De la sierra a la costa. Migración otomí transnacional: Los hñähñü de la Poblana

Libertad MORA MARTÍNEZ * Resumen Los otomíes del sur de la huasteca destacan por su vitalidad cultural así como por un ac­ tivismo social y político que repercute en sus relaciones interétnicas, actividades econó­ micas y vida cotidiana. Ejemplo de ello es el eficaz circuito migratorio transnacional­ que va de la Sierra a la Costa Este de los Estados Unidos, el cual, ha consolidado tres gene­ raciones de otomíes con distintos actores involucrados. En ese tenor, el interés es hacer un esbozo general sobre la dinámica migratoria de este grupo: quiénes son los acto­res sociales involucrados, las características de movilidad, las redes étnicas entabladas y uso de las remesas. Palabras clave: 1. migración transnacional, 2. redes migratorias, 3. remesas, 4. otomíes­ sudhuastecos, 5. Hñähñü.

From the Sierra to the Coast. Transnational Migration: The Hñähñü of the Huasteca Poblana

Abstract At the South Huasteca region in , the otomi have excelled for its cultural vitality, as well as some social and political activism that inf luences their interethnic relations, economic activities and daily life. One example is the ef fective transnational migrant cir­ cuit ranging from the South Huastecan to the East Coast of the United States, which have consolidated over three migratory waves with dif ferent stakeholders. In that vein, it is my interest to make a general outline on international migration dynamics of this group: who are the social actors involved, which are the characteristics of their mobility, filed ethnic networks and use of remittances. Keywords: 1. transnational migration, 2. migratory connections, 3. remittances, 4. southuastecs otomies, 5. Hñähñü.

Fecha de recepción: 8 de mayo de 2015. Fecha de aceptación: 25 de octubre de 2016.

* Benemerita Universidad Autónoma de , México, [email protected]

http://dx.doi.org/10.17428/rmi.v9i34.167

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MIGRACIONES 34 Preliminar.indb 9 2/2/18 12:42 PM Introducción

Aunque la migración no es un fenómeno histórico exclusivo del siglo XX, lo que sí se puede señalar como novedoso es la serie de dinámicas que en un contexto de globalización como el que actualmente impe­ ra, ha gestado procesos culturales diversos. Estas dinámicas globales “acentúan los desarrollos tecnológicos que han conducido al replan­tea­ mien­to de los conceptos de tiempo y espacio” (Harvey, 1989, cita­do en Hoffmann, 2007, p. 431). Así, se puede observar que una de las actividades que ha ido reconfigurando la vida cotidiana en contex­tos ru­rales y urbanos es la migración internacional y nacional. Al res­pec­ to, Laura Velasco (1998, p. 2) señala que “las migraciones destacan por su capacidad de constituir nuevas configuraciones culturales, que, difícilmente, pueden ser asimiladas a un solo territorio nacional”. El caso de análisis expuesto a continuación se enfoca en una co­ lectividad indígena la cual, a partir de ciertos elementos lingüísticos, cul­turales y geográficos son clasificados como otomíes del sur de la Huasteca, quienes habitan en una región colindante entre los estados de , y Puebla en la . En espe­ cífico, será a partir de los hñähñü u otomíes de San Pablito Pa­hua­ tlán que se va a desarrollar la dinámica migratoria a los Estados Uni­dos. Se propone: 1) exponer los distintos circuitos migratorios en los cuales participan los otomíes de la región de estudio, y 2) señalar la in­cor­ po­ración y connotación de diversos actores sociales en cada una de las facetas de migración transnacional. Para ello, se toma como mar­co his­ tórico de análisis la década de 1980 del siglo pasado a la primera de este nuevo milenio, 2010. Algunas de las interrogantes que guían este trabajo son: ¿Qué tipo de redes aquí y allá han enta­blado los otomíes sudhuastecos?, ¿qué implicaciones o características tiene cada uno de los movimientos migratorios? Preguntas que podran responderse a partir del enfoque de los estudios transnacionales. A la par, el interés es esbozar las distintas redes que los hñähñü han generado en ciertos campos sociales transnacionales, destacando la importancia de las re­­­­ laciones étnicas. En esa lógica, se retoma la propuesta de Peggy Levitt y Nina Glick Schiller sobre el campo social definido como el “conjun­ to de múltiples redes entrelazadas de re­lacio­nes sociales, a través de los cuales se intercambian de manera desigual, se organizan y se transforman

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las ideas, las prácticas y los recursos” (Levitt y Schiller, 2006, p. 198). Concepto que sirve para el análisis de las diversas relaciones e inte­ racciones que vinculan a los que se van y aquellos que se quedan.

Mapa 1. Región Otomí del Sur de la Huasteca, México

Fuente: Galinier (1990, p. 109).

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Vale aclarar que a diferencia de otras regiones como Micho­acán o Oaxaca, en cuyos grupos se ha caracterizado la migración como un actividad permanente y de larga duración; en la región sudhuasteca y en particular con el grupo otomí que aquí se expone, fue hasta la dé­cada de 1980 en que esa actividad cobró relevancia. Al respecto, no se puede señalar que estas colectividades participaron de manera tardía en la migración México-Estados Unidos. Se trató de dinámicas y procesos distintos, fue otro contexto económico y sociocultural en el que emergió la migración transnacional hñähñü. Sería errado agru­par a todos los grupos indígenas del país que emigran a los Estados Unidos en un mismo proceso, hacerlo impli­caría descaracterizar las particularidades de cada contexto étnico y regional. En el mapa 1, además de presentar la región otomí de estu­dio, se señalan las loca­ lidades que protagonizan este artículo, es decir, las de San Pablito Pa­huatlán (mapa 1).

Abriendo brecha, los otomíes de la Sierra Alta a los Estados Unidos Entre los otomíes de la Sierra Alta la migración internacional a Es­tados Unidos comenzó a figurar a partir de mediados del siglo pasado como una posibilidad o vía económica alterna, sin embargo, y pese a que algunas pocas familias participaron tardíamente en el Programa Bra­­­ cero, fue hasta la década de 1960 que la migración figuró como una alternativa económica relevante en la región, en específico, para las fa­ milias de San Nicolás en el municipio de Tenango de Doria, colindan­ te con Pahuatlán. Al respecto, la presencia de representantes de la Iglesia Pentecostal y del Instituto Lingüístico de Verano (ILV) en la se­gunda mitad del siglo pasado, cobró particular importancia, pues entre aque­ llos lingüistas que se instalaron en las localidades de Te­­nango de Doria, figuró Don Richard, un pastor pentecostal interesado en la lengua otomí de esa área. De hecho, entre las familias de San Nicolás y San Pablito, la historia oral colectiva señala que algu­­nos de los primeros emigrantes rumbo a Estados Unidos, lo hicieron precisamente con el apoyo de aquellos sacerdotes pentecostales instalados en la Sierra. Fueron esos pastores quienes les contactaron con sus homólogos ubi­ cados en la Costa Este de la Unión Americana. Así, facilitaron en

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alguna medida las implicaciones de emigrar de la Sierra a un destino incierto. Ese fue el caso de los otomíes de San Nicolás, los cuales abrie­ ron brecha de la Sierra a Estados Unidos. Posteriormente y a partir de los contactos que ellos entablaron, sus vecinos también otomíes de San Pablito Pahuatlán –con quienes man­tenían y compartían algún tipo de vínculo cultural y económico–, comenzaron también a emi­ grar pal´otro[sic] lado. Para entender y ubicar en qué marco y contexto se insertaron los de San Pablito, es conveniente señalar las características de los movi­ mientos migratorios de aquellos de San Nicolás. Al respecto, Daniela Huber (2010, p. 157) señala dos tipos de desplazamientos, “las prime­ ras oleadas migratorias se movieron hacia las plantaciones de naran­ jos en Florida, las lecherías en Texas y fábricas de fertilizantes en Virginia”,­ en tanto que, el segundo movimiento lo circunscribe en la década de 1990, destacando que “en esta segunda oleada migrato­ ria se ha presenciado un desplazamiento muy intenso hacia Carolina del Norte y del Sur, Virginia y California, donde los varones migran­ tes trabajaban sobre todo en la construcción y la carpintería” (Huber, 2010, p. 157). Fueron precisamente en esos lugares de la segunda olea­ da migratoria de los otomíes de San Nicolás –Tenango de Doria– en dónde posteriormente se instalaron los hñähñü que aquí se analizan, los sanpableños de Pahuatlán. Estos primeros emigrantes decidieron probar suerte en aquel país básicamente por cuestiones económicas. A diferencia del resto de la población de Pahuatlán e incluso de otros grupos de la región, los san­ pableños sí obtenían un ingreso adicional a la actividad agrícola debido al comercio artesanal de papel de corteza, el cual desde la década de 1960 han comercializado.1 Éstos consideraban que irse a trabajar por algún tiempo a Estados Unidos les generaría ingresos adicionales a lo que obtendrían de la artesanía y del campo. Estas actividades se man­ tuvieron vigentes, pero eran otros actores quienes se encargaban de llevarlas a cabo. Según lo narran los testimonios etno­gráficos, la inten­ ción nunca fue dejar su comunidad y quedarse en el exterior, de mane­ ra que algunos se iban por un lustro o una década y después regresaron

1 Este comercio artesanal se fue diversificando y a la par del papel de corteza de jonote y mora, también destaca la artesanía con tule, los textiles tipo tenangos y bisutería con chaquira.

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a San Pablito a continuar viviendo del campo y de sus artesanías, no obstante, previamente ya habían obtenido algún ahorro y experiencia por su trabajo en Estados Unidos y lo capitalizaron –social y econó­ micamente– en los años siguien­tes. Hay que advertir que en cada olea­ da migratoria existen elementos que van a definir o caracterizar esos movimientos. En la década de 1980 inicia esta dinámica transnacio­ nal, se cimentan las bases de lo que posteriormente será una actividad cotidiana y que, a la fecha, ha modificado diversas relaciones sociales: 1) intracomunitarias (al inte­rior de San Pa­­blito Pahuatlán); 2) intra­ étnicas (entre otomíes sudhuas­tecos de Pahua­tlán y de municipios ve­­­ cinos) y 3) interétnicas (entre otomíes, y de la región). Los primeros en salir fueron solo hombres mayores de edad. Por lo general todos eran artesanos que sabían cómo manufacturar el papel de corteza. Y también habían sido campesinos, ya que al menos una etapa de su vida, ya sea en su infancia o juventud, les había tocado la época en que las familias otomíes vivían exclusivamente de comer­cia­ lizar productos agrícolas como el cacahuate, café, maíz, chile, frijol, caña de azúcar, plátano, garbanzo y zapote. Para emigrar era ne­cesario crear un grupo, éste se conformaba entre una y dos decenas de varo­ nes, mayoritariamente eran indígenas de las localidades del munici­ pio de Tenango de Doria –Hidalgo–, así como de la comunidad de San Pablito Pahuatlán –Puebla–. Otro elemento fundamental es que ese grupo sería guiado o conducido por un coyote (pollero o guía), que tam­ bién pertenecía al mismo grupo lingüístico y cultural hñähñü. Es decir, no se trataba de alguien ajeno a la zona o del grupo. Para cru­zar del otro lado los aventureros debían pagar un adelanto algunos días o semanas antes de emprender el viaje, ya que de esa forma el pollero iba arman­ do los grupos y aseguraba la salida. Después, ya una vez instalados en Estados Unidos completaban el pago por el traslado. La ruta que solían recorrer para cruzar la frontera México-Esta­dos Unidos era principalmente por la vía de Tamaulipas. Salía todo el grupo en algún vehículo –camioneta tipo Van– que previamente el co­ yote habían alquilado con esos fines y se trasladaban a ese extremo fronterizo del Golfo del país. Ya una vez en la Unión Americana se instalaban en diversos destinos. Al respecto, hay que destacar que en esta primera oleada de sanpableños transnacionales, ellos estaban buscando y probando suerte. Ellos exploraron e identificaron posibles

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zonas seguras para la vida cotidiana y el trabajo, y algunos opta­ron por seguir la ruta que previamente sus vecinos de San Nicolás ya tenían bien establecida, la cual los llevaba a la Costa Este y en par­ti­cular a la zona de las Carolinas.2 Otros se establecieron en los estados que ha­ cen frontera directa con México, como Arizona, Nuevo Mé­xico, Texas y Luisiana, es decir, en la “región Sudoeste Primera Fase” (Durand y Massey, 2003, p. 108). Se emplearon en actividades desti­nadas al campo, construcción, jardinería, alimentos y oficios . De este primer movimiento de finales de la década de 1980 y exclu­ sivo de otomíes de San Pablito Pahuatlán, hay que subrayar que al­ gún porcentaje relevante de esos migrantes consiguieron documentos oficiales a través del programa IRCA (The Immigration Reform and Control Act), el cual los acreditaba para poder laborar e ingresar sin algún problema en aquel país, además de que les facilitó para conse­ guir empleos mejor remunerados y tener prioridad en caso de recorte de personal. Esa incorporación al IRCA generó cierta estabilidad eco­ nómica y social tanto en aquel país como en la Sierra en México, pues significó un ingreso constante y adicional al de la artesanía y el cam­ po; además de ampliar vínculos y redes laborales tanto en la región Este de la Unión Americana, como en la Sierra Madre Oriental en México, en específico entre aquellos de San Pablito Pahuatlán con los de San Nicolás en Tenango de Doria. Al menos y como carac­terística, en la primera oleada migratoria podemos hablar de campos sociales nacionales, en los cuales se circunscriben los otomíes de San Nicolás y de San Pablito. En lo referente al envío de remesas, al menos en esta primera olea­ da migratoria de la década de 1980, en Pahuatlán no habían institu­ ciones con fines bancarios para recibir dinero, la opción era cobrar los depósitos en sucursales bancarias de , Hidalgo. Allí acudían las esposas o personas adultas a recoger el dinero. O bien, otros preferían enviarlo con algún paisano que estaba por regresar al pue­ blo. El dinero de las remesas se utilizó para la adquisición de terrenos y construcción de viviendas. A partir de entonces y hasta la fecha, los terrenos tanto en la comunidad como en todo el municipio se han en­ carecido notoriamente. El panorama de San Pablito se transformó, de ser una localidad con casas de zacate o madera, comenzaron las 2 Haciendo alusión a los estados de Carolina del Norte, del Sur y zonas aledañas.

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edificaciones de tipo industrial –de cemento y varilla– con dos o tres pisos, contrastando con la arquitectura del resto de localidades que conforman a Pahuatlán y en las cuales prevalece un estilo rural en sus viviendas. Propició también, la generación de algunos empleos en los hogares de San Pablito, traducido en nuevas relaciones étnicas al inte­ rior de la región. Pues estos otomíes migrantes contrataron a nahuas y mestizos de Pahuatlán para la edificación de algunas casas o cuartos, lo cual generó que algunos años después se formaran ciertas redes y alianzas entre indígenas (otomíes-otomíes; otomíes y nahuas) o bien, recalcando las diferencias y enemistades entre indígenas y mestizos. Como ocurre entre los sanpableños y los mestizos de la cabecera mu­ nicipal, con quienes han mantenido relaciones ariscas y distantes. Un ejemplo de esto fue que en el período 2002-2005 resultó electo como presidente municipal un indígena otomí, algo inusual en la historia político-administrativa del municipio pahuateco. El triunfo del oto­ mí fue producto, entre otros elementos, de las relaciones étnicas enta­ bladas en esta región transnacional. Fue surgiendo, paulatinamente, un empoderamiento étnico indígena frente a los mestizos de la zona. De alguna manera se comenzaron a gestar ciertas transformaciones pro­ ducto de la migración transnacional y como resultado de las relacio­ nes étnicas en campos sociales precisos. Con la elaboración y comercio artesanal, las actividades agrícolas pasaron a segundo término, aún así, existían algunas personas que se dedicaban al campo que servía, sobre todo, para el autoconsumo. Sin embargo, a partir del envío de remesas en la década de 1980 y ante la demanda de terrenos destinados para la construcción, la actividad agrícola en San Pablito pasó a ser sólo una actividad complementaria y de autoconsumo a pequeña escala. Adquirían los productos agrícolas en la plaza dominical de la cabecera municipal o en mercados re­ gionales como el de Honey, Acaxochitlán, , Tulancingo o Huayacocotla, o bien, posteriormente los compraban directamente en la comunidad, ya que campesinos de zonas aledañas comenza­ ron a visitar San Pablito con la finalidad de vender algu­nos productos agrícolas y forestales. En algunos casos se trataba, y a la fecha pre­ valece, de algún tipo de comercio a domicilio. Pues los comerciantes agrícolas saben que San Pablito es una localidad dedicada al comer­ cio artesanal que demanda tiempo y dedicación en su elaboración, así

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como de familias migrantes en las que destaca la ausencia de varios miembros, por lo tanto, algunos optan por acordar la compra directa de algunos productos en la localidad y sus hogares.

Afianzamiento e incorporación de nuevos actores de Pahuatlán a la Costa Este El éxito en la migración, así como el afianzamiento laboral y social que obtuvieron los otomíes de San Nicolás, y que después consiguie­ ron los de San Pa­blito Pahuatlán en la década de 1980 en los estados de la Costa Este o la región del Atlántico Sur de la Unión Americana –como Carolina del Norte, Tennessee, Georgia, Texas, Virginia y Ca­ rolina del Sur– influyó para que las generaciones posteriores de san­ pableños, así como otros grupos étnicos sudhuastecos y del altiplano, contempla­ran la idea de emigrar a los Estados Unidos. Otro aliciente fue ingresar, o bien, obtener papeles oficiales en el programa IRCA para laborar en aquel país, tal y como había ocurrido con sus paisanos en décadas anteriores. No obstante, en esta oleada de la década de 1990, los recién emigrados no formaron parte de dicho proyecto. No consi­ guieron documentos que los acreditara para entrar, salir y poder trabajar en el norte, como sí ocurrió con sus connacionales en años previos. Pese a todo ello, los otomíes continuaron y continúan emigrando. Los sanpableños se motivaron por la idea de continuar con los pla­ nes iniciados por sus parientes, así como por la inquietud de conocer y experimentar en aquellos rumbos. De esta forma, otros actores se alen­ taron y fueron partícipes directos de estas migraciones transnaciona­ les. Así, en esta segunda oleada migratoria de la década de 1990, resalta la incorporación de nuevos actores sociales, los cuales, se valieron de las conexiones y experiencia obtenida por el primer movimiento de emi­ grantes otomíes sanpableños a los Estados Unidos. A este tipo de vínculos o redes migratorias Durand y Massey (2003, p. 31) las han definido como “conjuntos de lazos interpersonales que conectan a los migran­ tes con otros migrantes que los precedieron y con no migran­tes en las zonas de origen y destino mediante nexos de parentesco, amistad y paisanaje”. Este circuito migratorio serrano se ha ido refor­zando a par­ tir de dichas redes previamente entabladas, de las cuales los otomíes sudhuastecos fueron precursores y actualmente son protagonistas.

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Ahora bien, en la década de 1990 destaca la emergencia de tres nue­ vos actores: la participación femenina de otomíes de San Pablito; va­ rones de otras comunidades también hñähñü; es decir, se refuerza un afianzamiento otomí en ese movimiento transnacional, y emerge un gru­ po étnico distinto: los mestizos. Sobre la incorporación de las mujeres, hay que resaltar que pre­ vio a la década de 1990 ellas ya eran partícipes, pero de forma indi­ recta, en los procesos migratorios, debido a las transformaciones al interior de las unidades domésticas y de procesos comunitarios en res­ pues­ta a la ausencia de esposos, hijos o padres; sin embargo, estas mu­ jeres no habían cruzado la frontera nacional. La frontera, o bien, allá, del otro lado estaba presente pero en el hablar cotidiano y de forma meta­­­­fórica. Entonces, comienzan a emigrar a partir de las redes pa­ rentales en la Costa Este de los Estados Unidos. Eran esposas o fami­ liares de aquellos que ya habían emigrado en la década pasada y aún permanecían en aquellos lugares. Se trató de mujeres solteras, casa­ das o con hijos. Algu­nas se iban sólo por un par de años, un lustro o incluso una década. Emigraban con la idea de juntar dinero, o bien, alcanzar a sus familia­res o al esposo. Aquellas que ya tenían hijos los dejaban en el pueblo al cuidado de las abuelas o hermanas y, poste­ riormente, las madres ya ausentes se encargaban de mandar el dinero para la manutención de sus hijos. El cuidado de los hijos, así como la repartición de las remesas generó otro tipo de relaciones e implicacio­ nes pero al interior del grupo doméstico, tocando en particular las relaciones generacionales entre las suegras, madres o abuelas con aque­­­­ llas otomíes emigrantes. Estas mujeres hñähñü se trasladaban a los Estados Unidos en compañía de sus familiares, aprovechaban las oca­ siones en que sus conoci­dos regresaban por alguna temporada a su pue­ blo y una vez de vuelta, emprendían el viaje juntos a aquel país. O bien, lo hacían con los coyotes o guías de mayor confianza en la co­mu­ni­dad. Señalan que de esa forma evitaban algunos riesgos, pues cruzar solas o con desconocidos tendría mayores peligros. En ese tenor, Gustavo López Castro señala que precisamente una de las ventajas de cruzar con los coyotes locales o guías comunitarios es la seguridad­ que repre­ sentan, además de que en casos de percances ellos conocen a los fa­ miliares de las personas que están moviendo, “De allí que el pres­­­­tigio de un coyote local dependa, no tanto de su tasa de éxito para pasar en

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pocos intentos la frontera, sino de la inte­gridad física de las perso­ nas que viajan bajo su guía y responsabilidad” (Ló­pez, 2001, p. 90). Una vez instaladas en aquel país, estas mujeres pasan algunos días en casa y después buscan empleo en restaurantes, hoteles, labores do­ mésticas o de niñeras. O incluso existen ciertos casos en los que las hñähñü antes de salir de San Pablito ya obtuvieron empleo en las Ca­­ rolinas, pues sus parientes les consiguen lugares afines a sus sitios de trabajo. De forma reiterada se valen de las redes migratorias en dis­­tin­ tos campos sociales transnacionales que constantemente se están re­ configurando, allí cobran particular importancia los “agentes étni­cos” (Velasco, 2002) los cuales se organizan sobre bases que combinan múltiples lugares de origen y de destino. En cuanto a los lugares de vivienda sucede algún tipo de compa­ ñerismo con los recién llegados, pues insisten, “cuando uno está fuera, ahí se aprecia más el apoyo” (Anónimo, comunicación personal, 2013), resaltando que la solidaridad va sobre todo con la pareja, familia o paisanos de la comunidad. Es decir, nue­­vamente se observa la vitali­ dad de las relaciones étnicas entre éstos otomíes transnacionales a través de redes migratorias, definidas por Arango (2003, p. 19) como “conjuntos de relaciones interpersona­les que vinculan a los inmi­ grantes, a emigrantes retornados o a candida­tos a la emigración con parientes, amigos o compatriotas, ya sea en el país de origen o de des­ tino”. Estas otomíes transnacionales vivían con sus familiares, de he­ cho a la fecha así lo hacen todos los que de­­ci­den emigrar, ya que una sola persona no puede costear los gastos que implica vivir en Estados Unidos, y si emigran con la finalidad de trabajar y ahorrar, la remu­ neración que obtienen por su trabajo no sería suficiente, incluso varios trabajan dos jornadas diarias. Mí­ni­mo entre cinco otomíes compar­ tían los gastos de la renta del departamen­to, así como servicios tele­ fónicos y de calefacción. Además, las labores domésticas como la limpieza y la preparación de alimentos tam­bién se hacían entre todos. Algo que por supuesto, contrasta con los hábitos que normalmente caracterizaba a los varones sanpableños previos a la movilidad transna­ cional, pues ellos poco participaban en ese tipo de actividades do­ mésticas. Sin embargo, la experiencia de vivir en un contexto ajeno a la familia y comunidad, generó cambios en la perspectiva de la vida cotidiana, reconocen que así como es fundamental la convivencia y

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sufragar los gastos entre varios al interior de una vivienda, lo mismo aplica para los quehaceres domésticos. Sólo así, compartiendo en grupo, podían costear los gastos del alquiler y ahorrar algo de dine­ ro. Otros señalarían que también, solo así, en grupo, se extraña un poco menos al pueblo y la familia. Fue de esta ma­­­nera que la presencia femenina otomí apoyó tanto en la economía de aquellos varones ins­ talados en Estados Unidos, co­mo en ciertos aspectos emocionales. Al respecto, se puede advertir la reorganización al interior de las unidades domésticas a partir de las constantes movilidades de los in­ te­­grantes de las familias. Por un lado, las madres que emigran y de­ jan a sus hijos a cargo de los abuelos, ahí surgen nuevas relaciones y acer­­camientos generacionales entre niños y jóvenes con las personas ma­­yo­­res que permanecen en los pueblos. Se aprecia el apego y vin­cu­ lación ya sea para apoyarse en las labores de la casa, elaborando arte­ sanía o como compañía. Existen también los casos contrarios en donde surgen tensiones –generacionales y de género– con la presencia de otros integrantes en los hogares, como suelen ocurrir con las nueras una vez que el esposo emigra y ellas se mudan a casa de los sue­gros. Se ge­ neran conf lictos en relación con las labores domésticas, educación y cui­dado de los hijos, y sobre todo, por la repartición de las remesas que envían sus parejas. En el movimiento migratorio de la década de 1990, igual que fue relevante la participación femenina otomí, otro suceso de im­por­ tan­cia resultó la incorporación de mestizos de la cabecera municipal así como los otomíes del resto de localidades de Pahuatlán, espe­ cíficamen­te: Xochimilco y Zacapehuaya, los cuales, no emigraron en la prime­ra oleada, pues a diferencia de los de San Pablito, estos otomíes re­­cién incorporados a la dinámica migratoria inter­nacional tienen otras condiciones sociales y económicas. En Xochimilco al­ gunas familias se han dedicado a elaborar y vender bisutería con chaquira, su comercio es a pequeña escala o lo hacen a través de in­ termediarios. En tanto que en Zacapehuaya se dedican al campo, sobre todo al cultivo y comercio del zapote; y en algunas familias tanto mujeres como hombres elabo­ran bordados tipo tenangos y los venden a sus vecinos de San Pa­blito, quienes posteriormente los co­ mercializan. En ambos, en Xochimilco y Zacapehuaya, la migración había sido solo de tipo regional. Caso dis­­tinto al de aquellos de San

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Pablito que sobresalen por su movi­lidad y migración nacional e in­ ternacional. A nivel regional, la ex­periencia que conocían de los sanpableños en las Caro­linas fue un aliciente para que los de Xochi­ milco y Zacapehuaya incursionaran al exterior del país. Por otro lado, así como estos otomíes, otro grupo que se incorpo­ ra en esta oleada migratoria de la década de 1990 son los mestizos de la cabecera municipal. Emigraban con la idea de ir a conocer, traba­ jar y ganar dólares, pero sobre todo, por la experiencia que pudieran adquirir en otro país, pues a diferencia de los otomíes, no era una urgen­ cia económica la que les motivaba a salir y buscar mejores condiciones de vida. Se trataba de familias con buena solvencia económica, estaban asalariados en algunos puntos de la región –como en Huauchinango– o con negocios propios. Subrayo que con los indígenas, al menos en las primeras oleadas migratorias, la movilidad transnacional era con la finalidad de juntar algún capital para sus familias y su comunidad, con los mestizos respondía a intereses individuales. De esa manera, los grupos con destino a la Costa Este, ya no solo estaban conforma­ dos por varones de San Pablito, también se incorporaron mujeres de la misma localidad, además de otros otomíes de Xochimilco, Zaca­pe­ huaya, y esta vez, los mestizos de la cabe­­cera municipal de Pahuatlán. Los coyotes o guías seguían siendo varones de Tenango de Doria, los cuales, con el paso de los años, iban generando mayor experiencia a la par de ir definiendo circuitos mejor establecidos. Ellos se acerca­ ban a las comunidades aledañas e iban avisando de la conformación de un grupo próximo a salir, así se iba corriendo la voz hasta juntar el número de personas necesarias para planear la salida. También es­­­ taba el caso de aquellos que con la intención de irse del otro lado lo comentaban entre conocidos hasta ir formando el grupo para des­ pués acercarse con el pollero. El pago para cruzar del otro lado había sido de la misma forma como lo acordaron los otomíes en la década anterior: la mitad o un adelanto para poder asegurar el grupo, y el resto lo liquidaban una vez instalados en sus puntos de llegada. Sus desti­ nos se fueron enfocando en la zona de las Carolinas, en particular en el estado del norte. Los otomíes, gracias a su dinámica laboral, así como por las redes transnacionales que fueron entablando, tenían ma­ yor afianzamiento y desahogo, contaban con familiares instalados, lo cual, les facilitó incorporarse a ese tipo de vida transnacional.

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Estos otomíes y mestizos habrían de rentar departamentos en ciertas colonias en donde todos los que alquilan son migrantes de dis­­­ tintas partes de Latinoamérica. Los testimonios etnográficos insistían en “un san Pablito allá en las Carolinas”, así como un “Pa­huatlán en chiquito allá del otro lado” o el barrio de “La Maldita Vecindad” (Anó­ nimo, comunicación personal, 2009). Allí han entablado amistades y riñas. En el caso particular de los oto­­­míes sanpableños han logrado conformar redes extensivas más allá de indígenas de la misma filia­ ción étnica, igual ocurre, por ejemplo, con los guatemaltecos, a quie­ nes seña­lan como personas amables, bue­­nos vecinos y con los cuales pueden conformar equipos de trabajo. El caso contrario son los afro­ americanos, pues insisten en que ven a los inmigrantes, y sobre todo mexicanos, como una compe­tencia labo­ral. Enfatizan que si hay al­ gún sector que los discrimina, es precisamente la población negra de esa región estadounidense. Las actividades laborales se diversificaron poco, en todo caso sólo se enfocaron en algunos of icios, como la industria de la cons­ truc­­ción, trabajos de mecánica y carpintería; así como en negocios de ali­­­mentos, invernaderos, o en el cultivo del tabaco en el campo. Es importante señalar que precisamente Carolina del Norte ocupa el quinto lugar en la siembra de esa planta del género nicotiana,3 y aun­ que en la industria de la construcción sí se han reportado casos graves de accidentes durante el trabajo, los pahuatecos consideran que esta labor tiene ventajas para ellos, pues implica menos enfermedades a corto plazo en comparación con las actividades agrícolas. Además, para rea­­lizar la labor de construcción tienen que armar equipos de trabajo, y son organizados por los propios migrantes, ya sea que el grupo lo in­­tegren familiares, indígenas sudhuastecos, o bien, nuevos conoci­ dos, como suele ocurrir con los migrantes centroamericanos. Por otro lado, los sanpableños, además de conocer las mejores rutas para poder trasladarse en Estados Unidos, sabían de las zo­nas seguras para vivir, así como de los contactos laborales, e incluso, de los sitios recreativos en dónde se daban cita paisanos de la región se­ rrana, es decir, los campos sociales transnacionales de la Sierra a la

3 Human Rights Watch (2014) señala los daños provocados por la nicotina y pla­ guicida a los que están expuestos los migrantes que laboran en los terrenos dedicados al cultivo del tabaco.

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Costa. Destacan que “allá se organizan huapangueadas, así como las que se hacen aquí” (Anónimo, comunicación personal, 2009), en esos espacios que sirven como puntos de recreación y de encuentros se reúnen los distintos grupos étnicos: nahuas, te­pehuas, totonacos, otomíes y mestizos de toda la región sudhuasteca. Allá en las Carolinas conviven y bailan entre paisanos. Algo similar ocurre con las clases de inglés, trabajos comunitarios o pláticas con pastores pentecostales a las que acuden los sud­huastecos en la Costa Este. Es importante ce­ rrar esta segunda oleada migratoria enfatizan­do un par de aspectos. 1) Las nuevas relaciones suscitadas por la migración transnacio­ nal generó algunas connotaciones significativas, en particular en las relaciones entre otomíes de San Pablito con los mestizos de la cabe­ cera municipal, grupos que desde hace algunas décadas son conside­ rados como antagónicos. Las actitudes discriminatorias prevalecían por parte de los mestizos con los indígenas otomíes y nahuas. Los hñähñü de San Pablito han destacado por su capacidad de agencia y negociación, tanto en función de su participación en redes económi­ cas más amplias que las locales, como en atención a su etnicidad san­ pableña; es decir, su etnicidad otomí, redefinida en atención a su identidad residencial. Como ejemplo de esa capacidad, puede men­ cionarse la movilización que han encabezado contra la ocupación de su territorio para proyectos energéticos con participación de capital extranjeros o su intervención a favor de uno u otro partido político en las elecciones municipales. Y es que, en el caso de estos otomíes, ade­ más de las remesas, la artesanía, los apoyos gubernamentales, así como del posible ingreso del turismo, por ser parte del programa pue­blos má- gicos, han obtenido fines diversos que no ocurre con mestizos e indíge­ nas nahuas del mismo municipio. Los mestizos se valieron de las redes bien establecidas de los oto­ míes sanpableños para iniciar o probar suerte en Estados Unidos. No hubo una relación de alianza entre ambos grupos, ni de compañeris­ mo mientras estaban en aquel país. Las relaciones cordia­les eran entre otomíes de distintas localidades del municipio, así como de otros pue­ blos de la región; en tanto que los mestizos de Pahuatlán simplemente contrataban los servicios de los sanpableños ya afianzados por allá. Se trató de una relación de poder en la que nuevamente, el capital social adquirido por los otomíes, generó dominio. Al res­pecto, se agrega la

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noción que Arango (2003, p. 19) infiere en las redes migratorias como una forma de capital, “en la medida en que se trata de relaciones sociales que permiten el acceso a otros bienes de importan­cia econó­ mica, tales como el empleo o mejores salarios”. 2) Este segundo movimiento migratorio, protagonizado por hombres y mujeres, como por indígenas y mestizos; significó y repre­ sentó un afianzamiento de esta actividad como alternativa económi­ ca de la región sudhuasteca. Pues incluso en aquellas localidades del municipio de Pahuatlán y alrededores, en dónde la población no emi­ graba a la Unión Americana, éstas sí se veían beneficiadas por la mo­­­­­vi­ lidad transnacional de algunos, por el hecho de que en la zona existiera un incremento económico, eso aportaba y generaba emple­os en esa porción de la Sierra. Por ejemplo, se amplió el comercio municipal –se construyeron más tiendas de abarrotes, fondas, se extendió el mer­ cado dominical–; se instalaron distintos servicios públicos –como ca­ setas telefónicas, sucursales bancarias para enviar y recibir dinero–; se establecieron nuevas rutas locales y regionales de transporte, o bien, algunos trabajaban directamente con familiares de los migrantes en labores de construcción, limpieza de hogares, apoyando en el campo, elaborando artesanía –papel , tule, textiles, chaquira– o cui­ dando familiares.

Tercera oleada migratoria: los jóvenes otomíes del nuevo milenio En relación con la tercera oleada de migrantes hñähñü de la sierra a la costa, ésta tiene como periodicidad los primeros nueve años del milenio en curso, en la cual, nuevamente emergen otros actores: se incorporan niños y jóvenes otomíes; mestizos del resto de localidades de Pahuatlán, así como indígenas nahuas. De manera que este mo­ vimiento dejó de ser caracterizado o exclusivo de indígenas otomíes, con la unión de los nahuas pahuatecos. En esa misma década algo si­ milar se puede señalar con sus vecinos de la Sierra y del Alti­­plano de Hidalgo, por ejemplo, en Tenango de Doria, Huehue­­tla, Santa Ana y Acaxochitlán, en donde la migración internacional, aunque también se caracteriza como mayoritariamente otomí, tuvo po­ blación mestiza, nahua y tepehua que emigró a Estados Unidos.

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En el caso de Pahuatlán incursionaron mestizos de nuevas loca­ lidades (como Tlalcruz de Libres, Zoyatla, Cuaneutla y Paciotla) y con ellos se incluyeron de los municipios de Honey y Tlacuilotepec. Era gente de escasos recursos que emigraron con la finalidad de ob­ tener algún ingreso económico, no se trató de familias de clase media como había ocurrido con aquellos mestizos de la cabecera municipal que previamente habían emigrado. Los nuevos mestizos migrantes se fueron con el acuerdo de pagar su viaje una vez instalados por allá. Por su parte, los indígenas nahuas participaron paulatinamente de estos circuitos migratorios. Si bien existen algunos testi­monios de nahuas que emigraron antes de la década de 2000, sólo fueron algu­­nos casos aislados y esporádicos, no se trató de un movimiento consolida­do o que haya generado algún proceso comuni­tario y étnico relevante, como ocurrió con los otomíes, quienes a lo largo de tres oleadas mi­ gratorias de la sierra a la costa, se han mantenido constan­tes y prota­ gonizando dicha actividad laboral y de migración transnacional. La movilidad laboral característica de los nahuas es de tipo regio­ nal y nacional. Estos indígenas de las localidades de Atla, Atlaltongo, Xolotla y Mamiquetla, se dedican principalmente a la agricultura, los dos primeros destacan por el comercio del maíz en tanto que los dos últimos a la cafeticultura. Organizan su vida en función del ciclo agrícola, en esa actividad participan todos los miembros de las fami­ lias. Cuando es tiempo de siembra, cosecha, o de salir a comercializar el cultivo, aquellos que realizan trabajos temporales en el exterior, regresan a sus localidades para cumplir con esos fines. Para los nahuas, en específico los de Xolotla, la idea de vivir fuera del país y pasar es­ tancias prolongadas lejos de su familia, es motivo suficiente para que la migración transnacional no tenga demasiada importancia, como ocurre con sus vecinos otomíes. No obstante, algunos jóvenes se inte­ resaron en probar suerte al exterior del país. Y precisamente una, entre otras razones que propiciaron esta decisión, se relaciona con la crisis aguda del comercio del café que desde años anteriores ha prevalecido en la sierra. Al disminuir la venta y ganancias por ese grano, fue que, entrado el nuevo milenio, algunos nahuas optaron por considerar esta alternativa migratoria. Sin embargo, ésta no se trató de un movi­ miento representativo, participaron solo varones, y algunos retorna­ron a los pocos años a su comunidad por la crisis económica que imperó

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en ese entonces en Estados Unidos, no consiguieron empleo bien remunerado como ocurrió con los otomíes sanpableños. Hay que se­ ñalar, como bien lo ejemplifica en otro con­texto Liliana Rivera, que la “solidaridad co-étnica (Portes y Zhou, 1992) no alcanza para construir relaciones laborales muy extendidas” (Ri­vera, 2005, p. 6), ante ello, fue que los nahuas decidieron buscar empleo en otras zonas de la Unión Americana y no quedarse solo en la Costa Este. En esta nueva oleada migratoria de la década de 2000, otro as­ pecto fundamental es la participación de jóvenes y menores de edad que co­mienzan a emigrar. En el caso de los infantes, ellos se mueven con parientes, ya sea que las madres, una vez instaladas en aquel país, re­­gresen por ellos, o bien, se desplazen con algún pariente que tenga planes de emigrar. Para estos niños la migración es algo normal en su pueblo, se ha convertido en parte de la cotidianeidad, los efectos de esa actividad están presentes no sólo en el ámbito económico pues la transnacionalidad permea la vida social en general. Escuchar lo que acontece en Durham, Raleigh o las Carolinas, es habitual en el con­ texto comunitario otomí. Pues en su mayoría todas las familias de san­­pableños tienen algún pariente en Estados Uni­dos. Al respecto, hay que indicar que la movilidad laboral de los niños es un tópico rele­­ vante, y pese a ello, existe poca información estadística y documen­ tal, como bien lo subraya Gustavo López son “los más vulnerables dentro de la ya de por sí gran vulnerabilidad de los migrantes (con papeles o sin ellos)” (López, 2007, p. 547). En lo que respecta a la movilidad laboral de los jóvenes, y como bien lo señala Liliana Suárez, se ha estudiado como parte de una es­­­ trategia familiar, es decir, que los adolescentes salen por seguir patro­ nes familiares para continuar con la dinámica pero “sin destacar el protagonismo de los jóvenes como actores migratorios en sí mismos en un campo migratorio transnacional” (Suárez, 2006, p. 17). Al res­­­ pecto y centrando la atención en el caso de los jóvenes de San Pa­­blito, este tipo de mo­vilidad adquiere un significado distinto, si bien estos muchachos participan de esas estructuras macro que condicionan la migración transnacional, su movimiento también toma peculiarida­ des precisas a partir de la agencia social y elementos como las creencias y de­cisiones propias. Tal cual sucede en contextos y campos trans­ nacio­nales. En ese proceso complejo que implica macro y microdinámicas.

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A diferencia de los niños, los jóvenes emigran por convicción propia mientras que a los infantes se los llevan por decisión de los padres o de los mayores, en cambio, con los muchachos otomíes, ellos pueden elegir entre emigrar a los Estados Unidos, o bien, en su comunidad tienen las opciones de dedicarse a la elaboración y comercio artesanal, trabajar en la región, subsistir con las remesas que envían los familia­ res, o estudiar una carrera profesional con la esperanza de que en el futuro puedan acceder a un empleo bien remunerado. Con todo ello, muchos de los jóvenes que recién terminan su bachillerato deciden emigrar sólo por un par de años o meses a Estados Unidos. Una vez que regresan pueden elegir entre alguna de las opciones de vida y de alternativas económicas anteriores. Por decirlo de al­guna manera, se trata de una especie de rito de paso entre los jóvenes otomíes de San Pablito. Enfatizando que entre éstos, los motivos y las condiciones son distintas de aquellas oleadas previas de emigrantes. Los contac­ tos, redes y cierto capital social y econó­mico propicia un movimiento migratorio distinto. Una vez de vuelta en la sierra, estos jóvenes ya son considerados responsables y adquieren dere­chos y obligaciones­ tanto en el ámbito familiar como comunitario. Incluso si se trata de personas jóvenes, ya tienen que apo­­yar en faenas, mayordomías o la­ bores comunitarias. En contraste con los vecinos nahuas, para estos jóvenes otomíes emigrar no significa alejarse del pueblo, familia o de la pareja. Algu­ nos prometen que al regresar, formalizarán alguna relación sentimen­ tal, otros solo van y pasan una temporada con familiares que llevan algún período en aquel país. Cuando retornan a su comu­nidad, los jóvenes varones trabajan como taxistas al interior del muni­cipio. Para ello compran algún vehículo con el pago obtenido por su trabajo y se dedican a realizar viajes de San Pablito a la cabecera municipal de Pahuatlán, o bien, en la zona. Esto lo hacen mien­­­­tras definen si regresan otra temporada a Estados Unidos, continúan con el comercio artesa­ nal o se emplean en otro tipo de oficio. En relación con su grupo y cultura, para estos jóvenes tampoco significa dejar el pueblo o alejarse de sus tradiciones, al contrario, insisten que de esa forma pueden perpetuar su cultura, o como suce­ de con el ciclo festivo otomí, hacerlo más ostentoso y con mayor relevancia. En efecto, la fiesta otomí ha cobrado una connotación

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significativa en Pahuatlán y pueblos vecinos a partir de las remesas económicas y socioculturales de esta última oleada migratoria. Pre­ cisamente a partir del envío masivo de remesas y del incremento de jóvenes en las Carolinas, fue que el carnaval, la fiesta patronal y las mayordomías en San Pablito crecieron notoriamente. Esto se observa en los días destinados al acto ritual y festivo, hace un par de décadas la fiesta duraba a caso cinco días, ahora la fiesta patronal dura dos se­ manas, en las que se festeja una imagen por día, y el costo puede va­­riar entre 30 000 y 100 000 pesos. Es importante indicar que en la fiesta participan los sanpableños, pero también aquellos otomíes de otras localidades con los cuales hacen colectivo para emigrar a los Es­tados Unidos. En ese sentido, hablamos de una noción de crear comunidad a partir de vínculos socioculturales y territoriales. Consideran que su lengua (hñahñü u otomí) “eso nunca se va perder, eso es lo propio de uno” (Anónimo, comunicación personal, 2013), y ya sea en la comunidad, en otro estado o en el gabacho, la lengua siem­ pre va permanecer. La migración transnacional para estos jóvenes es una estrategia de subsistencia eco­­nómica, pero sobre todo, cultural. Esta perspectiva coincide con la propuesta de Alicia Barabas en cuanto al distanciamiento de aquellos viejos enfoques de migración que enfa­ tizaban la “asimilación cultural y descaracterización étnica” (Barabas, 2008, p. 172), pues por el con­­trario, en el caso de esta migra­ción de la sierra a la costa caracterizada por los otomíes sudhuastecos, se observa una resignificación de su cul­­tura con múltiples iden­tidades. Lejos está el caso de una pérdida de ciertos elementos distintivos de su etnicidad. Siguiendo la idea de caracterizar los tres movimientos otomíes, se precisan algunas de las características en la tercera oleada migra­ toria del nuevo milenio. Ahora el guía es un otomí de San Pablito quien previamente fue aprendiendo de los polleros otomíes de Te­­nan­ go de Doria y aquellos de Santa Ana Hueytlapan. De la misma for­ ma en que se fueron consolidando las distinta redes transnacionales para emigrar o para conseguir trabajo en aquel país, igual sucedió con las personas encargadas de mover a sus paisanos, pues los sanpableños junto con los santaneros han establecido un circuito migratorio efi­ caz y preciso. Éste consiste en que la primera parte del trayecto, de la sierra hasta la frontera norte, el grupo viaja a cargo del san­pableño, y el resto de la travesía, de la frontera hasta Carolina del Norte, lo hace

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con el san­­tanero. Este tipo de red de coyotaje resulta más costoso, y lo justifican argumentando que “todo ha subido de precio, y si se van con nosotros les aseguramos que sí cruzan y llegan con bien del otro lado, además de que nosotros no los vamos a dejar a la mitad del camino como sí hacen otros coyotes” (Anónimo, comunicación personal, 2009). En efecto, entre los interesados en emigrar tiene importancia la bue­­­na fa­ma de estos polleros otomíes y la estrategia para mover a la gente. Se podría señalar la noción de solidaridad étnico regional a través de los guías para trasladar a la gente en ese espacio transnacional.

Nosotros cuando cruzamos nos fuimos con los de San Pablito, aquí si quieres cruzar rápido y seguro, vete con los otomíes, los coyotes de ahí sí se comprometen y te responden porque llevan a gente de su pue­ blo. Ahí sí va de todo, hombres, mujeres, muchos chavos y hasta niños (Lupe, comunicación personal, 2009).

Por otro lado, los grupos son más numerosos y se estructuran de la siguiente manera: o sólo por personas de Pahuatlán, o bien; única­ mente por otomíes de la región. Es decir, en el primer caso ya no se agrupan con aquellos de las localidades vecinas, pues como se ha señalado, de manera paulatina se han incluido más pahuatecos –oto­ míes, nahuas, mestizos– en dicho circuito migratorio. En tanto que, en el se­gundo caso, son grupos de otomíes de la región: la sierra, el altiplano y la costa. Como Acaxochitlán, Tlacuilotepec, Huehuetla, Ix­hua­tlán de Madero, Texcatepec y, por supuesto, Tenango de Doria, Santa Ana Huey­tlal­pan y Pahuatlán. En este tercer movimiento migratorio, la ruta para llegar a los Estados Unidos cambia por el incremento en la violencia e inseguri­ dad. Ya no lo hacen por Tamaulipas, ahora optan por moverse vía la ruta del noroeste. En conjunto todos se dirigen a la ciudad de México, en ocasiones se transportan en algún carro que el coyote tiene preci­ samente para esos fines, de no ser así se mueven en el camión local de Pahuatlán a Tulancingo y de ahí abordan algún autobús que los lleve a la Central del Norte en la Ciudad de México. Ahí toman un camión con dirección a la ciudad de Querétaro y de ahí se trasladan a Sonora. Posteriormente se dirigen a la ciudad de Nogales en el ex­ tremo mexicano. Este pueblo fronterizo es un lugar de paso, que al

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ubicarse en un punto de conexión con uno de los países que a nivel mundial tiene uno de los mayores índices de pobla­ción migrante, se convierte en cuna de redes para diferentes tipos de ex­torsiones. Ahí en Nogales se encuentran varios coyotes, hay espacios como hoteles, casas de huéspedes y servicios –casas de cambio– para aquellos que llegan con la intención de cruzar. Estos permanecen en las habitaciones y los coyotes se mantienen al tanto de las condiciones para decidir en qué momento mover a la gente. Ello depende de las redadas, la hora y el día. “En la frontera, en Nogales, todo im­plica dinero” (Anónimo, comunicación personal, 2009), lo reiteran los polleros, pues insisten en que constantemente tienen que negociar costos y procedimientos para cruzar a los grupos. En cuanto a los oficios y ocupaciones hay que destacar que el negocio de la construcción sigue siendo el oficio predilecto de los pa­ huatecos –otomíes y mestizos–. También hay casos de jóvenes que trabajan en la mecánica, o bien, en servicios e instalaciones para ca­ denas transnacionales –como Sam’s Club– y, en función de ello, tie­­nen que viajar por varias partes de la Costa Este, con todo, no se trata del común de pahuatecos migrantes. Otro empleo novedoso lo encuen­ tran en el cultivo de la fresa pero en la zona de California, en este tra­ bajo han incursionado los mestizos recién incorporados a la dinámica migratoria. Existen también casos excepcionales de microempre­­sarios transnacionales en la zona de Carolina del Norte, en específico se trata de algunos mestizos que por algún tiempo trabajaron en industrias de alimentos en México y posteriormente, a partir de la experiencia ob­ tenida en esas labores, instalaron sus propios negocios de forma in­ dependiente. Para ello, se apoyaron con préstamos bancarios, señalando que para el gobierno, bancos y la economía estadounidense, el hecho de ser indocumentados no les impide solicitar créditos bancarios: “la visa solo se necesita al momento de cruzar, estando allá consigues una ID falsa y ya con eso la haces por allá” (Anónimo, comunicación perso­ nal, 2009). Estos jóvenes capi­talizan la experiencia obtenida tanto en Carolina del Norte como en Pahuatlán, por ejemplo, pues se sabe de algunos que cuando vivían en la sierra se dedicaban a la elaboración y venta de pan, y una vez ins­­­talados en Estados Unidos se dedican al negocio del pan, “es más, para no extrañar cuando estamos por allá, hasta hacemos el mismo tipo de pan que se come aquí” (Anónimo,

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comunicación personal, 2009), señalando que no sólo lo compran los paisanos, también lo adquieren los gringos o centroamericanos. O bien, a la inversa, aquellos que en su estancia en aquel país trabajaron en restaurantes de comida americana y mexicana, y a su regreso insta­lan puestos o negocios similares en el pueblo. Por ejemplo, en la plaza de Pahuatlán se puede ver que por las noches se colocan puestos de tacos o de pizzas, algunos de esos son atendidos por personas que apren­ dieron el negocio en la Unión Americana. En otro orden de ideas, un aspecto importante tiene que ver con el uso del dinero obtenido por el trabajo en Estados Unidos, y se ob­­­ serva que en el caso preciso de la primera década del nuevo milenio, las remesas cobraron particular relevancia. Entre 2005 y 2009, Pa­ huatlán se caracterizó por tener una economía boyante. En ese pe­ ríodo se recibían cantidades considerables de re­mesas pro­­­venientes de los connacionales que radicaban en Estados Uni­dos, destacando el envío de dinero de los otomíes de San Pablito. Seña­lemos que ese dinamismo económico había sido característi­co en el municipio pero en décadas anteriores, cuando el comercio agrícola destacó en la sierra y era negocio para la población de Pa­huatlán. Ya sea que ellos fueran agricultores o revendieran el producto en distintos pun­ tos regionales, o bien, directamente en la Central de Abastos de la Ciudad de México. Con la crisis económica del país, y en particular aquella que afec­ tó al campo, la economía de Pahuatlán se fue a la quiebra, y fue a partir de 2000 con el ingreso de las remesas que nuevamente hubo una mejoría en la economía de mestizos e indígenas,­­ y aunque con los otomíes de San Pablito la venta artesanal benefició notablemente su economía local, esto no tuvo el impacto que generaron las remesas a nivel municipal. Fue así que a partir de un constante envío de reme­sas se instaló una sucursal del Micro Banco FINRURAL y un TELECOM en la cabecera municipal. Ahí podían recibir el dinero que enviaban los parientes de Estados Unidos. También cobraron importancia cier­­to tipo de proyectos para el ahorro o la inversión de las remesas que enviaban los connacionales. En ellos participaban principalmente las madres que recibían dinero del esposo o de los hijos. En cambio, los jóvenes que percibían dinero de sus familiares, lo ahorraban per­ sonalmente y después de un tiempo compraban algún carro o bien,

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instalaban un negocio como tienda de abarrotes y negocios de cómpu­ to e Internet. También, como ya se señaló, está el caso de aquellos que ocupan una parte del dinero obtenido en las fiestas del pueblo, subrayemos que esto ocurre exclusivamente con los otomíes de San Pablito, pues­ to que además de contar con el recurso, se caracterizan por su ávida participación en sus fiestas comunitarias, “es como una inversión, si tú apoyas y cooperas con el Santo, ya sea en la fiesta o la Iglesia, eso se ve re­f lejado más adelante en el trabajo y el dinero. Si cooperas todo se te devuelve” (Mora, 2011). Incluso, hay casos de personas que emi­ graron para poder pagar su mayordomía o un costumbre.4 En ese sen­­tido, el uso y presencia de las remesas socioculturales, definidas por Peggy Levitt (1998, p. 927) como “las ideas, comportamientos, identidades y capital social que f luyen del país receptor a las comu­ nidades del país emisor” son de importancia para los otomíes. De hecho, en el municipio es característico que varios sanpableños que están fuera del país, envíen una aportación económica considerable para mantener las fiestas de su pueblo. De esa manera los ausentes están presentes en el carnaval, en las mayordomías, el día de muer­ tos, en costumbres, además de contribuir en la instalación de al­gunos servicios comunitarios, como son caminos o ciertos espacios comu­ nitarios, es decir, aun a la distancia continúan haciendo comunidad, en específico, una comu­­nidad otomí transnacional. Parafra­seando a Robert Smith (1998), de alguna u otra forma, los ausentes se hacen pre­ sentes en la comunidad, ya sea a través de las re­mesas o, como ocurre en estas generaciones contemporáneas, el uso de las TIC’s aminoran algunas implicaciones de la distan­cia (Mora, 2012), además de que “echan andar dispositivos sociales para dis­minuir el sufrimiento de la partida, para reducir los costos emocionales, económicos y psico­ somáticos de las ausencias y la separación” (López, 2007, p. 554).

Reflexión final El sur de la Huasteca es una región que desde la academia ha sido documentada por diversos historiadores y antropólogos con un asun­to

4 El Costumbre es un “rito agrícola, terapéutico y del ciclo de vida celebrado por un curandero” (Heiras, 2010, pp. 34-35)

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recurrente: los rituales y cosmovisión indígena. No obstante, así como ese, otro tema relevante y que permea la vida cotidiana de los otomíes, es la migración, cuestión que por cierto, toca múltiples di­ mensiones socioculturales, no solo se trata de connotaciones econó­ micas, como a simple vista parece. Por ello, la relevancia de estudiar dicho tema y sus implicaciones en esa “urdimbre de significados” otomíes, parafraseando a Geertz (1987) en su definición semiótica de cultura. Tal cual se señaló en el artículo, el afianzamiento y el em­po­ deramiento étnico transnacional en la actividad migratoria de los otomíes de San Pablito Pahuatlán es el resultado de varios factores, entre los que se destacan: 1) ellos comenzaron con la actividad mi­ gra­toria en el municipio; 2) son los protagonistas de los tres movi­ mientos u oleadas migratorias de la sierra a Estados Unidos; 3) han establecido las estrategias precisas para permanecer durante varios años en aquel país –incluso hay niños que nacen allá y al cumplir su mayoría de edad adquieren la doble nacionalidad–; 4) han conforma­ do equipos de trabajo pluriculturales en los que participan indígenas sudhuastecos así como centroamericanos; 5) establecieron no sólo re­ des económicas, sino también, redes culturales y sociales entre otomíes sud­huastecos –Puebla, Hidalgo y Veracruz–, por ejemplo, a través de la participación conjunta en fiestas, carnavales, huapangueadas, Todos los Santos, entre otros; 6) por último, se reitera la vitalidad e impor­ tancia de los usos socioculturales de las remesas, pues éstas, lejos de fomentar la pérdida de elementos característicos del grupo, sirve como engrane para la reconfiguración cultural, persiste en un con­ texto transnacional. A partir de los procesos gestados por la migración transnacional, se enfatizó en la predominancia y el liderazgo que los otomíes san­ pableños –e incluso, también los de San Nicolás y los de Santa Ana Hueytlalpan– han mantenido a nivel regional. Las posibles rela­ ciones de alianza que se han conformado en función de los cam­ pos sociales transnacionales, han sido claramente entre indígenas, ya sean otomíes con otomíes; o bien, otomíes con nahuas, exceptuando a los mestizos. Por otro lado, la migración si bien significa la movilidad a partir de fines laborales, también representa una dinámica de vida y es par­te

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de la cotidianidad de algunos grupos, como se trató de explicarlo en el caso de los otomíes de San Pablito Pahuatlán. Sucede esto tanto en la Sierra Norte Poblana como en la Costa Este de la Unión Ame­ ricana. Palabras más, palabras menos, el transnacionalismo ha per­ meado y es parte de la cultura hñähñü contemporánea. Con todo, hay que advertir que a partir de las nuevas reformas migratorias, la crisis económica en EE.UU., así como del contexto de inseguridad y violencia en la frontera norte de México, esto ha comenzado a reper­ cutir en la decisión de emigrar, o bien, se han enfrentado a un dis­ tinto escenario: el retorno. Con lo cual, seguramente se generarán nuevas formas de reincorporación y organización al interior de las unidades domésticas y de la comunidad. En ese tenor, se enfatizó el señalamiento de Gustavo López (2007, p. 547) en cuanto a que “la mi­­­ gración de mexicanos a Estados Unidos es mucho más que un juego de números, es un drama humano que tiene implicaciones para los que se van, para los que se quedan”, así como en diferentes esferas del ámbito social y comunita­rio. La investigación etnográfica en el tema de la migración transnacio­ ­nal, es mucho más que el análisis y la in­ terpretación de datos cua­­litativos y cuantitativos, implica adentrarse en la parte profunda de ese núcleo que genera múltiples identi­fica­cio­ nes, es decir, la cultura.

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