EL CENSO PROVINCIAL, LOS POPULl Y LOS CASTELLA DE '

Por Pedro L&EZ BARJA DE QUlROGA Universidade de Santiago de Compostela

Abstract: In this article, the scarce evidence concerning the conduct of census is tho- roughly revised, starting with the weil-known text of Pliny about the population figures of the three conuentus of NW. . Two conclusions emerge of from this analysis: the basic unit was the ciuitas-populus, and secondly, provin- cial subjects were linked by Rome not merely to their domicilies but to their fis- cal domicilies, a more complex entity assigned by the census itself. The caste- /la frorn Gallaecia are to be considered also as administrative units, used by Rome as a help in order to fulfill the task of setting up a list of al1 the people in a country with almost no cities. The Babatha archive from Roman Arabia, and specifically, the declaration presented by Babatha before the Roman authori- ties, may contribute to sustain this view. Keywords : Census, Castellum, Roman Administration, Babatha Archive.

Consta suficientemente que las principales preocupaciones de la adminis- tración romana en lo que se refiere al NO., dejando a un lado el mantenimien- to de la paz, eran dos: recaudar los impuestos fijados y reclutar la mano de obra necesaria para las minas. Otros intereses, aunque sin duda relevantes, tuvieron menos importancia, y me refiero, por ejemplo, al reclutamiento de auxilia o a la difusión del culto al emperador. Recientemente, l. Sastre ha abor- dado el estudio de las organizaciones suprafamiliares desde la perspectivas de las necesidades de mano de obra que acuciaban a la administración romana2. Partiendo del componente esencialmente desigualitario de la gens que, en sí misma, no puede disociarse de la clientela, sugiere que Roma introdujo una organización «gentilicia>, en el Noroeste, con lo que creó lazos de dependen- cia que pudo luego utilizar para trasladar trabajadores indígenas y emplearlos I en las minas. Este proceso provocó, en su opinión, la aparición tanto de gru- pos de parentesco más o menos (

Vaya por delante mi agradecimiento a quienes leyeron el manuscrito original de este articulo y me hicieron saber sus opiniones sobre él, coincidentes o discrepantes. X. A. Fernández Canosa, E. Garcia, A. Orejas y el Consello de Redacción de Gallaecia. Este articulo se enmarca dentro del proyecto ( como castellum (Albertos, 1977 y f988), defendida particularmente por Pereira (1982 y 1984) y de la sugerencia hecha por J.C. Bermejo de asociar este signo al censo pro- vincial romano (Bermejo, 1978-80). 1. El censo se hacía simultáneamente en toda la provincia y su confección podía durar varios meses. Para lo segundo, contamos con las suscripciones relativas al censo realizado en Arabia el año 127 d.C., que indican que el pro- ceso, ese año, duró como mínimo cinco meses (Cotton, 1993). Hay abundan- tes pruebas de lo primero, tanto en Arabia (archivo de Babatha, sobre el cual véase infra) como en Egipto, a lo que pueden sumarse indicaciones de las fuentes literarias (Jos. Ant. 18,1,1: Quirino realizó el censo en toda Siria), así como algunas inscripciones en las que el personaje declara haber realizado el censo en una provincia (por ejemplo, AE 1939,601. M. Raoss añade el testi- monio de D.C: 59,22,3 el cual sugiere que, en tiempos de Calígula, estaban depositadas en Lugdunum las declaraciones censales de las Tres Galias (Raoss, 1985, p. 86-87). No hay ningún motivo para suponer que se remitiese ur:a copia a Roma; más bien al contrario, al Emperador sólo le interesaba conocer, a lo sumo, el montante debido, en concepto de tributo, por cada pro- viflcia. 2. No está del todo claro quién tenía obligación de registrarse. En principio, d~doque la finalidad del censo era primordialmente fiscal, cabe pensar que sb!o figuraban en el censo las personas con obligaciones fiscales, pero lo que sabemos de Egipto muestra que esta presunción puede ser errónea. Alli, el censo recoge también a personas sin obligaciones tributarias, como las muje- res o !os hombres mayores de 62 años, precisamente porque el censo podía servir, secundariamente, a otros fines distintos (Bagnall y Frier, 1994, p. 26-30). P9r iotjc ello, hay razones suficientes para pensar que las cifras de población que da Plinio (NH 3,3,28) para los conuentus lucense (1 66.000), de los (240.00C) y bracarense (285.000) incluyen a mujeres y niños, pese a que la expresikn que emplea (capita libera) sea la que utiliza Livio aludiendo al censo romano, que sólo contaba varones adultos. Desde Beloch se viene conside- rando que Augusto modificó la confeccibn del censo y que, en consecuencia, el número de ciudadanos romanos que aparece en el monumentum Ancyranum (8,2-4) no responde a la práctica republicana, limitada a los varo- nes adultos (Brunt, 1971, p. 7-9 y 11 3-114). Aunque esta idea ha sido contes- tada en fecha reciente (Lo Cascio 1994), pienso que debe mantenerse y, con mucha mayor razón cuando no se trata de ciudadanos romanos sino de pere- grini. Por otro lado, un simple cálculo consistente en dividír estas cifras de Plinio entre el número de populi o de ciuitates que el mismo recoge (22 entre los astures, 15 en el lucense y 24 entre los brhcaros) permite concluir que, de media, un populus reunía a 11 .O00 o 12.000 personas, en época de Vespasiano, y que esta media no varía en ninguno de los tres conuentus, lo que es sorprendente, pues cabria esperar que fuese mas elevada en el braca- rense, donde se encontraban los populi que podemos considerar más impor- tantes y de mayor tamaño. No sabemos con qué regularidad se efectuaba el censo, pues segura- mente dependía de la edad a partir de la cual quedaba uno sujeto a la capi- tatio, edad variable en unas zonas y en otras, pues en Egipto eran los 14 años (y aquí sí sabemos que la periodicidad del censo eran esos 14 años) mientras que en Siria las mujeres pagaban la capitatio desde los 12 años y los hombres desde los 14 años (Dig. 50,15,3 Ulp.); en Egipto y en Arabia las mujeres estaban exentas. Una sugestiva hipótesis ha formulado A. Aichinger, quien propone distinguir entre censos <>,porque los <

L. Sancho Rocher sugiere que los conuentus pudieran desempeñar funciones fiscales debido a que en Plinio el Viejo las formulae prouinciarum están organizadas por conuentus (Sancho Rocher, 1981, p. 37). Menos importancia tiene a este respecto, por estar mutilada, una inscripción en la que se alude a un censitor [conuejntus Cae[saraugustan]i CIL VI l l 7070. Véase Alfoldy, 1969, p. 128. Por su parte, J.J. Sayas prefiere pensar que <(elcenso realizado por Caius Mocconius Verus fue de carácter circunstancial y limitado)) (Sayas, 1994, p. 171). Como ha señalado Alfoldy (CIL 112 14, p. XIII), con independencia de la tabula Lougeiorum, la inscripción 112 14, 333 revela la existencia de un conuentus Tarraconensis ya en época de Augusto o de Tiberio. Consecuencia lógica de lo anterior es la asignación del tributo por comunida- des (no por provincias o conuentus, ni tampoco directamente a cada indivi- duo):como ha señalado Brunt (1990, p. 535), cada comunidad recibía anual- mente la orden del gobierno de entregar una determinada cantidad, en dinero o en especie, como tributo. Una prueba de esto la tenemos en la inscripción AE 1973, 317 (¿de finales del siglo II?) en la que se honra a un personaje por haber equilibrado las cuentas con el fisco (pares curn fkco rationes debe significar que puso el dinero que la comunidad debía al fisco, de modo que las cuentas que- daron equilibradas o igualadas6): Q, Licinio Vec[.. .]/ resp(ub1ica) Int(eramicorum)/ super alia complura merifa/ pares cum fisco rationes infati(gabiw cura et/ indus- tria eius/ consecuta. Por otro lado, conocemos a un lnteramicus exs > Louciocelo (CMLeón 90 = Diego Santos, 1986, nV22), lo que muestra que no eran los cas- tella sino el populus en su conjunto el que se entendía con el fisco, aunque la datación tardía de la primera inscripción debilita las consecuencias que se pue- den extraer de ella. Las colonias romanas hacen excepción a esta norma, si aceptamos la lectura que Grelle (1963, p. 42) propone de los gromáticos, según la cual existe una imposición directa y personal a los posesores en los agri diui- si et adsignati (es decir, en las colonias), mientras que en los municipios y ciui- tates peregrinae era imponible e! ager uniuersus de modo que la comunidad en su conjunto se hacía responsable ante Roma del pago del tributo. La propuesta de Grelle dota de contenido la autonomía de los municipios y subraya las diferencias que los separan de las colonias. Sin embargo, estas dife- rencias se circunscriben a la clasificación del ager, pues tanto las colonias como los municipios y ciuitates peregrinae son considerados responsables colectiva- mente ante Roma, lo que excluye a los particulares de toda dependencia directa de los órganos fiscales romanos (Grelle, 1963, p. 49-51). Por esta razón, sos- tengo que los municipios y colonias, latinas y romanas, gozaban, en este ámbi- to, de plena autonomía para realizar el censo por su cuenta, comunicándole a las autoridades romanas simplemente el resultado. En Italia, y para los ciudadanos romanos, así lo afirma explícitamente la /ex Heracleensis (1.142-158), limitando esta facultad únicamente a los municipia, coloniae, praefecfurae. Para Hispania contamos con una inscripción de Osset (CIL 11, 1256) en la cual los municipes muestran su agradecimiento a Lucio Casio Polión por el censo realizado duran- te su duovirado (cfr. Rodríguez Neila, 1986); y, con un alcance más general, tal y como lo ha señalado Nicolet (1991), la ley lrnitana da por sentada la existen- cia, en los municipios latinos, de una lista de los munícipes con sus repectivas propiedades valoradas en sestercios. En principio, podría admitirse que la admi- nistración romana confeccionara sus propios censos, paralelos a los de los pro- pios municipios, pero pienso que la autonomía municipal nos obliga a rechazar esta idea. Este fue, sin duda, un motivo más para que Roma pusiera, al menos,

Un acto similar de evergetismo lo encontramos en CIL 11,3664, en donde un particular lega cier- ta cantidad a la res publica Ebusitana con el el fin de que con sus intereses se pague todos los años el tributo a los romanos: ut ex eis quodannis tributum Romanis penderetur et ne ciues iniqua tempo- re tributa pendere cogerentur. cierto cuidado y exigiera ciertas garantías antes de conceder la denominación municipal a una ciudad. 4. La cuestión principal es lo que denominamos el domicilio fiscal, es decir, el lugar donde debía cada persona quedar censada. Por desgracia, los datos que tenemos no son concluyentes. Debemos partir del testimonio del Evangelista, quien afirma que, en el censo realizado por Quiriko como gobernador de Siria, cada cual se inscribía en su ciudad (&S ten eantou pólin Lc. 2,3) y que José se trasladó desde Nazaret, en Galilea, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, por ser él de la casa y familia (ex oíkou kaipatrigs) de David, con el fin de inscribirse en el censo (Lc. 2,3). Hay motivos suficientes para desconfiar del tes- timonio de Lucas, que necesitaba un artificio para situar en Belén, la ciudad donde ha de venir el Mesías al mundo, el nacimiento de Jesirs de Nazaret. Entre las diversas razones para la sospecha, baste con señalar ahora que el censo de Quirino tuvo lugar el año 6 d.c., por lo que no pudo realizarse, en contra de lo que da a entender Lucas, en el reinado de Herodes el Grande, fallecido el año 4 a.C.(Schürer 1985, p. 533)'. Pero naciera o no Jesús en Belén, la explicación a la que recurre Lucas es sólida, al menos en parte, pues en efecto Roma obliga- ba a sus súbditos a desplazarse a su domicilio fiscal, si no se encontraban allí, para realizar el censo; el edicto de Vibio Máximo, prefecto de Egipto el año 104 d.C., no deja lugar a dudas (p. Lond. 111, 904, 18-38 = Sel. Papyri 11, 220): el pre- fecto declara que, una vez comenzada la kat'oikían apografes, es de vital impor- tancia que las personas ausentes de sus nomos regresen a sus hogares (efés- tia), un término que bien puede corresponder, en este caso, al de pólis emplea- do por Lucas. Lo anterior se refiere, en principio, al tributurn capitis, porque la norma para las tierras, según la forma censualis de Ulpiano, establecía que los pro- pietarios debían declararlas en la ciuítas a la que pertenecieran las tierras (Dig. 50,15,4,2). Naturalmente, esta norma también obligaba a realizar des- plazamientos, en ocasiones a lugares bastante alejados, como lo revelan los documentos que una judía, llamada Babatha, dejó escondidos en una gruta al sur del Mar Muerto en la que se refugió durante las turbulencias provoca- das por la revuelta de Bar Kokhba: antes de que esto sucediera, Babatha había tenido que trasladarse desde la pequeña aldea de Maoza, donde vivía, hasta la pólis de Rabbat-Moab, para declarar allí las tierras que poseía en su lugar de residencia, a 35 km. de distancia. Tuvo que esperar dos días hasta que el jefe de la oficina censal, un praefectus equitum, le facilitó una copia (del original que se quedó guardado en Rabbat-Moab), y pudo regresar a su casa8. El comienzo de la declaración presentada por Babatha es de gran importan- cia para nosotros ahora: Babtha Símonos Maozene tes Zoarenes perimétrou

Cfr. Schürer (1985), p. 533. p. Yadin 16, publicado por N. Lewis, Y. Yadin y J. C. Greenfield (1 989); véase Isaac, (1994), A. Aichinger (1 992), Millar (1993), p. 97-98 y Bowersock (1 983), p. 76-89. Pétras, oikousa Bn idiois en adtei Maozai, es decir, do, Babatha, (hija) de Simón, de Maoza, del (distrito) de Zoarene. de la región administrativa de Petra, domiciliada en mi propiedad, en la mencionada Maoza).. Tenemos aquí un uso muy preciso de la terminología administrativa romana (de modo semejante, en la tabula de Castromao, los firmantes del pacto se identifican como ex Hispania Citeriore conuentus ; cfr. Ferro-Lorenzo, 1971) en el que se dis- tingue bien el domicilio (mencionado en segundo lugar) de la adscripción admi- nistrativa, aunque en este caso coincidan, pues en ambos se trata de Maoza. No siempre es así, sin embargo. En el mismo documento, inmediatamente después del pasaje que acabo de citar, Babatha declara que la acompaña su tutor, <

Véase Devijver, 1976-77, C-204 y Pflaum, 1960-61, p. 1050. Le Roux, 1982, p. 123 duda entre la X Gemina y ia VI Victrix. 'O Cfr. Étienne (1992). En la inscripción de Proculo, debe entenderse por Lusitani al grupo de pue- blos que habitaban en la sierra de Beira, entre el Duero y el Tajo, y no, en general, la prouincia Lusitania (de la que, hasta el año 16 a.c., formaron parte Asturia et Callaecia, Plin. Nat. 4,11 a), cuyo censo sólo podría correr a cargo de una persona de rango consular o pretoriano, y no de un simple tribunus militum. nes, pues el geógrafo de Arnasia afirma que los romanos redujeron algunas póleis a kómai mientras que <(reagruparon)>(synoíkizo) algunas otras. Como han señalado García Quintela y Vázquez Varela (1998, p. 126-127), dado que en el Noroeste no había centros urbanos, las póleis de Estrabón han de tra- ducir comunidades autónomas (populi o ciuitates), no ciudades en el sentido geográfico, y el mecanismo más adecuado para una labor de esta naturaleza es indudablemente el censo. En cuanto a su contenido, no sabemos si en Hispania las mujeres debían pagar el tributum ni tampoco hasta qué edad estaban exentos los niños, pero ya vimos que en el censo podían quedar registradas personas que no tuvieran obligaciones fiscales, y las cifras de población que da Plinio para los tres conuentus del Noroeste, derivadas del censo, como ya sabemos, debían referirse no sólo a varones adultos, sino también a mujeres y a niñosll. Parece claro que los agentes encargados de realizarlo fueron las tropas legionaria^^^ y que, ante [a obvia ausencia de ciudades, utilizaron los castros como unidades mínimas de referencia, igual que Babatha se dice pertenecer a la aldea de Maoza y Judanes, a la aldea de Engedi. Aunque la infornación de la que disponemos es escasísima, no parece que Roma seleccionara sólo un castellum por cada populum, a modo de lugar central: entre los se men- ciona el > Arcuce y también el r Talabrica, y entre los , el > Louciocelo y el > Ga... En mi opinión, Roma se limitó a registrar y sistematizar un poblarniento en el que predominaban las aglomeraciones secundarias; la arqueología viene a ratificar esta hipótesis, en la medida en que se reconoce la existencia de un (~protourbanismo~>en la última fase del castreño prerroma- no (que continúa tras la conquista), cuyo desarrollo va ligado a la aparición de lugares centrales13.Se trata sólo de una tendencia apenas iniciada, pues la dis- tribución de los castros en el territorio indica <>14.Una vez hecha la adscripción, tal vez era ya inamovible (¿hasta un censo posterior?), aunque se cambiase la resi- dencia. Del conjunto de inscripciones que aluden a castella, la mayor parte ha aparecido en lugares distintos y a veces muy alejados del área propia del popu-

f1 La adscripción a castella afecta tanto a varones como a mujeres o niños. Véase, por ejemplo, Lucilia Vitalis > Olca (CIRG II, n"4) o Virius Caessi f(ilius) Lemaus > eodem an(norum) VI1 (Mangas y Mantilla, 1981). l2 Concocemos a L. Valerio Paterno, quien fue mil(es) leg. X Gem(inae) optio censoris (ILER, 6825, Roldán, 1974, p. 452). Es un dato curioso que la legión sea posiblemente la misma que la de Clodio Próculo, quien, como vimos, realizó un censo entre los lusitanos (vide supra nota 9). El primer editor de la inscripción consideró, erróneamente, que optio censoris era un cargo municipal de Clunia (Palol 1969).

l3 Orejas (1996 p. 130),o tambien, Carballo Arceo (1993, p. 77) quien afirma que <(aconquista romana non supuxo un abandono dos povoados castrexos, nen un brusco cambio do modelo de povoamento, moi ao contrário, poténcianse os lugares centrais preexistentes, ou se crean outros novos seguindo os esquemas indixenas en gran parte?,. l4 Fernández-Posse, Fernández-Palencia, Fernández Manzano y Orejas, (1994) p. 202, donde añaden que ((los castros quedan separados por distancias arbitrarias, y a veces considerables, donde no se busca nunca, por ejemplo, la intervisibilidad),. lus al que pertenecía el difunto, algo enteramente natural, pues esta informa- ción no suele consignarse en la lápida cuando es superflua, es decir cuando la persona fallece en el seno de su propio populusTi.SL trata. pues, en su mayo- ría, de emigrantes y, en alguna ocasidn, parece que la razón del traslado fue la de trabajar en las minas del Noroeste. Por mencionar un solo ejemplo, en el área minera de la Valduerna (León) aparecib el epitafio de una mujer del popu- los de los Supertamarci, que poblaban el territorio al norte del Tambre: Eburia Calueni f(iIia) Celtica Sup(ertarnarca) > LubriIti. El mejor paralelo para la hipótesis que venimos sosteniendo es el que nos ofrece la documentación de Cartago. Allí, el año 26 a.c., es decir, sólo tres años después de que se produjese la segunda deducción coloniai en Cartago, M. Caeiius Phileros fue praefectus iure dicundo uectigalibus quin- quennalibus locandis in castellis LXXXIII, esto es, magistrado encargado de arrendar el cobro de los impuestos debidos por los 83 castella indígenas, que se hallaban situados fuera de la fossa regia, pero dentro de la pertica colonial. Aunque la inscripción no es explícita, opino con M. Corbier que Cartago opera aquí como simple intermediario y que el último beneficiario de estos impuestos es Roma. Cartago, en tanto que ciuitas es responsable ante el fisco del pago de una determinada cantidad que ella distribuye entre los castella, mientras que, en Gallaecia, éstos iíiltirnos se hallaban agrupados en populii7. Una función similar pudieron desempeñar las tres ciudades augus- teas y, de un modo especial, el tabularium que sabemos había en Lucus Augusti. Conviene que nos detengamos un instante a recordar que significa la origo: técnicamente hablando, el término sólo es aplicable a los municipios, dado que nació precisamente para expresar la situación de una persona que, poseyendo la ciudadanía romana, pertenece a una res publica separada de la romana, con leyes propias (Gell. 16,3,6 con Humbert, 1978, cap. 1). La origo, desde luego, no es el lugar de nacimiento ni el de residencia, aunque los tres coincidan de hecho en numerosas ocasiones, sino que expresa el vinculo administrativo, imprescrip- tible y hereditario por definición, pues, en efecto, la origo se hereda (del padre, en el caso de los matrimonios legítimos, y de la madre, en el de los ilegítimos) (Thomas, 1996, p. 58-61). Por esta razón, como bien ha señalado Thomas, es

l5 Sin ánimo de exhaustividad, puede verse, en el catálogo que ofrece Tranoy 1981, p. 372-374, los n9 4, 8, 14, 16, 18, 21, 24 y 26. La enorme estela recientemente hallada en Crecente (Lugo) es testimonio también de estas migraciones; véase Rodriguez Colmenero y Carreiio, (1 997). l6 Sobre esta cuestión, véase Sastre (1998), quien opina que se trata de <

l7 La inscripción es CIL X, 6104 (ILS 1945). Véase Corbier (1991 en su opinión, también Nemausus actuaba como recaudadora de impuestos destinados a Roma en relación con sus 24 koma~).Sin embargo, para Gascou (1 984), los impuestos recaudados en los castella no beneficiaban a Roma sino a Cartago. una falacia el supuesto paso del ((principiodel linaje,, al (>, que habría tenido lugar, en Roma, con las tribus de Servio Tulio y en Atenas, con las tribus de Clístenes. La pertenencia a un demos era hereditaria, y lo mismo vale para la tribu en Roma, y en modo alguno importa el hecho de que tanto las tribus como los dgmoi se definan territorialmente (Thomas 1996, p. 181-1 93). ¿Era este mismo el criterio que Roma aplicaba en los censos provinciales, o bien, a dife- rencia de lo que era obligado cuando se trataba de ciudadanos, empleaba un cri- terio puramente territorial para registrar a los peregrinos? El testimonio de Lucas, como vimos, aboga en favor de lo primero: José y María, aunque viven en Nazaret, van a censarse a Belén por ser del linaje de David. Sin embargo, sabe- mos que la información del evangelista es sospechosa, y la que obtenemos de Egipto parece más bien ir en sentido contrario: allí no es la filiación, sino el domi- cilio fiscal lo que se registra en las kaf'oikían apographaj, que se llevan a cabo, como es sabido, casa por casa. Además, también con los ciudadanos romanos puede emplearse en ocasiones un criterio topográfico, cuando el fin que se per- sigue con el recuento es distinto al del censo en sentido estricto: son conocidos los recensa que tanto César como Augusto realizaron uicafim con el fin de redu- cir el número de beneficiarios de las frumentationes (Suet. /u/. 41,3 y Aug.40, 2), y es obvia la similitud con las kat'oikian apographai egipcias, pues en ambos casos se emplea un criterio catastral, imponiendo la obligación de declarar a los domini ins~larurn~~.Sin embargo, la declaración de Babatha refuerza la idea de que la filiación era, al menos, un criterio relevante: recordemos que Judanes era de Engedi aunque estaba domiciliado en Maoza. Precisamente esta simbiosis de parentesco y territorio, nada extraña desde una perspectiva romana, es lo que Le Roux y Tranoy han venido detectando detrás de la organización en ~astella~~.En resumidas cuentas: las inscripciones con >. invertida no son indicaciones de origo porque, obviamente, no se trata de ciudadanos romanos ni municipios, pero funcionan de un modo parecido, dado que expresan la vinculación adminis-

Para César: recensum populi nec more nec loco solito, sed uicatim per dominos insularum egit (Suet. /u/. 41,3; cfr. Aug. 40, 2) Lo Cascio (1 990) mantiene que este recensus no sólo pretendía esta- blecer el número de beneficiarios para las frumentationes sino censar a la población de Roma, algo imposible según el censo tradicional, realizado por tribus; véanse los argumentos en contra de.Nicolet y Crawford (Crawford, 1996, p. 360), a los cuales responde parcialmente Lo Cascio (1997, p. 8 n. 13).

l9 Véase Le Roux y Tranoy (1983) y también Tranoy (1 993), en p. 28, donde afirma: ((l'accord se fait pour admettre qu'il concerne a la fois un lieu et un groupe attaché a ce lieu)). En un sentido parecido, pero a mi entender menos satisfactorio, Le Roux (1995, p. 88-89) propone una evolución cronológica: sostiene que el signo > se empleó primero para designar agrupaciones de carácter familiar (cognationes), pero terminó por identificar a una comunidad campesina poco numerosa, el castellum. Le Roux parte de una idea falsa, cual es la de que en Roma la cognatio expresa exclusivamente el parentesco a matre frente al agnaticio (y en este sentido interpreta él la cognatio Magilancum de la tésera de Montealegre: véase Le Roux, 1994, p. 349). Gayo, sin embargo, es muy claro a este respecto, al señalar que la cogna- ción incluye tanto la línea masculina como la femenina: <(Legitimaautem cognatio est ea quae per uirilis sexus personas coniungitur~(Inst. 3,10; véase también, en el mismo sentido, Oxford Latin Dictionary s. v.). trativa y tributaria recogida en el censo"i. Esto es Is que se expresa en una cono- cida inscripción hallada en Santa Maria de Trives (Ourense): PepiIIius Hirsutus. Flaui Vendieci f(i1ius) Lancirensis?) > domo Vacoeci (lRG IV, 119), pues, 8n efec- to, la indicación domo designa la origo en contraposición al domi~i/ium"~Tambikn debemos citar, en este contexto, la inscripción CIL 111, 2016 (ILS 25301, proce- dente de Salona (Dalmacia): Cloutius Clutami f(ilius), dbrplicarius alae Pannonior(um) Susarru(s) domo Curunniace. Aquí, la indicacián domo clara- mente sustituye al castellurn (véase, en la tabula del Caurei, Pillegus AnlbaZi f. Susarrus > Aiobaiciaeco). La concesión del ius Latii por Vespasiano no creo que viniera a alterar, de la noche a la mañana, este estado de cosas; efectivamente, fueron surgiendo rnuni- cipia, aunque a un ritmo muy lento2, y fuera de esos pocos casos claramente atestiguados (a los que hay que sumar otros no atestiguados), el recto de Gallaecia seguía estando integrada por populi o por ciuitates.Sin embargo, es habitual que la historiografía más reciente considere que el edicto de Vespasiano hizo una especie de tabula rasa, suprimiendo de un plumazo los castella y cre- ando una organización enteramente nueva, En mi opinión, es poco probable que el edicto pudiera tener tan devastadores efectos, pues su alcance hubo de limi- tarse a favorecer la progresiva municipalización de Hispania. Ése y no otro es el significado del ius Latii (García Fernandez 1995). Por otro lado, sabemos que en el siglo 11 los castros se van abandonando, de modo que el surgimiento de muni- cipios (que son los nuevos indicadores de origo) y nuevas formas de poblamien- to van provocando la desaparición del signo >. Una desaparición que fue paula- tina, como lo confirma una inscripción de Rodeiro (Pontevedra) en la que apare- cen tanto el signo > como la abreviatura D(is) M(anibus), lo cual nos obliga a fecharla a principios del siglo II (CIRG, vol. II, nq4). En el proceso pudieron inci- dir otros factores como el censo que realizó, hacia el 71-73, Vibio Crispo como gobernador de la Hispania Citerior (AE 1939, 60) o la creación, bajo Vespasiano o bien bajo Nerva (Tranoy, 1980, p. 180), de la procuratela ducenaria encargada

'O Considero muy esclarecedoras, aún hoy, las palabras de J. Reid: (

2' Esta inscripción plantea sin embargo, algunos problemas parque la =.. no puede leerse bien y porque los Lancienses vivían en una zona muy alejada del ((áreade los castella~,tanto si pensamos en la ciudad de Lancia, al este del conuentus Asturum como si optamos por los Lancienses oppida- ni, al NO. de la provincia de Cáceres (TIR K-29, s.v.). 22 En algún caso, el municipio nació por evolución del populus, lo cual supone que entraron en funcionamiento procesos semejantes al sinecismo. Así, por ejemplo, los Clleni, de la zona meridio- nal del conuentus Lucensis, mencionados en diversas fuentes ( TlR K-29 p. 45) y donde sabemos que había al menos un castellum (Caeleo Cadroionolis f. Cilenus > Berisamo, CIRG I nQ52) acabaron dando origen a un municipio según las actas del I Concilio de Toledo del año 400, donde se descri- be a uno de los obispos participantes como Exuperantius de Gallecia, Lucensis conuentus, munici- pius Celenis (Vives, 1963), con una nomenclatura muy arcaizante. En general, véase Le Roux (1996) quien anota que sólo excepcionalmente el sitio donde había un castro dio origen a una ciudad en el Alto Imperio. de recaudar el tributo en el área de Asturia et Callaecia. En cualquier caso, con- viene recordar que el testimonio de Hidacio confirma la pervivencia de estos cas- tela a principios del siglo V, aunque más bien como refugios ocasionales en caso de ~eligro*~. Recapitulando:cuando Roma, tras la conquista, emprendió la tarea de elabo- rar el censo de la Gallaecia sometida, tomó como unidad de referencia a los populi, convertidos en sujetos tributarios y responsables ante Roma del estricto cumplimiento de sus obligaciones fiscales. La declaración censal que presto entonces cada uno de los nuevos súbditos ante las autoridades romanas intro- dujo el empleo sistemático de una nomenclatura de tres elementos de la que for- maba parte el castel/um, junto con la filiación y el populus, al igual que, en Arabia, había de consignar Babatha, bastantes años después, su pertenencia a la aldea de Maoza. Estas atribuciones, aunque inicialmente adoptaran el lugar de resi- dencia como criterio, eran hereditarias, es decir, no les afectaban los cambios en el domicilio, aunque tal vez pudieran modificarse con cada nuevo censo. Que semejante práctica administrativa romana se plasmase luego en las inscripcio- nes es algo sorprendente, aunque tal vez no algo único. Me estoy refiriendo, en concreto, a la propuesta de Siles (1985, p. 686) según la cual, la abreviatura de filiación y la mención de origo en las inscripciones cel- tibéricas supusieron una ampliación del esquema onomástico que estuvo, cuan- do menos, auspiciada por la política romana de control sobre el territorio (la suge- rencia, pienso que no ha encontrado eco, aunque Beltrán, 1993, p. 85, la consi- dera ((posible, pero no segura,)). La hipótesis que aquí defiendo, de ser cierta, explicaría las fórmulas onomásticas que figuran en las inscripciones, pero dejan- do en la sombra los contornos de ese castellum. Por desgracia, para ir más allá, nos faltan datos. Sabemos que los castella aparecen como dedicantes en las ins- cripciones votivas, de las que, hasta el momento, se han encontrado tres24,pero no creo que este hecho tenga un significado especial25.Más interesante, y más llamativo también, resulta encontrarnos con un castellum como firmante de un pacto de hospitalidad. Me refiero al pacto acordado entre los Toletenses y Tilego, hijo de Ambato (IRPL 55), pues, como puede verse, aquí es el castellum y no el populus el sujeto del acuerdo. Evidentemente, según la norma romana, es la comunidad entera, no una fracción, la que puede estable- cer un hospitium publicum con terceros, pero los pactos que conocemos en la

23 Hyd. Chron. 91 señala que los suevos se vieron obligados a firmar la paz porque la plebe ((cas- tella tutiora retinebat,,. La referencia de Chron. 49 es más general, pero no se refiere sólo a los galle- ci sino al conjunto de los hispani, que, dice Hidacio, vivían en ciuitates y en castella y se resignaron a la esclavitud bajo los suevos, vándalos y alanos.

24 La primera (louí/>. QueAed2ni) puede verse en ILER 84 (Mañanes,1982, nV10); la segunda, I(oui) O(ptimo) M(axirno)/>. AuAliob/ris pr(o) ~(alute),corresponde a ClRG 1, 1991, n%6 (HEp 1994, n944) y la tercera, Deae/ Cendu/ediae/ sacru/m cas/tellani la publicaron Mangas y Olano (1 995).

25 M. C. González (1986 p. 106-108) establece sin embargo un contraste entre los genitivos de plural (que esconden, en su opinión, a una familia parental mínima) y las gentilitates, precisamente porque estas últimas aparecen, en una ocasión, dando culto a los dioses Lares. Pienso, sin embar- go, que cualquier persona o grupo, más o menos amplio, puede aparecer como dedicante en una inscripción votiva, por lo que no veo motivo para darle importancia al hecho de que figuren o no. Hispania indoeuropea registran transgresiones afin mas graves: Beltran (1993) ha señalado con justeza la anomalía que supone el pacto de la tabla de Astorga en donde entran en relaciones de I-nss6psitalidgtc.ldos partes da una misma comu- nidad, dos gentilíjtates ex gente &ekarurn, cuando es sabida que el P~sspit#;tlurn sólo puede establecerse con un extranjero (en general, véase Lerwoasa* 1984, p. 1277 n.28). Es claro que estos pactos no eiicajari en un moide romano (en con- tra: Dopico, 1989), lo cual hace difícil extraer conclucloines de ellos. En cualquier caso, parece que los castella gozan de alguna autonomia. aspecto &ste que cctin- cide con la escasa integracibn espacial de los castras, e incluso tierien maglstrl al frente (según la tabla del Caurel), no muy diferentes, tal vez, de las magistrl uici o pagi que ya conocemos. ABREVIATURAS AE: L'Année Épigraphique, París, desde 1888. CIL Corpus lnscriptionum Latinarum. CIRG: Corpus de inscripciones romanas de , G. Pereira, dir. HEp: Hispania Epigraphica, Madrid, desde 1989. ILER: Inscripciones latinas de la España romana, ed. J. Vives, Barcelona, 1971. ILS: Inscriptiones Latinae Selectae, ed. H. Dessau, Berlín, 1 892-191 6. IRG: Inscripciones romanas de Galicia, ed. A. D'Ors y otros, Santiago de C. 1954-68. IRPL: Inscriptions romaines de la province de Lugo, ed, F. Arias Vilas, P. Le Roux y A. Tranoy, París, 1979. TIR: Tabula lmperii Romani, Madrid.

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