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Índice:

• Deuda temporal: Historia de la ciencia ficción escrita por mujeres en Cuba. (Primera parte) Raúl Aguiar • Mujeres y literatura fantástica: los caminos de(l) género. Anabel Enríquez • Demonio de mujer. Daína Chaviano • La más bella envoltura. Chely Lima • Adaptación. Ileana Vicente • Detrás de la puerta. Maria Felicia Vera. • Ciencia ficción feminista. (Wikipedia) • Fundación. Olga Fernández • Los delirantes. Gina Picart Baluja • Historia del cine ciberpunk. 1995. Strange days

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2 DEUDA TEMPORAL:

HISTORIA DE LA CIENCIA FICCION ESCRITA POR MUJERES EN CUBA (PRIMERA PARTE) Raúl Aguiar

La historia de la ciencia ficción escrita por mujeres en Cuba comienza en 1979, cuando Daína

Chaviano ganó la primera convocatoria del Premio David para autores inéditos, en el género de ciencia‐ficción, con su libro Los mundos que amo. Abría con esta colección de cuentos una nueva manera de enfocar el género, desde una perspectiva mucho más intimista y cercana a lo mitológico, un lenguaje de alto vuelo poético y con claras influencias de H. R. Tolkien, Ray

Bradbury y los escritores del boom latinoamericano. A tal punto la propuesta era tan diferente que muchos (entre los cuales me incluyo, debo reconocerlo) clasificaron despectivamente esta manera de hacer como Ciencia ficción rosada, en contrapartida con la tradicional Ciencia ficción metálica que primaba entre los narradores masculinos del género, centrados en la faceta tecno‐ especulativa de sus temáticas y muchas veces influidos por el realismo socialista de los escritores soviéticos. Más o menos dentro de la misma línea de Daína Chaviano se desarrollan los cuentos de Chely Lima quien, en coautoría con Alberto Serret, publicaron en 1983 el libro Espacio abierto, donde se nota también un cuidado y madurez en el lenguaje para relatar historias muy cercanas a

3 la escritura realista, pero con la dosis mínima de extrañamiento requerido, casi en el límite del género.

El resto de las narradoras de esa generación, solo aparecen esporádicamente con algún que otro cuento en antologías o publicaciones periódicas. Es el caso de Ileana Vicente, también fundadora del taller Oscar Hurtado, Olga Fernández, una periodista más conocida por su narrativa infantil e investigaciones históricas e Ileana Hernández, de quien ni siquiera fue posible localizar sus datos biográficos.

Un caso especial es el de Maria Felicia Vera, integrante del taller Julio Verne, de Playa, que ganó en 1988 el premio David compartido con Yoss, con su libro El mago del futuro, un libro inclasificable, más cercano al surrealismo poético que a la fantasía científica, lo que demuestra hasta que punto las fronteras del género estaban diluidas para los críticos, jurados y editores en aquel momento.

En el año 1990 se premia por última vez el concurso David de ciencia ficción y el premio es otorgado a Gina Picart Baluja, por su libro La poza del ángel. Ese mismo año se sienten en nuestro país los embates de la caída del bloque socialista, y como consecuencia sobreviene una gran crisis editorial que no permite la publicación de su libro tal como estipulaban las bases el concurso. La poza del ángel viene a ver la luz cuatro años después, por la colección Pinos Nuevos. Un libro interesante, de lenguaje preciso y en ocasiones poético, nos ofrece ocho cuentos que se desarrollan en diferentes épocas históricas, y lo mismo rozan el tema de la ciencia ficción como el de los poderes sobrenaturales o la parapsicología. Con la salida de Cuba de Daína Chaviano, Chely

Lima y Maria Felicia Vera, las únicas tres escritoras con libros publicados, el campo de la ciencia ficción, al menos en su rama femenina, queda con Gina Picart como única representante durante toda la década.

(Continuará en el próximo Qubit)

4 Mujeres y Literatura Fantástica:

los caminos de(l) género

POR ANABEL ENRÍQUEZ PIÑEIRO

Este artículo, más que una exposición de conocimientos es una exposición de interrogantes. Es un prólogo y no un texto concluyente. Surgió colateralmente a otra investigación y fue el eje temático del proyecto presentado a un concurso donde no tuvo feliz acogida. Sin embargo hoy continúo pensando que el tema de la mujer dentro y desde el fantástico ofrece una atractiva perspectiva de estudio del género (la ambigüedad es totalmente intencional), por las peculiaridades, a veces intuidas y a veces demostradas, con las que se nos revela este tipo de literatura. Es pues, ésta, una propuesta de investigación que pretende dejar sentado algunos antecedentes y reflexiones previas. Espero puedan disculparme por no trascender estas premisas. Todavía.

Comencemos destacando dos eventos distantes en el tiempo, pero vinculados por la temática que abordamos hoy. El año 1818, pudiera marcar el origen de un género que tardaría casi un siglo en despegar definitivamente y hacerse de un sitio en el “campo de Marte” de los géneros literarios: la ciencia ficción. El hito lo marca la publicación de la obra “Frankenstein o el nuevo Prometeo”, donde, por primera vez, los conocimientos científicos de una época sirven para hacer verosímil un tema en esencia fantástico: la creación de un hombre-monstruo por otro humano que emplea la ciencia para conseguirlo. Lo curioso de este fenómeno radica en que, este género de predominante presencia masculina, tuvo su despertar en una obra escrita por una mujer, Mary Godwin-Shelley. Y si bien Frankestein es reclamada como novela prima no solo por la ciencia ficción, si no también de la literatura gótica, el terror fantástico y la novela fantástica moderna, esto refuerza la singularidad de cualquiera de estas manifestaciones del fantástico, ya que ningún otro género literario ha tenido este acontecer. Los finales del siglo XX literario fueron conmovidos por la explosión de una aceptación masiva de la literatura fantástica para niños a través de la saga de un joven mago que lucha junto a sus amigos (hechiceros y brujas), enfrentando aventuras maravillosas y excitantes en un universo fabular fresco y verosímil: Harry Potter, de la escritora escocesa Joanne Kathleen Rowling. En los inicios del presente año J.K Rowling alcanzó a la reina Isabel en riquezas y pasó a ser la mujer más acaudalada de todo el Reino Unido, gracias a las de sus libros. Ninguna

5 autora, ni ningún autor alcanzó antes por su obra tal éxito ni en ese país, ni en otros; ni en ese género, ni en otros. Y aunque la fortuna económica no es medida de calidad literaria, es imposible no considerar esta otra singularidad. La mayoría de los estudiosos del género aceptan la importancia que en la década del setenta tuvo, para la consolidación, madurez y calidad literaria del género fantástico, la aparición de autoras como Ursula K. Le Guin, Anne McCaffrey, Joanne Russ, James Tiptree Jr., C.J Cherry, y Marion Zimmer Bradley. El movimiento New Wave, que elevo la ciencia ficción de una “literatura para adolescentes”, en los Estados Unidos, a la aceptación por el mundo académico, con un creciente éxito de todo tipo de público y con la consiguiente atención editorial (Barceló, M. 1990:1), se nutrió como nunca, hasta ese instante, de las creaciones femeninas. La década del ochenta, más tarde marcaría también otro acontecimiento en la historia del género, en el cual nuevamente, la mano de la mujer resultó determinante: la distinción definitiva de la fantasía del tronco común de la ciencia ficción. “Las nieblas de Avalón”, de M.Z.Bradley, o “Vencer al dragón” de Barbara Hambly serían pilares para la consolidación de la fantasía,(que había sido llevada a su máximo lustre a mediados del siglo por la pluma de J.R.R. Tolkien) como una manifestación independiente del fantástico. En el plano editorial, mujeres como Judy Lynn del Rey, Shawna McCarthy y Betsy Mitchell se convierten en personas poderosas como directoras de revistas y libros de ciencia-ficción. A pesar de estas razones, es aún frecuente encontrar entre escritores, críticos y académicos, la opinión de que la ciencia ficción y sus géneros hermanos (la fantasía, el horror fantástico, etc.) es un terreno creativo de exclusivo dominio masculino. En Cuba, he escuchado más de una vez esta opinión en boca, incluso de escritores del género. Uno de estos escritores me comentó una vez que del 100% de las mujeres que pretendían escribir ciencia ficción apenas un 3% (que eran feas, desagradables y falta de otro tipo de atractivo que no fuera su habilidad literaria) eran buenas escritoras del género, y solo un 1%, que podría dedicarse a otra cosa (léase, eran atractivas, bonitas, inteligentes, agradables y socialmente exitosas), triunfaban en la ciencia ficción. El 96% restante, para él, carecía de oportunidades literarias. No tengo idea si sacó esta estadística de la Astounding, o de la Playboy, pero de cualquier forma, servía para ilustrar su posición exclusivista. No es la intención de este artículo desarrollar un alegato feminista sobre la crucial participación de la mujer en el género fantástico, y concluir que “chicos, sin nosotras, no fuerais más que literatura pulp”. Lejos de ello, lo que pretendo es demostrar que si bien el tema de la mujer dentro de la literatura fantástica, tanto desde la posición de creadora, como desde la de personaje, resulta un camino de estudio atrayente es a un tiempo poco o mal transitado. Los ensayos y artículos sobre el rol de la mujer creadora en la sociedad de la información, ocupan cada vez más cuartillas y colman foros de discusión. La mayoría, claro está, escritos por las propias mujeres, buscan mostrar los avances, criticar las barreras y ofrecer espacios de expresión para reflexiones sociales y filosóficas. La mayoría de las veces, también, desde enfoques feministas, más o menos radicales. En la literatura, y en especial en la literatura fantástica (entiéndase por ello ciencia ficción, fantasía, lo maravilloso, el horror fantástico y el fantástico puro), las mujeres que escriben sobre las obras hechas por o sobre mujeres no han pasado muchas veces de dos tópicos recurrentes para el género en cuestión:

1) La poca atención que a las escritoras que apuestan por desarrollar sus obras dentro del fantástico se le presta por editoriales y crítica. Situación architrillada por los escritores masculinos del mismo campo en todos los países, excepto Inglaterra. Sí, porque aunque nos parezca inaudito, hasta los norteamericanos se quejaron de falta de reconocimiento. En el artículo de Joanne Russ, de 1970 “The image of women on Science Fiction” señala que “(...)la ciencia ficción británica no está en general, mejor

6 escrita que la norteamericana, pero continúa atrayendo a escritores de primera línea al género (Kipling, Shaw, C.S. Lewis, Orwell, Golding) y continúa recibiendo reseñas serias y sagaces (...) La ciencia ficción norteamericana, (...) todavía no es respetada de veras”.(Russ, J. 1970: 8). Es cierto que, en esa misma época de derroche creativo, en forma y contenido, que fueron los años 60 para el fantástico, y en especial para la ciencia ficción, (al igual que en la novela policíaca o negra) las mujeres muchas veces recurrieron a seudónimos masculinos para escribir. El caso más llamativo es el de James Tiptree Jr, seudónimo de la norteamericana Alice Sheldon. De James Tiptree dijo el escritor y antologista Robert Silverberg que "se ha sugerido que es una mujer, teoría que encuentro absurda porque hay para mí algo ineluctablemente masculino en sus narraciones", refiriéndose a uno de los relatos de Sheldon, presentado precisamente por Silverberg en la antología, y que lleva el significativo título Las mujeres que los hombres no ven. La verdadera personalidad de Alice Sheldon se descubrió en 1978, diez años después de que empezara a publicar. Más recientemente, en el artículo “Autoras españolas de ciencia ficción”, Lola Robles refleja que a las dificultades editoriales impuestas para las escritoras por los prejuicios sexistas, se añade la preferencia de las grandes casas editoras por publicar obras anglosajonas reconocidas y seguramente exitosas, dejando para las creadoras hispanas una mínima puerta de salida en pequeñas editoriales y una brecha, bastante más oportuna, en el ciberespacio y la Internet. Opino que estas limitaciones afectan casi por igual a los autores de ambos sexos que apuestan por el género, y que es en América donde la marginación y el olvido tienen para el fantástico más espacio disponible. Salvo Angélica Gorodisher, en Argentina (a quien Ursula K. LeGuin tuvo a bien traducir e introducir en el mundo literario anglosajón) y Elia Barceló y Pilar Pedraza -con su literatura gótica inusual- en España, los otros nombres femeninos del fantástico, la fantasía y la ciencia ficción hispanoamericanas son intermitentes y poco referidos. Las catalanas Montserrat Galicia, ejemplo de escritora de ciencia ficción juvenil; Montserrat Julió, que publica una novela de anticipación, Memorias de un futuro bárbaro (1976); Rosa Fabregat, con Embrión humano ultracongelado núm. F-77 (1975); y Teresa Inglés, son referidas por una o dos obras, muchas veces relatos dentro de antologías. (Roble, L. 2000:7) Cuba, como país del Tercer Mundo, está sujeto a otras condiciones que nos acercan mucho más al dilema del reconocimiento de la ciencia ficción argentina, mexicana o chilena, incluso española, que a la evolución del género en la cultura anglosajona, donde, desde hace varios años, la literatura fantástica se imparte como tema del programa de estudio de las carreras de lengua y literatura inglesa, en sus universidades. Sin embargo, y aunque el nivel de integración social de la mujer a la sociedad y su valorización es muy superior al resto de los países subdesarrollados, la presencia de la mujer en nuestro país, en la literatura fantástica en general y en la ciencia ficción en particular, es aún más escasa que en los principales países del continente latinoamericano.

2) El tratamiento de la imagen de la mujer a través del estereotipo cultural de debilidad, insustancialidad y función sexual- procreadora. Mucho se ha reprochado a los escritores hombres de Cf y fantasía la falta de profundidad en la caracterización de los personajes femeninos. Lola Robles, en Mujeres y ciencia ficción apunta que en la literatura de ciencia ficción más clásica: “lo más normal es que las mujeres sí aparezcan, pero con los estereotipos más consabidos. Esposas, madres e hijas; compañeras decorativas -y por supuesto bellas- cuya pasividad y fragilidad las convierte en víctimas perfectas que deben ser defendidas y salvadas por el héroe de sus enemigos, y de toda clase de libidinosos monstruos: éstas son las buenas, que asumen su papel de meras comparsas con complacencia total. Claro que también encontramos a las malas, las eróticamente perversas o taimadas reinas de un matriarcado feroz.” (Robles,L. 2000: 6) Todo esto puede ser cierto pero ¿acaso esas obras no están repletas de consabidos estereotipos masculinos?. No se puede esperar que sean profundas en la construcción de un personaje femenino cuando tampoco lo son en el masculino, otro cliché de hombre wasp: (white Anglo-Saxon Protestan), fuerte, inconmovible,

7 etc, etc, etc. Y es que el estereotipo tampoco lo inventó el fantástico, pues la novela de aventura, de caballería, la novela romántica, en fin aquellas muchas obras de cualquier tema y que engrosan la amplísima enciclopedia de la mala literatura, han padecido de este defecto. Nuestro país, lamentablemente, tiene muchos ejemplos que mostrar para apoyar este segundo tópico, y aunque prefiero no citar autores: la astronauta-cocinera, la ciberprostituta, y la sexy alienígena calva han aportado contundentes argumentos. Ahora bien, sin que estos dos aspectos dejen de ser puntos álgidos reales, parecieran que eclipsan otro tipo de enfoque más profundo, histórico y sistémico del tema de la mujer escritora dentro de la literatura fantástica. Los principales elementos, en mi opinión, que fallan en los estudios investigados (que consten que no son muchos los resultados de varias semanas de búsquedas en Internet, como evidencia la bibliografía) están relacionados con: A) No hacer distinciones entre las diferentes dimensiones del fantástico. En La Ciencia Ficción según Asimov, Luciano de la Rosa analiza que el porcentaje de mujeres entre los lectores de revistas y novelas de ciencia-ficción debe estar cercano al 40%, lo que ha dado una mayor amplitud a lo que se escribe. (de la Rosa, L. 2001:3) Suponemos que este porciento aumenta para la fantasía y la literatura gótica, pero no existen estudios comparativos al respecto. Tampoco encontramos un trabajo que pruebe el criterio extendido de la mujer se inclina más por el enfoque de la fantasía que de la ciencia ficción o el terror fantástico. Aunque algunos autores refieren que en la novela gótica, hay algo sociológicamente interesante, porque no sólo tuvo una proporción respetable de autoras en sus orígenes, sobre todo en lengua inglesa, como Clara Reeve o Ann Radcliffe, sino que (según los historiadores de la literatura) también fue leída en gran parte por mujeres que, cansadas por lo visto de tanta novela educativa, querían algo más sensacional. (Rico, J. 2000:6) Por otra parte, el fantástico puro, mucho menos referido en estos estudios sobre la mujer, parece apuntar hacia argumentos prácticamente idénticos a los abordados por autores masculinos. Abundan en los textos de las argentinas Silvina Ocampo, de María de Vilariño, de la mexicana Amparo Dávila, de las cubanas María Elena Llana y Esther Díaz Llanillo, las historias de las casas, con influjos y poderes sobre los sucesos y personajes, lo que ha decir del propio Cortázar, parece ser una constante universal en el cuento fantástico: “muchos de los cuentos fantásticos que pueblan para siempre la memoria medrosa de la especie se cumplen entorno a una casa”(Sardiñas, JM –Morales, AM 2003:9) Vale igual preguntarse si hay algo diferente en este tratamiento femenino del tema. B) No hacer un análisis histórico-temático, más allá de una cadena cronológica de títulos, de la participación de la mujer en el género. En su artículo de Mujer y Ciencia ficción, Robles considera que “la CF en un espacio ideal para especular sobre un futuro distinto, para presentar alternativas al mundo patriarcal, a los valores culturales y morales y la sexualidad institucionalizados”. Y considera como los dos grandes tópicos femeninos preferidos la utopía y distopía. Esta última describe un futuro en el que se han radicalizado los males de nuestro presente en lo social, político o tecnológico. “Obras como El cuento de la criada, de Margaret Atwood, o Lengua materna, de Suzette Haden Elgin, nos sitúan en futuros donde las mujeres han sido reducidas, de nuevo, a una situación de práctica esclavitud.” Mientras “las utopías feministas consisten en la construcción imaginaria de una sociedad, si no perfecta, si al menos mejor, para la autora, que la realidad presente.” Desde sociedades donde gobiernan las mujeres (El país de ellas, de Charlotte Perkins Gilman o Las hijas de Egalia, de Gerd Brantenberg, y sobre todo El hombre hembra, de Joanna Russ, el mejor compendio -y la reflexión más radical desde el feminismo-); o mundos andróginos (Woman on the Edge of Time, de Marge Piercy, La mano izquierda de la oscuridad, de Le Guin), hasta sociedades que se muestran como igualitarias: Los desposeídos, de Le Guin, que plantea como sistema político utópico el anarquismo, incluyendo, además de los cambios sociales y políticos, los sexuales. Sin embargo, no encontramos ningún estudio sobre los tópicos de otras manifestaciones del fantástico.

8 C) No llevar el estudio a las dimensiones regionales y socioculturales que condicionan todo tipo de obra artística. Por ello, muchas veces las latinoamericanas ni siquiera son mencionadas. ¿Y los tópicos de la ciencia ficción y la fantasía en Hispanoamérica? ¿Son los mismos que los anglosajones? Robles considera en su artículo sobre las autoras españolas que “en la ciencia ficción española actual he encontrado dos novelas cuyo tema central es el género: Consecuencias naturales, de la alicantina Elia Barceló, y Planeta hembra, de la madrileña Gabriela Bustelo”. Esta última la describe como una novela ligera de escaso valor literario que por demás trastoca los términos de feminismo y machismo, igualmente estereotipado. Por lo cual no parece haber diferencias con respecto a las líneas temáticas de las escritoras anglosajonas. En Cuba fuera del fantástico puro, del que hemos citado dos autoras, el panorama es bastante más constreñido. Tanto María Elena Llana como Esther Díaz han tratado el fantástico dentro de sus límites de lo que podríamos considerar latinoamericanos. Si bien la calidad literaria de sus obras es muy superior a cualquier otro intento que desde las manifestaciones del fantástico ha hecho la mujer en Cuba, han sido poco difundidas, y lo peor, mucho menos tomadas de referencia, por lo que pareciera que la tendencia literaria que han abordado terminará cuando dejen de escribir. La ciencia ficción continúa como terreno ajeno, al que se han acercado a través de la fusión con la fantasía heroica, la novela gótica y el fantástico, muy pocas autoras: Daína Chaviano, prolífica en la década de los 80, con una obra caracterizada por la recontextualización de mitos, al estilo de Zimmer Bradley, (The Mists of Avalon, 1982) o de la española Soledad Puértolas (La rosa de plata, 1999). Según Molina Gavilán, la tesis de estos relatos de Daína se basa en que “los mitos modernos se alimentan de los antiguos, así como los antiguos se revitalizan gracias a las nuevas versiones que la fantasía literaria produce” (Molina, Y.2000: 4). Algunos textos de Chely Lima, autora que escribió, junto a Alberto Serret, textos aún más cercanos al fantástico; esporádicas apariciones dentro de antologías de ciencia ficción de Ileana Vicente Armenteros, María Felicia Vera (Premio David de Ciencia ficción en 1988, por un libro, realmente inclasificable)y los relatos de Gina Picart, cuya ambigüedad de enfoque deja al texto en una frontera de difícil clasificación entre lo fantástico, la ficción histórica y el realismo abordado desde la subjetividad, parecen ser lo más destacable dentro del género en Cuba. La escasa presencia de la mujer dentro del género en nuestro continente, y en especial en nuestro país, es asunto que no solo se puede explicar desde la cómoda etiqueta del atraso tercermundista y el machismo latinoamericano, al menos sería importante demostrar cómo y por qué funciona así.

La mayoría de los escritores o aficionados al fantástico conocemos la ley de Sturgeon. La que enunciara el escritor norteamericano Theodore Sturgeon (seudónimo del Edward Hamilton Waldo) en una ocasión cuando le expresaron que la mayor parte de lo que se escribía dentro de la ciencia ficción era de baja calidad literaria. “Es cierto, el 90% de lo que se escribe dentro de la ciencia ficción es basura. Pero el 90% de TODO lo que se escribe es basura” Aplicando esta ley a la literatura fantástica escrita por mujeres, Robles considera que “Para que exista ese diez por ciento de obras de CF con la suficiente calidad literaria sería necesario, entonces, que hubiera un número mucho mayor de narradoras jóvenes dedicadas al género. Para que se diera ese aumento de escritoras, la ciencia ficción debería ser más conocida por las lectoras, y más importante aún, que encontrasen en ella elementos y temas que interesaran a su imaginación especulativa. Pero lo que sucede hoy es que casi todas estas autoras son noveles, y es muy posible que no logren publicar de nuevo más allá de esa novela corta o esos pocos relatos. Ni siquiera es fácil localizar sus datos biográficos, su fecha de nacimiento o su nombre auténtico, si escriben con seudónimo. ¿Descuido de los editores, o desinterés de las propias creadoras, mucho menos frecuente, por cierto, entre los escritores varones?”

9 Harlan Ellison dijo una vez que el día que las mujeres leyeran tanta ciencia ficción como los hombres el género por fin tendría el lugar que se merecía. Creo que, más allá del coqueteo al que Ellison era propenso, su intención apuntaba a que un género literario no puede considerarse maduro si no alcanza la condición de verdadera obra artística. Las mujeres como escritoras han contribuido a esta consolidación del género como ya hemos visto, pero su influencia biunívoca, todavía da tela para hacer vestidos. Es por ello que resulta de especial interés la posibilidad de realizar un estudio más profundo que considere algunas líneas de investigación al abordar el papel de la mujer dentro de la literatura fantástica moderna desde el punto de vista temático, estilístico e histórico: - La primera, establecer si existen diferencias temáticas, estilísticas e intergeneracionales en las obras de género fantástico escritas por mujeres y hombres. - La segunda, si existen diferencias de este tipo entre las obras de la literatura de género fantástico escritas por mujeres de países desarrollados y subdesarrollados?( Establecer proporciones de escritores/escritoras de fantástico en Norte-Sur, por ejemplo) - La tercera, si existen patrones profesionales, raciales y lugar de residencia que coinciden entre las escritoras del fantástico en los países del Tercer Mundo. - Y por último, cómo se comportan las características en la historia de la literatura cubana fantástica.

Hasta aquí, la primera aproximación.

Bibliografía :

1. Barceló, Miquel. La evolución histórica de la ciencia ficción. en Los desafíos de la ficción. Casa Editora Abril, Ciudad de La Habana, 2002, pg. 1237, 1248-1254 2. Benitez Gutierrez, A. Ved que mundo más maravilloso. en sitio web Bibliopolis, consultado en mayo 2002, http//www.bibliopolis.es 3. de la Rosa Aguilar, Luciano.La Ciencia Ficción según Asimov en sitio web Redcientifica, consultado mayo 2005 http://www.redcientifica.com/doc/doc200107260004.html 4. Molina Gavilán, Yolanda. ¿Orgasmos eugenésicos? Revisión de mitos religiosos y literarios en cuatro relatos de Daína Chaviano, en sitio web personal de Daina Chaviano, consultado en mayo 2005, http//www.daínachaviano.angelfire.net 5. Pringle, David . ¿Qué es la ciencia ficción? en Los desafíos de la ficción. Casa Editora Abril, Ciudad de La Habana, 2002, pg. 1231-1235 6. Rico, Joaquín. El monstruo de Frankenstein en sitio web MujerPalabra, consultado en abril 2004, http://www.cyderdark.net/ 7. Robles, Lola. Autoras españolas de ciencia ficción en sitio web MujerPalabra, consultado en abril 2005, http://www.mujerpalabra.net/ 8. ______. Mujeres y Ciencia ficción en sitio web MujerPalabra, consultado en abril 2005, http://www.mujerpalabra.net/ 9. Russ, Joanne. La imagen de la mujer en la ciencia ficción en Revista Digital Axxon, N° 32, Buenos Aires, Argentina, 1995. 10. Sardiñas, José Miguel y Morales, Ana María Antología de Relatos Fantásticos Hispanoamericanos La Honda, Casa de las Américas, La Habana, 2003.

10 11. Escritoras de Ciencia Ficción y Fantasía. Biblioteca de Mujeres, , España, julio 2001, pg. 62-63, 80-81.

Anabel Enriquez Piñeiro (Santa Clara, 1973) Licenciada en Psicología y con una Maestría en Ciencias de la Comunicación, es Especialista en Comunicación Organizacional y Marketing, rama en que se desempeña actualmente. Su andar por el género es muy activo: miembro de la Sección de Literatura de la Asociación Hermanos Saíz y miembro fundadora del Grupo de Creación "Espiral" del Género Fantástico, además forma parte del Comité Organizador del ANSIBLE, Evento Teórico del género fantástico, que lleva adelante Grupo ESPIRAL y el Centro de formación literaria Onelio Jorge Cardoso. Premios: Calendario de CF 2005 (Cuaderno de relatos "Nada que declarar"), Primer Premio de Cuento CF Juventud Técnica 2005 (Cuento: "Deuda Temporal"), y Beca de Pensamiento Ernesto Guevara de la AHS por el ensayo "Mujeres y Literatura Fantástica: los caminos de(l) género". Graduada del VII Curso de Técnicas Narrativas del Centro de formación literaria Onelio J. Cardoso (2004) y del I Curso Taller de Narrativa Fantástica Cuásar-Dragón. (2002)

11 Demonio de mujer Daína Chaviano

Incluso antes de ver su rostro, Blanca supo la respuesta.

-Estamos en un lío.

Cloe levantó los párpados rodeados de oscuras y abundantes pestañas, y las miradas de ambas mujeres se cruzaron.

-Perdemos combustible rápidamente -continuó Cloe, casi temblando-. La segunda capa no tiene capacidad de regenerarse, porque el meteorito destruyó parte del sistema de protección. El cerebro-madre se ha dañado y ni siquiera tenemos tiempo para entrar en órbita estacionaria.

-Está bien, está bien -la voz sonó impaciente-. ¿Y nosotras?

-¿Nosotras? Muy sencillo. Tenemos que bajarnos de aquí.

Blanca contempló pensativa la silueta del disco que anunciaba su presencia a través de la redonda escotilla.

-¿En las gárgolas?

-Ajá. Pero antes debemos recoger algunas cosas: el radio-señales, alimentos, armas...

-Y oxígeno -completó Blanca.

-¿Oxígeno?

- ¡Por supuesto! No pensarás tragarte sus bacterias...

Cloe se encogió de hombros y añadió con amarga filosofía:

12 -Si el salvamento demora y el oxígeno se acaba, no tendremos más remeto que infectarnos con sus virus.

Tocó el brazo de Blanca.

-Vamos a trabajar.

Maquinalmente, Blanca la siguió hasta el almacén. Allí se amontonaban, en perfecto orden, los productos de supervivencia. El traslado de equipos a las gárgolas demoró apenas diez minutos. Transportaron los tanques de oxígeno, las cajas de tubos alimenticios, las armas, un botiquín y los aparatos de señales e iluminación.

Un silbido intermitente detuvo la actividad. Como siempre, la primera en reaccionar fue Cloe.

-¡Está descendiendo la presión! Algún escape...

Se lanzaron a buscar los trajes de titanio amiantado y luego continuaron su tarea.

De súbito, el silbido perdió su intermitencia y se hizo continuo.

-¡Corre! ¡Esto va a estallar!

Mientras hablaba, Cloe dio un empujón a Blanca que, por unos instantes, inició una carrera casi a ras de suelo. Fue una suerte para ellas que la luz hubiera disminuido en el pasillo porque eso les impidió ver cómo la aguja del reloj 2 se acercaba, milímetro a milímetro, hacia la zona roja.

-¿Ves algo?

El joven se aproximó al cristal.

-Nada.

-Bueno, es normal. Aún es temprano.

-¿Habrá ocurrido algo? -la voz del muchacho reflejó ansiedad.

-¿Qué quieres decir con “algo”? Siempre sucede algo.

-Me refería a si habría ocurrido algo malo.

El otro suspiró.

-¿Cómo quieres que lo sepa? Estoy cansado. Voy a descansar. ¿Vienes?

Ni siquiera obtuvo un gesto. El muchacho permaneció silencioso, intentando taladrar el cristal con la vista. Pero fue inútil; no había nada que ver.

-Bueno, como quieras.

El viejo dio media vuelta y salió de la estancia.

El leve sonido de los pasos que se alejaban, rompió su inmovilidad. Caminó lentamente, procurando no hacer ruido. Su mirada se deslizó hacia el alto ventanal. En medio de la noche más negra, flotaban las inmóviles esferas de luz, tan altas y hermosas.

Pero un día, algún día...

Las gárgolas bajaban despacio, siguiendo una trayectoria en espiral. Sus aspas estabilizadoras se agitaban bajo los gigantescos paracaídas, en feroz lucha contra la gravedad del planeta. Mientras

13 duró el descenso, ambas mujeres permanecieron silenciosas, observándose a través de los cristales.

La primera en tocar el suelo fue Blanca. Medio minuto después, la siguió Cloe.

Las puedas se alzaron como pétalos silenciosos y las astronautas se deslizaron ágilmente hacia el exterior.

La primera tarea fue comprobar el funcionamiento del radio-señales y lanzar la llamada de auxilio. Una vez concluida la operación, conectaron el grabador automático y se dispusieron a comer.

-Sería mejor comenzar la exploración por la llanura del nordeste -comentó Cloe-. Parece un lugar tranquilo.

-¿Tienes miedo de encontrar un megasaurio? -preguntó Blanca, que siempre encontraba motivos para bromear-. ¿O acaso te asusta la selva?

La selva se alzaba hacia el sur, a una distancia de dos mil metros. Cloe se volvió para mirarla.

-¿A eso le flamas selva? -respondió inmutable, mientras sorbía su jugo.

La “selva” parecía un bosque muerto, arrasado por algún gigantesco incendio.

Centenares de troncos oscuros y, en apariencia, muertos, entrecruzaban sus ramas desnudas.

Terminado el frugal desayuno, tomaron armas y linternas, comprobaron sus reservas de oxigeno y cerraron las gárgolas.

-“Al abismo, astronauta...” -tarareó Blanca con risa nerviosa.

Cloe frunció los labios en señal de fastidio, pero no dijo nada.

Caminaron bajo los tenues rayos del rojo que, tras aquella atmósfera, parecía violeta. Una sensación casi dolorosa se adueñó del ambiente y oprimió el ánimo de las mujeres. Sin embargo, la impresión no fue real, sino quizás un reflejo del color.

El color.

Cuando un astronauta explora un planeta, ningún parámetro de información incluye su color; sólo la temperatura, la presión atmosférica, la gravedad, y el resto de los consabidos factores climáticos y geofísicos.

No obstante, Cloe decidió incluir una nota aparte en su informe. Escribirla:

Otros parámetros significativos:

Color: azul y violeta, con matices morados.

Suponía que el color debía ser algo de suma importancia. Tenía que serlo, pues de otro modo su presencia no hubiera sido tan absoluta: sol violeta, cielo morado, tierra negra, sombras azules...

-Pareceré un fantasma -susurró Blanca a su lado.

Cloe sonrió, segura de que los pensamientos de su amiga habían fluido paralelos a los suyos.

-Bueno, a mí me gusta -admitió-. Adoro el azul y el violeta.

-Yo también, pero el morado me pone nerviosa.

14 -¿Nerviosa? ¿Por qué?

-No sé -Blanca arrugó la frente-. ¿Me perdonas la idiotez?

-¿Cuál idiotez?

-La máscara de la Muerte Roja.

Cloe la miró sin comprender.

-Edgar Allan Poe -insistió Blanca-. ¿Lo recuerdas?

-Leí sus obras completas, querida. Pero no entiendo por qué lo mencionas ahora.

-¿Recuerdas el cuento de La máscara...?

-Creo que sí. Una peste azotaba no sé qué país y la corte, decidiendo ponerse en cuarentena, cerró sus puertas a la plaga que azotaba la región. Una noche, en una fiesta de disfraces, un enmascarado que nadie conocía...

-Sí, sí -le interrumpió-. Era la Muerte Roja. Atravesó siete aposentos de colores y al llegar al último desató su poder.

-Oye, ¿qué pretendes con asustarme?

-¡Yo no quiero asustarte! -protestó Blanca-. Te explico mi horror al morado. Leí el cuento cuando tenía doce años y quedé muy impresionada.

-¿Trauma?

-Una especie de fobia.

-La muerte era roja y el salón donde descubrió su identidad, negro. ¿Por qué te asusta el morado?

-No lo sé. La última escena siempre fue morada para mí. Tal vez mezclé los colores.

-Pero, Blanca, olvidas que el morado no se obtiene de esa forma.

-Y tú olvidas que las clases de Cromatismo sólo empiezan después del tercer ciclo.

Cansada de discutir, Cloe se encogió de hombros y se ocupó de su trabajo.

Recolectaron muestras de suelo y rocas. Sólo alguno que otro resoplido, se dejaba escuchar ocasionalmente.

-Estoy harta -dijo Blanca al cabo de una hora-. No creo que encontremos nada nuevo. Mejor regresamos.

Las sombras se acortaban a medida que el sol subía acercándose cada vez más al cenit.

-Deberíamos quedamos en las gárgolas en lugar de arriesgarnos a explorar un mundo sin contar con suficientes equipos. Además, esta monotonía comienza a aburrirme. ¿Qué tú opinas...? Cloe, ¿no me escuchas?

La mujer permanecía inmóvil, a unos pasos de distancia.

-¿Quieres divertirte un rato? -su voz suave le llegó a través del audífono.

Blanca siguió la mirada de su amiga.

15 El castillo era enorme, gris y parecía auténtico. Es decir, parecía un auténtico castillo medieval, rodeado de fosos y puentes levadizos. Las banderas triangulares ondeaban levemente, mecidas por la brisa, y las catapultas desactivadas alzaban sus siluetas al cielo.

-¿Vamos? -tartamudeó Blanca al fin, con la garganta seca.

-¿Adónde? ¿Al castillo? -Cloe pareció sorprendida.

-¿Tienes algo mejor que hacer?

-Por el momento, sí.

Blanca resopló. Su carácter nervioso e impaciente no le permitía esperar.

-Pero es que...

-No lo has visto todo -la interrumpió Cloe, y señaló hacia el sur.

No. Era evidente que no lo había visto todo.

Durante varios segundos, contempló en silencio la mole del castillo -que ya no parecía tan grande- , y la de un rascacielos de 80 pisos de altura.

-¿Algo nuevo? -preguntó el más viejo.

-Creo que sí.

-No pareces muy seguro -murmuró, mientras se acercaba al cristal.

-¡Ahí no verás nada! -lo atajó el otro-. Mira hacia acá.

El viejo tembló mientras observaba.

-¡Ya las tenemos!

-¿Crees..., crees que saldremos bien? -preguntó el joven.

Un suspiro.

-Espero que sí. No tenemos más que…

-¡Mira! ¡Mira!

El viejo miró y sus labios palidecieron. Ahora comenzaba a ver claro.

-¡Muy bonito! Tenemos un rascacielos para nosotras.

-Esto no es posible, Blanca. No “encaja”.

-¿Qué cosa no “encaja”? ¿Nosotras o el rascacielos?

Cloe quiso fulminarla.

-No estoy para bromas.

-Yo tampoco. Todo es tan raro que parecemos el único factor anormal en este mundo. Para “encajar” aquí, deberíamos ser brujas montadas en escobas, o alpinistas, o cualquier otra cosa menos astronautas.

Cloe dejó de prestarle atención.

16 -Esto es ilógico -susurró para sí-. Construir un edificio de ochenta pisos en medio de un desierto y amueblarlo completamente, para luego abandonarlo.

-Muy romántico -exclamó Blanca, burlona-. A ver, ¿qué opinas de nuestro castillo?

-Otro enigma.

-Podría ser una reliquia histórica...

-¡Reliquia histórica! -estalló Cloe-. Hasta hoy, jamás te escuché decir una estupidez.

-Muchas gracias. ¿Por qué no puede serlo?

-¿Desde cuándo existen reliquias históricas en un mundo sin historia?

-¿Qué sabes tú...?

-Por favor, Blanca, piensa. ¿Cómo quieres que existan seres racionales en un mundo donde ni siquiera viven insectos?

Silencio.

-Además, ¿qué historia puede tener un objeto que no lleva ahí más de una hora?

-¡Una hora!

-¿Pretendes ignorarlo? Ni el castillo ni el edificio estaban ahí la primera vez que pasamos.

-Quizás no los vimos.

-¡Vaya chiste! ¡Así que pasamos junto a un bloque de ochenta pisos y no lo vimos!

-Si no es por ti, yo no lo hubiera visto.

-Pero tú eres muy distraída, y yo no. En circunstancias normales, mis dos ojos ven por cuatro. Pero si exploro un mundo extraño, me nacen radares. Te digo que esto no estaba ahí hace una hora.

-¿Y quién pudo entonces...?

Un cambio casi imperceptible en el sonido del viento, interrumpió la conversación.

El constante ulular del aire sufría alguna variación, y ahora se dejaba escuchar en un tono agudo.

-¿Habrá tormenta? La última vez que fui al Sahara...

-Espera -dijo Cloe-. ¿Ves aquello?

Muy lejos, en el limite del horizonte, flotaba un cuerpo de contornos indefinidos. Durante cinco minutos, observaron en silencio el fenómeno. Pronto distinguieron con nitidez la esfera que se dilataba y contraía, pulsando como un quasar. Al llegar sobre ellas, se detuvo y permaneció inmóvil unos segundos.

Medía unos diez metros de diámetro. Su superficie rosada parecía cruzada por innumerables canales, semejantes a venas.

-¿Qué crees que sea? -preguntó Blanca-. ¿Un fenómeno local o un objeto artificial?

-Quizás un robot...

17 -Sí. Como los que vimos en la tercera luna de Tutmosis IV.

-Bueno, pero aquellos eran robots acuáticos y no tenían forma de globo.

-¡Bah! ¿Qué tienen que ver la forma y el modo de locomoción? Imagínate una civilización alada...

-Sí. Ya sé -le dijo Cloe, y citó-: “Los seres racionales idean dioses y robots a su imagen y semejanza.”

-Raciocinio en la galaxia, capitulo 3.

-Me alegro que lo recuerdes, porque cuando...

-¡Mira!

Cloe levantó la vista.

Al principio eran puntos pequeños que comenzaron a extenderse por la superficie del globo. Pronto se transformaron en regiones rojizas, de tono ocre, que hicieron palidecer el matiz rosáceo de la esfera. Lentamente se expandieron y proyectaron hacia el exterior, hasta que el objeto dejó de ser un simple esferoide. Ahora señoreaba el cielo, una enorme ameba de rojos seudópodos que parecían tantear la atmósfera a su alrededor.

Las mujeres hablan enmudecido de asombro, pero su sorpresa no les impidió alejarse del sitio tan pronto como advirtieron el comienzo de la metamorfosis.

-Retirémonos..., poco a poco -susurró Cloe.

De pronto, la ameba pareció reparar en su presencia. Tal vez algún órgano desconocido que no lograron localizar, captó cierto movimiento del aire, o quizás el calor de sus cuerpos, o el sonido de sus voces a través de los trajes... De cualquier forma, poco importaba. Lo cierto es que los seudópodos se tensaron y la esfera comenzó un cuidadoso descenso.

-Esto no me gusta -murmuró Cloe.

-¿Y si sólo intenta comunicarse?

Por toda respuesta, Cloe acarició indecisa el arma que llevaba junto al muslo.

Un seudópodo se acercó a Blanca y palpé la superficie de su traje.

-¿Querrá hacerme cosquillas? -bromeó nerviosamente.

En ese instante, otro seudópodo rodeó un brazo de Cloe.

-Conmigo no juegues, ¿eh? -masculló entre dientes. El grito de Blanca la estremeció de pies a cabeza.

-¿Qué pasa?

-Me..., me está apretando.

El seudópodo que abrazaba el cuerpo de Blanca, tiraba lenta, pero persistentemente, hacia la masa rosada.

Blanca intentó zafarse, pero no pudo. Miró hacia el sitio donde estaba Cloe, en busca de ayuda, y su angustia se convirtió en terror.

-¡Cloe!

18 -Si -dijo ella, rechinando los dientes de rabia-. Nos ha atrapado como a un par de idiotas.

Totalmente inmovilizadas por una doble vuelta del seudópodo alrededor de su cuerpo, Cloe también era arrastrada hacia la esfera.

-¿Nos va a engullir?

-¿Cómo quieres que lo sepa?

-Los trajes nos protegerán...

-Estos bichos pueden tener el peor de los ácidos en el “estómago” –contestó Cloe-. Prepárate para lo peor.

“Si al menos lograra coger el arma”, pensó.

Pero eso era imposible. Sus brazos se crisparon a lo largo del cuerpo, en un inútil esfuerzo por romper la soga biológica que los aprisionaba.

Poco a poco la ameba las atrajo.

Blanca pudo ver la viscosa masa que se desplazaba frente a ella, antes de envolverla completamente.

A través del cristal de su escafandra, contempló la espantosa visión. Los jugos que segregaba el monstruo ameboide, corroían la primera cubierta de su traje y destrozaban el tejido amiantado. Aunque el mecanismo de supraprotección reparaba las roturas e impedía que los destrozos alcanzaran la segunda capa, la comunicación con Cloe había quedado interrumpida. Los ácidos habían dañado los aparatos de recepción y emisión.

El momentáneo alivio que experimentara al comprobar la impenetrabilidad del traje, dio paso a un vivo horror cuando comprendió que la velocidad de destrucción del ácido era mayor que la velocidad regeneradora del traje. Pronto, el punto crítico del proceso se rebasaría y ella moriría tras una lenta agonía.

Aquel pensamiento desgarró su sistema nervios y, sin poder evitarlo, Blanca se desmayó.

-Continuamos en las mismas.

-No te preocupes. No demorará mucho.

-¿Qué haremos cuando ocurra?

El otro se agitó nervioso.

-No sé. Todo depende de ellas.

-Podríamos intentar...

El viejo casi lo asesinó con la mirada.

-Escúchame bien, nosotros no vamos a intentar nada. Eso es asunto de ellas.

-¿Quieres agua?

Blanca no respondió. Se limitó a recorrer con la vista los alrededores.

-No tengas miedo. Está muerto.

La masa amorfa, de aspecto repugnante, yacía inmóvil a unos pasos de distancia.

19 -¿Muerto?

-Otro animal lo mató.

-¿Otro? ¿Llamas animal a eso? -y señaló temblando la materia húmeda que comenzaba a pudrirse al calor de la tarde.

-¿Qué piensas que sea? Al menos, yo no puedo imaginar semejante actitud en un robot o en un ser racional con cierto desarrollo evolutivo... Tal vez sea un salvaje. ... No. No lo creo. ¡Tiene que ser un animal!

Blanca no respondió. ¿Cómo explicarle a Cloe que ella concebía al animal como algo hermoso y puro, nacido de una ley natural por evolución de la materia? Aquello que yacía cerca de ellas, no podía ser una bestia. Recién comprendía lo que habían querido decir los antiguos hombres cuando hablaban del demonio.

-¿Qué clase de animal lo mató? -preguntó finalmente.

-No pude verlo bien porque se alejó enseguida. Era una especie de... esturión alado.

-¿¡Un esturión alado!? ¡Eso es imposible!

-Bueno, ¿para qué me preguntas? Parecía un esturión... No sé nada más.

Se miraron en silenció durante un instante.

-Me voy a las gárgolas -dijo Blanca mientras se incorporaba-. No pienso seguir explorando esto.

-¡Espera! ¿Y esa prisa?

-Estuve a punto de rebasar el límite de Weiss-Yalkov. No quiero morir de un colapso neuronal.

-Yo tampoco. Pero me aguanto.

-¿Es un reproche?

-Una queja.

-Bueno, la tendré en cuenta.

Blanca observó tristemente los destrozos de su traje.

-Tengo sed.

-Muy bien. Vamos a las gárgolas.

Echaron a andar, en busca de las gárgolas. A cada instante se detenían para consultar la brújula y, cuando finalmente llegaron junto a los vehículos, Cloe exploró los alrededores antes de entrar.

- ¡Espera!

Blanca se detuvo.

-¿Qué ocurre?

-Nunca habla visto ratones verdes.

Blanca bajó la vista. Con recelo, se agachó sobre el pequeño grupo.

-Yo tampoco, Cloe... Pero estos no son ratones verdes.

20 -¿Ah, no?

Blanca murmuró lentamente.

-Hasta hoy, nunca noté que el tamaño es la diferencia fundamental que existe entre un ratón y un elefante.

-¡Por fin! -gritó el joven, y la somnolencia del viejo desapareció.

El muchacho proyectó la grabación videofónica. Cuando la escuchaba por segunda vez, el viejo la detuvo poco antes del final.

-Sí -dijo suavemente-. Esa puede ser la clave.

Amanecía.

Blanca y Cloe dormían en las gárgolas rodeadas de sombras. Dentro de un instante, el primer rayo de sol rasgaría las tinieblas.

Blanca se movió en su lecho y murmuró alguna palabra incoherente al despertar.

Inmóvil, atenta a los ruidos del exterior, escudriñó las sombras moribundas.

Volvió la cabeza mientras la luz hacía su entrada en la atmósfera del mundo azul.

Entonces vio.

Se alzaba a unas decenas de metros de distancia y abría la boca en oscuro y eterno bostezo. Podía ver las formaciones que adornaban su garganta; y la luz del temprano sol que entraba a raudales por pequeños orificios, atravesando cristales multicolores.

-Cloe -llamó en un susurro-. ¡Cloe!

En la otra gárgola, Cloe se desperezó.

-¿Qué?

-Mira qué linda.

Cloe se incorporó, asustada.

-Está a tu espalda -le indicó.

A través de las traslúcidas paredes de la gárgola, Cloe observó el colorido de la cueva.

-Es enorme -comentó Blanca-. Y tampoco estaba ahí cundo llegamos.

Cloe comenzó a vestirse.

Bajó el volumen del micrófono que había mantenido en comunicación los dos vehículos y, después de comprobar su reserva de oxígeno, salió al exterior.

-¿Adónde vas? -preguntó Blanca.

-A transmitir.

Blanca desayunó y se vistió. Cloe había terminado su faena y regresaba a la gárgola por alimento.

-Voy a explorar -anunció Blanca.

Cloe tomó su primer trago de jugo.

21 -¿Cambiaste de opinión?

-Sí. Ahora quiero saber. He estado pensando... Tengo la impresión de que algo o alguien se burla de nosotras.

-Espérame. Voy contigo.

Terminó de sorber su jugo. Antes de salir, se cercioró del funcionamiento del arma.

-Vamos.

Abandonaron las gárgolas.

La en cuya base se abría la boca de la cueva, era de mediano tamaño y se elevaba con discreción a mitad de camino entre las gárgolas y la “selva”, ahora oculta por la masa de tierra.

A medida que se acercaban, el negro orificio aumentó de tamaño y las irregularidades pétreas que lo adornaban se hicieron más nítidas.

No obstante la oscuridad, se guardaron de encender las linternas: no valía la pena estropear un sitio tan hermoso.

La cueva distaba mucho de parecer un recinto natural. Cada uno de sus salones, divididos entre sí por estrechas gargantas, adornaban sus techos y paredes con diferentes piedras preciosas que asomaban a flor de roca.

La “antesala” ofrecía un inconfundible color azul. El efecto no era ilusorio, sino real. La luz del sol que penetraba a través de minúsculos orificios, se reflejaba en decenas de zafiros y turquesas, dispersándose en todas direcciones.

En el siguiente salón, la oscuridad era mayor, pero no absoluta. Los haces de luz solar se refractaban sobre las irregulares paredes, formadas por una sustancia de coloración purpúrea.

-¿Qué es esto? -preguntó Cloe, acercándose a la pared para rasparla con un cuchillo.

-Parece una amalgama de varios minerales. No estoy segura, pero creo que hay mucha galena.

-Sí. Pero, ¿y esto?

Blanca examinó con atención la muestra de color rosado.

-No sé. Necesitaría un laboratorio para saberlo.

Dejaron la cámara, luego de explorarla exhaustivamente, y penetraron a rastras por el túnel que las llevaría a la siguiente cámara.

Blanca creyó estar viviendo un cuento de hadas. El reflejo glauco de las esmeraldas, coloreaba el salón de diversos matices verduscos.

La escena se repitió en cada lugar que visitaron; sólo que las piedras y minerales y, por ende, el color de las estancias, variaba.

Los salones se sucedieron. Había uno cubierto de topacios naranjas. Otro, donde las paredes eran de sal gema, incrustadas de diamantes blancos. Después, un reino de amatistas que refractaban la coloración violeta en todas direcciones. En el siguiente local, la oscuridad era absoluta. Encendieron las linternas, sólo para comprobar que sus trajes estaban tiznados de negro.

-Granito... -susurró Cloe.

22 La luz de las linternas recorrió las paredes, pero no pudieron detectar más aberturas que condujeran a nuevas cámaras.

-Cloe, estoy pensando...

-Vamos a recoger muestras de cada aposento.

-No. Yo voy a regresar.

-¿Qué estás diciendo? Enseguida terminamos.

-Tengo miedo.

-Pero es sólo...

- ¡¡ TENGO MIEDO!!

El grito resonó como una voz muerta en su tumba.

Cloe la miró extrañada.

-Bueno, yo también siento miedo; pero no me hago la histérica.

-Cada cual siente miedo como mejor le parece.

-Está bien. Sólo quería echar un vistazo antes de... Algo crujió a sus espaldas.

Los haces de luz giraron en un ángulo de 180° y enfocaron la masa gelatinosa que emergía de la única salida, que era a la vez entrada. Poco a poco, ayudada por sus largos seudópodos, la ameba se deslizó hasta introducirse completamente en el lugar. Despacio, pero inevitablemente, se movió hacia ellas.

-No. Esta vez no...

Cloe disparó. El animal se contorsionó y quedó inmóvil.

Antes de que pudieran darse cuenta, otro seudópodo emergía del túnel y tanteaba el terreno.

Otro disparo. Una convulsión y la segunda muerte. Dos, tres, muchas veces se repitió la escena. Era inútil matar a cuanta ameba emergiera del túnel. Decenas de ellas debían estar aguardando en los corredores que ambas recorrieron minutos antes. La trampa se habla cerrado en torno a ellas.

Cuando Cloe disparó por enésima vez el arma y el haz de mortífera luz no brotó, Blanca no pudo contener un grito.

-¡Es inútil! -exclamó con los ojos llenos de lágrimas-. ¡Es Ella!

-¿Ella? -preguntó Cloe, mirando alternativamente las figuras de seis amebas que se acercaban- .¿Quién?

-¿No lo ves? ¿No lo estás viendo? -sollozó Blanca, mientras el primero de los rojos seudópodos rodeaba su frágil cuerpo en mortal abrazo.

Cloe continuó retrocediendo por instinto, aún sin comprender.

-¡Es Ella! -gritó Blanca, un segundo antes de que la locura oscureciera su mente definitivamente-. ¡La Muerte Roja!

-¡La encontraron!

23 El joven se inclinó sobre la pantalla.

-Es Ella.

Corrió hacia los instrumentos que silbaban y se estremecían aterrados. Las agujas de los osciloscopios temblaban sin control, mientras los gráficos elevaban más y más sus cimas.

-¡Atención ahora! ¡Va a ocurrir! -exclamó el viejo-. ¡Se acerca...!

-¡Detenlo! ¡Detenlo! -rugió la voz del muchacho-. ¡Perdí una señal! ¡Blanca se muere!

Antes de abrir los ojos, escuchó murmullos. Antes de oír, sintió dolor. Antes del dolor, el hormigueo de la circulación que despertaba recorrió su cuerpo.

Abrió los ojos.

El resplandor la cegó un instante. Siluetas de contornos indefinidos se movieron cerca de ella.

-Blanca.

-Estoy bien.

-Todo está bien.

Las sombras se aclararon y Blanca vio el rostro apenado de Raymond.

-¿Y Cloe?

Él sonrió.

-Descansa. Laszlo está con ella.

-¿Cómo ocurrió?

-La hallaron, Blanca.

-Sí. Recuerdo... -la mujer se estremeció-. Creí que iba a morir.

“Estuviste a punto”, pensó Raymond, pero se cuidó de decir algo.

-Me siento muy bien -dijo ella, tratando de incorporarse-. ¿Lo consiguieron?

-Sí. Tenemos la respuesta.

-Entonces, ¿podremos seguir viajando juntos?

-¿Quién? ¿Nosotros dos?

-Hablo en serio. Los homos y los homoides. ¿Qué se interpone entre nosotros? ¿El intelecto?

-No. Sólo… las emociones.

-¡Las emociones! -se incorporó de inmediato-. ¿Cómo puede ser eso?

-Verás. Se comprobó que el porcentaje de accidentes en el cosmos era mayor en naves de tripulaciones heterogéneas, compuestas por hornos y homoides. Se supuso un factor de inestabilidad -de causas desconocidas- en estos casos...

-Oye, Ray, te aseguro que no padezco de amnesia. No necesitas contarme eso.

24 -Me gusta empezar por el principio... Cuando tú y Cloe unieron sus impulsos nerviosos en un canal común, pensamos registrar una confrontación directa de ambas psiquis y provocar determinados efectos aplicando estímulos eléctricos a ciertas zonas de la corteza cerebral. La mente de los homoides, como la de la raza humana, no permanece nunca en blanco; por ello era de esperarse un sueño común donde las dos psiquis previamente estimuladas se palparan y exploraran mutuamente, sondeando sus más recónditos secretos... ¿También sabías eso?

-No -confesó ella con interés-. Era necesario el desconocimiento de esa fase para el buen desarrollo del experimento.

-¡Eh! ¿De dónde sabes eso? ¿Acaso hablaste con Laszlo?

-No soy idiota, Ray... Pero ¿qué ocurre con las emociones?

-¡Ah, ya!... Pues no descartamos la posibilidad de que existiera un factor oculto donde el intelecto no interviniera para nada.

-¿Y por qué escoger dos mujeres -una homoide y yo- para la prueba?

-La psicología femenina es bastante peculiar. Su carácter es más emotivo que el del hombre.

-Aún no comprendo. ¿Quieres decir que los hombres sienten menos?

-No. Ambos sienten con igual intensidad, pero el macho -utilizo el término biológico- controla mejor sus emociones, mientras que la hembra se libera de ellas al dejarlas fluir... Esta es la clave de la “incomprensible” psicología femenina que hizo hervir los sesos a los escritores de generaciones pasadas.

-¿Pero qué tiene que ver eso con la incompatibilidad emocional entre homos y homoides?

-Resulta que la diferencia cualitativa entre las emociones del macho y la hembra racionales es similar a la existente entre nosotros y los homoides. Sin embargo, esta diferencia se multiplica unas veinte veces cuando el fenómeno ocurre entre especies racionales distintas.

-¿Una de las especies controla mejor sus sentimientos que la otra?

-Así es. Los homos permitimos que nuestras emociones fluyan y nos controlen en mayor grado. Es difícil admitir -si no se estudian los gráficos- que esta diferencia es capaz de establecer el desequilibrio básico que atenta contra la estabilidad de la tripulación. Cuando esto ocurre durante una emergencia, el resultado provoca una catástrofe.

-De donde resulta que los robots biológicos...

-Homoides -rectificó él.

-Es igual. Son más perfectos que nosotros.

-De ninguna manera, Blanca. Sólo distintos.

-Y ¿cuál fue la clave para comprender esto?

-La unión temporal de las dos psiquis excitadas artificialmente, produjo una exploración mutua que, partiendo de las capas más superficiales, se dirigió a otras más secretas. Las construcciones arquitectónicas -por su complejidad- son rasgos que pertenecen a la etapa adulta y, por ende, a las capas más asequibles de la conciencia. Hacia adentro, los símbolos se complican: amebas aladas, elefantes verdes...

-¿Y lo otro?

25 El temor hizo vacilar su voz.

-Para el ser vivo, la muerte representa la negación de su más elemental instinto: el de supervivencia. Sólo frente a semejante temor y comparando ambas reacciones, pudimos establecer la esencia del comportamiento en un ser racional.

La mujer abandonó la cama y dio algunos pasos por la habitación.

-El experimento dio la respuesta, pero no brindó solución alguna.

-Buscábamos la causa y la encontramos. No volveremos a viajar juntos..., sin una preparación psicológica previa. Ahora tenemos suficiente material para el nuevo programa de entrenamiento.

Por toda respuesta, ella comenzó a recoger sus cosas.

-¿Puedo ver a Cloe?

-Sí. Está en la 15-2.

-Adiós.

La puerta se cerró tras ella y Raymond se dedicó a ordenar los papeles dispersos por la mesa. Diez minutos le bastaron para recoger varios gráficos, guardar las cintas y abrir los circuitos de los equipos aún encendidos.

-¿Te marchas? -la voz de Laszlo resonó a sus espaldas.

-Sí. Voy a dormir. ¿Y el jefe?

-Se marchó hace dos horas, después de examinar a Cloe.

-¿No viste a Blanca?

-Nos cruzamos cuando entramos en la habitación de Cloe.

-Iré con ellas hasta los dormitorios. Deben estar agotadas. ¿Vienes?

Caminaron en silencio. Las placas de las habitaciones se encendían automáticamente al pasar frente a cada puerta: 18-2, 17-2, 16-2, 15-2.

-El jefe me habló de someterlas a una terapia intensiva -dijo Raymond en un susurro, antes de empujar la puerta-. Y creo que tiene razón. No sé cuál seria mi estado mental después de encontrarme frente a frente con aquello que vi en la pantalla...

Abrió la puerta.

La enorme ameba alargó sus seudópodos y se abalanzó hacia él, desde el fondo de la habitación sin luz.

Raymond gritó y rodó por el suelo, al tropezar con una silla.

El súbito resplandor de la luz y la risa de Laszlo, transformaron su espanto en malhumor. Trabajosamente, apartó el mueble.

Frente a él, la imagen opaca de la proyección holográfica extendía inútilmente sus largos tentáculos.

Raymond se puso de pie y echó un vistazo a la habitación vacía.

-¡Demonio de mujer! -exclamó enojado.

26 -¿Cuál de las dos? -preguntó su amigo, que reía sin poder contenerse.

Daína Chaviano (1957, La Habana). Licenciada en Lengua y Literatura Inglesa, en la de La Habana. Ganó la primera convocatoria del Premio David para autores inéditos, en el género de ciencia-ficción, en 1979 con su libro Los mundos que amo. Poco después, en 1983, la autora publicó su segundo libro, Amoroso planeta. En 1986 se produjo la salida de su tercer libro: un volumen que reunía tres novelas cortas bajo el título Historias de hadas para adultos. En 1988 publicó su primera novela, Fábulas de una abuela extraterrestre, que sería publicada un año después en Alemania. En 1990 apareció El abrevadero de los dinosaurios. Poco después, Chaviano obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil La Edad de Oro, por su colección de relatos fantásticos País de dragones. La Academia de Artes de Berlín le otorgó el Premio Anna Seghers, en noviembre de 1990, por su novela Fábulas de una abuela extraterrestre. Durante los tres años siguientes, Chaviano trabajó para El New Herald como traductora y reportera, además de escribir una columna semanal para la sección Opiniones. En 1998, obtuvo el Premio Azorín de Novela con El hombre, la hembra y el hambre, publicada por Planeta ese año. En 1999 salió la segunda novela del ciclo, Casa de juegos (Planeta), En el 2000, Daína Chaviano aceptó la dirección de la revista Discover en Español. En febrero del 2001, se inauguró su sitio Web en http://www.dainachaviano.com. Dos meses después, Espasa Calpe publicó País de dragones (colección Espasa Juvenil), con ilustraciones de Constante (Rapi) Diego. Habían pasado diez años desde que ese libro fuera premiado en su país de origen. Poco después publicó Gata encerrada, la primera novela que escribiera para su serie La Habana Oculta, y La isla de los amores infinitos.

27 La más bella envoltura

Chely Lima

-¿Y es joven? ¿Puedo verlo? ¿En que cuarto lo pusieron? En el mío no, supongo. -Y se movía inquieta de un lado para otro, bajo la mirada severa de la madre. - Tiene los ojos claros, azulitos -dijo la hermana mayor, y en las pupilas de Alicia se condensaron dos chispas de oro viejo. -¡¿Quieren callarse las dos?! Parecen niñas... Las muchachas intercambiaron un gesto de resignación. Alicia se dedicó entonces por entero a seguir el diálogo entre su padre y el capitán Ramírez. Las voces llegaban nítidas desde el comedor. -Así que el hombre parece que no recuerda nada de nada... Ramírez entonaba como si no quisiera acabar nunca la frase, con un espeso rumor de cascada. -Eso mismo, compadre. Pero acabe de sentarse, póngase cómodo, que Eloína le trae enseguida un traguito de café. Hizo una seña, volviéndose hacia el interior de la cocina, y la madre salió l1evando un pozuelo de barro humeante sobre un platillo de porcelana blanca. Alicia se deslizó, más sigilosa que discretamente, hasta la puerta que unía las dos estancias. Vio con impaciencia como el capitán apuraba el líquido caliente, empinando exageradamente el codo. Se le veía empañado de pies a cabeza por el polvo rojizo de aquella zona; y llevaba terrones de fango seco, del mismo color, en el cerco de las botas. -Esta bueno eso… -exclamó, sin aclarar a qué se refería, mientras la mujer regresaba a su cubil donde et carbón crepitaba en tres fogones negros por el uso-. Pues yo, nada más hice llegar del pueblo; y viene el sargento y me cuenta que ustedes tenían por acá un tipo accidentado, y que no era de estos contornos. No me dio otro dato.

28 El padre carraspeó concienzudamente; y Alicia contuvo la respiración por un instante, para dejarse caer en una silla que estaba junto a la puerta de la sala. Sus dedos retorcían un papel de caramelo. -Mire, compadre, le voy a explicar bien como es la cosa, para que usted tenga elementos… "Usted sabe que yo me levanto con el sol. A esa hora ordeño y preparo el pienso de las gallinas, y hago cualquier otro trabajito que me caiga en la mano antes de salir para el sembrado. Pues hoy arranco camino del corral, por este lado de acá, y cuando voy andando levanto los ojos y veo una candelada del carijo por encima del platanal. Entonces me digo: coño, cómo es eso, y me mando a correr; y cuando llego... Bueno, la hierba estaba bastante chamuscada, y algunas matas del fongo, de las que tengo pegadas al trillo, como si ahí hubiera habido un fuego muy grande; pero nada más en ese pedacito de tierra. Todo muy raro, compadre. Y en medio del descampado, aquel hombre, como si lo hubieran tirado del mismísimo cielo. Me le acerqué con cuidado y después lo revisé, a ver si traía alguna herida, o si estaba muerto, figúrese usted. Pero nada de eso: respiraba lo más normal y se le cogía el pulso. Entonces, sin pensarlo dos veces, me lo eché al hombro y lo traje para acá; lo acostamos en mi cama, y entre Eloína y yo lo friccionamos por todas partes tratando de que reviviera... -Se detuvo a darle unas chupadas profundas al tabaco, y el capitán Ramírez aprovechó para acomodarse el cinto. Alicia se rascaba la nariz con verdadera saña-. Hasta que por fin conseguimos que hablara. Porque al principio abrió los ojos y ni un chícharo... pensamos que se había dado un golpe en la cabeza y que estaba trastornado; eso por la forma en que nos miraba y remiraba sin decir ni esta boca es mía, Eloína dijo que le daba mala espina, ya usted sabe como son las mujeres, y que teníamos que avisarle a la policía porque seguramente era un delincuente, o un infiltrado, quién sabe. Pero mire, compadre Ramírez, a mí me parece que el tipo es un pan y que no hay de qué tenerle miedo. Además, debe padecer de alguna enfermedad de aquí… -señalaba con el índice a una de sus sienes-. ¿Cómo se llama esa enfermedad en que la gente no se acuerda de quién es ni de dónde rayos cayó? Ramírez iba a responder con su inseparable carraspera. -¡Amnesia! –se apuró a decir Alicia, asomando medio cuerpo por la puerta del comedor. Se llama amnesia… Y fue como si hubiera pronunciado el nombre de una señora extranjera.

El hombre se quedó mirando como la mariposa rea1izaba toda una suerte de malabarismos entre los geranios. Alicia saltó, desde la hierba donde había estado acostada en un intento inútil de atraparla entre dos naranjos cargados de azahar. El insecto salió disparado y se hizo humo sobre las hojas y capullos blancos. . -¿Eso qué era? Es muy lindo. -Una mariposa. Ma-ri-po-sa. ¿Tampoco te acuerdas de las mariposas? El hizo un ademán de visible desaliento, y dejó que sus piernas se deslizaran por el costado de la piedra. Tenía ojos alargados, casi oblicuos, de color azul con imperceptibles manchitas violáceas que los hacían cambiar según e1 tiempo. Su boca, demasiado pálida en contraste con su piel; tenia extraños matices aceitunados, como de óxido de cobre. -El pelo -susurró ella, mirándolo extasiada-, parece que te lo tiñes. Es tan negro. .. A mí me gustaría teñírmelo, pero mami no me deja. Dice que soy muy joven todavía y que los tintes afectan la vista. Todo porque a una prima de nosotros, que es alérgica, le prohibieron que se pintara el pelo porque se puede quedar ciega. -Suspiró, y sus manos se desorientaron entre las diez del día que empezaban a abrirse al borde del cantero-. ¡Qué rabia me da que quieran imponerle cosas a uno! ¿A ti no? Hablas tan poco... Hay que sacarte las palabras con pinzas. ¿No te gusta hablar? Yo soy una cotorra. Mi hermana tampoco le da respiro a la lengua, pero papa dice que comparada conmigo es casi muda. -Se quedó un instante contemplando como él extendía brazos y piernas; parecía que se los estuviera descubriendo, o ensayando movimientos

29 nuevos o ajenos, inexplicables. Además, eran extremidades mucho mejor formadas que las de un gimnasta, mas finas y elegantes. Como de estatua antigua, de dios egipcio-. ¿De verdad que no recuerdas nada? ¿O es cuento tuyo para... no sé...? Ramírez viene todos los días a preguntar si te estás portando bien. Tiene miedo de que nos salgas virado. Quién sabe. -Lo estudió de medio lado, con sus ojos tintos en dulce fiebre-. ¡Es que eres tan distinto de todo el mundo! Y que sufras de amnesia no te da derecho a moverte de esa forma tan extraña. A veces a uno le da miedo. Además, tú no haces el menor esfuerzo por ganarte la confianza de la gen te. Es como si fueras un cachorro que se enfrenta por primera vez a la vida. ¿Qué me dices de esa comparación? ¿Consideras que es atrevida? -No -respondió él, mientras tocaba muy suavemente, con la yema de los dedos, el borde de 1as hojas de brujita con sus tallos a punto de parir. -Creo que te tienen preso aquí. Por lo menos hasta que se averigüe algo sobre tu pasado. Yo te aseguro que a mí no me molestas; al contrario, si me caes de lo más bien. Y yo, ¿qué te parezco? -Muy linda. -¿Muy linda? ¡Muy linda! Es lo único que sabes decir. Para ti todo es muy lindo. Hasta los cagajones de caballo… Oye: ¿tú no serás un marciano, un tipo de otro planeta que viene a reconocer la. Tierra para después invadirnos? Podían haber mandado a alguien con más experiencia. Pobrecito... Estoy abusando de ti. Mira, mejor vamos para la casa, que ya es hora del a1muerzo.

-Yo también le he cogido cariño. -Sí, cualquiera se da cuenta. Mira, Eloína, a mí en realidad me parece buen muchacho, y con esa enfermedad de la magnesia es como si se tratara de un niño que empieza a aprenderlo todo. No creo que pueda hacernos daño, y menos a las muchachas; pero quien quita que alguna de las dos se enamore y pase algo... Ni siquiera sabemos su nombre ni de qué familia viene, ni si es soltero, ni si es un espía de los degenerados esos del Norte... Todo puede ser, vieja. Ahora nunca se sabe; los tiempos están calientes. Es preferible mantenerse con la vista fija en los tres, y que no se alejen demasiado de la casa. -Cuando terminen las vacaciones y las niñas vuelvan a la beca, ya no habrá problema. -A lo mejor para esa fecha él ya no esté aquí. A veces da la impresión de que se va a ir volando como si estuviera hecho de humo. Mira, esta misma mañanita lo llevé al naranjal, y empecé a explicarle lo de los fungicidas; y él parecía de lo más interesado. Pero de pronto se echó a llorar; y yo le pregunté qué le pasaba; ¿y sabes lo que hizo…? Pues se sacó dos lagrimones con la punta de los dedos, se los puso en una mano, y me dijo sonreído de oreja a oreja: «Es muy lindo.» -Sin embargo -suspiró Eloína-, estoy segura de que no está loco. Y el médico lo advirtió: es su enfermedad. Quizá sufrió mucho en la vida. Yo me acuerdo cuando murió la vieja que en paz descanse, yo lo único que quería era olvidar, desaparecerme y después volver, cuando ya todo estuviera tranquilo y conforme dentro de mí. Es una reacción normal de la mente, el médico lo dijo. -Hum... Mujer, con la edad te me estás volviendo sabia.

Me llamo Ra, igual que el dios del Sol. Es muy lindo, muy lindo mi nombre. Alicia lo sacó de un libro de Historia Antigua. Porque yo me parezco al sol, dice, tengo luz por debajo de la piel, y me sale por los ojos, que son lo más vulnerable del cuerpo humano. Y tengo fuego adentro, aunque es un fuego manso como la vaca del corral, un fuego que calienta y no quema. Y a ella

30 le gusta sentirlo. Y a mi también me gusta ella, y su calor, que es más bien frío, y su olor, que huele como las orugas. No, como las orugas no, como las flores esas del potrero, amarillas igual que mi nombre: Ra. Ayer salimos temprano y fuimos caminando hasta el río. Es ancho el río. Y ella me dijo: podemos bañarnos desnudos, a mí no me da pudor. La gente debería andar desnuda por el mundo, y el mundo andaría desnudo por la gente y todo sería más lindo aún, y las gentes no se ocultarían las cosas y qué bien. Dijo. Eso dijo. Y yo me quité la ropa y ella se me quedó mirando con esos ojos tan lindos. Eres como un bebé, dijo, una te dice las cosas y te las crees enseguida. No se puede ni jugar contigo; anda, ponte la ropa antes de que pase alguien por aquí y vaya con el chisme. Papá nos mata, que él no anda creyendo en cuentos con eso de la moral. ¿Y qué es la moral?, le pregunté. Y ella me dijo: mira, más fácil te explico la teoría de los números complejos. Pero qué cosa es la moral que no lo deja a uno bañarse desnudo en el río. ¿Se toca, se come, puede comerse como el pan…? Ni siquiera eso, hijo, contestó Alicia con su voz tan linda. Es tan lindo todo. La moral, sin embargo, no creo que me gustaría mucho si pudiera encontrarme con ella cara a cara.

Alicia se metió debajo de la sabana con olor a almidón recién planchado, tibiecita. -Hace progresos rapidísimo. Lo comprende todo, lo habla todo. Y qué preguntas tan difíciles; habría que buscarles respuestas en libros especializados… La hermana mayor se acomodó a su vez en la cama de enfrente. Los espejuelos se le habían ido corriendo por sobre la nariz. -Oye, Alicia, estoy segura de que le agradas mucho más que yo. ¿Y tú? ¿No te irás a enamorar, verdad? -Muchacha, ¿Tú eres boba? Si ni siquiera se sabe todavía de donde cayó. A lo mejor es un asesino o un prófugo de la . O un agente de los yanquis. . -No seas novelera. Ese acabó de nacer cuando papi lo recogió en el platanar. Tienen que haberle dado un trancazo terrible en el güiro para que se olvidara hasta de su idioma. -Hizo una transición violenta después de apagar la lamparita y acomodarse entre dos almohadas-. Para mí que ese tipo embruja a la gente. Debe de tener algo muy especial como un fluido que le sale por los ojos y que hipnotiza. Pero es tan sutil que los bobos no se dan cuenta. A ti, no hace falta que lo confieses, te tiene mareada. Y hasta a mami y papi... Figúrate que papi metió la mano en la candela por él para que lo dejaran recuperarse aquí en la finca... Oye, ¿de dónde le sacaste ese nombre tan picúo? -No es picúo nada. Así le llamaban los egipcios al dios del Sol. Parece mentira que no lo sepas, si lo estudiamos juntas. Además, a él le encantó. Peor es que no tenga ninguno. -Al principio ni falta que le hacía. Era tan complicado comunicarse con él. Ahora ya se ha humanizado bastante. No llora o ríe por cualquier motivo. --Suspiro de Alicia, y el chirrido incesante de las chicharras en el exterior; y el fresco lancinante de invierno que entraba a raudales por las ventanas abiertas sobre el mazo de adelfas. Estás cogida, mi hermana, cogida… -No seas guanaja. -A mí sí que no me puedes tupir. Ahora falta que él te corresponda.

Ra anduvo despacio hasta el borde del farallón. Sol, padre mío, dijo, estoy muy triste. Ya conozco la tristeza. Quizá sea otro sentimiento semejante a la tristeza y no precisamente la tristeza; pero algo es algo. Supongo que hay fuerzas ma1ignas y du1ces dentro de mi pecho. Las malignas serán como el cuchillo que me cortó un dedo esta mañana; y las du1ces, muy similares a la voz de Alicia que es lo más du1ce que he podido conocer, Estoy entre ellos, es verdad. ¿Y que hago yo entre ellos? ¿Quién me trajo hasta aquí; y con cuales objetivos? Consumo libros y libros buscando una respuesta a mi angustia, y cada vez me complico más, por dentro y por fuera, y cada vez me siento mas firme dentro de este pellejo y estos huesos. Pero tengo

31 sospechas… Un fuego interior me quema. ¿Podrás oírme? ¿Tendrás oídos igual que yo, desde allá arriba? Escucha: Hoy por la mañana, en un tronco seco junto al camino, vi un animalito semejante a la lagartija, pero mucho más grande. Después supe que se llamaba iguana. Era chata y gruesa, con la cabeza puntiaguda y una especie de cresta distinta a la de gallos y gallinas. Me di un susto tremendo, no me explico por qué. Eso es el instinto, ¿verdad? Pues entonces, por pura curiosidad, me fui acercando, y ella me miraba rígida con el lado derecho de la cara. Yo soy Ra, le dije, Ra, dios del Sol que vino a cultivar la tierra junto con los seres humanos. Soy egipcio, mi edad se remonta más allá de los siglos. Le dije, inconscientemente, o porque me lo dictaba una voz superior desde allá adentro, una voz que no era solo mía. Y el lagarto me seguía observando con su ojo inmóvil como de piedra dura. Entonces extendí el brazo para tocarlo, y quedé sorprendido porque mi mano ya no era mi mano de siempre, sino una rama fina y oscura semejante a una pata, a una pata... ¡de iguana! Miré con espanto mi brazo todo, que nacía así deformado desde el hombro y no era inmaterial como en los sueños, sino tocable, justo una extremidad informe y objetiva. Estoy loco, pensé, o he perdido otra vez la memoria, me he apartado de nuevo de los seres como yo, otra vez el mismo cuento, pensé. Y después vi aterrorizado al animal: ¡mi pata era igual a la suya! Yo tenía patas de iguana; yo lo estaba co- piando sin querer con mi propia materia, con todo mi cuerpo. Entonces me eché a correr. Y aquí estoy, frente a tu trono, en esta loma desde donde se puede ver la casa de Alicia y la gente que amo. Porque, ¿sabes?, he reconocido en mí el amor. Y es lindo, muy lindo el amor…

-Mira, Ra, ya esta bueno de boberías, eh. ¿Qué locura es esa de que tú no eres un ser humano como los demás? Parece cosa de pelicu1ita de aventuras como las que ponen en el televisor. -El padre estaba desconcertado y a la vez furioso; le daba unas chupadas asesinas al tabaco mal torcido, enorme. Los ojos se le llenaban de humo. Yo puedo entender que estás enfermo, que padeces de... amnesia, y que todo para ti es como un potrero de otra finca; el médico te atiende y nosotros hacemos lo que podemos, ¿no es así? Dime: ¿Tienes alguna queja de las niñas, o de nosotros? ¿Alguien de por aquí se ha metido contigo? Dime… Dime y lo arreglamos. -No señor, no. Pero yo quiero explicarle… -Vamos, Ra -le dio una palmadita en el muslo, alargando e1 brazo fibroso desde su taburete, te has pasado el día correteando par ahí como un niño, debes de estar cansado. Mejor te das un baño de agua caliente y te tiras en la cama hasta mañana, para que se te vayan las nubes de la cabeza. -Usted no entiende. Soy un monstruo, o por lo menos algo que..., algo que... Fíjese: puedo adoptar la forma que mi cuerpo escoja; el cuerpo solo, sin mi permiso, nada más de que me ponga a mirar un animal cualquiera con un poco de atención. Ya lo tengo comprobado, y no le hago una demostración ahora porque no sé como manejar eso. Hay algo dentro de mí que da la orden. Así, ¡pácata!, y me convierto en cualquier bicho viviente: un chipojo, un perro, una rata... ¿Por qué no me cree? -¡Basta! Yo sí estoy en mis cabales, y nunca he padecido de magnesia ni de nada que tenga que ver con el entendimiento. Oye, muchacho, te lo perdono, repito, porque estás enfermo; pero las canas no me han salido de gratis, y si una cosa debe saber uno es respetar las canas. Así que no me hagas perder la paciencia. Tú sabes que aquí te queremos, y que si vas a casarte con Alicia y a trabajar en la finca, es porque todos confiamos en ti y en tu mejoría… -¡Yo no puedo casarme con Alicia! -¿Por qué? -dejó caer el tabaco, y los cachetes rollizos le temblaron-. ¿Te arrepentiste? ¿Ya no la quieres para mujer? -Sí la quiero pero... Ya se lo dije: soy una bestia, no sé quién soy, y no tengo derecho a

32 juntarme con una muchacha como ella. Sería terrible que un día de estos descubriera que su marido se ha convertido en un caballo o un murciélago. Ni siquiera sé por que fue esta la primera envoltura que escogió mi materia; debo de haber venido de un planeta donde los habitantes no tienen figura propia, sino la que copian por selección natural, lo que aquí correspondería a1 desarrollo de las especies durante la evolución... -parecía hablar consigo mismo; por los ojos alargados le pasaban nubes de una oscura luz-. En fin..., algo, algo paralelo a la teoría de Darwin que estudie hace poco… -Oiga, jovencito, déjese de dargüines y porquerías de esas y vaya a darse un baño que le raspe la cáscara. –Se puso en pie de un salto-. ¡Eloína, Eloína! Ven acá, mujer, a ver si tú puedes con él, porque lo que soy yo no aguanto mas sandeces. Tócale la frente, a lo mejor está volado en fiebre y hay que salir corriendo con él para el pueblo…

Alicia lloraba tendida bocabajo en la hierba. Ra retiró las manos que tenia puestas desde hacia un rato en los hombros de ella, con una vehemencia propia del miedo. Miedo de sí. Se puso a contemplar sus extremidades, reciamente humanas y reciamente bellas dentro de aquella apariencia, como si la envoltura hubiese sido elegida entre miles de envolturas servibles como la de mayor calidad, la más pura. El también lloraba, silenciosamente. -...Tú debes de estar perturbado, Ra, eso es lo que pasa. Pero yo te quiero de todas maneras -se tragaba las lágrimas a sorbos largos-, tú lo sabes que te quiero. Así como seas; aunque tuvieras cara de mono y patas de araña. Lo que me importa es que seas tú, Ra, tú... Por entre las briznas de hierba se iba escurriendo el rocío; el resplandor del sol sacaba brillos metálicos de los alhelíes rojos, anaranjados, blancos como minúsculos copos de espuma compacta. Ra se incorporó cansadamente y la miró con una mezcla de lástima y ternura desde el escorzo. La sentía pequeña y frágil y lejana, componente de un mundo distinto al suyo y al que quizá él no tuviera derecho alguno. -Tengo que pensar -dijo. -Pero, ¿tú vas a casarte conmigo, verdad? –murmuró ella, incorporándose, y sus tobillos se difuminaban entre el verde; él la miraba fijo con sus ojos humanos de puntitos violáceos. -No sé, Alicia. .. Ojalá. Se alejó por el trillo ancho, camino al farallón que ahora era su rincón de meditar, buscándose en sí mismo. Desde aquel apartado, oculto tras el sao y el marabú que se enredaba formando sugerentes marañas, podía sentirse a solas con su yo más profundo y con el sol. Andaba despacio, los brazos despegados de las caderas y su rente recogía el azul como un prisma o una lente convexa. Empezó a hablar entre dientes, y las frases se hicieron cada vez más inteligibles entre el murmullo de los pájaros y un ruido sugerente de arroyo, manando intermi- nable. Al tiempo que el terreno se iba haciendo pálido y reseco y pedregoso, él aceleraba el paso; hasta llegar casi corriendo frente al paisaje único que conocía y recordaba: la casa abajo, mitad de tablas mitad mampostería, con su gallinero y su mata de mango, con su jardín y los taburetes clásicos en el portal; mas allá una carreta, la falda serpeante de las lomas, la tierra dividida en parcelas de simetría humana, verdeadas por la mano del hombre, regadas por las manos del hombre... Con miedo vio que una bandada de torcazas se levantaba del yerbajo y se tapó los ojos rápidamente. Mientras el grupo no fue una mancha de puntos que se iba dispersando en el aire, los mantuvo tapados. Después se aseguró, palpándoselos, de que sus brazos eran brazos aún y no alas cobrizas dispuestas al vuelo.

33 Se sentó sobre una piedra, Sudaba humanamente, a cántaros. Sus palabras se hicieron audib1es, elevándose por encima de la tarde, nítidas; y desafiaron mordiéndose unas a otras: -Di tú, padre Sol: -¿tengo derecho? ¿Ahora que puedo amar como ellos, como…, como nosotros? ¿Eso me da derecho? Y e1 viento del norte fue bajando suave, fundiéndose con la voz en una racha sola.

Chely Lima (1957, Güira de Melena, Cuba). Narradora, poetisa y dramaturga. Guionista de televisión y cine. En 1980 obtuvo el Premio David de Cuento con el libro Monólogo con lluvia y el Premio 13 de Marzo de poesía con la obra Tiempo nuestro. En 1983 publicó Espacio abierto, un libro de cuentos de ciencia ficción escrito a dos manos con Alberto Serret. Poco después salió su novela Brujas. En 1985, ganó el premio nacional Ismaelillo por la novela juvenil de ciencia ficción Umbra, aún inédita. Es autora de un total de 21 libros, que incluyen novelas, cuentos, poesía, y literatura para niños, publicados en Cuba, México, Colombia, Venezuela y Ecuador, entre ellos las novelas Confesiones nocturnas y Triángulos mágicos (ambas por Planeta‐México, 1994). Sus monólogos y obras teatrales para adultos y público infantil han sido puestos en escena en Cuba y Ecuador. Tiene en su haber los textos de una ópera rock y una cantata, Violente y Señor de la Alborada, escritos en colaboración con Alberto Serret, representadas en el Teatro Nacional de Cuba entre 1987 y 1990.

34 ADAPTACION

Ileana Vicente

-¿Ya presentaste el RD-3? Preguntó Fefita, mientras acomodaba su voluminoso cuerpo en dos sillas de hierro. Frente a ella, en la mesa despintada, Anaeli la miró con odio, rectificó la expresión, y dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas mofletudas. Otra gorda completaba el trío, sentada en el sofá que crujía a cada movimiento suyo. -Anaeli, ¿cuándo aprenderás a expresar las emociones? -¿No es ninguna de éstas? -preguntó a su vez la interpelada, sacando un minúsculo pañuelito del seno prominente para secarse el rostro de labios abultados y nariz respingona. -No, debes utilizar esta -Fefita puso una expresión de asombro tan pronunciada, que Lilina comenzó a agitarse en el sofá acompañada de chillidos espasmódicos-. Aprende a utilizar el sistema de señales de este planeta, esa se llama risa, y expresa alegría. -¿Y por qué se alegran?, ¿por haberme equivocado? -hundió el rostro entre sus manos re- gordetas-. ¡Nunca aprenderé! ¡No podré adaptarme a estas costumbres! -su figura se desvaneció un tanto. Fefita dio un golpe en la mesa y exclamó: -¡No te desanimes! Has logrado muchísimo -los contornos de Anaeli se hicieron nítidos nuevamente-, hace apenas un mes terral, tu nave volvió al primer planeta y ya tienes un cuerpo de densidad casi uno, semejante al de 105 nativos. Lilina intervino alentadora, gesticulando exageradamente: -Sabes hacer señales fónicas entendibles, y disimulas bastante bien la molestia de las ondas de radio que caen sobre ti continuamente impidiendo la comunicación mental. -Pero no domino los sentimientos, ni las costumbres sociales, ni los gestos... -sus rasgos se hacían más tenues-. Apenas logro concentrarme lo suficiente para mantener la densidad. - Todo no se logra de momento. .. ¿A dónde vas, Lilina? -A buscar azúcar para hacerle su documento. Con gran trabajo fue corriéndose hasta el borde del sofá, se levantó, y avanzó contoneándose involuntariamente hasta la cocina, sus gruesas piernas no le permitían un movimiento menos ondulante. -Fefita, ¿el RD-3 se come?

35 -No, es una planilla para legalizar tu presencia en esta casa. Si quieres ayudar, enchufa ese tomacorriente y coge los extremos del cable, ¡sin que se toquen!.. Bien..., .ahora quítale la envoltura de polímeros al metal. -Siento un cosquilleo en los dedos.-dijo Anaeli mientras raspaba el alambre con la uña. Lilina regresó de la cocina cargada con una bandeja y la azucarera, y le explicó. -Son los electrones al pasar del cable a tu mano, no demores, pudiera desnaturalizarte algunas proteínas; esa es la forma empleada en este planeta para trasmitir energía. Fefita le preguntó: -¿Necesitas agua? -Solo un poco, de la atmósfera, no vale la pena levantarse a buscarla. Lilina abrió los brazos, y estos perdieron consistencia al difundirse por la sala, agrupando las moléculas de vapor de agua que saturaban el ambiente. Fefita esparció el azúcar en !a bandeja dibujando un cuadrilátero de las dimensiones aproximadas del documento. -Ahora humedécela poco a poco. .. Así... -colocó en la bandeja uno de los extremos libres del cable y sujetó el otro entre los dientes, soplaba a intervalos y hacía fluir los electrones a voluntad para lograr la polimerización adecuada del azúcar. Una hoja de celulosa se formó despacio. Anaeli observaba atentamente con la expresión del más completo aburrimiento. -¿No te interesa como hacerlo? -Sí, mucho. -Pues entonces cambia esa cara. -Yo... -No te preocupes, Anaeli -opinó Lilina-. Si de verdad no eres capaz de aprenderte las expresiones, no utilices ninguna, quédate impasible. -propuso Fefita mientras le daba los últimos toques a la planilla: -Pudiera tener semiparálisis facial. -Estoy segura de que olvidaría cual de las dos mitades es la inmóvil. Es mejor mantener la de aburrimiento, y si esta en un grupo, imitar la de la mayoría. -Yo no voy a poder rodearme de ningún grupo, yo. . . -Toma -Fefita le alcanzó la planilla convenientemente llena-. Cuando conozcas a los terrícolas, te darás cuenta de su indiferencia, lo que les interesa es oír opiniones agradables de ellos mismos; si lo haces con discreción tendrás amigos y quizás -miro a Lilina y le guiñó un ojo-, hasta te cases. El sofá volvió a crujir peligrosamente cuando Lilina se desternilló de risa. -¡Es lo más cómico de la vida! -sus manos regordetas se agitaban. Anaeli las observaba con una expresión indefinida, deseaba adaptarse completamente, como si hubiera nacido en el tercer planeta; pero Lilina y Fefita solo buscaban recopilar información. Su identificación era aparente y el mayor anhelo de ambas era regresar al primer planeta. Tomó la planilla y la dobló cuidadosamente. -Eso es -dijo Fefita-, vas aprendiendo, estos papeles no deben estar nuevos; han debido pasar antes por varias manos. Si vienen a preguntarte algo, invéntales un dolor de cabeza; mas tarde conocerás a los vecinos, ¿vamos. Lilina? El sofá quedó al fin silencioso cuando la descomunal gorda logró ponerse en pie arrollando la mesa con las sillas. -Deja de hacer ruido, ¿no pudieras concentrarte un poco más?

36 -Tú sabes cual era mi tamaño allá. ¿Hasta dónde piensas que puedo comprimirme? Anaeli se asomó por la puerta, abierta a un portalito descuidado y agitó la mano un poco erráticamente, viéndolas alejarse a pasitos cortos y oscilantes. Entró.

En el pequeño portal, cuidadosamente arreglado con vasos plásticos donde crecían los cactus, Anaeli se inclinaba sobre los tallos verdes observando la fotosíntesis con admiración. Le encantaba observar el proceso de oxidación de la clorofila, y el abrir y cerrar de los estomas durante la respiración. Una voz infantil sonó cerca de ella. -¡Oiga! Levantó la mirada y se enfrentó a un amasijo de células cubiertas de cráteres donde sobresalían unos tubos oscilantes. Enfocó la visión correctamente y pudo .reconocer al hijo del vecino de los altos. -Dice mi mama que hoy tiene reunión del Comité. -¡Gracias, Raulito! -cuando terminó la frase el niño ya no estaba. "Qué precisión en la información, nada de digresiones inútiles. Y cuanta vitalidad en sus movimientos. Lástima que se les estropee el mecanismo de respuesta con el desarrollo." -¡Buenos días! La voz de Félix la hizo regresar de sus pensamientos. -¿Qué tal?, ¿y tu novia? El joven estudiante se detuvo y le contestó serio. -Acabo de pelearme con Lorna y no sé qué pasará después. No lo sé -se detuvo buscando comprensión, pero la figura voluminosa y los ojitos perdidos tras las gafas le parecieron incapaces de juzgar con inteligencia; agitó una mano y siguió su camino. -Yo creo que... -¡Hasta luego, señora!, tengo que estudiar. No se preocupe. "Ese es el primer síntoma del deterioro en el juicio, pensó Anaeli, asociar la figura al pen- samiento. Si quiero ganarme la confianza y el cariño, debo adelgazar." Abrió la puerta con ademán resuelto. "Buscaré entre mis vecinos alguna dieta efectiva." Entró.

El timbre de la puerta-sonaba insistentemente. Al fin abrió. -Por favor, ¿Anaeli se encuentra? -Fefita, ¡Soy yo! -la risa alegre de la joven trigueña y delgada sacó a la gorda de su asombro-. Entra, que tú no puedes estar mucho tiempo de pie. Ven, siéntate; estas sillas de hierro te aguantarán bien. Deja de mirarme y cuéntame de Lilina, ¿pudo hacer el viaje? Sin responder a su pregunta Fefita exclamó. -¿Qué te ha pasado? ¿Por que has perdido tantas cadenas de ácidos grasos? ¿Encontraste otro sistema de guardar información?, ¿tal vez subatómico en vez de molecular?.. -Nada -la interrumpió-, decidí adaptarme completamente a este mundo y con tanto volumen era un estorbo para todos. Utilicé métodos de acupuntura, dietas especiales, ejercicios; y centré mi voluntad en la concentración.

37 -¿Y botaste el material informativo? -¿Quieres el té sin azúcar? - Tres cucharadas. . . -Pues yo, ni gota -Anaeli se movía de la cocina a la mesa un poco nerviosa, no sabia si explicarle a Fefita la verdad, pues si el método se generalizaba, sus congéneres dejarían de ser fácilmente identificados-. ¿Supiste algo de Lilina? La expresión de la gorda se ensombreció. -Ya no viajará más. . . -y le contó-. En los últimos meses no habían ido a visitarla porque estaban construyendo la nave en la azotea donde habitaban. Por la noche fabricaban los com- ponentes y los disimulaban entre los tanques de agua, las antenas de televisión, y dentro de los tragantes y desaguaderos. La tenían terminada, sólo faltaba esperar la conjunción con Mercurio y ensamblarla..., cuando en eso, anunciaron un plan tareco por el CDR. Imagínate, iban a limpiarlo todo al día siguiente. Lilina no tuvo más remedio que salir esa misma noche -terminó de tomar el te y continuó la narración-. Hicimos los cálculos y salió en dirección Norte, cuidando no chocar con la estación orbital soviética, cuando..., quién te dice a ti que estando arriba de los americanos se da cuenta que hay una cucaracha a bordo. -¡No! -¡Sí! -Entonces. . . -Anaeli, verdaderamente angustiada, podía anticipar el final. -Sí, destruyó la nave antes de dar el salto por el Aleph. -Fue lo más sensato. -Era su vida o la de nuestro planeta –suspiró-, se sacrificó por todos. Si esos seres súper resistentes mercurizan, dominan el planeta. A este lo tienen prácticamente invadido. Se quedaron calladas unos minutos, recordando a Lilina y su sacrificio. -Solo una computadora de la Tierra registró la explosión. Por cierto, estuvo a punto de provocar una guerra nuclear; pero como fue un solo reporte, pensaron en una falla técnica. Fefita miro la taza vacía y se la extendió-. Si no te es molestia, dame un poquito más -y añadió, cuando Anaeli entraba en la cocina, -recuerda, tres cucharadas con loma. Bebieron la segunda taza en silencio. De repente, Fefita observó. -Veo que te has dejado crecer el pelo. Anaeli se volvió sorprendida, conociendo la inteligencia de su coplanetánea, no le cabían dudas: sospechaba algo. -Sí, me queda mejor. -Y además, puedes ir guardándolo sin grandes gastos -se señaló el vientre-, esta grasa serla muy difícil de conservar, ¿eh?, ¿cómo lo descubriste? Resignada, la joven le explicó. -Estuve leyendo libros donde se describen los componentes de todos los organismos, y me di cuenta que las células muertas del pelo eran un buen material para almacenar información, no afectaba la estética y podía guardarse sin problemas de echarse a perder. Fefita la miró indecisa, y al fin le preguntó: -¿Qué pensarías si los nuestros decidieran establecerse aquí? -Pero eso no es posible, ya hay otras inteligencias modificando el ambiente. Están bien las visitas pero no el éxodo. -Allá no las van a considerar verdaderas inteligencias. Creerán en un instinto organizado y nada mas.

38 -Pero… ¿Y los logros de la cultura? ¿Y el arte? -Eso es muy discutible. Además, nosotros sí somos desarrollados pues no nos destruimos mutuamente; aprovecharemos mejor las condiciones de vida de este lugar. -Pero ellos evolucionaron aquí, son producto de este suelo. Fefita levantó la mano con gesto autoritario. -Pareces muy bien acoplada a las formas de vida terrestre -sus ojillos perdidos tras los gruesos parpados la miraban con ironía-. ¿Tú defenderías esta subcultura? -No es subcultura, sino otro sistema de referencia. -Entonces no hay más que hablar -la interrumpió. Anaeli jugaba con la cucharita, le daba vueltas entre los dedos buscando nuevos argumentos. La gorda se levantó con torpeza. -Hoy mismo me voy, solo quería saber si vendrías conmigo -al no recibir respuesta continuó-; a ti no te haremos daño, pero es inútil que trates de defenderlos. -Sí, claro -se levantó y la acompañó hasta la puerta-, ¿no te habrá influido en esta decisión el accidente de Lilina? -No, ella llevaba toda la información recopilada en este tiempo, imprescindible para poder regresar sin problemas; nuestros canales de comunicación están bloqueados por el exceso de radioemisión del planeta -la miró, pero Anaeli tenía la vista fija en el suelo-. No saldré hasta las ocho; estoy mirando las Aventuras y parece que el capítulo de hoy va a estar bueno. Abrió la puerta y salió. Anaeli se paseaba indecisa por la casa, se asomó al portal y observó como los vecinos llegaban a sus hogares, como se iban encendiendo las luces de la calle. Se pasó una mano por los ojos. -¡Adiós, señora! -le dijo al pasar, un bólido con pañoleta. -¡Adiós. Raulito! Se decidió. Entró en la casa y salió a los pocos minutos con paso largo y rápido, debía llegar antes de la salida de Fefita. Dentro de la jaba llevaba un aparato atomizador mata-mosquitos, lleno de líquido desintegrador.

Ileana Vicente Armenteros (C. de La Habana 1946) Graduada de licenciatura en Ciencias Químicas, y Doctora en Ciencia y Tecnología de los Alimentos por la U.P. de Valencia. Graduada del curso para escritores de Radio y TV. Es fundadora del taller literario "Oscar Hurtado", obtuvo premio de narrativa del municipio Plaza. Ha publicado cuentos y poemas en la revistas Unión", Juventud Técnica y Energía y tú así como en los libros: Cuentos cubanos de ciencia ficción, Recurso Extremo y Astronomía se escribe con g. Mención en concurso de humorismo del DDT y primer premio en el concurso "Marcos Behmaras" con guión para dibujo animado. Presentó el ensayo El amor en la CF en el I encuentro de literatura fantástica en la Casa de las Américas. Relación de publicaciones: "Poema sideral" (poema), revista Unión 3/82 "Primer Informe" (cuento), libro Cuentos Cubanos de Ciencia Ficción, de la Editorial Gente nueva, Colección Suspenso. "Dos historias" (cuento), revista Juventud Técnica Nº 199 (dic/84) "Proyecto de grado" (cuento), revista Juventud Técnica Nº 221 (ab/86) "Para un observador" (poema), revista Energía y tú Nº 8 (oct-dic/99) "Proyecto de grado" (cuento), libro Recurso Extremo, ed. Abril, (1988) "Adaptación" (cuento), libro Astronomía se escribe con G "Fuimos visitados" (cuento), Juventud Técnica

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Detrás de la puerta

Maria Felicia Vera

Diluvia. Algunos carros pasan y la l1uvia pega la ropa al cuerpo. Entra al fondo y lo primero que percibe es el penetrante olor a cedro húmedo. -Tal vez tengan un nylon que me proteja del agua. Llamare a esta puerta. Nadie responde. Va al fondo del pasillo, donde esta el elevador. Agarra el pomo de la puerta, tira de ella con fuerza y algo descomunal la empuja al vacío. Se disipa la niebla de los ojos. Levanta la cabeza y trata de encontrar la causa de su caída. Alguien está asomado en el primer piso. «¡Pero esa soy yo!» Da un brinco. Una avalancha de espejos rotos viene hacia ella. -¿Me quieren matar? -nadie responde-. «Tengo que salir de aquí» Le susurran al oído cosas incomprensibles. Nerviosa, busca a los lados pero no ve a nadie. Oye una canción lejana. «una ol1a bien repleta, una olla que te espera...» -¿Hay alguien aquí?-pregunta desesperada. Queda suspendida en el aire la última palabra. Una risa terrible le sacude por dentro. De nuevo la cancioncilla. «Una olla de madera, una olla que te espera. Si hay alguien, preguntas Estas tú, estás tú...» Siente algo ajeno en sus hombros. Un vaho caliente la recorre desde la cintura hasta la nuca; da un giro y de nuevo el espejo. La piel de la figura refleja, supura, se desmorona; los ojos carcomidos ruedan por el suelo. Las risas, el grito de ella, la cancioncilla, el goteo del agua, todo mezclado y ella tiembla; espera que todo sea un sueño. No quiere, no puede creer.

40 Abre los ojos y el viento le remueve el cabe11o. El mar se encuentra delante. Piensa frente al mar. Cuánto amor ante aquel muchacho. Comíamos naranjas y el dulce líquido rodaba por la piel. Luego el amor: ropas en los gajos de los árboles, tú y la tierra en mi espalda: El primer amor, la primera que tocas sin quemarte por completo las manos. .. Recordó muchas soledades..' Quiso volar, esconderse en las nubes y remontó el vuelo. . Le salieron plumas por todo el cuerpo y batía sus alas con todo el delirio de sus fuerzas. Junto a ella volaban miles de emplumados. -¡Todo tiene un límite!, ¿me oyen? Gime impotente, mira a las manos. Le pareció que no eran manos sino flores quemadas. Junto a ella la puerta: trata de abrirla, pero no cede. Miserable límite. Cayó de bruces en el suelo. Se abalanzó hacia la puerta varias veces. Coge la silla del rincón y la tira. ¡Se abre! Corre hacia ella, en el umbral ve un abismo. Tengo fuerzas; puedo salir. Que vengan mil espejos, no les temo. Se levanta decidida, agarra el pomo de la puerta, tira de ella y. . . En la calle la lluvia pega la ropa al cuerpo. -Oiga, joven, va a enfermar con esta lluvia -le dice un desconocido. -¿Y usted por qué se interesa? -pregunta esquiva. -La veo pálida. ¿La acompaño? -No, gracias. El extraño la sigue con el paraguas en alto. El agua empapa los cuerpos. Mas tarde, se pierden en una estrecha calle. Al otro día en la cama le molesta una pregunta. ¿Existió el sótano o fue un sueño? No lo pensó más. Tomó el ómnibus y fue al lugar donde pasó la noche anterior. Llegó a un parque lleno de niños que jugaban a los escondidos. Se sentó en un banco y sonrió. A sus espaldas, el hombre extraño con el paraguas en alto la observaba fijamente.

Maria Felicia Vera: Integrante del taller literario de ciencia ficción Julio Verne, de Playa. Con este cuento recibió el 2do. Premio de ciencia ficción de la revista JT en 1985. En 1989 obtuvo el premio compartido con Yoss del concurso David de ciencia ficción con su libro de cuentos El mago del futuro.

41 Fundación

OLGA FERNANDEZ

Krup no tenía memoria de su llegada a este planeta de bruscos amaneceres y praderas verdiazules. Al principio, el sol dispersó sus moléculas, pero a salvo del punzante calor en cavernas donde grabó la desmesura de su cabeza prisionera de la escafandra, aprendió a reptar por las húmedas paredes, a quedar suspendido en el techo escabroso y a caer, gota a gota, en ríos subterráneos de los que emergió para sobrevolar las cumbres. Pronto se acostumbró al aire limpio y oloroso, al mar espejeante, a la noche poblada de criaturas ubicuas. El mimetismo, su arma más segura, lo probó a las puertas de una ciudad amurallada y a nadie extrañó aquel peregrino de ojos melancólicos y lenguaje humilde que arrastraba una túnica descolorida por el aire abrasador del desierto. Allí atenuó el rigor del último verano con anchos canales de agua fresca, y sobre el techo de templos y palacios florecieron jardines que colorearon el cielo terso. Con su atuendo de venerable anciano tendió, sobre desfiladeros infranqueables, puentes de luz solo visibles para los pueblos condenados al nomadismo. Descubrió islas de onírica geografía, reinos de mujeres de alta talla cubiertas por un espeso vello con el que amamantaban a sus hijos durante cien días. Aldeas de pacíficos cazadores que se bañaban en surtidores de oro y caseríos cuyos habitantes taraceaban su cuerpo para ser semejantes a las bestias con las que convivían en gazaperas redondas enmascaradas por el follaje. No previó, en su trayecto por un océano de profundos remolinos, que encontraría una gran metrópoli rodeada de olas amenazantes. Efrén lo vio llegar en un bajel de quilla estrecha y mandó a que rindieran honores al navegante de tez lechosa y barba rojiza.

Con bombos y estandartes dieron a Krup la bienvenida, y una docena de guardias lo escoltaron hasta el de torres doradas. La ciudad se extendía en una fértil llanura limitada por la dócil ladera de una montaña, y sus viviendas de piedra demostraban gusto por el rojo, el negro y el blanco incandescentes de la plata.

42 Andras, la pitonisa, aseguró a Efrén desde niño, que su genealogía era mística. Que el tío Kalaff descendía de reyes y su madre, de dioses imperecederos. Por eso, siempre estuvo rodeado de ídolos atroces que perturbaban su sueño y guiaban su destino. Ahora que esgrimía el cetro del vasto imperio de guerreros, debía creer a la anciana de ojos erráticos que descansaba a su diestra. Debía creer su presagio de que el navegante traía la muerte bajo su túnica raída por las tempestades. El estallido de la montaña, la lluvia negra y ardiente, fueron los primeros indicios de que su reino se desvanecía. El agónico naufragio de la ciudad en el mar lodoso, el humo ensangrentado que acompañó su hundimiento en una tumba líquida, fue para Efrén la total revelación de su impotencia humana. Después del cataclismo, Krup condujo a los sobrevivientes hacia nuevas tierras. Transformado en materia ionizada los llenó de saber y dej6 su huella civilizadora en calendarios que perpe- tuaron la hecatombe; en tablillas que calculaban con exactitud los solsticios y equinoccios, las fases lunares, el curso de los puntos cardinales y la duración del año solar; en piedras escul- pidas con los seres del zodiaco, símbolos del enjambre de estrellas; en los gigantescos monolitos que entorpecían el paisaje uniforme de islas y paramos; en los libros sagrados que dieron fe de su presencia en este mundo. Efrén fue uno de aquellos hombres trasplantados por Krup, uno de aquellos a los que estigmatizó con su mandato fundador al transferirle su energía pensante abarcadora de todas 1as ciencias. En una nave capitana de otras difuminadas por el polvo de estrellas, arribó a la innumerable arena donde levantó túmulos funerarios dedicados a la eternidad y una híbrida figura que miraba a1 Oriente. Sobrecogidos por su poder, los nativos recibieron a Efrén como el «señor de más allá de los mares». Y como «guardián de la tierra» regada por un río limoso, le entregaron, entre rezos y aclamaciones, 1as insignias rituales de Faraón. Entonces, amortajado con vendas de lino y con el vientre harto de mirra y de otras sustancias aromáticas, tuvo que yacer en una cripta hermética; volar como un halc6n hasta permanecer quieto, titilante como un astro más; remar a la diestra de Ra por opalinas nebulosas; pasear por islas y esteros de la mano de Nut, la que saciaba la sed con sus pechos henchidos. En ocasiones salía al jardín y se posaba de ruiseñor, en las ramas altas, del sicómoro. Se entretenía en cultivar su huerto o en charlas con inmortales de igual rango que gozaban también de una vida opulenta. «La muerte tocará con su ala a aquel que moleste al Faraón», habían grabado los escribas en la tumba de alabastro compartida con los objetos familiares y los animales de su predilección. En ella esperaría Efrén la resurrección, con el cuerpo tenso y los ojos de obsidiana atentos al devenir. Como un cometa vieron descender a Krup con su túnica de fuego. Y todos festejaron con un furor de siglos la vuelta del osado Axahualt. Una cicatriz violácea y abultada era lo único que lo diferenciaba de los habitantes del altiplano. Un tajo preciso y tirante, que distendía la mejilla del hombrecito de cabeza desproporcionada y ojos redondos carentes de párpados. Venía del silencio rumoroso y poblado de otras latitudes, de la amenaza verosímil de indetenibles guerras que traían penalidades jamás conocidas en su galaxia. A horcajadas sobre la cima del tiempo, había revelado eras imaginarias y reales, coordenadas de mitos y de historia que establecían idéntico origen y parecido destino entre pueblos distantes. Finalmente, había erigido sobre la superficie del planeta, monumentos de orientación para incursiones venideras. Pero no estaba satisfecho. En su estancia de milenios, tantos, que sus vestiduras mutantes apenas cubrían su cuerpo maltrecho, había sentido el viento helado de la soledad y la mordedura de la incomprensión

43 dejaría su huella en su rostro sin edad. Y casi de vuelta a su planeta, se encontraba con el valle fecundo de quienes lo llamaban Axahualt, de quienes imitaban sus gestos y su voz antigua. Por eso, a ellos enseñó el secreto de la agricultura, a trabajar la serrana lana y e1 algodón costero. El arte de levantar puentes y terrazas de piedras con junturas imperceptibles al ojo humano y la urgencia por los templos y las fortificaciones que dominaban la ciudad y las avenidas serpenteantes por selvas y farallones. Y Krup se vio representado en tapices y brocados, en vasijas panzudas como dios felino o sierpe bicéfala. Igual que al cóndor y al buitre, rindieron pleitesía al venerado Axahualt que tenía la fuerza de la juventud y la melancolía de la vejez. Porque era de joven, el ímpetu conque ascendía la meseta para trazar en la tierra ferrosa espirales y triángulos, orcas y colibríes, constelaciones, hombres voladores y otras formas caprichosas pensadas por él y ejecutadas por una multitud de personas obesas y amarillentas. Y de viejo, pasar las noches en su contemplando los giros del universo y esa pesadumbre por la beligerancia arraigada en el imperio por los que se hacían llamar degolladores y lucían con júbilo las cabezas -trofeos de sus víctimas. Con la prisa del aborrecimiento, e1 inefable Axahualt conc1uyó el extenso mapa en la e1evada p1anicie, dotó de vida a !as señales que serían captadas por sus congéneres a nueve millones de años luz, y se sentó a esperar. Durante diez lunas, se oyeron las trompetas de barro y los tambores con vencejos. Los quenistas funerarios también despedían al dios amodorrado por el vendaval de cantos y liturgias. Y cuando bajó la nave, una luminaria trémula de fieros artificios, se hizo visible, en el punto de unión de la luz y la sombra, el verdadero Krup: una híbrida figura semejante a la esfinge levantada par Efrén, el Faraón que en ese instante resucitaba para continuar su obra.

Tomado de la Revista Letras Cubanas (Octubre/Diciembre 1987)

Olga Fernández (Las Villas, 1943) Ha recibido en varias ocasiones premios y menciones en los concursos “La Edad de Oro” e “Ismaelillo” en literatura infantil. Practica también el periodismo y la investigación histórica. Entre sus títulos publicados están: A pura guitarra y tambor, Los frutos de un mañana, Cuba a simple vista y la antología La mujer y el sentido del humor.

44 CIENCIA FICCIÓN FEMINISTA

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La ciencia ficción feminista es un subgénero de la ciencia ficción que se centra en el análisis del papel de la mujer en nuestro mundo, proponiendo utopías o distopias que reflexionan sobre nuevos modelos de sociedad mediante la creación de situaciones ficticias. Se plantean hipótesis sobre cómo la sociedad asigna roles de género, de qué manera el papel reproductivo de la mujer influye en su posición, y la desigualdad entre el poder personal y político del hombre y la mujer.

Dentro del género de las utopías, aparecen sociedades en las que hombres y mujeres han logrado la igualdad, o mundos dominados por las mujeres, o únicamente habitados por mujeres. Las distopías plantean mundos en los que las diferencias de género están intensificadas, subrayando la necesidad de continuar el trabajo de las feministas. Si bien las sociedades dominadas por las mujeres entrarían más bien dentro de lo hembrista, y muchas distopías son precisamente una visión pesimista de un mundo dominado por el machismo, se usa este subgénero para hablar de cuantas novelas de ciencia ficción reflexionan de uno u otro modo sobre los roles de género de la mujer.

[1] Según Gary Westfahl:

ʺLa ciencia ficción y la fantasía sirven como vehículos importantes al feminismo, concretamente como puentes entre la teoría y la práctica. Ningún otro género invita tan activamente a crear recreaciones de las metas finales del feminismo: mundos libres de sexismo, mundos en los que las contribuciones de la mujer (a la ciencia) sean reconocidos y valorados, en los que se reconozca la diversidad del deseo y la sexualidad femenina, y mundos que se muevan más allá del género.ʺ[2]

45 Literatura

Aunque Mary Shelley, con su Frankenstein (publicado en 1818), es frecuentemente considerada como la primera autora moderna de ciencia ficción,[3] es cierto que el número de mujeres escritoras de ciencia ficción durante el siglo XX fue minoritario. El papel de la mujer en la ciencia ficción quedó relegado generalmente al de compañera de los protagonistas masculinos, o figura eróticamente perversa. Esto puede deberse a la tradición del género pulp en los años 1920‐30, en los que se hacía un retrato exagerado de la masculinidad, y la visión de las mujeres era fundamentalmente sexista.[4] En los años 60 la ciencia ficción tomó un rumbo distinto, combinando el sensacionalismo existente hasta el momento con una crítica social basada en la especulación tecnológica y la política. Con el auge del feminismo, el cuestionarse los papeles tradicionales de la mujer se convirtió en un juego practicado de este ʺgénero subversivo, abierto de mirasʺ[5]

Dos obras tempranas fueron La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin (1969) y El hombre hembra de Joanna Russ (1970). Sirven para poner de manifiesto el carácter socialmente artificial de los roles de género, creando utopías que se deshacen de esta carga ideando sociedades sin género.[6] El cuento de la criada, de Margaret Atwood, o Lengua materna, de Suzette Haden hablan de una fantasía distópica en la que la mujer ha sido despojada de toda libertad, como llamamiento a la necesaria labor del feminismo.[7] Octavia Butler plantea complicadas preguntas sobre la naturaleza de la raza y el género en su libro Kindred (1979). Esta forma literaria no está limitada al feminismo occidental. El sueño de la Sultana, retratando una purdah con los géneros invertidos, un mundo futurista y alternativo, fue publicada en 1905 por la bengalí feminista musulmana Roquia Sakhawat Hussain.

La ciencia ficción feminista se usa algunas veces a nivel universitario para hablar del papel de la sociedad en la construcción de los roles de género.[8] Más frecuentemente el papel de la ciencia ficción feminista es el de plantearse preguntas que nos lleven a examinar las convenciones de instituciones sociales como la maternidad, la femineidad y la estructura de poder del mundo en el que vivimos.

Ejemplos en prosa

• El hombre hembra (escrita en 1970, publicada en 1975) de Joanna Russ: Historia contada desde el punto de vista de cuatro mujeres de la Tierra, cada una en un universo paralelo. La primera en nuestro propio mundo, a fecha de 1969; una bibliotecaria en un mundo masculino y opresivo que nunca experimentó la Segunda Guerra Mundial y continúa en la gran depresión; una mujer en un mundo donde todos los hombres han desaparecido, y una asesina con un esclavo masculino en un mundo rasgado por una guerra de sexos. • La Quinta Cosa Sagrada (1993) de Starhawk: En el año 2048, después de un desastre que ha fracturado los Estados Unidos, San Francisco ha evolucionado en la dirección de la ecotopía, mientras que el sur se ha convertido en una

46 nación cristiana fundamentalista con planes de guerra contra San Francisco. Utopía y distopía se contrastan en esta novela, que investiga ecotopía y ecofeminismo en una fantasía casi pagana (en San Francisco las calles se han convertido en jardines y canales, nadie pasa hambre o carece de hogar, y el organismo de defensa de la ciudad consiste básicamente en 9 mujeres de edad avanzada que ʺescuchan y sueñanʺ). • La puerta al país de las mujeres (1988]) de Sheri S. Tepper: Después de un desastre nuclear, las mujeres y los niños viven en ciudades amuralladas junto a hombres seleccionados. Fuera de estas ciudades la mayor parte de los hombres viven campamentos de guerra, donde los varones son enviados a vivir con sus padres a la edad de 5 años. Más tarde se les permitirá elegir: permanecer con su padre para convertirse en un guerrero de por vida, o volver al País de las Mujeres donde se convertirá en un servidor. El libro explora también el terreno de la ecotopía. • Herland de Charlotte Perkins Gilman (1915): El libro describe una sociedad aislada compuesta enteramente por mujeres que se reproducen mediante parthenogénesis. El resultado es un mundo utópico libre de enfrentamientos y dominación. • El cuento de la criada (1985) y Oryx y Crake (2003) de Margaret Atwood: Si bien las englobamos en este género, la autora prefiere denominar sus obras como ficción especulativa porque no introduce ningún elemento en sus historias que no haya sido inventado ya.[9] Ambas obras son distopías con elementos post‐ apocalípticos; la primera explora los roles de sexo de la mujer y las formas de ganar independencia en el contexto de un estado teocrático totalitario; la segunda plantea una sociedad en la que los avances tecnológicos actuales han conducido a nuevos dilemas morales. Se la ha considerado en cierto modo como una secuela de la primera novela en tanto que traslada el desastre nacional de El cuento de la criada a un ámbito global.[10] • Houston, Houston, ¿me recibe? (1976) de James Tiptree, Jr.: Un grupo de astronautas masculinos viaja unas décadas al futuro para descubrir que una plaga ha acabado con todos los hombres del planeta y las mujeres se reproducen ahora por clonación. Cada integrante de la tripulación se plantea el regreso de los hombres a la Tierra de una forma, para finalmente descubrir que las mujeres viven perfectamente felices sin ellos y que en ningún momento han planeado rescatarlos. • Gormglaith (2007) de Heidi Wyss: novela de ciencia ficción dura que tiene lugar en un mundo futuro en el que impera el separatismo feminista radical. • Las Amazonas Poder y Gloria (2008) de Ivan Prado Sejas: Las Amazonas se forman a partir de la destrucción de la Atlántida, y conforman una sociedad matriarcal que perdura por miles de años sobre la Tierra. • Kindred (1979) y Parábola del sembrador (1993) de Octavia Butler • La mano izquierda de la oscuridad (1969) de Ursula K. LeGuin: explora la naturaleza humana en una sociedad en la que la diferencia de género ha dejado de ser un factor, un mundo habitado por seres andróginos capaces todos ellos de tener descendencia. • Motherlines y Paseo al fin del mundo de Suzy McKee Charnas

47 • Lengua nativa (1984), La Rosa Judas (1987), y La canción de la Tierra (1993), de Suzette Haden Elgin • Oy Pionero! de Marleen S. Barr • The Shore of Women by Pamela Sargent • Las poseidas de Stepford by Ira Levin • Las nieblas de Avalon, la saga ʺLas Amazonas Libresʺ de Terramar by Marion Zimmer Bradley • ʺSultanaʹs Dreamʺ de Roquia Sakhawat Hussain • The Ship Who Searched de Mercedes Lackey

Cómics y novelas gráficas

La ciencia ficción feminista se aventuró también en los nuevos soportes del anime, manga y las novelas gráficas. A principios de los 60, Marvel Comics ya tenía entre sus creaciones algunos personajes femeninos poderosos, aunque frecuentemente sufrían debilidades femeninas estereotípicas como desmayarse después de una gran presión.[11] En los 80 empezaron a aparecer verdaderas heroínas en las páginas de los cómics.[12]

Uno de los primeros personajes femeninos fuertes en aparecer fue Wonder Woman, una co‐creación del matrimonio William Moulton Marston y Elizabeth Holloway Marston. En diciembre de 1941 Wonder Woman apareció por primera vez en el volumen ocho de All Star Comics. Más adelante el personaje se ganaría una serie de televisión interpretada por Lynda Carter, y tuvo aparición en series animadas como Super Friends y la Liga de la Justicia. Una adaptación cinematográfica del cómic está actualmente en desarrollo.

Otros personajes como Sailor Moon, una adolescente con poderes para transformarse en magical girl que lucha contra las fuerzas del mal para proteger a aquellos a los que quiere, hizo su aparición en las estanterías de las tiendas de cómics en 1992, un comienzo para que otros personajes femeninos hicieran aparición en obras de todo el mundo.

Ejemplos de cómics y novelas gráficas

• Akiko de Mark Crilley • Doom Patrol de Rachel Pollack • Finder de Carla Speed McNeil • Hawk y Dove de Barbara Kesel • Meridian de Barbara Kesel • Supergirl de Peter David • Tank Girl de Jamie Hewlett • Wonder Woman de William Moulton Marston y Elizabeth Holloway Marston • Get Your Tongue out of My Mouth, Iʹm Kissing You Goodbye de Cynthia Heimel • Fushigi Yuugi de Yuu Watase

48 • Sailor Moon de Naoko Takeuchi

Cine y televisión

La ciencia ficción feminista en los medios del cine y la televisión, es el resultado de analizar las tensiones de lo feminista en dichos medios. El feminismo no ha sido un tema central de discusión en el cine y la televisión, pero ha sido reconocido como subgénero de ciencia ficción. El comienzo de este fenómeno tuvo lugar tras ocupar las mujeres los puestos técnicos que dejaron vacantes los hombres que partieron a la Segunda Guerra Mundial. El reconocimiento de la capacidad de las mujeres para asumir estos roles tuvo una influencia benigna en la forma de hacer cine desde ese momento.[13] La televisión y el cine dan pie a sugerencias sobre nuevas ideas sobre la sociedad y la forma en que las feministas influencian la ciencia.[14] Las convenciones sociales sobre los roles de hombres y mujeres se cuestionan y rompen de forma creativa. La ficción feminista abre una puerta a la oportunidad de desafiar las normas de la sociedad y proponer nuevos estándares de la visión de los dos sexos que tiene la sociedad.[15] Destruye las categorías hombre/mujer y muestra que existe una diferencia entre los papeles de mujer y los papeles femeninos. El feminismo influencia a la industria del cine con el progreso del género de ciencia ficción como un nuevo medio para explorar la masculinidad/femineidad y los papeles de hombre/mujer.[16]

Ejemplos en el cine y la televisión

• Wonder Woman (serie de televisión) • Buffy la cazavampiros (serie de televisión) • Xena: La Princesa guerrera (serie de televisión) • El cuento de la criada (1990) • Las esposas de Stepford (1975)

49 TOCADO FEMENINO Ileana Hernández

Se levantó como todos los días, extenuada de dormir, inquieta, entre aquellas pesadillas de un verdor mortificante cuando podía descabezar un sueño, y el ruido nocturno de las cucarachas, que ya no sabía como combatir. Con los roedores se las había ingeniado más o menos bien tapándoles las madrigueras, con las cucarachas era imposible, había probado todos los insecticidas conocidos pero al final volvían a anidar en cualquier hendidura. Era desesperante. Se puso la bata, llegó hasta el baño malhumorada. Abrió la llave de la bañadera para preparar el agua e inició su acostumbrada calistenia matutina, con la cual lograba siempre la distensión de sus quebrantados músculos después del estado de semivigilia. Hizo los ejercicios de fuerza utilizando varias anillas instaladas hacía tiempo por su marido. Después, sin deseo, únicamente con la convicción de un patrón establecido, se hundió en el agua para eliminar el sudor del esfuerzo. Salió rápido y se sintió más aliviada al frotarse con la toalla. En ese momento escuchó los gruñidos que hacía Eduardo al despertarse, el disgusto renació, detuvo un instante sus movimientos e hizo un gesto de impotencia. “Es un indolente”, pensó, mientras continuaba secándose, “Si tuviera un ápice de sentido común ya nos hubiéramos mudado de este barrio.” Mil veces he tratado de hacerle entender lo poco sano de vivir en esta casa llena de bichos. Claro, el inmueble no es el culpable, a decir verdad, apenas pagamos alquiler para lo bueno que está. Igual que las otras casitas levantadas hace veintinueve años, cuando nos casamos, por el entonces flamante Centro de Investigaciones de Eugenesia Nuclear S.A. de la esquina, donde él comenzó a trabajar como investigador-ayudante. También nos construyeron el supermercado, anexo a la tienda por departamentos, para evitarnos la molestia del chequeo de documentos en la puerta de la zona cercada que pertenece al Centro. Era fantástico poder hacer cualquier compra sin viajar hasta la ciudad. Fui feliz mientras el acceso a este lugar fue exclusivo para técnicos, creo que todos nos sentíamos de una categoría social más elevada. Desde aquella fecha hasta hoy han cambiado muchas cosas; el laboratorio adquirió mala fama por aquel problema con el Instituto de no sé qué, publicado en los periódicos y todo, acusándolo

50 de hacer experimentos con pordioseros, pagándoles el riesgo de sus vidas, lo de los desechos radiactivos y otras porquerías más. Eduardo me dijo su versión de la verdad, eran venganzas por viejas pugnas entre los directores, porque las personas que servían como conejillos de India eran voluntarios, según él, incapaces de cobrar por ese servicio a la humanidad. En realidad nunca entendí cómo alguien puede ofrecerse para eso, hasta tengo la sospecha de que Eduardo lo haya hecho también, pero en fin, a mí nada de eso me importa, que cada cual sobreviva según le parezca mejor, el caso fue que salimos perjudicadas las familias decentes de la zona. Al poco tiempo los alrededores se empezaron a llenar de gentuza malviviente en cubiles hechos con cualquier cosa. Lo mismo pasó con el arroyito que corría ahí mismo, detrás del patio. Lo abrieron más, convirtiéndolo en una zanja asquerosa donde desagua el laboratorio. Hasta los cocoteros se secaron porque la tierra es distinta, con otra textura, por eso me la imagino ácida o amarga, con el mismo sabor de las coles y los plátanos que siembra Eduardo en el jardincito. En el patio ni hablar, no crece siquiera la hierba después del desbordamiento de hace diez años. Cuánto le he rogado a este hombre para irnos de aquí. Con esa zanja pestilente no es posible respirar, además, la cantidad de cucarachas y todo tipo de alimañas campeando por sus respetos es insufrible. Siempre explican en la tele lo del peligro de la contaminación pero Eduardo ni ve ni oye nada, obsesionado por el trabajo como si fuera una droga, total, no lo aprecian tanto en esa cueva de brujas pero por más que trato de conmover su amor propio, recordándole aquella injusticia de la reducción de plazas y la promesa de su ascenso, pendiente desde hace diez años, no logro inmutarlo, solo le importa seguir limpiando los pisos el laboratorio a cambio de la lata de rancho que trae por las tardes. Su única aspiración es cultivar unas cuantas matas en el jardín con ese sabor emponzoñado. No le preocupa en lo más mínimo cambiar nuestra vida, ¡qué asco!

Oyó crujir la cama y decidió irse para la cocina, no tenía deseos de ver la cara de su marido. Se cepilló el cuerpo de cualquier manera, se vistió apresuradamente y salió sin mirarlo siquiera. Preparó el desayuno, sin embargo ella no probó bocado, le repugnaba imaginar un bicharraco caminando por encima de los platos, aunque siempre fregaba los cacharros antes de usarlos. Dejó la mesa servida para Eduardo. Salió al patio rehuyendo la presencia del infeliz. Un rato después él se asomó a la puerta de la cocina y dijo: -Me voy, mujer. –Lanzó un bufido de desagrado para agregar –Arréglate un poco, pareces un oso feroz. Ella lo miró con odio y continuó su ajetreo. Cuando estuvo segura de que se había marchado, se paró en el umbral y echó una ojeada hacia dentro. -Mira esta casa –murmuró indignada – una se revienta el día entero por gusto. Es un desconsiderado. Entró y comenzó a recoger el reguero mientras mascullaba: -En fin, él no se merece mis sacrificios por tal de resultarle agradable cuando llegue. NI siquiera nota si la casa está limpia. “¡Qué bruto, decirme que parezco un oso! ¿Acaso él no se mira al espejo?, ¡es un desgraciado gorila!” –pensó resentida-, “Es injusta esa manera de tratarme; antes no se hubiera atrevido a hablarme con semejante grosería, entonces sí era bonita, con mi pelo castaño muy largo y una figura estilizada.” Se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar que ahora solo era una caricatura simiesca de lo que había sido. Pero la depresión no llegó a ser sufrimiento, estaba acostumbrada a ver a su alrededor seres degenerados. Un hato de bestias que conservaban algunos vestigios de inteligencia humana. Trató de enderezar su espalda gibosa pero el dolor en la columna vertebral se lo impidió. Caminó cansada, dejando caer los brazos hasta tocar el suelo frente a su cuerpo deformado. Se

51 detuvo ante el espejo del baño y reflexionó: “El tónico anunciado por la tele para el crecimiento del cabello es una mierda. ¡Si me creciera un poco en la cabeza!” Observó con disgusto la sombra negra de pelos en el cuello y el pecho recién afeitados ayer. Miró sus brazos llenos de cañones ásperos y suspiró, resignada. -Voy a tener que afeitarme dos veces al día.

Ileana Hernández. No hemos podido conseguir los datos de esta autora. El relato que presentamos, Tocado femenino, apareció publicado en la antología Astronomía se escribe con G. Selección de cuentos de ciencia ficción concurso Juventud Técnica, Editora Abril, 1989.

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LOS DELIRANTES

Gina Picart Baluja

El necio sólo conoce los hechos. HOMERO

Yo, Nicolás de Azcarate, he dedicado mi vida al estudio de la mente humana. Con mucho esfuerzo he logrado que los reyes me entregaran unos pocos recursos para abrir esta casa, primer asilo de dementes que España ha conocido. He investigado día y noche, he visto muchas cosas extrañas en mi larga carrera, pero nunca nada como esto: un hombre que compra locos. Apareció una mañana a mi puerta y tras unos minutos de conversación me propuso que accediera yo a venderle algunos de mis pacientes. Mi primera reacción fue internarlo a él también para estudiar esta nueva forma de demencia (pues qué otra cosa podía ser, si no), pero como si adivinara mis pensamientos sonrió y me mostró un salvoconducto de puño y letra del señor obispo donde se le autorizaba a tal negocio. Dijo ser médico de muy lejanas comarcas, dedicado a observar las perturbaciones del espíritu. Pensé que si me negaba, los oscuros poderes de la Corte podrían ocasionarme disgustos, cerrarme el asilo o algo semejante, así que acompañéle en un recorrido par los patios, donde mis pobres locos tomaban el sol. El caballero miraba con mucha atención y hasta debo reconocer en honor a la verdad que su actitud era muy profesional. Sus comentarios agudos e inteligentes mostraban una sabiduría tal que convencíme de cierto que estaba yo ante un discípulo de Hipócrates, aunque no sabría decir de cuál especie, pues usaba ciertos términos que nunca oí en la Universidad de . Le pregunté donde había hecho sus estudios, pero se limitó a responderme que era extranjero.

53 Mientras él conversaba con mis enfermos le observé discretamente. Su fisonomía resultaba de gran interés, pues que era como una amalgama de todas las razas que Dios tuvo a bien poner sobre la tierra. Su nariz prominente y rapaz delataba sangre hebrea, desmentida por las líneas del mentón, de una pureza clásica. Los labios de largo y abultado trazo evocaban en mi memoria los rasgos de aquellos infelices indios que maese Cristoforo Colombus trajera de las feraces tierras que el azar puso en su camino. Uno de ellos pasó unas semanas en esta casa antes de irse definitivamente al otro mundo (no aquel de donde había venido, sino a ese otro a donde todos hemos de partir alguna vez, y donde no estará Colombus para asegurar la travesía, sino Caronte con su barca). El pobre indio murió de no comer ni dormir y no parar de llorar, o sea de lo que nuestros vecinos portugueses llaman saudade, y que ha de ser en esa gente del otro lado de la mar Océana una emoción singularmente fuerte, pues que mueren de ella como moscas. ¡Pobre Felipe! (así lo llamé), que descanse en paz dondequiera que esté, porque nunca conocí un temperamento mas dulce y apacible. Pero mi visitante no hacía gala de estas cualidades, sino que se mostraba hosco y reconcentrado en sí mismo. No es que le faltasen la cortesía y buenas maneras de todo hombre bien nacido, pero no inspiraba confianza. Me parecía un basilisco disfrazado, alguien con malas intenciones. Lo vi en ese nubarrón negro que flotaba sobre su cabeza, aunque bien pudiera ser la sombra del cabello arremolinado que se escapaba de su gorro frigio, y lo vi también en sus ojos sin calor, que traspasaban la superficie de las cosas, y no es figura retórica sino verdad como un templo, como presto se verá: solo le mostré los casos más corrientes; los más extraños e interesantes los tenia en otro pabellón, tras un muro; pero he aquí que él clavó sus pupilas en las mías como si quisiera trastear dentro de mi cráneo; y me preguntó cuándo lo llevaría donde los otros. Yo me disculpé por un olvido que ambos sabíamos fementido, pero que nos permitía guardar las apariencias de buen entendimiento. Le guié hasta el pabellón especial donde estaban los casos más complejos. Sobre ellos no había yo emitido aún diagnóstico alguno por tratarse de muy nuevas y desconocidas formas de demencia. Nos detuvimos frente a la apartada construcción de ladrillos rojos. En el habitan tres pacientes muy singulares. Desde que llegaron, no he cesado de revisar literatura sobre el alma perturbada, incluso aquella escrita durante siglos por los maestros árabes y hebreos. Hasta hice comprar algunos textos de China y de la India (que sería de mí si llegara a saberlo la Inquisición), pero no he avanzado nada y todo sigue tan oscuro para mí como el primer día. Uno de los tres es una campesina de orillas del Cántabro, a quien sus hermanos encontraron una mañana muy lejos de la casa que habitaban. La mujer estaba aterrorizada por algo que le había ocurrido durante la noche. Gritaba, se babeaba y decía cosas incoherentes; caía en trances profundos durante los cuales señalaba al cielo con todos los dedos y los ojos desorbitados por el espanto. Cuando volvía en sí, corría a esconderse bajo la cama y allí pasaba días enteros sin hablar. La traté con mucha paciencia. Sospechaba que ella había ido al Sabat, arrastrada tal vez contra su voluntad a esa fiesta de brujas donde el diablo baila junto a sus fieles luego de celebrar la misa negra, y los hombres se convierten en sapos y la magia maldita trueca el orden natural. Pero cuando empezó a mejorar y pudo contarme su tragedia resulta que no había nada de esto. La verdad era que había escapado de su casa en la madrugada para verse con su amante, hombre a quien los hermanos de ella rechazaban. Cuando mi paciente llegó al punto de la cita, no encontró a su compañero esperándola como de costumbre. Aguarda una hora bajo el relente y al fin, llena de angustia, decidió dar un rodeo para volver a su hogar. Entonces, sintió a sus espaldas un ruido que parecía provenir de un seto de maleza brava. Caminó hacia allí pensando que quizás su amante se encontrara en apuros. Tras el seto, en un claro del bosque, vio una barca alada que descendía hacia la tierra envuelta en una extraña luz. El vehículo se posó suavemente sobre los arbustos y de él descendieron tres demonios con pupilas como estrellas rojizas en la oscuridad. Hablaban entre sí una lengua que ella no podía comprender. Pronto uno de los demonios la descubrió agazapada entre los árboles y dio la alarma a los otros dos. Se lanzaron en su persecución. Ella corrió sin ver donde pisaba y no tardó en caer en un hoyo de carbón, golpeándose fuertemente la cabeza y perdiendo inmediatamente el sentido. Allí la encontraron sus hermanos a la mañana siguiente, luego de haberla buscado durante horas con

54 los perros. Esta historia, como se ve, no arrojaba gran luz sobre los hechos, sino que los hacía aparecer bajo una luz aún más oscura. Mis otros dos pacientes eran de la especie más rara e inconcebible que imaginarse pueda. Llegaron poco después que la mujer, traídos por un venerable sacerdote en cuya parroquia habían aparecido un buen día asustando a la gente con sus cuerpos recubiertos de una piel fina que brillaba pálidamente en la oscuridad. El sacerdote los retuvo un tiempo y a duras penas logró que hablaran algunas palabras en castellano. Trató de convertirlos a la religión de Cristo, pero los aldeanos comenzaron a quejarse de que los forasteros eran brujos que hacían morir sus vacas y rociaban granizo sobre sus cosechas. Lo que ocurrió en realidad fue una corta temporada de tormentas y una plaga del ganado producto de algún envenenamiento natural de los pastos, pero ya se sabe cuan fácilmente se exaspera la ignorancia ante los golpes de natura, así que el buen cura, temiendo un motín de la plebe enfurecida, trajo a sus protegidos hasta esta ciudad, donde alguien le habló de mi casa como el lugar más seguro para ellos. Al principio creí que podría tratarse de espías del Gran Turco, pero abandoné totalmente mis sospechas cuando comprobé que no tenían la más mínima noción de geografía ni conocían nuestro calendario, y mucho menos el de la Hégira, lo que habría sido de todo punto imposible si realmente se tratara de adoradores de Alá. Los interrogué durante días enteros, pero no hablaban casi nada, y aunque no parecían hostiles era evidente que negaban su cooperación a mis esfuerzos. Hice que los trasladaran al pabellón y ordené a mi ayudante que los observara detenidamente a través del orificio practicado en la pared con esos fines. --Son tranquilos, maestro -me aseguró esa misma tarde-. Se han sentado juntos en un rincón y le hablan todo el tiempo a una cajita que han traído consigo. No entiendo lo que dicen, porque hablan en su lengua, pero me parece como si estuvieran llamando a alguien. Costó mucho que se acostumbraran a nuestros manjares, pero no enfermaron a causa de ellos ni una vez. Al principio me preocupaba que no durmieran nunca, porque pasaban todo el tiempo hablando con su cajita. Una vez les pedí que me la mostraran, a lo que accedieron de buen grado. Era una pequeña arqueta de metal que cabía en la palma de mi mano, completamente lisa, y en su centro había un círculo cubierto por una cota de maya semejante a la que usan los caballeros, pero mucho más fina. Les pregunté para qué la empleaban y esta vez me respondieron. De sus murmullos y chapurreos pude colegir que se servían de ella para llamar a alguien que se encontraba muy lejos, pero cuando les pedí me dijeran donde se hallaba tal persona y ellos me respondieron muy serios señalando con sus brazos al cielo, comprendí que aquel juego era parte de su locura y casi perdí toda esperanza de llegar a curarlos alguna vez. Y no vale la pena hablar más de ellos, pues durante el tiempo que permanecieron en el pabellón no hicieron nada digno de mencionarse. Todo esto lo expliqué a mi estrafalario visitante pero sin ahondar mucho en los detalles. Tampoco el parecía desearlo, así que pasamos a ver a la mujer. Conversó con ella mucho tiempo y la hizo relatar una y otra vez los sucesos de que había sido testigo. Le preguntó si estaba bien segura de que sus perseguidores eran demonios. Ante la insistencia de ella en que se trataba, en efecto, de habitantes del infierno, pareció complacido y la dejó en paz. Observando la cortesía debida a un enviado del señor obispo invité a mi visitante a almorzar. Ordené para él un menú especial, pero no pareció impresionarle y casi no probó bocado de mis finas perdices rellenas, la carpa bien asada y la confitura del albaricoque, la mejor de la ciudad puesto que procedía de las bodegas del señor obispo, que solía enviarme unos tarros de regalo en agradecimiento por las curas que yo le hacía a una hermana suya, enferma de una melancolía persistente que la tenía desde hacía tiempo con un pie en la fosa. Jamás compartí mi mesa con un invitado más silencioso. Parecía absorto en sus pensamientos, como si hubiera olvidado mi presencia. Quise distraerle invitándolo a un paseo por los jardines de mi casa, célebres en la ciudad por su hermosa disposición y gran variedad de especies frutales, lo cual me enorgullecía en extremo, porque eran obra de mis pacientes. Le expliqué a mi acompañante que empleando a mis locos en trabajos manuales de esta índole había obtenido en muchos casos excelentes resultados, pero nada de esto parecía interesarle y seguía caviloso.

55 Cuando se me agotaron todos los recursos de buena urbanidad, él rompió su silencio para decirme que pensaba llevarse consigo a los tres inquilinos del pabellón, y que me pagaría por ellos el precio que yo le pidiese. En cuanto a los dos hombres, yo no podía objetar nada en contra, pero la mujer tenía familia y yo no podía entregarla así como así al primero que pasara por la calle, salvoconducto mediante y todo cuanto se quisiera, y así se lo dije. Me ofreció una suma como para tentar al diablo, pero igualmente me negué, a pesar de que con esos dineros hubiera yo podido hacer grandes mejoras en mis edificios y acoger al doble de pacientes. La dobló y volví a negarme, pues ya empezaba a parecerme excesivo tanto interés por una pobre aldeana enloquecida. Aunque contrariado en sus deseos nos separamos en paz. El extranjero partió acompañado de mis dos delirantes y su cajita, y yo hubiera dado por terminado el incidente a no ser por una de esas casualidades que dan al traste con el común destino de las cosas. Sucedió que dos días después de la visita de este hombre, fui llamado al palacio del señor obispo para ver nuevamente a su hermana, quien había tenido una recaída de su mal y había intentado lanzarse por la ventana. Durante el reconocimiento al que sometí a la dama, comprobé con estupor que daba muestras de haberse contagiado con mi aldeana, pues repetía una y otra vez que había visto a tres demonios subir al cielo en una carroza con alas, y que ella no había pretendido lanzarse por la ventana coma decían, sino que estando asomada al jardín perdió el equilibrio a causa del remolino que levantó la carroza al despegar del suelo, siendo sorprendida en el momento de caer por una de sus esclavas, que la salvó sosteniéndola por el cinturón. Como había ocurrido el contagio de dos personas que en ningún momento de sus vidas habían tenido el menor contacto entre sí, era cosa que me sumió en la más desconcertante confusión. Cuando abandonaba el palacio tropecé con el obispo en persona. Dile cualquier explicación sobre el accidente de su hermana y por ultimo le manifesté que esperaba estuviese satisfecho de mi colaboración en el caso del doctor extranjero que me había enviado. El obispo respondió secamente que no había mandado a nadie a que me visitase y que no sabía de qué le hablaba yo. Le mostré el salvoconducto que el desconocido me había entregado. Lo examinó primero al desgaire, pero al ver su sello estampado al pie del documento puso más atención. Al cabo, reconoció que era su letra aunque negó haberla escrito. En cuanto al sello, declaró que se trataba de una habilísima falsificación. Dijo no reconocer a ningún individuo como el que yo le describía, y mirándome de soslayo expresó en un susurro la esperanza de que no fuera yo a terminar tan trastornado como mis pacientes. -O algo peor, maese Nicolás; en este país los espías del Gran Turco pululan como hormigas. Se habrán perdido yendo a parar a vuestra casa; luego, otro más avisado habrá venido a buscarlos y en vuestras narices se los habrá llevado. Me aterró la velada insinuación, latente en las palabras del obispo, de que yo había sido un instrumento ciego en manos de los enemigos de mi país. Es el delito más grave que hombre alguno puede cometer desde que el mundo es mundo; el castigo del poder temporal es implacable y eso lo saben hasta mis pobres locos. Tomé mi capa y partí de allí con el corazón lleno de los mas sombríos presentimientos. Si hubiera sabido en ese instante lo que me esperaba hubiera tomado un caballo en las puertas de la ciudad y luego una nao, y me hubiera ido a América, a corner tortas de maíz con los indios de don Cristóforo en un anonimato feliz, para siempre fuera del alcance de los acontecimientos que no tardarían en desatarse sobre mi cabeza. Cuando llegué a mi casa, la primera noticia que me dio mi criado fue que la aldeana del pabellón se había marchado poco después de salir yo, con unos parientes que habían venido a buscarla. Lo hubiera partido en dos a bastonazos, pero me contuve a tiempo. Desde entonces vi claro que aquella mujer era la c1ave de algún temible secreto, y ahora estaba seguro que los hombres del obispo no tardarían en venir por ella. Mi criado se arrastraba a mis pies contándome como casi al mismo tiempo en que yo desaparecía por la esquina montado en mi mula de visitas, llamaron al portón dos hombres que dijeron ser los hermanos de la mujer. Como el no tenla ordenes mías al respecto les pidió que esperaran mi regreso, y para

56 entretenerlos, les sirvió un refrigerio en el jardín. Al poco tiempo regresó y no los encontró por parte alguna. Corrió al pabellón, pero lo halló vacío. Yo no podía en justicia reprocharle nada al infeliz, puesto que él había procedido de manera correcta. Los dejé y di media vuelta para marcharme, pero su voz siguió farfullando a mis espaldas: -Los parientes... se parecían a los locos de la cajita... Un rayo de luz se abrió paso en mi cerebro arrasando al instante con las últimas telarañas que me ocultaban la verdad. Comprendí al instante que me hallaba en el vórtice de una conspiración y que todos estábamos en peligro. Volví a montar en mi mula y corrí al palacio del obispo para tratar de salvar a su hermana, si acaso aún era tiempo. Por el camino montones de pensamientos se agitaban en la oscuridad de mi cabeza, retumbando en mi bóveda craneana con el estruendo de mil tempestades. No podía saber quiénes eran el visitante extranjero y los dos locos del pabellón, pero la aldeana, la hermana de monseñor y yo -y quién sabe cuántos más que no conocía-, éramos sin duda testigos de algo mucho más siniestro que aquella barcaza que apareciera en tiempos de Carlomagno sobre una catedral y cuyos ocupantes descendieron de ella y volvieron a subir por un ancla. Conocía yo esa historia desde mucho tiempo ha, pero nunca habíale otorgado más crédito que a cualquiera de las muchas consejas oídas a lo largo de mi vida. También los delirantes dicen a veces cosas sorprendentes, y que a la larga resultan proféticas, pero es obra de Dios, que hace de ellos bocina de sus intenciones para prevenir a los hombres, quienes, necios al fin, jamás escuchan las advertencias del cielo, y otras veces no las entienden, porque Dios no habla con claridad, sino que solo los puros de corazón pueden llegar a comprender su lenguaje. Al menos, esto es cuanto dice la Iglesia al respecto, que no yo. Como médico no puedo someterme a las fábulas; he de ver con paciencia y sapiencia cuanto me rodea, para que una imagen deformada del mundo no se imponga sobre mis pupilas como telaraña engañosa. A mi juicio, el extranjero y los delirantes del pabellón no eran espías de los infieles ni demonios del infierno, sino parte de una trama mayor que no es llegado aún el tiempo de conocer por los humanos, pero como quiera que fuese, los que habíamos estado más cerca de tal trama, nos velamos implicados muy profundamente en negocio peligroso y de fatal desenlace. Acercábame ya a la plaza donde se alza el palacio del señor obispo cuando mis pensamientos dieron un giro total. Quizás ya fuese demasiado tarde para evitar que murieran o desaparecieran los otros, pero yo aún podía salvarme. Había oído decir que en esos días saldría otra flota para el Nuevo Mundo. El puerto quedaba lejos, pero había en mi faltriquera dineros suficientes para comprar un buen caballo y llegar en pocas horas. Clavé las espuelas en mi pobre mula y varié el rumbo hacia la puerta norte de la ciudad. Conocía allí una hostería cuyo patrón debíame de antaño valiosos favores y me daría lo que yo tanto necesitaba en ese momento: una montura veloz. Ciertamente era un judío, ¡pero qué podía importarme eso ahora, cuando iba a escapar hacia unas tierras donde no manda Dios ni alcanza el brazo de hierro de la Inquisición! Lleguéme, pues, allí. Cuando aparecieron ante mi vista las torres anchas de la puerta del norte, mitad iluminadas por el sol poniente y mitad en sombras por la cercanía del anochecer, sentí un raro alivio y aspiré con todo el pecho el aire oloroso a tomillo que traía a mis narices deliciosas fragancias de cocina. Descabalgué, y luego de amarrar mi mula a los horcones de la entrada, crucé los del portón llamando a voces al posadero. Entonces, el aliento se congeló dentro de mi boca. Allí, a pocos pasos de donde me encontraba, un hombre solitario bebía sentado a una mesa. Bajo la turbia luz de las antorchas, reconocí al extranjero del gorro frigio. Sostenía entre sus manos una bota de vino con el sello intacto, y la llevaba a sus labios fingiendo tragar el contenido, pero no lo hacía: los músculos de su garganta estaban inmóviles y sus pupilas sin color, fijas, terriblemente fijas en el umbral desde donde yo, a mi vez, le miraba. Llovía en la plaza. El heraldo se cubrió mejor con su capa y tras un redoble de tambor para llamar la atención de unos oyentes invisibles, desenrolló entre sus manos el pergamino y comenzó a leer con una voz que fue a quebrarse contra los adoquines de una calle vacía:

57 Nos, reyes de España por la Gracia de Dios, nombramos a Don Martín del Castil1o, insigne doctor graduado en la Real Universidad de Salamanca, Director del asilo de dementes de esta ciudad, en sustitución del antiguo oficiante y fundador del mismo, don Nicolás de Azcarate, desaparecido en circunstancias misteriosas que tal vez nunca podrán ser esclarecidas.

Dado en Madrid, Capital del Reyno, en el Año de Gracia de 15...

Gina Picart Baluja (Ciudad de la Habana, 1956) Licenciada en Periodismo por la Universidad de La Habana, Ha publicado La poza del Ángel, libro de relatos con el que obtuvo el Premio David de Ciencia Ficción en 1990. Con este mismo volumen obtiene posteriormente el premio Pinos Nuevos en 1993. Publica El Druida, (Editorial Extramuros, 2000). Obtiene Mención Luís Rogelio Nogueras 1998, Mención UNEAC de Novela 2003. Mención del Premio iberoamericano Julio Cortázar 2007. Sus relatos han aparecido fundamentalmente en antologías de narrativa femenina cubana aunque con escasa presencia en recopilaciones temáticas y generacionales, debido a que sus narraciones no pueden clasificarse siempre dentro de un género definido. Ha incursionado también dentro de la crítica literaria y el ensayo. En el 2006, obtuvo el premio de ensayo Luís Rogelio Nogueras con su libro La poética del signo como voluntad y representación, un estudio de hermenéutica simbólica sobre la narrativa de su compañero generacional Alberto Garrandés.

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HISTORIA DEL CINE CIBERPUNK 1995 Strange Days

Días Extraños (Strange Days) es una película estadounidense escrita y realizada principalmente por James Cameron, uno de los directores de cine más importantes en el género (ciencia‐ficción), y dirigida por Kathryn Bigelow. Estrenada y promocionada en el Festival de Venecia (Italia) en septiembre de 1995, no fue demasiado bien acogida por la crítica en sus inicios[1] ni tampoco tuvo gran éxito en taquilla. Actualmente, se puede considerar una película de culto y que ha dejado huella, la cinta aportaba principalmente un nuevo estilo visual sostenido en su mayor parte por escenas subjetivas en primera persona. Hasta la fecha, el estilo único de dichas escenas ha sido prácticamente imposible de repetir con igual sensación de realismo e inmersión en la acción.

Al margen de la trama de un thriller futurista y apocalíptico, se nos revela la crítica a una sociedad de finales del siglo XX de relaciones humanas frías, interesadas y caóticas en medio de la cultura del placebo y las nuevas tecnologías. Ambientada en los últimos días de diciembre de 1999, en medio de unos caóticos festejos por el fin del milenio. Un ex policía, Leny, devenido en traficante de discos de un sistema ilegal (tecnología desarrollada por el gobierno), es contactado por una amiga de su ex novia que intenta pedirle ayuda, solo alcanza a decirle ʺtiene que mostrarle algoʺ mientras lo lleva al auto, cuando huye sin terminar de explicar que está pasando en realidad. Luego, recibe en un sobre ‐ de forma anónima‐ con un disco que contiene el asesinato de ésta mujer. Ayudado por una amiga y un antiguo compañero (ambos de los tiempos cuando él estaba en la fuerza) descubren que lo que la mujer intentaba que viera es un disco que sí logró dejarle en el auto. Consiguen el disco que revela cómo dos policías asesinan a un famoso rapero ʺJerico 1ʺ referentes de la comunidad negra (similitudes con el rol y el discurso de Malcolm X). Este hallazgo les hace ver que ambos asesinatos se relacionan entre si. Finalmente, descubren que nada ni nadie es lo que parecen.

59 Quizás, una de las frases que mejor pueden describir el trasfondo apocalíptico de esta película, y característico de la sociedad del cambio de siglo, es la del actor Tom Sizemore en el personaje de Max cuando dice a Lenny Nero:

ʺLo importante no es estar paranoico sino si se está lo bastante paranoico.ʺ

FICHA TÉCNICA Reparto Dirección: Kathryn Bigelow Ralph Fiennes Ayudante de dirección: Albert Cho Juliette Lewis Dirección artística: John Warnke Angela Bassett Producción: James Cameron, Steven‐ Tom Sizemore Charles Jaffe Michael Wincott Diseño de producción: Lilly Kilvert Vincent DʹOnofrio Guión: James Cameron, Jay Cocks Josef Sommer Música: Graeme Revell Glenn Plummer Sonido: Wolfgang Amadeus Editor: Howard E. Smith, James Cameron Datos y cifras Fotografía: Matthew F. Leonetti País(es): Estados Unidos Escenografía: Kara Lindstrom Año: 1995 Vestuario: Ellen Mirojnick Género: Ciencia Ficción Efectos especiales: Eric Allard Duración: 145 minutos (Especiales) Andra Bard Compañías Productora: 20th Century Fox (Visuales) desde Digital Domain y Distribución: 20th Century Fox Fantasy II Film Effects. Presupuesto: $42.000.000

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