ABSTRACT

LO QUE DESATA LA TORMENTA: HISTORIA, IDEOLOGÍA Y CULPA EN NOCTURNO DE DE ROBERTO BOLAÑO

by Martin F. Kane

This study examines and interprets the historical and ideological realities at play in Roberto Bolaño‘s Nocturno de Chile. First, the protagonist‘s duties as a priest / literary critic, in conjunction with his unsettling experiences with the Military Junta and the cultural elite during the dictatorship, offer historical parallels that firmly anchor the narrative in the real world context of 20th century Chile. Second, a Marxist analysis of the protagonist‘s role as a purveyor of the same ideology espoused by the dictatorship betrays his active involvement in the Junta‘s projects. Thirdly, this study traces the protagonist‘s attempts to hide his guilt with affirmations that are subsequently revealed as failing to coincide with his own actions and attitudes (past and present). Finally, after scrutinizing these contradictions, the function of the author‘s antagonistic alter ego is explained as that which forces the protagonist to ultimately admit what had been denied for so long.

LO QUE DESATA LA TORMENTA:

HISTORIA, IDEOLOGÍA Y CULPA EN NOCTURNO DE CHILE DE ROBERTO BOLAÑO

A Thesis

Submitted to the Faculty of Miami University in partial fulfillment of the requirements for the degree of Master of Arts Department of Spanish and Portuguese by Martin Francis Kane Miami University Oxford, Ohio 2009

Advisor______Dr. Patricia N. Klingenberg

Reader______Dr. Ramón Layera

Reader______Dr. José Manuel Domínguez Búrdalo

ÍNDICE DE CONTENIDOS

INTRODUCCIÓN ...... 1

PARA CRITICAR ...... 3

EN LO HONDO ...... 17

CLASES DE MARXISMO ...... 23

DE LO DICHO A LO HECHO ...... 30

DE ARRIBA A ALLÁ ABAJO ...... 37

EN CONSCIENCIA...... 48

CONCLUSIÓN, O LO QUE ESCONDÍA LA PELUCA ...... 54

OBRAS CITADAS ...... 60

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DEDICATORIA

To Mom, Dad, and Louise. Without you I would not be here.

También a Tanya, por la mismísima razón.

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AGRADECIMIENTOS

A todo mi comité le quisiera agradecer su paciencia, su tiempo y, sobre todo, su amistad. A la Dra. Patricia N. Klingenberg por su inagotable apoyo, por sus consejos y dirección en momentos decisivos del desarrollo de mi proyecto y por permitir que éste fuera una experiencia decididamente agradable y enriquecedora. Al Dr. Ramón Layera por dirigirme al país natal de Bolaño hace ya seis años y por compartir conmigo, siempre cordialmente, unos fragmentos de un conocimiento que abarca toda una vida de erudición. Al Dr. José Domínguez Búrdalo por sus cartas desde la cárcel, sus jugadas en el campo intelectual y la pátina de humor que adornaba sus sugerencias y comentarios más serios. Finalmente, a todo el Department of Spanish and Portuguese de Miami University, una comunidad que me ha dado tanto durante los últimos años.

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LO QUE DESATA LA TORMENTA:

HISTORIA, IDEOLOGÍA Y CULPA EN NOCTURNO DE CHILE DE ROBERTO BOLAÑO

Mi pregunta es: ¿la tinta con sangre entra? Germán Marín

Introducción Con la publicación de Los detectives salvajes en 1998,1 Roberto Bolaño se impuso como uno de los mejores autores de su generación. Escritor cuya propia trashumancia se refleja en una escritura repleta de humor negro, crítica cáustica y personajes muchas veces imborrables, Bolaño, fallecido en 2003, ha dejado su huella en la literatura hispanoamericana actual. Con la publicación de Nocturno de Chile en 2000, Bolaño el novelista (siempre se consideró a sí mismo poeta) vuelve a explorar temas incómodos de la dictadura chilena, siendo algunos los mismos que había tratado anteriormente en 1996 en la novela Estrella distante. Recibido inicialmente con división de opiniones, en los años subsecuentes el libro ha ganado aplausos internacionales. En 2005, ya existían 12 traducciones de Nocturno de Chile (Herralde 45) y su traducción al inglés (de Chris Andrews - By Night in Chile [2003]) se ha publicado en Estados Unidos y el Reino Unido. Elogia este texto el editor Jorge Herralde al fijarse en el hecho de que haya sido un libro ―recomendado fervorosamente por escritores como Susan Sontag y Colm Tóibín‖ (46). Aunque haya sido su póstumamente publicada 2666 y Los detectives salvajes las novelas que más halagos han recibido (la anterior hasta cuenta con el apoyo de la titán mediática estadounidense Oprah Winfrey), Nocturno de Chile no debe considerarse de menos enjundia. En esta obra Bolaño está en su pináculo, entregándonos su interpretación personal (resueltamente crítica ésta) de los procesos y actores que más contribuyeron a las atrocidades de las notorias décadas de la historia chilena contemporánea. Aquí el autor se enfrenta con la historia, el presente y el futuro del país donde transcurrió su juventud.

1 Una novela muy premiada que ganó el Premio Herralde de Novela en 1998 y el prestigioso Premio Rómulo Gallegos al año siguiente.

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Cuando Melanie Jösch le preguntó a Bolaño si Nocturno de Chile era ―la metáfora de un país infernal,‖ el autor chileno2 respondió de manera ambigua: ―No lo veo así. Es la metáfora de un país infernal, entre otras cosas.‖ En boca del crítico chileno Álvaro Bisama, este libro es, como dice Bolaño, entre muchas cosas, ―una poética del mal, una poética de las sombras . . .‖ (88) en el cual hay ―una comedia negrísima sobre la crítica literaria‖ (91) y sus ―posibilidades siniestras‖ (92). Para Alejandro Zambra, Nocturno de Chile es ―en rigor, una serie de historias enlazadas frágilmente . . . por las fallas del hablante, que entre un relato y otro queda perdido, o suspendido, o relegado‖ (257). En un monólogo presentado como un flujo de conciencia que se organiza en apenas dos párrafos (el primero de 140 páginas), entramos a un mundo confuso, a veces terrible, donde lentamente nos acercamos a un fin catártico y mortal que puede resumirse, en palabras de Gonzalo Aguilar, como ―un relato de los equívocos del amor a la patria‖ (150). Esta patria, nos damos cuenta con facilidad, después de reconocer a la plétora de personajes sacados directamente del mundo real, no puede ser sino la chilena. Como reafirma Ricardo Cuadros, ―Nocturno de Chile habla de una realidad verificable, el Chile del medio siglo e inicios del XXI,‖ aunque la voz del narrador ―pertenece al orden de la ficción‖. Es de esta manera que se mezclan la realidad histórica y los retoques y añadidos que Bolaño entreteje para manifestar una realidad de acuerdo con su punto de vista personal. Será por la presencia de este juego,3 entre otros, que el propio autor testifique que es una novela con una forma ―hipercomplicada,‖ (cit. en Jösch). Es interesante recordar que Nocturno de Chile, que culmina con una ―tormenta de mierda‖ (150) en su última línea, casi empieza con la misma. En una entrevista con Mónica Maristain, Bolaño admite que, originalmente, iba a darle a Nocturno de Chile el título de Tormentas de mierda,4 pero, aconsejado por Juan Villoro y Jorge Herralde, optó al final por un

2 En una entrevista con Mónica Maristain que apareció tanto en una edición mexicana de Playboy como en el diario Página 12 de en 2003, Bolaño responde a la pregunta de si era ―chileno, español o mexicano‖ afirmando que no es ninguno de los tres sino ―latinoamericano‖ (Entre paréntesis 331). 3 Un juego postmoderno que puede entenderse teóricamente, si se quiere, como una obra con rasgos que la asociarían a la categoría de la metaficción historiográfica tal como la plantea Linda Hutcheon, puesto que Nocturno de Chile, como veremos, es un texto muy consciente del ―context of a serious contemporary interrogating of the nature of representation in historiography‖ (Hutcheon 47). 4 En la colección de ensayos Entre paréntesis (2004), el título escatológico que se consideraba era Tormentas de mierda (341) aunque en Para Roberto Bolaño (2005) de Jorge Herralde,

2 epíteto más sutil (Entre paréntesis 341). El razonamiento del editor de Anagrama revela la lógica detrás de este cambio: ―Pensaba que un título así podría alejar a ciertos lectores de una obra maestra‖ (Herralde 56). Pero no sólo ese título hubiera tenido la capacidad de desagradar; con independencia del título elegido, lo más preocupante para el autor, como corresponde, era el contenido de su libro. En la ya citada entrevista con Melanie Jösch, Bolaño se muestra plenamente consciente de que la novela presenta una temática que resulta ser muy fuerte y, para ciertos lectores, incendiaria: ―Si viviera en Chile, nadie me perdonaría esta novela. Porque hay más de tres o cuatro personas que se sentirían aludidas, que tienen poder y que no me lo perdonarían jamás.‖ Con una referencialidad que alude,5 explícita o implícitamente, a una multitud de ciudadanos chilenos sacados de la vida real como Neruda, Allende, Pinochet, , , Ricardo Lagos, Mariana Callejas (y , su esposo norteamericano), entre muchos otros (la mayoría de ellos del mundo de las letras; en fin, más de ―tres o cuatro‖), y con una trama que abarca los años más conflictivos de la historia chilena contemporánea, no resulta difícil entrever que Bolaño sabía que su libro iba a pulsar cuerdas todavía sensibles. La reacción chilena inicial al texto la resume Alejandro Zambra al afirmar que Nocturno de Chile era ―un libro cuya suerte crítica en Chile prometía ser mala o regular,‖ añadiendo que ―[a]sí fue, de hecho‖ (256). Sin embargo, el libro se ha convertido en un éxito literario innegable durante los 8 años que distan desde su publicación. Tomando en cuenta tanto el rechazo inicial en Chile como el incuestionable éxito concurrente y posterior, queda claro que esta novela cuenta con un contenido altamente polémico y polarizante. A raíz de estas cualidades y con el fin de esclarecerlas, ofrecemos el siguiente trabajo de investigación, dedicado a un mejor acercamiento aclaratorio de los significados del texto dentro del mundo socio-político- literario chileno. Para criticar Para acercarnos a la novela, primero se tienen que explicitar no sólo los muchos paralelos que existen entre los personajes principales de la obra y sus correspondientes humanos afuera del

supuestamente el autor iba a valerse de Tormenta de mierda (56). Con o sin la ‗s‘ del plural, el efecto hubiera sido idéntico. 5 Bolaño, en su entrevista con Jösch, declara que ―[l]a referencialidad no sirve para nada,‖ explicando que ―más importante es que la narración esté sustentada por una estructura literaria que sea válida.‖ En cualquier caso, el autor después admite que la referencialidad ―a veces ayuda a exorcizar algunos fantasmas.‖

3 texto, sino también exponer algunas consideraciones y realidades históricas relacionadas con el mundo literario chileno a partir de la década del sesenta. Tras establecer estas congruencias, procuraremos informar sobre los paralelos históricos presentes en las escenas de las tertulias literarias. En ese acápite, se examinará a los personajes de María Canales y su esposo americano cuyos crímenes, lamentablemente reales todos, tienen un rol decisivo en la evolución del protagonista. Sólo entonces, orientados contextualmente, podremos iniciar el análisis teórico de la novela. A medida que avancemos, esta información servirá para enriquecer las lecturas que proponemos, a la vez que, en conjunto, permitirá que se aprecie cómo Bolaño nos hace testigos de un monólogo desesperado en que la culpa, la ideología y la negociación de la Historia y las verdades extraídas de ella, se convierten en los actores principales del juicio universal que representa el libro y cuyo veredicto será enunciado por el propio acusado al concluir la novela. Como punto de partida, hay que indagar a fondo acerca del personaje principal, lo cual resultará imprescindible para nuestro análisis. Sebastián Urrutia Lacroix, el sacerdote afiebrado quien nos narra toda la acción de Nocturno de Chile, es, en palabras de Iván Quezada, ―un poeta mediocre‖ (142) que decide hacerse crítico literario después de ordenarse.6 Ésta es una combinación de circunstancias que ya puede tener algo de resonancia en los lectores que estén pendientes de la historia literaria chilena del siglo XX, puesto que en el personaje del poeta calificador sobresale una abundancia de paralelos con un hombre de carne y hueso que desempeñó y desempeña aún un rol fundamental en la literatura chilena de los últimos cincuenta años. Para quien no esté al tanto, un somero análisis revelará que Urrutia Lacroix es, en efecto, ―una parodia de la voz institucional de las letras chilenas‖: José Miguel Ibáñez Langlois (Bisama 91). Aunque esta correspondencia ya se da por sentada en la crítica, un repaso a algunos de los paralelos que la corroboran no está de más. J. M. Ibáñez Langlois era, según Alejandra Ochoa, uno de ―los críticos oficiales del diario , de ‖ (123). Él, junto con Hernán Díaz Arrieta (conocido por el alias Alone), llegaría a ser uno de los críticos chilenos más influyentes y reconocidos del último siglo. Importa mencionar que Díaz Arrieta / Alone también aparece en Nocturno de Chile, representado

6 Según Quezada, la decisión del poeta en ciernes sólo termina ―tornando su fracaso aún más palmario‖ (142).

4 por el personaje Farewell,7 aunque, en su artículo ―Vericuetos de una conciencia tenebrosa‖, Patricia Espinosa H. alega que Farewell no sólo encarna al insigne crítico chileno Alone (quien también se hizo famoso trabajando para El Mercurio), sino que ―parecen ser varios resumidos en él‖. Sin embargo, dentro del artículo no se llega a indicar quiénes serían estos otros aludidos. Que Díaz Arrieta e Ibáñez Langlois sean críticos de El Mercurio también es significativo, ya que este periódico representa, en palabras de Ochoa, ―uno de los más sistemáticos respecto a la cobertura del fenómeno literario en el presente siglo,‖ realidad que les permitió convertirse en ―una especie de voz oficial que consagraba o deslegitimaba gran parte de la producción literaria nacional‖ (124). Atentos al decurso del tiempo, notemos también que Ibáñez Langlois, nacido en 1936, critica obras literarias por primera vez desde El Mercurio en 1966, ―adoptando ese mismo año el pseudónimo de Ignacio Valente‖ (Ochoa 129). Por su parte, Urrutia Lacroix también recurre al uso de un seudónimo profesional, el de H. Ibacache, apelativo con el que firmará sus ―labores críticas‖, reservando el empleo de su nombre verdadero para sus ―entregas poéticas‖ (Nocturno de Chile 36). El hecho de que Ibáñez Langlois y Urrutia Lacroix invoquen nombres inventados para su trabajo público no es sino otro paralelismo que vincula al hombre ficticio con el hombre histórico.8 Merece la pena también destacar algo llamativo respecto al sobrenombre de Urrutia Lacroix, ya que éste lo vincula directamente con otro crítico ficticio de otra novela de Bolaño, publicada cuatro años antes, Estrella distante: [Era u]no de los más influyentes críticos literarios de Chile (algo que literariamente hablando no quiere decir casi nada, pero que en Chile, desde los tiempos de Alone, significa mucho), un tal Nicasio Ibacache, anticuario y católico de misa diaria aunque amigo personal de Neruda y antes de Huidobro y corresponsal de Gabriela Mistral y blanco predilecto de Pablo de Rokha y descubridor (según él) de , en fin, un

7 Señala Ricardo Cuadros que ―Farewell‖ también ―es el título de uno de los poemas más populares de Neruda.‖ De Farewell revela Urrutia Lacroix que el apellido legal de éste es González Lamarca (18) 8 La práctica de adoptar un nom de plume está muy presente en la historia literaria chilena. Entre otros, se destacan los de Emilio Vaïse (Omer Emeth), Mariana Cox de Stüven (Shade), Inés Echeverría Bello de Larraín (Iris), Rita Salas Subercaseaux (Violeta Quevedo), Salvador Reyes (Simbad), Carlos Díaz Loyola (Pablo de Rokha), y los dos nobeles, Lucila Godoy Alcayaga (Mistral) y Neftalí Ricardo Reyes Basoalto (Neruda).

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tipo que sabía inglés y francés y que murió a finales de los setenta de un ataque al corazón. (Estrella distante 44-5) Aunque este Ibacache muere más o menos veinte años antes de que se produjera el soliloquio febril que es Nocturno de Chile, no sería muy arriesgado proponer que los dos, al tener tanto en común, sean, efectivamente, espantajos del mismo hombre. Asimismo, el Ibacache de Estrella distante también escribe crítica en una ―columna semanal de El Mercurio‖ (45) y aunque el periódico que publica las reseñas del Ibacache de Nocturno de Chile nunca se nombra, esta cita de igual manera se presta para atestiguar que Urrutia Lacroix / H. Ibacache simbolizan a Ibáñez Langlois / Ignacio Valente. Establecida esta correspondencia esencial, pasaremos ahora a una consideración sobre el contexto histórico-literario dentro del cual subsisten estos prójimos, comenzando con una pequeña disquisición acerca del concepto de ‗crítica‘. Escribiendo desde Chile en 1983, Bernardo Subercaseaux propone que lo que denominamos crítica literaria se puede entender dentro de un ―espectro amplio con dos vertientes‖ que, por un lado, se acerca a la teoría literaria pura y, por otro, a algo parecido al periodismo, o, en casos extremos, a nada más que publicidad (83). Al proponer una interpretación de la crítica literaria así de laxa, Subercaseaux tiene el propósito de hacerle entender a su lector que no se limita a la consideración de la crítica que describen los grandes teóricos de la misma, sino a toda clase de ella. Una de las razones principales que él aduce para justificar este tipo de aproximación queda resumida en su aseveración de que si restringiera ―la crítica a lo que Northrop Frye entiende por tal,‖ terminaría por tener que concluir que ―no hay crítica en Chile‖ bajo el autoritarismo (84). Más de un crítico habrá querido discutir tal aserto, pero lo valioso de lo que pretende demostrar Subercaseaux en realidad no depende de esto, sino del reconocimiento de que lo que se entiende como crítica literaria es, al fin y al cabo, un fenómeno de ninguna manera independiente y separable de su entorno: Permite entender, por lo tanto, que la crítica aún cuando tiene su especificidad no sigue un curso autónomo, que no es del todo ajena a la pugna por las persuaciones [sic] ideológicas, que tiene que ver con la dirección intelectual y moral de la sociedad y que está inserta, en consecuencia, en un orden cultural e institucional que si bien no puede ser tratado con criterio reductivista tampoco es ajeno a relaciones sociales históricamente determinadas. (84)

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Esta contextualización de la crítica literaria chilena será la misma que aproveche Bolaño a través de los personajes principales de Nocturno de Chile y también es la a que nosotros recurrimos para situar nuestro análisis. A medida que exploremos lo histórico, cobrarán vida y peso las historias y comentarios paralelos de la novela, sirviendo no sólo para apoyar nuestras interpretaciones y conclusiones, sino para enriquecer y profundizar nuestro entendimiento de los procesos y actores de aquellos años. Tal como se lee en la novela, no podremos entender lo sucedido sin tener una idea fidedigna de lo que realmente sucedió. En función de esto, es obligatorio hacer un breve repaso de algunos de los componentes claves relacionados con la situación crítica/literaria en Chile durante las últimas décadas, puesto que será en torno a este campo cultural donde todo se descubra. A partir de la década de los sesenta y hasta poco antes del golpe de estado de 1973, la crítica literaria chilena estaba en plena renovación según comunica Subercaseaux en el análisis que hace de este tema para el período 1960 - 1982. Central a esta transición es el hecho de que grandes críticos de la estatura de Omer Emeth o Alone, calificadores que habían, hasta cierto punto, monopolizado la crítica en Chile por mucho tiempo,9 empezaron a compartir, de a poco, el escenario literario nacional con otros críticos, cada vez más numerosos, que se radicaban principalmente en las universidades del país.10 Resume la situación Subercaseaux: Son años de actividad crítica pluralista, abierta a distintas vertientes de pensamiento, con tensiones y polémicas, pero con el propósito común de superar el impresionismo subjetivista y constituirse en una disciplina más o menos sistemática. (―Transformaciones‖ 85). Como previsible consecuencia de esta nueva polifonía, los críticos más afamados de esos años, Alone e Ignacio Valente, ―no tienen ya ni el peso ni la autoridad que solían tener‖ (89). Es justamente esta multiplicidad de perspectivas lo que más enfatiza Subercaseaux, señalándola

9 En su libro Pretérito Imperfecto, Alone (Hernán Díaz Arrieta) cita a su predecesor como ―el fundador de la crítica‖ chilena que posibilitó esta concentración de potencia crítica: ―Gracias a Omer Emeth, hubo en este país un centro de autoridad literaria permanente...‖ (284-86). Omer Emeth es, vale recordar, el seudónimo del cura y crítico literario Emilio Vaïsse (1860-1935). 10 Subercaseaux (―Transformaciones‖ 88-89) señala que muchos de los que contribuyeron a esta renovación no se limitaban al ámbito universitario, puesto que participaban directamente en varios de los medios masivos, tanto en revistas y periódicos (Luis Iñigo Madrigal, Federico Schopf, Antonio Skármeta, Hernán Loyola y Alfonso Calderón) como en la televisión (Ariel Dorfman y José Promis). Salvo en el caso de Calderón, todos los que aquí se mencionan se verán obligados a dejar de ejercer su oficio y vivir en el exilio después del golpe de estado de 1973.

7 como algo único, ―una comunidad intelectual‖, que es reflejo de las polarizaciones que se intensificaban en Chile: ―aun cuando la crítica es terreno de pugna ideológica y presión social o institucional, no desaparece por ello la diversidad y el pluralismo‖ (87). Esta renovación y diversificación de la crítica y la resultante pérdida de envergadura de críticos como Ignacio Valente, sin embargo, serían efectivamente revertidas con el autoritarismo impuesto por la Junta Militar encabezada por . En básicamente todos los sectores del mundo literario chileno, los efectos y secuelas de la dictadura militar tendrán un efecto inmediato. Con respecto a las universidades, el antiguo baluarte de la renovación de la crítica que había logrado animar diálogos entre críticos de variada índole, ―las carreras humanísticas son virtualmente desmanteladas‖ al mismo tiempo que ―la cesantía ilustrada, la censura y su contrapartida, la autocensura se convierten en factores importantes de la vida académica‖ (Subercaseaux, ―Transformaciones‖ 93). Bajo el nuevo sistema autoritario, Chile sufre, en palabras de Subercaseaux, ―un estrechamiento intelectual‖ exacerbado tanto por ―la requisición, clausura o suspensión de algunos periódicos, revistas o casas editoriales‖ como por el hecho de que muchas ―corrientes de pensamiento eran calificadas [...] como enemigas de la nación‖ (93).11 Simultáneamente, de la noche a la mañana, decenas de autores,12 tanto nacionales como extranjeros, se convierten en productores de ‗literatura subversiva‘ cuya posesión o distribución puede precipitar el encarcelamiento. Con fines de exterminar esta literatura ilícita, las autoridades no sólo ―requisan‖ y ―confiscan‖ estos textos sino que ―queman cientos de ejemplares‖ públicamente para hacer patente la postura oficial

11 Subercaseaux comenta que la editorial estatal Quimantú, establecida y muy activa durante el gobierno de Allende, ―es allanada‖ (―Notas‖ 71). Después, pasa a perder su título mapuche para conocerse como la Editora Nacional Gabriela Mistral. 12 Entre los más destacados se incluyen Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Ernesto Cardenal, Hernán Valdéz, Poli Délano, Antonio Skármeta y, en particular, Pablo Neruda (Subercaseaux, ―Notas‖ 71). Cabe notar que para 1977, cuando el Confieso que he vivido de Neruda finalmente pudo circular en Chile, ―El Mercurio y otros periódicos promovieron versiones según las cuales ellas habían sido adulteradas‖ (Subercaseaux, ―Notas‖ 72). Todavía en 1984, leyendo en la página editorial de La Nación, periódico al cual Subercaseaux se refiere como ―diario de gobierno‖, se presencia una actitud de alta precaución frente al acto de regalarse textos que por lo demás parecen inocuos: ―No siempre un libro, por el solo hecho de serlo, satisface el propósito ideal que generalmente le suponemos. Porque no siempre resulta ser un agente confiable de cultura o un recurso no contaminado de salud mental. A veces, más a menudo de lo que quisiéramos, encontramos libros que so pretexto de divulgar teorías novedosas desvirtúan el recto juicio de las cosas o ensucian el cauce limpio y natural de la verdad‖ (cit. en Subercaseaux, ―Historia‖ 186)

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(Subercaseaux, ―Notas‖ 70). Aquellos libros en circulación que quisieran evitar su destrucción en las fogatas tenían que recibir el visto bueno de la Junta en forma del Certificado de Libre Circulación, a la vez que todo libro nuevo se tenía que registrar ante el gobierno antes de poder circularse.13 Estas perturbaciones repentinas, sin perder de vista otras que tuvieron consecuencias atroces a nivel humano, arrasan con los logros de la renovación crítica al mismo tiempo que permiten que el retorno al poder categórico de cierto crítico conspicuo se pueda dar ya por hecho. Como se habrá intuido, lo que realmente diferencia a Ibáñez Langlois (y a Urrutia Lacroix) de sus contemporáneos es lo que ocurre después del golpe militar de 1973, puesto que éste es el año ―en que se convierte en el crítico ‗oficial‘ del periodismo ‗oficialista‘,‖ y ―aparece entonces, como el crítico literario por antonomasia, con un peso que no tiene ningún crítico y que él mismo no tenía antes‖ (Ochoa 131).14 En su propia defensa, a modo de explicación, Ibáñez Langlois sostiene que él mismo no tenía ningún control sobre la situación: Todo empezó con el gobierno militar, durante el cual -por vejez, muerte, exilio, censura o, en fin, desaparición15 de los demás críticos- quedé como casi el único en estas columnas. El hecho -bien ajeno a mi voluntad- me ha valido ser calificado a veces de crítico oficial de ese régimen. Para mí, el asunto es sencillamente ridículo. No percibo diferencia alguna entre mi crítica anterior, concomitante y posterior a ese gobierno. (cit. en Ochoa 132) Puede o no que sus críticas fueran del mismo tono y calibre antes, durante y después del gobierno militar que rigió en Chile por casi veinte años, pero acierta Alejandra Ochoa cuando subraya el hecho de que el crítico vaya ―obviando u olvidando los nuevos elementos que caracterizan al régimen autoritario‖ y la nueva estructura de la sociedad que se impone (132). Se explica en detalle la autora:

13 Reproducciones del certificado y el registro oficiales se pueden encontrar en el número 10 (Abril 1979) de la revista Literatura chilena en el exilio. 14 Nos corresponde asentar que esta última frase que atribuimos al artículo de Ochoa aparece (se notará una discrepancia menor entre ―antonomasia‖ y ―excelencia‖) originalmente en un artículo que también citamos, ―Transformaciones...‖ de Bernardo Subercaseaux: ―Ignacio Valente aparece, entonces, como el crítico literario por excelencia, con un peso que no tiene ningún otro crítico y que él mismo no tenía antes de 1973‖ (98). 15 El empleo de la palabra desaparición es, en nuestra opinión, una elección lamentable.

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En un momento de exclusión de la vida pública de importantes sectores de opinión, con el consiguiente estrechamiento del universo ideológico-cultural, Ignacio Valente [Ibáñez Langlois] es uno de los pocos agentes culturales validados al interior del régimen militar, cumpliendo con ello un rol funcional al sistema, por cuanto hace invisible el control al patentizarlo como no-control: él es uno de los pocos comunicadores autorizados para hablar sobre temas prohibidos al interior de la sociedad chilena. (132) 16 El mismo fenómeno se advierte en los personajes de Farewell y Urrutia Lacroix: los dos críticos tienen voces que ningún otro puede contradecir realmente. Al respecto, Marcial Huneeus subraya ―la regencia unilateral sin oposición que ejerce Farewell sobre el campo cultural‖ y cómo ésta hace que ―los escritores se prostituy[a]n para alcanzar un cupo en la biblioteca del crítico.‖ El hecho de que la casona de Farewell se metaforice como un puerto donde ―se refugiaban [. . .] todas las embarcaciones literarias de la patria, desde los frágiles yates hasta los grandes cargueros, desde los odoríficos barcos de pesca hasta los extravagantes acorazados‖ (Nocturno de Chile 22-3), enfatiza cómo la escena literaria chilena de la época puede entenderse como una suerte de autocracia literaria donde congraciarse con los que reinan es intrínseco al éxito. Juan Armando Epple reafirma esta base sobre la cual erige Bolaño la metáfora marítima al hacer constar que ―ante la falta de otros canales de recepción publicitaria‖ a Ibáñez Langlois ―incluso los escritores jóvenes que no comulgaban con su visión de la literatura le enviaban sus libros‖ (128). Como veremos más tarde, Urrutia Lacroix intenta tergiversar este hecho, insinuando que, al recibir libros de autores de toda condición política, él sólo juzgaba el arte por el arte, siendo claramente indiferente a la orientación ideológica del creador. Puede interpretarse esta insinuación como un eco de lo que declaró Ignacio Valente en el año 1991 al recordar ―esos años‖: ―tuve la misma capacidad de antes y de después para no hacer jamás cuestión del color político de los autores y de sus obras‖ (Valente 18).17 Tal reticencia de parte de los dos críticos, como también veremos, sólo resulta torpe en el mejor de los casos.

16 Nos corresponde apuntar que en esta frase también Ochoa parece haberse valido del artículo ―Transformaciones...‖ de Subercaseaux. Las semejanzas abundan: ―Los agentes culturales y comunicadores validados, como administradores de algunos temas que están clausurados para los demás, cumplen también la función de hacer invisible el control, de patentizarlo como un no- control, y desempeñan desde esta perspectiva un rol funcional al sistema‖ (97). 17 Comentando el mismo artículo, ―25 años de crítica‖ (publicado originalmente en El Mercurio el 1º de septiembre de 1991), escribe Manuel Jofré Berríos en 1995 que el artículo de

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Por todo lo hasta ahora visto, no es difícil reconocer que Ibáñez Langlois realmente gozaba de grandes privilegios durante la dictadura chilena, privilegios a los cuales no podían acceder la gran mayoría de sus coetáneos. Álvaro Bisama resume una secuela de este detalle al explicar que el personaje de Urrutia Lacroix se aprovecha de la situación para ―transformarse en el papa de la crítica chilena so pena de venderle el alma a algo parecido al diablo‖, de manera que el narrador de Nocturno de Chile podría interpretarse como ―un Fausto chileno‖ (90).18 Bisama propone que a través de estos intercambios pecaminosos, el lector se da con ―uno de los discursos fundamentales del libro: establecer algún parangón entre la crítica y el poder político‖ (87). Más allá de este parangón, no obstante, creemos que Bolaño se afana por demostrar cómo el mundo político y el mundo literario pueden llegar a intrincarse en determinados momentos,19 a veces a base de motivaciones protervas. Una opinión parecida es la de Marcial Huneeus, quién determina que ―el ejercicio crítico de [Urrutia Lacroix] se une a la dictadura en pos del beneficio personal.‖ Esta superposición de política y literatura de la cual se beneficia el cura-crítico,20 manifestada reiteradamente y de diversas maneras a lo largo de la novela, se cristaliza en primer plano en las escenas de las clases de marxismo enseñadas por el padre Sebastián. En conjunto, estos episodios sirven para dejar muy en claro, nuevamente, que la literatura, y muchísimo más los seres que la ejercen, no existe en un vacío. Estas lecciones de teoría comunista y socialista, aunque parecieran ser el fruto de una licencia histórica más de la cual Bolaño puede valerse para explicitar la cercanía entre la Junta y Urrutia Lacroix, en verdad coinciden con el registro histórico; Ricardo Cuadros informa que J.

Valente/Ibáñez Langlois, a la vez que celebra un aniversario, en definitiva ―anuncia el cierre de un período, aquél de la monofonía‖ (51). 18 En palabras de Marcial Huneeus, observamos en el texto cómo Urrutia Lacroix se aprovecha de ―la práctica del mecenazgo‖ para realizar su ascensión dentro de la sociedad chilena. Se pueden identificar tres mecenas (diablos, según Bisama) que le franquean la subida social: Farewell, los señores Odeim y Oido (miedO y odiO) y, finalmente, la propia Junta Militar. 19 Quizá se deba hablar concurrentemente del intrincamiento que bosqueja Pierre Bourdieu entre el Poder y la cultura en su ensayo ―Campo intelectual y proyecto creador‖ en el cual se descubre la interdependencia primordial entre estos dos integrantes de la sociedad moderna. En su explicación de cómo el Poder manipula la cultura (en todas sus manifestaciones), otorgándole o quitándole legitimidad ―para conservar, transmitir e inculcar la cultura canónica de una sociedad‖, Bourdieu pone al desnudo las fuerzas muchas veces desapercibidas (las cuales se identificarán más adelante) en funcionamiento detrás de la cortina del campo intelectual (38). 20 Denominar a Urrutia Lacroix (y a Ibáñez Langlois) de este modo no carece de fundamento poético: Valente mismo relata en septiembre de 1980 que Pablo Neruda lo ―apodó de curicrítico en una áspera polémica‖ (Valente 29).

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M. Ibáñez Langlois mismo ―dio clases de marxismo a los generales de la Junta‖. Si esta coyuntura auténtica fortalece la ya establecida conexión entre el cura Valente y el cura Ibacache,21 constituye también una realidad que de por sí ejemplifica la relación algo oscura que existía entre los que acapararon el poder en el Chile de post-golpe. Cabe señalar que en el cameo de Ernst Jünger, presentado como un hombre que ha optado por las armas (es un oficial ―de la Wehrmacht‖ y un ―héroe de la Primera Guerra Mundial‖) tanto como las letras (―autor de Tempestades de acero‖ entre otros títulos), podemos ser testigos de otra alianza en que la espada y la pluma unen fuerzas (Nocturno de Chile 38).22 Aparte de ser una constatación de la cooperación que existía entre determinados sectores de la Iglesia,23 los intelectuales de derecha y el gobierno de Pinochet, hay que tener en mente que las clases sobre Marx y Engels (en conjunto con otras escenas que establecen paralelos y antecedentes semejantes) también representan uno de los pasos culminantes de todo un proceso que se desenvuelve paulatinamente desde el

21 Según Bernardo Subercaseaux, Ibáñez Langlois se destaca por ser ―el único profesor [autorizado] para enseñar marxismo en Chile‖ durante la dictadura (―Transformaciones‖ 98). Nuevamente, se puede resaltar el tratamiento especial concedido al crítico durante esa época. 22 Es lícito subrayar que la relación histórica definitiva entre Jünger y el gobierno de Hitler (dentro de la Historia, el modelo por excelencia del fascismo) es una que actualmente se sigue debatiendo. La relación que se establece entre Jünger y el Tercer Reich en Nocturno de Chile en las escenas parisienses de principios de la cuarta década del siglo XX, sin embargo, es una de complicidad y colaboración seguras, presagio de las mismas que se observarán nuevamente en Chile unos treinta años más tarde. 23 Nos urge enfatizar que la Iglesia chilena de ninguna manera debe de entenderse como una entidad homogénea y cómplice del régimen militar. Tal como ocurría en las parroquias, una gama de tendencias social-político-ideológicas se apreciaba en el conjunto de los que dirigían las mismas. De hecho, y a diferencia de la impresión que puede precipitar una novela como Nocturno de Chile, muchos historiadores señalan que la Iglesia en Chile sería la institución que más facilitara el retorno a la democracia a finales de la década de los ochenta. En lo específico, es prudente recordar la organización y mantenimiento de diversos organismos humanitarios como la Academia de Humanismo Cristiano y el Comité de Cooperación para la Paz en Chile (que en 1976 pasó a identificarse formalmente como la Vicaría de la Solidaridad) entre muchos otros que jugaron un rol decisivo en socorrer a los que querían una vuelta a la tradición democrática chilena y / o eran víctimas de represión estatal. En su capacidad de cardenal entre 1962 y 1983, Monseñor Raúl Silva Henríquez se destaca entre sus compañeros como el líder cristiano que ―en su defensa de los derechos humanos había desarrollado una inteligente estrategia de trato con el gobierno militar y protección de las organizaciones‖ (Vidal, El Movimiento... 35) que posibilitaba la formación y función de enclaves de pacífica resistencia al poder gubernamental. Para más información acerca de la dinámica altamente compleja dentro (y afuera) de la Iglesia chilena durante los primeros años de la dictadura, véase el tratado de Brian H. Smith, The Church and Politics in Chile: Challenges to Modern Catholocism (1982).

12 momento en que Urrutia Lacroix entra por primera vez al seminario a los catorce años y llega hasta la última escena decisiva realizada en su cama en el año 2000. En palabras de Álvaro Bisama, ésta es ―una de las metamorfosis más brutales que ha ofrecido la literatura nacional‖ (90). Dicha metamorfosis, recordemos, no se salda hasta que se llegue a la versión terminal: la metáfora escatológica de lo que es, en palabras del autor, un ―Apocalipsis individual‖ (Jösch). Hace falta señalar además que la dictadura que se localiza en el epicentro de esta aniquilación no debe conceptualizarse como algo estático sino como un proceso cuya evolución podemos trazar tal como acabamos de hacer (abreviadamente) con la del personaje del padre Sebastián. Es por eso que estar atento a los dos procesos resulta de gran importancia, ya que están íntimamente relacionados. Con respecto a la intensidad de las roturas impuestas por el régimen militar (específicamente las que se relacionan con el campo literario), Bernardo Subercaseaux enseña que ―el punto máximo de desequilibrio se sitúa en los años inmediatos [al golpe]‖ (―Notas‖ 69) y que es durante aquellos años cuando más palpable es ―[l]a coerción y marginación cultural [. . .] que da origen a una crítica oficialista reactiva‖ como la que practicaba Ignacio Valente (―Transformaciones‖ 105). No obstante, con el paso de los años, él advierte que ―[l]os límites del espacio cultural administrado tienden [. . .] a ser desafiados, corroídos, a flexibilizarse‖ (105). De esta flexibilidad surge lo que Subercaseaux describe como ―islas de crítica contestataria‖; una crítica marginada pero presente que se refugia en el fenómeno de ―la Universidad Informal‖, publicándose en ―medios alternativos‖, en muchos casos clandestinos, sobre todo hacia mediados de los setenta, o bien desde diversos países del mundo (104).24 A pesar de la restringida difusión que podían alcanzar estas ínsulas críticas dentro de Chile, el hecho de que los límites inicialmente impuestos por el régimen militar fueran siendo más flexibles25 es muy relevante respecto a la actitud con que ejercía su crítica Ignacio Valente. Él,

24 Para un testimonio de estos esfuerzos clandestinos escrito en aquella época, véase Dorfman, Ariel. ―Literatura chilena y clandestinidad.‖ Escritura: Teoría y Crítica Literarias 4 (1977): 307- 14. Por otro lado, Subercaseaux destaca a Juan Durán, Jaime Concha, Juan Armando Epple, Fernando Moreno, Luis Bocaz, Grinor Rojo, Nelson Osorio, Hernán Vidal, José Primis, Ramona Lagos, Carlos Santander, Ariel Dorfman y Federico Schopf entre los que ejercían crítica desde el extranjero. Información más detallada acerca de la literatura chilena que se produjo en el extranjero durante esos años se puede encontrar en el artículo de María Teresa Cardenas ―Literatura chilena del exilio: Rastros de una obra dispersa‖ de la Revista de Libros de El Mercurio publicado el 23 de agosto, 2003. 25 Ya para 1983 se retira la censura de libros en Chile (Subercaseaux, ―Notas‖ 76). Vale recordar, desde luego, que todavía sigue presente cierto estigma hacia lo que se vuelve a permitir circular.

13 criticando de modo que siempre le permitía mostrarse al alimón del ambiente político (fenómeno que se tratará con más detenimiento a continuación), siguió una trayectoria que ahora nos sirve para delatar una complicidad entre el crítico y la situación política/gubernamental que evolucionaba durante las casi dos décadas de dictadura. Como veremos, esta flexibilidad se puede advertir ya antes del bombardeo de la Moneda por aviones de la FACH. Juan Armando Epple, como Bernardo Subercaseaux, más que reconocer el poder inusual que cobró Ibáñez Langlois a mediados de la década de los setenta, se fija en la ya aludida evolución de éste, a partir de ciertas mutaciones que se hacen presentes con el paso de los años y los eventos que los definen. De relevancia especial es lo que este cura había escrito en el mismo año en que fue elegido Allende a la presidencia, un año que contaba con un ambiente socio- político que contrastaba fuertemente con el que vendría tres años más tarde. Explica Armando Epple que Valente ―se adscribía a una ‗nueva generación crítica‘, nombrando como congéneres una lista de autores que, en su totalidad, fueron más tarde expulsados de la Universidad‖ (énfasis añadido 128). Luego, estos expulsados perderían todo derecho a tener voz dentro de Chile al mismo tiempo que Valente permanecería para transformarse en el más ilustre juez literario dentro del país. Lo que pareciera confirmar una doctrina personal basada en juramentos de fidelidad oportunistas por parte de Ibáñez Langlois, puede ser presenciado nuevamente cuando la Junta, en crisis, en gran parte debido a la política económica neoliberal de los llamados Chicago Boys, ya empieza a permitir que se afloje el control oficial de la literatura. Ibáñez Langlois, pasado el peligro de haberlo hecho hace años, ahora ―aboga por el regreso de los académicos y críticos exiliados‖ (Armando Epple 129). Más curioso todavía es que el cura-crítico termine incriminándose en cierta manera al declarar que ―[t]oda concentración del poder en una persona es negativa en cualquier actividad humana, y la crítica literaria no es una excepción‖ (cit. en Armando Epple 128-29). Tal aseveración bien podría ser fruto de la experiencia personal, pero lo que aquí hay que señalar es lo que Juan Armando Epple denomina, con elocuencia, una (im)postura del crítico histórico ―que se ha moldeado generalmente con perspicaz ductibilidad mercurial‖ (128). Este patrón de maleabilidad será central no sólo para entender a fondo el repaso personal que realiza Urrutia Lacroix, puesto que en él podemos distinguir los mismos vaivenes de alineación, sino para también inculparlo. Esta incriminación, vale decirlo, se pagará al final.

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Más allá de aquellas críticas provenientes del beneficio de su íntima asociación con el régimen castrense, Alejandra Ochoa le reprocha también a Ibáñez Langlois cierta desobediencia en cuanto a su propuesta de objetividad, la presencia / influencia de preferencias personales que tendrían ―directa relación con la forma de constitución del canon literario‖ y, también, la posible explotación del ―privilegio de una perspectiva religiosa a la hora de interpretar los textos literarios‖ (133-34).26 Las reprensiones hechas por Ochoa se pueden extrapolar del cura-crítico verdadero al personaje principal de la novela de Bolaño. Primero, en cuanto a la imparcialidad, una cita de Ibáñez Langlois explica su posición: ―quise reivindicar . . . una condición de máxima objetividad para la obra literaria y su estructura‖ (cit. en Ochoa 130). Será a base de esa supuesta rectitud inalterable que Ochoa recrimine las ―preferencias‖ de Ibáñez Langlois, ya que él parece creer en ―la superioridad de la poesía chilena en el contexto hispanoamericano‖ a la vez que es de la opinión de que la poesía chilena es superior a la narrativa.27 Estas preferencias, según Ochoa, le afectarían de manera negativa a la hora de armar un canon, dado que no le permitirían ser objetivo en su análisis de los textos. Tengan las consecuencias que tengan, basta decir que acercarse a la objetividad sería mucho pedir para cualquier crítico. Por su parte, Urrutia Lacroix, como H. Ibacache, pretende practicar la crítica ―en un esfuerzo dilucidador de nuestra literatura, en un esfuerzo razonable, en un esfuerzo civilizador, en un esfuerzo de tono comedido y conciliador, como un humilde faro en la costa de la muerte‖ y a la vez convertirse en ―un ejercicio vivo de despojamiento y de racionalidad, es decir de valor cívico‖ (37). Este anhelo en sí ya es un gran proyecto, aunque, por bien que suene, pierda toda credibilidad en cuanto especifiquemos que Urrutia Lacroix habla de la crítica de su propia obra: Urrutia Lacroix planeaba una obra poética para el futuro, una obra de ambición canónica que iba a cristalizar únicamente con el paso de los años, en una métrica que ya nadie en Chile practicaba, ¡qué digo!, que nunca nadie jamás había practicado en Chile, mientras Ibacache leía y explicaba en voz alta sus lecturas (37)

26 Para concluir su evaluación de Ignacio Valente, Ochoa critica la presencia de ―ciertas posturas tradicionalistas, precisamente las que hacen posible la aparición y perpetuación de matrices discursivas no-dialógicas‖ (135). Pareciera que, para Ochoa, el problema fundamental se relaciona con esa misma falta de diálogo que caracterizaba el período anterior a la renovación de la crítica chilena de los años sesenta. 27 En palabras de Ibáñez Langlois, ―. . . es sabido que en Chile la poesía es, en términos generales, más rica, variada y alta que nuestra creación narrativa‖ (cit. en Ochoa 135).

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Que un crítico pretenda incorporarse al canon poético sólo puede calificarse de cuestionable, aún más considerando que esta inclusión se basaría en buena medida en un desdoblamiento esquizoide de sus propias palabras.28 En este episodio, Bolaño humilla brutalmente al personaje no sólo al obligarlo a pretender ser dos personas separadas, convirtiéndose así en una suerte de sistema literario autónomo y autorreferencial, sino también al hacer que crea que sólo él mismo (como Ibacache) ―sería capaz de iluminar [. . .] la obra de Urrutia Lacroix‖ (37). A parte de la ilusión de grandeza poética, el padre Sebastián también hace canon a su manera,29 ofreciendo sus propias opiniones de textos renombrados a través de la novela, aunque las mismas críticas de parcialidad obviamente se pueden aplicar. En resumen, del cotejo de novela y crítica, podría afirmarse que tanto el crítico Valente como el ficticio Ibacache tenían pretensiones tan excelsas como difíciles de poder llevarse a cabo al pie de la letra, tal y como la describen. Aunque establecer si se privilegia ―una perspectiva religiosa‖ en la crítica de Urrutia Lacroix resulta empíricamente imposible, sí se puede inferir que existe la probabilidad de que sea así, ya que casi siempre aparece vestido de sotana, un símbolo manifiesto de su religión. De hecho, en la primera visita al fundo de Farewell, a pesar de saber que ―el pretexto del fin de semana era literario y no religioso‖ (Nocturno de Chile 31), Urrutia Lacroix decide ponerse la ropa eclesiástica: ―Con un decidido gesto de valentía opté por no despojarme de mi sotana‖ (22). Esta misma sotana lo acompañará en sus múltiples correrías, incluyéndose entre las mismas, las diez clases de marxismo dadas a la Junta Militar.30 Efectivamente, Urrutia Lacroix llega a hablar de ella como si fuera algo permanente: ―mi sotana que era como mi sombra‖ (74). Más evidencia de la posibilidad de esta conexión se halla en la aseveración de Álvaro Bisama, que sugiere que Urrutia Lacroix está ―más preocupado de la moral que del estilo‖ (91). En lo que respecta a Ibáñez Langlois, la existencia de una perspectiva religiosa en su crítica la confirma el cura

28 Este desdoblamiento ya ocurre dentro de la novela. Urrutia Lacroix empieza a hablar de / a sí mismo por medio de la tercera persona singular cuando habla de su œuvre maîtresse en las primeras líneas de la página treintaisiete. 29 Nos recuerda Álvaro Bisama que para Bolaño la cuestión del canon ―adquiere niveles melodramáticos, siempre políticos‖ (82). De manera paralela, con una metáfora que culmina con la imagen de un cadáver con ―las cuencas vacías‖ (Nocturno de Chile 62), el proyecto fracasado de Heldenberg / la Colina de Héroes puede leerse como otro comentario acerca de la construcción de un canon, según indica Marcial Huneeus. 30 En este caso la sotana puede interpretarse como el equivalente religioso de los uniformes marciales que llevan puestos los miembros de la Junta. Urrutia Lacroix mismo se pregunta si no habrá querido llegar ―uniformado‖ a la clase de ―ilustres alumnos‖ (107).

16 mismo en 1991 desde su página en El Mercurio: ―yo no renuncio a mi fe a la hora de hacer crítica‖ (cit. en Jofré Berríos 51). Frente a esta aseveración,31 nos resume Manuel Jofré Berríos que ―se establece así la posición ideológico-doctrinaria del crítico‖ (51). Tal actitud no es sino de esperar de un sacerdote pues, según escribe Alone, hay ventajas muy claras para el ordenado que ejerza crítica literaria: Su educación eclesiástica, que habría podido constituir un inconveniente en otra persona, reforzaba en él la personalidad del sabio y del justiciero, prestándole ese carácter un poco misterioso que tienen los estudios teológicos, bíblicos, el conocimiento y la práctica del latín, más otras disciplinas intelectuales y morales propias del sacerdote y no muy accesibles al gran público. (285) Esta cita de Alone, sin embargo, no habla de Ignacio Valente sino de su antecedente histórico, Omer Emeth, en quien también se reunían la literatura y la religión. En verdad, que un sacerdote que funge de crítico se niegue a hacer caso omiso de sus creencias en su vida profesional no es reprensible, siempre y cuando tales hechos no se obvien, más que nada por el hecho de que cualquier interpretación pueda verse afectada por orientaciones específicas ideológicas. Cómo pueda verse afectada ya es tema de otro debate y preferimos cerrar este apartado concluyendo que para Urrutia Lacroix e Ibáñez Langlois, así como para Omer Emeth algunas décadas antes, deslindar la importancia de la religión de su obra crítica sería tarea más bien imposible. En lo hondo En el libro Entre paréntesis, en el ensayo titulado ―Una proposición modesta‖, Bolaño, después de preguntarse ―¿Qué hubiera pasado si el 11 de septiembre no hubiera existido?‖,32 describe el proceso del golpe y la dictadura subsiguiente como ―un baño de horror real e histórico‖ (83). En Nocturno de Chile, es en el sótano de la casa de María Canales y su esposo Jimmy Thompson donde más nos sumergimos en este ‗baño de horror.‘ A modo de introducción y exploración de este episodio horripilante, otro escrito proveniente de Entre paréntesis será de ayuda. En el ensayo ―El pasillo sin salida aparente,‖ Bolaño explica algunos de los actos inquietantes asociados directamente con una mujer cuyo nombre él no logra recordar con precisión. Lo narrado a cerca / acerca de esta ―mujer joven de derechas‖ es, garantiza Bolaño,

31 En el mismo artículo el cura Valente hace más que claro su punto de vista cuando afirma que la religión es ―el sustrato último y el más esencial de la existencia humana, con respecto al cual todo lo demás se defin[e], incluso por omisión‖ (Valente 18). 32 El 11 de septiembre de 1973.

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―una historia verídica,‖ cuya veracidad merece ser reafirmada ante el lector: ―Lo repito: esto no es un cuento, es real, ocurrió en Chile durante la dictadura de Pinochet y más o menos todo el mundo [. . .] lo sabe‖ (77). Lo que ‗todo el mundo sabe‘ es que aquella mujer de orientación conservadora, representada a su vez en Nocturno de Chile en el personaje de María Canales, se llamaba, en realidad, Mariana Inés Callejas, habitual anfitriona de tertulias literarias ahora tristemente célebres. Esta infamia, ahora se sabe, es la secuela de la revelación de que esas soirées nocturnas se habían dado en la misma casa donde, simultáneamente, el esposo de Mariana, Michael Townley (Jimmy Thompson en la novela de Bolaño) torturaba a secuestrados presuntamente subversivos en un centro de interrogación subterráneo. Antes de proseguir, cabe destacar que María Canales, más allá de representar el horror de una dictadura represiva, tal como su inspiración de carne y hueso, es escritora.33 Comenta Patricia Poblete Alday que en la narrativa de Bolaño ―la literatura siempre aparece ligada a algunas formas de la maldad‖, característica confirmada por Bolaño mismo en una entrevista con Luis García Santillán: ―[la literatura] siempre ha estado cerca de la ignominia, de lo vil, y también de la tortura‖. Las escenas (reales y ficcionalizadas) de las tertulias, donde diversas clases de arte y alta cultura están representadas,34 unen nuevamente a ciertos sectores de la sociedad a las hazañas más feas de la dictadura. Esta unión la sintetiza y denuncia el escritor y artista chileno en su propia reseña de los mismos hechos históricos en 1998, dos años antes de la publicación de la novela de Bolaño: Seguramente, quienes asistieron a estas veladas de la cursilería cultural posgolpe podrán recordar las molestias por los tiritones del voltaje que hacía [sic] pestañear las lámparas y la música interrumpiendo el baile. Seguramente nunca supieron de otro baile paralelo, donde la contorsión de la picana tensaba en arco voltaico la corva torturada. Es posible que no pudieran reconocer un grito en el destemple de la música disco, de moda en esos años. Entonces, embobados, cómodamente embobados por el status cultural y el alcohol que pagaba la DINA.35 Y también la casa, una inocente casita de doble filo donde

33 Relata Álvaro Bisama que Mariana Callejas ganó en los años ochenta ―un concurso sobre narrativa de terror donde participaba, entre otros, Poli Délano‖ (93). 34 Explícitamente mencionadas en la novela, además de la literatura, están la pintura, la música, la danza contemporánea, y las performances (126). 35 DINA: la Dirección de Inteligencia Nacional. En palabras de J. Patrice McSherry, ―Pinochet‘s Gestapo-like state security agency‖ (39).

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literatura y tortura se coagularon en la misma gota de tinta y yodo, en una amarga memoria festiva que asfixiaba las vocales del dolor. (De perlas y cicatrices 15-16) El tono condenatorio de Lemebel es inconfundible, creando sus descripciones ráfagas sensoriales de horrores enmarcados por la inconsciencia alegada de los juerguistas culturales. Este retrato, sin embargo, no nos aproxima a esa realidad de la misma manera como ocurre en la versión de Bolaño. En Nocturno de Chile, el lector, franqueado por uno de aquellos inocentes, es obligado a alejarse de la comodidad de la fiesta, bajar las escaleras y entrar a un mundo donde las consecuencias humanas de la represión están al descubierto: . . . finalmente llegó al último cuarto en el corredor más estrecho del sótano, el que sólo estaba iluminado por una débil bombilla, y abrió la puerta y vio al hombre atado a una cama metálica, los ojos vendados, y supo que el hombre estaba vivo porque lo oyó respirar, aunque su estado físico no era bueno, pues pese a la luz deficiente vio sus heridas, sus supuraciones, como eczemas, pero no eran eczemas, las partes maltratadas de su anatomía, las partes hinchadas, como si tuviera más de un hueso roto, pero respiraba, en modo alguno parecía alguien a punto de morir, (Nocturno de Chile 140) Lo encontrado habla por sí solo, otorgándosele una voz que por fin se oye, años después de proferida cuando nadie se atrevió a enunciar nada de su parte. Repetida tres veces hacia finales del libro, cada una con su afinamiento de ciertos detalles pero siempre con una víctima masculina anónima, sin cara, las escenas con que revive Bolaño la realidad carnicera de ese sótano maléfico sirven de recurso para que todo el horror perpetrado durante los años de la dictadura se concretice en un solo ejemplo brutal e imborrable. Aunque es, efectivamente, la única escena en el libro en que se presentan, con lujo de detalles, evidencias concretadas del ‗baño de horror‘ que describe el autor, su especificidad y repetición no sólo hace que el lector sea convertido en testigo de esta crueldad axiomática, sino que también la convierten en un tipo de catalizador que fuerza a Urrutia Lacroix a enfrentarse con ella. Al final, y como consecuencia de la contemplación impuesta por recuerdos demasiado nítidos, el cura delirante se pierde en una pesadilla personal rebosada de espectros sañudos, secuelas terminales de una vida de la cual está condenado a arrepentirse. Estas escenas en torno a la casa de María Canales, festivas y después solemnes, todas entretejidas con las de una tortura (in)humana, sin duda son las más chocantes de la novela. A modo de reacción a esta escena, Álvaro Bisama resume lo que es, en nuestra opinión, su peor aspecto: ―...parece sacada de La literatura nazi en

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América pero es real. Demasiado‖ (93). En estos relatos, como en muchos otros de la obra de Bolaño, la Historia se apodera una vez más de la ficción. Antes de entrar plenamente en nuestro análisis y con el fin de constatar el horror que presenciamos en este notorio sótano, una breve investigación de algunos de los personajes históricos aquí implicados nos confirmará, inequívocamente, que el viaje vertiginoso de Nocturno de Chile va mucho más allá de lo literario. El personaje de Jimmy Thompson, el esposo norteamericano de María Canales, como ya indicamos, alude, sin lugar a dudas, a Michael Vernon Townley, un hombre que, según John Dinges, nació en Waterloo, Iowa, y al que describe como ―DINA‘s American-born assassin,‖ un hombre que ―wanted to fight world Communism as a CIA agent‖ (73).36 Aunque sus asociaciones formales e informales exactas siguen siendo, todavía, algo controvertidas, ya no se disputa el hecho de que Townley, según informa la historiadora J. Patrice McSherry, ―played an operational role‖ en tres actos de terrorismo internacional contra chilenos en el extranjero: el asesinato del General Carlos Prats y su esposa en Buenos Aires en 1974, el atentado contra el ex-senador de la república Bernardo Leighton y su esposa en Roma en el año 1975 y el asesinato del ex-embajador / ex-miembro del gabinete de Orlando Letelier y su asistente estadounidense Ronni Moffitt en Washington, D.C. en el año 1976 (39). En Nocturno de Chile, Urrutia Lacroix cuenta su versión particular de estos eventos:

36 John Dinges escribe (en 2004) que ―the CIA maintains he was never more than a wanna-be, and spurned his overtures.‖ Poco después, Townley ―made contact with DINA in June 1974 to pursue his ambition to be an undercover agent‖ (73). La tarea de designar culpa se vuelve bien compleja cuando se toma en cuenta que ni la DINA ni la CIA ha querido admitir su asociación con este agente. En 2002, intentando esclarecer el asunto de quiénes eran los que dirigían realmente a Townley mientras cometía estos actos extremistas, J. Patrice McSherry, propuso que la CIA probablemente fuera la responsable. A la autora le resultaba curioso el hecho de que la CIA, que efectivamente estaba al tanto de las operaciones de las operaciones en que participaba Townley, ―was unable to avert the Letelier/Moffitt assassinations by Condor agents in Washington, D.C. in September 1976‖ (46). Esto pareciera confirmar que de algún modo la CIA era cómplice de este atentado. Por su parte, , el antiguo director de la DINA, sostenía que el asesinato de Prats en Buenos Aires ―was organized by the CIA and that Townley was a CIA agent working inside DINA‖ aunque, nuevamente, es obvio que Contreras tenía motivo para también distanciarse de ese atentado (48). Tomada en cuenta su ―doctrine of ‗plausible deniability‘ and its record of deception,‖ J. Patrice McSherry sólo podía concluir que la situación posiblemente nunca se desenmarañara del todo (55). En esta situación, los esclarecimientos (y aún más la justicia) llegan atrasados.

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También se supo que Jimmy había viajado a Washington y había matado a un antiguo ministro de Allende y de paso a una norteamericana. Y que había preparado atentados en contra exiliados chilenos e incluso algún atentado en Europa, (141) Otro acto nefario que se atribuye a la DINA (y, por extensión, a Townley) es el asesinato del economista español Carmelo Soria, quien trabajaba en Chile con la ONU, perpetrado en la casa de Townley y Mariana Callejas en 1976 (Kornbluh 548-49). Este crimen también figura en la novela, según relata María Canales: ―Aquí mató un empleado de Jimmy al funcionario español de la UNESCO‖ (146).37 Es notable que Urrutia Lacroix (y María Canales) no usen nunca los nombres de las víctimas, negándoles así, al menos al nivel lingüístico, una identidad concreta de acuerdo con lo que quizás represente otra táctica más para minimizar el impacto y la importancia de lo acontecido. En contraste abierto con un texto narrado por personajes que de muchas maneras hablan más de sombras que de objetos concretos, podemos citar, otra vez, el tratamiento que le da Pedro Lemebel a Mariana Callejas en De perlas y cicatrices. Este libro, vale destacar, se ha escrito como un conjunto de crónicas y, por lo tanto, habla sin ningún rodeo del lado oscuro de esta escritora casada con un asesino. Entre otros datos, se distinguen los del barrio norteño santiaguino de la famosa casa de La Callejas (Lo Curro), su afiliación con el Frente Nacionalista Patria y Libertad y sus visitas (polémicas) a la Sociedad de Escritores (mencionada ésta también en Nocturno de Chile). Se distingue, además, su insólita explicación de lo que hacía su marido, un químico, pasando tanto tiempo en su laboratorio debajo de la casa: ―trabaja...en un gas para eliminar ratas‖ (De perlas y cicatrices 14-15). Este último dato cobra más significado frente al hecho de que Townley estaba involucrado en el llamado ‗Proyecto ANDREA‘ durante los años setenta. Esta empresa culminó con la reproducción exitosa del gas sarín (Kornbluh 178-79), el arma química que originalmente fue creada como pesticida en Alemania poco antes de desatarse la Segunda Guerra Mundial y que después se usó extensivamente durante el Holocausto como agente homicida en los campos de concentración. Si bien en Nocturno de Chile sólo se acusa explícitamente a María Canales de saber ―todo lo que hacía Jimmy‖ (145), la versión que leemos en la crónica de Lemebel ciertamente

37 Este asesinato figura entre los que fueron citados en la causa legal que resultara, en un principio, en la histórica detención del General Pinochet en Inglaterra el 16 de octubre de 1998 (Kornbluh 499).

21 apunta a una Mariana Callejas mucho más maliciosa, menos merecedora de la compasión que pueda despertar su imagen de esposa ingenua, engañada y luego abandonada por un esposo terrorista. Probablemente a favor de esta interpretación desfavorecedora, John Dinges propone, basándose en gran parte en una confesión de Townley investigada por la juez argentina María Servini de Cubría (73), que Mariana Callejas de hecho no sólo estaba al tanto de todas las actividades, sino que también era partícipe en varias de ellas. Según la versión de Dinges sobre el asesinato bonaerense del General Prats y su esposa, La Callejas estuvo sentada al lado de Michael cuando éste explotó la bomba que aniquiló el coche de los chilenos exiliados a poco más de un año del golpe militar: Mariana had the detonator. [. . .] Prat‘s car had turned in and stopped. [. . .] Townley grabbed the device from his wife, quickly switched it on, and pressed the button. Nearly two pounds of explosive incinerated the car with such force that the roof of the car was found on the roof of a nearby building. Carlos Prats González and Sofia Cuthbert de Prats were dead within seconds. (77) Fuera cual fuese el rol específico de su esposa chilena en todas las actividades en que participaba,38 Patrice McSherry resume que Townley, después de ser capturado, ―admitted his role in the Prats, Letelier-Moffitt, and Leighton crimes. He turned state‘s evidence in the Letelier/Moffitt assassination trial, served a short sentence, and entered the witness protection program‖ (McSherry 54). De esta realidad Urrutia Lacroix sólo hace burla: ―¡Como si los generales de Chile pudieran extender sus tentáculos hasta las pequeñas poblaciones del Medio Oeste norteamericano para acallar a los testigos incómodos!‖ (142). La exclamación es doblemente sarcástica, ya que esos mismos tentáculos de Michael Townley / Jimmy Thompson sí se habían extendido desde Chile hasta Buenos Aires, Washington, D.C. y Roma en el pasado. Las burlas también son indicativas de la actitud de Urrutia Lacroix hacia aquel lado oscuro y violento del gobierno militar; no lo cree capaz de tales atrocidades, aún cuando está plenamente enterado de ellas. Poder reconocer las brechas divisibles, tanto las estrechas como las gruesas, entre la realidad histórica corroborada y la percepción algo torcida del cura que leemos en la

38 Efectivamente, según informa un reportaje publicado en La Nación en julio de 2008, Callejas, junto a Contreras y siete otros, fue finalmente juzgada por su participación en estos delitos, treintaicuatro años después de su realización. Contreras recibió dos condenas a presidio perpetuo y Callejas dos condenas a 10 años y un día (Escalante).

22 novela, representa, probablemente, la parte más esencial en la dinámica del saber en el juego que nos presenta Bolaño. Clases de marxismo En Nocturno de Chile, a la vez que nos acercamos a estos horrores perpetrados durante el gobierno del régimen castrense, los lectores somos testigos de dos transformaciones esenciales que pueden resumirse en, por un lado, la caída total del Padre Urrutia y, por otro, la comprensión (demasiado tardía) de dicha caída y sus consecuencias. Es gracias al gobierno de Pinochet que el Padre Urrutia llega a un punto sin retorno personal y, lógicamente, es este gobierno y los (ab)usos de poder asociados con él los que funcionan como el eje histórico de la novela. No obstante, el período previo y posterior a los años 1973-1989, sobre todo el previo, son fundamentales para contextualizar y explicar los acontecimientos presentados tanto dentro como, hasta cierto punto, fuera del texto de Bolaño. Ya establecido y comprobado que el Chile de Nocturno de Chile es representativo del Chile histórico y que el personaje de Urrutia Lacroix puede entenderse como la representación del cura Ibáñez Langlois, es lícito señalar que nuestro análisis podría, por fácil extrapolación, aplicarse a los eventos reales y personajes históricos, a pesar del hecho de que nuestro propósito se limite a lo literario. Sin embargo, hay que reconocer que esta novela, al interrelacionarse tanto con la Historia, difícilmente puede separase de ella, resultando en efecto imprescindible tener en cuenta y comentar hechos no provenientes del libro para mejor descifrar el viaje vital que recorre su afiebrado narrador. De acuerdo con la obra, es posible que no siempre se distinga claramente una línea definida que separe la historia que nos presenta Nocturno de Chile de la que leemos en otras fuentes. Dicho esto, no se nos escapa la complejidad de los acontecimientos aquí explayados, eventos que atraviesan momentos históricos correspondientes a cataclismos políticos, sociales y económicos que se sintieron (y siguen sintiéndose actualmente, en muchos casos) en todo Chile durante la última mitad del siglo XX. Esta complejidad nos exige un acercamiento humilde cuya meta no pretende ser la de una explicación de carácter global de la historia chilena contemporánea, sino la de simplemente intentar identificar los mecanismos presentes dentro de la sociedad chilena de la época correspondiente a las andanzas realizadas por Urrutia Lacroix, las mismas que lo conducen a su propia destrucción en el año 2000. Para realizar tal propuesta, nos ha parecido mejor utilizar un marco teórico basado en la tradición marxista del materialismo histórico, con un énfasis especial en ciertos conceptos elaborados, inicialmente, por Antonio

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Gramsci y, más tarde, por Louis Althusser. Tanto el padre Urrutia como el padre Ibáñez se encuentran desempeñando diversos papeles en sectores variados de la sociedad (en el caso histórico de Ibáñez Langlois como sacerdote quien apoya las doctrinas del Opus Dei dentro de la iglesia católica, como poeta en el ámbito de la cultura, como crítico literario de periódico en El Mercurio y también como pedagogo en la Universidad Católica) y sólo con un entendimiento claro de cómo está organizada / cómo funciona la sociedad chilena de esas décadas podemos realmente demostrar qué es lo que efectivamente ha hecho el cura-crítico dentro (y fuera) de la novela. Como punto de partida, comenzamos con una explicación del concepto de hegemonía presentado por Antonio Gramsci, más unas observaciones breves acerca de su relación con las ideologías presentes en una sociedad. Resume Benedetto Fontana que, en Gramsci, la hegemonía se define como ―the supremacy of one group or class over other classes or groups‖ (27). Esta supremacía, entendida como la habilidad para dirigir a grupos de orientaciones ideológicas afines a la ideología del grupo supremo y dominar a grupos de tendencias ideológicas inconciliables, llevada a la práctica, busca la relativa conformidad de la sociedad. Esta tarea se efectúa de dos maneras: por un lado desde la coerción (por dominio y fuerza) de las masas y, por otro, desde el consenso (por dirección y persuasión) de las mismas hacia posturas que coinciden con las del grupo superior (28). Gramsci resume la idea en un aporte que se presta para entender mejor lo acontecido en Chile: ―Un grupo social es dominante de los grupos adversarios que tiende a ‗liquidar‘ también con las armas, y es dirigente de los grupos afines o aliados‖ (Laso 68). Idealmente, los gobiernos gozarían del relativo consenso de las masas sin estimar necesario ejercer su dominio por medio de la fuerza y la violencia, pero, cómo se sabrá, históricamente no siempre es así, y, con respecto al caso chileno, el empleo del verbo ‗liquidar‘ por parte de Gramsci resulta ser casi profético. Comenta Marcus Taylor que ―the Chilean State started to break apart in the late 1960s‖ (49). Las presiones económicas contribuyen al hecho de que, ya antes de las elecciones de 1970, Chile fuera una nación marcada por divisiones ideológicas muy arraigadas.39 Consciente de estas volátiles divisiones, el gobierno militar, después de tomar el

39 Recordemos que Allende pasó a ganar la elección de 1970 con un 36,6% del voto mientras que el candidato de derecha recibió el 35,2% (Taylor 50). Al mismo tiempo, no se debe obviar el hecho de que la suma de los porcentajes de la Unidad Popular y de la Democracia Cristiana (esta última decididamente de centro-izquierda) constituyó un mandato efectivo a favor del cambio que se dio. Para mantener estos números en perspectiva, vale indicar que en el plebiscito de

24 control del país en septiembre de 1973, se valió desde el principio de métodos extremadamente represivos para ―liquidar‖ a ―los grupos adversarios‖ e imponer su autoridad.40 La táctica es explicable según Gramsci puesto que él, en palabras de Giussepe Tamburrano, reconoce la importancia de dos tipos de instrumentos distintos pero igual de esenciales para mantenerse en el poder: no sólo [. . .] los instrumentos de dominio político, sino también y antes que nada [. . .] los instrumentos de hegemonía: la conquista del poder no es sólo la conquista del aparato coercitivo de la sociedad política, sino antes que nada la conquista del consenso de las masas. (cit. en Laso 68-69) La Junta Militar contaba con el aparato coercitivo si bien mucha resistencia a su programa seguía presente en los instrumentos de hegemonía (entiéndase cualquier elemento investido de autoridad intelectual y / o moral de una orientación ideológica contraria al proyecto del nuevo régimen), y, a fin de liquidarla, la Junta opta por el uso de lo que está totalmente a su disposición: los instrumentos de dominio político cuya aplicación es inmediata, eficiente y brutal. Aquí es interesante señalar que la teoría de Gramsci también ofrece una suerte de explicación del fracaso del programa de Allende y la Unidad Popular. Aunque Allende y la UP habían logrado llegar a la presidencia pacífica y democráticamente por medio de lo que se podría denominar como un consenso, tal como había prescrito Gramsci, en realidad, con menos del 37% del voto no es posible hablar de ―la conquista del consenso de las masas‖, sino de la conquista de un poco más de un tercio de la sociedad. Este ‗consenso‘ precario tuvo que enfrentarse a los reclamos de una oposición representativa de un porcentaje considerable del pueblo chileno. Muy presente entre estas voces disconformes encontramos, dentro de Nocturno de Chile, la de Urrutia Lacroix. Después de volver de su estadía europea, comenta que en Chile, justo antes de las elecciones de 1970, ―las cosas no iban bien‖ y que el cambio que representa la Unidad Popular es un cambio sólo explicable si los chilenos ―se han vuelto locos‖ (96). Para él, este cambio amenaza con convertir el país ―en otra cosa‖, en ―un monstruo que ya nadie reconocerá‖ (96). A

octubre de 1988, el 56% de los votantes dijeron que no a la extensión de la dictadura, el 44% dijo que sí. 40 La extensión de estas tácticas está muy bien documentada. Un resumen general de la liquidación que se puso en marcha en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973 se puede encontrar en el segundo capítulo de Régimen de Pinochet, de Carlos Huneeus.

25 través de declaraciones claramente contrarias al cambio inminente, el cura-crítico manifiesta una postura personal que se solidariza con los sectores de la sociedad chilena que apoyaron, de un modo u otro, la posterior destrucción del gobierno de Allende. Esta destrucción fue fruto, desde luego, de una gran variedad de factores que van mucho más allá del problema presentado por una simple falta de consenso electoral. A nivel institucional, Marta Harnecker, socióloga e investigadora chilena exiliada a partir del golpe de estado, explica cómo surgieron otras restricciones que habían desempeñado un rol directo en la vulnerabilidad estatal, al recordar que el gobierno de Allende, para poder llegar a la presidencia, se vio forzado a prometer ―not to touch the armed forces, the educational system and the media‖, a la vez que las fuerzas armadas y los poderes legislativo y judicial permanecieron todos ―under the control of the opposition‖ (―Understanding‖ 6-7). Con independencia de todo lo que entrara en esta oposición interna, el Chile socialista de Allende también se enfrentaba con una situación internacional que convirtió al candidato socialista y a la UP en el blanco de una variedad de ataques aun antes de su elección oficial. Esta ofensiva y la motivación que a ella subyace se explican, acaso no por casualidad, en uno de los libros teóricos utilizados por Urrutia Lacroix y la Junta en la sala de las clases de marxismo después del golpe: Los conceptos elementales del materialismo histórico de la misma Marta Harnecker. La autora, cuya apariencia física desconocida no deja de ser un tema importante (aparentemente más importante que su trabajo teórico) para la Junta durante la totalidad de las lecciones del padre Urrutia, asevera que Chile se enfrentaba con una situación histórica donde el socialismo, prerrequisito del comunismo, tenía enemigos poderosos en la forma de un ―sistema imperialista mundial‖ que se esforzaba ―por poner el máximo de trabas a su desarrollo‖ al mismo tiempo que lo atacaba y lo infiltraba ―internamente a través de todos los recursos a su alcance‖ (209). Para fundamentar esta aseveración de Harnecker, se debe cotejar la famosa cita de Richard Nixon en que expresaba su deseo de ―make the [Chilean] economy scream‖ (Kornbluh 17), como un preámbulo apropiado de una política estadounidense vehementemente anticomunista y resuelta a evitar el llamado efecto dominó que permitiría que el comunismo soviético proliferara durante aquellos años de la Guerra Fría. La ejecución de esta política, resumida en la cita de Nixon acerca de la economía, es lo que más nos interesa, ya que la meta ―fundamental‖ de la ofensiva anti-socialista fue la de ―provoke the economic failure of the Allende government‖ (Harnecker, ―Understanding‖ 12). En esto se intuyen algunas de las

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―fuerzas determinantes‖ presentes detrás de los eventos históricos, las mismas que se revelaron como materialistas en las teorías de Marx y Engels y muchos de sus discípulos (Harnecker, ―Conceptos‖ 265-66). El hecho de que Nixon pueda considerarse como la cabeza de un cúmulo de intereses que le declararon la guerra a la economía chilena para hacer más factibles los cambios deseados, sirve también para resaltar uno de los conceptos más fundamentales del marxismo clásico: la idea de que es lo económico lo que se entiende como la base de la sociedad sobre la cual se construye la superestructura, entendida como los demás aparatos constituyentes de ésta. Precisemos la relación entre estas dos estructuras: ―[l]a superestructura jurídico-política e ideológica no sería, por lo tanto, sino un mero fenómeno de lo económico‖ (Harnecker ―Conceptos‖ 266). Es este ―mero fenómeno‖ lo que sobresale al tomar en cuenta que el personaje de Urrutia Lacroix es activo al encarnar papeles y acciones que se llevan a cabo no en la infraestructura, sino arriba de la misma, en la superestructura. Una cartografía de su arquitectura, teorizada por Louis Althusser, nos será de mucha utilidad para discernir la relevancia e impacto de estos roles. En su ensayo titulado ―Ideología y aparatos ideológicos de Estado‖, Louis Althusser, a la vez que indaga acerca de cómo se reproducen las condiciones de producción en un pueblo dado, plantea un esbozo de la sociedad que revela que el Estado, concebido como un aparato represivo dentro de la tradición marxista (Althusser 137), efectivamente se divide en dos secciones: el aparato represivo de Estado y los aparatos ideológicos de Estado (AIE). Explica Althusser que los componentes principales del aparato represivo de Estado consistirían en el gobierno, la administración, el ejército, la policía, los tribunales, las prisiones, etc., y que este aparato represivo de Estado funciona primariamente ―by violence‖. Por otro lado, Althusser informa que los AIE, que al ―immediate observer‖ se presentan como ―distinct and specialized institutions‖, incluyen el AIE sindical, el AIE político (los distintos partidos), el AIE jurídico, el AIE familiar, el AIE religioso (el sistema de las Iglesias), el AIE escolar (el sistema de escuelas, tanto públicas como privadas), el AIE de información (los medios de comunicación, como la prensa, la radio, la televisión, etc.) y el AIE cultural (la Literatura, las Artes, los deportes, etc.), todos los cuales funcionan, en general, ―by ideology‖ (énfasis original 143-45). Añade Althusser que la ideología por medio de la cual funcionan está siempre unificada a ―the ruling ideology‖, fenómeno que se explica en la observación del teórico francés de que ―no class can hold State power over a long period without at the same time exercising its hegemony over and in the State Ideological

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Apparatuses‖ (énfasis original 146). Recordemos que el gobierno de Allende tuvo que jurar no involucrarse demasiado en la función del sistema nacional de educación y los medios de comunicación masiva, dos AIE de suma importancia.41 Vemos así cómo sus posibilidades de superación se cercenaban ya antes de la confirmación de su victoria. 42 En resumidas cuentas, la cooperación (ya sea ésta consensual o forzada) de los AIE es un requisito para la supervivencia de la ideología de cualquier clase dominante. La relación (armoniosa o tempestuosa) entre el aparato represivo de Estado y los varios AIE que desarrolla Althusser tiene relevancia particular para un análisis de Nocturno de Chile por dos razones principales, superpuestas entre sí. En primer lugar, la necesidad del gobierno y la clase dominante de poder contar con los aparatos ideológicos de Estado para la perpetuación de su ideología entre las masas hace de Urrutia Lacroix (e Ibáñez Langlois) un candidato perfecto para ejercer cargos de relativa importancia dentro de los AIE donde el cura-crítico ya se ha establecido (el religioso, el escolar, el de información [en la prensa] y el cultural), no sólo por verse ideológicamente en desacuerdo con mucho de lo que era el proyecto socialista del gobierno anterior, sino por demostrar una actitud de aquiescencia ciega hacia los nuevos proyectos del régimen militar. En segundo lugar, en los personajes de la Junta, encabezados por el de Pinochet y en el de Urrutia Lacroix, hallamos personificaciones del aparato represivo de Estado y varios AIE cuya interacción a nivel personal es reflejo de lo que ocurría en Chile durante los últimos treinta años del siglo XX, a nivel nacional. Aunque Urrutia Lacroix entra en lo que podría describirse como una suerte de hibernación durante los años en que ocupa Allende la Moneda, al darse el golpe de estado, él se despierta finalmente de su hermética lectura de los clásicos griegos, pronto impartiendo las clases de marxismo que aluden claramente a la instalación y consolidación, en muchos casos acompañada de violencia y atropellos a los derechos humanos,

41 Althusser destaca al AIE escolar como el ―dominant ideological State apparatus‖ instalado por la burguesía contemporánea (152-53). 42 Por otro lado y a pesar de sólo contar con una suerte de hegemonía truncada, el gobierno socialista y toda la gente que lo apoyaba era una amenaza directa al poder que representa, en palabras de Hernán Vidal, ―una profunda crisis hegemónica del bloque de poder burgués‖ cuya ―consecuencia‖ es el fascismo (―Hacia un modelo...‖ 2). En otras palabras, frente al peligro de perder su privilegio, la burguesía chilena antisocialista habría buscado una solución desesperada en forma de golpe de estado y el fascismo subsiguiente.

28 de muchos AIE que serán portadores de la ideología de la dictadura.43 Es en esta instalación donde, según indica Althusser en la posdata de 1970 al ensayo arriba citado, la ideología de la Junta ―becomes the ruling ideology‖ (185). De este modo Urrutia Lacroix desempeña un papel que lo inculpará por facilitar y cooperar en la proliferación de una ideología que sirve para justificar y conservar un gobierno fascista que, entre 1973 y 1989, habrá espiado, detenido, encarcelado, torturado, exiliado, asesinado o simplemente desaparecido a decenas de miles de sus ciudadanos.44 Cabe señalar que estos excesos, aunque presentes en segundo plano, no son el epicentro de Nocturno de Chile. Más allá de la liquidación de elementos humanos, la novela hasta cierto punto puede leerse como una exploración del desmantelamiento y la reconstrucción de la cultura45 durante aquellos años. Nos sirve fijarnos en algunas observaciones teóricas acerca de estos dos procesos del crítico y catedrático chileno Hernán Vidal. En cuanto a la cultura (en el ensayo de Vidal, como aquí, prima la Literatura), el fascismo se ve obligado a ―cancelar los términos en que se viniera desarrollando la cultura política anterior y [. . .] llegar a la vasta reorganización de las estructuras sociales, dando a su proyecto la categoría de refundación de las culturas nacionales‖ (énfasis original, ―Hacia un modelo‖ 13). Esta refundación, entendida por Vidal (en muy resumidas cuentas) como un ―cataclismo cultural‖ (―Hacia un modelo‖ 19), tendrá origen en el aparato represivo de Estado, pero con el tiempo se revelará como un fenómeno ubicado no sólo en acciones del aparato represivo sino más bien dentro de los aparatos ideológicos y, en última instancia, en el trabajo de los miembros individuales que lo constituyen. Explica Vidal que, al enfrentarse con este cataclismo, ―la intelectualidad literaria se ve forzada a [. . .] tomar parte decidida en la reconstrucción del universo simbólico que define la cultura

43 Ricardo Cuadros condensa los detalles de la cooperación entre los AIE diferentes y el aparato represivo en la escena de las clases de marxismo: ―...sintetiza bien las relaciones de poder tal como se dieron en Chile entre la brutalidad militar y el Opus Dei, representado aquí por el cura de sotana: los generales y la tropa ponían la mano dura para instaurar el nuevo orden, los sacerdotes y la elite laica del Opus Dei – empresarios e intelectuales – ponían el conocimiento, ya fuera éste político, social o económico.‖ La escena es una de las varias en que hay un retrato de la solidaridad entre la literatura y el fascismo que alude al mismo proceso de consolidación del poder militar e intelectual chilenos. 44 Según el informe publicado el primero de junio de 2005 por la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, se pudo establecer que hubo 28.461 víctimas involucradas en 34.690 detenciones (algunas fueron detenidas más de una vez) durante los años del régimen militar. 45 Estos ‗desmantelamientos‘ y ‗reconstrucciones‘ ocurrirían, hasta donde fueran ventajosos para el régimen, en todos los AIE.

29 nacional y el significado de lo popular-democrático‖ (énfasis añadido, ―Hacia un modelo‖ 19). El aporte de Urrutia Lacroix a esta reconstrucción, manifestado en conjunto con sus decididas acciones como veremos a continuación, resulta ser una contribución, lo admitiera o no, muy incompleta, pues peca de distanciarse de la realidad de los muchos conciudadanos que no contaban con sus privilegios. De lo dicho a lo hecho Un aspecto principal del personaje de Urrutia Lacroix es el que le muestra con cierta tendencia a hacer, en determinados momentos, declaraciones exculpatorias que, antes o después, terminan siendo discordantes con sus acciones o los hechos. A través de un análisis de algunas de sus afirmaciones y actos registrados en el largo aparte que es Nocturno de Chile, es posible entrever las contradicciones de un hombre que lucha tercamente para mantener las apariencias a pesar de saberse atrapado en una confesión sin salida que tiene la capacidad de destruirlo. Si bien en la primera página de la novela testifica Urrutia Lacroix que es ―responsable de todo‖ (11), las demás páginas de ésta serán un repaso de cómo busca, infructuosamente, esquivar aquella responsabilidad con racionalizaciones y justificaciones de todo tipo, acompañadas de una lógica a veces distorsionada. Como es de esperar, muchos de los asertos más llamativos se relacionan con la vida bajo la dictadura chilena. La consideración de unos pocos bastará para ilustrar su manera particular de escudarse. Ya reinstaurada la democracia, en el recuento de su vida en Chile, el cura-crítico, al filosofar sobre lo ocurrido entre 1973 y 2000, llega a la conclusión notable de que los participantes en los eventos de aquellos años ―todos éramos chilenos‖ y que ―todos sabíamos que había que hacer algo, que había cosas que eran necesarias, una época de sacrificios y otra de sana reflexión‖ (énfasis original 121). Este ―algo‖ sería el golpe, la solución para un país dividido, económicamente inhabilitado por el marxismo, a la vez que las ―cosas necesarias‖ (palabra clave que se explorará en más detalle a continuación) serían aquéllas hechas para ‗rectificar‘ el camino de la nación. Aquí, la reconciliación consiste en reconocer que el fin claramente justifica los medios. Hernán Vidal señala que, después de llegar al poder un gobierno fascista, ―una parte de la población adquirirá la identidad de triunfadora y otra la de derrotada‖ (―Hacia un modelo‖ 27), y aunque en esta cita Urrutia Lacroix quiere ubicarse en una posición neutral entre triunfadora y derrotada, si describe la dictadura y todas sus consecuencias como ―necesarias‖, su posición personal claramente carece de neutralidad y delata su identidad de

30 triunfador. Es, sin embargo, la referencia a ―una época de sacrificios‖ donde más se manifiesta una verdad sutilmente ocultada por el cura verboso. ¿De qué sacrificios habla específicamente Urrutia Lacroix? Él es un crítico que escribe en el diario más ideológicamente solidario del régimen, es un educador reconocido por el gobierno como el único que tiene derecho a enseñar teorías socio-económicas prohibidas, es un poeta que puede alabar su propia poesía bajo seudónimo, asiste a veladas culturales en las que los invitados están a pocos metros de cámaras subterráneas donde se practica la tortura, y, más significativamente, es un chileno capaz de seguir con su vida sin modificaciones mayores después del golpe militar. En otras palabras, él no puede hablar de sacrificios personales, a menos que haga referencia a martirios ajenos. Si durante una dictadura predomina ―un clima de temor y amedrentamiento‖ donde ―la cotidianidad aparece como espacio y horarios profundamente violados, mutilados y alterados‖ en los que reina la ―intimidación indiscriminada‖ (Vidal, ―Hacia un modelo‖ 26), no contamos con evidencias de sufrimiento por parte del cura-crítico. En lo que respecta a estas condiciones, Hernán Vidal precisa que ―para los intelectuales opositores‖, el fascismo tinta la cotidianidad de un ―característico aspecto de dislocación, mutilación y fragmentación‖ (―Hacia un modelo‖ 14). Por su parte, Urrutia Lacroix sólo puede hablar de una ―cotidianidad‖ compartida con Farewell que ―se desarrollaba conforme a esos parámetros anormales: en los sueños todo puede ocurrir y uno acepta que todo ocurra‖ (Nocturno de Chile 99). Aunque sea consciente de que ―todo puede ocurrir‖, él mismo admite que su cotidianidad, en términos generales, lejos de padecer la mutilación y fragmentación de las que habla Vidal, sigue intacta: ―Mi vida cotidiana, sin embargo, era de lo más tranquila‖ (101). Yerra profundamente al postular la idea de los sacrificios como algo homogéneo para todos los chilenos. Otro comentario revelador concierne al tema del exilio, que emerge de la mente de Urrutia Lacroix cuando menciona la inconveniencia del toque de queda para las reuniones nocturnas típicas de los intelectuales. Asevera, de paso, que ―muchos amigos se habían marchado del país por problemas a menudo más de índole personal que política‖ y que éste era un ―hecho insoslayable‖ (énfasis añadido 124). Aquí el destierro se presenta como una libre elección por parte del que prefiera dejar su país. En su defensa, es concebible que fuera así para los amigos del sacerdote, pero aun así esto no justifica negarles consideración a los que no fueron destinatarios de su amistad. Para muchos chilenos tachados de indeseables por el régimen, salir

31 del país no era un capricho; más bien se trató de sufrir las secuelas de renovaciones al sistema jurídico que posibilitaban el ejercicio de la expatriación arbitraria y espontánea como un proceso legal. Este exilio forzado y legalizado se patenta en estatutos como el Decreto Ley n. 81, introducido el 6 de noviembre de 1973, cuya redacción y cumplimiento lo elabora Carlos Huneeus: In practice, the detainees were quickly put on a plane, without having the chance to collect any personal effects. The constitution was also reformed to add a new justification for a supreme decree stripping nationality, subject to the approval of the Council of Ministers, with no recourse in the courts. (65) También hay que añadir a los que, aunque no fueron expulsados explícitamente, tenían buenas razones para ir a vivir a otros países donde la vida probablemente fuera a ser más agradable. En total, alrededor de 200.000 chilenos46 salieron de su patria, ya fuera voluntariamente o por expulsión, durante los años en que gobernaba Pinochet. Siendo ésta la única referencia en la novela al éxodo chileno, la frase de Urrutia Lacroix nuevamente enfatiza una visión de la historia donde elementos de alta relevancia se silencian para evitar que su presencia lo inculpe como acusado frente al juez. Quizá la más desesperada táctica es la que adopta el afiebrado protagonista cuando ciertos elementos antiestéticos ya se han expuesto a plena luz dentro de su propio discurso. La escena del hombre torturado, repasada tres veces por Urrutia Lacroix y otras tantas constatada por amigos del cura, es un hecho que ya no podría tratar de acallar. No obstante, enfrentándose a la pregunta de ―¿por qué nadie, en su momento, dijo nada?‖, se absuelve de toda culpa, alegando ignorancia personal: ―Yo hubiera podido decir algo, pero [. . .] nada supe hasta que fue demasiado tarde‖ (142). Su ignorancia en el caso específico es posiblemente viable, pero haberse mantenido cabalmente no enterado de las detenciones muchas veces acompañadas de tortura de

46 Una cifra de 200.000 se encuentra en The State of the World's Refugees: Fifty Years of Humanitarian Action, libro producido por The Office of the United Nations High Commissioner for Refugees en 2000. El número específico se lo atribuye al texto Escape From Violence: Conflict and the Refugee Crisis in the Developing World de Zolberg, et. al., libro publicado once años más tarde en 1989. La cifra en Zolberg de hecho proviene de un estudio titulado ―International migration in the Southern Cone‖ realizado en 1985 por Jorge Balan en el Center for Immigration Policy and Refugee Assistance en la Universidad de Georgetown. Por su parte, Carlos Huneeus ofrece una cifra de 450.000 personas obligadas a abandonar Chile ya por razones políticas o económicas (4). Los cálculos son muchos y a veces muy variados; con razón el libro del UNHCR declara que ―[t]here are no precise figures‖ (127).

32 las más de 28.000 víctimas del régimen hubiera requerido del sacerdote un esfuerzo más que especial. Con esto en mente, cobra relevancia el significado exacto de la expresión ―demasiado tarde‖. ¿Quiere decir demasiado tarde para salvar al torturado en la casa de María Canales o más bien habrá sido demasiado tarde para salvarse a sí mismo? El cura-crítico no se atreve a elucidar este tema. En cuanto al deseo ya aludido de mantenerse bajo luz inofensiva, vale indicar que Urrutia Lacroix a veces salpica su diálogo de aclaraciones que tienen el expreso propósito de mostrarlo como un actor políticamente correcto. Él reconoce que, en la corte de la opinión pública chilena del año 2000, solidarizarse con los elementos más conservadores del país ya no se asocia con el prestigio que antes pudiera haber representado. Atento a los gustos contemporáneos, hace cierto esfuerzo para guardar las apariencias y distanciarse tanto de ciertos partidos políticos de derecha como de cierta percepción popular del Opus Dei. Declara que él no es ―un nacionalista exacerbado‖ y que siente sencillamente ―un amor auténtico por‖ su país (96). Un ―nacionalista exacerbado‖ se relacionaría inmediatamente con la derecha golpista cuyo máximo representante, el General Pinochet, recién pasó 504 días bajo arresto en Inglaterra y, recordemos, fue declarado mentalmente incompetente para cualquier juicio en su contra al volver de Gran Bretaña (Kornbluh xi). Puesto que el gobierno autoritario cuya ideología anteriormente le había proporcionado tantos beneficios ya se halla en decadencia hegemónica, Urrutia Lacroix sabe que ahora le conviene cierto alejamiento mesurado. Como precedente histórico podemos citar la reacción inicial y posterior de Joaquín Lavín al mismo fenómeno del episodio inglés. Se recordará que el candidato de derecha a la presidencia chilena en 1999 viajó a Londres para demostrar su solidaridad con el general detenido al principio, aunque, más tarde, dejó de apoyarlo públicamente por cuestiones políticas dado que sería necesario ―capture votes in the center‖ (C. Huneeus 457). La palabra nacionalista habrá quedado manchada de una mala connotación y Urrutia Lacroix lo sabe, optando por reemplazarla con la afirmación de su inocuo y loable amor auténtico por la nación. Una práctica muy parecida se puede apreciar, dependiendo del punto de vista del lector, en la escena en que el cura-crítico aventura que fue ―probablemente el miembro del Opus Dei más liberal de la república‖ (70). La frase tiene varias lecturas, pues ―liberal‖ puede entenderse de diversas formas en el contexto chileno. Por un lado, el Partido Liberal (de legítima alcurnia decimonónica en la historia política chilena) era el mismo que se fusionó con el Partido

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Conservador para formar el Partido Nacional: la organización política de derecha que lanzó la candidatura de un Jorge Alessandri que fue vencido precariamente por Allende en las elecciones presidenciales de 1970. Entonces, políticamente, la palabra ―liberal‖ podría asociarse a una tradición ubicada en la frontera entre derecha y centro-izquierda. Al invocar este adjetivo a la vez que explica que es miembro del Opus Dei, nuevamente los puntos de referencia del lector determinarán el significado de dicha afiliación. Sin embargo, señalamos que es probable que Bolaño conscientemente nos haya dejado una frase cuya capacidad oximorónica hará que a muchos lectores les parezca más bien ridícula tal aseveración. Si con estos distanciamientos personales de la derecha quiere alegar cierta inocencia, Urrutia Lacroix también recurre a la técnica de proclamarse un hombre esencialmente neutral, ciego e indiferente frente a la afiliación partidaria de quienes lo rodearan. Por si no bastaran las tácticas ya explayadas, le resulta importante pretender demostrarse libre de prejuicio político. Evidencia que ―siempre estaba interesado por el trabajo de los jóvenes, tuvieran la orientación política que tuvieran‖ (127). Lo que suena a una armoniosa ecuanimidad política en realidad sólo se limita a un interés en la producción literaria de estos jóvenes, ni más ni menos. Anteriormente en la novela, y como prueba contra esta neutralidad alegada, Urrutia Lacroix pretende exculparse al señalar el haber hecho favores a algunos miembros de una orientación explícita que probablemente más razón tuviera para despreciar: ―...hasta los poetas del partido comunista chileno se morían por que escribiera alguna cosa amable de sus versos. Y yo escribí cosas amables de sus versos‖ (70). Como defensa personal, la frase fracasa ya que establece, por un lado, que había mucho antagonismo entre él y el partido comunista y, por otro, que él claramente se encontraba en una posición de mucho poder e influencia. Recordemos que Ignacio Valente era ―la única vitrina estable de la crítica periodística‖, cuya consecuencia era la de que ―todos los escritores le solicitan que comente sus libros‖ (Cánovas 172-73). De Valente también mencionamos que, después del ―reconocimiento de que la sociedad chilena cambió después del 5 de octubre de 1988‖, éste demuestra una ―predilección por la literatura escrita por disidentes (eufemismo para <>), lo cual revela un espíritu pragmático‖ (Cánovas 173). Que las ―cosas amables‖ con que pretende mostrar su magnanimidad se escribieran antes, durante o después de la dictadura, Nocturno de Chile no lo confirma. Su pragmatismo, sin embargo, parece transcender lo temporal.

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Frente a tanto intento de modificar su realidad a través de una retórica ambigua, sólo una exploración de la naturaleza subyacente y privada de Urrutia Lacroix, recreada y constatada mayoritariamente a base de (re)acciones concretas que él relata, nos puede aportar una idea nítida de cómo es, realmente, este personaje. Ya hemos establecido cierta brecha entre Urrutia Lacroix y otros elementos de tendencia izquierdista, en particular en su disgusto con la inminente victoria de Allende, pero es relevante notar que esta actitud proviene, específicamente, de una ideología claramente antimarxista. Aunque cavila (perceptiblemente) cuando se pregunta ―¿Es el marxismo un humanismo? ¿Es una teoría demoníaca?‖ (113), la postura, tanto la de Urrutia Lacroix como la de Ibáñez Langlois, está bien documentada. En la conversación en que Odeim (miedO) y Oido (odiO) le proponen las clases de marxismo, el cura-crítico hace un comentario clave al nerviosamente (este adverbio lo comentaremos) admitir que tiene algún libro, ―pero sólo para consultas, para fundamentar algún trabajo filosófico tendente a negar, precisamente, el marxismo‖ (énfasis añadido 103-04). Esto no lo dice exclusivamente por el miedo que le causan los interrogantes, ya que el trabajo real de José Miguel Ibáñez Langlois recibe la siguiente nota aclaratoria del propio autor: En cuanto al propio Marxismo, en 1973 [. . .] me di a la tarea de una revisión completa – casi completa– de la obra de Marx, y entregué a las prensas mi libro El marxismo: visión crítica, destinado al debate filosófico -no político- con las cabezas pensantes del marxismo criollo. El 11 de septiembre sorprendió al libro en la imprenta, y cuando apareció -días después- el tema había perdido toda actualidad en el país. La tenía, en cambio, y considerable, en España y otros países de habla castellana. (Ibáñez Langlois 9) Más críticas del marxismo suyas se hallan en el texto Teología de la liberación y lucha de clases, donde esta teoría se retrata como una ―fuerza mística espuria‖ que ―no tiene respuesta alguna para el interrogante de la muerte‖ (107). Más allá de su visión crítica del marxismo y el movimiento en torno a la teología de la liberación, una cita proveniente de la introducción del mismo libro tiene muchísima resonancia en uno de los debates centrales en el corazón de Nocturno de Chile. Frente a la insinuación de que él haya prestado ―ayuda intelectual a un anticomunismo virulento y físico en [su] patria‖ (énfasis original 10), se explica de la siguiente manera: No he elegido yo el tiempo ni el lugar donde se ha desarrollado la teología de la liberación [. . .] El lugar de esta polémica es toda América Latina [...] No puedo

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detenerme en contemplaciones locales a la hora de emprender un estudio de conjunto de esta nueva teología...‖ (Ibáñez Langlois 10) En Nocturno de Chile, quince años más tarde, sí se detiene. Otro aspecto de relevancia particular está relacionado con su interacción, a nivel general, con variados sectores de la sociedad chilena. Vemos aquí un patrón que traiciona ciertos prejuicios y preferencias que influenciarán mucho en la conducta de Urrutia Lacroix durante el curso de su vida. Algunos de los primeros episodios contados se centran en su viaje inaugural al fundo de Farewell. Muchas de las experiencias que el cura-crítico vive allí en el campo servirán para orientarnos mejor. Poco antes de llegar a Là-bas, lo viene a recoger un hombre que Urrutia Lacroix tilda de inmediato de ―campesino‖. Este aldeano comete un error que es, según el narrador, digno de recordar: ―No sólo pronunció mal mi segundo apellido sino también el primero‖ (18). Siendo hombre de letras, es quizá natural que se fije en las transgresiones lingüísticas de la gente, tal como hace cuando miedO le informa que el proyecto secreto que le ofrecerán requiere ―discresión superabsoluta, discresión y reserva extraordinariamente absoluta‖ (103). Pareciera, sin embargo, que el fijarse en la destreza oratoria del conductor que lo lleva a casa de Farewell no proviene simplemente de sus años de estudio de la lengua de Cervantes (entre otras). La misma fijación vuelve a manifestarse cuando, al escucharle a una campesina utilizar el verbo ―convoyar‖, sufre Urrutia Lacroix una reacción visceral: ―el verbo convoyar, dicho por tales labios, me provocó una hilaridad que recorrió todo mi cuerpo [. . .] me estremecí de risa, tuve escalofríos de risa‖ (33). La percepción repentina de esta supuesta incongruencia que causa tanta gracia implica una jerarquía sociocultural bien definida en la mente del que se mofa; una jerarquía que no sólo habrá alterado, muy negativamente, la imagen que él tiene de cierta gente, sino que también lo distanciará de esa gente, limitándole así la posibilidad de acercarse y llegarla a conocer.47

47 Tomado en cuenta el precepto de la Teología de la liberación de avecinarse y andar con los pobres, vemos en Urrutia Lacroix a un sacerdote manifiestamente incapaz de cumplir con una política que trasciende clases socioeconómicas. Una postura en armonía con esta incapacidad se lee en el libro, ya comentado, Teología de la liberación y lucha de clases de Ibáñez Langlois. En éste el autor rechaza contundentemente la idea de que Jesucristo era, cómo insinuaban algunos proponentes de la teología de la liberación, un revolucionario político comprometido con una lucha de clases (189-197). Opta por añadir a su tratado del tema la interpretación burlona de Maurice Clavel quien aseveró que los teólogos de la liberación pretendían convertir a Cristo en ―el Juan Bautista de Karl Marx‖ (cit. en Ibáñez Langlois 191).

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Junto a esta arraigada percepción negativa, junto al distanciamiento y la resultante incompatibilidad e incomodidad que le causa en ciertos momentos, abundan las experiencias desagradables que tiene el cura-crítico en los alrededores campestres de Là-bas. Al contemplar la cara de uno de los peones, él se siente incapaz de entender a su compatriota: ―Recuerdo que bebí su rostro hasta la última gota intentando dilucidar el carácter, la psicología de semejante individuo‖ (33). Esta incomprensión puede servir para demostrar que Urrutia Lacroix y/o la burguesía están totalmente desconectados de la realidad proletaria. Esta desconexión reafirma en el crítico-poeta una suerte de clasismo-elitismo que se reitera en una serie de reacciones crudamente negativas al contacto que tiene con los que viven alrededor del refugio de Farewell: cuando una campesina vieja le besa las manos, siente ―miedo y asco‖ (20); cuando contempla al niño de ―la ristra de mocos‖, se le producen ―unas náuseas inmensas‖ (29). La repulsión que experimenta rápidamente se convierte en una visión general perniciosa de estos seres humildes: ―Lo único que queda de él en mi memoria [...] es el recuerdo de su fealdad. Era feo [...] En realidad, todos eran feos. Las campesinas eran feas y sus palabras incoherentes‖ (33). Fruto de un excesivo encierro dentro de la sociedad burguesa, la marcada dicotomía social que se intuye en estos encuentros no sólo ayuda a explicar la visión sesgada del proletariado y de la sociedad chilenos que forma Urrutia Lacroix,48 sino que también alude a un ciclo vicioso de aislamiento. Frente al malestar general que le ocasiona su breve incursión entre el proletariado, es lógico que el padre luego se empeñe en mantenerse alejado de ello. Un deseo paralelo se percata en su reacción al asalto en que les entrega a ―dos maleantes‖ su billetera: ―A partir de ese día [. . .] mis paseos cambiaron de ruta. Elegí barrios menos peligrosos‖ (73), así evitando, categóricamente, más contacto con lo desagradable. De arriba a Allá abajo Si en su incompatibilidad con la clase baja y marginal el personaje de Sebastián Urrutia Lacroix se identifica con sectores de la sociedad poderosos y opulentos, constatar esta identificación a la inversa, o sea, por medio de ejemplos que demuestren su compatibilidad con la clase alta, nos parece algo superfluo a estas alturas, puesto que ya creemos haber demostrado

48 Un ejemplo perfecto está en la penúltima página de la novela donde él se topa ―con campesinos que hablan en otra lengua‖ para preguntarles sobre ―cosas del campo.‖ Su desorientación se vuelve patente en su respuesta: ―Ellos me dicen que no trabajan en el campo. Me dicen que son obreros, de Santiago o de las afueras de Santiago, y que nunca han trabajado en el campo. ¿Tiene esto solución?‖ (149).

37 que Urrutia Lacroix es un hombre de vida acomodada que se encuentra entre amigos en el seno de la burguesía intelectual. Dándola por sentada, pasemos a ver cómo esta identificación con la élite, en particular la intelectual, en conjunto con su visión particular de la sociedad, le da dos rasgos claves que a nuestro juicio captan la esencia del cura-crítico. Al mismo tiempo, considerados en conjunto con lo ya explayado, estos atributos se prestan para formar un concepto de lo que realmente está detrás de su perdición. El primer rasgo que consideraremos posiblemente ya se habrá presagiado: un fuerte sentimiento de superioridad. El segundo, relacionado íntimamente con el primero, tampoco debe sorprender: una tendencia al enclaustramiento en un mundo intelectual literario en las antípodas del compromiso que Gramsci reclama al intelectual orgánico, hasta el punto de perder contacto con la humanidad que existe fuera de esa realidad. En lo que respecta a esta superioridad personal, podemos citar nuevamente el simple hecho de que ocupe un cupo prestigioso entre los pudientes y, en particular, sus opiniones sobre el proletariado arriba citadas. En estas valoraciones, sin embargo, hay que reconocer que el desprecio que Urrutia Lacroix comunica en sus comentarios hacia el proletariado está también presente cuando se encuentra, acompañando de miedO en el café Haití, frente a ―vicegerentes, vicedelegados, viceadministradores, vicedirectores‖ y ―vicesecretarios‖ (76-77), representantes de lo que sería la pequeña burguesía chilena. Mentalmente declara que los ―cerdos también sufren‖ y aunque se arrepiente de tal pensamiento en seguida, sigue tildando a los clientes de ―cerdos‖ mientras observa que sus palabras se caracterizan por contener ―la chatura y la desesperación infinita de [sus] compatriotas‖ (77-78). De hecho, el menosprecio del cura-crítico llega a aplicarse, salvo en el caso de una minoría muy reducida (se ubica él dentro de ésta), a todo el país de Chile: ―En este país dejado de la mano de Dios sólo unos pocos somos realmente cultos. El resto no sabe nada‖ (énfasis añadido 126).49 Con esta afirmación se coloca entre los

49 El eco de esta afirmación (¿o la original?) se halla en algunas palabras de Farewell acerca del escenario literario chileno, articuladas cuando el crítico recién conoce a Urrutia Lacroix: ―En este país de bárbaros, dijo, ese camino no es de rosas. En este país de dueños de fundo, dijo, la literatura es una rareza y carece de mérito el saber leer‖ (Nocturno de Chile 14). Este concepto que propugnan los dos literatos tiene en sí otra resonancia con lo que Pierre Bourdieu, al hablar del ―gusto de las clases populares‖, señala como el fenómeno que Kant describió como ―gusto bárbaro‖ (cit. en Bourdieu 71). Delata, a su vez, una actitud que pierde de vista el hecho de que las diferencias culturales aquí referidas no son desigualdades ni ―naturales‖ ni ―de dones‖ sino ―las desigualdades socialmente condicionadas de las competencias culturales‖ (Bourdieu 88).

38 muy privilegiados, unos pocos seres superiores rodeados de masas de inferiores. Esta actitud de primacía propia, como se demostrará a continuación, tiene, por un lado, lo que parece ser una conexión primordial con algunos de los preceptos claves de la filosofía social del Opus Dei y, por otro, fuerte resonancia con algunas de las metáforas básicas que se utilizan en la Declaración de Principios del Gobierno de Chile, documento publicado por la Junta por primera vez a exactamente seis meses del golpe de estado chileno: el 11 de marzo de 1974. Empecemos con el tema de la filosofía de ―la Obra‖. En La Iglesia y la Junta Militar de Chile (Documentos), tras comentar ―las críticas literarias dominicales del P. Ibáñez Langlois‖ en El Mercurio y el hecho de que ―el Opus Dei controla la página religiosa dominical‖ del mismo periódico, los editores arguyen que el Opus Dei y El Mercurio formaron una ―alianza‖ ideológica ―importantísima‖ después del golpe militar. Este matrimonio era lógico ya que ―el Opus Dei legitima religiosamente una organización social vertical y jerárquica‖ (énfasis añadido 23). Tal organización era la misma propuesta por el gobierno militar y sus prosélitos. La lógica detrás de la justificación de esta estructura la explican los editores de la siguiente manera: Para la ―teología política‖ del Opus Dei, los males del Occidente ―cristiano‖ no se ubican en el siglo pasado con el surgimiento del marxismo. El mal comenzó con la Revolución Francesa y los movimientos que culminaron en las democracias burguesas: las elecciones y el voto popular que legitimaba la autoridad, etc. Aquí está la raíz de los extravíos: la gente elige sin saber nada; no tienen suficiente cultura ni información para decidir. Más aún en una época altamente técnica, las decisiones son tarea de especialistas y no pueden ser objeto de elecciones populares. (énfasis añadido 24) Esta perspectiva, en la cual solamente una élite privilegiada tiene el derecho a regir sobre una sociedad vertical jerarquizada, es básicamente parafraseada en las actitudes manifestadas por Urrutia Lacroix a través de la novela. De hecho, casi se nos es presentada palabra por palabra en su aserto de que es uno de ―los pocos cultos‖ en el medio de un ―resto‖ que ―no sabe nada‖ (126). Más allá de esta ideología y sus implicaciones, existen pruebas que demuestran que el Opus Dei no sólo apoyaba al gobierno de Pinochet, sino que llegó a defender los métodos empleados por éste para consolidar su poder: en una visita al país en 1974, José María Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, calificó de ―hijos desleales de la Iglesia‖ a los católicos que protestaban las acciones represivas de la Junta (cit. en Fernández 153). Más condenatoria es la apología que hace del derramamiento de sangre sobre tierra chilena: ―Yo os digo que aquella

39 sangre es necesaria‖ (énfasis añadido, cit. en Fernández 153). Cabe detenernos aquí para advertir la clara resonancia que esta frase tiene al contrastarla con la que escoge Urrutia Lacroix para intentar justificar, varias veces, su colaboración con las clases del marxismo: ―Necesaria, necesaria, necesaria, dije‖ (119). Por lo tanto, fuese o no el ―más liberal‖ del Opus Dei, y sin importar la veracidad de su afirmación de que ―[t]odos en Chile lo sabían‖ (70-71), que el cura- crítico no tenga reparos en reafirmar que es miembro del Opus Dei sólo puede confirmar su solidaridad con la escuela de pensamiento aquí resumida, y, por extensión, con el régimen militar que armonizaba con ella. Aunque podríamos explorar las superposiciones ideológicas que unen el Opus Dei y la Junta en esa armonización, destacando, por ejemplo, que, en cuanto a lo económico, ambas estructuras defienden agresivamente el concepto de la propiedad privada,50 nuestro propósito no nos exige una comparación así de detallada. En verdad, nos bastará considerar el hecho de que hay también en la organización de la sociedad chilena propuesta por el régimen militar (una propuesta sintetizada en su Declaración de Principios) una resonancia obvia con algunas de las actitudes comunicadas por el personaje de Urrutia Lacroix. Recordemos que tal resonancia sirve para confirmar que la superioridad personal que se adscribía el cura-crítico jugó un rol decidido en su asociación con ese gobierno. A nivel básico, podemos referirnos nuevamente a la frase en que el Padre Urrutia afirma que, frente a él y sus semejantes, los demás no saben ―nada‖, así como también a esa ―sociedad tecnificada‖ reclamada por la Junta en su Declaración. Dentro de aquella sociedad, la Junta quiere que ―la palabra de los que saben prevalezca por sobre las consignas‖ (énfasis añadido). Se insinúa de nuevo una sociedad vertical y jerarquizada pero, como ahora veremos, este documento va más allá de una simple insinuación. En 1979, Hernán Vidal, al someter la Declaración de principios a ―una lectura literaria‖ (270), descubre que en ella ―los líderes de las fuerzas armadas chilenas‖ son exaltados ―como seres en que se conjugan la sabiduría divina y la humana‖, otorgándose ―a sí mismos la capacidad profética de interpretar genuinamente la voluntad de Dios‖ (273). Las referencias a un

50 El Opus Dei describe la propiedad privada como ―un derecho‖ (Iglesia y la Junta 24) y la Junta hace lo mismo en el quinto de los nueve puntos que comprende su Declaración de Principios. Por su parte, J. M. Ibáñez Langlois, en su Teología de la liberación y lucha de clases, coincide con ―la encíclica Laborem exercens‖ (121) en que Ioannes Paulus PP. II también la califica de derecho. En Nocturno de Chile es Farewell quien es más afectado por el debate, ya que pierde y después vuelve a poseer su fundo en el sur.

40 santo conocimiento obviamente presentan a los de la Junta como directores espirituales. De hecho, Vidal comenta la creación de una identidad de ―sacerdote-tecnócrata‖ que sintetiza una de las metáforas principales de un documento que es, en palabras del investigador y crítico chileno, ―el relato testimonial de seres superiores que atestiguan la caída y regeneración de un sector de la humanidad‖ (273). Si en los de la Junta militar tenemos ‗sacerdotes-tecnócratas‘, en la identidad de ‗cura-crítico‘ de Urrutia Lacroix no hay sino una figura análoga. En ambos casos hay un claro énfasis en la superioridad de ciertos individuos dotados de una sabiduría especial (ya sea divina o humana). Esta convicción de superioridad personal que emana de Urrutia Lacroix y apoya la formación de una sociedad vertical y jerarquizada es, como demostramos, compartida por los miembros de la Junta y la organización del Opus Dei. En esta fe en su propia supremacía, por consiguiente, vemos un lazo ideológico más que ubicaría a Urrutia Lacroix entre los ‗sacerdotes‘ del fascismo que colaborarían para mantener a los demás seres ‗superiores‘ de la dictadura en una posición de poder absoluto por casi 20 años. Además de haberse convencido de la inferioridad de las masas, indicamos anteriormente que en el personaje del cura-crítico se puede comprobar una propensión a distanciarse no sólo de aquellos compatriotas inferiores desagradables, sino en cierta manera del mundo real y tangible por medio de una inmersión en un mundo intelectual más abstracto. A medida que se comprueba esta tendencia, demostraremos no sólo cómo ésta permite que el padre Sebastián y algunos otros empiecen a perder contacto con sus conciudadanos, lo cual conlleva consecuencias serias y reales a nivel humano, sino cómo ella sirve para reafirmar la complicidad entre Urrutia Lacroix y el régimen militar. Resultará imprescindible reconocer que en la tendencia demostrada por el personaje del Padre Urrutia hay indicación de que ésta no se trata de un proceso automático llevado a cabo inconscientemente, sino que es algo hecho totalmente a propósito. Es más, aunque se pudiera entender como algo fuera de su control, o tal vez como un gaje de su oficio o acaso una consecuencia quijotesca lamentable de un hombre que ―se enfrascó tanto en su lectura...que vino a perder el juicio‖ (de Cervantes 29-30) o al menos la perspectiva, esto no cambiaría ni los hechos ni nuestras conclusiones. Finalmente, estimamos importante tener en mente que la crítica que hacemos aquí se centra en torno a un caso concreto y particular y, como tal, advertimos que su vigencia caduca fuera de este contexto. Empecemos con una exploración del episodio desarrollado en casa de don Salvador Reyes en que el anfitrión cuenta de su relación con Ernst Jünger y un pintor guatemalteco

41 durante la ocupación alemana de la capital francesa de 1940 a 1944. Don Salvador, escritor- diplomático chileno cosmopolita, y Jünger, un capitán del Wehrmacht cuyo talento filológico lo ha convertido en una celebridad dentro de los círculos de alta cultura de la época, contrastan sobremanera con el tercer actor, el anónimo artista centroamericano silencioso y famélico que se dedica a consumirse contemplando la Ciudad Luz desde la ventanilla de su buhardilla. Las escenas donde están presentes estos tres personajes están cargadas de simbolismo, pero nos limitaremos a algunos aspectos específicos que, entendidos en conjunto como una suerte de alegoría, presagiarán algunos comportamientos problemáticos perceptibles en la novela en los personajes de Farewell y Urrutia Lacroix simultánea y posteriormente. Primero, cabe apuntar hacia el momento en que don Salvador, a solas con el pintor silente en su desván, de repente siente, al observar finalmente con un poco de detenimiento al enteco perdido en su vigilancia del paisaje de París, que pasa ―por su alma [. . .] la sombra de un escalofrío‖ acompañada de un ―deseo inmediato de cerrar los ojos‖ (43). Estas sensaciones incómodas, provocadas por algo que no se llega a precisar, dan a entender que hay en el personaje raquítico algo que el diplomático, aunque no logre identificarlo, preferiría eludir. Surgen otra vez estos sentimientos dentro del funcionario, cuando se habla del cuadro denominado Paisaje de Ciudad de México una hora antes del amanecer. Aquí don Salvador se desentiende brevemente del discurso del alemán célebre sobre el cuadro y el sonido de los colicolis para vislumbrar lo que se describe como ―una parte de la verdad‖ (énfasis añadido 47). Esta será no sólo la verdad de la situación parisién y la de la comprensión lúcida del guatemalteco de su propia derrota, como se nos narra, sino una verdad oscura; una verdad que muy poco tendrá que ver con las interpretaciones teóricas hechas por el diplomático y el alemán de la obra del pintor desnutrido. Esta verdad hace que al diplomático chileno ―se le pusiera la carne de gallina‖ (―como dice el vulgo‖, especifica Urrutia Lacroix), otra experiencia desagradable que pretende esquivar don Salvador con una bocanada de coñac y un retorno inmediato al refugio de ―las palabras del alemán que durante todo ese rato había estado hablando solo‖ (48). A lo que se refiere con la palabra verdad no se elabora en esta sección tampoco, pero queda claro que tanto a Jünger como a Reyes les pasa desapercibido algo poderoso e importante. Más allá de las sensaciones molestas que experimenta don Salvador en las dos situaciones arriba citadas, otro comportamiento discutible por parte de los dos literatos merece ser señalado. Las condiciones patéticas en que se encuentra el pintor gastado son advertidas por

42 los dos prosistas que lo visitan: Jünger comenta que el guatemalteco parece ―estar sufriendo una anemia aguda‖ y que debe de comer (45), y el chileno, por su parte, suele traer el alimento que sobra en la embajada al desván del pintor. No obstante la diagnosis y los obsequios vitales, la preocupación verdadera por el bienestar del centroamericano parece estar ubicada en un segundo plano relativo a la preocupación (¿más verdadera?) de los dos escritores por el arte. De cierto modo, no se interesan demasiado en la realidad humana de la buhardilla y, aunque estén conscientes de ella, hay otros temas más dignos de su atención, como la pintura del alemán Durero. Es revelador que su conversación verse sobre el creador de Melencholia I antes de tocar el tema del melancólico de carne y hueso en cuyo altillo se encuentran. A modo de enfatizar dicha ironía, tarda bastante don Salvador en darse cuenta ―de que desde que había llegado no había cruzado ni una sola palabra con el anfitrión‖ (44). Durante el resto del tiempo compartido entre los tres, el trato con el pintor se limita a algunas preguntas correspondientes a la reproducción de la Ciudad de México y la entrega de una ración de coñac; durante el resto de una conversación que dura toda la tarde, para los dos escritores ―ajenos y lejanos al ajetreo y a las intromisiones‖ que rodea el desván (46), el guatemalteco no tiene ninguna relevancia. Antes de pasar a comentar algunas de las conexiones entre lo que narra Reyes y las acciones de los personajes principales, falta simplemente señalar la reiteración del subsecuente encuentro entre Jünger y Reyes; un coloquio íntimo cuyas semejanzas y divergencias con el inicial revela más sobre las vidas y prioridades de ambos: Y poco después Ernst Jünger fue a cenar a casa de Salvador Reyes y esta vez los coñacs fueron vertidos en copas de coñac y se habló de literatura sentados en cómodos sillones y la cena fue, digamos, equilibrada, tal como debe ser una cena en París, tanto en el aspecto gastronómico como intelectual... (49) Que las descripciones de estas tertulias europeas aporten ejemplos de una existencia vivida por la élite en la cual prima lo estético frente a lo demás (ético) cobra mucha más relevancia al señalar que lo mismo se puede advertir en el comportamiento de los personajes de Farewell y Urrutia Lacroix en varias escenas del libro, incluso en la mismísima casa de don Salvador. Cuando se habla del guatemalteco escuálido, el tema de su decaimiento insta al narrador (Urrutia Lacroix) a hacer un par de comentarios sobre ―lo que entonces algunos facultativos llamaban melancolía y hoy se llama anorexia‖ (41). El cura-crítico recuerda que uno de los partícipes, o don Salvador o Farewell, invocó la Anatomía de la melancolía de Robert Burton para añadir juste a la discusión

43 sobre la enfermedad. El texto, cuya primera edición fue publicada en 1621, a pesar de tener gran valor literario e histórico, cuenta con teorías acerca de esta enfermedad que, casi cuatro siglos después y en un contexto médico contemporáneo, sólo parecerían anacrónicas.51 Para resumir este punto, en compañía de un melancólico a principios de los años cuarenta del siglo XX, Jünger y don Salvador se ponen a discutir sobre un pintor alemán del siglo XVI; por su parte, al contemplar al mismo guatemalteco tanto a mediados del siglo XX (o don Salvador o Farewell) como durante el primer año del siglo XXI (el Padre Sebastián), se recuerda el libro de un inglés que vivió en el siglo XVII. Aunque de por sí no hay nada imprudente en poder rastrear el desarrollo de la medicina o el arte a través de las centurias, la manera en que esta habilidad se emplea aquí sugiere, nuevamente, cierta desconexión con el mundo y la realidad humana inmediatos. En el caso del padre-poeta y la cuestión de la melancolía, podemos referirnos al error que comete al aseverar, en el año 2000, que la anorexia de la cual sufría el guatemalteco es de hecho ―una enfermedad que padecen mayoritariamente las jovencitas, las lolitas que el viento espejeante lleva y trae por las calles imaginarias de Santiago‖ (41). Proponer que la melancolía del centroamericano, entendida como la describe Burton en 1621 o no, es la misma aflicción que actualmente aguanta cierto sector adolescente, joven y femenino de la capital chilena es un claro desacierto. El término anorexia a secas, como informa el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders publicado por la American Psychiatric Association (ésta fundada a 223 años de la publicación del libro de Burton) ―is a misnomer because loss of appetite is rare‖ y por eso enfatiza, en un contexto formal, el nombre de Anorexia nervosa (539).52 Nos orienta este manual respecto a las causas más típicas de este trastorno alimenticio, siendo éstas mayoritariamente relacionadas con una excesiva preocupación por la apariencia corporal que se convierte en un miedo intenso de aumentar de peso (540). En cuanto al centroamericano, es muy poco probable

51 Se presenta la melancolía como ―a common infirmitie of Body and Soule . . . that hath as much need of Spirituall as a Corporall cure‖, a la vez que hace hincapié en la importancia de lo espiritual en la medicina. El máximo ejemplo del médico espiritual, claro está, se halla en Jesucristo (cit. en Lund 669). 52 Utilizamos aquí la 4ª edición del Manual, editada en 1994, puesto que ésta fue la última en publicarse antes del soliloquio de Sebastián Urrutia Lacroix.

44 que su inanición provenga de un miedo a la corpulencia, pues, según lo escrito, más admisible es sugerir que el responsable se asocie con un trastorno de estado de ánimo.53 Urrutia Lacroix, desde luego, no es psiquiatra ni psicólogo, y no sería justo ni lógico recriminarle un par de equivocaciones terminológicas menores. Esperar que sepa diferenciar entre el caso del pintor desolado y los de las lolitas santiaguinas,54 sin embargo, no es pedir demasiado de un hombre tan versado. Sus oficios, tanto el literario como el religioso, habrán jugado roles en las conclusiones a las que llega acerca de esta clase de males, aunque es lícito usar la indistinción por medio de la cual equipara dos circunstancias tan dispares para demostrar que la interpretación de una realidad dada puede ser distorsionada, hasta errónea si las herramientas utilizadas no son apropiadas dentro del contexto correspondiente. El prisma por el cual analiza esta melancolía el padre-poeta, de alta potencia y forjado laboriosamente por un marfil literario, teológico, teórico y abstracto, resulta sobrar y termina por despistarle. La distorsión en este caso, sin embargo, es de poca consecuencia dado que el cura-crítico sufre su propio contacto directo con una variante del morbus melancholicus, gracias a una causa que no figuraría en ningún tratado, médico o de otro tipo: ―esta bilis negra [. . .] hoy me corroe y me hace flojo y me pone al borde de las lágrimas al escuchar las palabras del joven envejecido‖ (41). En resumidas cuentas, la aptitud intelectual de Urrutia Lacroix es indiscutiblemente hábil y avanzada. Dentro de la novela, él y Farewell se distinguen por tener memorias enciclopédicas que les proporcionan la capacidad de evocar todo tipo y clase de dato. Esta destreza no es, por cierto, cuestionable, ni mucho menos. Al contrario, la agilidad mental, en combinación con los frutos de años de erudición meticulosa, es un claro requisito para los trabajos que realizan. No obstante, existe la posibilidad de que entre tanto libro se pierda de vista el bosque entero. Tal desconexión se puede volver no sólo más seria sino más factible también si los eruditos en cuestión optan por una actitud y estilo de vida que se presta a aislarlos más dentro de su propio

53 Los síntomas más observables en el pintor son la inapetencia y el bajo peso marcados, un desinterés hacia prácticamente todo y un temperamento que sería difícil de no caracterizar como depresivo. Los tres se encuentran entre los distintivos de un Major Depressive Episode según el manual de la APA (327). 54 El empleo de la palabra lolita merece ser destacado por delatar, nuevamente, la indiferencia (si no desprecio, en este caso) que siente el padre Urrutia frente a gente que está, por lo inferido, sufriendo de trastornos mentales de variada índole. La carga sexual de la palabra, dentro y fuera del contexto de la novela homónima de Nabakov, tampoco se nos escapa, aunque nos abstenemos de examinarlo en el presente trabajo.

45 ambiente, inconscientes de realidades cercanas. Un ejemplo sublime de este ensimismamiento (al cual estamos obligados a añadir el de la lectura voraz de los griegos durante los comienzos de la década de los setenta por parte de Urrutia Lacroix, el de Salvador Reyes y Ernst Jünger estando ―ajenos y lejanos‖ en París durante su tertulia y, hasta cierto punto, las infames tertulias en casa de María Canales) proviene no de Nocturno de Chile, sino del homónimo del fundo de Farewell: Là-bas. Aunque el crítico de El Mercurio sólo logra recordar con exactitud que el fundo de Farewell ―se llamaba como uno de los libros de Huysmans‖ (15), de los tres títulos conjurados (À rebours, L'oblat y Là-Bas), el de Là-bas se acepta como el correcto. En esta novela, publicada en 1891, un aspecto en particular del protagonista, Durtal, tiene una resonancia sorprendente con algunas de las anécdotas y conductas que presenciamos en Nocturno de Chile. Para empezar, de Durtal, cuyo oficio es la literatura, se puede decir que el mundo en que vive no le resulta demasiado llamativo. Fastidiado con una sociedad absorta en ―el ignominioso espectáculo de aquel fin de siglo‖ (Huysmans 12) que le rodea,55 se obsesiona con el misticismo, la astrología y la alquimia de la Edad Media y, en particular, con el noble francés Gilles de Rais del siglo XV, una figura histórica decididamente siniestra cuyos crímenes y fascinación con lo satánico son inquietantes. Sin embargo, no es en estos temas polémicos donde nos centraremos, sino en un breve comentario hecho por el protagonista hacia principios del libro. Durtal, en el proceso de conocer el campanario de la iglesia de Saint-Sulpice con su compañero Des Hermies, mentalmente comenta lo siguiente: Si uno pudiera arreglar esta habitación e instalar aquí, por encima de París, una estancia balsámica y acogedora, un refugio tibio... Entonces sí que, ahí arriba, solo entre las nubes, podría llevar la reparadora vida de los solitarios y perfeccionar, durante años, mi libro. Y además, ¡qué fabulosa felicidad sería la de existir apartado del tiempo, y cuando la marejada de la necedad humana viniera a estrellarse al pie de las torres, hojear aquí los viejos librotes a los resplandores atenuados de una lámpara! (38) Escapar a su época por medio del aislamiento y gracias a la lectura incesante de obras arcaicas es lo que acomete Urrutia Lacroix tras el triunfo electoral de Allende en 1970. Recapitulamos que cuando el cura-crítico anuncia que ―va a releer a los griegos‖ (97), las siguientes dos páginas de

55 El libro de Huysmans se publicó originalmente en 1891, refiriéndose al fin de siècle anterior al que vivió Urrutia Lacroix ciento nueve años después.

46 la novela consisten en una larga narración que se distancia de la lista de los acontecimientos más significativos de los primeros tres años de la década de los setenta en Chile (e.g.: la nacionalización del cobre, Neruda y el premio Nobel, la Reforma Agraria, etc.). En esta lista también aparecen, intercalados sin costuras, los nombres de autores griegos (e.g.: Homero, Arquíloco de Paros, Píndaro de Tebas, etc.) en cuyos libros se refugia Urrutia Lacroix. Según Ricardo Cuadros, el ―contrapunto‖ que vemos en este recuento ―produce el efecto de una enajenación‖ que a Urrutia Lacroix le ―pone a salvo de la ingrata vida cotidiana‖. En su desprecio por la realidad contingente de aquellos años, vemos también una fuerte resonancia con la referencia de Durtal a ―la marejada de la necedad humana‖; metáfora ambigua que interpretaremos, sin reservas, como una visión despectiva y soberbia del tira y afloja histórico de luchas ideológicas en cualquier momento de la Historia. El pasaje de Huysmans, aunque tildado como poco más que una ensoñación simplista por el mismo Durtal, capta con una precisión cabal la esencia de la actitud con que Urrutia Lacroix se encierra en su campanario bibliográfico heleno para perderse en sus lecturas, indiferente a toda circunstancia externa hasta la llegada del golpe militar.56 Là-bas, recordemos, no es un nombre escogido por el cura-crítico, sino por Farewell.57 Por extensión, las críticas sustraídas de esta referencia al texto de Huysmans quizás deban asociarse en primera instancia con el mentor literario del padre Sebastián, pese al claro vínculo que el fragmento arriba citado tiene con su protegido. Aprovecharemos para citar aquí otro ejemplo similar de crítica hacia personajes como el de Farewell, aunque éste provenga del mundo real y esté dirigida al hombre en que fue inspirado el personaje de Farewell, el crítico Alone. Aparentemente, su propensión por dedicarse al fenómeno literario sin preocuparse por ciertos acontecimientos provenientes del mundo extra-literario contemporáneo, es, de hecho,

56 La manera en que ―se baja‖, finalmente, de dicho campanario es también de suma importancia ya que ilustra que aquella necedad humana sólo se aplica a la que se experimentaba durante los años en que estaba en poder Allende en Chile. Al realizarse el golpe, la lista de sucesos y la lectura de los griegos para repentinamente: ―Entonces yo me quedé quieto, con un dedo en la página que estaba leyendo, y pensé, qué paz. Me levanté y me asomé a la ventana: qué silencio.‖ Esta paz y en particular el silencio, representativos del alivio que siente el cura al instalarse la Junta Militar, tendrán papeles centrales al comportamiento de Urrutia Lacroix en las décadas que siguen a esta escena. 57 Para afirmar esto, estamos obligados a fiarnos de la memoria de Urrutia Lacroix. En la novela, al intentar acordarse del nombre del fundo, duda entre tres obras de Huysmans: Là-bas, L’oblat y À rebours. Queda con la primera, después de afirmar que su ―memoria ya no es lo que era‖ (15).

47 regañada por el mismísimo Pablo Neruda en una carta que el nobel chileno dirige a Alone (Hernán Díaz Arrieta) el 31 de agosto de 1973: ―Su visión me parece tan transparente como envidiable, salvo en política, en que me parece que por elegante narcisismo, usted se mantiene distante de esta época‖ (Alone 262). A poco menos de un mes de su muerte y a tan sólo 11 días del golpe de estado chileno, esta amonestación, que proviene de un Neruda ya hace tiempo comprometido con las causas políticas, acusa, tal como Bolaño lo hace con Farewell y el padre Sebastián en particular, al crítico Alone de prácticas análogas a las que ensueña Durtal en el campanario en Là-bas. El distanciamiento enaltecido que vemos en Huysmans, en conjunto con la (aparentemente anacrónica) falta de conciencia política que Neruda señala en Alone/Farewell y, de importancia fundamental, el ensimismamiento intelectual que cultiva Urrutia Lacroix y otros en Nocturno de Chile, sin embargo, no son los únicos componentes implicados en los pecados cometidos por el cura-crítico. A continuación constará que en el fondo de sus transgresiones subyacen elementos aún más condenatorios. En consciencia Hemos sugerido hasta ahora que Urrutia Lacroix cuenta con varias características que lo identifican como miembro de lo que Pedro Lemebel denomina ―[l]a desenvuelta clase cultural de esos años que no creía en historias de cadáveres y desaparecidos‖ (14). Como hemos señalado antes, el padre Sebastián busca consolidar esta identificación, fingiendo una inadvertencia colosal a través de comentarios que lo pintan como un inocente que, de haber sabido más en ese momento, por lo menos ―hubiera podido decir‖ algo (142). También hemos visto que el cura- crítico es capaz de desentenderse de la realidad circundante por medio del estudio descomedido de la literatura. En función a estas observaciones, es lícito referirnos a una sugerencia hecha por Bernardo Subercaseaux en 1983. Muy atento a la situación literaria chilena en plena dictadura, Subercaseaux llega a insinuar que Ignacio Valente, en aquella época, posiblemente no se enterara de lo que realmente (le) pasaba a sus alrededores. Hablando en torno a la ―incongruencia paralela‖ palpable en un gobierno militar que se identifica directamente con ―la tradición libertaria y cristiana de Occidente‖ a pesar de disponer de ―un documentado historial de atropellos a la libertad y a los derechos humanos‖ (98-99), Subercaseaux postula un Ibáñez Langlois encapsulado en una realidad siempre concordante con la que el crítico-sacerdote hubiera preferido percibir:

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Y, es muy posible que no perciba [Valente] esta contradicción, precisamente porque se mueve en un espacio público artificial y administrado, en que a fin de cuentas, el principal cotejo de su discurso es — en materias en que no hay verdadera confrontación pública — su propio discurso. (―Transformaciones‖ 99) Esta inconsciencia sugerida por Subercaseaux, respaldada por la falta de voces disidentes en la esfera pública, permite, hasta cierto punto, la formación de una imagen más ingenua y menos cómplice de Ibáñez Langlois. Lo mismo, por extensión, se podría aplicar a su representación ficticia, pero tal reclamo de candor es, sin embargo, despedazada sistemáticamente, paso a paso, en la novela de Bolaño. Por mucho que parezca indiferente o inconsciente ante los sucesos que le rodean, y por mucho que Urrutia Lacroix intente convencernos de tales circunstancias, se puede concluir, contundentemente, que no es factible. En cuestiones literarias como las publicadas en El Mercurio, por ejemplo, dada su posición prestigiosa dentro del aparato ideológico de Estado cultural, pudiera aducirse que se mantiene indiferente a mucho de lo cotidiano; pero fuera de este ambiente, se demuestra patentemente enterado de los horrores. De no ser así, entonces ¿cómo se explica el miedo que él siente frente a miedO y odiO cuando le preguntan si su biblioteca personal cuenta con textos sobre marxismo? Lo que comienza como un creciente nerviosismo a partir de la pregunta de odiO sobre si ―sabe algo del marxismo‖, pronto deja al interrogado, en sus propias palabras, ―temblando de pies a cabeza y experimentando la sensación de cosa soñada más fuerte que nunca‖ (103-04). Este miedo no provendría de otra fuente sino la de un conocimiento de lo que pasaba a la gente en posesión de literatura u otros materiales considerados subversivos. De lo contrario ¿de qué preocuparse? Aparentar no saber e intentar hacer caso omiso de lo sabido no es inconsciencia, sino una acción elegida activamente por el sujeto, con motivos subyacentes que en este caso probablemente tengan que ver más que nada con el instinto de conservación. Este mismo instinto, claro está, rechaza otra vez la teoría de que Urrutia Lacroix estaba ajeno a la brutalidad estatal. No obstante, y a pesar de su plena conciencia de los salvajismos que se perpetraban con frecuencia, ni en la cara ni las acciones públicas de Urrutia Lacroix se divisa el más mínimo indicio de aquel conocimiento, un hecho que lo convierte en un cómplice perfecto del régimen. Según Hernán Vidal, un elemento precursor de esta colaboración se puede hallar en lo que él describe como un requisito para la institucionalización tanto de la crítica como de la

49 literatura dentro de una sociedad capitalista controlada por un régimen autoritario: ―la ideología del arte por el arte‖ (―Hacia un modelo...‖ 19). Tal ideología, según el catedrático de la University of Minnesota, tiene implicaciones concretas en quien la profese: no sólo exime al escritor de un compromiso político minimizando su gravitación social como intelectual, sino que, además, promueve activamente la visión de lo literario como si estuviera desconectado de los determinismos que rigen su producción y consumo. (19) Sería ésta la ideología (des)cubierta detrás de las escenas de Jünger y Reyes en el altillo del guatemalteco, en Là-bas y en muchas de las actitudes y prácticas de H. Ibacache. Hasta podemos entrever la misma opinión en un artículo de 1978 de Ignacio Valente aparecido en El Mercurio con el título de ―¿Contenido versus forma?‖ en el cual el crítico se enfrenta con un grupo que identifica como ―estos contenidistas de hoy‖, declarando que ―habría que prohibirles el vocablo mensaje: es una cuasi-obscenidad literaria, un contrabando ideológico, un fantasma, una nadería, un atentado contra la obra de arte‖ (Valente 37). La separación del arte de cualquier mensaje (comprometido político o ideológicamente contra sus intereses) que pudiera comunicar (denunciar) claramente se presta a los fines de un estado fascista represivo, preocupado por la diseminación de cualquier contenido que le cuestionara su autoridad. Valente, además de disponer de una concepción del arte conforme a la necesidad de censurar a los artistas comprometidos antifascistas, también contribuye al programa propagandístico descrito por Vidal, puesto que sus preocupaciones públicas, como veremos, se limitan en gran medida a temas puramente literario-religiosos limpiamente aislados de la realidad político-social chilena. A Alone lo podemos inculpar de culpas semejantes al examinar los comentarios de Bernardo Subercaseaux sobre lo que estos dos críticos discuten desde sus puestos periodísticos a poco más de un mes de la llegada al poder de la Junta: En noviembre de 1973 (tradicionalmente el mes más activo en el ambiente literario santiaguino) El Mercurio casi no comenta libros chilenos, sólo trae una denuncia al Concurso Casa de la Américas a propósito de premios a Poli Délano, Fernando Lamberg y Víctor Torres. Alone comenta en dos oportunidades el libro del periodista Ricardo Boizard, El último día de Allende, utilizándolo como pretexto para reafirmar su visión de la realidad: el pronunciamiento militar significa la salvación del caos, la recuperación del orden y del sentido común. Ignacio Valente comenta reiteradamente a Solchenytsen [. . .] En suma, miradas de especialistas literarios que insistentemente portan instancias de

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persuasión ideológico-estéticas compatibles con una legitimación del golpe militar. (―Notas‖ 77) Alone en este caso claramente se identifica como solidario del régimen y, a pesar de no buscar legitimar el golpe explícitamente, que Valente llene su columna de comentarios sobre un literato ruso (un ruso cuya literatura conlleva fuertes denuncias, merecidísimas, de las prácticas del estado ruso estalinista que sin duda se prestan a demostrar los males inherentes de las ideologías de la izquierda) es otra forma de solidaridad. Según Vidal, es sumamente importante que el estado fascista busque ―desinformar a la opinión pública‖ por medio de una dura censura y, en particular, ―mediante la proposición de temas para la discusión comunitaria que realmente no tienen sustancia real‖ (33). Que la escena literaria chilena quede relativamente ausente en las páginas de El Mercurio tiene, así, una doble función. En primer lugar, si en las pocas menciones a la literatura nacional el punto de vista es claramente de orientación golpista, el régimen no se cuestiona. De manera paralela, y posiblemente de más importancia, la presencia de la ausencia de libros chilenos puede entenderse como la versión invertida y reforzadora de la misma táctica. Lo indeseable (léase: cualquier modo contrario al régimen o a la imagen que quería mantener éste) se suprime, se calla y, en última instancia, se niega. Todas estas (re)acciones, esenciales a la supervivencia del gobierno militar, se observan repetidamente en las palabras, pensamientos y decisiones de Urrutia Lacroix a lo largo de la novela. Según alega Marcial Huneeus, los personajes de Nocturno de Chile, cuando se ven obligados a enfrentarse a las realidades en muchos casos monstruosas, ―prefieren no ver lo que ocurre‖ y recurren al ―silencio y la negación‖ para alejarse del oprobio. Este deseo de no ver de los personajes lo incluye Bolaño como parte del propósito de su obra: ―Yo no intento que nadie recuerde nada [. . .] Más que recordar es mirar. Simplemente mirar algo que uno muchas veces no quiere ni ver‖ (cit. en Gras Miravet 59). En las escenas escalofriantes del sótano y los demás episodios relacionados con María Canales y Jimmy Thompson, Bolaño cumple con lo prometido al hacer que miremos algo desagradable, que seamos testigos de sucesos que, quién sabe, la mayoría de los lectores no querría ni ver. Al mismo tiempo, en la reacción de Urrutia Lacroix ante esta situación, presenciamos un retrato humano del no querer ver,58 una postura que el cura

58 Según un retrato de la situación de principios de los años ochenta escrito por José Aldunate y Fernando Castillo, este no querer ver ya era visible: ―Ha habido en estos años sectores de la Iglesia que han sido sordos e indiferentes ante el dolor de las víctimas de atropellos a los

51 no abandonará dentro de la novela. Efectivamente, él no había visto al moribundo en el cuarto secreto subterráneo con sus propios ojos (―yo nada vi, nada supe‖), y, aunque queda confirmada su existencia, el padre Sebastián inmediatamente propone dejarlo fuera de vista para siempre, tapado por un alejamiento no físico sino cronológico: ―¿Para qué remover lo que el tiempo piadosamente oculta?‖ (énfasis añadido 142). Esta actitud se solidifica cuando,59 varios años después de salir a la luz la verdad, el cura-crítico realiza una visita a la casa de María Canales. La mujer, ya abandonada y marginada, le pregunta al cura dos veces si él ―¿quiere ver el sótano?‖ (145). Dos veces le rechaza la oferta. Su reacción a la oferta inicial ejemplifica su deseo de no ver: ―[. . .] me senté y negué varias veces con la cabeza. Cerré los ojos‖ (énfasis añadido 145).60 Nada vio en el pasado, menos quiere ver en el presente. A esta ceguera activa podemos también añadir el fenómeno de la sordomudez forzada. Observa Daniuska González que ―la novela semeja un largo silencio sobre la historia‖. De hecho, el concepto del silencio es otro leitmotivo que se encuentra a través de todo el libro, revelándose como una palabra vinculada directamente con la dictadura y las circunstancias que conducen a los penúltimos pasos del envenenamiento moral de Urrutia Lacroix. Ya se ha mencionado que, al realizarse el golpe de Estado, el padre Sebastián reacciona con alivio frente a la aparente falta de disturbios: ―Me levanté y me asomé a la ventana: qué silencio‖ (énfasis añadido 99). Poco después de presenciarlo, un dueto con este mismo silencio con que se inaugura la dictadura será exigido del cura-crítico por miedO y odiO. A la vez que los señores le proponen y describen a Urrutia Lacroix las clases de marxismo que tendrá que dar, se subraya, más allá de toda duda y de modo que se entienda que éste es un silencio de complicidad (sólo quien lo rompe se entera de

Derechos Humanos. Incluso pueden contarse sectores de la jerarquía (obispos y sacerdotes) que han tenido esa actitud. La indiferencia es conseguida mediante un ‗no querer‘ oír, ver, enterarse de antecedentes evidentes. Es un ‗ignorar intencionado‘, pues nadie puede afirmar que nunca oyó mencionar estos problemas‖ (cit. en Vidal, ―El Movimiento...‖ 36). 59 En la ―Nota del autor‖ de Veinticinco años de crítica, Ibáñez Langlois, escribiendo como Ignacio Valente, también expresa cierto deseo dejar atrás el pasado: ―Además, en lo personal, no me interesa revivir viejas heridas o susceptibilidades‖ (12). 60 Con respecto a la acción de taparse los ojos, el mismo simbolismo se halla en el acto, repetido tres veces, de cerrar la puerta del cuarto subterráneo después de descubrir al torturado: ―El extraviado o la extraviada cerró la puerta‖; ―el dramaturgo o el actor había cerrado la puerta sigilosamente‖; ―el teórico de la escena de vanguardia cerró delicadamente la puerta‖ (Nocturno de Chile 139-41).

52 las consecuencias), la suma importancia del silencio respecto a lo relacionado con la Junta Militar: Un servicio que se realiza en la oscuridad y la mudez, lejos del fulgor de las medallas, añadió. Hablando en plata, un servicio que debe llevarse a cabo con la boca cerrada, dijo el señor Oido. Punto en boca, dijo el señor Odeim. Labios sellados, dijo el señor Oido. Silencioso como una tumba, dijo el señor Odeim. (énfasis añadido 104-5) Este mismo silencio será el sonido más audible en los episodios consiguientes en la mansión de los militares. Se menciona explícitamente seis veces, empezando con la llegada inicial del sacerdote crítico a la casona donde, esperando, con cierta intranquilidad, su té, comenta que se escucha: ―[. . .] otra vez silencio‖ (énfasis añadido 107).61 Aparece nuevamente en el paseo que Pinochet y Urrutia Lacroix dan por el jardín en el fondo de la casa: ―y luego volvió, incólume, el silencio profundo‖ (énfasis añadido 110). Durante esta caminata, el párroco propone recitar dos poemas de Leopardi62 para su general y en la letra de El infinito, que sabe Urrutia Lacroix de memoria, hay una referencia a un silencio infinito: ―...io quello / Infinito silenzio a questa voce / Vo comparando...‖ (énfasis añadido, Casale 229). El silencio aparecerá tres veces más en el caserón de la Junta Militar; primero con el General Mendoza, el líder que prestó los servicios de los Carabineros a los proyectos del golpe y la consagración del gobierno militar: ―como era habitual en él, permaneció en silencio‖ durante las lecciones (énfasis añadido 111), y luego cuando Urrutia Lacroix conversa con Pinochet antes de entrar en el aula, surge dos veces más: ―Durante un rato ambos permanecimos en silencio [. . .] Volvimos a quedarnos en silencio‖ (énfasis añadido 117-8). Décadas después, Urrutia recuerda, con cierta nostalgia desesperada, los años bajo el gobierno militar como ―aquellos años de acero y silencio‖ (énfasis añadido 121). En lo que respecta al motivo del silencio, más interesante todavía son las palabras del padre Sebastián con que se inicia su monólogo al comienzo del libro. Advierte él que el optar por el silencio puede conllevar consecuencias hasta divinas, aunque, al mismo tiempo, duda que su propia mudez le sea especialmente problemática:

61 En la escena de la llegada se pueden señalar, por un lado, las ―cortinas que velaban las ventanillas del coche‖ en que viajan el sacerdote y el coronel Pérez Larouche y, por otro, la presencia de la ausencia de los guardias armados: ―una buena guardia es aquella que no se ve‖ (107). 62 El infinito (citado arriba) y Canto nocturno de un pastor errante de Asia (Nocturno de Chile 111).

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Uno tiene la obligación moral de ser responsable de sus actos y también de sus palabras e incluso de sus silencios, sí, de sus silencios, porque también los silencios ascienden al cielo y los oye Dios y sólo Dios los comprende y los juzga, así que mucho cuidado con los silencios. Yo soy responsable de todo. Mis silencios son inmaculados. (énfasis añadido 11-12) Las revelaciones con que topamos en las siguientes ciento cuarenta páginas dan fe de que estos silencios no son tan impolutos como el padre Sebastián los presenta. Es más, la tendencia de guardar silencio del cura-crítico, claramente un producto de decisiones conscientes, se puede verificar en aquellos relatos al principio de Nocturno de Chile en que Sebastián tuvo oportunidades para hacer que su voz se escuchara, aunque prefiriera mantener cerrada la boca. En camino hacia el fundo de Farewell con su conductor campesino, Urrutia Lacroix entra en un corto debate personal: ―me debatí entre decir que yo era un invitado del señor González, así sin mayores explicaciones, o callar. Opté por callar‖ (énfasis añadido 18). En la próxima página, una vez reunido con Farewell y otro poeta joven, la misma oportunidad se presenta y de nuevo no habla: ―Recuerdo que aunque tuve ganas de participar, tal como amablemente se me invitó a hacer, opté por el silencio‖ (énfasis añadido 19). Aunque estos ejemplos no tienen nada que ver con situaciones en que el silencio representa un problema moral y urgente, sí sirven para presagiar lo que vendrá después cuando estas elecciones dejen a Urrutia Lacroix hundido en un mundo donde los silencios y decisiones del pasado se convierten en gritos y arrepentimientos incesantes que lo martirizan exponencialmente. Conclusión, o lo que escondía la peluca Resumiendo uno de los propósitos cardinales de la novela, la crítica chilena Patricia Espinosa H. caracteriza Nocturno de Chile como ―[u]n intento de mirar tras la cara visible del mismo poder que hoy intenta seguir convenciendo con su discursividad del ocultamiento‖ (130).63 Este ocultamiento, evocado textualmente en la propuesta de Urrutia Lacroix de no ―remover lo que el tiempo piadosamente oculta‖ (142), recurre a tácticas que, a pesar de tener una semblanza de éxito durante cierto tiempo, están destinadas a fracasar. Cuando éstas se ponen al descubierto y queda demostrada su perversidad, pierden toda autoridad. Los silencios y la

63 Esta frase, aunque la citamos de la compilación de artículos críticos de Celina Manzoni publicada en 2002, apareció originalmente en marzo de 2001 en el número veintinueve de la revista Rocinante. Nos gustaría poder decir que aquella discursividad de ocultamiento referenciada no es tan prevalente hoy como lo era a comienzos del siglo actual.

54 afonía del cura-crítico, en conjunto con la propensión por evocar los acaecimientos ya vividos de una manera que acalla, omite y/o niega la responsabilidad y la verdad correspondientes, es reprochada sin ambages. Estas invectivas cobran más fuerza a medida que el público lector se da cuenta de que los silencios, mutismos y tergiversaciones han sido elegidos, a plena conciencia, por un hombre que ha sido, desde su púlpito-columna, una suerte de (porta)voz ideológico oficial, único y unánime, cómplice de los que gobernaron entre 1973 y 1989. No obstante, estas condenas dependen llanamente de la admisión de culpa del cura mismo dentro del texto. Sin que Urrutia Lacroix se recrimine a través de la delación penosa que constituye la novela, las acusaciones pueden seguir siendo negadas por este sujeto como siempre lo ha hecho. Sólo su confesión (la reescritura de su propia historia), constatada en su arrepentimiento y en su desconsolada desesperación, puede ocasionar la catarsis mortal que arrase cualquier reclamo de inocencia del protagonista. Es por esta razón que el personaje místico del joven envejecido termina siendo, a fin de cuentas, el más decisivo de la novela. Como alguien / algo fantasmagórico que saboteó la tranquilidad del cura ya hace tiempo, el antagonismo del joven envejecido se establece a partir de las primeras frases de Nocturno de Chile: ―Estaba en paz conmigo mismo. Mudo y en paz. Pero de improviso surgieron las cosas. Ese joven envejecido es el culpable. Yo estaba en paz. Ahora no estoy en paz‖ (énfasis añadido 11).64 La aparente enemistad entre Urrutia Lacroix y el joven envejecido (su nombre lo invoca el sacerdote veintiocho veces en el libro) es indiscutible, aunque el rol específico de este último no ha sido formalizado con unanimidad en la crítica. Contando con su propia voz crítica y desaprobadora, el joven envejecido funciona, según varios críticos, como la conciencia del protagonista, si bien, según otros, se debe entender como la voz del autor mismo dentro del texto. Álvaro Bisama lo explica como ―una sombra china que le recuerda al narrador su propia alianza con el mal‖ (90),65 a la vez que nota, respecto a éste, que sus ―pocos datos calzan [. . .] con el mismo Bolaño‖ (90). Uno de estos ―pocos datos‖ claves nos comunica información relacionada con la juventud del personaje fantasmal: ―el joven envejecido...por entonces sólo era un niño del

64 La ‗paz‘ aquí referida tiene cierto eco con una de las declaraciones de Ignacio Valente en el artículo de aniversario que escribió el 1 de septiembre de 1991: ―Estoy en paz con todos los escritores del país, si bien no puede decirse que todos ellos estén en paz conmigo, porque esa bienaventuranza es –por lo menos en Chile- imposible‖ (Valente 19). 65 De forma burlesca, Bisama también le confiere al joven envejecido el apodo de ―Pepe Grillo‖ (90).

55 sur, de la frontera lluviosa y del río más caudaloso de la patria, el Bío-Bío temible‖ (Nocturno de Chile 69). Esta región de Chile tiene resonancia especial para Bolaño ya que pasó allí su infancia: ―Los Ángeles, Bío Bío, el sitio donde más tiempo viví en Chile‖ (Entre paréntesis 204). Otro de los pocos datos que apoya la teoría de que Bolaño es el joven envejecido sería su fecha de nacimiento: ―Estábamos a finales de la década del cincuenta y él [el joven envejecido] entonces sólo debía de tener cinco años, tal vez seis‖ (Nocturno de Chile 22). Bolaño, nacido en 1953, tendría la misma edad aquí descrita. Siguiendo las tres líneas inquisitivas mencionadas, Juan Antonio Masoliver Ródenas caracteriza al ―joven poeta envejecido‖ como no sólo el ―alter ego‖ y la ―conciencia‖ del narrador sino también como una representación de Bolaño mismo dentro de la novela (190).66 A nuestro parecer, cada una de estas interpretaciones es válida, aunque preferimos acercarnos al joven envejecido como el intento de Bolaño de injertarse en la mente de un protagonista que, en palabras de Patricia Espinosa H., ―se mueve dentro de una dinámica donde la culpa parece anularse con facilidad extrema‖ (131) con el fin de explorarla y, al mismo tiempo, reeducarla.67 Como se ha establecido, la novela nos permite presenciar dos procesos paralelos e invertidos que son, por una parte, la perdición y corrupción de Urrutia, y, por otra, el reconocimiento y admisión del mismo proceso arruinador. De acuerdo con esta observación, J. A. Masoliver Ródenas nota que ―[p]oco a poco, la conciencia del narrador adquiere una presencia más dominante‖ (191) a medida que se avanza la novela, hecho representativo del segundo proceso. A estas dos evoluciones corresponde añadir una tercera, la que posibilita la solidificación final de la culpa: el debilitamiento de la fiebre que aflige a Urrutia Lacroix desde la primera línea de la novela. Explica el mismo Bolaño: Los primeros capítulos están narrados desde el delirio más extremo, 68 desde los 40 grados de fiebre, pero los últimos están narrados desde los 37.5 y en el último párrafo, cuando empieza la tormenta de mierda, ya no hay fiebre. (Jösch)

66 Masoliver Ródenas también señala otro surgimiento de este personaje en otra obra de Bolaño: ―el curioso libro de poemas Tres‖ (191). 67 Una cita de Bolaño esclarece la raíz de su curiosidad: ―En Nocturno de Chile, lo que me interesaba era la falta de culpa de un sacerdote católico‖ (Braithwhite 114). 68 Careciendo la novela de divisiones formales, éstos los podemos interpretar como episodios, o, quizá, como los capítulos a los cuales Bolaño llama a Urrutia Lacroix.

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Los delirios provocados por esta calentura inicial le dan al autor la oportunidad de meterse en la cabeza del narrador y manifestarse, dentro de sus propios pensamientos, como una voz interior autónoma y contestataria, un ser espectral identificado simplemente como el joven envejecido, un artilugio literario que será nada menos que el catalizador que incita la cristalización de conciencia del cura-crítico. Que la fiebre ya haya desaparecido para la última línea de la novela resulta muy relevante, dado que significa que la consciencia implantada representada por el joven envejecido ya ha sido apropiada por Urrutia Lacroix. Cobrada nuevamente la lucidez y apaciguados los delirios, el autor ya se ha extirpado de su personaje principal, dejándolo solo para preguntarse: ―¿dónde está el joven envejecido? ¿por qué se ha ido?‖ (149). A esta altura, las verdades (y, sobre todo, la culpa correspondiente a éstas) puestas al desnudo por el joven envejecido se han internalizado de modo que el protagonista abandona ya totalmente aquella ―discursividad del ocultamiento‖ a la vez que reconoce su culpabilidad y se alinea con el mismo punto de vista que lo recriminaba. Como señal de que pone fin a esta sincronización de conciencia, el cura-crítico duda de su propia identidad: ―¿soy yo el joven envejecido?‖ (149). La transformación, claro está, conlleva consecuencias muy duras para el trasplantado, aunque en realidad no es la transformación en sí sino la vida que ha llevado el sacerdote lo que se debe aclarar como el verdadero culpable. De esta realización, la de que el único culpable es uno mismo, se brota la tormenta representativa de un ‗apocalipsis individual‘ con el cual se cierra la novela.69 Tomado en cuenta el epígrafe proveniente de ―La peluca morada‖, uno de los cincuentaidós cuentos de la serie del padre Brown del escritor y periodista inglés G. K. Chesterton, la lobotomía moral a que es sometido Urrutia Lacroix, aunque resulta menos sutil que la simple acción de quitar una peluca, no debe asombrar. El mandato Quítese la peluca lo cumple Bolaño, revelando la calvicie subyacente, la identidad real del cura-crítico, pelo por pelo. Es más, Bolaño hace que el padre Sebastián se contemple en el espejo de su narración a la vez que le arranca lentamente el cuero cabelludo. Lo que se descubre es el pasado, el pasado de

69 No nos cuesta suponer que esta tormenta culmina con la muerte de Urrutia Lacroix, ya que apenas tiene fuerza para apoyarse en su codo mientras narra su tragedia. Entenderíamos, entonces, el sustantivo ―apocalipsis‖, usado por Bolaño (Jösch) en referencia a esta tormenta culminante, como una referencia no tanto a una revelación profetizada sino al fin (individual) del mundo. Cuesta menos todavía si recordamos la muerte ya citada del homónimo crítico Ibacache de Estrella distante, causada por infarto cardiaco (45).

57 complicidad y el subsecuente intento de esconder la colaboración ilícita. Resume Bolaño, hablando en torno a la novela que ―[v]ivir sin culpa es abolir la memoria, perpetuar la cobardía‖ (Braithwhite 114). Irónicamente, en 1980, Ignacio Valente denunciaba también, con un tono prepotente, la cobardía y los demás elementos que Bolaño asalta en la novela: Nada más cómodo, entonces, que ser misericordioso [en la crítica]; se evita uno los enemigos, las polémicas, las incomprensiones. Pero, precisamente en esos casos, nada me irrita tanto como la cobardía, el silencio cómplice, el conformismo o la abstención. Allí la misericordia se transforma en vileza. (énfasis añadido, Valente 30) Aunque el cura-crítico habla del ejercicio de la crítica, sería un error sugerir que estos principios se han sacado de contexto. Las incongruencias que se entrevén, la del cobarde que denuncia la cobardía, la del silencioso cómplice criticando el silencio y la complicidad, etc., serán el motivo de Bolaño para crucificar al que se esconda detrás de sus propias fabricaciones. Las circunstancias, en conjunto con la postura y el compromiso tajantes del autor, hacen que estos juegos de (re)interpretación de Historia y culpa sean de alto riesgo. Explica el peso de estas cuestiones el autor: ―Si yo, que fui una víctima de Pinochet, me siento culpable de sus crímenes, ¿cómo alguien que fue su cómplice, por acción o por omisión, puede no sentirse culpable?‖ (Braithwhite 114). En fin, aunque en Nocturno de Chile son los personajes de María Canales y Jimmy Thompson, dentro de su capacidad como representantes del aparato represivo de Estado, los que torturan, matan y físicamente cometen los crímenes más atroces, es evidente, sin lugar a dudas, que el padre Urrutia, actuando en armonía con el gobierno militar, es retratado como solidario exponente de una ideología que fue convertida, por otros, en ejemplos de violencia inquietante. En este punto, lo que más diferencia al Padre Sebastián de la Junta y el aparato represivo de Estado es su condición de intelectual, realidad que dictaba que su contribución principal al gobierno militar se realizara en ambientes teóricamente alejados de la sangre que manchaba la tierra. No obstante, el mismo gobierno que ponía en movimiento los aparatos represivos (el ejército, la FACH, los carabineros, la DINA, etc.) que perpetraron los crímenes en nombre de una guerra interna antimarxista, dependía plenamente de contribuciones de todo tipo. Contaba con el apoyo y complicidad de todos los aparatos ideológicos de Estado de la superestructura para realizar su proyecto fascista, tal como teorizaron Gramsci y Althusser. Asimismo, en las escenas de las tertulias nocturnas, se hace evidente que la línea entre ideología y el

58 derramamiento de sangre en nombre de la misma puede llegar a borrarse completamente. Frente al hecho innegable de que haya tomado decisiones personales que lo convierten en un verdadero copartícipe del autoritarismo chileno cuyo recuerdo actualmente evoca no el tono triunfal de los que Linda Hutcheon define como ―the heroic victors who have traditionally defined who and what made it into History‖ (49) sino la culpa y la vergüenza, no debe extrañar que Urrutia Lacroix se empeñe tanto en olvidarse de haber tomado parte activa en ello. Al otro extremo, Bolaño, con su afilada prosa y el recurso autorreferencial del joven envejecido que fuerza a Urrutia Lacroix a cambiar de H/historia, no se lo permite.

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