PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

CARRERA DE HISTORIA

TESIS PARA OPTAR POR EL TÍTULO DE HISTORIADOR

LA ANAPO Y LAS ELECCIONES DE 1970

JUAN CAMILO GÓMEZ GUZMÁN

Director: ALVARO OVIEDO

2010

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TABLA DE CONTENIDO

INTRODUCCIÓN______03

La Bibliografía Existente______07

CAPÍTULO 1: y el Mundo: Época de Cambios y Continuidades______13

1.1 Los Éxitos y Fracasos del Frente Nacional

1.2 La Revolución y la Represión en América Latina

CAPÍTULO 2: Gustavo Rojas Pinilla y la ANAPO______24

2.1 Del Cuartel a la Política

2.2 La ANAPO y el Candidato

CAPÍTULO 3: Las Elecciones de 1970______42

3.1 Situación Preelectoral

3.2 El 19 de abril

3.3. Reacciones del Momento

3.4 De la ANAPO al M-19

CONCLUSIONES______69

BIBLIOGRAFÍA______74

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Introducción

El presente trabajo de grado gira en torno a un análisis histórico del comportamiento político de la Alianza Nacional Popular –ANAPO- y de su líder Gustavo Rojas Pinilla alrededor de las elecciones de 1970 y sus repercusiones, entre ellas el surgimiento del M-

19. Se intentará dilucidar la relación existente entre la frustración provocada por la debacle del 19 de abril y sus efectos sobre la legitimidad del partido y dentro del escenario político colombiano.

La evolución histórica de la ANAPO como formación partidista de oposición surge en el marco de uno de los periodos históricos más importantes de la Colombia contemporánea.

La ANAPO fue fundada durante la vigencia del sistema de alternancia bipartidista conocido como el Frente Nacional (FN), comprendido entre 1958 y 1974. La implantación de dicho sistema fue el resultado de los acuerdos de Benidorm y Sitges entre los partidos políticos

Liberal y Conservador, realizados respectivamente el 24 de julio de 1956 y el 20 de julio de

1957, siendo posteriormente ratificados mediante el plebiscito del 1 de diciembre de 1957

(Ayala, 1996, pp.61-68), (Hartlyn, 1993, pp. 81-89). Dichos pactos se concretaron para derrocar al gobernante militar Gustavo Rojas Pinilla, quien había llegado al poder en 1953, con el fin de recuperar la estabilidad política de un establecimiento que quería mantenerse en el poder y temía las consecuencias de tanto bipartidista como revolucionaria que había sido desatada e intensificada después del magnicidio de Jorge

Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 (Hartlyn, 1993, pp. 79-80).

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En un primer momento los acuerdos lograron reestablecer cierto grado de concordia tanto entre los dirigentes partidistas como entre sus respectivas bases populares, pero pronto trajeron consigo sus propias complicaciones. Las elecciones, al ser necesariamente gobernadas por la alternancia, perdieron mucho de su carácter ideológico real, dejando de ser un terreno propicio para la confrontación de ideas. En vez de eso, se convirtieron en un escenario donde, a causa de un creciente grado de consenso entre las estructuras bipartidistas y su consiguiente neutralización del debate, en la práctica se sucedieron administraciones presidenciales cada vez más criticadas y menos populares entre el electorado (Bushnell, 1993, pp. 240-241). Las limitaciones del sistema estaban excluyendo casi cualquier tipo de oportunidad legal para construir propuestas alternativas frente a los programas gubernamentales, programas que debían pasar obligatoriamente por medio de la rotación de alguno de los dos partidos en el poder (Hartlyn, 1993, pp.180-183).

Miembros disidentes provenientes de los partidos Liberal, Conservador y desde otros sectores como ciertas facciones dentro de la izquierda, comenzaron a reunirse alrededor de la figura de Rojas Pinilla, quien conservaba la intención de volver a hacer parte del juego político después de su derrocamiento en 1957 y su enjuiciamiento en 1959 (Hartlyn,

1993, pp. 210-211).

La formación partidista resultante fue la ANAPO, emergiendo el 23 de abril de 1961, la cual consolidaba distintas corrientes ideológicas tanto nacionalistas y populistas como de oposición. Entre las múltiples tendencias que construyeron la estructura de la ANAPO a lo largo de los años sesenta se encuentran, entre otras, sectores del conservatismo

(reformistas, simpatizantes de la democracia cristiana, nacionalistas), ex-miembros del 4

gobierno militar de Rojas Pinilla, e incluso algunos antiguos gaitanistas como Jorge

Villaveces y Milton Puentes (Pécaut, 2006, p. 199). Las diversas agrupaciones representaban sectores opositores y disidentes frente al excluyente bipartidismo que se había legalizado con el FN. Sus miembros se incorporaron o se aliaron a la ANAPO, especialmente a partir de los resultados electorales que el nuevo partido obtuvo después de las elecciones de 1964 (Ayala, 1996, cap. 3-4). Bajo la presidencia de Carlos Lleras

Restrepo, la reforma constitucional de 1968 le abrió cierto grado de espacio político a la

ANAPO, al empezar a facilitar la participación de la oposición en el Congreso y en las corporaciones públicas (Aponte y Morales, 2008, pp. 172-173). Entre otros aspectos, dicha reforma incluía la derogación de la composición paritaria previamente establecida para las elecciones de las asambleas departamentales y concejos municipales, que en adelante se regirían mediante el sistema del cuociente electoral. Para el Senado y Cámara de

Representantes, el mismo sistema se adoptaría a partir de 1974 (Uribe, 1977, p. 1224).

El discurso político del partido de Rojas Pinilla alcanzaría quizás su mayor grado de receptividad entre la población hacia el año de 1970 (Bushnell, 1993, pp. 240-242). En ese año se realizaría la que sería una última rotación presidencial bajo el cada vez más deslegitimado sistema del FN. En esas elecciones se presentaron dos candidatos principales frente a la opinión pública: y el general retirado

Gustavo Rojas Pinilla. Pastrana Borrero acudía a las urnas ostensiblemente representando al bipartidismo. Al mismo tiempo, su partido estaba dividido entre su candidatura y las de

Evaristo Sourdis y , opciones minoritarias que representaban posturas más o menos reformistas, pero sin llegar al grado de oposición presente en la plataforma política de la ANAPO (Ayala, 2006, cap. 4). 5

Al transcurrir la tensa jornada electoral del 19 de abril de 1970, la interrupción de los boletines oficiales por orden de Lleras Restrepo, ocurrida hacia el final del día después de la difusión de resultados electorales que señalaban una marcada tendencia hacia el triunfo de Rojas Pinilla, fomentó amplias sospechas de fraude entre los anapistas y otros observadores (Ayala, 2006, cap 8). En las horas y días siguientes, a raíz de reportes sobre la presunta manipulación de algunas urnas, las sospechas fueron dando lugar a cada vez más acusaciones y denuncias. Se presentaron disturbios en y otras réplicas o tentativas menores en localidades a largo del territorio nacional (en el Valle, Boyacá y

Santander entre otros departamentos), aún antes de que se oficializara el estrecho triunfo del candidato Pastrana Borrero. Después de los hechos, los voceros y comunicados oficiales salieron en defensa de la legitimidad del sistema electoral, mientras el gobierno declaraba el estado de sitio para contener los desórdenes, implementado el toque de queda y ordenando que se mantuviera vigilados y bajo arresto domiciliario a varios líderes anapistas (Ayala, 2006, cap 8).

La actitud vacilante de Rojas Pinilla y la falta de iniciativa de la dirigencia anapista finalmente llevarían a la aceptación tácita de un resultado electoral altamente cuestionable, siendo dicha inacción motivo de gran frustración para muchos de los seguidores de la

ANAPO que se sintieron impotentes frente a lo que consideraban una derrota injusta y fraudulenta (Ayala, 2006, pp. 234). Como consecuencia, el partido se debilitaría rápidamente después de 1970 y ello conduciría a la fragmentación de su electorado

(Hartlyn, 1993, pp. 210-211).

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A partir de ese momento y a raíz de esos acontecimientos, la debacle electoral de la

ANAPO y la frustración que la acompañó serviría como fuente de inspiración tanto dentro como fuera del sistema político. Algunos disidentes decidieron organizar nuevos proyectos políticos de oposición, entre ellos el Movimiento Amplio Colombiano –MAC- y la Unión

Nacional de Oposición –UNO- (Pécaut, 2006, pp. 198-202), pero otros recurrieron a la lucha armada argumentando que buscaban conseguir por la vía de la violencia los cambios que todavía esperaban de un sistema ilegítimo que no le había permitido a la

ANAPO de Rojas Pinilla la oportunidad de gobernar. La creación del Movimiento 19 de

Abril, el M-19, en enero de 1974 fue la expresión más reconocida de esa línea de pensamiento y daría inicio a una nueva experiencia guerrillera (Lara, 2002). La organización armada utilizaría tácticas audaces y novedosas para conseguir sus objetivos y generaría tanto odios como simpatías, pero su historia no estaría exenta de sus propias debacles y al final terminaría abandonando su lucha, regresando al camino de la legalidad y de la democracia electoral en 1990 (Navarro e Iragorri, 2004, cap. 5-6).

Considerando tanto el auge y decadencia de la ANAPO como sus consecuencias para la historia de Colombia, sigue siendo de vital importancia estudiar el impacto que el cuestionado resultado electoral de 1970 tuvo sobre dicha organización política, lo que puede revelarnos sobre su naturaleza y sus efectos sobre el escenario político colombiano a la luz de los acontecimientos anteriores y posteriores.

La Bibliografía Existente

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Muchos autores han estudiado a la ANAPO, su papel dentro del Frente Nacional y los hechos del 19 de abril de 1970, lo que nos obliga a considerar brevemente cómo lo han hecho algunos de ellos, para contribuir a establecer la pertinencia de la presente investigación dentro del contexto académico.

El autor Cesar Augusto Ayala Diago (1995, 1996, 2006) aborda el tema de la formación, la ideología y la acción política de la ANAPO y su interacción con otros movimientos disidentes durante el FN. Ayala Diago propone que a partir del gobierno de Rojas Pinilla se promovieron distintos intentos para crear “terceras fuerzas” en oposición al bipartidismo, canalizando las demandas de una población en su mayoría excluía. El autor acierta al describir con detalle el contexto político a través de las figuras de la oposición, específicamente aquellas alrededor de Rojas, construyendo una visión de la ANAPO desde sus orígenes hasta su desarrollo como partido de oposición, incluyendo su participación en los comicios del 19 de abril de 1970. Desde la perspectiva de la presente investigación, sería necesario articular y contrastar la visión del autor con el resto de la información disponible para así analizar críticamente el papel de la ANAPO en su contexto histórico.

Otro autor, Ricardo Santamaría, se ocupa de las condiciones socio-políticas del FN y de la forma como se montó y luego se intentó desmontar una estructura política excluyente e ilegítima. Santamaría argumenta que el FN fue un sistema político cerrado ante la disidencia, cuyo legado empezó a superarse durante el gobierno de Belisario Betancur

(Santamaría, 1984). El texto de Santamaría trabaja en detalle el contexto político del frentenacionalismo, resaltando positivamente el papel de la oposición en sus estructuras 8

partidistas, pero es débil en su tratamiento del contenido de las mismas, sin valorar cuál sería concretamente el aporte anapista. Valdría la pena articular la contextualización y el análisis sobre la legitimidad de Santamaría con el estudio específico de las actitudes y acciones de la oposición.

A su vez, Carlos Augusto Noriega trata el tema del fraude en las elecciones del 19 de abril de 1970. El autor nos propone que varias irregularidades ocurrieron a nivel local pero no nacionalmente y menos involucrándolo a él personalmente como Ministro del Gobierno, quien apoyó a la institucionalidad en todo momento (Noriega, 1998). Es útil su testimonio sobre las divergencias y juegos de poder dentro del FN y del gobierno de Carlos Lleras

Restrepo, pero parece subestimar demasiado el papel de la oposición y de ANAPO, sin entrar en algún tipo de análisis más profundo de sus posturas y de sus propuestas. Lo anterior implicaría que faltaría contrastar su obra con la de otros autores, como por ejemplo la del mismo Ayala Diago, para tener una visión más coherente de la época.

Una visión adicional que resulta escéptica frente a la ANAPO es la de Juan Pablo Martínez y María Isabel Izquierdo, quienes se ocupan de las relaciones entre la oposición y el FN.

Los autores argumentan que la oposición de la ANAPO contra el FN fue deficiente debido a las limitaciones de su estructura de clase, su conservatismo y su reformismo (Martínez e

Izquierdo, 1972). Si bien los autores consiguen defender parte de su propuesta al emplear herramientas útiles para el análisis de la composición social del partido y del electorado anapista, se quedan cortos a la hora de desarrollar sus conclusiones de una manera menos discursiva y más dispuesta a adaptar las categorías teóricas a la complejidad de la realidad colombiana, algo que debería hacerse para poder articular apropiadamente lo que 9

fue la estructura de la ANAPO y lo que sería su desarrollo práctico dentro de la arena política.

Vemos, por otra parte, en Samuel Moreno Díaz, a la dirigencia anapista contemporánea intentando abordar el fraude electoral desde una posición de rechazo al mismo. Moreno

Díaz argumenta que la votación por Rojas Pinilla debe valorarse como un claro rechazo generalizado de la población ante el FN (Moreno, 1970, enero a junio, pp. 529-538). Dicha interpretación es valiosa testimonialmente, en cuanto a que revela la aplicación práctica de la ideología anapista frente a los hechos del 19 de abril de 1970 y a su vez el reconocimiento de algunos de los sentimientos y aspiraciones de parte la población, pero su naturaleza de llamamiento político constituye un elemento subjetivo que debe abordarse críticamente. Se hace necesario contextualizar y contrastar sus planteamientos con lo que realmente habría sucedido en la práctica, tanto de parte de la ANAPO como del

FN y otros actores del momento.

Permaneciendo dentro de una corriente semejante, también encontramos a María Eugenia

Rojas, cuya obra biográfica sobre su padre aborda los hechos anteriores y posteriores a las elecciones de 1970 desde una posición necesariamente privilegiada, dados los lazos tanto familiares como políticos involucrados, que le permiten incluir bastante información de primera mano (Rojas, 2000). Se debe mencionar que se trata de un trabajo de carácter personal y ostensiblemente apologético, elementos que no se pueden perder de vista a la hora de analizar su contenido, y en ocasiones las descripciones de los hechos pueden ser demasiado limitadas por su misma naturaleza, aunque también existan señales que demostrarían cierto grado de investigación y de lectura bibliográfica. 10

Las perspectivas extranjeras que nos proporcionan el norteamericano David Bushnell

(1993) y el francés Daniel Pécaut (2001, 2006), ambos reconocidos especialistas que han trabajado diferentes temas de la historia moderna de Colombia, también son útiles al proporcionarnos una mirada alejada del Frente Nacional en su conjunto que, en mayor o menor grado, se apartarían de los sentimientos y pasiones nacionales que siempre pueden reducirse mas no eliminarse por completo del panorama académico e histórico local. Por otra parte, esa misma distancia puede en ocasiones llevar a omisiones generalizaciones explicables que obligan al investigador a no bajar la guardia.

Los numerosos periódicos colombianos de la época en que ocurrieron los hechos que aborda la presente investigación son materiales valiosos para el historiador precisamente por el color político explícito o implícito que normalmente los guía, de una u otra forma pero especialmente durante la temporada electoral, y dichas tendencias pueden verse reflejadas en sus reportajes, columnas o entrevistas según sea el caso. Si bien no se trata de buscar una única verdad superior que vaya más allá de las demás, su propia diversidad y multiplicidad puede servir para contrastar entre sí sus diferentes puntos de vista y así obtener una visión más detallada y amplia de la situación.

Después de realizar el anterior balance hemos encontrado que, a pesar de que exista una amplia cantidad de bibliografía sobre la historia del FN, sobre el impacto del fraude del 19 de abril de 1970 todavía hay una relativa escasez de articulación en los trabajos que han desarrollado sus diversos aspectos. Al mismo tiempo, su profundidad ha sido desigual, lo que justifica el que se intente abordar ese hecho histórico de una manera algo más

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sistemática y contextualizada. El presente trabajo de grado utilizará las distintas fuentes disponibles para abordar la historia de la ANAPO desde el contexto que precedió a su creación hasta sus reacciones frente a las elecciones de 1970, siendo éste un momento clave, cuando la legitimidad de la organización sufrió un duro golpe que reflejaría sus propias debilidades y a la larga las del sistema político en su conjunto.

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CAPÍTULO 1

Colombia y el Mundo: Época de Cambios y Continuidades

1.1. Los Éxitos y Fracasos del Frente Nacional

La época que enmarca a los acontecimientos del 19 de abril de 1970 se caracteriza por la polarización política y los cuestionamientos a la legitimidad gubernamental. Una tragedia histórica, el asesinato del jefe Liberal colombiano Jorge Eliécer Gaitán acontecido el 9 de abril de 1948, había dejado su marca imborrable en las mentes de los políticos y de población en general, siendo la culminación de una cada vez más agresiva enemistad entre los partidos Liberal y Conservador. En medio del derramamiento de sangre desatado después del magnicidio, el establecimiento conservador presentaba la muerte de Gaitán como el fruto de una conspiración revolucionaria planeada por el

Comunismo internacional para sabotear la Conferencia Panamericana de aquel entonces en Bogotá, mientras que las masas liberales, por su parte, elevaron a su líder a la categoría de mártir considerando su desaparición como un crimen de estado perpetrado por el gobierno de Mariano Ospina Pérez en alianza con la oligarquía que temía perder su poder. De esta forma, la sombra de Gaitán cubría a Colombia tanto explícita como implícitamente. El Frente Nacional, el llamado “pacto de paz” que acordarían ambos partidos para conseguir una restauración superficial del orden y la concordia, no haría olvidar a los colombianos la intensificación de la violencia fruto de la muerte del caudillo Liberal, ni resolvería del todo el resto de los traumatismos que afectaban a la sociedad colombiana (Bushnell, 1993, p.203-221).

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Económicamente, los índices de crecimiento generalmente fueron positivos bajo el

Frente Nacional, observándose un aumento constante del PIB per cápita entre 1958 y

1970 (Gutiérrez, 2007, pp. 93-94). La inflación no dejó de ser una preocupación bastante importante, pasando del 8.1% en 1958 a una cifra históricamente alta de 32.56% durante 1963 antes de volver a estabilizarse hacia 1967 con un 7.32%, llegando a verse tasas del 8.58% y 6.8% en 1969 y 1970 respectivamente (Ochoa y Martínez, 2005, abril a junio, pp. 85-86). A pesar de los intentos que buscaban implementar lo que el presidente llamó la “revolución económica”, la desigualdad social claramente seguía siendo un obstáculo para tales objetivos y, especialmente, ese y otros factores adicionales impedirían que se pudiera llevar a cabo una reforma agraria que respondiera al clamor tanto popular como político (Gutiérrez, 2007, pp. 95-97).

También encontramos que el desarrollo la agitación estudiantil, especial pero no

únicamente en torno a las universidades públicas, toma cada vez mayor fuerza durante estos años. Dichas protestas contarían con la solidaridad de otros estudiantes y profesores, entre ellos los de escuelas públicas pero también algunos de entidades privadas. El fenómeno llevaría a numerosos disturbios en la sede de la Universidad

Nacional en Bogotá, donde los estudiantes protestarían ante las directivas y en contra de los cierres temporales. Para Helg, hubo tensiones en el ambiente estudiantil que opacaron cualquier posible logro educativo de la administración:

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“Con la llegada de Carlos Lleras Restrepo a la presidencia de la República la

represión se agudizó. En octubre de 1966, algunos estudiantes atacaron al

presidente y al norteamericano John D. Rockefeller III en el momento en que éstos se

encontraban inaugurando nuevas instalaciones en la Universidad Nacional. Lleras

ordenó al ejército ocupar la Ciudad Universitaria y detener a los responsables con el

objeto de llevarlos ante la justicia militar [...] En los años siguientes, se multiplicaron

las huelgas, destrucciones, represión militar y cierres temporales de la Universidad

Nacional, alternando, en ocasiones, con tentativas de negociación entre el gobierno y

estudiantes” (1989, p.141).

Para dicho entorno, la muerte en combate del ex-sacerdote Camilo Torres, poco después de abandonar la vida civil para incorporarse a las filas del naciente Ejército de

Liberación Nacional (ELN), liderado por los hermanos Vásquez Castaño, quedaría como un referente inolvidable. Igualmente, varias de nuevas tendencias que se estaban organizando en el seno de la Iglesia Católica hallarían una forma de canalizarse hacia la protesta social o, en su defecto, a la lucha armada. El llamado “Grupo de la Golconda” reuniría a varios de los “sacerdotes rebeldes”, paras quienes su adhesión a Cristo debía tener un compromiso que podría encajar perfectamente dentro de la lucha de clases, al optarse “preferencialmente” por los pobres (Cifuentes, 1998).

En el campo político, la confrontación bipartidista sufriría un cambio de escenario: cada facción dentro de uno de los dos partidos lucharía por obtener y consolidar su hegemonía, no sólo en términos electorales sino también programáticos y quizás, inevitablemente, burocráticos.

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El Liberalismo encontraría dentro de sí el reto del MRL, el movimiento liderado por

Alfonso López Michelsen, hijo del ex-presidente Alfonso López Pumarejo. En un principió optó por alejarse de la tradicional maquinaria y concentrarse en la promoción de un programa más cercano a la línea ideología “social” del partido, por decirlo de alguna manera. Dicho esfuerzo, empero, terminaría de manera ambigua. El mismo

López no lograría solucionar las fisuras entre las líneas “blanda” y “dura” del MRL, y no tardaría demasiado en volver a integrarse dentro de la “gran carpa” que representaba el

Partido Liberal por medio de la “identidad de principios” (Alarcón, 2007, p. 80).

El Partido Conservador, por otra parte, también mostraba signos de fragmentación heredados de la época de La Violencia. La lucha entre los ex-presidentes y sus sucesores potenciales o escogidos era difícil de ocultar. El sector ospinista, bajo el liderazgo de Mariano Ospina Pérez, pretendía impulsar la candidatura presidencial de su propio líder buscando su respectiva reelección. El laureanismo, aunque dividido, también era una fuerza con la que había que contar. Guillermo León Valencia, uno de los primeros presidentes y el primer conservador bajo el Frente Nacional, mantenía sus propias aspiraciones y su influencia no era despreciable (Pécaut, 2001, pp.595-596).

La política, a pesar de todo, no se limitaba exclusivamente a los dos grandes partidos y sus respectivos entornos. El Partido Comunista (PCC), fundado oficialmente en 1930, si bien no podía participar políticamente usando su propio nombre bajo las normas que 16

instituyeron el Frente Nacional, tenía la opción de hacerlo a través de agrupaciones

afines, entre ellas los sindicatos y movimientos agrarios, además de sus alianzas con

disidencias liberales como el MRL De hecho, varias de sus principales figuras fueron

elegidas para diferentes cargos por medio de tales alianzas regionales, lo que les

permitía ubicarse dentro de las listas liberales y así competir dentro del sistema

electoral. Al tiempo que el PCC incursionaba en la política legal de los años 60, algunos

de sus miembros estaban entre las filas de las autodefensas campesinas que después

del operativo militar de 1964 contra Marquetalia se darían a conocer en 1966 como las

reorganizadas “Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia” (FARC), representando

otra de las formas de oposición frente a la institucionalidad legal (Bushnell, 1993, pp.

242-246).

Precisamente, es durante ésta época que más y más movimientos de oposición

empezaron a surgir y desarrollarse. La abstención electoral había pasado de un

promedio de 34.71% en 1958 a 57.33% en 1966 (Gutiérrez, 2007, p. 107) y así se estaba

creando un ambiente propicio para que Gustavo Rojas Pinilla y la ANAPO entraran de

lleno en el escenario político

1.2 La Revolución y la Represión en América Latina

Inmersos dentro de las tensiones internas descritas, no podemos olvidar que ni

Colombia ni América Latina en su conjunto eran del todo ajenas a la confrontación

ideológica, económica, tecnológica y militar entre los Estados Unidos (EE.UU.) y la

Unión Soviética (URSS), las dos superpotencias que se habían consolidado como tales 17

después de la derrota de la Alemania nazi y sus aliados del Eje al final de la Segunda

Guerra Mundial en 1945. Ambos bloques pretendían proteger del enemigo sus respectivas zonas de influencia y a su vez extender las hegemonías capitalistas y socialistas a lo largo de las demás naciones y regiones, interviniendo en sus crisis y controversias internas para tal efecto, buscando sacar el mayor provecho de las mismas y neutralizar el que pudiese obtener su rival. Iniciativas como la llamada “Doctrina

Truman” de 1947, política del presidente norteamericano Harry Truman que buscaba contener cualquier avance del comunismo en Europa (“The Truman Doctrine, 1947”, s.f.), y los recursos destinados a la reconstrucción de posguerra mediante el Plan

Marshall pretendían reafirmar y promover la influencia estadounidense. De manera paralela, la fundación del Consejo de Ayuda Mutua Económica, conocido como CAME o

COMECON en 1949, sería el instrumento económico que emplearía el régimen soviético de Stalin y sus sucesores Europea Oriental sino inclusive llegando décadas después a

Cuba (1972) y Vietnam (1978) (“COMECON”, 2009). En el plano bélico se inició una carrera armamentista tanto convencional como nuclear dentro del marco de la

Organización del Tratado del Atlántico Norte (4 de abril de 1949) y del Pacto de Varsovia

(14 de mayo de 1955), estableciendo un esquema de alianzas e inversiones militares que dividiría a Europa y mantendría viva la amenaza de una nueva guerra mundial por más de una generación (Enciclopedia Barsa, 1988, tomo XI).

Colombia y la América Latina contemporánea fueron apenas uno de los campos de batalla donde las potencias pondrían en práctica dichas maniobras, directa o indirectamente, alimentando sus conflictos internos y, en últimas, los procesos tanto subversivos como represivos que los rodean. Dada su proximidad a los Estados Unidos, 18

la región ya se encontraba bajo la sombra de la “Doctrina Monroe” formulada en 1823, y por lo tanto era un hecho que dicha potencia consideraba necesario impedir cualquier intervención externa desde hace más de un siglo (“Monroe Doctrine, 1823”, s.f.). En

1946 Estados Unidos estableció en Panamá la Escuela de las Américas, donde se formarían miles de militares latinoamericanos en tácticas castrenses y anticomunistas, varios de ellos posteriormente implicados en violaciones de los derechos humanos y en el eventual establecimiento de dictaduras militares en Brasil, Argentina, Uruguay, y Chile

(Grimmett y Sullivan, 2009). A partir de 1947 se empieza a implementar el Tratado

Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), mediante el cual los países firmantes y

Estados Unidos estrechaban aún más sus lazos militares y estratégicos, al crear un instrumento que podría utilizarse para contener las amenazas internas y externas que fueran identificadas como tales. El texto del tratado incluye en su artículo sexto lo siguiente: “Si la inviolabilidad o la integridad del territorio o la soberanía o la independencia política de cualquier Estado Americano fueren afectadas por una agresión que no sea ataque armado, o por un conflicto extra continental o intracontinental, o por cualquier otro hecho o situación que pueda poner en peligro la paz de América, el Organo de Consulta se reunirá inmediatamente, a fin de acordar las medidas que en caso de agresión se deben tomar en ayuda del agredido o en todo caso las que convenga tomar para la defensa común y para el mantenimiento de la paz y la seguridad del Continente“ (“Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca”, 2009).

Muchos gobiernos y partidos afines a las políticas anticomunistas o en su defecto a los intereses de los Estados Unidos recibieron asistencia económica, técnica y militar.

Colombia no fue la excepción, pasando del TIAR a firmar un pacto adicional de 19

asistencia y asesoría militar en 1949 para recibir tanto entrenamiento castrense como nuevos aviones de guerra, reforzando así una relación bilateral que, en esta esfera, venía consolidándose con cierta regularidad desde la llegada de una misión aérea norteamericana en 1938 (Torres Del Río, 1994, pp.210-215). Dicha cooperación se mantendría e inclusive sería, guardadas las debidas proporciones, recíproca. Durante la

Guerra de Corea (1950-1953), Colombia hizo parte del Comando Unificado organizado por la Organización de Naciones Unidas (ONU) y para tal fin puso a disposición del mismo un batallón de infantería y dos fragatas. En ese momento el presidente de la

Comisión Política y de Seguridad de la ONU donde se aprobó la propuesta norteamericana que dio lugar a dicho Comando era el colombiano Roberto Urdaneta

Arbeláez (Torres Del Río, 1994, pp.218-219).

De esta forma, en diferentes naciones el establecimiento existente fue apoyado por una de las dos potencias en nombre de la lucha contra el comunismo. Dicha situación no sería ajena a los disidentes y movimientos de oposición, existiendo el riesgo de un cambio en la balanza de poder o, en su defecto, de una intervención para mantener el status quo. La intervención norteamericana en Guatemala propició la caída del presidente Jacobo Árbenz, quien contaba con el apoyo de los comunistas locales, en el año de 1954 (“History of Latin America”, 2009).

En cuanto a la Unión Soviética, se presentaron desarrollos equivalentes aunque algo desfasados, debido a la naturaleza de su relación con América Latina. De acuerdo a

Miller (1989, cap. 1), desde los años 30 Moscú intentaba impulsar tanto las relaciones diplomáticas de estado a estado como la militancia en la Internacional Comunista 20

(Comintern), generando todo tipo de tensiones entre ambas actividades. Adicionalmente, el grado de anticomunismo que poseían las clases dirigentes latinoamericanas era bastante elevado, dando lugar a sospechas de todo tipo. El comercio entre la URSS y

América Latina era generalmente inestable y se había reducido considerablemente hacia

1935, limitándose a partir de entonces en buena medida a los acuerdos bilaterales que se firmarían con la Argentina de Juan Domingo Perón en los años 40 y 50, aprovechando las tensiones entre dicha nación y los Estados Unidos. Aún después de que el gobierno de Nikita Krushev introdujo durante el XX Congreso del Partido

Comunista de la Unión Soviética (1956) el concepto de la “coexistencia pacífica” e inició un nuevo acercamiento hacia las naciones en desarrollo, no hubo una renovación importante de las relaciones entre la URSS y América Latina. La intervención norteamericana en Guatemala (1954) había sido, para la Rusia soviética, una señal más de que el verdadero potencial del Tercer Mundo, tanto en términos políticos como bilaterales, se encontraba en Asia y África. (Miller, 1989, p. 7-8).

Solamente sería hasta 1959, en cabeza de Fidel Castro y sus compañeros del

Movimiento 26 de Julio, que un cambio de régimen en Cuba alteraría el balance estratégico de la región en una dirección mucho más útil para la URSS. Precisamente, la Revolución Cubana había saltado al escenario mundial y, si bien inicialmente no tenía un carácter comunista, lo adquirió en breve (Miller, 1989, cap. 3). Ambos países no tardarían demasiado en iniciar amplias relaciones diplomáticas, comerciales y bilaterales en general. Su influencia se puede notar inclusive en la actitud de la misma Unión

Soviética, la cual en el XXII Congreso del Partido Comunista de 1961 decide públicamente darle su apoyo a los movimientos de “liberación nacional” a lo largo y 21

ancho del mundo. Al año siguiente, la Crisis de los Mísiles (1962) sería la muestra más clara de que América Latina podía ser un escenario peligroso para la confrontación directa entre las dos superpotencias, pero también marcaría una cierta distancia política entre la nueva Cuba y sus amigos soviéticos (Miller, 1989, cap. 3-4).

A pesar de que la injerencia directa de los soviéticos en los conflictos de la región sería relativamente limitada mas no inexistente (Shultz, 1988, p. 20), desde ese momento el factor más importante sería Cuba. El ejemplo de una revolución victoriosa persistió para inspirar tanto a los insurgentes armados como a los movimientos nacionalistas civiles y estudiantiles de toda la región, quienes lo vieron con buenos ojos e intentaron imitarlo a su manera dentro de sus propias naciones. El impacto de la revolución en América

Latina fue, por lo tanto, significativo y poderoso (Wright, 2000, pp. 39-45). El régimen de

Castro inicialmente tuvo posiciones vacilantes frente a los esfuerzos del revolucionario

Ernesto “Che” Guevara por internacionalizar directamente la revolución mediante la lucha de guerrillas, un intento que a nivel personal llevaría al “Che” a morir en Bolivia en

1967. Sin embargo, tal postura no había sido un obstáculo para que Cuba promoviera dicha lucha en público, tanto ideológica como políticamente, en 1966 durante la conferencia Tricontinental y en otras ocasiones. Tampoco impidió que la isla de Cuba sirviera como centro de entrenamiento y de refugio para los nacientes focos guerrilleros, a la vez que el gobierno realizaba sus propios intentos de intervención directa a una escala internacional, como fue el caso del conflicto angolés en África a mediados de los

70 donde participaron miles de soldados cubanos (Wright, 2000, pp. 34-35).

22

De esta forma, las expectativas generadas por la Revolución Cubana y su discurso amenazaban con alterar el equilibrio de poder entre las respectivas hegemonías capitalistas y socialistas, manteniendo tanto a Colombia como a América Latina y al mundo en su conjunto en un estado convulsionado y perplejo, inmerso en un conflicto bipolar. Es en ese mar de tensiones externas donde encontramos a Colombia envuelta en sus propios dilemas internos, aquellas situaciones que ponían en entredicho la legitimidad de su sistema político aún desde antes del 19 de abril de 1970 y que fomentaron las diferentes formas de oposición al mismo.

23

CAPÍTULO 2

Gustavo Rojas Pinilla y la ANAPO

2.1 Del Cuartel a la Política

La figura del General Gustavo Rojas Pinilla y su relación con la ANAPO constituyen uno de los elementos cuyo análisis es necesario abordar. Independientemente de las controversias al respecto, en palabras de su hija María Eugenia (2000, p. 34) el General llegaría a ser “uno de los personajes fundamentales en el desarrollo político [...] de

Colombia”, particularmente durante la segunda mitad del siglo XX, y su personalidad jugaría un papel importante, tanto por acción como por omisión, en el desenlace que tendrían las elecciones del año 1970 y la actitud que la ANAPO asumiría en aquel entonces.

Nacido en el 12 de marzo de 1900 como el quinto de seis hijos dentro de una familia de tradición conservadora asentada en torno a , Gustavo Rojas

Pinilla completaría su educación al ingresar a la Escuela Militar el 1 de febrero de 1919, obteniendo hacia finales del año siguiente el grado de Subteniente dentro del Ejército

(Rojas, 2000, pp. 33-53). Su carrera militar empezaría en la artillería del Regimiento

Tenerife No. 2 de Medellín. Obtendría, tras un período de dos años (1925-1927) como estudiante neoyorquino, el título de Ingeniero Civil en el Tri-State College de los Estados

Unidos y ejercería dicho oficio durante la construcción de la carretera Soapaga--

24

Casanare, antes de reintegrarse a las filas castrenses en 1933 con motivo del conflicto fronterizo colombo-peruano (Rojas, 2000, pp. 51-65).

Es a partir de dicho momento que Rojas Pinilla empezaría a dedicarse de lleno a la milicia, obteniendo una serie de ascensos que finalmente lo llevarían alcanzar el rango de General de la República en el año de 1949. Uno de los sucesos más destacados, y quizás hasta cierto punto revelador frente a los acontecimientos posteriores, que tuvo lugar durante dicho período fue su participación como Comandante de la Tercera

Brigada en la pacificación de los disturbios que se desataron en la ciudad de el 9 de abril de 1948 después del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán. No obstante su éxito en tal labor la polémica no le fue ajena, ya que en su momento fue acusado formalmente por presuntamente cometer detenciones arbitrarias, siendo finalmente exonerado por las autoridades competentes (Rojas, 2000, pp. 81-83).

No pasaría mucho tiempo antes de que el mundo de la política ejerciera cierta influencia sobre Rojas, más allá de las circunstancias propias de su condición de oficial. Con anterioridad, el Teniente Coronel Rojas Pinilla en su calidad de Director de la

Aeronáutica civil entre 1945 y 1946 ya había tenido un breve choque con el influyente líder conservador Laureano Gómez a propósito de la construcción del Aeropuerto El

Dorado, entonces en su etapa de planificación, y el mismo Rojas encontraría allí el inicio de cierta enemistad entre ambos (Rojas, 2000, pp. 74-75). No obstante, se ha conocido que periódicos de diferentes tendencias conservadoras como el laureanista El Siglo y el alzatista Diario de Colombia le dedicarían cierto espacio a la promoción de los logros profesionales del oficial durante varios años y de tal manera contribuirían directa o 25

indirectamente a construir su imagen ante la opinión publica nacional de aquel entonces

(Ayala, 2003, 9 de junio).

Podría concluirse que el incidente al que se ha aludido anteriormente no impediría que las relaciones de Rojas con el Partido Conservador y en particular con la administración de Mariano Ospina Pérez fueran productivas para su carrera militar, siendo promovido al

Ministerio de Correos y Telégrafos en diciembre de 1949. Con la llegada de Laureano

Gómez a la presidencia en 1950 y el nombramiento de Rojas Pinilla a la Comandancia

General de las Fuerzas Armadas en 1951 se evidenciaba el paso de las presuntas tensiones personales a las institucionales, específicamente entre el jefe del poder político y la cabeza visible del poder militar. Al mismo tiempo se confirmaría que las preferencias políticas de Rojas Pinilla se inclinaban por el ospinismo o, en su defecto, por las facciones conservadoras diferentes al laureanismo (Rojas, 2000, pp.85-98).

Dicha situación en cierto sentido podría describirse como un juego entre el gato y el ratón: Gómez intentaría deshacerse de Rojas enviándolo al exterior, aparentemente buscando un pretexto para su eventual destitución (Bushnell, 1993, p. 214). A su vez, el

General estaba dispuesto a exaltar la figura de Roberto Urdaneta Arbeláez mientras éste ejerciera la presidencia en calidad de encargado, lo cual no fue bien visto por el presidente titular ni por sus seguidores (Rojas, 2000, 89-93).

No podría durar indefinidamente lo que a todas luces parecería ser un equilibrio inestable y con pocas perspectivas de mejoramiento. Menos aún cuando Laureano

Gómez no solamente tenía que enfrentarse a la oposición liberal tanto civil como armada

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sino también al ospinismo, dentro del cual se había llegado a considerar que la rigidez doctrinaria de Gómez y las controvertidas reformas constitucionales que se proponía instaurar estaban lejos de resolver la delicada situación de orden publico sino que, al contrario, podrían ser una causa más de su degradación sin salida (Bushnell, 1993, pp.

214-215).

El 13 de junio de 1953 los acontecimientos llevarían al General Rojas Pinilla a la

Presidencia de la República. Existen varias interpretaciones al respecto, las cuales podrían reseñarse brevemente sin detenerse demasiado en los particulares del asunto.

Para el laureanismo y su líder derrocado tal evento sería el resultado de las intenciones golpistas, mientras que el historiador norteamericano David Bushnell ha considerado que Rojas habría llegado al poder de una manera no premeditada, inclusive circunstancial, en lugar de ser el fruto de cualquier tipo de conspiración planeada por adelantado (1993, p. 215).

Desde el punto de vista de Maria Eugenia Rojas, la hija del General, “mi padre no buscó codiciosamente el poder, esos no eran los planes de la familia. [...] El ambiente estaba caldeado y, la verdad sea dicha, cundía por todos los cuerpos de la tropa una gran inconformidad y un larvado deseo de insubordinación” (2000, p. 105). En pocas palabras, siguiendo su versión Laureano Gómez habría “desaparecido” después de firmar el decreto que llamaría a la reserva a Rojas Pinilla y Urdaneta se habría negado a volver al poder como encargado, lo que por fortuna obligó al General a asumir el mando de la nación (2000, p.110-112).

27

El autor César Augusto Ayala Diago ha afirmado que:

“Aunque realmente fue un golpe de estado, el alborozo de los colombianos impregnó

la salida castrense de una aura de salvación nacional. La gente no se interesó en

averiguar los pormenores del cuartelazo. A nadie le importó que se tratara de una

pelea entre conservadores o que detrás del nuevo gobernante estuvieran alzatistas y

ospinistas, los enemigos del mismo partido de gobierno. Para el común de la gente lo

importante era el derrocamiento de la tiranía de Laureano Gómez” (2003, 9 de junio).

Poco después de la toma del poder, el político liberal Carlos Lleras Restrepo, en una carta dirigida al ex-presidente Eduardo Santos, se refirió a lo que llamó un “golpe palaciego”, nacido de entre las “camarillas conservadoras“ con el supuesto fin de permitirle al Ejército tomarse el poder en caso de que Laureano Gómez removiese a

Urdaneta, considerando que las manos de los líderes conservadores Mariano Ospina y

Gilberto Alzate Avendaño no serían del todo ajenas al asunto. Ya en ese entonces

Lleras Restrepo observaba el brote de cierta simpatía o “entusiasmo” liberal hacia Rojas

Pinilla, aclarando que no era fruto de la acción de los dirigentes liberales en sí mismos

(Santos, 2007, pp. 16-18).

Cualquiera que sea el caso, el hecho consumado sería esencialmente el mismo y afectaría el panorama político colombiano, particularmente a corto y mediano plazo, a pesar de que Rojas no duraría en el poder más allá de los tradicionales cuatro años de los presidentes civiles, aunque no sin antes intentar prolongar su mandato.

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El breve paso de Rojas Pinilla por la presidencia sería recibido positivamente y tendría un grado importante de legitimidad a lo largo y ancho del escenario político y de masas, al menos en un principio, pero no estaría exento de diferentes controversias que demuestran por sí mismas los contrastes que desde entonces rodearían su figura. Si bien su gobierno experimentó una reducción de la violencia, en buena parte debido a las amnistías ofrecidas a las guerrillas que todavía seguían luchando a lo largo del territorio nacional, nunca desapareció totalmente el derramamiento de sangre ni hubo una pacificación total (Bushnell, 1993, p. 216).

También podría considerarse polarizador, partiendo de hechos como la masacre de la

Plaza de Toros en Bogotá a inicios de 1956 que dejaría un saldo de entre uno y ocho muertos según las diferentes versiones, recogidas por Rojas (2000, pp. 229-325) y

Bushnell (1993, p.218). Dentro de los aspectos más positivos, como resultado de su administración procedería a instaurarse el verdadero sufragio universal mediante la inclusión del voto femenino, junto a los esfuerzos del Secretariado Nacional de

Asistencia Social (SENDAS) y obras públicas como la construcción del Aeropuerto El

Dorado en Bogotá. (Rojas, 2000, p. 217), (Bushnell, 1993, pp. 215-218).

Tanto el empresario colombiano (Rettberg, 2001, enero) como la Iglesia Católica

(Bushnell, pp. 215, 220-221) fueron, más allá de los soportes propiamente partidistas, dos de los pilares sobre los cuales el nuevo mandatario intentaría apoyarse durante su administración. Igualmente, la corta vida del Movimiento de Acción Nacional (MAN), dentro del cual participarían desde socialistas hasta conservadores, sería una muestra de las intenciones tempranas del rojaspinillismo por crear una tercera fuerza política que 29

ha sido considerada como una experiencia semejante a la gaitanista (Ayala, 1996, pp.

21-24, 34-36) y que en su conjunto contribuiría a sostener la naciente base social rojista

(Gutiérrez, 2007, pp.101-102).

Pero a la larga todo lo anterior no le proporcionaría al régimen la estabilidad necesaria.

Para sus críticos, las acciones represivas del gobierno militar, entre ellas su decisión de

1955 sobre mantener el estado de sitio en el país hasta 1958 (Ayala, 1996, p. 21), además de la ocupación policial de las sedes de importantes periódicos nacionales como y El Tiempo, demostrarían la verdadera naturaleza del régimen que en un principio habían bienvenido o al menos tolerado frente a los peligros de la reacción conservadora y de la prolongación de la violencia (Villar, 2007, pp. 47-49).

Quizás una de las figuras más representativas de dicho proceso sería el influyente dirigente liberal , quien después de renunciar a Secretaría

General de la Organización de Estados Americanos (OEA) no solamente volvería al país para adelantar una campaña en pro del pleno reestablecimiento del sistema electoral republicano y democrático sino que sería la figura clave en los acercamientos del liberalismo con el Partido Conservador y muy especialmente con el mismo Laureano

Gómez desde 1956, lo que uniría a ambos partidos en torno a una causa común (Villar,

2007, p. 49).

En todo caso, aún los partidarios del gobierno militar sabían que la situación empezaba a complicarse, tanto por los elementos previamente mencionados como por lo que Maria

Eugenia Rojas llamaría el “desgaste” de toda administración frente a la opinión (2000, p.

229). A pesar de un último intento por extender su mandato mediante la rápida 30

aprobación de su reelección por cuatro años más, el mismo mandatario sabía que su fin estaba próximo (Hartlyn, 1993, p. 83). El 10 de mayo de 1957 saldría del poder rumbo a

España, nombrando a cinco de sus altos funcionarios y colaboradores a la junta militar que habría de reemplazarlo, compuesta por cuatro generales y un almirante, presidida por el General Gabriel París Gordillo. Rojas Pinilla estaba plenamente convencido, según su hija, de su popularidad y de que “el pueblo” no olvidaría su obra de gobierno

(Rojas, 2000, p. 245). Dicho organismo castrense se constituyó como un gobierno de transición cuyas lealtades no estaban con el mismo Rojas sino que rápidamente se moverían hacia otro lugar, sea por supuesta “traición” o por legítima convicción, al llamar a la realización de un plebiscito para el 1 de diciembre de 1957 con el fin permitir nuevas elecciones dentro de un año.

Ese sería el contexto que facilitaría el nacimiento práctico del Frente Nacional, ratificado popularmente aquel día de diciembre, que traería de vuelta a la superficie la realidad política bipartidista mediante un acuerdo de repartición paritaria del poder, aunque quizás no con los mejores resultados, como el tiempo habría de mostrarlo, al excluir de la esfera de la representación pública cualquier otra alternativa política.

Si la carrera política de Rojas Pinilla hubiera terminado allí, es probable que su paso por la historia colombiana no dejaría de ser apenas una anécdota, la de un General que ya sea por su propia voluntad y ambición o como un instrumento más de las intrigas que se mueven detrás de los bastidores del poder había constituido un gobierno transitorio, sin demasiadas penas ni demasiadas glorias. El otrora gobernante de facto pronto tendría una nueva oportunidad de volver al escenario político. 31

2.2 La ANAPO y el Candidato

Los orígenes de la Alianza Nacional Popular se remontarían al año de 1961 y particularmente a una concurrida reunión que tuvo lugar a finales de lo que había sido el primer gobierno del Frente Nacional (FN), específicamente durante la presidencia de

Alberto Lleras Camargo (1958-1962):

“El 23 de abril de 1961, en la casa de Ernesto García, se reunieron las siguientes

personas: Generales Gustavo Berrío Muñoz, Jaime Lozano Bahamón, Ezequiel

Palacios; el Coronel Guillermo Padilla Manrique; los doctores José María Nieto Rojas,

Gabriel Díaz, Francisco Plata Bermúdez, Bernardo Uribe Holguín, Ernesto García

Acero, Enrique Cipagauta Galvis, Alfonso Amézquita, Francisco Palacios, Benjamín

Burgos, Carlos Monroy Reyes, José Castañeda Morales, Fidel Perilla Barreto,

Alfonso Suárez Pineda, Carlos V. Soto, Ernesto Harker, Guillermo García Carvajal;

los Capitanes Manuel Pérez González y Juan B. Godoy; y las señoras Alicia Sierra de

Díaz y Beatriz Leiva de Uribe Holguín. El invitado de honor fue el General Gustavo

Rojas Pinilla” (Rojas, 2000, p. 435).

Dichos personajes buscaban crear lo que se denominará en principio un “movimiento”, dadas las rigurosas limitaciones iniciales del FN para quienes pretendían crear un

“partido” que no fuera estrictamente Liberal o Conservador, al menos formalmente o por su propia naturaleza y militancia. La figura de Rojas Pinilla se presenta como un

32

elemento central dentro de la misma reunión y, fuera del valor puramente anecdótico, su importancia no puede subestimarse. Medófilo Medina confirma lo anterior al afirmar:

“[La ANAPO] comenzó en 1961 como un Frente Nacional por abajo cuando el ex-

dictador General Gustavo Rojas Pinilla emprendió una asombrosa parábola de

recuperación política. El ex-dictador quiso presentarse luego de un sonado debate

que se le siguió en el Congreso por parte de los dirigentes de los partidos

tradicionales como un perseguido por la oligarquía. Otra vez las masas se

movilizaron al calor de invitaciones a la revancha social y de las consignas

antioligárquicas teñidas de fuerte coloración nacionalista” (Historia Crítica, 1989,

enero a junio, pp. 20-32).

Aquí encontraríamos una interpretación interesante de lo que sería, en un principio, buena parte del arsenal ideológico de dicha agrupación política y cuál sería su objetivo básico: crear una especie de coalición bipartidista rival “desde abajo” que vendría a ser la otra cara del Frente Nacional, la de los sectores sociales y políticos excluidos por su funcionamiento o por sus deficiencias. Los candidatos del partido representarían a dichos sectores utilizando plataformas liberales o conservadoras, según fuera el caso, para así lograr participar en las elecciones a medida que se iban alternando tales banderas tanto desde el oficialismo como desde la nueva oposición (Hartlyn, 1993, pp.

210).

No podría, en cualquier caso, hablarse de la participación del antiguo gobernante y ahora ex-militar en ese nuevo proyecto sin mencionar lo que fue su rehabilitación 33

política, ya que es precisamente allí donde encontramos el origen de otra característica anapista: la rehabilitación simbólica no únicamente del individuo sino de toda la administración rojaspinillista y sus logros, reales o percibidos, que le darían a su plataforma política cierto sustento dentro del imaginario popular. En palabras del autor

César Augusto Ayala Diago, los referentes de la ANAPO “se remontan, inevitablemente, al paso del General Gustavo Rojas Pinilla por el poder. Los contenidos y las imágenes que identificaron posteriormente al anapismo fueron herencia dejada por este período

[...] La ANAPO parecía resurgir de las ruinas de los fracasos políticos del General, de sus múltiples experiencias, de su peculiar escuela política” (1996, pp. 15-16).

Las audiencias del que sería calificado como juicio político tuvieron lugar en el Senado a partir del 22 de enero de 1959. Al finalizar el proceso, Gustavo Rojas Pinilla sería declarado “indigno [...] por mala conducta en el ejercicio del cargo de Presidente de la

República” y se le condenaría a perder los derechos políticos para elegir y ser elegido en su calidad de ciudadano colombiano (Rojas, 2000, p. 304). Años después, la sentencia finalmente perdería cualquier efecto jurídico gracias a una serie de decisiones judiciales posteriores, incluyendo el pronunciamiento del Tribunal Superior de Bogotá en 1966 confirmado al año siguiente por la Corte Suprema de Justicia, pero sólo en noviembre de

1967 la Registraduría Nacional habilitaría formalmente a Rojas Pinilla para volver a hacer parte del censo electoral (Rojas, 2000, pp. 350-353),.

La ANAPO entra en escena como una formación política con dos alas, una liberal y otra conservadora, de una manera que podríamos considerar bastante útil para adaptarse al flujo de la alternancia y paridad dentro del sistema bipartidista imperante. A su vez, 34

Rojas Pinilla y sus partidarios sabían que debían apelar a una audiencia mucho más amplia, más allá de las lealtades políticas como tales. Desde el mismo 23 de abril ya el principal líder anapista hablaba, usando un lenguaje directo con ciertos tintes católicos y populistas, de una variedad de temas mucho más específicos.

“Rojas habló [...] del hambre y de la angustia del pueblo que sufría el recrudecimiento

de la violencia; se quejó del monopolio que ejercían sobre la economía y las riquezas,

las sesenta familias que desde la independencia explotaban al pueblo; considerando

que la necesidad y el hambre no tenían color político, instó a organizar un movimiento

de recuperación moral y material sin distinciones partidistas que evitara una

revolución anárquica y atea” (Ayala, 1996, p. 154).

Cuando la naciente ANAPO participó por primera vez en el proceso electoral en 1962, obtendría el 3.7% de la votación total y el 8.2% del voto conservador para las corporaciones públicas, una suma pequeña pero a la vez considerable para lo que era una nueva agrupación, sobre todo en regiones como Valle, Boyacá, Cundinamarca,

Antioquia y Santander (Ayala, 1996, pp. 195-196, 278). En seguida intentó llevar el nombre de quien fuese su caudillo a las urnas para las elecciones presidenciales del mismo año, sin importar las dificultades legales, pues los votos correrían el riesgo de ser declarados nulos por las autoridades electorales como efectivamente sucedió en dicha ocasión. La participación de Rojas Pinilla, en una elección donde los candidatos debían ser ostensiblemente conservadores por motivos de la alternancia acordada, obteniendo apenas un 2.1% de los votos, sería rechazada no solamente por el gobierno sino el conjunto de las fuerzas políticas del Frente Nacional (Ayala, 1996, pp. 203-207).

35

No todos los anapistas buscaban atenerse única y necesariamente a las vías electorales y lo mismo podría decirse de su jefe máximo. Según Ayala Diago, por tal motivo se había creado una percepción negativa que habría indispuesto a los votantes contra el mismo Rojas en 1962 (1996, p. 207).

Vale la pena resaltar que los seguidores de Rojas dentro de las Fuerzas Armadas no se habían quedado quietos, aunque es de suponer que con el tiempo su número iría disminuyendo. El 2 de mayo 1958 ya habían intentado un nuevo golpe que pretendía crear las condiciones para el derrocamiento del gobierno frentenacionalista y así posibilitar un nuevo ascenso de Rojas, con su bendición. Simbólicamente, el fracaso de tal manifestación castrense ilustraría la naturaleza dual del anapismo y de su propio líder, pues mientras el movimiento intentaba organizarse como una alternativa electoral válida, no dudaba en promover una interpretación que podríamos inclusive considerar apologética de tales medidas de fuerza. Para la hija del General Rojas, quien se reconoce a sí misma como “protagonista de un episodio político-militar, al borde de la victoria, y cuyo triunfo le habría ahorrado al país 40 años de infortunio“ (2000, pp. 263), lo acontecido prácticamente se justificaba:

“El pueblo se sintió frustrado porque no había tenido éxito la sublevación del 2 de

mayo y regresó a sus labores, oprimido y explotado por los voraces personeros del

Frente Nacional que se habían instalado en el poder. Tengo la lista tanto de militares

como de civiles comprometidos en aquella memorable jornada pero no me anima

ningún interés en causarle daño a nadie [...] Si ese movimiento hubiera triunfado, lo

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repito, el país se habría ahorrado muchos años de miseria, desolación y

muerte“ (Rojas, 2000, pp. 265-267).

La vena conspirativa del anapismo no se había detenido allí y se tienen noticias de al

menos seis planes o intentonas golpistas adicionales hasta 1963 (Ayala, 1996, 231-233).

Como ya ha sido señalado, tal circunstancia era un evidente motivo de rechazo en ese

momento de la historia colombiana, pero no sería un obstáculo inamovible para las

aspiraciones políticas futuras del movimiento a medida que sus actividades proselitistas

le daban mayor impulso y el FN empezaba a perder el suyo propio.

Si bien Rojas Pinilla se proclamaba a sí mismo como conservador y católico, los antiguos aliados que una vez tuviera dentro de esa tradicional colectividad lo veían a él y a la

ANAPO como un elemento perturbador del orden social y político. Los sectores ospinistas y alzatistas, quienes había apoyado al mismo Rojas para el golpe de 1953, llegaron a atacarlo con el argumento de que “Rojas Pinilla está apoyado estratégicamente por el comunismo porque este cree que con ello resta fuerza al conservatismo” (Ayala, 1996, p.

241). De hecho, en torno a las elecciones de 1964 se estaban presentando esfuerzos específicos por restarle a la ANAPO cualquier simpatía conservadora, afirmándose en comunicados oficiales que era “un movimiento anárquico cuyo programa contenía principios incompatibles con la ideología conservadora” y se utilizaba el pasado dictatorial de Rojas como un fantasma que contaría en contra de su movimiento político (Ayala,

1996, p. 241).

37

Como lo ha anotado Ayala Diago, había aspectos en común entre las plataformas políticas anapistas y comunistas en cuanto a que rechazaban el estado actual del país y proponían alternativas para mejorarlo, desde sus respectivos puntos de vista, apelando a las difíciles condiciones de vida que afrontaban las masas populares y el país en general, pero el Partido Comunista en realidad no había apoyado la candidatura de Rojas en 1962

(Ayala, 1996, pp. 205-206). Dicho partido tampoco creía que un movimiento liderado por el antiguo General fuese una verdadera fuerza de oposición cuando, como fuera el caso,

él mismo había declarado su ilegalidad en 1954 durante su paso por el poder (Uribe,

1977, p.1177). Igualmente, se mantenía en la memoria el recuerdo del bombardeo contra

Villarrica en 1955, cuando fueron atacados los enclaves comunistas de la región y sus grupos de autodefensa campesina (Safford y Palacios, 2002, p. 323).

Por su parte, dentro del liberalismo se podían oír argumentos semejantes a los de sus pares conservadores, cuando Julio César Turbay Ayala afirmó “que no era improbable la hipótesis de que un reaccionario como Rojas se hubiese alineado con un revolucionario como Castro puesto que la alianza se ajustaba bien a las metas diabólicas de ambos”

(Ayala, 1996, p. 242). La culpa por asociación o, quizás más exactamente, por coincidencia ideológica se convertía en un arma política efectiva. No sería, sin embargo, la única, y en varias ocasiones habría acontecimientos en los cuales distintas autoridades interferirían con la realización de actos políticos anapistas, a la vez que Rojas amenazaba inclusive con reaccionar o “castigar” cualquier posible fraude por medio del uso de la fuerza, apelando a la “dialéctica de los puñales“ (Ayala, 1996, pp. 261-263).

38

Nuevamente se reitera la existencia del lado menos amable y civil de la ANAPO, pero ambas acusaciones contra el movimiento de Rojas Pinilla parecerían ser contradictorias o al menos algo simplistas. En medio de las críticas provenientes de ambas direcciones, hacia 1966 la ANAPO había logrado crecer considerablemente. Después de obtener en los comicios regionales de 1964 una amplia representación parlamentaria con el 13.7% de los votos, en buena parte gracias a “un aparato organizativo que operaba en la mitad de los municipios del país“, el partido no podía estar en mejores condiciones (Ayala,

1996, pp. 278-279, 261).

En contraste, el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) de Alfonso López Michelsen, que se había configurado a inicios de la década del 60 como la disidencia liberal que representaba la alternativa más clara al Frente Nacional, después de unos pocos años se encontraba en una etapa de lenta pero progresiva decadencia que culminaría con su reintegración al seno del oficialismo en 1967 (Pécaut, 2006, p. 194), al tiempo que la

ANAPO estaba tomando fuerza como una nueva opción política para muchos de sus antiguos votantes.

Entre 1959 y 1961 había predominado en el MRL un discurso radical, incluyendo su participación activa en la organización de huelgas obreras y su apoyo a las reivindicaciones agrarias, dando lugar a que numerosos miembros de sus juventudes inclusive escucharan el llamado que los invitaba a unirse a los que para ese entonces eran apenas unos nacientes focos guerrilleros a la sombra de la Revolución Cubana. Las 39

relaciones del partido con su similar comunista también fueron bastante productivas, permitiendo que los diferentes candidatos del PCC se reunieran bajo las banderas del

MRL para así ejercer plenamente sus derechos políticos de elegir y ser elegidos. Sin duda que el MRL fue en un principio sumamente atractivo para amplios sectores de la oposición al sistema frentenacionalista, lo que llevó a que en las elecciones de 1962 sus resultados electorales superasen el medio millón de votos, pero a partir de 1964 la división entre una línea “blanda” más moderada y otra “dura” más revolucionaria preferida por los comunistas empezaba a demostrar que había grietas tanto en su estructura como en su caudal electoral (Pécaut, 2006, pp.193-194), (Ayala, 1995, p. 210).

No debe sorprendernos, por lo tanto, el que la ANAPO pudiera aprovechar el debilitamiento relativo del MRL en beneficio de su propio crecimiento. En la elección presidencial de 1966 el candidato del ala liberal del anapismo sería José Jaramillo

Giraldo, quien a pesar de ser considerado como “poco conocido” obtendría unos 742.133 votos, equivalentes a un cuarto de la votación total en medio de una tasa de abstención cada vez más alta, como lo han indicado Pécaut (2006, p.42) y Alarcón (2007, p. 80). A pesar de que no se esperaba su victoria, para la ANAPO no dejaba de ser una buena señal (Rojas, 2000, pp. 368-369). Como lo ha indicado Ayala (1995, p. 210) al tomar una muestra de doce departamentos (Antioquia, Boyacá, Cundinamarca, Huila, Santander,

Norte de Santander, Tolima, Atlántico, Bolívar, Caldas, Meta y Valle), de los más de

497.000 votos por el MRL en 1962 se había pasado a los 298.000 y 294.000 de 1964 y

1966, respectivamente, mientras que la ANAPO había incrementado su respaldo en dichas regiones al aumentar sus 16.000 votos de 1964 a más de 100.000 en 1966. En otras palabras, “los éxitos del anapismo liberal sobre el MRL en cuatro ciudades 40

capitales: Bogotá, Medellín, Barranquilla y Tunja fueron el inicio de su conversión en la segunda fuerza liberal del país y en la primera como Movimiento de oposición” (Ayala,

1995, p. 223).

La formación y consolidación de la ANAPO daría lugar a una de las controversias más importantes que seguirían al partido durante esta etapa de la historia colombiana: tanto para la izquierda como para la derecha, el gobierno y sus opositores, la ANAPO representaba una especie de cuerpo extraño, algo que parecía estar más allá de su comprensión superficial porque no se ajustaba del todo a las categorías políticas ortodoxas. Tal vez como el mismo Rojas Pinilla, era a la vez algo conocido y algo desconocido, lo que, al menos en potencia, proporcionaba tanto una amenaza para el status quo del régimen bipartidista como una competencia para las ambiciones revolucionarias de otras fuerzas.

Al mismo tiempo, quizás esa misma situación le daría a la ANAPO la flexibilidad suficiente para embarcarse seriamente en el que sería su mayor reto electoral, despertando las más grandes esperanzas y a su vez las más grandes decepciones.

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CAPÍTULO 3

Las Elecciones de 1970

3.1 Situación Preelectoral

La presidencia del liberal Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) a grandes rasgos representaba una especie de renovación, bautizada como “Frente de Transformación

Nacional” (Pécaut, 2006, p. 45), del Frente Nacional (FN), cuyo final ya se aproximaba a la vez que empezaba a mostrar señales de un desgaste preocupante que no tardarían en aprovechar tanto la oposición encabezada por la ANAPO como los diferentes candidatos conservadores, fuesen disidentes o cercanos al régimen, que aspiraban a suceder al mandatario. A pesar de gozar de una relativa estabilidad de precios al nivel macroeconómico (Kalmanovitz, 2003, pp. 443-450), en la esfera política el país que pronto entregaría Lleras Restrepo demostraba ciertas convulsiones a medida que se acercaban los comicios del 19 de abril de 1970, de una manera que quizás terminaría siendo premonitoria.

Las intenciones reformistas de Lleras mostrarían, al menos a simple vista, algunos de sus mayores éxitos al considerarse la puesta en práctica de un nuevo intento de reforma agraria y la reforma constitucional de 1968 que por fin le abriría un poco las puertas a una mayor pluralidad dentro de la política nacional (Alarcón, 2007, pp. 80-81). Pero la

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otra cara del reformismo de Lleras fue, no obstante, la de la autoridad o, en su defecto, del autoritarismo ocasional. La misma reforma del 68 facultaba al primer mandatario, respaldado por su gabinete, para declarar estados de emergencia por un máximo de noventa días al año ante aquellos hechos que “perturben o amenacen perturbar en forma grave e inminente el orden económico o social del país o que constituyan también grave calamidad pública” (Uribe, 1977, p. 1221). Para Pécaut, desde el principio de su gobierno el Presidente se había opuesto a toda clase de “huelgas ilegales, paros cívicos, marchas de protesta, en resumen todo lo que hasta entonces habían sido expresiones admitidas de descontento y reivindicación” (2006, p.47).

A pesar de que Lleras mantuviese cierta popularidad personal entre las clases medias, como al parecer lo reflejarían las encuestas (El Espectador, 1970, 23 de marzo, p. 5), no había dudado en enfrentarse a agitaciones estudiantiles en Bogotá y Medellín, incluyendo numerosas ocupaciones militares de la Universidad Nacional, o a los sindicatos de los maestros en Santander, y tales sucesos seguirían presentándose hasta prácticamente el final de su mandato (Pécaut, 2006, pp. 46-47, 65-69).

La abstención durante las elecciones parlamentarias de 1968 llegaría a una tasa increíblemente alta para ese entonces, 68.4% (Pécaut, 2006, pp. 47, 65), lo que a todas luces sería una advertencia sobre la decepción de los votantes frente los partidos tradicionales y , en particular, la forma de hacer política dentro del FN. De hecho, según un sondeo publicado el 23 marzo de 1970, el conjunto de opiniones críticas que consideraban al Frente como ““no benéfico” (32%) y “perjudicial” (10%) casi igualaba al de quienes le otorgaban el rótulo de benéfico” (44%) (El Espectador, p. 5). 43

No estaban ausentes las controversias frente a los logros anteriormente mencionados.

La reforma constitucional llevaba dentro de sí la prolongación de la paridad bipartidista aún después de que el sistema frentenacionalista llegase a su fin y el manejo de la reforma agraria terminaría siendo el motivo de intensas confrontaciones políticas

(Alarcón, 2007, p. 81).

La más visible desde mediados de 1969 sería el debate del senador liberal del antiguo

MRL José Ignacio Vives Echeverría contra el ministro de agricultura Enrique Peñalosa, quien había acusado a Vives de recibir un soborno de un gran latifundista y sería a su vez acusado de tráfico de influencias. El desenlace llevaría a la renuncia del ministro y al senador Vives a perder su inmunidad parlamentaria durante un corto arresto, para luego pasar a las filas de la ANAPO después de recibir el apoyo de ese movimiento y otras fuerzas opositoras. Para completar un panorama poco halagador, la reforma agraria en sí misma no “produjo una modificación de la estructura agraria[...]solo benefició a un reducido porcentaje de familias, puesto que el ministro reconocía que más de un millón de familias necesitaban tierras” (Pécaut, 2006, pp. 80-89).

En materia de orden público, de una manera un tanto optimista se anunciaba el fin de la guerrilla de las FARC y la captura de Óscar Reyes, presentado como su jefe político y quien presuntamente habría sido arrestado después de concurrir a un evento en favor de Rojas Pinilla (El Colombiano, 1970, 16 de abril, p. 5). La guerrilla del ELN, por su parte, se debatía internamente debido a los fusilamientos que llevaba a cabo su líder

Fabio Vásquez contra sus propios hombres, además de encontrase fraccionada en 44

numerosos grupúsculos. Pero había razones para preocuparse, pues no solamente aumentaba el número de enfrentamientos que ocurrían en el país sino que aparecían nuevos grupos como el EPL de tendencia maoísta y otras organizaciones menores como las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) o el Frente Unido de Liberación (FUL)

(Pécaut, 2006, pp. 96-97). Todos esos grupos seguían en armas y no habían detenido sus actividades subversivas, aunque a simple vista no parecieran ser una amenaza seria en contra del funcionamiento de la administración pública ni para la existencia del Frente

Nacional como tal.

En medio de tales circunstancias, los candidatos que se enfrentarían durante la campaña electoral fueron un total de cuatro, en buena parte debido a la falta de unidad dentro del partido conservador. Bajo el liderazgo del ex presidente Mariano Ospina

Pérez y de Álvaro Gómez Hurtado, casi 600 delegados participaron en la convención de la colectividad celebrada del 5 al 6 de noviembre de 1969 en un intento por llegar a una decisión unitaria al respecto de la candidatura oficial que representaría a sus distintas vertientes políticas. Sin embargo, tales esfuerzos resultaron en vano y la polarización interna se hizo evidente durante las dos rondas de votación. En la primera votación de carácter secreto el resultado fue de 276 votos por Evaristo Sourdis, quien contaba con el apoyo del alvarismo, y de 272 por Misael Pastrana, quien tenía a las huestes ospinistas de su lado. En la segunda votación, que fue pública gracias a la no muy amable

“petición” de Ospina Pérez, se presentó un insólito empate de 278 votos para cada uno.

El caos fue inmediato y aquella precaria unidad saltó, de momento, por los aires. Según el análisis de Ayala (2006, pp.115-120), “Ospina cerraba tristemente su carrera política” al tratar de imponer la candidatura de Pastrana contra viento y marea buscando que su 45

grupo político siguiera usufructuando el poder a toda costa, ante la aparente inconveniencia de una nueva candidatura del anciano ex presidente debido al fantasma del 9 de abril y en general a su responsabilidad frente a la violencia desatada.

Indudablemente, para la inminente candidatura de Pastrana fue determinante la intervención tardía del partido liberal a su favor, ratificando de esa manera las intenciones de Ospina, y así aquel terminaría siendo el candidato oficial en representación del Frente Nacional en su conjunto después del fracaso de la convención de noviembre (Pécaut, 2006, pp.100-102). Si bien tal resultado dejaría contentos a algunos sobra decir que muchos otros no aceptarían fácilmente la decisión, rápidamente calificada de imposición, y en un gesto de independencia tanto Evaristo Sourdís como

Belisario Betancur obtendrían los suficientes adeptos para continuar con sus propias aspiraciones presidenciales y así seguir en el terreno de juego (Ayala, 2006, p. 120-

122). Ese panorama complicaría de sobremanera la campaña al impedirle al conservatismo presentarse como un frente unido en contra del reto emergente que representaban Rojas Pinilla y la ANAPO para la que sería la última aplicación de la alternancia presidencial.

Misael Pastrana, quien llegaría a ser descrito por sus conocidos como un “animal político” que “es de temperamento independiente y no se deja manosear” en uno de sus perfiles publicados por la prensa bogotana (El Tiempo, 1970, 18 de abril, p.17), representaba sin mayores contemplaciones la “continuidad dentro del cambio” del Frente

Nacional como lo expresaría a inicios del mes de marzo de 1970 (El Espectador, 1 de marzo, p. 5). Habría que añadir, en todo caso, que fuera del apoyo del ex presidente 46

Mariano Ospina, Pastrana gozaría de la simpatía de los grandes diarios liberales, incluyendo a El Tiempo, donde se aseguraba que las encuestas ya habían sellado el resultado a su favor (1970, 18 de abril, p. 22), y El Espectador, quien le pediría a sus lectores aportarle al menos 200.000 votos a su candidatura en Bogotá (1970, 2 de marzo, p. 3). Otros liberales como Virgilio Barco, ex alcalde de la ciudad, también le expresarían su apoyo en cuanto a la defensa FN y en consecuencia no dudarían en criticar al candidato anapista o a sus huestes (El Espectador, 1970, 5 de marzo, p.1). El mismo Pastrana no dudaría en agradecerle a medios como El Espectador por su respaldo (1970, 17 de abril, p. 1).

Belisario Betancur, político antioqueño de raíces relativamente humildes, sostendría su candidatura sobre el apoyo del ex presidente Guillermo León Valencia y otros dirigentes conservadores (La Patria, 1970, 18 de abril, p. 1). Dentro del liberalismo, se destacaba

Carlos Restrepo Arbeláez del antiguo MRL como uno de sus aliados (Ayala, 2006, p.

119). No lo apoyaría el diario El Colombiano de Medellín, el cual se limitaría a argumentar que el candidato no era favorable a los intereses de su mismo departamento

(1970, 5 de abril, p. 3), a criticar los “extremos punibles“ en que incurrirían las huestes de todas las campañas con la supuesta excepción de la pastranista (1970, 9 de abril, p.

3), y en general estaba siguiendo la línea oficial frentenacionalista. En cambio, sí tendría a La Patria de su parte, argumentando que solamente con Betancur sería posible derrotar a Rojas (1970, 8 de abril, p. 1), a la vez que acusaría a Rojas Pinilla de “pactar” con los comunistas en Caldas (1970, 13 de abril, p. 1).

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Evaristo Sourdis había conseguido la mayoría de los delegados durante la convención conservadora pero no los suficientes como para obtener un triunfo reglamentario y cualificado (El Tiempo, 1970, 18 de abril, p. 17). En todo caso, Sourdis se consideraría a sí mismo como el “candidato legítimo del Frente Nacional” (El Heraldo, 1970, 18 de abril, p. 1). Identificado como el candidato del grupo político de Álvaro Gómez Hurtado dentro del conservatismo (Rojas, 2000, p. 376), obtendría sus principales apoyos periodísticos y editoriales desde El Siglo, diario dirigido por Alfredo Araujo y fundado por

Laureano Gómez, para el cual la candidatura de Pastrana era poco más que una

“imposición” (1970, 1 de abril, p. 4), cuestionando a su vez lo que percibía como una falta de neutralidad del presidente Carlos Lleras al implantarse la censura oficial durante la jornada electoral. (1970, 12 de abril, p. 1), (1970, 6 de abril, p. 4). El periódico El

Occidente de Cali publicaría encuestas a su favor (1970, 12 de abril, p.1) y llamaría a votar por él (1970, 19 de abril, p.1), mientras que diario liberal El Heraldo de Barranquilla también encontraría motivos para apoyarlo y cuestionar al pastranismo (1970, 15 de abril, p.1).

Gustavo Rojas Pinilla, candidato natural del anapismo y plenamente habilitado para participar legalmente en las elecciones después de su rehabilitación judicial, contaba con el apoyo proporcionado por órganos propagandísticos de la ANAPO como Alerta

(1970, 31 de enero, p.1) y de otros medios de oposición como El Sol, una publicación crítica frente al FN que se pasaría del liberalismo al anapismo pero siguiendo en todo caso su lema de estar ”al servicio del pueblo”, desde donde se le describía como el representante de las mayorías nacionales (1970, marzo a 19 de abril, p.1). Rojas, en una alocución nacional, se describía a sí mismo como el hombre indicado para recoger 48

las “banderas de justicia social” de Jorge Eliécer Gaitán, dándole a su discurso populista cierto toque providencial (El Espectador, 1970, 10 de marzo, p.1).

En contraste, prácticamente todos los grandes diarios, independientemente de su posición frente al candidato oficial del Frente Nacional, mantenían una dura línea político-ideológica en contra del candidato anapista. En El Espectador se le describiría como un “perseguidor implacable de las libertades democráticas” (1970, 17 de marzo, p.2). El Tiempo afirmaría que “para cualquier colombiano, Rojas Pinilla es el caos, es la anarquía que despierta tan sospechoso entusiasmo entre los comunistas que le siguen disfrazados de liberales anapistas. Para cualquier liberal, Rojas es la tiranía, la arbitrariedad y el atropello” (1970, 19 de abril, p.4), al menos si no se era víctima del llamado “subdesarrollo intelectual” de sus seguidores (1970, 15 de abril, p.4). El

Colombiano (1970, 13 de abril, p. 1) y El Heraldo (1970, 13 de abril, p.1), entre otros, le darían amplio despliegue en primera página a las declaraciones del ex presidente

Alberto Lleras Camargo, quien diría que si Rojas gana las elecciones daría un golpe de estado contra la institucionalidad y dejaría de regir la constitución política de la nación.

Las promesas electorales de Rojas eran presentadas como nefastas artimañas cuyo verdadero fin era “burlar y engañar” al pueblo para que repitiera una experiencia pasada que en realidad había sido dolorosa (El Colombiano, 1970, 11 de abril, p. 3).

A escasos diez días del proceso electoral, todos los candidatos, por supuesto, aseguraban que obtendrían la victoria y cada uno de los grupos políticos inclusive manejaba distintas cifras mediante las cuales estimaban el tamaño de su caudal electoral: los pastranistas se veían vencedores con 1.750.000 votos, los anapistas con 49

1.500.000, Betancur con 1.400.000 y Sourdis con 1.100.000 (El Espectador, 1970, 9 de abril, p.1). No hace falta decir que los pronósticos se muestran mutuamente excluyentes y escasamente podrían tener mayor realización con la realidad.

Como lo hemos mencionado, a medida que pasaba el tiempo, la prensa se hacía sentir y jugaba un papel de no poca importancia en los eventos cruciales y en la difusión de las percepciones por parte de la ciudadanía, el gobierno y los partidos políticos, teniendo en cuenta la manera como cada medio de comunicación se aproximaba tanto a la realidad nacional como a la campaña electoral. La neutralidad no era muy común que digamos, por no decir francamente escasa. Inclusive lo que podríamos denominar como una especie de indiferencia autocomplaciente de parte de la Voz Proletaria y el Partido

Comunista frente al grueso del sistema electoral, más allá de llamar a votar por sus propios candidatos a los concejos y asambleas (1970, 8 de enero, p. 5), no sería precisamente una señal alentadora.

Así las cosas, hemos visto que Pastrana contaba con El Tiempo y El Espectador como sus dos pilares dentro de la prensa bogotana y tenía en El Colombiano un aliado dentro de la antioqueña. Por su parte, Sourdís era apoyado por El Siglo, en su calidad de histórico órgano alvarista, además de El Heraldo de Barranquilla y El Occidente de Cali al tiempo que Betancur tendría a La Patria de su lado. En ese sentido, podríamos considerar que la gran prensa no era para nada rojista ni anapista. Si bien muchos de los periódicos nacionales o regionales de la época estaban dispuestos a difundir en sus páginas la publicidad política pagada de cualquier candidato, además de información general de la ANAPO y de los recorridos por el país de Rojas Pinilla -entre ellos El

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Espectador (1970, 1 de marzo, p.7) (1970, 17 de abril p.10), El Siglo (1970, 5 de abril, p.8) y El Heraldo (1970, 10 de abril, p. 1)- no por ello estarían exentos de asumir responsabilidades periodísticas y éticas por el resto de sus posiciones y cubrimiento electoral, tanto antes como después de los acontecimientos del 19 de abril.

3.2 El 19 de abril

El domingo cuando, como lo publicaría El Tiempo, Colombia decidiría su destino inmediato empezaría en “calma total” (1970, 19 de abril, p.1). La Registraduría informaba que todo se encontraba listo. En algunas de sus últimas declaraciones, Misael

Pastrana afirmaba que el país “hoy ciertamente despejará el porvenir de su democracia, para continuar una política que garantizará con lealtad el goce de las libertades tradicionales y el respeto de las garantías individuales”, Belisario Betancur aceptaba la

“invitación a trabajar por un nuevo país”, Sourdis anunciaba de antemano la “segura victoria que nos espera en esta empresa nacional”, y Rojas Pinilla declaraba que

“nuestro triunfo está asegurado por el efectivo y voluminoso respaldo que hemos recibido a todo lo largo y ancho del pais [...] porque en esta ocasión la voluntad del pueblo es [llevarme] por segunda vez a la presidencia de la república“ (El Tiempo, 1970,

19 de abril, p. 6).

Se anunciaba por parte de Inravisión que los resultados oficiales al igual que los reportes sobre la situación de orden público serían suministrados para la televisión exclusivamente por el Ministerio de Gobierno, presentando lecturas de los boletines a 51

partir de las 6:30 PM a través de informaciones leídas por los canales nacionales cada media hora (El Tiempo, 1970, 19 de abril, p.9)

La posibilidad de que ocurrieran algunos inconvenientes no era para nada desconocida.

La campaña pastranista intentaba prevenir contra un fraude que podría engañar a los electores con el fin de disminuir la votación pastranista, mediante la alteración de urnas o papeletas (El Tiempo, 1970, 19 de abril, p.1).

Después del cierre de las urnas y a medida que avanzaba la noche la situación empezaría complicarse más de lo que se había anticipado. Los datos electorales que se transmitían por la radio, como lo publicarían los diarios al día siguiente, mostraban que la contienda electoral era muy reñida (El Tiempo, 1970, 20 de abril, p.1), pero generalmente se aceptaba que Rojas Pinilla estaba a la cabeza en los primeros resultados (El Siglo, 1970, 20 de abril, p.1). Algunos medios registraban los hechos del día con cierta prudencia y otros, por el contrario, no lo hacían. El Heraldo publicaba:“Pastrana y Rojas se disputan la Presidencia” (1970, 20 de abril, p.1). El

Tiempo, no obstante informar que Pastrana iba ganando con 1.368.981 votos frente a

1.366.364 de Rojas en su primera página, más abajo también publicaba datos parciales para las capitales del país en las cuales la ANAPO iba claramente a la delantera (1970,

20 de abril, p.1).

Según Maria Eugenia Rojas (2000, p. 402), quien durante las elecciones se habría dirigido a las oficinas de la Registraduría Nacional, “cómo a eso de las 8 de la noche el triunfo apuntaba en más de 300.000 votos. El desarrollo proporcional que siempre se

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presenta en esos casos, indicaba un estruendoso triunfo del General”, y desde ese momento empezaba a celebrarse prematuramente lo que para sus copartidarios era casi un hecho consumado.

A su vez, el Ministerio de Gobierno se apresuraba a afirmar que muchas de las cifras en circulación eran “improvisadas y no oficiales”. En uno de sus primeros reportes el ministro Carlos Augusto Noriega había dado a conocer datos oficiales que indicaban

744.022 votos para Pastrana y 753.243 para Rojas (El Siglo, 1970, 20 de abril, p.1), los cuales ascenderían a 1.228.736 de Rojas Pinilla y 1.200.000 de Pastrana hacia las

12:40 AM. La radio dejaría de suministrar información electoral a partir de las 02:00 AM, si no antes según otras fuentes del momento (Rojas, 2000, p. 403), y el último informe oficial que se proporcionaría de manera continua durante la jornada saldría a las tres de la mañana, donde por primera vez se mencionaba que Pastrana había obtenido una ventaja de 5.000 votos sobre el candidato anapista, en contra de lo que había sido la tendencia general registrada hasta entonces (Ayala, 2006, p. 202).

Independientemente de lo que se quisiera opinar sobre la existencia formal de un fraude electoral, es un hecho que dicha percepción empezaría a extenderse, quizás aún desde el mismo momento en que Rojas Pinilla le dijera hacia el final de la jornada electoral a sus seguidores que estuvieran atentos ya que “el gobierno nos va a robar la victoria” (El

Tiempo, 1970, 20 de abril, p1). De la aparente seguridad y confianza inicial que rodeaba a todas las partes involucradas se estaba pasando rápidamente a la incertidumbre y con ella vendrían a generarse toda una serie de acontecimientos tanto desde del gobierno como de la oposición anapista.

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3.3. Reacciones del Momento

Si bien la mayor parte del día 20 transcurriría en una tensa calma, mientras se esperaba que los resultados finales resolvieran las incógnitas, hacia las horas de las tarde la situación cambiaría. Uno de los primeros piquetes militares entraría en acción, conteniendo a los manifestantes rojistas que se dirigían hacia el Palacio de San Carlos en Bogotá (El Colombiano, 1970, 21 de abril, p.16). El ejército disolvería más manifestaciones de los militantes anapistas en la capital del país, mientras que pedreas y destrozos se presentaban en sectores como el Parque Santander (El Siglo, 1970, 21 de abril, p. 1).

Aunque en las horas de la mañana del día 20 el presidente Lleras había aceptado a petición de Álvaro Gómez conformar una comisión para ostensiblemente ocuparse de cualquier posible fraude, el mandatario se preocupaba principalmente por el mantenimiento del orden público y así se lo hizo saber a Rojas Pinilla durante una breve charla telefónica (Serpa, 2008, pp.420-421). No fue de extrañar, por tanto, que el día 21

Lleras Restrepo declaró el estado de sitio en todo el país (El Colombiano, 1970, 22 de abril, p.1) mediante una alocución televisiva en las horas nocturnas, incluyendo medidas como el toque de queda en Bogotá y la censura de radio, anunciando que el gobierno haría todo para impedir que cualquier intento de subversión tuviera éxito. Ese día, “en las principales ciudades las masas anapistas convencidas del fraude electoral se enfrentaron con la fuerza pública. Asaltaron vehículos, apedrearon algunos edificios y sedes de los periódicos del establecimiento”, no solamente en la capital sino también en 54

otras ciudades como Cartagena, Armenia, Pereira, Valledupar, Pradera, Cartago y

Sevilla (Ayala, 2006, p. 208-220).

El Sol, medio partidario de Rojas que daba por sentado que el “bienhechor” había derrotado a la oligarquía dirigente del país, en su edición del 22 de abril denunciaba que las autoridades habían detenido a 60 dirigentes de la ANAPO (1970, 22 de abril, p.1).

Desde ese momento la Registraduría negaba cualquier clase de fraude (El Colombiano,

1970, 22 de abril, p.1), pero eso no sería suficiente para impedir que para el día 24, cuando según El Colombiano había retornado la normalidad, ya se sumaran más de 668 detenidos por desórdenes en Bogotá (1970, 24 de abril, p.17).

La ANAPO intentaba utilizar la incertidumbre a su favor cuando difundió el 21 de abril un comunicado que hacía pensar en una acción insurrecional futura y que los medios impresos no tardarían en registrar en sus ediciones del día 22.

“El Comando Nacional de la Alianza Nacional Popular declara: Que el gobierno

oligárquico que explota a Colombia después de haber preparado un escandaloso fraude

que está acabando de consumar, pretende ahora imponer al país un resultado electoral

que burla la opinión inequívocamente expresada en las urnas por la abrumadora

mayoría nacional: que el Presidente de Colombia es el general Gustavo Rojas Pinilla

[...] que ante la evidencia del fraude y del atropello nos sentimos moralmente impedidos

para contener la justa reacción popular y por ello responsabilizamos al gobierno y al

presidente Lleras de las consecuencias que su doble y falsa conducta le traiga al país;

que estamos tomando las medidas necesarias y eficaces para impedir que la oligarquía

le robe el poder al pueblo colombiano; que desde este momento nos constituimos en el 55

Comando Nacional Revolucionaria, que encausará las justas aspiraciones y la

justificada reacción de las grandes mayorías nacionales” (El Tiempo, 1970, 22 de abril,

p.2).

El mismo General Rojas Pinilla desde el día 20 había dado declaraciones a la prensa en la cuales se refería a lo que consideraba un fraude y advertía “que el pueblo había reaccionado porque estaba consciente de la victoria y él, pese a que venía predicando la paz, tampoco podía contener la cólera popular desatada, cuando el pueblo se dio cuenta de la burla a su decisión”, mientras que negaba la participación de los anapistas en los saqueos (Rojas, 2000, p.409). Sin embargo, poco tiempo después había sido puesto bajo una especie de arresto domiciliario no declarado al ser vigilada su residencia militarmente (El Colombiano, 1970, 23 de abril, p.20).

Allí encontramos un momento clave, ya que si bien Rojas se decía dispuesto a recurrir a los medios que fueran necesarios para defender su victoria, no fue lo suficientemente claro con sus propios seguidores ni actuó con la suficiente rapidez, dadas las medidas militares y policivas que el gobierno tomó rápidamente en su contra para impedir el que progresara cualquier clase de conspiración o revuelta masiva.

El comunicado “revolucionario”, si bien no se oponía sino que justificaba cualquier tipo de reacción popular o insurrecional, dejaba toda la responsabilidad organizativa sobre los hombros de las mismas directivas y las decisiones del comando, sin llegar a ser una verdadera llamada a la acción inmediata de los cuadros. En palabras de Ayala Diago,

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“cuando las masas empezaron a actuar ya era tarde. El corte militar del movimiento anapista las obligaba a aguardar una orden que nunca llegaría” (2006, p.213).

Carlos Toledo Plata, en ese entonces uno de los cuadros del movimiento anapista, se encontraba en Bucaramanga el día de las elecciones y llegaría a Bogotá el 21, donde pudo comprobar que había gente “dispuesta a tomarse los cuarteles, las gobernaciones, lo que fuera, pero se requería de una acción unificada en todo el país. El levantamiento no debía realizarse en una sola parte. La orden que dio el general a través de Maria

Eugenia y que Pedro Pablo me transmitió a mí, fue la de que no podían efectuarse acciones violentas” mientras el mismo Rojas Pinilla no tomara una decisión en tal sentido (Lara, 2002, pp.38-40).

Hernán Vergara, el “líder espiritual” de la ANAPO, influyó en la actitud vacilante del candidato anapista al aconsejarle a Rojas que evitase un derramamiento de sangre y aceptase que “al escoger usted la vía del sufragio, admitió implícitamente cierta posibilidad de fraude”. Vergara le presentó la disyuntiva entre el materialismo y el cristianismo frente a la acción política a la hora de enfrentar un problema de legalidad, haciéndole notar que mientras el primero no tiene más camino que la acción humana,

“en tal caso la violencia”, el segundo puede luchar dentro del marco de la legalidad, confiando en que Dios “sabrá hacer finalmente su Justicia” (Ayala, 2006, pp. 220-222).

No es fácil medir qué efectos concretos tuvo el comunicado revolucionario en si mismo, pero poco a poco pasaban los días y la ANAPO iba dando la impresión de que a la larga

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prefería las vías legales para intentar disputar desde allí la legitimidad y autenticidad de la elección.

El día 25 de abril, Rojas Pinilla y Carlos Lleras Restrepo se encontraron en una reunión secreta en la Nunciatura Apostólica, ubicada a algunos metros de la residencia del líder anapista. La versión del mismo Lleras la presenta como “buena para la república” en razón de que allí Rojas se mostró dispuesto a respetar la “paz pública” y lo que indicasen los resultados finales del escrutinio electoral, después de que el entonces presidente hiciera énfasis en la independencia de las autoridades competentes y en la calidad de la comisión nombrada para vigilar su buen funcionamiento, siendo la posición del gobierno la de garantizar el triunfo de cualquiera de los candidatos. En otras palabras, su mensaje había sido que Rojas simplemente debía confiar en la institucionalidad. Al mismo tiempo, las inquietudes de Rojas sobre la suerte del detenido dirigente anapista José Ignacio Giraldo fueron bien recibidas por Lleras, según su relato, dando lugar a que el gobierno ordenase su libertad. (Serpa, 2008, pp. 423-425). Pero para la hija de Rojas (2000, pp. 414-419), por el contrario, dicha reunión fue todo menos

“saludable” en razón de que “el fraude de todos modos se perpetró y sólo 30 días después de las elecciones se conocieron los datos, ya arreglados” y, lo que es peor, la entrevista entre ambos personajes dejó en el ambiente la sensación de que allí se habían “vendido” las elecciones, dejando a muchos seguidores de la ANAPO desilusionados y escépticos. Ni siquiera la famosa comisión fue del agrado de Maria

Eugenia dada su inutilidad como un simple “testigo mudo” cuyos miembros no habrían sido nombrados con la autorización previa del candidato anapista. De acuerdo a su versión de los hechos, Lleras tampoco cumplió con la promesa de liberar de inmediato a 58

más de cien figuras anapistas que en ese momento se encontraban en la cárcel y que no recobrarían su libertad sino más de una semana después. Aunque no lo diga explícitamente y teniendo en cuenta que es relativamente fácil asumir actitudes desafiantes después de los hechos, al menos se puede concluir que la hija no compartía la actitud conciliadora de su padre y la califica como un error histórico.

Quizás sea precisamente por esa actitud de Rojas que los llamados iniciales a las vías de hecho no obtendrían muchos resultados después del brote original de protestas que fue a la larga controlado por las autoridades aprovechando la circunstancia excepcional del estado de sitio, y ni siquiera en términos conspirativos se logró aglutinar a los simpatizantes del partido para embarcarse de lleno en esa riesgosa aventura. Cuando hubo intentos de hacerlo, sufrieron fallas de organización que los condenaron al fracaso.

(Lara, 2002, pp. 40-41). Como lo ha mencionado Daniel Pécaut (2006, pp.114-120, 206-

207), los “cantos de sirena” de la ANAPO en los cuales se apelaba, por ejemplo, “al patriotismo de los comandantes de las Fuerzas Armadas para que, conforme a la promesa que han hecho solemnemente al país, hagan respetar el resultado de las elecciones del 19 de abril de 1970” tampoco serían escuchados.

A medida que los escrutinios fueron aplazándose (El Tiempo, 1970, 30 de abril, p. 7), cada vez parecía más difícil lograr rescatar un resultado favorable al partido a pesar de los intentos de lograr alguna rectificación legal del escrutinio electoral. Pasaron los meses y nada cambiaría. La Registraduría del Estado Civil “dosificó la entrega de los resultados; además en muchos lugares, a solicitud de los rojistas, se recontaron los votos de las mesas cuestionadas, se verificaron las planillas y se revisaron las actas. Se 59

especuló con los votos depositados en el exterior, pero la verdad sea dicha, ellos no influyeron en el margen que favoreció a Misael Pastrana, quien según el organismo electoral obtuvo 1.625.025 votos, seguido de Gustavo Rojas Pinilla con 1.561.468” y así las cosas el hecho de obtener una nutrida bancada parlamentaria de 38 senadores y 71 representantes, el 32.2 y 33.8 por ciento de cada cámara respectivamente, no sería más que una victoria pírrica amarga para la ANAPO ante la imposibilidad de concretar su ansiada aspiración principal (Serpa, 2008, p.425).

Para el 20 de Julio de 1970, Misael Pastrana ya había recibido una credencial oficial que lo acreditaba como ganador de las elecciones y en consecuencia no tuvo mayores problemas para posesionarse posteriormente, a pesar de las protestas de los parlamentarios anapistas y la constancia que Maria Eugenia Rojas presentó, dando lugar a un ruidoso incidente que culminó con su retiro a la fuerza del recinto, como muestra de la voluntad de lucha que –según ella- animaba a la ANAPO y al pueblo a no reconocer ni a perdonar el “robo electoral de que fue víctima el 19 de abril” (Rojas, 2000, pp.430-435).

Pero tales expresiones serían bastante retóricas y poco prácticas dentro de su contexto inmediato. La misma ANAPO demostraría claras señales de desunión cuando Rojas llegase a expulsar al otrora ilustre senador Vives durante de las luchas internas sobre quién sería el sucesor del General a la candidatura presidencial, lo cual no sería bien recibido por todos sus partidarios. Si bien el movimiento por fin se convertiría en 1971 en un partido que contaría con una nueva plataforma ideológica considerada “nacionalista,

60

revolucionaria y popular” mediante la cual confirmaba su oposición a los postulados del

Frente Nacional (Pécaut, 2006, p. 119), su debilidad estructural empezaba a notarse.

No volverían a verse unas elecciones tan reñidas como las de 1970. La fragmentación interna del electorado anapista y de sus cuadros fue sintomática. En 1974, María

Eugenia Rojas sería la candidata anapista y no sería capaz de mantener el grueso de los votos de su padre, alcanzando un lánguido tercer lugar con 492.166 sufragios a su favor. Como lo sugiere Pécaut (2006, p.206), el que las multitudes anapistas ya no pudieran rivalizar con las grandes manifestaciones liberales y conservadoras había sido un mal presagio. Para todos los efectos prácticos, su momento había quedado atrás.

3.4 De la ANAPO al M-19

Las mismas elecciones del 19 de abril de 1970 que anunciaron el comienzo del fin para la ANAPO en términos de sus éxitos electorales fueron un duro golpe para unas bases sociales que nuevamente vieron rotas sus ilusiones de obtener lo que esperaban fuese un cambio social por las vías legales y, en consecuencia, para algunos dirigentes anapistas desilusionados como Carlos Toledo Plata y varios de sus compañeros, se generó la necesidad de utilizar la alternativa de la violencia para alcanzar el poder político, dado el inmenso grado de frustración que colmó el ambiente nacional. (Lara,

2002, p. 38-42), (Bushnell, 1993, p. 242-245).

61

En un plazo relativamente corto ya se habían establecido diferentes vertientes y disidencias de la ANAPO. Siguiendo a Pécaut (2006, p. 199), “se multiplican las deserciones. Afectan tanto al sector reaccionario de la Anapo como a su sector progresista, a la fracción liberal y a la conservadora, a los viejos militantes como a los nuevos reclutas. El reflujo es particularmente apreciable en dirección al Partido

Conservador [...] Pero el regreso al Partido Liberal no es menos sensible” y ni siquiera la fugaz perspectiva de una nueva candidatura de Rojas Pinilla parece restaurar el ánimo de una organización en plena decadencia. Abandona el partido Manuel Bayona

Carrascal junto a otros quince congresistas anapistas, creando en agosto de 1972 el

Movimiento Amplio Colombiano (MAC) para luego hacer causa común con el Partido

Comunista y el MOIR (Movimiento Obrero Independiente Revolucionario) en un intento de aglutinar a la oposición en torno a un nuevo frente electoral, la Unión Nacional de

Oposición (UNO) fundada en noviembre de ese mismo año (Duque, 2007), (Baez, 2006, p 158), (Pécaut, 2006, p. 199-202). Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos su acogida resulta ser aún menor que la de la ANAPO de Maria Eugenia y el mismo

General no lamenta en absoluto la retirada de quienes llama burlonamente los

“comunistas” del MAC. El candidato de la UNO para las elecciones de 1974, el antiguo anapista Hernando Echeverri Mejía, obtendría apenas 137.000 votos en dicha contienda frente a los 492.000 de la “Capitana” (Guarín, 2005, p. 53). Así las cosas, no es difícil concluir que buena parte del entusiasmo por la antigua ANAPO y la vía electoral que representaba se ha perdido sin remedio aparente en medio de tanta división y frustración.

62

Fuera de lo que parecía ser un deprimente ámbito electoral, Carlos Toledo Plata y

Andrés Almarales, entre otros anapistas de la línea radical representada por la llamada

“ANAPO socialista”, mantenían contactos con miembros de las FARC y con la Juventud

Comunista (Baez, 2006, p. 171) para crear la que sería, a la larga, tal vez la más concreta repercusión socio-política del 19 de abril de 1970: El Movimiento 19 de Abril

(M-19), cuyo nacimiento se daría a conocer a conocer a la luz pública el 17 de enero de

1974, cuando ya expiraba el último año del gobierno del conservador Misael Pastrana

Borrero (Lara, 2002, pp. 38-42). El nombre del naciente grupo guerrillero implicaba una apelación directa hacia la percepción generalizada de fraude en ese memorable 19 de abril de 1970. En palabras de Álvaro Fayad, una de las personas que formarían parte de la nueva formación subversiva, “ese día quedó en mi memoria para siempre... Yo fui quien insistió después en que nuestro movimiento se llamara así, Movimiento 19 de

Abril. Algún día esa fecha, que recuerda la derrota del pueblo colombiano, se convertirá en el símbolo del triunfo” (Lara, 2002, p. 65).

Su primer acto público fue sustraer de la Quinta de Bolívar una espada perteneciente al

Libertador, después del cual se empleó la consigna “¡con Maria Eugenia, con el pueblo, y con las armas al poder!”. La inclusión del nombre de Maria Eugenia Rojas constituía un referente electoral vigente en aquel momento dado su papel directivo en la ANAPO, sus posturas políticas y su existente candidatura presidencial, dando a entender que el

M-19 inicialmente se consideraba, de una u otra forma, la prolongación armada de ese partido, dentro de la simbología política, y dichas referencias también se hallaban en la adopción de los mismos colores (azul, blanco y rojo) de la reconocida bandera anapista. 63

En términos estrictamente organizativos no hubo, a la muerte del general Rojas Pinilla en 1975, la suficiente unidad de acción dentro de la ANAPO que pudiera hacer posible una vinculación formal y duradera entre el partido y el M-19, a pesar de las intenciones de quienes así lo querían. Las disputas internas y desacuerdos que surgieron en torno a las labores políticas de Maria Eugenia y su esposo, quienes no veían con buenos ojos la creación de la ANAPO socialista como una alternativa para los disidentes más radicales, entre otros factores de discordia, lo impidieron (Lara, 2002, p. 40-43).

Como organización guerrillera, el M-19 representaba una verdadera novedad para

Colombia. A diferencia de las más numerosas FARC, consideradas como un movimiento guerrillero de naturaleza predominantemente rural, el M-19 era una agrupación más pequeña con una mayor presencia urbana que pretendía apelar tanto al electorado anapista como a otros sectores de la población, incluyendo distintos profesionales de clase media y universitarios, mediante acciones tan osadas como populistas que mostraban un lado más amable y por lo tanto políticamente atractivo. Aunque no todos sus miembros provenían de las filas anapistas, algunos como Jaime Bateman y Carlos

Pizarro habían estado vinculados a las FARC en el pasado y tenían cierta formación guerrillera, sus actividades fueron más allá de la lucha armada tradicional. (Dudley,

2008, pp. 88-90). La substracción de más de 5.000 armas del Cantón Norte en 1978, por ejemplo, fue algo inusitado para la Colombia de entonces (Lara, 2002, p. 46). Al considerar su proyección internacional, varias de las tácticas urbanas del M-19 parecen haber sido tomadas de los Tupamaros uruguayos. En otras palabras, se podría afirmar que por medio del M-19 se introdujeron a Colombia varios métodos que otras organizaciones subversivas ya utilizaban a nivel mundial (Bushnell, 1993, p. 245). 64

Sin duda que el grupo recurrió a acciones espectaculares que asombraron al país desde su aparición, pero su uso del secuestro de civiles e inclusive del asesinato como formas de lucha demuestran que las líneas entre la admiración, el miedo y el horror podían cruzarse fácilmente. El secuestro y ejecución del líder sindical afro-colombiano, José

Raquel Mercado, acusado de “traicionar” al pueblo, sería un indicio temprano al respecto

(Bushnell, 1993, p. 246). Otros secuestros realizados por el M-19 incluirían el del animador Pacheco en julio de 1981, el periodista Germán Castro Caicedo en 1980, un helicóptero cargado con dinamita en octubre de 1981, un avión con 130 pasajeros y numerosos secuestros motivados por la extorsión. (Lara, 2002, pp. 47-50, 320),

(Bushnell, 1993, p. 246).

La reacción gubernamental contra el accionar del M-19 no se haría esperar. Después de la humillación que supuso el ataque al Cantón Norte el gobierno aplicó medidas particularmente represivas para recuperar los fusiles robados, bajo el amparo del estado de sitio y el recién promulgado Estatuto de Seguridad (Lara, 2002, p.128-129).

Funcionarios de la administración de Julio César Turbay (1978-1982) “aceptarían por lo menos tácitamente el uso de métodos ilegales para combatir la violencia guerrillera”.

Aunque en opinión de Bushnell (1993, p. 257) los abusos resultantes no llegarían a la escala de los vistos bajo los gobiernos militares de Chile y Argentina, el uso de la tortura contra los detenidos, entre ellos Iván Marino Ospina quien sería uno de sus principales mandos y muchos otros militantes, fue suficiente para ser denunciado ante y por organismos de derechos humanos como Amnistía Internacional (Lara, 2002, pp. 45-46,

166-175). 65

De entre todos los golpes audaces del M-19, seguramente sería la toma de la embajada de la República Dominicana en 1980 la que tendría la mayor repercusión internacional, dado el carácter diplomático de los personajes que fueron mantenidos como rehenes, incluyendo el embajador de los Estados Unidos y unos trece más, al igual que gracias a su eventual solución por medio de negociaciones entre el gobierno de Turbay y la guerrilla, las cuales desembocarían en la salida de los miembros del comando insurgente hacia Cuba y el pago de un rescate (Lara, 2002, pp. 45-46, 316-318),

(Bushnell, 1993, pp. 253-254).

En contraste, el acto que marcaría el mayor desastre para el M-19 sería la toma del

Palacio de Justicia en noviembre de 1985. La intención detrás de toma era presionar al presidente Belisario Betancur (1982-1986) a raíz de las múltiples acciones y enfrentamientos que arruinaron los intentos por alcanzar una paz negociada durante los años y meses anteriores, pero el resultado inmediato fue aún más trágico. El hecho llevó llevaría a la muerte a más de cien personas, incluyendo al antiguo anapista del M-19

Andrés Almarales y a otros dirigentes guerrilleros que lo acompañaron durante el operativo, además de la mitad de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia que fueron mantenidos como rehenes (Bushnell, 1993, p. 254). Alrededor de una docena de empleados de la cafetería del edificio fueron víctimas de la desaparición forzada después de la violenta operación de retoma que corrió a cargo del ejército colombiano.

(Echeverri y Hanssen, 2005), (Dudley, 2008, pp. 134-136).

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Después del Palacio de Justicia, nada volvería a ser igual para el M-19. No solamente había perdido personal valioso durante la tragedia sino que los recuerdos y recriminaciones al respecto se encargarían de empañar parte de la simpatía que producía la imagen “justiciera” del grupo guerrillero, construida desde sus inicios para así canalizar el apoyo de una base social que llegó a incluir hasta sectores de la burguesía (Echeverri y Hanssen, 2005, pp.9-21), (Nasi, 2007, p.325).

Si bien el M-19 había nacido, en buena parte, como el resultado de una frustración inmensa frente a la derrota de la ANAPO y a la subsiguiente desilusión sobre las posibilidades de la democracia colombiana, el movimiento guerrillero compartiría con el partido que la inspiró una ideología nacionalista y populista que, siguiendo a Bushnell

(1993, p.245-246), a la larga lo convertiría en un movimiento más cercano al pragmatismo y al reformismo que a la ortodoxia revolucionaria.

Debilitado aún más por una serie de embestidas militares entre 1985 y 1988, el M-19 finalmente llegaría a firmar un acuerdo de paz el 9 de marzo de 1990, cercano al final del período de gobierno de Virgilio Barco (1986-1990), y así el movimiento guerrillero entraría en un escenario donde volvería a retomar la misma ruta de la legalidad que sus inspiradores anapistas habían rechazado abiertamente después del 19 de abril de 1970.

Como una cierta ironía histórica, el secuestro del dirigente conservador Álvaro Gómez

Hurtado el 29 de mayo de 1988 contribuyó a abrir las puertas del diálogo entre el establecimiento y la guerrilla. El camino de la paz sería difícil y el asesinato del entonces comandante Carlos Pizarro el 26 de abril de 1990, mientras viajaba a Bogotá en un avión de pasajeros, puso en riesgo todo el proceso. A pesar de todo, la reincorporación 67

del M-19 a la vida civil sería considerada como relativamente exitosa. Sobre todo en sus primeros años, la nueva Alianza Democrática M-19 (AD/M-19) jugaría un papel importante en la política colombiana mediante su participación en la Asamblea

Constituyente de 1991. Las divisiones internas frente a las coyunturas políticas impidieron que la Alianza se consolidase, pero en el mediano plazo varias de sus antiguas figuras terminarían haciendo parte del proceso de consolidación de la izquierda colombiana a principios del siglo XXI (Bushnell, 1993, pp. 258-259), (Navarro e Iragorri,

2004, cap. 5-6), (Nasi, 2007, pp. 325-238).

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Conclusiones

La evolución histórica de la ANAPO durante el Frente Nacional y alrededor de los acontecimientos del 19 de abril de 1970 nos revela como una de sus constantes la existencia de cierta alternancia y ambigüedad respecto al uso de la violencia y la política para alcanzar fines y objetivos dentro de un sistema político como el colombiano.

¿Cuál sería el origen de dicha ambigüedad? Podemos encontrarla desde antes de la fundación de la ANAPO. El símbolo viviente que inspiraría al movimiento anapista, el

General Gustavo Rojas Pinilla, había sido durante su gobierno (1953-1957) un personaje con al menos dos caras, reflejadas en su obra: la de un pacificador que le traía los beneficios del desarrollo al país después de la tragedia nacional desatada por el 9 de abril de 1948, y la de un dictador militar que utilizaba medidas arbitrarias para intentar mantenerse en el poder. A la vez que intervenía a la gran prensa bogotana y se presentaba como una alternativa al regreso de Laureano Gómez, el General declaraba ilegal al Partido Comunista y atacaba a sus autodefensas agrarias. No era un asunto de coherencia ideológica sino uno de conveniencia política y personal, según lo determinaran las circunstancias.

Caído en desgracia y fuera del poder, Rojas se reinventaría años después para desafiar al

Frente Nacional y así aglutinar alrededor suyo y de la ANAPO a distintas fuerzas de oposición dado el creciente descontento entre la población. El antiguo represor del

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comunismo volvía a representar el cambio, desde la otra orilla, y sin demasiadas contemplaciones era inclusive tildado de comunista por el establecimiento. Los candidatos del nuevo partido podían, desde luego, inscribirse como liberales o conservadores, lo que les permitía ir a la par con las sucesivas elecciones locales y nacionales. En las elecciones de 1970 Rojas Pinilla tenía que aceptar las reglas de juego del sistema político bipartidista que lo había reemplazado, siendo él mismo de origen conservador, pero los cuadros de su movimiento estaban preparados para “defender” su esperado triunfo aún utilizando la violencia si fuese necesario.

Cuando los acontecimientos del 19 de abril demostraron la necesidad de definiciones se daba por hecho que la ANAPO tomaría las medidas necesarias para organizar un levantamiento general, pero el movimiento se contuvo en su reacción más allá de lo previsto porque así lo quiso Rojas Pinilla al mostrarse reservado, esperando que el asunto se resolviera por las vías legales del conteo de votos y al aceptar finalmente su derrota con el paso del tiempo.

Si esa hubiera sido la actitud de su movimiento desde un principio habría sido una señal de coherencia, pero es aquí donde podríamos pensar que el líder máximo de ANAPO, aunque intentaba canalizar un sentimiento popular en respuesta tanto a sus ambiciones personales como a las necesidades del momento histórico en que vivía, finalmente no lograría definirse del todo entre la vía electoral y la vía armada, prefiriendo la indefinición práctica a pesar de usar un lenguaje ocasionalmente incendiario. Mientras otros dirigentes anapistas llamaban a la insurrección mediante un comunicado, Rojas escuchaba los consejos espirituales de Hernán Vergara y –quién lo creyera- inclusive de Carlos Lleras 70

Restrepo en la Nunciatura Apostólica, sin responder ante las expectativas creadas. Una actitud que en teoría parecería conveniente, pero en tiempos como los que han sido tema de la presente investigación eso naturalmente llevaría a la decepción entre las bases rojistas, sobre todo al tratarse de un movimiento caudillista sin la coordinación ni la flexibilidad suficiente como para actuar independientemente de su líder a gran escala.

No solamente no se obtendría la victoria electoral reclamada por la ANAPO sino que el gobierno de Carlos Lleras Restrepo pudo controlar la situación sin mayores traumatismos inmediatos. Misael Pastrana Borrero obtendría sin dificultades su credencial para posesionarse como Presidente de la República y el mismo Rojas Pinilla, antiguo gobernante de facto convertido en líder populista, moriría cinco años después. Con él murió buena parte de lo que quedaba del sueño que para sus seguidores había representado la ANAPO de 1970.

Una ANAPO que no pudo reinventarse exitosamente bajo Maria Eugenia Rojas, cuya votación en las elecciones de 1974 fue francamente decepcionante frente a la de su propio padre apenas cuatro años antes. Los demás intentos del momento por recoger de alguna manera las banderas del cambio dentro de la legalidad tampoco contaron con la suficiente acogida, a pesar de la creación de disidencias como el Movimiento Amplio Colombiano

(MAC) y en general de la participación de anapistas en proyectos más amplios y ambiciosos, como la Unidad Nacional de Oposición (UNO) que buscaba sumar voluntades junto a otras fuerzas políticas. Su existencia demuestra que el sistema político no estaba totalmente cerrado, formalmente, a permitir la participación electoral de las propuestas alternativas pero se deduce que su legitimidad ya estaba gravemente herida. 71

La ambigüedad de Rojas en 1970 había llevado a la ANAPO a la inacción y a perder su legitimidad como alternativa de poder dentro del establecimiento, mientras que el M-19 entraría en escena desde 1974 buscando construir su propia legitimidad mediante acciones contra ese mismo establecimiento.

Para conseguirlo, el grupo guerrillero utilizaba métodos tanto violentos como políticos.

Como organización demostraba ser diferente de la ANAPO, a pesar de la participación de antiguos anapistas incluyendo a Carlos Toledo Plata, pero también se presentaba una cierta alternancia y ambigüedad entre su empleo de la política y de las armas. El movimiento tenía sus pies dentro de la ilegalidad y desde allí trataba de construir una base social que aumentase su legitimidad para proseguir su lucha contra el mundo legal. Sería la acción, no la inacción, la que llevaría al inesperadamente nefasto desenlace de la Toma del Palacio de Justicia en 1985, el cual produciría una gran desilusión sobre la legitimidad del movimiento y la de sus enemigos.

Cuando no se cumple con las expectativas despertadas entre quienes esperan ya sea un triunfo electoral dentro de la legalidad o un levantamiento armado, como fue el caso durante las elecciones del 19 de abril, movimientos como la ANAPO pueden desplomarse rápidamente por la frustración resultante. El fracaso condujo a la división de sus huestes y el 19 de abril se convirtió en un símbolo dentro del imaginario político que fue utilizado para justificar una reacción armada, dando lugar a la creación del M-19. Cuando la opinión positiva acumulada por organizaciones armadas mediante acciones políticas y populares se invierte en actividades inesperada y violentamente trágicas, como la Toma del Palacio, 72

la frustración que nace de esa pérdida de legitimidad puede llevar a dichas organizaciones, como en el caso del M-19, a optar por la desmovilización y reintegración al sistema .

El debatirse entre las armas y la política puede tener efectos demoledores para la legitimidad del establecimiento colombiano, aunque también para la de aquellas organizaciones e individuos que pretendan emplear cualquiera de los dos instrumentos a su conveniencia. El impacto de la frustración del 19 de abril fue muy negativo para el sistema político colombiano, dejando a diversos sectores sociales con menos alternativas frente a la lucha armada al reducir el potencial electoral de la ANAPO y de las organizaciones disidentes que se esforzaron por tomar su lugar dentro de la oposición legal. Pero, irónicamente, el legado de Rojas Pinilla y de la ANAPO del 70 no es ni la culminación de todas las expectativas que originalmente despertaron ni su total abandono.

El encadenamiento de los hechos históricos, en su conjunto, indica que la experiencia que daría a luz al M-19 compensaría parcialmente la pérdida de legitimidad, al crear una fuerza política que, a pesar de su propia debacle, terminaría por abandonar las armas y contribuir a una limitada renovación constitucional e institucional del país.

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El Tiempo (1970, abril a mayo).

Voz Proletaria (1970, abril a mayo).

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