Associació Cultural Granollers Edison Singular

Dimarts 9 d’abril / 20 hores 2019 Cinema Edison

Ikiru (Vivir) d’ Versió original en japonès subtitulada

Fitxa tècnica: Fitxa artística: Guió: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni / , Nobuo Kaneko, Kyôko Seki, Makoto Fotografia: Asakazu Nakai / Música: Fumio Hayasaka / Kobori, Kumeko Urabe, Yoshie Minami, Miki Odagiri i Any: 1952 / País: Japó / Durada: 143 minuts Kamatari Fujiwara

SINOPSI. Kanji Watanabe és un vell funcionari que arrossega una vida monòtona i gris, sense fer pràcticament res. No és conscient del buit de la seva existència fins que li diagnostiquen un càncer incurable. Amb la certesa que està arribant al final de la seva vida, sorgeix en ell la necessitat de buscar-hi un sentit.

EL DIRECTOR. Akira Kurosawa (Tòquio, 1910-1998). Fill d’una família de samurais, el seu contacte amb la cultura occi- dental va començar des de la seva joventut a través de l’esport. Aficionat a la pintura, art que marcarà profundament la seva futura carrera com a cineasta, va conèixer la indústria del cinema japonès a través del seu germà, un narrador de pel·lícules (benshi) en l’era del cinema mut. El 1938 es va inscriure com a aprenent en l’estudi i va dirigir la seva pri- mera pel·lícula, Sugata Sanshiro (La llegenda del Judo), el 1943. Acabada la Segona Guerra Mundial i l’època del militaris- me, Kurosawa es torna un dels més importants cineastes del seu país. L’estrena del seu tretzè llargmetratge, Rashomon, a la Mostra Internacional d’Art Cinematogràfic de Venècia el 1950, va significar la revelació del cinema japonès per al món sencer. Durament criticat al Japó per fusionar la cultura occidental amb la del seu país (en una àmplia gamma que va del western al cinema negre, de Shakespeare a Hammett), Kurosawa és un dels cineastes més èpics i influents de la història del cinema. Destaquem de la seva filmografia: Rashōmon (Rashomon, 1950), (Vivir, 1952), Shichinin no sa- murái (Los siete samuráis, 1954), Kumonosu-jo (Trono de sangre, 1957), (1961), Akahige (Barbarroja, 1965), Der- su Uzala (1975), (La sombra del guerrero, 1980), Ran (1985) i Yume (Los sueños de Akira Kurosawa, 1990).

CRÍTICA (...) En la película, el rol que desarrolla el enfermo —interpretado extraordinariamente por un sentido Takeshi Shimura— se encuentra dentro de una gran administración local donde nadie parece hacer nada, más allá de meter en cajones toda iniciativa pública que se presente. Se trata de un empleado modélico, no se ha ausentado un solo día y vive para su función. En este primer tramo, Kurosawa introduce de fondo algunos de los elementos que explotarán más adelante, como la es- tructura de cadena de montaje que preside la vida de los personajes (crítica del cineasta a la burocratización de Japón) o la escasa relación del protagonista con su entorno, incluyendo su propio hijo (...) “Vivir” sigue pautas sobradamente cono- cidas del relato arquetípico de toma de conciencia (que pueden ser fáciles de acatar automáticamente, sí; pero la cadencia para reproducirlo de manera emocionante, como si fuera la primera vez, no está en manos de cualquiera), pero aquí lo estimulante narrativamente es la manera en que Kurosawa utiliza los puntos de vista. Así, cuando el arco del protagonista apunta a un recorrido mayor, el director opta por una radical elipsis que parte la película en dos: el tipo al que seguíamos ha muerto, y no tenemos demasiado claro qué ha pasado con él. Es aquí donde Kurosawa retoma más fielmente “La muerte de Ivan Ilich”, que comenzaba con el velatorio del protagonista para mostrar la falta absoluta de cariño de sus se- mejantes hacia el difunto, en este caso funcionando prácticamente como agregado malicioso a ese aparato inhumano de funcionarios: la muerte como tarea que gestionar. Los personajes pasan el tiempo tratando de interpretar los días finales de la vida del velado, decidiendo si imputarle unas acciones positivas que les resultan impropias de su conducta. Solo un momento final nos desvelará del todo el residuo de felicidad en el que el muerto vivió sus últimos minutos: su balanceo, canturreando, en un columpio del parque infantil que pudo construirse en la localidad gracias a su implicación activa. Un momento secreto, pequeño, sencillo, culminación de una vida que no ha sido la mejor, pero desde la que ha conseguido plantar algo hermoso. Que Kurosawa, nuevamente, cambie el punto de vista para invitarnos a ese instante es su dedicato- ria final: si, haciendo caso al académico Francisco Rico, “el cadáver es el excremento de la vida y las flores son las obras”, sorprender a la muerte con la corona de flores ya en la mano puede ser un buen desenlace.Insertos, revista de cine

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(...) La historia de “Vivir” está casi exclusivamente centrada en la figura del señor Watanabe (Takashi Shimura). Para afrontar un estudio pormenorizado de este personaje tan complejo, Kurosawa dividió inteligentemente la película en dos partes. Las dos se sirven de técnicas narrativas y usos de la cámara distintos para hablarnos de Watanabe, pero sentidos de forma tan coherente que la percepción final de la película es completamente homogénea. Kurosawa introduce el primer tramo de la historia con una voz en off. Esta voz en off fija, con cortas intervenciones, tanto la personalidad inicial de nuestro protagonista como el contexto burocrático en el que se encuentra, también importantísimo en la historia. Descubrimos que el señor Watanabe es un hombre solitario y de pocas palabras, un tipo que, después de la muerte de su mujer, ha acabado absorbido por su trabajo y olvidándose de sí mismo. La noticia del cáncer se presenta como el click que hace a Watanabe replantearse toda su vida. A través de unos predominantes primeros planos que sirven al espectador para descubrir realmente quien es esta persona, apreciamos la tristeza de aquel que ha desperdiciado su vida, y el cambio que poco a poco va creciendo en su interior. Toda esta primera parte es el germen de ese cambio, la búsqueda de un sentido a la vida de un hombre que decide no resignarse a esperar el final de su intrascendente existencia. Obviamente, expresar este cambio introspectivo sería imposible si encarnando a Watanabe no estuviese Takashi Shimura. Shimura, colaborador habitual de Kurosawa, interpreta de una manera que no puedo comparar con ninguna otra que haya visto antes; es tan sincera que es imposible que no emocione. Cuando parece que la búsqueda ha llegado a su fin, de repente, se nos sitúa en un escenario completamente distinto: la reunión-velatorio después de la muerte del señor Watanabe. Sus compañeros de trabajo y familiares recuerdan a nuestro protagonista y reflexionan sobre la posible causa de ese cambio que terminó por convertirle en un héroe, un enigma que Watanabe mantuvo en secreto hasta su muerte. Si en la primera parte Kurosawa encargaba a Shimura la labor de hacernos entender quién era y en qué se va convirtiendo Watanabe, en esta magnífica segunda parte, llena de planos estáticos y cortos, deja que sean las personas que le conocieron las que terminen de pintar el complejo cuadro existencial del burócrata. De la internalización a la externalización del mismo cambio. Genial. Los re- cuerdos de éstos, unos flashbacks perfectos que se van complementando, nos descubren efectivamente su última misión en la vida, la razón que por fin le hace “vivir”. Mientras ellos intentan resolver las motivaciones de esta elección, el velatorio termina por convertirse en una especie de terapia de grupo que hace replantear a los presentes el sinsentido burocrático en el que viven (...) Arturo Tena. En bandejadeplata

PROPERES SESSIONS

12 i 14 d’abril: La mujer de la montaña (2018), de Benedikt Erlingsson 19 i 21 d’abril: The Guilty (2018), de Gustav Möller Petit Edison. 28 de març: Zog, dracs i heroïnes, de Max Lang i Daniel Snaddon

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