido que el airado Marte, iba con un bastón corto en la mano; bajo de cuya sombra y estandarte venía el valiente Curgo, y Mareguan, y el grave y elocuente Colocolo, Millo, Teguán, Lambecho y Guampicolo.

Seguían luego detrás sus pilmaiquenes, tuncos, renoguelones y pencones, los itatas, mauleses y cauquenes de pintadas divisas y pendones; nibequetenes, puelches y cautenes con una espesa cuadra de peones, y multitud confusa de guerreros amigos, comarcanos y extranjeros (Ercilla 1974: 101).

El combate de Millarapue se entronca con la historia mapuche cuando ésta se confunde con el mito. Fue en su transcurso que los españoles cortaron las manos de Galvarino con el ánimo de aleccionar a los weichafe que atacaban las posiciones de los invasores, para lograr en realidad el efecto contrario. La actitud que asumió el mutilado aparece tanto en los escritos de Bibar como de Góngora Marmolejo, al igual que en el poema que legó Ercilla. Hay que notar las dimensiones de la movilización mapuche, que no se limitaba ni por asomo a quienes residían en la zona de Arauco, como podría interpretarse de la utilización del gentilicio araucano. Kewpulikan era longko en la zona de Pilmaiquén, denominación que en este caso refiere a un espacio aledaño al Biobío. Por “pencones” quiso designar el poeta a los mapuche vecinos de Concepción. Por “itatas” y “mauleses”, a quienes residían de manera usual en cercanías de esos ríos, al norte del “territorio mapuche propiamente dicho”, franja que tanto estudioso fraudulento ubicaría más tarde entre los ríos Toltén y Cautín. El Nivequetén hoy se conoce más bien como Laja, es un río que forma parte de la cuenca del Biobío por el norte y claro, también formaron parte de los escuadrones guerreros los mapuche vecinos del Cautín, al igual que los puelche. Es importante la descripción que poetizó Ercilla porque testimonia que en los tiempos de los mismísimos Colocolo, Lautaro y tantos otros héroes mapuche de leyenda, ya estaban allí los puelche para jugar su destino en común con sus hermanos del oeste. En la “Declaración de algunas cosas de esta obra” que Ercilla ubicó al final de su poema, definió que “Puelches se llaman los indios de la sierra, los cuales son fortísimos y ligeros, aunque de menos entendimiento que los otros” (Ercilla 1974: 201). La última aseveración puede entenderse como un prejuicio, existen múltiples oportunidades de advertir la sagacidad puelche y su vinculación estrecha con la suerte que corrieron las parcialidades mapuche al oeste de la Inan Pire Mapu, la Tierra de Nieve que Sigue. El combate de Millarapue terminó con la derrota mapuche. Si bien en un primer momento la suerte de las armas demoró en decidirse, la entrada en juego de cañones de gran calibre rompió el precario equilibrio. Dos compañías de arcabuceros terminaron por resolver el pleito. Según la contabilidad española, cayeron del lado mapuche 700 combatientes. La sangre de los puelche humedeció la mapu sin necesidad de que los recién llegados cruzaran la cordillera. La gente del este participó regularmente de los episodios más trascendentes que hicieron a la historia mapuche al oeste de los Andes, pero al dejarse imbuir por las lógicas estatales, los historiadores chilenos también soslayaron esas presencias. Desde el Río de la Plata, las primeras intromisiones españolas a las profundidades del territorio puelche se produjeron a partir de 1605. Catorce años después, Jerónimo Luis de Cabrera recibió la orden de encontrar la famosa Ciudad de los Césares. Era vecino de Córdoba del Tucumán, su expedición sería la segunda en adentrarse en el Puelmapu desde el noreste. La columna inició viaje en 1619 y debió ser importante porque según Rosales, “partió con grande aparato de Españoles e indios amigos, bastimentos, armas, municiones, caballos, vacas y carruajes” (Rosales 1877: 40). El cronista afirmaba que leyó una carta del expedicionario, la que usó como fuente. Según la reconstrucción, los soldados llegaron frente a Villarrica, al este de la cordillera pero no fueron capaces de “pasar un río grande”. Es llamativo que el Limay fuera obstáculo tan significativo, porque antes debieron cruzar el Negro o el Neuquén, bastante más caudalosos. La cuestión es que las tropas de Cabrera comenzaron a pasar hambre y además, el fuego se llevó sus carros. Curiosamente, Rosales anotó que “pasó con todo eso a comunicar con los Indios de Chile que están en las faldas de la cordillera, ferió con ellos alguna comida y no le supieron dar noticia de la ciudad que deseaba descubrir” (Rosales 1877: 41). Siempre que se expresaba de esa manera -indios de Chile- el jesuita se refería a los mapuche, quiere decir que la columna que había partido de la lejana Córdoba trató con los puelche o bien con otros grupos mapuche que al menos en esa coyuntura, residían en el Puelmapu. Si existió alguna vez, la cordialidad se evaporó porque según apunta el relato, los anfitriones “sólo trataron de armarle celadas y convocar gente contra él, y ya tenían una junta de cinco mil indios para acometerle y algunas cuadrillas pelearon con él y le quitaron un caballo de grande estimación; y si no se da buena prisa en retirarse a donde tenía el cuerpo de su ejército, lo pasa mal” (Rosales 1877: 41). Como puede advertirse, aquellos “indios de Chile” que en las primeras décadas del siglo XVII vivían al oriente cordillerano, participaban de la costumbre de celebrar “juntas” antes de acometer contra los invasores, metodología usual en el Ngulumapu que los primeros cronistas peninsulares describieron con detalle. En general, el jesuita tuvo en alta consideración a sus vecinos. Al momento de tomar la pluma, consignó que durante los 129 años que iban de guerra, eran nada menos que 42 mil los soldados españoles de diversa jerarquía que habían perdido su vida. Claro que por entonces, probablemente las muertes mapuche debieran contarse por millones. Rosales sustentó la veracidad de su narración en haber presenciado “muchas de las cosas de esta historia” y también, en relaciones “tan verídicas de personas que se hallaron presentes”. El sacerdote se enorgullecía de “haber estado tantos años doctrinando los indios Araucanos, los de Tucapel, Paicabi, Boroa, Tolten, Imperial, Villarrica y haber discurrido por toda la tierra, desde Santiago a Chiloé, haber pasado la cordillera dos veces y puesto en paz a los Puelches y peguenches” (Rosales 1877: 110). De todas maneras, a su testimonio hay que leerlo a contrapelo, además de revisitarlo a la luz del az mapu. Si en determinadas coyunturas, puelche y pewenche aceptaron su intermediación para arribar a tratos pacíficos con los jefes españoles, fue después de evaluar conveniencias y contrariedades de las acciones bélicas, no tanto por la capacidad del religioso de poner o sacar. Al describir las montañas que divisó hacia el este la mayor parte de su permanencia en territorio mapuche, el jesuita Rosales compartió que por su fisonomía, en algunos de sus tramos “más parecen dos cordilleras que una”, (Rosales 1877: 197) con “hermosos y amenos valles”. En estos espacios abiertos “habitan los indios Pegüenches”, a quienes encontró al menos en una parte del año, en residencia a las orillas del Nawel Wapi. Con acierto, el sacerdote justificó la denominación de esta parcialidad mapuche en “los muchos pinos que entre aquellas peñas y en sus eminentes alturas nacen”, es decir, los pehuenes o araucarias. Apuntó que “pegüen” era el nombre que daban los moradores originarios a tan venerable árbol, mientras que en su inteligencia, “che” quería “decir indio”. Más allá de la traducción a la española, queda claro que los pewenche del siglo XVII se expresaban en el mismo idioma que su peñi del Mapocho, del Biobío, del Cautín, de Nawel Wapi o de Chiloé. También describió el compañero de Jesús la ancestral costumbre pewenche de cosechar los piñones. En fechas tan lejanas, ya se daba la práctica de conservar las cosechas “en fosos y silos de agua”, industria que sólo pudo concebirse después de una larga convivencia con los pehuenes y con su preciado fruto: el ngilliw o piñón. Rosales se ufanaba de conocer en profundidad el paso que en los siglos XVIII y XIX, asumiría importancia estratégica. “En la Villarrica hace un abra de treinta leguas, con la que se pasa toda la cordillera por camino llano, y al fin de ella se sube una cuesta de media legua no más y se halla uno en la otra banda, en las pampas y llanuras que van a Buenos Aires” (Rosales 1877: 197). La generalidad de la descripción evidencia qué tan escasos eran los conocimientos geográficos que poseían los españoles hacia mediados 1670 porque si bien es verdad que por aquellas “pampas y llanuras” podía terminarse en las orillas del Río de la Plata, la travesía demandaba meses y cientos de leguas. Ponderó aquel mítico paso porque a diferencia de los que se ubicaban mucho más al norte, el caminante o jinete no experimentaba las consecuencias de la altura. Según sus cotejos, la población pewenche se distribuía desde los 38 grados hacia el sur sobre la mismísima cordillera. Queda claro que se trataba de gente que no interpretaba a las montañas como límite de ninguna índole porque “por muchas partes tienen paso lo más del año”, es decir, a uno y otro lado de las elevaciones. El sacerdote apuntó en particular a los espacios territoriales de los longko Guembali, Ginulbilu y Cadelmilla. A pesar de la fonética y la ortografía, se advierte fácilmente que tales peñi llevaban nombres en mapuzungun. Consignó quejosamente el religioso que “los indios de guerra, aunque haya mucha nieve, pasan poniéndose unos zapatos que hacen de coleos, anchos como chapin, con que pasan sin hundirse en la nieve cuando quieren” (Rosales 1877: 198). Para los españoles fue especialmente preocupante que diversos grupos mapuche atacaran sus posesiones desde el oriente cordillerano pero las travesías a través de las montañas no obedecieron solamente a motivaciones guerreras, como había advertido Bibar. Para el sacerdote, la estadía que pudo concretar entre los pewenche fue particularmente significativa:

El primer indio pegüenche que recibió el agua del Santo Bautismo fue en este volcán de Epulabquen, que yendo a ponerlos de paz el año de 1653 levanté allí el estandarte de la Santa Cruz, y habiéndole predicado la fe del Santo Evangelio y exhortádolos a la paz, la recibieron con grande voluntad, y el cacique llamado Antulien, señor de aquella tierra, quiso bautizarse primero porque se hallaba muy malo y quiso asegurar su salvación por si le cogía la muerte (Rosales 1877: 203).

Involuntariamente, el longko pewenche Antülien nos brinda la oportunidad de poner en evidencia el racismo con que se expresaron historiadores chilenos y argentinos, a la hora de arriesgar interpretaciones sobre el pasado mapuche. Según Benjamín Vicuña Mackenna, el encuentro entre la gente de Antülien y el religioso se produjo durante el tercer viaje del último, aunque existen razonables dudas sobre la cantidad de periplos que Rosales concretó hacia el territorio mapuche oriental. Para el chileno, fue la misma travesía que lo condujo hasta Nawel Wapi. Textualmente, escribió en 1877 Vicuña Mackenna: “en un pasaje de su historia menciona con cierta suprema felicidad el nombre del primer puelche en cuya sucia chasca vertió el agua purificadora de la gracia. Llamábase éste Antulien” 7 . Faltaban dos años para que desde Buenos Aires se desencadenara la Campaña al Desierto y cuatro para que Santiago pusiera en marcha la Pacificación de la Araucanía, cuando el historiador trasandino logró que se publicara el texto de Rosales con su introducción. El desprecio que hizo taxativo, operó como táctica deshumanizadora de los inminentes adversarios. Que identificara al longko Antülien como puelche aunque el jesuita se refiriera a su persona como pewenche puede significar desatención pero también una coincidencia: si para Vicuña Mackenna y tantos otros, puelche significaba gente de este, la autoridad que cobijó en su ruka al español era pewenche pero también puelche. La primera identidad, porque residía donde el majestuoso árbol es newen de importancia. La segunda, porque su espacio territorial se extendía al este de las grandes montañas. Pero más allá de estas disquisiciones, Antülien pertenecía a la gran cultura mapuche, porque su nombre puede entenderse como Sol Plateado 8. Una vez más, nótese que a mediados del siglo XVII, bastante antes de la supuesta Araucanización de Pampa y Patagonia, florecían las comunidades mapuche en la actual jurisdicción de la República Argentina. Si corresponde adjudicarle extranjería a alguien es a los maloqueros y a los conquistadores espirituales. Eran ellos quienes provenían de Chile, cuando los mapuche puelche ya estaban aquí.

7 Vicuña Mackenna, Benjamín. “Vida de Diego de Rosales”. Introducción a “Historia general del Reyno de Chile…”. Página 20.

8 “Lien se asocia al color de la plata. A veces, se traduce como plata. Sería Sol Plateado”. Cañumil, Pablo: comunicación personal. 25 de abril de 2017. Bibliografía

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