280 VIAJE A NUEVA GRANADA recordaBe la anécdota de aquel soldado que no en- contraba de comer en la posada, anécdota muy an- tigua que todo el mundo sabe, resolví seguir BU ejemplo. El resultado sobrepujó mis esperanzas: pidiendo poco a poco obtuvimos huevos, azúcar y frutas. Después resultó que oprimiéndose un poco habría lugar para que todos durmiesen en la cabaña. Al día siguiente penetrábamos en la bonita ciu- dad de Ibagu,é; y después de un día de reposo al- quilé mulas para continuar mi viaje. Bajando primero por los últimos contrafuertes de la Cordillera, cruzamos a poco el Magdalena, y siguiendo luégo un camino montuoso menos practi- cable, llegamos sin percance alguno al pueblo de La Mesa, situado en una vasta meseta, limitada a lo lejos por una línea ondulante de montañas azula- das: en la falda de éstas se halla Santa Fe de Bo- gotá.

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DE BOGOTA A BUENAVENTURA

CIVILIZACION DE LOS INDIOS CHIBCRAS ANTES DE LA CONQUISTA ESPA~OLA. - TRADICIONES.-RELIGION. LEGISLACION.-COSTUMBRES.-COMERCIO E INDUS- TRIA.-ORIGEN HISTORICO DE .-FUNDA- CION DE SANTA FE DE BOGOTA.-ENCUENTRO DE TRES CONQUISTADORES.

Cuando los españoles descubrieron la América intertropical, había en este país tres centros de ci- vilización: Méjico, el Perú y Nueva Granada. Todo DOCTOR 8A:FFRAY 181 el mundo ha leído la historia de los peruanos y la de los mejicanos; ¡pero quién conoce la de los chib- chas' Su territorio ocupaba más de seiscientas leguas cuadradas, entre los 40 y 70 de latitud septentrio- nal, comprendiendo las vastas mesetas y los férti- les valles, donde se elevan Socorro, Vélez, y . A falta de documentos jeroglíficos tan numero- sos como los de los mejicanos o de anales escritos con combinaciones de nudos, como los quipos del Perú, tenían tradiciones, cuidadosamente conser- vadas por una casta sacerdotal. Los españoles hu- bieran podido legarnos la historia de los chibchas; pero fue tan rápido en Nueva Granada el aniquila: miento de los indios, que al cabo de pocos años no quedó persona alguna que pudiese referir las tra- diciones del país. Por otra parte, los frailes y los sacerdotes que seguían a los conquistadores, desplegaron un celo iconoclasta terrible; los templos, las imágenes, los objetos sagrados, y los pocos jeroglíficos que exis- tían, fueron destruídos como obra del demonio y el nombre mismo de los chibchas estuvo a punto de ser suprimido, pues los españoles, víctimas de un error de los primeros días, continuaron llamándo- les Muyscas, denominación que en el idioma de aquel pueblo significaba gentes, individuos o personas. Los documentos que nos quedan, relativos a los chibchas, están diseminados en las relaciones de los primeros cronistas. Yo he sacudido el polvo vene- rable de sus escritos para reunir los hechos de cua- tro siglos de olvido, a una nación que tiene derecho 282 VIAJE A NUEVA GRANADA a ocupar su lugar en la historia del Nuevo Conti- nente. En el país de los chibchas no residía todo el po- der en las mismas manos. La dirección de los asun- tos espirituales pertenecía al gran sacerdote de Traca; del gobierno civil estaba encargado en el norte el Zaque de Hunza (hoy Tunja), y en el sur el Zipa de Mequetá (ahora Funza). Al llegar los españoles, el Zipa extendía su in- fluencia sobre los Usaques, o jefes de la mayor parte del territorio del Zaque, de modo que la mo- narquía hereditaria tendía a reemplazar a la con- federación primitiva de las diversas tribus. El gran sacerdote de Traca era elegido alterna- tivamente por las tribus, según lo había establecido· Nemterequeteba, personaje legendario a quien se atribuye la civilización del país, llamándole también Xué y Chinzapagua, o sea el Enviado de Dios. Cuén- tase que llegó del Oriente, tal vez de las llanuras del Orinoco; era un anciano venerable, de luenga barba blanca, y vestía una túnica y un manto cuyas puntas estaban sujetas en los hombros. En la época de la conquista llevaban los chibchas este traje. Nemterequeteba encontró a los indios en un es- tado de completa barbarie, sin gobierno, sin leyes, sin religión, y comenzó por enseñarles a hilar y te- jer los algodones. Vivió largo tiempo entre los chib- chas dándoles ejemplo de todas las virtudes y ha- ciéndoles aprender las artes más indispensables. Estableció ceremonias religiosas, una administra- ción y leyes; y más sabio que los legisladores de Méjico y del Perú, ocupóse de la condición de las mujeres. Los Usaques o jefes de tribu eran, respec- to a sus subordinados, infalibles e inviolables, pero DOCTOR SAFFRAY 283 sus esposas legítimas tenían derecho a juzgar su conducta y aplicarles, en caso de falta grave, hasta ocho latigazos. Y no se limitaban sus atribucio- nes a castigar al marido, sino que al morir, estaban autorizadas las mujeres para imponerle cinco años de viudez, como correctivo por la falta de conside- raciones a los malos tratamientos. Cuando Nemterequeteba creyó terminada su mi- sión, retiróse bajo el nombre de Idacanza, al santo valle de !raca; vivió algún tiempo en Suamos, y desapareció luégo en las llanuras de Casanare, unos mil cuatrocientos años antes de la conquista. En memoria de este acontecimiento, los indios dieron a los últimos parajes donde habían visto a su bienhechor el nombre de Sugamui (Lugar de. la Desaparición), que los españoles cambiaron por el de . Un fraile tuvo ocasión de ver, cerca del pueblo de Bosa, donde Nemterequeteba había comenzado su vida pública, un hueso de dimensión extraordi- naria, venerado de los indios como procedente de un animal que había conducido al misterioso per- sonaje. Poco experto en materia de paleontología, el reverendo creyó reconocer en aquella reliquia un hueso de camello y pretendió demostrar que el ci. vilizador de los chibchas no podía ser sino San Bar- tolomé. El P. Zamora, cronista de la orden de los Predicadores, halló más tarde argumentos irrefu- tables en favor de Santo Tomás, mientras que el franciscano P. Simón, declaraba que no podía ase- gurar ni negar nada. Yo creo que se trataba de un hueso de masto- donte, pues hallaron otros de este animal, así como dientes, en los aluviones del río Suacha. VIAJE A NUEVA GRANADA

Según la leyenda de los ehibehas, al prinCIpio reinaba la oscuridad en la tierra; hallábase la luz encerrada en un gran espacio, del cual se escaparon .al fin enormes aves que lanzaban llamas por el pi- co. La luz, o el Dios creador, se llamaba Chimini- gagua; el día en que se disiparon las tinieblas, vióse salir de la laguna de 19uachué, cerca de Tunja, una mujer admirable, Bachué, llamada también Fuza- chogua, es decir, Buena Mujer. Llevaba en sus bra- zos un niño de tres años, y cuando éste llegó a ser hombre, casóse con Bachué, la cual dio a luz cinco niños a la vez, con lo que se pobló la tierra rápida- mente. Cuando vio Bachué que ya había bastantes hom- bres, volvió con su esposo a la laguna de Iguaqué, donde ambos desaparecieron bajo la forma de ser- pientes. Los chibchas adoraban a Bachué, a la cual ele- 'Vabanestatuas de madera y oro, y además del Dios creador, reconocían una trinidad, cuya existencia, según dice Oviedo, les fue enseñada por , personaje legendario como Nemterequeteba. Cierto es que entre sus ídolos había uno de tres cabezas. Creían en la inmortalidad; pero así como la ma- yor parte de los pueblos de América, su ideal de la segunda existencia no consistía en la contempla- ción y el reposo. Oreían que los muertos bajaban al centro de la tierra, y que allí encontraba cada cual todo cuanto acababa de abandonar. Los sacerdotes tenían una idea bastante clara de un Dios supremo, tributaban a Bochica los mismos honores que al Dios universal, pero el pueblo adoraba sobre todo a las divinidades particulares. La principal de ellas era , o Apoyo de los chibchas, a la que DOCTOR BAFFRA Y 285 consideraban como su protector especial; era sobre todo el Dios de los cultivadores, de los mercaderes y de los tejedores y de los pintores de telas, y pre- sidía también las fiestas en que se bebía la . Los indios le representaban bajo la figura de un oso o de una garduña, no le profesaban gran vene- ración y decían que en vez de ofrecerle, como a los otros dioses, oro, esmeraldas y alhajas, bastaba darle chicha. El dios Chaquen presidía en los lugares consa- grados por recuerdos religiosos o por ceremonias, y protegía también los límites de las propiedades. Ofrecíanle las diademas de plumas y oro que lleva- ban los guerreros en los combates. Adoraban asÍmismo el arco iris, al que daban el nombre de Cuchavira, venerado sobre todo por los enfermos. El origen de este culto se enlazaba con la tradición de un diluvio parcial, del que se re- conocen vestigios evidentes en las mesetas de los , desde Bogotá hasta Tunja, habiéndose ha- llado aquel espacio lleno de piedras cubiertas de jeroglíficos. Véase ahora cómo explicaban los chibchas este diluvio. Chibchacum, descontento de los habitantes de la llanura de Bogotá, cambió el curso de los ríos Sopó y Tibito, dirigiéndolos hacia el llamado Fun- za, y convirtió así todo el país en un inmenso lago. Los habitantes, refugiados en las alturas y expues- tos a morir de hambre, invocaron a Bochica. Com- padecido el dios al ver su miseria, apareció en la punta de un arco iris y lanzó en el espacio una va- rita de oro, la cual practicó en las aguas una salida al caer, formando el salto de . Y para castigar a Chibchacum por el mal que había hecho, 2S6 VIAJE A NUEVA GRANADA condenóle Bochica a llevar sobre sus hombros la Tierra. Sin embargo, pareciéndole demasiado pe- sada, consintió en que la trasladara de vez en cuan- do de un hombro a otro, lo cual explica los terre- motos. Los lugares elegidos para la adoración eran por lo regular lagos, rocas y cascadas, pero también había algunos templos al rededor de los cuales ha- bitaban los cheques o sacerdotes, cuyas funciones eran hereditarias como las de los Usaques. El niño destinado al sacerdocio entraba a la edad de doce años en un seminario llamado Cuca, donde perma- necía hasta los veinticuatro. Allí se le iniciaba en los dogmas religiosos, en la verdadera computación del tiempo y en las tradiciones que formaban la cien,cia de la casta privilegiada. Terminados los doce años de estudio, perforábanle la nariz y las orejas para ponerle anillos de oro, y recibía la in- vestidura de manos del Zipa, quien le entregaba algunas hojas de la planta llamada eritroxilo coca, como emblema de la vida retirada, ofreciéndose después a los dioses algunos sacrificios. Los sacerdotes no salían de su morada sino para dirigir las ceremonias, y debían conservarse castos y puros bajo la pena de perder su rango. En los templos había grandes vasos que representaban de ordinario un hombre o un animal, y que servían para depositar las ofrendas de oro y de esmeral- das. Cuando estaban llenos, los sacerdotes oculta- ban el contenido en los parajes accesibles de las montañas, o lo arrojaban en los lagos y los ríos. Los chibchas adoraban también el sol; pero no le erigían ningún templo, alegando "que era un dios DOCTOR SAFFRAY 287 demasiado poderoso para encerrarle entre pare- des". De los datos recogidos resulta que los chibchas castigaban con pena de muerte el homicidio, el rapto y el incesto: a los acusados de este último crimen se les encerraba en una caverna con reptiles e in- sectos venenosos. Los cobardes eran condenados a vestirse como las mujeres y a dedicarse a sus mis- mos quehaceres; y el ladrón recibía cierto número de latigazos. Había también delitos por los que no se imponía a menudo más pena que la de llevar la ropa desgarrada; pero esto era ya una nota infa- mante. A la mujer en quien recaían sospechas de infidelidad, condenábanla a este último castigo. No había cárcel por deudas, pero el Usaque enviaba a la casa del mal pagador un hombre de su confian- za, encargado de atar a la puerta un tigre pequeño y un oso, animales que se reservaban para este uso y que el acusado debía mantener, juntamente con el mensajero, hasta dejar satisfecho el débito. Cuan- do faltaban los animales, el enviado del jefe apa- gaba el fuego del hogar, y no permitía que se en- cendiese hasta que se hubiera satisfecho la deuda. La industria de los chibchas consistía principal- mente en tejer y adornar las telas de algodón y en fabricar hamacas, armas y útiles de piedra o de madera dura. Eran muy hábiles en trabajar el oro, que compraban en polvo a los pueblos de las orillas del Magdalena o de Girón. Construían también ído- los, figuras de animales, vasos, diademas, cinturo- nes y adornos para la nariz y las orejas, y traba- jaban asímismo con mucho arte las conchas, que servían de copas. En cuanto al territorio que ocupaban, era rico 288 VIAJE A NUEVA GRANADA en salinas y manantiales; los indígenas sabían eva- porar las aguas en vasijas de barro, y la sal así ob- tenida constituía el objeto de cambio más impor- tante en el tráfico. Sin contar los mercados locales, que se celebra- ban el primer día de cada semana, organizaban grandes ferias, a las que acudían los habitantes de los pueblos inmediatos. En toda la América, los chibehas eran los únicos que usaban una verdadera moneda, consistente en discos de oro de dimensio- nes y peso uniformes. Vendías e también a crédito; pero la deuda se duplicaba a cada luna después de celebrarse el contrato. La venta a crédito y el uso de la moneda impli- can un sistema de numeración: los chibchas conta- ban primeramente por los dedos de la mano, Ata, Bosa, Mica, Muyhica, Hisca, Ta, Cuhupeua, Suhu- za, Aca, Ubchihica; si pasaba de este número aña- dían la palabra pié, Quihicha, y decían: Quihicha ata, Quihicha bosa, etc. El número de veinte se expresaba por la pala- bra Gueta, que también significa casa; y luégo con- taban por veintenas. Todos los nombres de los números correspon- dían a las fases de la luna y a los trabajos agrícolas o a las ceremonias religiosas, de modo que su nu- meración se leía casi como su calendario, formando el conjunto un sistema mnemónico. t Quién no ha oído hablar de El Dorado (Eldo- rad), país maravilloso donde el oro, tan común co- mo entre nosotros el hierro, formaba montes que resplandecían a los rayos del solYDurante dos si- glos estuvieron saliendo expediciones del Orinoco, de Venezuela, de Nueva Granada y del Perú, para DOCTOR SAFFRAY 289

descubrir esa tierra prometida, cuyo nombre, se- gún el P. Simón, "resuena agradablemente al oído y parece regocijar el corazón, porque evoca el re- cuerdo del precioso metaL" Entre los aventureros célebres que recorrieron las soledades inexploradas de América, en busca del país del oro, figuran en primer término: Ore- llana, enviado por el virrey del Perú; Felipe de Urré, gobernador militar de Coro, antigua capital de Venezuela; y Berrero, a quien González, gober- nador del Perú, no quiso ceder la mano de su hija sino a condición de que consagrase su existencia al descubrimiento de El Dorado. El ilustre sir Walter Raleigh intentó también la aventura; y uno de los motivos que impulsaron a los jesuítas a estable- cerse en el Orinoco fue la esperanza de llegar al país del Oro. El P. Gumilla escribía en 1740 lo si- guiente, en su Historia del Orinoco: "Lo que se re- fiere sobre las riquezas y los tesoros de "El Dorado no tiene nada de particular ni debe admirarnos". y más lejos, dejándose llevar de un transporte de celo, exclama: "Si algún día nos es permitido ir a predicar la fe en El Dorado, icuántos indios podre- mos salvar 1" Si el interior de Nueva Granada no hubiera sido conocido de los españoles antes de 1536, la nom- bradía de un país que llamaban El Dorado, y de cuya existencia se hablaba vagamente desde el Pe- rú hasta el mar de los Caribes, habría sido lo sufi- ciente para que lo descubrieran a la vez tres hom- bres que habían partido, el uno de Santa Marta, el segundo de Coro y el tercero de Quito. Federmán, teniente del gobernador Espira, sa- lió de Coro en 1535 a la cabeza de doscientos hom- 290 VIAJE A NUEVA GRANADA brel!; cruzó las llanuras de Casanare, franqueó el río Meta, afluente del Orinoco, por la parte supe- rior de su curso, y después de sufrir por espacio de tres años todas las privaciones, todos los padeci- mientos imaginables en una excursión de semejante naturaleza, ganó las mesetas de la Cordillera orien- tal. Al mismo tiempo, Gonzalo Jiménez de Quesada salía de Santa Marta con trescientos hombres y se- senta caballos, para descubrir por el sur una tierra que se suponía rica en oro; y por último, mientras que Federmán y Quesada proseguían lentamente su objeto, un compañero de Pizarro, Sebastán Be- lalcázar, partía de Quito para conquistar también la tierra del Oro, acerca de la cual fue el primero en recoger datos positivos. . Hé aquí lo que le refirió un indio que, según dijo, llegaba de un país situado al norte, conocido con el nombre de Cundinamarca. "Hay en mi país un lago sagrado que llaman , a donde van todos los años el jefe y los sacerdotes en solemne procesión. Al llegar a la última de las gradas de piedra por las cuales se baja al nivel del agua, el cortejo se embarca en unas balsas para dirigirse al centro del lago, y una vez allí, arroja en las on- das vasos llenos de oro y de esmeraldas, así como figuras de animales del mismo metal. Los sacerdo- tes y el jefe van asu vez revestidos de placas de oro y de diademas de piedras preciosas. Después de la ofrenda ordinaria, el jefe se despoja de sus hábitos, para que le froten con trementina de frai- lejón; cúbrenle el cuerpo de polvo de oro, y hacien- do entonces una invocación al sol, se bañan en el lago". Tal es el verdadero origen de la palabra El Do- DOCTOR SAFFRAY 291 rado, el Hombre Dorado, que se convirtió después en Eldorado, aplicando a un país lo que en el ori- gen se refería a una persona. Bajo la fe de este relato, Sebastián Belalcázar avanzó por el territorio de los indios de Pasto, des- cubrió el valle del Patía y el de Popayán, franqueó la Cordillera Central, así como el valle de Neiva, y dio por último vista a la gran extensión en que se hallaba Bogotá, nombre que significa en chibcha límite de los campos en cultivo. Aquel era el país que llaman Eldorado, pero Be- lalcázar lo ignoraba aún. A Quesada estaba reser- vada la gloria de recorrer triunfante el país de los chibchas y recoger sus riquezas. Quesada, prosiguiento su camino a lo largo de la Cordillera Oriental, cruzó el río Sarabita, afluen- te del Sogamoso, y atravesó luégo el territorio de Guachetá, donde los indios le ofrecieron oro y es- meraldas. Sin embargo, noticioso el Zipa de la llegada de los extranjeros, publicó un bando de guerra, pre- sentando batalla a los españoles cerca de Nemocón, donde se explotaba una salina. Los castellanos que- daron vencedores. El Zipa se retiró a sus tierras; desapareció lué- go; llevando consigo todas sus riquezas, y dejó a los españoles en posesión de Bogotá. Como quiera que los indios asegurasen a Que- sada que las esmeraldas procedían del nordeste, pú- sose aquél en marcha en dicha dirección; reconoció, en efecto, las minas de Somondoco, y engañado por sus guías, anduvo errante cerca de dos meses a una jornada de Hunza, residencia del Zaque Quemun- chatocha. Sin embargo, un traidor le enseñó el ca- 2112 VIAJE A NUEVA GRANADA mino, y entonces precipitóse hacia la ciudad, cuyas puertas, revestidas de placas de oro, resplandecían desde lejos a los rayos del sol. Los españoles forzaron la entrada de la casa del Zaque, a quien hallaron sentado e impasible, ro- deado de varios jefes que ostentaban adornos de oro y escudos del mismo metal. Quesada mandó agarrotar al Zaque, visto lo cual por los indios, em- prendieron la fuga en todas direcciones. El saqueo duró toda la noche, a la luz de las antorchas; entre otros objetos preciosos, encontróse en la habitación de Quemunchatocha una especie de urna funeraria de oro, que contenía osamentas y esmeraldas y se calculó en quinientas mil piastras el valor del botín. Sabedor de la existencia del templo de Sogamo- so, Quesada proyectó apoderarse de él, y después de haber derrotado a los indios del valle de , llegó, al ponerse el sol, a la vista del famoso tem- plo, donde residía el gran sacerdote. Durante la noche penetraron dos soldados en el sagrado re- cinto y al resplandor de una tea vieron brillar pla- cas de oro en las columnas, sobre las momias, en las paredes y hasta en el pavimento, pero en su pre- cipitación por apoderarse de tánta riqueza, deposi- taron sus teas sobre una esterilla, y comunicándose el fuego al punto, las llamas rodearon muy pronto el edificio. Después de una expedición poco ventajosa por el valle de Neiva, Quesada volvió a establecerse en el territorio del Zipa, no lejos de Teusaquillo. Allí mandó a los indígenas construír doce grandes ca- .sas, en recuerdo de los doce Apóstoles, y un edificio más vasto, que serviría de iglesia, y a principios de agosto de 1534, el feliz capitán tomó posesión de la DOCTOR SAFFRAY 293 nueva ciudad, en nombre del emperador Carlos V, dándola el nombre de Santa Fe de Bogotá, así como el de Nueva Granada a los países nuevamente some- tidos. Celebróse la primera misa el 6 de agosto, de cuyo día data la fundación social de la capital; pe- ro, según observa el P. Simón, "Quesada no mandó levantar ningún patíbulo ni horca, ni estableció un curato, ni nada de lo que exige el buen gobierno de una ciudad." Tomando a Bogotá por base de operaciones, Quesada envió a reconocer el país de las cercanías; pero a poco le trajo uno de sus tenientes la noticia de que se acercaba una tropa de españoles, vestidos de seda y con magníficas armas, la cual se dirigía por el valle de Neiva con un verdadero ejército de indios cargados de bagajes: era la expedición de Belalcázar; Quesada, temiendo la presencia de un rival, envió un embajador al jefe para ofrecerle varios objetos de oro, felicitarle por su llegada, y sondear sus intenciones; pero Belalcázar aseguró que no era su ánimo molestar a los que primero' ha- bían llegado, y que sólo deseaba continuar su ca- mino para ir en busca de El Dorado. Mientras que se disponía Quesada a recibir a Belalcázar como amigo, supo que por la parte del Oriente, y cruzando los páramos de Sumapaz, avan- zaba otra tropa de españoles, a las órdenes de Fe- dermán. En este segundo ejército, hombres y caba- llos iban muy flacos, la humedad había inutilizado las municiones, por lo cual se tiraron los arcabuces; las espadas, cubiertas de orín, no salían de la vai- na, y los aventureros iban cubiertos de pieles de animales para preservarse del frío de las montañas. Temiendo Quesada que Federmán ~e uniese a 294 VIAJE A NUEVA GRANADA

Belalcázar para imponer condiciones, trató apresu- radamente con aquel jefe, quien se contentó con una suma de diez mil piastras. Así se reunieron en la llanura de Bogotá, en un reducido espacio, aquellas tres expediciones que ha- illan partido de puntos tan lejanos en busca del país del oro y de las piedras preciosas. Los cronistas nos dicen que cada tropa se componía de ciento se- senta hombres y un monje, el cual hacía las veces de e~bajador. Después de muchas conferencias, los tres jefes se pusieron de acuerdo: Belalcázar re- solvió fundar en Neiva una ciudad que pertenecería a la jurisdicción de Popayán, cuyo gobierno espe- raba obtener, y reclamó para sus soldados el dere- cho de regresar al Perú. Los compañeros de Fi¿'- dermán fueron admitidos a compartir con los sol· dados de Quesada los futuros beneficios de la con- quista. Después de haberlo arreglado todo amistosa- mente, los capitanes marcharon a España, a fin de dar a conocer sus derechos v limitar sus jurisdic- ciones, según lo dispusieron al emperador Carlos V.

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BOGOTA.-USOS y COSTUMBRES.-COMERCIO E INDUS· TRIA.-AGRICULTURA y PRODUCTOS.-ARTES LIBE- RALES.-ANTIGüEDADES.-LOS INDIOS DE LOS ALRE· DEDORES DE BOGOTA.-EL SALTO DE TEQUENDAMA. OBSERVACIONES GEOLOGICAS y P ALEONTOLOGICAB EN LA MESETA DE BOGOTA.-LAS SALINAS DE ZIPA· QUIRA. Los neo-granadinos se muestran orgullosos de su capital, Santa Fe de Bogotá; para 108 que no