7PG ­ El Tresillo el Poker Españoles y Americanos 57

7PG - EL TRESILLO Y EL POKER O ESPAÑOLES Y AMERICANOS

a primera calamidad nacional la política; la segunda, Lel tresillo. No está bien averiguado el origen de este juego, el más interesante entre todos los carteados. Atribuyen unos su invención al fértil ingenio de Don Jaime I. Según otros, nació en el Japón, y no falta, por último, quien atribuya su creación a no recuerdo qué filósofo connacional y contemporáneo de Confucio. Entre la copiosa erudición estéril que existe en España, el tresillo ha merecido siempre la atención de los investigadores de nonadas y pampiroladas. Selección Artículos DIARIO EL SOL ­ Tomo 1 58

Dos razones han influido en la difusión y arraigo de este juego entre los españoles. La primera escriba en que sus lances se prestan extraordinariamente a fomentar nuestra natural tendencia disputadora. Apenas hay una jugada que no dé lugar a encalabrina­ das y testarudas discusiones. Entre las corridas de toros y el tresillo han hecho de cada español un polemista feroz, terco y díscolo, cuyo espíritu solo por medio del acial podría ser reducido a doma civilizadora. La segunda razón radica en la índole guerrillera del tresillo: uno juega, otro va a la contra (¡qué término tan español, ir a la contra!); el otro, llamado «el pobre», ayuda al atajador; y no es neutral el cuarto, interesado en que nadie, mientras él da, se saque la puesta. Por su carácter guerrillero, gusta tanto el tresillo a los curas, a los carlistas y a la Guardia Civil. La influencia del clericalismo se nota en el lenguaje tresilles­ co. He aquí la pintoresca definición de algunas entradas: la «fune­ raria»; cinco de espadas, punto, blanquillo (palo corto); la «mal­ dita»; cuatro de mala, basto, caballo; la «orquesta papal»; espada, basto, rey, sota; «vuelta eclesiástica»; espada, cuatro sotas. Expre‐ siones de los latinajos con que se comenta el curso de las bazas y sus peripecias. Los boticarios han introducido también algunos términos de la farmacopea; al codillo le llaman «cacodilato». Y los veterina­ rios, evocando la violencia de su clientela, al recibir un codillo ex‐ claman bruscamente: «¡Cosquis!», sinónimo de coscorrón en el lenguaje corriente de la albeitería. Toda España es una partida de tresillo, alternada con parti‐ das de otro género. Como ciertos vicios sensuales, como la morfi­ na, el tresillo no se puede dejar. Y no es la ganancia, ni el desquite, lo que a uno le atrae y a­ rrastra, sino el febricilante anhelo discutidor. Siendo un juego que 7PG ­ El Tresillo y el Poker o Españoles y Americanos 59 espolea mucho el amor propio, se pagan los errores y se mantiene el argumento, paradoja curiosa, puesto que la sin razón queda de‐ mostrada en forma incontrovertible al entregar nuestro dinero. El hombre es siempre algo loco; pero, en el tresillo, un juego tan razonado, ya no tiene atadero. El boticario, el cura, el médico y el teniente de los civiles, los cuatro elementos representativos de la mentalidad en el pueblo, viven para el tresillo, sin otra preocupación que la partida de la tarde y la «revancha» de la noche. El ideal eterno del cura, más que la cura de almas, es dar codillo al médico, y el del boticario fallarle al teniente todos los reyes, ya harto fallidos en el mundo, a pesar de los tenientes. Los cuatro puntos son la envidia del señor maestro de escuela, del mirón, por falta de la peseta para entrar en la partida. Su condición de espectador perpetuo, le ha dado una gran experiencia sobre el complicado mecanismo del juego y un cono­ cimiento profundo de la sicología de cada jugador; pero este do­ minio le resulta tan improductivo como un apostolado pedagógico. El maestro es el comentarista, el que observa todas las pifias, de‐ mostrando que estuvo mal metido el basto, mal tirada la bola, y que no debió ir el cura al robo, ni el médico a la contra. ¡Lo que sabe el maestro! Reconcómele una impaciencia angustiosa cuando ve que el médico está a punto de cometer un yerro fatal, jugando una carta por otra. El mentor de la infancia se pone lívido, pugna por hablar; pero le contiene la mirada dictatorial del cura, que dice en agresivo tono de inquisidor: «¡A callar, señor maestro!». Luego, acordándose de su misión piadosa, y al ver el talante humilde del pastor de los párvulos, dulcifica la expresión con este donaire: «Deje usted al médico que meta la patita». El galeno yerra, efectivamente, y el cura saca la puesta, mientras el maestro, roto el dique del silencio opresor, suelta el Selección Artículos DIARIO EL SOL ­ Tomo 1 60 borbotón de sus comentarios. Como ocurre en todas las cosas de la vida, el que más sabe, no tiene dinero. La sabiduría y la pecunia son incompatibles. Cada vez que alguno de los jugadores se le‐ vanta, urgido por inaplazable menester, quiere dejar al maestro de sustituto, acentuando la pretensión si la puesta es gorda; pero los otros tres puntos no lo consienten, reconociendo tácitamente que el señor maestro conquistaría el «plato», que nunca llegará a con‐ quistar dependiendo del Estado. El maestro no puede divertirse ni un momento. Su propia sabiduría se lo impide. ¡Cuánta razón tiene Kant —puede que no sea Kant quien lo dijo—, que el conocimien­ to es una fuente de desventura! El tresillo absorbe, no solo las horas que en jugarlo se in‐ vierten, que son las más del día y de la noche, sino también las restantes, incluso las de sueño, en que persiste la pesadilla sobre las partidas jugadas. «Yo debí fallar aquel rey». «Si llego a poner el punto, en lugar del caballo»... «Aquel solo a copas era muy corto». «SI me quedo a espadas, le corto la bola». «Por no arras‐ trar, me dieron codillo». Porque el tresillo le hace a uno altercador con los demás y pendenciero consigo mismo. Tiene el tresillo la culpa de que el médico rural estudie poco. Al tresillo se debe también la decadencia de la teología y de la mística en España, pues a los presbíteros, nuestros respetables y dilectos amigos —perdone el querido maestro «Azorín» que tome este giro de su prosa de oro—, más que el espíritu del Evangelio, les preocupan los rendimientos del pie de altar para hacer frente a los codillos. Y, en cuanto a los boticarios, ya se habrá observado, que solo en España son objeto de la musa comicobailable de nuestro pequeño zarzuelismo, arte admirable, porque, según Mar‐ cos Zapata, siempre está el espectador pendiente de un nuevo deseo: cuando cantan, que hablen, y cuando hablan, que canten. Sin duda, se debe al tresillo el exiguo progreso de nuestra farma‐ 7PG ­ El Tresillo y el Poker o Españoles y Americanos 61 copea, pues es difícil hallar por estos pagos peninsulares un far‐ macéutico a quien seduzcan los interesantes problemas de la quími­ ca, ni siquiera la modesta observación del herbario de la comarca. La abolición del tresillo y de los toros, modificaría el carác‐ ter estérilmente bronquista de la raza. Quizá cambiara también el curso futuro de nuestra historia política, pues, al economizar el aliento invertido en broncas, quedaría energía para esa revolución que, según algunos doctores, necesita urgentemente el cacoquimio organismo nacional.

***

Don Segismundo Moret, aquel hombre de fina inteligencia y blanda voluntad, culto y abúlico, me preguntaba una vez cuáles eran los países americanos que más se parecen a España, y cuáles los que menos semejanza espiritual guardan con ella. Pronto ad‐ vertí que . "Segis”, a pesar de ser el más leído de nuestros políti‐ cos, el de mayor cultura libresca, desconocía el proceso social y político de los países americanos de habla española, su diferen­ ciación y diversas modalidades. Versado como ninguno en la his‐ toria europea, desconocía los principales historiadores de Suda­ mérica, a través de los cuales se conoce mejor el alma de España que a través de Lafuente y demás historiadores españoles. A Mo­ ret, como a todos nuestros políticos, le inspiraba Sudamérica una vaga curiosidad exenta de emoción, idéntica a la que pudiera ins­ pirarle la China. Era un frígido confraternizante al uso. De mi con‐ versación con él, saqué el triste convencimiento de que la corriente vinculatoria entre España y Sudamérica no puede ser obra de la presente generación política española, ayuna por completo de conocimiento sobre cuanto se relaciona con la historia, la eco‐ nomía, las instituciones políticas, los anhelos espirituales, las cos‐ Selección Artículos DIARIO EL SOL ­ Tomo 1 62 tumbres y el progresivo desarrollo del continente americano. Es‐ paña es como una familia a quien no interesase la más grande he­ rencia legada por los más formidables abuelos. ¿Se explica alguien una Inglaterra donde las clases dirigentes desconociesen la vida de Norteamérica? ¿Se explica alguien a Lloyd George preguntando qué parte de los Estados Unidos se parece más, por su espíritu, a la Gran Bretaña? Pero quede este punto en suspenso, para explanarlo en ocasión oportuna. La bondad ingénita de Moret me hacía el honor de suponer‐ me dotado de cierta aptitud para las definiciónes sintéticas. Pro‐ curé responder a un concepto tan excesivamente favorable para mí, y le dije: «Los países americanos que más se parecen a España son aquellos donde existen corridas de toros, se escribe en un casticismo rancio y se juega al tresillo. Y los que tienen una fiso­ nomía espiritual menos parecida a la de España son aquellos otros en que no existen las corridas de toros, se emplean al escribir muchos galicismos y no se juega al tresillo, sino al poker». Moret se sonrió de la definición, y yo me sonreí de su sonrisa. En los países de Centro­América, donde alternan las siestas largas con las revoluciones breves, hay toros y se juega al tresillo, se escribe castizamente y se progresa poco. Los centroamericanos llaman al tresillo «Rocambole». En Bogotá, donde casi todo el mundo versifica, las discusiones tresillescas suelen mantenerse a voces en verso, como esta admirable exposición de un solo, im‐ provisada sobre la marcha, en la misma mesa, por Gutiérrez González: —] Pero hombre, no puede ser! ¿Lo perdiste?... —Lo perdí. —¿Por mal jugado? —¡Tal vez! Me recomieron los triunfos Que en los dos fallos jugué, 7PG ­ El Tresillo y el Poker o Españoles y Americanos 63

Me asertaron los chiquitos Y me fallaron el rey.

He aquí otro modelo de fina bronca tresillesca, mantenida por cuatro jugadores bogotanos, a quienes los estuches y la rima les son igualmente familiares:

—... Si yo he podido Agachármele a su tres. —¡No, señor, con un triunfito De los míos que tenga usted! —¡O que usted vuelva sus basto»! —¡O que vuelva a oros él!... —¡Es puesta! —¡Le doy codillo!... —¡¡Si era más grande!! —Da, Andrés.

Un bogotano, Carlos Holguín, dejó turulatos, durante su es‐ tancia en Madrid, a los más hábiles tresillistas del antiguo Veloz­ Club. En el Perú, «país colmado por la Naturaleza y malogrado por los hombres», como dice Groussac, donde más fuerte arraigo tienen las tradiciones españolas, se juega también mucho al tresi­ llo. Allí se guarda recuerdo de partidas formidables. «En tiempos de opulencia —cuenta Miguel Cané en su libro “En viaje”—, durante la estación de baños en Chorrillos, se ha llegado a jugar hasta... a chino la ficha. El contrato de un chino, por tres o cuatro años, importaba trescientos o cuatrocientos pesos fuertes. El que perdía, generalmente hacendado, pasaba al día siguiente a la hacienda de su ganador el número de fichas­chinos que había perdido la víspera. En Bogotá no se hila tan grueso..., y en el Perú pasaron también esos tiempos». Selección Artículos DIARIO EL SOL ­ Tomo 1 64

Todos aquellos países americanos, más o menos durmientes —hay grados en la intensidad de la catalepsia—, son puristas, tauromáquicos y tresillistas.

***

En la vigorosa y progresista República Argentina no existen las corridas de toros, y su juego favorito es el poker. Se juega en todas partes y a todas horas. En el tresillo, como en todo juego car­ teado, la superioridad corresponde al memorioso. Los archiveros y eruditos insulsos suelen ser excelentes tresillistas. En el poker, bravo juego de envite, el triunfo pertenece al que sea mejor psicó‐ logo y tenga más arresto y... más «resto». El ímpetu y la audacia son condiciones esenciales del buen pokerista. Necesita, igual‐ mente, una férrea voluntad para sujetar sus nervios y para no de‐ mudarse al mandar un «bulf» o un «farol». Los argentinos, tan propensos a crear verbos pintorescos, han inventado uno, que me permito poner en circulación. Cuando el contrincante se queda mirando al «blefeador» o «farolero», éste exclama al punto: «¡No me “semblantee”, amigo!». Esto es, no me examine el semblante. El poker es un juego de intrépidos y osados, en que todo es acción. Interpreta y refleja admirablemente el carácter impetuoso del norteamericano y, muy especialmente, del aventurero, del Oeste. Al revés del tresillo, en el poker sobra toda disquisición analítica de la jugada. Uno se queda sin camisa en un envite y... no hay más qué hablar; se levanta y se va. El punto es el único ser que se levanta al morir. Todos ios demás seres, al morir, se acues­ tan... El poker es una tragedia silenciosa; el tresillo es una trapa­ tiesta baladí. Con el poker se afirma nuestra facultad intuitiva y se aguzan nuestras aptitudes para la penetración sicológica; con el 7PG ­ El Tresillo y el Poker o Españoles y Americanos 65 tresillo foméntase la propensión a ergotizar, tan característica del espíritu español. Los centroamericanos llaman a los argentinos «los yanquis de Sudamérica». El apelativo resulta curioso, pues, geográfica‐ mente, son los argentinos los que más lejos se hallan del contacto de Norteamérica. Las tradiciones hispánicas son más latentes en los pueblos inmediatos a los Estados Unidos. Pero, espiritual‐ mente, no hay duda, los más lejanos son los más próximos. En uno y otro extremo del continente el ideal es el mismo: acción pujante. La inercia está en el Centro, donde existen las corridas de toros, impera el casticismo y se juega al tresillo. Como Norteamérica, la Argentina es pokerista. Y abundan los «metejones». Este argentinismo, «metejón», merece también, por su fuerza expresiva, amplia circulación peninsular. Alude a una pérdida fuerte en el juego, a meterse demasiado, a rebasar los límites del entretenimiento, creándose un conflicto económico. No existe en el léxico oficial un vocablo tan sintético, preciso, enérgi‐ co y plástico, para calificar un desastre azaroso. Corra, pues, por la España timbera el «metejón». Sobre el juego han discurrido mucho los filósofos. Suponen algunos, que el jugador se distingue por su vacuidad mental. Ha contribuido mucho a difundir tal creencia esta frase de Schopen‐ hauer: «Los tontos, como no tenían ideas que cambiar, inventaron unos cartoncitos para jugar». Esta definición del jugador es in‐ geniosa; pero, como casi todo lo de Schopenhauer, un poco super‐ ficial. Generalmente —si no en absoluto—, los hombres dotados de alguna fuerza imaginativa, son aficionados al juego, atrayén‐ doles poderosamente las sorpresas del azar. Mucho más profunda es la opinión de Anatole France, en su «Jardín de Epicuro», definiendo el juego como el medio de anular la lentitud del transcurso del tiempo, como «el arte de experimentar en un se‐ Selección Artículos DIARIO EL SOL ­ Tomo 1 66 gundo, las mudanzas que el destino necesita muchos años para producir». «El juego —añade— es el ovillo del hilo del genio; es la lucha cuerpo a cuerpo con el destino; el combate de Jacob con el ángel; el pacto del doctor Fausto con el diablo». Estos concep‐ tos del sagaz y risueño pensador, nos revelan cuán hondas son las raíces del juego en el espíritu del hombre. Es posible que ni el amor mismo sea una pasión tan general y avasalladora. En Flandes y en Italia, nuestros antiguos tarsos se jugaban las pagas a los dados sobre el tambor. Y los primeros conquista‐ dores, concentrados en La Española, la isla dominicana, atosiga­ dos por los «metejones», partían de allí para emprender nuevas ex‐ ploraciones y conquistas. Capitanes, navegantes, «encomenderos», y clérigos, salían en busca de oro con que hacer frente a los «mete‐ jones». Es el periodo de mayor florecimiento de la imaginación es‐ pañola. Un día hemos de intentar un pequeño ensayo sobre la influencia de los «metejones» en la formación del Imperio Es‐ pañol. No te rías, lector, que es punto grave…

Francisco GRANDMONTAGNE Diario El Sol. Madrid, Nº 1066, Pág.3, sábado 8 (1/1921)